The Project Gutenberg eBook of Fausto: Primera parte

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Title: Fausto: Primera parte

Author: Johann Wolfgang von Goethe

Translator: Teodoro Llorente

Release date: July 19, 2022 [eBook #68566]

Language: Spanish

Original publication: Spain: Montaner y Simón, editores, 1905

Credits: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by Fons Gili i Gaya / Universitat de Lleida, Spain.)

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK FAUSTO: PRIMERA PARTE ***

Índice

Fausto, primera parte

Nota de transcripción


Cubierta del libro

p. i

FAUSTO


p. ii

Logotipo de la editorial

p. iv

Retrato de Goethe

Retrato dibujado por G. M. Krauss (Weimar, 1776)


p. v

FAUSTO

TRAGEDIA DE

JUAN WOLFANGO GOETHE

PRIMERA PARTE

TRADUCIDA POR TEODORO LLORENTE

Nueva edición ilustrada por los mejores artistas alemanes, revisada por el traductor y seguida de una reseña de la segunda parte de la tragedia


BARCELONA

MONTANER Y SIMÓN, EDITORES

CALLE DE ARAGÓN, NÚM. 255

1905


p. vi


p. vii

Ilustración ornamental

CARTA

QUE SIRVIÓ DE PRÓLOGO PARA LA PRIMERA EDICIÓN


A Vicente W. Querol

Decídome al fin, querido Vicente; cedo a tus instancias y a las de otros buenos amigos, demasiado buenos quizás para ser en esta ocasión imparciales y discretos. A las prensas va, tras luengas dudas e incertidumbres, mi traducción del Fausto: si hago mal, vuestra será la culpa, aunque solo yo pague la pena. ¡Perdona, oh Júpiter de Weimar, insigne Goethe! ¡Perdona el atrevimiento, y quiera Dios que no llegue a la categoría de desacato! Tu famoso Doctor sale de nuevo a campaña, por estas tierras españolas, vestido a la usanza de los galanes de Cervantes, de Lope y Calderón: gallarda usanza, si la gentil ropilla no le ajusta desgarbadamente por los pecados de un mal sastre remendón.

Mientras llegan —que sí llegarán— los sinsabores de la crítica, ¡qué deleitosa fruición, amigo mío, la de este pasajero retorno a los estudios que fueron el encanto de nuestros mejores años! Al buscar, allá en olvidado rincón, entre un fárrago de papeles viejos, llenos de versos y de borrones, las revueltas cuartillas en que palpitan los amores, las quimeras y los tormentos de la pobre Margarita y el insaciable Fausto, al tropezar de nuevo con un cúmulo de inconexa poesía, de ensayos abandonados, estudios interrumpidos, tentativas audaces, abortos desdichados, engendros que quizás hubieran podidop. viii vivir, frutos mal sazonados todos ellos de la dichosa, de la arrogante juventud, surge hermosa, sonriente y un tanto melancólica, del fondo plácido de los recuerdos, aquella juventud ya lejana; y tu nombre viene a mis mientes, y pasa de ellas a los filos de la pluma, que parece buscar por sí misma el papel, para comunicarte y compartir contigo tan gratas impresiones.

¿Te acuerdas de aquellos alegres días, cuando nos encontrábamos en los claustros de la Universidad, y olvidando la Instituta de Justiniano o el Ordenamiento de Alcalá, nuestras almas, como pájaros que ven la jaula abierta, volaban juntas por los cielos esplendorosos de la poesía? ¿Te acuerdas de la fiebre con que leíamos y devorábamos cuantos versos caían en nuestras manos, produciéndonos igual entusiasmo las patrióticas odas de Quintana, las borrascosas inspiraciones de Espronceda, o los legendarios relatos de Zorrilla? Antiguos o modernos, clásicos o románticos, españoles o extranjeros, todos los vates nos atraían, nos arrastraban, nos llevaban lejos de este mundo, abriéndonos las puertas del mundo ideal. Epopeya y drama, epigrama y oda, idilio y elegía, todo nos lo apropiábamos, todo nos lo queríamos asimilar, sin que bastase nada al impaciente anhelo. El Parnaso español, con el que nos habían familiarizado los preceptores, fue pronto estrecho para nosotros; y a los poetas castellanos, sabidos de memoria, sucedieron los vates extranjeros. Dante, Petrarca, Tasso bajaban de las espléndidas cimas de la gloria, para guiar nuestros pasos; Camoëns nos señalaba el dorado camino del oriente; Corneille y Racine nos iniciaban en la pomposa majestad del teatro francés; Chateaubriand nos revelaba el nuevo mundo de las fantasías románticas; Lamartine encendía en nuestra alma el calor de una sensibilidad delicada y triste; Víctor Hugo arrebataba nuestra imaginación con el ímpetu de su genio desbordado.

Y aún queríamos más poesía; aún nos atraían con fuerza irresistible los fantasmas del septentrión, que envuelve Ossián entre nieblas y tempestades, y las sangrientas tragedias de los Nibelungos, y los personajes vivientes y apasionados de Shakespeare, y el infierno tenebroso de Milton, y los cielos brillantísimos de Klopstock, y las leyendas conmovedoras de Schiller, y las concepciones épicas de Goethe, y los lamentos sarcásticos de Byron. ¿Te acuerdas? En nuestro punzante afán, hallábamos pálidas, desabridas, insuficientes las traducciones españolas o francesas de esos autores; queríamosp. ix penetrar más adentro en sus obras fascinadoras, comprender y forzar su sentido literal, encontrar y absorber la médula de su pensamiento; y cuando veíamos abierto ante nosotros el texto original, aquellas palabras exóticas y enrevesadas, henchidas de sílabas impronunciables, nos provocaban y atraían, como a Edipo la Esfinge tebana, y con el arranque de la mocedad irreflexiva, nos lanzábamos a descifrar aquellas para nosotros sacratísimas letras. ¿Para qué las gramáticas, empedradas de reglas enfadosas, ni los ordenados vocabularios? Nuestra impaciencia no consentía más que el indispensable léxico para buscar el sentido de las palabras desconocidas. Pasando los ojos incesantemente de los oscuros versos al grueso diccionario, hojeado y desencuadernado con mano calenturienta, fiando en nuestra intuición mucho más de lo justo, transcurrían sin sentir largas horas, en las que, del fondo negrísimo de aquellos extraños vocablos, iban brotando, como de los pliegues de espesa niebla, las encantadoras imágenes que quedaban grabadas con rasgos de luz en nuestra imaginación, abstraída en su suprema belleza, tan arduamente conquistada.

De aquella feliz edad datan —tú lo sabes bien— mis primeros ensayos de traducción del Fausto. Ajeno estaba entonces a la idea de publicarla: ponía en versos castellanos los pasajes que más me impresionaban del poema de Goethe, como traducíamos a retazos otras tantas obras inmortales, para apoderarnos mejor de ellas. Algunos años pasaron sin que conociesen aquellos fragmentos más que los amigos de mi mayor intimidad: parecíame tan grande el atrevimiento, que solamente podía disculparlo la ausencia de toda pretensión.

Publicáronse después en revistas literarias trozos aislados; y críticos benévolos instáronme para que completase la traducción; pero la época dichosa de los fecundos ocios había pasado para mí, y aquel ensayo quedó casi olvidado.

Diez años ha, las azarosas vicisitudes de nuestra pobre España producían tal tensión en mi ánimo (afectado por el deber de relatarlas cotidianamente), que, como distracción saludable de las enojosas tareas del periódico, incliné la atención a nuestros estudios de la juventud, y puse la mano nuevamente en el Fausto. ¡Cuán descontento me dejaron aquellas mis primeras versiones! Parecíame, sí, que no reproducían del todo mal el tono de la famosa tragedia de Goethe; que los soliloquios o diálogos castellanos daban una ideap. x aproximada de ella; mi obra en su conjunto, tomada en globo, me producía bastante buen efecto —perdona la inmodestia—; pero, al descender a los pormenores, al examinarla escena por escena, al compulsarla verso por verso, ¡qué serie de contrariedades y desencantos! Presentábaseme como imperdonable profanación todo apartamiento, no ya de la idea del autor, sino de la expresión o el molde en que la vaciara: consideraba libertad excesiva y hasta licencia pecaminosa todo aquello en que la frase traducida se separaba —como había de separarse muchas veces en una versión rimada— del texto original. Esto, aparte de la difícil comprensión de algún punto oscuro, de las variantes entre las traducciones francesas de Saint-Aulaire, A. Stapfer, Gerardo de Nerval y Enrique Blaze, y la italiana de Andrés Maffei (que, a pesar de estar escrita en verso, diome luz en algunos pasajes que aquellas no habían aclarado), me impuso un trabajo minucioso, reflexivo, frío, de corrección y lima, con el cual —francamente te lo digo— no sé si habrá ganado o perdido la traducción. Habrá ganado, desde luego, en fidelidad y en expresión exacta; pero me ha sucedido con frecuencia tener que sacrificar a esas condiciones los versos que me parecían más agradables, tener que rehacer con dificultad trabajosa trozos en los que había corrido fácil la pluma, dándoles cierto carácter de naturalidad espontánea.

Incierto y dudoso todavía de mi trabajo, dilo a conocer entonces a algunos de nuestros primeros escritores y críticos, que le otorgaron su exequatur de una manera muy honrosa para mí. Diría aquí sus nombres, en disculpa de mi atrevimiento, si no temiera que lo considerara alguien como pretendida imposición al fallo del público soberano. Baste consignar que aquellos autorizadísimos sufragios —y como dije al principio, tus ruegos y los de otros amigos cariñosos— moviéronme a dar a la prensa lo que no se había escrito con este objeto. Aún pasaron algunos años, aguardando ocasión, que no me ofrecía mi vida atareada, de dar la última mano a la obra, y de emprender otro trabajo, al cual tengo que renunciar al fin y al cabo.

El poema de Goethe es digno de estudio detenido, y ha sido objeto, en Alemania sobre todo, de tantas disquisiciones y comentos, que llenan muchos volúmenes.[1] Como sucedió con la Divinap. xi Comedia en Italia, y está sucediendo con el Quijote en España, ese espíritu exegético se ha llevado quizás al extremo de buscar oculto sentido y propósito trascendental en aquello que escribió el autor, muy ajeno a tan hondas intenciones; pero, si hay bastante de caprichoso y fútil en tales supuestos, no deja de ser interesante algo y aun mucho en los escolios de esas obras maestras del ingenio humano.

[1] E. Dünzer, que hace más de diez años comentaba el Fausto, hizo un catálogo de ciento veintisiete comentadores anteriores a él.

Quería yo intervenir también en esos pleitos; y con la fácil ayuda de unos cuantos autores, poco conocidos en España, que esperan la consulta en un estante de mi librería, lisonjeábame de adquirir a poca costa nombre de erudito, si no ingenioso y profundo, comentador. Pero lo dejé para lo último, y ahora me falta tiempo por las prisas que me dan los editores de la Biblioteca de Artes y Letras, encargada de esta publicación. No hay más remedio, pues, que dejar la erudición en el tintero, y convirtiendo en prólogo para el público esta que comenzó siendo carta para ti solo, decir en pocas palabras lo que, ampliamente explanado y repleto de citas, nombres y fechas, hubiera podido ser estudio preliminar a la versión castellana del Fausto.

¿De dónde nació la idea de ese Doctor famoso, que, descontento de los limitados medios con que cuenta el hombre en esta vida, y llevado por sus aspiraciones inasequibles, se da al Diablo para conseguirlas? Algo de esas ansias perdurables hallamos ya en la antigüedad clásica: Pigmalión y Prometeo nos dan el ejemplo de la lucha de la humanidad contra su suerte, del deseo atormentador de lo infinito, de lo ignoto, de lo sobrenatural, que el hombre quisiera realizar en la tierra por su propio esfuerzo. La intervención diabólica en esas tentaciones de nuestra impotencia y nuestro orgullo, aparece después, en los primeros siglos del cristianismo, en aquellos tiempos de las leyendas místicas, en las que el mal, para hacerse más patente, toma formas satánicas en la imaginación exaltada de los creyentes. Entre los muchos casos de tratos con el demonio, hallamos ya en el siglo tercero el que refirió primeramente San Gregorio Nacianceno, y ampliaron y embellecieron después varios agiógrafos, de Cipriano, famoso encantador de Alejandría, que hizo pacto con el Espíritu infernal, para obtener el amor de la cristiana Justina; historia que popularizó en Alemania, en el siglo noveno, Ado, arzobispo de Viena, y de la cual sacó más tarde nuestro Calderón su comedia El Mágico prodigioso, sobre cuyas conexionesp. xii con el poema de Goethe ha escrito poco ha un libro muy apreciable el Sr. Sánchez Moguel.[2]

[2] Memoria acerca de El Mágico prodigioso de Calderón, y en especial sobre las relaciones de este drama con el Fausto de Goethe, por D. A. Sánchez Moguel, catedrático de literatura española en la Universidad de Zaragoza. Madrid, 1881. Esta obra fue escrita para un certamen que abrió la Real Academia de la Historia con motivo del Centenario de Calderón, y habiendo obtenido el premio, fue publicada a expensas de dicha Academia. Su erudito autor opina que El Mágico Prodigioso solo tiene relaciones muy indirectas con el Fausto de Goethe.

En esa y otras leyendas parecidas estaban los primeros elementos de la historia del Doctor Fausto; pero es el caso que aquellos elementos tomaron cuerpo en un individuo de este nombre, que tuvo vida real y fue convertido por la inventiva popular en personaje tan extraordinario como famoso. En la primera mitad del siglo XVI hubo en las Universidades alemanas un Doctor Fausto, dado a la vida alegre y bulliciosa, que ganó fama de alquimista y brujo, y después de una existencia desordenada, murió trágicamente. Apenas muerto, corrió la voz de que se lo había llevado el Diablo, y en 1587 se daba a la estampa por primera vez su historia, llena de aventuras descomunales.[3]

[3] Historia von D. Johann Fausten, dem weitbeschreyten Zauberer und Schwartzkünstler, impresa por Juan Spies, en Francfort del Mein.

Es curiosísimo este primer libro del Doctor Fausto, y si no quisiera reducir a cortas páginas este prólogo, hablaría de él largamente a mis lectores, para que viesen lo que ha dado la tradición a la tragedia de Goethe, y lo que ha puesto en ella el genio del poeta. La historia del descreído Doctor escribiose con la idea de apartar a los buenos creyentes de tentaciones peligrosas, presentándoles aquella víctima del Espíritu malo. ¿Proponíase el autor, como indican escritores de nuestros días, combatir el afán de novedades, que alentaba en aquellos tiempos la Reforma religiosa? No me parece de tanto alcance aquel libro devoto. El Juan Fausto de esta leyenda era en verdad peritísimo en las ciencias más sutiles y doctor profundo en Teología; pero no se perdió por ese camino, sino por ser hombre mundano, libertino e incrédulo, que para gozar la vida a sus anchas, estudió ciencias ocultas en la gran escuela de magia de Cracovia, y renunciando a las Letras Sagradas, llamose Doctor en Medicina, astrólogo y matemático. En un bosque cercano a Wittenberg evocó cierta noche al Diablo, que con gran aparato de fuegop. xiii presentose al fin, bajo la forma de un fraile gris, y dijo llamarse Mefistófeles. Arreglose el pacto, escrito con sangre de Fausto, que ofreció su alma al Espíritu infernal para dentro de veinticuatro años; y al cabo de este tiempo, tras una vida de desenfrenados goces, reventó lastimosamente el pobre Doctor, después de una cena, a la cual convidó a sus amigos y discípulos de libertinaje, para darles cuenta de que se acercaba su última hora, sin que le valiese para evitarla su tardío arrepentimiento.

El piadoso autor de la historia horripilante, que se complace en pintar con colores vivísimos las apariencias infernales y los pormenores de la muerte de Fausto, no nos dice gran cosa de las felicidades que el Diablo le procuró, ni de la satisfacción que halló en ellas. Lo más interesante, de lo poco que nos cuenta, es la aparición de la hermosísima Helena, que el Doctor hizo acudir a una de sus comilonas, a ruegos de sus comensales, y de la cual quedó tan prendado, que la obligó a volver, y de ella tuvo un hijo, a quien llamaron Justo Fausto. He ahí el germen, menudo e insignificante, de la segunda parte del poema de Goethe, de aquella concepción grandiosa, en que el mundo helénico y el mundo germánico se contraponen y se completan de una manera tan nueva como poética.

La vida de Juan Fausto hízose desde luego popularísima en Alemania. Repitiéronse las ediciones, redactáronse nuevas historias del Doctor, publicose la de su discípulo Cristóbal Wagner, y antes de concluir el siglo XVI corrían ya traducidos estos libros por Holanda, Dinamarca, Inglaterra y Francia. La leyenda era pueril y tosca; pero había en ella algo que impresiona fuertemente al corazón humano. Existe en él predisposición a admirar, aunque la razón las condene, toda audacia del espíritu, toda temeraria ruptura de las sujeciones que nos oprimen. Por eso pareció siempre tan grande la figura de Prometeo robando el fuego celeste; por eso el Doctor Fausto, como el Burlador de Sevilla, aunque sentenciados a las llamas eternas, con beneplácito y contentamiento de los que en el libro o el teatro seguían el curso de sus abominables desaguisados, ejercieron siempre sobre el público la atracción siniestra del abismo. Sería interesante estudiar cómo han ido creciendo y agigantándose en la imaginación popular esas dos grandes figuras legendarias; qué fondo común hay en ellas; cómo las diversifica el carácter peculiar de los pueblos que las han creado en las orillas risueñas del Guadalquivir y en las riberas nebulosas del Rin; quép. xiv cambios ha ido introduciendo en la tradición el espíritu móvil de los tiempos; en qué medida ha influido en esos cambios el genio de los poetas, al dar forma más perfecta al tipo legendario; y cómo, por fin, vinieron Goethe en Alemania y Zorrilla en España a apagar las llamas infernales y abrir las puertas de la gloria eterna a Fausto y a Don Juan.

La historia del doctor Juan Fausto, contenida por vez primera en el libro anónimo de Francfort, y ampliada por Widmann en 1599,[4] ¿tiene alguna relación con la de Juan Fust o Fausto, el famoso colega de Gutenberg en el invento de la imprenta? He aquí otro punto muy debatido por los comentadores de nuestro poema, y del cual me ocuparía con alguna extensión, si hubiera podido completar el estudio proyectado. París conserva la tradición del impresor Fust, que presentó a Luis XI un ejemplar de su Biblia, estampada por arte entonces desconocido, y que, atribuido a la magia, provocó persecuciones, de las que escapó el ingenioso inventor, según entonces se dijo, por arte del Diablo. Han supuesto algunos autores que, irritados los monjes contra una invención que les privaba del oficio de copistas, convirtieron a Juan Fausto en nigromante, enviándolo a los infiernos; pero hoy está comprobada la existencia del doctor Fausto del siglo XVI, posterior en más de un siglo a Gutenberg y sus primeros colaboradores, y a aquel se refería indudablemente la popular historia del Doctor que pactó con el Diablo.[5]

[4] Warhafftige Historien von den grewlichen und abschewlichen Sünden und Lastern, auch von vielen wunderbarlichen und seltzamen Abentheuren: So D. Johannes Faustus ein weitberuffener Schwartzkünstler und Ertzzäuberer, durch seine Schwartzkunst, biß an seinen erschrecklichen End hat getrieben. Publicada en Hamburgo.

[5] El escritor alemán Klinger partió de la suposición de ser el Doctor Fausto el compañero de Gutenberg, para escribir la novela en que largamente relata sus maravillosas aventuras. Esta novela se publicó en 1791, al año siguiente de aparecer el primer fragmento del Fausto de Goethe.

En Inglaterra fue donde la literatura culta y profana se apoderó primero de la piadosa historia. Un predecesor de Shakespeare, Cristóbal Marlowe, poeta y comediante como él, liviano y aventurero, revoltoso y descreído (al decir de sus coetáneos) que en la segunda mitad del siglo XVI vivió desordenadamente y murió joven en riña con un rival, porque le robó su querida, llevó al naciente teatro inglés aquella lúgubre figura. La tragedia de Marlowe, a pesar de los apasionadosp. xv elogios de su traductor francés, Francisco Víctor Hugo, que quiere sobreponer algunas de sus escenas a las del sublime poema de Goethe, no es más que una obra apreciable atendiendo a la época en que se escribió; pero no la iluminan los resplandores del genio. El Doctor del dramaturgo inglés es el mismo de la leyenda alemana: el espíritu de la tragedia, a pesar del ateísmo de que su autor fue acusado, es el antiguo propósito de atemorizar a los impíos. Fausto es un libertino incrédulo, que, para apoderarse de los secretos de la magia, evoca al Diablo en un bosque y celebra con «Mephostophilis» el pacto que le ha de dar, por veinticuatro años, todos los goces de la vida. Revestido ya de los poderes mágicos, le vemos en Roma, penetrando audazmente en el Consistorio de Cardenales y abofeteando al Papa; encontrámosle después en la Corte imperial, asombrando a príncipes y magnates con sus sortilegios, y haciendo aparecer ante ellos la sombra de Alejandro Magno; y tras estos momentáneos triunfos, asistimos al cumplimiento del plazo fatal, al arrepentimiento inútil, a la agonía desesperada y a la horrible muerte del impío Doctor, todo con estricta sujeción a la germánica leyenda. Marlowe no hace, pues, otra cosa que arreglar para la escena el relato primitivo, y no modifica su carácter, no le añade elementos sustanciales. El episodio de Helena quedó en embrión en su tragedia, como en aquel relato; la visión y la posesión de la hermosísima amante de Paris no inspira al Fausto del poeta inglés más que unos cuantos versos muy bellos, en los que resplandece fugitivo destello de aquel amor a la hermosura clásica, al que había de dar tanta parte el insigne vate de Weimar en la concepción de su obra inmortal.

La tragedia de Marlowe quedó pronto olvidada; pero se habían apoderado de aquel terrorífico y aparatoso argumento los teatritos de muñecos o polichinelas, y desde entonces formó parte muy principal de su repertorio. En Alemania, bien pasase a ella este Puppenspiele de Inglaterra, bien naciese de la tradición indígena, la historia del Doctor Fausto se representaba también en esos teatritos hasta los tiempos de Goethe. Lessing, uno de los más poderosos regeneradores de las letras alemanas, vio en aquella historia, relegada ya a tan humilde esfera, el germen de una hermosa tragedia, y comenzó a escribirla. Su Fausto no es pecador incorregible, sino varón virtuoso y sapientísimo, a quien declara guerra el infernal Mefisto, y es, a la vez, amparado por la Providencia Divina, la cual burla al Demonio, sustituyendo al Doctor verdadero por otro supuestop. xvi Fausto, a quien fácilmente conduce el maligno Espíritu por las sendas de perdición. Lessing dejó su obra sin terminar, poco satisfecho de ella sin duda.[6]

[6] En 1836, después de publicado todo el poema de Goethe, Lenau, poeta alemán, de rica y fecunda inspiración, dio a la prensa otro poema épico-dramático, con el mismo título y asunto. Este autor hace correr al Doctor endiablado las más extrañas aventuras, describiéndolas con mucha fantasía; pero su obra no tiene ni asomos de la trascendencia que admiramos en la profunda epopeya de Goethe.

Esta es, en pocas palabras y a grandes rasgos, la historia del Fausto antes de Goethe. ¡Qué interesante capítulo pudiera escribirse, siguiendo esa historia, para ver cómo surgió en la imaginación de nuestro poeta, casi niño, la idea de su tragedia![7] Él mismo nos ha dicho que la primera vez que pensó en ella fue al ver una estampa, representando a Fausto y Mefistófeles que cabalgaban por los aires, en aquella misma taberna de Leipzig que cita en su obra como teatro de una orgía grotesca, escena tomada de la leyenda primitiva. Cómo influyeron en la mente de Goethe el escepticismo sarcástico del siglo de Voltaire y Diderot; las extrañas supersticiones que brotaban, con Mesmer y Cagliostro, del fondo oscuro de ese mismo escepticismo, y que en Alemania tomaban un carácter más grave, reproduciendo las antiguas doctrinas cabalísticas; el estudio más profundo del arte griego, iniciado por Lessing en su afamado Laocoonte; las tradiciones de la Edad media, embellecidas por el nuevo espíritu romántico; y el misticismo poético de Klopstock; cómo se combinaban esos elementos encontrados en su inteligencia sintética; cómo se fue desarrollando en la larga existencia del poeta aquel asunto inconmensurable, según él decía de su obra predilecta: he ahí un interesante cuestionario, del cual no cabe aquí más que esta somera indicación.

[7] Entre las muchas obras alemanas que tratan del Fausto de Goethe, es especialmente estimable la reciente de K. J. Scher: Faust von Goethe, mit Einleitung und fortlaufender Erklärung. Heilbronn, Henninger, 1881.

Doctor Faust; Trauerspiel. Ein Fragment: así se titulaba un libro de pocas páginas que en 1790 salía de las prensas de Leipzig. Era el primer fragmento del gran poema; eran las escenas de los amores de Margarita, escritas en 1774, cuando Goethe estaba en el vigor de la lozana juventud. ¡Margarita! ¡Qué hermosa aparición! Esa imagen tan sencilla y natural de la doncella germánica, ingenua, creyente, amorosa; de la hija del pueblo, grave y modesta en la inocente tranquilidad del hogar; confiada, imprudente, criminalp. xvii sin pensarlo en su apasionamiento ternísimo, y que no pierde la nobleza de sus sentimientos, ni sus santas creencias, en el abismo de la deshonra, tomó desde aquel momento en los horizontes del pensamiento humano y en las cimas de la gloria el lugar destinado a las figuras inmortales, que se destacan para siempre sobre el fondo luminoso de la belleza ideal.

Y aquella imagen encantadora era creación exclusiva de Goethe: no hay rastro de ella en ninguno de los Faustos anteriores. Figuraba, sí, en la literatura popular la trágica historia de las doncellas burladas en sus amores, que apelan al infanticidio para ocultar la seducción, y pagan en el patíbulo su crimen. Sin ir más lejos, tenemos un ejemplo interesantísimo en el cancionero catalán y valenciano: La filla del marxant, cuyas numerosas variantes ha recogido y publicado, con las de otros muchos romances antiguos, el eruditísimo Sr. Milá y Fontanals, es una de esas desdichadas víctimas del amor.[8] Pero Goethe tuvo la feliz inspiración de llevar esas femeniles desgracias, que inspiraron también a su gran amigo Schiller[9] una de sus mejores poesías, a la historia tétrica del Doctor endiablado; y el contraste de ese amor de Margarita, idílico primero, y después trágico, pero siempre cándido, verdadero, naturalísimo, con las fantasías insensatas y los vagos anhelos de Fausto, con la mordacidad ponzoñosa de Mefistófeles, con aquel cuadro fantástico en que giran alrededor del espíritu humano las brujas y los ángeles, el Cielo y el Infierno, da al extraño poema un interés dramático, un calor del corazón, una realidad de vida, que superan quizás a todas las demás bellezas que en él derramó más tarde el genio creador del insigne poeta.

[8] Romancerillo catalán, Canciones tradicionales, segunda edición corregida y aumentada, por D. Manuel Milá y Fontanals, Barcelona, 1882.

[9] La infanticida.

Margarita era un recuerdo de su adolescencia. En sus Memorias[10] nos cuenta aquella primera inspiración amorosa, que tan grabada quedó en él. Goethe, hijo de una familia principal de los encopetados burgueses de la imperial Francfort, ansioso de expansiones juveniles, ligose con algunos mozuelos de clase humilde, artesanos y escribientillos, algo copleros y bastante alegres, que vendiendo sus versos y los de su noble amigo a los que, para epitalamios o elegías, sátiras o declaraciones amorosas, se los pedían, sacaban dinero para sus modestos festines. ¡Estos fueron los comienzos literariosp. xviii del autor de Fausto! En la casa donde se reunían conoció a «Gretchen»,[11] joven costurera, cuya gentil belleza le inspiró uno de esos deliciosos y tímidos amores de la primera juventud, que el corazón guarda escondidos. La historia de esa pasión de niño, que no llegó a declararse, es un episodio encantador. Coincidía aquel apasionamiento con las solemnísimas fiestas que celebraba Francfort para la coronación del emperador José II, y el asombro que causaban en el naciente poeta las ceremonias suntuosas del Sacro Imperio Romano Germánico, en las que se usaba todavía el ritual y el aparato de la Edad media, mezclado a su inocente embeleso por aquella amable y candorosa muchachuela, dormida en alguna ocasión sobre sus rodillas, produce tal impresión contado, que no es de extrañar la ejerciera vivísima en el alma de Goethe, que estaba abriéndose a la luz del amor y la poesía.

[10] Wahrheit und Dichtung, parte 1.ª, libro V.

[11] Diminutivo familiar de Margarita.

Diez y ocho años después de publicado el episodio de Margarita (1808), aparecía la primera parte de Fausto, tal como hoy la conocemos. El gran poeta no había dejado de trabajar un año y otro año en aquella obra de toda su vida, en la cual derramaba su inteligencia, su alma entera. No estaba completa aún su inmortal concepción; pero el asunto quedaba expuesto, y perfectamente diseñados los caracteres de los dos personajes principales, Fausto y Mefistófeles, creaciones ambas prodigiosas de su potente numen.

El Doctor de la leyenda, toscamente esbozado por los autores devotos que querían castigar en él las audacias de la ciencia descreída y del procaz libertinaje, lo convierte Goethe en tipo acabado de la humanidad soñadora y descontenta, con todas sus aspiraciones infinitas y todas sus flaquezas miserables. Cuantos hayan experimentado el cansancio de la vida y las ansias de lo imposible, cuantos hayan sufrido —¿y quién no los sufre alguna vez en estos tiempos?— los tormentos de la fe perdida o vacilante, sentirán palpitar su alma en el alma de aquel Doctor, tan docto que no le acosaban ya escrúpulos ni dudas, que no temía al diablo ni al infierno, y sabía tanto, que había perdido todos los encantos de la vida. Así, a lo que hay de eternamente humano en los anhelos irrealizables del Fausto tradicional, une Goethe lo peculiarmente característico de nuestra edad: el escepticismo. El Doctor de la leyenda era irreligioso, era impío; pero su alma vigorosa se entregaba con fe y ardimientop. xix a los arcanos de la magia, a la alianza con el diablo, al goce de los ansiados placeres. El Doctor de Goethe no cree en Dios ni en el Diablo; no sabe qué pedirle a este cuando le ofrece todas las felicidades de la vida, y si por un instante pasa afanoso del deseo al goce, en el seno del goce ansía otra vez y echa de menos el deseo.

Mefistófeles, el demonio vulgar, deforme y espantoso, de la Edad media, conviértese también en la más extraña y original figura de la poesía moderna: Madama Staël, uno de los primeros escritores que dio a conocer al mundo latino aquel poema germánico, que aparecía entonces como un engendro caótico, promovedor del vértigo en el ánimo de los lectores,[12] decía de Mefistófeles que es el Demonio civilizado. Ya nos había dicho ese mismo personaje infernal, hablando de sí propio en la cocina de la Bruja: «La civilización, que todo lo pule, llega al mismo Diablo: el fantasmón del Norte no está ya presentable. ¿Dónde ves cuernos, garras ni cola? En cuanto a mis patas de cabra, no puedo prescindir de ellas; pero me queda, como a los elegantes del día, el recurso de las pantorrillas postizas.» No estriba, empero, la principal novedad del Diablo de Goethe en haberle quitado su aspecto aterrador y monstruoso, para convertirlo en camarada jovial, decidor, casi amable; sino en la forma peculiar que en él reviste el espíritu del mal. Mefistófeles, demonio de segunda clase y de rango inferior, por lo demás, genio infernal a la menuda, destinado sin duda por Satán a las empresas menos dificultosas —lo cual no es muy lisonjero, en verdad, para los sabios presuntuosos, como el pobre Doctor— es, según él mismo nos dice, el espíritu de negación: «Yo soy el Espíritu que lo niega todo.» ¡Y cuán bien, la suprema ironía, uno de los caracteres predominantes en la inteligencia serena y reflexiva de Goethe, da vida diabólica a ese espíritu de negación! Mefistófeles es la sátira encarnada, sátira profunda y sangrienta unas veces, festiva y bufona otras. En el tremendo drama del Doctor Fausto representa a la vez el papel de traidor y el de gracioso: en ocasiones nos indigna y subleva como Yago, en ocasiones nos divierte y nos hace reír como Scapin; y al fin y al cabo, tenemos que convenir, con el Padre Eterno, en que, a pesar de sus malignidades y astucias, es el menos temible de los Espíritus infernales.

[12] De l’Allemagne, por Mad. Staël, parte 2.ª, capítulo XXIII.

¿No se ve en todo esto la propensión a no tomar en serio la historiap. xx portentosa del Doctor Fausto? Goethe, hijo de la filosofía escéptica del siglo XVIII, espíritu crítico, y aunque religioso en el fondo, desligado de toda religión positiva, no podía admitir con piadosa sinceridad la leyenda inspirada por la fe viva de otros tiempos; apoderose de ella, como simbolismo adecuado a la expresión de su pensamiento, pero mofándose a veces de su propia fábula. Hizo con la poesía religiosa de la Edad media lo mismo que el Ariosto con su poesía caballeresca; el autor del Fausto no creía en los ángeles ni en los diablos, en las brujas ni en los aquelarres, como el autor del Orlando furioso tampoco creía en los caballeros andantes, ni en los castillos encantados: escribieron, no obstante, sobre esos temas dos obras que nunca morirán, y que quizás son más admirables por mezclarse en ellas las burlas con las veras.

Los amores de Margarita no son más que el primer capítulo de la nueva vida del rejuvenecido Fausto; no podía concluir con ellos la obra del poeta. La muerte de la infeliz amante no resuelve la cuestión; las condiciones del pacto diabólico no están aún cumplidas; no ha vencido Dios, no ha vencido tampoco el Diablo. De todas las seducciones a que puede apelar este, no ha empleado más que una; quédanle todavía muchos recursos. No comprendo, pues, que consideren algunos como un todo acabado la primera parte de la tragedia, y digan que huelga la segunda. Son, sí, dos obras de índole algún tanto distinta: la primera, verdaderamente dramática; la segunda, fantástica y simbólica. Al fuego de las pasiones sucede el movimiento de las ideas; a los personajes reales, las abstracciones y alegorías. Pero estas dos partes distintas hállanse íntimamente ligadas, son consecuencia una de otra, forman una ilación lógica y un conjunto necesario. Antes de dar a la estampa la primera parte, Goethe había escrito ya las admirables escenas de la aparición de Helena, y durante todo el resto de su vida estuvo trabajando en ese segundo Fausto, que era el complemento de su obra. En 1831 ya octogenario, y pocos meses antes de morir, dábalo a luz y escribía a un amigo suyo: «Ahora puedo considerar lo que me resta de vida como un generoso donativo, y poco importa que haga algo más o que no haga ya nada.» El gran poeta daba su misión por cumplida: Alemania, el mundo entero proclamaban la inmortalidad de su creación predilecta.

La segunda parte del Fausto no produjo tanta impresión como la primera, ni se ha hecho popular como aquella. El juicio de lap. xxi crítica sobre ella ha sido muy diverso. Unos la ensalzaron como la epopeya de nuestro siglo; otros vieron confirmada en ella la máxima española que condena las segundas partes a irremisible inferioridad. En general, ha sido considerada, fuera de Alemania sobre todo, como una creación grandiosa y altamente poética, sí, pero confusa, heterogénea y algún tanto extravagante. El asombro que engendran las hechicerías de Fausto en la Corte imperial, pintada con vigorosos rasgos satíricos; el embeleso del Doctor por la imagen de Helena, tipo de la forma perfecta; su quimérico viaje a la antigüedad clásica, su descenso al seno de las Ideas madres; el sorprendente efecto que produce en Mefistófeles, diablo grosero de la Edad media, el mundo nuevo de las divinidades helénicas, y la revelación de las deformidades que encerraba también aquella risueña teogonía; el retorno a la vida y a su palacio de la bella y culpable esposa de Menelao, su huida y el amparo que encuentra en el castillo feudal construido por Fausto en la cima del Taigetes; el choque prodigioso del mundo griego y el germánico; el amoroso enlace del espíritu de este, representado por el Doctor cabalístico, con la plástica beldad de aquel, personificada en la amante de Paris; el nacimiento y la muerte del generoso Euforión, símbolo de la poesía moderna, y el desvanecimiento de la gozada Helena; y después de esos amores de la imaginación soñadora, la sed de gloria, la lucha ardiente de la vida, el goce embriagador de la acción y la creación; la guerra entre el emperador y el anti-emperador, que decide Fausto con sus poderes mágicos; la concesión de un vasto dominio, donde emplea sus fuerzas prodigiosas en el bienestar de la humanidad, en el cumplimiento del ideal de nuestros tiempos, convertir la tierra en un paraíso; la deficiencia de su obra, por la falta del principio superior, recordado continuamente por aquella campana de la ermita cercana, que irrita al poderoso y envejecido Fausto; su muerte cuando ha agotado todos los goces de la vida, sin ver satisfecho su eterno anhelo, y su perdón final por las oraciones de la arrepentida y siempre amorosa Margarita, forman, mezclado todo ello con episodios caprichosísimos, inspirados por ideas de órdenes muy complejos, una historia tan extraordinaria, que cuesta algún trabajo seguirla y comprenderla. Esto no obstante, los que consideran esta poesía trascendente y enciclopédica como la propia de nuestra edad, hallan en ella especiales méritos y encantos. «Todos los tesoros de la ciencia ruedan a vuestros pies, dice uno de los admiradores del segundo Fausto, hablando de sus bellezas.p. xxii La metafísica refleja por primera vez en su espejo glacial los astros, las imágenes y los colores; las ideas más abstractas se coronan de poesía, y se nos presentan con la sonrisa de amor en los labios; y las interrogáis, no con temor, como a las lúgubres esfinges, sino con la alegre familiaridad de Alcibíades en el banquete de Sócrates. La naturaleza y la historia concurren por igual a esa revelación del genio, y es difícil decir qué debe admirarse más en este libro, si la profundidad simbólica del naturalismo, o la vasta comprensión de los sucesos históricos.» Lástima grande que el goce de estas sublimes novedades esté reservado, según el docto comentarista, a los que tengan esfuerzo y constancia suficientes para dominar las dificultades de la letra y las resistencias del espíritu del exotérico poema; a los que, «haciendo labor de lapidario, penetren en el pensamiento de Goethe, separando la doble corteza de granito y de diamante en que lo envuelve, sin duda para hacerlo imperecedero.[13]»

[13] Essai sur Goethe et le second Faust, por el barón Blaze de Bury, publicado al frente de la traducción francesa dada a luz en 1841.

Con permiso de este docto crítico, antójaseme que, para ser inmortales, no necesitaron nunca las obras del genio esas embarazosas envolturas, y que, por lo contrario, su fácil inteligencia, su claridad conspicua, es una de las condiciones que, con la admiración constante del género humano, les asegura aquella feliz inmortalidad. Por otra parte, también hay algo que decir sobre esa idea, generalmente admitida, de la oscuridad que envuelve la segunda parte del Fausto, encubridora de recónditas bellezas, a los iniciados reservadas. Uno de nuestros primeros literatos, escritor tan ingenioso como discreto, que no admite con facilidad los ajenos dictámenes, y antes bien parece que guste de marchar contra la corriente, sostiene que nada hay oscuro ni difícil de entender en esta obra de Goethe, que todo su fantástico relato está al alcance del lector provisto de regular ilustración, y que si no produce impresión tan deleitosa esta parte del poema como la otra, débese a que, saliendo de los límites propios de la poesía, acometió el autor la imposible empresa de encerrar en ella el mundo de la filosofía y de la ciencia, convirtiendo sus personajes, vivientes y palpitantes al principio, en seres alegóricos y abstractos, sin calor ni interés.[14]

[14] Prólogo de D. Juan Valera a la traducción castellana de la primera parte del Fausto por D. Guillermo English.

p. xxiiiNo estoy lejos de estas ideas, aunque juzgo que, sin ser tan enrevesado y oscuro como se ha supuesto, el segundo Fausto, superior tal vez al primero por el arte maravilloso con que está escrita cada escena, y como cincelados cada estrofa y cada verso, requiere, por la singularidad del simbólico argumento y por la variedad de ideas contenidas en él, ser leída una y otra vez, y si fuera posible, en el texto original, para encontrarle bien el gusto. Sucede con esta obra como con la música alemana, tan en boga hoy día: hay que oírla y volverla a oír, y cuanto más se oye más agrada. Claro es que en traducciones, en las que, como dice muy bien el escritor a que me refiero, se pierden por lo menos tres cuartos de la belleza de la obra poética original, la segunda parte del Fausto ha de encontrar pocos lectores que de buenas a primeras aprecien todo su mérito.

La puerta se me abre ahora, querido Vicente, para pasar —¡temible tránsito!— de la obra magna de Goethe a mi pobre versión castellana; y al hablar otra vez de ella, vuelve tu nombre a mis labios, sin duda porque necesito toda la benevolencia de los amigos para seguir adelante. Te diré, ante todo, que no encontrarás aquí más que la primera parte del Fausto. ¿Por qué no la segunda? Porque su traducción pareciome mucho más dificultosa y mucho menos agradable, y no era cosa de emprender tan ardua tarea cuando no pensaba en publicar mi trabajo. No renuncio a completarlo; pero esto solo será en el caso de que el juicio del público no sea adverso a este primer ensayo, y de que tenga yo más adelante el vagar que ahora me falta para esos estudios.

Hecha esta advertencia, te diré también que, si algo me anima y disculpa, es lo poco leído y lo mal conocido que es en España el poema de Goethe. En Italia sucedía, poco ha, lo mismo. «No lo creerán los extranjeros, decía Eugenio Checchi, en el prólogo de la traducción de A. Maffei; pero entre nuestros literatos de profesión son poquísimos los que conocían el Fausto de Goethe. Muchos hablaban de él; pero era solamente de oídas.[15]» La traducción de Maffei, de todo el poema, y escrita en hermosos versos, ha acabado en Italia con esa ignorancia de obra tan famosa. Lo mismo ha sucedido en Portugal con la versión de Castilho, también en verso, aunque esta solo comprende la primera parte. ¡Pudiera yo lograr lop. xxiv mismo en nuestra patria! No había aquí versión alguna de ella, que fuera soportable,[16] hasta que se publicó recientemente la de D. Guillermo English,[17] revisada por el Sr. Valera, a cuya competentísima pluma se deben, si no estoy equivocado, los cortos fragmentos traducidos en verso, imitando lo hecho por Gerardo de Nerval y otros traductores franceses, que recurrieron a la rima solamente en los coros, himnos, canciones, y otros pasajes en que prevalece lo lírico sobre lo dramático.

[15] Fausto, tragedia di Wolfango Goethe, tradotta da Andrea Maffei, terza edizione riveduta. Florencia, 1873.

[16] El Sr. Sánchez Moguel, investigador diligente, en la citada Memoria acerca del Mágico prodigioso, cita tres traducciones castellanas del Fausto, anteriores a la del Sr. English, publicadas las tres en Barcelona: una del conocido escritor catalán D. Francisco Pelayo Briz, impresa por López en 1864; otra anónima, inserta en la revista literaria La Abeja, tomo IV; y otra de D. José Casas Barbosa, dada a luz en 1868; todas ellas de la primera parte solamente. Conozco otra traducción, impresa también en Barcelona en 1876, en la Biblioteca titulada Tesoro de Autores ilustres, que se publicaba bajo la dirección del Sr. Bergnes de las Casas. Esta versión, se dice en la portada que está hecha, en presencia de las mejores ediciones, por una Sociedad literaria. Comprende la primera, la segunda parte y los Paralipómenos. Estos Paralipómenos, que algunos titulan tercera parte del Fausto, son fragmentos sueltos que Goethe escribió en sus últimos años y se refieren a varios pasajes del poema, completamente terminado en la segunda parte.

[17] El Fausto de Goethe, Primera parte lujosamente ilustrada. Traducción del alemán por D. Guillermo English. Revisada y aumentada con un prólogo por D. Juan Valera. — English y Gras, editores. Madrid, 1878.

Considero muy apreciable esta traducción del Sr. English: está bien ajustada al texto original, y escrita con frase sobria y lacónica. Quizás este laconismo se lleva al extremo de hacer el estilo algo duro. Pero esa publicación, por su forma especial, no extenderá mucho entre nosotros el conocimiento de la obra de Goethe: producto de una explotación editorial, más bien que de un propósito literario, este libro, lujosamente impreso y magníficamente ilustrado con grabados y fotograbados, es un volumen muy grande, con mucho papel y letras como lentejas, propio para hojearlo encima de una mesa, mas no para leerlo cómodamente.

Por otra parte, la traducción en prosa de un libro escrito en verso podrá satisfacer al conocedor consumado, que rehace en su imaginación la obra primitiva, pero no contentará a la generalidad del público. ¡Extraño encanto el del ritmo y la rima! Parecen cosa pueril, artificiosa, insignificante, y sin embargo, responde a algo tan propio de nuestro ser, que sin ellos pierde gran parte de su atractivo la poesía, aunque juzgamos que esta consiste en cualidades más sustancialesp. xxv e íntimas del pensamiento. Por eso nos deja siempre fríos y descontentos cualquier obra poética traducida en prosa. Lo peor del caso es que, si aun en prosa difícilmente se traducen esas obras, trasladar los versos de un idioma a otro, sin desnaturalizarlos por completo, es casi imposible. Preciso sería, para hacerlo bien, que fuese tan poeta el traductor como el autor traducido. Gerardo de Nerval, refiriéndose a la versión suya y a las publicadas antes en Francia, decía que consideraba imposible una traducción buena del poema de Goethe. «Quizás, añadía, alguno de nuestros grandes poetas pudiera dar idea de él, con el encanto de una versión poética; pero, como no es probable que ninguno de ellos someta su numen a las dificultades de una obra que no ha de reportarle gloria equivalente al trabajo invertido, preciso será que se contenten, los que no pueden leer el original, con lo que nuestro celo ha de ofrecerles.» Algo más osado que M. Nerval, arriesgo yo la traducción en verso, no sin cerciorarme, antes de darla a la prensa —quiero que conste así—, de que no piensa escribir, por ahora, la que tenía en mientes el Sr. Valera, que por lo visto, juzga también insuficientes, ya que no inadecuadas, las versiones en prosa de este libro eminentemente poético.

Dije antes que en España es poco leído y mal conocido; requiere esto último alguna explicación. Muchas son, aun entre las mismas personas ilustradas, las que no lo habrán hojeado nunca; y a pesar de ello, las figuras de Fausto, Mefistófeles y Margarita son para todos familiarísimas. Es que el artista se apoderó de la creación del poeta, y la ha estereotipado —permítaseme el vocablo— en la imaginación popular. El lápiz, el pincel y el buril han reproducido tantas veces esos fingidos personajes, que hasta los más indoctos conocen las escenas culminantes de su existencia imaginaria.[18]

[18] Poco después de publicada la primera parte del Fausto de Goethe, Pedro Cornellius, artista famosísimo luego en Alemania, y que entonces solo contaba veintidós años, dibujó doce láminas, representando los principales pasajes del poema, que fueron muy celebradas. En 1828, para ilustrar una edición hecha en París, el romántico pintor Eugenio Delacroix dibujó otras diez y siete composiciones, que fueron litografiadas, con igual éxito. También el renombrado pintor de aquel tiempo y de aquel país Ary Scheffer tomó la historia del Doctor Fausto como asunto de algunos de sus principales y más aplaudidos cuadros.

p. xxviPara completar esta obra, a las artes del diseño se ha unido el arte lírico. La historia del Doctor y de su amante infortunada pareció tema apropiado y fecundo a los compositores de música dramática, y se han escrito muchas óperas con este argumento.[19] Gounod las ha hecho olvidar todas con su hermoso spartitto, que reina sin rival hasta las orillas del Rin. El Fausto generalmente conocido en España no es el de Wolfango Goethe, sino el de Carlos Gounod. Y como este famoso maestro, aunque ha compuesto una obra verdaderamente inspirada, no acertó a traducir bien la del gran poeta, dije y repito que esta es mal conocida entre nosotros.

[19] En 1814 se cantó en Alemania una ópera titulada Faust leben und thaten (Vida y hechos de Fausto), con música de Strauss; en 1815, otra del maestro Licki, con el título de Faust Leben, Thaten und Höllenfahrt (Vida, hechos y viaje al Infierno de Fausto); en 1818, otra sobre el mismo asunto, de Spohr; en 1820, de Seyfried; en 1831, de Lindpainter, y en 1836, de Rietz. De todas ellas, la única que tuvo gran éxito y se extendió por toda Alemania, es la de Spohr, juzgada aún hoy día como obra maestra de la música germánica. En Francia, el compositor Béancourt compuso una ópera, sobre el argumento de Fausto, que se cantó en París el año 1827, y otra Angelina Bertin, cantada allí también en 1831. En Bruselas se cantó el año 1834 otra ópera de Fausto, compuesta por Pellaert. La ópera de Gounod, cuyo libreto escribieron MM. Carré y Barbier, se estrenó en París el año 1869.

Hay en esa impropia traducción musical deficiencias que no son culpa del compositor, sino de la ineficacia del arte lírico. Hoy se le da a este arte exagerada importancia, y se le atribuyen facultades de que se halla privado. Feliz expresadora de sentimientos, la música solo alcanza a indicar las ideas de una manera muy vaga. El autor que mejor domine los misterios del contrapunto no acertaría a explicarnos con fusas y corcheas la desesperación del Doctor Fausto, su hastío de la vida, su desconfianza de la ciencia, su anhelo de derramar el espíritu en la naturaleza y apoderarse de ella. Esta poesía está muy por encima de todas las arias del mundo.

Así es que el Fausto de Gounod pierde toda su grandeza intelectual, todo el carácter profundamente humano del personaje de Goethe; y solo nos interesa cuando, después del prólogo insignificante en que se opera su transformación, el Doctor rejuvenecido se lanza a la aventura amorosa, como un tenor cualquiera.

La música expresiva, apasionada, sensual en ocasiones, algún tanto mística en otras, grata siempre al oído, del compositor francés,p. xxvii ha dado gran relieve a los amores de Fausto y Margarita y a la intervención siniestra de Mefistófeles en ellos; pero con un arte muy distinto del de Goethe. En este domina la naturalidad: nunca se ha escrito una historia de amores con elementos y recursos más sobrios; nada hay que semeje menos a una heroína de novela o drama, que la pobre Margarita. Un arte exquisito y recóndito ha trasladado al poema con audacísima desnudez, sin preámbulos ni comentos, las que parecen escenas vulgares de la vida real; y resultan —ese es el secreto del genio— dotadas de la mayor belleza ideal. En la obra de Gounod esa artística sencillez esta sustituida por el énfasis y el efecto aparatoso. La sensibilidad, que palpita ingenua y casi inadvertida en el poema, es reemplazada en la ópera por el afectado sentimentalismo. La imagen tan graciosa, tan viva, tan natural de la infeliz doncella enamorada, se convierte en la figura rígida, romántica y casi fantástica de aquella Margarita de guardarropía, que con los ojos entornados y las trenzas sueltas atraviesa la escena con pausada solemnidad, o canta con extraña prosopopeya la canción del rey de Thule, dando vueltas acompasadas al torno. Mefistófeles suple con su deforme jeta, sus ademanes estrambóticos y sus carcajadas estridentes la mordaz ironía que escapa a la expresión musical; Fausto, despojado de las dudas de la inteligencia y las luchas de la voluntad, queda reducido al papel de vulgar galanteador; y hasta el tipo, tan hermoso y verdadero, del leal Valentín, diseñado por Goethe en unos cuantos versos, se afemina cantando romanzas sentimentales. Buena ópera, pues, la de Gounod; pero mala traducción del libro de Goethe; por eso no gusta en Alemania.[20]

[20] Ahora está cobrando fama otra ópera con el argumento de Fausto, escrita con el título de Mefistófeles por Enrique Boito, compositor italiano, pero discípulo de Ricardo Wagner. Fue estrenada con muy mal éxito en Milán el año 1868, pero en 1875 volvió a cantarse en Bolonia, y gustó mucho. Desde entonces corre con aplauso por los teatros cisalpinos y transalpinos. Esta ópera abarca todo el poema de Goethe: el primer acto es el prólogo en el cielo; el segundo la Pascua y la aparición de Mefistófeles; el tercero los amores de Margarita; el cuarto la aparición de Helena; el quinto la muerte de Fausto y la salvación de su alma. El libreto se ha ajustado todo lo posible a las escenas del texto a que se refiere, y la música aspira a traducirlas con exactitud. No puedo juzgarla, porque no la he oído. En Italia, como digo antes, no gustó al principio esta ópera; pero después apreciáronse sus bellezas y ha entrado en el repertorio. En Barcelona se cantó el año pasado con buen éxito, y ahora está ensayándose en el Teatro Real de Madrid. El título me parece impropio: Mefistófeles no es ni puede ser el protagonista de esta tragedia; ese ser infernal solamente nos interesa por su intervención en los asuntos de Fausto, que ha de figurar siempre como principal personaje de esta historia.

p. xxviiiEn la esfera del arte musical, mejor que las composiciones teatrales han traducido la obra de Goethe obras no destinadas a la escena, y cuyos autores tentaron una interpretación interior y profunda del poema. En este caso está, principalmente, el Faust, de Schumann, vasta composición, que no llegó a terminar aquel célebre maestro. Es una serie de escenas en que hay solos, coros y fragmentos orquestales, compuestos, no para la representación teatral, sino para conciertos. Quizás nadie ha interpretado musicalmente de una manera tan exacta y tan íntima como Schumann el pensamiento del genio de Weimar.[21]

[21] Hacia el año 1853 comenzó a escribir Schumann estas escenas, y le sorprendió la muerte sin haberlas concluido. Quedó terminada la obertura. De la primera parte de la tragedia (último trabajo del autor) solo tenemos la escena del jardín, la de la iglesia y la plegaria de Margarita; en la segunda parte sobresalen el coro de espíritus que velan a Fausto, el canto de Ariel, y la muerte del Doctor. En la parte tercera, el músico se eleva tanto como el poeta: los cantos del Pater estaticus, el Pater profundus y el Pater seraphicus, de los ángeles llevándose el alma de Fausto, del Doctor Marianus, el himno a la Virgen y el inmenso Hosana final son páginas maravillosas.

Esta difícil empresa sedujo también a Ricardo Wagner: a los diez y ocho años compuso siete escenas sueltas sobre el Fausto. Luego escribió una obertura con ánimo de hacer una ópera completa; pero desistió después de ello, limitándose a refundir aquella obertura, convirtiéndola en un poema sinfónico, obra magistral de energía y fuerza psicológica.[22] También debemos al afamado Listz una composición puramente sinfónica sobre el mismo asunto.[23]

[22] La Obertura de Wagner, en la forma que ha quedado, data del año 1855.

[23] La Faust-Symphonie fue compuesta por Listz en Weimar el año 1854. Consta de tres tiempos: el primero representa el carácter inquieto e insaciable del Doctor; el segundo, la dulce impresión que le produce Margarita; el tercero, la naturaleza diabólica de Mefistófeles. Esta obra es de mucho efecto musical, y tiene el sello del autor; pero no es de inspiración muy elevada.

En Francia, el romántico Berlioz nos dio en su Damnation de Faust una de las versiones artísticas de la tradicional leyenda que han adquirido mayor relieve. Es más exterior que la de Schumann, aunque limitada también a música de concierto. No siguió el compositor francés el plan del poeta alemán, e hizo morir condenadop. xxix y desesperado al insaciable Doctor.[24] Todos estos poemas sinfónicos son muy apreciados por los amantes de la música; pero, en España, para el gran público, como dicen los galiparlantes, el Fausto musical, el que todos conocen y por el cual todos están impresionados, es el de Gounod.

[24] Comenzó Berlioz esta obra hacia el año 1828, cuando aún no había aparecido la segunda parte del Fausto; la terminó en 1846. Aunque no estaba destinada a la escena, ha sido llevada al teatro.

Posible es que, impresionados algunos de mis lectores por el tono enfático y la disposición aparatosa de las escenas de la ópera, queden sorprendidos y descontentos de la natural sencillez con que esas mismas escenas se presentan en el poema; pero pronto quedará vencida esa prevención por la superioridad de un arte tan profundo, como parco, si por fortuna he acertado a trasladar al castellano con exactitud el pensamiento del autor, y de una manera aproximada el tono que dio a su expresión. No es difícil lo primero; sí lo segundo; y en vencer esa dificultad me he esforzado. Impedir que decaiga en trivial lo natural, solo es dado a ingenios de mucha valía, y desconfío de haberlo conseguido. Mi propósito ha sido dar carta de ciudadanía en nuestra patria literatura a la gran creación de Goethe; y entiendo que para ello no basta verter en palabras castellanas, elegantes y significativas, lo que escribió en lengua germánica el insigne vate: hay que acomodar la expresión a la índole peculiar de nuestra Poética; hay que darle sabor verdaderamente castellano. Tratándose de un poema de forma dramática, no podía ni debía olvidar la enseñanza de nuestro glorioso teatro, el de aquel Fénix de los ingenios y de aquel ilustre Calderón, tan admirados ambos por el mismo Goethe. El diálogo escénico está formado en España por esos modelos inmortales, y me parece que no es impropiedad ni irreverencia seguir, aunque de lejos, sus huellas para sacar a las tablas las figuras más famosas del Parnaso alemán. No quiero decir con esto que trate de añadir a la obra traducida galas impropias de ella, sino que en la elección de metros, en el aire y en el tono de las escenas, en algunos giros del estilo, he seguido la escuela de nuestra dramática nacional, para que, como decía al principio, vistan a la usanza española los personajes de Goethe.

Y puesto que vuelvo al comienzo sin pensarlo, señal es de que está terminado el asunto, y me despido de ti, amigo Vicente, y dep. xxx los que leyeren esta carta-prólogo, deseando que todos ellos sean para mí tan benévolos como lo fuiste tú siempre, y rogando a los que adviertan los defectos de mi traducción que me otorguen la merced de decírmelos, para corregirlos, si es posible, y no son tantos que me hagan renunciar a la esperanza de sacarla nuevamente a luz, limpia de sus manchas y lunares.

Teodoro Llorente.

Valencia, 31 de diciembre de 1882.

Ilustración ornamental

p. 31

Grabado

Fausto
Tragedia


p. 33

Ilustración

DEDICATORIA


Tornáis de nuevo, hermosas imágenes flotantes,

que dulce y melancólico un día contemplé.

¿Asiros y teneros podré feliz como antes?

¡Aún vuela hacia vosotras el alma cuando os ve!

Venid, y medio envueltas en el brumoso velo,

a mi poder sumisas, girad en derredor;

el corazón aún late con juvenil anhelo,

si aspira vuestro mágico aliento hechizador.

Hoy vuelven de otro tiempo mejor la alegre historia,

y las risueñas sombras de la feliz edad,

p. 34y como añejo cuento, perdido en la memoria,

sus cándidos amores, su crédula amistad;

y aquel hondo lamento que en las revueltas vías

de la existencia, amargo, del corazón brotó,

y los queridos seres que en venturosos días

la momentánea dicha traidora nos robó.

No escucharéis gozosos mi renaciente canto,

vosotros para quienes la cítara pulsé;

deshízose ¡ay! el coro que comprendió su encanto,

apenas apagándose el eco débil fue.

Hoy mis acentos oye tropel desconocido,

y hasta su mismo aplauso me hiela el corazón;

los pocos que a mi canto prestaran el oído,

si alientan, lejos viven en triste dispersión.

Al reino de los puros espíritus me impulsa

afán en mí dormido, que despertando va;

mas, como el arpa eolia, que un soplo errante pulsa,

incoherentes notas mi labio al viento da.

Del alma opresa brotan suspiro tras suspiro;

ternura enervadora siento surgir en mí:

cuanto poseo y gozo como apariencia miro,

y como bien presente cuanto gocé y perdí.

Ilustración ornamental

p. 35

Ilustración

PRÓLOGO EN EL TEATRO


EL DIRECTOR, EL POETA DRAMÁTICO, EL GRACIOSO

El Director

Decid, buenos amigos,

de mi afán camaradas y testigos,

de nuestra empresa, entre alemana gente,

¿qué pensáis? Es mi anhelo preferente

al público dar gusto:

pues que vivimos de él, nada más justo.

Con los postes y tablas bien dispuesta

está la sala: en apretadas filas

p. 36aguarda el auditorio una gran fiesta;

eleva el ceño, ensancha las pupilas

y mudo espera –¡gente bondadosa!– que

venga a sorprenderle cualquier cosa.

En complacer al público soy ducho;

mas tranquilo no estoy, no estoy sereno:

es verdad que no ha visto nada bueno;

pero, en cambio, esa gente ha visto mucho.

¿Cómo lo dispondremos, de qué modo,

para que nuevo le parezca todo?

Porque me esponjo viendo que a torrentes,

cuando luce aún el sol y dan las cuatro,

la multitud, con gritos impacientes,

pugna en la angosta puerta del teatro;

y como en la tahona, en días de hambre,

pelea por un pan furioso enjambre,

en la taquilla así, por un asiento,

el puño esgrime el pueblo turbulento.

Tanto poder sobre la grey inquieta

no más lo tienes tú, feliz poeta:

repite hoy, pues, el sin igual portento.

El Poeta

No me hables de esa, que la austera Musa

siempre huyó con horror, turba insensata;

¡lejos de mí la multitud confusa

que al abismo fatal nos arrebata!

Llévame allá do en limpios resplandores

nos brinda el cielo goce soberano;

do la dulce amistad y los amores

obran y crean con divina mano.

p. 37Lo que allí el labio trémulo murmura,

lo que allí sueña el alma delirante,

tal vez sublimidad, tal vez locura,

lampo es quizás, que se apagó al instante.

Pero a veces también duerme el profundo

sueño, siglos y siglos, del olvido,

y aparece después y asombra al mundo

del esplendor de la beldad ceñido.

Lo brillante, que viste oropel vano,

fugaz momento dura; pero el sello

de la inmortalidad ostenta ufano

y para el porvenir vive lo bello.

El Gracioso

¡El porvenir! ¡El porvenir!... ¡Manía!

Si yo en el porvenir también pensase,

a los presentes –¡respetable clase!–

¿quién los divertiría?

Quieren reír, y con razón. Da gozo

ver salir a las tablas un buen mozo;

y si sabe expresar su pensamiento,

¿para qué otro recurso?

Cuanto más numeroso es el concurso,

lo conmueve mejor. Tomad aliento

y obrad con energía.

Suelta dad a la errante Fantasía;

la Razón, la Agudeza, el Sentimiento

vayan en seguimiento;

y si queréis que la obra satisfaga,

la loca Insensatez no quede en zaga.

p. 38El Director

Procurad, ante todo,

que la acción sea vasta y estupenda:

el vulgo, a cuyo gusto me acomodo,

quiere ver mucho, aun cuando no lo entienda.

Si embrolláis vuestra fábula de modo

que el abobado espectador se asombre,

la victoria es cabal; sois el gran hombre.

A muchos, dadles mucho. Bien presente

tened que cada cual algo desea

hallar en la obra que a su afán se ajuste:

cuanto más varia y complicada sea,

más fácil será, pues, que cada oyente

encuentre alguna cosa que le guste.

Pensar en unidades es simpleza;

servidnos bien trinchada vuestra pieza:

¿por qué buscar armónico conjunto,

si cada cual os lo destroza al punto?

El Poeta

¡Industria degradada

a la que nunca se doblega el Arte!

La de los charlatanes tropa osada

¿ya os puso de su parte?

El Director

Impropio es tal reproche:

¿no ha de tomar el operario en cuenta

cuál será la más útil herramienta?

¿Para quién escribís? Aquí la noche

pasa el que sufre el tedio de la holganza,

el que llenó, en hartazgos nada módicos,

p. 39de pesado manjar la oronda panza,

o el menguado caletre de periódicos.

Vienen como al paseo,

al circo o a las máscaras: la inquieta

curiosidad les guía, o la costumbre.

Las bellas, con sus galas y su arreo,

nos dan otro espectáculo. Poeta,

¿qué es lo que sueñas en la excelsa cumbre?

¿Te envanece quizás el teatro lleno?

Baja y mira tu gente:

este se maravilla, al arte ajeno;

aquel, docto, bosteza indiferente.

Hay quien está soñando en los tesoros

que le brindan las copas o los oros;

hay quien pensando goza

que le aguardan los brazos de su moza.

¡Por ellos, vates, molestáis con grave

ansia a la Musa en su región serena!...

Dadnos mucho, y aún más, y aún más, si cabe:

ese es todo el secreto de la escena.

Satisfacer al auditorio es cosa

asaz dificultosa:

entretenedlo, divertidlo. Pero

¿qué tenéis? ¿Qué os acosa?

¿Es júbilo? ¿Es dolor?...

El Poeta

¡Vete, profano!

¡Vete! Romper mi servidumbre quiero.

Por llenar tu gaveta,

¿a conmover el corazón humano

renunciará el poeta?

Ese poder que el sentimiento excita,

p. 40ese poder que irrita

los rudos elementos y los calma,

es la armonía que en su ser palpita

y el mundo encierra en su alma.

Mientras Naturaleza indiferente

la hebra retuerce con dormida diestra

de la efímera vida renaciente;

mientras de opuestos modos,

en confusión siniestra

se agitan sin cesar los seres todos,

¿quién a la desacorde muchedumbre

el ser arranca, que distinto vive,

y en él enciende, porque al mundo alumbre,

la excelsa idea que inmortal concibe?

¿Quién de la audaz pasión fulmina el rayo?

¿Quién de sereno encanto el cielo viste

cuando en suave desmayo

halaga el sol poniente al ojo triste?

¿Quién deshoja tus flores, dulce mayo,

de la adorada virgen en la falda?

¿Quién de las ramas, viento, que despojas,

para todos los triunfos, en guirnalda

eterna teje las caducas hojas?

¿Quién el Olimpo crea

y convoca en su cima a las deidades?

La oculta fuerza de la humana idea

que revela el poeta a las edades.

El Gracioso

Usad tan poderosas facultades;

la fábula forjad como querella

amorosa: se encuentran él y ella,

brota la chispa y vuelve de rechazo,

p. 41crece el sabroso anhelo,

se estrecha el tierno lazo,

insta el afán, y la razón el tino

pierde; sube el placer al quinto cielo;

y en esto, cuando nadie lo recela,

acude el desencanto repentino,

y acaba la novela.

Trazad por ese estilo un argumento.

Os da la humana vida larga tela;

cicatriz tienen todos escondida:

poned el dedo en la llagada herida,

y el ansioso interés surge al momento.

Muchos tropos, imágenes y flores;

de verdad una chispa, un mar de errores:

veréis cuán dulce sabe

al paladar del vulgo ese jarabe.

Veréis cómo devora vuestro cuento

el de la juventud crédulo coro,

a cada frase palpitando atento.

En vuestro verso fingirá sonoro

un eco cada tierno sentimiento,

y cada oyente, con feliz zozobra,

lo que hay en su alma lo verá en vuestra obra.

La sonrisa y el llanto

fáciles brotan a tan dulce encanto,

y ya el aplauso embriagador escucho.

Duro es de conmover el hombre ducho;

mas contad con el nuevo

corazón entusiasta del mancebo.

El Poeta

Vuélveme, pues, al venturoso día

en que el futuro bien me sonreía;

p. 42cuando de nobles cantos la copiosa

fuente brotaba, y ocultaba pía

el mundo nube de zafiro y rosa.

Vuélveme al tiempo aquel en que las flores

brotaban a mi paso, siempre bellas;

y cada vez mejores,

fragancias y matices y esplendores

mi no saciado afán hallaba en ellas.

Nada tenía, ni pedía al cielo;

para mí era bastante

de la verdad el generoso anhelo,

la eterna sed de la ilusión brillante.

Vuélveme la pasión nunca vencida;

la dicha humana, que profunda gime;

la fuerza que hace, al despertar la vida,

sangriento el odio y el amor sublime:

¡dame otra vez la juventud perdida!

El Gracioso

¡La juventud! ¿Y para qué la quieres?

Si en dura lid acometido fueres;

si una mujer en torno de tu cuello

tendiera el brazo bello;

si allá en lejana meta

la que audaz ambiciona

el generoso atleta

vieras brillar, olímpica corona;

si tras la danza inquieta

te brindara la copa loca orgía,

llorar la juventud justo sería.

Pero en cítara de oro

el vuelo de la libre fantasía

seguir y el canto acompañar sonoro,

p. 43tarea, ¡oh mis señores los ancianos!,

es adecuada a vuestras flacas manos.

Leí en libros añejos

que niños otra vez se hacen los viejos;

mas yo diré, si a la verdad me ciño,

que al hombre la vejez sorprende aún niño.

El Director

Ya de cháchara inútil basta y sobra;

cerrad el pico, y manos a la obra.

Mientras charlabais, algo de provecho

pudierais haber hecho.

¿De qué sirve la hueca teoría,

si, de valor desnuda,

la incertidumbre duda?

¿Poeta sois? Pues dadnos poesía.

Qué gusta al vulgo ¿lo ignoráis acaso?

Pide su paladar licor hirviente;

hasta los bordes, pues, llenadle el vaso;

lo que hoy no hagáis, mañana os saldrá al paso,

y un día habréis perdido tristemente.

Una idea coged por los cabellos:

en nuestra patria escena

todo novel autor su drama estrena;

haced lo que hacen ellos.

Compasión no tengáis del tramoyista:

mudad decoraciones;

haced brillar a nuestra absorta vista

la luz del cuarto y la del quinto cielo,

y sin ningún recelo

derramad las estrellas a millones.

La escena está provista

de riscos y de selvas y cascadas,

p. 44de aves, monstruos y fieras.

En esas cuatro tablas mal pintadas,

orbes amontonad, cielos y esferas;

y en vuelo cadencioso,

desde el opaco mundo,

remontadnos al cielo esplendoroso

y hundidnos en el báratro profundo.

Ilustración ornamental

p. 45

Ilustración

PRÓLOGO EN EL CIELO


EL SEÑOR,
los EJÉRCITOS CELESTIALES. Después MEFISTÓFELES.
Los tres ARCÁNGELES se adelantan

Rafael

Une su añejo ritmo a la armonía

de la celeste esfera el sol sereno,

y exacto sigue la prescrita vía

con los potentes ímpetus del trueno.

p. 46Presta vigor al Ángel su mirada,

aunque él en vano sondearla intente:

como al salir risueña de la nada,

la obra inmensa de Dios brilla esplendente.

Gabriel

Con rapidez inconcebible gira

la Tierra, fulgurante de hermosura,

y la luz del Edén rápida mira

trocada en noche tétrica y oscura.

Y el mar contra las rocas espumante

estrella pertinaz sus aguas locas,

y en el eterno círculo incesante

rodando van al par aguas y rocas.

Miguel

Del mar la tempestad corre a la tierra,

y de la tierra al mar vuelve rugiendo;

y en órbita fatal al mundo encierra

con fiero afán y encadenado estruendo.

Luto y desolación, terror y espanto,

el rayo, al estallar, delante envía;

pero tus mensajeros, ¡oh Dios santo!,

el curso alaban de tu hermoso día.

Los tres Arcángeles

Presta al Ángel vigor vuestra mirada,

aunque él en vano sondearla intente;

p. 47como al salir risueña de la nada,

aún vuestra obra, Señor, brilla esplendente.

Mefistófeles

Señor, pues aún a nosotros

te aproximas complaciente,

y lo que pasa allá abajo

con mil preguntas inquieres,

aquí, en medio de tus siervos,

de nuevo, Señor, me tienes.

Perdona; a mis labios faltan

palabras grandilocuentes;

pero, aunque el público silbe,

como pueda explicareme.

Reír a las mismas piedras

hiciéranles mis sandeces;

mas tú por nada del mundo

la gravedad, Señor, pierdes.

Comienzo, y nada te digo

del sol, astros ni satélites:

yo en el orbe solo veo

al mortal y sus reveses.

Ese Dios diminutivo

del pobre globo terrestre,

guarda inmutable el tipo

de su ridícula especie,

y aún hoy, como el primer día,

me maravilla y divierte.

Tan desdichado no fuera

si en su envanecida mente

no hubieras puesto el reflejo

de tu resplandor celeste.

p. 48Razón lo nombra, y le sirve

para ser el más imbécil

de los que orgulloso y fatuo

llama irracionales seres.

Con permiso de tu Alteza,

a mí el hombre me parece

el cigarrón que en el campo

salta y canta eternamente,

siempre con los mismos brincos,

con la misma canción siempre.

¡Y ojalá solo en la hierba

arrastrase inquieto el vientre!

Pero en toda porquería

la atrevida nariz mete.

El Señor

¡Siempre es igual tu querella!

¿Nada más decirme quieres?

¿Nada bueno has encontrado

en el mundo?

Mefistófeles

Francamente,

hallo hoy el mundo tan malo

cual pareciome otras veces.

Compasión me dan, no envidia,

los hombres y las mujeres;

y ya tentar me repugna,

Señor, a esa pobre gente.

El Señor

¿Conoces a Fausto?

p. 49Mefistófeles

¿A Fausto

el Doctor?

El Señor

¡Mi siervo!

Mefistófeles

¡Ese!

¡Pues me place la manera

como os sirve el tal sirviente!

Manjares no hay en la tierra

que sus labios no desdeñen;

y al espacio imaginario

le arrastra su extraña fiebre.

De su insensata locura

a medias conciencia tiene;

al cielo le pide el astro

que más puro resplandece,

y al mundo la más intensa

sensación de sus placeres;

y ni el cielo ni la tierra

juntando todos sus bienes,

llenar podrán el vacío

de su corazón estéril.

El Señor

Aún hoy, perdida la ruta,

me sirve. A sus ojos fieles

p. 50brillará la luz mañana.

Bien el hortelano entiende,

cuando el botón rompe el árbol,

qué fruto ha de prometerse.

Mefistófeles

Gran Señor, ¿apuestas algo

a que tu siervo te vende,

si llevarlo por mis sendas

me dejas?

El Señor

Tentarlo puedes

mientras viva. Está en peligro

de errar quien busca y pretende

los aciertos.

Mefistófeles

Te doy gracias,

Señor, pues no me apetecen

los muertos. Carnes rollizas

y frescas son mi deleite.

Si se trata de un cadáver,

cargue otro con ese huésped:

soy cual los gatos, que solo

a las ratas vivas muerden.

El Señor

Pues bien: te entrego mi siervo.

De la originaria fuente

desvía el alma piadosa

y el cauce, si sabes, tuerce;

mas confiesa tu derrota,

p. 51si un ser tan pobre y tan débil

el camino recto encuentra

entre tantas lobregueces.

Mefistófeles

No ha de ser larga la prueba:

confío en mi buena suerte,

y si ella el triunfo me otorga,

los lauros no me cercenes.

El doctor morderá el polvo,

lo morderá relamiéndose,

como aquella del manzano

mi buena tía la Sierpe.

El Señor

Ancho campo te concedo.

Nunca odié a los de tu especie;

entre todos los que niegan,

genios a mi ley rebeldes,

pobre bufón malicioso,

el menos dañino tú eres.

El hombre, a menudo, en brazos

del reposo desfallece,

y es bueno que en el camino

le anime, aguije y despierte

un compañero de viaje,

aunque el mismo diablo fuere.

(A los Arcángeles.)

La que brilla inmortal santa hermosura

gozad, hijos de Dios, en mi regazo;

p. 52la sustancia, que vive eterna y pura,

de amor os ligue con el tierno lazo,

y a la incierta apariencia del momento

forma dé vuestro fijo pensamiento.

(El cielo se cierra y los Arcángeles se dispersan.)

Mefistófeles, solo

De vez en cuando olvido mis rencillas,

y busco al Viejo, y pláticas entablo.

Pláceme que un Señor de campanillas

trate con atención a un pobre diablo.

Ilustración ornamental

p. 53

Grabado

Primera parte


p. 55

Ilustración

DE NOCHE

En un aposento gótico, estrecho, con elevada bóveda,
FAUSTO intranquilo sentado a su pupitre.

Fausto

Filosofía, ¡ay, Dios!, Jurisprudencia,

Medicina además, y Teología,

por desgracia también, lo estudié todo,

todo lo escudriñé con ansia viva,

y hoy, ¡pobre loco!, tras afanes tantos,

¿qué es lo que sé? Lo mismo que sabía.

Doctor me llamo, dígome maestro,

y hace diez años ya que abajo, arriba,

acá y allá, y a diestra y a siniestra,

p. 56a rastras llevo la escolar traílla.

¡Solo pude aprender que no sé nada,

y el alma en la contienda está rendida!

Bachiller o doctor, seglar o preste,

nadie su ciencia iguala con la mía;

ni escrúpulo ni duda me atormentan;

ni demonio ni infierno me intimidan;

y así, de sombras y de espantos libre,

huyó todo el encanto de mi vida.

Al hombre inútil, para el bien estéril,

nada puedo enseñar que de algo sirva,

y sin caudal, ni crédito, ni honores,

vida arrastro que un can despreciaría.

Doyme a la Magia, pues. ¡Oh, si pudiera

el vigor del Espíritu, que anima

al Verbo humano, la secreta clave

revelarme de todos los enigmas!

No con pálido afán sudara sangre

para hacer comprender lo que mi misma

razón no comprendió; y en las entrañas

penetrando del mundo, encontraría

del eterno Poder vivificante,

allí dentro, las fuentes escondidas,

y no hiciera, en insulsas peroratas,

tráfago insustancial de charla ambigua.

A mi angustioso afán, ¡oh luna llena!,

da por última vez tu luz amiga:

¡cuántas, a media noche, tus destellos

bebí ansioso, postrado en esta silla,

cuando aquí, entre volúmenes y folios,

tristes y misteriosos descendían!

¡Fuérame dado en tu viviente lumbre

feliz vagar sobre las altas cimas;

p. 57en los antros seguir los vagarosos

espíritus; flotar con tu indecisa

muriente claridad en las praderas,

y olvidando las ásperas vigilias

del inútil saber, en tu rocío

bañar feliz la sien enardecida!

¿Hasta cuándo será mi calabozo

este tugurio, madriguera indigna,

en donde hasta la pura luz del cielo

la pintada vidriera nubla y filtra?

Cíñeme en torno cúmulo de libros,

que el polvo ensucia y muerde la polilla;

papelotes y viejos pergaminos

suben al techo en apretadas pilas.

Cóncavos vidrios, botes y redomas,

extraños instrumentos hechos trizas

–¡única y triste herencia de mis padres!–,

¡mi vida llenan, si mi vida es vida!

Y pregunto: ¿por qué, medroso y débil,

mi desmayado corazón palpita?

Y pregunto: ¿por qué mortal angustia

mis flacas pulsaciones paraliza?

Lo pregunto, y sin ti, Naturaleza,

en cuyo seno Dios nos forma y cría,

en el polvo, en el humo y la carcoma,

vivo enterrado entre osamentas frías.

¡Fuera de aquí! ¡Luz! ¡Aire! ¡Campo abierto!

Este libro me da segura guía:

por la mano del docto Nostradamus

fueron todas sus páginas escritas.

El curso aprenderé de las estrellas,

y de nueva virtud mi alma provista,

sabré cómo el Espíritu invocado

p. 58al invocante Espíritu adoctrina.

Con las áridas reglas, nuestra mente

los signos misteriosos no descifra;

pues que vagáis, Espíritus, en torno,

oíd, y contestad a la voz mía.

(Abre el libro y se presenta el signo del Macrocosmos.)

¡Cuán sabrosa fruición, ante esa imagen,

mi ser inunda y mi sentido anima!

Por mis arterias y mis nervios corre

el santo hervor de renaciente vida.

¿Fue un Dios acaso quien trazó este signo,

que el hondo afán del corazón mitiga,

al Espíritu presta nuevas alas

y a la Naturaleza el velo quita?

¿Un Dios yo mismo soy? Todo a mis ojos

aparece distinto: en esas líneas

vi a la Naturaleza productora,

que al alma está patente y sometida.

El Sabio dijo bien –hoy lo comprendo–: «Barrera

impenetrable no limita

el mundo del Espíritu: ¿está muerto

tu pobre corazón, tu alma rendida?

¡Álzate, pues, y tu terrena frente

baña en el rosicler del nuevo día!»

(Contempla el signo.)

Todo se mueve, completando el todo,

y cada parte enlázase distinta;

los celestes Espíritus, que ascienden

y descienden al par en dobles filas,

pasan de mano en mano el áureo sello;

y en el éter batiendo alas benditas,

van de la tierra al cielo, cielo y tierra

llenando de inefables armonías.

p. 59¡Bella visión, pero visión al cabo!

¡Cómo asir y estrechar a la infinita

Naturaleza, y exprimir sus pechos!

Manantial ellos son de toda vida;

de ellos penden los cielos y la tierra;

su fecundo raudal todo lo anima,

y en vano pide mi sediento labio

una gota, no más, de esa ambrosía.

(Vuelve la hoja involuntariamente y ve el signo del Espíritu de la Tierra.)

¡Cuánto es diversa, Genio de la Tierra,

tu acción! Estás más cerca, y a tu vista

crecen mis bríos, cual si rojo mosto

inundara mi ser: con frente erguida

quiero lanzarme al mundo; afrontar quiero

sus infortunios, afrontar sus dichas;

provocar la tormenta, y sin espanto

ver la nave a mis pies rota y hundida.

Pero nublose el cielo;

la luna en él se eclipsa;

mi lámpara se apaga,

y ráfagas rojizas

descienden y circundan

mi sien descolorida.

Vertiginoso anhelo

dentro de mí palpita,

y siento que el Espíritu

siniestro se aproxima.

¡Rasga el velo! ¡Aparece!

¡Cuál sufre el alma mía!

Por abrir nuevo cauce

mis sentimientos lidian,

p. 60y hacia ti, fatal Genio,

todos se precipitan.

¡Preséntate, aunque fuere

al precio de mi vida!

(Toma el libro y pronuncia misteriosamente el nombre del Espíritu. Enciéndese una luz rojiza y trémula. El Espíritu aparece en ella.)

El Espíritu

¿Quién me llama?

Fausto

¡Visión espantadora!

El Espíritu

Audaz me evocas y a venir me obligas,

y ahora...

Fausto

Me aterra tu presencia. Aparta...

Grabado

El Espíritu

Con largo afán llamábasme, y querías

ver mi semblante y escuchar mi acento;

cedo a tu voz, preséntome a tu vista:

¿qué cobarde congoja rinde y postra

tu valor sobrehumano? ¿Quién tu altiva

aspiración rindió? ¿Por qué desmaya

el corazón soberbio, que en sus vivas

palpitaciones engendraba un mundo,

y con su propia savia lo nutría?

¿Cómo sucumbes, si tender el vuelo

p. 63al par de los Espíritus querías?

¡Y eres tú Fausto, el Fausto que me invoca!

¡Eres tú Fausto, y, ¡despreciable hormiga!,

al soplo solo de mi voz, heladas

temblaron tus entrañas conmovidas!

Fausto

¡Oh, no, roja visión, hijo del fuego!

Soy Fausto, soy tu igual; no me intimidas.

El Espíritu

En la incesante ráfaga

de actividad continua,

vuelo de arriba abajo,

vuelo de abajo arriba;

y en ese veloz torno,

que el Tiempo mueve y gira,

mis dedos impalpables

las tenues hebras hilan

de la vida y la muerte,

de la muerte y la vida,

tejiendo a Dios, en el telar eterno,

la que viste inmortal túnica viva.

Fausto

¡Cómo sintiendo voy que a ti me acerco,

Espíritu que flotas y te agitas

sobre el mundo!

El Espíritu

Al Espíritu que sueñas

y tu mente concibe, te aproximas,

no a mí.

p. 64Fausto (aterrado)

¿No a ti? Pues dime: ¿a quién? ¿Imagen

soy de Dios, y ni a ti llegar podría?

(Llaman.)

¡Oh! ¡Mal haya!... Es mi fámulo. Destruye

mi ventura y los éxtasis disipa.

En el pleno esplendor de mis visiones,

¿para qué, impertinente, tu visita?

(Entra Wagner con bata y gorro de dormir. Fausto le vuelve la espalda malhumorado.)

Wagner

¡Perdón! Tu voz, que a mí llega,

es la que me trajo aquí:

que recitabas creí

alguna tragedia griega.

Y hubiera, a fe, gran placer

en saberlas declamar,

que hoy ese arte, a no dudar,

utilísimo ha de ser;

pues alguien dijo, señor,

recuérdolo en este instante,

que dar puede un comediante

lección a un predicador.

Fausto

Dársela podrá muy bien,

si es el cura, por acaso,

otro comediante, caso

que ocurrir suele también.

p. 65

Ilustración

Wagner

Quien en su estancia sombría

vive en retiro profundo,

y sale no más al mundo

en algún solemne día;

quien, si llega a percibirlo,

es por angosto agujero,

mal puede, a lo que yo infiero,

conmoverlo y dirigirlo.

Fausto

No ha de lograrlo jamás

quien en su pecho no sienta

arder la llama violenta

con que abrase a los demás.

Pasa aquí todos tus ratos

estudiando: mata el hambre

p. 66con esta merienda fiambre

de las sobras de otros platos;

y acumulando a montones

los textos, que has hecho trizas,

sopla sobre sus cenizas

con enérgicos pulmones.

Brotará menguada llama,

y es posible que a ese precio

el niño, el simple y el necio

tu nombre den a la fama;

mas, si fuere tu ambición

los corazones mover,

ha de brotar tu saber

de tu propio corazón.

Wagner

Lo que al vulgo halaga más

es la pomposa elocuencia,

y en esa difícil ciencia

aún me encuentro muy atrás.

Fausto

Busca más dignos laureles

y adelanta poco a poco...

¿quieres hacer como el loco

que agita los cascabeles?

Afeite de todas clases

es a la verdad ajeno;

si has de decir algo bueno,

no vayas cazando frases;

pues son las palabras huecas,

p. 67que brillante oropel cubre,

ráfaga estéril de octubre

que mueve las hojas secas.

Wagner

Incierta y breve es la vida,

largo el arte, y en tan alta

empresa a veces nos falta

la razón desvanecida.

Quien llegar al fin intenta

afán sufre luengo y rudo,

y en el camino, a menudo

el pobre diablo revienta.

Fausto

La sed del alma no calma

un árido pergamino:

ese manantial divino

lo lleva en su fondo el alma.

Wagner

También la imaginación

goza cuando el vuelo tiende,

y el espíritu comprende

de otra edad y otra región.

De antigua ciencia los rastros

descubre, y disfruta viendo

cómo el hombre va subiendo

y subiendo...

Fausto

¡Hasta los astros!

¿Qué es el pasado, en verdad?

p. 68Un libro sellado: sombras

y dudas. ¿Qué es lo que nombras

espíritu de otra edad?

La doctrina, nueva o vieja,

de aqueste o aquel autor,

que su propio resplandor

sobre el pasado refleja.

Si bien lo miras, ¡qué enojos!

su luz es sombra no más;

y de ella separarás

desencantado los ojos;

pues su genio, que de lejos

brilla con rayos propicios,

es costal de desperdicios,

almacén de trastos viejos,

y escenario, en conclusión,

donde inconscientes se agitan

y bellas frases recitan

monigotes de cartón.

Wagner

¿Y el universo? ¿Y el hombre?

¿Saber su esencia no cabe?

Fausto

¿Saber? ¡Pensar que se sabe!

¿Quién dar puede el propio nombre

a las cosas? Si en la tierra

alguien descubre esa oculta

ciencia, y en sí no sepulta

los arcanos que ella encierra,

al derramar esa luz,

que al hombre obcecado hiere,

p. 69víctima infelice, muere

en la hoguera o en la cruz.

Pero, adiós: la noche vuela;

ya es tarde; basta por hoy.

Wagner

Oyéndote, como estoy,

pasara la noche en vela.

Pero mañana son Pascuas,

y, si molestarte no es,

dos preguntas te haré, o tres,

que me tienen ahora en ascuas.

Amo el saber de tal modo,

que incesante por él lucho:

a tu lado aprendí mucho;

mas saberlo quiero todo.

(Sale.)

Fausto (solo)

Nunca abandona la esperanza al loco

soñador de quimeras; áurea mina

busca en la tierra ansioso: ¡qué fortuna,

si al cabo da con una sabandija!

Y en el propio lugar donde la excelsa

legión de los Espíritus me hostiga,

la voz sonó de tan pueril querella.

¡No importa! Tu presencia intempestiva,

hijo vulgar de la ralea humana,

no habrá sido enojosa ni perdida,

pues me arrancó el afán desesperado

que ya todo mi ser estremecía.

Fue la visión tan colosal, que halleme

pigmeo ante ella, y desmayé a su vista.

Hijo de Dios, al misterioso espejo

p. 70de la eterna verdad llegar quería,

y los terrenos lazos desatando,

aspiraba feliz la luz divina.

Superior al querub, en el regazo

del mundo derramé mi propia vida,

y mezclando mi sangre con su savia,

audaz soñé la Creación ya mía.

¡Estéril presunción! Una palabra

rayo fue que fulgura y me aniquila.

Medir no puedo mi poder contigo:

mis tristes voces a venir te obligan;

pero no te aprisionan. A tu lado,

¡cuán grande y cuán pequeño me sentía!

Pero a la suerte incierta de la triste

humanidad arrójanme tus iras.

¿Quién marcará mi norte y mi sendero?

¿Seguiré los impulsos que me guían?

Nuestras protestas, nuestros mismos actos

no detienen la marcha de la vida.

La más sublime aspiración del alma

siempre grosera escoria impurifica,

y al conquistar los bienes de la tierra,

juzgamos ilusión, sueño y mentira

el bien mayor. Si generoso arranque

al noble corazón da fuego y vida,

vertiginoso el torbellino humano

ese sagrado afán seca y marchita.

La eternidad a su ambición no basta

cuando rompe a volar la fantasía,

y el rincón más angosto es suficiente

para encerrar, al cabo, nuestras dichas.

La ingratitud el corazón taladra,

robándonos la paz y la alegría,

p. 71y el secreto pesar en él engendra.

La zozobra, con máscaras distintas,

se disfraza, y sin tregua nos persigue,

casa o corte, mujer, hijos, familia,

agua, fuego, puñal o bebedizo.

Y así el mortal, en ansiedad continua,

teme el peligro cuando no le amaga,

o llora el bien que disfrutar podría.

¿Semejante yo a Dios? ¡Vana quimera!

Semejante al gusano, que se abriga

en el polvo, y de polvo alimentado,

muerte le da y sepulcro quien lo pisa.

¿Polvo no son los viejos cachivaches

que llenan esa negra estantería,

y cuyo sucio fárrago en un mundo

de podredumbre y aridez me abisma?

¿Daranme lo que anhelo? Devorando

volumen tras volumen, ¿qué hallaría?

Que si algún hombre se creyó dichoso,

a sí mismos los más se martirizan.

¿Y tú, por qué, burlona calavera,

por esas huecas órbitas me miras?

¿Para decirme que, cual lucho y sufro,

tu espíritu pugnaba y padecía,

y sediento de luz, por senda errada

fue a sumergirse en las tinieblas frías?

¿Qué me decís, retortas y alambiques?

Mofa callada en la pared sombría

hacéis quizás a mi insensato duelo,

ruedas y tubos, frascos y vasijas.

A la puerta llegué: la vi cerrada;

la llave me faltaba, os la pedía;

y aún aquí, pavorosos instrumentos,

p. 72me tenéis a la puerta sin abrirla.

Naturaleza sus secretos guarda

misteriosa, velada en pleno día,

y no abrirán palancas ni ganzúas

lo que cerró implacable a nuestra vista.

¡Armatostes inútiles! ¡Legado

de mi padre y sus pálidas vigilias!

Pended ociosos del siniestro muro

que la lámpara ahumó, siempre encendida.

Más me valiera mi caudal escaso

gastar, que conservarlo con fatiga.

¿Para qué quieres la paterna herencia,

si no la gozas? Al presente aplica

las riquezas: es carga agobiadora

el oro, cuando no lo necesitas.

Mas ¿por qué allí claváronse mis ojos?

¿Es aquel frasco imán de mis pupilas?

¿Por qué me halagas, como en selva oscura

luna apacible que de pronto brilla?

Yo te saludo, mágica redoma,

y llego a ti con mano estremecida,

reverenciando en tu licor precioso

del humano saber las maravillas.

Esencia de los jugos que adormecen,

mezcla de las ponzoñas que asesinan,

muestra a tu dueño tu virtud suprema.

Al mirarte, mi afán se tranquiliza;

al asirte, mi angustia se modera,

y la interior tormenta se apacigua.

En alta mar mi espíritu navega;

su brillante cristal el aura riza,

y me llama el fulgor de nueva aurora

a nuevo puerto en encantada orilla.

p. 73Carro de fuego, que veloces alas

conducen por los aires, se aproxima:

nuevo camino me abrirá en los cielos

de donde mana la perpetua vida.

¿Podré gozar, gusano de la tierra,

el bien excelso, la inmortal delicia?

¡Podré, sí! ¿Qué me falta? Las espaldas

volver al sol que aquí nos ilumina;

abrir audaz la puerta misteriosa,

cuyo umbral nuestro pie temblando pisa.

Hora es ya de probar que emular puede

con la ensalzada majestad divina

la humana condición. No más espantos

al borde de esa inescrutable sima,

do la imaginación tiembla azorada

con los espectros que forjó ella misma,

y en cuya boca ante nosotros arden

las llamas del infierno maldecidas.

Voy a tentar el salto pavoroso,

aunque la oscura nada me reciba.

Sal otra vez del protector estuche,

sal, olvidada copa cristalina,

que un tiempo, en el festín de mis abuelos,

serenabas las frentes pensativas.

De mano en mano sin cesar pasabas,

y al pasar, cada cual, por ley antigua,

agotaba de un sorbo el hondo seno,

y las viejas historias esculpidas

en tu metal precioso relataba.

¡Cuántas veladas, al placer propicias,

de mi dichosa edad, tú me recuerdas!

Hoy no puedo ofrecerte, copa amiga,

a feliz comensal, ni en tu alabanza

p. 74aguzaré el ingenio, cual solía.

Pócima embriagadora el cáliz llena,

preparada por mí, por mí escogida.

¡Última libación, con toda el alma

te consagro a la aurora, al nuevo día!

(Lleva la copa a los labios.)

Grabado

Vuelo de campanas y coros

Coro de ángeles

¡Cristo ha resucitado!

¡Júbilo al hombre y paz!

¡Al hombre aprisionado

por el fatal pecado,

que al corazón llagado

enróscase tenaz!

p. 75Fausto

¿Qué lejano clamor, qué voces puras

mi labio apartan de la copa impía?

¿Celebra ya, sonora, la campana

tu alborada feliz, Pascua bendita?

¿Cantáis vosotros, apacibles coros,

las palabras que el Ángel repetía,

y que en la negra noche del sepulcro

nuncian la nueva Ley y la publican?

Coro de mujeres

Sus miembros con hierbas

y aromas ungimos;

nosotras, sus siervas,

sepulcro le dimos.

A nuestra ternura

debió la envoltura;

mas ¡ay!, ¿qué será?

Ya en la sepultura

el Cristo no está.

Coro de ángeles

¡Cristo ha resucitado!

¡Dichoso el hombre fiel

que, amante y resignado,

del infortunio airado

sufrió la prueba cruel!

Fausto

¿Por qué hasta el polvo, en que rendido yazgo,

descienden las celestes armonías?

p. 76A otro más blando corazón halaguen:

yo comprendo el mensaje que me envían;

mas falta al alma fe, y es el prodigio

hijo querido de la fe sumisa.

Volar no puedo a las esferas donde

nuncia la Buena Nueva voz divina;

pero, a ese acento encariñada el alma,

a sus lejanos ecos se reanima.

Hubo un tiempo en que un ósculo del cielo

el domingo a mis sienes descendía;

goces mil anunciaba la campana,

y era santa oración mi mayor dicha.

Hondo, sereno, irresistible impulso

llevábame a los bosques y campiñas,

y allí, entre dulces lágrimas, un mundo

dentro del joven corazón nacía.

La voz, que hoy suena, del sagrado bronce

señaló a mi niñez sus alegrías,

y las serenas fiestas de los campos

que el esplendor primaveral nos brindan.

Ese recuerdo de infantil ventura

mi pie detiene en la fatal orilla:

¡Sonad, dulces sonad, himnos celestes!

Pues el llanto brotó, volví a la vida.

Coro de discípulos

Glorioso alzó el vuelo,

y rápido al cielo

subió el Inmortal;

glorioso, potente,

ya reina esplendente,

bebiendo en la fuente

p. 77la esencia vital.

Nosotros, en tanto,

bañados en llanto,

quedamos sin ti.

Espanto siniestro

nubló el gozo nuestro,

pues solos, maestro,

nos dejas aquí.

Coro de ángeles

¡Cristo ha resucitado!

La voz triunfal retumba.

Dejad el lecho helado,

muertos, y abrid la tumba.

Vosotros, hijos de Eva,

los que decís su Nueva,

los que esperáis su cielo,

los que coméis su pan,

cesad en vuestro duelo:

aunque el Señor se eleva,

presente a vuestro anhelo

está y a vuestro afán.

Ilustración

p. 78

Ilustración

A LAS PUERTAS
DE LA CIUDAD


GENTES DE TODAS CONDICIONES SALEN A PASEO

Unos artesanos

¿Vais a tomar el camino

de los cazadores?

Otros

Sí.

Los primeros

Pues nosotros, por aquí

nos vamos hacia el molino.

Otro camarada

A mí me divierte más

ver el río.

p. 79Uno de los primeros

Yo no estoy

por esa vista.

Los segundos

¿Y tú?

Un tercero

Voy

adonde van los demás.

Cuarto artesano

Ven y llega a las alturas

de Burgdorf, si encontrar quieres

buena cerveza, mujeres

deliciosas, y aventuras.

Quinto artesano

¿No te escuecen las espaldas?

Evitaré la ocasión.

Sube tú, si quieres: son

peligrosas esas faldas.

Una moza de servicio

No, no: doy la vuelta ya

a la ciudad.

Otra

¡Tonta! ¿Ves

aquellos chopos? Allí es

donde esperando él está.

p. 80La primera

Y a mí ¿qué? ¡Que espere! ¡Digo!

¡Pues me divierte el bromazo!...

A ti sola te da el brazo,

y baila, no más, contigo.

La otra

Hoy con él encontrarás

al de las rubias patillas.

Un estudiante

¡Mira qué alegres chiquillas!

¡Vamos corriendo detrás!

Para mi gusto no hay nada

como estas tres cosas: buena

cerveza, una pipa llena,

y una moza endomingada.

Una señorita de la clase media

¡Es una vergüenza! ¡Están

locos!... Pudiendo, a fe mía,

tener buena compañía,

tras esas mozuelas van.

El segundo estudiante (al primero)

No corras, no te adelantes;

ahí detrás vienen dos bellas:

míralas. Es una de ellas

mi vecina: ¡qué elegantes!

Ven, ven: por ella estoy loco.

p. 81Aunque van pasito a paso,

verás cómo así, al acaso,

nos alcanzan, poco a poco.

El primer estudiante

Gozar a mis anchas quiero.

¿Ves? La caza se nos vuela:

corre tú a la damisela;

yo las fámulas prefiero.

La muchacha que, hecha un pingo,

barre el sábado mejor,

es la que con más primor

te acariciará el domingo.

Un ciudadano

El nuevo alcalde no en balde

me irrita: está cada día

más tieso su Señoría,

más orondo, y más... ¡alcalde!

¿Qué hace digno de loar

por el común? En creciente

van juntos constantemente

obedecer y pagar.

Un mendigo (cantando)

Buen caballero, bellas señoras,

de ojos alegres, de rostro en flor,

compadeceos de quien implora

mísero y triste vuestro favor.

Nunca a los buenos mi voz molesta,

y el que la atiende dichoso es:

hoy para todos día es de fiesta;

para mí sea de rica mies.

p. 82Ciudadano segundo

Placer no encuentro en la tierra

como en las tardes de holganza

comentar, llena la panza,

las noticias de la guerra.

Batan el cobre en Turquía

el ruso y el otomano;

sentado yo, copa en mano,

allá en la cervecería,

contemplo sin sinsabores

cruzar, entre ambas riberas,

embarcaciones ligeras

de diferentes colores;

y cuando en grato solaz

la tranquila tarde pasa,

vuelvo bendiciendo a casa,

las delicias de la paz.

Ciudadano tercero

Soy de la misma opinión:

tengamos orden profundo

en casa, y húndase el mundo

en fatal conflagración.

Una vieja

(Dirigiéndose a las señoritas que hablaron antes.)

¡Qué preciosas señoritas!

¡Qué elegancia y qué embeleso!

¡Cuántos perderán el seso

por doncellas tan bonitas!

Si tienen confianza en mí,

les daré lo que desean.

p. 83La joven

Ven, Águeda: no nos vean

con tales brujas aquí.

Esa es la que me mostró

a mi futuro galán

la noche del buen San Juan.

La segunda joven

También el mío vi yo.

Era militar, y dentro

de un cristal aparecía

gallardo. Desde aquel día

lo busco y nunca lo encuentro.

Canción de los soldados

Ciudadelas arrogantes,

castillos de alta muralla,

y muchachas rozagantes

asalto sin compasión.

Peligrosa es la batalla;

pero es dulce el galardón.

Con igual voz el combate,

que la zambra y el festín,

al pecho que altivo late

nuncia el bélico clarín.

¡Lid sangrienta y dulce juego!

¡Baile y risas! ¡Sangre y fuego!

La ciudadela y la hermosa

se rinden a discreción.

p. 84La batalla es peligrosa;

pero es grato el galardón.

¡Marche, marche el batallón!

Grabado

(Salen Fausto y Wagner.)

Fausto

La cárcel de cristal frío

rompió ya la primavera,

y corren por la pradera

manantial, arroyo y río.

Los alegres horizontes

la verde esperanza viste;

ya torna el invierno triste

a las crestas de los montes,

y en su fugitiva marcha

detiene el pie, y nos arroja,

dando un diamante a cada hoja,

los flechazos de la escarcha.

Pero no consiente el sol

blancas galas, y doquier

colores hace nacer

su luminoso arrebol.

Aún no brotaron las flores;

mas brillan, a falta de ellas,

los mancebos y las bellas

vestidos con mil primores.

Contempla desde esta cumbre

la oscura ciudad: abiertas,

vomitan las negras puertas

turbulenta muchedumbre.

La Resurrección triunfal

del Señor solemnizando,

respira el aliento blando

del aura primaveral,

p. 87y con la misma emoción

gozan de distintos modos;

y es que al par celebran todos

su propia resurrección.

Del triste hogar, escondido

entre abrumadores muros,

de los talleres oscuros,

del sótano humedecido,

de la catedral sombría,

de la plazuela fangosa,

sale esa turba afanosa

a beber la luz del día.

¡Cómo por huertos y prados

trisca alegre ese gentío!

¡Cuántos lleva el ancho río,

esquifes empavesados!

Mira cuán cargado va

aquel que lento se mece

junto a la orilla, y parece

que esté zozobrando ya.

Hasta allá en los retorcidos

senderos de las montañas

brillan las tintas extrañas

de los grupos esparcidos.

Ya escucho la voz festiva

del campesino lugar,

Edén que anhela gozar

la muchedumbre cautiva.

¿No ves cómo igual placer

grande y chico gozan hoy?

Aquí siento que hombre soy,

y hombre aquí me atrevo a ser.

p. 88Wagner

Provecho, a la vez que honor,

préstame tu compañía:

solo, no visitaría

estas campiñas, doctor.

Enemigo soy de toda

rusticidad. Ni me agrada

esa gente alborozada,

ni su estruendo me acomoda.

Cual si de infernal encanto

estuvieran poseídos,

dan brincos, voces y aullidos,

y a eso llaman danza y canto.

Grabado

CAMPESINOS BAJO LOS TILOS

Canto y baile

Las zagalas, los pastores,

llenos de cintas y flores,

ya descienden hacia aquí.

¡Cuántos gritos! ¡Cuánta gente!

Todos bailan locamente,

y la gaita dice así:

Ta-la-rí,

Ta-la-la-rí.

El pastor, cuando resbala,

da un abrazo a la zagala

que más cerca tiene allí;

y la vieja, que lo ha visto,

refunfuña: «¡Vive Cristo!

¡Ya te acordarás de mí!»

p. 89Ta-la-rí,

Ta-la-la-rí.

Rueda el coro y con donaire

van las faldas por el aire:

¡Qué furor! ¡Qué frenesí!

Forman armoniosos lazos

los encadenados brazos

que se buscan entre sí.

Ta-la-rí,

Ta-la-la-rí.

Dice al zagal la pastora:

«Calla, lengua engañadora»;

y él, llevándola tras sí,

la conduce a un sitio, donde

verde follaje la esconde,

y la gaita sigue así:

Ta-la-rí,

Ta-la-la-rí.

p. 90Un labriego viejo

Pues que nos honráis, señor,

favoreciendo benigno

un espectáculo indigno

de tan docto profesor,

acercaos y bebed

de esta jarra, sin reparo,

y haga el licor fresco y claro,

al apagar vuestra sed,

que dichoso, alegre y nuevo,

por cada gota bebida,

gocéis un año de vida.

Fausto

¡A vuestra salud la bebo!

(El pueblo forma corro alrededor de Fausto.)

El labriego

Justo es que en esta ocasión

recordéis, entre alegrías,

las visitas de otros días

de luto y desolación.

¿Os acordáis? ¡Qué momentos!

La peste devoradora

amontonaba traidora

los cadáveres a cientos,

y aún bendicen hoy su suerte

muchos que la ciencia rara

de vuestro padre arrancara

p. 91a las garras de la muerte.

Do más su rigor fatal

extremaba, vos, aún mozo,

entrabais, lleno de gozo,

para luchar con el mal.

Nuestro salvador, señor,

fuisteis; por eso en el cielo,

para alentar vuestro celo,

había otro Salvador.

Todos

¡Al doctor gloria y ventura!

¡Viva luengos años! ¡Viva!

Fausto

¡Gloria, no más, al de arriba!

Solo Él sabe; solo Él cura.

(Pasan adelante Fausto y Wagner.)

Wagner

¡Cuán dulce la gratitud

debe ser, oh ilustre sabio,

que así expresa el rudo labio

de esa franca multitud!

¡Dichoso quien de esa suerte

ve premiado su saber!

Vienen a todo correr

chicos y grandes por verte:

el padre, allá en lontananza,

te señala al tierno infante;

te aproximas, y al instante

cesan la música y danza;

se abre el corro turbulento

p. 92en dos filas apretadas;

entre aplausos y palmadas,

vuelan las gorras al viento;

y poco falta, doctor,

para que esa grey sencilla

doble ante ti la rodilla,

cual si pasara el Señor.

Fausto

Lleguemos a esas alturas;

descansaremos allí.

¡Cuántas veces, ay de mí,

sentado en sus rocas duras,

rico de esperanza y fe,

tras largas preparaciones

de lágrimas y oraciones,

los ojos a Dios alcé,

y pensando en la orfandad

de mis dolientes hermanos,

juntaba ansiosas las manos,

implorando su piedad!

Hoy esa injusta ovación

es para mí burla fiera:

¡Pobre pueblo! ¡Si él pudiera

leer en mi corazón!

No guardara en su memoria

nuestro recuerdo tan fijo:

ni fue el padre, ni es el hijo

merecedor de tal gloria.

Era mi padre hombre honrado

que, oscurecido en el mundo,

vivió estudiando el profundo

p. 93misterio de lo creado.

Su espíritu independiente

evocaba a su manera

la naturaleza entera

con voz osada y creyente;

y sin ver cielo ni sol,

con signos extraordinarios

combinaba los contrarios

en el oscuro crisol.

León de roja melena

unía, galán salvaje,

en extraño maridaje

con la pálida azucena,

y sin que nadie lo explique,

envueltos en humo y fuego,

pasaban casados luego

de alambique en alambique,

hasta aparecer brillante

dama de porte real,

en el fondo de cristal

de la redoma radiante.

Así tenaz preparaba

su negra pócima impía:

el pobre enfermo moría;

el ciego vulgo callaba;

y con la infernal mixtura

matamos quizá más gente

que el hálito pestilente

de aquella epidemia impura.

Yo, que a mil di aquel licor,

sobreviví a la matanza,

para oír esa alabanza

del loco emponzoñador.

p. 94Wagner

Desechad esa quimera,

que incesante os mortifica:

¿quién culpa al que honrado aplica

el arte cual lo entendiera?

Quien a su padre, mancebo,

honra, del pasado adquiere

la ciencia, y si consiguiere

dar en ella un paso nuevo,

sus hijos le seguirán

con dulce empeño, y acaso

después de él un nuevo paso

en su camino darán.

Fausto

¡Feliz quien logre valiente

flotar sobre la profunda

mar de tinieblas, que inunda

nuestra aletargada mente!

¡Ley del hombre, triste y grave!

Indaga, lucha, se agita,

y lo que más necesita

¡siempre es lo que menos sabe!

Mas tan negros pensamientos

no empañen, nublando el alma,

la melancólica calma

de estos tranquilos momentos.

Mira cómo, al resplandor

del ocaso, en las colinas

las cabañas campesinas

p. 95resaltan entre el verdor.

Sus destellos moribundos

el sol tras la sierra esconde,

y vuela a otros cielos, donde

vida presta a nuevos mundos.

¡Ah! ¡Si con audaces alas

seguir su curso pudiera,

viendo en continua carrera

brillar eternas sus galas!

Contemplara, a la luz pura

del crepúsculo, doquier

los montes resplandecer,

enlutarse la llanura;

brillar arroyos y ríos

con las reflejadas lumbres:

ni las más altivas cumbres

valla fueran a mis bríos.

Sus vastas sirtes después,

resplandeciente o sombría,

clamorosa extendería

la mar inmensa a mis pies,

y si en su seno a morir

iba el lumínico Dios,

volando, volando en pos

viéralo otra vez surgir.

Ante mis ojos brillar

el día en eterno oriente,

el cielo sobre mi frente,

bajo mis plantas el mar...

¡Noble y engañoso anhelo!

Al cuerpo suerte enemiga

alas negó, con que siga

del alma el sublime vuelo;

p. 96y agitándose impotente,

imposible aspiración

de volar a otra región

el ansioso mortal siente,

cuando su agudo silbido,

perdida en el firmamento,

lanza la alondra, o el viento

cortan con vuelo atrevido

el águila de los montes

que sus cúspides domina,

o la grulla peregrina

que busca otros horizontes.

Wagner

También tengo yo mis días

de caprichosos desvelos;

pero jamás esos vuelos

tomaron mis fantasías.

Sus alas guarde el halcón:

monte y campo me empalagan;

¡cuánto más el alma halagan

los goces de la razón!

¿Hay algo en el mundo como

ir sin afán ni congoja

devorando, hoja por hoja,

un tomo tras otro tomo?

Al calor de fuego interno

que vivo fluye en las venas,

tranquilas gozo y serenas

las largas noches de invierno,

y cuando mi mano extiende

arrollado pergamino,

p. 97siento un hálito divino

y el cielo hasta mí desciende.

Fausto

Vas de un bien único en pos:

¡él solo turbe tu calma!

Tú no más tienes un alma,

y en mi pecho laten dos.

Por separarse, entre sí

trabaron lucha reñida:

la una, que de ardiente vida

siente el loco frenesí,

desesperada, al placer,

se aferra con vivo anhelo;

la otra, rasgado ya el velo,

quiere a su patria volver.

Espíritus, si es verdad

que en las alas del ambiente

tranquila y calladamente

reináis en la inmensidad,

de las tenues nubes de oro

que os dan callada guarida

bajad, y la nueva vida

dadme, que anhelante imploro.

¡Ah! Si pudiera yo asir

aquel prodigioso manto

que en las alas del encanto

nos lleva do ansiamos ir,

avaro de tal favor,

no lo trocara, siquiera

su púrpura me ofreciera

en cambio el emperador.

p. 98Wagner

No evoque tu labio audaz

el mudo enjambre que puebla

viento y nubes, bruma y niebla,

para turbar nuestra paz.

Como dardo agudo son

la lengua y uñas de acero

con que asaltan al viajero

los genios del septentrión.

Los que vienen del oriente

exhalan abrasadores

soplos, y clavan traidores

en las entrañas el diente.

De fuego nubes impuras

amontonan los que envía

el árido mediodía

de las líbicas llanuras;

y los que arroja el ocaso,

si amortiguan ese fuego,

anegan e inundan luego

cuanto encuentran a su paso.

Con sus ardides eternos

dispuestos siempre a escucharnos,

para mejor engañarnos

simulan obedecernos,

y con labio seductor

nos arrastran al abismo,

fingiéndose entonces mismo

mensajeros del Señor.

Mas volvamos: las tinieblas

enlutan el firmamento;

p. 99sopla más frío ya el viento,

y al valle bajan las nieblas.

Ahora a ser grato el hogar

comienza. Mas ¿qué te asombra?

¿Qué miras fijo en la sombra?

Grabado

Fausto

¿Ves allá bajo saltar

negro can, que loco gira

por los sembrados?

Wagner

¿Aquel?

Lo veo; mas nada en él

encuentro de extraño.

Fausto

Mira,

míralo: ¿por quién le tomas?

Wagner

Por un perro que perdiera

al amo, y a su manera

lo busca por estas lomas.

p. 100Fausto

¿No ves que en ancha espiral

va acercándose? ¿No ves

que al correr dejan sus pies

una encendida señal?

Wagner

¡Ilusiones!

Fausto

¿No estás viendo

que así, corriendo y saltando,

va negra trama enlazando

y en ella nos va envolviendo?

Wagner

Yo veo que alrededor

gira cautelosamente,

porque encuentra extraña gente

en vez de su amo y señor.

Fausto

¿No ves? Los círculos van

estrechándose.

Wagner

Me pasma

que halles terrible fantasma

en ese inocente can.

Gruñe, corre vagabundo,

se echa al suelo, encorva el lomo

p. 101y mueve la cola, como

todos los perros del mundo.

Fausto

¡Ven, ven, síguenos! (Al perro.) Ya viene.

Wagner

¡Buen cachorro! Ahora verás:

si marchas, sigue detrás;

si te paras, se detiene.

Si algo pierdes, sin reposo

lo busca, hasta que lo encuentra;

si el bastón le arrojas, entra

al agua, y lo trae gozoso.

Fausto

No hay en él, tienes razón,

nada sobrenatural:

todo es en este animal

costumbre y educación.

Wagner

No lo tomes por agravio,

pero un perro manso y fiel

merece que fije en él

su atención y afecto un sabio.

Si a este dieres tu favor,

y a tu casa le llevares,

de todos tus escolares

será el escolar mejor.

(Entran en la ciudad.)


p. 102

Ilustración

GABINETE DE ESTUDIO


Fausto, entrando con el perro

Dejé cubiertos por oscura noche

monte y campiña, y otra vez despierta

con zozobra fatídica en mi pecho

el alma superior. Ya la materia

cede cansada; el natural instinto,

los borrascosos ímpetus, con ella

p. 103ceden al fin también; y el amor santo

a Dios y al hombre, me domina y llena.

¿Qué tienes, can indócil?

¿Por qué das tantas vueltas?

¿Qué estás olfateando

debajo de la puerta?

Blando cojín te puse

junto a la chimenea;

asaz nos divertiste

brincando por las breñas:

ya, pues te di posada,

goza tranquilo de ella.

Cuando la amiga lámpara disipa

la lobreguez en nuestra angosta celda,

hasta el fondo del alma reflexiva

otro rayo de luz también penetra.

La callada razón la voz recobra,

la esperanza florece lisonjera,

y al manantial fecundo de la vida

nuestros suspiros anhelantes vuelan.

¿Por qué impaciente gruñes?

¿Por qué sin paz te quejas?

Con las celestes voces

que en mi interior resuenan,

muy mal tus alaridos

selváticos concuerdan.

¿Como los hombres haces,

cuando en su mofa ciega,

sin comprenderlos, ladran

al Bien y a la Belleza?

p. 104¡Ah!, ya no viene a mitigar mis ansias

el bien ignoto que mi pecho anhela;

¿por qué tan pronto el manantial se agota,

y al pobre corazón sediento deja?

¡Cuántas veces, ¡ay!, cuántas vi burlado

este imposible afán! Solo me resta

volver a ti los ojos, soberana

verdad, que brillas en las Santas Letras,

y más pura en el Nuevo Testamento,

más hermosa, a los hombres te revelas.

Las misteriosas páginas me llaman,

y en ellas fija mi razón, se esfuerza

por traducir el texto sacrosanto

con fe sencilla en nuestra patria lengua.

(Abre un libro y se pone a trabajar.)

«Era al principio la palabra», dice.

¿Dice así? Ya vacilo. ¿Quién mi senda

alumbrará? No puedo a la palabra

dar tal sentido. No. De otra manera

lo expresaré, si el cielo me ilumina.

«Era al principio la Razón.» ¡Oh, piensa,

medita bien este renglón primero,

y tú, pluma, no corras tan ligera!

La Razón es la que lo ordena todo...

Debe ser: «Al principio era la Fuerza.»

Empero, al escribir esta palabra,

aún dudosa detiénese la diestra.

¡Inspírame, oh Verdad! Ya veo claro,

veo claro: «Al principio la Acción era.»

Contigo, can maldito,

comparto mi vivienda;

p. 105cesa, pues, en tus roncas

y en tus ladridos cesa.

Tan turbulento huésped

no puedo sufrir cerca,

y aquí, de entrambos, uno

ha de salir afuera.

Con repugnancia rompo

la hospitalaria regla;

ya tienes libre el paso,

ya está franca la puerta.

Pero ¿qué es lo que veo?

¿Verdad es o quimera?

¡Cómo se ensancha y crece!

¡Cómo se abulta y medra!

¿Traje un espectro a casa?

¡Ser, vida y forma trueca!

Colosal hipopótamo,

no perro, ya semeja,

con el ojo encendido

y las fauces sangrientas.

¡Espectro, serás mío!

Para atrapar tal presa

la clave salomónica

es la mejor cadena.

Espíritus en el corredor

Allí dentro un compañero

cayó el pobre prisionero:

¡respetad ese dintel!

Como en la trampa el raposo,

se revuelve tembloroso:

¡no caigáis también con él!

p. 106¡Atención!

¡Atención!

Volemos, volemos con ala furtiva,

a diestra y siniestra, y abajo y arriba,

y así romperemos su triste prisión.

Auxilio prestemos al fiel camarada,

que bien nuestra ayuda la tiene ganada.

Fausto

Para amansar, primero,

y acercarme a esa fiera,

del cuádruple conjuro

tendré que hacer la prueba.

Salamandra, resplandece;

ondina, flota en el mar;

silfo, vuela y desparece;

duende, ven a trabajar.

Quien de los elementos

la condición no sepa,

no podrá los espíritus

rendir a su obediencia.

Abrásate en fuego hirviente,

salamandra peregrina;

en el cristal de la fuente

disuélvete, blanca ondina;

en la luz del sol brillante

difunde, silfo, tu ser;

ven, duende, siervo constante,

a ayudar y obedecer.

p. 107De aquestos cuatro espíritus

ninguno el monstruo encierra;

permanece impasible,

mofador me contempla.

Pues el común conjuro

no pudo hacerle mella,

apelaré a otro hechizo

de superior potencia.

Si del profundo abismo vienes, ¡oh camarada!,

contempla el talismán

al que se humilla siempre, vencida y aterrada,

la hueste de Satán.

Ya más y más se abulta;

ya eriza la crin negra.

Aquí tienes, ser maldito,

al Increado, al Infinito,

en los cielos adorado,

por los hombres traspasado.

Inmóvil y agrandándose,

junto a la chimenea,

gigantesco elefante

es ya, que al techo llega,

y nubarrón parece

que estalla y que revienta.

No altivo te remontes;

postrado a mis pies queda:

bien sabes que no en vano

amenazó mi diestra.

Con las divinas ascuas

p. 108te chamusca y te quema;

no aguardes de mis armas

el arma de más fuerza:

el concentrado fuego

de triple candescencia.

(La nube se deshace y Mefistófeles aparece junto a la chimenea, en traje de estudiante viajero.)

Mefistófeles

¡Algazara inoportuna!

¿Qué manda vuesa mercé?

Fausto

¡Solemne el bromazo fue!

¡Un escolar de la tuna!

¿En esto vino a parar

el can preñado de horror?...

Mefistófeles

¡Saludo al digno doctor!

¡Bien me has hecho trasudar!

Fausto

¿Cómo te llamas?

Mefistófeles

Pequeña

cuestión, perdona el agravio,

para un filósofo, un sabio,

p. 109que nombres vanos desdeña,

y huyendo con discreción

apariencias engañosas,

en el fondo de las cosas

fija solo su atención.

Fausto

En vosotros, a mi ver,

el nombre, si se repara,

expresión exacta y clara

es de la índole del ser;

y por eso, a lo que infiero,

llaman a uno el Burlador,

y al otro el Blasfemador,

y el Mentiroso a un tercero.

Dime, pues, quién eres.

Mefistófeles

¿Quién?

De aquella fuerza fatal

que queriendo hacer el mal,

logra solo hacer el bien,

formo parte.

Fausto

¡Extraño modo

de hablar!

Mefistófeles

A explicarme voy:

aquel Espíritu soy

que duda y lo niega todo.

p. 110Fausto

¿Todo?

Mefistófeles

Y para ello me fundo;

pues si todo, a su manera,

ha de morir, mejor fuera

que nada hubiese en el mundo.

Así, pues –óyeme atento–,

lo que medroso el mortal

llama el pecado o el mal,

ese es mi propio elemento.

Fausto

Dices que eres una parte,

y un todo completo ven

mis ojos en ti.

Mefistófeles

Está bien;

mas no traté de engañarte.

El hombre, insondable abismo

de extravagancia y locura,

es quien fatuo se figura

ser un todo por sí mismo.

Yo a ser parte me acomodo,

parte de la parte aquella

que al nacer la lumbre bella

no era parte, sino todo.

Hablo de la sombra opaca,

madre de la luz, que impía

por usurparle porfía

p. 111su imperio, y audaz la ataca;

pero en vano sus destellos

dominarlo todo quieren,

porque, si los cuerpos hieren,

resbalan también sobre ellos.

De cualquiera cosa, hermosa

brota con vivos colores

la luz; mas sus resplandores

los detiene cualquier cosa;

y así, juzgo natural

que la luz también fenezca

apenas desaparezca

todo objeto corporal.

Fausto

Tu digna misión comprendo:

en grande no puedes nada

aniquilar, y te agrada

ir por menor destruyendo.

Mefistófeles

Y a decirte la verdad,

poco adelanto, a fe mía.

Lo que a la nada vacía

se opone, la realidad,

la materia, aunque con ella

lucho, me rechaza al cabo;

y por más que el diente clavo,

no consigo hacerle mella.

Revueltas olas del mar,

desatados huracanes,

terremotos y volcanes

p. 112acumulo sin cesar,

y después de tanto anhelo,

en sus lindes prefijados,

tranquilos y sosegados

quedan tierra, mar y cielo.

Y la maldecida y ruin

semilla, que origen diera

al hombre, al ave y la fiera,

no tiene tampoco fin.

¡A cuántos abrí la fosa!

Pero siempre, a pesar mío,

brota y fluye en ancho río

sangre nueva y vigorosa.

¡Todo mi desdicha fragua!

Misteriosos y sutiles,

guardan gérmenes a miles

la tierra, el aire y el agua,

y con idéntico amor

los fecundan, a su vez,

la humedad y la aridez,

la frialdad y el calor:

de modo que, a no guardar

fuego y llamas para mí,

con ningún recurso aquí

pudiera el Diablo contar.

Fausto

Contra la fuerza viviente,

contra la acción creadora,

la helada garra traidora

esgrimirás impotente.

¡Hijo del caos insensato!,

busca más fácil empresa.

p. 113Mefistófeles

Cuestión embrollada es esa:

hablaremos otro rato.

Pero asaz pesado fui;

me voy si me das permiso.

Fausto

Otorgarlo no es preciso;

y pues ya te conocí,

cuando más grato te sea,

vuelve. Abiertas hallarás

puerta y ventana, y a más,

está allí la chimenea.

Mefistófeles

Confesarlo necesito...:

para que salga y me ausente,

hay... un leve inconveniente:

¡el pie de bruja maldito!

Fausto

¿El pentagrama te aterra

que está en el umbral trazado?

Pues ¿cómo, dime, has entrado,

si el paso, al salir, te cierra?

¿Cómo incurrió en tal error

espíritu tan experto?

Mefistófeles

¿No ves? El signo está abierto

por el ángulo exterior.

p. 114Fausto

¡Extraño caso! El azar

más feliz no pudo ser;

estás preso; a mi poder

has venido sin pensar.

Mefistófeles

Saltó el perro, y cual venablo,

entró loco en este encierro;

mas por donde ha entrado el perro

no puede salir el Diablo.

Fausto

Aún te queda para huir

la ventana.

Mefistófeles

No, pues ley

es de toda nuestra grey,

por donde entramos salir.

Hay en lo uno libertad,

y en lo otro gran sujeción.

Fausto

¡Hasta en la negra mansión

hay regla y autoridad!

No está mal, pues de ese modo

p. 115el que os proponga algún pacto,

puede fiar en su exacto

cumplimiento.

Mefistófeles

¡Oh, sí, en un todo!

Cumplimos cuanto ofrecemos,

sin quitar coma ni punto;

pero grave es este asunto:

ya hablaremos, ya hablaremos.

Ahora, otra vez y otra más,

te ruego que el paso me abras.

Fausto

Tente, y en breves palabras

mi horóscopo me dirás.

Mefistófeles

Volveré obediente y fiel,

y entonces dispón de mí.

Fausto

Este lazo no tendí;

cúlpate, si diste en él.

Dice un adagio, y se funda:

«Si la cola le cogieres

al Diablo, tira, y no esperes

cogerla por vez segunda.»

Mefistófeles

Contigo quedo, si un trato

aceptas.

p. 116Fausto

¿Cuál?

Mefistófeles

El de hacer

cuanto quepa en mi poder

porque pases bien el rato.

Fausto

Si la cosa es divertida,

comienza ya.

Mefistófeles

Gozarás

en breves minutos más

que en todo un año de vida.

Los dulces coros que embriagan

tu espíritu cuando sueñas;

las imágenes risueñas

que te circundan y halagan,

no son vana creación

de un artificioso encanto:

vas a escuchar ese canto

y admirar esa visión;

e igualmente embebecidos

tacto, olfato y paladar,

disfrutarán a la par

todos tus cinco sentidos.

p. 119No hacen falta –ya lo ves–

preparativos ni aprestos:

estamos todos dispuestos;

comenzad al punto, pues.

Grabado

Coro de Espíritus

¡Caed y apartaos, oh lóbregos muros;

dejad que penetren el aire y la luz!

¡Rasgad, densas nubes, los velos oscuros!

¡Oh estrellas y soles, los rayos más puros

verted en las olas del éter azul!

¡Imágenes bellas, que en grupos flotantes

del cielo, do cuna tuvisteis, venís;

con mantos etéreos, de gasas brillantes,

la selva que nido les da a los amantes

velando sus goces, piadosas cubrid!

Florecen los valles y el bosque frondoso.

Ya el negro racimo cayó en el lagar,

y en ondas purpúreas el jugo espumoso,

corriendo entre flores sin paz ni reposo,

ya es rápido río, ya es fúlgido mar.

Las greyes aladas con plácido anhelo

aspiran sedientas los rayos del sol,

y a la isla encantada dirigen su vuelo,

a la isla dichosa que encumbra hasta el cielo

la frente ceñida de eterno verdor.

Osadas escalan la cumbre distante,

intrépidas surcan las olas del mar,

p. 120y audaces volando, con pecho anhelante,

siguiendo van todas la luz fulgurante

del astro de amores que brilla triunfal.

Mefistófeles

Ya duerme. Os doy gracias mil

por tan magistral concierto.

¡Bien lo hechizasteis, por cierto,

hijos del aire sutil!

Dadle, en falaz testimonio,

visión que bella le asombre;

duerma y delire: ¡aún no es hombre

para atreverse al Demonio!

Romperé de esta prisión

el sortilegio inclemente.

¿Qué me falta? Solamente

un colmillo de ratón.

¿Un ratón? Asoma ya

el negro hocico. Al conjuro

apelaré, y es seguro

que al momento acudirá.

El gran Señor de ratas y ratones,

de moscas, y mosquitos y moscones,

te previene que vengas obediente,

y en el umbral aquel hinques el diente.

Ya viene: ¡al trabajo! ¡Así!

Del signo avasallador

es el ángulo exterior

el que me retiene aquí.

Muerde y roe a tu placer:

poco falta; ya está hecho.

p. 121Duerme y sueña satisfecho

Fausto: adiós, ¡hasta más ver!

Fausto, despertando

¡Todo fue mera ilusión!

¡Todo se ha desvanecido!

¿Qué te hiciste? ¿Dónde has ido,

encantadora visión?

Pero, loco estoy: ¿qué hablo?

Nada pasó en este encierro.

¡Nada! Se ha escapado el perro,

y he visto en sueños al Diablo.

Ilustración ornamental

p. 122

Ilustración

GABINETE DE ESTUDIO


FAUSTO Y MEFISTÓFELES

Fausto

¿Llaman? Entrad. ¿Qué importuno

me busca?

Mefistófeles

Yo soy quien llamo.

Fausto

Entrad, pues.

Mefistófeles

Dilo tres veces.

Fausto

¡Entrad al fin, voto al Diablo!

p. 123Mefistófeles

Así me gustas, y entiendo

que ya entendiéndonos vamos.

Por disipar tus quimeras,

aquí estoy, hecho un hidalgo,

con rico traje de grana,

de oro fino recamado,

la breve capa de seda,

la suelta pluma de gallo,

y el luengo, tajante acero

pendiente al izquierdo flanco.

Viste tú las mismas galas,

sin detenerte a pensarlo,

y ven a correr el mundo,

libre, contento y ufano.

Fausto

¿Qué importa cambiar las ropas,

si están dentro los cuidados?

Tan mozo no soy que pueda

correr tras goces livianos,

ni tan viejo todavía

que mi pecho esté ya exhausto.

¿Qué puede darme la vida?

«Abstente, abstente; sé cauto,»

es el odioso estribillo

que eternamente escuchamos,

y que cada hora repite

con retintín más amargo.

Rompe el día, y con el día

viene a mis ojos el llanto,

al ver que en sus largas horas

p. 124ninguna ventura aguardo;

al ver que el placer posible

lo destruyo analizándolo,

y las hermosas imágenes

que mis ansias engendraron,

malas artes las convierten

en solemnes mamarrachos.

Viene la lúgubre noche;

rendido en el lecho caigo,

y al buscar paz y reposo,

pesadillas no más hallo.

El espíritu que enciende

el volcán en que me abraso,

en el corazón encierra

sus tempestades y estragos.

Dentro, fuego; fuera, nieve:

di si en tan mísero estado

odio con razón la vida

y pronta muerte reclamo.

Mefistófeles

Huésped importuno, empero,

es la muerte en todos casos.

Fausto

¡Feliz aquel a quien ciñe

la sien de sangrientos lauros!

¡Feliz aquel a quien hiere

tras ardiente danza, cuando

la hermosa de sus amores

abriole los dulces brazos!

¡Feliz yo, si el alma mía,

en sus celestiales raptos,

p. 125al ver al sublime Espíritu,

se hubiera en él abismado!

Mefistófeles

¿Y por qué, anoche, de cierto

negro licor huyó el labio?

Fausto

¿Vas al acecho?

Mefistófeles

No todo

lo sé; pero siempre sé algo.

Fausto

Pues bien: si mi horrible angustia

son calmó tranquilo y grato,

que de mi niñez gozosa

los dulces recuerdos trajo,

¡mal hayan las ilusiones

que el corazón trastornando,

a engañadores abismos

llevan así nuestros pasos!

¡Mal hayan las fantasías

que a nuestros sueños dan pábulo!

¡Mal hayan las apariencias

que al sentido tienden lazos!

¡Mal hayan gloria y renombre!

¡Mal hayan pompas y aplausos,

y cuanto al mundo nos liga,

hogar, familia o arado!

¡Mal hayan Mammón y el oro

con que pretende pagarnos,

p. 126y los cojines que brinda

a nuestro muelle regalo,

y la vid y sus racimos,

y el amor y sus halagos!

¡Mal hayan fe y esperanza,

y sobre todo ese engaño,

mal haya la pacientísima

resignación de nuestro ánimo!

Coro de Espíritus (invisible)

¿Qué has hecho del mundo,

del mundo esplendente?

Tu puño iracundo

lo aplasta inclemente,

triunfal semidiós.

La hermosa y querida

visión de la vida

cayó destrozada,

cayó ya en la nada;

de aquella hermosura

tan cándida y pura

nuestra alma va en pos;

y mísero llanto

vertemos, al ver

hoy roto el encanto

tan plácido ayer.

¡Oh tú, soberano

del género humano!

¡Soberbio titán!

Engendra en el seno

del alma profundo,

más puro y sereno,

p. 127más grande, otro mundo;

da vida a tu afán:

y en plectros sonoros

espléndidos coros

tus glorias dirán.

Mefistófeles

Ya vino en tu ayuda

mi gente menuda,

que en sabios consejos

te muestra a lo lejos

placer y emoción.

En pos de ellos vuela,

huyendo estos muros,

do en antros oscuros

se extingue y se hiela

tu audaz corazón.

No el propio dolor avives,

negro buitre en ti cebado;

ven, y en la pobre compaña

de este miserable diablo,

serás hombre, por lo menos,

cual lo son tantos y tantos.

Y no imagines, por ende,

que te arrojo al vulgo sandio:

nunca fui de los primeros;

pero, si aceptas mi amparo,

tuyo soy desde ese instante,

y en mí encuentras en el acto

compañero, y si más quieres,

servidor, y hasta lacayo.

p. 128Fausto

¿Y a qué me obliga ese obsequio?

Mefistófeles

¡Oh, calla! No apremia el pago.

Fausto

Diz que el diablo es egoísta,

y si nos ayuda en algo,

no hace jamás por el mero

amor de Dios el milagro.

Temibles son tus ofertas:

di qué pides; habla claro.

No es bueno tener en casa

un servidor de tu rango.

Mefistófeles

Pues bien: aquí he de servirte

sin pereza y sin descanso,

y tú harás por mí lo mismo

cuando estemos allá abajo.

Fausto

Allá abajo, poco importa.

Si este mundo haces pedazos,

del mundo que después venga

no he de hacer el menor caso.

Del suelo que mis pies huellan

todas mis dichas brotaron;

el sol que mi frente baña

correr vio todos mis llantos:

p. 129si el sol cae y se hunde el suelo,

ya por nada más me afano.

Me es igual, si hay otra vida,

que odio impere o amor santo,

y que esa morada póstuma

sea el Empíreo o el Tártaro.

Mefistófeles

Entonces, ¿en qué reparas?

Decídete: acepta el pacto,

y verás, al punto mismo,

adónde llego y alcanzo.

Vas a gozar lo que nadie

gozar pudo, ni aun soñándolo.

Fausto

¿Qué podrás, qué podrás darme?

¿Qué entiendes tú, pobre diablo,

qué entiendes de la insaciable

sed del espíritu humano?

¿Qué podrás darme? Manjares,

que pronto cansan al labio;

oro, que cual vivo azogue

escapa de nuestras manos;

lucha en que jamás vencemos,

juego en que nunca ganamos;

hermosuras, que al vecino

sonríen en nuestros brazos;

gloria, placer de los dioses,

que pasa como un relámpago.

Muéstrame un árbol que vista

p. 130cada día nuevos ramos,

y un fruto que no se pudra

en él antes de tocarlo.

Mefistófeles

Te daré cuanto apetezcas:

el empeño no es tan arduo.

Ya es hora; ven; el banquete

está servido: ¡a saciarnos!

Fausto

Si en el lecho deleitoso

logro un punto de descanso,

tuyo soy. Si satisfecho

de mí mismo un día me hallo,

y complacido me rindo

a tus deleites y engaños,

sea aquel mi último instante.

Dime, ¿aceptas ese trato?

Mefistófeles

Aceptado: aprieta.

Fausto

Aprieta.

Si algún día, embelesado,

al momento fugitivo

digo: «Ten el vuelo raudo»,

échame al cuello la soga,

abre el abismo a mi paso,

doble a muerto la campana,

párese el vital horario,

p. 131todo para mí concluya,

y comience tu reinado.

Mefistófeles

Piénsalo bien: algún día

podré quizás recordártelo.

Fausto

Recuérdalo cuando gustes:

lo que prometo, lo pago.

Ser esclavo tuyo, o de otro,

¿qué importa, si siempre esclavo

he de ser?

Mefistófeles

Pues da comienzo

el festín del Doctor Fausto,

y el mismo Diablo en persona

a servirle va los platos.

Mas... por la vida o la muerte,

no estorbarán tres o cuatro

renglones.

Fausto

¿Juzgas, pedante,

firma y sello necesarios?

Ni de caballero entiendes,

ni de palabras y tratos.

Una dije, y para siempre

quedé por ella obligado.

¿Piensas tú que cuando todo

vuela a merced de los hados,

sujetarán mi albedrío

p. 132tus tres renglones o cuatro?

¡Pueril y vana quimera!

¿Por qué impresionas a tantos?

¡Feliz quien de su firmeza

hace al alma tabernáculo!

Encontrará en su camino

lo más escabroso llano.

Fantasma es que al mundo aterra

un papel emborronado:

apenas la pluma leve

trazó los fatales rasgos,

tienen ya el lacre y la tinta

fuerza y poder soberano.

Pide, Espíritu maligno,

¿quieres papel, bronce o mármol?

¿Tomo el buril o la pluma?

Escoge: eres dueño y árbitro.

Mefistófeles

¿Qué tienes? ¿Por qué te exaltas?

Cualquier papel, un retazo

basta, y una sola gota

de sangre para firmarlo.

Fausto

Si quieres, sea.

Mefistófeles

Es la sangre

jugo precioso y extraño.

p. 133

Ilustración

Fausto

No temas que el pacto rompa:

todas las fuerzas del ánimo

rindo, entrego y comprometo,

al admitirlo y firmarlo.

Tanto voló mi arrogancia,

que ya entre los tuyos me hallo.

Burlome el excelso Espíritu,

e insensible a mis halagos,

la esquiva Naturaleza

arrebujose en su manto;

la hebra del pensar se ha roto,

y estoy del saber cansado.

Templen los dulces deleites

las vivas llamas en que ardo,

p. 134y envueltos en gasas de oro

vengan, Magia, tus encantos.

Al torrente de la vida

lanzareme, y al acaso

en su raudal de aventuras

iré corriendo y rodando.

Bienandanzas y desastres,

pena y gozo, risa y llanto,

encadenen de mis días

los eslabones variados:

son acción y movimiento

ley del espíritu humano.

Mefistófeles

Meta no pongo ni valla:

si, fugaz revoloteando,

desflorarlo quieres todo,

todo puedes desflorarlo.

Conmigo ven, y no temas.

Fausto

De felicidad no te hablo:

lo que yo quiero es el vértigo,

el goce inquieto y amargo,

el avivador despecho,

el amor que crece odiando.

El alma, al saber cerrada,

a otras emociones abro;

cuanto el hombre goza y sufre

quiero sufrirlo y gozarlo.

Sentir quiero en mis entrañas

todo lo bueno y lo malo,

y en la esencia de mi vida

p. 135convertirlo y apropiármelo.

¡Venturoso yo, si toda

la Humanidad en mí abarco,

y al fin y al postre, como ella,

choco, reviento y estallo!

Mefistófeles

¡Ay, en verdad te lo digo,

yo que centenares de años

estoy royendo y royendo

el fruto indigesto y áspero!

¡Ay, en verdad te lo digo!

De la cuna al campo santo

digerir no puede el hombre

la levadura de antaño.

Ese todo, que ambicionas,

solo es a un Dios adecuado:

para él, fulgores eternos;

para mí, noche y espanto;

para vosotros, tinieblas

y luces, sombras y rayos.

Fausto

Quiérolo todo.

Mefistófeles

Bien; sea.

No más encuentro un obstáculo,

uno solamente: es corto

el tiempo y el arte es largo.

Paréceme que debieras

prepararte, aprender algo.

Asóciate a un buen poeta:

p. 136este, lleno de entusiasmo,

con soñadas perfecciones

coronará tu retrato;

del león con la arrogancia,

con la agilidad del gamo,

con la viveza italiana

y con el tesón germánico.

Unirá en tu noble pecho

con maravilloso lazo

magnanimidad y astucia,

y con arte soberano

te ha de hacer galán fogoso

y gentil enamorado.

Tal ejemplar y arquetipo

voy hace tiempo buscando;

si con él doy algún día,

don Microcosmos le llamo.

Fausto

¿Quién soy, pues, si esa corona

de la Humanidad no alcanzo,

esa perfección, que enciende

mis ansias?

Mefistófeles

Al fin y al cabo,

eres quien eres. Encúmbrate

sobre coturnos o zancos,

y con pelucón disforme

ciñe y abulta los cascos,

¿quién serás? El mismo que eres,

ni más gordo ni más flaco.

p. 137Fausto

¡Ay!, acumulé el tesoro

de la humana ciencia en vano:

cuando en mi interior penetro,

allí nuevas fuerzas no hallo;

ni me acerco al Infinito,

ni una línea me levanto.

Mefistófeles

Miras las cosas de un modo

vulgar; hay que ser más cauto,

y antes que vuelen los goces,

discretamente apurarlos.

¿Es tuya, di, tu cabeza?

¿Tuyos son tus pies y manos?

Pues del mismo modo es tuyo

lo que te sirve de algo.

Si tienes seis buenos potros,

y los unces a tu carro,

en vez de tener dos piernas,

¿cuántas tienes? Veinticuatro.

Basta de filosofías;

lánzate conmigo al campo:

quien se devana los sesos

me parece el pobre jaco,

que por negro maleficio

está en un yermo trotando,

sin ver que en torno se extienden

frescos y sabrosos pastos.

Fausto

¿Cuándo partimos?

p. 138Mefistófeles

Al punto.

De este calabozo huyamos.

¿Qué haces en él? Aburrirte

y aburrir a los muchachos.

Deja ese oficio indigesto

al vecino don Gaznápiro;

no te afanes en la trilla

de paja en la que no hay grano.

Lo poco bueno que aprendes

no te atreves a enseñárselo

a tus discípulos. Uno

te espera. ¿No oyes sus pasos

en el corredor?

Fausto

No puedo

recibirle.

Mefistófeles

Luengo rato

aguarda: si no le admites,

corre el pobre buen bromazo.

Déjame el gorro y la bata;

(Se los pone.)

me sientan como pintados.

En mi agudeza confía;

quince minutos reclamo.

Tú, para el famoso viaje,

prepárate mientras tanto.

(Vase Fausto.)

p. 139Mefistófeles, envuelto en la larga vestidura de Fausto

Razón y saber desdeña,

las dos alas que te han dado;

deja que en sus obras vanas

de ilusiones y de encantos

te afirme y envuelva el suave

Espíritu del engaño;

y así, Doctor, serás mío,

sin condiciones ni obstáculos.

Dio el sino a su mente indócil

impulso desenfrenado,

y ese escape, no es posible

detenerlo ni pararlo.

Sobre los terrenos goces

salta aturdido, y lo arrastro

de mediocridad insípida

por los derroteros áridos.

Luchará con sus afanes

cuerpo a cuerpo y brazo a brazo;

los manjares tentadores

escaparán de su labio,

y en balde misericordia

pedirá, porque ese fatuo

se ha de hundir de todos modos,

aunque no se entregue al Diablo.

ENTRA UN ESTUDIANTE

Estudiante

Ha poco que estoy aquí,

y ansío conocer al hombre

p. 140eminente, cuyo nombre

con elogio siempre oí.

Mefistófeles

Sois galante. En mí veréis

un hombre a todos igual.

¿Maestro hubisteis?

Estudiante

No tal,

y si serlo vos queréis...

Tengo voluntad no escasa,

juventud, algún dinero;

mi madre –¡siempre hay un pero!–

quería tenerme en casa;

mas tras la ciencia, señor,

todos mis anhelos van.

Mefistófeles

Para lograr vuestro afán

no hallarais sitio mejor.

Estudiante

¡Ay! Lejos de él encontrarme

quisiera, si hablamos francos:

a estas aulas y estos bancos

nunca podré acostumbrarme.

En este oscuro rincón

no se ven cielo ni verde;

y aquí el pobre alumno pierde

el sentido y la razón.

p. 141

Ilustración

Mefistófeles

El hábito hará que os cuadre

lo que amargo al pronto ha sido.

El niño recién nacido

huye el pecho de su madre;

luego con vivo placer

halla en él grato sustento:

habréis tal contentamiento

en las ubres del saber.

Estudiante

En ellas nutrirme ansío:

¿cómo hacerlo?

p. 142Mefistófeles

Meditad,

primero, a qué facultad

se inclina vuestro albedrío.

Estudiante

En saber mi afán se encierra:

asimilarme querría

Natura y Filosofía,

cuanto abarcan cielo y tierra.

Mefistófeles

Para alcanzar esa palma

estáis en buenos senderos:

procurad no distraeros.

Estudiante

Pondré en ello toda el alma.

Bástame una concesión:

tener, los festivos días,

unas cuantas horas mías

en la florida estación.

Mefistófeles

El tiempo es un torbellino

que huyendo va sin cesar;

mas se puede adelantar

mucho con orden y tino.

Estudiad primeramente

un curso preparador

de Lógica: es la mejor

disciplina de la mente.

p. 143Ajustados borceguís

ella os calza, y con su ayuda

ligero la senda ruda

del pensamiento seguís,

sin perder la dirección

yendo de atrás adelante,

como la ráfaga errante

de la inquieta exhalación.

Después de esto, en repetidas

lecciones dificultosas,

aprenderéis que las cosas

más fáciles y sabidas,

cual comer o respirar,

con minucioso interés

por uno, por dos y tres

se tienen que analizar.

El telar del pensamiento

es como el del tejedor:

hilos de vario color

pone un golpe en movimiento;

viene y va la lanzadera

con extraña rapidez,

y se ejecuta a la vez

la combinación entera.

El sabio, lleno de sí,

llega, y en lección no breve

prueba que es y que ser debe

necesariamente así.

Esto, primero; después

eso, segundo, va en pos;

y a seguida de los dos

viene, en fin, lo que hace tres.

Y os demostrará profundo,

p. 144con raciocinio severo,

que no puede haber tercero

sin primero y sin segundo.

Esto, a fuerza de atender,

el alumno lo comprende;

lo que con esto no aprende

el alumno es a tejer.

Si quiere el docto estudiar

algo viviente, animado,

su alma, su espíritu a un lado

aparta, en primer lugar;

y cuando al fin sujetó

sus elementos a examen,

solo le falta el ligamen

que inmaterial los unió.

La química a ese poder

Naturæ encheiresin llama,

y sin quererlo proclama

la nada de su saber.

Estudiante

Ni una palabra comprendo.

Mefistófeles

Ya lo veréis de otro modo.

Clasificándolo todo,

ordenando y dividiendo,

vencerlo podréis al fin.

Estudiante

Mientras tanto, pierdo el tino.

Una rueda de molino

da vueltas en mi magín.

p. 145Mefistófeles

Luego, en segundo lugar,

debéis, con ansia afanosa,

la profunda y provechosa

Metafísica estudiar.

Esa ciencia omnipotente,

que a la razón pone el sello,

nos habla de todo aquello

que no alcanza nuestra mente;

y si queda aún más oscuro,

no temáis, porque al instante

con un nombre rimbombante

os sacará del apuro.

Quieren tenaces porfías

esos estudios. Tendréis

cuatro o cinco, o quizás seis

lecciones todos los días.

Al toque de la campana

vendréis, exacto y cumplido,

con el cuaderno aprendido,

de buena o de mala gana;

y aunque diga el libro tanto

como el profesor en clase,

escribid, cual si os dictase

el mismo Espíritu Santo.

Estudiante

Ya sé que es de gran provecho.

Escolar que con congojas

emborrona muchas hojas,

vuelve a casa satisfecho.

p. 146Mefistófeles

Pero elegir facultad

debéis.

Estudiante

La Jurisprudencia

no excita mi preferencia.

Mefistófeles

No me sorprende, en verdad.

Conozco esa ciencia ruin.

Las leyes, cambiando nombres,

sucédense entre los hombres

como epidemia sin fin;

y en su curso desigual

cambian: la razón más fuerte

en sinrazón se convierte;

acá es bien lo que allí es mal.

Hijo del hombre, ¡ay de ti!

De aquel derecho sagrado

que contigo se ha engendrado,

no se acuerda nadie aquí.

Estudiante

¡Feliz quien por vos se guía!

Al escucharos, más crece

mi prevención. ¿Qué os parece?

¿Estudiaré Teología?

Mefistófeles

Quisiera con hábil tino

aconsejaros. En esa

p. 147ciencia es difícil empresa

seguir siempre el buen camino.

Aunque estudiéis con afán,

de distinguir no halláis medio

la ponzoña y el remedio,

que en ella mezclados van;

y así juzgo lo mejor

tener tan solo presente

un texto, y seguir fielmente

las máximas del autor.

Ateneos, sin temer,

a las palabras, y abierta

veréis la más fácil puerta

en el templo del saber.

Estudiante

Mi inexperiencia confieso:

una idea hallar creí

en cada palabra.

Mefistófeles

¡Oh, sí!..

Mas no os apuréis por eso.

A lo mejor del pensar

falta la idea en mal hora,

y una palabra sonora

llena muy bien su lugar.

Con palabras cada día

doctamente discutís;

con palabras erigís

la más hermosa teoría.

A las palabras fe humilde

prestad: es tal su valer

p. 148que no les podéis poner

ni quitar punto ni tilde.

Estudiante

Perdonad, si a otro terreno

voy, y del presente salgo:

¿no me podéis decir algo

de la ciencia de Galeno?

Tres años bien poco son,

y hay largo trecho que andar;

pero es un gran auxiliar

vuestra docta dirección.

Mefistófeles (para sí.)

Con tal gravedad le hablo

que me aburro yo a mí mismo:

¡basta ya de dogmatismo!

Vuelvo a mi papel de diablo.

(En voz alta.)

¡Medicina! ¡Luminar

digno del mayor respeto!

¡Gran ciencia!... Mas su secreto

fácil es de penetrar,

y en un momento os lo explico.

Escuchadme. Con profundo

sentido escrutad el mundo

de lo grande y de lo chico.

Y analizados los dos

doctamente, dejad que ande

lo chico, y también lo grande,

como lo dispuso Dios.

Os lo diré, aunque os asombre:

cavilar es necedad;

p. 149la ocasión aprovechad,

pues la ocasión hace al hombre.

Sois bien formado y galán,

emprendedor y dispuesto;

fiad en vos mismo, y presto

todos en vos confiarán.

De la mujer, sobre todo,

ocupaos: sus lamentos,

sus ayes, sus aspavientos,

todos se curan de un modo.

Buscad término prudente

entre el respeto y la audacia

y con esa diplomacia

es vuestra la hermosa cliente.

Título habéis de tener

que os inicie en su favor,

probando que es superior

a todos vuestro saber;

y ya podéis intentar

sabrosas galanterías,

que otros, tras largas porfías,

no se atreven ni a soñar.

Sin temor a sus enojos,

cuando la pulséis, resuelto

oprimid el brazo esbelto,

flechándole bien los ojos;

y sin mengua de su honor,

palpad, con mano ligera

si a la mórbida cadera

le molesta el ceñidor.

Estudiante

Eso lo entiende el más romo:

p. 150¡promete la facultad!

Al menos con claridad

se comprende el qué y el cómo.

Mefistófeles

La ciencia es árida: en vano

con su sombra nos convida;

pero el árbol de la vida

siempre está verde y lozano.

Estudiante

¡Paréceme todo un sueño!

¿Podré, en otras ocasiones,

vuestras útiles lecciones

aprovechar?

Mefistófeles

Sois muy dueño.

Estudiante

Cuéstame esfuerzo partir,

y completarais mis glorias

si en mi libro de memorias

quisierais algo escribir.

(Mefistófeles escribe en el libro de memorias del Estudiante, y se lo devuelve.)

Estudiante, leyendo

Eritis sicut Deus, scientes bonum et malum.

(Cierra el libro respetuosamente y se retira.)

Mefistófeles

Busca, del saber en pos,

p. 151lo que la Sierpe ofrecía:

ha de pesarte algún día

tu similitud con Dios.

ENTRA FAUSTO

Fausto

¿Dónde vamos?

Mefistófeles

Me es igual.

Si no te parece mal,

visitarás, con mi ayuda,

ahora a la gente menuda,

después a la principal.

Provecho hallarás y agrado

en el curso inesperado.

Fausto

Para hacerlo más fecundo,

aunque soy hombre barbado,

fáltame una cosa, mundo.

Corto soy como el que más;

siempre me juzgué y me vi

pequeño entre los demás.

Mefistófeles

Si tienes confianza en ti,

pronto paso te abrirás.

Fausto

¡En marcha! ¡Manos a la obra!

p. 152Pero, coche no has traído,

ni caballos...

Mefistófeles

¡Qué zozobra!...

Basta este manto extendido

para nuestra empresa, y sobra.

Con tal de que para el viaje

no traigas mucho equipaje,

un soplo de aire caliente

preparo, y está corriente

el fantástico carruaje.

Si en el coche volador

pesamos poco, mejor;

más presto haremos la vía.

Ya por la audaz correría

te felicito, Doctor.

Ilustración

p. 153

Ilustración

TABERNA DE AUERBACH
EN LEIPZIG


REUNIÓN DE ALEGRES CAMARADAS

Frosch

¿No hay quién beba? ¿No hay quién ría?

Yo os haré cambiar la mueca.

¿Quién en paja húmeda trueca

vuestra inflamable alegría?

Brander

¡Tuya es la culpa, pardiez!

Haz alguna señalada

tontería o marranada.

Frosch

Ahí las tienes, a la vez.

(Le vierte un vaso de vino en la cabeza.)

p. 154Brander

¡Puerco!

Frosch

Quisístelo así.

Siebel

¡Basta ya! ¡Fuera gritones!

¡Preparad bien los pulmones,

y en coro! ¡Seguidme a mí!

(Tararea estrepitosamente)

Altmayer

¡La casa se viene abajo!

¡El tímpano estalla y zumba!

Siebel

Si la bóveda retumba,

señal de que es bueno el bajo.

Frosch

Cierto. ¡Afuera el que no esté

conforme!... ¡Ya va!... Esto es serio.

(Canta)

«El Sacro Romano Imperio,

¿cómo se mantiene en pie?»

Brander

¡Qué canción! ¡Solemne y crítica!

¡Política, en conclusión!

Empalagosa canción

es toda canción política.

p. 155Bendice a Dios soberano

cada día, al levantarte,

por no tener que ocuparte

del Sacro Imperio Romano.

Por mí, tengo a mucho honor

y a gran ventura no ser

Chambelán ni Canciller,

Príncipe ni Emperador.

Mas si os interesa tanto

tener caudillo notorio,

formemos el Consistorio

y elijamos Padre Santo.

Ya sabéis que la elección,

hasta a quien no la merece,

dignifica y engrandece.

Altmayer

¡A otra cosa! ¡Otra canción!

Frosch, canta

Ve de rama en rama,

ruiseñor de abril,

saluda a mi dama,

ruiseñor gentil.

Siebel

¿A tu dama? ¡Ja, ja, ja!

¡Buenos saludos son esos!...

Frosch

¡Saludo, abrazos y besos!

Nadie me lo impedirá.

p. 156(Canta.)

Ten la puerta abierta,

niña de mi amor;

la noche su velo

tiende protector.

Cierra bien la puerta,

ciérrala bien ya;

la aurora en el cielo

despuntando está.

Siebel

Requiébrala a tu placer:

al freír será el reír;

lo que me hizo a mí sufrir,

a ti te hará padecer.

Dele el diablo en galardón

un extravagante enano,

que con ella, mano a mano,

se deleite en un rincón;

y con burlescos reproches,

al volver del aquelarre,

un chivo me los agarre

y les dé las buenas noches.

Pero un mancebo jovial,

un mozo de carne y hueso,

robusto y gallardo, es eso

mucho honor para hembra tal.

¿Saludos? ¡De buena gana

y con excelentes modos!...

Frosch

¿Cómo?

p. 157Siebel

Rompiéndole todos

los vidrios de la ventana.

Brander, golpeando la mesa

¡Caballeros, atención!

Es preciso ser galantes,

y pues hay muchos amantes

en aquesta reunión,

voy a seguir yo también

la costumbre establecida,

dándoles, por despedida,

algo que les sepa bien.

Será un cantar a la moda,

muy gracioso y muy sencillo:

repetid el estribillo

con el alma y la voz toda.

(Canta.)

En la despensa una rata

logró el hocico meter;

de jamón, manteca y nata

hartábase a su placer.

Como Lutero, echó panza,

viviendo allí sin afán.

La cocinera en venganza

diole un día solimán.

Al momento saltó fuera

con frenético furor,

cual si la pobre tuviera

dentro del cuerpo al Amor.

p. 158El Coro, con gran algazara

Cual si la pobre tuviera

dentro del cuerpo al Amor.

Brander, continuando la canción

Salta y brinca, sale y entra,

corre de acá para allá,

y en todo cazo que encuentra

a beber sedienta va.

Todo lo muerde, desgarra

y rompe, fuera de sí,

y ni el diente ni la garra

mitigan su frenesí;

hasta que la angustia fiera

vence y postra su vigor,

cual si la pobre tuviera

dentro del cuerpo al Amor.

Coro

Cual si la pobre tuviera

dentro del cuerpo al Amor.

Brander

Salvación del cielo impetra,

corre y corre sin cesar;

en la cocina penetra

y se arroja en el hogar.

Entre ascuas y llamaradas

halla sepultura en él,

mientras ríe a carcajadas

la envenenadora cruel.

Exhaló de esa manera

p. 159el postrimer estertor,

cual si la pobre tuviera

dentro del cuerpo al Amor.

Coro

Cual si la pobre tuviera

dentro del cuerpo al Amor.

Siebel

¡Cómo ríen, en sus glorias,

con la canción insensata!

¡Emponzoñar a una rata!...

¡Qué interesantes historias!

Brander

¡Panzudo sentimental!

Se apiada, y bien sé por qué:

porque su retrato ve

en el hinchado animal.

ENTRAN FAUSTO Y MEFISTÓFELES

Mefistófeles

Entre gente divertida

he de llevarte, ante todo,

y verás tú de qué modo

goza esa gente la vida.

Para ella el tiempo mejor

en continua fiesta pasa,

pues es, si en ingenio escasa,

riquísima en buen humor;

y contenta con su suerte,

gira en un círculo estrecho,

p. 160cual gato que satisfecho

con su cola se divierte.

Mientras dura la salud,

mientras el patrón le fía,

come el pan de cada día

sin cuidados ni inquietud.

Brander

Forasteros son, mirad,

dícenlo porte y semblante;

parece que en este instante

arriben a la ciudad.

Frosch

Es tu sospecha fundada;

hijos son de otro país.

Es, en pequeño, un París

Leipzig; por eso me agrada.

Siebel

¿Quiénes serán? No imagino...

Frosch

Dejadme: tan fácilmente

cual se arranca a un niño un diente,

con este vaso de vino

sonsacaré quiénes son.

Por sus modos altaneros

parécenme caballeros

de elevada condición.

p. 161

Grabado

p. 163Brander

Charlatanes de lugar

son quizás.

Altmayer

Pudiera...

Frosch

¡Calla!

Comienzo da la batalla.

¡Oh, los voy a anonadar!

Mefistófeles, a Fausto

Es gente que tanto sabe,

esta gente de que te hablo,

que no ve llegar al diablo,

aunque la garra le clave.

Fausto

¡Caballeros, guárdeos Dios!

Siebel

¡Él guarde a Vuesa Mercé!

(En voz baja, mirando de reojo a Mefistófeles.)

¿Por qué arrastrará este el pie?

Mefistófeles

¿Habrá sitio para dos?

No intentaré aquí pedir

buen vino, que no se cría;

mas la buena compañía

puede esa falta suplir.

p. 164Altmayer

Parecéis hombre corrido.

Frosch

Sin duda venís de lejos,

y en casa de Juan Conejos

habréis cenado y dormido.

Mefistófeles

Ayer pasamos de largo;

pero en casos diferentes

de expresar a sus parientes

su afecto, nos dio el encargo.

(Saludando a Frosch.)

Altmayer, en voz baja

¡Qué pez! ¿Te ha clavado?

Frosch

¿A mí?

Deja que revancha tome.

Mefistófeles

Buenas voces pareciome

oír al llegar aquí.

¡Lugar propio para el canto!

Debe retumbar sonoro

bajo esta bóveda el coro.

Frosch

¿Sois filarmónico?

p. 165Mefistófeles

Un tanto.

¡Afición, mucha afición!

Pero, escasa facultad...

Altmayer

Un romance, pues, cantad.

Mefistófeles

Uno, y ciento, y un millón.

Siebel

Basta uno, de nuevos lances.

Mefistófeles

Venimos, precisamente,

de España, patria excelente

del buen vino y los romances.

(Canta.)

«Era un gran rey, y tenía

una pulga...»

Frosch

¡Voto a Cristo!

¡Una pulga!... No se ha visto

más gustosa compañía.

p. 166Mefistófeles, cantando

Era un gran rey y tenía

una pulga colosal;

más que al propio hijo quería

al estupendo animal.

Llama al sastre de la corte,

viene el artífice fiel;

mándale que al punto corte

un traje para el doncel.

Brander

¡Oh sastre, pon atención!

Mide exacta cada pieza,

y si estimas la cabeza,

que no haga un pliegue el calzón.

Mefistófeles, cantando

Cubierto de seda y oro

va, de los pies al testuz,

y para mayor decoro,

lleva al pecho una gran cruz.

Primer ministro es nombrado

por su insigne protector;

sus parientes, a su lado,

gozan el regio favor.

A los grandes y las bellas

todo es picar y morder;

ya la Reina y sus doncellas

no se pueden contener.

Mas calla y se mortifica

toda la gente de pro:

p. 167nosotros, si alguien nos pica,

cruje la uña, y se acabó.

Todos, en coro y vociferando

Nosotros, si alguien nos pica,

cruje la uña, y se acabó.

Frosch

¡Bravo! ¡Soberbio!

Siebel

Acabad

con las pulgas.

Brander

¡Mucho tino

al cogerlas!

Altmayer

¡Viva el vino!

¡Y viva la libertad!

Mefistófeles

Por la libertad brindara

si mejor el vino fuera.

Siebel

¿Malo el vino?... ¡Afuera!

Frosch

¡Afuera!

p. 168Mefistófeles

Si el patrón no se enojara,

os diera a probar el mío.

Siebel

No se ofende el hostelero.

Frosch

Aceptamos todos; pero

que corra abundante el río.

Si es el vino bueno o ruin

conócelo el paladar

repitiendo sin cesar

los tragos.

Altmayer, en voz baja

Serán del Rin.

Mefistófeles

Dadme un taladro.

Brander

¿Qué hacéis?

¿Acaso tenéis aquí

los toneles?

Altmayer

Ved allí

herramientas, si queréis.

p. 169Mefistófeles, tomando el taladro que le da Frosch

Está bien: a voluntad

pedid, y seréis servido.

Frosch

Pues qué, ¿tenéis gran surtido?

Mefistófeles

Cuanto os plazca demandad.

Altmayer, a Frosch

Ya te relames el labio.

Frosch

Venga Rin; para escoger

un buen vino, no hay que hacer

al suelo natal agravio.

Mefistófeles, haciendo un agujero con el taladro en el borde de la mesa, a la parte que está sentado Frosch

Dadme cera, y un tapón

haremos; dádmela al punto.

Altmayer

Entendido está el asunto:

es prestidigitación.

Mefistófeles, a Brander

¿Y vos? ¿Qué queréis?

p. 170Brander

Yo quiero

Champaña, y con mucha espuma.

(Mefistófeles taladra. Uno de los camaradas hace los tapones y tapa los agujeros.)

Brander

No puede, el que más presuma,

prescindir de lo extranjero.

Lo bueno, siempre lo es;

y aunque el germano odie al galo,

no por eso encuentra malo

el rico vino francés.

Siebel

Bueno para mí no le hay

cuando a vinagrillo sabe:

dadme vino dulce y suave.

Mefistófeles

Voy a serviros Tockay.

Altmayer

¡Caballeros, poco a poco!

Mirémonos frente a frente,

nadie aquí burlas consiente.

Mefistófeles

Ni las intenta tampoco

con personas de tal pro.

Decid, sin temor, los seis

qué vinos beber queréis.

p. 171Altmayer

¡De todos, y se acabó!

(Después que están hechos y tapados todos los agujeros.)

Mefistófeles, con ademanes estrambóticos

Produce la cepa racimos sin cuento,

y cuernos a pares el bravo cabrón.

Es néctar el vino, y es leño el sarmiento;

¿por qué de esa tabla no salta al momento

el jugo que aliento

le da al corazón?

En el regazo profundo

de la Natura y del Mundo

con fe los ojos clavad;

y la mayor maravilla,

cual la cosa más sencilla,

emprended y ejecutad.

Ahora, abrid, y sin temor

bebed.

(Quitan los tapones y cada cual recibe en el vaso el vino que pidió.)

Todos

¡Manantial sagrado!

¡Fuente divina!

Mefistófeles

¡Cuidado!

¡No se derrame el licor!

Todos, bebiendo y cantando

¡Bebamos, bebamos de todos los vinos!

¡Bebamos cual beben quinientos cochinos!

p. 172Mefistófeles

¡Ya es libre y feliz mi gente!

Mira: en sus glorias está.

Fausto

Vámonos: cánsome ya.

Mefistófeles

Dos minutos solamente,

y verás la estupidez

en su cumbre y su cenit.

Siebel

(Bebe sin precaución; el vino cae al suelo y brota una llama.)

¡Socorro!... ¡Fuego! ¡Acudid!

¡Infierno es esto!

Mefistófeles

Esta vez

solo fue chispa ligera

del purgatorio sombrío.

Rojo fuego, amigo mío,

basta ya; tu ardor modera.

Siebel

¿Qué es lo que ha pasado aquí?

Nos burló: ¿por quién nos toma?

Frosch

No repetiréis la broma.

p. 173Altmayer

Echémosle.

Todos

¡Echarle! Sí.

Siebel

¿Piensa hacer este bergante

su hocúspoco engañador?

Mefistófeles

¡Calle el borracho hablador!

Siebel

¡Calle el zafio nigromante!

Brander

Comenzó el chubasco ya.

Altmayer

(Quita uno de los tapones de la mesa, sale un chorro de fuego, y le quema.)

¡Me abraso!

Siebel

¡Maligno influjo!

¡Firme con él; es un brujo!

Frosch

¡Dadle: condenado está!

(Toman los cuchillos y acometen a Mefistófeles.)

p. 174Mefistófeles, con grave ademán

Venid, Apariencias; venid, y engañosas

trocad a sus ojos lugares y cosas.

(Los camaradas detiénense asombrados, mirándose unos a otros.)

Altmayer

¡Qué campos tan pintorescos!

Frosch

¿Es verdad o es ilusión?

¡Cuán verdes las viñas son!

Siebel

Y los racimos ¡cuán frescos!

Brander

Al pie de un árbol lozano

crece esta vid opulenta;

mirad las uvas que ostenta

al alcance de la mano.

(Coge a Siebel por la nariz. Los demás cogen también las narices de sus compañeros, y levantan los cuchillos.)

Mefistófeles, como antes

Error, a sus ojos arranca la venda,

y palpen, corridos, la burla tremenda.

(Desaparece con Fausto. Los camaradas sueltan presa.)

Siebel

¿Qué es esto?

p. 175Altmayer

¿Qué?

Frosch

¡Tu nariz!

Brander, a Siebel

La tuya en mis manos tiento.

¡Ja, ja!

Altmayer

Molido me siento

de los pies a la cerviz.

No puedo más: ¡una silla!

Frosch

Pero ¿qué ha pasado aquí?

Siebel

¿Dó estás, bribón? ¡Ay de ti,

si te atrapa esta cuadrilla!

¿Dónde estás?

Altmayer

Largose.

Siebel

¿Cómo?

Altmayer

Caballero en un tonel.

Por allá escapó. Tras él

p. 176voy... ¡Mas los pies son de plomo!

(Apoyándose en la mesa.)

¡Oh manantial, si aún corrieras!

Siebel

Fue apariencia y fantasía.

Frosch

Tal vez; pero yo bebía,

fuese de burlas o veras.

Brander

¿Y dónde están los racimos?

Siebel

¿Qué sé yo?

Altmayer

¡Dirán después

que edad de milagros no es

esta edad en que vivimos!

Ilustración

p. 177

Ilustración

COCINA DE LA BRUJA


En un fogón muy bajo hay una gran olla al fuego. En el humo que se eleva hacia el techo vense varias imágenes. Una Mona, sentada junto al fogón, espuma la olla. El Mico y la cría se calientan al fuego. El techo y las paredes están cubiertos de estrambóticos utensilios de La Bruja.

FAUSTO y MEFISTÓFELES

Fausto

Apéstame toda aquesta

brujería extravagante.

¿Me darás salud y vida

con tan sucios cachivaches?

¡Pedir consejo a una vieja!

¡Pretender que en un santiamen

nos quite veinte o treinta años

con sus menjurjes y enjuagues!...

p. 178Pierdo ya toda esperanza,

si otro remedio no sabes:

¿no dan elixir más puro

o Naturaleza o Arte?

Mefistófeles

¡Otra vez racionalmente

hablas!... Medios naturales

hay de prolongar la vida;

pero... están en libro aparte,

y es, a fe, el que trata de ellos

capítulo interesante.

Fausto

¿Puedo saberlos?

Mefistófeles

No exigen

oro, filtros ni jarabes.

Ve al campo, y con fuerte pico

sus duras entrañas abre;

encierra en círculo estrecho

tus pensamientos y afanes;

entre las dóciles bestias

vive sobrio, y no repares

en abonar por ti mismo

surcos que han de alimentarte,

y a la edad octogenaria

llegarán tus mocedades.

Fausto

El pico, para mi diestra,

sería peso muy grave.

p. 179Hecho no estoy a esa vida,

ni conviene a mi carácter.

Mefistófeles

¡Recurre, pues, a la Bruja!...

Fausto

¿Y por qué a esa vieja infame

precisamente? ¿No puedes

aderezar tú el brebaje?

Mefistófeles

¡Bravo pasatiempo fuera!

Haría cien puentes antes.

Ciencia y práctica no bastan;

cachaza es indispensable.

Al misterioso fermento

su virtud los años danle,

y en esa extraña mixtura

todo son dificultades.

El Diablo dio la receta;

pero aplicarla no sabe.

(Reparando en los Monos.)

Mira, ¡qué hermosa familia!

Esta es la dueña; ese el paje.

(A los animales.)

¿Adónde fue la señora?

Los Monos

A comer y solazarse:

tomó, por la chimenea,

el camino de los aires.

p. 180Mefistófeles

¿Tarda mucho en esos vuelos?

El Mico

Lo que tardo en calentarme

las patas.

Mefistófeles

¿Qué te parece

la pareja?

Fausto

¡Insoportable!

Mefistófeles

A mí me deleita mucho

su coloquio extravagante.

(A los Monos.)

¿Para quién, pinches malditos,

preparáis ese brebaje?

Los Monos

Esta es la sopa del pobre.

Mefistófeles

No faltarán comensales.

El Mico, acercándose a Mefistófeles y acariciándolo

Echa los dados: quiero

ser rico pronto.

Por falta de dinero

llámanme tonto.

p. 181¡Venga un millón!

En teniendo yo el Din,

daranme el Don.

Mefistófeles

¡Cuán feliz este sería

jugando a la lotería!

(Los Monos de cría se han apoderado de una bola grande y juegan con ella haciéndola rodar.)

El Mico

Este mundo es una bola,

que da vueltas sin cesar,

y en continua batahola

tendrá al fin que reventar.

Es vistosa y deslumbrante;

mucha luz, mucho esplendor;

mas, cual redoma brillante,

hueco y vano el interior.

Apartad, hijos: si os pilla

debajo, os aplastará.

Es de deleznable arcilla,

y mil añicos se hará.

Mefistófeles

Di: ¿qué criba es aquella?

El Mico, cogiéndola

Si eres ladrón,

conoceré con ella

tu condición.

(Corre a la Mona, y la hace mirar por la criba.)

Mira al bellaco,

p. 182y dime, mala pécora,

si es algún caco.

Mefistófeles, acercándose al fuego

¿Y este cazo tan sucio?...

El Mico y la Mona

¡Cuán majadero!

Ya no se acuerda, el rucio,

de este puchero.

Mefistófeles

¡Vaya unos dichos!

¡Qué inciviles y toscos

son estos bichos!

El Mico

Toma la escobilla,

toma el escobón,

y en aquesta silla

siéntate, bribón.

(Obliga a Mefistófeles a sentarse.)

ilustración

Fausto

(que mientras hablaban así, estaba contemplando un espejo, acercándose unas veces y alejándose otras.)

¿Qué miro, Dios soberano?

¿Cuál es esa pura imagen,

que en aquel mágico espejo

aparece tan brillante?

p. 183Para volar a su lado,

dulce amor, tus alas dame.

¡Ay!, me acerco y entre nubes

va escondiéndose y borrándose...

¡Mujer no vi más perfecta

ni más seductora!... ¿Cabe

tanto hechizo en ser humano,

o es su encanto incomparable

imaginario trasunto

de las celestes beldades?

¿Puede encontrarse en la tierra

hermosura semejante?

p. 184Mefistófeles

¿Por qué no? Si un Dios estuvo

seis días, dale que dale,

y al final de la semana

vio su obra, y dijo: «Me place»,

¿es extraño que saliera

algo de bueno o pasable?

Devórala con los ojos;

por hoy, mírala bien, sáciate:

ya te buscaré una joya,

una beldad semejante:

¡dichoso aquel que a su casa

como esposa la llevase!

(Fausto continúa contemplando el espejo embebecido. Mefistófeles, reclinándose en el sillón y jugando con la escobilla, prosigue así:)

Cual monarca en regio trono

aquí puedo arrellanarme;

cetro empuña ya mi diestra;

corona tan solo fáltame.

Los Micos

(que han estado haciendo toda clase de movimientos y contorsiones, llevan una corona a Mefistófeles, chillando.)

Pues sois tan amable, tan bueno, Señor,

ceñid la corona con sangre y sudor.

(Dan saltos desgarbados con la corona; la rompen en dos trozos, rodando y danzando con ellos.)

Es cosa resuelta: ya somos los amos;

y vemos y oímos y versificamos.

p. 185Fausto, mirando al espejo

¡Pobre de mí! La cabeza

se me va. Las sienes me arden.

Mefistófeles, señalando a los animales

Yo no puedo más: los cascos

parece que se me abren.

Los Micos

Si el verso atinamos, verás que al momento

el metro y la rima serán pensamiento.

Fausto, como antes

Partiré: mi pecho estalla.

Mefistófeles

¡Cuán grotescos animales!

Pero confesar es justo

que son excelentes vates.

(La olla que la Mona ha descuidado, comienza a desbordar, y se levanta una llamarada, que sube a la chimenea. La Bruja aparece entre las llamas, dando gritos espantosos.)

La Bruja

¡Hola! ¡Canalla impura!

¡Raza maldita!

¿Así tuvisteis cura

de la marmita?

Saltó la llama,

p. 186¡y a mí, a mí me chamusca,

que soy el ama!

(Viendo a Fausto y Mefistófeles.)

¿Quién es el atrevido

que está allá abajo?

¿Por dónde habéis venido?

¿Quién aquí os trajo?

Sobre los cuernos

tomad las llamaradas

de los infiernos.

(Mete el cucharón en la olla, y derrama fuego vivo sobre Fausto, Mefistófeles y los animales. Estos aúllan.)

Mefistófeles

(dando golpes a diestro y siniestro, sobre los cazos y botijos, con el escobón que tiene en la mano.)

¡Bravo, bruja ramera!

¡Siga la broma!

¡Caigan olla y caldera,

cazo y redoma!

Yo no hago más

que seguir la cadencia

de tu compás.

(La Bruja retrocede colérica y asustada.)

¿No sabes quién soy, arpía?

Marimacho, ¿no lo sabes?

No sé quién tiene mis manos

porque no te despedacen,

y contigo a esos horribles

macacos u orangutanes.

¿Es que ya no reconoces

mi jubón color de sangre?

p. 187¿Es que la pluma de gallo

nada significa y vale?

Con faz descubierta vine:

¿no basta? ¿Habré de nombrarme?

La Bruja

¡Ah, gran Señor!, el saludo

poco grato perdonadme.

No vi la pata de cabra,

ni los dos cuernos...

Mefistófeles

¡Bien! Pase

por esta vez. Es lo cierto

que no vine a visitarte

en mucho tiempo. El progreso,

que todo lo pule y lame,

llegó hasta el Diablo. Aquel monstruo

del septentrión, presentable

no está ya. Garras y cuernos

modas son de otras edades;

y si es la pata de cabra

requisito indispensable,

hay también, para ocultarla,

remedio barato y fácil:

pantorrillas gasto al uso

como otros muchos galanes.

La Bruja, bailando

De gozo las carnes temblándome están:

¡ha honrado mi casa monseñor Satán!

p. 188Mefistófeles

¡Calla, vestiglo! Te vedo

que de ese modo me llames.

La Bruja

¿Por qué? Di.

Mefistófeles

Porque ese nombre

figura ya en todas partes

entre mitos. No por eso

mejores son los mortales;

faltó el Malo, mas no esperes

que jamás los malos falten.

Llámame, si a bien lo tomas,

Señor Barón. Mi linaje

es muy noble, y aquí tienes

el blasón, si lo dudares.

(Hace un ademán licencioso.)

La Bruja, riendo a carcajadas

¡Os conozco! Siempre fuisteis

licenciado en malas artes.

Mefistófeles, a Fausto

Aprende tú: así se trata

a estas brujas.

La Bruja

¿Y qué os place

pedirme?

p. 189Mefistófeles

No más un vaso

de tu elixir. Pero, dame

del más añejo. Su fuerza

dobla el tiempo.

La Bruja

Guardo aparte

una redoma, y con ella

acostumbro regalarme.

Probadlo, señor, vos mismo:

ni está rancio, ni mal sabe.

(Aparte a Mefistófeles.)

Mas, si lo bebe el amigo,

sin estar dispuesto de antes,

dentro de una hora revienta.

Mefistófeles

No temas; es un compadre

y le hará bien. Las mejores

de tus drogas has de darle.

Traza tu círculo mágico,

di las misteriosas frases,

y sírvele, sin recelo,

una taza del brebaje.

(La Bruja, haciendo ademanes estrambóticos, traza un círculo en el suelo, y coloca en él varios objetos raros; mientras tanto, los vasos suenan y las ollas también, haciendo una especie de música. Toma después la Bruja un grueso librote, pone dentro del círculo a los Micos, que le sirven de pupitre para el libro, y le sostienen las luces. Hace seña a Fausto de que se acerque.)

p. 190Fausto a Mefistófeles

¿De qué sirve todo aquesto?

Estos gestos y ademanes,

estos bichos, estas farsas,

todo es viejo y repugnante.

Mefistófeles

Tómalo a risa y chacota.

¿Por qué has de formalizarte?

Para que surta la pócima

todos sus efectos, hace

la Bruja, como buen médico,

las pantomimas de su arte.

(Hace entrar a Fausto en el círculo.)

La Bruja

(Lee en el libro, declamando con mucho énfasis.)

El uno truecas en diez,

con la mayor sencillez;

restas el dos y el tres luego,

y ya vas ganando el juego;

sumas el cuatro al instante;

das un brinco,

y divides lo restante

por el cinco;

el seis, en un periquete,

queda convertido en siete;

pero va el ocho delante,

y trocando el nueve en uno,

queda el diez hecho ninguno.

Y esta es la peregrina

cábala de la Madre Celestina.

p. 191Fausto

Delirar le hizo la fiebre

quizás.

Mefistófeles

No es que ella desbarre:

así reza el libro; todas

sus páginas son iguales.

Bien me quebré la cabeza

estudiándolo; fue en balde:

para discretos y tontos

lo absurdo es impenetrable.

El sistema es viejo y nuevo;

hubo en todas las edades

quien, haciendo de tres uno

y uno de tres, diera pase,

como misterios sublimes,

a solemnes necedades.

¿Quién adelgaza las mientes

discutiéndolas? Más vale

creerlo que averiguarlo;

pues pocos dudan, o nadie,

que se encierra un pensamiento

debajo de cada frase.

La Bruja

La Verdad caprichosa

va fugitiva;

para aquel que la acosa

siempre es esquiva.

Desnuda y bella,

p. 192entrégase al que nunca

pensara en ella.

Fausto

¿Qué despropósitos habla?

La cabeza se me parte,

como si tuviera en ella

toda una casa de orates.

Mefistófeles

¡Basta, inspirada Sibila!

Sirve el mejunje al instante,

y hasta el borde llena el vaso.

Los efectos no te alarmen:

hecho está ya el camarada

a esos tragos y estos lances.

(La Bruja, con muchos aspavientos, vierte la pócima en la taza, y cuando la lleva Fausto a los labios, enciéndese una ligera llama en el líquido.)

Bebe, y sentirás al punto

el corazón transformarse.

¿Temes al fuego, teniendo

al demonio de tu parte?

(La Bruja rompe el círculo; Fausto sale de él.)

Ahora, ¡en marcha!

La Bruja

¡Y buen provecho!

Mefistófeles

Si en algo puedo ayudarte,

me tendrás en la Walpurga

para aquello que me mandes.

p. 193

Ilustración

La Bruja

Una canción he de daros;

si alguna vez la cantareis,

probaréis, al punto mismo,

sus efectos singulares.

Mefistófeles, a Fausto

Tú, ven, y sigue mis pasos.

Útil es, indispensable

que transpires: así, el filtro

por dentro y fuera se esparce.

Después, en noble indolencia

haré que ocioso descanses,

y en tan sabrosa molicie,

verás, sin otros afanes,

cuál las ansias de Cupido

brotarán por todas partes.

p. 194Fausto

Déjame aún que en ese espejo

los ávidos ojos clave...

De mujer hermosa y pura

nunca vi mejor imagen.

Mefistófeles

Ven, y brillará a tu vista,

vivo, fresco y palpitante,

el acabado modelo

de las humanas beldades.

(Aparte.)

Con ese trago en el vientre,

con esa fiebre en la sangre,

Elena será a sus ojos

la primera mujer que halle.

Ilustración ornamental

p. 195

Ilustración

CALLE


FAUSTO Y MARGARITA, pasando

Fausto

Hermosa señorita, bondadosa,

¿aceptaréis mi brazo y compañía?

Margarita

Ni señorita soy, ni soy hermosa,

y sé ir a casa sin sostén ni guía.

(Se suelta y se va.)

p. 196Fausto

Es preciosa, ¡vive Cristo!,

esa doncella. En mi vida

hermosura más cumplida

ni más recatada he visto.

Y hay algo de incitador

en esa faz candorosa...

¡Labios de encendida rosa!

¡Frescas mejillas en flor!

Bajó los ojos, y enojos

tales causaron al alma,

que me tiene ya sin calma

aquel bajar de sus ojos.

Con su réplica vivaz,

con su gracioso desdén,

a cualquier hombre de bien

ha de robarle la paz.

(Entra Mefistófeles.)

Fausto

Oye: ¿ves esa doncella?

Procúramela al instante.

p. 197

Grabado

Mefistófeles

¿Cuál dices?

Fausto

La que delante

de ti caminaba.

p. 199Mefistófeles

¿Aquella?

Ha un momento que le ha dado

el cura la absolución:

escuché su confesión,

detrás de ella agazapado.

¡Nada! ¡Escrúpulos monjiles!

No tengo en ella poder.

Fausto

¿Cómo no, siendo mujer

y contando quince abriles?

Mefistófeles

Presumes como Don Juan.

Imaginas que las flores

más brillantes y mejores

para ti son y serán;

que todo a tu devaneo

cederá del mejor modo:

mas no sale, amigo, todo

a medida del deseo.

Fausto

Señor Maestro, no arguyo;

mas te digo, sin reproche,

que es ella mía esta noche,

o dejo yo de ser tuyo.

Mefistófeles

¿Cómo lograrlo? ¡Estás loco!

Necesito, en conclusión,

p. 200para atisbar la ocasión

quince días, y aún es poco.

Fausto

¡Quince días! ¿Con quién hablo?

Si uno tuviera por mío,

para lograr lo que ansío

no necesitara al diablo.

Mefistófeles

¡Más no dijera un francés!

Contén tus ansias veloces:

andar de prisa en los goces

estrategia inhábil es.

Si alcanzar quieres la gloria

de los placeres más vivos,

con luengos preparativos

apréstate a la victoria;

y con tenaz frenesí,

cual dice un cuento italiano,

construya tu propia mano

tu amoroso maniquí.

Fausto

Sin el socorro de ese arte

ardiendo está mi deseo.

Mefistófeles

Basta, pues, de tiroteo;

dejemos bromas aparte;

y entiende que en esta lid

contra tan débil criatura,

p. 201no es la audacia quien procura

el triunfo, sino el ardid.

Fausto

Por fuerza, pues, o artificio,

si no todo el bien que imploro,

dame algo de ese tesoro

que me ha trastornado el juicio.

Dame su humilde collar,

dame su ajustada liga,

algo con lo cual consiga

mi ardiente fiebre calmar.

Mefistófeles

Ya tu impaciencia comparto,

y para darte consuelo,

voy a llevarte en un vuelo...

Fausto

¿Adónde?

Mefistófeles

A su propio cuarto.

Fausto

¿Veré a mi beldad divina?

¿Mía será?

Mefistófeles

¡Poco a poco!

Está, si no me equivoco,

en casa de una vecina;

pero, en dulce bienandanza

p. 202respirando allí su ambiente,

podrás soñar ya presente

cuanto anheló tu esperanza.

Fausto

Vamos.

Mefistófeles

Es pronto quizá...

Fausto

Tráeme, pues, para mi bella,

un regalo, digno de ella.

(Vase.)

Mefistófeles

¡Un regalo! Triunfará.

Conozco más de un rincón

donde hay tesoros sin cuento:

voy a hacer en un momento

la visita de inspección.

(Vase.)

Ilustración ornamental

p. 203

Ilustración

AL CAER LA TARDE


UN CUARTITO MUY ASEADO

Margarita, trenzando sus cabellos

El deseo ya me abrasa

de conocer al galán:

por su porte y ademán

parece de buena casa.

Eso no se oculta, no:

en el rostro va estampado.

p. 204Y no fuera tan osado,

a no ser hombre de pro.

(Vase.)

MEFISTÓFELES, FAUSTO

Mefistófeles

Entra despacio.

Fausto, después de una pausa

Deseo

estar solo.

Mefistófeles, escudriñando el cuarto

Para ser

aposento de mujer,

hay en él bastante aseo.

(Vase.)

Fausto, mirando alrededor

Grata penumbra, que con tenue velo

el templo del amor cubres sombría,

infunde al corazón el vivo anhelo

que la esperanza del placer rocía.

De dicha y paz purísima fragancia

respiro aquí con inefable gozo.

En esta desnudez ¡cuánta abundancia!

¡Cuánta ventura en este calabozo!

(Déjase caer en el sillón de cuero, que está al lado de la cama.)

Recíbeme en tu seno, trono santo,

do el anciano reinó, gozoso o triste.

¡Ah! ¡Cuántos niños, con alegre encanto,

por tus robustos brazos trepar viste!

p. 205Aquí tal vez, agradecida al cielo,

la que mi dueño es hoy, niña inocente,

la enjuta mano del caduco abuelo

vino a besar con labio floreciente.

Aquí respiro, hermosa, el que te alienta

genio de orden, trabajo y armonía,

cuya materna voz, que oyes atenta,

te dicta tu deber de cada día.

Él te enseña a extender el blanco lino

sobre la mesa del frugal banquete,

y a tu mano, que rige mi destino,

da el estropajo humilde por juguete.

¡Mano querida! Cual de Dios la diestra,

eres creadora, y el que audaz contemplo

mísero hogar, de lobreguez siniestra,

trocar supiste en luminoso templo.

(Separa una cortina del lecho.)

¡Qué celestial transporte me extasía!

¡Cuál late ansioso el pecho conmovido!

¡Cuán feliz en tu seno olvidaría

el volar de las horas, dulce nido!

Aquí en sueños de amor, Naturaleza,

modelaste esa angélica criatura;

aquí, cuando a latir el pecho empieza,

la niña descansó cándida y pura.

Aquí, la actividad viva y sagrada,

porque a mi afán su perfección conteste,

completó esa hermosura consumada,

que imagen es de la beldad celeste.

¿Y tú, qué buscas, qué ansías, alma mía?

Goce interior inunda el pecho exhausto...

¿Por qué tiemblo, y mi mente se extravía?

¡Te desconozco, desdichado Fausto!

p. 206Mi ser penetra enervadora calma:

buscaba el choque del placer violento,

¡y en dulces sueños se evapora el alma!

¿Juguete somos del fugaz momento?

¡Ay! Si aquí apareciese, pura y bella,

la pobre niña que burlar ansías,

¡cuán pequeño, Don Juan, turbado ante ella,

a sus pies mudo y trémulo caerías!

Mefistófeles

Viene: huyamos al instante.

Fausto

¡Huyamos! No volveré.

Mefistófeles

Esta cajita encontré;

mírala: pesa bastante.

Dejémosla en este armario,

y por quien soy te aseguro

que producirá el conjuro

el efecto necesario.

Baratijas son el don,

para obtener otras luego:

el juego, al fin, siempre es juego,

y las niñas, niñas son.

Fausto

No me atrevo...

Mefistófeles

¡Belcebú

te confunda! ¿Que la engaño

p. 207piensas, o quieres, tacaño,

quedarte las joyas tú?

Renuncia, pues, al placer

con que tu ilusión halagas,

y de este modo no me hagas

tiempo y trabajo perder.

Mas no da tu gentileza

en extremos tan villanos.

Por mí, lávome las manos

y me rasco la cabeza.

(Pone el estuche en el armario y rueda la llave.)

Ahora, salgamos de aquí.

Conviene ver si la niña

por sí misma se encariña

y se enamora de ti.

¡Vamos! ¡Pronto! Va a llegar...

Pareces, tan grave y serio,

que hayas vuelto al ministerio

de tu cátedra escolar,

y que en su negro ropón

envuelta, pálida y tísica,

esté Doña Metafísica

dictándote la lección.

Ven.

(Vanse.)

Margarita, con una luz en la mano

¡Qué calor! ¡Qué bochorno!

Abriré.

(Abriendo la ventana.)

Me parecía

que la noche estaba fría,

y esto abrasa como un horno.

p. 208Mas ¿qué tengo? ¿Qué me pasa?

Siento un hondo escalofrío...

¡Quisiera que ya, Dios mío,

mi madre estuviera en casa!

¡Ay! La angustia me sofoca;

inquieta, turbada estoy.

¡Bah! ¡Cuán aprensiva soy!

¡Cuán aprensiva y cuán loca!

(Comienza a desnudarse y a cantar.)

Hubo en Thule un rey amante,

que a su amada fue constante,

hasta el día que murió;

ella, en el último instante,

su copa de oro le dio.

El buen rey, desde aquel día,

solo en la copa bebía,

fiel al recuerdo tenaz,

y al beber humedecía

una lágrima su faz.

Llegó el momento postrero,

y al hijo su reino entero

cediole, como era ley:

solo negó al heredero

la copa el constante rey.

En la torre que el mar besa,

por orden del rey expresa

–tan próximo ve su fin–

la Corte en la regia mesa

gozó el último festín.

El postrer sorbo el anciano

moribundo soberano

apuró sin vacilar,

p. 209y con enérgica mano

arrojó la copa al mar.

Con mirada de agonía,

la copa que al mar caía,

fijo y ávido, siguió;

vio como el mar la sorbía,

y los párpados cerró.

(Abre el armario para guardar los vestidos, y ve el estuche.)

¿Quién ha puesto en el armario

este cofrecillo? Abierta

no he dejado yo la puerta...

¡Vaya! ¡Es lance extraordinario!

¿Qué contendrá? No lo sé;

a mi madre alguien lo dio

quizás en prenda. ¡Si yo

pudiera abrir!... Probaré.

Cuelga aquí una llave de oro

de una cintita de seda...

¿Me atrevo?... Entra bien; ya rueda;

ya está abierto. ¡Qué tesoro!

¡Joyas son!... Riqueza igual

no vi: lucirlas podría

en el más solemne día

la dama más principal.

Turbada, aturdida estoy:

¿quién será su dueño, quién?

Veré si me sienta bien

el collar.

(Poniéndoselo al espejo.)

¡Otra ya soy!

Si, a lo menos, fueran míos

los zarcillos... Porque es cosa

bien pobre un rostro de rosa

p. 210sin ajenos atavíos.

De juventud y beldad

los hombres ya no hacen caso;

si te echan flores al paso,

es por lástima y piedad.

¿Para qué ser bella quieres?

Hoy solo existe un tesoro,

y ese tesoro es el oro:

¡el oro!... ¡Pobres mujeres!

Ilustración

p. 211

Ilustración ornamental

PASEO


FAUSTO, pensativo,
yendo y viniendo
. MEFISTÓFELES se dirige a él.

Mefistófeles

¡Por las llamas del Averno!...

¡Por las burlas del amor!...

Si algo hay más malo, por ello

quiero jurar, ¡voto a bríos!

Fausto

¿Qué tienes? ¿Qué te acongoja?

¿Has perdido la razón?

Un gesto como ese gesto

no vi nunca.

Mefistófeles

Tal estoy,

que me diera hoy mismo al Diablo,

si el Diablo no fuese yo.

Fausto

¿Qué te pasa?

p. 212Mefistófeles

¿Qué me pasa?

El petardo más atroz...

El regalo de tu niña

un cura me lo birló.

Apenas lo vio la madre,

entrole pasmo y temblor:

tiene el olfato muy fino

la buena sierva de Dios;

escudriñándolo todo

anda, con ojo avizor,

para indagar si las cosas

santas o profanas son,

y que no era don divino

el presente adivinó.

«Bienes mal ganados, dijo,

corrompen el corazón:

llevemos, hija, estas joyas

a la Madre del Señor,

para conseguir la gracia

por su santa intercesión.»

La pobre Margaritica

torció el gesto y observó

que a caballo dado..., y luego

un hombre sin religión

no ha de ser quien tan amable

se presenta. Al confesor

llama la madre, y el lance

le cuentan entre las dos.

Todo jubiloso el cura

exclama: «Tenéis razón:

quien renuncia humanos bienes,

p. 213otros logra de más pro.

La Iglesia tiene buen vientre:

ella acepta cualquier don;

y a veces reinos enteros,

por mayor gloria de Dios,

tragó, sin sentir por ende

empacho ni indigestión.

Solo a la Iglesia, señora,

tal privilegio se dio.»

Fausto

Los reyes y los judíos

gozan de igual distinción.

Mefistófeles

Y así, diciendo y haciendo,

con la frescura mayor,

el cura, collar, zarcillos

y sortijas se embolsó;

y cual si fueran un cesto

de nueces, sin más adiós

ni más gracias, me las deja,

dándoles la bendición.

Fausto

¿Y Margarita?

Mefistófeles

Mohína,

recelosa, y... ¿qué sé yo?

¡Si ella misma no comprende

lo que pasa en su interior!

Pero asegurarte puedo

p. 214que, dándose cuenta o no,

piensa mucho en el obsequio

y en el fino obsequiador.

Fausto

¡Pobre niña! Sus congojas

me llegan al corazón.

Venga otro estuche, que al cabo

no era aquel de gran valor.

Mefistófeles

Para Vuestra Señoría

baratijas todo son...

Fausto

Haz lo que te digo, y toma

el consejo que te doy:

aplícate a la vecina.

A diablo predicador

no te metas. ¿Faltan joyas?

Tráelas, pues.

Mefistófeles

Por ellas voy.

(Fausto se va.)

Capaz sería este loco,

por divertir a su amor,

de hacer fuegos de artificio

con estrellas, luna y sol.


p. 215

Ilustración

CASA DE LA VECINA


Marta, sola

¡Dios perdone a mi marido!

¡Cuán mal conmigo se porta!

Ir siempre de Zeca en Meca,

dejándome pobre y sola...

Y jamás le di motivo:

Dios sabe cuán cariñosa

he sido con él. (Llorando.) Acaso

habrá muerto: ¡qué congoja!

¡Provista hallárame, al menos,

de su partida mortuoria!

Margarita, entrando

Señora Marta...

p. 216Marta

¿Qué quieres,

Margarita?

Margarita

Se me doblan

las rodillas. ¡Otro hallazgo

en mi armario! Una preciosa

cajita de ébano, y dentro

las más espléndidas joyas.

¡Un gran tesoro! No pueden

comparárseles las otras.

Marta

¡No lo digas a tu madre;

no las lleve a la parroquia!

Margarita

¡Mirad, cómo resplandecen!

Marta

Ven aquí; ¡mujer dichosa!

(Le pone las joyas.)

Margarita

¡Qué lástima no lucirlas

en la calle a cualquier hora,

o en la iglesia!...

Marta

Ven a verme,

y ante el espejo, a tus solas,

p. 217te engalanas y deleitas.

Luego, ocasiones de sobra

vendrán, en que poco a poco

vayas sacándolas todas.

Hoy la cadena; mañana

los zarcillos... Si lo nota

tu madre, nada más fácil

que inventar cualquier historia.

Margarita

¿De qué mano estos presentes

provendrán? ¡Es sospechosa!...

(Llaman a la puerta.)

¡Cielos! ¡Si fuera mi madre!...

Marta, apartando la cortina y mirando

Es un hidalgo: persona

desconocida... ¡Adelante!

Mefistófeles, entrando

Perdonad: sin ceremonia

me presento. Mi propósito

es hablar con la señora

Marta Espadilla.

Marta

¿En qué puedo

serviros? Yo soy.

Mefistófeles

La honra

me basta, de conoceros.

p. 218Volveré: tenéis ahora

visita de alto copete.

Vendré a la tarde.

Marta

Te toma

por una dama, ¡Dios santo!

¿Lo escuchaste?

Margarita

La lisonja

agradezco. Soy doncella

humilde y pobre. Estas joyas

no son mías.

Mefistófeles

¡Oh, no es eso!

El ademán, la imperiosa

mirada... Mucho me place

el encuentro.

Marta

¿Qué ocasiona

vuestra visita?

Mefistófeles

Quisiera

nuevas más satisfactorias

comunicaros, y os ruego

que no estalle vuestra cólera

sobre el portador. Ha muerto

vuestro esposo, y por mi boca

os saluda.

p. 219Marta

¡Mi marido

ha muerto! ¡Misericordia!

¡Pobre de mí!... Yo fallezco...

Margarita

No os entreguéis a esa loca

desesperación...

Mefistófeles

Oídme,

si queréis saber la historia.

Margarita

Por estos trances, quisiera

no amar nunca. ¿Quién soporta

tal pérdida?

Mefistófeles

Todo tiene

compensación. Sin zozobras

no hay placeres.

Marta

Referidme,

señor, sus últimas horas.

Mefistófeles

En Padua, junto a la iglesia

de San Antonio famosa,

p. 220en terreno bendecido,

el eterno sueño goza.

Marta

¿Y os dio para mí?

Mefistófeles

Un encargo

importante: su memoria

habéis de honrar, consagrándole

trescientas misas. Mi bolsa,

por lo demás, está huera.

Marta

¿Qué decís? ¿Ni una bicoca

por recuerdo? ¿Ni un humilde

joyel, que para su esposa

el ganapán más ingrato

guarda en sus pobres alforjas,

aunque haya de pasar hambre

y haya de pedir limosna?

Mefistófeles

Señora, lo siento mucho;

mas debo decir, en honra

del difunto, que el dinero

no derrochó. Con devota

contrición lloró sus culpas

y su suerte poco próspera.

Margarita

¡Desdichado! Más de un requiem

le prometo.

p. 221Mefistófeles

¡Encantadora

muchacha! ¡Y esos abriles

están ya pidiendo bodas!

Margarita

Es pronto.

Mefistófeles

Si aún no marido,

cortejo. ¡Qué mayor gloria

que ser posesor y dueño

de un tesoro de tal monta!

Margarita

Cortejos no se acostumbran

en esta tierra.

Mefistófeles

Y ¿qué importa?

Nada más fácil...

Marta

El hilo

seguid de la infausta crónica.

Mefistófeles

Vi expirar al triste enfermo.

No era su cama mortuoria

de estiércol; mas sí de paja

podrida, sucia y hedionda.

Pero ejemplar, cristianísimo,

p. 222fue su tránsito. «¡Aún es floja

la penitencia!, exclamaba.

¡Me abomino! ¡Me abochornan

mis culpas! ¡Mujer, oficio

dejar!... ¡Cuánto me trastorna

esa idea!... ¡Si supiese

que ella, al menos, me perdona!»

Marta

¡Ya le perdoné!

Mefistófeles

Y seguía:

«Aun cuando culpa, y no poca,

ella tuvo.»

Marta

Mintió en eso.

¡A los bordes de la fosa

tal calumnia!...

Mefistófeles

El pobrecillo

deliraba, pues: «¡Cuán pronta

huyó la paz!, exclamaba:

¡qué vida!, ¡qué batahola!

Darle cada año un infante;

buscar, para tantas bocas,

después el pan, el pan, digo,

en su acepción llana y propia;

y jamás comer tranquilo

mi porción.»

p. 223Marta

¿Y de su esposa

olvidó así la ternura,

la constancia, las congojas?...

Mefistófeles

¡Oh, no! Guardaba en el fondo

del alma vuestra memoria.

«Cuando partí, me decía,

de Malta, oración ansiosa

recé por ella y mis hijos:

la oyó Dios, y nuestra flota

a una galera otomana

dio caza al punto; apresola:

tesoros para el Gran Turco

llevaba. Diose a la tropa

la recompensa debida,

y mi parte no fue corta.»

Marta

¿Dónde están esas riquezas?

Quizá las guardó recónditas...

Mefistófeles

¿Quién sabe, quién sabe adónde

las llevaron a estas horas

los cuatro vientos?... En Nápoles

prendose de su persona

una gentil damisela,

y pruebas diole tan hondas

de fino amor, que el pobrete

hasta la muerte sintiolas.

p. 224Marta

¡Ladrón de sus propios hijos!

¿No pudieron la deshonra

ni la miseria apartarle

de esa vida ignominiosa?

Mefistófeles

Pero, al fin, murió. ¡Si fuera

yo su viuda!... Negras tocas

un año, y después en busca

de otros goces y otras glorias.

Marta

Otro como mi primero

no hallaré. Cabeza loca,

pero ¡un corazón!... Más falta

no tenía, ni más sobras,

que gustar sobradamente

del vino, el juego y las mozas.

Mefistófeles

Menos malo, si gozabais

libertad para las tornas.

A trocar estoy dispuesto,

si ese trato os acomoda,

nuestro anillo.

Marta

El buen hidalgo

es dado a chanzas y bromas.

p. 225Mefistófeles (aparte.)

¡Paso atrás! Al mismo diablo

tal vez la palabra coja

la viuda.

(Dirigiéndose a Margarita.)

¿Qué tal se encuentra

el corazoncito, hermosa?

Margarita

No os comprendo.

Mefistófeles

(Aparte.)   ¡Qué inocencia!

El cielo os guarde.   (Despidiéndose.)

Margarita

Él os oiga.

Marta

Escuchad: ¿fuera posible

lograr documento en forma,

que acredite cuándo el pobre

murió y en dónde reposa?

Gústame tener en orden

mis asuntos y mis cosas...

Si publicase su muerte

la Gaceta...

Mefistófeles

Lo que otorgan

y declaran dos testigos,

verdad, que no admite contra,

p. 226siempre ha sido. Un camarada

va conmigo, que la historia

conoce, y dará fe de ella.

Lo traeré.

Marta

Venga en buen hora.

Mefistófeles

¿También estará la niña?

Mozo es de rango y de nota;

ha corrido mucho, y sabe

tratar a las damas.

Margarita

Toda

turbada estaré.

Mefistófeles

¿Turbada?

¡Ni ante el mayor rey de Europa!

Marta

A la tarde os aguardamos.

Estaremos a la sombra

del jardín, tras de la casa.

Mefistófeles

Hasta la tarde, señora.


p. 227

Ilustración ornamental

CALLE


FAUSTO, MEFISTÓFELES

Fausto

¿Cómo va? ¿Qué adelantamos?

Mefistófeles

¡Te abrasa ya la impaciencia!

Margarita será tuya

pronto. Esta tarde has de verla

en casa de una vecina,

tal que mejor no se encuentra

para el papel honrosísimo

de buscona y de tercera.

Fausto

¡Muy bien! ¡Soberbio!

Mefistófeles

Pero algo

me piden en recompensa.

p. 228Fausto

Amor con amor se paga.

Mefistófeles

Hay que dar en toda regla

jurídico testimonio

de que allá, en Padua la bella,

al cuerpo de su marido

echaron sagrada tierra.

Fausto

Bien: emprendamos el viaje.

Mefistófeles

¡Oh simplicitas! ¿Quién piensa

cosa tal? Sin más pesquisas,

atestigua cuanto quieran.

Fausto

Si otro plan mejor no tienes,

aquí dio fin nuestra empresa.

Mefistófeles

¡Oh santo varón! ¡Oh insigne

virtud! ¿Será la primera

y última vez que atestigües

en falso? Di: ¿no recuerdas

cuando con labio imperioso,

cuando con frente altanera,

de Dios, del hombre y el mundo,

del alma y la inteligencia,

dabas, a diestro y siniestro,

p. 229definiciones quiméricas?

¿Sabías tú más de aquello

que de las horas postreras

del buen señor de Espadilla,

que in sancta pace requiescat?

Fausto

¡Siempre embustero y sofista!...

Mefistófeles

Es que mi vista penetra

más hondo, y sé que mañana

irás, limpia la conciencia,

a seducir a la pobre

Margarita, y mil protestas

le harás de amor, de amor puro...

Fausto

¡Con toda el alma!

Mefistófeles

¿De veras?

Luego, con el alma toda,

le dirás que es tu primera

pasión, y con toda el alma

le prometerás perpetuas

fidelidad y constancia...

Fausto

¡Y le diré lo que sienta!

Cuando en mi ardiente deliquio,

cuando en mi dicha suprema,

para expresar mis afanes

p. 230frases mis labios no encuentran,

y cruzando el universo

revolviendo cielo y tierra,

de las palabras más nobles

mi frenesí se apodera,

y a la fiebre en que me abraso

la llamo infinita, eterna,

¿es eso ilusión diabólica?

¿Es mentira y apariencia?

Mefistófeles

Tengo, pues, razón.

Fausto

Escucha,

y déjame en paz la lengua.

A aquel que callar no quiere

darle la razón es fuerza...

Tu implacable taravilla

me cansa, aturde y marea:

¡tienes razón! Sobre todo,

porque he de hacer lo que quieras.

Ilustración ornamental

p. 231

Ilustración

JARDÍN


MARGARITA del brazo de FAUSTO. MARTA con MEFISTÓFELES, paseando arriba y abajo

Margarita

Sois conmigo tan galán,

que abochornada os escucho.

Los que viajan y ven mucho,

buscan, allá donde van,

momentánea distracción;

pues poco, de otra manera,

interesaros pudiera

mi pobre conversación.

Fausto

Un acento de tus labios,

de tus ojos un destello,

valen más que todo aquello

que nos enseñan los sabios.

(Le besa la mano.)

p. 232Margarita

¿Qué hacéis? ¿Os dignáis besar

mano tan áspera y ruda?

Preciso es que a todo acuda

y trabaje sin cesar.

Mi madre es tan hacendosa

y exigente...

(Pasan.)

Marta

¿Y vais así,

siempre en movimiento?

Mefistófeles

Oh, sí:

la necesidad acosa,

urge el negocio; y a fe

que es triste, siempre intranquilo,

dejar más pronto el asilo

que más grato al alma fue.

Pero, el deber...

Marta

Mientras dura

la juventud divertida,

no es malo pasar la vida

yendo siempre a la ventura.

Mas los años breves son,

y al acercarse a la muerte

insoportable es la suerte

del infeliz solterón.

p. 233

Grabado

p. 235Mefistófeles

Esa vejez, triste y fría,

miro con horror también.

Marta

Pues, señor, pensadlo bien,

hoy que es tiempo todavía.

(Pasan.)

Margarita

Quien marchó, pronto olvidó,

y aunque en vos así no fuera,

amigos tendréis doquiera

que sepan más que sé yo.

Fausto

¿Qué es el saber? ¡Vanidad!

¿Por qué, mereciendo tanto,

no aprecia su valor santo

la inocente ingenuidad?

La sencillez sin recelo

que goza el grato reposo:

este es el don más precioso

que nos puede dar el cielo.

Margarita

Pues, si os lleva lejos Dios,

pensad algún rato en mí:

¡yo tendré tantos aquí

para acordarme de vos!...

p. 236Fausto

¿Tan sola estás?...

Margarita

¿Qué he de hacer?

La labor nunca es escasa,

pues, aunque es chica la casa,

siempre hay algo a qué atender.

No queremos admitir

sirvienta, y hay que lavar

y coser y cocinar,

hay que entrar, hay que salir.

Mi madre, ¡es tan pulcra en todo,

tan exacta!... Y a fe mía,

si otra fuera, no tendría

que afanarse de ese modo.

Muchos gastan, bien lo advierto,

aunque a su estado no cuadre...

Hacienda nos dejó el padre,

nuestra casita y el huerto.

Y ahora no me quejo, no;

tengo un vivir sosegado:

mi único hermano es soldado,

y mi hermanita murió.

¡Mucho me hizo padecer!

Pero de nuevo por ella

pasara la angustia aquella:

¡tanto se hacía querer!

Fausto

Si era semejante a ti,

ángel del cielo sería.

p. 237Margarita

Cura de ella yo tenía,

y estaba loca por mí.

Nació –¡desgraciada suerte!–

después de morir el padre,

y estuvo entonces mi madre

a las puertas de la muerte.

Cuando, tras larga amargura,

pudo, al fin, dejar el lecho,

estaba exhausto su pecho

para la infeliz criatura.

Yo un día tras otro día,

sin detenerme por nada,

de agua y leche azucarada

la alimentaba y nutría.

Y de esa dulce manera,

contemplándome y sonriendo,

iba en mis brazos creciendo,

cual si mi propia hija fuera.

Fausto

Y entonces, di, ¿no es verdad?,

¿gozaste el más puro bien?

Margarita

Sí; pero había también

horas de amarga ansiedad.

Como estaba colocada

junto a mi cama su cuna,

no pasaba noche alguna

sin despertar azorada;

pues, apenas se movía,

p. 238para procurarle abrigo,

acostábala conmigo,

o en mis brazos la mecía.

Ora le daba alimento;

ora, con impulso blando,

paseábala cantando

por el oscuro aposento.

Y había que madrugar

a la mañana siguiente,

ir al mercado, a la fuente,

y afanarse sin cesar;

y así, no siempre, señor,

está el ánimo contento;

mas, con tanto movimiento,

se come y duerme mejor.

(Pasan.)

Marta

¡Pobres mujeres! Gastamos

en balde nuestras razones;

son para los solterones

inútiles los reclamos.

Mefistófeles

Solo una mujer cual vos

catequizarme podría.

Marta

¿Tenéis el alma aún vacía?

Sed franco, aquí entre los dos.

p. 239Mefistófeles

Dice un adagio profundo:

«Buen hogar y esposa honrada,

dicha es que no está pagada

con todo el oro del mundo.»

Marta

Digo si guardáis presente

algún recuerdo...

Mefistófeles

Hasta ahora

en todas partes, señora,

fui acogido cordialmente.

Marta

¿Nunca sentisteis arder

vuestro corazón herido?...

Mefistófeles

Siempre mal me ha parecido

el jugar con la mujer.

Marta

Inútil será que os hable...

No me explico.

Mefistófeles

O no os entiendo;

pero ya voy comprendiendo

que sois muy buena y amable.

(Pasan.)

p. 240Fausto

Apenas puse aquí el pie,

¿me reconociste, oh cielo?

Margarita

Los ojos, turbada, al suelo,

¿no visteis cómo bajé?

Fausto

Y dispensando osadías,

que amor inspira y dirige,

¿perdonas lo que te dije

cuando del templo salías?

Margarita

¡Corrida quedé y cortada!

Nunca estuve en caso igual:

de mí nadie piensa mal,

ni he sido en lenguas llevada.

¿Qué, decía, habrá encontrado

de provocador en mí,

para acercárseme así,

con tan libre desenfado?

¿Por quién me toma? ¿Qué piensa?

Gritaba así mi despecho;

pero algo había en mi pecho

que hablaba en vuestra defensa;

y entonces –sábelo Dios–

contra mí me revolvía,

al ver que, como debía,

no me indignaba con vos.

p. 241Fausto

¡Dulce amor!

Margarita

Voy a probar...

Permitid...   (Coge una margarita.)

Fausto

¿Qué haces? ¿Un ramo?

Margarita

Es un juego.

Fausto

En él reclamo

mi parte.

Margarita

Os vais a burlar.

(Deshoja la flor pronunciando algunas palabras.)

Me quiere... (A media voz.)

Fausto

Mi anhelo calma.

Margarita

No me quiere; sí, no, sí...

Fausto

¿Qué dices?...

p. 242Margarita

Sí, no... ¡Ay de mí!

¡Me quiere!

(Arrancando la última hoja con sereno júbilo.)

Fausto

¡Con toda el alma!

Deja a una inocente flor

divino oráculo ser...

¡Te amo! ¿Sabes comprender

de esa palabra el valor?

(Asiendo sus dos manos.)

Margarita

Tiemblo...

Fausto

No tiembles, paloma,

no temas: estas miradas,

estas manos enlazadas,

te explican lo que otro idioma

no te pudiera explicar:

entregarse sin recelo,

y las delicias de un cielo

interminable gozar.

¡Interminable!... El mayor

suplicio su fin sería:

no temas, no, vida mía;

¡eterno será este amor!

(Margarita estrecha las manos de Fausto; después se desprende de él y huye. Él queda un instante pensativo, y luego echa a correr tras de ella.)

p. 243Marta

Anochece.

Mefistófeles

Os dejo en paz.

Marta

No os detengo, francamente,

porque, ¡ay, amigo!, ¡la gente

es aquí tan suspicaz!

No tiene otra ocupación

que ir atisbándolo todo,

y obréis de este o de otro modo,

hay chisme y murmuración.

Mefistófeles

¿Y la pareja?

Marta

Perdida

entre los árboles.

Mefistófeles

¡Bien!

¡Tierna es la dama!

Marta

¡Y también

el galán!

Mefistófeles

¡Esa es la vida!


p. 244

Ilustración ornamental

UN PABELLONCITO EN EL JARDÍN


MARGARITA
entra de un salto, se esconde detrás de la puerta y mira por la rendija, con un dedo en los labios

Margarita

¡Ya viene!

Fausto, llegando

¿Piensas de mí

burlarte? ¡Toma!

(La besa.)

Margarita, abrazándole y devolviéndole el beso

¡El mejor

de los hombres! Es mi amor

tuyo todo...

(Mefistófeles llama a la puerta.)

Fausto

¿Quién va ahí?

p. 245Mefistófeles

Un amigo.

Fausto

¡Un animal!

Mefistófeles

Vengo a llamaros: ya es hora.

Fausto, a Margarita

¿Podré acompañarte ahora?...

Margarita

Mi madre... Parece mal.

¡Adiós, adiós!

Fausto

Si ha de ser,

¡adiós!

Marta

¡Adiós, que ya es tarde!

Mefistófeles

¡Guárdeos el cielo!

Marta

¡Él os guarde!

Margarita, a Fausto

Pronto nos hemos de ver.

(Vanse Fausto y Mefistófeles.)

p. 246Margarita

¡Gran Dios! ¿Qué dirá de mí?

En su presencia, turbada

me encuentro, y avergonzada;

y digo a todo que sí.

En esta pobre mujer,

sin talento y sin encanto,

un hombre que vale tanto

¿qué mérito pudo ver?

Ilustración ornamental

p. 247

Ilustración

BOSQUES Y CAVERNAS


Fausto, solo

Me has otorgado, Espíritu sublime,

todo cuanto pedí. No en vano has vuelto

a mí los ojos en tu ardiente llama.

Tú, la Naturaleza, el mundo entero

por imperio me das, y al alma mía

vigor para admirarlo y comprenderlo.

No en estéril asombro me extasío

ante sus maravillas: como el pecho

de un amigo, penetra mi pupila

sus profundos arcanos y misterios.

En prolongada tropa, ante mis ojos

p. 248haces tú desfilar, allá a lo lejos,

la viviente legión, y mis hermanos

en el bosque y el aire y el mar veo.

Y cuando airada la tormenta ruge,

destrozando los pinos gigantescos,

y la frondosa mole derrumbada

retumbar hace los lejanos ecos,

a la oculta caverna me conduces,

donde, solo, a mí mismo me contemplo,

y en mi propia conciencia miro absorto

mayores maravillas y portentos.

Brilla entonces purísima la luna,

endulzándolo todo, y de los negros

peñascos y del húmedo follaje

las sombras surgen de pasados tiempos,

templando el que fatídico me abruma

de la contemplación goce siniestro.

Mas nunca humana dicha fue completa:

para gozar este placer supremo,

que a los dioses me eleva y me aproxima,

me das, Genio fatal, un compañero

frío, impudente, que a mis propios ojos

me humilla y me envilece, y con un gesto

o una palabra tus celestes dones

destruye y anonada. Él en mi pecho

hizo brotar la hoguera abrasadora

de esta pasión, y vacilante y ebrio

voy del afán devorador al goce,

y otra vez en el goce ansío el deseo.

Mefistófeles, saliendo

¿Aún no te cansa esta vida?

¡Siempre igual! ¡Qué aburrimiento!

p. 249No es malo probarlo todo;

pero cambiando de objetos.

Fausto

¿No tienes otra faena

que turbar mis gratos sueños?

Mefistófeles

¿Quieres que te deje solo?

¡Bah! ¿Te creo o no te creo?

No perdiera yo gran cosa:

caprichoso, huraño, terco,

harto de tal camarada

quedara cualquiera presto,

pues lo que quiere o no quiere

nadie le saca del cuerpo.

Fausto

¡Está bien! ¡Tras aburrirme,

aún tendré que agradecértelo!

Mefistófeles

Y sin mí, pobre insensato,

sin mí, ¿qué te hubieras hecho?

Un nido de musarañas

tenías en el cerebro;

y si en tu auxilio no acudo

y tus ímpetus contengo,

lejos del globo terráqueo

estuvieras hace tiempo.

¿Por qué en estos peñascales

haciendo estás el mochuelo?

¿Por qué entre sucios guijarros,

p. 250entre céspedes mugrientos,

como los sapos, te arrastras,

que se nutren de ese cieno?

¡La diversión es brillante!

¡Delicioso el pasatiempo!

¡Infelice Fausto! ¡Aún tienes,

aún tienes al Doctor dentro!

Fausto

¡No sabes tú cómo el alma

cobra espíritu y aliento

en aquestas soledades!

Si pudieras comprenderlo,

eres demasiado diablo

para que, henchido de celos,

no me privaras al punto

del deleite que aquí siento.

Mefistófeles

¡Sobrenatural deleite!

¡Yacer en el dulce seno

de la maternal Natura,

tomando el aire y el fresco!

¡Tender ansioso los brazos

a la tierra y a los cielos,

y remontarnos ufanos,

y dioses quizás creernos!

¡Profundizar todo abismo

con vagos presentimientos,

hasta que, al fin, a este mundo

la médula le encontremos,

y la obra de los seis días

sintamos dentro del pecho!;

p. 251un no sé qué misterioso

gozar con altivo anhelo;

derramar el alma extática

sobre todo el universo,

en nuestro ser sofocando

el material elemento,

y ponerles fin entonces

a tan sublimados sueños

de tal manera y tal modo...

(Haciendo un gesto expresivo.)

¡que a decirlo no me atrevo!

Fausto

¡Calla!

Mefistófeles

Callo, si te ofende;

callo, y la moral respeto,

ya que a los castos oídos

es crimen decir aquello

que los corazones castos

están a gritos pidiendo.

Pues que te place engañarte

a ti propio, buen provecho:

no he de quitarte ese gusto,

que tampoco será eterno.

Por de pronto, ya te miro

aprisionado de nuevo,

y en torno tuyo, delirios

y terrores en acecho.

¡Y entre tanto, aquella niña

p. 252suspirando está y gimiendo,

con tu imagen venturosa

clavada en su pensamiento,

y tanto amor en el alma

que ya no cabe allí dentro!

Como las ondas copiosas

de los derretidos hielos,

inundó tu pasión loca

e hizo desbordar su pecho;

hoy el raudal –¡pobre amante!–

está agotado, está seco.

En vez de reinar adusto

en bosques, valles y cerros,

¿no fuera, señor, más propio

de un cumplido caballero

premiar de alguna manera

tan apasionado afecto?

¡Cuán largo, a la triste niña,

ha de antojársele el tiempo!

De bruces a la ventana

pasa las horas, y el vuelo

sigue de las pardas nubes

que cruzan el firmamento.

«¡Si fuera avecilla!» canta,

y esta canción repitiendo,

pasa las noches a medias

y los días por completo.

Unas veces triste y grave,

gozosa en otros momentos,

ya prorrumpe en largos lloros,

ya brilla el rostro sereno;

pero siempre, alegre o triste,

loca de amor la contemplo.

p. 253Fausto

¡Sierpe maldita!

Mefistófeles, aparte

Sí, sierpe

que ya se te enrosca al cuello.

Fausto

¡Calla, infame, y jamás nombres

a ese ser tan puro y tierno;

jamás su hechicera imagen,

cuando miras que enloquezco,

la presentes tentadora

al furor de mi deseo!

Mefistófeles

¿Y qué te importa? Entre tanto,

la hermosa de nuestro cuento

se imagina abandonada,

y casi lo está, en efecto.

Fausto

No lo está; cerca estoy de ella;

pero supón que esté lejos:

no por eso la abandono,

ni la olvido, ni la pierdo.

¡Si la amo con toda el alma!

¡Si envidio hasta el mismo cuerpo

del Señor, cuando la hostia

pasa entre sus labios trémulos!

p. 254Mefistófeles

¡Y yo también muchas veces

os envidio cuando os veo

en vuestro nido de rosas,

parejita de gemelos!

Fausto

¡Rufián! ¡Rufián!...

Mefistófeles

Me calumnias,

y la carcajada suelto.

¡Rufián!... El Dios que ha creado

a doncellas y mancebos,

consagró el ilustre oficio

de darles, con mil rodeos,

la circunstancia oportuna

y la ocasión y el momento.

¡Ea! ¡En marcha! ¿Por qué tiemblas?

Porque vas –¡destino adverso!–

a la cámara –¡oh desgracia!–

de tu amor –¡rayos y truenos!–

Fausto

¿Qué importa hallar en sus brazos

todas las glorias del cielo,

si su desdicha y flaqueza

estaré palpando en ellos?

p. 255Aunque yazga en su regazo,

¿dejaré de ser, por eso,

el errante peregrino,

el proscrito, el monstruo fiero,

el devastador torrente,

que valla y dique rompiendo,

de roca en roca, al abismo

corre a despeñarse ciego?

¿Y ella, la cándida niña

de dormidos pensamientos,

la que soñó en la montaña

una casita y un huerto,

y en aquel mundo inocente

encerró todo su anhelo?

¡Yo, loco y de Dios maldito,

desbaratando su ensueño,

sobre esa choza derrumbo

los peñascos gigantescos,

y sus castas alegrías

para siempre desvanezco!

¿Es que también reclamaba

esta víctima el Infierno?

Si es así, que acorte el Diablo

los angustiosos momentos.

Lo que ha de ser, sea pronto.

¡Caiga sobre mí su horrendo

destino, y juntos al hondo

abismo precipitémonos!

Mefistófeles

¡Qué calor! ¡Qué llamaradas!

Ven a consolarla, necio.

p. 256Porque luz no ven tus ojos,

¿piensas que todo está negro?

Te juzgué más endiablado.

¡Ánimo y atrevimiento!

¡Bien haya quien nunca ceja!

No hay en todo el universo

cosa más triste que un diablo

desesperado y perplejo.

Ilustración ornamental

p. 257

Ilustración

APOSENTO DE MARGARITA


MARGARITA, sola, hilando al torno

Huyeron del alma

la dicha y la paz,

huyeron por siempre,

¡por siempre jamás!

La tumba contemplo

allí do él no está;

el mundo emponzoña

mi amargo penar.

p. 258Mi pobre cabeza

confúndese ya;

mis pobres sentidos

no pueden ya más.

Huyeron del alma

la dicha y la paz,

huyeron por siempre,

¡por siempre jamás!

Por él mis ventanas

abiertas están;

por él atravieso

cien veces mi umbral.

Su altiva presencia,

su noble ademán,

su tierna sonrisa,

su ardiente mirar,

su dulce palabra

de grato raudal,

su apretón de mano,

y sus besos, ¡ay!...

Huyeron del alma

la dicha y la paz,

huyeron por siempre,

¡por siempre jamás!

Al verle me oprime

terrible ansiedad,

y verle y tenerle

es mi único afán.

¡Y dándole besos,

a no poder más,

morir en sus brazos

de tanto besar!


p. 259

Ilustración ornamental

JARDÍN DE MARTA


MARGARITA, FAUSTO

Margarita

Promete, Enrique, una cosa

decirme.

Fausto

Como en mí esté,

prometo.

Margarita

Cuál es tu fe,

es la duda que me acosa.

Tú tienes buen corazón,

tu conciencia es recta y pura;

pero, ¡ay, Dios!, se me figura

que te falta religión.

Fausto

Déjate de eso, querida;

te amo con el alma entera

p. 260y por ti –lo sabes– diera

toda la sangre y la vida.

No quiero el triste placer

de robar la fe y la calma

a nadie...

Margarita

Requiere el alma

algo más.

Fausto

¿Qué más?

Margarita

Creer.

Si valieran para ti

mis cariñosos acentos...

Tú los Santos Sacramentos

no veneras y honras.

Fausto

Sí.

Margarita

Mas sin ir de ellos en pos.

Ni te confiesas jamás,

ni a misa siquiera vas:

di, Enrique: ¿crees en Dios?

Fausto

¿Quién podrá decirte, quién,

«creo en Dios» con veraz labio?

Al sacerdote y al sabio

p. 261pregúntalo tú también.

Y hallarás en el tenor

de su estudiada respuesta,

una burla manifiesta

del audaz preguntador.

Margarita

¿A Dios niegas?...

Fausto

¡Poco a poco!

No lo niego, niña hermosa;

pero, dime, a Dios, ¿quién osa

nombrarle, sin estar loco?

¿Quién, a su conciencia fiel,

puede decir «en Dios creo?»

¿Quién, sin audaz devaneo,

dirá «yo no creo en Él»?

Si Dios todo lo creó,

si es quien lo mantiene todo,

¿no estamos, en cierto modo,

en Él Él mismo, tú y yo?

¿Ves el azul firmamento

doblar su bóveda? ¿Ves

cuál se extiende a nuestros pies

la tierra, firme en su asiento?

¿Ves las brillantes estrellas

cuál siguen eternamente

su carrera, en nuestra frente

vertiendo sus luces bellas?

¿Sientes mis ojos clavados

en tus ojos soñolientos,

y todos los elementos

p. 262en tu ser reconcentrados;

y en círculo halagador,

con misterio indefinible,

lo visible y lo invisible

girando a tu alrededor?

Pues bien: del alma afanosa

sacia el hidrópico anhelo

en ese raudal del cielo,

y cuando sientas, dichosa,

que se calma tu ansiedad

en deleite sin medida,

llámale ventura y vida

y amor y divinidad.

A ese bien, de ningún modo

hallo palabra adecuada:

el nombre no importa nada;

el sentimiento es el todo:

pues la palabra mejor

humo es, que empaña y altera,

cual pábilo de una hoguera,

su celestial resplandor.

Margarita

¡Hermoso lenguaje! Labras,

hablando así, mi ventura.

Eso mismo dice el cura,

aunque con otras palabras.

Fausto

Bajo la celeste esfera

cada corazón su fe

dice a su modo: ¿por qué

no he de hablar yo a mi manera?

p. 263Margarita

¡Ay! Cuando te escucho, en vano

se resiste mi razón;

pero, aún tengo una aprensión;

no eres tú muy buen cristiano.

Fausto

¡Dulce dueño!

Margarita

Y además

me disgusta en compañía

verte...

Fausto

¿De quién, alma mía?

Margarita

De ese con quien siempre vas.

Le odio con el alma entera:

en toda mi vida vi

rostro ni expresión que así

me impresionara y me hiriera.

Fausto

¡Pueriles recelos son!

Margarita

Con todos soy indulgente;

pero al ver ese hombre enfrente,

me da un vuelco el corazón.

Tan vivos como el placer

p. 264que me inspira tu presencia,

son el temor y la violencia

que al verle siento nacer.

Y una idea de otra en pos,

le juzgué infame y malvado:

si acaso le he calumniado,

que me lo perdone Dios.

Fausto

Toda especie de alimaña

ha de haber.

Margarita

No, no quisiera

servir yo de compañera

a un ser de esa raza extraña.

Cuando aquí los pasos guía

muestra, para darme enojos,

siempre el rencor en los ojos

y en los labios la ironía.

A cuanto pasa alredor

permanece indiferente,

y escrito lleva en su frente

que es su alma incapaz de amor.

¡A tu lado, gozo tanto!

Feliz, tranquila, contenta

estoy; mas, si él se presenta,

me siento morir de espanto.

Fausto

¡Ángel présago quizá!

p. 265Margarita

Y tal imperio en mí tiene

este horror, que cuando él viene

pienso que no te amo ya.

Ante él, sin que me lo explique,

rezar no sé, y me devora

angustia desgarradora.

¿No te pasa a ti eso, Enrique?

Fausto

Antipática manía

es tal temor...

Margarita

¡Oh, no!... Mas

ya es tarde. Me voy.

Fausto

¿Te vas?

¿Cuándo podré, vida mía,

una hora de dulce calma

disfrutar en tu regazo,

fundiendo en estrecho abrazo

el alma mía con tu alma?

Margarita

Dejaría, para ti,

si durmiera sola, abierta

la cerraja de mi puerta;

pero mi madre está allí,

y es muy ligero su sueño.

p. 266¡Ay! Si despierta y nos ve,

al suelo muerta caeré.

Fausto

No temas, celeste dueño.

Toma al punto este licor;

tres gotas en su bebida

pon, y quedará dormida

en letargo embriagador.

Margarita

Por tu amor me avengo a todo.

Mas dime primeramente

que este filtro es inocente...

Fausto

¿Te lo diera, de otro modo?

Margarita

¡Ay! Cuando me hablas así,

rendida a tu arbitrio quedo:

¿qué es lo que negarte puedo,

si tanto te concedí?

(Vase.)

ENTRA MEFISTÓFELES

Mefistófeles

¿Voló el pájaro?

Fausto

¿En acecho

estabas?

p. 267Mefistófeles

No; mas a fe

de Diablo, todo lo sé.

¡Doctor, buen sermón te han hecho!

¡Que aproveche la enseñanza!

La mujer quiere, y no en vano,

al hombre devoto y llano,

y según la antigua usanza.

«Así, dice, así se empieza,

y si este yugo consiente,

a otros, insensiblemente,

doblando irá la cabeza.»

Fausto

Monstruo, ¿no piensas, no ves,

que esa alma sencilla y casta,

llena de la fe entusiasta

que su amor y su bien es,

padece duelo profundo

al mirar, en su ilusión,

perdido sin remisión

a quien más ama en el mundo?

Mefistófeles

¡Galán sensible y feliz!

Fausto

¡Aborto de horrible escoria!

Mefistófeles

Una chiquilla –¡qué gloria!– te

lleva de la nariz.

p. 268¡Y es sagaz fisonomista!

Al verme, no sé qué siente;

pero vislumbró en mi frente

algo escondido a la vista,

y penetrando el abismo

de mi ser, comprendió presto

que soy un genio funesto,

o quizás el Diablo mismo.

Conque, esta noche... ¡Ya tarda!

Esta noche...

Fausto

¿Y qué te importa?

Mefistófeles

Tengo yo parte, y no es corta,

en la dicha que te aguarda.

Ilustración ornamental

p. 269

Ilustración

EN LA FUENTE


MARGARITA Y LUISA, con cántaros

Luisa

¿Nada has sabido de Bárbara,

Margarita?

Margarita

Nada sé.

Salgo tan poco...

Luisa

Sibila

me lo explicó todo bien.

p. 270Al fin y al cabo, burlada:

¡la orgullosa!...

Margarita

¿Puede ser?

Luisa

¡Vaya! Cuando come y bebe,

para ella sola ya no es.

Margarita

¡Dios!...

Luisa

Llevó su merecido:

¡si había de suceder!...

¿Te acuerdas? A todas horas

colgadita del doncel;

a paseo, al campo, al baile

de la plaza... sin perder

fiesta ni broma... Y obsequios,

golosinas... ¡Le está bien!

¡Tan pagada de bonita!

¡Tan vana!... Y a dos por tres

aceptando regalillos

la que afectaba desdén.

De este modo, ahora un halago

y una caricia después,

entre halagos y caricias

voló, al fin, su doncellez.

Margarita

¡Infeliz!

p. 271Luisa

¿La compadeces?

Recuerda, recuerda, pues,

cuando, aplicadas al torno,

una noche y otra y cien,

no nos dejaba la madre

poner en la calle el pie;

y en el banco de la puerta,

ella, a la sombra, con él,

miraba las largas horas

dulces y breves correr.

Pague aquellas alegrías,

y vistiendo su merced

el sayal de penitente,

díganos el yo pequé.

Margarita

Mas, se casará con ella...

Luisa

Tonto fuera... ¡y es un pez!

Aire encuentra en todas partes

un pajarraco como él,

y ya voló.

Margarita

¡Es una infamia!

Luisa

Que corra y lo atrape, pues.

La corona de la boda

los mozos han de romper,

p. 272y echaremos las doncellas

paja picada a sus pies.

(Vase.)

Margarita, volviendo a casa

¿Cómo, ¡ay, Dios!, tan altanera

otras veces me indigné

cuando a una pobre muchacha

vi tropezar y caer?

¿Cómo, para ajenas faltas

hecha inexorable juez,

jamás encontró mi lengua

palabra bastante cruel?

Pintábame yo la culpa

aún más negra de lo que es,

y a pesar de ser tan negra,

la quería ennegrecer,

y jamás, ennegreciéndola,

bastante negra la hallé.

Y ahora ¿qué soy? ¡Desdichada!

¡Pecado y culpa también!

Y todo aquello –¡Dios mío!– que

me impulsó, sin saber,

a estos abismos, ¡cuán grato,

cuán grato y cuán dulce fue!

Ilustración ornamental

p. 273

Ilustración ornamental

EN LOS MUROS DE LA CIUDAD


Una imagen de Nuestra Señora de los Dolores en un nicho de la muralla. Delante de ella vasos con flores

Margarita, poniendo flores frescas en los vasos

¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada!

Los ojos inclina piadosa hacia mí.

Hundida en el pecho durísima espada,

llorando la muerte del Hijo, te vi.

Llorando sin treguas el suyo y tu duelo,

las quejas exhalas de aquel doble afán;

los húmedos ojos levantas al cielo;

tus hondos suspiros también allá van.

Tormento cual este, que fiero me oprime,

¿quién puede en el mundo, quién puede sentir?

¡Tú, Virgen piadosa, tú, Madre sublime,

tú sola, que sabes de amar y sufrir!

p. 274Doquiera que vaya, mi afán va conmigo;

doquiera lo esconda, lo arrastro detrás;

llorando y llorando mi mal no mitigo;

llorando y llorando no puedo ya más.

Los tiestos que alegran mi pobre ventana

regaba con llanto de acerbo dolor,

cuando, amaneciendo, cogí esta mañana

sus flores que siempre te guarda mi amor.

El sol inundaba, risueño y brillante,

mi humilde aposento con vívida luz,

y el rayo primero me halló vigilante,

sentada en mi lecho, llorando mi cruz.

¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada!

Los ojos inclina piadosa hacia mí;

de horrible deshonra, de muerte ultrajada

liberta a quien siempre buscó amparo en ti.

Ilustración ornamental

p. 275

Grabado

p. 277

Ilustración ornamental

DE NOCHE


Calle delante de la puerta de MARGARITA

Valentín, soldado, hermano de Margarita

Cuando, al son de las botellas,

nuestra bulliciosa tropa

hacía, entre copa y copa,

el elogio de las bellas,

yo, en la mesa entrambos codos,

escuchaba sin empacho;

y atusándome el mostacho,

después que acababan todos,

ajeno a temor y cuita,

el vaso, bien lleno, alzaba,

y «en el mundo no hay, gritaba,

otra como Margarita.

De ofender a nadie trato;

mas sostengo mi fortuna:

¡no le llega, no, ninguna

a la suela del zapato!»

Todos, chocando a la vez

p. 278los vasos en confusión,

gritaban: «Tiene razón;

es de su sexo honra y prez.»

Y a la común alegría

dando tributo forzoso,

hasta el más vanaglorioso

callaba, si no aplaudía.

Y ahora, cualquier insolente

puede mofarse de mí:

hay para estrellarse, sí,

contra una esquina la frente.

¡Cuán horribles sinsabores!

Como deudor criminal,

a cada frase casual

siento angustias y sudores,

y en vano al que murmuró

provoco, si a la ira cedo;

pues estrangularlo puedo,

pero desmentirlo, no.

Alguien viene: son dos, sí.

¡Si uno de ellos fuera mi hombre!

¡Oh! ¡Si es él –¡voto a mi nombre!–,

no saldrá vivo de aquí!

FAUSTO, MEFISTÓFELES

Fausto

¿Ves por la ventana aquella

que a la sacristía da,

una lámpara que ya

moribunda luz destella,

y más triste cada vez

brilla, con turbio desmayo,

p. 279y al lanzar su último rayo,

todo es sombra y lobreguez?

¡Así, negra oscuridad

mi corazón hoy inunda!

Mefistófeles

Pues yo siento la profunda

y viva felicidad

del gato escuálido y viejo

que los tejados pasea,

y en la tibia chimenea

frota el áspero pellejo.

En mi honrada condición

hay, o mucho me equivoco,

de libidinoso un poco

y otro poco de ladrón;

y así aguardo ansioso ya,

Santa Valpurgis, tu noche,

porque en ella quien trasnoche

no en balde trasnochará.

Fausto

¿Lograré en ella el tesoro

que allá en las entrañas vi

de la tierra?

Mefistófeles

Para ti

será el cofrecillo de oro.

Los ojos eché ya en él:

de doblas está repleto.

p. 280Fausto

¿Y no viste algún objeto

de adorno, anillo o joyel

para mi adorada?...

Mefistófeles

Verlas

no pude bien; mas respondo

de que había allí en el fondo

algo cual sarta de perlas.

Fausto

Pláceme, porque me enfada

ir con las manos vacías

a verla.

Mefistófeles

Y pues siempre ansías

gozar dicha no lograda,

ahora que el cielo nos muestra

todas sus luces brillantes,

podrás en breves instantes

escuchar una obra maestra.

Se trata de una canción,

pero una canción moral,

que a tu niña celestial

ha de hacer viva impresión.

(Canta acompañándose con la mandolina.)

Aún el alba matutina

vierte incierto resplandor;

¿qué buscas tú, Catalina,

p. 281a la puerta de tu amor?

¡Cuidadito, niña bella!

mira, mira adónde vas:

¡sabe Dios, si entras doncella,

sabe Dios cómo saldrás!

No vengas, no, con reproches,

cuando te dejes querer:

¿ya cediste? ¡Buenas noches!

¡Siempre así, pobre mujer!

Cuando el galán pida y ruegue,

no te dejes ablandar,

hasta que, al cabo, te entregue

el anillo en el altar.

Grabado

Valentín, presentándose

¿A quién llamas, cazador

ratonil? ¡Se acabó el cuento!

¡Vaya al diablo el instrumento,

y vaya al diablo el cantor!

p. 282Mefistófeles

Dio fin la cítara ya,

en dos partida.

Valentín

¡Está bien!

Veamos ahora quién a quién

la crisma le romperá.

Mefistófeles, a Fausto

¡Doctor, firme! Al punto saca

la tizona. ¡Así! A mi lado

mantente siempre pegado;

yo paro el golpe; tú, ataca.

Valentín

Parad esa.

Mefistófeles

¿Por qué no?

Valentín

Y esa también.

Mefistófeles

Ya lo ves.

Valentín

Si no es el diablo, ¿quién es?

Mi puño se entumeció.

p. 283

Grabado

p. 285Mefistófeles, a Fausto

¡Tírale a fondo!

Valentín, cayendo

¡Ay de mí!

Mefistófeles

¡Cayó el bravucón! Veloces

corramos, que ya las voces

de los vecinos oí.

Avéngome muchas veces

con la policía; pero

ni tratar ni entender quiero

con escribanos y jueces.

Marta, a la ventana

¡Socorro, socorro!

Margarita, a la ventana

Al punto

sacad luz.

Marta

Riñendo están;

venid, que a matarse van.

La Gente

Uno hay aquí: ¡ya es difunto!

Marta, saliendo a la calle

Los matadores, en tanto,

huyen y escapan de fijo...

p. 286Margarita, saliendo también

¿Quién es el muerto?

La Gente

Es el hijo

de tu madre.

Margarita

¡Cielo santo!

¡Qué desgracia!

Valentín

Muero, sí;

pronto está dicho, y también

estará hecho pronto. ¡Y bien!

¿Qué hacéis sollozando ahí?

Escuchadme.

(Todos le rodean.)

Margarita,

eres moza y descuidada;

tu carrera aprovechada

más cautela necesita.

Te diré en secreto el modo,

te enseñaré la manera:

ya que eres una ramera,

sé una ramera del todo.

Margarita

¡Por Dios, por Dios santo, hermano!

Valentín

Dios no tiene arte ni parte

en esto: déjale aparte

p. 287y oye: nada pasa en vano.

Por uno comenzarás

secretamente; después

otro vendrá, y dos y tres,

¡y quién sabe cuántos más!

Y así, bajando al profundo,

cuando, en infame cadena,

te hayas dado a una docena,

serás ya de todo el mundo.

Nace oculto el deshonor,

y arroja con vivo anhelo

sobre él la vergüenza el velo

del misterio y del rubor;

pero va creciendo y va

ese velo desnudando,

y a la luz del día, cuando

es grande, muéstrase ya.

No es que embellecerse pudo

al desechar ese arreo;

es que conforme es más feo,

más apetece ir desnudo.

Ya el día miro presente

en que de ti, al encontrarte,

vil prostituta, se aparte,

cual de un cadáver, la gente.

A tu rostro abochornado

darán sangrientos sonrojos,

al clavar en él los ojos,

los que pasen por tu lado.

¡No más gorgueras de encajes!

¡No más cadenas doradas!

¡Adiós, fiestas anheladas

por lucir galas y trajes!

p. 288¡Adiós tu sitio en el templo

a los pies del mismo altar!

En mísero lupanar

moribunda te contemplo;

y al perder allí honra y vida,

serás, ¡oh desventurada!,

si en el cielo perdonada,

en la tierra maldecida.

Marta

Encomiéndate al Señor:

¿aún le irrita de esa suerte,

en el trance de la muerte,

tu labio blasfemador?

Valentín

¡Celestina desalmada!

Si pudiera yo atraparte,

fuérame la mayor parte

de mis culpas perdonada.

Margarita

¡Hermano!... ¡Angustia infernal!

Valentín

¡Enjuga, enjuga ese lloro!

Cuando olvidaste el decoro,

me diste el golpe fatal.

La muerte me lleva en pos...

y a la consigna obediente,

cual soldado y cual valiente,

voy a presentarme a Dios.

(Muere.)


p. 289

Ilustración

CATEDRAL


Misa cantada, con órgano. MARGARITA entre la gente. EL ESPÍRITU MALO detrás de MARGARITA

El Espíritu malo

¡Cuán otra, Margarita desdichada,

en venturosos días,

inocente, serena, inmaculada,

al sacro altar venías!

p. 290En ese libro, profanado luego,

orabas balbuciente,

compartiendo entre Dios y el pueril juego

tu espíritu inocente.

Hoy, ¡mísera de ti!, ¿qué sangre esmalta

tu puerta enrojecida?

¿Rezas, di, por tu madre, que tu falta

purga en la eterna vida?

En las entrañas, con latir extraño,

¿no sientes –¡infelice!–

algo que, por tu mal y por su daño,

su aparición predice?

Margarita

¡Oh cielos! ¡Si apartar de mí pudiera

mis propios pensamientos,

que todos contra mí, con saña fiera,

revuélvense violentos!

Coro

Dies iræ, dies illa,

solvet sæclum in favilla.

(Órgano.)

El Espíritu malo

¡Llenan tu corazón sombras y horrores!

Ya suena, ya retumba

la trompeta fatal, y a sus clamores

se estremeció la tumba.

p. 291Sobre frías cenizas apagadas

dormía tu alma yerta;

hoy, entre abrasadoras llamaradas,

de súbito despierta.

Margarita

¡Quisiera huir!... Me angustian los lamentos

del órgano sonoro;

mi corazón desgarran los acentos

de ese fúnebre coro.

Coro

Judex ergo cum sedebit,

quidquid latet apparebit,

nil inultum remanebit.

Margarita

¡Oh cielos! ¡Sobre mí vienen los muros

del templo, y juntamente

bajan los arcos lóbregos y oscuros!

¡Qué opresión!... ¡Aire! ¡Ambiente!

El Espíritu malo

¿Dónde te escondes? ¿Dónde te sepultas?

Allá donde tú fueres

la deshonra verán, que en vano ocultas;

¡y aún luz, y aún aire quieres!...

Coro

Quid sum miser tunc dicturus?

quem patronus rogaturus?

cum vix justus sit securus.

p. 292El Espíritu malo

¡Pobre de ti! Los bienaventurados

con severos enojos

apartan de tu rostro, avergonzados,

sus ofendidos ojos.

Niégante ya los corazones puros

piedad en tu ruina:

¡Ay de ti!

Coro

Quid sum miser tunc dicturus?

Margarita

¡El frasquito, vecina!

(Cae desmayada.)

Ilustración ornamental

p. 293

Ilustración

NOCHE DE SANTA VALPURGIS

Montañas del Harz. Alrededores de Schierke y de Elend.


FAUSTO, MEFISTÓFELES

Mefistófeles

¿No echas de menos el palo

de alguna escoba embrujada?

Aún es larga la jornada,

doctor, y el camino malo.

Yo prefiero un buen cabrón,

que el firme espaldar me dé.

Fausto

Yo, mientras me tenga en pie,

no más quiero este bastón.

¿Por qué abreviar el camino?

En las retorcidas calles

de estos bosques y estos valles

vagar sin rumbo ni tino;

escalar las rocas duras,

p. 294donde escondida la fuente

derrama constantemente

sus linfas claras y puras,

es el hechizo gentil

de estos senderos cansados.

¿No ves por selvas y prados

correr la savia de abril?

Si hasta el pino en las montañas

siente el fuego bienhechor,

¿cómo tan dulce calor

no late en nuestras entrañas?

Mefistófeles

No ardió jamás en las mías.

Tengo en el alma el invierno:

hollar hielo sempiterno

quisiera y escarchas frías.

¡Cuán menguado el turbio disco,

tarda luna, elevas hoy!

A tu luz escasa voy

tropezando en cada risco.

Mejor esos fatuos fuegos

nuestro paso alumbrarán.

Míralos: volando van

en extravagantes juegos.

Acudid, y vuestra lumbre

no inútilmente se encienda:

iluminad nuestra senda

hasta llegar a la cumbre.

El Fuego fatuo

Haré por servirte bien,

mi natural contrariando,

p. 295pues mi ley es ir vagando

en caprichoso vaivén.

Mefistófeles

¿Parodiar al hombre quieres?

Recto ve, cual un venablo,

o te juro, a fe de Diablo,

que soplo, y al punto mueres.

El Fuego fatuo

Reconozco tu poder

y a tu voluntad me inclino:

alumbraré tu camino;

mas cuidado con caer.

Está la noche sombría,

lleno de hechizos el monte,

y en el incierto horizonte

una exhalación te guía.

Fausto, Mefistófeles y El Fuego fatuo
cantando alternativamente

De mágicos sueños, de encantos brillantes

se abrió a nuestros pasos la vasta mansión;

alumbren la marcha tus rayos cambiantes,

y así cruzaremos la negra extensión.

El árbol al árbol se enlaza, y las rocas

temblando al impulso de interno latir,

entreabren sus grutas, fantásticas bocas,

do escucho, allá dentro, roncar y gruñir.

p. 296Derrama entre musgos la fuente serena

sus limpios raudales con blando rumor:

¿Cuál es el murmurio que lánguido suena?

¿Son himnos y cantos, o quejas de amor?

Son hondos suspiros de vaga esperanza,

son dulces sollozos de inquieto placer,

son ecos confusos que, allá en lontananza,

las dichas repiten de un plácido ayer.

Un grito ha sonado, doliente y acerbo:

¿Quién, dentro del bosque, velando aún está?

La triste lechuza y el búho y el cuervo,

que insomnes acechan la presa quizá.

Manojos fingiendo de horribles culebras,

la selva, que al huésped le niega merced,

mil brazos nudosos alarga en las quiebras,

cual pólipo enorme, que tiende su red.

Millares de ratas, de todos colores,

formadas en largos ejércitos van;

luciérnagas pasan, que vagos fulgores,

en gruesos enjambres volando, les dan.

¿Paramos la marcha? ¿Seguimos el viaje?

Parece que vueltas dé todo alredor;

cada árbol y roca nos hace un visaje,

y aumentan los fuegos de brillo traidor.

Ilustración

Mefistófeles

Agárrate bien de mí;

subamos aquella cuesta,

p. 297y la prodigiosa fiesta

miraremos desde allí.

Sus luminarias Mammón

enciende ya en la montaña.

Fausto

Aurora triste y extraña

brilla en la negra extensión,

rasgando la oscuridad

que envolvió tétrica al mundo,

y hasta el abismo profundo

penetra su claridad.

Negro vapor, a lo lejos,

surge allá, y al cielo sube;

más allá, lóbrega nube

lanza cárdenos reflejos;

p. 298y ya el vivo resplandor

en leves franjas se extiende,

ya se remonta y desciende,

como vivaz surtidor;

ya en mil arroyos partido

corre en curso desigual;

ya acumula su raudal,

por las rocas detenido;

ya lluvia fingen sus lumbres

de chispas de oro brillantes;

ya en las montañas distantes

inflaman todas las cumbres.

Mefistófeles

¡Bien su palacio Mammón

para la fiesta decora!

Hemos llegado a buena hora:

brava será la función.

Ya vienen con fiero empuje

más airados elementos.

Fausto

Mi nuca azotan los vientos:

¡Cómo la tormenta ruge!

Mefistófeles

Abrázate, sin tardar,

al peñón cuanto pudieres,

si al negro fondo no quieres

del precipicio rodar.

Cubre la noche otro velo;

dan ásperos estallidos

p. 299los troncos estremecidos,

y huye espantado el mochuelo.

Tiembla el alcázar frondoso

de los bosques seculares;

colúmpianse sus pilares

con crujido lastimoso;

gimen con rudo vaivén

las ramas, y sacudidas

bajo tierra, las hundidas

raíces crujen también;

y tronchándose, a los broncos

bramidos del huracán,

en montón cayendo van

hojas y ramas y troncos.

¿Oyes selvático son

que cerca y lejos retumba?

Es que en los aires ya zumba

la satánica canción.

Brujas en coro

La paja está seca y aún verde está el grano;

al Brocken volando las brujas irán:

allí el aquelarre congrégase ufano,

y en medio de todos asiéntase Urián.

Al pie se revuelven, en grupo lascivo,

el chivo y la bruja, la bruja y el chivo;

y chivos y brujas, Dios sabe qué harán.

Una voz

La vieja Baubo se acerca

cabalgando en una puerca.

p. 300Coro

¡Viva nuestra soberana!

¡A Baubo gloria y honor!

Sobre la mejor marrana

vaya la bruja mayor,

y sigamos las demás

todas formadas detrás.

Una voz

¿De dónde vienes a la carrera?

Otra voz

De Inselstein vengo, ¡nunca allí fuera!

Vi de un mochuelo la madriguera;

cogerlo quise, ¡pobre de mí!

La primera voz

¿Y por qué corres de esa manera?

La otra voz

Porque las uñas sacó la fiera,

y ensangrentada toda salí.

Coro de Brujas

Rascan las escobas, hurgan las horquillas:

horda turbulenta, ¡cuál corres y chillas!

¡Largo es el camino: anda que andarás!

El niño se ahoga, la madre revienta:

¡cuál corres y chillas, horda turbulenta!

Anda que andarás, que despacio vas.

p. 301Brujos. Medio coro

Marchamos con la pausa del caracol rastrero,

dejándonos en zaga la tropa mujeril;

pues siempre, si es el Diablo quien le trazó el sendero,

nos lleva de ventaja mil pasos y otros mil.

El otro medio coro de Brujos

Detrás de ellas seguimos, en escuadrón reacio;

pero le vale poco su rápido correr;

con un brinco que demos, ganamos el espacio

que avanzó con su trote menudo la mujer.

Voz de arriba

¡Oh desdichadas criaturas,

en el pedregal errantes!

¡Venid a mí!

¡Venid a mí!

Voces de abajo

Las espléndidas alturas

contemplamos anhelantes:

¿quién volar pudiese a ti?

Limpios y purificados

yacemos encarcelados

e infructíferos aquí.

Ambos coros

Los vientos se adormecen, ocúltanse los astros,

la opaca luna vela su nebulosa faz;

los brujos y las brujas vuelan, dejando rastros

de resplandor fugaz.

p. 302Voz de abajo

¡Teneos! ¡Teneos!

Voz de arriba

¿Quién grita? ¿Quién llama?

¿Quién es el que, bajo de tierra, así clama?

Voz de abajo

Quien siempre a los suyos unirse anheló;

quien lleva tres siglos –¡suplicio tremendo!–

subiendo y trepando, trepando y subiendo,

y nunca cercana la cúspide vio.

Ambos coros

Vuela el macho cabrío,

vuela la loba,

vuela el asno tardío,

vuela la escoba:

¡vuela, pelele!

No volará ya nunca

quien hoy no vuele.

Una Semibruja, abajo

Ligera camino con paso afanoso,

y aún lejos de todos, muy lejos estoy.

En casa no tengo solaz ni reposo,

y aquí, a retaguardia, exánime voy.

Coro de Brujas

Cuando la Bruja se unta

–¡bendito pringue!,–

p. 303pronto el poder despunta

que la distingue.

¡Boga el buque velero!

¡Va a todo trapo!

Bajel es un caldero;

vela un harapo.

¡Vuela, pelele!

No volará ya nunca

quien hoy no vuele.

Ambos coros

Y cuando al fin lleguemos a la lejana cumbre,

tendamos en el yermo la mágica legión,

y cubrirá siniestra la oscura muchedumbre

del anchuroso campo la lóbrega extensión.

Mefistófeles

¡Qué tropel! Vocean, chillan,

andan, corren, brincan, trotan,

se atropellan, se alborotan,

chocan, crujen, arden, brillan.

¡Un verdadero aquelarre!

Ven, que el escuadrón sombrío

te arrastrará, como al mío

tu brazo fiel no se agarre.

Mas ¿dónde estás?

Fausto, a lo lejos

¡Aquí estoy!

Mefistófeles

¿Perdido, y a largo trecho?...

Tendré que usar mi derecho

p. 304como dueño que aquí soy.

Por allí Voland asoma.

¡Oh canalla interesante!,

ábreme paso al instante.

Ven, Doctor, mi brazo toma.

Rompe, y con ligera planta

buscaremos otra vía:

tan incivil compañía

ni el mismo Diablo la aguanta.

Allá, en la espesura –¿ves?–

brillan pálidos destellos;

no sé qué me impulsa hacia ellos:

hacia ellos vayamos, pues.

Fausto

Voy, Espíritu de extraña

contradicción, tras de ti;

todo lo has dispuesto aquí

con singular tino y maña.

En esta noche de horrores

cuyos portentos admiro,

la soledad y el retiro

nos parecerán mejores.

Mefistófeles

¿Luces de vario fulgor

no ves arder allí enfrente?

Comparsa es de alegre gente

donde reina el buen humor.

Entre pequeños estar

no es estar solo.

p. 305Fausto

Quisiera

subir más. Gigante hoguera

miro a lo lejos llamear.

Allí, entre el humo y la lumbre,

triunfa soberbio Luzbel,

y ansiosa corre hacia él

numerosa muchedumbre.

¡Cuántos, a sus resplandores,

viera enigmas descubiertos!

Mefistófeles

Y a sus reflejos inciertos

nacieran otros mayores.

Mientras que rimbomba allí

el gran mundo, en este asilo

goza el sosiego tranquilo

que reservé para ti;

pues es deleite halagüeño

–y en la experiencia me fundo–

buscar dentro del gran mundo

otro mundo más pequeño.

Mira, ¡qué hechiceras! Van

desnudas. ¡Y son muy bellas!

¡Cuán tapadas van aquellas!

Viejas o feas serán.

Amable procura ser,

y cortés y lisonjero:

eso no cuesta dinero,

y produce gran placer.

Una música sonó:

¡qué espantosa cencerrada!

p. 306Pasemos: te daré entrada

tan luego como entre yo.

Mira, ¡cuán vasto lugar!

Sus límites no se ven;

cien antorchas y otras cien

lanzan fulgor singular;

y una inmensa multitud

que vivaz júbilo inflama,

danza y ríe, come y ama:

¿quieres mayor beatitud?

Fausto

Y –la pregunta perdona–

en mundo tan lisonjero,

¿entras cual simple Hechicero,

o como el Diablo en persona?

Mefistófeles

Tengo al incógnito amor;

pero, en tales ocasiones,

rango y condecoraciones

ostentar es de rigor.

Aunque noble siempre fui,

no tengo la Jarretiera;

mas se aprecia y considera

la Pata de Cabra aquí.

Viene, mirando alredor,

una babosa, y advierto

que algo extraño ha descubierto

en mí su ojo palpador.

Es el disfraz o el capuz

precaución para mí ociosa.

p. 307Ven, y como mariposa

volarás de luz en luz.

En todo servirte quiero;

y al presentarte a la gente,

tú serás el pretendiente,

yo seré el casamentero.

(A algunos que están sentados junto a un brasero medio apagado.)

¿Qué hacéis en ese rincón,

señores de cierta edad?

Venid y participad

de la común diversión.

Buscad el fuego que abrasa

a la juventud brillante:

ya tendréis tiempo bastante

para aburriros en casa.

Un General

Nada de la gratitud

de las naciones esperes;

siempre van, cual las mujeres,

detrás de la juventud.

Un Ministro

Torcidos los tiempos van.

Por los de antaño estoy yo,

cuando hubimos honra y pro.

¡Qué tiempos! ¡No volverán!

Un Advenedizo

Fuimos gente de valer,

y grandes cosas logramos;

todo cuanto edificamos

lo vemos ahora caer.

p. 308Un Autor

¿Quién encontrará sustancia

a lo que se escribe hoy día?

¡Qué juventud tan vacía!

¡Qué orgullo y qué petulancia!

Mefistófeles, que aparece repentinamente muy viejo

Hoy, que en esta bacanal

por la postrera vez entro,

al género humano encuentro

digno del Juicio Final.

Cuando sale turbio y ruin

de mi vieja bota el vino,

es que próximo y vecino

está ya el mundo a su fin.

La Bruja prendera

¡Oh, no paséis de ese modo,

caballeros, por mi tienda!

Venid: ¿qué queréis que os venda?

Reparad: aquí hay de todo.

De tanto objeto diverso,

no hallaréis uno siquiera

que alguna vez no sirviera

para mal del universo.

No habéis de encontrar puñal

que en sangre no esté manchado;

ni copa que derramado

no haya tósigo mortal;

p. 309ni joya que perdición

de una mujer no haya sido;

ni espada que no haya herido

al enemigo a traición.

Mefistófeles

¡Oh, mi señora parienta!

Guardad vuestra mercancía,

ya que los gustos del día

no queréis tomar en cuenta.

Lo que pasó, pasó ya;

y no gusta ni acomoda.

Venga algo nuevo: de moda

la novedad hoy está.

Fausto

¿Feria es aquesta, o tal vez

deliro?

Mefistófeles

La tromba asciende,

y aquel que impulsar pretende

es impulsado a la vez.

Mira.

Fausto

¡Qué mujer tan bella!

¿Quién es?

Mefistófeles

Es Lilith, la hermosa.

p. 310Fausto

¿Lilith?

Mefistófeles

La primera esposa

de Adán. ¡Guárdate bien de ella!

Guárdate de sus cabellos

que su adorno y gloria son:

si prenden un corazón,

para siempre queda entre ellos.

Fausto

Allí hay otras dos sentadas;

un pimpollo y una vieja.

¡Cómo bailó esa pareja!

¡Están bien zarandeadas!

Mefistófeles

Es imposible parar

en aquesta danza loca:

la música otra vez toca:

saquémoslas a bailar.

Fausto, bailando con la joven

Dulce ensueño tuve un día;

frondoso manzano vi.

¡Qué dos manzanas tenía!

Por las manzanas subí.

p. 311La Hermosa

Gusta el hombre de manzanas:

ya las probó en el Edén:

hermosas las tengo y sanas

en mi huerto yo también.

Mefistófeles, con la vieja

Raro ensueño tuve un día;

un árbol rajado vi.

Allí dentro...

· · · · · · · · · · · · ·

La Vieja

Al de la Pata de Cabra

saludo y beso los pies:

Si queréis...

· · · · · · · · · · · · ·

· · · · · · · · · · · · ·

El Proktofantasmista

¿Qué hacéis, gente descortés?

Probado está y bien probado

que jamás ha caminado

un Espíritu en dos pies;

y tras de tanto explicar

el porqué, el cómo y el cuándo,

aquí os encuentro bailando

como un danzarín vulgar.

p. 312La Hermosa, siguiendo el baile

¿Qué es lo que tiene que ver

con nuestro baile ese viejo?

Fausto

Sin que le pidan consejo

en todo se ha de meter.

Cuando el mundo alborozado

baila, él comenta y critica;

y si un paso no lo explica,

lo tiene por no bailado.

Aún es mayor su despecho

porque vamos adelante:

¿queréis verlo en un instante

desarmado y satisfecho?

Demos vueltas en su noria,

y al pasar, humildemente,

doblemos ante él la frente,

admirados de su gloria.

El Proktofantasmista

¿Aún aquí, rebelde grey,

estás? ¡Mi cólera estalla!

¡Vete! ¡La infernal canalla

no tiene freno ni ley![25]

p. 313Voy a seguir sus piruetas,

y aunque sea empresa dura,

he de meter en cintura

a demonios y poetas.

[25] Hemos suprimido aquí unos pocos versos del original, porque se refieren a alusiones oscuras o juegos de palabras intraducibles en castellano. — (N. del T.)

Mefistófeles

¿Por qué dejas con enojo

la dama, que aún te provoca

a la danza?

Fausto

De la boca

le ha salido un ratón rojo.

Mefistófeles

Eso es un grano de anís.

¿Quién, en ocasión tan grata,

reparará en una rata,

no siendo la rata gris?

Fausto

Y a más...

Mefistófeles

¿Qué más?

Fausto

¡Ay, Mefisto!

p. 314¿Una pálida doncella,

sola y triste, dulce y bella,

allá, a lo lejos, no has visto?

Entre la turba precita,

sin mover los pies, avanza:

¡tiene cierta semejanza

con la pobre Margarita!

Mefistófeles

Nunca satisfecho estás.

¿Qué es aquesta aparición?

Inanimada visión,

sombra, espectro, nada más.

Pero su presencia excusa;

su pupila heló la muerte

y al hombre en piedra convierte:

ya sabes quién fue Medusa.

Fausto

Fáltale vida: ¡es verdad!

Sus ojos, sin luz y abiertos,

son los ojos de los muertos

que no cerró la amistad.

Y –¡ay, Dios!– esos miembros fríos

ese insensible regazo,

son los que en amante lazo

juzgué para siempre míos.

Mefistófeles

Ilusión mágica fue:

cuando contempla a esa bella,

todo enamorado en ella

la mujer querida ve.

p. 315

Grabado

p. 317Fausto

¡Dulce y tristísimo afán!

¡Gratos y acerbos enojos!

De sus apagados ojos

vencer no puedo el imán.

¿Qué adorno en su cuello brilla?

Su pálido cutis mancha

roja cinta, no más ancha

que el grueso de una cuchilla.

Mefistófeles

Es verdad; también la veo:

bajo el brazo, la infeliz,

puede llevar la cerviz,

pues se la cortó Perseo.

Aleja ese ensueño cruel.

Vamos hacia ese collado:

tan alegre es como el Prado,

y un teatro veo en él.

¿Se puede entrar?

Servíbilis

Adelante.

Hoy siete piezas promete

el cartel; la que hace siete

va a comenzar al instante.

Cómicos son de afición;

el autor aficionado,

y a mí la afición me ha dado

p. 318de levantar el telón.

Permitidme, pues, marchar.

Mefistófeles

¡En el Blocksberg os encuentro!

Aquí estáis en vuestro centro

y en vuestro propio lugar.

Ilustración ornamental

p. 319

Grabado

SUEÑO DE LA NOCHE
DE SANTA VALPURGIS
O BODAS DE ORO DE
OBERÓN Y TITANIA


p. 321

Ilustración ornamental

INTERMEDIO[26]

[26] Los epigramas que forman este Intermedio fueron escritos por Goethe para el Almanaque de las Musas de 1798. Schiller era quien publicaba este Almanaque, y el año anterior había incluido en él unos epigramas de este mismo género, que tituló Xenios. Los que forman esta serie no se publicaron en el Almanaque, porque Schiller no quiso provocar polémicas, y después de muchas correcciones, su autor los incluyó en el Fausto. El título del Intermedio está tomado del drama fantástico de Shakespeare Sueños de una noche de verano, en el cual Oberón y Titania, largo tiempo separados, celebran su nueva unión.


El Director del teatro

Hijos de Mieding[27] bravos y obedientes,

¡al trabajo otra vez! ¡Llegó la hora!

Viejos montes y valles florecientes

formando están la escena encantadora.

[27] Mieding era el director del teatro de Weimar.

Un Heraldo

Medio siglo –¡larguísima jornada!–

ha de pasar para las bodas de oro:

después de la contienda terminada,

si queda el oro, es el mejor tesoro.

p. 322Oberón

Espíritus, venid, si no estáis lejos,

y en tan grave ocasión prestadme ayuda:

hoy la Real Pareja los añejos

vínculos conyugales reanuda.

Puck[28]

Ya viene el Puck en diagonal carrera,

arrastrando los pies, torciendo el paso;

y una turba festiva y vocinglera

va corriendo en tropel tras el payaso.

[28] Puck es, en el drama de Shakespeare, un Espíritu del séquito de Oberón, que ejecutaba sus órdenes y le divertía con sus bufonadas: el payaso de aquella corte mitológica.

Ariel[29]

Ariel divino, de armonías gratas

llena la Creación, que le oye ansiosa.

Su voz hechiza a muchos papanatas;

pero también conquista alguna hermosa.

[29] Ariel es un Espíritu de los aires, que figura en el drama de Shakespeare La Tempestad, sometido al mago Próspero.

Oberón

Cónyuges, si queréis vivir dichosos,

nuestra conducta os da sanos consejos:

sepárense cuanto antes los esposos,

y tiernamente se amarán de lejos.

p. 323Titania

Si el marido murmura sin aguante,

si la mujer replica impertinente,

corra el uno con rumbo hacia Levante

y el otro hacia Poniente.

La Orquesta, tutti

Fortissimo

Las moscas, los mosquitos y moscones

con sus trompas y pífanos sonoros,

las ranas, y los grillos de agrios sones,

nuestros músicos son y nuestros coros.

Solo

La zampoña, con pasos cachazudos,

viene moviendo la disforme panza:

escuchad los solemnes estornudos

que su nariz estrepitosa lanza.

Un Genio que se está formando[30]

Tiene pies de escorpión, vientre de sapo;

si alas sus alas son, es un problema;

su autor, a ese ridículo gazapo,

lo titula «Poema.»

[30] Goethe alude probablemente a los poetastros, que ignorando que la poesía es un todo armónico, que surge del fondo del alma, escriben versos sin sustancia ni inspiración.

p. 324Una parejita[31]

Vas brincando entre flores y perfumes

con breve paso y arrogante anhelo;

pero aunque mucho quieres y presumes,

no te levantarás nunca del suelo.

[31] Esta Parejita puede significar la unión de poesía floja con música desabrida: aquellas insulsas composiciones en las que tan vulgar es la nota como la letra.

Un viajero curioso[32]

¿Es esto mascarada extravagante

o es que la fantasía me ilusiona?

¿Oberón, el dios bello, el dios brillante,

en este sitio se mostró en persona?

[32] Alusión a Nicolai, escritor del tiempo de Goethe, que odiaba todo lo que olía, en su concepto, a superstición y fanatismo. Es el mismo que aparece en la Noche de Santa Valpurgis con el extraño nombre de Proktofantasmista.

Un Ortodoxo[33]

¡Ni uñas, ni cuernos, ni encorvado rabo!

No me engaña el mentido testimonio:

cual los dioses de Grecia, al fin y al cabo,

tú no eres otra cosa que un demonio.

[33] El Ortodoxo es Fr. Stolberg, que censuró acerbamente la famosa poesía de Schiller Los Dioses de la Grecia.

Un Artista del Norte

Cuanto concibo y ejecuto –¡ay triste!–

es vaga sombra y pálido boceto;

p. 325pero conozco el mal y en qué consiste,

y visitar la Italia me prometo.

Un Purista[34]

Topé para mi mal con esta gente;

groseras brujas son desarregladas.

Pasándoles revista atentamente,

solo un par encontré bien empolvadas.

[34] Alude el autor a Joaquín Enrique Campe, que era escrupulosísimo en materia de lenguaje, y rechazaba muchas palabras admitidas ya por el uso, alegando que no eran castizas.

Una Bruja joven

¡Polvos! ¡Trajes también! ¡Pobre atractivo,

que tapa de la edad el triste rastro!

Desnuda yo sobre el robusto chivo,

muestro feliz mis miembros de alabastro.

Una Matrona

Nuestra prudencia, que la edad madura,

emulaciones frívolas evita:

la flor, que ostentas hoy, de la hermosura,

también tú la verás seca y marchita.

El Maestro de capilla

¡Oh moscas y mosquitos y moscones!,

de la hermosa desnuda separaos.

¡Ranas y grillos de discordes sones!,

a compás y medida sujetaos.

p. 326La Veleta, vuelta de un lado

No puede haber más grata compañía:

doncellas de constante y tierno pecho;

jóvenes de valor y de hidalguía:

gente toda de lustre y de provecho.

La Veleta, vuelta del otro lado

Ábrete, tierra, y a la vil canalla

trague al momento el infernal abismo,

o mi furiosa indignación estalla,

arrojándome al Tártaro yo mismo.

Los Xenios[35]

Somos cual sabandijas, y mordemos

con colmillo afilado y diminuto,

dando solo a los méritos supremos

del Papá Satanás honra y tributo.

[35] Así llamaban los griegos (donativos a los huéspedes) a los obsequios que hacían a los que iban a su casa. Marcial dio este título al libro XIII de sus Epigramas; y Schiller a una serie de cuatrocientos dísticos publicados en su Almanaque de las Musas, de 1797. Referíanse estos epigramas a crítica literaria y filosófica de los autores de aquel tiempo. Fueron atribuidos a Schiller y Goethe, que eran, en efecto, sus autores.

Hennings[36]

Con inocente ingenuidad, que alabo,

está jugando la menuda grey;

p. 327hemos de confesar, al fin y al cabo,

que sabandijas son de buena ley.

[36] Augusto Federico de Hennings, en su periódico El Genio del tiempo, había acusado a Goethe y Schiller de haber rebajado la poesía en los Xenios con trivialidades y tonterías.

Musageta[37]

No me da pena el escuadrón rugiente

de estas malditas brujas del Averno;

el coro de las Musas esplendente

con más dificultad rijo y gobierno.

[37] Con el título de Musageta publicó en 1798 y 1799 el mismo Hennings algunos artículos, que imitaban al Almanaque de las Musas y querían emular con él.

Un Ex genio del siglo

Busca en mi sol el rayo que te alumbre;

agarra mi faldón; aprieta el paso.

Para todos hay sitio en la ancha cumbre

del Blocksberg y el germánico Parnaso.

El Viajero curioso[38]

¿Quién es ese pedante que en su frente

soberbia y petulancia lleva escritas?

¿Qué busca, tan orondo y displicente?

Siguiendo la husma va de los Jesuitas.

[38] Otra alusión a Nicolai, que era apodado Jesuitenrrècher (rastreador de los jesuitas) porque tenía la preocupación de ver en todas partes la mano de esta célebre Orden religiosa. (Véase la nota segunda de la pág. 324.)

p. 328Una Grulla[39]

Pesco en las aguas turbias y en las claras:

tengo de ello muy buenos testimonios;

y me verás, si atento lo reparas,

mezclar al Padre Santo y los demonios.

[39] La grulla es el escritor Lavater que, según el mismo Goethe escribía a Eckermann, tenía la figura y el andar de aquellas zancudas. Nicolai lo acusaba de jesuitismo, y por eso alude a él nuestro poeta en este lugar.

Un Hombre de mundo

La grey devota, para abrirse paso,

no repara en vehículo;

en medio del Blocksberg congrega acaso

su negro conventículo.

Un Danzante

¿Qué lejano rumor nos trajo el viento?

¿Es el redoble del tambor sonoro?

No: es el canto pausado y soñoliento

de los graves sochantres en el coro.

El Maestro de baile

Todos bailan, el grande y el menudo;

todos ruedan sin miedo y sin cuidado;

brincan el contrahecho y el panzudo;

salta el cojo y se estira el encorvado.

p. 329Un Juglar

Esa canalla, que danzando veo,

llena está de malicia y de ponzoña.

Fieras domaba con su lira Orfeo:

a estos los domestica la zampoña.

Un Dogmático[40]

Ni crítica mordaz, ni duda fiera

destruyen mi doctrina bien probada;

existe el diablo, pues si no existiera,

dejara de ser diablo y fuera nada.

[40] En esta estrofa y las siguientes se refiere el autor a las tendencias de las diversas escuelas filosóficas de su época. El Dogmático admite como probado lo mismo que se ha de probar, y por este flaco lo ridiculiza el poeta.

Un Idealista[41]

La fantasía dominó mi mente,

y siervo es mi sentir de su mandato:

pues que todo lo soy, es consiguiente

que soy también un pobre mentecato.

[41] Sátira del idealismo fichtiano. Fichte concebía el no yo como producto del yo.

Un Materialista

El Ser es mi suplicio y mi tormento,

y comienza a cansarme y aburrirme.

Hoy por primera vez experimento

que no estoy en mis pies seguro y firme.

p. 330Un Supernaturalista

Me encuentro bien entre estos malhadados,

cuando en el aquelarre me introduzco;

al ver diablos aquí por todos lados,

que existen también ángeles deduzco.

Un Escéptico[42]

Les engaña el fulgor de un espejismo

cuando de la verdad van al encuentro;

Demonio y duda casi son lo mismo;

por eso estoy aquí como en mi centro.

[42] Hay en esta estrofa un juego de palabras intraducible en castellano. El Escéptico dice que riman diablo y duda, y así es en alemán (Diablo, Teufel; duda, zweifel). Hemos procurado conservar en la versión castellana la idea, aunque la forma haya perdido la viveza y la gracia del original.

El Maestro de capilla

¡Callad, moscas, mosquitos y moscones!

¡Callad, por Dios, malditos diletantes!

¡Callad ranas y grillos de agrios sones!

¡Músicos todos sois horripilantes!

Los Aprovechados[43]

Somos gente feliz y positiva,

y vivimos sin pena y sin trabajo.

p. 331¿Pasó la moda de ir cabeza arriba?

Pues iremos también cabeza abajo.

[43] A las alusiones literarias y filosóficas siguen las políticas. Este epigrama y los sucesivos se refieren a las diferentes clases y partidos que figuraban en la vida pública en tiempo de Goethe. Los Fuegos fatuos son los hombres sacados de la nada y enaltecidos por la Revolución. Las Estrellas caídas los aristócratas que perdieron su prestigio y su influencia. Los Amazacotados los hombres nuevos que van a su negocio, atropellándolo todo.

Los Ahítos

Algún día llenamos bien la panza;

mas ya no atiende el cielo nuestros votos,

y de tanto bailar en esta danza,

vamos al fin con los zapatos rotos.

Fuegos Fatuos

Nacimos en los fétidos pantanos,

engendro de la negra podredumbre:

hoy, galanes espléndidos y ufanos,

resplandecemos todos en la cumbre.

Una Estrella caída

Caí, rodando de la eterna altura

donde brillaba, luminosa estrella.

Tendida estoy sobre la tierra dura:

¿quién podrá, cielos, levantarme de ella?

Los Amazacotados

¡Escuchad! Tiembla el suelo al choque rudo.

¡Plaza! ¡Ya viene el escuadrón obeso!

Si es que Espíritus son –que no lo dudo–

digo que son Espíritus de peso.

Puck

¡Escuadra de hipopótamos bravía!

¡Moderad y tened el rudo trote!

¡Dejadme a mí la gloria, en tan gran día,

de ser el más pesado y mazacote!

p. 332Ariel

Si la Naturaleza cariñosa,

o el Espíritu os dan ligeras galas,

a la cumbre seguidme do la rosa

feliz ostenta sus purpúreas alas.

La Orquesta, pianissimo

La neblina se aclara y desvanece;

deshácese la nube de igual modo:

sonora brisa la enramada mece,

y se disipa y se evapora todo.

Ilustración ornamental

p. 333

Ilustración

DÍA NEBULOSO

Campo, FAUSTO, MEFISTÓFELES[44]

[44] Esta escena está escrita en prosa en el original, y en prosa la hemos dejado. Nos ha parecido esto más respetuoso para el gran poeta alemán, que traducirla en verso, como ha hecho Andrés Maffei en su versión italiana. En España no es una novedad mezclar prosa y verso en las obras de forma dramática: así lo han hecho autores ilustres, como el duque de Rivas en su Don Álvaro.

Fausto

¡En la miseria! ¡En la desesperación! ¡Abandonada en el mundo, largo tiempo errante, y al fin presa! ¡En la cárcel, como una malhechora, reservada a tormentos horribles, ella, la amable, la infeliz criatura!... ¡Hasta ese extremo! ¡Hasta ese extremo!...

¡Traidor, indigno Espíritu! ¿Te has atrevido a ocultármelo?

¡Basta ya! ¡Basta! Revuelve colérico en sus órbitas tus ojos diabólicos. Provócame aún con tu insufrible presencia. ¡Presa! ¡Sumida en irreparable infortunio!p. 334 ¡Entregada a los Espíritus malos y a la despiadada justicia de los hombres! Y entre tanto, arrullándome con insulsos placeres, ocultábasme sus crecientes desdichas, y la dejabas morir sin amparo.

Mefistófeles

No será la primera.

Fausto

¡Perro! ¡Execrable monstruo!

Vuélvele –¡Eterno Espíritu!–, vuélvele a ese bicho su canina forma, la forma que tomaba a menudo para trotar, negro fantasma, ante mis pasos, roncar a los pies del pasajero inofensivo, y derribarle, colgándose a sus hombros. Devuélvele su forma predilecta, para que arrastre otra vez el vientre por el suelo, para que pueda yo patearle, al réprobo.

¡Que no es la primera!...

¡Horror! ¡Horror incomprensible para toda alma humana, que en el abismo de tal infortunio haya podido caer más de una criatura, y que, a los ojos de la Eterna Misericordia, la primera, con sus mortales congojas, no haya pagado por todas! ¡La desdicha de esta sola penetra hasta la médula de mis huesos, llega hasta el fondo de mi vida; y tú te mofas satisfecho de millares de ellas!

Mefistófeles

Hétenos otra vez en la linde de vuestra comprensión, donde a vosotros, los mortales, se os dispara el juicio. ¿Por qué te asociaste a mí, si no podías seguirme? ¡Quieres volar, y aún te marea el vértigo! ¿Fui a buscarte, o viniste a buscarme?

p. 335Fausto

No rechines los dientes voraces. ¡Me das asco!

¡Grande y sublime Espíritu, que te dignaste acudir a mi voz!; tú, que conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me encadenas a un vil compañero, que se alimenta de males y se goza en las ruinas?

Mefistófeles

¿Acabaste?

Fausto

Sálvala..., o ¡ay de ti! ¡Sobre tu frente irá por siglos de siglos la maldición más espantosa!

Mefistófeles

No puedo romper las ligaduras de los vengadores, ni descorrer sus cerrojos.

¡Sálvala!

¿Quién la perdió? ¿Tú o yo?

(Fausto lanza en torno miradas feroces.)

¿Asir quisieras un rayo? No están, por fortuna, a vuestro alcance, míseros mortales. Aplastar al que, inocente, contradice, tal es, caso de aprieto, el proceder de los tiranos.

Fausto

Llévame a ella. ¡Hay que librarla!

Mefistófeles

¿Y el riesgo a que te expones? Piensa que aún no se ha secado en la ciudad la sangre de la muerte quep. 336 hiciste. En aquel sitio se ciernen implacables Espíritus, aguardando a su vez la muerte del matador.

Fausto

¿Eso más de ti?... ¡Destrucción y ruina de todo un mundo sobre ese monstruo! Llévame allá, te digo, y libértala.

Mefistófeles

Te llevaré; y escucha lo que puedo hacer. ¿Acaso soy señor de cielos y tierra? Turbaré los sentidos del carcelero. Cogerás la llave, y con tu mano de hombre podrás sacar a la presa fuera de la prisión. Vigilaré yo en tanto. Los caballos mágicos estarán a punto, y os llevaré. Eso es lo que puedo hacer.

Fausto

Vamos, pues.

Ilustración ornamental

p. 337

Ilustración

NOCHE


Campo raso. FAUSTO y MEFISTÓFELES galopando en caballos negros

Fausto

¿Por qué bullen aquellos alrededor de un cadalso?

Mefistófeles

No sé qué arreglan o guisan.

Fausto

Corren acá y allá, se ladean, se agachan.

Mefistófeles

Brujas en aquelarre.

p. 338Fausto

Parece que rocíen con el hisopo y que consagren.

Mefistófeles

¡Adelante! ¡Adelante!

Ilustración ornamental

p. 339

Ilustración

CÁRCEL


FAUSTO, con un manojo de llaves y una luz, ante una puertecilla de hierro

Fausto

Horror ha largo tiempo no sentido

siento otra vez. Me asaltan y me rinden

los males todos que lamenta y llora

la pobre Humanidad. Aquí ella vive;

tras ese húmedo muro está encerrada:

¡y una ilusión querida fue su crimen!

Voy a encontrarla, y azorado tiemblo;

voy a verla, y mi pie duda y resiste.

¡Valor! Puede matarla mi tardanza.

¡No más dudar! Su salvación lo exige.

(Toma la llave.)

(Cantan dentro del calabozo.)

Mi madre, ramera,

me dio muerte fiera;

mi padre, el perdido,

mi carne ha comido;

p. 340lo poquito que quedó

mi hermanita lo enterró.

Abriose la fosa;

salió un pajarito de pluma vistosa.

¡Tiende, pajarito,

tiende pronto el vuelo!

¡Vuela, pajarito, piérdete en el cielo!

Fausto, abriendo

¡Cuán ajena a pensar que oye su amante

el son siniestro de los hierros viles

estará la infeliz!

(Entra.)

Margarita, ocultándose en la cama

¡Vienen! ¡Ya vienen!

¡Funesta muerte!

Fausto, en voz baja.

Calla y serás libre.

Vengo a salvarte.

Margarita

Si eres ser humano,

duélete de mi suerte.

Fausto

No así grites;

que el dormido guardián despertar puede.

(Toma las cadenas para quitárselas.)

p. 341Margarita, de rodillas

¿Quién te dio este poder? ¿Por mí viniste,

verdugo, y ahora suena medianoche?

Vete; deja que viva y que respire

hasta el amanecer. ¿Piensas acaso

que mucho ha de tardar la hora terrible?

(Levantándose.)

¡Aún soy joven, muy joven, y ya muero!

¡Y bella fui también! Ese el origen

fue de mi mal. Entonces a mi lado

él estaba; ¡ahora lejos! De la virgen

rota está la guirnalda, y esparcidas

las flores todas. ¡Ay! ¿Por qué me oprime

tu diestra airada, y hacia ti me arrastras?

Suelta, suelta... ¡Perdón! Mal no te hice;

jamás te he visto. ¿Inútiles y vanos

mis clamores serán?

Fausto

¿A quién no aflige

tanto dolor?

Margarita

En tu poder me tienes:

deja, al menos, que el pecho al infelice

niño le dé. Toda la noche, toda

lo estreché en mi regazo. Para herirme,

para culparme –¡oh cielos!–, lo robaron

de mis amantes brazos, ¡y ahora dicen

que lo maté! ¡Mis dichas concluyeron!

Con malignas canciones me persiguen.

p. 342¡Infames! Así acaba vieja historia;

pero ¿es justo, gran Dios, que me la apliquen?

Fausto, echándose a sus pies

Tu amante está a tus plantas, y la puerta

de esta horrorosa cárcel viene a abrirte.

Margarita, arrodillándose también

¡De rodillas caigamos, de rodillas

para invocar a Dios! Allí, en el linde

de la puerta, las llamas infernales

arden, y en medio lúgubre sonríe

Satanás.

Fausto, gritando

¡Margarita! ¡Margarita!

Margarita, atenta

La voz era esa del amante: ¡ay triste!

(Yérguese y caen las cadenas.)

¿Dónde está? Me llamaba. ¿Habéis oído?

¡Libre estoy! ¡Libre estoy! Nadie me impide

volar ansiosa a sus amantes brazos

y en ellos reposar. Me llama: erguirse

veo su sombra entre las rojas llamas,

y en el fragor diabólico distingue

mi oído, entre infernales carcajadas,

de su querida voz el dulce timbre.

Fausto

Sí, yo soy.

p. 343Margarita

¿Eres tú? ¡Dios soberano!

¿Eres tú? (Asiéndolo.) No me engañes. Ven, repite

esa dulce palabra. ¿Qué se hicieron

los tormentos, la cárcel, la terrible

cadena?... ¡Es él! ¡Es él! A libertarme

viene, y ya libre estoy. ¡Libre, sí, libre!

Mira; aquesa es la calle en que nos vimos

por vez primera; aquellos los jardines

donde con Marta te aguardaba ansiosa...

Fausto, arrastrándola

¡Oh, ven, conmigo ven!

Margarita, acariciándolo

¡Son tan felices

las horas a tu lado!

Fausto

Es peligrosa

la menor detención.

Margarita

¿Y por qué, dime,

ya no me besas? En tan breve ausencia,

¿cómo tan dulces hábitos perdiste?

¿Y por qué tiemblo y gimo, al abrazarte,

p. 344yo que dichosa, en éxtasis sublime,

sentí, al calor de tu pupila ardiente,

el cielo todo a mi deleite abrirse,

cuando, sin miedo a sofocarme en ellos,

me estrechaban tus brazos varoniles?

Di: ¿por qué callas? Bésame, o te beso.

(Abrazándole y besándole.)

¡Ah! Tu labio está frío, está insensible...

¿Qué fue –¡oh Dios!– de tu amor? ¿Quién me lo roba?

(Apártase de él y vuelve la cabeza.)

Fausto

¡Oh, ven, ven por piedad! Constante y firme

es mi pasión. Sosiégate, bien mío,

oye mis ruegos, y mis pasos sigue.

Margarita, volviéndose a él

¿Y eres él? ¿Eres él? ¿Estás seguro?

Fausto

Sí, yo soy: ven conmigo.

Margarita

¿Y tú viniste

a libertarme, abriéndome los brazos?

¿Podrá ser que de mí no te horrorices?

¿No te han dicho, no sabes a quién salvas?

Fausto

Ya las nocturnas sombras, más sutiles,

se aclaran. ¡Pronto, ven!

p. 345Margarita

Maté a mi madre;

ahogué al hijo mío. ¿Lo entendiste?

¡Al hijo nuestro! ¡A entrambos nos fue dado!

¡A ti también! Mas, ¿eres tú? Imposible

paréceme. ¡Tu mano! ¡A ver tu mano!

¡Cielo! ¿Es su diestra, o la ilusión lo finge?

Es ella, sí; ¿por qué está humedecida?

¡Enjúgala, por Dios; sangre la tiñe!

¡Insensato! ¿Qué has hecho? Envaina el hierro.

¡Envaina el hierro, por piedad!

Fausto

Lo que hice

hecho está ya. ¿Por qué mentarlo? ¿Quieres

matarme?

Margarita

No, no mueras: ¡vive, vive!

Yo te diré las tumbas que en la tierra

desde mañana tus cuidados piden.

Será el lugar mejor para mi madre;

la de mi hermano mísero ha de abrirse

al lado suyo, y apartada un tanto,

no muy lejos, la mía, ¡sola y triste!

¡No, no sola! ¡A mi pecho el tierno infante!

¡Él, él no más, mi sepultura humilde

quisiera compartir! Al lado tuyo

yacer por siempre, fue de mis abriles

lisonjera ilusión, que me han robado.

Si me dirijo a ti, fuerza invisible

mi pie detiene, y si a tus brazos llego,

p. 346me rechazan también y me despiden;

despídenme –¡gran Dios!– ¡cuando aún tus ojos,

las usadas ternezas me repiten!

Fausto

Si sabes que soy yo, sígueme.

Margarita

¿Adónde?

Fausto

A salvarte.

Margarita

La tumba –¿no la viste?– está

allí fuera, y en constante acecho

la Muerte. Vamos, sí; quiero seguirte

no más hasta ese lecho de reposo,

¡de eterna paz!... Tú marcharás, Enrique.

¡Oh, si pudiera acompañarte!

Fausto

Puedes;

la cárcel está abierta.

Margarita

¿Y de qué sirve

la fuga? ¡Nada espero! Tras nosotros

vendrán. ¿Quieres que mísera mendigue

de puerta en puerta el pan; que errante y sola

vaya, cuando me acosan y persiguen

mis propios pensamientos, y que al cabo

me alcancen mis verdugos inflexibles?

p. 347Fausto

Contigo quedo, pues.

Margarita

¡No! ¡Corre, salva

al hijo tuyo! ¡Pronto! Marcha, sigue

aquel arroyo, el puentecillo pasa,

entra en el bosque lóbrego, y dirige

el paso hacia la izquierda... Allí, en la balsa,

¡allí está!... Mira, mira: ya va a hundirse;

¡y aún se remueve el pobrecito! ¡Vuela!

Fausto

¡Vuelve en ti! Un solo paso, y estás libre.

Margarita

¡Si hubiéramos traspuesto la montaña!

Allí mi madre, que los años rinden,

está sentada en una piedra –¡Oh cielos!,

¡soplo glacial me acosa y me persigue!–

Sentada está mi madre en una piedra,

y mueve la cabeza, ya insensible.

Ni oye, ni ve. ¡Durmió, la pobre, tanto,

que no despierta ya! ¡Días felices

aquellos –¡ay!– en que su grave sueño

dulce fue a nuestro amor!

Fausto

Pues que resistes

mis instancias y ruegos, a la fuerza

tendrás que obedecerme y que seguirme.

p. 348Margarita

¡Aparta! ¡No me toques! No con esas

duras manos me agarres y lastimes.

¿No hice bastante por tu amor?

Fausto

¡Bien mío!

¡Dulce amada! ¿No ves que el cielo tiñe

el alba?

Margarita

El día nace: ¡el postrer día!

El que alumbrar debiera los festines

de nuestra unión. No digas nunca a nadie

que a Margarita amaste y conociste.

¡Ay, mi corona!... ¡Terminó ya todo!

Aún te veré: mas no en el baile. A miles

vienen las gentes; mas con tal silencio,

que nada se oye. Estrechos los confines

son de la plaza y las cercanas calles

para tal multitud. La hora terrible

da la campana, y el bastón se rompe.

Ya me agarrotan, y en sus brazos viles

el verdugo al patíbulo me arrastra.

Ya pende sobre todas las cervices

la cuchilla fatal, contra mí alzada;

y es el mundo una tumba muda y triste.

Fausto

¿Por qué, por qué nací?

p. 349

Grabado

p. 351Mefistófeles, apareciendo a la puerta

¡Salid al punto,

o nos perdemos! ¡Miedos mujeriles,

dudas, ayes; y mientras, mis caballos

piafando están, y el alba ya sonríe!

Margarita

¿Qué funesta visión surgió del suelo?

¡Es él! ¡Es él! ¡Es él! ¿Qué buscas, dime,

en el santo lugar? ¡A mí me buscas!

Fausto

¡Has de vivir!

Margarita

¡Mi espíritu recibe,

Eterno Juez!

Mefistófeles, a Fausto

Os dejo en la estacada,

si al punto no venís.

Margarita

Esta infelice

es tuya, ¡oh Padre! ¡Sálvala! Y vosotros,

ángeles, celestiales adalides,

vuestras divinas huestes desplegando

en mi redor, guardadme y conducidme.

¡Enrique! Horror me das.

Mefistófeles

¡Está juzgada!

p. 352Voz de arriba

¡Salvada!

Mefistófeles, a Fausto

¡Tú, conmigo!

(Desaparece con Fausto.)

Voz interior, que se va apagando

¡Enrique! ¡Enrique!

Ilustración

p. 353

BREVE RESEÑA

DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA


p. 355

Ilustración

BREVE RESEÑA

DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA


ACTO PRIMERO

Goethe dividió en actos la segunda parte de su tragedia, lo cual no hizo en la primera, quizás por entender que la rápida sucesión de sus acontecimientos y episodios no consentía estos intervalos y descansos, admitidos por casi todos los escritores dramáticos.

En el primer acto de la segunda parte nos presenta a Fausto adormecido, mientras una falange de Espíritus aéreos disipa en su corazón los amargos recuerdos y remordimientos que lo encadenan a la vida real por la mísera muerte de la infeliz Margarita. Fausto despierta y parece otro hombre: el hirviente deseo que lo agitó está desvanecido o, cuando menos, amortiguado por pensamientos más suaves y tranquilos, y por un conocimiento más profundo y más severamente filosófico, de las fuerzas vivas de la Naturaleza, hacia las cuales parece que el protagonista del drama quiera dirigir su espíritu investigador. Acompañado de Mefistófeles, llega a la corte del Emperador, de la cual nos ofrece Goethe ingeniosa y animadísima pintura. Los apuros de la hacienda, la anarquía de la administración, el descontento del pueblo, inducen al Emperador a recibir bien ap. 356 los dos misteriosos extranjeros, con mayor motivo porque uno y otro se dan a conocer por varias señales como seres de sobrenatural poder. Acepta gozoso su ayuda para la busca de tesoros ocultos en las entrañas de la tierra, y ordena que se solemnice el alegre Carnaval, demorando para el día de Ceniza aquella pesquisa de las suspiradas riquezas.

La fiesta del Carnaval en la corte del Emperador ofrece ocasión a Goethe para desplegar su lozana fantasía, y dar, con símbolos y alegorías mitológicas, ancho campo y rienda suelta al espíritu satírico que informa casi todo el poema. Comienza el espectáculo con un coro de lindas y amables floristas, al que responden en poético lenguaje las mismas flores con que van adornadas. Pero interrumpe su alegría la aparición de pescadores, cazadores, leñadores, parásitos y poetas, que con su incesante alboroto perturban la fiesta. Entonces el heraldo que la preside evoca la mitología clásica, y al punto se presentan en escena las tres Gracias, Aglaya, Hegémone y Eufrósine, y tras estas las tres Parcas, Átropos, Cloto y Láquesis, y las tres terribles Furias, Alecto, Megera y Tisífone.

Nuevas figuras intervienen para animar el júbilo carnavalesco. En una espléndida carroza aparece sentada una divinidad poderosísima: es la Victoria. Junto a ella están el Temor, inquieto y tembloroso; la alegre y festiva Esperanza; la Prudencia, de ojo avizor. Zoilo-Tersites, extravagante amalgama de dos personajes de la antigua Grecia, quiere mover cuestión a la diosa Victoria; pero el heraldo lo arroja airadamente, y al retirarse fugitivo se convierte en víbora y en murciélago.

Llega otra carroza; va guiada por un gentil mancebo, que se llama a sí mismo el genio de la Prodigalidad y de la Poesía. Aquella carroza es el trono de Pluto, el dios de la Riqueza, hacia quien todos se vuelven admirados, y recogen ansiosos los donativos con que los obsequia. Pero, molestado por las exigencias y la murmuración de la turbamulta, promueve Pluto un vasto incendio, que aparece lejano, mientras el gran dios Pan, con las Ninfas, los Faunos, los Sátiros, los Gnomos y los Gigantes que le acompañan, toma parte en la mascarada. El incendio prende en el palacio imperial. Huye en tumulto el pueblo aterrorizado, y el dios Pluto atrae nieblas y nubarrones, que desprenden un aguacero muy a tiempo para apagar el fuego y dar fin a la estrambótica y divertidísima farsa.

Fausto y Mefistófeles no estuvieron ociosos mientras tanto. Encontraron los tesoros que habían prometido al Emperador, y con tanp. 357 feliz hallazgo se pagaron las deudas, se llenaron las arcas del Tesoro, y volvió a reinar la tranquilidad en el esquilmado imperio. En esta extraña escena, Goethe quiso simbolizar el invento del papel-moneda. La fantasmagoría concluye con el reparto de dádivas que hace el Emperador a sus súbditos.

Sigue la admirable escena de las Madres. Entre las varias interpretaciones que los comentaristas del Fausto dan a estas Madres, parece la más aceptable considerarlas como las fuerzas elementales de la Naturaleza, como el principio oculto de las cosas creadas o por crear. Para comprender esta escena, hay que fijarse en la pintura que el mismo Goethe hace de las Madres; parece que el misterio y la incertidumbre de que las ha rodeado, ayudan a la profunda impresión que el tremendo episodio debe producir.

El hecho es que, por intercesión de las Madres, puede el afortunado Fausto evocar y dar vida a los dos tipos de la belleza clásica, Paris y Helena, y traerlos como personas vivientes a presencia de la corte, y hacerles representar el memorable drama amoroso, al que la poesía griega erigió un monumento inmortal. Pero Fausto, impaciente y ya enamorado de la helénica beldad, no recuerda que su evocación es un nuevo fantasma de apariencia vana, y queriendo estrechar entre sus brazos la ideal figura, rompe el encanto, y todo concluye entre sombras y vapores, que se desvanecen.

ACTO SEGUNDO

En este acto, más que en los otros, el autor se aproxima a la primera parte de la tragedia. Destruido el encanto de la suave aparición de Helena y Paris por la fogosa imprudencia de Fausto, Mefistófeles no encuentra mejor partido que conducir a su enamorado señor al antiguo aposento, donde comenzó el poema y fue estipulado el diabólico contrato de compra-venta del alma del Doctor. Mefistófeles reconoce aquel lugar; le complace ver nuevamente en el mismo sitio todos los objetos del melancólico gabinete de estudio, y para que nada se le esconda, encuentra seca en el filo de la pluma la gota de sangre que sirvió para la firma de aquella acta infernal. Un coro de insectos, que de improviso sale del viejo ropón de Fausto, que Mefistófeles por capricho ha descolgado de la percha, festeja el inesperado regreso del docto maestro. Recibe otra vez el infernal personaje a aquel inexperto estudiante, que fue a visitarle en la primera parte del poema, y obtuvo de él tales consejos, que se enamoróp. 358 locamente de una filosofía falaz, y se convirtió en erudito vulgar, lleno de sofismas y paradojas. Esta segunda escena entre Mefistófeles y el Bacalaureus rivaliza con la primera por su gracia cómica y su finísima sátira; y su efecto aún es mayor porque el lector la enlaza con aquella y saborea mejor sus donaires. Bien se comprende que el autor quiso poner en solfa los sistemas filosóficos que en su época señoreaban la Alemania; y enemigo, como era, de todas las filosofías nebulosas y de las teorías falsamente innovadoras, las combatió con el arma del ridículo.

Sin salir del domicilio de Fausto, entramos en el laboratorio de Wagner, donde el antiguo pedante, eunuco de la ciencia, quiere remedar a Prometeo y a Pigmalión, creando de nuevo al hombre con las extravagantes mezcolanzas de la alquimia. Suda y trasuda años y más años en la magna empresa; y no la llevaría a cabo, si no recibiera a tiempo la ayuda de Mefistófeles, que se burla de él. Del ardiente hornillo donde hierve la mágica redoma, ve surgir, por fin, el esperado fruto, una criatura, que no es humana todavía, pero aspira a serlo; no es el hombre, pero es Homúnculus, singular creación, en la cual el poeta amalgama un concepto filosófico y literario, y una idea soberanamente satírica. Homúnculus, Mefistófeles y Fausto, como tres peregrinos, van en busca de la belleza helénica, es decir, del clasicismo verdadero y propio, con lo cual pretendía sin duda Goethe enlazar la poesía nueva con la antigua, como si una y otra fuesen partes de un mismo todo, destellos de una misma luz, para lo cual aprovechaba el poeta esta figura del Homúnculus, como anillo dialéctico entre las dos poesías, entre las dos literaturas, entre los dos mundos. Wagner queda solo y desconsolado en el solitario laboratorio, porque es el hombre que no siente el fecundo palpitar de la vida nueva, la cual se desprende del espectáculo y del ejemplo de la belleza helénica.

Resulta, pues, que el héroe del drama, su protagonista activo, es Fausto, despierto ya del terrible sopor en que cayó cuando quiso abrazar el fantasma de Helena. Homúnculus y Mefistófeles tienen también su papel, su actividad propia; pero subordinada a la acción y a la finalidad de Fausto; y aun cuando se muevan y se agiten, serán siempre, en el drama fantástico de la Noche clásica, personajes secundarios, colocados allí para iluminar mejor el carácter del actor principal, y para que aparezca más claro el concepto profundo del autor.

El romanticismo, con todos sus tétricos resplandores, fue delineadop. 359 admirablemente por Goethe en la Noche de Santa Valpurgis (primera parte de la tragedia). En la Noche clásica, el poeta hace gala de todo el clasicismo de la antigüedad, y con audaces vuelos nos presenta renacidas las amables creaciones de la mitología y de la poesía griega. La gallarda creación de Goethe se une al drama por un hilo sutil, el amor a la hermosa Helena, que llena el corazón de Fausto; y súbitamente vemos a los tres aéreos viajeros, Mefistófeles, Homúnculus y Fausto, que descienden a los campos de Farsalia, los dos primeros en busca de las deidades y de la belleza antigua, y el último ansioso de encontrar a la hermosa fugitiva.

Ilustración

Mefistófeles se siente algún tanto embarazado, y comprende que no podrá dominar aquel mundo, para él desconocido. Pasa como de incógnito entre las Esfinges, que se burlan de él, y aunque asombrado por el canto dulcísimo de las Sirenas, su corazón de diablop. 360 no se conmueve, y el delicioso espectáculo que por todas partes se le presenta no le inspira más que aburrimiento y enojo.

Mientras tanto, Fausto, persuadido por las Esfinges, busca al centauro Quirón, para que le dé nuevas de Helena. Lo encuentra cuando va a pasar a la orilla opuesta del Peneo; monta sobre sus lomos, y el buen centauro, apiadado de la amorosa herida de su audaz jinete, lo conduce ante la hija de Esculapio para que lo cure.

Fausto se oculta en las entrañas de la tierra; esta tiembla, agitada por un terremoto, y la fecunda revolución de la Naturaleza forma una nueva y gigantesca montaña, que se puebla en seguida de Grifos, Pigmeos, Dáctilos, Imsios, hormigas y grullas, singular multitud, evocada por la poderosa imaginación del poeta, extraña mezcla de lo antiguo y lo moderno, que se rechaza y entrechoca al principio y después parece que armónicamente se una, como para simbolizar el consorcio del clasicismo y el romanticismo. Tampoco a Mefistófeles le van mal las cosas, porque tropezando con las Fórcides, las antiguas Gorgonias, las atrae con el irresistible reclamo de la adulación y logra trasfundir su ser en una de ellas. Al llegar a este punto, la escena cambia súbitamente, y entre las rocas del Mar Egeo, vuelven las seductoras Sirenas a gobernar la noche tenebrosa de los encantamientos. Aparecen Nereidas y Tritones; en el mar y sus riberas suenan extraños cantos; llegan Nereo y Proteo, y Homúnculus, espíritu elemental del fuego, despide rayos de luz fosforescentes; pero, apenas se aproxima el brillante carro de nácar donde se asienta la hermosa Galatea, se inflama con todo el ardor que dentro de sí alimentaba, y va a diluirse en las purpúreas aguas del mar. Así termina la admirable noche en que se celebran las nupcias de los elementos, por la poética fusión de la belleza y del amor.

ACTO TERCERO

El acto tercero de la segunda parte de la tragedia es una de las más espléndidas creaciones del ingenio de Goethe; es la prueba mejor de su vasta cultura literaria y del exquisito gusto que lo elevó sobre los demás poetas alemanes en todo lo que sea pureza, elegancia y exactitud de la forma. El episodio de Helena, comenzado ya en las escenas precedentes, y envuelto hasta ahora en el nebuloso trascendentalismo que flota ligeramente sobre todo el poema dramático, brilla en este acto con límpida luz, y se desenvuelve como parte esencialísima de la composición.

p. 361Terminada la Noche clásica de Santa Valpurgis, el autor toma de nuevo el hilo del drama, anudándolo a las fantasías de aquella noche, de tal manera, que no aparece claro dónde termina el ensueño y dónde prosigue la tragedia, ni por qué, con atrevidísimo vuelo a través de los siglos, el poeta nos lleva otra vez a Esparta y nos introduce en el palacio de Menelao. Bien podemos decir que Goethe en esta escena es un continuador de Homero, y con él compite por la precisión y el esplendor de las imágenes, por la suprema belleza del estilo, y por el sabor completamente helénico, que no desentona de los diversos estilos que se entrelazan y armónicamente se confunden en otros pasajes de la obra.

Ilustración

Helena regresa a la mansión conyugal después de las afortunadas vicisitudes de aquella terrible guerra; pero un presentimiento misterioso, una inquietud incesante la molesta y no la engaña. La aguarda a la puerta de la casa una horrorosa fórcide y le impide la entrada a ella y a sus doncellas con violentas amenazas, anunciándole la venganza terrible del engañado esposo. Para librarse de ella,p. 362 Helena se dispone a buscar un nuevo Paris que la defienda; y con ello el autor se propuso, además de satisfacer el insaciable deseo de Fausto, maniático perseguidor de la belleza antigua, dar también una pincelada satírica a la pintura de las mujeres del temple de Helena.

Despliéganse otra vez todas las pompas y la riqueza de la nueva poesía. El terror de la muerte augurada por la fórcide a Helena y al coro atemorizado, les mueve a buscar refugio en el castillo encantado de Fausto, castillo enriquecido con todas las magnificencias que una fantasía inflamada como la de Goethe, era capaz de imaginar. Las licenciosas servidoras de Helena, encantadas por el seductor espectáculo, olvidan los peligros corridos, y a la vista de los mancebos gallardos que preparan el trono real, piensan en nuevos placeres. El enamorado Fausto se presenta rodeado de todos los esplendores y las galas de que pudiera alardear el señor más poderoso de la Edad Media. Pone a los pies de la reina todos sus homenajes, y se le ofrece amante fervoroso, obediente siervo y vasallo leal. En vano el incauto Menelao trata de renovar la sangrienta contienda por la cual fue Troya destruida; las falanges sobrenaturales que acatan las órdenes de Fausto, desbaratan súbitamente el ejército enemigo. Nada se opone a los amorosos transportes del nuevo Paris; y la gentil pareja, sumida en los dulces misterios del amor, goza una vida de sin igual deleite.

El poeta finge que de las nupcias de Helena y Fausto nace Euforión, simbolismo de la poesía moderna. Es muchacho e inexperto aún; pero animoso, procaz y turbulento. Sus padres temen por él a cada paso, dudosos de que sus juveniles fuerzas le sostengan en los atrevidos vuelos a que se aventura. Las amonestaciones del padre, las tiernas súplicas de la madre, no lo detienen, y lanzándose al espacio desconocido, resplandece con una luz que parece inmortal; pero pronto se pierde y se disipa, como un cometa desvanecido en el cielo. Un canto fúnebre del coro es la afectuosa y triste elegía a la memoria del joven prematuramente perdido, en quien Goethe parece haber querido representar la noble figura de lord Byron.

Muerto Euforión, la dolorida Helena abraza por última vez a Fausto y se desvanece también. Sus vestiduras, transformadas en nieblas, envuelven a Fausto y lo remontan a la serena región del espacio. Destruido así el hechizo, la vieja fórcide se quita la máscara: era Mefistófeles.

p. 363

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ACTO CUARTO

En el acto cuarto, el autor nos lleva otra vez a los Estados del Emperador. El recuerdo de lo que ha visto ha promovido en Fausto nuevos e inusitados pensamientos, y con ellos anda preocupado, cuando Mefistófeles, que vuelve más solícito que nunca al servicio de su compañero, le anuncia que el Emperador pasa grandes apuros porque su reino es presa de la anarquía más espantosa. Las ciudades se han enguerrado unas contra otras; los señores feudales luchan también entre sí; los plebeyos se sublevan contra los nobles; hasta los obispos cuestionan con el cabildo o con las parroquias. Fausto se apiada del Emperador, y Mefistófeles vuelve a comprometerse a salvarlo, apelando otra vez a los encantamientos y las hechicerías.

p. 364Hétenos ya en el campo de batalla, donde el poder diabólico de Mefistófeles ha congregado a los Espíritus para combatir a favor del Emperador. Ya las tropas que habían permanecido fieles cedían y se retiraban ante el empuje del enemigo; ya el Antiemperador miraba próximo el triunfo; pero las formidables legiones del infierno, evocadas por Mefistófeles, cambian el éxito de la guerra y dan el triunfo al legítimo soberano. Vuelven a la obediencia los vasallos, restablécese la paz en las provincias alteradas, y el príncipe, aconsejado por el arzobispo, se arrepiente de haber aceptado la ayuda de las fuerzas infernales, y tranquiliza su conciencia con el donativo de extensos territorios a favor de la Iglesia.

ACTO QUINTO

La unidad de tiempo no es, en verdad, la regla que más haya seguido Goethe en su admirable tragedia. El quinto acto de la segunda parte, en el cual se resume todo el concepto de la obra, nos presenta el cuadro de Fausto envejecido. ¿Por qué vicisitudes ha pasado desde que obtuvo del Emperador, en pago de su salvación, vastos dominios? ¿Cómo el inquieto e insaciable Doctor procuró satisfacer el ardiente deseo que lo empuja siempre en busca de tentadoras novedades? Han pasado muchos años en el intervalo del cuarto al quinto acto. Encontramos a Fausto señor poderoso de tierras y lugares, domador audaz de las enemigas fuerzas de la Naturaleza, ocupado en robar a la playa del mar las estériles landas para que las fecunde la mano del hombre y sean fuente de bienestar y prosperidad. Parece, pues, que haya encontrado por fin un objeto digno de la preclara inteligencia que Dios le concedió; pero el amarguísimo recuerdo de su vida, llena de errores, de culpas y de crímenes, lo martiriza y no le deja momento de reposo. Está convencido de que la inteligencia humana no puede traspasar los límites que se le pusieron, y reconoce que la actividad del espíritu tiene en el mundo campo bastante extenso, sin empeñarse en la vana averiguación de los misterios de la Naturaleza. Pero ha comprado demasiado caro el conocimiento de esta gran verdad, para que pueda vivir tranquilo y sereno. Recibe con indiferencia y con fruncida frente las mercaderías que de lejanas tierras le traen sus buques para aumentar su riqueza y poderío; no le entusiasma el espectáculo de los bosques, de los prados, de las aldeas, que por obra suya surgen de aquellas dunas infructíferas, que azotaban poco antes las marinasp. 365 olas; y fijando continuamente la mirada en la pobre cabaña y la modesta alameda de tilos, que no le pertenecen, desea poseerlos como el objeto más precioso, y no descansa hasta que las llamas destruyen aquel asilo de paz. En el incendio mueren los míseros habitantes de aquel tugurio, y este es el último crimen del formidable señor. Cuatro viejas, fantasmas pavorosos, se aproximan en las altas horas de la noche al castillo de Fausto: son el Hambre, la Deuda, la Miseria y la Zozobra. No pueden entrar las tres primeras en aquel alcázar; pero penetra la última, y no dejará a Fausto hasta el sepulcro. Esta escena, por la sobriedad de sus terribles tintas, rivaliza con las más hermosas de Shakespeare, y anuncia la catástrofe de la tragedia. El anciano magnate queda ciego, y percibe enp. 366 el fondo del alma una luz nueva, que le ilumina la mente; un último esfuerzo de la voluntad le impulsa para apresurar la realización del propósito que hace muchos años perseguía, y complaciéndose en la esperanza de vivir en un Estado libre entre hombres libres, cumple el voto de su alma, y pide al fugaz momento que se detenga. Esta es su última palabra: Fausto muere; su alma inmortal, arrebatada por los ángeles a las abiertas fauces del infierno, sube ansiosa al cielo, donde le aguarda entre coros paradisíacos el alma hermosa de Margarita.

Ilustración

La escena de la ascensión de Fausto parece que el autor la haya ideado para borrar las tristes impresiones que se reciben en el transcurso de la tragedia. Mefistófeles ha desaparecido para siempre, arrojado por los ángeles en la extraña lucha que sigue a la muerte del viejo Doctor, y con Mefistófeles desaparece también la sarcástica ironía, en que está impregnado todo el libro. Estamos en otro ambiente, en el que suenan armonías dulcísimas e himnos celestiales, a los que se une la conmovedora plegaria de Margarita intercediendo por el alma de su amado. El amor, que fue burlado en el mundo, obtiene de este modo el premio en el cielo, y resplandece en torno de él una poesía verdaderamente sublime.

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p. 367

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ÍNDICE


  Páginas
Carta que sirvió de prólogo para la primera edición. VII
Dedicatoria. 33
Prólogo en el teatro. 35
Prólogo en el cielo. 45
Tragedia. — De noche. 55
A las puertas de la ciudad. 78
Gabinete de estudio. 102
Id. — Fausto y Mefistófeles. 122
Taberna de Auerbarch en Leipzig. 153
Cocina de la Bruja. 177
Calle. — Fausto y Margarita. 195
Al caer la tarde. 203
Paseo. 211
Casa de la vecina. 215
Calle. — Fausto y Mefistófeles. 227
Jardín. 231
Un pabelloncito en el jardín. 244
Bosques y cavernas. 247
Aposento de Margarita. 257
Jardín de Marta. 259
En la fuente. 269
En los muros de la ciudad. 273
De noche. — Valentín, hermano de Margarita. 277
Catedral. 289
Noche de Santa Valpurgis. 293
p. 368Sueño de la noche de Santa Valpurgis o bodas de oro de Oberón y Titania. 319
Intermedio. 321
Día nebuloso. 333
Noche. — Campo raso. 337
Cárcel. 339
Breve reseña de la Segunda parte de la Tragedia. 355
Ilustración

Contracubierta