The Project Gutenberg eBook of Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) Author: Bernal Díaz del Castillo Release date: March 28, 2021 [eBook #64945] Language: Spanish Credits: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries.) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA (1 DE 3) *** NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, las negritas entre =iguales= y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos. * La ortografía del original ha sido respetada, normalizándose las variantes a la grafía más frecuente, excepto en el caso de los nombres propios y de los términos indígenas. * En los casos dudosos, se ha adoptado la grafía utilizada en 1853 por la edición de E. Vedia en el tomo XXVI de la Biblioteca de Autores Españoles, que utiliza la misma versión del texto pero cuyos errores tipográficos son menores. * No obstante lo anterior, se han acentuado las mayúsculas y se ha distinguido entre «mas» y «más», «aun» y «aún», y «que» y «qué», distinción no siempre presente en el original impreso. * Para facilitar la lectura, la mayor parte de los puntos y seguido —y algunos de los puntos y coma— se han cambiado a puntos y aparte, con el fin de evitar los párrafos excesivamente largos del original. * También se han aislado en párrafo aparte, precediéndolas de una raya de diálogo, la expresiones literales pronunciadas en público. * Las páginas en blanco han sido eliminadas. CONQUISTA DE NUEVA-ESPAÑA POR BERNAL DIAZ DEL CASTILLO. VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA, POR EL CAPITAN BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES. TOMO I. MADRID.—1862. Imprenta de Tejado, calle de Silva, número 12. PRÓLOGO. Cuatro palabras nada más sobre el autor de este libro, y sobre las calidades de su obra. En cuanto al autor, nació en Medina del Campo, sin que sepamos la fecha exacta de este suceso ni la menor particularidad de su niñez; bien es verdad que nada tiene de extraño este silencio respecto á un individuo que, nacido sin duda de padres pobres, emprendió la carrera militar en la humilde situacion de soldado. Pasó á América el año de 1514 en compañía de Pedrárias Dávila, á quien el Gobierno acababa de conceder la gobernacion del Darien; desde allí, despues de los sucesos ocurridos en aquel pais, se trasladó á la isla de Cuba, que gobernaba á la sazon Diego Velazquez. La situacion de aventurero en que se hallaba BERNAL DIAZ le obligó á tomar parte en cuantas empresas se ofrecian; así es que al emprenderse la expedicion del descubrimiento de Yucatan se alistó bajo las banderas de Francisco Fernandez de Córdoba, y se embarcó con él, haciéndose á la vela el dia 8 de Febrero de 1517; pasó luego á la Florida con Juan Ponce, y dió vuelta á Cuba con los pocos que se salvaron de aquella empresa desgraciada. Nuevamente se embarcó en la expedicion de Grijalva el 5 de Abril de 1518, y vuelto á Cuba, salió por tercera vez con la expedicion mandada por Hernan Cortés, embarcándose en la nave de Pedro de Albarado. Hizo en aquella conquista cuanto era de esperar de un buen soldado; y terminada que fué en todas sus partes, recibió, en recompensa de sus servicios, una encomienda en Goatemala, donde se estableció, siendo uno de los primeros pobladores de la ciudad de Santiago de los Caballeros, en la que ocupó el cargo de regidor.—El mérito y servicios militares de BERNAL DIAZ fueron muy distinguidos, como que Hernan Cortés le recomendó especialmente al Emperador en carta escrita en Méjico el año de 1540; la misma honra mereció despues del virey D. Antonio de Mendoza; y por último, habiendo él mismo presentado unas probanzas en el consejo de Indias, el Emperador se sirvió recomendarle por Real cédula expresa y expedida en su favor. Tomamos estas noticias acerca de BERNAL DIAZ, de la breve reseña biográfica que le dedica el último editor de su obra en la _Biblioteca de Autores Españoles_ que con tanto acierto y perseverancia sigue publicando el señor don Manuel Rivadeneira. Del mismo documento sacamos la siguiente calificacion, con la cual nos hallamos conformes.—Respecto, dice, al estilo de Bernal Diaz, aunque poco culto y pulido,—respira la ruda franqueza de un soldado; Robertson calificó su mérito con las siguientes palabras: «Contiene (dice, hablando de este libro) una narracion confusa y llena de pormenores de todas las operaciones de Cortés, en el estilo rudo y vulgar propio de un hombre sin letras ni instruccion; pero, como refiere los hechos que presenció y en que tuvo tanta parte, su narracion lleva todo el sello de la autenticidad, y respira tal naturalidad y gracia, cuenta pormenores tan interesantes y demuestra un amor propio y vanidad tan graciosos, aunque disimulables en un soldado que, segun nos dice, asistió á ciento diez y nueve batallas, que su libro es uno de los más singulares que se pueden encontrar en lengua alguna.» Nada añadiremos nosotros al testimonio de un escritor tan ilustre y juez tan competente en la materia, y únicamente nos tomaremos la libertad de indicar á nuestros lectores que la relacion de la batalla de Tabasco, la de la prision de Montezuma en la estancia de los españoles, y otros trozos que seria fácil mencionar, son los que caracterizan perfectamente á BERNAL DIAZ como escritor de historia, y los que manifiestan su candor, naturalidad y sencillez. CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA POR BERNAL DIAZ DEL CASTILLO. CAPÍTULO PRIMERO. EN QUÉ TIEMPO SALÍ DE CASTILLA, Y LO QUE ME ACAECIÓ. En el año de 1514 salí de Castilla en compañía del gobernador Pedro Arias de Ávila, que en aquella sazon le dieron la gobernacion de Tierra-Firme; y viniendo por la mar con buen tiempo, y otras veces con contrario, llegamos al Nombre de Dios; y en aquel tiempo hubo pestilencia, de que se nos murieron muchos soldados, y demás desto, todos los más adolecimos, y se nos hacian unas malas llagas en las piernas; y tambien en aquel tiempo tuvo diferencias el mismo gobernador con un hidalgo que en aquella sazon estaba por capitan y habia conquistado aquella provincia, que se decia Vasco Nuñez de Balboa; hombre rico, con quien Pedro Arias de Ávila casó en aquel tiempo una su hija doncella con el mismo Balboa; y despues que la hubo desposado, segun pareció, y sobre sospechas que tuvo que el yerno se le queria alzar con copia de soldados por la mar del Sur, por sentencia le mandó degollar. Y despues vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre capitanes y soldados, y alcanzamos á saber que era nuevamente ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decia Diego Velazquez, natural de Cuéllar; acordamos ciertos hidalgos y soldados, personas de calidad de los que habiamos venido con el Pedro Arias de Ávila, de demandalle licencia para nos ir á la isla de Cuba, y él nos la dió de buena voluntad, porque no tenia necesidad de tantos soldados como los que trujo de Castilla, para hacer guerra, porque no habia qué conquistar; que todo estaba de paz, porque el Vasco Nuñez de Balboa, yerno del Pedro Arias de Ávila, habia conquistado, y la tierra de suyo es muy corta y de poca gente. Y desque tuvimos la licencia, nos embarcamos en buen navío y con buen tiempo; llegamos á la isla de Cuba, y fuimos á besar las manos al gobernador della, y nos mostró mucho amor, y prometió que nos daria indios de los primeros que vacasen; y como se habian pasado ya tres años, ansí en lo que estuvimos en Tierra-Firme como en lo que estuvimos en la isla de Cuba aguardando á que nos depositase algunos indios, como nos habia prometido, y no habiamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de nos juntar ciento y diez compañeros de los que habiamos venido de Tierra-Firme y de otros que en la isla de Cuba no tenian indios, y concertamos con un hidalgo que se decia Francisco Hernandez de Córdoba, que era hombre rico y tenia pueblos de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitan, y á nuestra ventura buscar y descubrir tierras nuevas, para en ellas emplear nuestras personas; y compramos tres navíos, los dos de buen porte, y el otro era un barco que hubimos del mismo gobernador Diego Velazquez, fiado, con condicion que, primero que nos le diese, nos habiamos de obligar todos los soldados, que con aquellos tres navíos habiamos de ir á unas isletas que están entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman las islas de los Guanajes, y que habiamos de ir de guerra y cargar los navíos de indios de aquellas islas para pagar con ellos el barco, para servirse dellos por esclavos. Y desque vimos los soldados que aquello que pedia el Diego Velazquez no era justo, le respondimos que lo que decia no lo mandaba Dios ni el Rey, que hiciésemos á los libres esclavos. Y desque vió nuestro intento, dijo que era bueno el propósito que llevábamos en querer descubrir tierras nuevas, mejor que no el suyo; y entónces nos ayudó con cosas de bastimento para nuestro viaje. Y desque nos vimos con tres navíos y matalotaje de pan cazabe, que se hace de unas raices que llaman yucas, y compramos puercos, que nos costaban en aquel tiempo á tres pesos, porque en aquella sazon no habia en la isla de Cuba vacas ni carneros, y con otros pobres mantenimientos, y con rescate de unas cuentas que entre todos los soldados compramos, y buscamos tres pilotos, que el más principal dellos y el que regia nuestra armada se llamaba Anton de Alaminos, natural de Pálos, y el otro piloto se decia Camacho, de Triana, y el otro Juan Álvarez, el Manquillo de Huelva; y asimismo recogimos los marineros que hubimos menester, y el mejor aparejo que pudimos de cables y maromas y anclas, y pipas de agua, y todas otras cosas convenientes para seguir nuestro viaje, y todo esto á nuestra costa y mision. Y despues que nos hubimos juntado los soldados, que fueron ciento y diez, nos fuimos á un puerto que se dice en la lengua de Cuba, Ajaruco, y es en la banda del Norte, y estaba ocho leguas de una villa que entónces tenian poblada, que se decia San Cristóbal, que desde á dos años la pasaron á donde agora está poblada la dicha Habana. Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de llevar un Clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que se decia Alonso Gonzalez, que con buenas palabras y prometimientos que le hicimos se fué con nosotros; y demás desto elegimos por veedor, en nombre de su majestad, á un soldado que se decia Bernardino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios fuese servido que topásemos tierras que tuviesen oro ó perlas ó plata, hubiese persona suficiente que guardase el real quinto. Y despues de todo concertado y oido Misa, encomendándonos á Dios nuestro Señor y á la Vírgen Santa María, su bendita Madre, nuestra Señora, comenzamos nuestro viaje de la manera que adelante diré. CAPÍTULO II. DEL DESCUBRIMIENTO DE YUCATAN Y DE UN RENCUENTRO DE GUERRA QUE TUVIMOS CON LOS NATURALES. En 8 dias del mes de Febrero del año de 1517 años salimos de la Habana, y nos hicimos á la vela en el puerto de Jaruco, que ansí se llama entre los indios, y es la banda del Norte, y en doce dias doblamos la de San Anton, que por otro nombre en la isla de Cuba se llama la tierra de los Guanataveis, que son unos indios como salvajes. Y doblada aquella punta y puestos en alta mar, navegamos á nuestra ventura hácia donde se pone el sol, sin saber bajos ni corrientes, ni qué vientos suelen señorear en aquella altura, con grandes riesgos de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que duró dos dias con sus noches, y fué tal, que estuvimos para nos perder; y desque abonanzó, yendo por otra navegacion, pasado veinte y un dias que salimos de la isla de Cuba, vimos tierra, de que nos alegramos mucho, y dimos muchas gracias á Dios por ello; la cual tierra jamás se habia descubierto, ni habia noticia della hasta entónces; y desde los navíos vimos un gran pueblo, que al parecer estaria de la costa obra de dos leguas, y viendo que era gran poblacion y no habiamos visto en la isla de Cuba pueblo tan grande, le pusimos por nombre el Gran-Cairo. Y acordamos que con el un navío de ménos porte se acercasen lo que más pudiesen á la costa, á ver qué tierra era, y á ver si habia fondo para que pudiésemos anclar junto á la costa; y una mañana, que fueron 4 de Marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de indios naturales de aquella poblacion, y venian á remo y vela. Son canoas hechas á manera de artesas, son grandes, de maderos gruesos y cavadas por dedentro y está hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que caben en pié cuarenta y cincuenta indios. Quiero volver á mi materia. Llegados los indios con las cinco canoas cerca de nuestros navíos, con señas de paz que les hicimos, llamándoles con las manos y capeándoles con las capas para que nos viniesen á hablar, porque no teniamos en aquel tiempo lenguas que entendiesen la de Yucatan y mejicana, sin temor ninguno vinieron y entraron en la nao capitana sobre treinta dellos, á los cuales dimos de comer cazabe y tocino, y á cada uno un sartalejo de cuentas verdes, y estuvieron mirando un buen rato los navíos; y el más principal dellos, que era cacique, dijo por señas que se queria tornar á embarcar en sus canoas y volver á su pueblo, y que otro dia volverian y traerian más canoas en que saltásemos en tierra; y venian estos indios vestidos con unas jaquetas de algodon y cubiertas sus vergüenzas con unas mantas angostas, que entre ellos llaman mastates, y tuvímoslos por hombres más de razon que á los indios de Cuba, porque andaban los de Cuba con sus vergüenzas defuera, excepto las mujeres, que traian hasta que les llegaban á los muslos unas ropas de algodon que llaman naguas. Volvamos á nuestro cuento: que otro dia por la mañana volvió el mismo cacique á los navíos, y trujo doce canoas grandes con muchos indios remeros, y dijo por señas al capitan, con muestras de paz, que fuésemos á su pueblo y que nos darian comida y lo que hubiésemos menester, y que en aquellas doce canoas podiamos saltar en tierra. Y cuando lo estaba diciendo en su lengua, acuérdome que decia: _Con escotoch, con escotoch_; y quiere decir, andad acá á mis casas; y por esta causa pusimos desde entónces por nombre á aquella tierra Punta de Cotoche, y así está en las cartas de marear. Pues viendo nuestro capitan y todos los demás soldados los muchos halagos que nos hacia el cacique para que fuésemos á su pueblo, tomó consejo con nosotros, y fué acordado que sacásemos nuestros bateles de los navíos, y en el navío de los más pequeños y en las doce canoas saliésemos á tierra todos juntos de una vez, porque vimos la costa llena de indios que habian venido de aquella poblacion, y salimos todos en la primera barcada. Y cuando el cacique nos vido en tierra y que no íbamos á su pueblo; dijo otra vez al capitan por señas que fuésemos á sus casas; y tantas muestras de paz hacia, que tomando el capitan nuestro parecer para si iriamos ó no, acordóse por todos los más soldados que con el mejor recaudo de armas que pudiésemos llevar y con buen concierto fuésemos. Llevamos quince ballestas y diez escopetas (que así se llamaban, escopetas y espingardas, en aquel tiempo), y comenzamos á caminar por un camino por donde el cacique iba por guia, con otros muchos indios que le acompañaban. É yendo de la manera que he dicho, cerca de unos montes breñosos comenzó á dar voces y apellidar el cacique para que saliesen á nosotros escuadrones de gente de guerra, que tenian en celada para nos matar; y á las voces que dió el cacique, los escuadrones vinieron con gran furia, y comenzaron á nos flechar de arte, que á la primera rociada de flechas nos hirieron quince soldados, y traian armas de algodon, y lanzas y rodelas, arcos y flechas, y hondas y mucha piedra, y sus penachos puestos, y luego tras las flechas vinieron á se juntar con nosotros pié con pié, y con las lanzas á manteniente nos hacian mucho mal. Mas luego les hicimos huir, como conocieron el buen cortar de nuestras espadas, y de las ballestas y escopetas el daño que les hacian; por manera que quedaron muertos quince dellos. Un poco más adelante donde nos dieron aquella refriega que dicho tengo, estaba una placeta y tres casas de cal y canto, que eran adoratorios, donde tenian muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios y otros como de mujeres, altos de cuerpo, y otros de otras malas figuras; de manera que al parecer estaban haciendo sodomías unos bultos de indios con otros; y dentro en las casas tenian unas arquillas hechizas de madera, y en ellas otros ídolos de gestos diabólicos, y unas patenillas de medio oro, y unos pinjantes y tres diademas, y otras piecezuelas á manera de pescados y otras á manera de ánades, de oro bajo. Y despues que lo hubimos visto, así el oro como las casas de cal y canto, estábamos muy contentos porque habiamos descubierto tal tierra, porque en aquel tiempo no era descubierto el Perú, ni aún se descubrió dende allí á diez y seis años. En aquel instante que estábamos batallando con los indios, como dicho tengo, el Clérigo Gonzalez iba con nosotros, y con dos indios de Cuba se cargó de las arquillas y el oro y los ídolos, y lo llevó al navío; y en aquella escaramuza prendimos dos indios, que despues se bautizaron y volvieron cristianos, y se llamó el uno Melchor y el otro Julian, y entrambos eran trastabados de los ojos. Y acabado aquel rebato acordamos de nos volver á embarcar, y seguir las costas adelante descubriendo hácia donde se pone el sol; y despues de curados los heridos, comenzamos á dar velas. CAPÍTULO III. DEL DESCUBRIMIENTO DE CAMPECHE. Como acordamos de ir la costa adelante hácia el Poniente, descubriendo puntas y bajos y ancones y arrecifes, creyendo que era isla, como nos lo certificaba el piloto Anton de Alaminos, íbamos con gran tiento, de dia navegando y de noche al reparo y parando; y en quince dias que fuimos desta manera, vimos desde los navíos un pueblo, y al parecer algo grande, y habia cerca dél gran ensenada y bahía; creimos que habia rio ó arroyo donde pudiésemos tomar agua, porque teniamos gran falta della; acabábase la de las pipas y vasijas que traiamos, que no venian bien reparadas; que, como nuestra armada era de hombres pobres, no teniamos dinero cuanto convenia para comprar buenas pipas; faltó el agua, hubimos de saltar en tierra junto al pueblo, y fué un domingo de Lázaro, y á esta causa le pusimos este nombre, aunque supimos que por otro nombre propio de indios se dice Campeche; pues para salir todos de una barcada, acordamos de ir en el navío más chico y en los tres bateles, bien apercebidos de nuestras armas, no nos acaeciese como en la Punta de Cotoche. Porque en aquellos ancones y bahías mengua mucho la mar, y por esta causa dejamos los navíos anclados más de una legua de tierra, y fuimos á desembarcar cerca del pueblo, que estaba allí un buen paso de buena agua, donde los naturales de aquella poblacion bebian y se servian dél, porque en aquellas tierras, segun hemos visto, no hay rios; y sacamos las pipas para las henchir de agua y volvernos á los navíos. Ya que estaban llenas y nos queriamos embarcar, vinieron del pueblo obra de cincuenta indios con buenas mantas de algodon, y de paz, y á lo que parecia debian ser caciques, y nos decian por señas que qué buscábamos, y les dimos á entender que tomar agua é irnos luego á los navíos, y señalaron con la mano que si veniamos de hácia donde sale el sol, y decian _Castilan, Castilan_, y no mirábamos bien en la plática de _Castilan, Castilan_. Y despues destas pláticas que dicho tengo, nos dijeron por señas que fuésemos con ellos á su pueblo, y estuvimos tomando consejo si iriamos. Acordamos con buen concierto de ir muy sobre aviso, y lleváronnos á unas casas muy grandes, que eran adoratorios de sus ídolos y estaban muy bien labradas de cal y canto, y tenian figurados en unas paredes muchos bultos de serpientes y culebras y otras pinturas de ídolos, y al rededor de uno como altar, lleno de gotas de sangre muy fresca; y á otra parte de los ídolos tenian unas señales como á manera de cruces, pintados de otros bultos de indios; de todo lo cual nos admiramos, como cosa nunca vista ni oida. Segun pareció, en aquella sazon habian sacrificado á sus ídolos ciertos indios para que les diesen vitoria contra nosotros, y andaban muchos indios é indias riéndose y al parecer muy de paz, como que nos venian á ver; y como se juntaban tantos, temimos no hubiese alguna zalagarda como la pasada de Cotoche; y estando desta manera vinieron otros muchos indios, que traian muy ruines mantas, cargados de carrizos secos, y los pusieron en un llano, y tras estos vinieron dos escuadrones de indios flecheros con lanzas y rodelas, y hondas y piedras, y con sus armas de algodon, y puestos en concierto en cada escuadron su capitan, los cuales se apartaron en poco trecho de nosotros; y luego en aquel instante salieron de otra casa, que era su adoratorio diez indios, que traian las ropas de mantas de algodon largas y blancas, y los cabellos muy grandes, llenos de sangre y muy revueltos los unos con los otros, que no se les pueden esparcir ni peinar si no se cortan; los cuales eran Sacerdotes de los ídolos, que en la Nueva-España comunmente se llaman Papas; otra vez digo que en la Nueva-España se llaman Papas, y así los nombraré de aquí adelante; y aquellos Papas nos trujeron zahumerios, como á manera de resina, que entre ellos llaman copal, y con braseros de barro llenos de lumbre nos comenzaron á zahumar, y por señas nos dicen que nos vamos de sus tierras ántes que á aquella leña que tienen llegada se ponga fuego y se acabe de arder, si no que nos darán guerra y nos matarán. Y luego mandaron poner fuego á los carrizos y comenzó de arder, y se fueron los Papas callando sin más nos hablar, y los que estaban apercibidos en los escuadrones empezaron á silbar y á tañer sus bocinas y atabalejos. Y desque los vimos de aquel arte y muy bravosos, y de lo de la Punta de Cotoche aún no teniamos sanas las heridas, y se habian muerto dos soldados, que echamos al mar, vimos grandes escuadrones de indios sobre nosotros, tuvimos temor, y acordamos con buen concierto de irnos á la costa; y así, comenzamos á caminar por la playa adelante hasta llegar enfrente de un peñol que está en la mar, y los bateles y el navío pequeño fueron por la costa tierra á tierra con las pipas de agua, y no nos osamos embarcar junto al pueblo donde nos habiamos desembarcado, por el gran número de indios que ya se habian juntado, porque tuvimos por cierto que al embarcar nos darian guerra. Pues ya metida nuestra agua en los navíos y embarcados en una bahía como portezuelo que allí estaba, comenzamos á navegar seis dias con sus noches con buen tiempo, y volvió un Norte, que es travesía en aquella costa, el cual duró cuatro dias con sus noches, que estuvimos para dar al través: tan recio temporal hacia, que nos hizo anclear la costa por no ir al través; que se nos quebraron dos cables, y iba garrando á tierra el navío. ¡Oh en qué trabajo nos vimos! Que si se quebrara el cable, íbamos á la costa perdidos, y quiso Dios que se ayudaron con otras maromas viejas y guindaletas. Pues ya reposado el tiempo, seguimos nuestra costa adelante, llegándonos á tierra cuanto podiamos para tornar á tomar agua, que (como he dicho) las pipas que traiamos vinieron muy abiertas y asimismo no habia regla en ello; como íbamos costeando, creiamos que do quiera que saltásemos en tierra la tomariamos de jagueyes y pozos que cavariamos. Pues yendo nuestra derrota adelante vimos desde los navíos un pueblo, y ántes de obra de una legua dél hácia una ensenada, que parecia que habria rio ó arroyo: acordamos de seguir junto á él; y como en aquella costa (como otras veces he dicho) mengua mucho la mar y quedan en seco los navíos, por temor dello surgimos más de una legua de tierra en el navío menor y en todos los bateles; fué acordado que saltásemos en aquella ensenada, sacando nuestras vasijas con muy buen concierto, y armas y ballestas y escopetas. Salimos en tierra poco más de medio dia, y habria una legua desde el pueblo hasta donde desembarcamos, y estaban unos pozos y maizales, y caserías de cal y canto. Llámase este pueblo Potonchan, y henchimos nuestras pipas de agua; mas no las pudimos llevar ni meter en los bateles, con la mucha gente de guerra que cargó sobre nosotros; y quedarse ha aquí, y adelante diré las guerras que nos dieron. CAPÍTULO IV. CÓMO DESEMBARCAMOS EN UNA BAHÍA DONDE HABIA MAIZALES, CERCA DEL PUERTO DE POTONCHAN, Y DE LAS GUERRAS QUE NOS DIERON. Y estando en las estancias y maizales por mí ya dichas, tomando nuestra agua, vinieron por la costa muchos escuadrones de indios del pueblo de Potonchan (que así se dice), con sus armas de algodon que les daba á la rodilla, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas hechas á manera de montantes de á dos manos, y hondas y piedras, y con sus penachos de los que ellos suelen usar, y las caras pintadas de blanco y prieto enalmagrados; y venian callando, y se vienen derechos á nosotros, como que nos venian á ver de paz, y por señas nos dijeron que si veniamos de donde sale el sol, y las palabras formales segun nos hubieron dicho los de Lázaro, _Castilan, Castilan_, y respondimos por señas que de donde sale el sol veniamos. Y entónces paramos en las mieses y en pensar qué podia ser aquella plática, porque los de San Lázaro nos dijeron lo mismo; mas nunca entendimos al fin que lo decian. Seria cuando esto pasó y los indios se juntaban, á la hora de las Ave-Marías, y fuéronse á unas caserías, y nosotros pusimos velas y escuchas y buen recaudo, porque no nos pareció bien aquella junta de aquella manera. Pues estando velando todos juntos, oimos venir, con el gran ruido y estruendo que traian por el camino, muchos indios de otras sus estancias y del pueblo, y todos de guerra, y desque aquello sentimos, bien entendido teniamos que no se juntaban para hacernos ningun bien, y entramos en acuerdo con el capitan qué es lo que hariamos; y unos soldados daban por consejo que nos fuésemos luego á embarcar; y como en tales casos suele acaecer, unos dicen uno y otros dicen otro, hubo parecer que si nos fuéramos á embarcar, que como eran muchos indios, darian en nosotros y habria mucho riesgo de nuestras vidas; y otros éramos de acuerdo que diésemos en ellos esa noche; que, como dice el refran, quien acomete, vence; y por otra parte veiamos que para cada uno de nosotros habia trescientos indios. Y estando en estos conciertos amaneció, y dijimos unos soldados á otros que tuviésemos confianza en Dios, y corazones muy fuertes para pelear, y despues de nos encomendar á Dios, cada uno hiciese lo que pudiese para salvar las vidas. Ya que era de dia claro vimos venir por la costa muchos más escuadrones guerreros con sus banderas tendidas, y penachos y atambores, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y se juntaron con los primeros que habian venido la noche ántes; y luego, hechos sus escuadrones, nos cercan por todas partes, y nos dan tal rociada de flechas y varas, y piedras con sus hondas, que hirieron sobre ochenta de nuestros soldados, y se juntaron con nosotros pié con pié, unos con lanzas, y otros flechando, y otros con espadas de navajas de arte, que nos traian á mal andar, puesto que les dábamos buena priesa de estocadas y cuchilladas, y las escopetas y ballestas que no paraban, unas armando y otras tirando; y ya que se apartaban algo de nosotros, desque sentian las grandes estocadas y cuchilladas que les dábamos, no era léjos, y esto fué para mejor flechar y tirar al terrero á su salvo; y cuando estábamos en esta batalla, y los indios se apellidaban, decian en su lengua, _al Calachoni_, _al Calachoni_, que quiere decir que matasen al capitan; y le dieron doce flechazos, y á mí me dieron tres, y uno de los que me dieron, bien peligroso, en el costado izquierdo, que me pasó á lo hueco, y á otros de nuestros soldados dieron grandes lanzadas, y á dos llevaron vivos, que se decia el uno Alonso Bote y el otro era un portugués viejo. Pues viendo nuestro capitan que no bastaba nuestro buen pelear, y que nos cercaban muchos escuadrones, y venian más de refresco del pueblo, y les traian de comer y beber y muchas flechas, y nosotros todos heridos, y otros soldados atravesados los gaznates, y nos habia muerto ya sobre cincuenta soldados; y viendo que no teniamos fuerzas, acordamos con corazones muy fuertes romper por medio de sus batallones, y acogernos á los bateles que teniamos en la costa, que fué buen socorro, y hechos todos nosotros un escuadron, rompimos por ellos; pues oir la grita y silbos y vocería y priesa que nos daban de flecha y á mantiniente con sus lanzas, hiriendo siempre en nosotros. Pues otro daño tuvimos, que, como nos acogimos de golpe á los bateles y éramos muchos, íbanse á fondo, y como mejor pudimos, asidos á los bordes, medio nadando entre dos aguas, llegamos al navío de ménos porte, que estaba cerca, que ya venia á gran priesa á nos socorrer, y al embarcar hirieron muchos de nuestros soldados, en especial á los que iban asidos en las popas de los bateles, y les tiraban al terrero, y entraron en la mar con las lanchas y daban á mantiniente á nuestros soldados, y con mucho trabajo quiso Dios que escapamos con las vidas de poder de aquella gente. Pues ya embarcados en los navíos, hallamos que faltaban cincuenta y siete compañeros, con los dos que llevaron vivos, y con cinco que echamos en la mar, que murieron de las heridas y de la gran sed que pasaron. Estuvimos peleando en aquellas batallas poco más de media hora. Llámase este pueblo Potonchan, y en las cartas del marear le pusieron por nombre los pilotos y marineros _Bahía de Mala Pelea_. Y desque nos vimos salvos de aquellas refriegas, dimos muchas gracias á Dios; y cuando se curaban las heridas los soldados, se quejaban mucho del dolor dellas, que como estaban resfriadas con el agua salada, y estaban muy hinchadas y dañadas, algunos de nuestros soldados maldecian al piloto Anton Alaminos y á su descubrimiento y viaje, porque siempre porfiaba que no era tierra firme, sino isla; donde los dejaré ahora, y diré lo que más nos acaeció. CAPÍTULO V. CÓMO ACORDAMOS DE NOS VOLVER Á LA ISLA DE CUBA, Y DE LA GRAN SED Y TRABAJOS QUE TUVIMOS HASTA LLEGAR AL PUERTO DE LA HABANA. Desque nos vimos embarcados en los navíos de la manera que dicho tengo, dimos muchas gracias á Dios, y despues de curados los heridos (que no quedó hombre ninguno de cuantos allí nos hallamos que no tuviesen á dos y á tres y á cuatro heridas, y el capitan con doce flechazos; sólo un soldado quedó sin herir), acordamos de nos volver á la isla de Cuba; y como estaban tambien heridos todos los más de los marineros que saltaron en tierra con nosotros, que se hallaron en las peleas, no teniamos quien marchase las velas, y acordamos que dejásemos el un navío, el de ménos porte, en la mar, puesto fuego, despues de sacadas dél las velas y anclas y cables, y repartir los marineros que estaban sin heridas en los dos navíos de mayor porte; pues otro mayor daño teniamos, que fué la gran falta de agua; porque las pipas y vasijas que teniamos llenas en Champoton, con la grande guerra que nos dieron y priesa de nos acoger á los bateles no se pudieron llevar, que allí se quedaron, y no sacamos ninguna agua. Digo que tanta sed pasamos, que en las lenguas y bocas teniamos grietas de la secura, pues otra cosa ninguna para refrigerio no habia. ¡Oh qué cosa tan trabajosa es ir á descubrir tierras nuevas, y de la manera que nosotros nos aventuramos! No se puede ponderar sino los que han pasado por aquestos excesivos trabajos en que nosotros nos vimos. Por manera que con todo esto íbamos navegando muy allegados á tierra, para hallarnos en paraje de algun rio ó bahía para tomar agua, y al cabo de tres dias vimos uno como ancon, que parecia rio ó estero, que creimos tener agua dulce, y saltaron en tierra quince marineros de los que habian quedado en los navíos, y tres soldados que estaban más sin peligro de los flechazos, y llevaron azadones y tres barriles para traer agua; y el estero era salado, é hicieron pozos en la costa, y era tan amargosa y salada agua como la del estero; por manera que, mala como era, trujeron las vasijas llenas, y no habia hombre que la pudiese beber del amargor y sal, y á dos soldados que la bebieron dañó los cuerpos y las bocas. Habia en aquel estero muchos y grandes lagartos, y desde entónces se puso por nombre _el estero de los Lagartos_, y así está en las cartas del marear. Dejemos esta plática, y diré que entre tanto que fueron los bateles por el agua, se levantó un viento nordeste tan deshecho, que íbamos garrando á tierra con los navíos; y como en aquella costa es travesía y reina siempre norte y nordeste, estuvimos en muy gran peligro por falta de cable; y como lo vieron los marineros que habian ido á tierra por el agua, vinieron muy más que de paso con los bateles, y tuvieron tiempo de echar otras anclas y maromas, y estuvieron los navíos seguros dos dias y dos noches; y luego alzamos anclas y dimos vela, siguiendo nuestro viaje para nos volver á la isla de Cuba. Parece ser el piloto Alaminos se concertó y aconsejó con los otros dos pilotos que desde aquel paraje donde estábamos atravesásemos á la Florida, porque hallaban por sus cartas y grados y alturas que estaria de allí obra de setenta leguas, y que despues, puestos en la Florida, dijeron que era mejor viaje é más cercana navegacion para ir á la Habana que no la derrota por donde habiamos primero venido á descubrir; y así fué como el piloto dijo; porque, segun yo entendí, habia venido con Juan Ponce de Leon á descubrir la Florida, habia diez ó doce años ya pasados. Volvamos á nuestra materia: que atravesando aquel golfo, en cuatro dias que navegamos vimos la tierra de la misma Florida; y lo que en ella nos acaeció diré adelante. CAPÍTULO VI. CÓMO DESEMBARCARON EN LA BAHÍA DE LA FLORIDA VEINTE SOLDADOS, Y CON NOSOTROS EL PILOTO ALAMINOS, PARA BUSCAR AGUA, Y DE LA GUERRA QUE ALLÍ NOS DIERON LOS NATURALES DE AQUELLA TIERRA, Y LO QUE MÁS PASÓ HASTA VOLVER Á LA HABANA. Llegados á la Florida acordamos que saliesen en tierra veinte soldados de los que teniamos más sanos de las heridas: yo fuí con ellos y tambien el piloto Anton de Alaminos, y sacamos las vasijas que habia, y azadones, y nuestras ballestas y escopetas; y como el capitan estaba muy mal herido, y con la gran sed que pasaba muy debilitado, nos rogó que por amor de Dios que en todo caso le trujésemos agua dulce, que se secaba y moria de sed; porque el agua que habia era muy salada y no se podia beber, como otra vez ya dicho tengo. Llegados que fuimos á tierra, cerca de un estero que entraba en la mar, el piloto reconoció la costa y dijo que habia diez ó doce años que habia estado en aquel paraje, cuando vino con Juan Ponce de Leon á descubrir aquellas tierras, y allí le habian dado guerra los indios de aquella tierra, y que les habian muerto muchos soldados, y que á esta causa estuviésemos muy sobre aviso apercebidos, porque vinieron en aquel tiempo que dicho tiene muy de repente los indios cuando le desbarataron; y luego pusimos por espías dos soldados en una playa que se hacia muy ancha, é hicimos pozos muy hondos donde nos pareció haber agua dulce, porque en aquella sazon era menguante la marea; y quiso Dios que topásemos muy buena agua, y con el alegría, y por hartarnos della y lavar paños para curar las heridas, estuvimos espacio de una hora; y ya que queriamos venir á embarcar con nuestra agua muy gozosos, vimos venir al un soldado de los que habiamos puesto en la playa dando muchas voces diciendo: —«Al arma, al arma; que vienen muchos indios de guerra por tierra y otros en canoas por el estero.» Y el soldado dando voces, é venia corriendo, y los indios llegaron casi á la par con el soldado contra nosotros, y traian arcos muy grandes y buenas flechas y lanzas, y unas á manera de espadas, y vestidos de cueros de venados, y eran de grandes cuerpos, y se vinieron derechos á nos flechar, é hirieron luego seis de nuestros compañeros, y á mí me dieron un flechazo en el brazo derecho de poca herida; y dímosles tanta priesa de estocadas y cuchilladas y con las escopetas y ballestas, que nos dejan á nosotros los que estábamos tomando agua de los pozos, y van á la mar y estero á ayudar á sus compañeros los que venian en las canoas donde estaba nuestro batel con los marineros, que tambien andaban peleando pié con pié con los indios de las canoas, y aun les tenian ya tomado el batel y le llevaban por el estero arriba con sus canoas, y habian herido á cuatro marineros, y al piloto Alaminos le dieron una mala herida en la garganta; y arremetimos á ellos, el agua más que á la cinta, y á estocadas les hicimos soltar el batel, y quedaron tendidos y muertos en la costa y en el agua veintidos de ellos, y tres prendimos, que estaban heridos poca cosa, que se murieron en los navíos. Despues desta refriega pasada, preguntamos al soldado que pusimos por vela qué se hizo su compañero Berrio (que así se llamaba); dijo que lo vió apartar con una hacha en las manos para cortar un palmito, y que fué hácia el estero por donde habian venido los indios de guerra, y que oyó voces de español, y que por aquellas voces vino de presto á dar mandado á la mar, y que entónces le debieran de matar; el cual soldado solamente él habia quedado sin ninguna herida en lo de Potonchan, y quiso su ventura que vino allí á fenecer; y luego fuimos en busca de nuestro soldado por el rastro que habian traido aquellos indios que nos dieron guerra, y hallamos una palma que habia comenzado á cortar, y cerca della mucha huella en el suelo, más que en otras partes; por donde tuvimos por cierto que le llevaron vivo, porque no habia rastro de sangre, y anduvimos buscándole á una parte y á otra más de una hora, y dimos voces, y sin más saber de él nos volvimos á embarcar en el batel y llevamos á los navíos el agua dulce, con que se alegraron todos los soldados, como si entónces les diéramos las vidas; y un soldado se arrojó desde el navío en el batel con la gran sed que tenia, tomó una botija á pechos, y bebió tanta agua, que della se hinchó y murió. Pues ya embarcados con nuestra agua y metidos nuestros bateles en los navíos, dimos vela para la Habana, y pasamos aquel dia y la noche que hizo buen tiempo junto de unas isletas que llaman los Mártires, que son unos bajos que así los llaman, _los bajos de los Mártires_. Íbamos en cuatro brazas lo más hondo, y tocó la nao capitana entre unas como isletas é hizo mucha agua; que con dar todos los soldados que íbamos á la bomba no podiamos estancar, é íbamos con temor no nos anegásemos. Acuérdome que traiamos allí con nosotros á unos marineros levantiscos, y les deciamos: —«Hermanos, ayudad á sacar la bomba, pues veis que estamos muy mal heridos y cansados de la noche y el dia, porque nos vamos á fondo.» Y respondian los levantiscos: —«Facételo vos, pues no ganamos sueldo, sino hambre y sed y trabajos y heridas, como vosotros.» Por manera que les haciamos dar á la bomba aunque no querian, y malos heridos como íbamos, mareábamos las velas y dábamos á la bomba, hasta que nuestro Señor Jesucristo nos llevó á Puerto de Carenas, donde ahora está poblada la villa de la Habana, que en otro tiempo Puerto de Carenas se solia llamar, y no Habana. Y cuando nos vimos en tierra dimos muchas gracias á Dios, y luego se tomó el agua de la capitana un buzano portugués que estaba en otro navío en aquel puerto, y escribimos á Diego Velazquez, gobernador de aquella isla, muy en posta, haciéndole saber que habiamos descubierto tierras de grandes poblaciones y casas de cal y canto, y las gentes naturales dellas andaban vestidos de ropa de algodon y cubiertas sus vergüenzas, y tenian oro y labranzas de maizales; y desde la Habana se fué nuestro capitan Francisco Hernandez por tierra á la villa de Santispíritus, que así se dice, donde tenia su encomienda de indios; y como iba mal herido, murió dende allí á diez dias que habia llegado á su casa; y todos los demás soldados nos desparecimos, y nos fuimos unos por una parte y otros por otra de la isla adelante; y en la Habana se murieron tres soldados de las heridas, y los navíos fueron á Santiago de Cuba, donde estaba el gobernador, y desque hubieron desembarcado los dos indios que hubimos en la Punta de Cotoche, que ya he dicho que se decian Melchorillo y Julianillo, y en el arquilla con las diademas y ánades y pescadillos, y con los ídolos de oro, que aunque era bajo y poca cosa, sublimábanlo de arte, que en todas las islas de Santo Domingo y en Cuba y aun en Castilla llegó la fama dello, y decian que otras tierras en el mundo no se habian descubierto mejores, ni casas de cal y canto; y como vió los ídolos de barro y de tantas maneras de figuras, decian que eran del tiempo de los gentiles; otros decian que eran de los indios que desterró Tito y Vespasiano de Jerusalen, y que habian aportado con los navíos rotos en que les echaron en aquella tierra; y como en aquel tiempo no era descubierto el Perú, teníase en mucha estima aquella tierra. Pues otra cosa preguntaba el Diego Velazquez á aquellos indios, que si habia minas de oro en su tierra; y á todos les respondian que sí, y les mostraban oro en polvo de lo que sacaban en la isla de Cuba, y decian que habia mucho en su tierra, y no le decian verdad, porque claro está que en la Punta de Cotoche ni en todo Yucatan no es donde hay minas de oro; y asimismo les mostraban los indios los montones que hacen de tierra, donde ponen y siembran las plantas de cuyas raices hacen el pan cazabe, y llámanse en la isla de Cuba yuca, y los indios decian que las habia en su tierra, y decian _Tale_, por la tierra, que así se llama la en que las plantaban; de manera que yuca con tale, quiere decir Yucatan. Decian los españoles que estaban hablando con el Diego Velazquez y con los indios: —«Señor, estos indios dicen que su tierra se llama Yucatan.» Y así se quedó con este nombre, que en propia lengua no se dice así. Por manera que todos soldados que fuimos á aquel viaje á descubrir gastamos los bienes que teniamos, y heridos y pobres volvimos á Cuba, y aun lo tuvimos á buena dicha haber vuelto, y no quedar muertos con los demás mis compañeros; y cada soldado tiró por su parte, y el capitan (como tengo dicho) luego murió, y estuvimos muchos dias en curarnos los heridos, y por nuestra cuenta hallamos que se murieron al pié de sesenta soldados, y esta ganancia trujimos de aquella entrada y descubrimiento. Y Diego Velazquez escribió á Castilla á los señores que aquel tiempo mandaban en las cosas de Indias, que él lo habia descubierto, y gastado en descubrillo mucha cantidad de pesos de oro, y así lo decia D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, que así se nombraba, que era como presidente de Indias, y lo escribió á S. M. á Flandes, dando mucho favor y loor del Diego Velazquez, y no hizo mencion de ninguno de nosotros los soldados que lo descubrimos á nuestra costa. Y quedarse ha aquí, y diré adelante los trabajos que me acaecieron á mí y á tres soldados. CAPÍTULO VII. DE LOS TRABAJOS QUE TUVE HASTA LLEGAR Á UNA VILLA QUE SE DICE LA TRINIDAD. Ya he dicho que nos quedamos en la Habana ciertos soldados que no estábamos sanos de los flechazos, y para ir á la villa de la Trinidad, ya que estábamos mejores, acordamos de nos concertar tres soldados con un vecino de la misma Habana, que se decia Pedro de Ávila, que iba asimismo á aquel viaje en una canoa por la mar por la banda del Sur, y llevaba la canoa cargada de camisetas de algodon, que iba á vender á la villa de la Trinidad. Ya he dicho otras veces que canoas son de hechura de artesas grandes, cavadas y huecas, y en aquellas tierras con ellas navegan costa á costa; y el concierto que hicimos con Pedro de Ávila fué que dariamos diez pesos de oro porque fuésemos en su canoa. Pues yendo por la costa adelante, á veces remando y á ratos á la vela, ya que habiamos navegado once dias en pareje de un pueblo de indios de paz que se dice Canarreon, que era término de la villa de la Trinidad, se levantó un tan recio viento de noche, que no nos pudimos sustentar en la mar con la canoa, por bien que remábamos todos nosotros; y el Pedro de Ávila y unos indios de la Habana y unos remeros muy buenos que traiamos hubimos de dar al través entre unos ceborucos, que los hay muy grandes en aquella costa; por manera que se nos quebró la canoa y el Ávila perdió su hacienda, y todos salimos descalabrados de los golpes de los ceborucos y desnudos de carnes; porque para ayudarnos que no se quebrase la canoa y poder mejor nadar, nos apercebimos de estar sin ropa ninguna, sino desnudos. Pues ya escapados con las vidas de entre aquellos ceborucos, para nuestra villa de la Trinidad no habia camino por la costa, sino malos paises y ceborucos, que así se dicen, que son las piedras con unas puntas que salen dellas que pasan las plantas de los piés, y sin tener qué comer. Pues como las olas que reventaban de aquellos grandes ceborucos nos embestian, y con el gran viento que hacia llevábamos hechas grietas en las partes ocultas que corria sangre dellas, aunque nos habiamos puesto delante muchas hojas de árboles y otras yerbas que buscamos para nos tapar. Pues como por aquella costa no podiamos caminar por causa que se nos hincaban por las plantas de los piés aquellas puntas y piedras de los ceborucos, con mucho trabajo nos metimos en un monte, y con otras piedras que habia en el monte cortamos cortezas de árboles, que pusimos por suelas, atadas á los piés con unas que parecen cuerdas delgadas, que llaman bejucos, que nacen entre los árboles; que espadas no sacamos ninguna, y atamos los piés y cortezas de los árboles con ello lo mejor que pudimos, y con gran trabajo salimos á una playa de arena. Y de ahí á dos dias que caminamos llegamos á un pueblo de indios que se decia Yaguarama, el cual era en aquella sazon del padre fray Bartolomé de las Casas, que era Clérigo Presbítero, y despues le conocí fraile dominico, y llegó á ser Obispo de Echiapa; y los indios de aquel pueblo nos dieron de comer. Y otro dia fuimos hasta otro pueblo que se decia Chipiona, que era de un Alonso de Ávila é de un Sandoval (no digo del capitan Sandoval el de la Nueva-España), y desde allí á la Trinidad; y un amigo mio, que se decia Antonio de Medina, me remedió de vestidos, segun que en la villa se usaban, y así hicieron á mis compañeros otros vecinos de aquella villa; y desde allí con mi pobreza y trabajos me fuí á Santiago de Cuba, adonde estaba el gobernador Diego Velazquez, el cual andaba dando mucha priesa en enviar otra armada; y cuando le fuí á besar las manos, que éramos algo deudos, él se holgó conmigo, y de unas pláticas en otras me dijo que si estaba bueno de las heridas, para volver á Yucatan. É yo riyendo le respondí que quién le puso nombre Yucatan; que allí no le llaman así. É dijo: —«Melchorejo, el que trujistes, lo dice.» É yo dije: —«Mejor nombre seria la tierra donde nos mataron la mitad de los soldados que fuimos, y todos los demás salimos heridos.» É dijo: —«Bien sé que pasastes muchos trabajos, y así es á los que suelen descubrir tierras nuevas y ganar honra, é su majestad os lo gratificará, é yo así se lo escribiré; é ahora, hijo, id otra vez en la armada que hago, que yo haré que os hagan mucha honra.» Y diré lo que pasó. CAPÍTULO VIII. CÓMO DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE CUBA, ENVIÓ OTRA ARMADA Á LA TIERRA QUE DESCUBRIMOS. En el año de 1518 años, viendo Diego Velazquez, gobernador de Cuba, la buena relacion de las tierras que descubrimos, que se dice Yucatan, ordenó enviar una armada, y para ella se buscaron cuatro navíos; los dos fueron los que hubimos comprado los soldados que fuimos en compañía del capitan Francisco Hernandez de Córdoba á descubrir á Yucatan (segun más largamente lo tengo escrito en el descubrimiento), y los otros dos navíos compró el Diego Velazquez de sus dineros. Y en aquella sazon que ordenaba el armada, se hallaron presentes en Santiago de Cuba, donde residia el Velazquez, Juan de Grijalva y Pedro de Albarado y Francisco de Montejo é Alonso de Ávila, que habian ido con negocios al gobernador; porque todos tenian encomiendas de indios en las mismas islas; y como eran personas valerosas, concertóse con ellos que el Juan de Grijalva, que era deudo del Diego Velazquez, viniese por capitan general, é que Pedro de Albarado viniese por capitan de un navío, y Francisco de Montejo de otro, y el Alonso de Ávila de otro; por manera que cada uno destos capitanes procuró de poner bastimentos y matalotaje de pan cazabe y tocinos; y el Diego Velazquez puso ballestas y escopetas, y cierto rescate, y otras menudencias, y más los navíos. Y como habia fama destas tierras que eran muy ricas y habia en ellas casas de cal y canto, y el indio Melchorejo decia por señas que habia oro, tenian mucha codicia los vecinos y soldados que no tenian indios en la isla, de ir á esta tierra; por manera que de presto nos juntamos ducientos y cuarenta compañeros, y tambien pusimos cada soldado, de la hacienda que teniamos, para matalotaje y armas y cosas que convenian; y en este viaje volví y con estos capitanes otra vez, y parece ser la instruccion que para ello dió el gobernador Diego Velazquez fué, segun entendí, que rescatasen todo el oro y plata que pudiesen, y si viesen que convenia poblar que poblasen, ó si no, que se volviesen á Cuba. É vino por veedor de la armada uno que se decia Peñalosa, natural de Segovia, é trujimos un Clérigo que se decia Juan Diaz, y los tres pilotos que ántes habiamos traido cuando el primero viaje, que ya he dicho sus nombres y de dónde eran, Anton de Alaminos, de Pálos, y Camacho, de Triana, y Juan Álvarez, el Manquillo, de Huelva; y el Alaminos venia por piloto mayor, y otro piloto que entónces vino no me acuerdo el nombre. Pues ántes que más pase adelante porque nombraré algunas veces á estos hidalgos que he dicho que venian por capitanes, y parecerá cosa descomedida nombralles secamente, Pedro de Albarado, Francisco de Montejo, Alonso de Ávila, y no decilles sus ditados é blasones, sepan que el Pedro de Albarado fué un hidalgo muy valeroso, que despues que se hubo ganado la Nueva-España fué gobernador y adelantado de las provincias de Guatimala, Honduras y Chiapa, é comendador de Santiago. É asimismo el Francisco de Montejo, hidalgo de mucho valor, que fué gobernador y adelantado de Yucatan; hasta que S. M. les hizo aquestas mercedes y tuvieron señoríos no les nombraré sino sus nombres, y no adelantados. Volvamos á nuestra plática: que fueron los cuatro navíos por la parte y banda del Norte á un puerto que se llama Matanzas, que era cerca de la Habana vieja, que en aquella sazon no estaba poblada donde ahora está, y en aquel puerto ó cerca dél tenian todos los más vecinos de la Habana sus estancias de cazabe y puercos, y desde allí se proveyeron nuestros navíos lo que faltaba, y nos juntamos así capitanes como soldados para dar vela y hacer nuestro viaje. Y ántes que más pase adelante, aunque vaya fuera de órden, quiero decir por qué llamaban aquel puerto que he dicho de Matanzas, y eso traigo aquí á la memoria, porque ciertas personas me lo han preguntado la causa de ponelle aquel nombre, y es por esto que diré. Ántes que aquella isla de Cuba estuviese de paz dió al través por la costa del Norte un navío que habia ido desde la isla de Santo Domingo á buscar indios, que llamaban los lucayos, á unas islas que están entre Cuba y la canal de Bahama, que se llaman las islas de los Lucayos, y con mal tiempo dió al través en aquella costa, cerca del rio y puerto que he dicho que se llama Matanzas, y venian en el navío sobre treinta personas españoles y dos mujeres; y para pasallos aquel rio vinieron muchos indios de la Habana y de otros pueblos, como que los venian á ver de paz, y les dijeron que les querian pasar en canoas y llevallos á sus pueblos para dalles de comer. É ya que iban con ellos, en medio del rio les trastornaron las canoas y los mataron; que no quedaron sino tres hombres y una mujer, que era hermosa, la cual llevó un cacique de los más principales que hicieron aquella traicion, y los tres españoles repartieron entre los demás caciques. Y á esta causa se puso á este puerto nombre de puerto de Matanzas; y conocí á la mujer que he dicho, que despues de ganada la isla de Cuba se le quitó al cacique en cuyo poder estaba, y la vi casada en la villa de la Trinidad con un vecino della, que se decia Pedro Sanchez Farfan; y tambien conocí á los tres españoles, que se decia el uno Gonzalo Mejía, hombre anciano, natural de Jerez, y el otro se decia Juan de Santisteban, y era natural de Madrigal, y el otro se decia Cascorro, hombre de la mar, y era pescador, natural de Huelva, y le habia ya casado el cacique con quien solia estar, con una su hija, é ya tenia horadadas las orejas y las narices como los indios. Mucho me he detenido en contar cuentos viejos; volvamos á nuestra relacion. É ya que estábamos recogidos, así capitanes como soldados, y dadas las instrucciones que los pilotos habian de llevar y las señas de los faroles, despues de haber oido Misa con gran devocion, en 5 dias del mes de Abril de 1518 años dimos vela, y en diez dias doblamos la punta de Guaniguanico, que los pilotos llaman de San Anton, y en otros ocho dias que navegamos vimos la isla de Cozumel, que entónces la descubrimos, dia de Santa Cruz, porque decayeron los navíos con las corrientes más bajo que cuando venimos con Francisco Hernandez de Córdoba, y bajamos la isla por la banda del sur; vimos un pueblo, y allí cerca buen surgidero y bien limpio de arrecifes, y saltamos en tierra con el capitan Juan de Grijalva buena copia de soldados, y los naturales de aquel pueblo se fueron huyendo desque vieron venir los navíos á la vela, porque jamás habian visto tal, y los soldados que salimos á tierra no hallamos en el pueblo persona ninguna, y en unas mieses de maizales se hallaron dos viejos que no podian andar y los trujimos al capitan, y con Julianillo y Melchorejo, los que trajimos de la Punta de Cotoche, que entendian muy bien á los indios, y les habló; porque su tierra dellos y aquella isla de Cozumel no hay de travesía en la mar sino obra de cuatro leguas, y así hablan una misma lengua; y el capitan halagó aquellos viejos y les dió cuentezuelas verdes, y les envió á llamar al calachioni de aquel pueblo, que así se dicen los caciques de aquella tierra, y fueron y nunca volvieron; y estándoles aguardando, vino una india moza, de buen parecer, é comenzó á hablar la lengua de la isla de Jamáica, y dijo que todos los indios é indias de aquella isla y pueblo se habian ido á los montes, de miedo; y como muchos de nuestros soldados é yo entendimos muy bien aquella lengua, que es la de Cuba, nos admiramos, y la preguntamos que cómo estaba allí, y dijo que habia dos años que dió al través con una canoa grande en que iban á pescar diez indios de Jamáica á unas isletas, y que las corrientes la echaron en aquella tierra, y mataron á su marido y á todos los demás indios jamaicanos sus compañeros, y los sacrificaron á los ídolos; y desque la entendió el capitan, como vió que aquella india seria buena mensajera, envióla á llamar los indios y caciques de aquel pueblo, y dióla de plazo dos dias para que volviese; porque los indios Melchorejo y Julianillo, que llevamos de la Punta de Cotoche, tuvimos temor que, apartados de nosotros, se huirian á su tierra, y por esta causa no los enviamos á llamar con ellos; y la india volvió otro dia, y dijo que ningun indio ni india queria venir, por más palabras que les decia. Á este pueblo pusimos por nombre Santa Cruz, porque cuatro ó cinco dias ántes de Santa Cruz le vimos; habia en él buenos colmenares de miel y muchos boniatos y batatas y manadas de puercos de la tierra, que tienen sobre el espinazo el ombligo; habia en él tres pueblezuelos, y este donde desembarcamos era mayor, y los otros dos eran más chicos, que estaba cada uno en una punta de la isla; terná de bojo como obra de dos leguas. Pues como el capitan Juan de Grijalva vió que era perder tiempo estar más allí aguardando, mandó que nos embarcásemos luego, y la india de Jamáica se fué con nosotros, y seguimos nuestro viaje. CAPÍTULO IX. DE CÓMO VENIMOS Á DESEMBARCAR Á CHAMPOTON. Pues vuelto á embarcar, é yendo por las derrotas pasadas (cuando lo de Francisco Hernandez de Córdoba), en ocho dias llegamos en el paraje del pueblo de Champoton, que fué donde nos desbarataron los indios de aquella provincia, como ya dicho tengo en el capítulo que dello habla; y como en aquella ensenada mengua mucho la mar, anclamos los navíos una legua de tierra, y con todos los bateles desembarcamos la mitad de los soldados que allí íbamos, junto á las casas del pueblo, é los indios naturales dél y otros sus comarcanos se juntaron todos, como la otra vez cuando nos mataron sobre cincuenta y seis soldados y todos los más nos hirieron, segun dicho tengo en el capítulo que dello habla; y á esta causa estaban muy ufanos y orgullosos, y bien armados á su usanza, que son: arcos, flechas, lanzas, rodelas, macanas y espadas de dos manos, y piedras con hondas, y armas de algodon, y trompetillas y atambores, y los más dellos pintadas las caras de negro, colorado y blanco; y puestos en concierto, esperaron en la costa, para en llegando que llegásemos dar en nosotros; y como teniamos experiencia de la otra vez, llevábamos en los bateles unos falconetes, é íbamos apercebidos de ballestas y escopetas; y llegados á tierra, nos comenzaron á flechar y con las lanzas dar á mantiniente; y tal rociada nos dieron ántes que llegásemos á tierra, que hirieron la mitad de nosotros, y desque hubimos saltado de los bateles les hicimos perder la furia á buenas estocadas y cuchilladas; porque, aunque nos flechaban á terrero, todos llevábamos armas de algodon, y todavía se sostuvieron buen rato peleando con nosotros, hasta que vino otra barcada de nuestros soldados, y les hicimos retraer á unas ciénagas junto al pueblo. En esta guerra mataron á Juan de Quiteria y á otros dos soldados, y al capitan Juan de Grijalva le dieron tres flechazos y aun le quebraron con un cobaco dos dientes (que hay muchos en aquella costa), é hirieron sobre sesenta de los nuestros. Y desque vimos que todos los contrarios se habian huido, nos fuimos al pueblo, y se curaron los heridos y enterramos los muertos, y en todo el pueblo no hallamos persona ninguna, ni los que se habian retraido en las ciénagas, que ya se habian desgarrado; por manera que todos tenian alzadas sus haciendas. En aquellas escaramuzas prendimos tres indios, y el uno dellos parecia principal. Mandóles el capitan que fuesen á llamar al cacique de aquel pueblo, y les dió cuentas verdes y cascabeles para que los diesen, para que viniesen de paz; y asimismo á aquellos tres prisioneros se les hicieron muchos halagos y se les dieron cuentas porque fuesen sin miedo; y fueron y nunca volvieron, é creimos que el indio Julianillo é Melchorejo no les hubieran de decir lo que les fué mandado, sino al revés. Estuvimos en aquel pueblo cuatro dias. Acuérdome que cuando estábamos peleando en aquella escaramuza, que habia allí unos prados algo pedregosos, é habia langostas que cuando peleábamos saltaban y venian volando y nos daban en la cara, y como eran tantos flecheros y tiraban tanta flecha como granizos, que parecian eran langostas que volaban, y no nos rodelábamos, y la flecha que venia nos heria, y otras veces creiamos que era flecha, y eran langostas que venian volando: fué harto estorbo. CAPÍTULO X. CÓMO SEGUIMOS NUESTRO VIAJE Y ENTRAMOS EN BOCA DE TÉRMINOS, QUE ENTÓNCES LE PUSIMOS ESTE NOMBRE. Yendo por nuestra navegacion adelante, llegamos á una boca, como de rio, muy grande y ancha, y no era rio como pensamos, sino muy buen puerto, é porque está entre unas tierras é otras, é parecia como estrecho: tan gran boca tenia, que decia el piloto Anton de Alaminos que era isla y partian términos con la tierra, y á esta causa le pusimos el nombre de Boca de Términos, y así está en las cartas de marear; y allí saltó el capitan Juan de Grijalva en tierra, con todos los más capitanes por mí nombrados, y muchos soldados estuvimos tres dias hondando la boca de aquella entrada, y mirando bien arriba y abajo del ancon donde creiamos que iba é venia á parar, y hallamos no ser isla, sino ancon, y era muy buen puerto; y hallamos unos adoratorios de cal y canto y muchos ídolos de barro y palo, que eran dellos como figuras de sus dioses, y dellos de figuras de mujeres, y muchos como sierpes, y muchos cuernos de venados, é creimos que por allí cerca habria alguna poblacion, é con el buen puerto, que seria bueno para poblar; lo cual no fué así, que estaba muy despoblado; porque aquellos adoratorios eran de mercaderes y cazadores que de pasada entraban en aquel puerto con canoas y allí sacrificaban, y habia mucha caza de venados y conejos: matamos diez venados con una lebrela, y muchos conejos. Y luego, desque todo fué visto y sondado, nos tornamos á embarcar, y se nos quedó allí la lebrela, y cuando volvimos con Cortés la tornamos á hallar, y estaba muy gorda y lucida. Llaman los marineros á esto Puerto de Términos. É vueltos á embarcar, navegamos costa á costa junto á tierra, hasta que llegamos al rio de Tabasco, que por descubrile el Juan de Grijalva, se nombra agora el rio de Grijalva. CAPÍTULO XI. CÓMO LLEGAMOS AL RIO DE TABASCO, QUE LLAMAN DE GRIJALVA, Y LO QUE ALLÁ NOS ACAECIÓ. Navegando costa á costa la via del poniente de dia, porque de noche no osábamos por temor de bajos é arrecifes, á cabo de tres dias vimos una boca de rio muy ancha, y llegamos muy á tierra con los navíos y parecia buen puerto; y como fuimos más cerca de la boca, vimos reventar los bajos ántes de entrar en el rio, y allí sacamos los bateles, y con la sonda en la mano hallamos que no podian entrar en el puerto los dos navíos de mayor porte: fué acordado que anclasen fuera en la mar, y con los otros dos navíos que demandaban ménos agua, que con ellos é con los bateles fuésemos todos los soldados rio arriba, porque vimos muchos indios estar en canoas en las riberas, y tenian arcos y flechas y todas sus armas, segun y de la manera de Champoton; por donde entendimos que habia por allí algun pueblo grande, y tambien porque viniendo, como veniamos, navegando costa á costa, habiamos visto echadas nasas en la mar, con que pescaban, y aun á dos dellas se les tomó el pescado con un batel que traiamos á jorro de la capitana. Aqueste rio se llama de Tabasco porque el cacique de aquel pueblo se llamaba Tabasco; y como le descubrimos deste viaje, y el Juan de Grijalva fué el descubridor, se nombra rio de Grijalva, y así está en las cartas del marear. É ya que llegamos obra de media legua del pueblo, bien oimos el rumor de cortar de madera, de que hacian grandes mamparos é fuerzas, y aderezarse para nos dar guerra, porque habian sabido de lo que pasó en Potonchan y tenian la guerra por muy cierta. Y desque aquello sentimos, desembarcamos de una punta de aquella tierra donde habia unos palmares, que era del pueblo media legua; y desque nos vieron allí, vinieron obra de cincuenta canoas con gente de guerra, y traian arcos y flechas y armas de algodon, rodelas y lanzas y sus atambores y penachos y estaban entre los esteros otras muchas canoas llenas de guerreros, y estuvieron algo apartados de nosotros, que no osaron llegar como los primeros. Y desque los vimos de aquel arte, estábamos para tirarles con los tiros y con las escopetas y ballestas, y quiso nuestro Señor que acordamos de los llamar, é con Julianico y Melchorejo, los de la Punta de Cotoche, que sabian muy bien aquella lengua; y dijo á los principales que no hubiesen miedo que les queriamos hablar cosas que desque las entendiesen, hubiesen por buena nuestra llegada allí é á sus casas, é que les queriamos dar de lo que traiamos. É como entendieron la plática, vinieron obra de cuatro canoas, y en ellas hasta treinta indios, y luego se les mostraron sartalejos de cuentas verdes y espejuelos y diamantes azules, y desque los vieron parecia que estaban de mejor semblante, creyendo que eran chalchihuites, que ellos tienen en mucho. Entónces el capitan les dijo con las lenguas Julianillo ó Melchorejo, que veniamos de léjas tierras y éramos vasallos de un grande Emperador que se dice D. Cárlos, el cual tiene por vasallos á muchos grandes señores y calachioníes, y que ellos le deben tener por señor y les irá muy bien en ello, é que á trueco de aquellas cuentas nos dén comida de gallinas. Y nos respondieron dos dellos, que el uno era principal y el otro papa, que son como Sacerdotes que tienen cargo de los ídolos, que ya he dicho otra vez que papas les llaman en la Nueva-España, y dijeron que harian el bastimento que deciamos é trocarian de sus cosas á las nuestras; y en lo demás, que señor tienen, é que agora veniamos, é sin conocerlos, é ya les queriamos dar señor, é que mirásemos no les diésemos guerra como en Potonchan, porque tenian aparejados dos jiquipiles de gentes de guerra de todas aquellas provincias contra nosotros: cada jiquipil son de ocho mil hombres; é dijeron que bien sabian que pocos dias habia que habiamos muerto y herido sobre más de ducientos hombres de Potonchan, é que ellos no son hombres de tan pocas fuerzas como los otros, é que por eso habian venido á hablar, por saber nuestra voluntad; é aquello que les deciamos, que se lo irian á decir á los caciques de muchos pueblos, que están juntos para tratar paces ó guerra. Y luego el capitan les abrazó en señal de paz, y les dió unos sartalejos de cuentas, y les mandó que volviesen con la respuesta con brevedad, é que si no venian, que por fuerza habiamos de ir á su pueblo, y no para los enojar. Y aquellos mensajeros que enviamos hablaron con los caciques y papas, que tambien tienen voto entre ellos, y dijeron que eran buenas las paces y traer bastimento, é que entre todos ellos y los pueblos comarcanos se buscara luego un presente de oro para nos dar y hacer amistades; no les acaezca como á los de Potonchan. Y lo que yo vi y entendí despues acá, en aquellas provincias se usaba enviar presentes cuando se trataba paces, y en aquella punta de los palmares, donde estábamos, vinieron sobre treinta indios é trujeron pescados asados y gallinas é fruta y pan de maíz, é unos braseros con ascuas y con zahumerios, y nos zahumaron á todos, y luego pusieron en el suelo unas esteras, que acá llaman petates, y encima una manta, y presentaron ciertas joyas de oro, que fueron ciertas ánades como las de Castilla, y otras joyas como lagartijas, y tres collares de cuentas vaciadizas, y otras cosas de oro de poco valor que no valía doscientos pesos; y más trujeron unas mantas é camisetas de las que ellos usan, é dijeron que recibiésemos aquello de buena voluntad, é que no tienen más oro que nos dar; que adelante, hácia donde se pone el sol, hay mucho; y decian Culba, Culba, Méjico, Méjico; y nosotros no sabiamos qué cosa era Culba, ni aun Méjico tampoco. Puesto que no valía mucho aquel presente que trujeron, tuvímoslo por bueno por saber cierto que tenian oro, y desque lo hubieron presentado, dijeron que nos fuésemos luego adelante, y el capitan les dió las gracias por ello é cuentas verdes; y fué acordado de irnos luego á embarcar, porque estaban en mucho peligro los dos navíos por temor del norte, que es travesía, y tambien por acercarnos hácia donde decian que habia oro. CAPÍTULO XII. CÓMO VIMOS EL PUEBLO DE AGUAYALUCO, QUE PUSIMOS POR NOMBRE LA-RAMBLA. Vueltos á embarcar, siguiendo la costa adelante, desde á dos dias vimos un pueblo junto á tierra, que se dice el Aguayaluco, y andaban muchos indios de aquel pueblo por la costa con unas rodelas hechas de conchas de tortugas, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y algunos de nuestros soldados porfiaban que eran de oro bajo, y los indios que los traian iban haciendo grandes movimientos por el arenal y costa adelante, y pusimos á este pueblo por nombre La-Rambla, y así está en las cartas del marear. É yendo más adelante costeando, vimos una ensenada, donde se quedó el rio de Fenole, que á la vuelta que volvimos entramos en él, y le pusimos nombre rio de San Antonio, y así está en las cartas del mar. É yendo más adelante navegando, vimos adonde quedaba el paraje del gran rio de Guacayualco, y quisiéramos entrar en el ensenada que está, por ver qué cosa era, sino por ser el tiempo contrario; é luego se parecieron las grandes sierras nevadas, que en todo el año están cargadas de nieve, y tambien vimos otras sierras que están más junto al mar, que se llaman agora de San Martin, y pusímoslas por nombre San Martin, porque el primero que las vió fué un soldado que se llamaba San Martin, vecino de la Habana. Y navegando nuestra costa adelante, el capitan Pedro de Albarado se adelantó con su navío, y entró en un rio que en Indias se llama Papalohuna, y entónces pusimos por nombre rio de Albarado, porque lo descubrió el mesmo Albarado. Allí le dieron pescado unos indios pescadores, que eran naturales de un pueblo que se dice Tlacotalpa; estuvímosle aguardando en el paraje del rio donde entró con todos tres navíos, hasta que salió dél, y á causa de haber entrado en el rio sin licencia del general, se enojó mucho con él, y le mandó que otra vez no se adelantase del armada, porque no le aviniese algun contraste en parte donde no le pudiésemos ayudar. É luego navegamos con todos cuatro navíos en conserva, hasta que llegamos en paraje de otro rio, que le pusimos por nombre rio de Banderas, porque estaban en él muchos indios con lanzas grandes, y en cada lanza una bandera hecha de manta blanca, revolándolas y llamándonos. Lo cual diré adelante cómo pasó. CAPÍTULO XIII. CÓMO LLEGAMOS Á UN RIO QUE PUSIMOS POR NOMBRE RIO DE BANDERAS, É RESCATAMOS CATORCE MIL PESOS. Ya habrán oido decir en España y en toda la más parte della y de la cristiandad, cómo Méjico es tan gran ciudad, y poblada en el agua como Venecia; y habia en ella un gran señor que era Rey de muchas provincias y señoreaba todas aquellas tierras, que son mayores que cuatro veces nuestra Castilla; el cual señor se decia Montezuma, é como era tan poderoso, queria señorear y saber hasta lo que no podia ni le era posible, é tuvo noticia de la primera vez que venimos con Francisco Hernandez de Córdoba, lo que nos acaesció en la batalla de Cotoche y en la de Champoton, y agora deste viaje la batalla del mismo Champoton, y supo que éramos nosotros pocos soldados y los de aquel pueblo muchos, é al fin entendió que nuestra demanda era buscar oro á trueque del rescate que traiamos, é todo se lo habian llevado pintado en unos paños que hacen de henequén, que es como de lino; y como supo que íbamos costa á costa hácia sus provincias, mandó á sus gobernadores que si por allí aportásemos que procurasen de trocar oro á nuestras cuentas, en especial á las verdes, que parecian á sus chalchihuites; y tambien lo mandó para saber é inquirir más por entero de nuestras personas é qué era nuestro intento. Y lo más cierto era, segun entendimos, que dicen que sus antepasados les habian dicho que habian de venir gentes de hácia donde sale el sol, que los habian de señorear. Agora sea por lo uno ó por lo otro, estaban en posta á vela indios del grande Montezuma en aquel rio que dicho tengo, con lanzas largas y en cada lanza una bandera, enarbolándola y llamándonos que fuésemos allí donde estaban. Y desque vimos de los navíos cosas tan nuevas, para saber qué podia ser fué acordado por el general, con todos los demás soldados y capitanes, que echamos dos bateles en el agua é que saltásemos en ellos todos los ballesteros y escopeteros y veinte soldados, y Francisco Montejo fuese con nosotros, é que si viésemos que eran de guerra los que estaban con las banderas, que de presto se lo hiciésemos saber, ó otra cualquier cosa que fuese. Y en aquella sazon quiso Dios que hacia bonanza en aquella costa, lo cual pocas veces suele acaecer; y como llegamos en tierra hallamos tres caciques, que el uno dellos era gobernador de Montezuma é con muchos indios de propio, y tenian muchas gallinas de la tierra y pan de maíz de lo que ellos suelen comer, y frutas que eran pinas y zapotes, que en otras partes llaman niameyes; y estaban debajo de una sombra de árboles, puestas esteras en el suelo, que ya he dicho otra vez que en estas partes se llaman petates, y allí nos mandaron asentar, y todo por señas, porque Julianillo, el de la Punta de Cotoche, no entendia aquella lengua; y luego trujeron braseros de barro con ascuas, y nos zahumaron con uno como resina que huele á incienso. Y luego el capitan Montejo lo hizo saber al General, y como lo supo, acordó de surgir allí en aquel paraje con todos los navíos, y saltó en tierra con todos los capitanes y soldados. Y desque aquellos caciques y gobernadores le vieron en tierra y conocieron que era el capitan general de todos, á su usanza le hicieron grande acatamiento y le zahumaron; y él les dió las gracias por ello y les hizo muchas caricias, y les mandó dar diamantes y cuentas verdes, y por señas les dijo que trujesen oro á trocar á nuestros rescates. Lo cual luego el gobernador mandó á sus indios, y que todos los pueblos comarcanos trujesen de las joyas que tenian á rescatar; y en seis dias que estuvimos allí trujeron más de quince mil pesos en joyezuelas de oro bajo y de muchas hechuras; y aquesto debe ser lo que dicen los cronistas Francisco Lopez de Gómora y Gonzalo Hernandez de Oviedo en sus corónicas, que dicen que dieron los de Tabasco; y como se lo dijeron por relacion, así lo escriben como si fuese verdad; porque vista cosa es que en la provincia del rio de Grijalva no hay oro, sino muy pocas joyas. Dejemos esto y pasemos adelante, y es que tomamos posesion en aquella tierra por su majestad, y en su nombre Real el gobernador de Cuba Diego Velazquez. Y despues desto hecho, habló el General á los indios que allí estaban, diciendo que se queria embarcar, y les dió camisas de Castilla. Y de allí tomamos un indio, que llevamos en los navíos, el cual, despues que entendió nuestra lengua, se volvió cristiano y se llamó Francisco, y despues de ganado Méjico, le vi casado en un pueblo que se llama Santa Fe. Pues como vió el General que no traia más oro á rescatar, é habia seis dias que estábamos allí y los navíos corrian riesgo, por ser travesía norte, nos mandó embarcar. É corriendo la costa adelante, vimos una isleta que bañaba la mar y tenia la arena blanca, y estaria, al parecer, obra de tres leguas de tierra, y pusímosle por nombre isla Blanca, y así está en las cartas del marear. Y no muy léjos desta isleta Blanca vimos otra isla, mayor, al parecer, que las demás, y estaria de tierra obra de legua y media, y allí enfrente della habia buen surgidero, y mandó el general que surgiésemos. Echados los bateles en el agua, fué el capitan Juan de Grijalva con muchos de nosotros los soldados á ver la isleta, y hallamos dos casas hechas de cal y canto y bien labradas, y cada casa con unas gradas por donde subian á unos como altares, y en aquellos altares tenian unos ídolos de malas figuras, que eran sus dioses, y allí estaban sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas de sangre. De todo lo cual nos admiramos, y pusimos por nombre á esta isleta isla de Sacrificios. Y allí enfrente de aquella isla saltamos todos en tierra, y en unos arenales grandes que allí hay, adonde hicimos ranchos y chozas con ramas y con las velas de los navíos. Habíanse allegado en aquella costa muchos indios que traian á rescatar oro hecho piecezuelas, como en el rio de Banderas, y segun despues supimos, mandó el gran Montezuma que viniesen con ello, y los indios que lo traian, al parecer estaban temerosos, y era muy poco. Por manera que luego el capitan Juan de Grijalva mandó que los navíos alzasen las anclas y pusiesen velas, y fuésemos adelante á surgir enfrente de otra isleta que estaba obra de media legua de tierra, y esta isla es donde agora está el puerto. Y diré adelante lo que allí nos avino. CAPÍTULO XIV. CÓMO LLEGAMOS AL PUERTO DE SAN JUAN DE CULÚA. Desembarcados en unos arenales, hicimos chozas encima de los mastos y medaños de arena, que los hay por allí grandes, por causa de los mosquitos, que habia muchos, y con bateles sondearon el puerto y hallaron que con el abrigo de aquella isleta estarian seguros los navíos del norte y habia buen fondo, y hecho esto, fuimos á la isleta con el General treinta soldados bien apercibidos en los bateles, y hallamos una casa de adoratorio donde estaba un ídolo muy grande y feo, el cual se llamaba Tezcatepuca, y estaban allí cuatro indios con mantas prietas y muy largas con capillas, como traen los dominicos ó canónigos, ó querian parecer á ellos, y aquellos eran Sacerdotes de aquel ídolo, y tenian sacrificados de aquel dia dos muchachos, y abiertos por los pechos, y los corazones y sangre ofrecidos á aquel maldito ídolo, y los Sacerdotes, que ya he dicho que se dicen papas, nos venian á zahumar con lo que zahumaban aquel su ídolo, y en aquella sazon que llegamos le estaban zahumando con uno que huele á incienso, y no consentimos que tal zahumerio nos diesen; ántes tuvimos muy gran lástima y mancilla de aquellos dos muchachos é verlos recien muertos é ver tan grandísima crueldad. Y el general preguntó al indio Francisco; que traiamos del rio de Banderas, que parecia algo entendido, que por qué hacian aquello, y esto le decia medio por señas, porque entónces no teniamos lengua ninguna, como ya otras veces he dicho. Y respondió que los de Culúa lo mandaban sacrificar; y como era torpe de lengua, decia: Olúa, Olúa. Y como nuestro capitan estaba presente y se llamaba Juan, y asimismo era dia de San Juan, pusimos por nombre á aquella isleta San Juan de Ulúa, y este puerto es agora muy nombrado, y están hechos en él grandes reparos para los navíos, y allí vienen á desembarcar las mercaderías para Méjico é Nueva-España. Volvamos á nuestro cuento: que como estábamos en aquellos arenales, vinieron luego indios de pueblos allí comarcanos á trocar su oro en joyezuelas á nuestros rescates; mas eran tan pocos y de tan poco valor, que no haciamos cuenta dello; y estuvimos siete dias de la manera que he dicho, y con los muchos mosquitos no nos podiamos valer, y viendo que el tiempo se nos pasaba, y teniendo ya por cierto que aquellas tierras no eran islas, sino tierra firme, y que habia grandes pueblos, y el pan de cazabe muy mohoso é sucio de las fátulas, y amargaba, y los que allí veniamos no éramos bastantes para poblar, cuanto más que faltaban diez de nuestros soldados, que se habian muerto de las heridas y estaban otros cuatro dolientes; é viendo todo esto, fué acordado que lo enviásemos á hacer saber al gobernador Diego Velazquez para que nos enviase socorro; porque el Juan de Grijalva muy gran voluntad tenia de poblar con aquellos pocos soldados que con él estábamos, y siempre mostró un grande ánimo de un muy valeroso capitan, y no como lo escribe el coronista Gómora. Pues para hacer esta embajada acordamos que fuese el capitan Pedro de Albarado en un navío que se decia San Sebastian, porque hacia agua, aunque no mucha, porque en la isla de Cuba se diese carena y pudiesen en él traer socorro é bastimento. Y tambien se concertó que llevase todo el oro que se habia rescatado y ropa de mantas, y los dolientes; y los capitanes escribieron al Diego Velazquez cada uno lo que le pareció, y luego se hizo á la vela é iba la vuelta de la isla de Cuba, adonde los dejaré agora, así al Pedro de Albarado como al Grijalva, y diré cómo el Diego Velazquez habia enviado en busca nuestra. CAPÍTULO XV. CÓMO DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE LA ISLA DE CUBA, ENVIÓ UN NAVÍO PEQUEÑO EN NUESTRA BUSCA. Despues que salimos con el capitan Juan de Grijalva de la isla de Cuba para hacer nuestro viaje, siempre Diego Velazquez estaba triste y pensativo no nos hubiese acaecido algun desastre, y deseaba saber de nosotros, y á esta causa envió un navío pequeño en nuestra busca con siete soldados, y por capitan dellos á un Cristóbal de Olí, persona de valía, muy esforzado, y le mandó que siguiese la derrota de Francisco Hernandez de Córdoba hasta toparse con nosotros. Y segun parece, el Cristóbal de Olí, yendo en nuestra busca, estando surto cerca de tierra, le dió un recio temporal, y por no anegarse sobre las amarras, el piloto que traian mandó cortar los cables, é perdió las anclas, é volvióse á Santiago de Cuba, de donde habia salido, adonde estaba el Diego Velazquez, y cuando vió que no tenia nuevas de nosotros, si triste estaba ántes que enviase al Cristóbal de Olí, muy más pensativo estuvo despues. Y en esta sazon llegó el capitan Pedro de Albarado con el oro y ropa y dolientes, y con entera relacion de lo que habiamos descubierto. Y cuando el gobernador vió que estaba en joyas, parecia mucho más de lo que era, y estaban allí con el Diego Velazquez muchos vecinos de aquella isla, que venian á negocios. Y cuando los oficiales del Rey tomaron el Real quinto que venia á su majestad estaban espantados de cuán ricas tierras habiamos descubierto; y como el Pedro de Albarado se lo sabia muy bien praticar, dice que no hacia el Diego Velazquez sino abrazallo, y en ocho dias tener gran regocijo y jugar cañas; y si mucha fama tenian de ántes de ricas tierras, agora con este oro se sublimó en todas las islas y en Castilla, como adelante diré; y dejaré al Diego Velazquez haciendo fiestas, y volveré á nuestros navíos, que estábamos en San Juan de Ulúa. CAPÍTULO XVI. DE LO QUE NOS SUCEDIÓ COSTEANDO LAS SIERRAS DE TUSTA Y DE TUSPA. Despues que de nosotros se partió el capitan Pedro de Albarado para ir á la isla de Cuba, acordó nuestro general con los demás capitanes y pilotos que fuésemos costeando y descubriendo todo lo que pudiésemos; é yendo por nuestra navegacion, vimos la sierra de Tusta, y más adelante de ahí á otros dos dias vimos otras sierras muy altas, que agora se llaman las sierras de Tuspa; por manera que unas sierras se dicen Tusta, porque están cabe un pueblo que se dice así, y las otras sierras se dicen Tuspa, porque se nombra el pueblo junto adonde aquellas están Tuspa; é caminando más adelante vimos muchas poblaciones, y estarian la tierra adentro dos ó tres leguas, y esto es ya en la provincia de Pánuco; é yendo por nuestra navegacion, llegamos á un rio grande, que le pusimos por nombre rio de Canoas, é allí enfrente de la boca dél surgimos; y estando surtos todos tres navíos, y estando algo descuidados, vinieron por el rio diez y seis canoas muy grandes llenas de indios de guerra, con arcos y flechas y lanzas, y vanse derechos al navío más pequeño, del cual era capitan Alonso de Ávila, y estaba más llegado á tierra, y dándole una rociada de flechas, que hirieron á dos soldados, echaron mano al navío como que lo querian llevar, y aun cortaron una amarra; y puesto que el capitan y los soldados peleaban bien, y trastornaron tres canoas, nosotros con gran presteza les ayudamos con nuestros bateles y escopetas y ballestas y herimos más de la tercia parte de aquellas gentes; por manera que volvieron con la mala ventura por donde habian venido; y luego alzamos áncoras é dimos vela, é seguimos costa á costa hasta que llegamos á una punta muy grande; y era tan mala de doblar, y las corrientes muchas, que no podiamos ir adelante; y el piloto Anton de Alaminos dijo al general que no era bien navegar más aquella derrota, é para ello se dieron muchas causas, y luego se tomó consejo de lo que se habia de hacer, y fué acordado que diésemos la vuelta á la isla de Cuba, lo uno porque ya entraba el invierno é no habia bastimentos, é un navío hacia mucha agua, y los capitanes desconformes, porque el Juan de Grijalva decia que queria poblar, y el Francisco Montejo é Alonso de Ávila decian que no se podia sustentar por causa de los muchos guerreros que en la tierra habia; é tambien todos nosotros los soldados estábamos hartos é muy trabajados de andar por la mar. Así que dimos vuelta á todas velas, y las corrientes que nos ayudaban, en pocos dias llegamos en el paraje del gran rio de Guacacualco, é no pudimos estar por ser tiempo contrario, y muy abrazados con la tierra entramos en el rio de Tonala, que se puso nombre entónces San Anton, é allí se dió carena al un navío que hacia mucha agua, puesto que tocó tres veces al estar en la barra, que es muy baja; y estando aderezando nuestro navío vinieron muchos indios del puerto de Tonala, que estaba una legua de allí, é trujeron pan de maíz y pescado é fruta, y con buena voluntad nos lo dieron; y el capitan les hizo muchos halagos é les mandó dar cuentas verdes y diamantes, é les dijo por señas que trujesen oro á rescatar, é que les dariamos de nuestro rescate; é traian joyas de oro bajo, é se les daban cuentas por ello. Y desque lo supieron los de Guacacualco é de otros pueblos comarcanos que rescatábamos, tambien vinieron ellos con sus piecezuelas, é llevaron cuentas verdes, que aquellos tenian en mucho. Pues demás de aqueste rescate, traian comunmente todos los indios de aquella provincia unas hachas de cobre muy lucidas, como por gentileza é á manera de armas, con unos cabos de palo muy pintados, y nosotros creimos que eran de oro bajo, é comenzamos á rescatar dellas; digo que en tres dias se hubieron más de seiscientas de ellas, y estábamos muy contentos con ellas, creyendo que eran de oro bajo, é los indios mucho más con las cuentas; mas todo salió vano; que las hachas eran de cobre é las cuentas un poco de nada. É un marinero habia rescatado secretamente siete hachas y estaba muy alegre con ellas, y parece ser que otro marinero lo dijo al capitan, é mandóle que las diese; y porque rogamos por él, se las dejó, creyendo que eran de oro. Tambien me acuerdo que un soldado que se decia Bartolomé Pardo fué á una casa de ídolos, que ya he dicho que se decia cues, que es como quien dice casa de sus dioses, que estaba en un cerro alto, y en aquella casa halló muchos ídolos, é copal, que es como incienso, que es con que zahuman, y cuchillos de pedernal, con que sacrificaban ó retajaban, é unas arcas de madera, y en ellas muchas piezas de oro, que eran diademas é collares, é dos ídolos, y otros como cuentas; y aquel oro tomó el soldado para sí, y los ídolos del sacrificio trujo al capitan. Y no faltó quien le vió é lo dijo al Grijalva, y se lo queria tomar; é rogámosle que se lo dejase; y como era de buena condicion, que sacado el quinto de S. M., que lo demás fuese para el pobre soldado; y no valía ochenta pesos. Tambien quiero decir cómo yo sembré unas pepitas de naranjas junto á otras casas de ídolos, y fué desta manera: que como habia muchos mosquitos en aquel rio, fuíme á dormir á una casa alta de ídolos, é allí junto á aquella casa sembré siete ú ocho pepitas de naranjas que habia traido de Cuba, é nacieron muy bien; porque parece ser que los papas de aquellos ídolos les pusieron defensa para que no las comiesen hormigas, é les regaban é limpiaban desque vieron que eran plantas diferentes de las suyas. He traido aquí esto á la memoria para que se sepa que estos fueron los primeros naranjos que se plantaron en la Nueva-España, porque despues de ganado Méjico é pacíficos los pueblos sujetos de Guacacualco, túvose por la mejor provincia, por causa de estar en la mejor conmodacion de toda la Nueva-España, así por las minas, que las habia, como por el buen puerto, y la tierra de suyo rica de oro y de pastos para ganados; á este efecto se pobló de los más principales conquistadores de Méjico, é yo fuí uno, é fuí por mis naranjos y traspúselos, é salieron muy buenos. Bien sé que dirán que no hace al propósito de mi relacion estos cuentos viejos, y dejallos; é diré como quedaron todos los indios de aquellas provincias muy contentos, é luego nos embarcamos y vamos la vuelta de Cuba, y en cuarenta y cinco dias, unas veces con buen tiempo y otras veces con contrario, llegamos á Santiago de Cuba, donde estaba el gobernador Diego Velazquez, y él nos hizo buen recibimiento; y desque vió el oro que traiamos, que seria cuatro mil pesos, é con el que trujo primero el capitan Pedro de Albarado seria por todo unos veinte mil pesos, unos decian más é otros decian ménos, é los oficiales de S. M. sacaron el Real quinto; é tambien trujeron las seiscientas hachas que parecian de oro, é cuando las trujeron para quintar estaban tan mohosas, en fin como cobre que era, y allí hubo bien que reir y decir de la burla y del rescate. Y el Diego Velazquez con todo esto estaba muy contento, puesto que parecia estar mal con el pariente Grijalva; é no tenia razon, sino que el Alfonso de Ávila era mal acondicionado, y decia que el Grijalva era para poco, é no faltó el capitan Montejo que le ayudó del mal. Y cuando esto pasó, ya habia otras pláticas para enviar otra armada, é á quién elegirian por capitan. CAPÍTULO XVII. CÓMO DIEGO VELAZQUEZ ENVIÓ Á CASTILLA Á SU PROCURADOR. Y aunque les parezca á los lectores que va fuera de nuestra relacion esto que yo traigo aquí á la memoria ántes que entre en lo del capitan Hernando Cortés, conviene que se diga por las causas que adelante se verán, é tambien porque en un tiempo acaecen dos ó tres cosas, y por fuerza hemos de hablar de una, la que más viene al propósito. Y el caso es que, como ya he dicho, cuando llegó el capitan Pedro de Albarado á Santiago de Cuba con el oro que hubimos de las tierras que descubrimos, y el Diego Velazquez temió que primero que él hiciese relacion á su majestad, que algun caballero privado en córte tenia relacion dello y le hurtaba la bendicion, á esta causa envió el Diego Velazquez á un su Capellan, que se decia Benito Martinez, hombre que entendia muy bien de negocios, á Castilla con probanzas, é cartas para don Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos, é se nombraba Arzobispo de Rosano, y para el licenciado Luis Zapata é para el secretario Lope Conchillos, que en aquella sazon entendian en las cosas de las Indias, y Diego Velazquez era muy servidor del Obispo y de los demás oidores, y como tal les dió pueblos de indios en la isla de Cuba, que les sacaban oro de las minas, é á esta causa hacia mucho por el Diego Velazquez, especialmente el Obispo de Búrgos, é no dió ningun pueblo de indios á su majestad, porque en aquella sazon estaba en Flandes; y demás de les haber dado los indios que dicho tengo, nuevamente envió á estos oidores muchas joyas de oro de lo que habiamos enviado con el capitan Albarado, que eran veinte mil pesos, segun dicho tengo, é no se haria otra cosa en el Real Consejo de Indias sino lo que aquellos señores mandaban; é lo que enviaba á negociar el Diego Velazquez era que le diesen licencia para rescatar é conquistar é poblar en todo lo que habia descubierto y en lo que más descubriese, y decia en sus relaciones é cartas que habia gastado muchos millares de pesos de oro en el descubrimiento. Por manera que el Capellan Benito Martinez fué á Castilla y negoció todo lo que pidió, é aun más cumplidamente; que trujo provision para el Diego Velazquez para ser adelantado de la isla de Cuba. Pues ya negociado lo aquí por mí dicho, no dieron tan presto los despachos, que primero no saliese Cortés con otra armada. Quedarse ha aquí, así los despachos del Diego Velazquez como la armada de Cortés, é diré cómo estando escribiendo esta relacion vi una corónica del coronista Francisco Lopez de Gómora, y habla en lo de las conquistas de la Nueva-España é Méjico, é lo que sobre ello me parece declarar, adonde hubiere contradicion sobre lo que dice el Gómora, lo diré segun y de la manera que pasó en las conquistas, y va muy diferente de lo que escribe, porque todo es contrario de la verdad. CAPÍTULO XVIII. DE ALGUNAS ADVERTENCIAS ACERCA DE LO QUE ESCRIBE FRANCISCO LOPEZ DE GÓMORA, MAL INFORMADO, EN SU HISTORIA. Estando escribiendo esta relacion, acaso vi una historia de buen estilo, la cual se nombra de un Francisco Lopez de Gómora, que habla de las conquistas de Méjico y Nueva-España, y cuando leí su gran retórica, y como mi obra es tan grosera, dejé de escribir en ella, y aun tuve vergüenza que pareciese entre personas notables; y estando tan perplejo como digo, torné á leer y á mirar las razones y pláticas que el Gómora en sus libros escribió, é vi que desde el principio y medio hasta el cabo no llevaba buena relacion, y va muy contrario de lo que fué é pasó en la Nueva-España; y cuando entró á decir de las grandes ciudades, y tantos números que dice que habia de vecinos en ellas, que tanto se le dió poner ocho como ocho mil. Pues de aquellas grandes matanzas que dice que haciamos, siendo nosotros obra de cuatrocientos soldados los que andábamos en la guerra, que harto teniamos de defendernos que no nos matasen ó llevasen de vencida; que aunque estuvieran los indios atados, no hiciéramos tantas muertes y crueldades como dice que hicimos; que juro amen que cada dia estábamos rogando á Dios y Nuestra Señora no nos desbaratasen. Volviendo á nuestro cuento, Atalarico, muy bravísimo Rey, é Atila, muy soberbio guerrero, en los campos catalanes no hicieron tantas muestras de hombres como dice que haciamos. Tambien dice que derrotamos y abrasamos muchas ciudades y templos, que son sus cues, donde tienen sus ídolos, y en aquello le parece á Gómora que aplace mucho á los oyentes que leen su historia, y no quiso ver ni entender cuando lo escribia que los verdaderos conquistadores y curiosos letores que saben lo que pasó, claramente le dirán que en su historia en todo lo que escribe se engañó, y si en las demás historias que escribe de otras cosas va del arte del de la Nueva-España, tambien irá todo errado; y es lo bueno que ensalza á unos capitanes y abaja á otros; y los que no se hallaron en las conquistas dice que fueron capitanes, y que un Pedro Dircio fué por capitan cuando el desbarate que hubo en un pueblo que le pusieron nombre Almería; porque el que fué por capitan en aquella entrada fué un Juan de Escalante, que murió en el desbarate con otros siete soldados; é dice que un Juan Velazquez de Leon fué á poblar á Guacacualco; mas la verdad es así: que un Gonzalo de Sandoval, natural de Ávila, lo fué á poblar. Tambien dice cómo Cortés mandó quemar un indio que se decia Quezal-Popoca, capitan de Montezuma, sobre la poblacion que se quemó. El Gómora no acierta tambien lo que dice de la entrada que fuimos á un pueblo é fortaleza: Anga Panga escríbelo, mas no como pasó. Y de cuando en los arenales alzamos á Cortés por capitan general y justicia mayor, en todo le engañaron. Pues en la toma de un pueblo que se dice Chamula, en la provincia de Chiapa, tampoco acierta en lo que escribe. Pues otra cosa peor dice, que Cortés mandó secretamente barrenar los once navíos en que habiamos venido; ántes fué público, porque claramente por consejo de todos los demás soldados mandó dar con ellos al través á ojos vistas, porque nos ayudase la gente de la mar que en ellos estaba, á velar y guerrear. Pues en lo de Juan de Grijalva, siendo buen capitan, le deshace é disminuye. Pues en lo de Francisco Fernandez de Córdoba, habiendo él descubierto lo de Yucatan, lo pasa por alto. Y en lo de Francisco de Garay dice que vino él primero con cuatro navíos de lo de Pánuco ántes que viniese con la armada postrera; en lo cual no acierta, como en lo demás. Pues en todo lo que escribe de cuándo vino el capitan Narvaez y de cómo le desbaratamos, escribe segun é como las relaciones. Pues en las batallas de Taxcala hasta que hicimos las paces, en todo escribe muy léjos de lo que pasó. Pues las guerras de Méjico de cuando nos desbarataron y echaron de la ciudad, é nos mataron é sacrificaron sobre ochocientos y sesenta soldados; digo otra vez sobre ochocientos y sesenta soldados, porque de mil trecientos que entramos al socorro de Pedro de Albarado, é íbamos en aquel socorro los de Narvaez é los de Cortés, que eran los mil y trecientos que he dicho, no escapamos sino cuatrocientos y cuarenta, é todos heridos, y dícelo de manera como si no fuera nada. Pues desque tornamos á conquistar la gran ciudad de Méjico é la ganamos, tampoco dice los soldados que nos mataron é hirieron en las conquistas, sino que todo lo hallábamos como quien va á bodas y regocijos. ¿Para qué meto yo aquí tanto la pluma en contar cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta? Porque si en todo lo que escribe va de aquesta arte, es gran lástima; y puesto que él lleve buen estilo, habia de ver que para que diese fe á lo demás que dice, que en esto se habia de esmerar. Dejemos esta plática, é volveré á mi materia; que despues de bien mirado todo lo que he dicho que escribe Gómora, que por ser tan léjos de lo que pasó es en perjuicio de tantos, torno á proseguir en mi relacion é historia; porque dicen sábios varones que la buena política y agraciado componer es decir verdad en lo que escribieren, y la mera verdad resiste á mi rudeza; y mirando en esto que he dicho, acordé de seguir mi intento con el ornato y pláticas que adelante se verán, para que salga á luz y se vean las conquistas de la Nueva-España claramente y como se han de ver, y su majestad sea servido conocer los grandes é notables servicios que le hicimos los verdaderos conquistadores, pues tan pocos soldados como venimos á estas tierras con el venturoso y buen capitan Hernando Cortés, nos pusimos á tan grandes peligros y le ganamos esta tierra, que es una buena parte de las del Nuevo-Mundo, puesto que su majestad, como cristiano Rey y señor nuestro, nos lo ha mandado muchas veces gratificar; y dejaré de hablar acerca de esto, porque hay mucho que decir. Y quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda por la mar, descubriendo los bajos cuando siente que los hay, así haré yo encaminar á la verdad de lo que pasó la historia del coronista Gómora, y no será todo en lo que escribe; porque si parte por parte se hubiese de escribir, seria más la costa en coger la rebusca que en las verdaderas vendimias. Digo que sobre esta mi relacion pueden los coronistas sublimar é dar loas cuantas quisieren, así al capitan Cortés como á los fuertes conquistadores, pues tan grande y santa empresa salió de nuestras manos, pues ello mismo da fe muy verdadera; y no son cuentos de naciones extrañas, ni sueños ni porfias, que ayer pasó á manera de decir, sino vean toda la Nueva-España qué cosa es, y lo que sobre ello escriben. Diremos lo que en aquellos tiempos nos hallamos ser verdad, como testigos de vista, é no estaremos hablando las contrariedades y falsas relaciones (como decimos) de los que escribieron de oidas, pues sabemos que la verdad es cosa sagrada, y quiero dejar de más hablar en esta materia; y aunque habia bien que decir della é lo que sé, sospecho del coronista que le dieron falsas relaciones cuando hacia aquella historia; porque toda la honra y prez della la dió sólo al marqués D. Hernando Cortés, é no hizo memoria de ninguno de nuestros valerosos capitanes y fuertes soldados; y bien se parece en todo lo que el Gómora escribe en su historia serle muy aficionado, pues á su hijo, el marqués que agora es, le eligió su corónica é obra, é la dejó de elegir á nuestro Rey y señor; y no solamente el Francisco Lopez de Gómora escribió tantos borrones é cosas que no son verdaderas, de que ha hecho mucho daño á muchos escritores é coronistas que despues del Gómora han escrito en las cosas de la Nueva-España, como es el doctor Illescas y Pablo Iovio, que se van por sus mismas palabras y escriben ni más ni ménos que el Gómora. Por manera que lo que sobre esta materia escribieron es porque les ha hecho errar el Gómora. CAPÍTULO XIX. CÓMO VENIMOS OTRA VEZ CON OTRA ARMADA Á LAS TIERRAS NUEVAMENTE DESCUBIERTAS, Y POR CAPITAN DE LA ARMADA HERNANDO CORTÉS, QUE DESPUES FUÉ MARQUÉS DEL VALLE, Y TUVO OTROS DITADOS, Y DE LAS CONTRARIEDADES QUE HUBO PARA LE ESTORBAR QUE NO FUESE CAPITAN. En 15 dias del mes de Noviembre de 1518 años, vuelto el capitan Juan de Grijalva de descubrir las tierras nuevas (como dicho habemos), el gobernador Diego Velazquez ordenaba de enviar otra armada muy mayor que las de ántes, y para ello tenia ya diez navíos en el puerto de Santiago de Cuba; los cuatro dellos eran en los que volvimos cuando lo de Juan de Grijalva, porque luego les hizo dar carena y adobar, y los otros seis recogieron de toda la isla, y los hizo proveer de bastimento, que era pan cazabe y tocino, porque en aquella sazon no habia en la isla de Cuba ganado vacuno ni carneros, y este bastimento no era para más de hasta llegar á la Habana, porque allí habiamos de hacer todo el matalotaje, como se hizo. Y dejemos de hablar en esto, y volvamos á decir las diferencias que se hubo en elegir capitan para aquel viaje. Habia muchos debates y contrariedades, porque ciertos caballeros decian que viniese un capitan muy de calidad, que se decia Vasco Porcallo, pariente cercano del conde de Feria, y temióse el Diego Velazquez que se alzaria con la armada, porque era atrevido; otros decian que viniese un Agustin Bermudez ó un Antonio Velazquez Borrego, ó un Bernardino Velazquez, parientes del gobernador Diego Velazquez; y todos los más soldados que allí nos hallamos deciamos que volviese el Juan de Grijalva, pues era buen capitan y no habia falta en su persona y en saber mandar. Andando las cosas y conciertos desta manera que aquí he dicho, dos grandes privados del Diego Velazquez, que se decian Andrés de Duero, secretario del mismo gobernador, y un Amador de Larez, contador de su majestad, hicieron secretamente compañía con un buen hidalgo, que se decia Hernando Cortés, natural de Medellin, el cual fué hijo de Martin Cortés de Monroy y de Catalina Pizarro Altamirano, é ámbos hijosdalgo, aunque pobres; é así era por la parte de su padre Cortés y Monroy, y la de su madre Pizarro é Altamirano: fué de los buenos linajes de Extremadura, é tenia indios de encomienda en aquella isla, é poco tiempo habia que se habia casado por amores con una señora que se decia doña Catalina Suarez Pacheco, y esta señora era hija de Diego Suarez Pacheco, ya difunto, natural de la ciudad de Ávila, y de María de Mercaida, vizcaina y hermana de Juan Suarez Pacheco; y este, despues que se ganó la Nueva-España, fué vecino y encomendado en Méjico; y sobre este casamiento de Cortés le sucedieron muchas pesadumbres y prisiones, porque Diego Velazquez favoreció las partes della, como más largo contarán otros; y así pasaré adelante y diré acerca de la compañía, y fué desta manera: que concertaron estos dos grandes privados del Diego Velazquez que le hiciesen dar á Hernando Cortés la capitanía general de toda la armada, y que partirian entre todos tres la ganancia del oro y plata y joyas de la parte que le cupiese á Cortés; porque secretamente el Diego Velazquez enviaba á rescatar, y no á poblar. Pues hecho este concierto, tienen tales modos el Duero y el contador con el Diego Velazquez, y le dicen tan buenas y melosas palabras, loando mucho á Cortés, que es persona en quien cabe aquel cargo, y para capitan muy esforzado y que le seria muy fiel, pues era su ahijado, porque fué su padrino cuando Cortés se veló con doña Catalina Suarez Pacheco; por manera que le persuadieron á ello y luego se eligió por capitan general; y el Andrés de Duero, como era secretario del gobernador, no tardó en hacer las provisiones, como dice en el refran, de muy buena tinta, y como Cortés las quiso bastantes, y se las trujo firmadas. Ya publicada su eleccion, á unas personas les placia y á otras les pesaba. Y un domingo, yendo á Misa el Diego Velazquez, como era gobernador, íbanle acompañando las más nobles personas y vecinos que habia en aquella villa, y llevaba á Hernando Cortés á su lado derecho por le honrar; é iba delante del Diego Velazquez un truhan que se decia Cervantes el Loco, haciendo gestos y chocarrerías: —«Á la gala de mi amo; Diego, Diego, ¿qué capitan has elegido? Que es de Medellin de Extremadura, capitan de gran ventura. Mas temo, Diego, no se te alce con la armada; que le juzgo por muy gran varon en sus cosas.» Y decia otras locuras, que todas iban inclinadas á malicia. Y porque lo iba diciendo de aquella manera le dió de pescozazos el Andrés de Duero, que iba allí junto con Cortés, y le dijo: —«Calla, borracho, loco, no seas más bellaco; que bien entendido tenemos que esas malicias, so color de gracias no salen de tí.» Y todavía el loco iba diciendo: —«Viva, viva la gala de mi amo Diego y del su venturoso capitan Cortés. É juro á tal, mi amo Diego, que por no te ver llorar tu mal recaudo que ahora has hecho yo me quiero ir con Cortés á aquellas ricas tierras.» Túvose por cierto que dieron los Velazquez parientes del gobernador ciertos pesos de oro á aquel chocarrero porque dijese aquellas malicias, so color de gracias. Y todo salió verdad como lo dijo. Dicen que los locos muchas veces aciertan en lo que hablan; y fué elegido Hernando Cortés, por la gracia de Dios, para ensalzar nuestra santa fe y servir á su majestad, como adelante se dirá. CAPÍTULO XX. DE LAS COSAS QUE HIZO Y ENTENDIÓ EL CAPITAN HERNANDO CORTÉS DESPUES QUE FUÉ ELEGIDO POR CAPITAN, COMO DICHO ES. Pues como ya fué elegido Hernando Cortés por general de la armada que dicho tengo, comenzó á buscar todo género de armas, así escopetas como pólvora y ballestas, é todos cuantos pertrechos de guerra pudo haber y buscar, todas cuantas maneras de rescate, y tambien otras cosas pertenecientes para aquel viaje. É demás desto, se comenzó de pulir é abellidar en su persona mucho más que de ántes, é se puso un penacho de plumas con su medalla de oro, que le parecia muy bien. Pues para hacer aquestos gastos que he dicho no tenia de qué, porque en aquella sazon estaba muy adeudado y pobre, puesto que tenia buenos indios de encomienda y le daban buena renta de las minas de oro; más todo lo gastaba en su persona y en atavíos de su mujer, que era recien casado. Era apacible en su persona y bien quisto y de buena conversacion, y habia sido dos veces alcalde en la villa de Santiago de Boroco, adonde era vecino, porque en aquestas tierras se tiene por mucha honra. Y como ciertos mercaderes amigos suyos, que se decian Jaime Tria ó Gerónimo Tria y un Pedro de Jerez, le vieron con capitanía y prosperado, le prestaron cuatro mil pesos de oro y le dieron otras mercaderías sobre la renta de sus indios, y luego hizo hacer unas lazadas de oro, que puso en una ropa de terciopelo, y mandó hacer estandartes y banderas labradas de oro, con las armas Reales y una cruz de cada parte, juntamente con las armas de nuestro Rey y Señor, con un letrero en latin, que decia: «Hermanos, sigamos la señal de la Santa Cruz con fe verdadera, que con ella venceremos;» y luego mandó dar pregones y tocar sus atambores y trompetas en nombre de su majestad, y en su Real nombre por Diego Velazquez, para cualesquier personas que quisiesen ir en su compañía á las tierras nuevamente descubiertas á las conquistar y doblar, les darian sus partes del oro, plata y joyas que se hubiese, y encomiendas de indios despues de pacificada, y que para ello tenia el Diego Velazquez de su majestad. É puesto que se pregonó aquesto de la licencia del Rey nuestro Señor, aún no habia venido con ella de Castilla el Capellan Benito Martinez, que fué el que Diego Velazquez hubo despachado á Castilla para que le trujese, como dicho tengo en el capítulo que dello habla. Pues como se supo esta nueva en toda la isla de Cuba, y tambien Cortés escribió á todas las villas á sus amigos que se aparejasen para ir con él á aquel viaje, unos vendian sus haciendas para buscar armas y caballos, otros comenzaban á hacer cazabe y salar tocinos para matalotaje, y se colchaban armas y se apercebian de lo que habian menester lo mejor que podian. De manera que nos juntamos en Santiago de Cuba, donde salimos con el armada, más de trescientos soldados; y de la casa del mismo Diego Velazquez vinieron los más principales que tenia en su servicio, que era un Diego de Ordás, su mayordomo mayor, y á este el mismo Velazquez lo envió para que mirase y entendiese no hubiese alguna mala trama en la armada; que siempre se temió de Cortés, aunque lo disimulaba; y vino un Francisco de Morla y un Escobar y un Heredia, y Juan Ruano y Pedro Escudero, y un Martin Ramos de Lares, vizcaino, y otros muchos que eran amigos y paniaguados del Diego Velazquez. É yo me pongo á la postre, ya que estos soldados pongo aquí por memoria, y no á otros, porque en su tiempo y sazon los nombraré á todos los que se me acordare. Y como Cortés andaba muy solícito en aviar su armada, y en todo se daba mucha priesa, como ya la malicia y envidia reinaba siempre en aquellos deudos del Diego Velazquez, estaban afrentados como no se fiaba el pariente dellos, y dió aquel cargo y capitanía á Cortés, sabiendo que le habia tenido por su grande enemigo pocos dias habia sobre el casamiento de la mujer de Cortés, que se decia Catalina Suarez la Marcaida (como dicho tengo); y á esta causa andaban mormurando del pariente Diego de Velazquez y aun de Cortés, y por todas las vías que podian la revolvian con el Diego Velazquez para que en todas maneras le revocasen el poder; de lo cual tenia dello aviso el Cortés, y á esta causa no se quitaba de la compañía de estar con el gobernador y siempre mostrándose muy gran su servidor. Él decia que le habia de hacer muy ilustre señor é rico en poco tiempo. Y demás desto, el Andrés de Duero avisaba siempre á Cortés que se diese priesa en embarcar, porque ya tenian trastrocado al Diego Velazquez con importunidad de aquellos sus parientes los Velazquez. Y desque aquello vió Cortés, mandó á su mujer doña Catalina Suarez la Marcaida que todo lo que hubiese de llevar de bastimentos y otros regalos que suelen hacer para sus maridos, en especial para tal jornada, se llevase luego á embarcar á los navíos. É ya tenia mandado apregonar é apregonado, é apercebidos á los maestres y pilotos y á todos los soldados, que para tal dia y noche no quedase ninguno en tierra. Y desque aquello tuvo mandado y los vió todos embarcados, se fué á despedir del Diego Velazquez, acompañado de aquellos sus grandes amigos y compañeros, Andrés de Duero y el contador Amador de Lares, y todos los más nobles vecinos de aquella villa; y despues de muchos ofrecimientos y abrazos de Cortés al gobernador y del gobernador á Cortés, se despidió dél; y otro dia muy de mañana, despues de haber oido Misa, nos fuimos á los navíos, y el mismo Diego Velazquez le tornó á acompañar, y otros muchos hidalgos, hasta acercarnos á la vela, y con próspero tiempo en pocos dias llegamos á la villa de la Trinidad; y tomado puerto y saltados en tierra, lo que allí le avino á Cortés adelante se dirá. Aquí en esta relacion verán lo que á Cortés le acaeció y las contrariedades que tuvo hasta elegir por capitan y todo lo demás ya por mí dicho; y sobre ello miren lo que dice Gómora en su historia, y hallarán ser muy contrario lo uno de lo otro, y cómo á Andrés de Duero, siendo secretario que mandaba la isla de Cuba, le hace mercader, y al Diego de Ordás, que vino ahora con Cortés, dijo que habia venido con Grijalva. Dejemos al Gómora y á su mala relacion, y digamos cómo desembarcamos con Cortés en la villa de la Trinidad. CAPÍTULO XXI. DE LO QUE CORTÉS HIZO DESQUE LLEGÓ Á LA VILLA DE LA TRINIDAD, Y DE LOS CABALLEROS Y SOLDADOS QUE ALLÍ NOS JUNTAMOS PARA IR EN SU COMPAÑÍA, Y DE LO QUE MÁS LE AVINO. É así como desembarcamos en el puerto de la villa de la Trinidad, y salidos en tierra, y como los vecinos lo supieron, luego fueron á recibir á Cortés y á todos nosotros los que veniamos en su compañía, y á darnos el parabien venido á su villa, y llevaron á Cortés á aposentar entre los vecinos, porque habia en aquella villa poblados muy buenos hidalgos; y luego mandó Cortés poner su estandarte delante de su posada y dar pregones, como se habia hecho en la villa de Santiago, y mandó buscar todas las ballestas y escopetas que habia, y comprar otras cosas necesarias y aun bastimentos; y de aquesta villa salieron hidalgos para ir con nosotros, y todos hermanos, que fué el capitan Pedro Albarado y Gonzalo de Albarado y Jorge de Albarado y Gonzalo y Gomez é Juan de Albarado el viejo, que era bastardo; el capitan Pedro de Albarado es el por muy muchas veces nombrado; é tambien salió de aquesta villa Alonso de Ávila, natural de Ávila, capitan que fué cuando lo de Grijalva, é salió Juan de Escalante é Pedro Sanchez Farfan, natural de Sevilla, y Gonzalo Mejía, que fué tesorero en lo de Méjico, é un Baena y Juanes de Fuenterrabia, y Cristóbal de Olí, que fué forzado, que fué maestre de campo en la toma de la ciudad de Méjico y en todas las guerras de la Nueva-España, é Ortiz el músico, é un Gaspar Sanchez, sobrino del tesorero de Cuba, é un Diego de Pineda ó Pinedo, y un Alonso Rodriguez, que tenia unas minas ricas de oro, y un Bartolomé García y otros hidalgos que no me acuerdo sus nombres, y todas personas de mucha valía. Y desde la Trinidad escribió Cortés á la villa de Santispíritus, que estaba de allí diez y ocho leguas, haciendo saber á todos los vecinos cómo iba á aquel viaje á servir á su majestad, y con palabras sabrosas é ofrecimientos para atraer á sí muchas personas de calidad que estaban en aquella villa poblados, que se decian Alonso Hernandez Puertocarrero, primo del conde de Medellin, y Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor é gobernador que fué ocho meses, y capitan que despues fué en la Nueva-España, y á Juan Velazquez de Leon, pariente del gobernador Velazquez, y Rodrigo Rangel y Gonzalo Lopez de Jimena y su hermano Juan Lopez, y Juan Sedeño. Este Juan Sedeño era vecino de aquella villa; y declárolo así porque habia en nuestra armada otros dos Sedeños; y todos estos que he nombrado, personas muy generosas, vinieron á la villa de la Trinidad, donde Cortés estaba; y como lo supo que venian, los salió á recibir con todos nosotros los soldados que estábamos en su compañía, y se dispararon muchos tiros de artillería y les mostró mucho amor, y ellos le tenian grande acato. Digamos ahora cómo todas las personas que he nombrado, vecinos de la Trinidad, tenian en sus estancias, donde hacian el pan cazabe, y manadas de puercos cerca de aquella villa, y cada uno procuró de poner el más bastimento que podia. Pues estando desta manera recogiendo soldados y comprando caballos, que en aquella sazon é tiempo no los habia, sino muy pocos y caros; y como aquel hidalgo por mí ya nombrado, que se decia Alfonso Hernandez Puertocarrero, no tenia caballo ni aun de qué comprallo, Cortés le compró una yegua rucia y dió por ella unas lazadas de oro que traia en la ropa de terciopelo que mandó hacer en Santiago de Cuba (como dicho tengo); y en aquel instante vino un navío de la Habana á aquel puerto de la Trinidad, que traia un Juan Sedeño, vecino de la misma Habana, cargado de pan cazabe y tocinos que iba á vender á unas minas de oro cerca de Santiago de Cuba; y como saltó en tierra el Juan Sedeño, fué á besar las manos á Cortés, y despues de muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocinos y cazabe fiado, y se fué el Juan de Sedeño con nosotros. Ya teniamos once navíos, y todo se nos hacia prósperamente, gracias á Dios por ello; y estando de la manera que he dicho, envió Diego Velazquez cartas y mandamientos para que detengan la armada á Cortés; lo cual verán adelante lo que pasó. CAPÍTULO XXII. CÓMO EL GOBERNADOR DIEGO VELAZQUEZ ENVIÓ DOS CRIADOS SUYOS EN POSTA Á LA VILLA DE LA TRINIDAD CON PODERES Y MANDAMIENTOS PARA REVOCAR Á CORTÉS EL PODER DE SER CAPITAN Y TOMALLE LA ARMADA, Y LO QUE PASÓ DIRÉ ADELANTE. Quiero volver algo atrás de nuestra plática, para decir que como salimos de Santiago de Cuba con todos los navíos de la manera que he dicho, dijeron á Diego Velazquez tales palabras contra Cortés, que le hicieron volver la hoja; porque le acusaban que ya iba alzado y que salió del puerto como á cencerros tapados, y que le habian oido decir que aunque pesase al Diego Velazquez habia de ser capitan, y que por este efecto habia embarcado todos sus soldados en los navíos de noche, para si le quitasen la capitanía por fuerza hacerse á la vela, y que le habian engañado al Velazquez su secretario Andrés de Duero y el contador Amador de Lares, y que por tratos que habia entre ellos y entre Cortés, que le habian hecho dar aquella capitanía. É quien más metió la mano en ello para convocar al Diego Velazquez que le revocase luego el poder eran sus parientes Velazquez, y un viejo que se decia Juan Millan, que le llamaban el Astrólogo; otros decian que tenia ramos de locura é que era atronado, y este viejo decia muchas veces al Diego Velazquez: —«Mira, señor, que Cortés se vengará ahora de vos de cuando le tuvistes preso, y como es mañoso, os ha de echar á perder si no lo remediais presto.» Á estas palabras y otras muchas que le decian dió oidos á ellas, y con mucha brevedad envió dos mozos de espuelas, de quien se fiaba, con mandamientos y provisiones para el alcalde mayor de la Trinidad, que se decia Francisco Verdugo, el cual era cuñado del mismo gobernador; en las cuales provisiones mandaba que en todo caso le detuviesen el armada á Cortés, porque ya no era capitan, y le habian revocado poder y dado á Vasco Porcallo. Y tambien traian cartas para Diego de Ordás y para Francisco de Morla y para todos los amigos y parientes del Diego Velazquez, para que en todo caso le quitasen la armada. Y como Cortés lo supo, habló secretamente al Ordás y á todos aquellos soldados y vecinos de la Trinidad que le pareció á Cortés que serian en favorecer las provisiones del gobernador Diego Velazquez, y tales palabras y ofertas les dijo, que los trujo á su servicio; y aun el mismo Diego de Ordás habló é invocó luego á Francisco Verdugo, que era alcalde mayor, que no hablasen en el negocio, sino que lo disimulasen; y púsole por delante que hasta allí no habia visto ninguna novedad en Cortés, ántes se mostraba muy servidor del gobernador; é ya que en algo se quisiesen poner por el Velazquez para quitarle la armada en aquel tiempo, que Cortés tenia muchos hidalgos por amigos, y enemigos del Diego Velazquez porque no les habia dado buenos indios; y demás de los hidalgos sus amigos, tenia grande copia de soldados y estaba muy pujante, y que seria meter zizaña en la villa, é que por ventura los soldados le darian sacomano é le robarian é harian otro peor desconcierto; y así, se quedó sin hacer bullicio; y el un mozo de espuelas de los que traian las cartas y recaudos se fué con nosotros, el cual se decia Pedro Laso, y con el otro mensajero escribió Cortés muy mansa y amorosamente al Diego Velazquez que se maravillaba de su merced de haber tomado aquel acuerdo, y que su deseo es servir á Dios y á S. M., y á él en su Real nombre; y que le suplicaba que no oyese más á aquellos señores sus deudos los Velazquez, ni por un viejo loco, como era Juan Millan, se mudase. Y tambien escribió á todos sus amigos, en especial al Duero y al contador, sus compañeros: y despues de haber escrito, mandó entender á todos los soldados en aderezar armas, y á los herreros que estaban en aquella villa, que siempre hiciesen casquillos, y á los ballesteros que desbastasen almacen para que tuviesen muchas saetas, y tambien atrujo y convocó á los herreros que se fuesen con nosotros, y así lo hicieron; y estuvimos en aquella villa doce dias, donde lo dejaré, y diré cómo nos embarcamos para ir á la Habana. Tambien quiero que vean los que esto leyeren la diferencia que hay de la relacion de Francisco Gómora cuando dice que envió á mandar Diego Velazquez á Ordás que convidase á comer á Cortés en un navío y lo llevase preso á Santiago. Y pone otras cosas en su corónica, que por no me alargar lo dejo de decir, y al parecer de los curiosos letores si lleva mejor camino lo que se vió por vista de ojos ó lo que dice el Gómora que no lo vió. Volvamos á nuestra materia. CAPÍTULO XXIII. CÓMO EL CAPITAN HERNANDO CORTÉS SE EMBARCÓ CON TODOS LOS DEMÁS CABALLEROS Y SOLDADOS PARA IR POR LA BANDA DEL SUR AL PUERTO DE LA HABANA, Y ENVIÓ OTRO NAVÍO POR LA BANDA DEL NORTE AL MISMO PUERTO, Y LO QUE MÁS LE ACAECIÓ. Despues que Cortés vió que en la villa de la Trinidad no teniamos en qué entender, apercibió á todos los caballeros y soldados que allí se habian juntado para ir en su compañía, que embarcasen juntamente con él en los navíos que estaban en el puerto de la banda del Sur, y los que por tierra quisiesen ir, fuesen hasta la Habana con Pedro de Albarado, para que fuese recogiendo más soldados, que estaban en unas estancias que era camino de la misma Habana; porque el Pedro de Albarado era muy apacible, y tenia gracia en hacer gente de guerra. Yo fuí en su compañía por tierra, y más de otros cincuenta soldados. Dejemos esto, y diré que tambien mandó Cortés á un hidalgo que se decia Juan de Escalante, muy su amigo, que se fuese en un navío por la banda del norte. Y tambien mandó que todos los caballos fuesen por tierra. Pues ya despachado todo lo que dicho tengo, Cortés se embarcó en la nao capitana con todos los navíos para ir la derrota en la Habana. Parece ser que los naos que llevaba en conserva no vieron á la capitana, donde iba Cortés, porque era de noche, y fueron al puerto; y asimismo llegamos por tierra con Pedro de Albarado á la villa de la Habana; y el navío en que venia Juan de Escalante por la banda del norte tambien habia llegado, y todos los caballos que iban por tierra; y Cortés no vino, ni sabia dar razon dél ni dónde quedaba, y pasáronse cinco dias, y no habia nuevas ningunas de su navío, y teniamos sospechas no se hubiese perdido en los Jardines, que es cerca de las islas de Pinos, donde hay muchos bajos, que son diez ó doce leguas de la Habana; y fué acordada por todos nosotros que fuesen tres navíos de los de ménos porte en busca de Cortés; y sin aderezar los navíos y en debates, vaya Fulano, vaya Zutano, ó Pedro ó Sancho, se pasaron otros dos dias y Cortés no venia; y habia entre nosotros bandos y medio chirinolas sobre quién seria capitan hasta saber de Cortés; y quien más en ello metió la mano fué Diego de Ordás, como mayordomo mayor del Velazquez, á quien enviaba para entender solamente en lo de la armada, no se le alzase con ella. Dejemos esto, y volvamos á Cortés, que como venia en el navío de mayor porte (como ántes tengo dicho), en el paraje de la isla de Pinos ó cerca de los Jardines hay muchos bajos, parece ser tocó y quedó algo en seco el navío, é no pudo navegar, y con el batel mandó descargar toda la carga que se pudo sacar, porque allí cerca habia tierra, donde lo descargaron; y desque vieron que el navío estuvo en floto y podia nadar, le metieron en más hondo, y tornaron á cargarlo que habian descargado en tierra, y dió vela; y fué su viaje hasta el puerto de la Habana; y cuando llegó, todos los más de los caballeros y soldados que le aguardábamos nos alegramos con su venida salvo algunos que pretendian ser capitanes; y cesaron las chirinolas. Y despues que le aposentamos en la casa de Pedro Barba, que era teniente de aquella villa por el Diego Velazquez, mandó sacar sus estandartes y ponellos delante de las casas donde posaba; y mandó dar pregones segun y de la manera de los pasados, y de allí de la Habana vino un hidalgo que se decia Francisco de Montejo, y este es el por mí muchas veces nombrado, que, despues de ganado Méjico fué adelantado y gobernador de Yucatan y Honduras; y vino Diego de Soto el de Toro, que fué mayordomo de Cortés en lo de Méjico; y vino un Angulo, Garci Caro y Sebastian Rodriguez y un Pacheco, y un fulano Gutierrez, y un Rojas (no digo Rojas el Rico), y un mancebo que se decia Santa Clara, y dos hermanos que se decian los Martinez del Fregenal, y un Juan de Najara (no lo digo por el sordo, el del juego de la pelota de Méjico), y todas personas de calidad, sin otros soldados que no me acuerdo sus nombres. Y cuando Cortés los vió todos aquellos hidalgos y soldados juntos se holgó en grande manera, y luego envió un navío á la punta de Guaniguanico, á en pueblo que allí estaba de indios, adonde hacian cazabe y tenian muchos puercos, para que cargase el navío de tocinos, porque aquella estancia era del gobernador Diego Velazquez; y envió por capitan del navío al Diego de Ordás, como mayordomo mayor de las haciendas del Velazquez, y envióle por tenelle apartado de sí; porque Cortés supo que no se mostró mucho en su favor cuando hubo las contiendas sobre quién seria capitan cuando Cortés estaba en la isla de Pinos, que tocó su navío, y por no tener contraste en su persona le envió; y le mandó que despues que tuviese cargado el navío de bastimentos, se estuviese aguardando en el mismo puerto de Guaniguanico hasta que se juntase con otro navío que habia de ir por la banda del norte, y que irian ámbos en conserva hasta lo de Cozumel, ó le avisaria con indios en canoas lo que habia de hacer. Volvamos á decir del Francisco de Montejo y de todos aquellos vecinos de la Habana, que metieron mucho matalotaje de cazabe y tocinos, que otra cosa no habia; y luego Cortés mandó sacar toda la artillería de los navíos, que eran diez tiros de bronce y ciertos falconetes, y dió cargo dellos á un artillero que se decia Mesa y á un levantisco que se decia Arbenga y á un Juan Catalan, para que los limpiasen y probasen y para que las pelotas y pólvora todo lo tuviesen muy á punto; é dióles vino y vinagre con que lo refinasen; y dióles por compañero á uno que se decia Bartolomé de Usagre. Asimismo mandó aderezar las ballestas y cuerdas, y nueces y almacen, é que tirasen á terrero, é que mirasen á cuántos pasos llegaba la fuga de cada una dellas. Y como en aquella tierra de la Habana habia mucho algodon, hicimos armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre indios, porque es mucha la vara y flecha y lanzadas que daban, pues piedra era como granizo; y allí en la Habana comenzó Cortés á poner casa y á tratarse como señor, y el primer maestresala que tuvo fué un Guzman, que luego se murió ó mataron indios; no digo por el mayordomo Cristóbal de Guzman, que fué de Cortés, que prendió Gutemuz cuando la guerra de Méjico. Y tambien tuvo Cortés por camarero á un Rodrigo Rangel, y por mayordomo á un Juan de Cáceres, que fué, despues de ganado Méjico, hombre rico. Y todo esto ordenado, nos mandó apercebir para embarcar, y que los caballos fuesen repartidos en todos los navíos: hicieron pesebrera, y metieron mucho maíz y yerba seca. Quiero aquí poner por memoria todos los caballos y yeguas que pasaron. El capitan Cortés, un caballo castaño zaino, que luego se le murió en San Juan de Ulúa. Pedro de Albarado y Hernando Lopez de Ávila, una yegua castaña muy buena, de juego y de carrera, y de que llegamos á la Nueva-España el Pedro de Albarado le compró la mitad de la yegua, ó se la tomó por fuerza. Alonso Hernandez Puertocarrero, una yegua rucia de buena carrera, que le compró Cortés por las lazadas de oro. Juan Velazquez de Leon, otra yegua rucia muy poderosa, que llamábamos la Rabona, muy revuelta y de buena carrera. Cristóbal de Olí, un caballo castaño oscuro, harto bueno. Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, un caballo alazan tostado: no fué para cosa de guerra. Francisco de Morla, un caballo castaño oscuro, gran corredor y revuelto. Juan de Escalante, un caballo castaño claro, tresalvo, no fué bueno. Diego de Ordás, una yegua rucia, machorra, pasadera aunque corria poco. Gonzalo Dominguez, un muy extremado jinete, un caballo castaño oscuro muy bueno y grande corredor. Pedro Gonzalez de Trujillo, un buen caballo castaño, perfecto castaño, que corria muy bien. Moron, vecino del Vaimo, un caballo overo labrado de las manos, y era bien revuelto. Vaena, vecino de la Trinidad, un caballo overo algo sobre morcillo: no salió bueno. Lares, él muy buen jinete, un caballo muy bueno, de color castaño, algo claro y buen corredor. Ortiz el músico, y un Bartolomé García, que solia tener minas de oro, un muy buen caballo oscuro que decian el Arriero: este fué uno de los buenos caballos que pasamos en la armada. Juan Sedeño, vecino de la Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió en el navío. Este Juan Sedeño pasó el más rico soldado que hubo en toda la armada, porque trujo un navío suyo, y la yegua y un negro, é cazabe é tocinos; porque en aquella sazon no se podia hallar caballos ni negros sino era á peso de oro, y á esta causa no pasaron más caballos, porque no los habia. Y dejallos hé aquí, y diré lo que allá nos avino, ya que estamos á punto para nos embarcar. CAPÍTULO XXIV. CÓMO DIEGO VELAZQUEZ ENVIÓ Á UN SU CRIADO QUE SE DECIA GASPAR DE GARNICA, CON MANDAMIENTOS Y PROVISIONES PARA QUE EN TODO CASO SE PRENDIESE Á CORTÉS Y SE LE TOMASE EL ARMADA, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Hay necesidad que algunas cosas desta relacion vuelvan muy atrás á se relatar, para que se entienda bien lo que se escribe; y esto digo que parece ser que, como el Diego Velazquez vió y supo de cierto que Francisco Verdugo, su teniente ó cuñado, que estaba en la villa de la Trinidad, no quiso apremiar á Cortés que dejase el armada, ántes le favoreció, juntamente con Diego de Ordás, para que saliese, dice que estaba tan enojado el Diego Velazquez, que hacia bramuras, y decia al secretario Andrés de Duero y al contador Amador de Lares que ellos le habian engañado por el trato que hicieron, y que Cortés iba alzado, y acordó de enviar á un criado con cartas y mandamientos para la Habana á su teniente, que se decia Pedro Barba, y escribió á todos sus parientes que estaban por vecinos en aquella villa, y al Diego de Ordás y á Juan Velazquez de Leon, que eran sus deudos é amigos, rogándoles muy afectuosamente que en bueno ni en malo no dejasen pasar aquella armada, y que luego prendiesen á Cortés, y se lo enviasen preso é á buen recaudo á Santiago de Cuba. Llegado que llegó Garnica (que así se decia el que envió con las cartas y mandamientos á la Habana), se supo lo que traia, y con este mismo mensajero tuvo aviso Cortés de lo que enviaba el Velazquez, y fué de esta manera, que parece ser que un fraile de la Merced que se daba por servidor de Velazquez, que estaba en su compañía del mismo gobernador, escribia á otro fraile de su órden, que se decia fray Bartolomé de Olmedo, que iba con Cortés, y en aquella carta del fraile le avisaban á Cortés sus dos compañeros Andrés del Duero y el Contador de lo que pasaba: volvamos á nuestro cuento. Pues como al Ordás lo habia enviado Cortés á lo de los bastimentos con el navío (como dicho tengo), no tenia Cortés contraditor sino á Juan Velazquez de Leon; luego que le habló lo trujo á su mandado, y especialmente que el Juan Velazquez no estaba bien con el pariente, porque no le habia dado buenos indios. Pues á todos los más que habia escrito el Diego Velazquez, ninguno le acudia á su propósito; ántes todos á una se mostraron por Cortés, y el teniente Pedro Barba muy mejor; y demás desto, aquellos hidalgos Albarados, y el Alonso Hernandez Puertocarrero, y Francisco de Montejo, y Cristóbal de Olí, y Juan de Escalante, é Andrés de Monjaraz, y su hermano Gregorio de Monjaraz, y todos nosotros pusiéramos la vida por el Cortés. Por manera que si en la villa de la Trinidad se disimularon los mandamientos, muy mejor se callaron en la Habana entónces; y con el mismo Garnica escribió el teniente Pedro Barba al Diego Velazquez, que no osó prender á Cortés porque estaba muy pujante de soldados, é que hubo temor no metiese á sacomano la villa y la robase, y embarcase todos los vecinos y se los llevase consigo. É que, á lo que ha entendido, que Cortés era su servidor, é que no se atrevió á hacer otra cosa. Y Cortés le escribió al Velazquez con palabras tan buenas y de ofrecimientos, que los sabia muy bien decir, é que otro dia se haria á la vela, y que le seria muy servidor. CAPÍTULO XXV. CÓMO CORTÉS SE HIZO Á LA VELA CON TODA SU COMPAÑÍA DE CABALLEROS Y SOLDADOS PARA LA ISLA DE COZUMEL, Y LO QUE ALLÍ LE AVINO. No hicimos alarde hasta la villa de Cozumel, más de mandar Cortés que los caballos se embarcasen; y mandó Cortés á Pedro de Albarado que fuese por la banda del Norte en un buen navío que se decia San Sebastian, y mandó al piloto que llevaba el navío que le aguardase en la punta de San Anton, para que allí se juntase con todos los navíos para ir en conserva hasta Cozumel, y envió mensajero á Diego de Ordás, que habia ido por el bastimento, que aguardase que hiciese lo mismo, porque estaba en la banda del Norte; y en 10 dias del mes de Febrero, año de 1519, despues de haber oido Misa, nos hicimos á la vela con nueve navíos por la banda del Sur con la copia de los caballeros y soldados que dicho tengo, y con los dos navíos de la banda del Norte (como he dicho), que fueron once con el en que fué Pedro de Albarado con sesenta soldados, é yo fuí en su compañía, y el piloto que llevábamos, que se decia Camacho, no tuvo cuenta de lo que le fué mandado por Cortés y siguió su derrota, y llegamos dos dias ántes que Cortés á Cozumel, y surgimos en el puerto, ya por mí otras veces dicho cuando lo de Grijalva; y Cortés aún no habia llegado con su flota, por causa que un navío en que venia por capitan Francisco de Morla, con tiempo se le saltó el gobernalle, y fué socorrido con otro gobernalle de los navíos que venian con Cortés, y vinieron todos en conserva. Volvamos á Pedro de Albarado, que así como llegamos al puerto saltamos en tierra en el pueblo de Cozumel con todos los soldados, y no hallamos indios ningunos, que se habian ido huyendo; y mandó que luego fuésemos á otro pueblo que estaba de allí una legua, y tambien se amontaron é huyeron los naturales, y no pudieron llevar su hacienda, y dejaron gallinas é otras cosas; y de las gallinas mandó Pedro de Albarado que tomasen hasta cuarenta dellas, y tambien en una casa de adoratorios de ídolos tenian unos paramentos de mantas viejas é unas arquillas donde estaban unas como diademas é ídolos, cuentas é pinjantillos de oro bajo, é tambien se les tomó dos indios é una india, y volvimos al pueblo donde desembarcamos. Estando en esto llegó Cortés con todos los navíos, y despues de aposentado, la primera cosa que se hizo fué mandar echar preso en grillos al piloto Camacho porque no aguardó en la mar, como lo fué mandado. Y desque vió al pueblo sin gente, y supo cómo Pedro de Albarado habia ido al otro pueblo, é que les habia tomado gallinas é paramentos y otras cosillas de poco valor, de los ídolos y el oro medio cobre, mostró tener mucho enojo dello y de cómo no aguardó el piloto; y reprendióle gravemente al Pedro de Albarado, y le dijo que no se habian de apaciguar las tierras de aquella manera, tomando á los naturales su hacienda; y luego mandó traer á los dos indios y la india que habiamos tomado, y con Melchorejo, que llevábamos de la Punta de Cotoche, que entendia bien aquella lengua, les habló, porque Julianillo su compañero se habia muerto, que fuesen á llamar los caciques é indios de aquel pueblo, y que no hubiesen miedo, y les mandó volver el oro é paramentos y todo lo demás, é por las gallinas, que ya se habian comido, les mandó dar cuentas é cascabeles, é más dió á cada indio una camisa de Castilla. Por manera que fueron á llamar el señor de aquel pueblo, é otro dia vino el cacique con toda su gente, hijos y mujeres de todos los del pueblo, y andaban entre nosotros como si toda su vida nos hubieran tratado; é mandó Cortés que no se les hiciese enojo ninguno. Aquí en esta isla comenzó Cortés á mandar muy de hecho, y nuestro Señor le daba gracia que do quiera que ponia la mano se le hacia bien especial en pacificar los pueblos y naturales de aquellas partes, como adelante verán. CAPÍTULO XXVI. CÓMO CORTÉS MANDÓ HACER ALARDE DE TODO SU EJÉRCITO, Y DE LO QUE MÁS NOS AVINO. De allí á tres dias que estábamos en Cozumel mandó Cortés hacer alarde para ver qué tantos soldados llevaba, é halló por su cuenta que éramos quinientos y ocho, sin maestres y pilotos é marineros, que serian ciento y nueve, y diez y seis caballos é yeguas, las yeguas todas eran de juego y de carrera, é once navíos grandes y pequeños, con uno que era como bergantin, que traia á cargo un Ginés Nortes, y eran treinta y dos ballesteros y trece escopeteros, que así se llamaban en aquel tiempo, é tiros de bronce é cuatro falconetes, é mucha pólvora é pelotas, y esto desta cuenta de los ballesteros no se me acuerda bien, no hace al caso de la relacion; y hecho el alarde, mandó á Mesa el artillero, que así se llamaba, é á un Bartolomé de Usagre, é Arbenga é á un catalan, que todos eran artilleros, que lo tuviesen muy limpio é aderezado, é los tiros y pelotas muy á punto, juntamente con la pólvora. Puso por capitan de la artillería á un Francisco de Orozco, que habia sido buen soldado en Italia; asimismo mandó á los ballesteros, maestros de aderezar ballestas, que se decian Juan Benitez y Pedro de Guzman el Ballestero, que mirasen que todas las ballestas tuviesen á dos y á tres nueces é otras tantas cuerdas, y que siempre tuviesen cepillo é ingijuela, y tirasen á terrero, y que caballos estuviesen á punto. No sé yo en qué gasto ahora tanta tinta en meter la mano en cosas de apercibimiento de armas y de lo demás; porque Cortés verdaderamente tenia grande vigilancia en todo. CAPÍTULO XXVII. CÓMO CORTÉS SUPO DE DOS ESPAÑOLES QUE ESTABAN EN PODER DE INDIOS EN LA PUNTA DE COTOCHE, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Como Cortés en todo ponia gran diligencia, me mandó llamar á mí é á un vizcaino que se llamaba Martin Ramos, é nos preguntó que qué sentiamos de aquellas palabras que nos hubieron dicho los indios de Campeche cuando venimos con Francisco Hernandez de Córdoba, que decian Castilan, Castilan, segun lo he dicho en el capítulo que dello habla; y nosotros se lo tornamos á contar segun y de la manera que lo habiamos visto é oido, é dijo que ha pensado en ello muchas veces, é que por ventura estarian algunos españoles en aquellas tierras, é dijo: —«Paréceme que será bien preguntar á estos caciques de Cozumel si sabian alguna nueva dellos.» É con Melchorejo, el de la Punta de Cotoche, que entendia ya poca cosa la lengua de Castilla, é sabia muy bien la de Cozumel, se lo preguntó á todos los principales, é todos á una dijeron que habian conocido ciertos españoles, é daban señas dellos, y que en la tierra adentro, andadura de dos soles, estaban, y los tenian por esclavos unos caciques, y que allí en Cozumel habia indios mercaderes que les hablaron pocos dias habia; de lo cual todos nos alegramos con aquellas nuevas. É díjoles Cortés que luego les fuesen á llamar con carta, que en su lengua llaman _amales_, é dió á los caciques y á los indios que fueron con las cartas, camisas, y los halagó, y les dijo que cuando volviesen les darian más cuentas; y el cacique dijo á Cortés que enviase rescate para los amos con quien estaban, que los tenian por esclavos, porque los dejasen venir; y así se hizo, que se les dió á los mensajeros de todo género de cuentas, y luego mandó apercebir dos navíos, los de ménos porte, que el uno era poco mayor que bergantin, y con veinte ballesteros y escopeteros, y por capitan dellos á Diego de Ordás; y mandó que estuviesen en la costa de la Punta de Cotoche, aguardando ocho dias con el navío mayor: y entre tanto que iban y venian con la respuesta de las cartas, con el navío pequeño volviesen á dar la respuesta á Cortés de lo que hacian, porque estaba aquella tierra de la Punta de Cotoche obra de cuatro leguas, y se parece la una tierra desde la otra; y escrita la carta, decia en ella: «Señores y hermanos: Aquí en Cozumel he sabido que estais en poder de un cacique detenidos, y os pido por merced que luego os vengais aquí en Cozumel, que para ello envio un navío con soldados, si los hubiéredes menester, y rescate para dar á esos indios con quien estais y lleva el navío de plazo ocho dias para su aguardar. Veníos con toda brevedad; de mí sereis bien mirados y aprovechados. Yo quedo aquí en esta isla con quinientos soldados y once navíos; en ellos voy mediante Dios, la via de un pueblo que se dice Tabasco ó Potonchan, etc.» Luego se embarcaron en los navíos con las cartas y los dos indios mercaderes de Cozumel que las llevaban, y en tres horas atravesaron el golfete, y echaron en tierra los mensajeros con las cartas y el rescate, y en dos dias las dieron á un español que se decia Jerónimo de Aguilar, que entónces supimos que así se llamaba, y de aquí adelante así le nombraré. Y desque las hubo leido, y recebido el rescate de las cuentas que le enviamos, él se holgó con ello y lo llevó á su amo el Cacique para que le diese licencia; la cual luego la dió para que se fuese adonde quisiese. Caminó el Aguilar adonde estaba su compañero, que se decia Gonzalo Guerrero, que le respondió: —«Hermano Aguilar, yo soy casado, tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitan cuando hay guerras: íos vos con Dios; que yo tengo labrada la cara é horadadas las orejas; ¿qué dirán de mí desque me vean esos españoles ir desta manera? É ya veis estos mis tres hijitos cuán bonitos son. Por vida vuestra que me deis desas cuentas verdes que traeis, para ellos, y diré que mis hermanos me las envian de mi tierra.» É asimismo la india mujer del Gonzalo habló al Aguilar en su lengua muy enojada, y le dijo: —«Mira con qué viene este esclavo á llamar á mi marido: íos vos, y no cureis de más pláticas.» Y el Aguilar tornó á hablar al Gonzalo que mirase que era cristiano, que por una india no se perdiese el ánima; y si por mujer é hijos lo habia, que la llevase consigo si no los queria dejar; y por más que le dijo é amonestó, no quiso venir. Y parece ser aquel Gonzalo Guerrero era hombre de la mar, natural de Pálos. Y desque el Jerónimo de Aguilar vido que no queria venir, se vino luego con los dos indios mensajeros adonde habia estado el navío aguardándole, y desque llegó no le halló; que ya se habia ido, porque ya se habian pasado los ocho dias, é aun uno más que llevó de plazo de Ordás para que aguardase; porque desque vió el Aguilar no venia, se volvió á Cozumel, sin llevar recaudo á lo que habia venido; y desque el Aguilar vió que no estaba allí el navío, quedó muy triste, y se volvió á su amo al pueblo donde ántes solia vivir. Y dejaré esto, é diré cuando Cortés vió venir al Ordás sin recaudo ni nueva de los españoles ni de los indios mensajeros, estaba tan enojado, que dijo con palabras soberbias el Ordás que habia creido que otro mejor recaudo trajera que no venirse así sin los españoles ni nueva dellos; porque ciertamente estaban en aquella tierra. Pues en aquel instante aconteció que unos marineros que se decian los Peñates, naturales de Gibraleon, habian hurtado á un soldado que se decia Berrio ciertos tocinos, y no se los querian dar, y quejóse el Berrio á Cortés; y tomado juramento á los marineros, se perjuraron, y en la pesquisa pareció el hurto; los cuales tocinos estaban repartidos en los siete marineros, é á todos siete los mandó luego azotar; que no aprovecharon ruegos de ningun capitan. Donde lo dejaré, así esto de los marineros como esto del Aguilar, é nos iremos sin él nuestro viaje hasta su tiempo y sazon. Y diré cómo venian muchos indios en romería á aquella isla de Cozumel, los cuales eran naturales de los pueblos comarcanos de la Punta de Cotoche y de otras partes de tierra de Yucatan; porque, segun pareció, habia allí en Cozumel ídolos de muy disformes figuras, y estaban en un adoratorio. En aquellos ídolos tenian por costumbre en aquella tierra por aquel tiempo de sacrificar, y una mañana estaba lleno el patio donde estaban los ídolos, de muchos indios é indias quemando resina, que es como nuestro incienso; y como era cosa nueva para nosotros, paramos á mirar en ello con atencion, y luego se subió encima de un adoratorio un indio viejo con mantas largas, el cual era Sacerdote de aquellos ídolos (que ya he dicho otras veces que Papas los llaman en la Nueva-España) é comenzó á predicalles un rato, é Cortés y todos nosotros miramos en qué paraba aquel negro sermon; é Cortés preguntó á Melchorejo, que entendia muy bien aquella lengua, que qué era aquello que decia aquel indio viejo; é supo que les predicaba cosas malas; é luego mandó llamar al cacique é á todos los principales é al mesmo papa, é como mejor se pudo dárselo á entender con aquella nuestra lengua, y les dijo que si habian de ser nuestros hermanos, que quitasen de aquella casa aquellos sus ídolos, que eran muy malos é les harian errar, y que no eran dioses, sino cosas malas, y que les llevarian al infierno sus almas; y se les dió á entender otras cosas santas é buenas, é que pusiesen una imágen de Nuestra Señora que les dió, é una cruz, y que siempre serian ayudados é tendrian buenas sementeras, é se salvarian sus ánimas, y se les dijo otras cosas acerca de nuestra santa fe, bien dichas. Y el papa con los caciques respondieron que sus antepasados adoraban en aquellos dioses porque eran buenos, é que no se atrevian ellos de hacer otra cosa, é que se los quitásemos nosotros, y que veriamos cuánto mal nos iba dello, porque nos iriamos á perder en la mar; é luego Cortés mandó que los despedazásemos y echásemos á rodar unas gradas abajo, é así se hizo; y luego mandó traer mucha cal, que habia harta en aquel pueblo, é indios albañiles, y se hizo un altar muy limpio, donde pusiésemos la imágen de Nuestra Señora; é mandó á dos de nuestros carpinteros de lo blanco, que se decian Alonso Yañez é Álvaro Lopez, que hiciesen una cruz de unos maderos nuevos que allí estaban; la cual se puso en uno como humilladero que estaba hecho cerca del altar, é dijo Misa el Padre que se decia Juan Diaz, y el papa é cacique y todos los indios estaban mirando con atencion. Llaman en esta isla de Cozumel á los caciques calachionis, como otra vez he dicho en lo de Potonchan. Y dejallos hé aquí, y pasaré adelante, é diré cómo nos embarcamos. CAPÍTULO XXVIII. CÓMO CORTÉS REPARTIÓ LOS NAVÍOS Y SEÑALÓ CAPITANES PARA IR EN ELLOS, Y ASIMISMO SE DIÓ LA INSTRUCCION DE LO QUE HABIAN DE HACER Á LOS PILOTOS, Y LAS SEÑALES DE LOS FAROLES DE NOCHE, Y OTRAS COSAS QUE NOS AVINO. Cortés, que llevaba la capitana; Pedro de Albarado y sus hermanos, un buen navío que se decia San Sebastian; Alonso Hernandez Puertocarrero, otro; Francisco de Montejo, otro buen navío; Cristóbal de Olí, otro; Diego de Ordás, otro; Juan Velazquez de Leon, otro; Juan de Escalante, otro; Francisco de Morla, otro; otro de Escobar, el paje, y el más pequeño, como bergantin, Ginés Nortes, y en cada navío su piloto, y el piloto mayor Anton de Alaminos, y las instrucciones por donde se habian de regir é lo que habian de hacer, y de noche las señales de los faroles; y Cortés se despidió de los caciques é papas, y les encomendó aquella imágen, de nuestra Señora, é á la cruz que la reverenciasen é tuviesen limpio y enramado, y verian cuánto provecho dello les venia; é dijéronle que así lo harian, é trajéronle cuatro gallinas y dos jarros de miel, y se abrazaron; y embarcados que fuimos en ciertos dias del mes de Marzo de 1519 años, dimos velas é con muy buen tiempo íbamos nuestra derrota; é aquel mismo dia á hora de las diez dan desde una nao grandes voces, é capean é tiran un tiro para que todos los navíos que veniamos en conserva lo oyesen; y como Cortés lo oyó é vió, se puso luego en el bordo de la capitana, é vido ir arribando el navío en que venia Juan de Escalante, que se volvia hácia Cozumel; é dijo Cortés á otras naos que venian allí cerca: —«¿Qué es aquello, qué es aquello?» Y un soldado que se decia Zaragoza le respondió que se anegaba el navío de Escalante, que era adonde iba el cazabe. Y Cortés dijo: —«Plegue á Dios no tengamos algun desman.» Y mandó al piloto Alaminos que hiciese señas á todos los navíos que arribasen á Cozumel. Ese mismo dia volvimos al puerto donde salimos, y descargamos el cazabe, y hallamos la imágen de nuestra Señora y la cruz muy limpio é puesto incienso, y dello nos alegramos; é luego vino el Cacique y papas á hablar á Cortés, y le preguntaron que á qué volviamos; é dijo que porque hacia agua un navío, que lo queria adobar, y que les rogaba que con todas sus canoas ayudasen á los bateles á sacar el pan cazabe, y así lo hicieron; y estuvimos en adobar el navío cuatro dias. Y dejemos de más hablar en ello, é diré cómo lo supo el español que estaba en poder de indios, que se decia Aguilar, y lo que más hicimos. CAPÍTULO XXIX. CÓMO EL ESPAÑOL QUE ESTABA EN PODER DE INDIOS, QUE SE LLAMABA JERÓNIMO DE AGUILAR, SUPO CÓMO HABIAMOS ARRIBADO Á COZUMEL, Y SE VINO Á NOSOTROS, Y LO QUE MÁS PASÓ. Cuando tuvo noticia cierta el español que estaba en poder de los indios que habiamos vuelto á Cozumel con los navíos, se alegró en grande manera y dió gracias á Dios, y mucha priesa en se venir él y los indios que llevaron las cartas y rescate á se embarcar en una canoa; y como la pagó bien en cuentas verdes del rescate que le enviamos, luego la halló alquilada con seis indios remeros con ella; y dan tal priesa en remar, que en espacio de poco tiempo pasaron el golfete que hay de una tierra á la otra, que serian cuatro leguas, sin tener contraste de la mar; y llegados á la costa de Cozumel, ya que estaban desembarcando, dijeron á Cortés unos soldados que iban á montería (porque habia en aquella isla puercos de la tierra) que habia venido una canoa grande allí junto del pueblo, y que venia de la Punta de Cotoche; é mandó Cortés á Andrés de Tapia y á otros dos soldados que fuesen á ver qué cosa nueva era venir allí junto á nosotros indios sin temor ninguno con canoas grandes, é luego fueron; y desque los indios que venian en la canoa, que traia alquilados el Aguilar, vieron los españoles, tuvieron temor y se querian tornar á embarcar é hacer á lo largo con la canoa; é Aguilar les dijo en su lengua que no tuviesen miedo, que eran sus hermanos; y el Andrés de Tapia, como los vió que eran indios (porque el Aguilar ni más ni ménos era que indio), luego envió á decir á Cortés con un español que siete indios de Cozumel eran los que allí llegaron en la canoa; y despues que hubieron saltado en tierra, el español, mal mascado y peor pronunciado, dijo: —«Dios y Santa María y Sevilla.» É luego le fué á abrazar el Tapia; é otro soldado de los que habian ido con el Tapia á ver qué cosa era, fué á mucha prisa á demandar albricias á Cortés, como era español el que venia en la canoa, de que todos nos alegramos; y luego se vino el Tapia con el español donde estaba Cortés; é ántes que llegasen donde Cortés estaba, ciertos españoles preguntaban al Tapia qué es del español, aunque iba allí junto con él, porque le tenian por indio propio, porque de suyo era moreno é tresquilado á manera de indio esclavo, é traia un remo al hombro é una cotara vieja calzada y la otra en la cinta, é una manta vieja muy ruin é un braguero peor, con que cubria sus vergüenzas, é traia atado en la manta un bulto, que eran horas muy viejas. Pues desque Cortés lo vió de aquella manera, tambien picó como los demás soldados y preguntó al Tapia que qué era del español. Y el español como lo entendió se puso en cuclillas, como hacen los indios, é dijo: —«Yo soy.» Y luego le mandó dar de vestir camisa é jubon, é zaragüelles, é caperuza, é alpargates, que otros vestidos no habia, y le preguntó de su vida é cómo se llamaba y cuándo vino á aquella tierra. Y él dijo, aunque no bien pronunciado, que se decia Jerónimo de Aguilar y que era natural de Écija, y que tenia órdenes de Evangelio; que habia ocho años que se habia perdido él y otros quince hombres y dos mujeres que iban desde el Darien á la isla de Santo Domingo, cuando hubo unas diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, é dijo que llevaban diez mil pesos de oro y los procesos de unos contra los otros, y que el navío en que iban dió en los alacranes, que no pudo navegar, y que en el batel del mismo navío se metieron él y sus compañeros é dos mujeres, creyendo tomar la isla de Cuba ó á Jamáica, y que las corrientes eran muy grandes, que les echaron en aquella tierra, y que los calachionis de aquella comarca los repartieron entre sí, y que habian sacrificado á los ídolos muchos de sus compañeros, y dellos se habian muerto de dolencia; é las mujeres, que poco tiempo pasado habia que de trabajo tambien se murieron, porque las hacian moler, y que á él que le tenian para sacrificar, é una noche se huyó y se fué á aquel cacique, con quien estaba (ya no se me acuerda el nombre que allí le nombró), y que no habian quedado de todos sino él é un Gonzalo Guerrero, é dijo que le fué á llamar é no quiso venir. Y desque Cortés le oyó dió muchas gracias á Dios por todo, y le dijo que, mediante Dios, que dél seria bien mirado y gratificado. Y le preguntó por la tierra é pueblos, y el Aguilar dijo que, como le tenian por esclavo, que no sabia sino traer leña é agua y cavar en los maices; que no habia salido sino hasta cuatro leguas que le llevaron con una carga, y que no la pudo llevar é cayó malo dello, y que ha entendido que hay muchos pueblos. Y luego le preguntó por el Gonzalo Guerrero, é dijo que estaba casado y tenia tres hijos, y que tenia labrada la cara é horadadas las orejas y el bezo de abajo, y que era hombre de la mar, natural de Pálos, y que los indios le tienen por esforzado; y que habia poco más de un año que cuando vinieron á la Punta de Cotoche una capitanía con tres navíos (parece ser que fueron cuando venimos los de Francisco Hernandez de Córdoba), que él fué inventor que nos diesen la guerra que nos dieron, y que vino él allí por capitan, juntamente con un cacique de un gran pueblo, segun ya he dicho en lo de Francisco Hernandez de Córdoba. É cuando Cortés lo oyó dijo: —«En verdad que le querria haber á las manos, porque jamás será bueno dejársele.» É diré cómo los caciques de Cozumel cuando vieron al Aguilar que hablaba su lengua, le daban muy bien de comer, y el Aguilar los aconsejaba que siempre tuviesen devocion y reverencia á la santa imágen de nuestra Señora y á la cruz, que conocieran que por ello les vendria mucho bien; é los caciques, por consejo de Aguilar, demandaron una carta de favor á Cortés, para que si viniesen á aquel puerto otros españoles, que fuesen bien tratados é no les hiciesen agravios; la cual carta luego se la dió; y despues de despedidos con muchos halagos é ofrecimientos, nos hicimos á la vela para el rio de Grijalva, y desta manera que he dicho se hubo Aguilar, y no de otra, como lo escribe el coronista Gómora; é no me maravillo, pues lo que dice es por nuevas. Y volvamos á nuestra relacion. CAPÍTULO XXX. CÓMO NOS TORNAMOS Á EMBARCAR Y NOS HICIMOS Á LA VELA PARA EL RIO DE GRIJALVA, Y LO QUE NOS AVINO EN EL VIAJE. En 4 dias del mes de Marzo de 1519 años, habiendo tan buen suceso en llevar tan buena lengua y fiel, mandó Cortés que nos embarcásemos segun y de la manera que habiamos venido ántes que arribásemos á Cozumel, é con las mismas instrucciones y señas de los faroles para de noche. Yendo navegando con buen tiempo, revuelve un tiempo, ya que queria anochecer, tan recio y contrario, que echó cada navío por su parte, con harto riesgo de dar en tierra; y quiso Dios que á media noche aflojó, y desque amaneció luego se volvieron á juntar todos los navíos, excepto uno en que iba Juan Velazquez de Leon; é íbamos nuestro viaje sin saber dél hasta medio dia, de lo cual llevábamos pena, creyendo fuese perdido en unos bajos, y desque se pasaba el dia é no parecia, dijo Cortés al piloto Alaminos que no era ir bien más adelante sin saber dél, y el piloto hizo señas á todos los navíos que estuviesen al reparo, aguardando si por ventura le echó el tiempo en alguna ensenada, donde no podia salir por ser el tiempo contrario; é como vió que no venia, dijo el piloto á Cortés: —«Señor, tengo por cierto que se metió en uno como puerto ó bahía que queda atrás, y que el viento no le deja salir, porque el piloto que llevaba es el que vino con Francisco Hernandez de Córdoba é volvió con Grijalva, que se decia Juan Álvarez el Manquillo, é sabe aquel puerto.» Y luego fue acordado de volver á buscarle con toda la armada, y en aquella bahía donde habia dicho el piloto lo hallamos anclado, de que todos hubimos placer; y estuvimos allí un dia, y echamos dos bateles en el agua, é saltó en tierra el piloto é un capitan que se decia Francisco de Lugo; é habia por allí unas estancias donde habia maizales é hacian sal, y tenian cuatros cues, que son casas de ídolos, y en ellos muchas figuras, é todas las más de mujeres, y eran altas de cuerpo y se puso nombre á aquella tierra la Punta de las Mujeres. Acuérdome que decia el Aguilar que cerca de aquellas estancias estaba el pueblo donde era esclavo, y que allí vino cargado, que le trujo su amo, é cayó malo de traer la carga; y que tambien estaba no muy léjos el pueblo donde estaba Gonzalo Guerrero, y que todos tenian oro, aunque era poco, y que si queria, que él guiaria, y que fuésemos allá; é Cortés le dijo riendo que no venia para tan pocas cosas, sino para servir á Dios é al Rey. É luego mandó Cortés á un capitan que se decia Escobar que fuese en el navío de que era capitan, que era muy velero y demandaba poca agua, hasta Boca de Términos, é mirase muy bien qué tierra era, é si era buen puerto para poblar, é si habia mucha caza, como le habian informado; y esto que le mandó fué por consejo del piloto, porque cuando por allí pasásemos con todos los navíos no nos detener en entrar en él; y que despues de visto, que pusiese una señal y quebrase árboles en la boca del puerto, ó escribiese una carta é la pusiese donde la viésemos de una parte y de otra del puerto para que conociésemos que habia entrado dentro, ó que aguardase en la mar á la armada barloventeando despues que lo hubiese visto. Y luego el Escobar partió é fué á Puerto de Términos (que así se llama), é hizo todo lo que le fué mandado, é halló la lebrela que se hubo quedado cuando lo de Grijalva, y estaba gorda é lucia; é dijo el Escobar que cuando la lebrela vió el navío que estaba en el puerto, que estaba halagando con la cola é haciendo otras señas de halagos, y se vino luego á los soldados, y se metió con ellos en la nao; y esto hecho, se salió luego el Escobar del puerto á la mar, y estaba esperando el armada, é parece ser, con viento Sur que le dió, no pudo esperar al reparo y metióse mucho en la mar. Volvamos á nuestra armada, que quedábamos en la Punta de las Mujeres, que otro dia de mañana salimos con buen tiempo terral y llegamos en Boca de Términos, y no hallamos á Escobar. Mandó Cortés que sacasen el batel y con diez ballesteros le fuesen á buscar en la Boca de Términos ó á ver si habia señal ó carta; y luego se halló árboles cortados é una carta que en ella decia cómo era muy buen puerto y buena tierra y de mucha caza, é lo de la lebrela; é dijo el piloto Alaminos á Cortés que fuésemos nuestra derrota, porque con el viento Sur se debia haber metido en la mar, y que no podria ir muy léjos, porque habia de navegar á orza. Y puesto que Cortés sintió pena no le hubiese acaecido algun desman, mandó meter velas, y luego le alcanzamos, y dió el Escobar sus descargos á Cortés y la causa porque no pudo aguardar. Estando en esto llegamos en el paraje de Potonchan, y Cortés mandó al piloto que surgiésemos en aquella ensenada; y el piloto respondió que era mal puerto, porque habian de estar los navíos surtos más de dos leguas léjos de tierra, que mengua mucho la mar; porque tenia pensamiento Cortés de dalles una buena mano por el desbarate de lo de Francisco Hernandez de Córdoba é Grijalva, y muchos de los soldados que nos habiamos hallado en aquellas batallas se lo suplicamos que entrase dentro, é no quedasen sin buen castigo, aunque se detuviesen allí dos ó tres dias. El piloto Alaminos con otros pilotos porfiaron que si allí entrábamos que en ocho dias no podriamos salir, por el tiempo contrario, y que ahora llevábamos buen viento y que en dos dias llegariamos á Tabasco; é así, pasamos de largo, y en tres dias que navegamos llegamos al rio de Grijalva; é lo que allí nos acaeció y las guerras que nos dieron diré adelante. CAPÍTULO XXXI. CÓMO LLEGAMOS AL RIO DE GRIJALVA, QUE EN LENGUA DE INDIOS LLAMAN TABASCO, Y DE LO QUE MÁS CON ELLOS PASAMOS. En 12 dias del mes de Marzo de 1519 años llegamos con toda la armada al rio Grijalva, que se dice de Tabasco; y como sabiamos ya de cuando lo de Grijalva que en aquel puerto é rio no podian entrar navíos de mucho porte, surgieron en la mar los mayores, y con los pequeños é los bateles fuimos todos los soldados á desembarcar á la Punta de los Palmares (como cuando con Grijalva), que estaba del pueblo de Tabasco otra media legua, y andaban por el rio, en la ribera, entre unos manglares todo lleno de indios guerreros; de lo cual nos maravillamos los que habiamos venido con Grijalva; y demás desto, estaban juntos en el pueblo más de doce mil guerreros aparejados para darnos guerra, porque en aquella sazon aquel pueblo era de mucho trato y estaban sujetos á él otros grandes pueblos, y todos los tenian apercebidos con todo género de armas segun las usaban. Y la causa dello fué porque los de Potonchan é los de Lázaro y otros pueblos comarcanos los tuvieron por cobardes, y se lo dieron en rostro, por causa que dieron á Grijalva las joyas de oro que ántes he dicho en el capítulo que dello habla, y que de medrosos no nos osaron dar guerra, pues eran más pueblos y tenian más guerreros que no ellos; y esto les decian por afrentarlos; y que en sus pueblos nos habian dado guerra y muerto cincuenta y seis hombres. Por manera que con aquellas palabras que les habian dicho se determinaron de tomar armas; y cuando Cortés los vió puestos de aquella manera dijo á Aguilar, la lengua, que entendia bien la de Tabasco, que dijese á unos indios que parecian principales, que pasaban en una gran canoa cerca de nosotros, que para qué andaban tan alborotados, que no les veniamos á hacer ningun mal, sino á decilles que les queremos dar de lo que traemos, como á hermanos; y que les rogaba que mirasen no comenzasen la guerra, porque les pesaria dello, y les dijo otras muchas cosas acerca de la paz; é miéntras más les decia el Aguilar, más bravos se mostraban, y decian que nos matarian á todos si entrábamos en su pueblo, porque le tenian muy fortalecido todo á la redonda de árboles muy gruesos, de cercas é albarradas. Aguilar les tornó á hablar y requerir con la paz, y que nos dejasen tomar agua é comprar de comer á trueco de nuestro rescate, é tambien decir á los calachionis cosas que sean de su provecho y servicio de Dios nuestro Señor, y todavía ellos á porfiar que no pasásemos de aquellos palmares adelante; si no, que nos matarian. Y cuando aquello vió Cortés mandó apercebir los bateles é navíos menores, é mandó poner en cada un batel tres tiros, y repartió en ellos los ballesteros y escopeteros; y teniamos memoria cuando lo de Grijalva, que iba un camino angosto desde los palmares al pueblo por unos arroyos é ciénegas. Cortés mandó á tres soldados que aquella noche mirasen bien si iban á las casas, y que no se detuviesen mucho en traer la respuesta; y los que fueron vieron que se iban; é visto todo esto, y despues de bien mirado, se nos pasó aquel dia dando órden en cómo y de qué manera habiamos de ir en los bateles; é otro dia por la mañana, despues de haber oido Misa y todas nuestras armas muy á punto, mandó Cortés á Alonso de Ávila, que era capitan, que con cien soldados, y entre ellos diez ballesteros, fuese por el caminillo, el que he dicho que iba al pueblo; y que de que oyese los tiros, él por una parte é nosotros por otra diésemos en el pueblo; é Cortés y todos los más soldados é capitanes fuimos en los bateles y navíos de ménos porte por el rio arriba; y cuando los indios guerreros que estaban en la costa y entre los manglares vieron que de hecho íbamos, vienen sobre nosotros con tantas canoas al puerto adonde habiamos de desembarcar, para defendernos que no saltásemos en tierra, que en toda la costa habia sino indios de guerra con todo género de armas que entre ellos se usan, tañendo trompetillas y caracoles é atabalejos; é como Cortés así vió la cosa, mandó que nos detuviésemos un poco y que no soltásemos tiros ni escopetas ni ballestas; é como todas las cosas queria llevar muy justificadamente, les hizo otro requerimiento delante de un escribano del Rey, que allí con nosotros iba, que se decia Diego de Godoy, é por la lengua de Aguilar, para que nos dejasen saltar en tierra, é tomar agua y hablalles cosas de Dios nuestro Señor y de su majestad; y que si guerra nos daban, que si por defendernos algunas muertes hubiese ó otros cualesquier daños, fuesen á su culpa y cargo, é no á la nuestra; y ellos todavía haciendo muchos fieros y que no saltásemos en tierra; si no que nos matarian. Luego comenzaron muy valientemente á nos flechar é hacer sus señas con sus atambores para que todos sus escuadrones apechugasen con nosotros, é como esforzados hombres vinieron é nos cercaron con las canoas con tan grandes rociadas de flechas, que nos hirieron é hicieron detener en el agua hasta la cinta y en otras partes más arriba; y como habia allí en aquel desembarcadero mucha lama y ciénago, no podiamos tan presto salir della; é cargaron sobre nosotros tantos indios, que con lanzas á manteniente y otros á flecharnos hacian que no tomásemos tierra tan presto como quisiéramos, é tambien porque en aquella lama estaba Cortés peleando y se le quedó un alpargata en el cieno, que no lo pudo sacar, y descalzo el un pié salió á tierra. Estuvimos en aquella sazon en grande aprieto, hasta que, (como digo) salió á tierra, y todos nosotros; é luego con gran osadía, nombrando al Sr. Santiago é arremetiendo á ellos, les hicimos retraer, y aunque no muy léjos, por causa de las grandes albarradas y cercas que tenian hechas de maderos gruesos, adonde se amparaban, hasta que se las deshicimos, é tuvimos lugar por unos portillos de entrar en el pueblo y pelear con ellos, y los llevamos por una calle adelante adonde tenian hechas otras albarradas y fuerzas, é allí tornaron á reparar y hacer cara, y pelearon muy valientemente, con grande esfuerzo y dando voces é silbos, diciendo: —«Ala, lala, al calachoni, al calachoni;» que en su lengua quiere decir que matasen á nuestro capitan. Estando desta manera envueltos con ellos, vino Alonso de Ávila con sus soldados, que habia ido por tierra desde los Palmares, como dicho tengo, que pareció ser no acertó á venir más presto por causa de unas ciénegas y esteros que pasó; y su tardanza fué bien menester, segun habiamos estado detenidos en los requerimientos y deshacer portillos en las albarradas para pelear; así que todos juntos los tornamos á echar de las fuerzas donde estaban y los llevamos retrayendo; y ciertamente que como buenos guerreros iban tirando grandes rociadas de flechas y varas tostadas, y nunca volvieron de hecho las espaldas hasta un gran patio donde estaban unos aposentos y salas grandes, y tenian tres casas de ídolos, é ya habian llevado todo cuanto hato habia en aquel patio. Mandó Cortés que reparásemos y que no fuésemos más en su seguimiento del alcance, pues iban huyendo; é allí tomó Cortés posesion de aquella tierra por su majestad, y él en su Real nombre. Y fué desta manera, que desenvainada su espada, dió tres cuchilladas, en señal de posesion, en un árbol grande, que se dice ceiba, que estaba en la plaza de aquel gran patio, é dijo que si habia alguna persona que se lo contradijese que él se lo defenderia con su espada y una rodela que tenia embrazada; y todos los soldados que presentes nos hallamos cuando aquello pasó, dijimos que era bien tomar aquella Real posesion en nombre de su majestad, y que nosotros seriamos en ayudalle si alguna persona otra cosa dijere, é por ante un escribano del Rey se hizo aquel auto. Sobre esta posesion, la parte de Diego Velazquez tuvo que remormurar della. Acuérdome que en aquellas reñidas guerras que nos dieron de aquella vez hirieron á catorce soldados, é á mí me dieron un flechazo en el muslo, mas poca la herida, y quedaron tendidos y muertos diez y ocho indios en el agua y en tierra donde desembarcamos; é allí dormimos aquella noche con grandes velas y escuchas. Y dejallo he, por contar lo que más pasamos. CAPÍTULO XXXII. CÓMO MANDÓ CORTÉS Á TODOS LOS CAPITANES QUE FUESEN CON CADA CIEN SOLDADOS Á VER LA TIERRA Á DENTRO, Y LO QUE SOBRE ELLO NOS ACAECIÓ. Otro dia de mañana mandó Cortés á Pedro de Albarado que saliese por capitan con cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y escopeteros, y que fuese á ver la tierra adentro hasta andadura de dos leguas, y que llevase en su compañía á Melchorejo, la lengua de la Punta de Cotoche; y cuando le fueron á llamar al Melchorejo, no le hallaron, que se habia ya huido con los de aquel pueblo de Tabasco; porque, segun parecia, el dia ántes en las Puntas de los Palmares dejó colgados sus vestidos que tenia de Castilla, y se fué de noche en una canoa; y Cortés sintió enojo con su ida, porque no dijese á los indios sus naturales algunas cosas que no trujesen provecho. Dejémosle huido con la mala ventura, y volvamos á nuestro cuento: que asimismo mandó Cortés que fuese otro capitan que se decia Francisco de Lugo por otra parte con otros cien soldados y doce ballesteros y escopeteros, y que no pasase de otras dos leguas, y que volviese en la noche á dormir al real; y yendo que iba el Francisco de Lugo con su compañía obra de una legua de nuestro real, se encontró con grandes capitanes y escuadrones de indios, todos flecheros, y con lanzas y rodelas, y atambores y penachos, y se vienen derechos á la capitanía de nuestros soldados, y les cercan por todas partes, y les comienzan á flechar de arte, que no se podian sustentar con tanta multitud de indios, y les tiraban muchas varas tostadas y piedras con hondas, que como granizo caian sobre ellos, y con espadas de navajas de dos manos; y por bien que peleaba el Francisco de Lugo y sus soldados, no los podia apartar de sí; y cuando aquesto vió, con gran concierto se venia ya retrayendo al real é habia enviado adelante un indio de Cuba muy gran corredor é suelto, á dar mandado á Cortés para que le fuésemos á ayudar; é todavía el Francisco de Lugo, con gran concierto de sus ballesteros y escopeteros, unos armados é otros tirando, y algunas arremetidas que hacian, se sostenian con todos los escuadrones que sobre él estaban. Dejémosle de la manera que he dicho, é con gran peligro, é volvamos al capitan Pedro de Albarado, que pareció ser habia andado más de una legua, y topó con un estero muy malo de pasar, é quiso Dios nuestro Señor encaminallo que volviese por otro camino hácia donde estaba el Francisco de Lugo peleando, como dicho tengo; y como oyó las escopetas que tiraban y el gran ruido de atambores y trompetillas, y voces é silbos de los indios, bien entendió que estaban revueltos en guerra, y con mucha presteza é con gran concierto acudió á las voces é tiros, é halló al capitan Francisco de Lugo con su gente haciendo rostro y peleando con los contrarios, é cinco indios muertos; y luego que se juntaron con el Lugo, dan tras los indios, que los hicieron apartar, y no de manera que los pudiesen poner en huida, que todavía los fueron siguiendo los indios á los nuestros hasta el real; é asimismo nos habian acometido y venido á dar guerra otras capitanías de guerreros adonde estaba Cortés con los heridos; mas muy presto los hicimos retraer con los tiros que llevaban muchos dellos, y á buenas cuchilladas y estocadas. Volvamos á decir algo atrás, que cuando Cortés oyó al indio de Cuba que venia á demandar socorro, y del arte que quedaba Francisco de Lugo, de presto les íbamos á ayudar, y nosotros que íbamos y los dos capitanes por mí nombrados, que llegaban con sus gentes obra de media legua del real, y murieron dos soldados de la capitanía de Francisco de Lugo, y ocho heridos, y de los de Pedro de Albarado le hirieron tres, y cuando llegaron al real se curaron, y enterramos los muertos, é hubo buena vela y escuchas; y en aquellas escaramuzas matamos quince indios y se prendieron tres, y el uno parecia algo principal; y el Aguilar, nuestra lengua, les preguntaba que por qué eran locos é salian á dar guerra. Luego se envió un indio dellos con cuentas verdes para dar á los caciques porque viniesen de paz; é aquel mensajero dijo que el indio Melchorejo, que traiamos con nosotros de la Punta de Cotoche, se fué á ellos la noche ántes, les aconsejó que nos diesen guerra de dia y de noche, que nos vencerian, porque éramos muy pocos; de manera que traiamos con nosotros muy mala ayuda y nuestro contrario. Y aquel indio que enviamos por mensajero fué, y nunca volvió con la respuesta; y de los otros dos indios que estaban presos supo Aguilar, la lengua, por muy cierto, que para otro dia estaban juntos cuantos caciques habia en aquella provincia, con todas sus armas, segun las suelen usar, aparejados para nos dar guerra, y que nos habian de venir otro dia á cercar en el real, y que el Melchorejo se lo aconsejó. Y dejallos hé aquí, é diré lo que sobre ello hicimos. CAPÍTULO XXXIII. CÓMO CORTÉS MANDÓ QUE PARA OTRO DIA NOS APAREJÁSEMOS TODOS PARA IR EN BUSCA DE LOS ESCUADRONES GUERREROS, Y MANDÓ SACAR LOS CABALLOS DE LOS NAVÍOS, Y LO QUE MÁS NOS AVINO EN LA BATALLA QUE CON ELLOS TUVIMOS. Luego Cortés supo que muy ciertamente nos venian á dar guerra, y mandó que con brevedad sacasen todos los caballos de los navíos en tierra, y que escopetas y ballesteros é todos los soldados estuviésemos muy á punto con nuestras armas, é aunque estuviésemos heridos; y cuando hubieron sacado los caballos en tierra, estaban muy torpes y temerosos en el correr, como habia muchos dias que estaban en los navíos, y otro dia estuvieron sueltos. Una cosa acaeció en aquella sazon á seis ó siete soldados, mancebos y bien dispuestos, que les dió mal en los riñones, que no se pudieron tener poco ni mucho en sus piés si no los llevaban á cuestas: no supimos de qué; decian que de ser regalados en Cuba, y que con el peso y calor de las armas que les dió aquel mal. Luego Cortés los mandó llevar á los navíos, no quedasen en tierra, y apercibió á los caballeros que habian de ir los mejores jinetes, y caballos que fuesen con pretales de cascabeles, y les mandó que no se parasen á alancear hasta haberlos desbaratado, sino que las lanzas se les pasasen por los rostros; y señaló trece de á caballo, á Cristóbal de Olí, y Pedro de Albarado, é Alonso Hernandez Puertocarrero, é Juan de Escalante, é Francisco de Montejo; é á Alonso de Ávila le dieron un caballo que era de Ortiz el músico y de un Bartolomé García, que ninguno dellos era buen jinete; é Juan Velazquez de Leon, é Francisco de Morla, y Lares el buen jinete (nómbrole así porque habia otro buen jinete y otro Lares), é Gonzalo Dominguez, extremados hombres de á caballo; Moron el del Bayamo y Pedro Gonzalez el de Trujillo; todos estos caballeros señaló Cortés, y él por capitan, é mandó á Mesa el artillero que tuviese á punto su artillería, é mandó á Diego de Ordás que fuese por capitan de todos nosotros, porque no era hombre de á caballo, é tambien fué por capitan de los ballesteros é artilleros. Y otro dia muy de mañana, que fué dia de Nuestra Señora de Marzo, despues de haber oido Misa, puestos todos en ordenanza con nuestro alférez, que entónces era Antonio de Villarroel, marido que fué de una señora que se decia Isabel de Ojeda, que desde allí á tres años se mudó el nombre en Villareal y se llamó Antonio Serrano de Cardona. Tornemos á nuestro propósito: que fuimos por unas habanas grandes, donde habian dado guerra á Francisco de Lugo y á Pedro de Albarado, y llamábase aquella habana é pueblo Cintia, sujeta al mesmo Tabasco, una legua del aposento donde salimos; é nuestro Cortés se apartó un poco espacio ó trecho de nosotros por causa de unas ciénegas que no podian pasar los caballos; é yendo de la manera que he dicho con el Ordás, dimos con todo el poder de escuadrones de indios guerreros que nos venian ya á buscar á los aposentos, é fué donde los encontramos junto al mesmo pueblo de Cintia en un buen llano. Por manera que si aquellos guerreros tenian deseo de nos dar guerra y nos iban á buscar, nosotros los encontramos con el mismo motivo. Y dejallo hé aquí, é diré lo que pasó en la batalla, y bien se puede nombrar batalla, é bien terrible, como adelante verán. CAPÍTULO XXXIV. CÓMO NOS DIERON GUERRA TODOS LOS CACIQUES DE TABASCO Y SUS PROVINCIAS, Y LO QUE SOBRE ELLO SUCEDIÓ. Ya he dicho de la manera é concierto que íbamos, y cómo hallamos todas las capitanías y escuadrones de contrarios que nos iban á buscar, é traian todos grandes penachos, é atambores é trompetillas, é las caras enalmagradas é blancas é prietas, é con grandes arcos y flechas, é lanzas é rodelas, y espadas como montantes de á dos manos, é mucha honda é piedra, é varas tostadas, é cada uno sus armas colchadas de algodon; é así como llegaron á nosotros, como eran grandes escuadrones, que todas las habanas cubrian, se vienen como perros rabiosos é nos cercan por todas partes, é tiran tanta de flecha é vara y piedra, que de la primera arremetida hirieron más de setenta de los nuestros, é con las lanzas pié con pié nos hacian mucho daño, é un soldado murió luego de un flechazo que le dió por el oido, el cual se llamaba Saldaña; é no hacian sino flechar y herir en los nuestros; é nosotros con los tiros y escopetas, é ballestas é grandes estocadas no perdiamos punto de buen pelear; y como conocieron las estocadas y el mal que les haciamos, poco á poco se apartaban de nosotros, mas era para flechar más á su salvo, puesto que Mesa, nuestro artillero, con los tiros mataba muchos dellos, porque eran grandes escuadrones y no se apartaban léjos, y daba en ellos á su placer, y con todos los males y heridas que les haciamos, no los podiamos apartar. Yo dije al capitan Diego de Ordás: —«Paréceme que debemos cerrar y apechugar con ellos; porque verdaderamente sienten bien el cortar de las espadas, y por esta causa se desvian algo de nosotros por temor dellas, y por mejor tirarnos sus flechas y varas tostadas, y tanta piedra como granizo.» Respondió el Ordás que no era buen acuerdo, porque habia para cada uno de nosotros trescientos indios, y que no nos podiamos sostener con tanta multitud, é así estuvimos con ellos sosteniéndonos. Todavía acordamos de nos llegar cuanto pudiésemos á ellos, como se lo habia dicho el Ordás, por dalles mal año de estocadas; y bien lo sintieron, y separaron luego de la parte de una ciénaga; y en todo este tiempo Cortés con los de á caballo no venia, aunque deseábamos en gran manera su ayuda, y temiamos que por ventura no le hubiese acaecido algun desastre. Acuérdome que cuando soltábamos los tiros, que daban los indios grandes silbos é gritos, y echaban tierra y pajas en alto porque no viésemos el daño que les haciamos, é tañian entónces trompetas y trompetillas, silbos y voces, y decian _Ala lala_. Estando en esto, vimos asomar los de á caballo, é como aquellos grandes escuadrones estaban embebecidos dándonos guerra, no miraron tan de pronto de los de á caballo, como venian por las espaldas; y como el campo era llano é los caballeros buenos jinetes, é algunos de los caballos muy revueltos y corredores, danles tan buena mano, é alanceando á su placer, como convenia en aquel tiempo; pues los que estábamos peleando, como los vimos, dimos tanta priesa en ellos, los de á caballo por una parte é nosotros por otra, que de presto volvieron las espaldas. Aquí creyeron los indios que el caballo é caballero era todo un cuerpo, como jamás habian visto caballos hasta entónces; iban aquellas habanas é campos llenos dellos, y se acogieron á unos montes que allí habia. Y despues que los hubimos desbaratado, Cortés nos contó cómo no habia podido venir más presto por causa de una ciénaga, y que estuvo peleando con otros escuadrones de guerreros ántes que á nosotros llegasen, y traia heridos cinco caballeros y ocho caballos. Y despues de apeados debajo de unos árboles que allí estaban, dimos muchas gracias y loores á Dios y á Nuestra Señora su bendita Madre, alzando todos las manos al cielo, porque nos habia dado aquella victoria tan cumplida; y como era dia de Nuestra Señora de Marzo, llamóse una villa que se pobló el tiempo andando, Santa María de la Vitoria, así por ser dia de Nuestra Señora como por la gran vitoria que tuvimos. Aquesta fué pues la primera guerra que tuvimos en compañía de Cortés en la Nueva-España. Y esto pasando, apretamos las heridas á los heridos con paños, que otra cosa no habia, y se curaron los caballos con quemalles las heridas con unto de indio de los muertos, que habia por el campo, y eran más de ochocientos, é todos los más de estocadas, y otros de los tiros y escopetas y ballestas, é muchos estaban medio muertos y tendidos. Pues donde anduvieron los de á caballo habia buen recuerdo dellos muertos é otros quejándose de las heridas. Estuvimos en esta batalla sobre una hora, que no les pudimos hacer perder punto de buenos guerreros, hasta que vinieron los de á caballo, como he dicho; y prendimos cinco indios, é los dos dellos capitanes; y como era tarde y hartos de pelear, é no habiamos comido, nos volvimos al real, y luego enterramos dos soldados que iban heridos por las gargantas é por el oido, y quemamos las heridas á los demás é á los caballos con el unto del indio, y pusimos buenas velas y escuchas, y cenamos y reposamos. Aquí es donde dice Francisco Lopez de Gómora que salió Francisco de Morla en un caballo rucio picado ántes que llegase Cortés con los de á caballo, y que eran los santos Apóstoles señor Santiago ó señor San Pedro. Digo que todas nuestras obras y vitorias son por mano de Nuestro Señor Jesucristo, y que en aquella batalla habia para cada uno de nosotros tantos indios, que á puñados de tierra nos cegaran, salvo que la gran misericordia de Dios en todo nos ayudaba; y pudiera ser que los que dice el Gómora fueran los gloriosos Apóstoles señor Santiago ó señor San Pedro, y yo, como pecador, no fuese digno de verles; lo que yo entónces vi y conocí fué á Francisco de Morla en un caballo castaño, que venia juntamente con Cortés, que me parece que agora que lo estoy escribiendo, se me representa por estos ojos pecadores toda la guerra segun y de la manera que allí pasamos; y ya que yo, como indigno pecador, no merecedor de ver á cualquiera de aquellos gloriosos Apóstoles, allí en nuestra compañía habia sobre cuatrocientos soldados, y Cortés y otros muchos caballeros, y platicárase dello y tomárase por testimonio, y se hubiera hecho una iglesia cuando se pobló la villa, y se nombrara la villa de Santiago de la Vitoria, ú de San Pedro de la Vitoria, como se nombró Santa María de la Vitoria; y si fuera así como lo dice el Gómora, harto malos cristianos fuéramos, enviándonos Nuestro Señor Dios sus Santos Apóstoles, no reconocer la gran merced que nos hacia, y reverenciar cada dia aquella iglesia; y pluguiera á Dios que así fuera como el coronista dice, y hasta que leí su Corónica, nunca entre conquistadores que allí se hallaron tal se oyó. Y dejémoslo aquí, é diré lo que más pasamos. CAPÍTULO XXXV. CÓMO ENVIÓ CORTÉS Á LLAMAR Á TODOS LOS CACIQUES DE AQUELLAS PROVINCIAS, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Ya he dicho cómo prendimos en aquella batalla cinco indios, é los dos dellos capitanes; con los cuales estuvo Aguilar, la lengua, á pláticas, é conoció en lo que le dijeron que serian hombres para enviar por mensajeros; é díjole al capitan Cortés que les soltasen, y que fuesen á hablar á los caciques de aquel pueblo é otros cualesquier; y á aquellos dos indios mensajeros se les dió cuentas verdes é diamantes azules, y les dijo Aguilar muchas palabras bien sabrosas y de halagos, y que les queremos tener por hermanos y que no hubiesen miedo, y que lo pasado de aquella guerra que ellos tenian la culpa, y que llamasen á todos los caciques de todos los pueblos, que les queriamos hablar, y se les amonestó otras muchas cosas bien mansamente para atraellos de paz; y fueron de buena voluntad, é hablaron con los principales é caciques, y les dijeron todo lo que les enviamos á hacer saber sobre la paz. É oida nuestra embajada, fué entre ellos acordado de enviar luego quince indios de los esclavos que entre ellos tenian, y todos tiznadas las caras é las mantas y bragueros que traian muy ruines, y con ellos enviaron gallinas y pescado asado é pan de maíz; y llegados delante de Cortés, los recibió de buena voluntad, é Aguilar, la lengua, les dijo medio enojado que cómo venian de aquella manera puestas las caras; que más venian de guerra que para tratar paces, y que luego fuesen á los caciques y les dijesen que si querian paz, como se la ofrecimos, que viniesen señores á tratar della, como se usa, é no enviasen esclavos. Á aquellos mismos tiznados se les hizo ciertos halagos, y se envió con ellos cuentas azules en señal de paz y para ablandalles los pensamientos. Y luego otro dia vinieron treinta indios principales é con buenas mantas, y trujeron gallinas y pescado, é fruta y pan de maíz, y demandaron licencia á Cortés para quemar y enterrar los cuerpos de los muertos en las batallas pasadas, porque no oliesen mal ó los comiesen tigres ó leones; la cual licencia les dió luego, y ellos se dieron priesa en traer mucha gente para los enterrar y quemar los cuerpos, segun su usanza; y segun Cortés supo dellos, dijeron que les faltaba sobre ochocientos hombres, sin los que estaban heridos; é dijeron que no se podian tener con nosotros en palabras ni paces, porque otro dia habian de venir todos los principales y señores de todos aquellos pueblos, é concertarian las paces. Y como Cortés en todo era muy avisado, nos dijo riendo á los soldados que allí nos hallamos teniéndole compañía: —«¿Sabeis, señores, que me parece que estos indios temerán mucho á los caballos, y deben de pensar que ellos solos hacen la guerra é asimismo las bombardas? He pensado una cosa para que mejor lo crean, que traigan la yegua de Juan Sedeño, que parió el otro dia en el navío, é atalla han aquí adonde yo estoy, é traigan el caballo de Ortiz el músico, que es muy rijoso, y tomará olor de la yegua; é cuando haya tomado olor della, llevarán la yegua y el caballo, cada uno de por sí, en parte que desque vengan los caciques que han de venir, no los oigan relinchar ni los vean hasta que esten delante de mí y estemos hablando.» É así se hizo, segun y de la manera que lo mandó; que trujeron la yegua y el caballo, é tomó olor della en el aposento de Cortés; y demás desto, mandó que cebasen un tiro, el mayor de los que teniamos, con una buena pelota y bien cargado de pólvora. Y estando en esto, que ya era medio dia, vinieron cuarenta indios, todos caciques, con buena manera y mantas ricas á la usanza dellos, saludaron á Cortés y á todos nosotros, y traian de sus inciensos zahumándonos á cuantos allí estábamos, y demandaron perdon de lo pasado, y que de allí adelante serian buenos. Cortés les respondió con Aguilar, nuestra lengua, algo con gravedad, como haciendo del enojado, que ya ellos habian visto cuántas veces les habian requerido con la paz, y que ellos tenian la culpa, y que agora eran merecedores que á ellos é á cuantos quedan en todos sus pueblos matásemos; y porque somos vasallos de un gran Rey y señor que nos envió á estas partes, el cual se dice el emperador D. Cárlos, que manda que á los que estuvieren en su Real servicio que les ayudemos é favorezcamos, y que si ellos fueren buenos, como dicen, que así lo harémos, é si no, que soltará de aquellos tepustles que los maten (al hierro llaman en su lengua _tepustle_), que aun por lo pasado que han hecho en darnos guerra están enojados algunos dellos. Entónces secretamente mandó poner fuego á la bombarda que estaba cebada, y dió tan buen trueno y recio como era menester; iba la pelota zumbando por los montes, que, como en aquel instante era mediodia é hacia calma, llevaba gran ruido, y los caciques se espantaron de la oir; y como no habian visto cosa como aquella, creyeron que era verdad lo que Cortés les dijo, y para asegurarles del miedo, les tornó á decir con Aguilar que ya no hubiesen miedo, que él mandó que no hiciese daño; y en aquel instante trujeron el caballo que habia tomado olor de la yegua, y atándolo no muy léjos de donde estaba Cortés hablando con los caciques; y como á la yegua la habian tenido en el mismo aposento adonde Cortés y los indios estaban hablando, pateaba el caballo, y relinchaba y hacia bramuras, y siempre los ojos mirando á los indios y al aposento donde habia tomado olor de la yegua; é los caciques creyeron que por ellos hacia aquellas bramuras del relinchar y el patear, y estaban espantados. Y cuando Cortés los vió de aquel arte, se levantó de la silla, y se fué para el caballo y le tomó del freno é dijo á Aguilar que hiciese creer á los indios que allí estaban que habia mandado al caballo que no les hiciese mal ninguno; y luego dijo á los dos mozos de espuelas que lo llevasen de allí léjos, que no lo tornasen á ver los caciques. Y estando en esto, vinieron sobre treinta indios de carga, que entre ellos llaman tamenes, que traian la comida de gallinas y pescado asado y otras cosas de frutas, que parece ser se quedaron atrás ó no pudieron venir juntamente con los caciques. Allí hubo muchas pláticas Cortés con aquellos principales, y dijeron que otro dia vendrian todos, é traerian un presente é hablarian en otras cosas; y así, se fueron muy contentos. Donde los dejaré agora hasta otro dia. CAPÍTULO XXXVI. CÓMO VINIERON TODOS LOS CACIQUES É CALACHONIS DEL RIO DE GRIJALVA Y TRAJERON UN PRESENTE, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Otro dia de mañana, que fué á los postreros del mes de Marzo de 1519 años, vinieron muchos caciques y principales de aquel pueblo y otros comarcanos, haciendo mucho acato á todos nosotros, é trajeron un presente de oro, que fueron cuatro diademas, y unas lagartijas, y dos como perrillos, y orejeras, é cinco ánades, y dos figuras de caras de indios, y dos suelas de oro, como de sus cotorras, y otras cosillas de poco valor, que yo no me acuerdo qué tanto valía, y trajeron mantas de las que ellos traian é hacian, que son muy bastas; porque ya habrán oido decir los que tienen noticia de aquella provincia que no las hay en aquella tierra sino de poco valor; y no fué nada este presente en comparacion de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer, que se dijo doña Marina, que así se llamó despues de vuelta cristiana. Y dejaré esta plática, y de hablar della y de las demás mujeres que trujeron, y diré que Cortés recibió aquel presente con alegría, y se apartó con todos los caciques y con Aguilar el intérprete á hablar, y les dijo que por aquello que traian se lo tenia en gracia; mas que una cosa les rogaba, que luego mandasen poblar aquel pueblo con toda su gente, mujeres é hijos; y que dentro de dos dias le queria ver poblado, y que en esto conocerá tener verdadera paz. Y luego los caciques mandaron llamar todos los vecinos, é con sus hijos é mujeres en dos dias se pobló. Y á lo otro que les mandó, que dejasen sus ídolos é sacrificios, respondieron que así lo harian; y les declaramos con Aguilar, lo mejor que Cortés pudo, las cosas tocantes á nuestra santa fe, y cómo éramos cristianos é adorábamos á un solo Dios verdadero, y se les mostró una imágen muy devota de nuestra Señora con su Hijo precioso en los brazos, y se les declaró que aquella santa imágen reverenciábamos porque así se está en el cielo y es Madre de nuestro Señor Dios. Y los caciques dijeron que les parece muy bien aquella gran _Tecleciguata_, y que se la diesen para tener en su pueblo, porque á las grandes señoras en su lengua llaman _tecleciguatas_. Y dijo Cortés que sí daria, y les mandó hacer un buen altar bien labrado; el cual luego le hicieron. Y otro dia de mañana mandó Cortés á dos de nuestros carpinteros de lo blanco, que se decian Alonso Yañez é Álvaro Lopez (ya otra vez por mí memorados), que luego labrasen una cruz bien alta; y despues de haber mandado todo esto, dijo á los caciques qué fué la causa que nos dieron guerra tres veces, requiriéndoles con la paz. Y respondieron que ya habian demandado perdon dello y estaban perdonados, y que el cacique de Champoton, su hermano, se lo aconsejó, y porque no le tuviesen por cobarde, porque se lo reñian y deshonraban, porque no nos dió guerra cuando la otra vez vino otro capitan con cuatro navíos; y segun pareció, decíalo por Juan de Grijalva. Y tambien dijo que el indio que traiamos por lengua, que se nos huyó una noche, se lo aconsejó, que de dia y de noche nos diesen guerra, porque éramos muy pocos. Y luego Cortés les mandó que en todo caso se lo trajesen, é dijeron que como les vió que en la batalla no les fué bien, que se les fué huyendo, y que no sabian dél aunque le han buscado, é supimos que le sacrificaron, pues tan caro les costó sus consejos. Y más les preguntó, que de qué parte traian oro y aquellas joyezuelas. Respondieron que de hácia donde se pone el sol, y decian _Culchúa_ y _Méjico_, y como no sabiamos qué cosa era Méjico ni Culchúa, dejábamoslo pasar por alto; y allí traiamos otra lengua que se decia Francisco, que hubimos cuando lo de Grijalva, ya otra vez por mí nombrado, mas no entendia poco ni mucho la de Tabasco, sino la de Culchúa, que es la mejicana; y medio por señas dijo á Cortés que _Culchúa_ era muy adelante, y nombraba _Méjico_, _Méjico_, y no le entendimos. Y en esto cesó la plática hasta otro dia, que se puso en el altar la santa imágen de nuestra Señora y la cruz, la cual todos adoramos; y dijo Misa el Padre fray Bartolomé de Olmedo, y estaban todos los caciques y principales delante, y púsose nombre á aquel pueblo Santa María de la Vitoria, é así se llama ahora la villa de Tabasco; y el mesmo fraile con nuestra lengua Aguilar predicó á las veinte indias que nos presentaron, muchas buenas cosas de nuestra santa fe, y que no creyesen en los ídolos que de ántes creian, que eran malos y no eran dioses, ni más les sacrificasen, que los traian engañados, é adorasen á Nuestro Señor Jesucristo; é luego se bautizaron, y se puso por nombre doña Marina aquella india y señora que allí nos dieron, y verdaderamente era gran cacica é hija de grandes caciques y señora de vasallos, y bien se le parecia en su persona; lo cual diré adelante cómo y de qué manera fué allí traida; é de las otras mujeres no me acuerdo bien de todos sus nombres, é no hace al caso nombrar algunas, mas estas fueron las primeras cristianas que hubo en la Nueva-España. Y Cortés las repartió á cada capitan la suya, é á esta doña Marina, como era de buen parecer y entremetida é desenvuelta, dió á Alonso Hernandez Puertocarrero, que ya he dicho otra vez que era muy buen caballero, primo del conde de Medellin; y desque fué á Castilla el Puertocarrero, estuvo la doña Marina con Cortés, é della hubo un hijo, que se dijo don Martin Cortés, que el tiempo andando fué comendador de Santiago. En aquel pueblo estuvimos cinco dias, así porque se curaban las heridas como por los que estaban con dolor de riñones, que allí se les quitó; y demás desto, porque Cortés siempre atraia con buenas palabras á los caciques, y les dijo cómo el Emperador nuestro señor, cuyos vasallos somos, tiene á su mandado muchos grandes señores, y que es bien que ellos le dén la obediencia; é que en lo que hubieren menester, así favor de nosotros como otra cualquiera cosa, que se lo hagan saber donde quiera que estuviésemos, que él les vendrá á ayudar. Y todos los caciques le dieron muchas gracias por ello, y allí se otorgaron por vasallos de nuestro grande Emperador. Estos fueron los primeros vasallos que en la Nueva-España dieron la obediencia á su majestad. Y luego Cortés les mandó que para otro dia, que era domingo de Ramos, muy de mañana viniesen al altar que hicimos, con sus hijos y mujeres, para que adorasen la santa imágen de Nuestra Señora y la Cruz; y asimismo les mandó que viniesen seis indios carpinteros, y que fuesen con nuestros carpinteros, y que en el pueblo de Cintia, adonde Dios Nuestro Señor fué servido de darnos aquella victoria de la batalla pasada, por mí referida, que hiciesen una cruz en un árbol grande que allí estaba, que llaman ceiba, é hiciéronla en aquel árbol á efecto que durase mucho, que con la corteza, que suele reverdecer, está siempre la cruz señalada. Hecho esto mandó que aparejasen todas las canoas que tenian, para nos ayudar á embarcar, porque aquel santo dia nos queriamos hacer á la vela, porque en aquella sazon vinieron dos pilotos á decir á Cortés que estaban en gran riesgo los navíos por amor del Norte, que es travesía. Y otro dia muy de mañana vinieron todos los caciques y principales con todas sus mujeres é hijos, y estaban ya en el patio donde teniamos la iglesia y cruz, y muchos ramos cortados para andar en procesion; y desque los caciques vimos juntos, Cortés y todos los capitanes á una con gran devocion anduvimos una muy devota procesion, y el padre de la Merced y Juan Diaz el Clérigo revestidos, y se dijo Misa, y adoramos y besamos la Santa Cruz, y los caciques é indios mirándonos. Y hecha nuestra solemne fiesta segun el tiempo, vinieron los principales é trajeron á Cortés diez gallinas y pescado asado é otras legumbres, é nos despedimos dellos, y siempre Cortés encomendándoles la santa imágen de Nuestra Señora y las santas Cruces, y que las tuviesen muy limpias, y barrida la casa é la iglesia y enramado, y que las reverenciasen, é hallarian salud y buenas sementeras; y despues que era ya tarde nos embarcamos, y á otro dia lúnes por la mañana nos hicimos á la vela, y con buen viaje navegamos é fuimos la via de San Juan de Ulúa, y siempre muy juntos á tierra; é yendo navegando con buen tiempo, deciamos á Cortés los soldados que veniamos con Grijalva, cómo sabiamos aquella derrota: —«Señor, allí queda la Rambla, que en lengua de indios se dice _Aguayaluco_.» Y luego llegamos al paraje de _Tonala_, que se dice San Anton, y se lo señalábamos; más adelante le mostramos el gran rio de _Guazacualco_, é vió las muy altas sierras nevadas, é luego las sierras de San Martin; y más adelante le mostramos la roca partida, que es unos grandes peñascos que entran en la mar, é tiene una señal arriba como á manera de silla; é más adelante le mostramos el rio de Albarado, que es adonde entró Pedro de Albarado cuando lo de Grijalva; y luego vimos el rio de Banderas, que fué donde rescatamos los diez y seis mil pesos, y luego le mostramos la isla Blanca, y tambien le dijimos adónde quedaba la isla Verde; y junto á tierra vió la isla de Sacrificios, donde hallamos los altares cuando lo de Grijalva, y los indios sacrificados, y luego en buena hora llegamos á San Juan de Ulúa juéves de la Cena despues del medio dia. Acuérdome que llegó un caballero que se decia Alonso Hernandez Puertocarrero, é dijo á Cortés: —«Paréceme, señor, que os han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces á esta tierra: Cata Francia, Montesinos Cata Paris la ciudad, Cata las aguas del Duero, Do van á dar á la mar. Yo digo que mireis las tierras ricas, y sabeos bien gobernar.» Luego Cortés bien entendió á qué fin fueron aquellas palabras dichas, y respondió: —«Dénos Dios ventura en armas como al paladin Roldan; que en lo demás, teniendo á vuestra merced y á otros caballeros por señores, bien me sabré entender.» Y dejémoslo, y no pasemos de aquí: esto es lo que pasó; y Cortés entró en el rio de Albarado, como dice Gómora. CAPÍTULO XXXVII. CÓMO DOÑA MARINA ERA CACICA É HIJA DE GRANDES SEÑORES, Y SEÑORA DE PUEBLOS Y VASALLOS, Y DE LA MANERA QUE FUÉ TRAIDA Á TABASCO. Ántes que más meta la mano en lo del gran Montezuma y su gran Méjico y mejicanos, quiero decir lo de doña Marina, cómo desde su niñez fué gran señora de pueblos y vasallos, y es desta manera: que su padre y su madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y tenia otros pueblos sujetos á él, obra de ocho leguas de la villa de Guacaluco, y murió el padre quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo y hubieron un hijo; y segun pareció, querian bien al hijo que habian habido; acordaron entre el padre y la madre de dalle el cargo despues de sus dias, y porque en ello no hubiese estorbo, dieron de noche la niña á unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se habia muerto, y en aquella sazon murió una hija de una india esclava suya, y publicaron que era la heredera, por manera que los de Xicalango la dieron á los de Tabasco, y los de Tabasco á Cortés, y conocí á su madre y á su hermano de madre, hijo de la vieja, que era ya hombre y mandaba juntamente con la madre á su pueblo, porque el marido postrero de la vieja ya era fallecido; y despues de vueltos cristianos, se llamó la vieja Marta y el hijo Lázaro; y esto sélo muy bien, porque en el año 1523, despues de ganado Méjico y otras provincias, y se habia alzado Cristóbal de Olí en las Higueras, fué Cortés allá y pasó por Guacacualco, fuimos con él á aquel viaje toda la mayor parte de los vecinos de aquella villa, como diré en su tiempo y lugar; y como doña Marina en todas las guerras de la Nueva-España, Tlascala y Méjico fué tan excelente mujer y buena lengua, como adelante diré, á esta causa la traia siempre Cortés consigo, y en aquella sazon y viaje se casó con ella un hidalgo que se decia Juan Jaramillo, en un pueblo que se decia Orizava, delante de ciertos testigos, que uno de ellos se decia Aranda, vecino que fué de Tabasco, y aquel contaba el casamiento, y no como lo dice el coronista Gómora; y la doña Marina tenia mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda la Nueva-España. Y estando Cortés en la villa de Guacacualco, envió á llamar á todos los caciques de aquella provincia para hacerles un parlamento acerca de la santa doctrina y sobre su buen tratamiento, y entónces vino la madre de doña Marina y su hermano de madre Lázaro, con otros caciques. Dias habia que me habia dicho la doña Marina que era de aquella provincia y señora de vasallos, y bien lo sabia el capitan Cortés, y Aguilar, la lengua; por manera que vino la madre y su hija y el hermano, y conocieron que claramente era su hija, porque se le parecia mucho. Tuvieron miedo della, que creyeron que los enviaba á llamar para matarlos, y lloraban; y como así los vido llorar la doña Marina, los consoló, y dijo que no hubiesen miedo, que cuando la traspusieron con los de Xicalango que no supieron lo que se hacian, y se lo perdonaba, y les dió muchas joyas de oro y de ropa y que se volviesen á su pueblo, y que Dios le habia hecho mucha merced en quitarla de adorar ídolos agora y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan Jaramillo; que aunque la hiciesen cacica de todas cuantas provincias habia en la Nueva-España, no lo seria; que en más tenia servir á su marido é á Cortés que cuanto en el mundo hay; y todo esto que digo se lo oí muy certificadamente, y se lo juró amen. Y esto me parece que quiere remediar á lo que acaeció con sus hermanos en Egipto á Josef, que vinieron á su poder cuando lo del trigo. Esto es lo que pasó, y no la relacion que dieron al Gómora, y tambien dice otras cosas que dejo por alto. É volviendo á nuestra materia, doña Marina sabia la lengua de Guacacualco, que es la propia de Méjico, y sabia la de Tabasco, como Jerónimo de Aguilar sabia la de Yucatan y Tabasco, que es toda una; entendíanse bien, y el Aguilar lo declaraba en castellano á Cortés; fué gran principio para nuestra conquista; y así se nos hacian las cosas, loado sea Dios, muy prósperamente. He querido declarar esto, porque sin doña Marina no podiamos entender la lengua de Nueva-España y Méjico. Donde lo dejaré é volveré á decir cómo nos desembarcamos en el puerto de San Juan de Ulúa. CAPÍTULO XXXVIII. CÓMO LLEGAMOS CON TODOS LOS NAVÍOS Á SAN JUAN DE ULÚA, Y LO QUE ALLÍ PASAMOS. En Juéves Santo de la Cena del Señor de 1519 años llegamos con toda la armada al puerto de San Juan de Ulúa; y como el piloto Alaminos lo sabia muy bien desde cuando venimos con Juan de Grijalva, luego mandó surgir en parte que los navíos estuviesen seguros del Norte, y pusieron en la nao capitana sus estandartes reales y veletas, y desde obra de media hora que surgimos, vinieron dos canoas muy grandes (que en aquellas partes á las canoas grandes llaman piraguas), y en ellas vinieron muchos indios mejicanos, y como vieron los estandartes y navío grande, conocieron que allí habian de ir á hablar al capitan, y fuéronse derechos al navío, y entran dentro y preguntan quién era el Tlatoan, que en su lengua dicen el señor. Y doña Marina, bien lo entendió, porque sabia muy bien la lengua, se lo mostró. Y los indios hicieron mucho acato á Cortés á su usanza, y le dijeron que fuese bien venido, é que un criado del gran Montezuma, su señor, les enviaba á saber qué hombres éramos é qué buscábamos, é que si algo hubiésemos menester para nosotros y los navíos, que se lo dijésemos, que traerian recaudo para ello. Y nuestro Cortés respondió con las dos lenguas, Aguilar y doña Marina, que se lo tenia en merced; y luego les mandó dar de comer y beber vino, y unas cuentas azules, y cuando hubieron bebido, les dijo que veniamos para vellos y contratar, y que no se les haria enojo ninguno, é que hubiesen por buena nuestra llegada á aquella tierra. Y los mensajeros se volvieron muy contentos á su tierra; y otro dia, que fué Viérnes Santo de la Cruz, desembarcamos, así caballos como artillería, en unos montones de arena, que no habia tierra llana, sino todos arenales, y asestaron los tiros como mejor le pareció al artillero, que se decia Mesa, y hicimos un altar, adonde se dijo luego Misa, é hicieron chozas y enramadas para Cortés y para los capitanes, y entre tres soldados acarreábamos madera é hicimos nuestras chozas, y los caballos se pusieron adonde estuviesen seguros; y en esto se pasó aquel Viérnes Santo. Y otro dia sábado, víspera de Pascua, vinieron muchos indios que envió un principal que era gobernador de Montezuma, que se decia Pitalpitoque, que despues le llamamos Ovandillo, y trujeron hachas y adobaron las chozas del capitan Cortés y los ranchos que más cerca hallaron, y les pusieron mantas grandes encima, por amor del sol, que era cuaresma é hacia muy gran calor, y trujeron gallinas y pan de maíz y ciruelas, que era tiempo dellas, y paréceme que entónces trujeron unas joyas de oro, y todo lo presentaron á Cortés, é dijeron que otro dia habia de venir un gobernador á traer más bastimento. Cortés se lo agradeció mucho y les mandó dar ciertas cosas de rescate, con que fueron muy contentos. Y otro dia, Pascua santa de Resurreccion, vino el gobernador que habian dicho, que se decia Tendile, hombre de negocios, é trujo con él á Pitalpitoque, que tambien era persona entre ellos principal, y traia detrás de sí muchos indios con presentes y gallinas y otras legumbres, y á estos que los traian mandó Tendile que se apartasen un poco á un cabo, y con mucha humildad hizo tres reverencias á Cortés á su usanza, y despues á todos los soldados que más cercanos nos hallamos. Y Cortés les dijo con nuestras lenguas que fuesen bien venidos, y los abrazó, y les mandó que esperasen y que luego les hablaria, y entre tanto mandó hacer un altar lo mejor que en aquel tiempo se pudo hacer, y dijo misa cantada fray Bartolomé de Olmedo, y la beneficiaba el Padre Juan Diaz, y estuvieron á la misa los dos gobernadores y otros principales de los que traian en su compañía; y oido misa, comió Cortés y ciertos capitanes de los nuestros y los dos indios criados del gran Montezuma. Y alzadas las mesas, se apartó Cortés con las dos nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar y con aquellos caciques, y les dijimos cómo éramos cristianos y vasallos del mayor señor que hay en el mundo, que se dice el Emperador don Cárlos, y que tiene por vasallos y criados á muchos grandes señores, y que por su mandado veniamos á aquestas tierras, porque há muchos años que tienen noticia dellas y del gran señor que les manda, y que lo quiere tener por amigo y decille muchas cosas en su Real nombre, y cuando las sepa é haya entendido se holgará dello, y para contratar con él y sus indios y vasallos de buena amistad, y queria saber dónde manda que se vean y se hablen. Y el Tendile le respondió algo soberbio, y le dijo: —«Aún agora has llegado y ya le quieres hablar; recibe agora este presente que te damos en su nombre, y despues me dirás lo que te cumpliere.» Y luego sacó de una petaca, que es como caja, muchas piezas de oro y de buenas labores y ricas, y más de diez cargas de ropa blanca de algodon y de pluma, cosas muy de ver, y otras joyas que ya no me acuerdo, como há muchos años, y tras esto mucha comida, que eran gallinas de la tierra, fruta y pescado asado. Cortés las recibió riendo y con buena gracia, y les dió cuentas de diamantes torcidas y otras cosas de Castilla; y les rogó que mandasen en sus pueblos que viniesen á contratar con nosotros, porque él traia muchas cuentas á trocar á oro, y le dijeron que así lo mandarian. Segun despues supimos, estos Tendile y Pitalpitoque eran gobernadores de unas provincias que se dicen Cotastlan, Tustepeque, Guazpaltepeque, Tlatalteteclo, y de otros pueblos que nuevamente tenian sojuzgados; y luego Cortés mandó traer una silla de caderas con entalladuras muy pintadas y unas piedras margajitas que tienen dentro en sí muchas labores, y envueltas en unos algodones que tenian almizcle porque oliesen bien, y un sartal de diamantes torcido y una gorra de carmesí con una medalla de oro, y en ella figurado á San Jorge, que estaba á caballo con una lanza y parecia que mataba á un dragon: y dijo á Tendile que luego enviase aquella silla en que se asiente el Sr. Montezuma para cuando le vaya á ver y hablar Cortés, y que aquella gorra que la ponga en la cabeza, y que aquellas piedras y todo lo demás le mandó dar el Rey nuestro señor, en señal de amistad, porque sabe que es gran señor, y que mande señalar para qué dia y en qué parte quiere que le vaya á ver. Y el Tendile le recibió y dijo que su señor Montezuma es tan gran señor, que se holgara de conocer á nuestro gran Rey, y que le llevará presto aquel presente y traerá respuesta. Y parece ser que el Tendile traia consigo grandes pintores, que los hay tales en Méjico, y mandó pintar al natural rostro, cuerpo y facciones de Cortés y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas é caballos, y á doña Marina é Aguilar, hasta dos lebreles, é tiros é pelotas, é todo el ejército que traiamos, é lo llevó á su señor. Y luego mandó Cortés á nuestros artilleros que tuviesen muy bien cebadas las bombardas con buen golpe de pólvora para que hiciesen gran trueno cuando las soltasen, y mandó á Pedro de Albarado que él y todos los de á caballo se aparejasen para que aquellos criados de Montezuma los viesen correr, y que llevasen pretales de cascabeles; y tambien Cortés cabalgó y dijo: —«Si en estos medaños de arena pudiéramos correr, bueno fuera; mas ya verán que á pié atollamos en la arena; salgamos á la playa desque sea menguante, y correremos de dos en dos.» É al Pedro de Albarado, que era su yegua alazana, de gran carrera y revuelta, le dió el cargo de todos los de á caballo. Todo lo cual se hizo delante de aquellos dos embajadores, y para que viesen salir los tiros dijo Cortés que les queria tornar á hablar con otros muchos principales, y ponen fuego á las bombardas, y en aquella sazon hacia calma; iban las piedras por los montes retumbando con gran ruido, y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas tan nuevas para ellos, y lo mandaron pintar á sus pintores para que Montezuma lo viese. Y parece ser que un soldado tenia un casco medio dorado, y vióle Tendile, que era más entremetido indio que el otro, y dijo que parecia á unos que ellos tienen que les habian dejado sus antepasados del linaje donde venian, el cual tenian puesta en la cabeza á sus dioses Huichilóbos, que es su ídolo de la guerra, y que su señor Montezuma se holgará de lo ver, y luego se lo dieron; y les dijo Cortés que porque queria saber si el oro de esta tierra es como el que sacan de la nuestra de los rios, que le envien aquel casco lleno de granos para enviarlo á nuestro gran Emperador. Y despues de todo esto, el Tendile se despidió de Cortés y de todos nosotros, y despues de muchos ofrecimientos que les hizo el mismo Cortés, le abrazó y se despidió dél, y dijo el Tendile que él volveria con la respuesta con toda brevedad; é ido, alcanzamos á saber que, despues de ser indios de grandes negocios, fué el más suelto peon que su amo Montezuma tenia; el cual fué en posta y dió relacion de todo á su señor, y le mostró el dibujo que llevaba pintado y el presente que le envió Cortés; y cuando el gran Montezuma le vió quedó admirado, y recibió por otra parte mucho contento, y desque vió el casco y el que tenia su Huichilóbos, tuvo por cierto que éramos del linaje de los que les habian dicho sus antepasados que vendrian á señorear aquesta tierra. Aquí es donde dice el coronista Gómora muchas cosas que no le dieron buena relacion. Dejallo hé aquí, y diré lo que más nos acaesció. CAPÍTULO XXXIX. CÓMO FUÉ TENDILE Á HABLAR Á SU SEÑOR MONTEZUMA Y LLEVAR EL PRESENTE Y LO QUE HICIMOS EN NUESTRO REAL. Desque se fué Tendile con el presente que el capitan Cortés le dió para su señor Montezuma, é habia quedado en nuestro real el otro gobernador que se decia Pitalpitoque, quedó en unas chozas apartadas de nosotros, y allí trajeron indios para que hiciesen pan de su maíz, y gallinas, fruta y pescado, y de aquella proveian á Cortés y á los capitanes que comian con él (que á nosotros los soldados, si no lo mariscábamos é íbamos á pescar, no lo teniamos); y en aquella sazon vinieron muchos indios de los pueblos por mí nombrados, donde eran gobernadores aquellos criados del gran Montezuma, y traian algunos dellos oro y joyas de poco valor y gallinas á trocar por nuestros rescates, que eran cuentas verdes, diamantes y otras cosas, y con aquello nos sustentábamos, porque comunmente todos los soldados traiamos rescate, como teniamos aviso cuando lo de Grijalva que era bueno traer cuentas, y en esto pasaron seis ó siete dias; y estando en esto vino el Tendile una mañana con más de cien indios cargados, y venia con ellos un gran cacique mejicano, y en el rostro, facciones y cuerpo se parecian al capitan Cortés, y adrede lo envió el gran Montezuma; porque, segun dijeron, cuando á Cortés le llevó Tendile dibujada su misma figura, todos los principales que estaban con Montezuma dijeron que un principal que se decia Quintalbor se le parecia á lo propio á Cortés, que así se llamaba aquel gran cacique que venia con Tendile; y como parecia á Cortés, así le llamábamos en el real Cortés allá, Cortés acullá. Volvamos á su venida y lo que hicieron en llegando donde nuestro capitan estaba, y fué que besó la tierra con la mano, y con braseros que traian de barro, y en ellos de su incienso le zahumaron, y á todos los demás soldados que allí cerca nos hallamos; y Cortés les mostró mucho amor y asentólos cabe sí; é aquel principal que venia con aquel presente traia cargo juntamente de hablar con el Tendile (ya he dicho que se decia Quintalbor); y despues de haberle dado el parabien venido á aquella tierra, y otras muchas pláticas que pasaron, mandó sacar el presente que traian encima de unas esteras que llaman petates, y tendidas otras mantas de algodon encima dellas, lo primero que dió fué una rueda de hechura de sol, tan grande como de una carreta, con muchas labores, todo de oro muy fino, gran obra de mirar, que valía, á lo que despues dijeron que le habian pesado, sobre veinte mil pesos de oro, y otra mayor rueda de plata, figurada la luna con muchos resplandores, y otras figuras en ella, y esta era de gran peso, que valía mucho, y trujo el casco lleno de oro en granos crespos como lo sacan de las minas, que valía tres mil pesos. Aquel oro del casco tuvimos en más, por saber cierto que habia buenas minas, que si trujeran treinta mil pesos. Más trajo veinte ánades de oro, de muy prima labor y muy natural, é unos como perros de los que entre ellos tienen, y muchas piezas de oro figuradas de hechuras de tigres y leones y monos, y diez collares hechos de una hechura muy prima, é otros pinjantes, é doce flechas y arco con su cuerda, y dos varas como de justicia, de largo de cinco palmos, y todo esto de oro muy fino y de obra vaciadiza; y luego mandó traer penachos de oro y de ricas plumas verdes y otras de plata, y aventadores de lo mismo, pues venados de oro sacados del vaciadizo; é fueron tantas cosas, que, como há ya tantos años que pasó, no me acuerdo de todo; y luego mandó traer allí sobre treinta cargas de ropa de algodon tan prima y de muchos géneros de labores, y de pluma de muchos colores, que por ser tantos no quiero en ello más meter la pluma, porque no lo sabré escribir. Y despues de haber dado, dijo aquel gran cacique Quintalbor y el Tendile á Cortés que reciba aquello con la gran voluntad que su señor se lo envia, é que lo reparta con los teules que consigo trae; y Cortés con alegría los recibió; y dijeron á Cortés aquellos embajadores que le querian hablar lo que su señor Montezuma le envia á decir. Y lo primero que le dijeron, que se ha holgado que hombres tan esforzados vengan á su tierra, como le han dicho que somos, porque sabia lo de Tabasco; y que deseara mucho ver á nuestro gran Emperador, pues tan gran señor es, pues de tan léjas tierras como venimos tiene noticia dél, é que le enviaria un presente de piedras ricas, é que entretanto que allí en aquel puerto estuviéremos, si en algo nos puede servir que lo hará de buena voluntad; é cuanto á las vistas, que no curasen dellas, que no habia para qué; poniendo muchos inconvenientes. Cortés les tornó á dar las gracias con buen semblante por ello, y con muchos halagos dió á cada gobernador dos camisas de Holanda y diamantes azules y otras cosillas, y les rogó que volviesen por su embajador á Méjico á decir á su señor el gran Montezuma que, pues habiamos pasado tantas mares y veniamos de tan léjas tierras solamente por le ver y hablar de su persona á la suya, que así se volviese, que no lo receberia de buena manera nuestro gran rey y señor, y que adonde quiera que estuviese le quiere ir á ver y hacer lo que mandare. Y los embajadores dijeron que irian y se lo dirian; que las vistas que dice, que entienden que son por demás. Y envió Cortés con aquellos mensajeros á Montezuma de la pobreza que traiamos que era una copa de vidrio de Florencia, labrada y dorada, con muchas arboledas y monterías que estaban en la copa, y tres camisas de Holanda y otras cosas, y les encomendó la respuesta. Fuéronse estos dos gobernadores, y quedó en el real Pitalpitoque, que parece ser lo dieron cargo los demás criados de Montezuma para que trujese la comida de los pueblos más cercanos. Dejallo hé aquí, y diré lo que en nuestro real pasó. CAPÍTULO XL. CÓMO CORTÉS ENVIÓ Á BUSCAR OTRO PUERTO Y ASIENTO PARA POBLAR Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Despachados los mensajeros para Méjico, luego Cortés mandó ir dos navíos á descubrir la costa adelante, y por capitan dellos á Francisco de Montejo, y le mandó que siguiese el viaje que habiamos llevado con Juan de Grijalva, porque el mismo Montejo havia venido en nuestra compañía y del Grijalva, y que procurase buscar puerto seguro y mirase por tierras en que pudiésemos estar, porque bien via que en aquellos arenales no nos podiamos valer de mosquitos y estar tan léjos de poblaciones; y mandó al piloto Alaminos y Juan Álvarez el Manquillo, fuesen por pilotos, porque sabian aquella derrota, y que diez dias navegase costa á costa todo lo que pudiesen; y fueron de la manera que les fué dicho é mandado, y llegaron al paraje del rio Grande, que es cerca de Pánuco, adonde otra vez llegamos cuando lo del capitan Juan de Grijalva, y desde allí adelante no pudieron pasar, por las grandes corrientes. Y viendo aquella mala navegacion, dió la vuelta á San Juan de Ulúa, sin más pasar adelante, ni otra relacion, excepto que doce leguas de allí habian visto un pueblo como fortaleza, el cual pueblo se llamaba Quiahuistlan, y que cerca de aquel pueblo estaba un puerto que le parecia al piloto Alaminos que podrian estar seguros los navíos del norte; púsosele un nombre feo, que es el tal de Bernal, que parecia á otro puerto que hay en España que tenia aquel propio nombre feo; y en estas idas y venidas se pasaron al Montejo diez ó doce dias. Y volveré á decir que el indio Pitalpitoque, que quedaba para traer la comida, aflojó de tal manera, que nunca más trujo cosa ninguna; y teniamos entónces gran falta de mantenimientos, porque ya el cazabe amargaba de mohoso, podrido y sucio de fátulas, y si no íbamos á mariscar no comiamos, y los indios que solian traer oro y gallinas á rescatar, ya no venian tantos como al principio, y estos que acudian, muy recatados y medrosos; y estábamos aguardando á los indios mensajeros que fueron á Méjico por horas. Y estando desta manera, vuelve Tendile con muchos indios, y despues de haber hecho el acato que suelen entre ellos de zahumar á Cortés y á todos nosotros, dió diez cargas de mantas de pluma muy fina y ricas, y cuatro chalchuites, que son unas piedras verdes de muy gran valor, y tenidas en más estima entre ellos, más que nosotros las esmeraldas, y es color verde, y ciertas piezas de oro, que dijeron que valía el oro, sin los chalchuites, tres mil pesos; y entónces vinieron el Tendile y Pitalpitoque, porque el otro gran cacique, que se decia Quintalbor, no volvió más, porque habia adolecido en el camino; y aquellos dos gobernadores se apartaron con Cortés y doña Marina y Aguilar, y le dijeron que su señor Montezuma recibió el presente y que se holgó con él, é que en cuanto á la vista, que no le hablen más sobre ello, y que aquellas ricas piedras de chalchuites que las envia para el gran Emperador, porque son tan ricas, que vale cada una dellas una gran carga de oro, y que en más estima las tenia, y que ya no cure de enviar más mensajeros á Méjico. Y Cortés les dió las gracias con ofrecimientos; y ciertamente que le pesó á Cortés que tan claramente le decian que no podriamos ver al Montezuma, y dijo á ciertos soldados que allí nos hallamos: —«Verdaderamente debe de ser gran señor y rico, y si Dios quisiere, algun dia le hemos de ir á ver.» Y respondimos los soldados: —«Ya querriamos estar envueltos con él.» Dejemos por agora las vistas, y digamos que en aquella sazon era hora del Ave-María, y en el real teniamos una campana, y todos nos arrodillamos delante de una cruz que teniamos puesta en un medaño de arena, el más alto, y delante de aquella cruz deciamos la oracion de la Ave-María; y como Tendile y Pitalpitoque nos vieron así arrodillar, como eran indios muy entremetidos, preguntaron que á qué fin nos humillábamos delante de aquel palo hecho de aquella manera. Y como Cortés lo oyó, y el fraile de la Merced estaba presente, le dijo Cortés al fraile: —«Bien es agora, Padre, que hay buena materia para ello, que les demos á entender con nuestras lenguas las cosas tocantes á nuestra santa fe.» Y entónces se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo, que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor; y despues de declarado cómo somos cristianos é todas las cosas tocantes á nuestra santa fe que se convenian decir, les dijeron que sus ídolos son malos y que no son buenos; que huyen de donde está aquella señal de la cruz, porque en otra de aquella hechura padeció muerte y pasion el Señor del cielo y de la tierra y de todo lo criado, que es el en que nosotros adoramos y creemos, que es nuestro Dios verdadero, que se dice Jesucristo, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano, y que resucitó al tercero dia y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados dél; y se les dijo otras muchas cosas muy perfectamente dichas, y las entendian bien, y respondian cómo ellos lo dirian á su señor Montezuma; y tambien se les declaró que una de las cosas porque nos envió á estas partes nuestro gran Emperador fué para quitar que no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos que hacen, ni se robasen unos á otros, ni adorasen aquellas malditas figuras; y que les ruega que pongan en su ciudad, en los adoratorios donde están los ídolos que ellos tienen por dioses, una cruz como aquella, y pongan una imágen de nuestra Señora, que allí les dió, con su hijo precioso en los brazos, y verán cuánto bien les va y lo que nuestro Dios por ellos hace. Y porque pasaron otros muchos razonamientos, é yo no los sabré escribir tan por extenso, lo dejaré, y traeré á la memoria que como vinieron con Tendile muchos indios esta postrera vez á rescatar piezas de oro, y no de mucho valor, todos los soldados lo rescatábamos; y aquel oro que rescatábamos dábamos á los hombres que traiamos de la mar, que iban á pescar, á trueco de su pescado, para tener de comer; porque de otra manera pasábamos mucha necesidad de hambre, y Cortés se holgaba dello y lo disimulaba, aunque lo veia, y se lo decian muchos criados y amigos de Diego Velazquez, que para qué nos dejaba rescatar. Y lo que sobre ello pasó diré adelante. CAPÍTULO XLI. DE LO QUE SE HIZO SOBRE EL RESCATAR DEL ORO, Y DE OTRAS COSAS QUE EN EL REAL PASARON. Como vieron los amigos de Diego Velazquez, gobernador de Cuba, que algunos soldados rescatábamos oro, dijéronselo á Cortés que para qué lo consentia, y que no lo envió Diego Velazquez para que los soldados llevasen todo el más oro, y que era bien mandar pregonar que no rescatasen más de ahí adelante, sino fuese el mismo Cortés, y lo que hubiesen habido, que lo manifestasen para sacar el real quinto, é que se pusiese una persona que fuese conveniente para cargo de tesorero. Cortés á todo dijo que era bien lo que decian, y que la tal persona nombrasen ellos; y señalaron á un Gonzalo Mejía. Y despues desto hecho, les dijo Cortés, no de buen semblante: —«Mirá, señores, que nuestros compañeros pasan gran trabajo de no tener con qué se sustentar, y por esta causa habiamos de disimular, porque todos comiesen; cuanto más que es una miseria cuanto rescatan, que, mediante Dios, mucho es lo que habemos de haber, porque todas las cosas tienen su haz y envés; ya está pregonado que no rescaten más oro, como habeis querido; veremos de qué comeremos.» Aquí es donde dice el coronista Gómora que lo hacia Cortés porque no creyese Montezuma que nos daba nada por oro; y no le informaron bien, que desde lo de Grijalva en el rio de Banderas lo sabia muy claramente; y demás desto, cuando le enviamos á demandar el casco de oro en granos de las minas, y nos veian rescatar. Pues que, ¡gente mejicana para no entendello! Y dejemos esto pues dice que por informacion lo sabe; y digamos cómo una mañana no amaneció indio ninguno de los que estaban en las chozas, que solian traer de comer, ni los que rescataban, y con ellos Pitalpitoque, que sin hablar palabra se fueron huyendo; y la causa fué, segun despues alcanzamos á saber, que se lo envió á mandar Montezuma, que no aguardasen más pláticas de Cortés ni de los que con él estábamos; porque parece ser cómo el Montezuma era muy devoto de sus ídolos, que se decian Tezcatepuca y Huichilóbos; el uno decian que era dios de la guerra, y el Tezcatepuca el Dios del infierno, y les sacrificaba cada dia muchachos para que le diesen respuesta de lo que habia de hacer de nosotros, porque ya el Montezuma tenia pensamiento que si no nos tornábamos á ir en los navíos, de nos haber todos á las manos para que hiciésemos generacion, y tambien para tener que sacrificar; segun despues supimos, la respuesta que le dieron sus ídolos fué que no curase de oir á Cortés, ni las palabras que le enviaba á decir que tuviese cruz y la imágen de nuestra Señora, que no la trujesen á su ciudad; y por esta causa se fueron sin hablar. Y como vimos tal novedad, creimos que siempre estaban de guerra, y estábamos muy más á punto apercibidos. Y un dia estando yo y otro soldado puestos por espías en unos arenales, vimos venir por la playa cinco indios, y por no hacer alboroto por poca cosa en el real, los dejamos allegar á nosotros, y con alegres rostros nos hicieron reverencia á su usanza, y por señas nos dijeron que los llevásemos al real; y yo dije á mi compañero que se quedase en el puesto, é yo iria con ellos, que en aquella sazon no me pesaban los piés como agora, que soy viejo; y cuando llegaron adonde Cortés estaba, le hicieron grande acato y le dijeron: «Lopelucio, lopelucio;» que quiere decir en la lengua totonaque, señor y gran señor. Y traian unos grandes agujeros en los bezos de abajo, y en ellos unas rodajas de piedras pintadillas de azul, y otros con unas hojas de oro delgadas, y en las orejas muy grandes agujeros, y en ellos puestas otras rodajas de oro y piedras, y muy diferente trage y habla que traian á lo de los mejicanos que solian allí estar en los ranchos con nosotros, que envió el gran Montezuma; y como doña Marina y Aguilar, las lenguas, oyeron aquello de lopelucio, no lo entendieron; dijo la doña Marina en la lengua mejicana que si habia allí entre ellos naeyauatos, que son intérpretes de la lengua mejicana; y respondieron los dos de aquellos cinco que sí, que ellos la entendian y hablarian; y dijeron luego en la lengua mejicana que somos bien venidos, é que su señor les enviaba á saber quién éramos, y que se holgara servir á hombres tan esforzados, porque parece ser ya sabian lo de Tabasco y lo de Potonchan; y más dijeron, que ya hobieran venido á vernos, si no fuera por temor de los de Culúa, que debian estar allí con nosotros; y Culúa entiéndese por mejicanos, que es como si dijésemos cordobeses ó villanos; é que supieron que habia tres dias que se habian ido huyendo á sus tierras; y de plática en plática supo Cortés cómo tenia Montezuma enemigos y contrarios, de lo cual se holgó; y con dádivas y halagos que les hizo, despidió aquellos cinco mensajeros, y les dijo que dijesen á su señor que él los iria á ver muy presto. Aquellos indios llamábamos desde ahí adelante los lopelucios. Y dejallos he agora, y pasemos adelante y digamos que en aquellos arenales donde estábamos habia siempre muchos mosquitos zancudos, como de los chicos que llaman xexenes, y son peores que los grandes, y no podiamos dormir dellos, y no habia bastimentos, y el cazabe se apocaba, y muy mohoso y sucio de las fátulas, y algunos soldados de los que solian tener indios en la isla de Cuba suspirando continuamente, por volverse á sus casas, y en especial los criados y amigos de Diego Velazquez. Y como Cortés así vido la cosa y voluntades, mandó que nos fuésemos al pueblo que habia visto el Montejo y el piloto Alaminos que estaba en fortaleza, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos estarian al abrigo del peñol por mí nombrado. Y como se ponia por la obra para nos ir, todos los amigos, deudos y criados del Diego Velazquez dijeron á Cortés que para qué queria hacer aquel viaje sin bastimentos, é que no tenia posibilidad para pasar más adelante, porque ya se habian muerto en el real de heridas de lo de Tabasco y de dolencias y hambre sobre treinta y cinco soldados, y que la tierra era grande y las poblaciones de mucha gente, é que nos darian guerra un dia que otro, y que seria mejor que nos volviésemos á Cuba á dar cuenta á Diego Velazquez del oro rescatado, pues era cantidad, y de los grandes presentes de Montezuma, que era el sol de oro y la luna de plata y el casco de oro menudo de minas, y de todas las joyas y ropa por mí referidas. Y Cortés les respondió que no era buen consejo volver sin ver; porque hasta entónces que no nos podiamos quejar de la fortuna, é que diésemos gracias á Dios, que en todo nos ayudaba; y que en cuanto á los que se han muerto, que en las guerras y trabajos suele acontecer; y que seria bien saber lo que habia en la tierra, y que entre tanto del maíz que tenian los indios y pueblos cercanos comeriamos, ó mal nos andarian las manos. Y con esta respuesta se sosegó algo la parcialidad del Diego Velazquez, aunque no mucho; que ya habia corrillos dellos y plática en el real sobre la vuelta de Cuba. Y dejallo hé aquí, y diré lo que más avino. CAPÍTULO XLII. CÓMO ALZAMOS Á HERNANDO CORTÉS POR CAPITAN GENERAL Y JUSTICIA MAYOR HASTA QUE SU MAJESTAD EN ELLO MANDASE LO QUE FUESE SERVIDO, Y LO QUE EN ELLO SE HIZO. Ya he dicho que en el real andaban los parientes y amigos del Diego Velazquez perturbando que no pasásemos adelante, y que desde allí de San Juan de Ulúa nos volviésemos á la isla de Cuba. Parece ser que ya Cortés tenia pláticas con Alonso Hernandez Puertocarrero y con Pedro de Albarado, y sus cuatro hermanos, Jorge, Gonzalo, Gomez y Juan, todos Albarados, y con Cristóbal de Olí, Alonso de Ávila, Juan de Escalante, Francisco de Lugo, y conmigo é otros caballeros y capitanes, que le pidiésemos por capitan. El Francisco de Montejo bien lo entendió, y estábase á la mira; y una noche á más de media noche vinieron á mi choza el Alonso Hernandez Puertocarrero y el Juan Escalante y Francisco de Lugo, que éramos algo deudos yo y el Lugo, y de una tierra, y me dijeron: —«Ah señor Bernal Diez del Castillo, salid acá con vuestras armas á rondar, acompañaremos á Cortés, que anda rondando.» Y cuando estuve apartado de la choza me dijeron: —«Mirad, señor, tened secreto de un poco que agora os queremos decir, porque pesa mucho, y no lo entiendan los compañeros que están en vuestro rancho, que son de la parte del Diego Velazquez.» Y lo que platicaron, fué: —«¿Paréceos, señor, bien que Hernando Cortés así nos haya traido engañados á todos, y dió pregones en Cuba que venia á poblar, y ahora hemos sabido que no trae poder para ello, sino para rescatar, y quieren que nos volvamos á Santiago de Cuba con todo el oro que se ha habido, y quedaremos todos perdidos, y tomarse ha el oro el Diego Velazquez, como la otra vez? Mirá, señor, que habeis venido ya tres veces con esta postrera, gastando vuestros haberes, y habeis quedado empeñado, aventurando tantas veces la vida con tantas heridas; hacémoslo, señor, saber, porque no pase esto adelante; y estamos muchos caballeros que sabemos que son amigos de vuestra merced, para que esta tierra se pueble en nombre de S. M., y Hernando Cortés en su Real nombre, y en teniendo que tengamos posibilidad hacello saber en Castilla á nuestro Rey y señor. Y tenga, señor, cuidado de dar el voto para que todos le elijamos por capitan de unánime voluntad, porque es servicio de Dios y de nuestro Rey y Señor.» Yo respondí que la ida de Cuba no era buen acuerdo, y que seria bien que la tierra se poblase, é que eligiésemos á Cortés por general y justicia mayor hasta que su majestad otra cosa mandase. Y andando de soldado en soldado este concierto, alcanzáronlo á saber los deudos y amigos del Diego Velazquez, que eran muchos más que nosotros, y con palabras algo sobradas dijeron á Cortés que para qué andaba con mañas para quedarse en aquesta tierra sin ir á dar cuenta á quien le envió para ser capitan; porque Diego Velazquez no se lo ternia á bien; y que luego nos fuésemos á embarcar, y que no curase de más rodeos y andar en secreto con los soldados, pues no tenia bastimentos ni gente ni posibilidad para que pudiese poblar. Y Cortés respondió sin mostrar enojo, y dijo que le placia, que no iria contra las instrucciones y memorias que traia del señor Diego Velazquez; y mandó luego pregonar que para otro dia todos nos embarcásemos, cada uno en el navío que habia venido; y los que habiamos sido en el concierto le respondimos que no era bien traernos engañados: que en Cuba pregonó que venia á poblar é que viene á rescatar, y que le requeriamos de parte de Dios nuestro Señor y de su majestad que luego poblase, y no hiciese otra cosa, porque era muy gran bien y servicio de Dios y de su majestad; y se le dijeron muchas cosas bien dichas sobre el caso, diciendo que los naturales no nos dejarian desembarcar otra vez como ahora, y que en estar poblada aquesta tierra siempre acudirian de todas las islas soldados para nos ayudar, y que Velazquez nos habia echado á perder con publicar que tenia provisiones de su majestad para poblar, siendo al contrario; é que nosotros queriamos poblar, é que se fuese quien quisiese á Cuba. Por manera que Cortés lo aceptó, y aunque se hacia mucho de rogar, y como dice el refran: «Tú me lo ruegas é yo me lo quiero;» y fué con condicion que le hiciésemos justicia mayor y capitan general; y lo peor de todo que le otorgamos, que le dariamos el quinto del oro de lo que se hubiese, despues de sacado el real quinto, y luego le dimos poderes muy bastantísimos delante de un escribano del Rey, que se decia Diego de Godoy, para todo lo por mí aquí dicho. Y luego ordenamos de hacer y fundar é poblar una villa, que se nombró la villa rica de la Veracruz, porque llegamos juéves de la Cena, y desembarcamos en viérnes santo de la Cruz, é rica por aquel caballero que dije en el capítulo, que se llegó á Cortés y le dijo que mirase las tierras ricas: y que se supiese bien gobernar, é quiso decir que se quedase por capitan general; el cual era el Alonso Hernandez Puertocarrero. Y volvamos á nuestra relacion: que fundada la villa, hicimos alcalde y regidores, y fueron los primeros alcaldes Alonso Hernandez Puertocarrero, Francisco de Montejo, y á este Montejo, porque no estaba muy bien con Cortés, por metelle en los primeros y principal, le mandó nombrar por alcalde; y los regidores dejallos he de escribir, porque no hace al caso que nombre algunos, y diré cómo se puso una picota en la plaza, y fuera de la villa una horca, y señalamos por capitan para las entradas á Pedro de Albarado, y maestre de campo á Cristóbal de Olí, alguacil mayor á Juan de Escalante, y tesorero Gonzalo Mejía, y contador á Alonso de Ávila, y alférez á Hulano Corral, porque el Villareal, que habia sido alférez, no sé qué enojo habia hecho á Cortés sobre una india de Cuba, y se le quitó el cargo; y alguacil del Real á Ochoa, vizcaino, y á un Alonso Romero. Dirán ahora cómo no nombro en esta relacion al capitan Gonzalo de Sandoval, siendo un capitan tan nombrado, que despues de Cortés, fué la segunda persona, y de quien tanta noticia tuvo el Emperador nuestro señor. Á esto digo que, como era mancebo entónces, no se tuvo tanta cuenta con él y con otros valerosos capitanes; que le vimos florecer en tanta manera, que Cortés y todos los soldados le teniamos en tanta estima como al mismo Cortés, como adelante diré. Y quedarse ha aquí esta relacion; y diré cómo el coronista Gómora dice que por relacion sabe lo que escribe; y esto que aquí digo, pasó así; y en todo lo más que escribe no le dieron buena cuenta de lo que dice. É otra cosa veo, que para que parezca ser verdad lo que en ello escribe, todo lo que en el caso pone es muy al revés, por más buena retórica que en el escribir ponga. Y dejallo he, y diré lo que la parcialidad del Diego Velazquez hizo sobre que no fuese por capitan elegido Cortés, y nos volviésemos á la isla de Cuba. CAPÍTULO XLIII. CÓMO LA PARCIALIDAD DE DIEGO VELAZQUEZ PERTURBABA EL PODER QUE HABIAMOS DADO Á CORTÉS, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Y desque la parcialidad de Diego Velazquez vieron que de hecho habiamos elegido á Cortés por capitan general y justicia mayor, y nombrada la villa y alcaldes y regidores, y nombrado capitan á Pedro de Albarado, y alguacil mayor y maestre de campo y todo lo por mí dicho, estaban tan enojados y rabiosos, que comenzaron á armar bandos é chirinolas, y aun palabras muy mal dichas contra Cortés y contra los que le elegimos, é que no era bien hecho sin ser sabidores dello todos los capitanes y soldados que allí venian, y que no le dió tales poderes el Diego Velazquez, sino para rescatar, y harto teniamos los del bando de Cortés, de mirar que no se desvergonzasen más y viniésemos á las armas; y entónces avisó Cortés secretamente á Juan de Escalante que le hiciésemos parecer las instrucciones que traia del Diego Velazquez; por lo cual luego Cortés las sacó del seno y las dió á un escribano del Rey que las leyese, y decia en ellas: «Desque hubiéredes rescatado lo más que pudiéredes, os volveréis;» y venian firmadas del Diego Velazquez, y refrendadas de su secretario Andrés de Duero. Pedimos á Cortés que las mandase encorporar juntamente con el poder que le dimos, y asimismo el pregon que se dió en la isla de Cuba; y esto fué á causa que S. M. supiese en España cómo todo lo que haciamos era en su Real servicio, y no nos levantasen alguna cosa contraria de la verdad; y fué harto buen acuerdo segun en Castilla nos trataba D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, que así se llamaba; lo cual supimos por muy cierto que andaba por nos destruir, y todo por ser mal informado, como adelante diré. Hecho esto, volvieron otra vez los mismos amigos y criados del Diego Velazquez á decir que no estaba bien hecho haberle elegido sin ellos, é que no querian estar debajo de su mandado, sino volverse luego á la isla de Cuba; y Cortés les respondió que él no deternia á ninguno por fuerza, é cualquiera que le viniese á pedir licencia se la daria de buena voluntad, aunque se quedase solo; y con esto los asosegó á algunos de ellos, excepto al Juan de Velazquez de Leon, que era pariente del Diego Velazquez, é á Diego de Ordás, y á Escobar, que llamábamos el Paje porque habia sido criado del Diego Velazquez, y á Pedro Escudero y á otros amigos del Diego Velazquez; y á tanto vino la cosa, que poco ni mucho le querian obedecer, y Cortés con nuestro favor determinó de prender al Juan Velazquez de Leon, y al Diego de Ordás, y á Escobar el Paje, é á Pedro Escudero, y á otros que ya no me acuerdo; y por lo demás mirábamos no hubiese algun ruido, y estuvieron presos con cadenas y velas que les mandaba poner ciertos dias. Y pasaré adelante, y diré cómo fué Pedro de Albarado á entrar en un pueblo cerca de allí. Aquí dice el coronista Gómora en su Historia muy al contrario de lo que pasó, y quien viere su Historia verá ser muy extremado en hablar, é si bien le informaran, él dijera lo que pasaba; mas todo es mentiras. CAPÍTULO XLIV. CÓMO FUÉ ORDENADO DE ENVIAR Á PEDRO DE ALBARADO LA TIERRA ADENTRO Á BUSCAR MAÍZ Y BASTIMENTOS, Y LO QUE MÁS PASÓ. Ya que habiamos hecho y ordenado lo por mí aquí dicho, acordamos que fuese Pedro de Albarado la tierra adentro á unos pueblos que teniamos noticia que estaban cerca, para que viese qué tierra era y para traer maíz é algun bastimento, porque en el real pasábamos mucha necesidad; y llevó cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y seis escopeteros, y eran destos soldados más de la mitad de la parcialidad de Diego Velazquez, y quedamos con Cortés todos los de su bando, por temor no hubiese más ruido ni chirinola y se levantasen contra él, hasta asegurar más la cosa; y desta manera fué el Albarado á unos pueblos pequeños, sujeto de otro pueblo que se decia Costastlan, que era de lengua de Culúa; y este nombre de Culúa es en aquella tierra como si dijesen los romanos hallados; así es toda la lengua de la parcialidad de Méjico y de Montezuma; y á este fin en toda aquesta tierra cuando dijere Culúa son vasallos y sujetos á Méjico, y así se ha de entender. Y llegado Pedro de Albarado á los pueblos, todos estaban despoblados de aquel mismo dia, y halló sacrificados en unos cues hombres y muchachos, y las paredes y altares de sus ídolos con sangre, y los corazones presentados á los ídolos; y tambien hallaron las piedras sobre que los sacrificaban, y los cuchillazos de pedernal con que los abrian por los pechos para les sacar los corazones. Dijo el Pedro de Albarado que habian hallado todos los más de aquellos cuerpos sin brazos y piernas. É que dijeron otros indios que los habian llevado para comer; de lo cual nuestros soldados se admiraron mucho de tan grandes crueldades. Y dejemos de hablar de tanto sacrificio, pues dende allí adelante en cada pueblo no hallábamos otra cosa. Y volvamos á Pedro de Albarado, que aquellos pueblos los halló muy abastecidos de comida y despoblados de aquel dia de indios, que no pudo hallar sino dos indios que le trajeron maíz; y así, hubo de cargar cada soldado de gallinas y de otras legumbres; y volvióse al real sin más daño les hacer, aunque halló bien en que, porque así se lo mandó Cortés, que no fuese como lo de Cozumel; y en el real nos holgamos con aquel poco bastimento que trujo, porque todos los males y trabajos se pasan con el comer. Aquí es donde dice el coronista Gómora que fué Cortés la tierra adentro con cuatrocientos soldados; no le informaron bien, que el primero que fué es el por mí aquí dicho, y no otro. Y tornemos á nuestra plática: que como Cortés en todo ponia gran diligencia, procuró de hacerse amigo con la parcialidad del Diego Velazquez, porque á unos con dádivas del oro que habiamos habido, que quebranta peñas, é otros prometimientos, los atrajo á sí y los sacó de las prisiones, excepto Juan Velazquez de Leon y al Diego de Ordás, que estaban en cadenas en los navíos, y dende á pocos dias tambien los sacó de las prisiones, hizo tan buenos y verdaderos amigos dellos como adelante verán, y toda con el oro, que lo amansa. Y á todas las cosas puestas en este estado, acordamos de nos ir al pueblo que estaba en la fortaleza, ya otra vez por mí memorado, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos se fuesen al peñol y puerto que estaba enfrente de aquel pueblo obra de una legua dél; é yendo costa á costa, acuérdome que se mató un gran pescado que le echó la mar en la costa en seco, y llegamos á un rio donde está poblada ahora la Veracruz, y venia algo hondo, y con unas canoas quebradas lo pasamos, y á nado y en balsas, y de aquella parte del rio estaban unos pueblos sujetos á otro gran pueblo que se decia Cempoal, donde eran naturales los cinco indios de los bezotes de oro que he dicho que vinieron por mensajeros á Cortés, que les llamamos lopelucios en el real, y hallamos las casas de ídolos y sacrificadores, y sangre derramada y enciensos con que zahumaban, y otras cosas de ídolos y de piedras con que sacrificaban, y plumas de papagayos y muchos libros de su papel cosidos á dobleces, como á manera de paños de Castilla, y no hallamos indios ningunos, porque se habian ya huido; que, como no habian visto hombres como nosotros ni caballos, tuvieron temor, y allí aquella noche no hubo qué cenar; caminamos la tierra adentro hácia el poniente, y dejamos la costa, y no sabiamos el camino, y topamos unos buenos prados que llaman habanas, y estaban paciendo unos venados, y corrió Pedro de Albarado con su yegua alazana tras un venado y le dió una lanzada, y herido, se metió por un monte, que no se pudo haber. Y estando en esto, vimos venir doce indios que eran vecinos de aquellas estancias donde habiamos dormido, y venian de hablar á su cacique, y traian gallinas y pan de maíz, y dijeron á Cortés con nuestras lenguas que su señor enviaba aquellas gallinas que comiésemos, y nos rogaba que fuésemos á su pueblo, que estaba de allí, á lo que señalaron, andadura de un dia, porque es un sol; y Cortés les dió las gracias y los halagó, y caminamos adelante y dormimos en otro pueblo pequeño, que tambien tenia hechos muchos sacrificios. Y porque estarán hartos de oir de tantos indios é indias que hallábamos sacrificados en todos los pueblos y caminos que topábamos, pasaré adelante sin tornar á decir de qué manera é qué cosas tenian; y diré cómo nos dieron en aquel pueblezuelo de cenar, y supimos que era por Cempoal el camino para ir al Quiahuistlan, que ya he dicho que estaba en una sierra, y pasaré adelante, y diré cómo entramos en Cempoal. CAPÍTULO XLV. CÓMO ENTRAMOS EN CEMPOAL, QUE EN AQUELLA SAZON ERA MUY BUENA POBLACION, Y LO QUE ALLÍ PASAMOS. Y como dormimos en aquel pueblo donde nos aposentaron los doce indios que he dicho, y despues de bien informados del camino que habiamos de llevar para ir al pueblo que estaba en el peñol, muy de mañana se lo hicimos saber á los caciques de Cempoal cómo íbamos á su pueblo, y que lo tuviesen por bien; y para ello envió Cortés los seis indios por mensajeros, y los otros seis quedaron para que nos guiasen; y mandó Cortés poner en órden los tiros y escopetas y ballesteros, y siempre corredores del campo descubriendo, y los de á caballo y todos los demás muy apercebidos. Y desta manera caminamos hasta que llegamos una legua del pueblo; é ya que estábamos cerca dél, salieron veinte indios principales á nos recibir de parte del Cacique, y trujeron unas piñas rojas de la tierra, muy olorosas, y las dieron á Cortés y á los de á caballo con gran amor, y le dijeron que su señor nos estaba esperando en los aposentos, y por ser hombre muy gordo y pesado no podia venir á nos recebir; y Cortés les dió gracias, y se fueron adelante. É ya que íbamos entrando entre las casas, desque vimos tan gran pueblo, y no habiamos visto otro mayor, nos admiramos mucho dello; y como estaba tan vicioso y hecho un verjel, y tan poblado de hombres y mujeres las calles llenas que nos salian á ver, dábamos muchos loores á Dios, que tales tierras habiamos descubierto; y nuestros corredores del campo, que iban á caballo, parece ser llegaron á la gran plaza y patios donde estaban los aposentos, y de pocos dias, segun pareció, teníanlos muy encalados y relucientes, que lo saben muy bien hacer, y pareció al uno de los de á caballo que era aquello blanco que relucia plata, y vuelve á rienda suelta á decir á Cortés cómo tenian las paredes de plata. Y doña Marina é Aguilar dijeron que seria yeso ó cal, y tuvimos bien que reir de su plata ó frenesí, que siempre despues le deciamos que todo lo blanco le parecia plata. Dejemos de la burla, y digamos cómo llegamos á los aposentos, y el cacique gordo nos salió á recebir junto al patio, que porque era muy gordo así le nombraré, é hizo muy gran reverencia á Cortés y le zahumó, que así lo tenian de costumbre, y Cortés le abrazó, y allí nos aposentaron en unos aposentos harto buenos y grandes, que cabiamos todos, y nos dieron de comer y pusieron unos cestos de ciruelas, que habia muchas, porque era tiempo dellas, y pan de maíz; y como veniamos hambrientos, y no habiamos visto otro tanto bastimento como entónces, pusimos nombre á aquel pueblo Villaviciosa, y otros le nombraron Sevilla. Mandó Cortés que ningun soldado les hiciese enojo ni se apartase de aquella plaza. Y cuando el cacique gordo supo que habiamos comido, le envió á decir á Cortés que le queria ir á ver, é vino con buena copia de indios principales, y todos traian grandes bocetes de oro é ricas mantas; y Cortés tambien los salió al encuentro del aposento, y con grandes caricias y halagos le tornó á abrazar; y luego mandó al cacique gordo que trujesen un presente que tenia aparejado de cosas de joyas de oro y mantas, aunque no fué mucho, sino de poco valor, y le dijo á Cortés: —«Lopelucio, lopelucio, recibe esto de buena voluntad;» é que si más tuviera, que se lo diera. Ya he dicho que en lengua totonaque dijeron señor y gran señor, cuando dicen lopelucio, etc. Y Cortés le dijo con doña Marina é Aguilar que él se lo pagaria en buenas obras, é que lo que hubiese menester, que se lo dijese, que lo haria por ellos; porque somos vasallos de un tan gran señor, que es el Emperador D. Cárlos, que manda muchos reinos y señoríos, y que nos envia para deshacer agravios y castigar á los malos, y mandar que no sacrificasen más ánimas; y se les dió á entender otras muchas cosas tocantes á nuestra santa fe. Y luego como aquello oyó el cacique gordo, dando suspiros, se quejó reciamente del gran Montezuma y de sus gobernadores, diciendo que de poco tiempo acá le habia sojuzgado, y que le habia llevado todas sus joyas de oro, y les tiene tan apremiados, que no osan hacer sino lo que les manda, porque es señor de grandes ciudades, tierras é vasallos y ejércitos de guerra. Y como Cortés entendió que de aquellas quejas que daban al presente no podian entender en ello, les dijo que él haria de manera que fuesen desagraviados; y porque él iba á ver sus acales (que en lengua de indios así llaman á los navíos), é hacer su estada é asiento en el pueblo de Quiahuistlan, que desque allí esté de asiento se verán más de espacio; y el cacique gordo le respondió muy concertadamente. Y otro dia de mañana salimos de Cempoal, y tenia aparejados sobre cuatrocientos indios de carga, que en aquellas partes llaman tamemes, que llevan dos arrobas de peso á cuestas y caminan con ellas cinco leguas; y desque vimos tanto indio para carga nos holgamos, porque de ántes siempre traiamos á cuestas nuestras mochilas los que no traian indios de Cuba, porque no pasaron en la armada sino cinco ó seis, y no tantos como dice el Gómora. Y doña Marina é Aguilar nos dijeron, que en aquestas tierras, que cuando están de paz, sin demandar quien lleve la carga, los caciques son obligados de dar de aquellos tamemes; y desde allí adelante, donde quiera que íbamos demandábamos indios para las cargas. Y despedido Cortés del cacique gordo, otro dia caminamos nuestro camino, y fuimos á dormir á un pueblezuelo cerca de Quiahuistlan, y estaba despoblado, y los de Cempoal trujeron de cenar. Aquí es donde dice el coronista Gómora que estuvo Cortés muchos dias en Cempoal, é que se concertó la rebelion é liga contra Montezuma: no le informaron bien; porque, como he dicho, otro dia por la mañana salimos de allí, y donde se concertó la rebelion y por qué causa adelante lo diré. É quédese así, é digamos cómo entramos en Quiahuistlan. CAPÍTULO XLVI. CÓMO ENTRAMOS EN QUIAHUISTLAN, QUE ERA PUEBLO PUESTO EN FORTALEZA, Y NOS ACOGIERON DE PAZ. Otro dia, á hora de las diez, llegamos en el pueblo fuerte, que se decia Quiahuistlan, que está entre grandes peñascos y muy altas cuestas, y si hubiera resistencia era mala de tomar. É yendo con buen concierto y ordenanza, creyendo que estuviese de guerra, iba el artillería delante, y todos subiamos en aquella fortaleza, de manera que si algo acontecia, hacer lo que éramos obligados. Entónces Alonso de Ávila llevó cargo de capitan; é como era soberbio é de mala condicion, porque un soldado que se decia Hernando Alonso de Villanueva no iba en buena ordenanza, le dió un bote de lanza en un brazo que le mancó, y despues se llamó Hernando Alonso de Villanueva el Manquillo. Dirán que siempre salgo de órden al mejor tiempo por contar cosas viejas. Dejémoslo, y digamos que hasta en la mitad de aquel pueblo no hallamos indio ninguno con quien hablar, de lo cual nos maravillamos, que se habian ido huyendo de miedo aquel propio dia; é cuando nos vieron subir á sus casas, y estando en lo más de la fortaleza en una plaza junto á donde tenian los cues é casas grandes de sus ídolos, vimos estar quince indios con buenas mantas, y cada uno un brasero de brasas, y en ellos de sus inciensos, y vinieron donde Cortés estaba y le zahumaron, y á los soldados que cerca dellos estábamos, y con grandes reverencias le dicen que les perdonen porque no le han salido á recebir, y que fuésemos bien venidos é que reposemos, é que de miedo se habian huido é ausentado hasta ver qué cosas éramos, porque tenian miedo de nosotros y de los caballos, é que aquella noche les mandarian poblar todo el pueblo; y Cortés les mostró mucho amor, y les dijo muchas cosas tocantes á nuestra santa fe, como siempre lo teniamos de costumbre á do quiera que llegábamos, y que éramos vasallos de nuestro gran Emperador D. Cárlos, y les dió unas cuentas verdes é otras cosillas de Castilla; y ellos trujeron luego gallinas y pan de maíz. Y estando en estas pláticas, vinieron luego á decir á Cortés que venia el cacique gordo de Cempoal en andas, y las andas á cuestas de muchos indios principales; y desque llegó el cacique habló con Cortés, juntamente con el cacique y otros principales de aquel pueblo, dando tantas quejas de Montezuma, y contaba de sus grandes poderes, y decíalo con lágrimas y suspiros, que Cortés y los que estábamos presentes tuvimos mancilla; y demás de contar por qué via é modo los habia sujetado, que cada año les demandaban muchos de sus hijos y hijas para sacrificar y otros para servir en sus casas y sementeras, y otras muchas quejas, que fueron tantas, que ya no se me acuerda; y que los recaudadores de Montezuma les tomaban sus mujeres é hijas si eran hermosas, y las forzaban; y que otro tanto hacian en aquellas tierras de la lengua de Totonaque, que eran más de treinta pueblos; y Cortés los consolaba con nuestras lenguas cuanto podia, é que los favoreceria en todo cuanto pudiese, y quitaria aquellos robos y agravios, y que para eso les envió á estas partes el Emperador nuestro señor, é que no tuviesen pena ninguna, que presto verian lo que sobre ello haciamos; y con estas palabras recibieron algun contento, mas no se les aseguraba el corazon con el gran temor que tenian á los mejicanos. Y estando en estas pláticas vinieron unos indios del mismo pueblo á decir á todos los caciques que allí estaban hablando con Cortés, cómo venian cinco mejicanos que eran los recaudadores de Montezuma, é como los vieron se les perdió la color y temblaban de miedo, y dejan solo á Cortés y los salen á recibir, y de presto les enraman una sala y les guisan de comer y les hacen mucho cacao, que es la mejor cosa que entre ellos beben; y cuando entraron en el pueblo los cinco indios vinieron por donde estábamos, porque allí estaban las casas del cacique y nuestros aposentos; y pasaron con tanta contenencia y presuncion, que sin hablar á Cortés ni á ninguno de nosotros se fueron é pasaron delante; y traian ricas mantas labradas, y los bragueros de la misma manera (que entónces bragueros se ponian), y el cabello lucio é alzado, como atado en la cabeza, y cada uno unas rosas oliéndolas, y mosqueadores que les traian otros indios como criados, y cada uno un bordon con un garabato en la mano, y muy acompañados de principales de otros pueblos de la lengua totonaque; y hasta que los llevaron á aposentar y les dieron de comer muy altamente no les dejaron de acompañar. Y despues que hubieron comido mandaron llamar al cacique gordo é á los demás principales, y les dijeron muchas amenazas y les riñeron que por qué nos habian hospedado en sus pueblos, y les dijeron que qué tenian ahora que hablar y ver con nosotros. É que su señor Montezuma no era servido de aquello, porque sin su licencia y mandado no nos habian de recoger en su pueblo ni dar joyas de oro. Y sobre ello al cacique gordo y á los demás principales les dijeron muchas amenazas, é que luego les diesen veinte indios é indias para aplacar á sus dioses por el mal oficio que habia hecho. Y estando en esto, viéndole Cortés, preguntó á doña Marina é Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, de qué estaban alborotados los caciques desque vinieron aquellos indios, é quién eran. É doña Marina, que muy bien lo entendió, se lo contó lo que pasaba; é luego Cortés mandó llamar al cacique gordo y á todos los más principales, y les dijo que quién eran aquellos indios, que les hacian tanta fiesta. Y dijeron que los recaudadores del gran Montezuma, é que vienen á ver por qué causa nos recibian en el pueblo sin licencia de su señor, y que les demandan ahora veinte indios é indias para sacrificar á sus dioses Huichilóbos porque les dé vitoria contra nosotros, porque han dicho que dice Montezuma que os quiere tomar para que seais sus esclavos; y Cortés les consoló é que no hubiesen miedo, que él estaba allí con todos nosotros y que los castigaria. Y pasemos adelante á otro capítulo, y diré muy por extenso lo que sobre ello se hizo. CAPÍTULO XLVII. CÓMO CORTÉS MANDÓ QUE PRENDIESEN AQUELLOS CINCO RECAUDADORES DE MONTEZUMA, Y MANDÓ QUE DENDE ALLÍ ADELANTE NO OBEDECIESEN NI DIESEN TRIBUTO, Y LA REBELION QUE ENTÓNCES SE ORDENÓ CONTRA MONTEZUMA. Como Cortés entendió lo que los caciques le decian, les dijo que ya les habia dicho otras veces que el Rey nuestro señor le mandó que viniese á castigar los malhechores é que no consintiese sacrificios ni robos; y pues aquellos recaudadores venian con aquella demanda, les mandó que luego los aprisionasen é los tuviesen presos hasta que su señor Montezuma supiese la causa cómo vienen á robar y llevar por esclavos sus hijos y mujeres, é hacer otras fuerzas. É cuando los caciques lo oyeron estaban espantados de tal osadía, mandar que los mensajeros del gran Montezuma fuesen maltratados, y temian y no osaban hacello; y todavía Cortés les convocó para que luego los echasen en prisiones, y así lo hicieron, y de tal manera, que en unas varas largas y con collares (segun entre ellos se usa) los pusieron de arte que no se les podian ir; é uno dellos porque no se dejaba atar le dieron de palos; y demás desto, mandó Cortés á todos los caciques que no les diesen más tributo, ni obediencia á Montezuma, é que así lo publicasen en todos los pueblos aliados y amigos. É que si otros recaudadores hubiese en otros pueblos como aquellos, que se lo hiciesen saber, que él enviaria por ellos. Y como aquella nueva se supo en toda aquella provincia, porque luego envió mensajeros el cacique gordo haciéndoselo saber, y tambien lo publicaron los principales que habian traido en su compañía aquellos recaudadores, que como los vieron presos, luego se descargaron y fueron cada uno á su pueblo á dar mandado y á contar lo acaecido. É viendo cosas tan maravillosas é de tanto peso para ellos, dijeron que no osaron hacer aquello hombres humanos, sino teules, que así llaman á sus ídolos en que adoraban; é á esta causa desde allí adelante nos llamaron teules, que es, como he dicho, ó dioses ó demonios; y cuando dijere en esta relacion teules en cosas que han de ser tocadas nuestras personas, sepan que se dice por nosotros. Volvamos á decir de los prisioneros, que los querian sacrificar por consejo de todos los caciques, porque no les fuese alguno dellos á dar mandado á Méjico; y como Cortés lo entendió, les mandó que no los matasen, que él los queria guardar, y puso de nuestros soldados que los velasen; é á media noche mandó llamar Cortés á los mismos nuestros soldados que los guardaban, y les dijo: —«Mirad que solteis dos dellos, los más diligentes que os parecieren, de manera que no lo sientan los indios destos pueblos;» que se los llevasen á su aposento. Y así lo hicieron, y despues que los tuvo delante les preguntó con nuestras lenguas que por qué estaban presos y de qué tierra eran, como haciendo que no los conocia; y respondieron que los caciques de Cempoal y de aquel pueblo con su favor y el nuestro los prendieron; y Cortés respondió que él no sabia nada y que le pesa dello; y les mandó dar de comer y les dijo palabras de muchos halagos, y que se fuesen luego á decir á su señor Montezuma cómo éramos todos sus grandes amigos y servidores; y porque no pasasen más mal les quitó las prisiones, y que riñó con los caciques que los tenian presos, y que todo lo que hubieren menester para su servicio que lo hará de muy buena voluntad, y que los tres indios sus compañeros que tienen en prisiones, que él los mandará soltar y guardar, y que vayan muy presto, no los tornen á prender y los maten; y los dos prisioneros respondieron que se lo tenian en merced, y que habian miedo que los tornarian á las manos, porque por fuerza habian de pasar por sus tierras; y luego mandó Cortés á seis hombres de la mar que esa noche los llevasen en un batel obra de cuatro leguas de allí, hasta sacallos de á tierra segura fuera de los términos de Cempoal. Y como amaneció, y los caciques de aquel pueblo y el cacique gordo hallaron ménos los dos prisioneros, querian muy de hecho sacrificar los otros que quedaban, si Cortés no se los quitara de su poder, é hizo del enojado porque se habian huido los otros dos; y mandó traer una cadena del navío y echólos en ella, y luego los mandó llevar á los navíos, é dijo que él los queria guardar, pues tan mal cobro pusieron de los demás; y cuando los hubieron llevado les mandó quitar las cadenas, é con buenas palabras les dijo que presto les enviaria á Méjico. Dejémoslo así, que luego que esto fué hecho todos los caciques de Cempoal y de aquel pueblo é de otros que se habian allí juntado de la lengua totonaque, dijeron á Cortés que qué harian, pues que Montezuma sabria la prision de sus recaudadores, que ciertamente vendrian sobre ellos los poderes de Méjico del gran Montezuma, y que no podrian escapar de ser muertos y destruidos. Y dijo Cortés con semblante muy alegre, que él y sus hermanos que allí estábamos los defenderiamos, y matariamos á quien enojar los quisiese. Entónces prometieron todos aquellos pueblos y caciques á una que serian con nosotros en todo lo que les quisiésemos mandar, y juntarian todos sus poderes contra Montezuma y todos sus aliados. Y aquí dieron la obediencia á su majestad por ante un Diego de Godoy el escribano, y todo lo que pasó lo enviaron á decir á los más pueblos de aquella provincia; é como ya no daban tributo ninguno, é los recojedores no parecian, no cabian de gozo en haber quitado aquel dominio. Y dejemos esto, y diré cómo acordamos de nos bajar á lo llano á unos prados, donde comenzamos á hacer una fortaleza. Esto es lo que pasa, y no la relacion que sobre ello dieron al coronista Gómora. CAPÍTULO XLVIII. CÓMO ACORDAMOS DE POBLAR LA VILLA RICA DE LA VERACRUZ, Y DE HACER UNA FORTALEZA EN UNOS PRADOS JUNTO Á UNAS SALINAS Y CERCA DEL PUERTO DEL NOMBRE-FEO, DONDE ESTABAN ANCLADOS NUESTROS NAVÍOS, Y LO QUE ALLÍ SE HIZO. Despues que hubimos hecho liga y amistad con más de treinta pueblos de las sierras, que se decian los totonaques, que entónces se rebelaron al gran Montezuma y dieron la obediencia á su majestad, y se prefirieron á nos servir, con aquella ayuda tan presta acordamos de poblar é de fundar la villa rica de la Veracruz en unos llanos media legua del pueblo, que estaba como fortaleza, que se dice Quiahuistlan, y traza de iglesia y plaza y atarazanas, y todas las cosas que convenian para parecer villa, é hicimos una fortaleza, y desde entónces los cimientos; y en acaballa de tener alta para enmaderar; y hechas troneras y cubos y barbacanas, dimos tanta priesa, que desde Cortés comenzó el primero á sacar tierra á cuestas y piedra é ahondar los cimientos, como todos los capitanes y soldados, y á la continua entendimos en ello y trabajamos por la acabar de presto, los unos en los cimientos y otros en hacer las tapias, y otros en acarrear agua y en las escaleras, en hacer ladrillos y tejas y buscar comida, y otros en la madera, y los herreros en la clavazon, porque teniamos herreros; y desta manera trabajábamos en ello á la contina desde el mayor hasta el menor, y los indios que nos ayudaban, de manera que ya estaba hecha iglesia y casas, é casi que la fortaleza. Estando en esto, parece ser que el gran Montezuma tuvo noticia en Méjico cómo le habian preso sus recaudadores é que le habian quitado la obediencia, y cómo estaban rebelados los pueblos totonaques; mostró tener mucho enojo de Cortés y de todos nosotros, y tenia ya mandado á un su gran ejército de guerreros que viniesen á dar guerra á los pueblos que se le rebelaron y que no quedase ninguno dellos á vida; é para contra nosotros aparejaba de venir con gran ejército y pujanza de capitanes; y en aquel instante van los dos indios prisioneros que Cortés mandó soltar, segun he dicho en el capítulo pasado, y cuando Montezuma entendió que Cortés les quitó de las prisiones y los envió á Méjico, y las palabras de ofrecimientos que les envió á decir, quiso Nuestro Señor Dios que amansó su ira é acordó de enviar á saber de nosotros qué voluntad teniamos, y para ello envió dos mancebos sobrinos suyos, con cuatro viejos, grandes caciques, que los traian á cargo, y con ellos envió un presente de oro y mantas, é á dar las gracias á Cortés porque les soltó á sus criados; y por otra parte se envió á quejar mucho, diciendo que con nuestro favor se habian atrevido aquellos pueblos de hacelle tan gran traicion é que no le diesen tributo é quitalle la obediencia; é que ahora, teniendo respeto á que tiene por cierto que somos los que sus antepasados les habian dicho que habian de venir á sus tierras, é que debemos de ser de sus linajes, é porque estábamos en casa de los traidores, no les envió luego á destruir; mas que el tiempo andando no se alabaran de aquellas traiciones. Y Cortés recibió el oro y la ropa, que valía sobre dos mil pesos, y les abrazó, y dió por disculpa que él y todos nosotros éramos muy amigos de su señor Montezuma, y como tal servidor le tiene guardados sus tres recaudadores; y luego los mandó traer de los navíos, y con buenas mantas y bien tratados se los entregó, y tambien Cortés se quejó mucho del Montezuma, y les dijo cómo su gobernador Pitalpitoque se fué una noche del real sin le hablar, y que no fué bien hecho, y que cree y tiene por cierto que no se lo mandaria el señor Montezuma que hiciese tal villanía, é que por aquella causa nos veniamos á aquellos pueblos donde estábamos, é que hemos recibido dellos honra; é que le pide por merced que les perdone el desacato que contra él han tenido; y que en cuanto á lo que dice que no le acuden con el tributo, que no pueden servir á dos señores, que en aquellos dias que allí hemos estado nos han servido en nombre de nuestro Rey y señor, y porque el Cortés y todos sus hermanos iriamos presto á le ver y servir, y cuando allá estemos se dará órden en todo lo que mandare. Y despues de aquestas pláticas y otras muchas que pasaron, mandó dar á aquellos mancebos, que eran grandes caciques, y á los cuatro viejos que los traian á cargo, que eran hombres principales, diamantes azules y cuentas verdes, y se les hizo honra; y allí delante dellos, porque habia buenos prados, mandó Cortés que corriesen y escaramuzasen Pedro de Albarado, que tenia una muy buena yegua alazana que era muy revuelta, y otros caballeros, de lo cual se holgaron de los haber visto correr; y despedidos y muy contentos de Cortés y de todos nosotros se fueron á su Méjico. En aquella sazon se le murió el caballo á Cortés, y compró ó le dieron otro que se decia el Arriero, que era castaño escuro, que fué de Ortiz el músico y un Bartolomé García el minero y fué uno de los mejores caballos que venian en el armada. Dejemos de hablar en esto, y diré que como aquellos pueblos de la sierra, nuestros amigos, y el pueblo de Cempoal solian estar de ántes muy temerosos de los mejicanos, creyendo que el gran Montezuma los habia de enviar á destruir con sus grandes ejércitos de guerreros, y cuando vieron á aquellos parientes del gran Montezuma que venian con el presente por mí nombrado, y á darse por servidores de Cortés y de todos nosotros, estaban espantados, y decian unos caciques á otros que ciertamente éramos teules, pues que Montezuma nos habia miedo, pues enviaba oro en presente. Y si de ántes teniamos mucha reputacion de esforzados, de allí adelante nos tuvieron en mucho más. Y quedarse ha aquí, y diré lo que hizo el cacique y otros sus amigos. CAPÍTULO XLIX. CÓMO VINO EL CACIQUE GORDO Y OTROS PRINCIPALES Á QUEJARSE DELANTE DE CORTÉS CÓMO EN UN PUEBLO FUERTE, QUE SE DECIA CINGAPACINGA, ESTABAN GUARNICIONES DE MEJICANOS Y LES HACIAN MUCHO DAÑO, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Despues de despedidos los mensajeros mejicanos, vino el cacique gordo, con otros muchos principales nuestros amigos, á decir á Cortés que luego vaya á un pueblo que se decia Cingapacinga, que estaria de Cempoal dos dias de andadura, que serian ocho ó nueve leguas, porque decian que estaban en él juntos muchos indios de guerra de los culúas, que se entiende por los mejicanos, y que les venian á destruir sus sementeras y estancias, y les salteaban sus vasallos y les hacian otros malos tratamientos; y Cortés lo creyó, segun se lo decian tan afectuadamente; y viendo aquellas quejas y con tantas importunaciones, y habiéndoles prometido que los ayudaria, y mataria á los culúas ó á otros indios que los quisiesen enojar; é á esta causa no sabia qué decir, salvo echallos de allí, y estuvo pensando en ello, y dijo riendo á ciertos compañeros que estábamos acompañándole: —«Sabeis, señores, que me parece que en todas estas tierras ya tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por los recaudadores de Montezuma, nos tienen por dioses ó por cosas como sus ídolos. He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza de sus enemigos, enviemos á Heredia el viejo;» que era vizcaino, y tenia mala catadura en la cara, y la barba grande, y la cara medio acuchillada, é un ojo tuerto, é cojo de una pierna, escopetero. El cual le mandó llamar, y le dijo: —«Id con estos caciques hasta el rio, que estaba de allí un cuarto de legua; é cuando allá llegáredes, haced que os parais á beber é lavar las manos, é tira un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré á llamar; que esto hago porque crean que somos dioses, ó de aquel nombre y reputacion que nos tienen puesto; y como vos sois mal agestado, crean que sois ídolo.» Y el Heredia lo hizo segun y de la manera que le fué mandado, porque era hombre que habia sido soldado en Italia; y luego envió Cortés á llamar al cacique gordo é á todos los demás principales que estaban aguardando el ayuda y socorro, y les dijo: —«Allá envio con vosotros este mi hermano, para que mate y eche todos los culúas de ese pueblo, y me traiga presos á los que no se quisieren ir.» Y los caciques estaban elevados desque lo oyeron, y no sabian si lo creer ó no, é miraban á Cortés si hacia algun mudamiento en el rostro, que creyeron que era verdad lo que les decia; y luego el viejo Heredia, que iba con ellos, cargó su escopeta, é iba tirando tiros al aire por los montes porque lo oyesen é viesen los indios, y los caciques enviaron á dar mandado á los otros pueblos cómo llevan á un teule para matar á los mejicanos que estaban en Cingapacinga; y esto pongo aquí por cosa de risa, porque vean las mañas que tenia Cortés. Y cuando entendió que habia llegado el Heredia al rio que le habia dicho, mandó de presto que le fuesen á llamar, y vueltos los caciques y el viejo Heredia, les tornó á decir Cortés á los caciques que por la buena voluntad que les tenia que el propio Cortés en persona con algunos de sus hermanos queria ir á hacelles aquel socorro y á ver aquellas tierras y fortalezas, y que luego le trujesen cien hombres tamemes para llevar los tepuzques, que son los tiros, y vinieron otro dia por la mañana; y habiamos de partir aquel mismo dia con cuatrocientos soldados y catorce de á caballo y ballesteros y escopeteros, que estaban apercebidos; y ciertos soldados que eran de la parcialidad de Diego Velazquez dijeron que no querian ir, y que se fuese Cortés con los que quisiese, que ellos á Cuba se querian volver; y lo que sobre ello se hizo diré adelante. CAPÍTULO L. CÓMO CIERTOS SOLDADOS DE LA PARCIALIDAD DE DIEGO VELAZQUEZ, VIENDO QUE DE HECHO QUERIAMOS POBLAR Y COMENZAMOS Á PACIFICAR PUEBLOS, DIJERON QUE NO QUERIAN IR Á NINGUNA ENTRADA, SINO VOLVERSE Á LA ISLA DE CUBA. Ya me habrán oido decir en el capítulo ántes deste que Cortés habia de ir á un pueblo que se dice Cingapacinga, y habia de llevar consigo cuatrocientos soldados y catorce de á caballo y ballesteros y escopeteros, y tenian puestos en la memoria para ir con nosotros á ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velazquez; é yendo los cuadrilleros á apercebirlos que saliesen luego con sus armas y caballos los que los tenian, respondieron soberbiamente que no querian ir á ninguna entrada, sino volverse á sus estancias y haciendas que dejaron en Cuba; que bastaba lo que habian perdido por sacallos Cortés de sus casas, y que les habia prometido en el Arenal que cualquiera persona que se quisiese ir que les daria licencia y navío y matalotaje; y á esta causa estaban siete soldados apercebidos para se volver á Cuba; y como Cortés lo supo, los envió á llamar, y preguntando por qué hacian aquella cosa tan fea, respondieron algo alterados, y dijeron que se maravillaban querer poblar adonde habia tanta fama de millares de indios y grandes poblaciones, con tan pocos soldados como éramos, y que ellos estaban dolientes y hartos de andar de una parte á otra, y que se querian ir á Cuba á sus casas y haciendas; que les diese luego licencia, como se lo habia prometido; y Cortés les respondió mansamente que era verdad que se la prometió, mas que no harian lo que debian en dejar la bandera de su capitan desamparada; y luego les mandó que sin detenimiento ninguno se fuesen á embarcar, y les señaló navío, y les mandó dar cazabe y una botija de aceite y otras legumbres de bastimentos de lo que teniamos. Y uno de aquellos soldados, que se decia Hulano Moron, vecino de la villa que se decia Delbayamo, tenia un buen caballo overo, labrado de las manos, y le vendió luego bien vendido á un Juan Ruano á trueco de otras haciendas que el Juan Ruano dejaba en Cuba; é ya que se querian hacer á la vela, fuimos todos los compañeros é alcaldes y regidores de nuestra Villa-Rica á requerir á Cortés que por via ninguna no diese licencia á persona ninguna para salir á tierra, porque así convenia al servicio de Dios nuestro Señor y de su majestad; y que la persona que tal licencia pidiese, por hombre que merecia pena de muerte, conforme á las leyes de la órden militar, pues quieren dejar á su capitan y bandera desamparada en la guerra é peligro, en especial habiendo tanta multitud de pueblos de indios guerreros como ellos han dicho: y Cortés hizo como que les queria dar la licencia, mas á la postre se la revocó, y se quedaron burlados y aun avergonzados, y el Moron su caballo vendido, y el Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver, y todo fué maneado por Cortés, y fuimos nuestra entrada á Cingapacinga. CAPÍTULO LI. DE LO QUE NOS ACAECIÓ EN CINGAPACINGA, Y CÓMO Á LA VUELTA QUE VOLVIMOS POR CEMPOAL LES DERROCAMOS SUS ÍDOLOS Y OTRAS COSAS QUE PASARON. Como ya los siete hombres que se querian volver á Cuba estaban pacíficos, luego partimos con los soldados de infantería ya por mí nombrados, y fuimos á dormir al pueblo de Cempoal, y tenian aparejado para salir con nosotros dos mil indios de guerra en cuatro capitanías; y el primero dia caminamos cinco leguas con buen concierto, y otro dia á poco más de vísperas llegamos á las estancias que estaban junto al pueblo de Cingapacinga, é los naturales dél tuvieron noticia cómo íbamos; é ya que comenzábamos á subir por la fortaleza y casas, que estaban entre grandes riscos y peñascos, salieron de paz á nosotros ocho indios principales y papas, y dicen á Cortés llorando que por qué los quiere matar y destruir no habiendo hecho por qué, pues teniamos fama que á todos haciamos bien y desagraviábamos á los que estaban robados, y habiamos prendido á los recaudadores de Montezuma; y que aquellos indios de guerra de Cempoal que allí iban con nosotros estaban mal con ellos de enemistades viejas que habian tenido sobre tierras é términos, y que con nuestro favor les venian á matar y robar; y que es verdad que mejicanos solian estar en guarnicion en aquel pueblo; y que pocos dias habia se habian ido á sus tierras cuando supieron que habiamos preso á otros recaudadores; y que le ruegan que no pasemos adelante la armada y les favorezcan; y como Cortés lo hubo muy bien entendido con nuestras lenguas doña Marina é Aguilar, luego con mucha brevedad mandó al capitan Pedro de Albarado y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, y á todos nosotros los compañeros que con él íbamos, que detuviésemos á los indios de Cempoal que no pasasen más adelante; y así lo hicimos, y por presto que fuimos á detenellos, ya estaban robando en las estancias, de lo cual hubo Cortés gran enojo, y mandó que viniesen luego los capitanes que traian á cargo aquellos guerreros de Cempoal, y con palabras de muy enojado y de grandes amenazas les dijo que luego les trujesen los indios é indias y mantas y gallinas que habian robado en las estancias, y que no entre ninguno dellos en aquel pueblo; y que porque le habian mentido y venian á sacrificar y robar á sus vecinos con nuestro favor eran dignos de muerte, y que nuestro Rey y señor, cuyos vasallos somos, no nos envió á estas partes y tierras para que hiciesen aquellas maldades, y que abriesen bien los ojos no les aconteciese otra como aquella, porque no habia de quedar hombre dellos á vida; luego los caciques y capitanes de Cempoal trujeron á Cortés todo lo que habian robado, así indios como indias y gallinas, y se les entregó á los dueños cuyo era, y con semblante muy furioso les tornó á mandar que se saliesen á dormir al campo, y así lo hicieron. Y desque los caciques y papas de aquel pueblo y otros comarcanos vieron que tan justificados éramos, y las palabras amorosas que les decia Cortés con nuestras lenguas, y tambien las cosas tocantes á nuestra santa fe, como lo teniamos de costumbre, y que dejasen el sacrificio y de se robar unos á otros, y las suciedades de sodomías, y que no adorasen sus malditos ídolos, y se les dijo otras muchas cosas buenas, tomáronnos tan buena voluntad, que luego fueron á llamar á otros pueblos comarcanos, y todos dieron la obediencia á su majestad; y allí luego dieron muchas quejas de Montezuma, como las pasadas que habian dado los de Cempoal cuando estábamos en el pueblo de Quiahuistlan; y otro dia por la mañana Cortés mandó llamar á los capitanes y caciques de Cempoal, que estaban en el campo aguardando para ver lo que les mandábamos, y aún muy temerosos de Cortés por lo que habian hecho en haberle mentido; y venidos delante, hizo amistades entre ellos y los de aquel pueblo, que nunca faltó por ninguno dellos; y luego partimos para Cempoal por otro camino, y pasamos por dos pueblos amigos de los de Cingapacinga, y estábamos descansando, porque hacia recio sol y veniamos muy cansados con las armas á cuestas; y un soldado que se decia Fulano de Mora, natural de Ciudad-Rodrigo, tomó dos gallinas de una casa de indios de aquel pueblo, y Cortés, que lo acertó á ver, hubo tanto enojo de lo que delante del hizo aquel soldado en los pueblos de paz en tomar las gallinas, que luego le mandó echar una soga á la garganta, y le tenian ahorcando si Pedro de Albarado, que se halló junto á Cortés, no le cortara la soga con la espada, y medio muerto quedó el pobre soldado. He querido traer esto aquí á la memoria para que vean los curiosos letores cuán ejemplarmente procedia Cortés, y lo que esto importa en esta ocasion. Despues murió este soldado en una guerra en la provincia de Guatimala sobre un peñol. Volvamos á nuestra relacion: que, como salimos de aquellos pueblos que dejamos de paz, yendo para Cempoal, estaba el cacique gordo, con otros principales, aguardándonos en unas chozas con comida; que, aunque son indios, vieron y entendieron que la justicia es santa y buena, y que las palabras que Cortés les habia dicho, que veniamos á desagraviar y quitar tiranías, conformaban con lo que pasó en aquella entrada, y tuviéronnos en mucho más que de ántes, y allí dormimos en aquellas chozas, y todos los caciques nos llevaron acompañando hasta los aposentos de su pueblo; y verdaderamente quisieran que no saliéramos de su tierra, porque se temian de Montezuma no enviase su gente de guerra contra ellos; y dijeron á Cortés, pues éramos ya sus amigos, que nos quieren tener por hermanos, que será bien que tomásemos de sus hijas é parientas para hacer generacion; y que para que más fijas sean las amistades trujeron ocho indias, todas hijas de caciques, y dieron á Cortés una de aquellas cacicas, y era sobrina del mismo cacique gordo, y otra dieron á Alonso Hernandez Puertocarrero y era hija de otro gran cacique que se decia Cuesco en su lengua; y traíanlas vestidas á todas ocho con ricas camisas de la tierra y bien ataviadas á su usanza, y cada una dellas un collar de oro al cuello, y en las orejas cercillos de oro, y venian acompañadas de otras indias para se servir dellas; y cuando el cacique gordo las presentó, dijo á Cortés: —«_Tecle_ (que quiere decir en su lengua señor), estas siete mujeres son para los capitanes que tienes, y esta, que es mi sobrina, es para tí, que es señora de pueblos y vasallos.» Cortés las recibió con alegre semblante y les dijo que se lo tenian en merced; mas para tomallas, como dice que seamos hermanos, que hay necesidad que no tengan aquellos ídolos en que creen y adoran, que los traen engañados, y que no les sacrifiquen; y que como él no vea aquellas cosas malísimas en el suelo y que no sacrifiquen, que luego ternán con nosotros muy más fija la hermandad; y que aquellas mujeres que se volverán cristianas primero que las recibamos; y que tambien habian de ser limpios de sodomías, porque tenian muchachos vestidos en hábito de mujeres que andaban á ganar en aquel maldito oficio; y cada dia sacrificaban delante de nosotros tres ó cuatro y cinco indios, y los corazones ofrecian á sus ídolos y la sangre pegaban por las paredes, y cortábanles las piernas y brazos y muslos, y los comian como vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra, y aun tengo creido que lo vendian por menudo en los tiangues, que son mercados; y que como estas maldades se quiten y que no lo usen, que no solamente les seremos amigos, más que les hará que sean señores de otras provincias; y todos los caciques, papas y principales respondieron que no les estaba bien de dejar sus ídolos y sacrificios, y que aquellos sus dioses les daban salud y buenas sementeras y todo lo que habian menester; y que en cuanto á lo de las sodomías, que pornán resistencia en ello para que no se use más; y como Cortés y todos nosotros vimos aquella respuesta tan desacatada y habiamos visto tantas crueldades y torpedades, ya por mí otra vez dichas, no las pudimos sufrir; y entónces nos habló Cortés sobre ello y nos trujo á la memoria unas santas y buenas doctrinas, y que, ¿cómo podiamos hacer ninguna cosa buena si no volviamos por la honra de Dios y en quitar los sacrificios que hacian á los ídolos? Y que estuviésemos muy apercebidos para pelear si nos lo viniesen á defender que no se los derrocásemos, y que, aunque nos costase las vidas, en aquel dia habia de venir al suelo. Y puestos que estábamos todos muy á punto con nuestras armas, como lo teniamos de costumbre para pelear, les dijo Cortés á los caciques que los habian de derrocar; y cuando aquello vieron luego mandó el cacique gordo á otros sus capitanes que se apercibiesen muchos guerreros en defensa de sus ídolos; y cuando vió que queriamos subir en un alto cu, que es su adoratorio, que estaba alto y habia muchas gradas, que ya no se me acuerda qué tantas habia, vimos al cacique gordo con otros principales muy alborotados y sañudos, y dijeron á Cortés que por qué les queriamos destruir. Y que si les haciamos deshonor á sus dioses ó se los quitamos, que todos ellos perecerian, y aun nosotros con ellos; y Cortés les respondió muy enojado que otra vez les ha dicho que no sacrifiquen á aquellas malas figuras, porque no les traigan más engañados, y que á esta causa los veniamos á quitar de allí, é que luego á la hora los quitasen ellos; si no, que luego los echarian á rodar por las gradas abajo; y les dijo que no los terniamos por amigos, sino por enemigos mortales, pues que les daba buen consejo y no le querian creer; y porque habian visto que habian venido sus capitanes puestos en armas de guerreros, que está enojado con ellos y que se lo pagarán con quitalles las vidas; y como vieron á Cortés que les decia aquellas amenazas, y nuestra lengua doña Marina que se lo sabia muy bien dar á entender y aun los amenazaba con los poderes de Montezuma, que cada dia los aguardaba, por temor desto dijeron que ellos que no eran dignos de llegar á sus dioses, y que si nosotros los queriamos derrocar, que no era con su consentimiento, que se los derrocásemos y hiciésemos lo que quisiésemos. Y no lo hubo bien dicho, cuando subimos sobre cincuenta soldados y los derrocamos, y venian rodando aquellos sus ídolos hechos pedazos, y eran de manera de dragones espantables, tan grandes como becerros, y otras figuras de manera de medio hombre y de perros grandes y de malas semejanzas; y cuando así los vieron hechos pedazos, los caciques y papas que con ellos estaban lloraban y tapaban los ojos, y en su lengua totonaque les decian que les perdonasen y que no era más en su mano ni tenian culpa, sino estos teules que les derruecan, é que por temor de los mejicanos no nos daban guerra; y cuando aquello pasó, comenzaban las capitanías de los indios guerreros, que he dicho que venian á nos dar guerra, á querer flechar; y cuando aquello vimos, echamos mano al cacique gordo y á seis papas y á otros principales, y les dijo Cortés que si hacian algun descomedimiento de guerra que habian de morir todos ellos; y luego el cacique gordo mandó á sus gentes que se fuesen delante de nosotros y que no hiciesen guerra; y como Cortés los vió sosegados, les hizo un parlamento, lo cual diré adelante, y así se apaciguó todo. Y esta de Cingapacinga fué la primera entrada que hizo Cortés en la Nueva-España, y fué de harto provecho; y no como dice el coronista Gómora, que matamos y prendimos y asolamos tantos millares de hombres en lo de Cingapacinga; y miren los curiosos que esto leyeren cuánto va del uno al otro, por muy buen estilo que lo dice en su Corónica, pues en todo lo que escribe no pasa como dice. CAPÍTULO LII. CÓMO CORTÉS MANDÓ HACER UN ALTAR Y SE PUSO UNA IMÁGEN DE NUESTRA SEÑORA Y UNA CRUZ, Y SE DIJO MISA Y SE BAUTIZARON LAS OCHO INDIAS. Como ya callaban los caciques y papas y todos los más principales, mandó Cortés que á los ídolos que derrocamos, hechos pedazos, que los llevasen adonde no pareciesen más y los quemasen; y luego salieron de un aposento ocho papas que tenian cargo de ellos, y toman sus ídolos y los llevan á la misma casa donde salieron é los quemaron. El hábito que traian aquellos papas eran unas mantas prietas, á manera de sábana, y lobas largas hasta los piés, y unos como capillos que querian parecer á los que traen los canónigos, y otros capillos traian más chicos como los que traen los dominicos, y los traian muy largos hasta la cinta, y aun algunos hasta los piés, llenos de sangre pegada y muy enredados, que no se podian esparcir, y las orejas hechas pedazos, sacrificadas dellas, y hedian como azufre, y tenian otro muy mal olor como de carne muerta; y segun decian, é alcanzamos á saber, aquellos papas eran hijos de principales y no tenian mujeres, mas tenian el maldito oficio de sodomías, y ayunaban ciertos dias; y lo que yo les veia comer eran unos meollos ó pepitas de algodon cuando los desmontonan, salvo si ellos no comian otras cosas que yo no se las pudiese ver. Dejemos á los papas y volvamos á Cortés, que les hizo un buen razonamiento con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que ahora los teniamos como hermanos, y que les favoreceria en todo lo que pudiese contra Montezuma y sus mejicanos, porque ya envió á mandar que no les diesen guerra ni les llevasen tributo; y que pues en aquellos sus altos cues no habian de tener más ídolos, que él les quiere dejar una gran Señora, que es Madre de nuestro Señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos, para que ellos tambien la tengan por Señora y abogada; y sobre ello, y tras cosas de pláticas que pasaran, se les hizo un buen razonamiento, y tan bien propuesto para segun el tiempo, que no habia más que decir; y se les declaró muchas cosas tocantes á nuestra santa fe, tan bien dichas como ahora los religiosos se lo dan á entender, de manera que lo oian de buena voluntad. Y luego les mandó llamar todos los indios albañiles que habia en aquel pueblo, y traer mucha cal, porque habia mucha, y mandó que quitasen las costras de sangre que estaban en aquellos cues y que lo aderezasen muy bien, y luego otro dia se encaló y se hizo un altar con buenas mantas, y mandó traer muchas rosas de las naturales que habia en la tierra, que eran bien olorosas, y muchos ramos, y lo mandó enramar y que lo tuviesen limpio y barrido á la contina; y para que tuviesen cargo dello, apercibió á cuatro papas que se trasquilasen el cabello, que lo traian largo, como otra vez he dicho, y que vistiesen mantas blancas y se quitasen las que traian, y que siempre anduviesen limpios y que sirviesen aquella santa imágen de Nuestra Señora, en barrer y enramar; y para que tuviesen más cargo dello puso á un nuestro soldado cojo é viejo, que se decia Juan de Torres de Córdoba, que estuviese allí por ermitaño, é que mirase que se hiciese cada dia así como lo mandaba á los papas. Y mandó á nuestros carpinteros, otra vez por mí nombrados, que hiciesen una cruz y la pusiesen en un pilar que teniamos ya nuevamente hecho y muy bien encalado, y otro dia de mañana se dijo Misa en el altar, la cual dijo el Padre fray Bartolomé de Olmedo, y entónces se dió órden como con el incienso de la tierra se incensase á la santa imágen de Nuestra Señora y á la santa cruz, y tambien se les mostró hacer candelas de la cera de la tierra, y se les mandó que aquellas candelas siempre estuviesen ardiendo en el altar, porque hasta entónces no se sabian aprovechar de la cera; y á la Misa estuvieron los más principales caciques de aquel pueblo y de otros que se habian juntado. Y asimismo trajeron las ocho indias para volver cristianas, que todavía estaban en poder de sus padres y tios, y se les dió á entender que no habian de sacrificar más ni adorar ídolos, salvo que habian de creer en nuestro Señor Dios; y se les amonestó muchas cosas tocantes á nuestra santa fe, y se bautizaron, y se llamó á la sobrina del cacique gordo doña Catalina, y era muy fea; aquella dieron á Cortés por la mano, y la recibió con buen semblante; á la hija de Cuesco, que era un gran cacique, se puso por nombre doña Francisca; esta era muy hermosa para ser india, y la dió Cortés á Alonso Hernandez Puertocarrero; las otras seis ya no se me acuerda el nombre de todas, mas sé que Cortés las repartió entre soldados. Y despues desto hecho, nos despedimos de todos los caciques y principales, y dende adelante siempre les tuvieron muy buena voluntad, especialmente cuando vieron que recibió Cortés sus hijas y las llevamos con nosotros, y con muy grandes ofrecimientos que Cortés les hizo que les ayudaria, nos fuimos á nuestra Villa-Rica, y lo que allí se hizo lo diré adelante. Esto es lo que pasó en este pueblo de Cempoal, y no otra cosa que sobre ello hayan escrito el Gómora ni los demás coronistas. CAPÍTULO LIII. CÓMO LLEGAMOS Á NUESTRA VILLA-RICA DE LA VERACRUZ, Y LO QUE ALLÍ PASÓ. Despues que hubimos hecho aquella jornada y quedaron amigos los de Cingapacinga con los de Cempoal y otros pueblos comarcanos dieron la obediencia á su majestad, y se derrocaron los ídolos y se puso la imágen de Nuestra Señora y la Santa Cruz, y le puso por ermitaño el viejo soldado y todo lo por mí referido, fuimos á la villa y llevamos con nosotros, ciertos principales de Cempoal, y hallamos que aquel dia habia venido de la isla de Cuba un navío, y por capitan dél un Francisco de Saucedo, que llamábamos el Pulido; y pusímosle aquel nombre porque en demasía se preciaba de galan y pulido, y decian que habia sido maestresala del almirante de Castilla, y era natural de Medina de Rioseco; y vino entónces Luis Marin, capitan que fué en lo de Méjico, persona que valió mucho, y vinieron diez soldados; y traia el Saucedo un caballo y Luis Marin una yegua, y nuevas de Cuba, que le habian llegado al Diego Velazquez de Castilla las provisiones para poder rescatar y poblar; y los amigos del Diego Velazquez se regocijaron mucho, y más de que supieron que le trujeron provision para ser adelantado de Cuba. Y estando en aquella villa sin tener en qué entender más de acabar de hacer la fortaleza, que todavía se entendia en ella, dijimos á Cortés todos los más soldados que se quedase aquello que estaba hecho en ella para memoria, pues estaba ya para enmaderar, y que habia ya más de tres meses que estábamos en aquella tierra, é que seria bueno ir á ver qué cosa era el gran Montezuma y buscar la vida y nuestra ventura, é que ántes que nos metiésemos en camino que enviásemos á besar los piés á su majestad y á dalle cuenta de todo lo acaecido desde que salimos de la isla de Cuba, y tambien se puso en plática que enviásemos á su majestad el oro que se habia habido, así rescatado como los presentes que nos envió Montezuma; y respondió Cortés que era muy bien acordado y que ya lo habia puesto él en plática con ciertos caballeros; y porque en lo del oro por ventura habria algunos soldados que querrian sus partes, y si se partiese que seria poco lo que se podria enviar, por esta causa dió cargo á Diego de Ordás y á Francisco de Montejo, que eran personas de negocios, que fuesen de soldado en soldado de los que se tuviese sospecha que demandarian las partes del oro, y les decian estas palabras: —«Señores, ya veis que queremos hacer un presente á su majestad del oro que aquí hemos habido, y para ser el primero que enviamos destas tierras habia de ser mucho más; parécenos que todos le sirvamos con las partes que nos caben; los caballeros y soldados que aquí estamos escritos tenemos firmado cómo no queremos parte ninguna della, sino que servimos á su majestad con ello porque nos haga mercedes. El que quisiere su parte no se le negará; el que no la quisiere, haga lo que todos hemos hecho, fírmelo aquí.» Y desta manera todos lo firmaron á una. Y hecho esto, luego se nombraron para procuradores que fuesen á Castilla á Alonso Hernandez Puertocarrero y Francisco de Montejo, porque ya Cortés le habia dado sobre dos mil pesos por tenelle de su parte. Y se mandó apercebir el mejor navío de toda la flota, y con dos pilotos, que fué uno Anton de Alaminos, que sabia cómo habian de desembarcar por la canal de Bahama, porque él fué el primero que navegó por aquella canal; y tambien apercibimos quince marineros, y se les dió todo recaudo de matalotaje. Y esto apercebido, acordamos de escribir y hacer saber á su majestad todo lo acaecido, y Cortés escribió por sí, segun él nos dijo, con recta relacion; mas no vimos su carta; y el Cabildo escribió juntamente con diez soldados de los que fuimos en que se poblase la tierra, y le alzamos á Cortés por general; y con toda verdad que no faltó cosa ninguna en la carta, é iba yo firmado en ella; y demás destas cartas y relaciones, todos los capitanes y soldados juntamente escribimos otra carta y relacion; y lo que se contenia en la carta que escribimos es lo siguiente. CAPÍTULO LIV. DE LA RELACION Y CARTA QUE ESCRIBIMOS Á SU MAJESTAD CON NUESTROS PROCURADORES ALONSO HERNANDEZ PUERTOCARRERO Y FRANCISCO MONTEJO, LA CUAL CARTA IBA FIRMADA DE ALGUNOS CAPITANES Y SOLDADOS. Despues de poner en el principio aquel muy debido acato que somos obligados á tan gran majestad del Emperador nuestro señor, que fué así: «Siempre sacra, católica, cesárea, Real majestad;» y poner otras cosas que se convenian decir en la relacion y cuenta de nuestra vida y viaje, cada capítulo por sí, fué esto que aquí diré en suma breve. Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés, los pregones que se dieron, cómo veniamos á poblar, y que Diego Velazquez secretamente enviaba á rescatar, y no á poblar; cómo Cortés se queria volver con cierto oro rescatado, conforme á las instrucciones que de Diego Velazquez traia, de las cuales hicimos presentacion; cómo hicimos á Cortés que poblase y le nombramos por capitan general y justicia mayor hasta que otra cosa su majestad fuese servido mandar; cómo le prometimos el quinto de lo que hubiese, despues de sacado su Real quinto; cómo llegamos á Cozumel y por qué ventura se hubo Jerónimo de Aguilar en la punta de Cotoche, y de la manera que decia que allí aportó él y un Gonzalo Guerrero, que se quedó con los indios por estar casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo llegamos á Tabasco, y de las guerras que nos dieron y batallas que con ellos tuvimos; cómo los atrajimos de paz; cómo á do quiera que llegamos se les hacen buenos razonamientos para que dejasen sus ídolos, y se les declara las cosas tocantes á nuestra santa fe; cómo dieron la obediencia á su Real Majestad y fueron los primeros vasallos que tiene en aquestas partes; cómo hicieron un presente de mujeres, y en él una cacica, para india de mucho ser, que sabe la lengua de Méjico, que es la que se usa en toda la tierra, y que con ella y el Aguilar tenemos verdaderas lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa, y de las pláticas de los embajadores del gran Montezuma, y quién era el gran Montezuma y lo que se decia de sus grandezas y del presente que trujeron, y cómo fuimos á Cempoal, que es un pueblo grande, y desde allí á otro pueblo que se dice Quiahuistlan, que estaba en fortaleza, y cómo se hizo la liga y confederacion con nosotros, y quitaron la obediencia á Montezuma en aquel pueblo, demás de treinta pueblos que todos le dieron la obediencia y están en su Real patrimonio, y la ida de Cingapacinga; cómo hicimos la fortaleza, y que agora estamos de camino para ir la tierra adentro hasta vernos con el Montezuma; cómo aquella tierra es muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísima, y los naturales grandes guerreros; cómo entre ellos hay muchas diversidades de lenguas y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y matan en sacrificios muchos hombres é niños y mujeres, y comen carne humana y usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fué un Francisco Hernandez de Córdoba, y luego cómo vino Juan de Grijalva, é que agora al presente le servimos con el oro que hemos habido, que es el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos como se coge en las minas, y muchas diversidades y géneros de piezas de oro hechas de muchas maneras, mantas de algodon muy labradas de plumas y primas; otras muchas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas y otras cosas que ya no se me acuerda, como há ya tantos años que pasó; tambien enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenian á engordar en unas jaulas de madera para despues de gordos sacrificallos y comérselos. Y despues de hecha esta relacion é otras cosas, dimos cuenta y relacion cómo quedábamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados á muy gran peligro entre tanta multitud de pueblos y gentes belicosas y muy grandes guerreros, para servir á Dios y á su Real Corona; y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes, y que no hiciese merced de la gobernacion destas tierras ni de ningunos oficios reales á persona ninguna, porque son tales, ricas y de grandes pueblos y ciudades, que convienen para un Infante ó gran señor; y tenemos pensamiento que, como D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, es su presidente y manda á todas las Indias, que lo dará á algun su deudo ó amigo, especialmente á un Diego Velazquez que está por gobernador en la isla de Cuba; y la causa es porque se le dará la gobernacion ó otro cualquier cargo, que siempre le sirve con presentes de oro, y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios que le sacan oro de las minas; de lo cual habia primeramente de dar los mejores pueblos á su Real Corona, y no le dejó ningunos, que solamente por esto es digno de que no se le hagan mercedes; y que, como en todo somos sus muy leales servidores, y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo, y que estamos determinados que hasta que sea servido de nuestros procuradores que allá enviamos besen sus Reales piés y ver nuestras cartas, y nosotros veamos su Real firma, que entónces, los pechos por tierra, para obedecer sus Reales mandos; y que si el Obispo de Búrgos por su mandado nos envia á cualquiera persona á gobernar ó á ser capitan, que primero que le obedezcamos se lo harémos saber á su Real persona á do quiera que estuviere y lo fuere servido de mandar, que le obedeceremos como mando de nuestro Rey y señor, como somos obligados; y demás destas relaciones, le suplicamos que entre tanto que otra cosa sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernacion á Hernando Cortés, y dimos tantos loores dél y que es tan gran servidor suyo, hasta ponello en las nubes. Y despues de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor acato y humildad que pudimos y convenia, y cada capítulo por sí, y declaramos cada cosa cómo y cuándo y de qué arte pasaron, como carta para nuestro Rey y señor, y no del arte que va aquí en esta relacion; y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de la parte de Cortés, é fueron dos cartas duplicadas; y nos rogó que se la mostrásemos; y como vió la relacion tan verdadera y los grandes loores que dél dábamos, hubo mucho placer y dijo que nos lo tenia en merced, con grandes ofrecimientos que nos hizo; empero no quisiera que dijéramos en ella ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos, ni que declaráramos quién fueron los primeros descubridores; porque, segun entendimos, no hacia en su carta relacion de Francisco Hernandez de Córdoba ni del Grijalva, sino á él solo se atribuia el descubrimiento y la honra é honor de todo; y dijo que agora al presente aquello estuviera mejor por escribir, y no dar relacion dello á su majestad; y no faltó quien le dijo que á nuestro Rey y señor no se le ha de dejar de decir todo lo que pasa. Pues ya escritas estas cartas y dadas á nuestros procuradores, les encomendamos mucho que por via ninguna entrasen en la Habana ni fuesen á una estancia que tenia allí el Francisco de Montejo, que se decia el Marien, que era puerto para navíos, porque no alcanzase á saber el Diego Velazquez lo que pasaba; y no lo hicieron así, como adelante diré. Pues ya puesto todo á punto para se ir á embarcar, dijo misa el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, en 26 dias del mes de Julio de 1519 años partieron de San Juan de Ulúa, y con buen tiempo llegaron á la Habana; y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó é atrajo al piloto Alaminos guiase á su estancia, diciendo que iba á tomar bastimentos de puercos y cazabe, hasta que le hizo hacer lo que quiso. Fué á surgir á su estancia, porque el Puertocarrero iba muy malo, y no hizo cuenta dél; y la noche que allí llegaron, desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas é avisos para el Diego Velazquez; y supimos que el Montejo le mandó que fuese con las cartas, y en posta fué el marinero por la isla de Cuba de pueblo en pueblo publicando todo lo aquí por mí dicho, hasta que el Diego Velazquez lo supo. Y lo que sobre ello hizo, adelante lo diré. CAPÍTULO LV. CÓMO DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE CUBA, SUPO POR CARTAS MUY POR CIERTO QUE ENVIÁBAMOS PROCURADORES CON EMBAJADAS Y PRESENTES Á NUESTRO REY, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Como Diego Velazquez, gobernador de Cuba, supo las nuevas, así por las cartas que se enviaron secretas y dijeron que fueron del Montejo, como lo que dijo el marinero que se halló presente en todo lo por mí dicho en el capítulo pasado, que se habia echado á nado para le llevar las cartas; y cuando entendió del gran presente de oro que enviábamos á su majestad y supo quién eran los embajadores, temió y decia palabras muy lastimosas é maldiciones contra Cortés y su secretario Duero y del contador Amador de Lares, y de presto mandó armar dos navíos de poco porte, grandes veleros, con toda la artillería y soldados que pudo haber y con dos capitanes que fueron en ellos, que se decian Gabriel de Rojas, y el otro capitan se decia Hulano de Guzman, y les mandó que fuesen hasta la Habana, y que en todo caso le trujesen presa la nao en que iban nuestros procuradores y todo el oro que llevaban; y de presto, así como lo mandó, llegaron en ciertos dias á la canal de Bahama, y preguntaban los de los navíos á barcos que andaban por la mar de acarreto que si habian visto ir una nao de mucho porte, y todos daban noticia della y que ya seria desembocada por la canal de Bahama, porque siempre tuvieron buen tiempo; y despues de andar barloventeando con aquellos dos navíos entre la canal y la Habana, y no hallaron recado de lo que venian á buscar, se volvieron á Santiago de Cuba; y si triste estaba el Diego Velazquez ántes que enviase los navíos, muy más se acongojó cuando los vió volver de aquel arte; y luego le aconsejaron sus amigos que se enviase á quejar á España al Obispo de Búrgos, que estaba por presidente de Indias, que hacia mucho por él; y tambien envió á dar sus quejas á la isla de Santo Domingo á la audiencia Real que en ella residia y á los Frailes gerónimos que estaban por gobernadores en ella, que se decian fray Luis de Figueroa y fray Alonso de Santo Domingo y fray Bernardino de Manzanedo; los cuales religiosos solian estar y residir en el monasterio de la Mejorada, que es de dos leguas de Medina del Campo; y envian en posta un navío á la Respinola y danles muchas quejas de Cortés y de todos nosotros. Y como alcanzaron á saber en la Real audiencia nuestros grandes servicios, la respuesta que le dieron los frailes fué que á Cortés y los que con él andábamos en las guerras no se nos podia poner culpa, pues sobre todas cosas acudiamos á nuestro Rey y señor, y le enviábamos tan gran presente, que otro como él no se habia visto de muchos tiempos pasados en nuestra España; y esto dijeron porque en aquel tiempo y sazon no habia Perú ni memoria dél; y tambien le enviaron á decir que ántes éramos dignos de que su majestad nos hiciese muchas mercedes. Entónces le enviaron al Diego Velazquez á Cuba á un licenciado que se decia Zuazo, para que le tomase residencia, ó á lo ménos habia pocos meses que habia llegado á la isla de Cuba; y como aquella respuesta le trujeron al Diego Velazquez, se congojó mucho más; y como de ántes era muy gordo, se paró flaco en aquellos dias; y luego con gran diligencia mandó buscar todos los navíos que pudo haber en la isla y apercibir soldados y capitanes, y procuró enviar una recia armada para prender á Cortés y á todos nosotros; y tanta diligencia puso, que él mismo en persona andaba de villa en villa y en unas estancias y en otras, y escribia á todas las partes de la isla donde él no podia ir á rogar á sus amigos fuesen á aquella jornada; por manera que en obra de once meses ó un año allegó diez y ocho velas grandes y pequeñas y sobre mil y trescientos soldados entre capitanes y marineros; porque, como le vian del arte que he dicho, andar tan apasionado y corrido, todos los más principales vecinos de Cuba, así los parientes como los que tenian indios, se aparejaron para le servir, y tambien envió por capitan general de toda la armada á un hidalgo que se decia Pánfilo de Narvaez, hombre alto de cuerpo y membrudo, y hablaba algo entonado, como medio de bóveda, y era natural de Valladolid, casado en la isla de Cuba con una dueña que se llamaba María de Valenzuela, ya viuda, y tenia buenos pueblos de indios y era muy rico. Donde lo dejaré agora haciendo y aderezando su armada, y volveré á decir de nuestros procuradores y su buen viaje; y porque en una sazon acontecian tres y cuatro cosas, no puedo seguir la relacion y materia de lo que voy hablando por dejar de decir lo que más viene al propósito, y á esta causa no me culpen porque salgo y me aparto de la órden por decir lo que más adelante pasa. CAPÍTULO LVI. CÓMO NUESTROS PROCURADORES CON BUEN TIEMPO DESEMBOCARON LA CANAL DE BAHAMA Y EN POCOS DIAS LLEGARON Á CASTILLA, Y LO QUE EN LA CÓRTE LES SUCEDIÓ. Ya he dicho que partieron nuestros procuradores del puerto de San Juan de Ulúa en 6 del mes de Julio de 1519 años, y con buen viaje llegaron á la Habana, y luego desembocaron la canal, é dice que aquella fué la primera vez que por allí navegaron, y en poco tiempo llegaron á las islas de la Tercera, y desde allí á Sevilla, y fueron en posta á la córte, que estaba en Valladolid, y por presidente del Real consejo de Indias D. Juan Rodriguez de Fonseca, que era Obispo de Búrgos, y se nombraba Arzobispo de Rosano y mandaba toda la córte, porque el Emperador nuestro señor estaba en Flandes y era mancebo; y como nuestros procuradores le fueron á besar las manos al presidente muy ufanos, creyendo que les hiciera mercedes, y dalle nuestras cartas y relaciones y á presentar todo el oro y joyas, le suplicaron que luego hiciese mensajero á su majestad y le enviasen aquel presente y cartas, y que ellos mismos irian con ello á besar sus Reales piés; y en vez de agasajarlos, les mostró poco amor y los favoreció muy poco, y aun les dijo palabras secas y ásperas. Nuestros embajadores dijeron que mirase su señoría los grandes servicios que Cortés y sus compañeros haciamos á su majestad, y que le suplicaban otra vez que todas aquellas joyas de oro, cartas y relaciones las enviase luego á su majestad para que sepa todo lo que pasa, y que ellos irian con él. Y les tornó á responder muy soberbiamente, y aun les mandó que no tuviesen ellos cargo dello, que él les escribiria lo que pasaba, y no lo que le decian, pues se habian levantado contra el Diego Velazquez; y pasaron otras muchas palabras ágrias; y en esta sazon llegó á la córte el Benito Martin, Capellan de Diego Velazquez, otra vez por mí nombrado, dando muchas quejas de Cortés y de todos nosotros, de que el Obispo se airó mucho más contra nosotros; y porque el Alonso Hernandez Puertocarrero, como era caballero primo del conde de Medellin, y porque el Montejo no osaba desagradar al presidente, decia al Obispo que le suplicaba muy ahincadamente que sin pasion fuesen oidos y que no dijese las palabras que decia, y que luego enviase aquellos recaudos así como los traian á su majestad, y que éramos servidores de la Real Corona, y que eran dignos de mercedes, y no de ser por palabras afrentados. Cuando aquello oyó el Obispo, le mandó echar preso, y porque le informaron que habia sacado de Medellin tres años habia una mujer que se decia María Rodriguez y la llevó á las Indias. Por manera que todos nuestros servicios y los presentes de oro estaban del arte que aquí he dicho; y acordaron nuestros embajadores de callar hasta su tiempo é lugar. Y el Obispo escribió á su majestad á Flandes á favor de su privado é amigo Diego Velazquez, y muy malas palabras contra Hernando Cortés y contra todos nosotros; mas no hizo relacion de ninguna manera de las cartas que le enviábamos, salvo que se habia alzado Hernando Cortés al Diego Velazquez, y otras cosas que dijo. Volvamos á decir del Alonso Hernandez Puertocarrero y del Francisco de Montejo, y aun de Martin Cortés, padre del mismo Cortés, y de un licenciado Nuñez, relator del Real consejo de su majestad y cercano pariente del Cortés, qué hacian por él: acordaron de enviar mensajeros á Flandes con otras cartas como las que dieron al Obispo de Búrgos, porque iban duplicadas las que enviamos con los procuradores, y escribieron á su majestad todo lo que pasaba é la memoria de las joyas de oro del presente, y dando quejas del Obispo y descubriendo sus tratos que tenia con el Diego Velazquez; y aun otros caballeros les favorecieron, que no estaban muy bien con el D. Juan Rodriguez de Fonseca; porque, segun decian, era malquisto por muchas demasías y soberbias que mostraba con los grandes cargos que tenia; y como nuestros grandes servicios eran por Dios nuestro Señor y por su majestad, y siempre poniamos nuestras fuerzas en ello, quiso Dios que su majestad lo alcanzó á saber muy claramente; y como lo vió y entendió, fué tanto el contentamiento que mostró, y los duques, marqueses y condes y otros caballeros que estaban en su Real córte, que en otra cosa no hablaban por algunos dias sino de Cortés y de todos nosotros los que le ayudamos en las conquistas, y de las riquezas que destas partes le enviamos; y así por esto como por las cartas glosadas que sobre ello le escribió el Obispo de Búrgos, desque vió su majestad que todo era al contrario de la verdad, desde allí adelante le tuvo mala voluntad al Obispo, especialmente que no envió todas las piezas de oro, é se quedó con gran parte dellas. Todo lo cual alcanzó á saber el mismo Obispo, que se lo escribieron desde Flandes, de lo cual recibió muy grande enojo, y si de ántes que fuesen nuestras cartas ante su majestad el Obispo decia muchos males de Cortés y de todos nosotros, de allí adelante á boca llena nos llamaba traidores; mas quiso Dios que perdió la furia y braveza, que desde ahí á dos años fué recusado y aun quedó corrido y afrentado, y nosotros quedamos por muy leales servidores, como adelante diré de que venga á coyuntura; y escribió su majestad que presto vendria á Castilla y entenderia en lo que nos conviniese, é nos haria mercedes. Y porque adelante lo diré muy por extenso cómo y de qué manera pasó, se quedará aquí así, y nuestros procuradores aguardando la venida de su majestad. Y ántes que más pase adelante quiero decir, por lo que me han preguntado ciertos caballeros muy curiosos, y aun tienen razon de lo saber, que ¿cómo puedo yo escribir en esta relacion lo que no vi, pues estaba en aquella sazon en las conquistas de la Nueva-España cuando los procuradores dieron las cartas, recaudos y presente de oro que llevaban para su majestad, y tuvieron aquellas contiendas con el Obispo de Búrgos? Á esto digo que nuestros procuradores nos escribian á los verdaderos conquistadores lo que pasaba, así lo del Obispo de Búrgos como lo que su majestad fué servido mandar en nuestro favor, letra por letra en capítulos, y de qué manera pasaba; y Cortés nos enviaba otras cartas que recibia de nuestros procuradores, á las villas donde viviamos en aquella sazon, para que viésemos cuán bien negociábamos con su majestad y qué grande contrario teniamos en el Obispo de Búrgos. Y esto doy por descargo de lo que me preguntaban aquellos caballeros que dicho tengo. Dejemos esto, y digamos en otro capítulo lo que en nuestro real pasó. CAPÍTULO LVII. CÓMO DESPUES QUE PARTIERON NUESTROS EMBAJADORES PARA SU MAJESTAD CON TODO EL ORO Y CARTAS Y RELACIONES DE LO QUE EN EL REAL SE HIZO, Y LA JUSTICIA QUE CORTÉS MANDÓ HACER. Desde á cuatro dias que partieron nuestros procuradores para ir ante el Emperador nuestro señor, como dicho habemos, y los corazones de los hombres son de muchas calidades é pensamientos, parece ser que unos amigos y criados del Diego Velazquez, que se decian Pedro Escudero y un Juan Cermeño, y un Gonzalo de Umbría, piloto, y Bernaldino de Coria, vecino que fué despues de Chiapa, padre de un Hulano Centeno, y un Clérigo que se decia Juan Diaz, y ciertos hombres de la mar que se decian Peñates, naturales de Gibraleon, estaban mal con Cortés, los unos porque no les dió licencia para se volver á Cuba, como se la habian prometido, y otros porque no les dió parte del oro que enviamos á Castilla; los Peñates porque los azotó en Cozumel, como ya otra vez tengo dicho, cuando hurtaron los tocinos á un soldado que se decia Barrio; acordaron todos de tomar un navío de poco porte é irse con él á Cuba á dar mandato al Diego Velazquez, para avisalle como en la Habana podian tomar en la estancia de Francisco Montejo á nuestros procuradores con el oro y recaudos; que segun pareció, de otras personas principales que estaban en nuestro real fueron aconsejados que fuesen á aquella estancia que he dicho, y aun escribieron para que el Diego Velazquez tuviese tiempo de habellos á las manos. Por manera que las personas que he dicho ya tenian metido matalotaje, que era pan cazabe, aceite, pescado y agua, y otras pobrezas de lo que podian haber; é ya que se iban á embarcar, y era á más de media noche, el uno dellos, que era el Bernaldino de Coria, parece ser se arrepintió de se volver á Cuba, y lo fué á hacer saber á Cortés. É como lo supo, é de qué manera y cuántos é por qué causas se querian ir, y quiénes fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó luego sacar las velas, aguja y timon del navío, y los mandó echar presos y les tomó sus confesiones, y confesaron la verdad, y condenaron á otros que estaban con nosotros, que se disimuló por el tiempo, que no permitia otra cosa; y por sentencia que dió, mandó ahorcar al Pedro Escudero y á Juan Cermeño, y á cortar los piés al piloto Gonzalo de Umbría, y azotar á los marineros Peñates, á cada ducientos azotes, y al padre Juan Diaz si no fuera de Misa tambien lo castigara, más metióle algo temor. Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes suspiros y sentimientos: —«¡Oh, quién no supiera escribir, para no firmar muertes de hombres!» Y paréceme que aqueste dicho es muy comun entre los jueces que sentencian algunas personas á muerte, que lo tomaron de aquel cruel Neron en el tiempo que dió muestras de buen Emperador; y así como se hubo ejecutado la sentencia, se fué Cortés luego á mata-caballo á Cempoal, que es cinco leguas de la villa, y nos mandó que luego fuésemos tras él ducientos soldados y todos los de á caballo; y acuérdome que Pedro de Albarado, que habia tres dias que le habia enviado Cortés con otros ducientos soldados por los pueblos de la sierra porque tuviesen qué comer, porque en nuestra villa pasábamos mucha necesidad de bastimentos, y le mandó que se fuese á Cempoal para que allí diéramos órden de nuestro viaje á Méjico. Por manera que el Pedro de Albarado no se halló presente cuando se hizo la justicia que dicho tengo. Y cuando nos vimos juntos en Cempoal, la órden que se dió en todo diré adelante. CAPÍTULO LVIII. CÓMO ACORDAMOS DE IR Á MÉJICO, Y ÁNTES QUE PARTIÉSEMOS DAR CON TODOS LOS NAVÍOS AL TRAVÉS, Y LO QUE MÁS PASÓ; Y ESTO DE DAR CON LOS NAVÍOS AL TRAVÉS FUÉ POR CONSEJO É ACUERDO DE TODOS NOSOTROS LOS QUE ÉRAMOS AMIGOS DE CORTÉS. Estando en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las cosas de la guerra y camino para adelante, de plática en plática le aconsejamos los que éramos sus amigos que no dejase navío en el puerto ninguno, sino que luego diese al través con todos, y no quedasen ocasiones, porque entre tanto que estábamos la tierra adentro no se alzasen otras personas como los pasados; y demás desto, que teniamos mucha ayuda de los maestres, pilotos y marineros, que serian al pié de cien personas, y que mejor nos ayudarian á pelear y guerrear que no estando en el puerto; y segun vi y entendí, esta plática de dar con los navíos al través que allí le propusimos, el mismo Cortés lo tenia ya concertado, sino que quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandasen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo, y todos fuésemos en los pagar. Y luego mandó á un Juan de Escalante, que era alguacil mayor y persona de mucho valor y gran amigo de Cortés, y enemigo de Diego Velazquez porque en la isla de Cuba no le dió buenos indios, que luego fuese á la villa, y que de todos los navíos se sacasen todas las anclas, cables, velas y lo que dentro tenian de que se pudiesen aprovechar, y que diese con todos ellos al través, que no quedasen más de los bateles; é que los pilotos é maestres viejos y marineros que no eran buenos para ir á la guerra, que se quedasen en la villa, y con dos chinchorros que tuviesen cargo de pescar, que en aquel puerto siempre habia pescado, aunque no mucho; y el Juan de Escalante lo hizo segun y de la manera que le fué mandado, y luego se vino á Cempoal con una capitanía de hombres de la mar, que fueron los que sacaron de los navíos, y salieron algunos dellos muy buenos soldados. Pues hecho esto, mandó Cortés llamar á todos los caciques de la serranía de los pueblos nuestros confederados, y rebelados al gran Montezuma, y les dijo cómo habian de servir á los que quedaban en la Villa-Rica, é acabar de hacer la iglesia, fortaleza y casas; y allí delante dellos tomó Cortés por la mano al Juan de Escalante, y les dijo: —«Este es mi hermano.» Y que lo que les mandase que lo hiciesen; é que si hubiesen menester favor é ayuda contra algunos indios mejicanos, que á él ocurriesen, que él iria en persona á les ayudar. Y todos los caciques se ofrecieron de buena voluntad de hacer lo que les mandase; é acuérdome que luego le zahumaron al Juan de Escalante con sus inciensos, aunque no quiso. Ya he dicho era persona muy bastante para cualquier cargo y amigo de Cortés, y con aquella confianza le puso en aquella villa y puerto por capitan, para si algo enviase Diego Velazquez, que hubiese resistencia. Dejallo he aquí, y diré lo que pasó. Aquí es donde dice el coronista Gómora que mandó Cortés barrenar los navíos, y tambien dice el mismo que Cortés no osaba publicar á los soldados que queria ir á Méjico en busca del gran Montezuma. Pues ¿de qué condicion somos los españoles para no ir adelante, y estarnos en partes que no tengamos provecho é guerras? Tambien dice el mismo Gómora que Pedro de Ircio quedó por capitan en la Veracruz; no le informaron bien. Digo que Juan de Escalante fué el que quedó por capitan y alguacil mayor de la Nueva-España, que aun al Pedro de Ircio no le habian dado cargo ninguno, ni aun de cuadrillero, ni era para ello, ni es justo dar á nadie lo que no tuvo, ni quitarlo á quien lo tuvo. CAPÍTULO LIX. DE UN RAZONAMIENTO QUE CORTÉS NOS HIZO DESPUES DE HABER DADO CON LOS NAVÍOS AL TRAVÉS, Y CÓMO APRESTAMOS NUESTRA IDA PARA MÉJICO. Despues de haber dado con los navíos al través á ojos vistas, y no como lo dice el coronista Gómora, una mañana, despues de haber oido Misa, estando que estábamos todos los capitanes y soldados juntos hablando con Cortés en cosas de la guerra, dijo que nos pedia por merced que lo oyésemos, y propuso un razonamiento desta manera: que ya habiamos entendido la jornada á que íbamos, y mediante nuestro Señor Jesucristo habiamos de vencer todas las batallas y rencuentros, y que habiamos de estar tan prestos para ello como convenia; porque en cualquier parte que fuésemos desbaratados (lo cual Dios no permitiese) no podriamos alzar cabeza, por ser muy pocos, y que no teniamos otro socorro ni ayuda sino el de Dios, porque ya no teniamos navíos para ir á Cuba, salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes; y sobre ello dijo otras muchas comparaciones de hechos heróicos de los romanos. Y todos á una le respondimos que hariamos lo que ordenase; que echada estaba la suerte de la buena ó mala ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicon, pues eran todos nuestros servicios para servir á Dios y á su Majestad. Y despues deste razonamiento, que fué muy bueno, cierto, con otras palabras más melosas y elocuencia que yo aquí las digo, luego mandó llamar al cacique gordo, y le tornó á traer á la memoria que tuviese muy reverenciada y limpia la iglesia y cruz; é demás desto le dijo que él se queria partir luego para Méjico á mandar á Montezuma que no robe ni sacrifique, é que ha menester ducientos indios tamemes para llevar el artillería, que ya he dicho otra vez que llevan dos arrobas á cuestas é andan con ellas cinco leguas; y tambien les demandó cincuenta principales hombres de guerra que fuesen con nosotros. Estando desta manera para partir, vino de la Villa-Rica un soldado con una carta del Escalante, que ya le habia mandado otra vez Cortés que fuese á la villa para que le enviase otros soldados, y lo que en la carta decia el Escalante era que andaba un navío por la costa, y que le habia hecho ahumadas y otras grandes señas, y habia puesto unas mantas blancas por banderas, y que cabalgó á caballo con una capa de grana colorada porque lo viesen los del navío; y que le pareció á él que bien vieron las señas, banderas, caballo y capa, y no quisieron venir al puerto; y que luego envió españoles á ver en qué pareja iba, y le trujeron respuesta que tres leguas de allí estaba surto, cerca de una boca de un rio; y que se lo hace saber para ver lo que manda. Y como Cortés vió la carta, mandó luego á Pedro de Albarado que tuviese cargo de todo el ejército que estaba allí en Cempoal, y juntamente con él á Gonzalo de Sandoval, que ya daba muestras de varon muy esforzado, como siempre lo fué. Este fué el primer cargo que tuvo el Sandoval; y aun sobre que le dió entónces aquel cargo que fué el primero, y se lo dejó de dar á Alonso de Ávila, tuvieron ciertas cosquillas el Alonso de Ávila y el Sandoval. Volvamos á nuestro cuento, y es, que luego Cortés cabalgó con cuatro de á caballo que le acompañaron, y mandó que le siguiésemos cincuenta soldados de los más sueltos, porque Cortés nos nombró los que habiamos de ir con él; y aquella noche llegamos á la Villa-Rica. Y lo que allí pasamos diré adelante. CAPÍTULO LX. CÓMO CORTÉS FUÉ ADONDE ESTABA SURTO EL NAVÍO, Y PRENDIMOS SEIS SOLDADOS Y MARINEROS QUE DEL NAVÍO HUYERON, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Así como llegamos á Villa-Rica, como dicho tengo, vino Juan de Escalante á hablar á Cortés, y le dijo que seria bien ir luego aquella noche al navío, por ventura no alzase velas y se fuese, y que reposase el Cortés, que él iria con veinte soldados. Y Cortés dijo que no podia reposar; que cabra coja no tenga siesta, que él queria ir en persona con los soldados que consigo traia; y ántes que bocado comiésemos comenzamos á caminar la costa adelante, y topamos en el camino á cuatro españoles que venian á tomar posesion en aquella tierra por Francisco de Garay, gobernador de Jamáica, los cuales enviaba un capitan que estaba poblando de pocos dias habia en el rio de Pánuco, que se llamaba Alonso Álvarez de Pineda ó Pinedo; y los cuatro españoles que tomamos se decian Guillen de la Loa, este venia por escribano; y los testigos que traia para tomar la posesion se decian Andrés Nuñez, y era carpintero de ribera, y el otro se decia maestre Pedro el de la Arpa, y era valenciano, el otro no me acuerdo el nombre. Y como Cortés hubo bien entendido cómo venian á tomar posesion en nombre de Francisco de Garay, é supo que quedaba en Jamáica y enviaba capitanes, preguntóles Cortés que por qué título ó por qué via venian aquellos capitanes. Respondieron los cuatro hombres que en el año de 1518, como habia fama en todas las islas de las tierras que descubrimos cuando lo de Francisco Hernandez de Córdoba y Juan de Grijalva, y llevamos á Cuba los veinte mil pesos de oro á Diego Velazquez, que entónces tuvo relacion el Garay del piloto Anton de Alaminos y de otro piloto que habiamos traido con nosotros, que podia pedir á su majestad desde el rio de San Pedro y San Pablo por la banda del norte todo lo que descubriese; y como el Garay tenia en la córte quien le favoreciese con el favor que esperaba, enviaba un mayordomo suyo que se decia Torralva, á lo negociar, y trujo provisiones para que fuese adelantado y gobernador desde el rio de San Pedro y San Pablo y todo lo que descubriese; y por aquellas provisiones envió luego tres navíos con hasta ducientos y setenta soldados con bastimentos y caballos, con el capitan por mí nombrado, que se decia Alonso Álvarez Pineda ó Pinedo, y que estaba poblando en un rio que se dice Pánuco, obra de setenta leguas de allí; y que ellos hicieron lo que su capitan les mandó, y que no tienen culpa. Y como lo hubo entendido Cortés, con palabras amorosas les halagó, y les dijo que si podriamos tomar aquel navío; y el Guillen de la Loa, que era el más principal de los cuatro hombres, dijo que capearian y harian lo que pudiesen; y por bien que los llamaron y capearon, ni por señas que les hicieron, no quisieron venir, porque, segun dijeron aquellos hombres, su capitan les mandó que mirasen que los soldados de Cortés no topasen con ellos, porque tenian noticia que estábamos en aquella tierra; y cuando vimos que no venia el batel, bien entendimos que desde el navío nos habian visto venir por la costa adelante, y que si no era con maña no volverian con el batel á aquella tierra; é rogóles Cortés que se desnudasen aquellos cuatro hombres sus vestidos para que se los vistiesen otros cuatro hombres de los nuestros, y así lo hicieron; y luego nos volvimos por la costa adelante por donde habiamos venido, para que nos viesen volver desde el navío, para que creyesen los del navío que de hecho nos volvimos, y quedábamos los cuatro de nuestros soldados vestidos los vestidos de los otros cuatro, y estuvimos con Cortés en el monte escondidos hasta más de media noche que hiciese escuro para volvernos enfrente del riachuelo, y muy escondidos, que no pareciamos otros, sino los cuatro soldados de los nuestros; y como amaneció comenzaron á capear los cuatro soldados, y luego vinieron en el batel seis marineros, y los dos saltaron en tierra con unas dos botijas de agua; y entónces aguardamos los que estábamos con Cortés escondidos que saltasen los demás marineros; y no quisieron saltar en tierra; y los cuatro de los nuestros que tenian vestidas las ropas de los otros de Garay hacian que estaban lavando las manos y escondiendo las caras, y decian los del batel: —«Veníos á embarcar; ¿qué haceis? ¿por qué no venis?» Y entónces respondió uno de los nuestros: —«Saltad en tierra y vereis aquí un poco.» Y como desconocieron la voz, se volvieron con su batel, y por más que los llamaron, no quisieron responder; y queriamos les tirar con las escopetas y ballestas, y Cortés dijo que no se hiciese tal, que se fuesen con Dios á dar mandado á su capitan; por manera que se hubieron de aquel navío seis soldados, los cuatro hubimos primero, y dos marineros que saltaron en tierra; y así, volvimos á Villa-Rica, y todo esto sin comer cosa ninguna; y esto es lo que se hizo, y no lo que escribe el coronista Gómora, porque dice que vino Garay en aquel tiempo, y engañóse, que primero que viniese envió tres capitanes con navíos; los cuales diré adelante en qué tiempo vinieron é qué se hizo dellos, y tambien en el tiempo que vino Garay; y pasemos adelante, é diremos cómo acordamos de ir á Méjico. CAPÍTULO LXI. CÓMO ORDENAMOS DE IR Á LA CIUDAD DE MÉJICO, Y POR CONSEJO DEL CACIQUE FUIMOS POR TLASCALA, Y DE LO QUE NOS ACAECIÓ ASÍ DE RENCUENTROS DE GUERRA COMO DE OTRAS COSAS. Despues de bien considerada la partida para Méjico, tomamos consejo sobre el camino que habiamos de llevar, y fué acordado por los principales de Cempoal que el mejor y más conveniente era por la provincia de Tlascala, porque eran sus amigos y mortales enemigos de mejicanos, é ya tenian aparejados cuarenta principales, y todos hombres de guerra, que fueron con nosotros y nos ayudaron mucho en aquella jornada, y más nos dieron ducientos tamemes para llevar el artillería; que para nosotros los pobres soldados no habiamos menester ninguno, porque en aquel tiempo no teniamos qué llevar, porque nuestras armas, así lanzas como escopetas y ballestas y rodelas, y todo otro género dellas, con ellas dormiamos y caminábamos, y calzamos nuestros alpargates, que era nuestro calzado, y como he dicho siempre, muy apercebidos para pelear; y partimos de Cempoal demediado el mes de Agosto de 1519 años, y siempre con muy buena órden, y los corredores del campo y ciertos soldados muy sueltos delante; y la primera jornada fuimos á un pueblo que se dice Jalapa, y desde allí á Socochima, y estaba muy fuerte y mala entrada, y en él habia muchas parras de uvas de la tierra; y en estos pueblos se les dijo con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, todas las cosas tocantes á nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos del Emperador D. Cárlos, é que nos envió para quitar que no haya más sacrificios de hombres ni se robasen unos á otros, y se les declaró muchas cosas que se les convenia decir; y como eran amigos de Cempoal y no tributaban á Montezuma, hallábamos en ellos muy buena voluntad y nos daban de comer, y se puso en cada pueblo una cruz, y se les declaró lo que significaba é que la tuviesen en mucha reverencia. Y desde Socochima pasamos unas altas sierras y puerto, y llegamos á otro pueblo que se dice Texutla, y tambien hallamos en ellos buena voluntad, porque tampoco daban tributo como los demás; y desde aquel pueblo acabamos de subir todas las sierras y entramos en el despoblado, donde hacia muy gran frio y granizo aquella noche, donde tuvimos falta de comida, y venia un viento de la sierra nevada, que estaba á un lado, que nos hacia temblar de frio; porque, como habiamos venido de la isla de Cuba y de la Villa-Rica, y toda aquella costa es muy calurosa, y entramos en tierra fria, y no teniamos con qué nos abrigar sino con nuestras armas, sentiamos las heladas, como no éramos acostumbrados al frio; y desde allí pasamos á otro puerto, donde hallamos unas caserías y grandes adoratorios de ídolos, que ya he dicho que se dicen cues, y tenian grandes rimeros de leña para el servicio de los ídolos que estaban en aquellos adoratorios; y tampoco tuvimos qué comer, y hacia recio frio. Y desde allí entramos en tierra de un pueblo que se decia Cocotlan, y enviamos dos indios de Cempoal á decille al cacique cómo íbamos, que tuviesen por bien nuestra llegada á sus casas; y era sujeto este pueblo á Méjico, y siempre caminábamos muy apercebidos y con gran concierto, porque viamos que ya era otra manera de tierra; y cuando vimos blanquear muchas azuteas, y las casas del Cacique y los cues y adoratorios, que eran muy altos y encalados, parecian muy bien, como algunos pueblos de nuestra España, y pusímosle nombre Castilblanco, porque dijeron unos soldados portugueses que parecia á la villa de Casteloblanco de Portugal, y así se llama ahora; y como supieron en aquel pueblo por mí nombrado, por los mensajeros que enviábamos, cómo íbamos, salió el cacique á recebirnos con otros principales junto á sus casas; el cual cacique se llamaba Olintecle, y nos llevaron á unos aposentos y nos dieron de comer poca cosa y de mala voluntad; y despues que hubimos comido, Cortés les preguntó con nuestras lenguas de las cosas de su Sr. Montezuma; y dijo de sus grandes poderes de guerreros que tenia en todas las provincias sujetas, sin otros muchos ejércitos que tenia en las fronteras y provincias comarcanas; y luego dijo de la gran fortaleza de Méjico y cómo estaban fundadas las casas sobre agua, y que de una casa á otra no se podia pasar sino por puentes que tenian hechas y en canoas; y las casas todas de azuteas, y en cada azutea si querian poner mamparos eran fortalezas; y que para entrar dentro en la ciudad que habia tres calzadas, y en cada calzada cuatro ó cinco aberturas por donde se pasaba el agua de una parte á otra; y en cada una de aquellas aberturas habia una puente, y con alzar cualquiera dellas, que son hechas de madera, no pueden entrar en Méjico; y luego dijo del mucho oro y plata y piedras chalchiuis y riquezas que tenia Montezuma, su señor, que nunca acababa de decir otras muchas cosas de cuán gran señor era, que Cortés y todos nosotros estábamos admirados de lo oir; y con todo cuanto contaban de su gran fortaleza y puentes, como somos de tal calidad los soldados españoles, quisiéramos ya estar probando ventura, y aunque nos parecia cosa imposible, segun lo señalaba y decia el Olintecle. Y verdaderamente era Méjico muy más fuerte y tenia mayores pertrechos de albarradas que todo lo que decia; porque una cosa es haberlo visto de la manera y fuerzas que tenia, y no como lo escribo; y dijo que era tan gran señor Montezuma, que todo lo que queria señoreaba, y que no sabia si seria contento cuando supiese nuestra estada allí en aquel pueblo, por nos haber aposentado y dado de comer sin su licencia; y Cortés le dijo con nuestras lenguas: «Pues hágoos saber que nosotros venimos de léjas tierras por mandado de nuestro Rey y señor, que es el Emperador don Cárlos, de quien son vasallos muchos y grandes señores, y envia á mandar á ese vuestro gran Montezuma que no sacrifique ni mate ningunos indios, ni robe sus vasallos ni tome ningunas tierras, y para que dé la obediencia á nuestro Rey y señor; y ahora lo digo asimismo á vos, Olintecle, y á todos los más caciques que aquí estais, que dejeis vuestros sacrificios y no comais carnes de vuestros prójimos, ni hagais sodomías ni las cosas feas que soleis hacer, porque así lo manda nuestro Señor Dios, que es el que adoramos y creemos, y nos da la vida y la muerte y nos ha de llevar á los cielos;» y se les declaró otras muchas cosas tocantes á nuestra santa fe, y ellos á todo callaban. Y dijo Cortés á los soldados que allí nos hallamos: —«Paréceme, señores, que ya que no podemos hacer otra cosa, que se ponga una cruz.» Y respondió el Padre fray Bartolomé de Olmedo: —«Paréceme, señor, que en estos pueblos no es tiempo para dejalles cruz en su poder, porque son algo desvergonzados y sin temor; y como son vasallos de Montezuma, no la quemen ó hagan alguna cosa mala; y esto que se les dijo basta hasta que tengan más conocimiento de nuestra santa fe.» Y así se quedó sin poner la cruz. Dejemos esto y de las santas amonestaciones que les haciamos, y digamos que como llevábamos un lebrel de muy gran cuerpo, que era de Francisco de Lugo, y ladraba mucho de noche, parece ser preguntaban aquellos caciques del pueblo á los amigos que traiamos de Cempoal que si era tigre ó leon, ó cosa con que mataban los indios; y respondieron: —«Tráenle para que cuando alguno los enoja los mate.» Y tambien les preguntaron que aquellas bombardas que traiamos, qué haciamos con ellas; y respondieron que con unas piedras que metiamos dentro dellas matábamos á quien queriamos; y que los caballos corrian como venados, y alcanzábamos con ellos á quien les mandábamos. Y dijo el Olintecle y los demás principales: —«Luego desa manera teules deben de ser.» Ya he dicho otras veces que á los ídolos ó sus dioses ó cosas malas llamaban teules. Y respondieron nuestros amigos: —«Pues ¡cómo! ¿ahora lo veis? Mirad que no hagais cosa con que los enojeis, que luego sabrán, que saben lo que teneis en el pensamiento, porque estos teules son los que prendieron á los recaudadores del vuestro gran Montezuma, y mandaron que no les diesen más tributo en todas las sierras ni en nuestro pueblo de Cempoal; y estos son los que nos derrocaron de nuestros templos nuestros teules, y pusieron los suyos, y han vencido los de Tabasco y Cingapacinga. Y demás desto, ya habreis visto cómo el gran Montezuma, aunque tiene tantos poderes, los envia oro y mantas, y ahora han venido á este vuestro pueblo y veo que no les dais nada; andad presto y traedles algun presente.» Por manera que traiamos con nosotros buenos echacuervos, porque luego trujeron cuatro pinjantes y tres collares y unas lagartijas, aunque era de oro todo muy bajo; y más trujeron cuatro indias, que eran buenas para moler pan, y una carga de mantas. Cortés las recibió con alegre voluntad y con grandes ofrecimientos. Acuérdome que tenian en una plaza, adonde estaban unos adoratorios, puestos tantos rimeros de calaveras de muertos, que se podian bien contar, segun el concierto con que estaban puestas, que me parece que eran más de cien mil, y digo otra vez sobre cien mil; y en otra parte de la plaza estaban otros tantos rimeros de zancarrones y huesos de muertos que no se podian contar, y tenian en unas vigas muchas cabezas colgadas de una parte á otra, y estaban guardando aquellos huesos y calaveras tres papas que, segun entendimos, tenian cargo dellos; de lo cual tuvimos que mirar más despues que entramos más la tierra adentro, y en todos los pueblos estaban de aquella manera, é tambien en lo de Tlascala. Pasado todo esto que aquí he dicho, acordamos de ir nuestro camino por Tlascala, porque decian nuestros amigos estaban muy cerca, y que los términos estaban allí junto donde tenian puestos por señales unos mojones; y sobre ello se preguntó al cacique Olintecle que cuál era mejor camino y más llano para ir á Méjico; y dijo que por un pueblo muy grande que se decia Choulula; y los de Cempoal dijeron á Cortés: «Señor, no vais por Choulula, que son muy traidores y tiene allí siempre Montezuma sus guarniciones de guerra;» y que fuésemos por Tlascala, que eran sus amigos, y enemigos de mejicanos; y así, acordamos de tomar el consejo de los de Cempoal, que Dios lo encaminaba todo; y Cortés demandó luego al Olintecle veinte hombres principales guerreros que fuesen con nosotros, y luego nos los dieron. Y otro dia de mañana fuimos camino de Tlascala, y llegamos á un pueblezuelo que era de los de Xalacingo, y de allí enviamos por mensajeros dos indios de los principales de Cempoal, de los indios que solian decir muchos bienes y loas de los tlascaltecas y que eran sus amigos, y les enviamos una carta, puesto que sabiamos que no lo entenderian, y tambien un chapeo de los vedijudos colorados de Flandes, que entónces se usaban; y lo que se hizo diremos adelante. CAPÍTULO LXII. CÓMO SE DETERMINÓ QUE FUÉSEMOS POR TLASCALA, Y LES ENVIÁBAMOS MENSAJEROS PARA QUE TUVIESEN POR BIEN NUESTRA IDA POR SU TIERRA, Y CÓMO PRENDIERON Á LOS MENSAJEROS, Y LO QUE MÁS SE HIZO. Como salimos de Castilblanco, y fuimos por nuestro camino, los corredores del campo siempre delante y muy apercebidos, en gran concierto los escopeteros y ballesteros, como convenia, y los de á caballo mucho mejor, y siempre nuestras armas vestidas, como lo teniamos de costumbre. Dejemos esto; no sé para qué gasto mis palabras sobre ello, sino que estábamos tan apercebidos, así de dia como de noche, que si diesen al arma diez veces, en aquel punto nos hallaran muy puestos, calzados nuestros alpargates, y las espadas y rodelas y lanzas puesto todo muy á mano; y con aquesta órden llegamos á un pueblezuelo de Xalacingo, y allí nos dieron un collar de oro y unas mantas y dos indias. Y desde aquel pueblo enviamos dos mensajeros principales de los de Cempoal á Tlascala con una carta ó con un chapeo vedejudo de Flandes, colorado, que se usaban entónces, y puesto que la carta bien entendimos que no la sabrian leer, sino que como viesen el papel diferenciado de lo suyo, conocerian que era de mensajería, y lo que les enviamos á decir con los mensajeros cómo íbamos á su pueblo, y que lo tuviesen por bien, que no les íbamos á hacer enojo, sino tenellos por amigos; y esto fué porque en aquel pueblezuelo nos certificaron que toda Tlascala estaba puesta en armas contra nosotros, porque, segun pareció, ya tenian noticia cómo íbamos y que llevábamos con nosotros muchos amigos, así de Cempoal como los de Zocotlan y de otros pueblos por donde habiamos pasado, y todos solian dar tributo á Montezuma, tuvieron por cierto que íbamos contra ellos, porque les tenian por enemigos; y como otras veces los mejicanos con mañas y cautelas les entraban en la tierra y se la saqueaban, así creyeron querian hacer ora. Por manera que luego como llegaron los dos nuestros mensajeros con la carta y el chapeo, y comenzaron á decir su embajada, los mandaron prender sin ser más oidos, y estuvimos aguardando respuesta aquel dia y otro; y como no venian, despues de haber hablado Cortés á los principales de aquel pueblo, y dicho las cosas que convenian decir acerca de nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos de nuestro Rey y señor, que nos envió á estas partes para quitar que no sacrifiquen y no maten hombres ni coman carne humana, ni hagan las torpedades que suelen hacer; y les dijo otras muchas cosas que en los más pueblos por donde pasábamos les soliamos decir, y despues de muchos ofrecimientos que les hizo que les ayudaria, les demandó veinte indios de guerra que fuesen con nosotros, y ellos nos los dieron de buena voluntad, y con la buena ventura, encomendándonos á Dios, partimos otro dia para Tlascala. É yendo por nuestro camino con el concierto que ya he dicho, vienen nuestros mensajeros que tenian presos que parece ser, como andaban revueltos en la guerra los indios que los tenian á cargo y guarda, se descuidaron, y de hecho, como eran amigos, los soltaron de las prisiones; y vinieron tan medrosos de lo que habian visto é oido, que no lo acertaban á decir; porque, segun dijeron, cuando estaban presos los amenazaban y decian: —«Ahora hemos de matar á esos que llamais teules y comer sus carnes, y veremos si son tan esforzados como publicais, y tambien comeremos vuestras carnes, pues venis con traiciones y con embustes de aquel traidor de Montezuma.» Y por más que les decian los mensajeros, que éramos contra los mejicanos, que á todos los tlascaltecas los teniamos por hermanos, no aprovechaban nada sus razones; y cuando Cortés y todos nosotros entendimos aquellas soberbias palabras, y cómo estaban de guerra, puesto que nos dió bien que pensar en ello dijimos todos: —«Pues que así es, adelante en buen hora;» encomendándonos á Dios y nuestra bandera tendida, que llevaba el alférez Corral. Porque ciertamente nos certificaron los indios del pueblezuelo donde dormimos, que habian de salir al camino á nos defender la entrada en Tlascala; y asimismo nos lo dijeron los de Cempoal, como dicho tengo. Pues yendo desta manera que he dicho, siempre íbamos hablando cómo habian de entrar y salir los de á caballo á media rienda y las lanzas algo terciadas, y de tres en tres porque se ayudasen; é que cuando rompiésemos por los escuadrones, que llevasen las lanzas por las caras y no parasen á dar lanzadas, porque no les echasen mano dellas, y que si acaesciese que les echasen mano, que con toda fuerza tuviesen y debajo del brazo se ayudasen, y poniendo espuelas con la furia del caballo, se la tornarian á sacar ó llevarian al indio arrastrando. Dirán ahora que para qué tanta diligencia sin ver contrarios guerreros que nos acometiesen. Á esto respondo, y digo que decia Cortés: —«Mirá, señores compañeros, ya veis que somos pocos, hemos de estar siempre tan apercebidos y aparejados como si ahora viésemos venir los contrarios á pelear, y no solamente vellos venir, sino hacer cuenta que estamos ya en la batalla con ellos; y que, como acaece muchas veces que echan mano de la lanza, por eso hemos de estar avisados para el tal menester, así dello como de otras cosas que convienen en lo militar; que ya bien he entendido que en el pelear no tenemos necesidad de avisos, porque he conocido que por bien que yo lo quiera decir, lo haréis muy más animosamente.» Y desta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien fuerte hecha de cal y canto y de otro betun tan recio, que con picos de hierro era forzoso deshacerla, y hecha de tal manera, que para defensa era harto recia tomar; y detuvímonos á mirar en ella, y preguntó Cortés á los indios de Zocotlan que á qué fin tenian aquella fuerza de aquella manera; y dijeron que, como entre su señor Montezuma y los de Tlascala tenian guerras á la continua, que los tlascaltecas para defender mejor sus pueblos la habian hecho tan fuerte, porque ya aquella es su tierra; y reparamos un rato, y nos dió bien que pensar en ello y en la fortaleza. Y Cortés dijo: —«Señores, sigamos nuestra bandera, que es la señal de la Santa Cruz, que con ella venceremos.» Y todos á una le respondimos que vamos mucho en buen hora, que Dios es fuerza verdadera; y así, comenzamos á caminar con el concierto que he dicho, y no léjos vieron nuestros corredores del campo hasta obra de treinta indios que estaban por espías, y tenian espadas de dos manos, rodelas, lanzas y penachos, y las espadas son de pedernales, que cortan más que navajas, puestas de arte que no se pueden quebrar ni quitar las navajas, y son largas como montantes, y tenian sus divisas y penachos; y como nuestros corredores del campo los vieron, volvieron á dar mandado. Y Cortés mandó á los mismos de á caballo que corriesen tras ellos y que procurasen tomar algunos sin heridas; y luego envió otros cinco de á caballo, porque si hubiese alguna celada, para que se ayudasen; y con todo nuestro ejército dimos priesa y el paso largo, y con gran concierto, porque los amigos que teniamos nos dijeron que ciertamente traian gran copia de guerreros en celadas; y desque los treinta indios que estaban por espías vieron que los de á caballo iban hácia ellos y los llamaban con la mano, no quisieron aguardar, hasta que los alcanzaron y quisieron tomar á algunos dellos; mas defendiéronse muy bien, que con los montantes y sus lanzas hirieron los caballos; y cuando los nuestros vieron tan bravosamente pelear, y sus caballos heridos, procuraron de hacer lo que eran obligados, y mataron cinco dellos; y estando en esto, viene muy de presto y con gran furia un escuadron de tlascaltecas, que estaba en celada, de más de tres mil dellos, y comenzaron á flechar en todos los nuestros de á caballo, que ya estaban juntos todos, y dan una refriega; y en este instante llegamos con nuestra artillería, escopetas y ballestas, y poco á poco comenzaron á volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato peleando con buen concierto. Y en aquel rencuentro hirieron á cuatro de los nuestros, y paréceme que desde allí á pocos dias murió el uno de las heridas; y como era tarde, se fueron los tlascaltecas recogiendo, y no los seguimos; y quedaron muertos hasta diez y siete dellos, sin muchos heridos; y desde aquellas sierras pasamos adelante, y era llano y habia muchas casas de labranzas de maíz y magiales, que es de lo que hacen el vino; y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos; que aceite no lo habia; y tuvimos muy bien de cenar de unos perrillos que ellos crian, puesto que estaban todas las casas despobladas, y alzado el hato, y aunque los perrillos llevaban consigo, de noche se volvian á sus casas, y allí los apañábamos, que era harto buen mantenimiento; y estuvimos toda la noche muy á punto con escuchas y buenas rondas y corredores del campo, y los caballos ensillados y enfrenados, por temor no diesen sobre nosotros. Y quedarse ha aquí, y diré las guerras que nos dieron. CAPÍTULO LXIII. DE LAS GUERRAS Y BATALLAS MUY PELIGROSAS QUE TUVIMOS CON LOS TLASCALTECAS, Y DE LO QUE MÁS PASÓ. Otro dia, despues de habernos encomendado á Dios, partimos de allí, muy concertados todos nuestros escuadrones, y los de á caballo muy avisados de cómo habian de entrar rompiendo y salir; y en todo caso procurar que no nos rompiesen ni nos apartasen unos de otros; é yendo así como dicho tengo, viénense á encontrar con nosotros dos escuadrones, que habria seis mil, con grandes gritas, atambores y trompetas, y flechando y tirando varas, y haciendo como fuertes guerreros. Cortés mandó que estuviésemos quedos, y con tres prisioneros que les habiamos tomado el dia ántes les enviamos á decir y á requerir que no nos diesen guerra, que los queremos tener por hermanos; y dijo á uno de nuestros soldados, que se decia Diego de Godoy, que era escribano de su Majestad, mirase lo que pasaba, y diese testimonio dello si se hubiese menester, porque en algun tiempo no nos demandasen las muertes y daños que se recreciesen, pues les requeriamos con la paz; y como les hablaron los tres prisioneros que les enviábamos, mostráronse muy más recios, y nos daban tanta guerra, que no les podiamos sufrir. Entónces dijo Cortés: —«Santiago y á ellos.» Y de hecho arremetimos de manera, que les matamos y herimos muchas de sus gentes con los tiros, y entre ellos tres capitanes. Íbanse retrayendo hácia unos arcabuezos, donde estaban en celada sobre más de cuarenta mil guerreros con su capitan general, que se decia Xicotenga, y con sus divisas de blanco y colorado, porque aquella divisa y librea era de aquel Xicotenga; y como habia allí unas quebradas, no nos podiamos aprovechar de los caballos, y con mucho concierto los pasamos. Al pasar tuvimos muy gran peligro, porque se aprovechaban de su buen flechar, y con sus lanzas y montantes nos hacian mala obra, y aun las hondas y piedras como granizo eran harto malas; y como nos vimos en lo llano con los caballos y artillería, nos lo pagaban, que matábamos muchos; mas no osábamos deshacer nuestro escuadron, porque el soldado que en algo se desmandaba para seguir algunos indios de los montantes ó capitanes, luego era herido y corria gran peligro. Y andando en estas batallas, nos cercan por todas partes, que no nos podiamos valer poco ni mucho; que no osábamos arremeter á ellos si no era todos juntos, porque no nos desconcertasen y rompiesen; y si arremetiamos como dicho tengo, hallábamos sobre veinte escuadrones sobre nosotros, que nos resistian; y estaban nuestras vidas en mucho peligro, porque eran tantos guerreros, que á puñados de tierra nos cegaran, sino que la gran misericordia de Dios nos socorria y nos guardaba. Y andando en estas priesas entre aquellos grandes guerreros y sus temerosos montantes, parece ser acordaron de se juntar muchos dellos y de mayores fuerzas para tomar á manos á algun caballo, y lo pusieron por obra, y arremetieron, y echan mano á una muy buena yegua y bien revuelta, de juego y de carrera, y el caballero que en ella iba muy buen jinete, que se decia Pedro de Moron; y como entró rompiendo con otros tres de á caballo entre los escuadrones de los contrarios, porque así les era mandado, porque se ayudasen unos á otros, échanle mano de la lanza, que no la pudo sacar, y otros le dan de cuchilladas con los montantes y le hirieron malamente, y entónces dieron una cuchillada á la yegua, que le cortaron el pescuezo redondo, y allí quedó muerta; y si de presto no socorrieran los dos compañeros de á caballo al Pedro de Moron, tambien le acabaran de matar, pues quizá podiamos con todo nuestro escuadron ayudalle. Digo otra vez que por temor que nos desbaratasen ó acabasen de desbaratar, no podiamos ir ni á una parte ni á otra; que harto teniamos que sustentar no nos llevasen de vencida, que estábamos muy en peligro; y todavía acudiamos á la presa de la yegua, y tuvimos lugar de salvar al Moron y quitársele de su poder, que ya le llevaban medio muerto; y cortamos la cincha de la yegua, porque no se quedase allí la silla; y allí en aquel socorro hirieron diez de los nuestros; y tengo en mí que matamos entónces cuatro capitanes, porque andábamos juntos pié con pié, y con las espadas les haciamos mucho daño; porque como aquello pasó se comenzaron á retirar y llevaron la yegua, la cual hicieron pedazos para mostrar en todos los pueblos de Tlascala; y despues supimos que habian ofrecido á sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes vedijudo, y las dos cartas que les enviamos para que viniesen en paz. La yegua que mataron era de un Juan Sedeño; y porque en aquella sazon estaba herido el Sedeño de tres heridas del dia ántes, por esta causa se la dió al Moron, que era muy buen jinete, y murió el Moron entónces de allí á dos dias de las heridas, porque no me acuerdo verle más. Volvamos á nuestra batalla: que como habia bien una hora que estábamos en las rencillas peleando, y los tiros les debrian de hacer mucho mal; porque, como eran muchos, andaban tan juntos, que por fuerza les habian de llevar copia dellos; pues los de á caballo, escopetas, ballestas, espadas, rodelas y lanzas, todos á una peleábamos como valientes soldados por salvar nuestras vidas y hacer lo que éramos obligados; porque ciertamente las teniamos en grande peligro, cual nunca estuvieron. Y á lo que despues supimos, en aquella batalla les matamos muchos indios, y entre ellos ocho capitanes muy principales, hijos de los viejos caciques que estaban en el pueblo cabecera mayor; á esta causa se trujeron con muy buen concierto, y á nosotros que no nos pesó dello; y no los seguimos porque no nos podiamos tener en los piés, de cansados; allí nos quedamos en aquel poblezuelo, que todos aquellos campos estaban muy poblados, y aun tenian hechas otras casas debajo de tierra como cuevas, en que vivian muchos indios; y llamábase donde pasó esta batalla Tehuacingo ó Tehuacacingo, y fué dada en 2 dias del mes de Setiembre de 1519 años. Y desque nos vimos con victoria, dimos muchas gracias á Dios, que nos libró de tan grandes peligros; y desde allí nos retrujimos luego á unos cues que estaban buenos y altos como en fortaleza, y con el unto del indio que ya he dicho otras veces se curaron nuestros soldados, que fueron quince, y murió uno de las heridas; y tambien se curaron cuatro ó cinco caballos que estaban heridos, y reposamos y cenamos muy bien aquella noche, porque teniamos muchas gallinas y perrillos que hubimos en aquellas casas, con muy buen recaudo de escuchas y rondas y los corredores del campo, y descansamos hasta otro dia por la mañana. En aquesta batalla tomamos y prendimos quince indios y los dos principales; y una cosa tenian los tlascaltecas en esta batalla y en todas las demás, que en hiriéndoles cualquiera indio, luego lo llevaban, y no podiamos ver los muertos. CAPÍTULO LXIV. CÓMO TUVIMOS NUESTRO REAL ASENTADO EN UNOS PUEBLOS Y CASERÍAS QUE SE DICEN TEOACINGO Ó TEUACINGO, Y LO QUE ALLÍ HICIMOS. Como nos sentimos muy trabajados de las batallas pasadas y estaban muchos soldados y caballos heridos, y teniamos necesidad de adobar las ballestas y alistar almacen de saetas, estuvimos un dia sin hacer cosa que de contar sea; y otro dia por la mañana dijo Cortés que seria bueno ir á correr el campo con los de á caballo que estaban buenos para ello, porque no pensasen los tlascaltecas que dejábamos de guerrear por la batalla pasada, y porque viesen que siempre los habiamos de seguir; y el dia pasado, como he dicho, habiamos estado sin salirlos á buscar, é que era mejor irles nosotros á acometer que ellos á nosotros, porque no sintiesen nuestra flaqueza y porque aquel campo es muy llano y muy poblado. Por manera que con siete de á caballo y pocos ballesteros y escopeteros, y obra de ducientos soldados y con nuestros amigos, salimos y dejamos en el real buen recaudo, segun nuestra posibilidad, y por las casas y pueblos por donde íbamos prendimos hasta veinte indios é indias sin hacelles ningun mal; y los amigos, como son crueles, quemaron muchas casas y trujeron bien de comer gallinas y perrillos; y luego nos volvimos al real, que era cerca, y acordó Cortés de soltar los prisioneros, y se les dió primero de comer, y doña Marina y Aguilar los halagaron y dieron cuentas, y les dijeron que no fuesen más locos; é que viniesen de paz, que nosotros les queremos ayudar y tener por hermanos: y entónces tambien soltamos los dos prisioneros primeros, que eran principales, y se les dió otra carta para que fuesen á decir á los caciques mayores, que estaban en el pueblo cabecera de todos los más pueblos de aquella provincia, que no les veniamos á hacer mal ni enojo, sino para pasar por su tierra é ir á Méjico á hablar á Montezuma. Y los dos mensajeros fueron al real de Xicotenga, que estaba de allí obra de dos leguas, en unos pueblos y casas que me parece que se llamaban Tecuacinpacingo; y como les dieron la carta y dijeron nuestra embajada, la respuesta que les dió su capitan Xicotenga el mozo fué que fuésemos á su pueblo, adonde está su padre: que allá harian las paces con hartarse de nuestras carnes y honrar sus dioses con nuestros corazones y sangre, é que para otro dia de mañana veriamos su respuesta; y cuando Cortés y todos nosotros oimos aquellas tan soberbias palabras, como estábamos hostigados de las pasadas batallas é encuentros, verdaderamente no lo tuvimos por bueno, y á aquellos mensajeros halagó Cortés con blandas palabras, porque les pareció que habian perdido el miedo, y les mandó dar unos sartalejos de cuentas, y esto para tornalles á enviar por mensajeros sobre la paz. Entónces se informó muy por extenso cómo y de qué manera estaba el capitan Xicotenga, y qué poderes tenia consigo, y les dijeron que tenia muy más gente que la otra vez cuando nos dió guerra, porque traia cinco capitanes consigo, y que cada capitanía traia diez mil guerreros. Fué desta manera que lo contaba, que de la parcialidad de Xicotenga, que ya no habia del viejo padre del mismo capitan sino diez mil, y de la parte de otro gran cacique que se decia Masse-Escaci, otros diez mil, y de otro gran principal que se decia Chichimeca Tecle, otros tantos, y de otro gran cacique señor de Topeyanco, que se decia Tecapaneca, otros diez mil, é de otro cacique que se decia Guaxobcin, otros diez mil; por manera que eran á la cuenta cincuenta mil, y que habian de sacar su bandera y seña, que era un ave blanca, tendidas las alas como que queria volar, que parece como avestruz, y cada capitan con su divisa y librea; porque cada cacique así las tenia diferenciadas, como en nuestra Castilla tienen los duques y condes. Y todo esto que aquí he dicho tuvímoslo por muy cierto, porque ciertos indios de los que tuvimos presos, que soltamos aquel dia, lo decian muy claramente, aunque no eran creidos. Y cuando aquello vimos, como somos hombres y temiamos la muerte, muchos de nosotros y aun todos los más nos confesamos con el Padre de la Merced y con el Clérigo Juan Diaz, que toda la noche estuvieron en oir de penitencia y encomendándonos á Dios que nos librase no fuésemos vencidos; y desta manera pasamos hasta otro dia; y la batalla que nos dieron, aquí lo diré. CAPÍTULO LXV. DE LA GRAN BATALLA QUE HUBIMOS CON EL PODER DE TLASCALTECAS, Y QUISO DIOS NUESTRO SEÑOR DARNOS VITORIA, Y LO QUE MÁS PASÓ. Otro dia de mañana, que fueron 5 de Setiembre de 1519 años, pusimos los caballos en concierto, que no quedó ninguno de los heridos que allí no saliesen para hacer cuerpo é ayudasen lo que pudiesen, y apercibidos los ballesteros que con gran concierto gastasen el almacen, unos armando y otros soltando, y los escopeteros por el consiguiente, y los de espada y rodela que la estocada ó cuchillada que diésemos, que pasasen las entrañas, porque no se osasen juntar tanto como la otra vez, y el artillería bien apercebida iba; y como ya tenian aviso los de á caballo que se ayudasen unos á otros, y las lanzas terciadas sin pararse á alancear sino por las caras y ojos, entrando y saliendo á media rienda, y que ningun soldado saliese del escuadron, y con nuestra bandera tendida, y cuatro compañeros guardando al alférez Corral. Así salimos de nuestro real, y no habiamos andado medio cuarto de legua, cuando vimos asomar los campos llenos de guerreros con grandes penachos y sus divisas, y mucho ruido de trompetillas y bocinas. Aquí habia bien que escribir y ponello en relacion lo que en esta peligrosa y dudosa batalla pasamos; porque nos cercaron por todas partes tantos guerreros, que se podia comparar como si hubiese unos grandes prados de dos leguas de ancho y otras tantas de largo, y en medio dellos cuatrocientos hombres; así era: todos los campos llenos dellos, y nosotros obra de cuatrocientos, muchos heridos y dolientes; y supimos de cierto que esta vez venian con pensamiento que no habian de dejar ninguno de nosotros á vida, que no habia de ser sacrificado á sus ídolos. Volvamos á nuestra batalla: pues como comenzaron á romper con nosotros, ¡qué granizo de piedra de los honderos! Pues flechas, todo el suelo hecho parva de varas, todas de á dos gajos, que pasan cualquiera arma y las entrañas, adonde no hay defensa, y los de espada y rodela, y de otras mayores que espadas, como montantes y lanzas, ¡qué priesa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros, y con qué grandísimos gritos y alaridos! Puesto que nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les haciamos harto daño, y á los que se nos llegaban con sus espadas y montantes les dábamos buenas estocadas, que les haciamos apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez pasada; y los de á caballo estaban tan diestros y hacíanlo tan varonilmente, que, despues de Dios, que es el que nos guardaba, ellos fueron fortaleza. Yo vi entónces medio desbaratado nuestro escuadron, que no aprovechaban voces de Cortés ni de otros capitanes para que tornásemos á cerrar; tanto número de indios cargó entónces sobre nosotros, sino que á puras estocadas les hicimos que nos diesen lugar; con que volvimos á ponernos en concierto. Una cosa nos daba la vida, y era que, como eran muchos y estaban amontonados, los tiros les hacian mucho mal; y demás desto, no se sabian capitanear, porque no podian allegar todos los capitanes con sus gentes; y á lo que supimos, desde la otra batalla pasada habian tenido pendencias y rencillas entre el capitan Xicotenga con otro capitan hijo de Chichimeclatecle, sobre que decia el un capitan al otro que no lo habia hecho bien en la batalla pasada, y el hijo de Chichimeclatecle respondió que muy mejor que él, y se lo haria conocer de su persona á la suya de Xicotenga; por manera que en esta batalla no quiso ayudar con su gente el Chichimeclatecle al Xicotenga, ántes supimos muy ciertamente que convocó á la capitanía de Guaxolcingo que no pelease. Y demás desto, desde la batalla pasada temian los caballos y tiros y espadas y ballestas y nuestro buen pelear, y sobre todo, la gran misericordia de Dios, que nos daba esfuerzo para nos sustentar; y como el Xicotenga no era obedecido de dos capitanes, y nosotros les haciamos muy gran daño, que les matábamos muchas gentes, las cuales encubrian, porque, como eran muchos, en hiriéndolos á cualquiera de los suyos, luego le apañaban y le llevaban á cuestas; y así en esta batalla como en la pasada no podiamos ver ningun muerto; y como ya peleaban de mala gana, y sintieron que las capitanías de los dos capitanes por mí nombrados no les acudian, comenzaron á aflojar; porque, segun pareció, en aquella batalla matamos un capitan muy principal, que de los otros no los cuento; y comenzaron á retraerse con buen concierto, y los de á caballo á media rienda siguiéndolos poco trecho, porque no se podian ya tener de cansados, y cuando nos vimos libres de aquella tanta multitud de guerreros, dimos muchas gracias á Dios. Allí nos mataron un soldado é hirieron más de sesenta, y tambien hirieron á todos los caballos; á mi me dieron dos heridas, la una en la cabeza, de pedrada, y otra en un muslo, de un flechazo; mas no eran para dejar de pelear y velar y ayudar á nuestros soldados; y asimismo lo hacian todos los soldados que estaban heridos, que si no eran muy peligrosas las heridas, habiamos de pelear y velar con ellos, porque de otra manera pocos quedaron que estuviesen sin heridas; y luego nos fuimos á nuestro real muy contentos y dando muchas gracias á Dios, y enterramos los muertos en una de aquellas casas que tenian hechas en los soterraños, porque no viesen los indios que éramos mortales, sino que creyesen que éramos teules, como ellos decian; y derrocamos mucha tierra encima de la casa porque no oliesen los cuerpos, y se curaron todos los heridos con el unto del indio que otras veces he dicho. ¡Oh qué mal refrigerio teniamos, que aun aceite para curar heridas ni sal no habia! Otra falta teniamos, y grande, que era ropa para nos abrigar; que venia un viento tan frio de la sierra nevada, que nos hacia tiritar (aunque mostrábamos buen ánimo siempre), porque las lanzas y escopetas y ballestas mal nos cobijaban. Aquella noche dormimos con más sosiego que la pasada, puesto que teniamos mucho recaudo de corredores y espías, velas y rondas. Y dejallo hé aquí, é diré lo que otro dia hicimos en esta batalla, y prendimos tres indios principales. CAPÍTULO LXVI. CÓMO OTRO DIA ENVIAMOS MENSAJEROS Á LOS CACIQUES DE TLASCALA, ROGÁNDOLES CON LA PAZ, Y LO QUE SOBRE ELLO HICIERON. Despues de pasada la batalla por mí contada, que prendimos en ella los tres indios principales, enviólos luego nuestro capitan Cortés, y con los dos que estaban en nuestro real, que habian ido otras veces por mensajeros, les mandó que dijesen á los caciques de Tlascala que les rogábamos que vengan luego de paz y que nos dén pasada por su tierra para ir á Méjico, como otras veces les hemos enviado á decir, é que si ahora no vienen, que les mataremos todas sus gentes; y porque los queremos mucho y tener por hermanos, no les quisiéramos enojar si ellos no hubiesen dado causa á ello, y se les dijo muchos halagos para atraerlos á nuestra amistad. Y aquellos mensajeros fueron de buena gana luego á la cabecera de Tlascala, y dijeron su embajada á todos los caciques por mí ya nombrados; los cuales hallaron juntos con otros muchos viejos y papas, y estaban muy tristes, así del mal suceso de la guerra como de la muerte de los capitanes parientes ó hijos suyos que en las batallas murieron, y dice que no les quisieron escuchar de buena gana; y lo que sobre ello acordaron, fué que luego mandaron llamar todos los adivinos y papas, y otros que echaban suertes, que llaman tacalnagua, que son como hechiceros, y dijeron que mirasen por sus adivinanzas y hechizos y suertes qué gente éramos, y si podriamos ser vencidos dándonos guerra de dia y de noche á la contina, y tambien para saber si éramos teules, así como lo decian los de Cempoal, que ya he dicho otras veces que son cosas malas, como demonios; é qué cosas comiamos, é que mirasen todo esto con mucha diligencia. Y despues que se juntaron los adivinos y hechiceros y muchos papas, y hechas sus adivinanzas y echadas sus suertes y todo lo que solian hacer, parece ser dijeron que en las suertes hallaron que éramos hombres de hueso y de carne, y que comiamos gallinas y perros y pan y fruta cuando lo teniamos, y que no comiamos carnes de indios ni corazones de los que matábamos; porque, segun pareció, los indios amigos que traiamos de Cempoal les hicieron encreyente que éramos teules é que comiamos corazones de indios, é que las bombardas echaban rayos como caen del cielo, é que el lebrel, que era tigre ó leon, y que los caballos eran para lancear á los indios cuando los queriamos matar; y les dijeron otras muchas niñerias. É volvamos á los papas: y lo peor de todo que les dijeron sus papas é adivinos fué que de dia no podiamos ser vencidos, sino de noche, porque como anochecia se nos quitaban las fuerzas; y más les dijeron los hechiceros, que éramos esforzados, y que todas estas virtudes teniamos de dia hasta que se ponia el sol, y desque anochecia no teniamos fuerzas ningunas. Y cuando aquello oyeron los caciques, y lo tuvieron por muy cierto, se lo enviaron á decir á su capitan general Xicotenga, para que luego con brevedad venga una noche con grandes poderes á nos dar guerra. El cual, como lo supo, juntó obra de diez mil indios, los más esforzados que tenia, y vino á nuestro real, y por tres partes nos comenzó á dar una mano de flechas y tirar varas con sus tiraderas de un gajo y de dos, y los de espadas y macanas y montantes por otra parte; por manera que de repente tuvieron por cierto que llevarian algunos de nosotros para sacrificar; y mejor lo hizo nuestro Señor Dios, que por muy secretamente que ellos venian, nos hallaron muy apercebidos; porque, como sintieron su gran ruido que traian á mata-caballo, vinieron nuestros corredores del campo y las espías á dar el arma, y como estábamos tan acostumbrados á dormir calzados y las armas vestidas y los caballos ensillados y enfrenados, y todo género de armas muy á punto, les resistimos con las escopetas y ballestas y á estocadas; de presto vuelven las espaldas, y como era el campo llano y hacia luna, los de á caballo los siguieron un poco, donde por la mañana hallamos tendidos muertos y heridos hasta veinte dellos; por manera que se vuelven con gran pérdida y muy arrepentidos de la venida de noche. Y aun oí decir que, como no les sucedió bien lo que los papas y las suertes y hechiceros les dijeron, que sacrificaron á dos dellos. Aquella noche mataron un indio de nuestros amigos de Cempoal, é hirieron dos soldados y un caballo, y allí prendimos cuatro dellos; y como nos vimos libres de aquella arrebatada refriega, dimos gracias á Dios, y enterramos el amigo de Cempoal, y curamos los heridos y al caballo, y dormimos lo que quedó de la noche con grande recaudo en el real, así como lo teniamos de costumbre; y despues amaneció, y nos vimos todos heridos á dos y á tres heridas, y muy cansados, y otros dolientes y entrapajados, y Xicotenga que siempre nos seguia, y faltaban ya sobre cincuenta y cinco soldados, que se habian muerto en las batallas y dolencias y frios, y estaban dolientes otros doce, y asimismo nuestro capitan Cortés tambien tenia calenturas, y aun el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced, con el trabajo y peso de las armas, que siempre traiamos á cuestas, y otras malas venturas de frios y falta de sal, que no la comiamos ni la hallábamos; y demás desto, dábanos qué pensar qué fin habriamos en aquestas guerras, é ya que allí se acabasen, qué seria de nosotros, adónde habiamos de ir; porque entrar en Méjico teníamoslo por cosa de risa á causa de sus grandes fuerzas y deciamos que cuando aquellos de Tlascala nos habian puesto en aquel punto, y nos hicieron creer nuestros amigos los de Cempoal que estaban de paz, que cuando nos viésemos en la guerra con los grandes poderes de Montezuma, que ¿qué podriamos hacer? Y demás desto, no sabiamos de los que quedaron poblados en la Villa-Rica, ni ellos de nosotros; y como entre todos nosotros habia caballeros y soldados tan excelentes varones y tan esforzados y de buen consejo, que Cortés ninguna cosa decia ni hacia sin primero tomar sobre ello muy maduro consejo y acuerdo con nosotros; puesto que el coronista Gómora diga: «Hizo Cortés esto, fué allá, vino de acullá;» dice otras cosas que no llevan camino; y aunque Cortés fuera de hierro, segun lo cuenta el Gómora en su historia, no podia acudir á todas partes; bastaba que dijera que lo hacia como buen capitan, como siempre lo fué; y esto digo, porque despues de las grandes mercedes que Nuestro Señor nos hacia en todos nuestros hechos y en las vitorias pasadas y en todo lo demás, parece ser que á los soldados nos daba gracia y consejo para aconsejar que Cortés hiciese todas las cosas muy bien hechas. Dejemos de hablar en loas pasadas, pues no hacen mucho á nuestra historia, y digamos cómo todos á una esforzábamos á Cortés, y le dijimos que curase de su persona, que allí estábamos, y que con el ayuda de Dios, que pues habiamos escapado de tan peligrosas batallas, que para algun buen fin era nuestro Señor servido de guardarnos; y que luego soltase los prisioneros y que los enviase á los caciques mayores otra vez por mí nombrados, que vengan de paz é se les perdonará todo lo hecho y la muerte de la yegua. Dejemos esto, y digamos cómo doña Marina, con ser mujer de la tierra, qué esfuerzo tan varonil tenia, que con oir cada dia que nos habian de matar y comer nuestras carnes, y habernos visto cercados en las batallas pasadas, y que ahora todos estábamos heridos y dolientes, jamás vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer; y á los mensajeros que ahora enviábamos les habló la doña Marina y Jerónimo de Aguilar, que vengan luego de paz, y que si no vienen dentro de dos dias, les iremos á matar y destruir sus tierras, é iremos á buscarles á su ciudad; y con estas resueltas palabras fueron á la cabecera donde estaba Xicotenga el viejo. Dejemos esto, y diré otra cosa que he visto, que el coronista Gómora no escribe en su Historia ni hace mencion si nos mataban ó estábamos heridos, ni pasábamos trabajos ni adoleciamos, sino todo lo que escribe es como si lo halláramos hecho. ¡Oh cuán mal le informaron los que tal le aconsejaron que lo pusiese así en su Historia! Y á todos los conquistadores nos ha dado qué pensar en lo que ha escrito, no siendo así; y debia de pensar que cuando viésemos su Historia habiamos de decir la verdad. Olvidemos al coronista Gómora, y digamos cómo nuestros mensajeros fueron á la cabecera de Tlascala con nuestro mensaje; y paréceme que llevaron una carta, que aunque sabiamos que no la habian de entender, sino porque se tenia por cosa de mandamiento, y con una saeta; y hallaron á los dos caciques mayores que estaban hablando con otros principales, y lo que sobre ello respondieron adelante lo diré. CAPÍTULO LXVII. CÓMO TORNARON Á ENVIAR MENSAJEROS Á LOS CACIQUES DE TLASCALA PARA QUE VENGAN DE PAZ, Y LO QUE SOBRE ELLO HICIERON Y ACORDARON. Como llegaron á Tlascala los mensajeros que enviamos á tratar de las paces, y les hallaron que estaban en consulta los dos más principales caciques que se decian Masse-Escaci y Xicotenga el viejo padre del capitan general, que tambien se decia Xicotenga el mozo, otras muchas veces por mí nombrado, como les oyeron su embajada, estuvieron suspensos un rato que no hablaron, y quiso Dios que inspiró en sus pensamientos que hiciesen paces con nosotros, y luego enviaron á llamar á todos los más caciques y capitanes que habia en sus poblaciones, y á los de una provincia que están junto con ellos, que se dice Guaxocingo, que eran sus amigos y confederados, y todos juntos en aquel pueblo que estaban, que era cabecera, les hizo Masse-Escaci y el viejo Xicotenga, que eran bien entendidos, un razonamiento casi que fué desta manera, segun despues supimos, aunque no las palabras formales: —«Hermanos y amigos nuestros, ya habeis visto cuántas veces estos teules que están en el campo esperando guerras nos han enviado mensajeros á demandar paz, y dicen que nos vienen á ayudar y tener en lugar de hermanos; y asimismo habeis visto cuántas veces han llevado presos muchos de nuestros vasallos, que no les hacen mal y luego los sueltan; bien veis cómo les hemos dado guerra tres veces con todos nuestros poderes, así de dia como de noche, y no han sido vencidos, y ellos nos han muerto en los combates que les hemos dado muchas de nuestras gentes é hijos y parientes y capitanes; ahora de nuevo vuelven á demandar paz, y los de Cempoal, que traen en su compañía, dicen que son contrarios de Montezuma y sus mejicanos, y que les han mandado que no le dén tributo los pueblos de las sierras Totonaque ni los de Cempoal; pues bien se os acordará que los mejicanos nos dan guerra cada año, de más de cien años á esta parte, y bien veis que estamos en estas nuestras tierras como acorralados, que no osamos salir á buscar sal, ni aun la comemos, ni aun algodon, que pocas mantas dello traemos; pues si salen ó han salido algunos de los nuestros á buscar, pocos vuelven con las vidas, que estos traidores de mejicanos y sus confederados nos los matan ó hacen esclavos; ya nuestros tacalnaguas y adivinos y papas nos han dicho lo que sienten de sus personas destos teules, y que son esforzados. Lo que me parece es, que procuremos de tener amistad con ellos, y si no fueren hombres, sino teules, de una manera y de otra les hagamos buena compañía, y luego vayan cuatro nuestros principales y les lleven muy bien de comer, y mostrémosles amor y paz, porque nos ayuden y defiendan de nuestros enemigos, y traigámoslos aquí luego con nosotros, y démosles mujeres para que de su generacion tengamos parientes, pues segun dicen los embajadores que nos envian á tratar las paces, que traen mujeres entre ellos.» Y como oyeren este razonamiento, á todos los caciques les pareció bien, y dijeron que era cosa acertada, y que luego vayan á entender en las paces, y que se le envie á hacer saber á su capitan Xicotenga y á los demás capitanes que consigo tiene, para que luego vengan sin dar más guerras, y les digan que ya tenemos hechas paces; y enviaron luego mensajeros sobre ello; y el capitan Xicotenga el mozo no los quiso escuchar á los cuatro principales, y mostró tener enojo, y los trató mal de palabra, y que no estaba por las paces; y dijo que ya habia muerto muchos teules y la yegua, y que él queria dar otra noche sobre nosotros y acabarnos de vencer y matar; la cual respuesta, desque la oyó su padre Xicotenga el viejo y Masse-Escaci y los demás caciques, se enojaron de manera, que luego enviaron á mandar á los capitanes y á todo su ejército que no fuesen con el Xicotenga á nos dar guerra, ni en tal caso le obedeciesen en cosa que les mandase si no fuese para hacer paces, y tampoco lo quiso obedecer; y cuando vieron la desobediencia de su capitan, luego enviaron los cuatro principales, que otra vez les habian mandado que viniesen á nuestro real y trujesen bastimento y para tratar las paces en nombre de toda Tlascala y Guaxocingo; y los cuatro viejos por temor de Xicotenga el mozo no vinieron en aquella sazon; y porque en un instante acaecen dos y tres cosas, así en nuestro real como en este tratar de paces, y por fuerza tengo de tomar entre manos lo que más viene al propósito, dejaré de hablar de los cuatro indios principales que enviaron á tratar las paces, que aún no venian por temor de Xicotenga: en este tiempo fuimos con Cortés á un pueblo junto á nuestro real, y lo que pasó diré adelante. CAPÍTULO LXVIII. CÓMO ACORDAMOS DE IR Á UN PUEBLO QUE ESTABA CERCA DE NUESTRO REAL, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Y como habia dos dias que estábamos sin hacer cosa que de contar sea, fué acordado, y aun aconsejamos á Cortés, que un pueblo que estaba obra de una legua de nuestro real, que le habiamos enviado á llamar de paz y no venia, que fuésemos una noche y diésemos sobre él, no para hacelles mal, digo matalles ni herilles ni traelles presos, mas de traer comida y atemorizalles ó hablalles de paz, segun viésemos lo que ellos hacian; y llámase este pueblo Zumpacingo, y era cabecera de muchos pueblos chicos, y era sujeto el pueblo donde estábamos allí donde teniamos nuestro real, que se dice Tecodcungapacingo, que todo alrededor estaba muy poblado de casas é pueblos; por manera que una noche al cuarto de la modorra madrugamos para ir á aquel pueblo con seis de á caballo de los mejores, y con los más sanos soldados y con diez ballesteros y ocho escopeteros, y Cortés por nuestro capitan, puesto que tenia calenturas ó tercianas; dejamos el mejor recaudo que pudimos en el real. Ántes que amaneciese con dos horas caminamos, y hacia un viento tan frio aquella mañana, que venia de la sierra nevada, que nos hacia temblar é tiritar, y bien lo sintieron los caballos que llevábamos, porque dos dellos se atorozonaron y estaban temblando; de lo cual nos pesó en gran manera, temiendo no muriesen, y Cortés mandó que se volviesen al real los caballeros dueños cuyos eran, á curar dellos; y como estaba cerca el pueblo, llegamos á él ántes que fuese de dia, y como nos sintieron los naturales dél, fuéronse huyendo de sus casas, dando voces unos á otros que se guardasen de los teules, que les íbamos á matar; que no se aguardaban padres á hijos; y como los vimos, hicimos alto en un patio hasta que fuera de dia, que no se les hizo daño ninguno; y como unos papas que estaban en unos cues, los mayores del pueblo y otros viejos principales vieron que estábamos allí sin les hacer enojo ninguno, vienen á Cortés y le dicen que les perdonen porque no han ido á nuestro real de paz ni llevar de comer cuando los enviamos á llamar, y la causa ha sido que el capitan Xicotenga, que está de allí muy cerca, se lo ha enviado á decir que no lo dén; y porque de aquel pueblo y otros muchos le bastecen su real, é que tiene consigo todos los hombres de guerra y de toda la tierra de Tlascala. Y Cortés les dijo con nuestras lenguas, doña Marina y Aguilar, que siempre iban con nosotros á cualquiera entrada que íbamos, y aunque fuese de noche, que no hubiesen miedo, y que luego fuesen á decir á sus caciques á la cabecera que vengan de paz, porque la guerra es mala para ellos; y envió á aquestos papas, porque de los otros mensajeros que habiamos enviado aún no teniamos respuesta ninguna sobre que enviaban á tratar las paces los caciques de Tlascala con los cuatro principales, que aún no habian venido; é aquellos papas de aquel pueblo buscaron de presto más de cuarenta gallinas é gallos, y dos indias para moler tortillas, y las trujeron, y Cortés se lo agradeció, y mandó luego le llevasen veinte indios de aquel pueblo á nuestro real, y sin temor ninguno fueron con el bastimento, y se estuvieron en el real hasta la tarde, y se les dió contezuelas, con que volvieron muy contentos á sus casas á todas aquellas caserías. Nuestros vecinos decian que éramos buenos, que no les enojábamos, y aquellos viejos y papas avisaron dello al capitan Xicotenga cómo habian dado la comida y las indias, y riñó mucho con ellos, y fueron luego á la cabecera á hacello saber á los caciques viejos; y como supieron que no les haciamos mal ninguno, y aunque pudiéramos matalles aquella noche muchos de sus gentes, y les enviábamos á demandar paces, se holgaron y les mandaron que cada dia nos trujesen todo lo que hubiésemos menester, y tornaron otra vez á mandar á los cuatro principales, que otras veces les encargaron las paces, que luego en aquel instante fuesen á nuestro real y llevasen toda la comida y aparato que les mandaban; y así, nos volvimos luego á nuestro real con el bastimento é indias y muy contentos; é quedarse há aquí, y diré lo que pasó en el real entre tanto que habiamos ido á aquel pueblo. CAPÍTULO LXIX. CÓMO DESPUES QUE VOLVIMOS CON CORTÉS DE CIMPACINGO, HALLAMOS EN NUESTRO REAL CIERTAS PLÁTICAS, Y LO QUE CORTÉS RESPONDIÓ Á ELLAS. Vueltos de Cimpacingo, que así se dice, con bastimentos y muy contentos en dejallos de paz, hallamos en el Real corrillo y pláticas sobre los grandísimos peligros en que cada dia estábamos en aquella guerra, y cuando llegamos avivaron más las pláticas; y los que más en ello hablaban é insistian, eran los que en la isla de Cuba dejaban sus casas y repartimientos de indios, y juntáronse hasta siete dellos, que aquí no quiero nombrar por su honor, y fueron al rancho y aposento de Cortés. Y uno dellos, que habló por todos, que tenia buena expresiva, y aun tenia bien en la memoria lo que habia de proponer, dijo como á manera de aconsejarle á Cortés, que mirase cuál andábamos malamente heridos y flacos y corridos, y los grandes trabajos que teniamos, así de noche con velas y con espías, y rondas y corredores del campo, como de dia é de noche peleando; y que por la cuenta que han echado, que desde que salimos de Cuba que faltaban ya sobre cincuenta y cinco compañeros, y que no sabemos de los de la Villa-Rica que dejamos poblados; é que pues Dios nos habia dado vitoria en las batallas y rencuentros que desde que venimos en aquella provincia habiamos habido, y con su gran misericordia nos sustenia, que no le debiamos tentar tantas veces; é que no quiera ser peor que Pedro Carbonero, que nos habia metido en parte que no se esperaba; si no, que un dia ó otro habiamos de ser sacrificados á los ídolos; lo cual plega Dios tal no permita; é que seria bueno volver á nuestra villa, y que en la fortaleza que hicimos, y entre los pueblos de los totonaques, nuestros amigos, nos estariamos hasta que hiciésemos un navío que fuese á dar mandado á Diego Velazquez y á otras partes é islas para que nos enviasen socorro é ayudas. É que ahora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, ó que se quedaran siquiera dos dellos para la necesidad si ocurriese, y que sin dalles parte dello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no sabe considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través; y que plegue á Dios que él y los que tal consejo le dieron no se arrepientan dello; y que ya no podiamos sufrir la carga, cuanto más muchas sobrecargas, y que andábamos peores que bestias; porque á las bestias que han hecho sus jornadas las quitan las albardas y les dan de comer y reposan, y que nosotros de dia y de noche siempre andamos cargados de armas y calzados; y más le dijeron, que mirase en todas las historias, así de romanos como las de Alejandro ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo ha habido, no se atrevieron á dar con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblaciones y de muchos guerreros, como él ha hecho, y que parece que es autor de su muerte y de la de todos nosotros. É que quiera conservar su vida y las nuestras, y que luego nos volviésemos á la Villa-Rica, pues estaba de paz la tierra; y que no se lo habian dicho hasta entónces porque no han visto tiempo para ello, por los muchos guerreros que teniamos cada dia por delante y en los lados; y pues ya no tornaban de nuevo, los cuales creian que volverian, y pues Xicotenga con su gran poder no nos ha venido á buscar aquellos tres dias pasados, que debe estar allegando gente, y que no debiamos aguardar otra como las pasadas; y le dijeron otras cosas sobre el caso. É viendo Cortés que se lo decian algo como soberbios, puesto que iba á manera de consejo, le respondió muy mansamente, y dijo que bien conocido tenia muchas cosas de las que habian dicho, é que á lo que ha visto y tiene creido, que en el universo no hubiese otros españoles más fuertes ni que con tanto ánimo hayan peleado ni pasado tan excesivos trabajos como nosotros; é que andar con las armas á cuestas á la continua, y velas, rondas y frios, que si así no lo hubiéramos hecho ya fuéramos perdidos, y que por salvar nuestras vidas, que aquellos trabajos y otros mayores habiamos de tomar; é dijo: —«¿Para qué es, señores, contar en esto cosas de valentías, que verdaderamente nuestro Señor es servido ayudarnos? É que cuando se me acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles esgrimir sus montantes y andar tan junto de nosotros, ahora me pone grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán perdidos y desbaratados estábamos, y entónces conocí vuestro muy grandísimo ánimo más que nunca; y pues Dios nos libró de tan gran peligro, que esperanza tenia en él que así habia de ser de allí adelante, pues en todos estos peligros no me conoceriades tener pereza, que en ellos me hallaba con vuestras mercedes.» Y tuvo razon de lo decir, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros. —«He querido, señores, traeros esto á la memoria, que pues nuestro Señor fué servido guardarnos, tengamos esperanza que así será de aquí adelante, pues desque entramos en la tierra, en todos los pueblos les predicamos la santa doctrina lo mejor que podemos, y les procuramos deshacer sus ídolos. »Y pues que ya viamos que el capitan Xicotenga ni sus capitanías no parecian, y que de miedo no debian de osar volver, porque les debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podria juntar sus gentes, habiendo sido ya desbaratado tres veces, y que por esta causa tenia confianza en Dios y en su abogado señor San Pedro, que era fenecida la guerra de aquella provincia; y ahora, como habeis visto, traen de comer los de Cimpacingo y quedan de paz, y estos nuestros vecinos que están por aquí poblados en sus casas; y que en cuanto dar con los navíos al través, fué muy bien aconsejado, y que si no llamó á alguno dellos al consejo, como á otros caballeros, fué por lo que sintió en el arenal, que no lo quisiera ahora traer á la memoria; y que el acuerdo y consejo que ahora le dan y el que entónces le dieron es todo de una manera y todo uno, y que miren que hay otros muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que ahora piden y aconsejan, y que encaminemos siempre todas las cosas á Dios, y seguillas en su santo servicio será mejor. »Y á lo que, señores, decis, que jamás capitanes romanos de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, vuestras mercedes dicen verdad. É ahora en adelante, mediante Dios, dirán en las historias que desto harán memoria, mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas en servicio de Dios y nuestro gran Emperador don Cárlos, y aun debajo de su recta justicia y cristiandad, serán ayudadas de la misericordia de Nuestro Señor, y nos sosterná que vamos de bien en mejor. »Así que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás; que si nos viesen volver estas gentes y los que dejamos atrás de paz, las piedras se levantarian contra nosotros; y como ahora nos tienen por dioses y ídolos, que así nos llaman, nos juzgarian por muy cobardes y de pocas fuerzas. »Y á lo que decis de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir á Méjico se levantarian contra nosotros, y la causa dello seria que, como les quitamos que no diesen tributo á Montezuma, enviaria sus poderes mejicanos contra ellos para que los tornasen á tributar y sobre ello dalles guerra, y aun les mandaria que nos la dén á nosotros; y ellos, por no ser destruidos, porque les temen en gran manera, lo pornian por la obra; así que, donde pensábamos tener amigos, serian enemigos; pues desque lo supiese el gran Montezuma que nos habiamos vuelto, ¿qué diria? ¿En qué ternia nuestras palabras ni lo que le enviamos á decir? Que todo era cosa de burla ó juego de niños. »Así que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, que es bien llano y todo bien poblado, y este nuestro real bien bastecido: unas veces gallinas, otras perros, gracias á Dios no falta de comer, si tuviésemos sal, que es la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarecernos del frio. »Y á lo que decis, señores, que se han muerto desde que salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas, hambres, frios, dolencias y trabajos, é que somos pocos, é todos heridos y dolientes, Dios nos da esfuerzo por muchos; porque vista cosa es que las guerras gastan hombres y caballos, y que unas veces comemos bien, y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto os pido, señores, por merced, que pues sois caballeros y personas que ántes habíades esforzar á quien viésedes mostrar flaqueza, que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejais, y procuremos de hacer lo que siempre habeis hecho como buenos soldados; que despues de Dios, que es nuestro socorro é ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos.» Y como Cortés hubo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados á repetir en la plática, y dijeron que todo lo que decia estaba bien dicho; mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada, nuestro intento era, y ahora lo es, de ir á Méjico, pues hay tan gran fama de tan fuerte ciudad y tan multitud de guerreros, y que aquellos tlascaltecas decian que los de Cempoal eran pacíficos, y no habia fama dellos, como de los de Méjico; y habemos estado tan á riesgo nuestras vidas, que si otro dia nos dieran otra batalla como alguna de las pasadas, ya no nos podiamos tener de cansados, ya que no nos diesen más guerras; que la ida de Méjico les parecia muy terrible cosa, y que mirase lo que decia y ordenaba. Y Cortés respondió, medio enojado, que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados; y demás desto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar capitan y dimos consejo sobre dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oir semejantes pláticas, sino que con el ayuda de Dios con buen concierto estemos apercebidos para hacer lo que convenga, y así cesaron todas las pláticas; verdad es que murmuraban de Cortés é le maldecian, y aun de nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trujeron, y decian otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban. En fin, todos obedecieron muy bien. Y dejaré de hablar en esto, y diré cómo los caciques viejos de la cabecera de Tlascala enviaron otra vez mensajeros de nuevo á su capitan general Xicotenga, que en todo caso no nos dé guerra, y que vaya de paz luego á nos ver y llevar de comer, porque así está ordenado por todos los caciques y principales de aquella tierra y de Guaxocingo; y tambien enviaron á mandar á los capitanes que tenia en su compañía que si no fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedeciesen; y esto le tornaron á enviar á decir tres veces, porque sabian cierto que no les queria obedecer, y tenia determinado el Xicotenga que una noche habia de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenia juntos veinte mil hombres; y como era soberbio y muy porfiado, así ahora como las otras veces no quiso obedecer. Y lo que sobre ello hizo diré adelante. CAPÍTULO LXX. CÓMO EL CAPITAN XICOTENGA TENIA APERCEBIDOS VEINTE MIL HOMBRES ESCOGIDOS, PARA DAR EN NUESTRO REAL, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Como Masse-Escaci y Xicotenga el viejo, y todos los más caciques de la cabecera de Tlascala enviaron cuatro veces á decir á su capitan que no nos diese guerra, sino que nos fuese á hablar de paz, pues estaba cerca de nuestro real, y mandaron á los demás capitanes que con él estaban que no le siguiesen si no fuese para acompañarle si nos iba á ver de paz; como el Xicotenga era de mala condicion, porfiado y soberbio, acordó de nos enviar cuarenta indios con comida de gallinas, pan y fruta, y cuatro mujeres indias viejas y de ruin manera, y mucho copal y plumas de papagayos, y los indios que lo traian al parecer creimos que venian de paz; y llegados á nuestro real, zahumaron á Cortés, y sin hacer acato, como suelen entre ellos, dijeron: —«Esto os envia el capitan Xicotenga, que comais si sois teules, como dicen los de Cempoal; é si quereis sacrificios, tomá esas cuatro mujeres que sacrifiqueis, y podeis comer de sus carnes y corazones; y porque no sabemos de qué manera lo haceis, por eso no las hemos sacrificado ahora delante de vosotros; y si sois hombres, comed de las gallinas, pan y fruta; y si sois teules mansos, aquí os traemos copal (que ya he dicho que es como incienso) y plumas de papagayos; haced vuestro sacrificio con ello.» Y Cortés respondió con nuestras lenguas que ya les habia enviado á decir que quieren paz y que no venia á dar guerra, y les venian á rogar y manifestar de parte de nuestro Señor Jesucristo, que es él en quien creemos y adoramos, y el Emperador don Cárlos (cuyos vasallos somos), que no maten ni sacrifiquen á ninguna persona, como lo suelen hacer; y que todos nosotros somos hombres de hueso y de carne como ellos, y no teules, sino cristianos, y que no tenemos costumbre de matar á ningunos; que si matar quisiéramos, que todas las veces que nos dieron guerra de dia y de noche habia en ellos hartos en que pudiéramos hacer crueldades, y que por aquella comida que allí traen se lo agradece, y que no sean más locos de lo que han sido, y vengan de paz. Y parece ser aquellos indios que envió el Xicotenga con la comida, eran espías para mirar nuestras chozas y entradas y salidas, y todo lo que en nuestro real habia, y ranchos y caballos y artillería, y cuántos estábamos en cada choza; y estuvieron aquel dia y la noche, y se iban unos con mensajes á su Xicotenga y venian otros; y los amigos que traiamos de Cempoal miraron y cayeron en ello, que no era cosa acostumbrada estar de dia ni de noche nuestros enemigos en el real sin propósito ninguno, y que cierto eran espías, y tomaron dellos más sospecha porque cuando fuimos á lo del pueblezuelo Cimpacingo, dijeron dos viejos de aquel pueblo á los de Cempoal, que estaba apercibido Xicotenga con muchos guerreros para dar en nuestro real de noche de manera que no fuesen sentidos, y los de Cempoal entónces tuviéronlo por burla y cosa de fieros, y por no sabello muy de cierto no se lo habian dicho á Cortés; y súpolo luego doña Marina, y ella lo dijo á Cortés; y para saber la verdad mandó Cortés apartar dos de los tlascaltecas que parecian más hombres de bien, y confesaron que eran espías de Xicotenga, y todo á la fin que venian; y Cortés les mandó soltar, y tomamos otros dos, y ni más ni ménos confesaron que eran espías; y tomáronse otros dos ni más ni ménos, y más dijeron, que estaba su capitan Xicotenga aguardando la respuesta para dar aquella noche con todas sus capitanías en nosotros; y como Cortés lo hubo entendido, lo hizo saber en todo el real para que estuviésemos muy alerta, creyendo que habia de venir, como lo tenian concertado. Y luego mandó prender hasta diez y siete indios de aquellos espías, y dellos se le cortaron las manos y á otros los dedos pulgares, y los enviamos á su capitan Xicotenga, y se les dijo que por el atrevimiento de venir de aquella manera se les ha hecho ahora aquel castigo, é digan que venga cuando quisiere, de dia ó de noche; que allí le aguardariamos dos dias, y que si dentro de los dos dias no viniese, que lo iriamos á buscar á su real; y que ya hubiéramos ido á les dar guerra y matalles, sino porque los queremos mucho, y que no sean más locos, y vengan de paz; y como fueron aquellos indios de las manos cortadas y dedos, en aquel instante dicen que ya Xicotenga queria salir de su real con todos sus poderes para dar sobre nosotros de noche, como lo tenian concertado; y como vió ir á sus espías de aquella manera, se maravilló y preguntó la causa dello, y le contaron todo lo acaecido, y desde entónces perdió el brio y soberbia; y demás desto, ya se le habia ido del real una capitanía con toda su gente, con quien habia tenido contienda y bandos en las batallas pasadas. Dejemos esto aquí, é pasemos adelante. CAPÍTULO LXXI. CÓMO VINIERON Á NUESTRO REAL LOS CUATRO PRINCIPALES QUE HABIAN ENVIADO Á TRATAR PACES, Y EL RAZONAMIENTO QUE HICIERON, Y LO QUE MÁS PASÓ. Estando en nuestro real sin saber que habian de venir de paz, puesto que la deseábamos en gran manera, y estábamos entendiendo en aderezar armas y en hacer saetas, y cada uno en lo que habia menester para en cosas de la guerra; en este instante vino uno de nuestros corredores del campo á gran priesa, y dijo que por el camino principal de Tlascala vienen muchos indios é indias con cargas, y que sin torcer por el camino, vienen hácia nuestro real, é que el otro su compañero de á caballo, corredor del campo, está atalayando para ver á qué parte van; y estando en esto llegó el otro su compañero de á caballo, y dijo que muy cerca de allí venian derechos donde estábamos, y que de rato en rato hacian paradillas; y Cortés y todos nosotros nos alegramos con aquellas nuevas, porque creimos cierto ser de paz, como lo fué, y mandó Cortés que no se hiciese alboroto ni sentimiento, y que disimulados nos estuviésemos en nuestras chozas. Y luego, de todas aquellas gentes que venian con las cargas se adelantaron cuatro principales que traian cargo de entender en las paces, como les fué mandado por los caciques viejos; y haciendo señas de paz, que era bajar la cabeza, se vinieron derechos á la choza y aposento de Cortés, y pusieron la mano en el suelo y besaron la tierra, y hicieron tres reverencias y quemaron sus copales, y dijeron que todos los caciques de Tlascala y vasallos y aliados, y amigos y confederados suyos, se vienen á meter debajo de la amistad y paces de Cortés y de todos sus hermanos los teules que consigo estaban, y que los perdone porque no han salido de paz y por la guerra que nos han dado, porque creyeron y tuvieron por cierto que éramos amigos de Montezuma y sus mejicanos, los cuales son sus enemigos mortales de tiempos muy antiguos, porque vieron que venian con nosotros en nuestra compañía muchos de sus vasallos que le dan tributos; y que con engaño y traiciones les querian entrar en su tierra, como lo tenian de costumbre, para llevar robados sus hijos y mujeres, y que por esta causa no creian á los mensajeros que les enviábamos. Y demás desto dijeron que los primeros indios que nos salieron á dar guerra así como entramos en sus tierras, que no fué por su mandado y consejo, sino por los chontales estomíes, que son gentes como monteses y sin razon; y que como vieron que éramos tan pocos, que creyeron de tomarnos á manos y llevarnos presos á sus señores y ganar gracias con ello, y que ahora vienen á demandar perdon de su atrevimiento, y que cada dia traerán más bastimento del que allí traian, y que lo recibamos con el amor que lo envian, y que de allí á dos dias vendrá el capitan Xicotenga con otros caciques, y dará más relacion de la buena voluntad que toda Tlascala tiene de nuestra buena amistad. Y luego que hubieron acabado su razonamiento bajaron sus cabezas y pusieron las manos en el suelo y besaron la tierra; y luego Cortés les habló con nuestras lenguas con gravedad é hizo del enojado, é dijo que, puesto que habia causas para no los oir ni tener amistad con ellos, porque desde que entramos por su tierra les enviamos á demandar paces y les envió á decir que los queria favorecer contra sus enemigos los de Méjico, é no lo quisieron creer y querian matar nuestros embajadores, y no contentos con aquello, nos dieron guerra tres veces, y de noche, y que tenian espías y asechanzas sobre nosotros, y en las guerras que nos daban les pudiéramos matar muchos de sus vasallos; y no quise, y que los que murieron me pesa por ello, que ellos dieron causa á ello, y que tenian determinado de ir adonde están los caciques viejos á dalles guerra; que pues ahora vienen de paz de parte de aquella provincia, que él los recibe en nombre de nuestro Rey y señor, y les agradece el bastimento que traen; y les mandó que luego fuesen á sus señores á les decir vengan ó envien á tratar las paces con más certificacion; y si no vienen, que iriamos á su pueblo á les dar guerra; y les mandó dar cuentas azules para que diesen á los caciques en señal de paz; y se les amonestó que cuando viniesen á nuestro real fuese de dia, y no de noche, porque los matariamos. Y luego se fueron aquellos cuatro principales mensajeros, y dejaron en unas casas de indios algo apartadas de nuestro real las indias que traian para hacer pan, y gallinas y todo servicio, y veinte indios que les traigan agua y leña, y desde allí adelante los traian muy bien de comer; y cuando aquello vimos, y nos pareció que eran verdaderas las paces, dimos muchas gracias á Dios por ello, y vinieron en tiempo que ya estábamos tan flacos y trabajados y descontentos con las guerras, sin saber el fin que habria dellas, cual se puede colegir. Y en los capítulos pasados dice el coronista Gómora que Cortés se subió en unas peñas, y que vió al pueblo de Cimpacingo; digo que estaba junto á nuestro real, que harto ciego era el soldado que lo queria ver y no lo veria muy claro. Tambien dice que se le querian amotinar y rebelar los soldados, é dice otras cosas que yo no las quiero escribir, porque es gastar palabras, porque dice que lo sabe por informacion. Digo que capitan nunca fué tan obedecido en el mundo, segun adelante lo verán; que tal por pensamiento no pasó á ningun soldado desde que entramos en tierra adentro, sino fué cuando lo de los arenales, y las palabras que le decian en el capítulo pasado era por via de aconsejarle y porque les parecia que eran bien dichas, y no por otra via, porque siempre le siguieron muy bien y lealmente; y no es mucho que en los ejércitos algunos buenos soldados aconsejen á su capitan, y más si se ven tan trabajados como nosotros andábamos; y quien viere su historia lo que dice, creerá que es verdad, segun lo refiere con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó. Y dejallo hé aquí, y diré lo que más adelante nos avino con unos mensajeros que envió el gran Montezuma. CAPÍTULO LXXII. CÓMO VINIERON Á NUESTRO REAL EMBAJADORES DE MONTEZUMA, GRAN SEÑOR DE MÉJICO, Y DEL PRESENTE QUE TRAJERON. Como nuestro Señor Dios, por su gran misericordia, fué servido darnos vitoria de aquellas batallas de Tlascala, voló nuestra fama por todas aquellas comarcas, y fué á oidos del gran Montezuma á la gran ciudad de Méjico, y si ántes nos tenian por teules, que son como sus ídolos, de allí adelante nos tenian en muy mayor reputacion y por fuertes guerreros, y puso espanto en toda la tierra cómo, siendo nosotros tan pocos y los tlascaltecas de muy grandes poderes, los vencimos, y ahora enviarnos á demandar paz. Por manera que Montezuma, gran señor de Méjico, de muy bueno que era, ó temió nuestra ida á su ciudad, despachó cinco principales hombres de mucha cuenta á Tlascala y á nuestro real para darnos el bien venido, y á decir que se habia holgado mucho de nuestra gran vitoria que hubimos contra tantos escuadrones de guerreros, y envió un presente, obra de mil pesos de oro, en joyas muy ricas y de muchas maneras labradas, y veinte cargas de ropa fina de algodon, y envió á decir que queria ser vasallo de nuestro gran Emperador, y que se holgaba porque estábamos ya cerca de su ciudad, por la buena voluntad que tenia á Cortés y á todos los teules sus hermanos que con él estábamos, que así nos llamaba, y que viese cuánto queria de tributo cada año para nuestro gran Emperador, que lo dará en oro, plata y joyas y ropa, con tal que no fuésemos á Méjico; y esto que no lo hacia porque no fuésemos, que de muy buena voluntad nos acogiera, sino por ser la tierra estéril y fragosa, y que le pesaria de nuestro trabajo si nos lo viese pasar, é que por ventura que no lo podria remediar tan bien como querria. Cortés le respondió y dijo que le tenia en merced la voluntad que mostraba y el presente que envió, y el ofrecimiento de dar á su majestad el tributo que decia; y luego rogó á los mensajeros que no se fuesen hasta ir á la cabecera de Tlascala, y que allí los despacharia, porque viese en lo que paraba aquello de la guerra; y no les quiso dar luego la respuesta porque estaba purgado del dia ántes, y purgóse con unas manzanillas que hay en la isla de Cuba, y son muy buenas para quien sabe cómo se han de tomar. Dejaré esta materia, y diré lo que más en nuestro real pasó. CAPÍTULO LXXIII. CÓMO VINO XICOTENGA CAPITAN GENERAL DE TLASCALA, Á ENTENDER EN LAS PACES, Y LO QUE DIJO, Y LO QUE NOS AVINO. Estando platicando Cortés con los embajadores de Montezuma, como dicho habemos, y queria reposar porque estaba malo de calenturas y purgado de otro dia ántes, viénenle á decir que venia el capitan Xicotenga con muchos caciques y capitanes, y que traen cubiertas mantas blancas y coloradas, digo la mitad de las mantas blancas y la otra mitad coloradas, que era su divisa y librea, y muy de paz, y traia consigo hasta cincuenta hombres principales que le acompañaban; y llegado al aposento de Cortés, le hizo muy grande acato en sus reverencias, como entre ellos se usa, y mandó quemar mucho copal, y Cortés con gran amor le mandó sentar cabe sí; y dijo el Xicotenga que él venia de parte de su padre y de Masse-Escaci, y de todos los caciques y República de Tlascala, á rogarle que los admitiese á nuestra amistad; y que venia á dar la obediencia á nuestro Rey y señor, y á demandar perdon por haber tomado armas y habernos dado guerra; y que si lo hicieron, que fué por no saber quién éramos, porque tuvieron por cierto que veniamos de la parte de su enemigo Montezuma, que como muchas veces suelen tener astucias y mañas para entrar en sus tierras y roballes y saquealles, que así creyeron que lo queria hacer ahora; y que por esta causa procuraron de defender sus personas y pátria, y fué forzado pelear; y que ellos eran muy pobres, que no alcanzan oro ni plata, ni piedras ricas, ni ropa de algodon, ni aun sal para comer, porque Montezuma no les da lugar á ello para salir á buscallo; y que si sus antepasados tenian algun oro ó piedras de valor, que al Montezuma se le habian dado cuando algunas veces hacian paces ó tréguas porque no los destruyesen, y esto en los tiempos muy atrás pasados; y porque al presente no tienen qué dar, que los perdone, que su pobreza era causa dello, y no la buena voluntad. Y dió muchas quejas de Montezuma y de sus aliados, que todos eran contra ellos y les daban guerra, puesto que se habian defendido muy bien; y que ahora quisiera hacer lo mismo contra nosotros, y no pudieron, aunque se habian juntado tres veces con todos sus guerreros, y que éramos invencibles; y que como conocieron esto de nuestras personas, que quieren ser nuestros amigos y vasallos del gran señor Emperador D. Cárlos, porque tienen por cierto que con nuestra compañía serian siempre guardadas y amparadas sus personas, mujeres é hijos, y no estarán siempre con sobresalto de los traidores mejicanos; y dijo otras muchas palabras de ofrecimientos con sus personas y ciudad. Era este Xicotenga alto de cuerpo y de grande espalda y bien hecho, y la cara tenia larga y como hoyosa y robusta, y era de hasta treinta y cinco años, y en el parecer mostraba en su persona gravedad; y Cortés les dió las gracias muy cumplidas con halagos que le mostró, y dijo que él los recibia por tales vasallos de nuestro Rey y señor y amigos nuestros; y luego dijo el Xicotenga que nos rogaba fuésemos á su ciudad, porque estaban todos los caciques viejos y papas aguardándonos con mucho regocijo; y Cortés le respondió que él iria presto, y que luego fuera, sino porque estaba entendiendo en negocios del gran Montezuma, y como despache aquellos mensajeros, que él será allá; y tornó Cortés á decir algo más áspero y con gravedad de las guerras que nos habian dado de dia y de noche; é que pues ya no puede haber enmienda en ello, que se lo perdona, y que miren que las paces que ahora les damos que sean firmes y no haya mudamiento, porque si otra cosa hacen, que los matará y destruirá á su ciudad, y que no aguardasen otras palabras de paces, sino de guerra. Y como aquello oyó el Xicotenga y todos los principales que con él venian, respondieron á una que serian firmes y verdaderas, y que para ello quedaban todos en rehenes; y pasaron otras pláticas de Cortés á Xicotenga y de todos los más principales, y se les dieron unas cuentas verdes y azules para su padre y para él y los más caciques y les mandó que dijesen que iria presto á su ciudad. En todas estas pláticas y ofrecimientos que he dicho estaban presentes los embajadores mejicanos, de lo cual les pesó en gran manera de las paces, porque bien entendieron que por ellas no les habia de venir bien ninguno. Y desque se hubo despedido el Xicotenga, dijeron á Cortés los embajadores de Montezuma, medio riendo, que si creia algo de aquellos ofrecimientos é paces que habian hecho de parte de toda Tlascala, que todo era burla y que no los creyesen, que eran palabras muy de traidores y engañosas; que lo hacian para que desque nos tuviesen en su ciudad en parte donde nos pudiesen tomar á su salvo darnos guerra y matarnos; y que tuviésemos en la memoria cuántas veces nos habian venido con todos sus poderes á matar, y como no pudieron, y fueron dellos muchos muertos y otros heridos, que se querian ahora vengar con demandas y paz fingida. Y Cortés respondió con semblante muy esforzado, y dijo que no se le daba nada porque tuviesen tal pensamiento como decian; é ya que todo fuese verdad, que él se holgaria dello para castigalles con quitalles las vidas, y que eso se le da que dén guerra de dia que de noche, ni que sea en el campo que en la ciudad; que en tanto tenia lo uno como lo otro; y para si es verdad, que por esta causa determina de ir allá. Y viendo aquellos embajadores su determinacion, rogáronle que aguardásemos allí en nuestro real seis dias, porque querian enviar dos de sus compañeros á su señor Montezuma, y que vendrian dentro de los seis dias con respuesta; y Cortés se lo prometió, lo uno porque, como he dicho, estaba con calenturas, y lo otro, como aquellos embajadores le dijeron aquellas palabras, puesto que hizo semblante no hacer caso dellas, miró que si por ventura serian verdad, hasta ver más certidumbre en las paces, porque eran tales, que habia que pensar en ellas; y como en aquella sazon vió que habia venido de paz, y en todo el camino por donde venimos de nuestra villa rica de la Veracruz eran los pueblos nuestros amigos y confederados, escribió Cortés á Juan de Escalante, que ya he dicho que quedó en la villa para acabar de hacer la fortaleza y por capitan de obra de sesenta soldados viejos y dolientes que allí quedaron; en las cuales cartas les hizo saber las grandes mercedes que nuestro Señor Jesucristo nos ha hecho en las batallas que hubimos en las vitorias y encuentros desde que entramos en la provincia de Tlascala, donde ahora han venido de paz, y que todos diesen gracias á Dios por ello; y que mirasen que siempre favoreciesen á los pueblos totonaques, nuestros amigos, y que le enviase luego en posta dos botijas de vino que habian dejado soterradas en cierta parte señalada de su aposento, y asimismo trujesen hostias de las que habiamos traido de la isla de Cuba, porque las que trujimos de aquella entrada ya se habian acabado. En las cuales cartas dice que hubieron mucho placer en la villa, y escribió el Escalante lo que allí habia sucedido, y todo vino muy presto; y en aquellos dias en nuestro real pusimos una cruz muy suntuosa y alta, y mandó Cortés á los indios de Cimpacingo y á los de las casas que estaban junto de nuestro real que encalasen un cu y estuviese bien aderezado. Dejemos de escribir desto, y volvamos á nuestros nuevos amigos los caciques de Tlascala, que como vieron que no íbamos á su pueblo, ellos venian á nuestro Real con gallinas y tunas, que era el tiempo dellas, y cada dia traian el bastimento que tenian en su casa, y con buena voluntad nos lo daban, sin que quisiesen tomar por ello cosa ninguna aunque se lo dábamos, y siempre rogando á Cortés que se fuese luego con ellos á su ciudad; y como estábamos aguardando á los mejicanos los seis dias, como les prometió, con palabras blandas les detenia; y luego, cumplido el plazo que habian dicho, vinieron de Méjico seis principales, hombres de mucha estima, y trujeron un rico presente que envió el gran Montezuma, que fueron más de tres mil pesos de oro en ricas joyas de diversas maneras, y ducientas piezas de ropa de mantas muy ricas de pluma y de otras labores, y dijeron á Cortés cuando lo presentaron, que su señor Montezuma se huelga de nuestra buena andanza, y que le ruega muy ahincadamente que ni en bueno ni malo no fuese con los de Tlascala á su pueblo ni se confiase dellos, que lo querian llevar allá para roballe oro y ropa, porque son muy pobres, que una manta buena de algodon no alcanzan; é que por saber que el Montezuma nos tiene por amigos y nos envia aquel oro y joyas y mantas, lo procurarán de robar muy mejor; y Cortés recibió con alegría aquel presente, y dijo que se lo tenia en merced y que él lo pagaria al señor Montezuma en buenas obras; y que si se sintiese que los tlascaltecas les pasase por el pensamiento lo que Montezuma les enviaba á avisar, que se lo pagaria con quitalles á todos las vidas, y que él sabe muy cierto que no harán villanía ninguna, y que todavía quiere ir á ver lo que hacen. Y estando en estas razones vienen otros muchos mensajeros de Tlascala á decir á Cortés cómo vienen cerca de allí todos los caciques viejos de la cabecera de toda la provincia á nuestros ranchos y chozas á ver á Cortés y á todos nosotros para llevarnos á su ciudad; y como Cortés lo supo, rogó á los embajadores mejicanos que aguardasen tres dias por los despachos para su señor, porque tenia al presente que hablar y despachar sobre la guerra pasada é paces que ahora tratan; y ellos dijeron que aguardarian. Y lo que los caciques viejos dijeron á Cortés se dirá adelante. CAPÍTULO LXXIV. CÓMO VINIERON Á NUESTRO REAL LOS CACIQUES VIEJOS DE TLASCALA Á ROGAR Á CORTÉS Y Á TODOS NOSOTROS QUE LUEGO NOS FUÉSEMOS CON ELLOS Á SU CIUDAD, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Como los caciques viejos de toda Tlascala vieron que no íbamos á su ciudad, acordaron de venir en andas, y otros en chamacas é á cuestas, y otros á pié, los cuales eran los por mí ya nombrados, que se decian Masse-Escaci, Xicotenga el viejo é ciego, é Guaxolacima, Chichimeclatecle, Tecapaneca, de Topeyanco; los cuales llegaron á nuestro real con otra gran compañía de principales, y con gran acato hicieron á Cortés y á todos nosotros tres reverencias, y quemaron copal y tocaron las manos en el suelo y besaron la tierra; y el Xicotenga el viejo comenzó de hablar á Cortés desta manera, y díjole: —«Malinche, Malinche, muchas veces te hemos enviado á rogar que nos perdones porque salimos de guerra, é ya te enviamos á dar nuestro descargo, que fué por defendernos del malo de Montezuma y sus grandes poderes, porque creiamos que érades de su bando y confederados; y si supiéramos lo que ahora sabemos, no digo yo saliros á recibir á los caminos con muchos bastimentos, sino tenéroslos barridos, y aun fuéramos por vosotros á la mar donde teniades vuestros acales (que son navíos); y pues ya nos habeis perdonado, lo que ahora os venimos á rogar yo y todos estos caciques es, que vais luego con nosotros á nuestra ciudad, y allí os daremos de lo que tuviéremos, é os serviremos con nuestras personas y hacienda; y mirá, Malinche, no hagas otra cosa, sino luego nos vamos; y porque tememos que por ventura te habrán dicho esos mejicanos algunas cosas de falsedades y mentiras de las que suelen decir de nosotros, no los creas ni los oigas; que en todo son falsos, y tenemos entendido que por causa dellos no has querido ir á nuestra ciudad.» Y Cortés respondió con alegre semblante, y dijo que bien sabia, desde muchos años ántes que á estas sus tierras viniésemos, cómo eran buenos, y que deso se maravilló cuando nos salieron de guerra, y que los mejicanos que allí estaban aguardaban respuestas para su señor Montezuma; é á lo que decian que fuésemos luego á su ciudad, y por el bastimento que siempre traian é otros cumplimientos, que se lo agradecia mucho y lo pagaria en buenas obras; é que ya se hubiera ido si tuviera quien nos llevase los tepuzques, que son las bombardas; y como oyeron aquella palabra sintieron tanto placer, que en los rostros se conoceria, y dijeron: —«Pues cómo, ¿por esto has estado y no lo has dicho?» Y en ménos de media hora traen sobre quinientos indios de carga, y otro dia muy de mañana comenzamos á marchar camino de la cabezera de Tlascala con mucho concierto, así de la artillería como de los caballos y escopetas y ballesteros, y todos los demás, segun lo teniamos de costumbre; y habia rogado Cortés á los mensajeros de Montezuma que se fuesen con nosotros para ver en qué paraba lo de Tlascala, y desde allí les despacharia, y que en su aposento estarian porque no recibiesen ningun deshonor; porque, segun dijeron, temíanse de los tlascaltecas. Ántes que más pase adelante quiero decir cómo en todos los pueblos por donde pasamos, ó en otros donde tenian noticia de nosotros, llamaban á Cortés Malinche; y así, le nombraré de aquí adelante Malinche en todas las pláticas que tuviéremos con cualesquier indios, así desta provincia como de la ciudad de Méjico, y no le nombraré Cortés sino en parte que convenga; y la causa de haberle puesto aqueste nombre es que, como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía, especialmente cuando venian embajadores ó pláticas de caciques, y ella lo declaraba en lengua mejicana, por esta causa le llamaban á Cortés el capitan de marina, y para más breve le llamaron Malinche; y tambien se le quedó este nombre á un Juan Perez de Arteaga, vecino de la Puebla, por causa que siempre andaba con doña Marina y con Jerónimo de Aguilar deprendiendo la lengua, y á esta causa le llamaban Juan Perez Malinche, que renombre de Arteaga de obra de dos años á esta parte lo sabemos. He querido traer esto á la memoria, aunque no habia para qué, porque se entienda el nombre de Cortés de aquí adelante, que se dice Malinche; y tambien quiero decir que, como entramos en tierra de Tlascala, hasta que fuimos á su ciudad se pasaron veinte y cuatro dias, y entramos en ella á 23 de Setiembre de 1519 años; y vamos á otro capítulo, y diré lo que allí nos avino. CAPÍTULO LXXV. CÓMO FUIMOS Á LA CIUDAD DE TLASCALA, Y LO QUE LOS CACIQUES VIEJOS HICIERON DE UN PRESENTE QUE NOS DIERON, Y CÓMO TRUJERON SUS HIJAS Y SOBRINAS, Y LO QUE MÁS PASÓ. Como los caciques vieron que comenzaba á ir nuestro fardaje camino de su ciudad, luego se fueron adelante para mandar que todo estuviese aparejado para nos recebir y para tener los aposentos muy enramados; é ya que llegábamos á un cuarto de legua de la ciudad, sálennos á recebir los mismos caciques que se habian adelantado, y traen consigo sus hijas y sobrinas y muchos principales, cada parentela y bando y parcialidad por sí; porque en Tlascala habia cuatro parcialidades, sin las de Tecapaneca, señor de Tepoyanco, que eran cinco; y tambien vinieron de todos los lugares sus sugetos, y traian sus libreas diferenciadas, que aunque eran de nequen, eran muy primas y de buenas labores y pinturas, porque algodon no lo alcanzaban. Y luego vinieron los papas de toda la provincia, que habia muchos por los grandes adoratorios que tenian; que ya he dicho que entre ellos se llama cues, que son donde tienen sus ídolos y sacrifican; y traian aquellos papas braseros con brasas, y con sus inciensos zahumando á todos nosotros, y traian vestidos algunos dellos ropas muy largas á manera de sobrepellices, y eran blancas y traian capillas en ellos, como que querian parecer á las que traen los canónigos, como ya lo tengo dicho, y los cabellos muy largos y enredados, que no se pueden desparcir si no se cortan, y llenos de sangre que les salian de las orejas, que en aquel dia se habian sacrificado; y abajaban las cabezas como á manera de humildad cuando nos vieron, y traian las uñas de los dedos de las manos muy largas; é oimos decir que aquellos papas tenian por religiosos y de buena vida, y junto á Cortés se allegaron muchos principales acompañándole; y como entramos en lo poblado no cabian por las calles y azuteas, de tantos indios é indias que nos salian á ver con rostros muy alegres, y trujeron obra de veinte piñas hechas de muchas rosas de la tierra, diferenciadas las colores y de buenos olores, y las dieron á Cortés y á los demás soldados que les parecian capitanes, especial á los de á caballo; y como llegamos á unos buenos patios adonde estaban los aposentos, tomaron luego por la mano á Cortés, Xicotenga el viejo y Masse-Escaci, y le meten en los aposentos, y allí tenian aparejado para cada uno de nosotros á su usanza unas camillas de esteras y mantas de nequen; y tambien se aposentaron los amigos que traiamos de Cempoal y de Cocotlan cerca de nosotros; y mandó Cortés que los mensajeros del gran Montezuma se aposentasen junto con su aposento. Y puesto que estábamos en tierra que viamos claramente que estaban de buenas voluntades y muy de paz, no nos descuidamos de estar muy apercebidos, segun teniamos de costumbre; y parece ser que nuestro capitan, á quien cabia el cuarto de poner corredores del campo y espías y velas, dijo á Cortés: —«Parece, señor, que están muy de paz, y no habemos menester tanta guarda ni estar tan recatados como solemos.» —«Mirar, señores, bien veo lo que decis; mas por la buena costumbre hemos de estar apercebidos, que aunque sean muy buenos, no habemos de creer en su paz, sino como si nos quisiesen dar guerra y los viésemos venir á encontrar con nosotros; que muchos capitanes por se confiar y descuidar fueron desbaratados, especialmente nosotros, como somos tan pocos, y habiéndonos enviado á avisar el gran Montezuma, puesto que sea fingido, y no verdad, hemos de estar muy alerta.» Dejemos de hablar de tantos cumplimientos é órden como teniamos en nuestras velas y guardas, y volvamos á decir cómo Xicotenga el viejo y Masse-Escaci, que eran grandes caciques, se enojaron mucho con Cortés, y le dijeron con nuestras lenguas: —«Malinche, ó tú nos tienes por enemigos ó no muestras obras en lo que te vemos hacer, que no tienes confianza de nuestras personas y en las paces que nos has dado y nosotros á tí; y esto te decimos porque vemos que así os velais y venis por los caminos apercebidos como cuando veníais á encontrar con nuestros escuadrones; y esto, Malinche, creemos que lo haces por las traiciones y maldades que los mejicanos te han dicho en secreto para que estés mal con nosotros: mira no los creas; que ya aquí estás y te daremos todo lo que quisieres, hasta nuestras personas y hijos, y moriremos por vosotros; por eso demanda en rehenes todo lo que quisieres y fuere tu voluntad.» Y Cortés y todos nosotros estábamos espantados de la gracia y amor con que lo decian; y Cortés les respondió con doña Marina que así lo tiene creido, é que no ha menester rehenes, sino ver sus muy buenas voluntades; y que en cuanto á venir apercebidos, que siempre lo teniamos de costumbre y que no lo tuviesen á mal; y por todos los ofrecimientos se lo tenia en merced y se lo pagaria el tiempo andando. Y pasadas estas pláticas, vienen otros principales con gran aparato de gallinas y pan de maíz y tunas, y otras cosas de legumbres que habia en la tierra, y bastecen el real muy cumplidamente, que en veinte dias que allí estuvimos todo lo hubo sobrado; y entramos en esta ciudad á 23 dias del mes de Setiembre de 1519 años; é quedaráse aquí, y diré lo que más pasó. CAPÍTULO LXXVI. CÓMO SE DIJO MISA ESTANDO PRESENTES MUCHOS CACIQUES, Y DE UN PRESENTE QUE TRAJERON LOS CACIQUES VIEJOS. Otro dia de mañana mandó Cortés que se pusiese un altar para que se dijese Misa, porque ya teniamos vino é hostias; la cual Misa dijo el clérigo Juan Diaz, porque el padre de la Merced estaba con calenturas y muy flaco, y estando presente Masse-Escaci el viejo y Xicotenga y otros caciques; y acabada la Misa, Cortés se entró en su aposento, y con él parte de los soldados que le soliamos acompañar, y tambien los dos caciques viejos y nuestras lenguas, y díjole el Xicotenga que le querian traer un presente, y Cortés les mostraba mucho amor, y les dijo que cuando quisiesen; y luego tendieron unas esteras, y una manta encima, y trujeron seis ó siete pecezuelos de oro y piedras de poco valor, y ciertas cargas de ropa de nequen, que toda era muy pobre que no valía veinte pesos; y cuando lo daban, dijeron aquellos caciques riendo: —«Malinche, bien creemos que como es poco eso que te damos, no lo recebirás con buena voluntad; ya te hemos enviado á decir que somos pobres, é que no tenemos oro ni ningunas riquezas, y la causa dello es que esos traidores y malos de los mejicanos y Montezuma, que ahora es señor, nos lo han sacado todo cuando soliamos tener paces y tréguas, que les demandábamos porque no nos diesen guerra; y no mires que es poco valor, sino recíbelo con buena voluntad, como cosa de amigos y servidores que te seremos.» Y entónces tambien trujeron aparte mucho bastimento. Cortés lo recibió con alegría, y les dijo que en más tenia aquello por ser de su mano y con la voluntad que se lo daban, que si le trujeran otros una casa llena de oro en granos, y que así lo recibe, y les mostró mucho amor; y parece ser tenian concertado entre todos los caciques de darnos sus hijas y sobrinas, las más hermosas que tenian, que fuesen doncellas por casar; y dijo el viejo Xicotenga: —«Malinche, porque más claramente conozcais el bien que os queremos y deseamos en todo contentaros, nosotros os queremos dar nuestras hijas para que sean vuestras mujeres y hagais generacion, porque queremos teneros por hermanos, pues sois tan buenos y esforzados. Yo tengo una hija muy hermosa, é no ha sido casada, é quiérola para vos.» Y asimismo Masse-Escaci y todos los más caciques dijeron que traerian sus hijas y que las recibiésemos por mujeres, y dijeron otros muchos ofrecimientos, y en todo el dia no se quitaban, así el Masse-Escaci como el Xicotenga, de cabe Cortés; y como era ciego, de viejo, el Xicotenga, con la mano atentaba á Cortés en la cabeza y en las barbas y rostro, y se la traia por todo el cuerpo; y Cortés les respondió á lo de las mujeres, que él y todos nosotros se lo teniamos en merced, y que en buenas obras se lo pagariamos el tiempo andando; y estaba allí presente el padre de la Merced, y Cortés le dijo: —«Señor padre, paréceme que será ahora bien que demos un tiento á estos caciques para que dejen sus ídolos y no sacrifiquen, porque harán cualquier cosa que les mandarémos, por causa del gran temor que tienen á los mejicanos.» Y el fraile dijo: —«Señor, bien es; pero dejémoslo hasta que traigan las hijas y entónces habrá materia para ello, y dirá vuesamerced que no las quiere recibir hasta que prometan de no sacrificar: si aprovechare, bien; si no harémos lo que somos obligados.» Y así quedó para otro dia, y lo que se hizo se dirá adelante. CAPÍTULO LXXVII. CÓMO TRUJERON LAS HIJAS Á PRESENTAR Á CORTÉS Y Á TODOS NOSOTROS, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Otro dia vinieron los mismos caciques viejos, y trujeron cinco indias hermosas, doncellas y mozas, y para ser indias eran de buen parecer y bien ataviadas, y traian para cada india otra moza para su servicio, y todas eran hijas de caciques, y dijo Xicotenga á Cortés: —«Malinche, esta es mi hija, y no ha sido casada, que es doncella; tomadla para vos.» La cual le dió por la mano, y las demás que las diese á los capitanes; y Cortés se lo agradeció, y con buen semblante que mostró dijo que él las recibia y tomaba por suyas, y que ahora al presente que las tuviesen en su poder sus padres; y preguntaron los mismos caciques que por qué causa no las tomábamos ahora; y Cortés respondió: —«Porque quiero hacer primero lo que manda Dios Nuestro Señor, que es en el que creemos y adoramos, y á lo que me envió el Rey nuestro señor, que es que quiten sus ídolos, que no sacrifiquen ni maten más hombres, ni hagan otras torpedades malas que suelen hacer, y crean en lo que nosotros creemos, que es en un solo Dios verdadero.» Y se les dijo otras muchas cosas tocantes á nuestra santa fe; y verdaderamente fueron muy bien declaradas, porque doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, estaban ya tan expertas en ello, que se les daba á entender muy bien; y se les mostró una imágen de Nuestra Señora con su Hijo precioso en los brazos, y se les dió á entender cómo aquella imágen es figura como la de Nuestra Señora, que se dice Santa María, que está en los altos cielos, y es la Madre de Nuestro Señor, que es aquel niño Jesus que tiene en los brazos, y que le concibió por gracia del Espíritu Santo, quedando Vírgen ántes del parto y en el parto y despues del parto; y aquesta gran Señora ruega por nosotros á su Hijo precioso, que es nuestro Dios y Señor; y les dijo otras muchas cosas que se convenian decir sobre nuestra santa fe, y si quieren ser nuestros hermanos y tener amistad verdadera con nosotros; y para que con mejor voluntad tomásemos aquellas sus hijas, para tenellas, como dicen, por mujeres, que luego dejen sus malos ídolos, y crean y adoren en nuestro Señor Dios, que es el que nosotros creemos y adoramos, y verán cuánto bien les irá; porque, demás de tener salud y buenos temporales, sus cosas se les harán prósperamente, y cuando se mueran irán sus ánimas á los cielos á gozar de la gloria perdurable; y que si hacen los sacrificios que suelen hacer á aquellos sus ídolos, que son diablos, les llevarán á los infiernos, donde para siempre jamás arderán en vivas llamas. Y porque en otros razonamientos se les habia dicho otras cosas acerca de que dejasen los ídolos, en esta plática no se les dijo más, y lo que respondieron á todo es, que dijeron: —«Malinche, ya te hemos entendido ántes de ahora; y bien creemos que ese vuestro Dios y esa gran Señora, que son muy buenos; mas mira: ahora vinistes á estas nuestras tierras y casas; el tiempo andando entenderemos muy más claramente vuestras cosas, y veremos cómo son, y harémos lo que sea bueno. ¿Cómo quieres que dejemos nuestros teules, que desde muchos años nuestros antepasados tienen por dioses y les han adorado y sacrificado? É ya que nosotros, que somos viejos, por te complacer lo quisiésemos hacer, ¿qué dirán todos nuestros papas y todos los vecinos mozos y niños desta provincia, sino levantarse contra nosotros? Especialmente que los papas han ya hablado con nuestros teules, y les respondieron que no los olvidásemos en sacrificios de hombres y en todo lo que de ántes soliamos hacer; si no, que á toda esta provincia destruirian con hambres, pestilencias y guerra.» Así que, dijeron y dieron por respuesta que no curásemos más de les hablar en aquella cosa, porque no los habian de dejar de sacrificar aunque los matasen. Y desque vimos aquella respuesta, que la daban tan de veras y sin temor, dijo el padre de la Merced, que era entendido é teólogo: —«Señor, no cure vuesamerced de más les importunar sobre esto, que no es justo que por fuerza les hagamos ser cristianos, y aun lo que hicimos en Cempoal en derrocalles sus ídolos, no quisiera yo que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nuestra santa fe; ¿qué aprovecha quitalles ahora sus ídolos de un cu y adoratorio, si los pasan luego á otros? Bien es que vayan sintiendo nuestras amonestaciones, que son santas y buenas, para que conozcan adelante los buenos consejos que les damos.» Y tambien le hablaron á Cortés tres caballeros, que fueron Pedro de Albarado y Juan Velazquez de Leon y Francisco de Lugo, y dijeron á Cortés: —«Muy bien dice el Padre, y vuesamerced con lo que ha hecho cumple, y no se toque más á estos caciques sobre el caso.» Y así se hizo. Lo que les mandamos con ruegos fué, que luego desembarazasen un cu que estaba allí cerca y era nuevamente hecho, é quitasen unos ídolos, y lo encalasen y limpiasen para poner en él una cruz y la imágen de Nuestra Señora; lo cual luego lo hicieron, y en él se dijo Misa y se bautizaron aquellas cacicas, y se puso nombre á la hija del Xicotenga doña Luisa, y Cortés la tomó por la mano, y se la dió á Pedro de Albarado, y dijo á Xicotenga que aquel á quien la daba era su hermano y su capitan, y que lo hubiese por bien, porque seria dél muy bien tratada, y el Xicotenga recibió contentamiento dello; y la hija ó sobrina de Masse-Escaci se puso nombre doña Elvira, y era muy hermosa; y paréceme que la dió á Juan Velazquez de Leon, y las demás se pusieron sus nombres de pila, y todas con dones, y Cortés las dió á Cristóbal de Olí y á Gonzalo de Sandoval y á Alonso de Ávila; y despues desto hecho se les declaró á qué fin se pusieron dos cruces, é que era porque tienen temor dellas sus ídolos, y que á do quiera que estábamos de asiento ó dormiamos se ponen en los caminos; é á todo esto estaban muy atentos. Ántes que más pase adelante, quiero decir cómo de aquella cacica hija de Xicotenga, que se llamó doña Luisa, que se la dió á Pedro de Albarado, que así como se la dieron, toda la mayor parte de Tlascala la acataba y le daban presentes y la tenian por su señora, y della hubo el Pedro de Albarado, siendo soltero, un hijo que se dijo don Pedro, é una hija que se dice doña Leonor, mujer que ahora es de don Francisco de la Cueva, buen caballero, primo del duque de Alburquerque, é ha habido en ella cuatro ó cinco hijos muy buenos caballeros, y aquesta señora doña Leonor es tan excelente señora, en fin como hija de tal padre, que fué comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala, y por la parte de Xicotenga gran señor de Tlascala, que era como Rey. Dejemos estas relaciones, y volvamos á Cortés, que se informó de aquestos caciques y les preguntó muy por entero de las cosas de Méjico, y lo que sobre ello dijeron es esto que diré. CAPÍTULO LXXVIII. CÓMO CORTÉS PREGUNTÓ Á MASSE-ESCACI É Á XICOTENGA POR LAS COSAS DE MÉJICO, Y LO QUE EN LA RELACION DIJERON. Luego Cortés apartó aquellos caciques, y les preguntó muy por extenso las cosas de Méjico; Xicotenga, como era más avisado y gran señor, tomó la mano á hablar, y de cuando en cuando lo ayudaba Masse-Escaci, que tambien era gran señor, y dijeron que tenia Montezuma tan grandes poderes de gente de guerra, que cuando queria tomar un gran pueblo ó hacer un asalto en una provincia, que ponia en campo cien mil hombres, y que esto que lo tenia bien experimentado por las guerras y enemistades pasadas que con ellos tienen de más de cien años; y Cortés le dijo: —«Pues con tanto guerrero como decis que venian sobre vosotros, ¿cómo nunca os acabaron de vencer?» Y respondieron que, puesto que algunas veces les desbarataban y mataban, y llevaban muchos de sus vasallos para sacrificar, que tambien de los contrarios quedaban en el campo muchos muertos y otros presos, y que no venian tan encubiertos, que dello no tuviesen noticia, y cuando lo sabian, que se apercebian con todos sus poderes, y con ayuda de los de Guaxocingo se defendian é ofendian; é que como todas las provincias y pueblos que ha robado Montezuma y puesto debajo de su dominio estaban muy mal con los mejicanos, y traian dellos por fuerza á la guerra, no pelean de buena voluntad; ántes de los mismos tenian avisos, y que á esta causa les defendian sus tierras lo mejor que podian. Y que donde más mal les habia venido á la contina es de una ciudad muy grande que está de allí andadura de un dia, que se dice Cholula, que son grandes traidores, y que allí metia Montezuma secretamente sus capitanías; y como estaban cerca, de noche hacian salto; y más dijo Masse-Escaci, que tenia Montezuma en todas las provincias puestas guarniciones de muchos guerreros, sin los muchos que sacaba de la ciudad, y que todas aquellas provincias le tributan oro y plata, y plumas, y piedras y ropa de mantas y algodon é indios é indias para sacrificar, y otros para servir. Y que es tan gran señor, que todo lo que quiere tiene, y que las casas en que vive tiene llenas de riquezas y piedras chalchihuites, que ha robado y tomado por fuerza á quien no se lo da de grado, y que todas las riquezas de la tierra están en su poder; y luego contaron el gran servicio de su casa, que era para nunca acabar si lo hubiese aquí de decir, pues de las muchas mujeres que tenia, y como casaba algunas dellas, de todo daban relacion. Y luego dicen de la gran fortaleza de su ciudad, de la manera que es la laguna, y la hondura del agua, y de las calzadas que hay por donde han de entrar en la ciudad, y las puentes de madera que tiene en cada calzada, y cómo entra y sale por el estrecho de abertura que hay en cada puente, y cómo en alzando cualquiera dellas se pueden quedar aislados entre puente y puente sin entrar en su ciudad; y cómo está toda la mayor parte de la ciudad poblada dentro en la laguna, y no se puede pasar de casa en casa sino es por unas puentes levadizas que tienen hechas, ó en canoas, y todas las casas son de azuteas, y en las azuteas tienen hechos como á maneras de mamparos, pueden pelear desde encima dellas, y la manera cómo se provee la ciudad de agua dulce desde una fuente que se dice Chapultepeque, que está de la ciudad obra de media legua, y va el agua por unos edificios, y llega en parte que con canoas la llevan á vender por las calles. Y luego contaron de la manera de las armas, que eran varas de á dos gajos, que tiraban con tiraderas que pasan cualesquier armas, y muchos buenos flecheros, y otros con lanzas de pedernales que tienen una braza de cuchilla, hechas de arte que cortan más que navajas, y rodelas y armas de algodon, y muchos honderos con piedras rollizas é otras lanzas muy largas y espadas de á dos manos de navajas, y trajeron pintados en unos paños grandes de nequen las batallas que con ellos habian habido y la manera del pelear. Y como nuestro capitan y todos nosotros estábamos ya informados de todo lo que decian aquellos caciques, estorbó la plática y metiólos en otra más honda, y fué que cómo ellos habian venido á poblar á aquella tierra, é de qué partes vinieron que tan diferentes y enemigos eran de los mejicanos, siendo tan de cerca unas tierras de otras; y dijeron que les habian dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que habia allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras, que los mataron peleando con ellos, y otros que quedaban se murieron; é para que viésemos qué tamaños é altos cuerpos tenian, trujeron un hueso ó zancarron de uno dellos, y era muy grueso, el altor del tamaño como un hombre de razonable estatura: y aquel zancarron era desde la rodilla hasta la cadera: yo me medí con él, y tenia tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo; y trujeron otros pedazos de huesos como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra; y nuestro capitan Cortés nos dijo que seria bien enviar aquel gran hueso á Castilla para que lo viese su majestad, y así lo enviamos con los primeros procuradores que fueron. Tambien dijeron aquellos mismos caciques, que sabian de aquellos sus antecesores que les habia dicho un su ídolo en quien ellos tenian mucha devocion, que vendrian hombres de las partes de hácia donde sale el sol y de léjas tierras á les sojuzgar y señorear; que si somos nosotros, holgaran dello, que pues tan esforzados y buenos somos; y cuando trataron las paces se les acordó desto que les habia dicho su ídolo, que por aquella causa nos dan sus hijas para tener parientes que les defiendan de los mejicanos. Y cuando acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados, y deciamos si por ventura dicen verdad; y luego nuestro capitan Cortés les replicó, y dijo que ciertamente veniamos de hácia donde sale el sol, y que por esta causa nos envió el Rey nuestro señor á tenellos por hermanos, porque tienen noticia dellos, y que plegue á Dios nos dé gracia para que por nuestras manos é intercesion se salven; y dijimos todos: —«Amen.» Hartos estarán ya los caballeros que esto leyeren de oir razonamientos y pláticas de nosotros á los de Tlascala, y ellos á nosotros; queria acabar, y por fuerza me he de detener en otras cosas que con ellos pasamos; y es que el volcan que está cabe Guaxocingo echaba en aquella sazon que estábamos en Tlascala mucho fuego, más que otras veces solia echar; de lo cual nuestro capitan Cortés y todos nosotros, como no habiamos visto tal, nos admiramos dello; y un capitan de los nuestros, que se decia Diego de Ordás, tomóle codicia de ir á ver qué cosa era, y demandó licencia á nuestro general para subir en él; la cual licencia le dió, y aun de hecho se lo mandó; y llevó consigo dos de nuestros soldados y ciertos indios principales de Guaxocingo, y los principales que consigo llevaba ponian temor con decille que cuando estuviese á medio camino de Popocatepeque, que así se llamaba aquel volcan, no podria sufrir el temblor de la tierra ni llamas y piedras y ceniza que dél sale, é que ellos no se atreverian á subir más de hasta donde tienen unos cues de ídolos, que llaman los teules de Popocatepeque. Y todavía el Diego de Ordás con sus dos compañeros fué su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se le quedaron en lo bajo; despues el Ordás y los dos soldados vieron al subir que comenzó el volcan de echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcan, y estuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta de allí á una hora, que sintieron que habia pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y subieron hasta la boca, que era muy redonda y ancha, y que habia en el anchor un cuarto de legua. Y que desde allí se parecia la gran ciudad de Méjico y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella poblados; y está este volcan de Méjico obra de doce ó trece leguas; y despues de bien visto muy gozoso el Ordás, y admirado de haber visto á Méjico y sus ciudades, volvió á Tlascala con sus compañeros, y los indios de Guaxocingo y los de Tlascala se lo tuvieron á mucho atrevimiento, y cuando lo contaban al capitan Cortés y á todos nosotros, como en aquella sazon no habiamos visto ni oido, como ahora, que sabemos lo que es, y han subido encima de la boca muchos españoles y aun Frailes franciscanos, nos admirábamos entónces dello; y cuando fué Diego de Ordás á Castilla lo demandó por armas á su majestad, é así las tiene ahora en su sobrino Ordás que vive en la Puebla; y despues acá desque estamos en esta tierra no le habemos visto echar tanto fuego ni con tanto ruido como al principio, y aun estuvo ciertos años que no echaba fuego, hasta el año de 1539 que echó muy grandes llamas y piedras y ceniza. Dejemos de contar del volcan, que ahora, que sabemos qué cosa es y habemos visto otros volcanes, como son los de Nicaragua y los de Guatemala, se podian haber callado los de Guaxocingo sin poner en relacion, y diré cómo hallamos en este pueblo de Tlascala casas de madera hechas de redes, y llenas de indios é indias que tenian dentro encarcelados é á cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar; las cuales cárceles les quebramos y deshicimos para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban de ir á cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y así escaparon las vidas; y dende en adelante en todos los pueblos que entrábamos, lo primero que mandaba nuestro capitan era quebralles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comunmente en todas estas tierras las tenian; y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad, mostró tener mucho enojo de los caciques de Tlascala, y se lo riñó bien enojado, y prometieron desde allí adelante que no matarian ni comerian de aquella manera más indios. Dije yo que qué aprovechaban aquellos prometimientos, que en volviendo la cabeza hacian las mismas crueldades. Y dejémoslo así, y digamos cómo ordenamos de ir á Méjico. CAPÍTULO LXXIX. CÓMO ACORDÓ NUESTRO CAPITAN HERNANDO CORTÉS CON TODOS NUESTROS CAPITANES Y SOLDADOS QUE FUÉSEMOS Á MÉJICO, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Viendo nuestro capitan que habia diez y siete dias que estábamos holgando en Tlascala, y oiamos decir de las grandes riquezas de Montezuma y su próspera ciudad, acordó tomar consejo con todos nuestros capitanes y soldados de quien sentia que le tenian buena voluntad, para ir adelante, y fué acordado que con brevedad fuese nuestra partida; y sobre este camino hubo en el real muchas pláticas de desconformidad, porque decian unos soldados que era cosa muy temerosa irnos á meter en tan fuerte ciudad siendo nosotros tan pocos, y decian de los grandes poderes del Montezuma. Cortés respondió que ya no podiamos hacer otra cosa, porque siempre nuestra demanda y apellido fué ver al Montezuma, é que por demás eran ya otros consejos; y viendo que tan resueltamente lo decia, y sintieron los del contrario parecer que tan determinadamente se acordaba, y que muchos de los soldados ayudábamos á Cortés de buena voluntad con decir «adelante en buen hora,» no hubo más contradicion; y los que andaban en estas pláticas contrarias eran de los que tenian en Cuba haciendas; que yo y otros pobres soldados ofrecido tenemos siempre nuestras ánimas á Dios, que las crió, y los cuerpos á heridas y trabajos hasta morir en servicio de nuestro Señor y de su majestad. Pues viendo Xicotenga y Masse-Escaci, señores de Tlascala, que de hecho queriamos ir á Méjico, pesábales en el alma, y siempre estaban con Cortés avisándole que no curase de ir aquel camino, y que no se fiase poco ni mucho de Montezuma ni de ningun mejicano, y que no se creyese de sus grandes reverencias ni de sus palabras tan humildes y llenas de cortesías, ni aun de cuantos presentes le ha enviado ni de otros ningunos ofrecimientos, que todos eran de atraidorados; que en una hora se lo tornarian á tomar cuanto le habian dado, y que de noche y de dia se guardase muy bien dellos, porque tienen bien entendido que cuando más descuidados estuviésemos nos darian guerra, y que cuando peleáramos con ellos, que los que pudiésemos matar que no quedasen con las vidas, al mancebo porque no tome armas, al viejo porque no dé consejo, y le dieron otros muchos avisos. Y nuestro capitan les dijo que se lo agradecia el buen consejo; y les mostró mucho amor con ofrecimientos y dádivas que luego les dió al viejo Xicotenga y al Masse-Escaci y todos los más caciques, y les dió mucha parte de la ropa fina de mantas que habia presentado Montezuma, y les dijo que seria bueno tratar paces entre ellos y los mejicanos para que tuviesen amistad, y trujesen sal y algodon y otras mercaderías; y el Xicotenga respondió que eran por demás las paces, y que su enemistad tienen siempre en los corazones arraigada, y que son tales los mejicanos, que so color de las paces les harán mayores traiciones, porque jamás mantienen verdad en cosa ninguna que prometen; é que no curase de hablar de ellas, sino que le tornaban á rogar que se guardase muy bien de no caer en manos de tan malas gentes. Y estando platicando sobre el camino que habiamos de llevar para Méjico, porque los embajadores de Montezuma que estaban con nosotros, que iban por guias, decian que el mejor camino y más llano era por la ciudad de Cholula, por ser vasallos del gran Montezuma, donde recibiriamos servicios, y á todos nosotros nos pareció bien que fuésemos á aquella ciudad; y los caciques de Tlascala, como entendieron que queriamos ir por donde nos encaminaban los mejicanos, se entristecieron, y tornaron á decir que en todo caso fuésemos por Guaxocingo, que eran sus parientes y nuestros amigos, y no por Cholula, porque en Cholula siempre tiene Montezuma sus tratos dobles encubiertos. Y por más que nos dijeron y aconsejaron que no entrásemos en aquella ciudad, siempre nuestro capitan, con nuestro consejo muy bien platicado, acordó de ir por Cholula; lo uno, porque decian todos que era grande poblacion y muy bien torreada, y de altos y grandes cues, y en buen llano asentada, y verdaderamente de léjos parecia en aquella sazon á nuestra gran Valladolid de Castilla la Vieja; y lo otro, porque estaba en parte cercana de grandes poblaciones, y tener muchos bastimentos y tan á la mano á nuestros amigos los de Tlascala, y con intencion de estarnos allí hasta ver de qué manera podriamos ir á Méjico sin tener guerra, porque era de temer el gran poder de mejicanos; si Dios nuestro Señor primeramente no ponia su divina mano y misericordia, con que siempre nos ayudaba y nos daba esfuerzo, no podiamos entrar de otra manera. Y despues de muchas pláticas y acuerdos, nuestro camino fué por Cholula; y luego Cortés mandó que fuesen mensajeros á les decir que cómo, estando tan cerca de nosotros, no nos enviaban á visitar y hacer aquel acto que son obligados á mensajeros, como somos, de tan gran Rey y señor como es el que nos envió á notificar su salvacion; y que los ruega que luego viniesen todos los caciques y papas de aquella ciudad á nos ver, y dar la obediencia á nuestro Rey y señor; si no, que los ternia por de malas intenciones. Y estando diciendo esto, y otras cosas que convenia envialles á decir sobre este caso, vinieron á hacer saber á Cortés cómo el gran Montezuma enviaba cuatro embajadores con presentes de oro, porque jamás, á lo que habiamos visto, envió mensaje sin presentes de oro, y lo tenia por afrenta enviar mensajeros si no enviaba con ellos dádivas; y lo que dijeron aquellos mensajeros diré adelante. CAPÍTULO LXXX. CÓMO EL GRAN MONTEZUMA ENVIÓ CUATRO PRINCIPALES HOMBRES DE MUCHA CUENTA, CON UN PRESENTE DE ORO Y MANTAS, Y LO QUE DIJERON Á NUESTRO CAPITAN. Estando platicando Cortés con todos nosotros y con los caciques de Tlascala sobre nuestra partida y en las cosas de la guerra, viniéronle á decir que llegaron á aquel pueblo cuatro embajadores de Montezuma, todos principales, y traian presentes; y Cortés les mandó llamar, y cuando llegaron donde estaba, hiciéronle grande acato, y á todos los soldados que allí nos hallamos; y presentado su presente de ricas joyas de oro y de muchos géneros de hechuras, que valian bien diez mil pesos, y diez cargas de mantas de buenas labores de pluma, Cortés los recibió con buen semblante; y luego dijeron aquellos embajadores por parte de su señor Montezuma que se maravillaba mucho estar tantos dias entre aquellas gentes pobres y sin policía, que aun para esclavos no son buenos, por ser tan malos y traidores y robadores, que cuando más descuidados estuviésemos, de dia y de noche nos matarian por nos robar, y que nos rogaba que fuésemos luego á su ciudad y que nos daria de lo que tuviese, y aunque no tan cumplido como nosotros mereciamos y él deseaba; y que puesto que todas las vituallas le entran en su ciudad de acarreo, que mandaria proveernos lo mejor que él pudiese. Aquesto hacia Montezuma por sacarnos de Tlascala, porque supo que habiamos hecho las amistades que dicho tengo en el capítulo que dello habla, y para ser perfectas habian dado sus hijas á Malinche; porque bien tuvieron entendido que no les podia venir bien ninguna de nuestras confederaciones, y á esta causa nos cebaba con oro y presentes para que fuésemos á sus tierras, á lo ménos porque saliésemos de Tlascala. Volvamos á decir de los embajadores, que los conocieron bien los de Tlascala, y dijeron á nuestro capitan que todos eran señores de pueblos y vasallos, con quien Montezuma enviaba á tratar cosas de mucha importancia. Cortés les dió muchas gracias á los embajadores, con grandes caricias y señales de amor que les mostró, y les dió por respuesta que él iria muy presto á ver al señor Montezuma, y les rogó que estuviesen algunos dias allí con nosotros, que en aquella sazon acordó Cortés que fuesen dos de nuestros capitanes, personas señaladas, á ver y hablar al gran Montezuma, é ver la gran ciudad de Méjico y sus grandes fuerzas y fortalezas, é iban ya camino Pedro de Albarado y Bernardino Vazquez de Tapia, y quedaron en rehenes cuatro de aquellos embajadores que habian traido el presente, y otros embajadores del gran Montezuma de los que solian estar con nosotros fueron en su compañía; y porque en aquel tiempo yo estaba mal herido y con calenturas, y harto tenia que curarme, no me acuerdo bien hasta dónde allegaron; mas de que supimos que Cortés habia enviado así á la ventura á aquellos caballeros, y se lo tuvimos á mal consejo, y le retrujimos, y le dijimos que cómo enviaba á Méjico no más de para ver la ciudad y sus fuerzas; que no era buen acuerdo, y que luego los fuesen á llamar que no pasasen más adelante; y les escribió que se volviesen luego. Demás desto, el Bernardino Vazquez de Tapia ya habia adolecido en el camino de calenturas, y como vieron las cartas, se volvieron; y los embajadores con quien iban dieron relacion dello á su Montezuma, y les preguntó que qué manera de rostros y proporcion de cuerpos llevaban los dos teules que iban á Méjico, y si eran capitanes; y parece ser que les dijeron que el Pedro de Albarado era de muy linda gracia, así en el rostro como en su persona, y que parecia como al sol y que era capitan; y demás desto, se lo llevaron figurado muy al natural su dibujo y cara, y desde entónces le pusieron nombre el Tonacio, que quiere decir el sol, hijo del sol, y así le llamaron de allí adelante, y el Bernardino Vazquez de Tapia dijeron que era hombre robusto y de muy buena disposicion, que tambien era capitan; y al Montezuma le pesó porque se habian vuelto del camino. Y aquellos embajadores tuvieron razon de comparallos, así en los rostros como en el aspecto de las personas y cuerpos, como lo significaron á su señor Montezuma; porque el Pedro de Albarado era de muy buen cuerpo y ligero, y facciones y presencia, y así en el rostro como en el hablar, en todo era agraciado, que parecia que estaba riendo; y el Bernardino Vazquez de Tapia era algo robusto, puesto que tenia buena presencia; y desque volvieron á nuestro real, nos holgamos con ellos, y les deciamos que no era cosa acertada lo que Cortés les mandaba. Y dejemos esta materia, pues no hace mucho á nuestra relacion, y diré de los mensajeros que Cortés envió á Cholula, y la respuesta que enviaron. CAPÍTULO LXXXI. CÓMO ENVIARON LOS DE CHOLULA CUATRO INDIOS DE POCA VALÍA Á DESCULPARSE POR NO HABER VENIDO Á TLASCALA, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Ya he dicho en el capítulo pasado cómo envió nuestro capitan mensajeros á Cholula para que nos viniesen á ver á Tlascala; é los caciques de aquella ciudad, como entendieron lo que Cortés les mandaba, parecióles que seria bien enviar cuatro indios de poca valía á desculpar é á decir que por estar malos no venian, y no trujeron bastimento ni otra cosa, sino así secamente dieron aquella respuesta; y cuando vinieron aquellos mensajeros estaban presentes los caciques de Tlascala, é dijeron á nuestro capitan que para hacer burla dél y de todos nosotros enviaban los de Cholula aquellos indios, que eran macegales é de poca calidad. Por manera que Cortés les tornó á enviar luego con otros cuatro indios de Cempoal á decir que viniesen dentro de tres dias hombres principales, pues estaban cuatro leguas de allí, é que si no venian, que los ternia por rebeldes; y que cuando vengan, que les quiere decir cosas que les convienen para salvacion de sus ánimas, y buena política para su buen vivir, y tenellos por amigos y hermanos, como son los de Tlascala, sus vecinos; y que si otra cosa acordaren, y no quieren nuestra amistad, que nosotros no por eso los procurariamos de descomplacer ni enojarles. Y como oyeron aquella amorosa embajada, respondieron que no habian de venir á Tlascala, porque son sus enemigos, porque saben que han dicho dellos y de su señor Montezuma muchos males, y que vamos á su ciudad y salgamos de los términos de Tlascala; y si no hicieren lo que deben, que los tengamos por tales como les enviamos á decir. Y viendo nuestro capitan que la excusa que decian era muy justa, acordamos de ir allá; y como los caciques de Tlascala vieron que determinadamente era nuestra ida por Cholula, dijeron á Cortés: —«Pues que así quieres creer á los mejicanos, y no á nosotros, que somos tus amigos, ya te hemos dicho muchas veces que te guardes de los de Cholula y del poder de Méjico: y para que mejor te puedas ayudar de nosotros, te tenemos aparejados diez mil hombres de guerra que vayan en vuestra compañía.» Y Cortés les dió muchas gracias por ello, é consultó con todos nosotros que no seria bueno que llevásemos tantos guerreros á tierra que habiamos de procurar amistades, é que seria bien que llevásemos dos mil, y estos les demandó, y que los demás que se quedasen en sus casas. É dejemos esta plática, y diré de nuestro camino. CAPÍTULO LXXXII. CÓMO FUIMOS Á LA CIUDAD DE CHOLULA, Y DEL GRAN RECEBIMIENTO QUE NOS HICIERON. Una mañana comenzamos á marchar por nuestro camino para la ciudad de Cholula, é íbamos con el mayor concierto que podiamos; porque, como otras veces he dicho, adonde esperábamos haber revueltas ó guerras nos apercebiamos muy mejor, é aquel dia fuimos á dormir á un rio que pasa obra de una legua chica de Cholula, adonde está hecha ahora una puente de piedra, é allí nos hicieron unas chozas é ranchos; y esa noche enviaron los caciques de Cholula mensajeros, hombres principales, á darnos el parabien venidos á sus tierras, y trujeron bastimentos de gallinas y pan de su maíz, é dijeron que en la mañana vendrian todos los caciques y papas á nos recebir é á que les perdonasen porque no habian salido luego; y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar que se lo agradecia, así por el bastimento que traian como por la buena voluntad que mostraban; é allí dormimos aquella noche con buenas velas y escuchas y corredores del campo. Y como amaneció, comenzamos á caminar hácia la ciudad; é yendo por nuestro camino, ya cerca de la poblacion nos salieron á recebir los caciques y papas y otros muchos indios, é todos los más traian vestidas unas ropas de algodon de hechura de marlotas, como las traian los indios capotecas; y esto digo á quien las ha visto y ha estado en aquella provincia, porque en aquella ciudad así se usan; é venian muy de paz y de buena voluntad, y los papas traian braseros con incienso, con que zahumaron á nuestro capitan é á los soldados que cerca dél nos hallamos. É parece ser aquellos papas y principales, como vieron los indios tlascaltecas que con nosotros venian, dijéronselo á doña Marina que se lo dijese á Cortés, que no era bien que de aquella manera entrasen sus enemigos con armas en su ciudad; y como nuestro capitan lo entendió, mandó á los capitanes y soldados y el fardaje que reparásemos; y como nos vió juntos é que no caminaba ninguno, dijo: —«Paréceme, señores, que ántes que entremos en Cholula que demos un tiento con buenas palabras á estos caciques é papas, é veamos qué es su voluntad; porque vienen murmurando destos nuestros amigos de Tlascala, y tienen mucha razon en lo que dicen; é con buenas palabras les quiero dar á entender la causa por que veniamos á su ciudad. Y porque ya, señores, habeis entendido lo que nos han dicho los tlascaltecas, que son bulliciosos, será bien que por bien dén la obediencia á su majestad, y esto me parece que conviene.» Y luego mandó á doña Marina que llamase á los caciques y papas allí donde estaba á caballo, é todos nosotros juntos con Cortés; y luego vinieron tres principales y dos papas, y dijeron: —«Malinche, perdonadnos porque no fuimos á Tlascala á te ver y llevar comida, y no por falta de voluntad, sino porque son nuestros enemigos Masse-Escaci y Xicotenga é toda Tlascala, é porque han dicho muchos males de nosotros é del gran Montezuma, nuestro señor, que no basta lo que han dicho, sino que ahora tengan atrevimiento con vuestro favor de venir con armas á nuestra ciudad.» Y que le piden por merced que les mande volver á sus tierras ó á lo ménos que se queden en el campo é que no entren de aquella manera en su ciudad, é que nosotros que vamos mucho en buen hora. É como el capitan vió la razon que tenia, mandó luego á Pedro de Albarado é al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, que rogasen á los tlascaltecas que allí en el campo hiciesen sus ranchos y chozas, é que no entrasen con nosotros sino los que llevaban artillería y nuestros amigos los de Cempoal, y les dijesen la causa porque se mandaba, porque todos aquellos caciques y papas se temen dellos; é que cuando hubiéremos de pasar de Cholula para Méjico que los enviaria á llamar, é que no lo hayan por enojo; y como los de Cholula vieron lo que Cortés mandó, parecia que estaban más sosegados, y les comenzó Cortés á hacer un parlamento: diciendo que nuestro Rey y señor, cuyos vasallos somos, tiene grandes poderes y tiene debajo de su mando á muchos grandes Príncipes y caciques, y que nos envió á estas tierras á les notificar y mandar que no adoren ídolos, ni sacrifiquen hombres ni coman de sus carnes, ni hagan sodomías ni otras torpedades; é que por ser el camino por allí para Méjico, adonde vamos á hablar al gran Montezuma, y por no haber otro más cercano, venimos por su ciudad, y tambien para tenellos por hermanos; é que pues otros grandes caciques han dado la obediencia á su Majestad, que será bien que ellos la dén, como los demás. É respondieron que aún no habemos entrado en su tierra é ya les mandamos dejar sus teules, que así llaman á sus ídolos, que no lo pueden hacer; y dar la obediencia á ese vuestro Rey que decis, les place; y así, la dieron de palabra y no ante escribano. Y esto hecho, luego comenzamos á marchar para la ciudad, y era tanta la gente que nos salia á ver, que las calles é azuteas estaban llenas; é no me maravillo dello, porque no habian visto hombres como nosotros, ni caballos, y nos llevaron á aposentar á unas grandes salas, en que estuvimos todos é nuestros amigos los de Cempoal y los tlascaltecas que llevaron el fardaje, y nos dieron de comer aquel dia é otro muy bien é abastadamente. É quedarse há aquí, y diré lo que más pasamos. CAPÍTULO LXXXIII. CÓMO TENIAN CONCERTADO EN ESTA CIUDAD DE CHOLULA DE NOS MATAR POR MANDADO DE MONTEZUMA, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Habiéndonos recibido tan solemnemente como habemos dicho, é ciertamente de buena voluntad, sino que segun despues pareció, envió á mandar Montezuma á sus embajadores que con nosotros estaban, que tratasen con los de Cholula que con un escuadron de veinte mil hombres que envió Montezuma, que estuviesen apercebidos para en entrando en aquella ciudad, que todos nos diesen guerra, y de noche y de dia nos acapillasen, é los que pudiesen llevar atados de nosotros á Méjico, que se los llevasen; é con grandes prometimientos que les mandó, y muchas joyas y ropa que entónces les envió, é un atambor de oro; é á los papas de aquella ciudad que habian de tomar veinte de nosotros para hacer sacrificios á sus ídolos; pues ya todo concertado, y los guerreros que luego Montezuma envió estaban en unos ranchos é arcabuezos obra de media legua de Cholula, y otros estaban ya dentro en las casas, y todos puestos á punto con sus armas, hechos mamparos en las azuteas, y en las calles hoyos é albarradas para que no pudiesen correr los caballos, y aun tenian unas casas llenas de varas largas y colleras de cueros, é cordeles con que nos habian de atar é llevarnos á Méjico. Mejor lo hizo Nuestro Señor Dios, que todo se les volvió al revés; é dejémoslo ahora, é volvamos á decir que, así como nos aposentaron como dicho hemos, é nos dieron muy bien de comer los dias primeros, é puesto que los viamos que estaban muy de paz, no dejábamos siempre de estar muy apercebidos, por la buena costumbre que en ello teniamos, é al tercero dia ni nos daban de comer ni parecia cacique ni papa; é si algunos indios nos venian á ver, estaban apartados, que no llegaban á nosotros; é riéndose como cosa de burla; é como aquello vió nuestro capitan, dijo á doña Marina é Aguilar, nuestras lenguas, que dijese á los embajadores del gran Montezuma, que allí estaban, que mandasen á los caciques traer de comer; é lo que traian era agua y leña, y unos viejos que lo traian decian que no tenian maíz, é que en aquel dia vinieron otros embajadores del Montezuma, é se juntaron con los que estaban con nosotros, é dijeron muy desvergonzadamente é sin hacer acato, que su señor les enviaba á decir que no fuésemos á su ciudad, porque no tenia qué darnos de comer, é que luego se querian volver á Méjico con la respuesta; é como aquello vió Cortés, le pareció mal su plática, é con palabras blandas dijo á los embajadores que se maravillaba de tan gran señor como es Montezuma, tener tantos acuerdos, é que les rogaba que no se fuesen, porque otro dia se querian partir para velle é hacer lo que mandase, y aun me parece que les dió unos sartalejos de cuentas; y los embajadores dijeron que sí aguardarian; y hecho esto, nuestro capitan nos mandó juntar, y nos dijo: —«Muy desconcertada veo esta gente, estemos muy alerta, que alguna maldad hay entre ellos.» É luego envió á llamar al cacique é principal, que ya no se me acuerda cómo se llamaba, ó que enviase algunos principales; é respondió que estaba malo é que no podia venir él ni ellos; y como aquello vió nuestro capitan, mandó que de un gran cu que estaba junto de nuestros aposentos le trujésemos dos papas con buenas razones, porque habia muchos en él; trujimos dos dellos sin hacer deshonor, y Cortés les mandó dar á cada uno un chalchihui, que son muy estimados entre ellos, como esmeraldas, é les dijo con palabras amorosas, que por qué causa el cacique y principales é todos los más papas están amedrentados, que los ha enviado á llamar y no habian querido venir; parece ser que el uno de aquellos papas era hombre muy principal entre ellos, y tenia cargo ó mando en todos los más cues de aquella ciudad, que debia de ser á manera de Obispo entre ellos, y le tenian gran acato; é dijo que los que son papas que no tenian temor de nosotros; que si el cacique y principales no han querido venir, que él iria á les llamar, y que como él les hable, que tiene creido que no harán otra cosa y que vendrán; é luego Cortés dijo que fuese en buen hora, y quedase su compañero allí aguardando hasta que viniesen; é fué aquel papa é llamó al cacique é principales, é luego vinieron juntamente con él al aposento de Cortés, y les preguntó con nuestras lenguas doña Marina é Aguilar, que por qué habian miedo é por qué causa no nos daban de comer, y que si reciben pena de nuestra estada en la ciudad, que otro dia por la mañana nos queriamos partir para Méjico á ver é hablar al señor Montezuma, é que le tengan aparejados tamemes para llevar el fardaje é tepuzques, que son las bombardas; é tambien, que luego traigan comida; y el cacique estaba tan cortado, que no acertaba á hablar, y dijo que la comida que la buscarian; mas que su señor Montezuma les ha enviado á mandar que no la diesen, ni queria que pasásemos de allí adelante; y estando en estas pláticas vinieron tres indios de los de Cempoal, nuestros amigos, y secretamente dijeron á Cortés que habian hallado junto adonde estábamos aposentados hechos hoyos en las calles é cubiertos con madera é tierra, que no mirando mucho en ello no se podria ver, é que quitaron la tierra de encima de un hoyo, que estaba lleno de estacas muy agudas para matar los caballos que corriesen, é que las azuteas que las tienen llenas de piedras é mamparos de adobes; y que ciertamente estaban de buen arte, porque tambien hallaron albarradas de maderos gruesos en otra calle; y en aquel instante vinieron ocho indios tlascaltecas de los que dejamos en el campo, que no entraron en Cholula, y dijeron á Cortés: —«Mira, Malinche, que esta ciudad está de mala manera, porque sabemos que esta noche han sacrificado á su ídolo que es el de la guerra, siete personas, y los cinco dellos son niños, porque les dé victoria contra vosotros; é tambien hemos visto que sacan todo el fardaje é mujeres é niños.» Y como aquello oyó Cortés, luego los despachó para que fuesen á sus capitanes los tlascaltecas, que estuviesen muy aparejados si los enviásemos á llamar, y tornó á hablar al cacique y papas y principales de Cholula que no tuviesen miedo ni anduviesen alterados, y que mirasen la obediencia que dieron, que no la quebrantasen, que les castigaria por ello; que ya les ha dicho que nos queremos ir por la mañana, que ha menester dos mil hombres de guerra de aquella ciudad que vayan con nosotros, como nos han dado los de Tlascala, porque en los caminos los habrá menester; é dijéronle que sí darian así los hombres de guerra como los del fardaje é demandaron licencias para irse luego á los apercebir, y muy contentos se fueron, porque creyeron que con los guerreros que habian de dar é con las capitanías de Montezuma que estaban en los arcabuezos y barrancas, que allí de muertos ó presos no podriamos escapar, por causa que no podrian correr los caballos; y por ciertos mamparos y albarradas, que dieron luego por aviso á los que estaban en guarnicion que hiciesen á manera de callejon que no pudiésemos pasar, y les avisaron que otro dia habiamos de partir, é que estuviesen muy á punto todos, porque ellos darian dos mil hombres de guerra; é como fuésemos descuidados, que allí harian su presa los unos y los otros, é nos podian atar; é que esto que lo tuviesen por cierto, porque ya habian hecho sacrificios á sus ídolos de guerra y les han prometido la vitoria. Y dejemos de hablar en ello, que pensaban que seria cierto; é volvamos á nuestro capitan, que quiso saber muy por extenso todo el concierto y lo que pasaba; y dijo á doña Marina que llevase más chalchihuis á los dos papas que habia hablado primero, pues no tenia miedo, é con palabras amorosas les dijese que les queria tornar á hablar Malinche, é que los trujese consigo; y la doña Marina fué y les habló de tal manera, que lo sabia muy bien hacer, y con dádivas vinieron luego con ella; y Cortés les dijo que dijesen la verdad de lo que supiesen, pues eran Sacerdotes de ídolos é principales, que no habian de mentir; é que lo que dijesen, que no seria descubierto por via ninguna, pues que otro dia nos habiamos de partir, é que les daria mucha ropa; é dijeron que la verdad es, que su señor Montezuma supo que íbamos á aquella ciudad, é que cada dia estaba en muchos acuerdos, é que no determinaba bien la cosa; é que unas veces les enviaba á mandar que si allí fuésemos que nos hiciesen mucha honra é nos encaminasen á su ciudad, é otras veces les enviaba á decir que ya no era su voluntad que fuésemos á Méjico: é que ahora nuevamente le han aconsejado su Tezcatepuca y su Huichilóbos, en quien ellos tienen gran devocion, que allí en Cholula los matasen, ó llevasen atados á Méjico. É que habia enviado el dia ántes veinte mil hombres de guerra, y la mitad están aquí dentro de esta ciudad é la otra mitad están cerca de aquí entre unas quebradas, é que ya tienen aviso que os habeis de ir mañana, y de las albarradas que se mandaron hacer y de los dos mil guerreros que os habemos de dar, é cómo tenian ya hechos conciertos que habian de quedar veinte de nosotros para sacrificar á los ídolos de Cholula. Y sabido todo esto, Cortés les mandó dar mantas muy labradas, y les rogó que no lo dijesen, porque si lo descubrian, que á la vuelta que volviésemos de Méjico los matarian; é que se querian ir muy de mañana, é que hiciesen venir todos los caciques para hablalles, como dicho les tiene; y luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habiamos de hacer, porque tenia muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suele acaecer, unos decian que seria bien torcer el camino é irnos para Guaxocingo, otros decian que procurásemos haber paz por cualquiera via que pudiésemos, y que nos volviésemos á Tlascala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin castigo, que en cualquiera parte nos tratarian otras peores y pues que estábamos allí en aquel gran pueblo é habia hartos bastimentos, les diésemos guerra, porque más la sentirian en sus casas que no en el campo, y que luego apercibiésemos á los tlascaltecas que se hallasen en ello. Y á todos pareció bien este postrer acuerdo, y fué desta manera: que ya que les habia dicho Cortés que nos habiamos de partir para otro dia, que hiciésemos que liábamos nuestro hato, que era harto poco, y que unos grandes patios que habia donde posábamos, estaban con altas cercas, que diésemos en los indios de guerra, pues aquello era su merecido, y que con los embajadores de Montezuma disimulásemos, y les dijésemos que los malos de los cholultecas han querido hacer una traicion, y echar la culpa della á su señor Montezuma, é á ellos mismos como sus embajadores; lo cual no creiamos que tal mandase hacer, y que les rogábamos que se estuviesen en el aposento de nuestro capitan, é no tuviesen más plática con los de aquella ciudad, porque no nos dén que pensar que andan juntamente con ellos en las traiciones, y para que se vayan con nosotros á Méjico por guias; y respondieron que ellos ni su señor Montezuma no saben cosa ninguna de lo que les dicen; y aunque no quisieron, les pusimos guardas porque no se fuesen sin licencia y porque no supiese Montezuma que nosotros sabiamos que él era quien lo habia mandado hacer; é aquella noche estuvimos muy apercebidos y armados, y los caballos ensillados y enfrenados, con grandes velas y rondas, que esto siempre lo teniamos de costumbre, porque tuvimos por cierto que todas las capitanías así de mejicanos como de cholultecas, aquella noche habian de dar sobre nosotros; y una india vieja, mujer de un cacique, como sabia el concierto y trama que tenian ordenado, vino secretamente á doña Marina, nuestra lengua, y como la vió moza y de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fuese con ella á su casa si queria escapar la vida, porque ciertamente aquella noche ó otro dia nos habian de matar á todos, porque ya estaba así mandado y concertado por el gran Montezuma, para que entre los de aquella ciudad y los mejicanos se juntasen, y no quedase ninguno de nosotros á vida, ó nos llevasen atados á Méjico; y porque sabe esto, y por mancilla que tenia de la doña Marina, se lo venia á decir, y que tomase todo su hato y se fuese con ella á su casa, y que allí la casaria con un su hijo, hermano de otro mozo que traia la vieja, que la acompañaba. É como lo entendió la doña Marina, y en todo era muy avisada, le dijo: —«¡Oh madre, qué mucho tengo que agradeceros eso que me decis! Yo me fuera ahora, sino que no tengo de quién fiarme para llevar mis mantas y joyas de oro, que es mucho. Por vuestra vida, madre, que aguardeis un poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos iremos; que ahora ya veis que estos teules están velando, y sentirnos han.» Y la vieja creyó lo que la decia, y quedóse con ella platicando y le preguntó que de qué manera nos habian de matar, é cómo é cuando se hizo el concierto; y la vieja se lo dijo ni más ni ménos que lo habian dicho los dos papas; é respondió la doña Marina: —«Pues ¿cómo siendo tan secreto ese negocio, lo alcanzastes vos á saber?» Dijo que su marido se lo habia dicho, que es capitan de una parcialidad de aquella ciudad, y como tal capitan está ahora con la gente de guerra que tiene á cargo, dando órden para que se junten en las barrancas con los escuadrones del gran Montezuma, y que cree estarán juntos esperando para cuando fuésemos, y que allí nos matarian; y que esto del concierto que lo sabia tres dias habia, porque de Méjico enviaron á su marido un atambor dorado, é á otras tres capitanías tambien les envió ricas mantas y joyas de oro, porque nos llevasen á todos á su señor Montezuma; y la doña Marina, como lo oyó, disimuló con la vieja, y dijo: —«¡Oh cuánto me huelgo en saber que vuestro hijo con quien me quereis casar es persona principal! Mucho hemos estado hablando; no querria que nos sintiesen: por eso, madre, aguardad aquí, comenzaré á traer mi hacienda, porque no lo podré sacar todo junto; é vos é vuestro hijo, mi hermano, lo guardareis, y luego nos podremos ir.» Y la vieja todo se lo creia, y sentóse de reposo la vieja, ella y su hijo; y la doña Marina entra de presto donde estaba el capitan Cortés, y le dice todo lo que pasó con la india; la cual luego la mandó traer ante él, y la tornó á preguntar sobre las traiciones y conciertos, y le dijo ni más ni ménos que los papas, y le pusieron guardas porque no se fuese; y cuando ameneció era cosa de ver la priesa que traian los caciques y papas con los indios de guerra, con muchas risadas y muy contentos, como si ya nos tuvieran metidos en el garlito é redes; é trujeron más indios de guerra que les pedimos, que no cupieron en los patios, por muy grandes que son, que aun todavía se están sin deshacer por memoria de lo pasado; é por bien de mañana que vinieron los cholultecas con la gente de guerra, ya todos nosotros estábamos muy á punto para lo que se habia de hacer, y los soldados de espada y rodela puestos á la puerta del gran patio para no dejar salir á ningun indio de los que estaban con armas, y nuestro capitan tambien estaba á caballo, acompañado de muchos soldados para su guarda; y cuando vió que tan de mañana habian venido los caciques y papas y gente de guerra, dijo: —«¡Qué voluntad tienen estos traidores de vernos entre las barrancas para se hartar de nuestras carnes! Mejor lo hará nuestro Señor.» Preguntó por los dos papas que habian descubierto el secreto, y le dijeron que estaban á la puerta del patio con otros caciques que querian entrar, y mandó Cortés á Aguilar, nuestra lengua, que les dijesen que se fuesen á sus casas, é que ahora no tenian necesidad dellos; y esto fué por causa que, pues nos hicieron buena obra, no recibiesen mal por ella, porque no los matasen, é como Cortés estaba á caballo, é doña Marina junto á él, comenzó á decir á los caciques é papas que, sin hacelles enojo ninguno, á qué causa nos querian matar la noche pasada. É que si les hemos hecho ó dicho cosa que nos tratasen aquellas traiciones, más de amonestalles las cosas que á todos los más pueblos por donde hemos venido les decimos, que no sean malos ni sacrifiquen hombres, ni adoren sus ídolos ni coman las carnes de sus prójimos; que no sean sométicos é que tengan buena manera en su vivir, y decirles las cosas tocantes á nuestra santa fe, y esto sin apremialles en cosa ninguna; é á que fin tienen ahora nuevamente aparejadas muchas varas largas y recias como colleras, y muchos cordeles en una casa junto al gran cu, é por qué han hecho de tres dias acá albarradas en las calles é hoyos é pertrechos en las azuteas, é por qué han sacado de su ciudad sus hijos é mujeres y hacienda; é que bien se ha parecido su mala voluntad y las traiciones, que no las pudieron encubrir, que aun de comer no nos daban, que por burla traian agua y leña, y decian que no habia maíz; y que bien sabe que tienen cerca de allí en unas barrancas muchas capitanías de guerreros esperándonos, creyendo que habiamos de ir por aquel camino á Méjico, para hacer la traicion que tienen acordada, con otra mucha gente de guerra que esta noche se ha juntado con ellos; que pues en pago de que los venian á tener por hermanos é decilles lo que Dios nuestro Señor y el Rey manda, nos querian matar é comer nuestras carnes, que ya tenian aparejadas las ollas con sal é ají é tomates; que si esto querian hacer, que fuera mejor nos dieran guerra como esforzados y buenos guerreros en los campos, como hicieron sus vecinos los tlascaltecas; é que sabe por muy cierto lo que tenian concertado en aquella ciudad y aun prometido á su ídolo abogado de la guerra, y que le habian de sacrificar veinte de nosotros delante del ídolo, y tres noches ántes ya pasadas que le sacrificaron siete indios porque les diese vitoria, la cual les prometió; é como es malo y falso, no tiene ni tuvo poder contra nosotros; y que todas estas maldades y traiciones que han tratado y puesto por la obra, han de caer sobre ellos; y esta razon se lo decia doña Marina, y se lo daban muy bien á entender; y como lo oyeron los papas y caciques y capitanes, dijeron que así es verdad lo que les dice, y que dello no tienen culpa, porque los embajadores de Montezuma lo ordenaron por mandado de su señor. Entónces les dijo Cortés que tales traiciones como aquellas, que mandan las leyes reales que no queden sin castigo, é que por su delito que han de morir; é luego mandó soltar una escopeta, que era la señal que teniamos apercebida para aquel efecto, y se les dió una mano que se les acordara para siempre, porque matamos muchos dellos, y otros se quemaron vivos, que no les aprovechó las promesas de sus falsos ídolos; y no tardaron dos horas que no llegaron allí nuestros amigos los tlascaltecas que dejamos en el campo, como ya he dicho otra vez, y peleaban muy fuertemente en las calles, donde los cholultecas tenian otras capitanías defendiéndolas porque no les entrásemos, y de presto fueron desbaratadas, y iban por la ciudad robando y cautivando, que no los podiamos detener; y otro dia vinieron otras capitanías de las poblaciones de Tlascala, y les hacian grandes daños, porque estaban muy mal con los de Cholula; y como aquello vimos, así Cortés como los demás capitanes y soldados, por mancilla que hubimos dellos, detuvimos á los tlascaltecas que no hiciesen más mal; y Cortés mandó á Pedro de Albarado y á Cristóbal de Olí que le trujesen todas las capitanías de Tlascala para les hablar, y no tardaron de venir, y les mandó que recogiesen toda su gente y se estuviesen en el campo, y así lo hicieron, que no quedó con nosotros sino los de Cempoal; y en aquel instante vinieron ciertos caciques y papas cholultecas que eran de otros barrios, que no se hallaron en las traiciones, segun ellos decian (que, como es gran ciudad, era bando y parcialidad por sí), y rogaron á Cortés y á todos nosotros que perdonásemos el enojo de las traiciones que nos tenian ordenadas, pues los traidores habian pagado con las vidas; y luego vinieron los dos papas amigos nuestros que nos descubrieron el secreto, y la vieja mujer del capitan que queria ser suegra de doña Marina (como ya he dicho otra vez), y todos rogaron á Cortés fuesen perdonados. Y Cortés cuando se lo decian mostró tener grande enojo, y mandó llamar á los embajadores de Montezuma que estaban detenidos en nuestra compañía, y dijo que, puesto que toda aquella ciudad merecia ser asolada y que pagaran con las vidas, que teniendo respeto á su señor Montezuma, cuyos vasallos son, los perdona, é que de allí adelante que sean buenos, é no les acontezca otra como la pasada, que morirán por ello. Y luego mandó llamar los caciques de Tlascala que estaban en el campo, é les dijo que volviesen los hombres y mujeres que habian cautivado, que bastaban los males que habian hecho. Y puesto que se les hacia de mal de volvello, é decian que de muchos más daños eran merecedores por las traiciones que siempre de aquella ciudad han recibido, por mandallo Cortés volvieron muchas personas; mas ellos quedaron desta vez ricos así de oro é mantas, é algodon y sal é esclavos. Y demás desto, Cortés los hizo amigos con los de Cholula, que á lo que despues vi é entendí, jamás quebraron las amistades; é más les mandó á todos los papas é caciques cholultecas que poblasen su ciudad é que hiciesen tiangues é mercados, é que no hubiesen temor, que no se les haria enojo ninguno; y respondieron que dentro en cinco dias harian poblar toda la ciudad, porque en aquella sazon todos los más vecinos estaban amontados, é dijeron que temian que Cortés les nombrase cacique, porque el que solia mandar fué uno de los que murieron en el patio. É luego preguntó que á quién le venia el cacicazgo, é dijeron que á un su hermano; al cual luego le señaló por gobernador, hasta que otra cosa fuese mandada. Y demás desto, desque vió la ciudad poblada y estaban seguros en sus mercados, mandó que se juntasen los papas y capitanes con los demás principales de aquella ciudad, y se les dió á entender muy claramente todas las cosas tocantes á nuestra santa fe, é que dejasen de adorar ídolos, y no sacrificasen ni comiesen carne humana, ni se robasen unos á otros, ni usasen las torpedades que solian usar, y que mirasen que sus ídolos los traen engañados, y que son malos y no dicen verdad, é que tuviesen memoria que cinco dias habia de las mentiras que les prometieron que les darian vitoria cuando sacrificaron las siete personas, é cómo todo cuanto dicen á los papas é á ellos es todo malo, é que les rogaba que luego los derrocasen é hiciesen pedazos, y si ellos no querian, que nosotros los quitariamos, é que hiciesen encalar uno como humilladero, donde pusimos una cruz. Lo de la cruz luego lo hicieron, y respondieron que quitarian los ídolos; y puesto que se lo mandó muchas veces que los quitasen, lo dilataban. Y entónces dijo el Padre de la Merced á Cortés que era por demás á los principios quitalles sus ídolos, hasta que vayan entendiendo más las cosas, y ver en qué paraba nuestra entrada en Méjico, y el tiempo nos diria lo que habiamos de hacer, que al presente bastaba las amonestaciones que se les habia hecho, y ponelles la cruz. Dejaré de hablar desto, y diré cómo aquella ciudad está asentada en un llano y en parte é sitio donde están muchas poblaciones cercanas, que es Tepeaca, Tlascala, Chalco, Tecamachalco, Guaxocingo é otros muchos pueblos, que por ser tantos, aquí no los nombro; y es tierra de maíz é otras legumbres, é de mucho ají, y toda llena de maijales, que es de lo que hacen el vino, é hacen en ella muy buena loza de barro colorado é prieto é blanco, de diversas pinturas, é se bastece della Méjico y todas las provincias comarcanas, digamos ahora como en Castilla lo de Talavera é Palencia. Tenia aquella ciudad en aquel tiempo sobre cien torres muy altas, que eran cues é adoratorios donde estaban sus ídolos, especial el cu mayor era de más altor que el de Méjico, puesto que era muy suntuoso y alto el cu mejicano, y tenia otros cien patios para el servicio de los cues; y segun entendimos, habia allí un ídolo muy grande, el nombre dél no me acuerdo, más entre ellos tenian gran devocion y venian de muchas partes á le sacrificar, en tener como á manera de novenas, y le presentaban de las haciendas que tenian. Acuérdome que cuando en aquella ciudad entramos, que cuando vimos tan altas torres y blanquear, nos pareció al propio Valladolid. Dejemos de hablar desta ciudad y todo lo acaecido en ella, y digamos cómo los escuadrones que habia enviado el gran Montezuma, que estaban ya presos entre los arcabuezos que están cabe Cholula, y tenian hechos mamparos y callejones para que no pudiesen correr los caballos, como lo tenian concertado, como ya otra vez he dicho; é como supieron lo acaecido, se vuelven más que de paso para Méjico, y dan relacion á su Montezuma segun y de la manera que todo pasó; y por presto que fueron, ya teniamos la nueva de dos principales que con nosotros estaban, que fueron en posta; y supimos muy de cierto que cuando lo supo Montezuma que sintió gran dolor y enojo, é que luego sacrificó ciertos indios á su ídolo Huichilóbos, que le tenian por dios de la guerra, porque les dijese en qué habia de parar nuestra ida á Méjico, ó si nos dejaria entrar en su ciudad; y aun supimos que estuvo encerrado en sus devociones y sacrificios dos dias, juntamente con diez papas los más principales, y hubo respuesta de aquellos ídolos que tenian por dioses, y fué que le aconsejaron que nos enviase mensajeros á disculpar de lo de Cholula, y que con muestras de paz nos deje entrar en Méjico, y que estando dentro, con quitarnos la comida é agua, ó alzar cualquiera de las puentes, nos mataria, y que en un dia, si nos daba guerra, no quedaria uno de nosotros á vida, y que allí podria hacer sus sacrificios, así al Huichilóbos, que les dió esta respuesta, como á Tezcatecupa, que tenian por dios del infierno, é se hartarian de nuestros muslos y piernas y brazos, y de las tripas y el cuerpo y todo lo demás hartarian las culebras y serpientes é tigres que tenian en unas casas de madera, como adelante diré en su tiempo y lugar. Dejemos de hablar de lo que Montezuma sintió de lo sobredicho, y digamos cómo esta cosa ó castigo de Cholula fué sabido en todas las provincias de la Nueva-España. Y si de ántes teniamos fama de esforzados, y habian sabido de las guerras de Potonchan y Tabasco y de Cingapacinga y lo de Tlascala, y nos llamaban teules, que es nombre como sus dioses ó cosas malas, desde allí adelante nos tenian por adivinos, y decian que no se nos podria encubrir cosa ninguna mala que contra nosotros tratasen, que no lo supiésemos, y á esta causa nos mostraban buena voluntad. Y creo que estarán hartos los curiosos letores de oir esta relacion de Cholula, é ya quisiera habella acabado de escribir. Y no puedo dejar de traer aquí á la memoria las redes de maderos gruesos que en ella hallamos; las cuales tenian llenas de indios y muchachos á cebo, para sacrificar y comer sus carnes; las cuales redes quebramos, y los indios que en ellas estaban presos les mandó Cortés que se fuesen adonde eran naturales, y con amenazas mandó á los capitanes y papas de aquella ciudad que no tuviesen más indios de aquella manera ni comiesen carne humana, y así lo prometieron. Mas, ¿qué aprovechaban aquellos prometimientos, que no lo cumplian? Pasemos ya adelante, y digamos que aquestas fueron las grandes crueldades que escribe y nunca acaba de decir el señor obispo de Chiapa, don fray Bartolomé de las Casas; porque afirma y dice que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo y porque se nos antojó, se hizo aquel castigo. Y tambien quiero decir que unos buenos religiosos franciscos, que fueron los primeros frailes que su majestad envió á esta Nueva-España despues de ganado Méjico, segun adelante diré, fueron á Cholula para saber y pesquisar é inquirir cómo y de qué manera pasó aquel castigo, é por qué causa, é la pesquisa que hicieron fué con los mismos papas é viejos de aquella ciudad; y despues de bien sabido dellos mismos, hallaron ser ni más ni ménos que en esta mi relacion escribo; y si no se hiciera aquel castigo, nuestras vidas estaban en harto peligro, segun los escuadrones y capitanías tenian de guerreros mejicanos y de los naturales de Cholula, é albarradas é pertrechos; que si allí por nuestra desdicha nos mataran, esta Nueva-España no se ganara tan presto ni se atreviera á venir otra armada, é ya que viniera, fuera con gran trabajo, porque les defendieran los puertos, y se estuvieran siempre en sus idolatrías. Yo he oido decir á un fraile francisco de buena vida, que se decia fray Toribio Montelmea, que si se pudiera excusar aquel castigo, y ellos no dieran causa á que se hiciese, que mejor fuera; mas ya que se hizo, que fué bueno para que todos los indios de todas las provincias de la Nueva-España viesen y conociesen que aquellos ídolos y los demás son malos y mentirosos, y que viendo que lo que les habia prometido salió al revés, que perdiesen la devocion que ántes tenian con ellos, y que desde allí en adelante no le sacrificaban ni venian en romería de otras partes, como solian; y desde entónces no curaron más dél, y le quitaron del alto cu donde estaba, y lo escondieron ó quebraron, que no pareció más, y en su lugar habian puesto otro ídolo. Dejémoslo ya, y diré lo que más adelante hicimos. CAPÍTULO LXXXIV. DE CIERTAS PLÁTICAS É MENSAJEROS QUE ENVIAMOS AL GRAN MONTEZUMA. Como habian ya pasado catorce dias que estábamos en Cholula, y no teniamos en qué entender, y vimos que quedaba aquella ciudad muy poblada, é hacian mercados, é habiamos hecho amistades entre ellos y los de Tlascala, les teniamos puesto una cruz é amonestádoles las cosas tocantes á nuestra santa fe, y viamos que el gran Montezuma enviaba á nuestro real espías encubiertamente á saber é inquirir qué era nuestra voluntad, é si habiamos de pasar adelante para ir á su ciudad, porque todo lo alcanzaba á saber muy enteramente por dos embajadores que estaban en nuestra compañía; acordó nuestro capitan de entrar en consejo con ciertos capitanes é algunos soldados que sabia que le tenian buena voluntad, y porque, demás de ser muy esforzados, eran de buen consejo; porque ninguna cosa hacia sin primero tomar sobre ello nuestro parecer. Y fué acordado que blanda y amorosamente enviásemos á decir al gran Montezuma que para cumplir con lo que nuestro Rey y señor nos envió á estas partes, hemos pasado muchos mares é remotas tierras, solamente para le ver é decille cosas que le serian muy provechosas cuando las haya entendido; que viniendo que veniamos camino de su ciudad, porque sus embajadores nos encaminaron por Cholula, que dijeron que eran sus vasallos; é que dos dias, los primeros que en ella entramos, nos recibieron muy bien, é para otro dia tenian ordenada una traicion, con pensamiento de matarnos; y porque somos hombres que tenemos tal calidad, que no se nos puede encubrir cosa de trato ni traicion ni maldad que contra nosotros quieran hacer, que luego no la sepamos; é que por esta causa castigamos á algunos de los que querian ponerlo por obra. É que porque supo que eran sus sujetos, teniendo respeto á su persona y á nuestra gran amistad, dejó de matar y asolar todos los que fueron en pensar en la traicion; y lo peor de todo esto es, que dijeron los papas é caciques que por consejo é mandado dél y de sus embajadores lo querian hacer; lo cual nunca creimos que tan gran señor como él es tal mandase, especialmente habiéndose dado por nuestro amigo; y tenemos colegido de su persona que, ya que tan mal pensamiento sus ídolos le pusieron de darnos guerra, que seria en el campo; mas en tanto teniamos que pelease en campo como en poblado, que de dia que de noche, porque los matariamos á quien tal pensase hacer. Mas como lo tiene por grande amigo y le desea ver y hablar, luego nos partimos para su ciudad á dalle cuenta muy por entero de lo que el Rey nuestro señor nos mandó. Y como el Montezuma oyó esta embajada, y entendió que por lo de Cholula no le poniamos culpa, oimos decir que tornó á entrar con sus papas en ayunos é sacrificios que hicieron á sus ídolos, para que se tornase á retificar que si nos dejaria entrar en su ciudad ó no, y si se lo tornaba á mandar, como le habia dicho otra vez. Y la respuesta que les tornó á dar fué como la primera, y que de hecho nos deje entrar, y que dentro nos mataria á su voluntad. Y más le aconsejaron sus capitanes y papas, que si ponia estorbo en la entrada, que le hariamos guerra en los pueblos sus sujetos, teniendo, como teniamos, por amigos á los tlascaltecas y todos los totonaques de la sierra, é otros pueblos que habian tomado nuestra amistad, y por excusar estos males, que mejor y más sano consejo es el que les ha dado su Huichilóbos. Dejemos de más decir de lo que Montezuma tenia acordado, é diré lo que sobre ello hizo, y cómo acordamos de ir camino de Méjico, y estando de partida llegaron mensajeros de Montezuma con un presente, y lo que envió á decir. CAPÍTULO LXXXV. CÓMO EL GRAN MONTEZUMA ENVIÓ UN PRESENTE DE ORO, Y LO QUE ENVIÓ Á DECIR, Y CÓMO ACORDAMOS IR CAMINO DE MÉJICO, Y LO QUE MÁS ACAECIÓ. Como el gran Montezuma hubo tomado otra vez consejo con sus Huichilóbos é papas é capitanes, y todos le aconsejaron que nos dejase entrar en su ciudad, é que allí nos matarian á su salvo. Y despues que oyó las palabras que le enviamos á decir acerca de nuestra amistad, é tambien otras razones bravosas, cómo somos hombres que no se nos encubre traicion que contra nosotros se trate, que no lo sepamos, y que en lo de la guerra, que eso se nos da que sea en el campo ó en poblado, que de noche ó de dia, ó de otra cualquier manera; é como habia entendido las guerras de Tlascala, é habia sabido lo de Potonchan é Tabasco é Cingapacinga, é agora lo de Cholula, estaba asombrado y aun temeroso; y despues de muchos acuerdos que tuvo, envió seis principales con un presente de oro y joyas de mucha diversidad de hechuras, que valdria, á lo que juzgaban, sobre dos mil pesos, y tambien envió ciertas cargas de mantas muy ricas de primas labores; é cuando aquellos principales llegaron ante Cortés con el presente, besaron la tierra con la mano, y con gran acato, como entre ellos se usa, dijeron: —«Malinche, nuestro señor el gran Montezuma te envia este presente, y dice que lo recibas con el amor grande que te tiene é á todos vuestros hermanos, é que le pesa del enojo que les dieron los de Cholula, é quisiera que los castigaras más en sus personas, que son malos y mentirosos, é que las maldades que ellos querian hacer, le echaban á él la culpa é á sus embajadores; é que tuviésemos por muy cierto que era nuestro amigo, é que vamos á su ciudad cuando quisiéremos, que puesto que él nos quiere hacer mucha honra, como á personas tan esforzadas y mensajeros de tan alto Rey como decis que es, é porque no tiene que nos dar de comer, que á la ciudad se lleva todo el bastimento de acarreo, por estar en la laguna poblados, no lo podia hacer tan cumplidamente; mas que él procurará de hacernos toda la más honra que pudiere, y que por los pueblos por donde habiamos de pasar, que él ha mandado que nos dén lo que hubiéremos menester.» É dijo otros muchos cumplimientos de palabra. Y como Cortés lo entendió por nuestras lenguas, recibió aquel presente con muestras de amor, é abrazó á los mensajeros y les mandó dar ciertos diamantes torcidos, é todos nuestros capitanes é soldados nos alegramos con tan buenas nuevas, é mandarnos que vamos á su ciudad, porque de dia en dia lo estábamos deseando todos los más soldados, especial los que no dejábamos en la isla de Cuba bienes ningunos, é habiamos venido dos veces á descubrir primero que Cortés. Dejemos esto, y digamos cómo el capitan les dió buena respuesta y muy amorosa y mandó que se quedasen tres mensajeros de los que vinieron con el presente, para que fuesen con nosotros por guias, y los otros tres volvieron con la respuesta á su señor, y les avisaron que ya íbamos camino. Y despues que aquella nuestra partida entendieron los caciques mayores de Tlascala, que se decian Xicotenga el viejo é ciego, y Masse-Escaci, los cuales he nombrado otras veces, les pesó en el alma, é enviaron á decir á Cortés que ya le habian dicho muchas veces que mirase lo que hacia, é se guardase de entrar en tan grande ciudad, donde habia tantas fuerzas y tanta multitud de guerreros; porque un dia ó otro nos darian guerra, é temian que no podriamos salir con las vidas; é que por la buena voluntad que nos tienen, que ellos quieren enviar diez mil hombres con capitanes esforzados, que vayan con nosotros con bastimento para el camino. Cortés les agradeció mucho su buena voluntad, y les dijo que no era justo entrar en Méjico con tanta copia de guerreros, especialmente siendo tan contrarios los unos de los otros; que solamente habia menester mil hombres para llevar los tepuzques é fardaje é para adobar algunos caminos. Ya he dicho otra vez que tepuzques en estas partes dicen por los tiros, que son de hierro, que llevábamos; y luego despacharon los mil indios muy apercebidos; é ya que estábamos muy á punto para caminar, vinieron á Cortés los caciques é todos los más principales guerreros de Cempoal que andaban en nuestra compañía, y nos sirvieron muy bien y lealmente, é dijeron que se querian volver á Cempoal, y que no pasarian de Cholula adelante para ir á Méjico, porque cierto que tenian que si allá iban, que habian de morir ellos y nosotros, é que el gran Montezuma los mandaria matar, porque eran personas muy principales de los de Cempoal, que fueron en quitalle la obediencia é en que no se le diese tributo, y en aprisionar sus recaudadores cuando hubo la rebelion ya por mí otra vez escrita en esta relacion. Y como Cortés les vió que con tanta voluntad le demandaban aquella licencia, les respondió con doña Marina é Aguilar que no hubiesen temor ninguno de que recibirian mal ni daño, é que, pues iban en nuestra compañía, que, ¿quién habia de ser osado á los enojar á ellos ni á nosotros? É que les rogaba que mudasen su voluntad é que se quedasen con nosotros, y les prometió que les haria ricos; é por más que se lo rogó Cortés é doña Marina se lo decia muy afectuosamente, nunca quisieron quedar, sino que se querian volver; é como aquello vió Cortés, dijo: —«Nunca Dios quiera que nosotros llevemos por fuerza á esos indios que tan bien nos han servido.» Y mandó traer muchas cargas de mantas ricas, é se las repartió entre todos, é tambien envió al cacique gordo, nuestro amigo, señor de Cempoal, dos cargas de mantas para él y para su sobrino Cuesco, que así se llamaba otro gran cacique, y escribió al teniente Juan de Escalante, que dejábamos por capitan, y era en aquella sazon alguacil mayor, todo lo que nos habia acaecido, y cómo ya íbamos camino de Méjico, é que mirase muy bien por todos los vecinos, é se velase, que siempre estuviese de dia é de noche con gran cuidado; que acabase de hacer la fortaleza, é que á los naturales de aquellos pueblos que los favoreciese contra mejicanos, y no les hiciese agravio, ni ningun soldado de los que con él estaban; y escritas estas cartas, y partidos los de Cempoal, comenzamos de ir de nuestro camino muy apercebidos. CAPÍTULO LXXXVI. CÓMO COMENZAMOS Á CAMINAR PARA LA CIUDAD DE MÉJICO, Y DE LO QUE EN EL CAMINO NOS AVINO, Y LO QUE MONTEZUMA ENVIÓ Á DECIR. Así como salimos de Cholula con gran concierto, como lo teniamos de costumbre, los corredores del campo á caballo descubriendo la tierra, y peones muy sueltos juntamente con ellos, para si algun paso malo ó embarazo hubiese se ayudasen los unos á los otros, é nuestros tiros muy á punto, é escopetas é ballesteros, é los de á caballo de tres en tres para que se ayudasen, é todos los más soldados en gran concierto. No sé yo para qué lo traigo tanto á la memoria, sino que en las cosas de la guerra por fuerza hemos de hacer relacion dello, para que se vea cuál andábamos la barba sobre el hombro. É así caminando, llegamos aquel dia á unos ranchos que están en una como sierrezuela, que es poblacion de Guaxocingo, que me parece que se dicen los ranchos de Iscalpan, cuatro leguas de Cholula; y allí vinieron luego los caciques y papas de los pueblos de Guaxocingo, que estaban cerca, é eran amigos é confederados de los de Tlascala, y tambien vinieron otros pueblezuelos que están poblados á las haldas del volcan, que confinan con ellos, y trujeron todos mucho bastimento y un presente de joyas de oro de poca valía, y dijeron á Cortés que recibiese aquello, y no mirase á lo poco que era, sino á la voluntad con que se lo daban. Y le aconsejaron que no fuese á Méjico, que era una ciudad muy fuerte y de muchos guerreros, y que corriamos mucho peligro; é que ya que íbamos, que subido aquel puerto, que habia dos caminos muy anchos, y que el uno iba á un pueblo que se dice Chalco, y el otro Talmalanco, que era otro pueblo, y entrambos sujetos á Méjico, y que el un camino estaba muy barrido y limpio para que vamos por él, y que el otro camino lo tienen ciego, y cortados muchos árboles muy gruesos y grandes pinos porque no puedan ir caballos ni pudiésemos pasar adelante; y que abajado un poco de la sierra, por el camino que tenian limpio, creyendo que habiamos de ir por él, que tenian cortado un pedazo de la sierra, y habia allí mamparos é albarradas, é que han estado en el paso ciertos escuadrones de mejicanos para nos matar, é que nos aconsejaban que no fuésemos por el que estaba limpio, sino por donde estaban los árboles atravesados, é que ellos nos darán mucha gente que lo desembaracen. É pues que iban con nosotros los tlascaltecas, que todos quitarian los árboles, é que aquel camino salia á Talmalanco; é Cortés, recibió el presente con mucho amor, y les dijo que les agradecia el aviso que le daban, y con el ayuda de Dios que no dejará de seguir su camino, é que irá por donde le aconsejaban. É luego otro dia bien de mañana comenzamos á caminar é ya era cerca de medio dia cuando llegamos en lo alto de la sierra, donde hallamos los caminos ni más ni ménos que los de Guaxocingo dijeron; y allí reparamos un poco y aun nos dió qué pensar en lo de los escuadrones mejicanos, y en la sierra cortada donde estaban las albarradas de que nos avisaron. Y Cortés mandó llamar á los embajadores del gran Montezuma, que iban en nuestra compañía, y les preguntó que cómo estaban aquellos dos caminos de aquella manera, el uno muy limpio y barrido, y el otro lleno de árboles cortados nuevamente. Y respondieron que porque vamos por el limpio, que sale á una ciudad que se dice Chalco, donde nos harán buen recibimiento, que es de su señor Montezuma; y que el otro camino, que le pusieron aquellos árboles y le cegaron porque no fuésemos por él, que hay malos pasos é se rodea algo para ir á Méjico, que sale á otro pueblo que no es tan grande como Chalco; entónces dijo Cortés que queria ir por el que estaba embarazado, é comenzamos á subir la sierra puestos en gran concierto, y nuestros amigos apartando los árboles muy grandes y gruesos, por donde pasamos con gran trabajo, y hasta hoy están algunos dellos fuera del camino; y subiendo á lo más alto, comenzó á nevar y se cuajó de nieve la tierra, é caminamos la sierra abajo, y fuimos á dormir á unas caserías que eran como á manera de aposentos ó mesones, donde posaban indios mercaderes, é tuvimos bien de cenar, é con gran frio pusimos nuestras velas y rondas é escuchas y aun corredores del campo; é otro dia comenzamos á caminar, é á hora de Misas mayores llegamos á un pueblo que ya he dicho que se dice Talmalanco, y nos recibieron bien, é de comer no faltó; é como supieron de otros pueblos de nuestra llegada, luego vinieron los de Chalco, é se juntaron con los de Talmalanco, é á Mecameca é Acingo, donde están las canoas, que es puerto dellos, é otros pueblezuelos que ya no se me acuerda el nombre dellos; y todos juntos trujeron un presente de oro y dos cargas de mantas é ocho indias, que valdria el oro sobre ciento y cincuenta pesos, é dijeron: —«Malinche, recibe estos presentes que te damos, y ténnos de aquí adelante por tus amigos.» Y Cortés los recibió con grande amor, y se les ofreció que en todo lo que hubiesen menester los ayudaria; y cuando los vió juntos, dijo al Padre de la Merced que les amonestase las cosas tocantes á nuestra santa fe é dejasen sus ídolos; y se les dijo todo lo que soliamos decir en los más pueblos por donde habiamos venido; é á todo respondieron que bien dicho estaba é que lo verian adelante. Tambien se les dió á entender el gran poder del Emperador nuestro señor, y que veniamos á deshacer agravios é robos é que para ello nos envió á estas partes; é como aquello oyeron todos aquellos pueblos que dicho tengo, secretamente, que no lo sintieron los embajadores mejicanos, dieron tantas quejas de Montezuma y de sus recaudadores, que les robaban cuanto tenian, é las mujeres é hijas si eran hermosas las forzaban delante dellos y de sus maridos, y se las tomaban, é que les hacian trabajar como si fueran esclavos, que les hacian llevar en canoas é por tierra madera de pinos, é piedra é leña é maíz, é otros muchos servicios de sembrar maizales, é les tomaban sus tierras para servicio de ídolos, é otras muchas quejas, que como há ya muchos años que pasó, no me acuerdo; é Cortés les consoló con palabras amorosas, que se las sabia muy bien decir con doña Marina, é que ahora al presente no puede entender en hacelles justicia, é que se sufriesen, que él les quitaria aquel dominio; é secretamente les mandó que fuesen dos principales con otros cuatro amigos de Tlascala á ver el camino barrido que nos hubieron dicho los de Guaxocingo que no fuésemos por él, para que viesen qué albarradas é mamparos tenian, y si estaban allí algunos escuadrones de guerra; y los caciques respondieron: —«Malinche, no hay necesidad de irlo á ver, porque todo está ahora muy llano é aderezado. É has de saber que habrá seis dias que estaban á un mal paso, que tenian cortada la sierra porque no pudiésedes pasar, con mucha gente de guerra del gran Montezuma; y hemos sabido que su Huichilóbos, que es dios que tienen de la guerra, les aconsejó que os dejase pasar, é cuando hayais entrado en Méjico, que allí os matarán; por tanto, lo que nos parece es, que os estéis aquí con nosotros, y os daremos de lo que tuviéramos; é no vais á Méjico, que sabemos cierto que, segun es fuerte y de muchos guerreros, no os dejarán con las vidas.» Y Cortés les dijo con buen semblante que no tenian los mejicanos ni otras ningunas naciones poder para nos matar, salvo nuestro Señor Dios, en quien creemos. É que porque vean que al mismo Montezuma y á todos los caciques y papas les vamos á dar á entender lo que nuestro Dios manda, que luego nos queriamos partir, é que le diesen veinte hombres principales que vayan en nuestra compañía, é que haria mucho por ellos, é les haria justicia cuando haya entrado en Méjico, para que Montezuma ni sus recaudadores no les hagan las demasías y fuerzas que han dicho que les hacen; y con alegre rostro todos los de aquellos pueblos por mí ya nombrados dieron buenas respuestas y nos trujeron los veinte indios; é ya que estábamos para partir, vinieron mensajeros del gran Montezuma, y lo que dijeron diré adelante. CAPÍTULO LXXXVII. CÓMO EL GRAN MONTEZUMA NOS ENVIÓ OTROS EMBAJADORES CON UN PRESENTE DE ORO Y MANTAS, Y LO QUE DIJERON Á CORTÉS, Y LO QUE LES RESPONDIÓ. Ya que estábamos de partida para ir nuestro camino á Méjico, vinieron ante Cortés cuatro principales mejicanos que envió Montezuma, y trujeron un presente de oro y mantas; y despues de hecho su acato, como lo tenian de costumbre, dijeron: —«Malinche, este presente te envia nuestro señor el gran Montezuma, y dice que le pesa mucho por el trabajo que habeis pasado en venir de tan lejanas tierras á le ver, y que ya te ha enviado á decir otra vez que te dará mucho oro y plata y chalchihuis en tributo para vuestro Emperador y para vos y los demás teules que traeis, y que no vengas á Méjico. Ahora nuevamente te pide por merced que no pases de aquí adelante, sino que te vuelvas por donde veniste; que él te promete de te enviar al puerto mucha cantidad de oro y plata y ricas piedras para ese vuestro Rey, y para tí te dará cuatro cargas de oro, y para cada uno de tus hermanos una carga; porque ir á Méjico, es excusada tu entrada dentro, que todos sus vasallos están puestos en armas para no os dejar entrar.» Y demás desto, que no tenia camino, sino muy angosto, ni bastimentos que comiésemos; y dijo otras muchas razones y inconvenientes para que no pasásemos de allí; é Cortés con mucho amor abrazó á los mensajeros, puesto que le pesó de la embajada, y recibió el presente que ya no se me acuerda qué tanto valía; é á lo que yo vi y entendí, jamás dejó de enviar Montezuma oro, poco ó mucho, cuando nos enviaba mensajeros como otra vez he dicho. Y volviendo á nuestra relacion, Cortés les respondió que se maravillaba del señor Montezuma, habiéndose dado por nuestro amigo y siendo tan gran señor, tener tantas mudanzas, que unas veces dice uno y otras envia á mandar al contrario. Y que en cuanto á lo que dice que dará el oro para nuestro señor el Emperador y para nosotros, que se lo tiene en merced, y por aquello que ahora le envia, que en buenas obras se lo pagará, el tiempo andando; y que si le parecerá bien que estando tan cerca de su ciudad, será bueno volvernos del camino sin hacer aquello que nuestro señor nos manda. Que si el señor Montezuma hubiese enviado mensajeros y embajadores á algun gran señor, como él es, é ya que llegasen cerca de su casa aquellos mensajeros que enviaba se volviesen sin le hablar y decille á lo que iban, cuando volviesen ante su presencia con aquel recaudo, ¿qué merced les haria, sino tenellos por cobardes y de poca calidad? Que así haria el Emperador nuestro señor con nosotros; y que de una manera ó otra que habiamos de entrar en su ciudad, y desde allí adelante que no le enviase más excusas sobre aquel caso, porque le ha de ver y hablar y dar razon de todo el recaudo á que hemos venido, y ha de ser á su sola persona; y cuando lo haya entendido, si no le pareciere bien nuestra estada en su ciudad, que nos volveremos por donde venimos. É cuanto á lo que dice, que no tiene comida sino muy poco, é que no nos podremos sustentar, que somos hombres que con poca cosa que comemos nos pasamos, é que ya vamos á su ciudad, que haya por bien nuestra ida. Y luego en despachando los mensajeros, comenzamos á caminar para Méjico; y como nos habian dicho y avisado los de Guaxocingo y los de Chalco que Montezuma habia tenido pláticas con sus ídolos y papas que si nos dejaria entrar en Méjico ó si nos daria guerra, y todos sus papas le respondieron que decia su Huichilóbos que nos dejase entrar, que allí nos podrá matar, segun dicho tengo otras veces en el capítulo que dello habla; y como somos hombres y tememos la muerte, no dejábamos de pensar en ello; y como aquella tierra es muy poblada, íbamos siempre caminando muy chicas jornadas, y encomendándonos á Dios y á su bendita Madre Nuestra Señora, y platicando cómo y de qué manera podiamos entrar, y pusimos en nuestros corazones con buena esperanza, que pues Nuestro Señor Jesucristo fué servido guardarnos de los peligros pasados, que tambien nos guardaria del poder de Méjico; y fuimos á dormir á un pueblo que se dice Istapalatengo, que es la mitad de las casas en el agua y la mitad en tierra firme, donde está una sierrezuela, y agora está una venta cabe él, y allí tuvimos bien de cenar. Dejemos esto, y volvamos al gran Montezuma, que como llegaron sus mensajeros é oyó la respuesta que Cortés le envió, luego acordó de enviar á su sobrino, que se decia Cacamatzin, señor de Tezcuco, con muy gran fausto á dar el bien venido á Cortés y á todos nosotros; y como siempre teniamos de costumbre tener velas y corredores del campo, vino uno de nuestros corredores á avisar que venia por el camino muy gran copia de mejicanos de paz, y que al parecer venian de ricas mantas vestidos; y entónces cuando esto pasó era muy de mañana, y queriamos caminar, y Cortés nos dijo que reparásemos en nuestras posadas hasta ver qué cosa era, y en aquel instante vinieron cuatro principales, y hacen á Cortés gran reverencia, y le dicen que allí cerca viene Cacamatzin, gran señor de Tezcuco, sobrino del gran Montezuma, y que nos pide por merced que aguardemos hasta que venga; y no tardó mucho, porque luego llegó con el mayor fausto y grandeza que ningun señor de los mejicanos habiamos visto traer, porque venia en andas muy ricas, labradas de plumas verdes, y mucha argentería y otras ricas piedras engastadas en ciertas arboledas de oro que en ellas traia hechas de oro, y traian las andas á cuestas ocho principales, y todos decian que eran señores de pueblos; é ya que llegaron cerca del aposento donde estaba Cortés, le ayudaron á salir de las andas, y le barrieron el suelo, y le quitaban las pajas por donde habia de pasar; y desde que llegaron ante nuestro capitan, le hicieron grande acato, y el Cacamatzin le dijo: —«Malinche, aquí venimos yo y estos señores á te servir, hacerte dar todo lo que hubieres menester para tí y tus compañeros, y meteros en vuestras casas, que es nuestra ciudad; porque así nos es mandado por nuestro señor el gran Montezuma, y dice que esto lo deja, y no por falta de muy buena voluntad que os tiene.» Y cuando nuestro capitan y todos nosotros vimos tanto aparato y majestad como traian aquellos caciques, especialmente el sobrino de Montezuma, lo tuvimos por muy gran cosa, y platicamos entre nosotros que cuando aquel cacique traia tanto triunfo, ¿qué haria el gran Montezuma? Y como el Cacamatzin hubo dicho su razonamiento, Cortés le abrazó y le hizo muchas caricias á él y á todos los más principales, y le dió tres piedras que se llaman margajitas, que tienen dentro de sí muchas pinturas de diversas colores, é á los demás principales se les dió diamantes azules, y les dijo que se lo tenia en merced, é ¿cuándo pagaria al señor Montezuma las mercedes que cada dia nos hace? Y acabada la plática, luego nos partimos; é como habian venido aquellos caciques que dicho tengo, traian mucha gente consigo y de otros muchos pueblos que están en aquella comarca, que salian á vernos, todos los caminos estaban llenos dellos; y otro dia por la mañana llegamos á la calzada ancha, íbamos camino de Iztapalapa; y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel cómo iba á Méjico, nos quedamos admirados, y deciamos que parecia á las casas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenian dentro en el agua, y todas de cal y canto; y aun algunos de nuestros soldados decian que si aquello que veian si era entre sueños. Y no es de maravillar que yo aquí lo escriba desta manera, porque hay que ponderar mucho en ello, que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oidas ni vistas y aun soñadas, como vimos. Pues desque llegamos cerca de Iztapalapa, ver la grandeza de otros caciques que nos salieron á recibir, que fué el señor del pueblo, que se decia Coadlauaca, y el señor de Cuyoacan, que entrambos eran deudos muy cercanos de Montezuma; y de cuando entramos en aquella villa de Iztapalapa de la manera de los palacios en que nos aposentaron, de cuán grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios é cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodon. Despues de bien visto todo aquello, fuimos á la huerta y jardin, que fué cosa muy admirable vello y pasallo, que no me hartaba de mirallo y ver la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenia, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce; y otra cosa de ver, que podrian entrar en el verjel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenia hecha, sin saltar en tierra, y todo muy encalado y lucido de muchas maneras de piedras, y pinturas en ellas, que habia harto que ponderar, y de las aves de muchas raleas y diversidades que entraban en el estanque. Digo otra vez que lo estuve mirando, y no creí que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como estas; porque en aquel tiempo no habia Perú ni memoria dél. Agora toda esta villa está por el suelo perdida, que no hay cosa en pié. Pasemos adelante, y diré cómo trujeron un presente de oro los caciques de aquella ciudad y los de Cuyoacan, que valía sobre dos mil pesos, y Cortés les dió muchas gracias por ello y les mostró grande amor, y se les dijo con nuestras lenguas las cosas tocantes á nuestra santa fe, y se les declaró el gran poder de nuestro señor el Emperador; é porque hubo otras muchas pláticas, lo dejaré de decir, y diré que en aquella sazon era muy gran pueblo, y que estaba poblada la mitad de las casas en tierra y la otra mitad en el agua; agora en esta sazon está todo seco, y siembran donde solia ser laguna, y está de otra manera mudado, que si no lo hubiera de ántes visto, no lo dijera, que no era posible que aquello que estaba lleno de agua esté agora sembrado de maizales y muy perdido. Dejémoslo aquí, y diré del solenísimo recebimiento que nos hizo Montezuma á Cortés y á todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de Méjico. CAPÍTULO LXXXVIII. DEL GRAN É SOLENE RECEBIMIENTO QUE NOS HIZO EL GRAN MONTEZUMA Á CORTÉS Y Á TODOS NOSOTROS EN LA ENTRADA DE LA GRAN CIUDAD DE MÉJICO. Luego otro dia de mañana partimos de Iztapalapa muy acompañados de aquellos grandes caciques que atrás he dicho. Íbamos por nuestra calzada adelante, la cual es ancha de ocho pasos, y va tan derecha á la ciudad de Méjico, que me parece que no se tuerce poco ni mucho; é puesto que es bien ancha, toda iba llena de aquellas gentes, que no cabian, unos que entraban en Méjico y otros que salian, que nos venian á ver, que no nos podiamos rodear de tantos como vinieron, porque estaban llenas las torres y cues y en las canoas y de todas partes de la laguna; y no era cosa de maravillar, porque jamás habian visto caballos ni hombres como nosotros. Y de que vimos cosas tan admirables, no sabiamos qué nos decir, ó si era verdad lo que por delante parecia, que por una parte en tierra habia grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, é víamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho á trecho, y por delante estaba la gran ciudad de Méjico, y nosotros aun no llegábamos á cuatro cientos cincuenta soldados, y teniamos muy bien en la memoria las pláticas é avisos que nos dieron los de Guaxocingo é Tlascala y Talmanalco, y con otros muchos consejos que nos habian dado para que nos guardásemos de entrar en Méjico, que nos habian de matar cuando dentro nos tuviesen. Miren los curiosos letores esto que escribo, si habia bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen? Pasemos adelante, y vamos por nuestra calzada. Ya que llegábamos donde se aparta otra calzadilla que iba á Coyouacan, que es otra ciudad adonde estaban unas como torres, que eran sus adoratorios, vinieron muchos principales y caciques con muy ricas mantas sobre sí, con galanía y libreas diferenciadas las de los unos caciques á los otros, y las calzadas llenas dellos, y aquellos grandes caciques enviaba el gran Montezuma delante á recebirnos; y así como llegaban delante de Cortés decian en sus lenguas que fuésemos bien venidos, y en señal de paz tocaban con la mano en el suelo y besaban la tierra con la mesma mano. Así que, estuvimos detenidos un buen rato, y desde allí se adelantaron el Cacamacan, Sr. de Tezcuco, y el Sr. de Iztapalapa y el Sr. de Tacuba y el Sr. de Cuyoacan á encontrarse con el gran Montezuma, que venia cerca en ricas andas, acompañado de otros grandes señores y caciques que tenian vasallos; é ya que llegábamos cerca de Méjico, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques debajo de un pálio muy riquísimo á maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello; y el gran Montezuma venia muy ricamente ataviado, segun su usanza, y traia calzados unos como cotaras, que así se dice lo que se calzan, las suelas de oro; y muy preciada pedrería encima en ellas; é los cuatro señores que le traian del brazo venian con rica manera de vestidos á usanza, que parece ser se los tenian aparejados en el camino para entrar con su señor, que no traian los vestidos con que nos fueron á recebir: y venian, sin aquellos grandes señores, otros grandes caciques, que traian el pálio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venian delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde habia de pisar, y le ponian mantas porque no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban á la cara, sino los ojos bajos é con mucho acato, excepto aquellos cuatro deudos y sobrinos suyos que le llevaban del brazo. É como Cortés vió y entendió é le dijeron que venia el gran Montezuma, se apeó del caballo, y desque llegó cerca de Montezuma, á una se hicieron grandes acatos; el Montezuma le dió el bien venido, é nuestro Cortés le respondió con doña Marina que él fuese el muy bien estado. É paréceme que el Cortés con la lengua doña Marina, que iba junto á Cortés, le daba la mano derecha, y el Montezuma no la quiso é se la dió á Cortés; y entónces sacó Cortés un collar que traia muy á mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margajitas, que tienen dentro muchas colores é diversidad de labores y venia ensartado en unos cordones de oro con almizque porque diesen buen olor, y se le echó al cuello al gran Montezuma; y cuando se lo puso le iba á abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo á Cortés que no le abrazase, porque lo tenian por menosprecio; y luego Cortés con la lengua doña Marina le dijo que holgaba agora su corazon en haber visto un tan gran Príncipe, y que le tenia en gran merced la venida de su persona á le recebir y las mercedes que le hace á la contina. É entónces el Montezuma, le dijo otras palabras de buen comedimento, é mandó á dos de sus sobrinos de los que le traian del brazo, que eran el señor de Tezcuco y el señor de Cuyoacan, que se fuesen con nosotros hasta aposentarnos; y el Montezuma con los otros de sus parientes, Cuedlauaca y el señor de Tacuba, que le acompañaban, se volvió á la ciudad, y tambien se volvieron con él todas aquellas grandes compañías de caciques y principales que le habian venido á acompañar; é cuando se volvian con su señor estábamoslos mirando cómo iban todos, los ojos puestos en tierra, sin miralle y muy arrimados á la pared, y con gran acato le acompañaban; y así tuvimos lugar nosotros de entrar por las calles de Méjico sin tener tanto embarazo. ¿Quién podrá decir la multitud de hombres y mujeres y muchachos que estaban en las calles é azuteas y en canoas en aquellas acequias que nos salian á mirar? Era cosa de notar, que agora, que lo estoy escribiendo, se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó; y considerada la cosa y gran merced que nuestro Señor Jesucristo nos hizo y fué servido de darnos gracia y esfuerzo para osar entrar en tal ciudad, é me haber guardado de muchos peligros de muerte, como adelante verán. Doyle muchas gracias por ello, que á tal tiempo me ha traido para podello escribir, é aunque no tan cumplidamente como convenia y se requiere; y dejemos palabras, pues las obras son buen testigo de lo que digo. É volvamos á nuestra entrada en Méjico, que nos llevaron á aposentar á unas grandes casas, donde habia aposentos para todos nosotros, que habian sido de su padre el gran Montezuma, que se decia Axayaca, adonde en aquella sazon tenia el gran Montezuma sus grandes adoratorios é ídolos, é tenia una recámara muy secreta de piezas y joyas de oro, que era como tesoro de lo que habia heredado de su padre Axayaca, que no tocaba en ello; y asimismo nos llevaron á aposentar á aquella casa por causa que como nos llamaban teules, é por tales nos tenian, que estuviésemos entre sus ídolos, como teules que allí tenia. Sea de una manera ú de otra, allí nos llevaron, donde tenia hechos grandes estrados y salas muy entoldadas de paramentos de la tierra para nuestro capitan, y para cada uno de nosotros otras camas de esteras y unos toldillos encima, que no se da más cama por muy gran señor que sea, porque no las usan; y todos aquellos palacios muy lucidos y encalados y barridos y enramados; y como llegamos y entramos en un gran patio, luego tomó por la mano el gran Montezuma á nuestro capitan, que allí lo estuvo esperando, y le metió en el aposento y sala donde habia de posar, que le tenia muy ricamente aderezada para segun su usanza, y tenia aparejado un muy rico collar de oro, de hechura de camarones, obra muy maravillosa; y el mismo Montezuma se lo echó al cuello á nuestro capitan Cortés, que tuvieron bien que admirar sus capitanes del gran favor que le dió; y cuando se lo hubo puesto, Cortés le dió las gracias con nuestras lenguas; é dijo Montezuma: —«Malinche, en vuestra casa estais vos y vuestros hermanos, descansad.» Y luego se fué á sus palacios, que no estaban léjos; y nosotros repartimos nuestros aposentos por capitanías, é nuestra artillería asestada en parte conveniente; y muy bien platicada la órden que en todo habiamos de tener, y estar muy apercebidos, así los de á caballo como todos nuestros soldados; y nos tenian aparejada una muy suntuosa comida á su uso é costumbre, que luego comimos. Y fué esta nuestra venturosa é atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitlan, Méjico, á ocho dias del mes de Noviembre, año de nuestro Salvador Jesucristo de 1519 años. Gracias á nuestro Señor Jesucristo por todo. É puesto que no vaya expresado otras cosas que habia que decir, perdónenme, que no lo sé decir mejor por agora hasta su tiempo. É dejemos de más pláticas, é volvamos á nuestra relacion de lo que más nos avino; lo cual diré adelante. CAPÍTULO LXXXIX. CÓMO EL GRAN MONTEZUMA VINO Á NUESTROS APOSENTOS CON MUCHOS CACIQUES QUE LE ACOMPAÑABAN, É LA PLÁTICA QUE TUVO CON NUESTRO CAPITAN. Como el gran Montezuma hubo comido, y supo que nuestro capitan y todos nosotros asimismo habia buen rato que habiamos hecho lo mismo, vino á nuestro aposento con gran copia de principales, é todos deudos suyos, é con gran pompa; é como á Cortés le dijeron que venia, le salió á la mitad de la sala á le recebir, y el Montezuma le tomó por la mano, é trajeron unos como asentaderos hechos á su usanza é muy ricos, y labrados de muchas maneras con oro; y el Montezuma dijo á nuestro capitan que se sentase, é se asentaron entrambos, cada uno en el suyo, y luego comenzó el Montezuma un muy buen parlamento, é dijo que en gran manera se holgaba de tener en su casa y reino unos caballeros tan esforzados, como era el capitan Cortés y todos nosotros, é que habia dos años que tuvo noticia de otro capitan que vino á lo de Champoton, é tambien el año pasado le trujeron nuevas de otro capitan que vino con cuatro navíos, é que siempre lo deseó ver, é que ahora que nos tiene ya consigo para servirnos y darnos de todo lo que tuviese. Y que verdaderamente debe de ser cierto que somos los que sus antepasados muchos tiempos ántes habian dicho, que vendrian hombres de hácia donde sale el sol á señorear aquestas tierras, y que debemos de ser nosotros, pues tan valientemente peleamos en lo de Potonchan y Tabasco y con tlascaltecas, porque todas las batallas se las trujeron pintadas al natural. Cortés le respondió con nuestras lenguas, que consigo siempre estaban, especial la doña Marina, y le dijo que no sabe con qué pagar él ni todos nosotros las grandes mercedes recebidas de cada dia, é que ciertamente veniamos de donde sale el sol, y somos vasallos y criados de un gran señor que se dice el Emperador D. Cárlos, que tiene sujetos á sí muchos y grandes Príncipes, é que teniendo noticia dél y de cuán gran señor es, nos envió á estas partes á le ver é á rogar que sean cristianos, como es nuestro Emperador é todos nosotros, é que salvarán sus ánimas él y todos sus vasallos, é que adelante le declarará más cómo y de qué manera ha de ser, y cómo adoramos á un solo Dios verdadero, y quién es, y otras muchas cosas buenas que oirá, como les habia dicho á sus embajadores Tendile é Pitalpitoque é Quintalvor cuando estábamos en los arenales. É acabado este parlamento, tenia apercebido el gran Montezuma muy ricas joyas de oro y de muchas hechuras, que dió á nuestro capitan, é asimismo á cada uno de nuestros capitanes dió cositas de oro y tres cargas de mantas de labores ricas de pluma, y entre todos los soldados tambien nos dió á cada uno á dos cargas de mantas, con alegría, y en todo parecia gran señor. Y cuando lo hubo repartido, preguntó á Cortés que si éramos todos hermanos y vasallos de nuestro gran Emperador, é dijo que sí, que éramos hermanos en el amor y amistad, é personas muy principales é criados de nuestro gran Rey y señor. Y porque pasaron otras pláticas de buenos comedimientos entre Montezuma y Cortés, y por ser esta la primera vez que nos venia á visitar, y por no le ser pesado, cesaron los razonamientos; y habia mandado el Montezuma á sus mayordomos que á nuestro modo y usanza estuviésemos proveidos, que es maíz, é piedras é indias para hacer pan, é gallinas y fruta, y mucha yerba para los caballos; y el gran Montezuma se despidió con gran cortesía de nuestro capitan y de todos nosotros, y salimos con él hasta la calle, y Cortés nos mandó que al presente que no fuésemos muy léjos de los aposentos, hasta entender más lo que conviniese. É quedarse há aquí, é diré lo que adelante pasó. CAPÍTULO XC. CÓMO LUEGO OTRO DIA FUÉ NUESTRO CAPITAN Á VER AL GRAN MONTEZUMA, Y DE CIERTAS PLÁTICAS QUE TUVIERON. Otro dia acordó Cortés de ir á los palacios de Montezuma, é primero envió á saber qué hacia, y supiese cómo íbamos, y llevó consigo cuatro capitanes, que fué Pedro de Albarado y Juan Velazquez de Leon y Diego de Ordás, é á Gonzalo de Sandoval, y tambien fuimos cinco soldados, y como el Montezuma lo supo, salió á nos recebir á la mitad de la sala, muy acompañado de sus sobrinos, porque otros señores no entraban ni comunicaban donde el Montezuma estaba, si no era á negocios importantes; y con gran acato que hizo á Cortés, y Cortés á él, le tomaron por las manos, é adonde estaba su estrado le hizo sentar á la mano derecha; y asimismo nos mandó sentar á todos nosotros en asientos que allí mandó traer. É Cortés le comenzó á hacer un razonamiento con nuestras lenguas doña Marina é Aguilar; é dijo que ahora, que habia venido á ver y hablar á un tan gran señor como era, estaba descansado, y todos nosotros, pues ha cumplido el viaje é mando que nuestro gran Rey y señor le mandó; é lo que más le viene á decir de parte de nuestro Señor Dios es, que ya su merced habrá entendido de sus embajadores Tendile é Pitalpitoque é Quintalvor, cuando nos hizo las mercedes de enviarnos la luna y el sol de oro en el arenal, cómo les dijimos que éramos cristianos é adoramos á un solo Dios verdadero, que se dice Jesucristo, el cual padeció muerte y pasion por nos salvar; y le dijimos, cuando nos preguntaron que por qué adorábamos aquella cruz, que la adorábamos por otra que era señal donde Nuestro Señor fué crucificado por nuestra salvacion, é que aquesta muerte y pasion que permitió que así fuese por salvar por ella todo el linaje humano, que estaba perdido; y que aqueste nuestro Dios resucitó al tercero dia y está en los cielos, y es el que hizo el cielo y tierra y la mar, y crió todas las cosas que hay en el mundo, y las aguas y rocios, y ninguna cosa se hace sin su santa voluntad; y que en él creemos y adoramos, y que aquellos que ellos tienen por dioses, que no lo son, sino diablos, que son cosas muy malas, y cuales tienen las figuras, que peores tienen los hechos; é que mirasen cuán malos son y de poca valía, que adonde tenemos puestas cruces como las que vieron sus embajadores, con temor dellas no osan parecer delante, y que el tiempo andando lo verian. É lo que agora le pide por merced es, que esté atento á las palabras que agora le quiere decir. Y luego le dijo muy bien dado á entender de la creacion del mundo, é como todos somos hermanos, hijos de un padre y de una madre, que se decian Adan y Eva; cómo tal hermano, nuestro gran Emperador, doliéndose de la perdicion de las ánimas, que son muchas las que aquellos sus ídolos llevan al infierno, donde arden en vivas llamas, nos envió para que esto que ha oido lo remedie, y no adoren aquellos ídolos ni les sacrifiquen más indios ni indias; y pues todos somos hermanos, no consientan sodomías ni robos; y más le dijo, que el tiempo andando enviaria nuestro Rey y señor unos hombres que entre nosotros viven muy santamente, mejores que nosotros, para que se lo dén á entender; porque al presente no veniamos á más de se lo notificar; é así, se lo pide por merced que lo haga y cumpla. É porque pareció que el Montezuma queria responder, cesó Cortés la plática. É díjonos Cortés á todos nosotros que con él fuimos: —«Con esto cumplimos, por ser el primer toque.» Y el Montezuma respondió: —«Señor Malinche, muy bien entendido tengo vuestras pláticas y razonamientos ántes de agora, que á mis criados sobre vuestro Dios les dijísteis en el arenal, y eso de la cruz y todas las cosas que en los pueblos por donde habeis venido habeis predicado, no os hemos respondido á cosa ninguna dellas porque desde ab-inicio acá adoramos nuestros dioses y los tenemos por buenos, é así deben ser los vuestros, é no cureis más al presente de nos hablar dellos; y en esto de la creacion del mundo, así lo tenemos nosotros creido muchos tiempos pasados; é á esta causa tenemos por cierto que sois los que nuestros antecesores nos dijeron que venian de donde sale el sol, é á ese vuestro Rey yo le soy en cargo y le daré de lo que tuviere; porque, como dicho tengo otra vez, bien há dos años tengo noticia de capitanes que vinieron con navíos por donde vosotros vinísteis, y decian que eran criados dese vuestro gran Rey. Querria saber si sois todos unos.» É Cortés le dijo que sí, que todos éramos criados de nuestro Emperador, é que aquellos vinieron á ver el camino é mares é puertos para lo saber muy bien, y venir nosotros como veniamos; y decíalo el Montezuma por lo de Francisco Fernandez de Córdoba é Grijalva, cuando venimos á descubrir la primera vez; y dijo que desde entónces tuvo pensamiento de ver algunos de aquellos hombres que venian, para tener en sus reinos é ciudades, para les honrar; é pues que sus dioses le habian cumplido sus buenos deseos, é ya estábamos en sus casas, las cuales se pueden llamar nuestras, que holgásemos y tuviésemos descanso; que allí seriamos servidos, é que si algunas veces nos enviaba á decir que no entrásemos en su ciudad, que no era de su voluntad, sino porque sus vasallos tenian temor, que les decian que echábamos rayos é relámpagos, é con los caballos matábamos muchos indios, é que éramos teules bravos, é otras cosas de niñerias. É que agora, que ha visto nuestras personas, é que somos de hueso y de carne y de mucha razon, é sabe que somos muy esforzados, por estas causas nos tiene en más estima que le habian dicho, é que nos daria de lo que tuviese. É Cortés é todos nosotros respondimos que se lo teniamos en grande merced tan sobrada voluntad; y luego el Montezuma dijo riendo, porque en todo era muy regocijado en su hablar de gran señor: —«Malinche, bien sé que te han dicho esos de Tlascala, con quien tanta amistad habeis tomado, que yo que soy como dios ó teule, que cuanto hay en mis casas es todo oro é plata y piedras ricas; bien tengo conocido que como sois entendidos, que no lo creíades y lo teniades por burla; lo que ahora, señor Malinche, veis: mi cuerpo de hueso y de carne como los vuestros, mis casas y palacios de piedra y madera y cal; de ser yo gran Rey, si soy, y tener riquezas de mis antecesores, si tengo; mas no las locuras y mentiras que de mí os han dicho; así que tambien lo teneis por burla, como yo tengo lo de vuestros truenos y relámpagos.» É Cortés le respondió tambien riendo, y dijo que los contrarios enemigos siempre dicen cosas malas é sin verdad de los que quieren mal, é que bien ha conocido que en estas partes otro señor más magnífico no le espera ver, é que no sin causa es tan nombrado delante de nuestro Emperador. É estando en estas pláticas mandó secretamente Montezuma á un gran cacique, sobrino suyo, de los que estaban en su compañía, que mandase á sus mayordomos que trujesen ciertas piezas de oro, que parece ser debieran estar apartadas para dar á Cortés diez cargas de ropa fina; lo cual repartió, el oro y mantas entre Cortés y los cuatro capitanes, é á nosotros los soldados nos dió á cada uno dos collares de oro, que valdria cada collar diez pesos, é dos cargas de mantas. Valía todo el oro que entónces dió sobre mil pesos, y esto daba con una alegría y semblante de grande é valeroso señor; y porque pasaba la hora más de medio dia, y por no le ser más importuno, le dijo Cortés: —«El señor Montezuma siempre tiene por costumbre de echarnos un cargo sobre otro, en hacernos cada dia mercedes; ya es hora que vuestra majestad coma.» Y el Montezuma dijo que ántes por haberle ido á visitar le hicimos merced; é así, nos despedimos con grandes cortesías dél y nos fuimos á nuestros aposentos, é íbamos platicando de la buena manera é crianza que en todo tenia, é que nosotros en todo le tuviésemos mucho acato, é con las gorras de armas colchadas quitadas cuando delante dél pasásemos; é así lo haciamos. É dejémoslo aquí, é pasemos adelante. CAPÍTULO XCI. DE LA MANERA É PERSONA DEL GRAN MONTEZUMA, Y DE CUÁN GRAN SEÑOR ERA. Seria el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena estatura y bien proporcionado, é cenceño é pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traia los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrian las orejas, é pocas barbas, prietas y bien puestas é ralas, y el rostro algo largo é alegre é los ojos de buena manera, é mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, é cuando era menester gravedad. Era muy pulido y limpio, bañábase cada dia una vez á la tarde; tenia muchas mujeres por amigas; é hijas de señores, puesto que tenia dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaban á saber sino alguno de los que le servian; era muy limpio de sodomías; las mantas y ropas que se ponia cada un dia, no se las ponia sino desde á cuatro dias. Tenia sobre ducientos principales de su guarda en otras salas junto á la suya, y estos no para que hablasen todos con él, sino cual ó cual; y cuando le iban á hablar se habian de quitar las mantas ricas y ponerse otras de poca valía, mas habian de ser limpias, y habian de entrar descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no miralle á la cara, y con tres reverencias que le hacian primero que á él llegasen, é le decian en ellas: —«Señor, mi señor, gran señor.» Y cuando le daban relacion á lo que iban, con pocas palabras los despachaba; sin levantar el rostro al despedirse dél, sino la cara é ojos bajos en tierra hácia donde estaba, é no vueltas las espaldas hasta que salian de la sala. É otra cosa vi, que cuando otros grandes señores venian de léjas tierras á pleitos ó negocios, cuando llegaban á los aposentos del gran Montezuma habíanse de descalzar é venir con pobres mantas, y no habian de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por el lado de la puerta de palacio; que entrar de rota batida teníanlo por descaro; en el comer le tenian sus cocineros sobre treinta maneras de guisados hechos á su modo y usanza; teníanlos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen. É de aquello que el gran Montezuma habia de comer guisaban más de trescientos platos, sin más de mil para la gente de guarda; y cuando habia de comer, salíase el Montezuma algunas veces con sus principales y mayordomos, y le señalaban cual guisado era mejor é de qué aves é cosas estaba guisado, y de lo que le decian, de aquello habia de comer, é cuando salia á lo ver eran pocas veces; y como por pasatiempo, oí decir que le solian guisar carnes de muchachos de poca edad; y como tenia tantas diversidades de guisados y de tantas cosas, no le echábamos de ver si era de carne humana y de otras cosas, porque cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña y palomas y liebres y conejos, y muchas maneras de aves é cosas de las que se crian en estas tierras, que son tantas que no las acabaré de nombrar tan presto; y así, no miramos en ello. Lo que yo sé es, que desque nuestro capitan le reprendió el sacrificio y comer de carne humana; que desde entónces mandó que no le guisasen tal manjar. Dejemos de hablar en esto, y volvamos á la manera que tenia en su servicio al tiempo de comer, y es desta manera: que si hacia frio teníanle hecha mucha lumbre de ascuas de una leña de cortezas de árboles que no hacian humo, el olor de las cortezas de que hacian aquellas ascuas muy oloroso; y porque no le diesen más calor de lo que él queria, ponian delante una como tabla labrada con oro y otras figuras de ídolos, y él sentado en un asentadero bajo, rico é blando, é la mesa tambien baja, hecha de la misma manera de los asentaderos, é allí le ponian sus manteles de mantas blancas y unos pañizuelos algo largos de lo mismo, y cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como á manera de aguamaniles hondos, que llaman sicales, y le ponian debajo para recoger el agua otros á manera de platos, y le daban sus tohallas, é otras dos mujeres le traian el pan de tortillas. É ya que comenzaba á comer, echándole delante una como puerta de madera muy pintada de oro, porque no le viesen comer; y estaban apartadas las cuatro mujeres, aparte, y allí se le ponian á sus lados cuatro grandes señores viejos y de edad, en pié, con quien el Montezuma de cuando en cuando platicaba é preguntaba cosas, y por mucho favor daba á cada uno destos viejos un plato de lo que él comia; é decian que aquellos viejos eran sus deudos muy cercanos, é consejeros y jueces de pleitos, y el plato y manjar que les daba el Montezuma comian en pié y con mucho acato, y todo sin miralle á la cara. Servíase con barro de Cholula, uno colorado y otro prieto. Miéntras que comia, ni por pensamiento habian de hacer alboroto ni hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas cerca de la del Montezuma. Traíanle frutas de todas cuantas habia en la tierra, mas no comia sino muy poca, y de cuando en cuando traian unas como copas de oro fino, con cierta bebida hecha del mismo cacao, que decian era para tener acceso con mujeres; y entónces no mirábamos en ello; mas lo que yo vi, que traian sobre cincuenta jarros grandes hechos de buen cacao con su espuma, y de lo que bebia; y las mujeres le servian al beber con gran acato, y algunas veces al tiempo del comer estaban unos indios corcovados, muy feos, porque eran chicos de cuerpo y quebrados por medio los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros; otros indios que debian de ser truhanes, que le decian gracias, é otros que le cantaban y bailaban, porque el Montezuma era muy aficionado á placeres y cantares, é á aquellos mandaba dar los relieves y jarros del cacao; y las mismas cuatro mujeres alzaban los manteles y le tornaban á dar agua á manos, y con mucho acato que le hacian; é hablaba Montezuma á aquellos cuatro principales viejos en cosas que le convenian, y se despedian dél con gran acato que le tenian, y él se quedaba reposando; y cuando el gran Montezuma habia comido, luego comian todos los de su guarda é otros muchos de sus serviciales de casa, y me parece que sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que dicho tengo; pues jarros de cacao con su espuma, como entre mejicanos se hace, más de dos mil, y fruta infinita. Pues para sus mujeres y criadas, é panaderas é cacaguoteras era gran costa la que tenia. Dejemos de hablar de la costa y comida de su casa, y digamos de los mayordomos y tesoreros, é despensas é botillería, y de los que tenian cargo de las casas adonde tenian el maíz, digo que habia tanto que escribir, cada cosa por sí, que yo no sé por dónde comenzar, sino que estábamos admirados del gran concierto é abasto que en todo habia. Y más digo, que se me habia olvidado, que es bien de tornallo á recitar, y es, que le servian al Montezuma estando á la mesa cuando comia, como dicho tengo, otras dos mujeres muy agraciadas; hacian tortillas amasadas con huevos y otras cosas sustanciosas, y eran las tortillas muy blancas, y traíanselas en unos platos cobijados con sus paños limpios, y tambien le traian otra manera de pan que son como bollos largos, hechos y amasados con otra manera de cosas sustanciales, y pan pachol, que en esta tierra así se dice, que es á manera de unas obleas. Tambien le ponian en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro traian liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco, y cuando acababa de comer, despues que le habian cantado y bailado, y alzada la mesa, tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco, y con ello se dormia. Dejemos ya de decir del servicio de su mesa, y volvamos á nuestra relacion. Acuérdome que era en aquel tiempo su mayordomo mayor un gran cacique que le pusimos por nombre Tapia, y tenia cuenta de todas las rentas que le traian al Montezuma, con sus libros hechos de su papel, que se dice amatl, y tenia destos libros una gran casa dellos. Dejemos de hablar de los libros y cuentas, pues va fuera de nuestra relacion, y digamos cómo tenia Montezuma dos casas llenas de todo género de armas, y muchas de ellas ricas con oro y pedrería, como eran rodelas grandes y chicas, y unas como macanas, y otras á manera de espadas de á dos manos, engastadas en ellas unas navajas de pedernal, que cortaban muy mejor que nuestras espadas, é otras lanzas más largas que no las nuestras, con una braza de cuchillas, y engastadas en ellas muchas navajas, que aunque dén con ellas en un broquel ó rodela no saltan, é cortan en fin como navajas, que se rapan con ellas las cabezas, y tenian muy buenos arcos y flechas, y varas de á dos gajos, y otras de á uno con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras rollizas hechas á mano, y unos como paveses, que son de arte que los pueden arrollar arriba cuando no pelean porque no les estorbe, y al tiempo de pelear, cuando son menester, los dejan caer, ó quedan cubiertos sus cuerpos de arriba abajo. Tambien tenian muchas armas de algodon colchadas y ricamente labradas por defuera, de plumas de muchas colores á manera de divisas é invenciones, y tenian otros como capacetes y cascos de madera y de hueso, tambien muy labrados de pluma por defuera, y tenian otras armas de otras hechuras, que por excusar prolijidad las dejo de decir. Y sus oficiales, que siempre labraban y entendian en ello, y mayordomos que tenian cargo de las casas de armas. Dejemos esto, y vamos á la casa de aves, y por fuerza me he de detener en contar cada género de qué calidad eran. Digo que desde águilas reales y otras águilas más chicas, é otras muchas maneras de aves de grandes cuerpos, hasta pajaritos muy chicos, pintados de diversas colores. Tambien donde hacen aquellos ricos plumajes que labran de plumas verdes, y las aves destas plumas es el cuerpo dellas á manera de las picazas que hay en nuestra España; llámanse en esta tierra quezales; y otros pájaros que tienen la pluma de cinco colores, que es verde, colorado, blanco, amarillo y azul; estos no se cómo se llaman. Pues papagayos de otras diferenciadas colores tenia tantos, que no se me acuerda los nombres dellos. Dejemos patos de buena pluma y otros mayores que les querian parecer, y de todas estas aves pelábanles las plumas en tiempos que para ello era convenible, y tornaban á pelechar; y todas las más aves que dicho tengo, criaban en aquella casa, y al tiempo de encoclar tenian cargo de les echar sus huevos ciertos indios é indias que miraban por todas las aves, é de limpiarles sus nidos y darles de comer, y esto á cada género é ralea de aves lo que era su mantenimiento. Y en aquella casa habia un estanque grande de agua dulce, y tenia en él otra manera de aves muy altas de zancas y colorado todo el cuerpo y alas y cola; no sé el nombre dellas, mas en la isla de Cuba las llamaban ipíris á otras como ellas. Y tambien en aquel estanque habia otras raleas de aves que siempre estaban en el agua. Dejemos esto, y vamos á otra gran casa donde tenian muchos ídolos, y decian que eran sus dioses bravos, y con ellos muchos géneros de animales, de tigres y leones de dos maneras; unos que son de hechura de lobos, que en esta tierra se llaman adives, y zorros y otras alimañas chicas; y todas estas carniceras se las mantenian con carne, y las más dellas criaban en aquella casa, y les daban de comer venados, gallinas, perrillos y otras cosas que cazaban, y aun oí decir que cuerpos de indios de los que sacrificaban. Y es desta manera que ya me habrán oido decir: que cuando sacrificaban á algun triste indio, que le aserraban con unos navajones de pedernal por los pechos, y bullendo le sacaban el corazon y sangre, y lo presentaban á sus ídolos, en cuyo nombre hacian aquel sacrificio; y luego les cortaban los muslos y brazos y la cabeza, y aquello comian en fiestas y banquetes; y la cabeza colgaban de unas vigas, y el cuerpo del indio sacrificado no llegaban á él para le comer, sino dábanlo á aquellos bravos animales; pues más tenian en aquella maldita casa muchas víboras y culebras emponzoñadas, que traen en las colas unos que suenan como cascabeles; estas son las peores víboras que hay de todas, y teníanlas en cunas, tinajas y en cántaros grandes, y en ellos mucha pluma, y allí tenian sus huevos y criaban sus viboreznos, y les daban á comer de los cuerpos de los indios que sacrificaban y otras carnes de perros de los que ellos solian criar. Y aun tuvimos por cierto que cuando nos echaron de Méjico y nos mataron sobre ochocientos y cincuenta de nuestros soldados é de los de Narvaez, que de los muertos mantuvieron muchos dias á aquellas fuertes alimañas y culebras, segun diré en su tiempo y sazon: y aquestas culebras y bestias tenian ofrecidas á aquellos sus ídolos bravos para que estuviesen en su compañía. Digamos ahora las cosas infernales que hacian cuando bramaban los tigres y leones y aullaban los adives y zorros y silbaban las sierpes; era grima oirlo, y parecia infierno. Pasemos adelante, y digamos de los grandes oficiales que tenia de cada género de oficio que entre ellos se usaba; y comencemos por los lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra España los grandes plateros tienen que mirar en ello; y destos tenia tantos y tan primos en un pueblo que se dice Escapuzalco, una legua de Méjico; pues labrar piedras finas y chalchihuis, que son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros. Vamos adelante á los grandes oficiales de asentar de pluma y pintores y entalladores muy sublimados, que por lo que ahora hemos visto la obra que hacen, ternemos consideracion en lo que entónces labraban, que tres indios hay en la ciudad de Méjico, tan primos en su oficio de entalladores y pintores, que se dicen Márcos de Aquino y Juan de la Cruz y el Crespillo, que si fueran en tiempo de aquel antiguo é afamado Apéles, y de Miguel Ángel ó Berruguete, que son de nuestros tiempos, les pusieran en el número dellos. Pasemos adelante, y vamos á las indias de tejederas y labranderas, que le hacian tanta multitud de ropa fina con muy grandes labores de plumas; y de donde más cotidianamente le traian, era de unos pueblos y provincia que está en la costa del Norte de cabe la Vera-Cruz, que la decian Costacan, muy cerca de San Juan de Ulúa, donde desembarcamos cuando veniamos con Cortés; y en su casa del mismo Montezuma todas las hijas de señores que tenia por amigas, siempre tejian cosas muy primas, é otras muchas hijas de mejicanos vecinos, que estaban como á manera de recogimiento, que querian parecer monjas, tambien tejian, y todo de pluma. Estas monjas tenian sus casas cerca del gran cu del Huichilóbos, y por devocion suya y de otro ídolo de mujer, que decian que era su abogada para casamientos, las metian sus padres en aquella religion hasta que se casaban, y de allí las sacaban para las casar. Pasemos adelante, y digamos de la gran cantidad de bailadores que tenia el gran Montezuma, y danzadores é otros que traen un palo con los piés, y de otros que vuelan cuando bailan por alto, y de otros que parecen como matachines, y estos eran para dalle placer. Digo que tenia un barrio destos que no entendian en otra cosa. Pasemos adelante, y digamos de los oficiales que tenia de canteros é albañiles, carpinteros, que todos entendian en las obras de sus casas. Tambien digo que tenia tantos cuantos queria. No olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos, y de muchos géneros que dellos tenia, y el concierto y pasaderos dellas, y de sus albercas, estanques de agua dulce, cómo viene una agua por un cabo y va por otro, é de los baños que dentro tenia, y de la diversidad de pajaritos chicos que en los árboles criaban; y qué de yerbas medicinales y de provecho que en ellas tenia, era cosa de ver; y para todo esto muchos hortelanos, y todo labrado de cantería, así baños como paseaderos y otros retretes y apartamientos, como cenaderos, y tambien adonde bailaban é cantaban; é habia tanto que mirar en esto de las huertas como en todo lo demás, que no nos hartábamos de ver su gran poder. É así por el consiguiente tenia maestros de todos cuantos oficios entre ellos se usaban, y de todos gran cantidad. Y porque yo estoy harto de escribir sobre esta materia, y más lo estarán los letores, lo dejaré de decir, y diré cómo fué nuestro capitan Cortés con muchos de nuestros capitanes y soldados á ver el Tatelulco, que es la gran plaza de Méjico, y subimos en el alto cu, donde estaban sus ídolos Tezcatepuca, y su Huichilóbos; y esta fué la primera vez que nuestro capitan salió á ver la ciudad de Méjico, y lo que en ello pasó. CAPÍTULO XCII. CÓMO NUESTRO CAPITAN SALIÓ Á VER LA CIUDAD DE MÉJICO Y EL TATELULCO, QUE ES LA PLAZA MAYOR, Y EL GRAN CU DE SU HUICHILÓBOS, Y LO QUE MÁS PASÓ. Como habia ya cuatro dias que estábamos en Méjico, y no salia el capitan ni ninguno de nosotros de los aposentos, excepto á las casas y huertas, nos dijo Cortés que seria bien ir á la plaza Mayor á ver el gran adoratorio de su Huichilóbos, y que queria envialle á decir al gran Montezuma que lo tuviese por bien; y para ello envió por mensajero á Jerónimo de Aguilar y á doña Marina, é con ellos á un pajecillo de nuestro capitan, que entendia ya algo de la lengua, que se decia Orteguilla. Y el Montezuma, como lo supo, envió á decir que fuésemos mucho en buen hora, y por otra parte temió no lo fuésemos á hacer algun deshonor á sus ídolos, y acordó de ir él en persona con muchos de sus principales, y en sus ricas andas salió de sus palacios hasta la mitad del camino, y cabe unos adoratorios se apeó de las andas, porque tenia por gran deshonor de sus ídolos ir hasta su casa é adoratorio de aquella manera, y no ir á pié, y llevábanle de brazo grandes principales, é iban delante del Montezuma señores de vasallos, y llevaban dos bastones como cetros alzados en alto, que era señal que iba allí el gran Montezuma: y cuando iba en las andas llevaba una varita, la media de oro y media de palo, levantada como vara de justicia; y así se fué y subió en su gran cu, acompañado de muchos papas, y comenzó á zahumar y hacer otras ceremonias al Huichilóbos. Dejemos al Montezuma, que ya habia ido adelante, como dicho tengo, y volvamos á Cortés y á nuestros capitanes y soldados, como siempre teniamos por costumbre de noche y de dia estar armados, y así nos via estar el Montezuma, y cuando lo íbamos á ver no lo teniamos por cosa nueva. Digo esto porque á caballo nuestro capitan, con todos los más que tenian caballos y la más parte de nuestros soldados, muy apercebidos fuimos al Tatelulco, é iban muchos caciques que el Montezuma envió para que nos acompañasen: y cuando llegamos á la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habiamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella habia y del gran concierto y regimiento que en todo tenian; y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando; cada género de mercaderías estaban por sí y tenian situados y señalados sus asientos. Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas, y plumas y mantas y cosas labradas, y otras mercaderías, esclavos y esclavas; digo que traian tantos á vender á aquella gran plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, é traíanlos atados en unas varas largas, con collares á los pescuezos porque no se les huyesen, y otros dejaban sueltos. Luego estaban otros mercaderes que vendian ropa más basta, é algodon, é otras cosas de hilo torcido, y cacaguateros que vendian cacao; y desta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva-España, puesto que por su concierto, de la manera que hay en mi tierra, que es Medina del Campo, donde se facen las ferias, que en cada calle están sus mercaderías por sí, así estaban en esta gran plaza; y los que vendian mantas de nequen y sogas, y cotaraz, que son los zapatos que calzan, y hacen de nequen y de las raices del mismo árbol muy dulces cocidas, y otras zarrabusterías que sacan del mismo árbol; todo estaba á una parte de la plaza en su lugar señalado; y cueros de tigres, de leones y de nutrias, y de adives y de venados y de otras alimañas, é tejones é gatos monteses, dellos adobados y otros sin adobar. Estaban en otra parte otros géneros de cosas é mercaderías. Pasemos adelante, y digamos de los que vendian frisoles y chia y otras legumbres é yerbas, á otra parte. Vamos á los que vendian gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y anadones, perrillos y otras cosas deste arte, á su parte de la plaza. Digamos de las fruteras, de las que vendian cosas cocidas, mazamorreras y malcocinado, tambien á su parte; puesto todo género de loza hecha de mil maneras, desde tinajas grandes y jarrillos chicos, que estaban por sí aparte; y tambien los que vendian miel y melcochas y otras golosinas que hacian, como nuegados. Pues los que vendian madera, tablas, cunas viejas é tajos é bancos, todo por sí. Vamos á los que vendian leña, acote é otras cosas desta manera. ¿Qué quieren más que diga? Que hablando con acato, tambien vendian canoas llenas de hienda de hombres, que tenian en los esteros cerca de la plaza, y esto era para hacer ó para curtir cueros, que sin ella decian que no se hacian buenos. Bien tengo entendido que algunos se reian desto; pues digo que es así; y más digo, que tenian por costumbre que en todos los caminos que tenian hechos de cañas ó paja ó yerbas porque no los viesen los que pasasen por ellos, y allí se metian si tenian ganas de purgar los vientres, porque no se les perdiese aquella suciedad. ¿Para qué gasto ya tantas palabras de lo que vendian en aquella plaza? Porque es para no acabar tan presto de contar por menudo todas las cosas, sino qué papel, que en esta tierra llaman amatl, y unos cañutos de olores con liquidámbar, llenos de tabaco, y otros ungüentos amarillos, y cosa deste arte vendian por sí; é vendian mucha grana debajo de los portales que estaban en aquella gran plaza; é habia muchos herbolarios y mercaderías de otra manera: y tenian allí sus casas, donde juzgaban tres jueces y otros como alguaciles ejecutores que miraban las mercaderías. Olvidádoseme habia la sal y los que hacian navajas de pedernal, y de cómo las sacaban de la misma piedra. Pues pescaderas y otros que vendian uno panecillos que hacen de una como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes dello, que tienen un sabor á manera de queso; y vendian hachas de laton y cobre y estaño, y jícaras, y unos jarros muy pintados, de madera hechos. Ya queria haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendian, porque eran tantas y de tan diversas calidades, que para que lo acabáramos de ver é inquirir era necesario más espacio; que, como la gran plaza estaba llena de tanta gente y toda cercada de portales, que en un dia no se podia ver todo; y fuimos al gran cu, é ya que íbamos cerca de sus grandes patios, é ántes de salir de la misma plaza estaban otros muchos mercaderes, que segun dijeron, era que tenian á vender oro en granos como lo sacan de las minas, metido el oro en unos cañutillos delgados de los de ansarones de la tierra, é así blancos porque se pareciese el oro por defuera, y por el largor y gordor de los cañutillos tenian entre ellos su cuenta qué tantas mantas ó qué jiquipiles de cacao valía, ó qué esclavos, ó otra cualquier cosa á que lo trocaban. É así, dejamos la gran plaza sin más la ver, y llegamos á los grandes patios y cercas donde estaba el gran cu, y tenia ántes de llegar á él un gran circuito de patios, que me parece que eran mayores que la plaza que hay en Salamanca, y con dos cercas alrededor de cal y canto, y el mismo patio y sitio todo empedrado de piedras grandes de losas blancas y muy lisas, y adonde no habia de aquellas piedras, estaba encalado y bruñido, y todo muy limpio, que no hallaran una paja ni polvo en todo él. Y cuando llegamos cerca del gran cu, ántes que subiésemos ninguna grada dél, envió el gran Montezuma desde arriba, donde estaba haciendo sacrificios, seis papas y dos principales para que acompañasen á nuestro capitan Cortés, y al subir de las gradas, que eran ciento y catorce, le iban á tomar de los brazos para le ayudar á subir, creyendo que se cansaria, como ayudaban á subir á su señor Montezuma, y Cortés no quiso que llegasen á él; y como subimos á lo alto del gran cu, en una placeta que arriba se hacia, adonde tenian un espacio como andamios, y en ellos puestas unas grandes piedras adonde ponian los tristes indios para sacrificar, allí habia un gran bulto como de dragon é otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel dia. É así como llegamos, salió el gran Montezuma de un adoratorio donde estaban sus malditos ídolos, que era en lo alto del gran cu, y vinieron con él dos papas, y con mucho acato que hicieron á Cortés é á todos nosotros le dijo: —«Cansado estareis, señor Malinche, de subir á este nuestro gran templo.» Y Cortés le dijo con nuestras lenguas, que iban con nosotros, que él ni nosotros no nos cansábamos en cosa ninguna; y luego le tomó por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que habia dentro en el agua, é otros muchos pueblos en tierra alrededor de la misma laguna; y que si no habia visto bien su gran plaza, que desde allí la podria ver muy mejor; y así lo estuvimos mirando, porque aquel grande y maldito templo estaba tan alto, que todo lo señoreaba; y de allí vimos las tres calzadas que entran en Méjico, que es la de Iztapalapa, que fué por la que entramos cuatro dias habia; y la de Tacuba fué por donde despues de ahí á ocho meses salimos huyendo la noche de nuestro gran desbarate, cuando Cuedlauaca, nuevo señor, nos echó de la ciudad, como adelante diremos; y la de Tepeaquilla; y viamos el agua dulce que venia de Chapultepeque, de que se proveia la ciudad; y en aquellas tres calzadas las puentes que tenian hechas de trecho á trecho, por donde entraba y salia el agua de la laguna de una parte á otra; é viamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venian con bastimentos é otras que venian con cargas é mercaderías; y viamos que cada casa de aquella gran ciudad y de todas las demás ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa á casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenian hechas de madera ó en canoas; y viamos en aquellas ciudades cues é adoratorios á manera de torres é fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiracion, y las casas de azuteas, y en las calzadas otras torrecillas é adoratorios que eran como fortalezas. Y despues de bien mirado y considerado todo lo que habiamos visto, tornamos á ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella habia, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y el zumbido de las voces y palabras que allí habia, sonaba más que de una legua; y entre nosotros hubo soldados que habian estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto, y tamaña y llena de tanta gente, no la habian visto. Dejemos esto, y volvamos á nuestro capitan, que dijo á fray Bartolomé de Olmedo, ya otras veces por mí nombrado, que allí se halló: —«Paréceme, señor padre, que será bien que demos un tiento á Montezuma sobre que nos deje hacer aquí nuestra iglesia.» Y el padre dijo que seria bien si aprovechase, mas que le parecia que no era cosa convenible hablar en tal tiempo, que no via al Montezuma de arte que en tal cosa concediese, y luego nuestro Cortés dijo al Montezuma, con doña Marina, la lengua: —«Muy gran señor es vuestra majestad, y de mucho más es merecedor; hemos holgado de ver vuestras ciudades. Lo que os pido por merced es, que pues estamos aquí en este vuestro templo, que nos mostreis vuestros dioses y teules.» Y Montezuma dijo que primero hablaria con sus grandes papas; y luego que con ellos hubo hablado, dijo que entrásemos en una torrecilla é apartamento á manera de sala, donde estaban dos como altares con muy ricas tablazones encima del techo, é en cada altar estaban dos bultos como de gigante, de muy altos cuerpos y muy gordos, y el primero que estaba á la mano derecha decian que era el de Huichilóbos, su dios de la guerra, y tenia la cara y rostro muy ancho, y los ojos disformes é espantables, y en todo el cuerpo tanta de la pedrería é oro y perlas é aljófar pegado con engrudo, que hacen en esta tierra de unas como de raices, que todo el cuerpo y cabeza estaba lleno dello, y ceñido al cuerpo unas á manera de grandes culebras hechas de oro y pedrería, y en una mano tenia un arco y en otra unas flechas. É otro ídolo pequeño que allí cabe él estaba, que decian era su paje, le tenia una lanza no larga y una rodela muy rica de oro ó pedrería, é tenia puestas al cuello de Huichilóbos unas caras de indios y otros como corazones de los mismos indios, y estos de oro y dellos de plata con mucha pedrería azules; y estaban allí unos braseros con incienso, que es su copal, y con corazones de indios de aquel dia sacrificados, é se quemaban, y con el humo y copal le habian hecho aquel sacrificio; y estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañadas y negras de costras de sangre, y asimismo el suelo, que todo hedia muy malamente. Luego vimos á la otra parte de la mano izquierda estar el otro gran bulto del altar del Huichilóbos, y tenia un rostro como de oso y unos ojos que le relumbraban, hechos de sus espejos, que se dice Tezcat, y el cuerpo con ricas piedras pegadas segun y de la manera del otro su Huichilóbos; porque, segun decian, entrambos eran hermanos, y este Tezcatepuca era el dios de los infiernos, y tenia cargo de las ánimas de los mejicanos, y tenia ceñidas al cuerpo unas figuras como diablillos chicos, y las colas dellos como sierpes, y tenia en las paredes tantas costras de sangre y el suelo todo bañado dello, que en los mataderos de Castilla no habia tanto hedor; y allí le tenian presentado cinco corazones de aquel dia sacrificados; y en lo más alto de todo el cu estaba otra concavidad muy ricamente labrada la madera della, y estaba otro bulto como de medio hombre y medio lagarto, todo lleno de piedras ricas, y la mitad del enmantado. Este decian que la mitad dél estaba lleno de todas las semillas que habia en toda la tierra, y decian que era el dios de las sementeras y frutas; no se me acuerda el nombre dél, y todo estaba lleno de sangre, así paredes como altar, y era tanto el hedor, que no viamos la hora de salirnos fuera, y allí tenian un tambor muy grande en demasía, que cuando le tañian el sonido dél era tan triste y de tal manera, como dicen instrumento de los infiernos, y más de dos leguas de allí se oia; y decian que los cueros de aquel atambor eran de sierpes muy grandes; é en aquella placeta tenian tantas cosas muy diabólicas de ver, de bocinas y trompetillas y navajones, y muchos corazones de indios que habian quemado, con que zahumaban aquellos sus ídolos, y todo cuajado de sangre, y tenian tanto, que los doy á la maldicion; y como todo hedia á carnicería, no viamos la hora de quitarnos de tan mal hedor y peor vista; y nuestro capitan dijo á Montezuma con nuestra lengua, como medio riendo: —«Señor Montezuma, no sé yo cómo un tan gran señor é sábio varon como vuestra majestad es, no haya coligido en su pensamiento cómo no son estos vuestros ídolos dioses, sino cosas malas, que se llaman diablos. Y para que vuestra majestad lo conozca y todos sus papas lo vean claro, hacedme una merced, que hayais por bien que en lo alto desta torre pongamos una cruz, y en una parte destos adoratorios, donde están vuestros Huichilóbos y Tezcatepuca, harémos un apartado donde pongamos una imágen de Nuestra Señora; la cual imágen ya el Montezuma la habia visto; y vereis el temor que dello tienen esos ídolos que os tienen engañados.» Y el Montezuma respondió medio enojado, y dos papas que con él estaban mostraron malas señales, y dijo: —«Señor Malinche, si tal deshonor como has dicho creyera que habias de decir, no te mostrara mis dioses; aquestos tenemos por muy buenos, y ellos dan salud y aguas y buenas sementeras, é temporales y vitorias, y cuanto queremos, é tenémoslos de adorar y sacrificar. Lo que os ruego es, que no se digan otras palabras en su deshonor.» Y como aquello le oyó nuestro capitan, y tan alterado, no le replicó más en ello, y con cara alegre le dijo: —«Hora es que Vuestra Majestad y nosotros nos vamos.» Y el Montezuma respondió que era bien, é que porque él tenia que rezar é hacer ciertos sacrificios en recompensa del gratlatlacol, que quiere decir pecado que habia hecho en dejarnos subir en su gran cu é ser causa de que nos dejase ver sus dioses, é del deshonor que les hicimos en decir mal dellos, que ántes que se fuese que lo habia de rezar é adorar. Y Cortés le dijo: —«Pues que así es, perdone, señor.» É luego nos bajamos las gradas abajo, y como eran ciento y catorce, é algunos de nuestros soldados estaban malos de bubas ó humores, les dolieron los muslos de bajar. Y dejaré de hablar de su adoratorio, y diré lo que me parece del circuito y manera que tenia; y si no lo dijere tan al natural como era, no se maravillen, porque en aquel tiempo tenia otro pensamiento de entender en lo que traiamos entre manos, que era en lo militar y lo que mi capitan Cortés me mandaba, y no en hacer relaciones. Volvamos á nuestra materia. Paréceme que el circuito del gran cu seria de seis muy grandes solares de los que dan en esta tierra, y desde abajo hasta arriba, adonde estaba una torrecilla, é allí estaban sus ídolos, va estrechando, y en medio del alto cu hasta lo más alto dél van cinco concavidades á manera de barbacanas y descubiertas sin mamparos; y porque hay muchos cues pintados en reposteros de conquistadores, é en uno que yo tengo, que cualquiera dellos al que los ha visto, podrá colegir la manera que tenian por defuera; mas lo que yo vi y entendí, é dello hubo fama en aquellos tiempos que fundaron aquel gran cu, en el cimiento dél habian ofrecido de todos los vecinos de aquella gran ciudad oro é plata y aljófar é piedras ricas, é que le habian bañado con mucha sangre de indios que sacrificaron, que habian tomado en las guerras, y de toda manera de diversidad de semillas que habia en toda la tierra, porque les diesen sus ídolos victorias é riquezas y muchos frutos. Dirán ahora algunos letores muy curiosos que cómo pudimos alcanzar á saber que en el cimiento de aquel gran cu echaron oro y plata é piedras de chalchihuis ricas, y semillas, y lo rociaban con sangre humana de indios que sacrificaban, habiendo sobre mil años que se fabricó y se hizo. Á esto doy por respuesta que desde que ganamos aquella fuerte y gran ciudad y se repartieron los solares, que luego propusimos que en aquel gran cu habiamos de hacer la iglesia de nuestro patron é guiador señor Santiago, é cupo mucha parte de solar del alto cu para el solar de la santa iglesia, y cuando abrian los cimientos para hacerlos más fijos, hallaron mucho oro y plata y chalchihuis, y perlas é aljófar y otras piedras. Y asimismo á un vecino de Méjico que le cupo otra parte del mismo solar, halló lo mismo; y los oficiales de la hacienda de su majestad demandábanlo por de su majestad, que le venia de derecho, y sobre ello hubo pleito, é no se me acuerda lo que pasó, mas de que se informaron de los caciques y principales de Méjico y de Guatemuz, que entónces era vivo, é dijeron que es verdad que todos los vecinos de Méjico de aquel tiempo echaron en los cimientos aquellas joyas é todo lo demás, é que así lo tenian por memoria en sus libros y pinturas de cosas antiguas, é por esta causa se quedó para la obra de la santa iglesia de señor Santiago. Dejemos esto, y digamos de los grandes y suntuosos patios que estaban delante del Huichilóbos, adonde está ahora señor Santiago, que se dice el Taltelulco, porque así se solia llamar. Ya he dicho que tenian dos cercas de cal y canto ántes de entrar dentro, é que era empedrado de piedras blancas como losas, y muy encalado y bruñido y limpio, y seria de tanto compás y tan ancho como la plaza de Salamanca; y un poco apartado del gran cu estaba una torrecilla que tambien era casa de ídolos, ó puro infierno, porque tenia á la boca de la una puerta una muy espantable boca de las que pintan, que dicen que es como la que está en los infiernos, con la boca abierta y grandes colmillos para tragar las ánimas. É asimismo estaban unos bultos de diablos y cuerpos de sierpes junto á la puerta, y tenian un poco apartado un sacrificadero, y todo ello muy ensangrentado y negro de humo é costras de sangre; y tenian muchas ollas grandes y cántaros é tinajas dentro en la casa llenas de agua, que era allí donde cocinaban la carne de los tristes indios que sacrificaban, que comian los papas, porque tambien tenian cabe el sacrificadero muchos navajones y unos tajos de madera como en los que cortan carne en las carnicerías. Y asimismo detrás de aquella maldita casa, bien apartado della, estaban unos grandes rimeros de leña, y no muy léjos una gran alberca de agua que se henchia y vaciaba, que le venia por su caño encubierto de la que entraba en la ciudad desde Chapultepeque. Yo siempre la llamaba á aquella casa el infierno. Pasemos adelante del patio y vamos á otro cu, donde era enterramiento de grandes señores mejicanos, que tambien tenian otros ídolos, y todo lleno de sangre é humo, y tenia otras puertas y figuras de infierno; y luego junto de aquel cu estaba otro lleno de calaveras é zancarrones puestos con gran concierto, que se podian ver, más no se podian contar, porque eran muchos, y las calaveras por sí, y los zancarrones en otros rimeros; é allí habia otros ídolos, y en cada casa ó cu y adoratorio que he dicho, estaban papas con sus vestiduras largas de mantas prietas y las capillas como de dominicos, que tambien tiraban un poco á las de los canónigos, y el cabello muy largo y hecho, que no se podia desparcir ni desenredar; y todos los más sacrificados las orejas, é en los mismos cabellos mucha sangre. Pasemos adelante, que habia otros cues apartados un poco de donde estaban las calaveras, que tenian otros ídolos y sacrificios de otras malas pinturas; é aquellos decian que eran abogados de los casamientos de los hombres. No quiero detenerme más en contar de ídolos, sino solamente diré que en torno de aquel gran patio habia muchas casas, é no altas, é eran adonde estaban y residian los papas é otros indios que tenian cargo de los ídolos; y tambien tenian otra muy mayor alberca ó estanque de agua y muy limpia á una parte del gran cu, y era dedicada para solamente el servicio de Huichilóbos é Tezcatepuca, y entraba el agua en aquella alberca por caños encubiertos que venian de Chapultepeque; é allí cerca estaban otros grandes aposentos á manera de monasterio, adonde estaban recogidas muchas hijas de vecinos mejicanos, como monjas, hasta que se casaban; y allí estaban dos bultos de ídolos de mujeres, que eran abogadas de los casamientos de las mujeres, y á aquellas sacrificaban y hacian fiestas porque les diesen buenos maridos. Mucho me he detenido en contar deste gran cu del Tatelulco y sus patios, pues digo era el mayor templo de sus ídolos de todo Méjico, porque habia tantos y muy suntuosos, que entre cuatro ó cinco barrios tenian un adoratorio y sus ídolos; y porque eran muchos é yo no sé la cuenta de todos, pasaré adelante, y diré que en Cholula el gran adoratorio que en él tenian era de mayor altor que no el de Méjico, porque tenia ciento y veinte gradas, y segun dicen, el ídolo de Cholula teníanle por bueno, é iban á él en romería de todas partes de la Nueva-España á ganar perdones, y á esta causa lo hicieron tan suntuoso cu, mas era de otra hechura que el mejicano, é asimismo los patios muy grandes é con dos cercas. Tambien digo que el cu de la ciudad del Tezcuco era muy alto, de ciento y diez y siete gradas, y los patios anchos y buenos, y hechos de otra manera que los demás. Y una cosa de reir es, que tenian en cada provincia sus ídolos, y los de la una provincia ó ciudad no aprovechaban á los otros; é así, tenian infinitos ídolos y á todos sacrificaban. Y despues que nuestro capitan y todos nosotros nos cansamos de andar y ver tantas diversidades de ídolos y sus sacrificios, nos volvimos á nuestros aposentos, y siempre muy acompañados de principales y caciques que Montezuma enviaba con nosotros. Y quedarse há aquí, y diré lo que más hicimos. CAPÍTULO XCIII. CÓMO HICIMOS NUESTRA IGLESIA Y ALTAR EN NUESTRO APOSENTO, Y UNA CRUZ FUERA DEL APOSENTO, Y LO QUE MÁS PASAMOS, Y HALLAMOS LA SALA Y RECÁMARA DEL TESORO DEL PADRE DE MONTEZUMA, Y CÓMO SE ACORDÓ PRENDER AL MONTEZUMA. Como nuestro capitan Cortés y el padre de la Merced vieron que Montezuma no tenia voluntad que en el cu de su Huichilóbos pusiésemos la cruz ni hiciésemos la iglesia; y porque desde que entramos en la ciudad de Méjico, cuando se decia Misa haciamos un altar sobre mesas y tornábamos á quitarlo, acordóse que demandásemos á los mayordomos del gran Montezuma albañiles para que en nuestro aposento hiciésemos una iglesia; y los mayordomos dijeron que se lo harian saber al Montezuma, y nuestro capitan envió á decírselo con doña Marina y Aguilar y Orteguilla, su paje, que entendia ya algo la lengua, y luego dió licencia y mandó dar todo recaudo, é en tres dias teniamos nuestra iglesia hecha, y la santa cruz puesta delante de los aposentos, é allí se decia Misa cada dia, hasta que se acabó el vino; que, como Cortés y otros capitanes y el fraile estuvieron malos cuando las guerras de Tlascala, dieron priesa al vino que teniamos para Misas, y desde que se acabó, cada dia estábamos en la iglesia rezando de rodillas delante del altar é imágenes, lo uno por lo que éramos obligados á cristianos y buena costumbre, y lo otro porque Montezuma y todos sus capitanes lo viesen y se inclinasen á ello, y porque viesen el adoratorio, y vernos de rodillas delante de la cruz, especial cuando tañiamos á la Ave-María. Pues estando que estábamos en aquellos aposentos, como somos de tal calidad, é todo lo trascendemos é queremos saber, cuando miramos á donde mejor y en más convenible parte habiamos de hacer el altar, dos de nuestros soldados, que uno dellos era carpintero de lo blanco, que se decia Alonso Yañez, vió en una pared una como señal que habia sido puerta, que estaba cerrada y muy bien encalada é bruñida; y como habia fama é teniamos relacion que en aquel aposento tenia Montezuma el tesoro de su padre Axayaca, sospechóse que estaria en aquella sala, que estaba de pocos dias cerrada y encalada; y el Yañez le dijo á Juan Velazquez de Leon y Francisco de Lugo, que eran capitanes, y aun deudos mios; el Alonso Yañez se allegaba á su compañía, como criado de aquellos capitanes, y se lo dijeron á Cortés, y secretamente se abrió la puerta, y cuando fué abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron tanto número de joyas de oro é planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuis y otras muy grandes riquezas; quedaron elevados, y no supieron qué decir de tantas riquezas; y luego lo supimos entre todos los demás capitanes y soldados, y lo entramos á ver muy secretamente; y como yo lo vi, digo que me admiré, é como en aquel tiempo era mancebo y no habia visto en mi vida riquezas como aquellas, tuve por cierto que en el mundo no debiera haber otras tantas; é acordóse por todos nuestros capitanes é soldados que ni por pensamiento se tocase en cosa ninguna dellas, sino que la misma puerta se tornase luego á poner sus piedras y cerrase y encalase de la manera que la hallamos, y que no se hablase en ello, porque no lo alcanzase á saber Montezuma, hasta ver otro tiempo. Dejemos esto desta riqueza, y digamos que, como teniamos tan esforzados capitanes y soldados, y de muchos buenos consejos y pareceres, y primeramente nuestro Señor Jesucristo ponia su divina mano en todas nuestras cosas, y así lo teniamos por cierto, apartaron á Cortés cuatro de nuestros capitanes, y juntamente doce soldados de quien él se fiaba é comunicaba, é yo era uno dellos, y le dijimos que mirase la red y garlito donde estábamos, y la fortaleza de aquella ciudad, y mirase las puentes y calzadas, y las palabras y avisos que en todos los pueblos por donde hemos venido nos han dado, que habia aconsejado el Huichilóbos á Montezuma que nos dejase entrar en su ciudad, é que allí nos matarian, y que mirase que los corazones de los hombres son muy mudables, en especial en los indios, y que no tuviese confianza de la buena voluntad y amor que Montezuma nos muestra, porque de una hora á otra la mudaria, y cuando se le antojase darnos guerra, que con quitarnos la comida ó el agua, ó alzar cualquiera puente, que no nos podriamos valer; é que mire la gran multitud de indios que tiene de guerra en su guarda, é ¿qué podriamos nosotros hacer para ofendellos ó para defendernos? Porque todas las casas tienen en el agua; pues socorro de nuestros amigos los de Tlascala ¿por dónde han de entrar? Y pues es cosa de ponderar todo esto que le deciamos, que luego sin más dilacion prendiésemos al Montezuma si queriamos asegurar nuestras vidas, y que no se aguardase para otro dia, y que mirase que con todo el oro que nos daba Montezuma, ni el que habiamos visto en el tesoro de su padre Axayaca, ni con cuanta comida comiamos, que todo se nos hacia rejalgar en el cuerpo, é que ni de noche ni de dia no dormiamos ni reposábamos, con aqueste pensamiento; é que si otra cosa algunos de nuestros soldados ménos que esto que le deciamos sintiesen, que serian como bestias, que no tenian sentido, que se estaban al dulzor del oro, no viendo la muerte al ojo. Y como esto oyó Cortés, dijo: —«No creais, caballeros, que duermo ni estoy sin el mismo cuidado; que bien me lo habreis sentido; mas ¿qué poder tenemos nosotros para hacer tan grande atrevimiento como prender á tan gran señor en sus mismos palacios, teniendo sus gentes de guarda y de guerra? ¿Qué manera ó arte se puede tener en querello poner por efeto, que no apellide sus guerreros y luego nos acometan?» Y replicaron nuestros capitanes, que fué Juan Velazquez de Leon y Diego de Ordás é Gonzalo de Sandoval y Pedro de Albarado, que con buenas palabras sacalle de su sala y traello á nuestros aposentos y decille que ha de estar preso; que si se alterare ó diere voces, que lo pagará su persona; y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que les dé licencia, que ellos lo prenderán y lo pondrán por la obra; y que de dos grandes peligros en que estamos, que el mejor y el más á propósito es prendelle, que no aguardar que nos diesen guerra; y que si la comenzaba, ¿qué remedio podriamos tener? Tambien le dijeron ciertos soldados que nos parecia que los mayordomos de Montezuma que servian en darnos bastimentos se desvergonzaban y no lo traian cumplidamente, como los primeros dias; y tambien dos indios tlascaltecas, nuestros amigos, dijeron secretamente á Jerónimo de Aguilar, nuestra lengua, que no les parecia bien la voluntad de los mejicanos de dos dias atrás. Por manera que estuvimos platicando en este acuerdo bien una hora, si le prendiéramos ó no, y qué manera terniamos; y á nuestro capitan bien se le encajó este postrer consejo, y dejábamoslo para otro dia, que en todo caso lo habiamos prender, y aun toda la noche estuvimos con el padre de la Merced rogando á Dios que lo encaminase para su santo servicio. Despues destas pláticas, otro dia por la mañana vinieron dos indios de Tlascala muy secretamente con unas cartas de la Villa-Rica, y lo que se contenia en ello decia que Juan de Escalante, que quedó por alguacil mayor, era muerto, y seis soldados juntamente con él, en una batalla que le dieron los mejicanos; y tambien le mataron el caballo y á nuestros indios totonaques, que llevó en su compañía, y que todos los pueblos de la sierra y Cempoal y su sujeto están alterados y no les quieren dar comida ni servir en la fortaleza, y que no saben qué se hacer; y que como de ántes los tenian por teules, que ahora, que han visto aquel desbarate, les hacen fieros, así los totonaques como los mejicanos, y que no les tienen en nada, ni saben qué remedio tomar. Y cuando oimos aquellas nuevas, sabe Dios cuánto pesar tuvimos todos. Aqueste fué el primer desbarate que tuvimos en la Nueva-España; miren los curiosos letores la adversa fortuna cómo vuelve rodando; ¡quién nos vió entrar en aquella ciudad con tan solemne recibimiento y triunfantes, y nos teniamos en posesion de ricos con lo que Montezuma nos daba cada dia, así al capitan como á nosotros; y haber visto la casa por mí nombrada llena de oro, y nos tenian por teules, que son ídolos, ú que todas las batallas venciamos; é ahora habernos venido tan grande desman, que no nos tuviesen en aquella reputacion que de ántes, sino por hombres que podiamos ser vencidos, y haber sentido cómo se desvergonzaban contra nosotros! En fin de más razones, fué acordado que aquel mismo dia de una manera ó de otra se prendiese á Montezuma ó morir todos sobre ello. Y porque para que vean los letores de la manera que fué esta batalla de Juan de Escalante, y cómo le mataron á él y á seis soldados, y el caballo y los amigos totonaques que llevaba consigo, lo quiero aquí declarar ántes de la prision de Montezuma, por no dejallo atrás, porque es menester dallo bien á entender. CAPÍTULO XCIV. CÓMO FUÉ LA BATALLA QUE DIERON LOS CAPITANES MEJICANOS Á JUAN DE ESCALANTE, Y CÓMO LE MATARON Á ÉL Y EL CABALLO Y Á OTROS SEIS SOLDADOS, Y MUCHOS AMIGOS INDIOS TOTONAQUES QUE TAMBIEN ALLÍ MURIERON. Y es desta manera: que ya me habrán oido decir en el capítulo que dello habla, que cuando estábamos en un pueblo que se dice Quiahuistlan, que se juntaron muchos pueblos sus confederados, que eran amigos de los de Cempoal, y por consejo y convocacion de nuestro capitan, que los atrajo á ello, quitó que no diesen tributo á Montezuma, y se le rebelaron y fueron más de treinta pueblos; y esto fué cuando le prendimos sus recaudadores, segun otras veces dicho tengo en el capítulo que dello habla; y cuando partimos de Cempoal para venir á Méjico quedó en la Villa-Rica por capitan y alguacil mayor de la Nueva-España un Juan de Escalante, que era persona de mucho ser y amigo de Cortés, y le mandó que en todo lo que aquellos pueblos nuestros amigos hubiesen menester les favoreciese; y parece ser que, como el gran Montezuma tenia muchas guarniciones y capitanes de gente de guerra en todas las provincias, que siempre estaban junto á la raya dellos; porque una tenia en lo de Soconusco por guarda de Guatimala y Chiapa, y otra tenia en lo de Guazacualco, y otra capitanía en lo de Mechoacan, y otra á la raya de Pánuco, entre Tuzapan y un pueblo que le pusimos por nombre Almería, que es en la costa del Norte; y como aquella guarnicion que tenia cerca de Tuzapan pareció ser demandaron tributo de indios é indias y bastimentos para sus gentes á ciertos pueblos que estaban allí cerca y confinaban con ellos, que eran amigos de Cempoal y servian á Juan Escalante y á los vecinos que quedaron en la Villa-Rica y entendian en hacer la fortaleza; y como les demandaban los mejicanos el tributo y servicio, dijeron que no se le querian dar, porque Malinche les mandó que no lo diesen, y que el gran Montezuma lo ha tenido por bien; y los capitanes mejicanos respondieron que si no lo daban, que los vendrian á destruir sus pueblos y llevallos cautivos, y que su señor Montezuma se lo habia mandado de poco tiempo acá. Y como aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques, vinieron al capitan Juan de Escalante, é quejáronse reciamente que los mejicanos les venian á robar y destruir sus tierras; y como el Escalante lo entendió, envió mensajeros á los mismos mejicanos para que no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma lo habia á bien, que somos todos grandes amigos; si no, que irá contra ellos y les dará guerra. Á los mejicanos no se les dió nada por aquella respuesta ni fieros, y respondieron que el campo los hallaria; y el Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y asimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenia; porque ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la Villa-Rica estaban dolientes y eran hombres de la mar, y con dos tiros y un poco de pólvora, y tres ballestas y dos escopetas, y cuarenta soldados y sobre dos mil indios totonaques, fué adonde estaban las guarniciones de los mejicanos, que andaban ya robando un pueblo de nuestros amigos los totonaques, y en el campo se encontraron al cuarto del alba; y como los mejicanos eran más doblados que nuestros amigos los totonaques, é como siempre estaban atemorizados dellos de las guerras pasadas, á la primera refriega de flechas y varas y piedras y gritas huyeron, y dejaron al Juan de Escalante peleando con los mejicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas. Allí reposó un poco, porque estaba mal herido, y en aquellas refriegas y guerra le llevaron un soldado vivo que se decia Arguello, que era natural de Leon y tenia la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, era muy robusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le hirieron muy malamente al Escalante y otros seis soldados, y mataron el caballo, y se volvió á la Villa-Rica, y dende á tres dias murió él y los soldados; y desta manera pasó lo que decimos de la Almería, y no como lo cuenta el coronista Gómora, que dice en su Historia que iba Pedro de Ircio á poblar á Pánuco con ciertos soldados; y para bien velar no teniamos recaudo, cuanto más enviar á poblar á Pánuco; y dice que iba por capitan el Pedro de Ircio, que ni aun en aquel tiempo no era capitan ni aun cuadrillero, ni se le daba cargo, y se quedó con nosotros en Méjico. Tambien dice el mismo coronista otras muchas cosas sobre la prision del Montezuma: habia de mirar que cuando lo escribia en su Historia que habia de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo, que le dirian cuando lo leyesen: «Esto pasa desta suerte.» Y dejallo he aquí, y volvamos á nuestra materia, y diré cómo los capitanes mejicanos, despues de dalle la batalla que dicho tengo al Juan de Escalante, se lo hicieron saber al Montezuma, y aun le llevaron presentada la cabeza del Arguello, que parece se murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban; y supimos que el Montezuma cuando se lo mostraron, como era robusto y grande, y tenia grandes barbas y crespas, hubo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen á ningun cu de Méjico, sino en otros ídolos de otros pueblos; y preguntó al Montezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron á tan pocos teules. Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen pelear; que no les pudieron hacer retraer, porque una gran tequeciguata de Castilla venia delante dellos, y que aquella señora ponia á los mejicanos temor, y decia palabras á sus teules que los esforzaba; y el Montezuma entónces creyó que aquella gran señora que era Santa María y la que le habiamos dicho que era nuestra abogada, que de ántes dimos al gran Montezuma con su precioso Hijo en los brazos. Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en Méjico, sino lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello; y pluguiese á Dios que así fuese. Y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creido, é así es verdad, que la misericordia divina y Nuestra Señora la Vírgen María siempre era con nosotros; por lo cual le doy muchas gracias. Y dejallo he aquí, y diré lo que pasó en la prision del gran Montezuma. CAPÍTULO XCV. DE LA PRISION DE MONTEZUMA, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. É como teniamos acordado el dia ántes de prender al Montezuma, toda la noche estuvimos en oracion con el Padre de la Merced rogando á Dios que fuese de tal modo que redundase para su santo servicio, y otro dia de mañana fué acordado de la manera que habia de ser. Llevó consigo Cortés cinco capitanes, que fueron Pedro de Albarado y Gonzalo de Sandoval y Juan Velazquez de Leon y Francisco de Lugo y Alonso de Ávila y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar; y todos nosotros mandó que estuviésemos muy á punto y los caballos ensillados y enfrenados; y en lo de las armas no habia necesidad de ponello yo aquí por memoria, porque siempre de dia y de noche estábamos armados y calzados nuestros alpargates, que en aquella sazon era nuestro calzado; y cuando soliamos ir á hablar al Montezuma siempre nos veia armados de aquella manera; y esto digo porque, puesto que Cortés con los cinco capitanes iban con todas sus armas para le prender, el Montezuma no lo tendria por cosa nueva ni se alteraria dello. Ya puestos á punto todos, envióle nuestro capitan á hacelle saber cómo iba á su palacio, porque así lo tenia por costumbre, y no se alterase viéndole ir de sobresalto; y el Montezuma bien entendió poco más ó ménos que iba enojado por lo de Almería, y no lo tenia en una castaña y mandó que fuese mucho en buen hora; y como entró Cortés, despues de haber hecho sus acatos acostumbrados, le dijo con nuestras lenguas: —«Señor Montezuma, muy maravillado estoy de vos, siendo tan valeroso Príncipe y haberos dado por nuestro amigo, mandar á vuestros capitanes que teniades en la costa cerca de Tuzapan que tomasen armas contra mis españoles, y tener atrevimiento de robar los pueblos que están en guardia y mamparo de nuestro Rey y señor, y de mandalles indios é indias para sacrificar y matar un español hermano mio y un caballo.» No le quiso decir del capitan ni de los seis soldados que murieron luego que llegaron á la Villa-Rica, porque el Montezuma no lo alcanzó á saber, ni tampoco lo supieron los indios capitanes que les dieron la guerra; y más le dijo Cortés, que teniéndole por tan su amigo, mandé á mis capitanes que en todo lo posible fuese os sirviesen y favoreciesen, y vuestra majestad, por el contrario, no lo ha hecho. Y asimismo en lo de Cholula tuvieron vuestros capitanes gran copia de guerreros, ordenado por vuestro mandado, que nos matasen; helo disimulado lo de entónces por lo mucho que os quiero; y asimismo ahora vuestros vasallos y capitanes se han desvergonzado, tienen pláticas secretas que nos quereis mandar matar; por estas causas no querria comenzar guerra ni destruir aquesta ciudad; conviene que para excusarlo todo, que luego callando y sin hacer ningun alboroto os vais con nosotros á nuestro aposento, que allí sereis servido y mirado muy bien como en vuestra propia casa; y que si alboroto ó voces daba, que luego sereis muerto de aquestos mis capitanes, que no los traigo para otro efeto. Y cuando esto oyó el Montezuma, estuvo muy espantado y sin sentido, y respondió que nunca tal mandó, que tomasen armas contra nosotros, y que enviaria luego á llamar sus capitanes, y sabria la verdad, y los castigaria; y luego en aquel instante quitó de su brazo y muñeca el sello y señal de Huichilóbos, que aquello era cuando mandaba alguna cosa grave é de peso para que se cumpliese, é luego se cumplia; y en lo de ir preso y salir de sus palacios contra su voluntad, que no era persona la suya para que tal le mandasen, é que no era su voluntad salir; y Cortés le replicó muy buenas razones, y el Montezuma le respondia muy mejores y que no habia de salir de sus casas, por manera que estuvieron más de media hora en estas pláticas; y como Juan Velazquez de Leon y los demás capitanes vieron que se detenia con él, y no veian la hora de habello sacado de sus casas y tenelle preso, hablaron á Cortés algo alterados, y dijeron: —«¿Qué hace vuestra merced ya con tantas palabras? Ó le llevemos preso ó le daremos de estocadas; por eso tornadle á decir que si da voces ó hace alboroto, que le matareis; porque más vale que desta vez aseguremos nuestras vidas ó las perdamos.» Y como el Juan Velazquez lo decia con voz algo alta y espantosa, porque así era su hablar, y el Montezuma vió á nuestros capitanes como enojados, preguntó á doña Marina que qué decian con aquellas palabras altas; y como la doña Marina era muy entendida, le dijo: —«Señor Montezuma, lo que yo os aconsejo es que vais luego con ellos á su aposento sin ruido ninguno; que yo sé que os harán mucha honra como gran señor que sois; y de otra manera, aquí quedareis muerto; y en su aposento se sabrá la verdad.» Y entónces el Montezuma dijo á Cortés: —«Señor Malinche, ya que eso quereis que sea, yo tengo un hijo y dos hijas legítimas, tomadlas en rehenes, y á mí no me hagais esta afrenta; ¿qué dirán mis principales si me viesen llevar preso?» Tornó á decir Cortés que su persona habia de ir con ellos, y no habia ser otra cosa. Y en fin de muchas más razones que pasaron, dijo que él iria de buena voluntad; y entónces nuestros capitanes le hicieron muchas caricias, y le dijeron que le pedian por merced que no hubiese enojo, y que dijese á sus capitanes y á los de su guarda que iba de su voluntad, porque habia tenido plática de su ídolo Huichilóbos y de los papas que le servian que convenia para su salud y guardar su vida estar con nosotros; y luego le trujeron sus ricas andas en que solia salir, con todos sus capitanes que le acompañaron, y fué á nuestro aposento, donde le pusimos guardas y velas y todos cuantos servicios y placeres le podiamos hacer, así Cortés como todos nosotros; tantos le haciamos, y no se le echó prisiones ningunas; y luego le vinieron á ver todos los mayores principales mejicanos y sus sobrinos, é hablar con él y á saber la causa de su prision y si mandaba que nos diesen guerra; y el Montezuma les respondia que él holgaba de estar algunos dias allí con nosotros de buena voluntad, y no por fuerza; y cuando él algo quisiese, que se lo diria, y que no se alborotasen ellos ni la ciudad ni tomasen pesar dello, porque aquesto que ha pasado de estar allí, que su Huichilóbos lo tiene por bien, y se lo han dicho ciertos papas que lo saben, que hablaron con su ídolo sobre ello; y desta manera que he dicho fué la prision del gran Montezuma; y allí donde estaba tenia su servicio y mujeres y baños en que se bañaba, y siempre á la contina estaban en su compañía veinte grandes señores y consejeros y capitanes, y se hizo á estar preso sin mostrar pasion en ello; y allí venian con pleitos embajadores de léjas tierras y le traian sus tributos, y despachaba negocios de importancia. Acuérdome que cuando venian ante él grandes caciques de otras tierras sobre términos y pueblos é otras cosas de aquel arte, que por muy gran señor que fuese se quitaba las mantas ricas, y se ponia otras de nequen y de poca valía, y descalzo habia de venir; y cuando llegaba á los aposentos no entraba derecho, sino por un lado dellos, y cuando parecian delante del gran Montezuma, los ojos bajos en la tierra; y ántes que á él llegasen le hacian tres reverencias y le decian: «Señor, mi señor, gran señor;» y entónces le traian pintado é dibujado el pleito ó negocio sobre que venian, en unos paños ó mantas de nequen, y con unas varitas muy delgadas y pulidas le señalaban la causa del pleito; y estaban allí junto al Montezuma dos hombres viejos, grandes caciques, y cuando bien habian entendido el pleito aquellos jueces, le decian al Montezuma la justicia que tenian, y con pocas palabras los despachaba y mandaba quién habia de llevar las tierras ó pueblos; y sin más replicar en ello, se salian los pleiteantes sin volver las espaldas, y con las tres reverencias se salian hasta la sala, y cuando se veian fuera de su presencia del Montezuma se ponian otras mantas ricas y se paseaban por Méjico. Y dejaré de decir al presente desta prision, y digamos cómo los mensajeros que envió el Montezuma con su señal y sello á llamar sus capitanes que mataron nuestros soldados, los trujeron ante él presos, y lo que con ellos habló yo no lo sé; mas que se los envió á Cortés para que hiciese justicia dellos; y tomada su confesion sin estar el Montezuma delante, confesaron ser verdad lo atrás ya por mí dicho, é que su señor se lo habia mandado que diesen guerra y cobrasen los tributos, y si algunos teules fuesen en su defensa, que tambien les diesen guerra ó matasen. É vista esta confesion por Cortés, envióselo á decir al Montezuma cómo le condenaban en aquella cosa, y él se disculpó cuanto pudo, y nuestro capitan lo envió á decir que él así lo creia; que puesto que merecia castigo, conforme á lo que nuestro Rey manda, que la persona que manda matar á otros sin culpa ó con culpa que muera por ello; mas que le quiere tanto y le desea todo bien, que ya que aquella culpa tuviese, que ántes la pagaria el Cortés por su persona que vérsela pasar al Montezuma; y con todo esto que le envió á decir estaba temeroso: y sin más gastar razones, Cortés sentenció á aquellos capitanes á muerte é que fuesen quemados delante de los palacios del Montezuma, é así se ejecutó luego la sentencia; y porque no hubiese algun impedimento, entre tanto que se quemaban mandó echar unos grillos al mismo Montezuma; y cuando se los echaron él hacia bramuras, y si de ántes estaba temeroso, entónces estuvo mucho más; y despues de quemados, fué nuestro Cortés con cinco de nuestros capitanes á su aposento, y él mismo le quitó los grillos, y tales palabras le dijo, que no solamente lo tenia por hermano, sino en mucho más, é que como es señor y Rey de tantos pueblos y provincias, que si él podia, el tiempo andando le haria que fuese señor de más tierra de las que no habia podido conquistar ni le obedecian; y que si quiere ir á sus palacios, que le da licencia para ello; y decíaselo Cortés con nuestras lenguas, y cuando se lo estaba diciendo Cortés, parecia se le saltaban las lágrimas de los ojos al Montezuma; y respondió con gran cortesía que se lo tenia en merced, porque bien entendió Montezuma que todo era palabras las de Cortés; é que ahora al presente que convenia estar allí preso, porque por ventura, como sus principales son muchos, y sus sobrinos é parientes le vienen cada dia á decir que será bien darnos guerra y sacallo de prision, que cuando lo vean fuera que le atraerán á ello, é que no queria ver en su ciudad revueltas, é que si no hace su voluntad, por ventura querrán alzar á otro señor; y que él les quitaba de aquellos pensamientos con decilles que su dios Huichilóbos se lo ha enviado á decir que esté preso. É á lo que entendimos é lo más cierto, Cortés habia dicho á Aguilar, la lengua, que le dijese de secreto que aunque Malinche le manda salir de la prision, que los capitanes nuestros é soldados no querriamos. Y como aquello le oyó, el Cortés le echó los brazos encima, y le abrazó y dijo: —«No en balde, señor Montezuma, os quiero tanto como á mí mismo.» Y luego el Montezuma demandó á Cortés un paje español que le servia, que sabia ya la lengua, que se decia Orteguilla, y fué harto sospechoso así para el Montezuma como para nosotros, porque de aquel paje inquiria y sabia muchas cosas de las de Castilla el Montezuma, y nosotros de lo que decian sus capitanes; y verdaderamente le era tan buen servicial, que lo queria mucho el Montezuma. Dejemos de hablar cómo ya estaba el Montezuma contento con los grandes halagos y servicios y conversaciones que con todos nosotros tenia, porque siempre que ante él pasábamos, y aunque fuese Cortés, le quitábamos los bonetes de armas ó cascos, que siempre estábamos armados, y él nos hacia gran mesura y honra á todos: y digamos los nombres de aquellos capitanes de Montezuma que se quemaron por justicia, que se decia el principal Quetzalpopoca y los otros se decian el uno Coatl y el otro Quiabuitle y el otro no me acuerdo el nombre, que poco va en saber sus nombres. Y digamos que como este castigo se supo en todas las provincias de la Nueva-España, temieron, y los pueblos de la costa adonde mataron nuestros soldados volvieron á servir muy bien á los vecinos que quedaban en la Villa-Rica. É han de considerar los curiosos que esto leyeren tan grandes hechos: que entónces hicimos dar con los navíos al través; lo otro osar entrar en tan fuerte ciudad, teniendo tantos avisos que allí nos habian de matar cuando dentro nos tuviesen; lo otro tener tanta osadía de osar prender al gran Montezuma, que era Rey de aquella tierra, dentro en su gran ciudad y en sus mismos palacios, teniendo tan gran número de guerreros de su guarda; y lo otro osar quemar sus capitanes delante de sus palacios y echalle grillos entretanto que se hacia la justicia, que muchas veces ahora que soy viejo, me paro á considerar las cosas heróicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes. Y digo que nuestros hechos que no los haciamos nosotros, sino que venian todos encaminados por Dios; porque, ¿qué hombres ha habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos y cincuenta soldados, y aun no llegábamos á ellos, en una fuerte ciudad como Méjico, que es mayor que Venecia, estando tan apartados de nuestra Castilla sobre más de mil y quinientas leguas y prender á un tan gran señor y hacer justicia de sus capitanes delante dél? Porque hay mucho que ponderar en ello, y no así secamente como yo lo digo. Pasaré adelante, y diré cómo Cortés despachó luego otro capitan que estuviese en la Villa-Rica como estaba el Juan Escalante que mataron. CAPÍTULO XCVI. CÓMO NUESTRO CORTÉS ENVIÓ Á LA VILLA-RICA POR TENIENTE Y CAPITAN Á UN HIDALGO QUE SE DECIA ALONSO DE GRADO, EN LUGAR DEL ALGUACIL MAYOR JUAN DE ESCALANTE, Y EL ALGUACILAZGO MAYOR SE LE DIÓ Á GONZALO DE SANDOVAL, Y DESDE ENTÓNCES FUÉ ALGUACIL MAYOR; Y LO QUE DESPUES PASÓ DIRÉ ADELANTE. Despues de hecha justicia de Quetzalpopoca y sus capitanes, é sosegado el gran Montezuma, acordó de enviar nuestro capitan á la Villa-Rica por teniente della á un soldado que se decia Alonso de Grado, porque era hombre muy entendido y de buena plática y presencia, y músico é gran escribano. Este Alonso de Grado era uno de los que siempre fué contrario de nuestro capitan Cortés porque no fuésemos á Méjico y nos volviésemos á la Villa-Rica, cuando hubo en lo de Tlascala ciertos corrillos, ya por mí dichos en el capítulo que dello habla; y el Alonso de Grado era el que lo mullia y hablaba; y si como era hombre de buenas gracias fuera hombre de guerra, bien le ayudara todo junto; esto digo porque cuando nuestro Cortés le dió el cargo, como conocia su condicion, que no era hombre de afrenta, y Cortés era gracioso en lo que decia, le dijo: «He aquí, señor Alonso de Grado, vuestros deseos cumplidos, que ireis ahora á la Villa-Rica, como lo deseábades, y entendereis en la fortaleza; y mirad no vais á ninguna entrada, como hizo Juan de Escalante, y os maten;» y cuando se lo estaba diciendo guiñaba el ojo porque lo viésemos los soldados que allí nos hallábamos y sintiésemos á qué fin lo decia; porque sabia dél que aunque se lo mandara con pena no fuera. Pues dadas las provisiones é instrucciones de lo que habia de hacer, el Alonso de Grado le suplicó á Cortés que le hiciese merced de la vara de alguacil mayor, como la tenia el Juan de Escalante que mataron los indios, y le dijo que ya la habia dado á Gonzalo de Sandoval, y que para él, no le faltaria, el tiempo andando, otro oficio muy honroso, y que se fuese con Dios: y le encargó que mirase por los vecinos é los honrase, y á los indios amigos no se les hiciese ningun agravio ni se les tomase cosa por fuerza, y que dos herreros que en aquella villa quedaban, y les habia enviado á decir y mandar que luego hiciesen dos cadenas gruesas del hierro y anclas que sacaron de los navíos que dimos al través, que con brevedad las enviase, y que diese priesa á la fortaleza que se acabase de enmaderar y cubrir de teja. Y como el Alonso de Grado llegó á la villa, mostró mucha gravedad con los vecinos, y queríase hacer servir dellos como gran señor, é á los pueblos que estaban de paz, que fueron más de treinta, los enviaba á demandar joyas de oro é indias hermosas: y en la fortaleza no se le daba nada de entender en ella, y en lo que gastaba el tiempo era en bien comer y en jugar; y sobre todo esto, que fué peor que lo pasado, secretamente convocaba á sus amigos é á los que no lo eran para que si viniese á aquella tierra Diego Velazquez de Cuba ó cualquier su capitan, de dalle la tierra é hacerse con él; todo lo cual muy en posta se lo hicieron saber por cartas á Cortés á Méjico; y como lo supo, hubo enojo consigo mismo por haber enviado á Alonso de Grado conociéndole sus malas entrañas é condicion dañada; y como Cortés tenia siempre en el pensamiento que Diego Velazquez, gobernador de Cuba, por una parte ó por otra habia de alcanzar á saber cómo habiamos enviado á nuestros procuradores á su majestad, é que no le acudiriamos á cosa ninguna, é que por ventura enviaria armada y capitanes contra nosotros, parecióle que seria bien poner hombre de quien fiar el puerto é la villa, y envió á Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor por muerte de Juan de Escalante, y llevó en su compañía á Pedro de Ircio, aquel de quien cuenta el coronista Gómora que iba á poblar á Pánuco: y entónces el Pedro de Ircio fué á la villa, y tomó tanta amistad Gonzalo de Sandoval con él, porque el Pedro de Ircio, como habia sido mozo de espuelas en la casa del conde de Ureña y de don Pedro Giron, siempre contaba lo que les habia acontecido; y como el Gonzalo de Sandoval era de buena voluntad y no nada malicioso, y le contaba aquellos cuentos, tomó amistad con él, como dicho tengo, y siempre le hizo subir hasta ser capitan; y si en este tiempo de ahora fuera, algunas palabras mal dichas que no eran de decir decia el Pedro de Ircio en lugar de gracias, que se las reprendia harto Gonzalo de Sandoval, que le castigaran por ellas en muchos tribunales. Dejemos de contar vidas agenas, y volvamos á Gonzalo de Sandoval, que llegó á la Villa-Rica, y luego envió preso á Méjico con indios que lo guardasen á Alonso de Grado, porque así se lo mandó Cortés; y todos los vecinos querian mucho á Gonzalo de Sandoval, porque á los que halló que estaban enfermos los proveyó de comida lo mejor que podia y les mostró mucho amor, y á los pueblos de paz tenia en mucha justicia y los favorecia en todo lo que se les ofrecia, y en la fortaleza comenzó á enmaderar y tejar, y hacia todas las cosas como conviene hacer todo lo que los buenos capitanes son obligados; y fué harto provechoso á Cortés y á todos nosotros, como adelante verán en su tiempo é sazon. Dejemos á Sandoval en la Villa-Rica, y volvamos á Alonso de Grado, que llegó preso á Méjico, y queria ir á hablar á Cortés, y no le consintió que pareciese delante dél, ántes le mandó echar preso en un cepo de madera que entónces hicieron nuevamente. Acuérdome que olia la madera de aquel cepo como á sabor de ajos y cebollas, y estuvo preso dos dias. Y como el Alonso de Grado era muy plático y hombre de muchos medios, hizo grandes ofrecimientos á Cortés que le seria muy servidor, y luego le soltó; y aun desde allí adelante vi que siempre privaba con Cortés, mas no para que le diese cargos de cosas de guerra, sino conforme á su condicion; y aun el tiempo andando le dió la contaduría que solia tener Alonso de Ávila, porque en aquel tiempo envió al mismo Alonso de Ávila á la isla de Santo Domingo por procurador, segun adelante diré en su coyuntura. No quiero dejar de traer aquí á la memoria cómo cuando Cortés envió á Gonzalo de Sandoval á la Villa-Rica por teniente y capitan y alguacil mayor, le mandó que así como llegase le enviase dos herreros con todos sus aderezos de fuelles y herramientas, y mucho hierro de lo de los navíos que dimos al través, y las dos cadenas grandes de hierro, que estaban ya hechas, y que enviase velas y jarcias y pez y estopa y una aguja de marear, y todo otro cualquier aparejo para hacer dos bergantines para andar en la laguna de Méjico; lo cual luego se lo envió el Sandoval muy cumplidamente, segun y de la manera que lo mandó. CAPÍTULO XCVII. CÓMO ESTANDO EL GRAN MONTEZUMA PRESO, SIEMPRE CORTÉS Y TODOS NUESTROS SOLDADOS LE FESTEJÁBAMOS Y REGOCIJÁBAMOS, Y AUN SE LE DIÓ LICENCIA PARA IR Á SUS CUES. Como nuestro capitan en todo era muy diligente, y vió que el Montezuma estaba preso, y por temor no se congojase con estar encerrado y detenido, procuraba cada dia, despues de haber rezado, que entónces no teniamos vino para decir Misa, de irle á tener á palacio, é iban con él cuatro capitanes, especialmente Pedro de Albarado y Juan Velazquez de Leon y Diego de Ordás, y preguntaban al Montezuma con mucha cortesía, y que mirase lo que mandaba, que todo se haria, y que no tuviese congoja de su prision; y le respondia que ántes se holgaba de estar preso, y esto que nuestros dioses nos daban poder para ello, ó su Huichilóbos lo permitia; y de plática en plática le dieron á entender por medio del fraile más por extenso las cosas de nuestra santa fe y el gran poder del Emperador nuestro señor; y aun algunas veces jugaba el Montezuma con Cortés al totoloque, que es un juego que ellos así le llaman, con unos bodoquillos chicos muy lisos que tenian hechos de oro para aquel juego, y tiraban con aquellos bodoquillos algo léjos á unos tejuelos que tambien eran de oro, é á cinco Reyes ganaban ó perdian ciertas piezas é joyas ricas que ponian. Acuérdome que tanteaba á Cortés Pedro de Albarado, é al gran Montezuma un sobrino suyo, gran señor; y el Pedro de Albarado siempre tanteaba una raya de más de las que habia Cortés, y el Montezuma, como lo vió, decia con gracia y risa que no queria que le tantease á Cortés el Tonatio, que así llamaban al Pedro de Albarado; porque hacia mucho ixoxol en lo que tanteaba, que quiere decir en su lengua que mentia, que echaba siempre una raya de más; y Cortés y todos nosotros los soldados que aquella sazon haciamos guarda no podiamos estar de risa por lo que dijo el gran Montezuma. Dirán agora que por qué nos reimos de aquella palabra. É porque el Pedro de Albarado, puesto que era de gentil cuerpo y buena manera, era vicioso en el hablar demasiado, y como le conocimos su condicion, por esto nos reimos tanto. É volvamos al juego: y si ganaba Cortés, daba las joyas á aquellos sus sobrinos y privados del Montezuma que le servian; y si ganaba Montezuma, nos lo repartia á los soldados que le haciamos guarda; y aun no contento por lo que nos daba del juego, no dejaba cada dia de darnos presentes de oro y ropa, así á nosotros como al capitan de la guarda, que entónces era Juan Velazquez de Leon, y en todo se mostraba Juan Velazquez, grande amigo é servidor de Montezuma. Tambien me acuerdo que era de la vela un soldado muy alto de cuerpo y bien dispuesto y de muy grandes fuerzas, que se decia Fulano de Trujillo, y era hombre de la mar, y cuando le cabia el cuarto de la noche de la vela, era tan mal mirado, que hablando aquí con acato de los señores leyentes, hacia cosas deshonestas, que lo oyó el Montezuma; é como era un Rey destas tierras y tan valeroso, túvolo á mala crianza y desacato, que en parte que él oyese se hiciese tal cosa, sin tener respeto á su persona; y preguntó á su paje Orteguilla que quién era aquel mal criado é sucio, é dijo que era hombre que solia andar en la mar é que no sabe de policía é buena crianza, y tambien le dió á entender de la calidad de cada uno de los soldados que allí estábamos, cuál era caballero y cuál no, y le decia á la contina muchas cosas que el Montezuma deseaba saber. Y volvamos á nuestro soldado Trujillo, que desque fué de dia Montezuma lo mandó llamar, y le dijo que por qué era de aquella condicion, que sin tener miramiento á su persona, no tenia aquel acato debido; que le rogaba que otra vez no lo hiciese y mandóle dar una joya de oro que pesaba cinco pesos: y al Trujillo no se le dió nada por lo que dijo, y otra noche adrede tiró otro traque, creyendo que le daria otra cosa; y el Montezuma lo hizo saber á Juan Velazquez, capitan de la guarda, y mandó luego el capitan quitar á Trujillo que no velase más, y con palabras ásperas le respondieron. Tambien acaeció que otro soldado que se decia Pedro Lopez, gran ballestero, y era hombre que no se le entendia mucho, y era bien dispuesto y velaba al Montezuma, y sobre si era hora de tomar el cuarto uno tuvo palabras con un cuadrillero, y dijo: —«Oh pesia tal con este perro, que por velalle á la continua estoy muy malo del estómago, para me morir;» Y el Montezuma oyó aquella palabra y pesóle en el alma, y cuando vino Cortés á tenelle palacio lo alcanzó á saber, y tomó tanto enojo de ello, que al Pedro Lopez, con ser muy buen soldado, le mandó azotar dentro en nuestros aposentos; y desde allí adelante todos los soldados á quien cabia la vela, con mucho silencio y crianza estaban velando, puesto que no habia menester mandarlo á mí ni á otros soldados de nosotros que le velábamos, sobre este buen comedimiento que con aqueste gran cacique habiamos de tener; y él bien conocia á todos, y sabia nuestros nombres y aun calidades; y era tan bueno, que á todos nos daba joyas, á otros mantas é indias hermosas. Y como en aquel tiempo era yo mancebo, y siempre que estaba en su guarda ó pasaba delante dél con muy grande acato le quitaba mi bonete de armas, y aun le habia dicho el paje Orteguilla que vine dos veces á descubrir esta Nueva-España primero que Cortés, é yo le habia hablado al Orteguilla que le queria demandar á Montezuma que me hiciese merced de una india hermosa; y como lo supo el Montezuma, me mandó llamar y me dijo: —«Bernal Diez del Castillo, hánme dicho que teneis motolínea de oro y ropa; yo os mandaré dar hoy una buena moza; tratadla muy bien, que es hija de hombre principal; y tambien os darán oro y mantas.» Yo le respondí con mucho acato que le besaba las manos por tan gran merced y que Dios nuestro Señor le prosperase; y parece ser preguntó al paje que qué habia respondido, y le declaró la respuesta; y díjole el Montezuma: —«De noble condicion me parece Bernal Diez;» porque á todos nos sabia los nombres, como tengo dicho; é me mandó dar tres tejuelos de oro é dos cargas de mantas. Dejemos de hablar de esto, y digamos cómo por la mañana, cuando hacia sus oraciones y sacrificios á los ídolos, almorzaba poca cosa, é no era carne, sino ají, y estaba ocupado una hora en oir pleitos de muchas partes, de caciques que á él venian de léjas tierras. Ya he dicho otra vez en el capítulo que de ello habla, de la manera que entraban á negociar y el acato que le tenian, y cómo siempre estaban en su compañía en aquel tiempo para despachar negocios veinte hombres ancianos, que eran jueces; y porque está ya referido, no lo torno á referir: y entónces alcanzamos á saber que las muchas mujeres que tenia por amigas, casaba dellas con sus capitanes ó personas principales muy privados, y aun dellas dió á nuestros soldados, y la que me dió á mí era una señora dellas, y bien se pareció en ella, que se dijo doña Francisca; y así se pasaba la vida, unas veces riendo y otras veces pensando en su prision. Quiero aquí decir, puesto que no vaya á propósito de nuestra relacion, porque me lo han preguntado algunas personas curiosas, que cómo, porque solamente el soldado por mí nombrado llamó perro al Montezuma, aun no en su presencia, le mandó Cortés azotar, siendo tan pocos soldados como éramos, y que los indios tuviesen noticia dello. Á esto digo que en aquel tiempo todos nosotros, y aun el mismo Cortés, cuando pasábamos delante del gran Montezuma le haciamos reverencia con los bonetes de armas, que siempre traimos quitados, y él era tan bueno y tan bien mirado, que á todos nos hacia mucha honra; que, demás de ser Rey desta Nueva-España, su persona y condicion lo merecia. Y demás de todo esto, si bien se considera la cosa en que estaban nuestras vidas, sino en solamente mandar á sus vasallos le sacasen de la prision y darnos luego guerra, que en ver su presencia y real franqueza lo hicieran. Y como viamos que tenia á la contina consigo muchos señores que le acompañaban, y venian de léjas tierras otros muchos más señores, y el gran palacio que le hacian y el gran número de gente que á la contina daba de comer y beber, ni más ni ménos que cuando estaba sin prision; todo esto considerándolo Cortés, hubo mucho enojo de cuando lo supo que tal palabra le dijese, y como estaba airado dello, de repente le mandó castigar como dicho tengo; y fué bien empleado en él. Pasemos adelante y digamos que en aquel instante llegaron de la Villa-Rica indios cargados con las cadenas de hierro gruesas que Cortés habia mandado hacer á los herreros. Tambien trujeron todas las cosas pertenecientes para los bergantines, como dicho tengo; y así como fué traido se lo hizo saber al gran Montezuma. Y dejallo hé aquí, y diré lo que sobre ello pasó. CAPÍTULO XCVIII. CÓMO CORTÉS MANDÓ HACER DOS BERGANTINES DE MUCHO SOSTÉN É VELEROS PARA ANDAR EN LA LAGUNA, Y CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO Á CORTÉS QUE LE DIESE LICENCIA PARA IR Á HACER ORACION Á SUS TEMPLOS, Y LO QUE CORTÉS LE DIJO, Y CÓMO LE DIÓ LICENCIA. Pues como hubo llegado el aderezo necesario para hacer los bergantines, luego Cortés se lo fué á decir y á hacer saber al Montezuma, que queria hacer dos navíos chicos para se andar holgando en la laguna; que mandase á sus carpinteros que fuesen á cortar la madera, y que irian con ellos nuestros maestros de hacer navíos, que se decian Martin Lopez y un Alonso Nuñez; y como la madera de roble está obra de cuatro leguas de allí, de presto fué traida y dado el galivo della; y como habia muchos carpinteros de los indios, fueron de presto hechos y calafeteados y breados, y puestas sus jarcias y velas á su tamaño y medida, y una tolda á cada uno; y salieron tan buenos y veleros como si estuvieran un mes en tomar los galivos, porque el Martin Lopez era muy extremado maestro, y este fué el que hizo los trece bergantines para ayudar á ganar á Méjico, como adelante diré, é fué un buen soldado para la guerra. Dejemos aparte esto, é diré cómo el Montezuma dijo á Cortés que queria salir é ir á sus templos á hacer sacrificios é cumplir sus devociones, así para lo que á sus dioses era obligado como para que lo conozcan sus capitanes é principales, especial ciertos sobrinos suyos que cada dia le vienen á decir le quieren soltar y darnos guerra, y que él les da por respuesta que él se huelga de estar con nosotros; porque crean que es como se lo han dicho, porque así se lo mandó su dios Huichilóbos, como ya otra vez se lo ha hecho creer. Y cuanto á la licencia que le demandaba, Cortés le dijo que mirase que no hiciese cosa con que perdiese la vida, y que para ver si habia algun descomedimiento, ó mandaba á sus capitanes ó papas que le soltasen ó nos diesen guerra, que para aquel efecto enviaba capitanes é soldados para que luego le matasen á estocadas en sintiendo alguna novedad de su persona, y que vaya mucho en buen hora, y que no sacrificase ningunas personas, que era gran pecado contra nuestro Dios verdadero, que es el que le hemos predicado, y que allí estaban nuestros altares é la imágen de nuestra Señora, ante quien podria hacer oracion sin ir á su templo. Y el Montezuma dijo que no sacrificaria ánima ninguna, é fué en sus muy ricas andas acompañado de grandes caciques con gran pompa, como solia, y llevaba delante sus insignias que era como vara ó baston, que era la señal que iba allí su persona Real, como hacen á los visoreyes desta Nueva-España; é con él iban para guardalle cuatro de nuestros capitanes, que se decian Juan Velazquez de Leon y Pedro de Albarado é Alonso de Ávila y Francisco de Lugo, con ciento y cincuenta soldados, é tambien iban con nosotros el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced, para le retraer el sacrificio si le hiciese de hombres; é yendo como íbamos al cu de Huichilóbos, ya que llegábamos cerca del maldito templo mandó que le sacasen de las andas, é fué arrimado á hombros de sus sobrinos y de otros caciques hasta que llegó al templo. Ya he dicho otras veces que por las calles por donde iba su persona todos los principales habian de llevar los ojos puestos en el suelo y no le miraban á la cara; y llegado á las gradas del adoratorio, estaban muchos papas aguardando para le ayudar á subir de los brazos, é ya le tenian sacrificados desde la noche anterior cuatro indios; y por más que nuestro capitan le decia, y se lo retraia el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced, no aprovechaba cosa ninguna, sino que habia de matar hombres y muchachos para sacrificar; y no podiamos en aquella sazon hacer otra cosa sino disimular con él porque estaba muy revuelto Méjico y otras grandes ciudades con los sobrinos de Montezuma, como adelante diré; y cuando hubo hecho sus sacrificios, porque no tardó mucho en hacellos, nos volvimos con él á nuestros aposentos; y estaba muy alegre, y á los soldados que con él fuimos luego nos hizo merced de joyas de oro. Dejémoslo aquí, y diré lo que más pasó. CAPÍTULO XCIX. CÓMO ECHAMOS LOS DOS BERGANTINES AL AGUA, Y CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO QUE QUERIA IR Á CAZA, Y FUÉ EN LOS BERGANTINES HASTA UN PEÑOL DONDE HABIA MUCHOS VENADOS Y CAZA; QUE NO ENTRABA EN EL ALCÁZAR PERSONA NINGUNA, CON GRAVE PENA. Como los dos bergantines fueron acabados de hacer y echados al agua, y puestos y aderezados con sus jarcias y mástiles, con sus banderas reales é imperiales, y apercebidos hombres de la mar para los marear, fueron en ellos al remo y vela, y eran muy buenos veleros. Y como Montezuma lo supo, dijo á Cortés que queria ir á caza en la laguna á un peñol que estaba acotado, que no osaban entrar en él á montear por muy principales que fuesen, so pena de muerte; y Cortés le dijo que fuese mucho en buen hora, y que mirase lo que de ántes le habia dicho cuando fué á sus ídolos, que no era más su vida de revolver alguna cosa, y que en aquellos bergantines iria, que era mejor navegacion ir en ellos que en sus canoas y piraguas, por grandes que sean; y el Montezuma se holgó de ir en el bergantin más velero, y metió consigo muchos señores y principales, y el otro bergantin fué lleno de caciques y un hijo de Montezuma, y apercebió sus monteros que fuesen en canoas y piraguas. Cortés mandó á Juan Velazquez de Leon, que era capitan de la guarda, y á Pedro de Albarado y á Cristóbal de Olí fuesen con él, y Alonso de Ávila con ducientos soldados, que llevasen gran advertencia del cargo que les daba, y mirasen por el gran Montezuma; y como todos estos capitanes que he nombrado eran de sangre en el ojo, metieron todos los soldados que he dicho, y cuatro tiros de bronce con toda la pólvora que habia, con nuestros artilleros, que se decian Mesa y Arvenga, y se hizo un toldo muy emparamentado, segun el tiempo; y allí entró Montezuma con sus principales; y como en aquella sazon hizo el viento muy fresco, y los marineros se holgaban de contentar y agradar al Montezuma, mareaban las velas de arte que iban volando, y las canoas, en que iban sus monteros y principales quedaban atrás, por muchos remeros que llevaban. Holgábase el Montezuma y decia que eran gran maestria la de las velas y remos todo junto; y llegó al peñol, que no era muy léjos, y mató toda la caza que quiso de venados y liebres y conejos, y volvió muy contento á la ciudad. Y cuando llegábamos cerca de Méjico mandó Pedro de Albarado y Juan Velazquez de Leon y los demás capitanes que disparasen el artillería, de que se holgó mucho Montezuma, que, como le viamos tan franco y bueno, le teniamos en el acato que se tienen los Reyes destas partes, y él nos hacia lo mismo. Si hubiese de contar las cosas y condicion que él tenia de gran señor, y el acato y servicio que todos los señores de la Nueva-España y de otras provincias le hacian, es para nunca acabar, porque cosa ninguna que mandaba que le trujesen, aunque fuese volando, que luego no le era traido; y esto dígolo porque un dia estábamos tres de nuestros capitanes y ciertos soldados con el gran Montezuma, y acaso abatióse un gavilan en unas salas como corredores por una codorniz; que cerca de las casas y palacios donde estaba el Montezuma preso estaban unas palomas y codornices mansas, porque por grandeza las tenia allí para criar el indio mayordomo que tenia cargo de barrer los aposentos; y como el gavilan se abatió y llevó presa, viéronlo nuestros capitanes, y dijo uno dellos, que se decia Francisco de Acevedo el Pulido, que fué maestresala del almirante de Castilla: —«¡Oh qué lindo gavilan, y qué presa hizo, y tan buen vuelo tiene!» Y respondimos los demás soldados que era muy bueno, y que habia en estas tierras muchas buenas aves de caza de volatería; y el Montezuma estuvo mirando en lo que hablábamos, y preguntó á su paje Orteguilla sobre la plática, y le respondió que deciamos aquellos capitanes que el gavilan que entró á cazar era muy bueno, é que si tuviésemos otro como aquel que le mostrarian á venir á la mano, y que en el campo le echarian á cualquier ave, aunque fuese algo grande, y la mataria. Entónces dijo el Montezuma: —«Pues yo mandaré agora que tomen aquel mismo gavilan, y veremos si le amansan y cazan con él.» Todos nosotros los que allí nos hallamos le quitamos las gorras de armas por la merced; y luego mandó llamar sus cazadores de volatería, y les dijo que le trujesen el mismo gavilan; y tal maña se dieron en le tomar, que á horas del Ave-María vienen con el mismo gavilan, y le dieron á Francisco de Acevedo, y le mostró al señuelo; y porque luego se nos ofrecieron cosas en que iba más que la caza, se dejará aquí de hablar en ello. Y helo dicho porque era tan grande Príncipe, que no solamente le traian tributos de todas las más partes de la Nueva-España, y señoreaba tantas tierras, y en todas bien obedecido, que aun estando preso, sus vasallos temblaban dél, que hasta las aves que vuelan por el aire hacia tomar. Dejemos esto aparte, y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de cuando en cuando su rueda. En aqueste tiempo tenian convocado entre los sobrinos y deudos del gran Montezuma á otros muchos caciques y á toda la tierra para darnos guerra y soltar al Montezuma, y alzarse algunos dellos por Reyes de Méjico; lo cual diré adelante. CAPÍTULO C. CÓMO LOS SOBRINOS DEL GRANDE MONTEZUMA ANDABAN CONVOCANDO É TRAYENDO Á SÍ LAS VOLUNTADES DE OTROS SEÑORES PARA VENIR Á MÉJICO Y SACAR DE LA PRISION AL GRAN MONTEZUMA Y ECHARNOS DE LA CIUDAD. Como el Cacamatzin, señor de la ciudad de Tezcuco, que despues de Méjico era la mayor y más principal ciudad que hay en la Nueva-España, entendió que habia muchos dias que estaba preso su tio Montezuma, é que en todo lo que nosotros podiamos nos íbamos señoreando, y aun alcanzó á saber que habiamos abierto la casa donde estaba el gran tesoro de su abuelo Axayaca, y que no habiamos tomado cosa ninguna dello; é ántes que lo tomásemos acordó de convocar á todos los señores de Tezcuco, sus vasallos, é al señor de Cuyoacan, que era su primo, y sobrino del Montezuma, é al señor de Tacuba é al señor de Iztapalapa, é á otro cacique muy grande, señor de Matalcingo, que era pariente muy cercano del Montezuma, y aun decian que le venia de derecho el reino y señorio de Méjico, y este cacique era muy valiente por su persona entre los indios; pues andando concertando con ellos y con otros señores mejicanos que para tal dia viniesen con todos sus poderes y nos diesen guerra, parece ser que el cacique que he dicho que era valiente por su persona, que no le sé el nombre, dijo que si le daban á él el señorio de Méjico, pues le venia de derecho, que él con toda su parentela, y de una provincia que se dice Matalcingo, serian los primeros que vendrian con sus armas á nos echar de Méjico, ó no quedaria ninguno de nosotros á vida. Y el Cacamatzin parece ser respondió que á él le venia el cacicazgo y él habia de ser Rey, pues era sobrino de Montezuma, y que si no queria venir, que sin él ni su gente haria la guerra. Por manera que ya tenia el Cacamatzin apercibidos los pueblos y señores por mí ya nombrados, y tenia concertado que para tal dia viniesen sobre Méjico, é con los señores que dentro estaban de su parte les darian lugar á la entrada; é andando en estos tratos, lo supo muy bien Montezuma por la parte de su gran deudo, que no quiso conceder en lo que Cacamatzin queria; y para mejor lo saber envió Montezuma á llamar todos sus caciques y principales de aquella ciudad, y le dijeron cómo el Cacamatzin los andaba convocando á todos con palabras é dádivas para que le ayudasen á darnos guerra y soltar al tio. Y como Montezuma era cuerdo y no queria ver su ciudad puesta en armas ni alborotos, se lo dijo á Cortés segun y de la manera que pasaba, el cual alboroto sabia muy bien nuestro capitan y todos nosotros, mas no tan por entero como se lo dijo. El consejo que sobre ello tomó era, que nos diese de su gente mejicana é iriamos sobre Tezcuco, y que le prenderiamos ó destruiriamos aquella ciudad é sus comarcas. É al Montezuma no le cuadró este consejo; por manera que Cortés le envió á decir al Cacamatzin que se quitase de andar revolviendo guerra, que será causa de su perdicion, é que le quiere tener por amigo, é que en todo lo que hubiere menester de su persona lo hará por él, é otros muchos cumplimientos. É como el Cacamatzin era mancebo, y halló otros muchos de su parecer que le acudirian en la guerra, envió á decir á Cortés que ya habia entendido sus palabras de halagos, que no las queria más oir, sino cuando le viese venir, que entónces le hablaria lo que quisiese. Tornó otra vez Cortés á le enviar á decir que mirase que no hiciese deservicio á nuestro Rey y señor, que lo pagaria su persona y le quitaria la vida por ello; y respondió que ni conocia á Rey ni quisiera haber conocido á Cortés, que con palabras blandas prendió á su tio. Como envió aquella respuesta, nuestro capitan rogó á Montezuma, pues era tan gran señor, y dentro en Tezcuco tenia grandes caciques y parientes por capitanes, y no estaban bien con el Cacamatzin, por ser muy soberbio y malquisto; y pues allí en Méjico con el Montezuma estaba un hermano del mismo Cacamatzin, mancebo de buena disposicion, que estaba huido del propio hermano porque no le matase, que despues del Cacamatzin heredaba el reino de Tezcuco; que tuviese manera y concierto con todos los de Tezcuco que prendiesen al Cacamatzin, ó que secretamente le enviase á llamar, y que si viniese, que le echase mano y le tuviesen en su poder hasta que estuviese más sosegado; y que pues que aquel su sobrino estaba en su casa huido por temor del hermano, y le sirve, que le alce luego por señor, y le quite el señorio al Cacamatzin, que está en su deservicio y anda revolviendo todas las ciudades y caciques de la tierra por señorear su ciudad é reino. Y el Montezuma dijo que le enviaria luego á llamar; mas que sentia dél que no querria venir, y que si no viniese, que se ternia concierto con sus capitanes y parientes que le prendan; y Cortés le dió muchas gracias por ello, y aun le dijo: —«Señor Montezuma, bien podeis creer que si os quereis ir á vuestros palacios, que en vuestra mano está; que desde que tengo entendido que me teneis buena voluntad é yo os quiero tanto, que no fuera yo de tal condicion, que luego no os fuera acompañando para que os fuérades con toda vuestra caballería á vuestros palacios; y si lo he dejado de hacer, es por estos mis capitanes que os fueron á prender, porque no quieren que os suelte, y porque vuestra majestad dice que quiere estar preso por excusar las revueltas que vuestros sobrinos traen por haber en su poder esta ciudad é quitaros el mando.» Y el Montezuma dijo que se lo tenia en merced, y como iba entendiendo las palabras halagüeñas de Cortés é via que lo decia, no por soltalle, sino probar su voluntad: y tambien Orteguilla, su paje, se lo habia dicho á Montezuma, que nuestros capitanes eran los que le aconsejaron que le prendiese, é que no creyese á Cortés, que sin ellos no le soltaria. Dijo el Montezuma á Cortés que muy bien estaba preso hasta ver en qué paraban los tratos de sus sobrinos, y que luego queria enviar mensajeros á Cacamatzin rogándole que viniese ante él, que le queria hablar en amistades entre él y nosotros; y le envió á decir que de su prision que no tenga él cuidado, que si se quisiese soltar, que muchos tiempos ha tenido para ello, y que Malinche le ha dicho dos veces que se vaya á sus palacios, y que él no quiere, por cumplir el mandado de sus dioses, que le han dicho que se esté preso, y que si no lo está, luego será muerto; y que esto que lo sabe muchos dias há de los papas que están en servicio de los ídolos: y que á esta causa será bien que tenga amistad con Malinche y sus hermanos. Y estas mismas palabras envió Montezuma á decir á los capitanes de Tezcuco, cómo enviaba á llamar á su sobrino para hacer las amistades, y que mirase no le trastornase su seso aquel mancebo para tomar armas contra nosotros. Y dejemos esta plática, que muy bien la entendió el Cacamatzin; y sus principales entraron en consejo sobre lo que harian, y el Cacamatzin comenzó á bravear y que nos habia de matar dentro de cuatro dias, é que al tio, que era una gallina, por no darnos guerra cuando se lo aconsejaba al abajar la sierra de Chalco, cuando tuvo allí buen aparejo con sus guarniciones, y que nos metió él por su persona en su ciudad, como si tuviera conocido que íbamos para hacelle algun bien, y que cuanto oro le han traido de sus tributos nos daba; y que le habiamos escalado y abierto la casa donde está el tesoro de su abuelo Axayaca, y que sobre todo esto le teniamos preso, é que ya le andábamos diciendo que quitasen los ídolos del gran Huichilóbos, é que queriamos poner los nuestros; é que porque esto no viniese más mal, y para castigar tales cosas é injurias, que les rogaba que le ayudasen, pues todo lo que ha dicho han visto por sus ojos, y cómo quemamos los mismos capitanes del Montezuma, y que ya no se puede compadecer otra cosa sino que todos juntos á una nos diesen guerra; y allí les prometió el Cacamatzin que si quedaba con el señorio de Méjico que les habia de hacer grandes señores, y tambien les dió muchas joyas de oro y les dijo que ya tenia concertado con sus primos, los señores de Cuyoacan y de Iztapalapa y de Tacuba y otros deudos, que le ayudarian, é que en Méjico tenia de su parte otras personas principales que le darian entrada é ayuda á cualquiera hora que quisiese, y que unos por las calzadas, y todos los más en sus piraguas y canoas chicas por la laguna, podrian entrar, sin tener contrarios que se lo defendiesen, pues su tio estaba preso; y que no tuviesen miedo de nosotros, pues saben que pocos dias habian pasado que en lo de Almería los mesmos capitanes de su tio habian muerto muchos teules y un caballo, lo cual bien vieron la cabeza de un teule é el cuerpo del caballo; é que en una hora nos despacharian, é con nuestros cuerpos harian buenas fiestas y hartazgas. Y como hubo hecho aquel razonamiento, dicen que se miraban unos capitanes á otros para que hablasen los que solian hablar primero en cosas de guerra, é que cuatro ó cinco de aquellos capitanes le dijeron que, ¿cómo habian de ir sin licencia de su gran señor Montezuma y dar guerra en su propia casa y ciudad? Y que se lo envien primero á hacer saber, é que si es consentidor, que irán con él de muy buena voluntad, é que de otra manera, que no le quieren ser traidores. Y pareció ser que el Cacamatzin se enojó con los capitanes que le dieron aquella respuesta, y mandó echar presos tres dellos; y como habia allí en el consejo y junta que tenian otros sus deudos y ganosos de bullicios, dijeron que le ayudarian hasta morir, é acordó de enviar á decir á su tio el gran Montezuma que habia de tener empacho envialle á decir que venga á tener amistad con quien tanto mal y deshonra le ha hecho, teniéndole preso; é que no es posible sino que nosotros éramos hechiceros y con hechizos le teniamos quitado su gran corazon y fuerza, ó que nuestros dioses y la gran mujer de Castilla que les dijimos que era nuestra abogada nos da aquel gran poder para hacer lo que haciamos; é en esto que dijo á la postre no lo erraba, que ciertamente la gran misericordia de Dios y su bendita Madre nuestra Señora nos ayudaba. Y volvamos á nuestra plática, que en lo que se resumió, fué enviar á decir que él venia á pesar nuestro y de su tio á nos hablar y matar: y cuando el gran Montezuma oyó aquella respuesta tan desvergonzada, recibió mucho enojo, y luego en aquella hora envió á llamar seis de sus capitanes de mucha cuenta, y les dió su sello, y aun les dió ciertas joyas de oro, y les mandó que luego fuesen á Tezcuco y que mostrasen secretamente aquel su sello á ciertos capitanes y parientes que estaban muy mal con el Cacamatzin por ser muy soberbio, é que tuviesen tal órden y manera, que á él y á los que eran en su consejo los prendiesen y que luego se los trujesen delante. Y como fueron aquellos capitanes, y en Tezcuco entendieron lo que el Montezuma mandaba, y el Cacamatzin era malquisto, en sus propios palacios le prendieron, que estaba platicando con aquellos sus confederados en cosas de la guerra, y tambien trujeron otros cinco presos con él. É como aquella ciudad está poblada junto á la gran laguna, aderezan una gran piragua con sus toldos y les meten en ella, y con gran copia de remeros los traen á Méjico, y cuando hubo desembarcado le meten en sus ricas andas, como Rey que era, y con gran acato le llevan ante Montezuma; y parece ser estuvo hablando con su tio, y desvergonzósele más de lo que ántes estaba, y supo Montezuma de los conciertos en que andaba, que era alzarse por señor; lo cual alcanzó á saber más por entero de los demás prisioneros que le trujeron, y si enojado estaba de ántes del sobrino, muy más lo estuvo entónces. Y luego se lo envió á nuestro capitan para que lo echase preso, y á los demás prisioneros mandó soltar; é luego Cortés fué á los palacios é al aposento de Montezuma y le dió las gracias por tan gran merced; y se dió órden que se alzase por Rey de Tezcuco al mancebo que estaba en su compañía del Montezuma, que tambien era su sobrino, hermano del Cacamatzin, que ya he dicho que por su temor estaba allí retraido al favor del tio porque no le matase, que era tambien heredero muy propincuo del reino de Tezcuco; y para lo hacer solenemente y con acuerdo de toda la ciudad, mandó Montezuma que viniesen ante él los más principales de toda aquella provincia, y despues de muy bien platicada la cosa, le alzaron por Rey y señor de aquella gran ciudad, y se llamó D. Cárlos. Ya todo esto hecho, como los caciques y reyezuelos sobrinos del gran Montezuma, que eran el señor de Cuyoacan y el señor de Iztapalapa y el de Tacuba, vieron é oyeron las prisiones del Cacamatzin, y supieron que el gran Montezuma habia sabido que ellos entraban en la conjuracion para quitalle su reino y dárselo á Cacamatzin, temieron, y no le venian á ver ni á hacer palacio como solian; é con acuerdo de Cortés, que le convocó é atrajo al Montezuma para que los mandase prender, en ocho dias todos estuvieron presos en la cadena gorda, que no poco se holgó nuestro capitan y todos nosotros. Miren los curiosos letores en lo que andaban nuestras vidas, tratando de nos matar cada dia y comer nuestras carnes, si la gran misericordia de Dios, que siempre era con nosotros, no nos socorria; é aquel buen Montezuma á todas nuestras cosas daba buen corte; é miren qué gran señor era, que estando preso así era tan obedecido. Pues ya todo apaciguado é aquellos señores presos, siempre nuestro Cortés con otros capitanes é el Padre Fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced, estaban teniéndole palacio, é en todo lo que podian le daban mucho placer, y burlaban no de manera de desacato, que digo que no se sentaban Cortés ni ningun capitan hasta que el Montezuma les mandaba dar sus asentaderos ricos y les mandaba asentar; y en esto era tan bien mirado, que todos le queriamos con gran amor, porque verdaderamente era gran señor en todas sus cosas que le viamos hacer. Y volviendo á nuestra plática, unas veces le daban á entender las cosas tocantes á nuestra santa fe, y se lo decia el fraile con el paje Orteguilla, que parece que le entraban ya algunas buenas razones en el corazon, pues las escuchaba con atencion mejor que al principio. Tambien le daban á entender el gran poder del Emperador nuestro señor, y cómo le daban vasallaje muchos grandes señores que le obedecian, y de léjas tierras; y decíanle otras muchas cosas que él se holgaba de les oir, y otras veces jugaba Cortés con él al totoloque; y él, como no era nada escaso, nos daba cada dia cual joyas de oro ó mantas. Y dejaré de hablar de ello, y pasaré adelante. CAPÍTULO CI. CÓMO EL GRAN MONTEZUMA CON MUCHOS CACIQUES Y PRINCIPALES DE LA COMARCA DIERON LA OBEDIENCIA Á SU MAJESTAD, Y DE OTRAS COSAS QUE SOBRE ELLO PASARON. Como el capitan Cortés vió que ya estaban presos aquellos reyecillos por mí nombrados, y todas las ciudades pacíficas, dijo á Montezuma que dos veces le habia enviado á decir ántes que entrásemos en Méjico que queria dar tributo á su majestad, y que pues ya habia entendido el gran poder de nuestro Rey y señor, é que de muchas tierras le dan parias y tributos, y le son sujetos muy grandes Reyes, que será bien que él y todos sus vasallos le dén la obediencia, porque ansí se tiene por costumbre, que primero se da la obediencia que dén las parias é tributo. Y el Montezuma dijo que juntaria sus vasallos é hablaria sobre ello; y en diez dias se juntaron todos los más caciques de aquella comarca, y no vino aquel cacique pariente muy cercano del Montezuma, que ya hemos dicho que decian que era muy esforzado, y en la presencia y cuerpo y miembros se le parecia. Bien era algo atronado, y en aquella sazon estaba en un pueblo suyo que se decia Tula; y á este cacique, segun decian, le venia el reino de Méjico despues del Montezuma; y como le llamaron, envió á decir que no queria venir ni dar tributo; que aun con lo que tiene de sus provincias no se puede sustentar. De la cual respuesta hubo enojo Montezuma, y luego envió ciertos capitanes para que le prendiesen; como era gran señor y muy emparentado, tuvo aviso dello y metióse en su provincia, donde no le pudo haber por entónces. Y dejallo hé aquí, y diré que en la plática que tuvo el Montezuma con todos los caciques de toda la tierra que habia enviado á llamar, que despues que les habia hecho un parlamento sin estar Cortés ni ninguno de nosotros delante, salvo Orteguilla el paje, dicen que les dijo que mirasen que de muchos años pasados sabian por muy cierto, por lo que sus antepasados les han dicho, é así lo tiene señalado en sus libros de cosas de memorias, que de donde sale el sol habian de venir gentes que habian de señorear estas tierras, y que se habia de acabar en aquella sazon el señorio y reino de los mejicanos; y que él tiene entendido, por lo que sus dioses le han dicho, que somos nosotros; é que se lo han preguntado á su Huichilóbos los papas que lo declaren, y sobre ello les hacen sacrificios y no quieren respondelles como suele; y lo que más les da á entender el Huichilóbos es, que lo que les ha dicho otras veces, aquello dé ahora por respuesta, é que no le pregunten más; así, que bien da á entender que demos la obediencia al Rey de Castilla, cuyos vasallos dicen estos teules que son; y porque al presente no va nada en ello; y el tiempo andando veremos si tenemos otra mejor respuesta de nuestros dioses, y como viéremos el tiempo, así harémos. Lo que yo os mando y ruego, que todos de buena voluntad al presente se la demos, y contribuyamos con alguna señal de vasallaje, que presto os diré lo que más nos convenga; y porque ahora soy importunado de Malinche á ello, ninguno lo rehuse; é mirá que en diez y ocho años que há que soy vuestro señor, siempre me habeis sido muy leales, é yo os he enriquecido, é ensanchado vuestras tierras, é os he dado mandos é hacienda; é si ahora al presente nuestros dioses permiten que yo esté aquí detenido, no lo estuviera, sino que ya os he dicho muchas veces que mi gran Huichilóbos me lo ha mandado. Y desque oyeron este razonamiento, todos dieron por respuesta que harian lo que mandase, y con muchas lágrimas y suspiros, y el Montezuma muchas más y luego envió á decir con un principal que para otro dia darian la obediencia y vasallaje á su majestad. Despues Montezuma tornó á hablar con sus caciques sobre el caso estando Cortés delante, é nuestros capitanes y muchos soldados, y Pedro Fernandez, secretario de Cortés; é dieron la obediencia á su majestad, y con mucha tristeza que mostraron; y el Montezuma no pudo sostener las lágrimas; é queríamoslo tanto é de buenas entrañas, que á nosotros de verle llorar se nos enternecieron los ojos, y soldado hubo que lloraba tanto como Montezuma; tanto era el amor que le teniamos. Y dejallo hé aquí, y diré que siempre Cortés y el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la Merced, que era bien entendido, estaban en los palacios de Montezuma por alegralle, atrayéndole á que dejase sus ídolos; y pasaré adelante. CAPÍTULO CII. CÓMO NUESTRO CORTÉS PROCURÓ DE SABER DE LAS MINAS DE ORO, Y DE QUÉ CALIDAD ERAN, Y ASIMISMO EN QUÉ RIOS ESTABAN, Y QUÉ PUERTOS PARA NAVÍOS DESDE LO DE PÁNUCO HASTA LO DE TABASCO, ESPECIALMENTE EL RIO GRANDE DE GUACAZUALCO, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Estando Cortés é otros capitanes con el gran Montezuma, teniéndole en Palacio, entre otras pláticas que le decia con nuestras lenguas doña Marina é Jerónimo de Aguilar é Orteguilla, le preguntó que á qué parte eran las minas é en qué rios, é cómo y de qué manera cogian el oro que le traian en granos, porque queria enviar á vello dos de nuestros soldados grandes mineros. Y el Montezuma dijo que de tres partes, y que donde más oro solia traer que era de una provincia que se dice Zacatula, que es á la banda del Sur, que está de aquella ciudad andadura de diez ó doce dias, y que lo cogian con unas jícaras, en que lavan la tierra, é que allí quedan unos granos menudos despues de lavado; é que ahora al presente se lo traen de otra provincia que se dice Gustepeque, cerca de donde desembarcamos, que es en la banda del Norte é que lo cogen de dos rios; é que cerca de aquella provincia hay otras buenas minas, en parte que no son sujetos, que se dicen los chinatecas y capotecas, y que no le obedecen; y que si quiere enviar sus soldados, que él daria principales que vayan con ellos; y Cortés le dió las gracias por ello, y luego despachó un piloto que se decia Gonzalo de Umbría, con otros dos soldados mineros, á lo de Zacatula. Aqueste Gonzalo de Umbría era al que Cortés mandó cortar los piés cuando ahorcó á Pedro Escuderos é á Juan Cermeño y azotó los Peñates porque se alzaban en San Juan de Ulúa con el navío, segun más largamente lo tengo escrito en el capítulo que dello habla. Dejemos de contar más en lo pasado, y digamos cómo fueron con el Umbría, y se les dió de plazo para ir é volver cuarenta dias. É por la banda del Norte despachó para ver las minas á un capitan que se decia Pizarro, mancebo hasta de veinte y cinco años; y á este Pizarro trataba Cortés como á pariente. En aquel tiempo no habia fama del Perú ni se nombraban Pizarros en esta tierra; é con cuatro soldados mineros fué, y llevó de plazo otros cuarenta dias para ir é volver, porque habia desde Méjico obra de ochenta leguas, é con cuatro principales mejicanos. Ya partidos para ver las minas, como dicho tengo, volvamos á decir cómo le dió el gran Montezuma á nuestro capitan en un paño de nequen pintados y señalados muy al natural todos los rios é ancones que habia en la costa del Norte Pánuco hasta Tabasco, que son obra de ciento cuarenta leguas, y en ellos venia señalado el rio de Guazacualco; é como ya sabiamos todos los puertos y ancones que señalaban en el paño que le dió el Montezuma, de cuando veniamos á descubrir con Grijalva, excepto el rio de Guazacualco, que dijeron que era muy poderoso y hondo, acordó Cortés de enviar á ver qué era, y para hondar el puerto y la entrada. Y como uno de nuestros capitanes, que se decia Diego de Ordás, otras veces por mí nombrado, era hombre muy entendido y bien esforzado, dijo al capitan que él queria ir á ver aquel rio y qué tierras habia y qué manera de gente era, y que le diese hombres é indios principales que fuesen con él; y Cortés lo rehusaba, porque era hombre de buenos consejos y queria tenello en su compañía, y por no le descomplacer le dió licencia para que fuese; y el Montezuma le dijo al Ordás que en lo de Guazacualco no llegaba su señorío, é que eran muy esforzados, é que parase á ver lo que hacia, y que si algo le aconteciese no le cargasen ni culpasen á él; y que ántes de llegar á aquella provincia toparia con sus guarniciones de gente de guerra, que tenia en frontera, y que si los hubiese menester, que los llevase consigo; y dijo otros muchos cumplimientos. Y Cortés y el Diego de Ordás le dieron las gracias; é así, partió con dos de nuestros soldados y con otros principales que el Montezuma les dió. Aquí es donde dice el coronista Francisco Lopez de Gómora que iba Juan Velazquez con cien soldados á poblar á Guazacualco, é que Pedro de Ircio habia ido á poblar á Pánuco; é porque ya estoy harto de mirar en lo que el coronista va fuera de lo que pasó, lo dejaré de decir, y diré lo que cada uno de los capitanes que nuestro Cortés envió hizo, é vinieron con muestras de oro. CAPÍTULO CIII. CÓMO VOLVIERON LOS CAPITANES QUE NUESTRO CAPITAN ENVIÓ Á VER LAS MINAS É HONDAR EL PUERTO É RIO DE GUAZACUALCO. El primero que volvió á la ciudad de Méjico á dar razon de á lo que Cortés los envió, fué Gonzalo de Umbría y sus compañeros, y trajeron obra de trescientos pesos en granos, que sacaron delante de los indios de un pueblo que se dice Cacatula, que, segun contaba el Umbría, los caciques de aquella provincia llevaron muchos indios á los rios, y con unas como bateas chicas lavaban la tierra y cogian el oro, y era de dos rios; y dijeron que si fuesen buenos mineros y la lavasen como en la isla de Santo Domingo ó como en la isla de Cuba, que serian ricas minas; y asimismo trujeron consigo los principales que envió aquella provincia, y trajeron un presente de oro hecho en joyas, que valdria ducientos pesos, é á darse é ofrecerse por servidores de su majestad; y Cortés se holgó tanto con el oro como si fueran treinta mil pesos, en saber cierto que habia buenas minas; é á los caciques que trajeron el presente les mostró mucho amor y les mandó dar cuentas verdes de Castilla, y con buenas palabras se volvieron á sus tierras muy contentos. Y decia el Umbría que no muy léjos de Méjico habia grandes poblaciones y otra provincia que se decia Matalcingo; y á lo que sentimos y vimos, el Umbría y sus compañeros vinieron ricos con mucho oro y bien aprovechados; que á este efecto le envió Cortés, para hacer buen amigo dél por lo pasado que dicho tengo, que le mandó cortar los piés. Dejémosle, pues volvió con buen recaudo, y volvamos al capitan Diego de Ordás, que fué á ver el rio de Guazacualco, que es sobre ciento y veinte leguas de Méjico, y dijo que pasó por muy grandes pueblos, que allí los nombró, é que todos le hacian honra; é que en el camino de Guazacualco topó á las guarniciones de Montezuma que estaban en frontera, é que todas aquellas comarcas se quejaban dellos, así de robos que les hacian, y les tomaban sus mujeres y les demandaban otros tributos; y el Ordás, con los principales mejicanos que llevaba, reprendió á los capitanes de Montezuma que tenian cargo de aquellas gentes, y le amenazaron que si más robaban, que se lo haria saber á su señor Montezuma, y que enviaria por ellos y los castigaria, como hizo á Quetzalpopoca y sus compañeros porque habian robado los pueblos de nuestros amigos; y con estas palabras les metió temor; é luego fué camino de Guazacualco, y no llevó más de un principal mejicano; y cuando el cacique de aquella provincia, que se decia Tochel, supo que iba, envió sus principales á le recebir, y le mostraron mucha voluntad, porque aquellos de aquella provincia y todos tenian relacion y noticia de nuestras personas, de cuando venimos á descubrir con Juan de Grijalva, segun largamente lo he escrito en el capítulo pasado que dello habla; y volvamos ahora á decir que, como los caciques de Guazacualco entendieron á lo que iba, luego le dieron muchas grandes canoas, y el mismo cacique Tochel, y con él otros muchos principales hondaron la boca del rio, é hallaron tres brazas largas, sin la de caida, en lo más bajo; y entrados en el rio un poco arriba, podian nadar grandes navíos, é miéntras más arriba más hondo. Y junto á un pueblo que en aquella sazon estaba poblado de indios pueden estar carracas; y como el Ordás lo hubo ahondado y se vino con los caciques al pueblo, le dieron ciertas joyas de oro y una india hermosa, y se ofrecieron por servidores de su majestad, y se le quejaron de Montezuma y de su guarnicion de gente de guerra, y que habia poco tiempo que tuvieron una batalla con ellos, y que cerca de un pueblo de pocas casas mataron los de aquella provincia á los mejicanos muchas de sus gentes, y por aquella causa llaman hoy en dia, donde aquella guerra pasó, Cuilonemiqui, que en su lengua quiere decir donde mataron los putos mejicanos; y el Ordás les dió muchas gracias por la honra que habia recebido, y les dió ciertas cuentas de Castilla que llevaba para aquel efecto, y se volvió á Méjico, y fué alegremente recebido de Cortés y de todos nosotros; y decia que era buena tierra para ganados y granjerías, y el puerto á pique para las islas de Cuba y de Santo Domingo y de Jamáica, excepto que era léjos de Méjico y habia grandes ciénagas. Y á esta causa nunca tuvimos confianza del puerto para el descargo y trato de Méjico. Dejemos al Ordás, y digamos del capitan Pizarro y sus compañeros, que fueron en lo de Tustepeque á buscar oro y ver las minas, que volvió el Pizarro con un soldado solo á dar cuenta á Cortés, y trujeron sobre mil pesos de granos de oro sacado de las minas, y dijeron que en la provincia de Tustepeque y Malinaltepeque y otros pueblos comarcanos fué á los rios con mucha gente que le dieron, y cogieron la tercia parte del oro que allí traian, y que fueron en las sierras más arriba á otra provincia que se dice los chinantecas, y como llegaron á su tierra, que salieron muchos indios con armas, que son unas lanzas mayores que las nuestras, y arcos y flechas y pavesinas, y dijeron que ni un indio mejicano no les entrase en su tierra; si no, que los matarian, y que los teules que vayan mucho en buen hora; y así fueron, y se quedaron los mejicanos, que no pasaron adelante; y cuando los caciques de Chinanta entendieron á lo que iban, juntaron copia de sus gentes para lavar oro, y le llevaron á unos rios, donde cogieron el demás oro que venia por su parte en granos crespillos, porque dijeron los mineros que aquello era de más duraderas minas, como de nacimiento; y tambien trujo el capitan Pizarro dos caciques de aquella tierra, que vinieron á ofrecerse por vasallos de su Majestad y tener nuestra amistad, y aun trujeron un presente de oro; y todos aquellos caciques á una decian mucho mal de los mejicanos, que eran tan aburridos de aquellas provincias por los robos que les hacian, que no podian ver, ni aun mentar sus nombres. Cortés recibió bien al Pizarro y á los principales que traia, y tomó el presente que le dieron, y porque há muchos años ya pasados, no me acuerdo qué tanto era; y se ofreció con buenas palabras que les ayudaria y seria su amigo de los chinantecas, y les mandó que fuesen á su provincia; y porque no recibiesen algunas molestias en el camino, mandó á dos principales mejicanos que los pusiesen en sus tierras, y que no se quitasen dellos hasta que estuviesen en salvo, y fueron muy contentos. Volvamos á nuestra plática: que preguntó Cortés por los demás soldados que habia llevado el Pizarro en su compañía, que se decian Barrientos y Heredia el viejo y Escalona el mozo y Cervantes el chocarrero; y dijo que porque les pareció muy bien aquella tierra y era rica de minas, y los pueblos por donde fuimos muy de paz, les mandó que hiciesen una gran estancia de cacaguatales y maizales y pusiesen muchas aves de la tierra, y otras granjerías que habia de algodon, y que desde allí fuesen catando todos los rios y viesen qué minas habia. Y puesto que Cortés calló por entónces, no se lo tuvo á bien á su pariente haber salido de su mandado, y supimos que en secreto riñó mucho con él sobre ello, y le dijo que era de poca calidad querer entender en cosas de criar aves é cacaguatales; y luego envió otro soldado que se decia Alonso Luis á llamar los demás que habia dejado el Pizarro, y para que luego viniesen llevó un mandamiento; y lo que aquellos soldados hicieron diré adelante en su tiempo y lugar. CAPÍTULO CIV. CÓMO CORTÉS DIJO AL GRAN MONTEZUMA QUE MANDASE Á TODOS LOS CACIQUES QUE TRIBUTASEN Á SU MAJESTAD, PUES COMUNMENTE SABIAN QUE TENIAN ORO, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Pues como el capitan Diego de Ordás y los soldados por mí ya nombrados vinieron con muestras de oro y relacion que toda la tierra era rica, Cortés, con consejo del Ordás y de otros capitanes y soldados, acordó de decir y demandar al Montezuma que todos los caciques y pueblos de la tierra tributasen á su majestad, y que él mismo, como gran señor, tambien tributase é diese de sus tesoros; y respondió que él enviaria por todos los pueblos á demandar oro, mas que muchos dellos no lo alcanzaban, sino joyas de poca valía que habian habido de sus antepasados; y de presto despachó principales á las partes donde habia minas, y les mandó que diese cada uno tantos tejuelos de oro fino del tamaño y gordor de otros que le solian tributar, y llevaban para muestras dos tejuelos, y de otras partes no le traian sino joyezuelas de poca valía. Tambien envió á la provincia donde era cacique y señor aquel su pariente muy cercano que no le queria obedecer, que estaba de Méjico obra de doce leguas; y la respuesta que trujeron los mensajeros fué, que decia que no queria dar oro ni obedecer al Montezuma, y que tambien él era señor de Méjico y le venia el señorio como al mismo Montezuma que le enviaba á pedir tributo. Y como esto oyó el Montezuma, tuvo tanto enojo, que de presto envió su señal y sello y con buenos capitanes para que se lo trujesen preso; y venido á su presencia el pariente, le habló muy desacatadamente y sin ningun temor ó de muy esforzado, ó decian que tenia ramos de locura, porque era como atronado; todo lo cual alcanzó á saber Cortés, y envió á pedir por merced al Montezuma que se lo diese, que él lo queria guardar; porque, segun le dijeron, le habia mandado matar el Montezuma; y traido ante Cortés, le habló muy amorosamente, y que no fuese loco contra su señor, y que lo queria soltar. Y Montezuma cuando lo supo dijo que no lo soltase, sino que lo echasen en la cadena gorda, como á los otros reyezuelos por mí ya nombrados. Tornemos á decir que en obra de veinte dias vinieron todos los principales que Montezuma habia enviado á cobrar los tributos del oro, que dicho tengo. Y así como vinieron, envió á llamar á Cortés y á nuestros capitanes y ciertos soldados que conocia que éramos de guarda, y dijo estas palabras formales, ó otras como ellas: —«Hágoos saber, señor Malinche y señores capitanes y soldados, que á vuestro gran rey yo le soy en cargo y le tengo buena voluntad, así por señor y tan gran señor, como por haber enviado de tan léjas tierras á saber de mí; y lo que más me pone en el pensamiento es, que él ha de ser el que nos ha de señorear, segun nuestros antepasados nos han dicho, y aun nuestros dioses nos dan á entender por las respuestas que dellos tenemos; toma ese oro que se ha recogido, y por ser tan de priesa no se trae más; y lo que yo tengo aparejado para el Emperador es todo el tesoro que he habido de mi padre, que está en vuestro poder y aposento, que bien sé que luego que aquí venistes, abristes la casa y lo vistes é mirastes todo, y la tornastes á cerrar como ántes estaba; y cuando se lo enviáredes, decidle en vuestros anales y cartas: «Esto os envia vuestro buen vasallo Montezuma;» y tambien yo os daré unas piedras muy ricas, que le envieis en mi nombre, que son chalchichuis, que no son para dar á otras personas, sino para ese vuestro gran Emperador, que vale cada una piedra dos cargas de oro. Tambien le quiero enviar tres cerbatanas con sus esqueros y bodoqueras, que tienen tales obras de pedrería, que se holgará de vellas; y tambien yo quiero dar de lo que tuviere, aunque es poco, porque todo el más oro y joyas que tenia os he dado en veces.» Y cuando aquello le oyó Cortés y todos nosotros, estuvimos espantados de la gran bondad y liberalidad del gran Montezuma, y con mucho acato le quitamos todos las gorras de armas, y le dijimos que se lo teniamos en merced, y con palabras de mucho amor le prometió Cortés que escribiriamos á su majestad de la magnificencia y franqueza del oro que nos dió en su Real nombre. Y despues que tuvimos otras pláticas de buenos comedimientos, luego en aquella hora envió Montezuma sus mayordomos para entregar todo el tesoro de oro y riqueza que estaba en aquella sala encalada; y para vello y quitallo de sus bordaduras y donde estaba engastado tardamos tres dias, y aun para lo quitar y deshacer vinieron los plateros de Montezuma, de un pueblo que se dice Escapuzalco. Y digo que era tanto, que despues de deshecho eran tres montones de oro; y pesado, hubo en ellos sobre seiscientos mil pesos, como adelante diré, sin la plata é otras muchas riquezas. Y no cuento con ello las planchas y tejuelos de oro y el oro en grano de las minas; y se comenzó á fundir con los plateros indios que dicho tengo, naturales de Escapuzalco, é se hicieron unas barras muy anchas dello, como medida de tres dedos de la mano de anchor de cada una barra. Pues ya fundido y hecho barras, traen otro presente por sí de lo que el gran Montezuma habia dicho que daria, que fué cosa de admiracion ver tanto oro y las riquezas de otras joyas que trujo. Pues las piedras chalchihuis, que eran tan ricas algunas dellas, que valian entre los mismos caciques mucha cantidad de oro; pues las tres cerbatanas con sus bodoqueras, los engastes que tenian de piedras y perlas, y las pinturas de pluma é de pajaritos llenos de aljófar, é otras aves, todo era de gran valor. Dejamos de decir de penachos y plumas y otras muchas cosas ricas, que es para nunca acabar de traerlo aquí á la memoria; digamos agora cómo se marcó todo el oro que dicho tengo con una marca de hierro que mandó hacer Cortés, y los oficiales del Rey prohibidos por Cortés, y de acuerdo de todos nosotros, en nombre de su majestad, hasta que otra cosa mandase; y la marca fué las armas Reales como de un real y del tamaño de un toston de á cuatro, y esto sin las joyas ricas que nos pareció que no eran para deshacer; pues para pesar todas estas barras de oro y plata y las joyas que quedaron por deshacer no teniamos pesas de marcos ni balanza, y pareció á Cortés y á los mismos oficiales de la hacienda de su Majestad que seria bien hacer de hierro unas pesas de hasta una arroba, y otras de media arroba, y de dos libras, y de una libra, y de media libra y de cuatro onzas; y esto no para que viniese muy justo, sino media onza más ó ménos en cada peso que pesaba y de cuanto pesó. Y dijeron los oficiales del Rey que habia en el oro, así en lo que estaba hecho arrobas como en los granos de las minas y en los tejuelos y joyas, más de seiscientos mil pesos, sin la plata é otras muchas joyas que se dejaron de avaluar; y algunos soldados decian que habia más. Y como ya no habia que hacer en ello sino sacar el real quinto y dar á cada capitan y soldado nuestras partes, é á los que quedaban en el puerto de la Villa-Rica tambien las suyas, parece ser Cortés procuraba de no lo repartir tan presto, hasta que tuviese más oro é hubiese buenas pesas y razon y cuenta de á cómo salian; y todos los más soldados y capitanes dijimos que luego se repartiese, porque habiamos visto que cuando se deshacian las piezas del tesoro de Montezuma estaba en los montones que he dicho mucho más oro, y que faltaba la tercia parte dello, que lo tomaban y escondian, así por la parte de Cortés como de los capitanes y otros que no se sabia, y se iba menoscabando; é á poder de muchas pláticas se pesó lo que quedaba, y hallaron sobre seiscientos mil pesos, sin las joyas y tejuelos, y para otro dia habian de dar las partes. É diré cómo lo repartieron, é todo lo más se quedó con ello el capitan Cortés é otras personas, y lo que sobre ello se hizo diré adelante. CAPÍTULO CV. CÓMO SE REPARTIÓ EL ORO QUE HUBIMOS, ASÍ DE LO QUE DIÓ EL GRAN MONTEZUMA COMO DE LO QUE SE RECOGIÓ DE LOS PUEBLOS, Y DE LO QUE SOBRE ELLO ACAECIÓ Á UN SOLDADO. Lo primero se sacó el real quinto, y luego Cortés dijo que le sacasen á él otro quinto como á su majestad, pues se lo prometimos en el arenal cuando le alzamos por capitan general y justicia mayor, como ya lo he dicho en el capítulo que dello habla. Luego tras esto dijo que habia hecho cierta costa en la isla de Cuba que gastó en el armada, que lo sacasen de monton; y demás desto, que se apartase del mismo monte la costa que habia hecho Diego Velazquez en los navíos que dimos al través con ellos, pues todos fuimos en ellos; y tras esto, para los procuradores que fueron á Castilla. Y demás desto, para los que quedaron en la Villa-Rica, que eran setenta vecinos, y para el caballo que se le murió y para la yegua de Juan Sedeño, que mataron en lo de Tlascala de una cuchillada; pues para el padre de la Merced y el clérigo Juan Diaz y los capitanes y los que traian caballos, dobles partes, escopeteros y ballesteros por el consiguiente, é otras sacaliñas; de manera que quedaba muy poco de parte, y por ser tan poco muchos soldados hubo que no lo quisieron recebir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podiamos hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobre ello era por demás; é otros soldados hubo que tomaron sus partes á cien pesos, y daban voces por lo demás; y Cortés secretamente daba á unos y á otros por via que les hacia merced por contentallos, y con buenas palabras que les decia sufrian. Pues vamos á las partes que daban á los de la Villa-Rica, que se lo mandó llevar á Tlascala para que allí se lo guardase; y como ello fué mal repartido, en tal paró todo, como adelante diré en su tiempo. En aquella sazon muchos de nuestros capitanes mandaron hacer cadenas de oro muy grandes á los plateros del gran Montezuma, que ya he dicho que tenia un gran pueblo dellos, media legua de Méjico, que se dice Escapuzalco; y asimismo Cortés mandó hacer muchas joyas y gran servicio de vajilla, y algunos de nuestros soldados que habian henchido las manos; por manera que ya andaban públicamente muchos tejuelos de oro marcado y por marcar, y joyas de muchas diversidades de hechuras, é el juego largo, con unos naipes que hacian de cuero de atambores, tan buenos é tan bien pintados como los de España; los cuales naipes hacia un Pedro Valenciano, y desta manera estábamos. Dejemos de hablar en el oro y de lo mal que se repartió y peor se gozó, y diré lo que á un soldado que se decia Fulano de Cárdenas le acaeció. Parece ser que aquel soldado era piloto y hombre de la mar, natural de Triana y del condado; el pobre tenia en su tierra mujer é hijos, y como á muchos nos acaece, debria de estar pobre, y vino á buscar la vida para volverse á su mujer é hijos; é como habia visto tanta riqueza en oro en planchas y en granos de las minas é tejuelos y barras fundidas, y al repartir dello vió que no le daban sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza; y un su amigo, como le veia cada dia tan pensativo y malo, íbale á ver y decíale que de qué estaba de aquella manera y suspiraba tanto; y respondió el piloto Cárdenas: —«¡Oh cuerpo de tal conmigo! ¿Yo no he de estar malo viendo que Cortés así se lleva todo el oro, y como rey lleva quinto, y ha sacado para el caballo que se le murió y para los navíos de Diego Velazquez y para otras muchas trancanillas, y que muera mi mujer é hijos de hambre, pudiéndolos socorrer cuando fueren los procuradores con nuestras cartas, y le enviamos todo el oro y plata que habiamos habido en aquel tiempo?» Y respondióle aquel su amigo: —«Pues, ¿qué oro teniades vos para los enviar?» Y el Cárdenas dijo: —«Si Cortés me diera mi parte de lo que me cabia, con ello se sostuviera mi mujer é hijos, y aun les sobraba; mas mirad qué embustes tuvo, hacernos firmar que sirviésemos á su majestad con nuestras partes, y sacar el oro para su padre Martin Cortés sobre seis mil pesos é lo que escondió; y yo y otros pobres que estamos de noche y de dia batallando, como habeis visto en las guerras pasadas de Tabasco y Tlascala é lo de Cingapacinga é Cholula; y agora estar en tan grandes peligros como estamos, y cada dia la muerte al ojo si se levantasen en esta ciudad, é que se alce con todo el oro é que lleve quinto como rey.» É dijo otras palabras sobre ello, y que tal quinto no le habiamos de dejar sacar, ni tener tantos reyes, sino solamente á su majestad. Y replicó su compañero y dijo: —«Pues ¿esos cuidados os matan, y agora veis que todo lo que traen los caciques y Montezuma se consume en él, uno en papo y otro en saco é otro so el sobaco, y allá va todo donde quiere Cortés y estos nuestros capitanes, que hasta el bastimento todo lo llevan? Por eso dejáos desos pensamientos, y rogad á Dios que en esta ciudad no perdamos las vidas.» Y así, cesaron sus pláticas, las cuales alcanzó á saber Cortés, y como le decian que habia muchos soldados descontentos por las partes del oro y de lo que habian hurtado del monton, acordó de hacer á todos un parlamento con palabras muy melífluas, y dijo que todo lo que tenia era para nosotros; que él no queria quinto, sino la parte que le cabe de capitan general, y cualquiera que hubiese menester algo que se lo daria; y aquel oro que habiamos habido que era un poco de aire; que mirásemos las grandes ciudades que hay é ricas minas, que todos seriamos señores dellas, y muy prósperos é ricos; y dijo otras razones muy bien dichas, que las sabia bien proponer. Y demás desto, á ciertos soldados secretamente daba joyas de oro, y á otros daba grandes promesas, y mandó que los bastimentos que traian los mayordomos de Montezuma que lo repartiesen entre todos los soldados como á su persona; y demás desto, llamó aparte al Cárdenas y con palabras le halagó, y le prometió que con los primeros navíos le enviaria á Castilla á su mujer é hijos, é le dió trecientos pesos, y así se quedó contento. Y quedarse ha aquí, y diré cuando venga á coyuntura lo que al Cárdenas acaeció cuando fué á Castilla, y cómo le fué muy contrario á Cortés en los negocios que tuvo ante su majestad. CAPÍTULO CVI. CÓMO HUBIERON PALABRAS JUAN VELAZQUEZ DE LEON Y EL TESORERO GREGORIO MEJÍA SOBRE EL ORO QUE FALTABA DE LOS MONTONES ÁNTES QUE SE FUNDIESE, Y LO QUE CORTÉS HIZO SOBRE ELLO. Como el oro comunmente todos los hombres lo deseamos, y miéntras unos más tienen más quieren, aconteció que, como faltaban muchas piezas de oro conocidas de los montones, ya otra vez por mí dicho, y Juan Velazquez de Leon en aquel tiempo hacia labrar á los indios de Escapuzalco, que eran todos plateros del gran Montezuma, grandes cadenas de oro y otras piezas de vajillas para su servicio; y como Gonzalo Mejía, que era tesorero, le dijo secretamente que se las diese, pues no estaban quintadas y eran conocidamente de las que habia dado el Montezuma; y el Juan Velazquez de Leon, que era muy privado de Cortés, dijo que no le queria dar ninguna cosa, y que no lo habia tomado de lo que estaba allegado ni de otra parte ninguna, salvo que Cortés se las habia dado ántes que se hiciesen barras; y el Gonzalo Mejía respondió que bastaba lo que Cortés habia escondido y tomado á los compañeros, y todavía como tesorero demandaba mucho oro, que se habia pagado el real quinto, y de palabras en palabras se desmandaron y vinieron á echar mano á las espadas, y si de presto no los metiéramos en paz, entrambos á dos acabaran allí sus vidas, porque eran personas de mucho ser y valientes por las armas; y salieron heridos cada uno con dos heridas. Y como Cortés lo supo, los mandó echar presos cada uno en una cadena gruesa, y parece ser, segun muchos soldados dijeron, que secretamente habló Cortés al Juan Velazquez de Leon, como era mucho su amigo, que estuviese preso dos dias en la misma cadena, y que sacarian de la prision al Gonzalo Mejía, como á tesorero; y esto lo hacia Cortés porque viésemos todos los capitanes y soldados que hacia justicia, que con ser el Juan Velazquez uña y carne del mismo capitan, le tenia preso. Y porque pasaron otras cosas acerca del Gonzalo Mejía, que dijo á Cortés sobre el mucho oro que faltaba, y que se le quejaban dello todos los soldados porque no se lo demandaba al mismo capitan Cortés, pues era tesorero é estaba á su cargo; porque es larga relacion, lo dejaré de decir, y diré que, como el Juan Velazquez de Leon estaba preso en una sala cerca del Montezuma y su aposento, en una cadena gorda; y como el Juan Velazquez era hombre de gran cuerpo y muy membrudo, y cuando se paseaba por la sala llevaba la cadena arrastrando y hacia gran sonido, que lo oia el Montezuma, preguntó al paje Orteguilla que á quien tenia preso Cortés en las cadenas, y el paje le dijo que era á Juan Velazquez, el que solia tener guarda de su persona, porque ya en aquella sazon no lo era, sino Cristóbal de Olí; y preguntó que por qué causa, y el paje le dijo que por cierto oro que faltaba. Y aquel mismo dia fué Cortés á tener palacio al Montezuma, y despues de las cortesías acostumbradas y de las palabras que entre ellos pasaron, preguntó el Montezuma á Cortés que por qué tenia preso á Juan Velazquez, siendo buen capitan y muy esforzado; porque el Montezuma, como he dicho otras veces, bien conocia á todos nosotros y aun nuestras calidades; y Cortés le dijo medio riendo que porque era tabanillo, que quiere decir loco, y que porque no le dan mucho oro quiere ir por sus pueblos y ciudades á demandallo á los caciques, y porque no mate á algunos, por esta causa lo tiene preso; y el Montezuma respondió que le pedia por merced que le soltase, y que él enviaria á buscar más oro y le daria de lo suyo; y Cortés hacia como que se le hacia de mal el soltallo, y dijo que sí haria por complacer al Montezuma; y paréceme que lo sentenció en que fuese desterrado del real y fuese á un pueblo que se decia Cholula, con mensajero del Montezuma, á demandar oro, y primero los hizo amigos al Gonzalo Mejía y al Juan Velazquez, é vi que dentro de seis dias volvió de cumplir su destierro, y desde allí adelante el Gonzalo Mejía y Cortés no se llevaron bien, y el Juan Velazquez vino con más oro. He traido esto aquí á la memoria, aunque vaya fuera de nuestra relacion, porque vean que Cortés, so color de hacer justicia porque todos le temiésemos, era con grandes mañas. Y dejarémoslo aquí. CAPÍTULO CVII. CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO Á CORTÉS QUE LE QUERIA DAR UNA HIJA DE LAS SUYAS PARA QUE SE CASASE CON ELLA, Y LO QUE CORTÉS LE RESPONDIÓ, Y TODAVÍA LA TOMÓ, Y LA SERVIAN Y HONRABAN COMO HIJA DE TAL SEÑOR. Como otras muchas veces he dicho, siempre Cortés y todos nosotros procurábamos de agradar y servir á Montezuma y tenerle palacio; y un dia le dijo el Montezuma: —«Mirá, Malinche, que tanto os amo, que os quiero dar una hija mia muy hermosa para que os caseis con ella y la tengais por vuestra legítima mujer.» Y Cortés le quitó la gorra por la merced, y dijo que era gran merced la que le hacia; mas que era casado y tenia mujer, é que entre nosotros no podemos tener más de una mujer, y que él la tenia en aquel agrado que hija de tan gran señor merece, y que primero quiere se vuelva cristiana, como son otras señoras hijas de señores; y Montezuma lo hubo por bien, y siempre mostraba el gran Montezuma su acostumbrada voluntad; é de un dia en otro no cesaba Montezuma sus sacrificios y de matar en ellos indios, y Cortés se lo retraia, y no aprovechaba cosa ninguna, hasta que tomó consejo con nuestros capitanes qué hariamos en aquel caso, porque no se atrevia á poner remedio en ello por no revolver la ciudad é á los papas que estaban en el Huichilóbos; y el consejo que sobre ello se dió por nuestros capitanes é soldados, que hiciese que queria ir á derrocar los ídolos del alto cu de Huichilóbos, y si viésemos que se ponian en defendello ó que se alborotaban, que le demandase licencia para hacer un altar en una parte del gran cu, é poner un Crucifijo é una imágen de Nuestra Señora, y como esto se acordó, fué Cortés á los palacios adonde estaba preso Montezuma, y llevó consigo siete capitanes y soldados, é dijo al Montezuma: —«Señor, ya muchas veces he dicho á vuestra majestad que no sacrifiqueis más ánimas á estos vuestros dioses, que os traen engañados, y no lo quereis hacer; hágoos, Señor, saber que todos mis compañeros y estos capitanes que conmigo vienen, os vienen á pedir por merced que les deis licencia para los quitar de allí, y pondremos á nuestra Señora Santa María y una cruz; y que si ahora no les dais licencia, que ellos irán á los quitar, y no querria que matasen algun papa.» Y cuando el Montezuma oyó aquellas palabras y vió ir á los capitanes algo alterados, dijo: —«¡Oh Malinche, y cómo nos quereis echar á perder toda esta ciudad! Porque estarán muy enojados nuestros dioses contra nosotros, y aun vuestras vidas no sé en qué pararán. Lo que os ruego, que ahora al presente os sufrais, que yo enviaré á llamar á todos los papas y veré su respuesta.» Y como aquello oyó Cortés, hizo un ademan que queria hablar muy en secreto al Montezuma solo con el fraile de la Merced, é que no estuviesen presentes nuestros capitanes que llevaba en su compañía, á los cuales mandó que le dejasen solo, y los mandó salir; y como se salieron de la sala, dijo al Montezuma que porque no se hiciese alboroto, ni los papas lo tuviesen á mal derrocalle sus ídolos, que él trataria con los mismos nuestros capitanes que no se hiciese tal cosa, con tal que en un apartamiento del gran cu hiciésemos un altar para poner la imágen de nuestra Señora é una cruz, é que el tiempo andando verian cuán buenos y provechosos son para sus ánimas y para dalles la salud y buenas sementeras y prosperidades; y el Montezuma, puesto que con suspiros y semblante muy triste, dijo que él lo trataria con los papas. Y en fin de muchas palabras que sobre ello hubo, se puso nuestro altar apartado de sus malditos ídolos, y la imágen de nuestra Señora y una cruz, y con mucha devocion, y dando gracias á Dios, dijeron Misa cantada el Padre de la Merced, y ayudaba á la Misa el Clérigo Juan Diaz y muchos de los nuestros soldados; y allí mandó poner nuestro capitan á un soldado viejo para que tuviese guarda en ello, y rogó al Montezuma que mandase á los papas que no tocasen en ello, salvo para barrer y quemar incienso y poner candelas de cera ardiendo de noche y de dia, y enramallo y poner flores. Y dejallo hé aquí, y diré lo que sobre ello avino. CAPÍTULO CVIII. CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO Á NUESTRO CAPITAN CORTÉS QUE SE SALIESE DE MÉJICO CON TODOS LOS SOLDADOS, PORQUE SE QUERIAN LEVANTAR TODOS LOS CACIQUES Y PAPAS Y DARNOS GUERRA HASTA MATARNOS, PORQUE ASÍ ESTABA ACORDADO Y DADO CONSEJO POR SUS ÍDOLOS, Y LO QUE CORTÉS SOBRE ELLO HIZO. Como siempre á la contina nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal calidad, que eran para acabar las vidas en ellos si Nuestro Señor Dios no lo remediara, y fué que, como habiamos puesto en el gran cu en el altar que hicimos la imágen de Nuestra Señora y la cruz, y se dijo el Santo Evangelio y Misa, parece ser que los Huichilóbos y el Tezcatepuca hablaron con los papas, y les dijeron que se querian ir de su provincia, pues tan mal tratados eran de los teules, é que adónde están aquellas figuras y cruz que no quieren estar, é que ellos no estarian allí si no nos mataban, é que aquello les daban por respuesta, é que no curasen de tener otra, é que se lo dijesen á Montezuma y á todos sus capitanes, que luego comenzasen la guerra y nos matasen; y les dijo el ídolo que mirasen que todo el oro que solian tener para honrallos lo habiamos deshecho y hecho ladrillos, é que mirasen que nos íbamos señoreando de la tierra, y que teniamos presos á cinco grandes caciques, y les dijeron otras maldades para atraellos á darnos guerra; y para que Cortés y todos nosotros lo supiésemos, el gran Montezuma le envió á llamar para que le queria hablar en cosas que iba mucho en ellas; y vino el paje Orteguilla, y dijo que estaba muy alterado y triste Montezuma, é que aquella noche é parte del dia habian estado con él muchos papas y capitanes muy principales, y secretamente hablaban, que no lo pudo entender: y cuando Cortés lo oyó, fué de presto al palacio donde estaba el Montezuma, y llevó consigo á Cristóbal de Olí, que era capitan de la guardia, é á otros cuatro capitanes, é á doña Marina é á Jerónimo de Aguilar, y despues que le hicieron mucho acato, dijo el Montezuma: —«¡Oh, señor Malinche y señores capitanes, cuánto me pesa de la respuesta y mandado que nuestros teules han dado á nuestros papas é á mí é á todos mis capitanes! Y es que os demos guerra y os matemos é os hagamos ir por la mar adelante: lo que he colegido dello y me parece, es que ántes que comiencen la guerra, que luego salgais desta ciudad y no quede ninguno de vosotros aquí; y esto, señor Malinche, os digo que hagais en todas maneras, que os conviene: si no, mataros han, y mirá que os va las vidas.» Y Cortés y nuestros capitanes sintieron pesar y aun se alteraron; y no era de maravillar de cosa tan nueva y determinada, que era poner nuestras vidas en gran peligro sobre ello en aquel instante, pues tan determinadamente nos lo avisaban; y Cortés le dijo que él se lo tenia en merced el aviso; que al presente de dos cosas le pesaban: no tener navíos en que se ir, que mandó quebrar los que trujo; y la otra, que por fuerza habia de ir el Montezuma con nosotros para que le vea nuestro gran Emperador; y que le pide por merced que tenga por bien que hasta que se hagan tres navíos en el arenal que detenga á los papas y capitanes, porque para ellos es mejor partido; y que si comenzaren la guerra, que todos morirán en ella si la quisieren dar. É más dijo, que porque vea Montezuma quiere luego hacer lo que le dice, que mande á sus capitanes que vayan con dos de nuestros soldados que son grandes maestros de hacer navíos á cortar la madera cerca del arenal. El Montezuma estuvo muy más triste que de ántes, como Cortés le dijo que habia de ir con nosotros ante el Emperador, y dijo que le daria los carpinteros, y que luego despachase, y no hubiese más palabras, sino obras: y que entre tanto que él mandaria á los papas y á sus capitanes que no curasen de alborotar la ciudad, é que á sus ídolos Huichilóbos que mandaria aplacasen con sacrificios, é que no seria con muertes de hombres. Y con esta tan alborotada plática se despidió Cortés del Montezuma, y estábamos todos con grande congoja, esperando cuándo habian de comenzar la guerra. Luego Cortés mandó llamar á Martin Lopez y Andrés Nuñez, y con los indios carpinteros que le dió el gran Montezuma; y despues de platicado el porte de que se podrian labrar los tres navíos, le mandó que luego pusiese por la obra de los hacer é poner á punto, pues que en la Villa-Rica habia todo aparejo de hierro y herreros, y jarcia y estopa, y calafates y brea; y así, fueron y cortaron la madera en la costa de la Villa-Rica, y con toda la cuenta y galivo della, y con buena priesa comenzó á labrar sus navíos. Lo que Cortés le dijo á Martin Lopez sobre ello no lo sé; y esto digo porque dice el coronista Gómora en su historia que le mandó que hiciese muestras, como cosa de burla, que los labraba, porque lo supiese el gran Montezuma: remítome á lo que ellos dijeron, que gracias á Dios son vivos en este tiempo; mas muy secretamente me dijo el Martin Lopez que de hecho y apriesa los labraba; y así, los dejó en astillero tres navíos. Dejémoslos labrándolos, y digamos cuáles andábamos todos en aquella gran ciudad tan pensativos, temiendo que de una hora á otra nos habian de dar guerra en nuestras caborias de Tlascala; é doña Marina así lo decia al capitan, y el Orteguilla, el paje del Montezuma, siempre estaba llorando, y todos nosotros muy á punto, y buenas guardas al Montezuma. Digo, de nosotros estar á punto no habia necesidad de decillo tantas veces, porque de dia y de noche no se nos quitaban las armas, gorjales y antiparas, y con ello dormiamos. Y dirán ahora dónde dormiamos, de qué eran nuestras camas, sino un poco de paja y una estera, y el que tenia un toldillo, ponelle debajo y calzados y armados, y todo género de armas muy á punto, y los caballos enfrenados y ensillados todo el dia; y todos tan prestos, que en tocando el arma como si estuviéremos puestos é aguardando para aquel punto; pues de velar cada noche, no quedaba soldado que no velaba. Y otra cosa digo, y no por me jactanciar dello, que quedé yo tan acostumbrado de andar armado y dormir de la manera que he dicho, que despues de conquistada la Nueva-España tenia por costumbre de me acostar vestido y sin cama, é que dormia mejor que en colchones duermo; é ahora cuando voy á los pueblos de mi encomienda no llevo cama, é si alguna vez la llevo no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros que se hallan presentes, porque no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar; mas en verdad que me echo vestido en ella. Y otra cosa digo, que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo de levantar á ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza el bonete ni paño ni cosa ninguna, y gracias á Dios no me hace mal, por la costumbre que tenia; y esto he dicho porque sepan de qué arte andamos los verdaderos conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados á las armas y velar. Y dejemos de hablar en ello, pues que salgo fuera de nuestra relacion, y digamos cómo nuestro Señor Jesucristo siempre nos hace muchas mercedes. Y es, que en la isla de Cuba Diego Velazquez dió mucha priesa en su armada, como adelante diré, y vino en aquel instante á la Nueva-España un capitan que se decia Pánfilo de Narvaez. CAPÍTULO CIX. CÓMO DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE CUBA, DIÓ MUY GRAN PRIESA EN ENVIAR SU ARMADA CONTRA NOSOTROS, Y EN ELLA POR CAPITAN GENERAL Á PÁNFILO DE NARVAEZ, Y CÓMO VINO EN SU COMPAÑÍA EL LICENCIADO LÚCAS VELAZQUEZ DE AILLON, OIDOR DE LA REAL AUDIENCIA DE SANTO DOMINGO, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO. Volvamos ahora á decir algo atrás de nuestra relacion, para que bien se entienda lo que ahora diré. Ya he dicho en el capítulo que dello habla, que como Diego Velazquez, gobernador de Cuba, supo que habiamos enviado nuestros procuradores á su majestad con todo el oro que habiamos habido, é el sol y la luna y muchas diversidades de joyas, y oro en granos sacados de las minas, y otras muchas cosas de gran valor, que no le acudiamos con cosa ninguna; y asimismo supo cómo D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos é Arzobispo de Rosano, que así se nombraba, é en aquella sazon era presidente de Indias y lo mandaba todo muy absolutamente, porque su majestad estaba en Flandes, y habia tratado muy mal el Obispo á nuestros procuradores; y dicen que le envió el Obispo desde Castilla en aquella sazon muchos favores al Diego Velazquez, é avisó é mandó para que nos enviase á prender, y que él le daba desde Castilla todo favor para ello, el Diego Velazquez con aquel gran favor hizo una armada de diez y nueve navíos, y con mil y cuatrocientos soldados, en que traian sobre veinte tiros y mucha pólvora y todo género de aparejos, de piedras y pelotas, y dos artilleros, que el capitan de la artillería se decia Rodrigo Martin, y traia ochenta de á caballo y noventa ballesteros y setenta escopeteros; y el mismo Diego Velazquez por su persona, aunque era bien gordo y pesado, andaba en Cuba de villa en villa y de pueblo en pueblo proveyendo la armada y atrayendo los vecinos que tenian indios, y á parientes y amigos, que viniesen con Pánfilo de Narvaez para que le llevasen preso á Cortés y á todos nosotros sus capitanes y soldados, ó á lo ménos no quedásemos algunos con las vidas; y andaba tan encendido de enojo y tan diligente, que vino hasta Guaniguanico, que es pasada la Habana más de sesenta leguas. Y andando desta manera, ántes que saliese su armada pareció ser alcanzarlo á saber la real audiencia de Santo Domingo y los Frailes Jerónimos que estaban por gobernadores; el cual aviso y relacion dellos les envió desde Cuba el licenciado Zuazo, que habia venido á aquella isla á tomar residencia al mismo Diego Velazquez. Pues como lo supieron en la real audiencia, y tenian memorias de nuestros muy buenos y nobles servicios que haciamos á Dios y á su majestad, y habiamos enviado nuestros procuradores con grandes presentes á nuestro Rey y señor, y que el Diego Velazquez no tenia razon ni justicia para venir con armada á tomar venganza de nosotros, sino que por justicia lo mandase; y que si venia con la armada era gran estorbo para nuestra conquista, acordaron de enviar á un licenciado que se decia Lúcas Vazquez de Ayllon, que era oidor de la misma real audiencia, para que estorbase la armada al Diego Velazquez y no la dejase pasar, y que sobre ello pusiese grandes penas; é vino á Cuba el mismo oidor, y hizo sus diligencias y protestaciones, como le era mandado por la real audiencia, para que no saliese con su intencion el Velazquez; y por más penas y requirimientos que le hizo é puso, no aprovechó cosa ninguna; porque, como el Diego Velazquez era tan favorecido del Obispo de Búrgos, y habia gastado cuanto tenia en hacer aquella gente de guerra contra nosotros, no tuvo todos aquellos requirimientos que hicieron en una castañeta, ántes se mostró más bravoso. Y desque aquello vió el oidor vínose con el mesmo Narvaez para poner paces y dar buenos conciertos entre Cortés y el Narvaez. Otros soldados dijeron que venia con intencion de ayudarnos, y si no lo pudiese hacer, tomar la tierra en sí por S. M., como oidor; y desta manera vino hasta el puerto de San Juan de Ulúa. Y quedarse ha aquí, y pasaré adelante y diré lo que sobre ello se hizo. CAPÍTULO CX. CÓMO PÁNFILO DE NARVAEZ LLEGÓ AL PUERTO DE SAN JUAN DE ULÚA, QUE SE DICE LA VERACRUZ, CON TODA SU ARMADA, Y LO QUE LE SUCEDIÓ. Viniendo el Pánfilo de Narvaez con toda su flota, que eran diez y nueve navíos, por la mar, parece ser junto á las sierras de San Martin, que así se llaman, tuvo un viento de norte, y en aquella costa es traviesa, y de noche se le perdió un navío de poco porte, que dió al través; venian en él por capitan un hidalgo que se decia Cristóbal de Morante, natural de Medina del Campo, y se ahogó cierta gente, y con toda la más flota vino á San Juan de Ulúa; y como se supo de aquella grande armada, que para haberse hecho en la isla de Cuba, grande se puede llamar, tuvieron noticia della los soldados que habia enviado Cortés á buscar las minas, y viénense á los navíos del Narvaez los tres dellos, que se decian Cervantes el chocarrero, y Escalana, y otro que se decia Alonso Hernandez Carretero; y cuando se vieron dentro en los navíos y con el Narvaez, dice que alzaban las manos á Dios, que los libró del poder de Cortés y de salir de la gran ciudad de Méjico, donde cada dia esperaban la muerte; y como caminan con el Narvaez y les mandaba dar de beber demasiado, estábanse diciendo los unos á los otros delante del mismo general: —«Mirá si es mejor estar aquí bebiendo buen vino que no cautivo en poder de Cortés, que nos traia de noche y de dia tan avasallados, que no osábamos hablar, y aguardando de un dia á otro la muerte al ojo.» Y aun decia el Cervantes, como era truhan, so color de gracias: —«Oh Narvaez, Narvaez, que bienaventurado que eres é á qué tiempo has venido, que tiene ese traidor de Cortés allegados más de setecientos mil pesos de oro, y todos los soldados están muy mal con él porque les ha tomado mucha parte de lo que les cabia del oro de parte, é no quieren recebir lo que les da.» Por manera que aquellos soldados que se nos huyeron eran ruines y soeces, y decian al Narvaez mucho más de lo que queria saber. Y tambien le dieron por aviso que ocho leguas de allí estaba poblada una villa que se dice la villa rica de la Veracruz, y estaba en ella un Gonzalo de Sandoval con sesenta soldados, todos viejos y dolientes, y que si enviase á ellos gente de guarda, luego se darian, y le decian otras muchas cosas. Dejemos todas estas pláticas, y digamos cómo luego lo alcanzó á saber el gran Montezuma cómo estaban allí surtos los navíos, y con muchos capitanes y soldados, y envió sus principales secretamente, que no lo supo Cortés, y les mandó dar comida y oro y plata, y que de los pueblos más cercanos les proveyesen de bastimento; y el Narvaez envió á decir al Montezuma muchas malas palabras y descomedimientos contra Cortés, y de todos nosotros que éramos unas gentes malas, ladrones, que veniamos huyendo de Castilla sin licencia de nuestro Rey y señor, y que como tuvo noticia el Rey nuestro señor que estábamos en estas tierras, y de los males y robos que haciamos, y teniamos preso al Montezuma, para estorbar tantos daños, que le mandó al Narvaez que luego viniese con todas aquellas naos y soldados y caballeros para que le suelten de las prisiones, y que á Cortés y á todos nosotros, como malos, nos prendiesen ó matasen, y en las mismas naos nos enviasen á Castilla, y que cuando allá llegásemos nos mandaria matar; y le envió á decir otros muchos desatinos; y eran los intérpretes para dárselos á entender á los indios los tres soldados que se nos fueron, que ya sabian la lengua. Y demás destas pláticas, le envió el Narvaez ciertas cosas de Castilla. Y cuando Montezuma lo supo, tuvo gran contento con aquellas nuevas; porque, como le decian que tenian tantos navíos é caballos é tiros y escopetas y ballesteros, y eran mil y trescientos soldados, y dende arriba creyó que nos perderia. Y demás desto, como sus principales vieron á nuestros tres soldados (que traidores bellacos se pueden llamar) con el Narvaez y veian que decian mucho mal de Cortés, tuvo por cierto todo lo que el Narvaez envió á decir; y toda la armada se la llevaron pintada en dos paños al natural. Entónces el Montezuma le envió mucho más oro y mantas, y mandó que todos los pueblos de la comarca le llevasen bien de comer, é ya habia tres dias que lo sabia el Montezuma, y Cortés no sabia cosa ninguna. É un dia yéndole á ver nuestro capitan y á tenelle palacio, despues de las cortesías que entre ellos se tenian, pareció al capitan Cortés que estaba el Montezuma muy alegre y de buen semblante, y le dijo qué tal se sentia, y el Montezuma respondió que mejor estaba; y tambien, como el Montezuma le vió ir á visitar en un dia dos veces, temió que Cortés sabia de los navíos, y por ganar por la mano y que no le tuviese por sospechoso le dijo: —«Señor Malinche, ahora en este punto me han llegado mensajeros de cómo en el punto donde desembarcastes han venido diez y ocho navíos y mucha gente y caballos, é todo nos lo traen pintado en unas mantas; y como me visitastes hoy dos veces, creí que me veniades á dar nuevas dello; así que no habreis menester hacer navío; y porque no me lo deciades, por una parte tenia enojo de vos de tenérmelo encubierto, y por otra me holgaba porque vienen vuestros hermanos, para que todos os vais á Castilla é no haya más palabras.» Y cuando Cortés oyó lo de los navíos y vió la pintura del paño se holgó en gran manera, y dijo: —«Gracias á Dios, que al mejor tiempo provee.» Pues nosotros los soldados era tanto el gozo, que no podiamos estar quedos, y de alegría escaramuzaron los caballos y tiramos tiros; é Cortés estuvo muy pensativo, porque bien entendió que aquella armada que la enviaba el gobernador Velazquez contra él y contra todos nosotros. Y como supo que era, comunicó lo que sentia della con todos nosotros, capitanes y soldados, y con grandes dádivas y ofrecimientos que nos haria ricos á todos nos atraia para que tuviésemos con él, y no sabia quien venia por capitan; y estábamos muy alegres con las nuevas y con el más oro que nos habia dado Cortés por via de mercedes, como que lo daba de su hacienda, y no de lo que nos cabia de parte, y viendo el gran socorro é ayuda que nuestro Señor Jesucristo nos enviaba. É quedarse ha aquí, é diré lo que pasó en el real de Narvaez. CAPÍTULO CXI. CÓMO PÁNFILO NARVAEZ ENVIÓ CON CINCO PERSONAS DE SU ARMADA Á REQUERIR Á GONZALO DE SANDOVAL, QUE ESTABA POR CAPITAN EN LA VILLA-RICA, QUE SE DIESE LUEGO CON TODOS LOS VECINOS, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ. Como aquellos tres malos de nuestros soldados por mí nombrados, que se le pasaron al Narvaez y le daban aviso de todas las cosas que Cortés y todos nosotros habiamos hecho desde que entramos en la Nueva-España, y le avisaron que el capitan Gonzalo de Sandoval estaba ocho ó nueve leguas de allí en una villa rica que estaba poblada, que se decia la villa rica de la Veracruz, é que tenia consigo sesenta vecinos, y todos los más viejos y dolientes, acordó de enviar á la villa á un clérigo que se decia Guevara, que tenia buena expresiva, é á otro hombre de mucha cuenta que se decia Amaya, pariente del Diego Velazquez, y á un escribano que se decia Vergara, y tres testigos, los nombres dellos no me acuerdo; los cuales envió que notificasen á Gonzalo de Sandoval que luego se diesen al Narvaez, y para ello dijeron que traian unos traslados de las provisiones, é dicen que ya el Gonzalo de Sandoval sabia de los navíos por nuevas de indios, y de la mucha gente que en ellos venia; y como era muy varon en sus cosas, siempre estaba muy apercebido él, y sus soldados armados; y sospechando que aquella armada era de Diego Velazquez, y que enviaria á aquella villa de sus gentes para se apoderar della, y por estar más desembarazados de los soldados viejos y dolientes, los envió luego á un pueblo de indios que se dice Papalote, é quedó con los sanos; y el Sandoval siempre tenia buenas velas en los caminos de Cempoal, que es por donde habian de venir á la villa; y estaba convocando el Sandoval y atrayendo á sus soldados que si viniese Diego Velazquez ó otra persona, que no le diesen la villa; y todos los soldados dicen que le respondieron conforme á su voluntad, y mandó hacer una horca en un cerro. Pues estando sus espías en los caminos, vienen de presto y le dan noticia que vienen cerca de la villa donde estaban, seis españoles é indios de Cuba; y el Sandoval aguardó en su casa, que no les salió á recebir, y habia mandado que ningun soldado saliese de sus casas ni les hablasen. Y como el clérigo y los demás que traia en su compañía no topaba á ningun vecino español con quien hablar, sino eran indios que hacian la obra de la fortaleza; y como entraron en la villa, fuéronse á la iglesia á hacer oracion, y luego se fueron á la casa de Sandoval, que les pareció que era la mayor de la villa; é el clérigo, despues del norabuena estéis, que así diz que dijo, y el Sandoval le respondió que en tal hora buena viniese; dicen que el clérigo Guevara (que así se llamaba) comenzó un razonamiento, diciendo que el señor Diego Velazquez, gobernador de Cuba habia gastado muchos dineros en la armada, é que Cortés é todos los demás que habia traido en su compañía le habian sido traidores, y que les venia á notificar que luego fuesen á dar la obediencia al señor Pánfilo de Narvaez, que venia por capitan general del Diego Velazquez. É como el Sandoval oyó aquellas palabras y descomedimientos que el padre Guevara dijo, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oia, y le dijo: —«Señor padre, muy mal hablais en decir esas palabras de traidores; aquí somos mejores servidores de su majestad que no Diego Velazquez ni ese vuestro capitan; y porque sois clérigo no os castigo conforme á vuestra mala crianza. Andad con Dios á Méjico, que allá está Cortés, que es capitan general y justicia mayor de esta Nueva-España, y os responderá; aquí no teneis más que hablar.» Entónces el clérigo muy bravoso dijo á su escribano que con él venia, que se decia Vergara, que luego sacase las provisiones que traia en el seno y las notificase al Sandoval y á los vecinos que con él estaban; y dijo Sandoval al escribano que no leyese ningunos papeles, que no sabia si eran provisiones ó otras escrituras; y de plática en plática, ya el escribano comenzaba á sacar del seno las escrituras que traia, y el Sandoval le dijo: —«Mirad, Vergara, ya os he dicho que no leais ningunos papeles aquí, sino id á Méjico; yo os prometo que si tal leyéredes, que yo os haga dar cien azotes, porque ni sabemos si sois escribano del Rey ó no; amostrad el título dello, y si le traeis, leeldo; y tampoco sabemos si son originales de las provisiones ó traslados ó otros papeles.» Y el clérigo, que era muy soberbio, dijo muy enojado: —«¿Qué haceis con estos traidores? Sacad esas provisiones y notificádselas.» Y como el Sandoval oyó aquella palabra, le dijo que mentia como ruin clérigo, y luego mandó á sus soldados que los llevasen presos á Méjico; y no lo hubo bien dicho, cuando en jamaquillas de redes, como ánimas pecadoras los arrebataron muchos indios de los que trabajaban en la fortaleza, que los llevaron á cuestas, y en cuatro dias dan con ellos cerca de Méjico, que de noche y de dia con indios de remuda caminaban; é iban espantados de que veian tantas ciudades y pueblos grandes que les traian de comer, y unos los dejaban y otros los tomaban, y andar por su camino. Dicen que iban pensando si era encantamiento ó sueño; y el Sandoval envió con ellos por alguacil, hasta que llegase á Méjico, á Pedro de Solís, el yerno que fué de Orduña, que ahora llaman Solís de Atrás-de-la-puerta. Y así como los envió presos, escribió muy en posta á Cortés quién era el capitan de la armada y todo lo acaecido; y como Cortés lo supo que venian presos y llegaban cerca de Méjico, envióles gran banquete, é cabalgaduras para los tres más principales, y mandó que luego los soltasen de la prision, y les escribió que le pesó de que Gonzalo de Sandoval tal desacato tuviese, é que quisiera que les hiciera mucha honra; y como llegaron á Méjico los salió á recibir, y los metió en la ciudad muy honradamente; y como el Clérigo y los demás sus compañeros vieron á Méjico ser tan grandísima ciudad, y la riqueza de oro que teniamos, é otras muchas ciudades en el agua de la laguna, é todos nuestros capitanes é soldados, y la gran franqueza de Cortés, estaban admirados; y á cabo de dos dias que estuvieron con nosotros, Cortés les habló de la tal manera con prometimientos y halagos, y aun les untó las manos de tejuelos y joyas de oro, y los tornó á enviar á su Narvaez con bastimento que les dió para el camino; que donde venian muy bravosos leones, volvieron muy mansos y se le ofrecieron por servidores. Y así como llegaron á Cempoal á dar relacion á su capitan, comenzaron á convocar todo el real de Narvaez que se pasasen con nosotros. Y dejallo hé aquí, y diré cómo Cortés escribió al Narvaez, y lo que sobre ello pasó. FIN DEL TOMO PRIMERO. ÍNDICE. _Páginas._ PRÓLOGO 5 Capítulo I. 9 — II. 13 — III. 18 — IV. 23 — V. 28 — VI. 31 — VII. 37 — VIII. 41 — IX. 47 — X. 50 — XI. 51 — XII. 56 — XIII. 58 — XIV. 62 — XV. 65 — XVI. 67 — XVII. 72 — XVIII. 74 — XIX. 80 — XX. 84 — XXI. 89 — XXII. 92 — XXIII. 95 — XXIV. 102 — XXV. 104 — XXVI. 107 — XXVII. 109 — XXVIII. 115 — XXIX. 117 — XXX. 122 — XXXI. 126 — XXXII. 132 — XXXIII. 135 — XXXIV. 138 — XXXV. 143 — XXXVI. 148 — XXXVII. 155 — XXXVIII. 158 — XXXIX. 165 — XL. 170 — XLI. 174 — XLII. 180 — XLIII. 185 — XLIV. 187 — XLV. 191 — XLVI. 196 — XLVII. 200 — XLVIII. 204 — XLIX. 209 — L. 212 — LI. 214 — LII. 222 — LIII. 226 — LIV. 229 — LV. 235 — LVI. 239 — LVII. 244 — LVIII. 246 — LIX. 249 — LX. 252 — LXI. 256 — LXII. 264 — LXIII. 270 — LXIV. 275 — LXV. 279 — LXVI. 283 — LXVII. 290 — LXVIII. 293 — LXIX. 296 — LXX. 304 — LXXI. 308 — LXXII. 312 — LXXIII. 314 — LXXIV. 321 — LXXV. 325 — LXXVI. 329 — LXXVII. 331 — LXXVIII. 336 — LXXIX. 344 — LXXX. 348 — LXXXI. 351 — LXXXII. 353 — LXXXIII. 357 — LXXXIV. 378 — LXXXV. 381 — LXXXVI. 386 — LXXXVII. 392 — LXXXVIII. 399 — LXXXIX. 406 — XC. 409 — XCI. 414 — XCII. 426 — XCIII. 443 — XCIV. 450 — XCV. 454 — XCVI. 464 — XCVII. 469 — XCVIII. 475 — XCIX. 478 — C. 482 — CI. 493 — CII. 496 — CIII. 499 — CIV. 505 — CV. 510 — CVI. 515 — CVII. 518 — CVIII. 521 — CIX. 527 — CX. 530 — CXI. 534 *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA (1 DE 3) *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you charge for an eBook, except by following the terms of the trademark license, including paying royalties for use of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for copies of this eBook, complying with the trademark license is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, performances and research. 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It exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from people in all walks of life. Volunteers and financial support to provide volunteers with the assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will remain freely available for generations to come. In 2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure and permanent future for Project Gutenberg™ and future generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org. Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state’s laws. The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation’s website and official page at www.gutenberg.org/contact Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine-readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. To SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state visit www.gutenberg.org/donate. While we cannot and do not solicit contributions from states where we have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition against accepting unsolicited donations from donors in such states who approach us with offers to donate. International donations are gratefully accepted, but we cannot make any statements concerning tax treatment of donations received from outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. Please check the Project Gutenberg web pages for current donation methods and addresses. Donations are accepted in a number of other ways including checks, online payments and credit card donations. To donate, please visit: www.gutenberg.org/donate. Section 5. General Information About Project Gutenberg™ electronic works Professor Michael S. Hart was the originator of the Project Gutenberg™ concept of a library of electronic works that could be freely shared with anyone. For forty years, he produced and distributed Project Gutenberg™ eBooks with only a loose network of volunteer support. Project Gutenberg™ eBooks are often created from several printed editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in the U.S. unless a copyright notice is included. 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