The Project Gutenberg eBook of Nuevas poesías y evangélicas This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Nuevas poesías y evangélicas Author: Almafuerte Commentator: Alfredo L. Palacios Release date: November 20, 2020 [eBook #63823] Language: Spanish Credits: Produced by Andrés V. Galia, Santiago and the Online Distributed Proofreading Team *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK NUEVAS POESÍAS Y EVANGÉLICAS *** Produced by Andrés V. Galia, Santiago and the Online Distributed Proofreading Team NOTAS DEL TRANSCRIPTOR La portada de libro fue modificada por el Transcriptor y ha sido depositada en el dominio público. El Índice fue movido del final de la obra al principio. El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes al momento de la publicación de la obra, en 1918. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios Académicos de la Real Academia Española. Las reglas de la Real Academia Española establecen que el acento ortográfico en las mayúsculas debe colocarse si es que un vocablo lleva tilde. Sin embargo, por una cuestión pragmática, en las imprentas ese criterio normalmente no era respetado. En la presente transcripción se decidió adecuar la ortografía de las mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE. Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos. * * * * * _NUEVAS POESÍAS Y EVANGÉLICAS_ ALMAFUERTE NUEVAS POESÍAS Y EVANGÉLICAS CON UN ESTUDIO DEL Dr. ALFREDO PALACIOS [Illustración] EDITOR CLAUDIO GARCÍA SARANDÍ, 441 1918 ÍNDICE Pág. Al lector 6 Almafuerte por el Dr. Alfredo Palacios 7 Evangélicas 43 ¡Vade Retro! 72 La Sombra de la Patria 73 Evangélicas 83 Trémolo 92 Fúnebre 98 Serenata 99 El borrón 101 Evangélicas 104 Al compás del corazón 105 Almafuerterianas 106 Entre esposos 107 De rodilla 108 ¿Flores a mí? 110 Vigilias amargas 112 La Inmortal 117 Postal 150 Mi Juventud 151 Mi Fe 152 A la libertad 154 Sólo Dios 156 Nocturno canto de amor 158 Máter Dolorosa 159 Epilatamio 164 _AL LECTOR_: _El éxito clamoroso obtenido en la primera edición de esta obra--agotada rápidamente,--las conferencias y polémicas entabladas alrededor de la personalidad de Almafuerte y la demanda continua que de todos sitios recibo de sus «Poesías»; me han decidido a completar la publicación de ellas, revisando pacientemente las revistas en que se publicaron, habiendo conseguido reunir original para un nuevo volumen que, juntamente con el anterior aparecido y reeditado, forman la colección completa de las poesías y evangélicas de Almafuerte, más querido y admirado cuanto más se difunden sus producciones, consiguiendo así el homenaje popular que me propuse fomentar en la primera edición._ _A este nuevo volumen le sirve de prólogo la conferencia dada por el Dr. Alfredo L. Palacios el que a través de su hermoso talento, nos presenta al poeta bajo una faz simpática de apóstol optimista, la más interesante quizá, de su modalidad._ _EL EDITOR._ ALMAFUERTE Discurso pronunciado por el Dr. Alfredo L. Palacios, en el teatro Colón de Buenos Aires, con motivo del homenaje al poeta. Cuando un gran poeta se va, el corazón del pueblo sufre desgarramientos dolorosos. Es que los poetas son sacerdotes del misterio y del infinito que penetran en lo más hondo de las cosas y nos revelan la belleza. En pugna con los ritos consagrados y la estrechez del dogma que asfixia, tienen la amplitud del profeta. Son los poseedores del entusiasmo y de la esperanza, de la esperanza, que, no obstante tener alas, se quedó entre nosotros, porque amaba a los hombres. Esperar es amar, dijo Guyau, el poeta filósofo, y amar es saber esperar al lado de los que sufren. El poeta es vidente, y por eso conduce y libera los pueblos; canta sus glorias, sus dolores y sus misteriosos anhelos de ascensión. Cuenta Plutarco que los vencedores de los atenienses ante Siracusa perdonaban la vida a todos cuantos podían repetirles los versos de Eurípides... Y muchos siglos después, cuando la barbarie turca dió un zarpazo a Grecia, el divino Homero, el rudo y genial Esquilo, Sófocles, Píndaro, desde las profundidades de la historia, armaron caballero de la libertad a Byron. Entre los hombres, los que están más altos son los poetas. Menester es que así sea, porque ellos son los vigías y marcan el derrotero... Si miramos hacia Bélgica, desgarrada, aparece Verhaeren como si no hubiera muerto y que, cual un profeta que anuncia y guía le dice al hombre: Sube más alto, más alto: Todo el goce está en el vuelo. En la sagrada Francia, Rostand, que espiritualiza la vida, dando así lo que no pueden dar los fusiles y los cañones: la abnegación y la capacidad de sacrificio. En Italia, D'Annunzio; en Inglaterra, Rudyard Kipling, que exaltan la nacionalidad. En Portugal, Guerra Junqueiro, vehemente y agresivo con los poderosos y manso con los pequeños. «Mejor es abajar el espíritu con los humildes que partir despojos con los soberbios», dice el sabio hebreo. En el Norte de América, de donde llega un ruido ensordecedor de máquinas, Walt Whitman, el hijo de Manhattan, bardo de la democracia que canta el himno de la expansión y del orgullo, y que no se desvanecerá--él lo dijo--como el círculo de fuego que un niño traza en la noche con un tizón ardiente. En el Sur de América, donde crecen los cachorros del noble león hispano, Rubén Darío, admirable artífice, que innova la forma poética, libertador del arte, del ritmo y de la rima, que va hacia el porvenir, «siempre bajo el divino imperio de la música, música de las ideas, música del verbo». Rubén Darío, que en «Prosas profanas» permanece ajeno a la vida, a la solidaridad social, al grito de pasión que se escapa del alma de los torturados y que sólo ama la serenidad, la línea impecable, el refinamiento en la expresión, pero que evoluciona para ser más humano, en «Cantos de vida y esperanza,» donde dice: La torre de marfil tentó mi anhelo. Quise encerrarme dentro de mí mismo Y tuve hambre de espacio y sed de cielo Desde las sombras de mi propio abismo. Y frente a Rubén Darío, Almafuerte, el cantor del hombre. Las suaves transiciones de un estado de alma a otro no las expresa su verso, que gusta de la antítesis violenta. Una delicada nota musical, el perfume de una flor, un matiz tenue de sentimiento no hacen vibrar su lira; su voz es la voz de la tempestad. Penetra en el alma de sus hermanos y los conmueve varonilmente, canta las ansiedades, las tristezas, los dolores; plantea los grandes problemas humanos con una sed infinita de justicia; muestra la necesidad de sobrepasar la naturaleza visible; se encara con Dios, dialoga con él y le increpa. Sale de su egoísmo para vivir la vida de todos. Y marcha impulsado por un hondo sentimiento metafísico que no destruirán las religiones agonizantes. Sintetiza en su alma todas las tristezas, todos los anhelos, agitando el mundo con sus imprecaciones, con sus blasfemias, y, lejos de detenerse, aniquilado por la desesperación del pesimismo, avanza siempre, levantando en alto una luz que no se apaga, porque le alienta la esperanza. En su alma se desborda la pasión. Hay gritos de dolor y de ira, en los que no ven belleza, por incomprensión, los artistas que sólo aman lo límpido, lo sereno... Era bello Jesús cuando seducía a las gentes, predicando a orillas del lago de Capharnaum; había una gran serenidad en su alma, una gran dulzura en sus ojos, y la blanca túnica de los esenios caía en graciosos pliegues sobre su cuerpo delicado que parecía hecho de azucenas. Pero era más hermoso el Hombre de Galilea cuando entró, lleno de violencia, en el Templo, con el fuego de los profetas en la pupila, la cabellera suelta, en desorden la túnica agitada por un viento de pasión, y empuñando el látigo echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo, diciéndoles: «Escrito está: mi casa, casa de oración será llamada, mas vosotros cueva de ladrones la habéis hecho». Almafuerte no es el buen monje artífice de la frase dannunziana; es el gran espíritu de amplitud humana y generosa, que no puede entender a Teófilo Gautier cuando éste, colocándose en el mirador del arte, encuentra preferible una magnífica pantera a un hombre. Nuestro poeta, para quien la belleza no está sólo en la apariencia, y que la busca al escrutar las almas, como contestando al artista, nos dice en un admirable soneto que, si en vez de las estúpidas panteras, encerrasen en la frágil jaula dos flacos mocetones, no permanecerían en el pajar sin esperanza, sino que pensativos, graves, No como el tigre sanguinario y maula, Escrutarían palmo a palmo su jaula Buscando las rendijas, no las llaves. Sólo siente el Hombre, el espíritu del Hombre; ni admira ni ama la naturaleza, que carece de voluntad y de amor y que permanece indiferente ante las lágrimas de los humanos. El rayo va sin pensamiento; los mundos giran sin dolor y todo esto lo expresa en versos lapidarios, donde la idea se ha transformado en sentimiento. Ve pasar el Universo, y sus maravillas, los astros, la luz, las flores, todo le deja inconmovible, y dice: Yo no siento más vida que la del hombre. Ni Wagner ni Rossini me dicen nada. Pero si por acaso gime un gemido ¡Me traspasa las carnes como una espada! Toda su sensibilidad es para el dolor de los hombres, y por eso llega en su incomprensión musical a la más absoluta indiferencia escuchando el canto de la forja de «Siegfried» o la novena sinfonía de Beethoven, tan impregnada de sentimiento, y donde hay también como en los versos del poeta, un gran anhelo de ascensión. ¿Qué importa que el preludio del tercer acto de «Tristán e Isolda» exprese admirablemente el dolor universal, si el poeta no puede sentir la música, porque no hay espacio en su alma sino para las lágrimas de los hombres? Ni Wagner, ni Rossini, ni Beethoven le dicen nada, pero ¡el gemido del hombre! ¡ah! ¡si gime un gemido, entonces le traspasará las carnes como una espada! Nadie amó a los hombres, después de Jesús y el de Asís, como Almafuerte. Zarathustra, viviendo en la soledad, observó que sus sentimientos variaban y que necesitaba manos que se alargaran hacia él. Quiso dar y repartir; era una copa que se desbordaba. Díjole al anciano del bosque: «Amo a los hombres», y llevó su fuego a los valles. Sólo encontró un cadáver, y después de sepultarlo, resolvió no volver hablar al pueblo nunca; quiso unirse a los creadores, a los que cosechan y se regocijan; su canto fué para los solitarios. Nietzsche, pensador del grupo stirneano, anunciaba que la especie humana debe ser superada; que vendrá el Superhombre. También el Poeta, en sus versos de bronce, cuando dice: La perfección en sí del cuadrumano Tal vez hubiese suprimido al hombre. El que vendrá después, el Prometido, Sólo será un cerebro con dos alas. Pero Nietzsche se aparta del pueblo y crea una moral para el hombre fuerte, para el amo. Ya Juan Gaspar Smith, que parte del principio de que la humanidad está basada en el egoísmo y cuya filosofía malsana se ha pretendido erróneamente encontrar en la obra de nuestro poeta, decía que no hay otra alternativa que vencer o ser vencido. El vencedor será el amo, el vencido será el esclavo; el uno gozará de la soberanía y de los derechos del señor; el otro cumplirá lleno de respeto sus deberes de súbdito. Ahí la negación del pensamiento de Almafuerte. Ni Max Stirner, ni Nietzsche. El poeta es hermano de Jesús y de los «vigías de Israel» y por eso lejos de fulminar a los débiles, les ama. Sabe que ser débil no puede constituir una tara, sino en las regiones subalternas de la fauna inferior. En «El Misionero» llama hacia sí a los caídos, a la recua inmensa, hija del llanto, a la canalla vil y le dice: «¡Sólo quiero saber que soy tu hermano!» Y la ama profunda, sinceramente, aun sabiendo que son hechas por ella las más hondas heridas de su alma; tiene los brazos abiertos como para un abrazo inmenso. Este Zarathustra que también baja de la montaña, llevando su fuego a los valles, esta copa que se desborda, no se aparta de los hombres para entonar su canto a los solitarios. Tiene más fe; es una voluntad más soberana y así le dice a su chusma, entregándose todo entero. «Pise sobre mi cuerpo, no perdone, Toda la sociedad, pise y apriete; No habrá de conseguir que le respete Ni logrará jamás que te abandone.» El poeta es de filiación judaica; viene directamente de la Biblia y toda su obra está impregnada del espíritu de Israel. El pueblo judío fué el primero en escuchar la reclamación de los pobres. Nos dice Renán que Grecia fundadora del humanismo racional y progresivo, tuvo un claro en el círculo de su actividad intelectual y moral: despreció a los humildes. Israel suplió ese defecto del espíritu helénico. Los profetas proclamaron la justicia social y el amor a los pobres. Jesús fué el último de los profetas. El socialismo es de origen hebraico. Los profetas claman constantemente, defendiendo a los pobres; dialogan con Dios, le imprecan, exigen la justicia inmediata sobre la tierra; no quieren tolerar iniquidades contra los débiles, porque el semita no cree, hasta los Macabeos, como cree el ario, en las recompensas y castigos de ultratumba. Por eso eran vibrantes, fuertes. De ahí el código inspirado por Jeremías socialista teocrático, donde se desborda la justicia, la piedad y el amor por el pobre y la ira contra el poderoso. Éste es el enemigo a quien los profetas maldicen; él despoja a los humildes y se aparta de Jehová. Isaías lanza el anatema contra los príncipes prevaricadores y compañeros de ladrones que no oyen a juicio al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda. (Cap. I, vers. 23). No con menos pasión, Almafuerte baja a la miseria, al dolor, hasta al vicio, buscando a sus hermanos y maldiciendo a los poderosos. «La Inmortal» es el canto a su chusma, a la «sudorosa chusma sagrada» de la que surgen las fuerzas de la historia y para quien él quiere justicia como los profetas. Almafuerte desciende hasta lo más profundo; cuando más llagas ve, más ama. Es un sacerdote del amor, de la infinita misericordia, y vuelve de los abismos de la miseria, «Como surgen los rudos poceros, Ungidos en greda, del pozo que cavan.» La compasión baja al dolor, blanca y perfumada, y retorna a la luz sucia y llena de taras. El Misionero dijo con verdad que el que quiere conservarse puro, «muchas veces tendrá que no ser bueno». Canta a la heroica labor cotidiana de la chusma, oprimida por leyes y por prejuicios y por eso llena de rencores; que ve los días felices de los poderosos y que porque tiene pasión y ansias, «Con su gran maldición de sedienta Maldice hasta mismo su vaso de agua»; y que porque tiene noción de lo justo «su disfraz de Catón la sulfura y enloda y escupe su clámide blanca»; y que porque vive Jesús en su alma «ni respeto ni amor le despiertan sus burlas de sabio, sus cruces de plata.» Ella, la chusma dolorida, que gime, ve que las flores no son del que riega sino del dichoso señor que las planta Y entonces el poeta que sabe que un perfume inefable, un fulgor de aurora y una música sublime esparcen las vidas más bajas, y que del fondo, de lo más hondo, surgen las altiveces más altas, extiende su manto sobre la chusma querida, maldiciendo a los poderosos, como los profetas de Israel. Ese amor inmenso a los pobres que inflamaba el corazón de los profetas, impregnó toda la doctrina de Jesús. Almafuerte tenía más que una «gota de Cristo». Se le parecía en su afán de levantar al caído; en su espíritu de rebeldía y en su odio a los fariseos, «generación de víboras, sepulcros blanqueados». El poeta fué un cristiano sin dogma que repudió todas las Iglesias. El Gran profeta Anónimo, más de 500 años antes de Jesús, había dicho que los pueblos no tienen más que un Dios, cuyo templo es el Universo y a quien debía honrársele con la justicia. Jesús, junto al pozo, dijo a la Samaritana, que le daba de beber: «creéme, mujer, ha llegado la hora de no adorar a Dios, ni en esta montaña--era el monte Garizim--ni en Jerusalén, sino allí donde se adora al padre en espíritu y en verdad.» El sacerdote apegado a la rutina que todo lo reduce a fórmulas tradicionales, ligado al santuario, viene directamente del rito y entre sus antepasados está el hechicero. Ha tenido siempre en la historia por rival y a veces por adversario, según lo expresa Guyau, al Profeta desde Buda hasta Isaías y Jesús; el Profeta es con frecuencia revolucionario; el sacerdote es esencialmente conservador, el uno representa la innovación el otro la costumbre. «El Misionero» que es un profeta, «cual un Moisés altísimo y tonante;» que es Jesús hombre que «no puso a su bondad ninguna linde,» que fué más allá que el de Asís, llamando hermano al vicio, el Misionero sintetizó todos los dolores, pero también todas las esperanzas de los que sufren. Es la negación del sacerdote, hijo del rito. No es el abate perfumado de heliotropo de sus rudas Evangélicas que expresan una filosofía áspera pero vibrante de bondad; no es el abate que baja del púlpito cruzando como un César, sudoroso entre sus encajes, por el aristocrático auditorio cuya emoción artística él ha producido y cuya admiración él ha conquistado. No, las manos finas y olorosas y expresivas del abate «Que no hicieron en la vida Más que cruces en el aire.» El Misionero tiene las manos callosas de las almas de combate a las que el poeta canta en sus «Milongas Clásicas,» las manos dolorosas «como vendas empapadas en el pus de las heridas.» Le llena de amor lo vil y lo caído, y ciego de bondad, enloquecido de evangelización, hace como el apóstol que penetra en los tugurios para salir de ellos, torturado de dudas cubierto de maldiciones y carcomido de remordimientos. La presión secular exprimiendo la entraña de la chusma sacó de ese barro de sangre una flor. Así surgió para el Poeta, Jesús, «gemebunda torcaz animosa que al prófugo crimen le tiende las alas». con lo que el Poeta expresa el inmensurable, el infinito amor por los desgraciados. El judío de Nazareth que realizaría la gran esperanza de su pueblo, Jesús presentido por el rudo Esquilo en su Prometeo y por el dulce Virgilio en sus Églogas, después de vagar por las montañas, respirando un aire de libertad e impregnándose del espíritu de los patriarcas y los profetas, fué a Jerusalén; su corazón se oprimió en el Templo viendo la fastuosidad. Se apartó entonces de las murallas y fué donde moraban los pobres, los miserables; bajó a las cavernas, a la fuente de Siloé. Allí se arrastraban los leprosos y los enfermos cubiertos de llagas. El hebreo se sintió hermano de los desgraciados; su labio besó todas las úlceras, resumió su alma los dolores de todos, maldijo a los poderosos y sintió ansias de derrumbar el Templo. El Poeta que también besó todas las llagas, que puso una caricia hasta en el reptil, enceguecido por su inmenso amor, tiene más que una «gota de Cristo.» En la «Sombra de la Patria,» llegan hasta él los gemidos de todos y estallan sobre su corazón como si sobre una rama soplaran sin cesar todos los vientos de la tierra, como si sobre una sola espalda gravitara toda la fuerza de los orbes «Como todo el dolor del universo que en una sola vida se agolpara como toda la sombra de los siglos en una sola mente refugiada.» He ahí el apóstol. Todo el dolor humano sintetizado en su alma generosa. He ahí la «gota de Cristo.» Pero no es sólo poderoso en palabras el Poeta. Es poderoso en obras y en eso también sigue a Jesús. Su vida y sus ideas marchan de perfecto acuerdo. No bastaría con hablar, pues es cierto aquello de que la verdad no tiene realce hasta que no se convierte en sentimiento y no resplandece sino cuando se realiza en el mundo como hecho. Almafuerte vivió en la miseria y él mismo nos cuenta que los botines con que por primera vez fué a la escuela le fueron entregados por una sociedad de beneficencia. Había renunciado a las glorias del mundo «Para sembrar, también, abecedario Donde mismo se siembran los trigales.» Y allá, en el colegio de Trenque-Lauquen, cuya aula era un rancho de adobe, dejaba que los niños fueren a él. Un día, uno de los pequeñuelos enfermó gravemente y el poeta le cuidaba como a un hijo. Cuando el enfermito falleció, Almafuerte vendió su cama para poder comprar el ataúd de pino. Hacía frío; entonces, y el cantor de «El Misionero» se acostaba en una tarima y se abrigaba con la bandera nacional de la escuela... Hace apenas cinco años, Alberto De Diego, a quien me ligaba una amistad fraternal y en cuya tumba lloré copiosamente junto al poeta, llegó a mi estudio y conmovido me extendió una carta que había recibido de Almafuerte y que nadie conoce. Aquél que cargara sobre sus espaldas las miserias de todos, se moría de hambre, allá lejos, olvidado del mundo. «Ahí le mando esos versos para que los negocie--decía el poeta al joven amigo--pero hágame el favor de moverse, porque es muy posible que en la semana entrante no veamos en mi casa la cara de Dios, mis hijos y yo. No creo que sea usted de los que entienden que yo debo vivir de langosta como vivía Juan el Bautista en el desierto. Hasta hace dos o tres años yo pensaba lo mismo; después compliqué mi vida, la humanicé, la hice menos egoísta, echándome otras obligaciones más positivamente beneficiosas para el país, que que la de andar haciendo versos y hoy me veo precisado a reconocer que no sólo de langostas vive el hombre y el hijo del hombre.» Y luego, con una insistencia dolorosa le dice a De Diego: «Ponga sus propios dolores bajo de cualquier ladrillo y entréguese por dos o tres horas a esta negociación. No le pido más; pero se lo pido como quien tuviera derechos adquiridos, esto es, con la mayor vehemencia. Vuelvo a decir; insisto; no le pido más que esto; consígame cuarenta pesos y remítamelos en seguida. Otra vez: no le pido más que eso; usted me entiende y no ha de permitirse ofenderse.» Y termina el poeta, que es soberano en sus sueños pero que como Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza con estas palabras que ponen de relieve la gran estatura moral de Almafuerte: «Dirá usted que ya es mucho hablar de dinero. Pero, hijo mío, ¿quiere usted que salga a rejuntar macachines a las quintas con mis tres niños? ¿No ve que ni tiempo les quedaría para ir a la escuela y no sabe que en esta estación del año no hay macachines? Por otra parte, yo no doy al dinero los infames empleos que le dan otros y puedo hablar de él todo el santo día sin ensuciarme la boca.» Hasta aquí la parte dolorosa de esta página íntima. Tiene felizmente otra, que conforta el espíritu, Almafuerte, anciano de setenta años, sufriendo frío y hambre en su casucha de Tolosa, no obstante tener la convicción de que era de las más puras glorias de su patria, que él amaba intensamente; Almafuerte no sentía un solo desfallecimiento en su espíritu, y en esta hermosa carta dirigida a un joven torturado por depresiones, le dice varonilmente desde lo más hondo de sus dolores: «Hágame el favor de sacudir su pesimismo. Es menester comenzar de nuevo; aprenda de este viejo. Vea cómo marcha por más que gima toda su miseria humana.» Valerosa lección de energía. «Es necesario comenzar de nuevo,» dice el poeta. Sí; cuando se reconoce que no se ha ahondado bien en el surco, menester es empuñar de nuevo el arado, con la misma tenacidad, con el mismo entusiasmo. Toda empresa humana exige el esfuerzo perseverante. Un camino nuevo no se abre a un solo golpe de piqueta. El poeta sabe que la brega es dolorosa, pero sabe también que el dolor es necesario; no produce en él la depresión; es acicate, fuerza sin la cual no se desplegarían las alas, no se emprendería el vuelo, la gloriosa ascensión hacia formas siempre mejores. Menester será reconciliarnos con el dolor, calumniado por los pesimistas; el dolor advierte, a veces purifica, levanta de lo más hondo y redime. El día sin dolor sería el estancamiento. Si no hubiera dolor, no habría piedad, no habría amor. Alguien ha afirmado equivocadamente que el poeta fué pesimista y citó en apoyo de sus tesis el «Trémolo.» Ya veremos que no es así. Almafuerte no se detuvo en la faz sombría del dolor sino por excepción expresando un estado transitorio de su espíritu. Se queja, impreca, maldice, blasfema, pero para mejorar el mundo, y teniendo siempre en vista un ideal, una luz que no se apaga nunca. No así Leopardi, el gran lírico italiano. Para él la vida no merece sino desprecio; el progreso es mentira y como combatir sería inútil, se resigna. Por eso dice en «A se stesso»: Or poserai per sempre Stanco mio cor..... ............................ Posa per sempre. Assai palpitasti. Non val cosa nessuna i moti tuoi; né di sospiri e degna la terra. Amaro e noia la vita, altro mai nulla: e fange e il mondo. ............................................. Así también en el canto nocturno de un pastor errante, donde el gran recanatiense expresa su desesperación por todo y su incapacidad para la acción. Se dirige a la luna y le pregunta cuál es su misión en los cielos. Surge, contempla los desiertos, pasa y se oculta. ¿Acaso no sufre el cansancio de volver a seguir tantas veces por los mismos caminos? ¿No se hastía de mirar siempre los mismos valles que conoce? y dice triste, dolorosamente, que su vida es semejante a la vida monótona del pastor, es decir, del poeta que vive sin esperanza y que por eso de nada le sirve la vida... Somiglia alla tua vita la vita del pastore Sorge in sul primo albore, move la greggia oltre pel campo, e vede greggi, fontane ed erbe; poi stanco si riposa in su la sera altro mai non ispera. Dimmi, o luna: a che vale al pastor la sua vita, la vostra vita a voi?--dimmi: ove tende questo vagar mio breve il tuo corso immortale? Nuestro gran poeta es el cantor del Hombre, de sus poderosos anhelos y le exalta y le diviniza. En cambio, Leopardi siente envidia por el rebaño que descansa tranquilo, que no conoce su esclavitud. O greggia mia che posi, o te beata che la miseria tua, credo non sai! quanta invidia ti porto! Leopardi es el precursor del pesimismo sistemático de Schopenhauer cuya filosofía se ha creído encontrar también en los versos de Almafuerte. Nada más falso. La vida es esfuerzo, dice el filósofo alemán y el esfuerzo es el dolor; de ahí que sólo el dolor sea positivo. Siendo la vida la objetivación de la voluntad, menester es negarse a querer, necesario es huir del amor que perpetuando la especie, perpetúa el dolor. Así se entra en el Nirvana que para Schopenhauer es el aniquilamiento del ser, la cesación de todos los dolores por la destrucción de la voluntad, pero que para el budhismo esotérico, es más: es el reposo consciente en la omniscencia. Parece escucharse al través de los siglos la palabra de Sakia Muni que llega de la orilla del Ganges: «El mal es la existencia,» o la palabra del Eclesiastés, el escéptico cuyo espíritu era negación del espíritu hebraico: «Mejor es el día de la muerte que el día de nacer.» Nada tiene de común nuestro poeta con los pesimistas. Leopardi dice que nada vale el esfuerzo; que la tierra no es digna de suspiros: «non val cosa nessuna y moti tuoi, né di sospiri é degna la terra.» El filósofo alemán dice que la esencia de la voluntad es el esfuerzo y que todo esfuerzo es dolor. Almafuerte, en cambio cree que el esfuerzo es una necesidad, que el hombre debe trabajar incesantemente para que venga el Prometido, el que será un cerebro con alas. Tiene una fe inmensa, y porque sabe que toda acción humana repercute a través de los siglos, que nada se pierde, que todo esfuerzo conquista algo y debe ser recompensado, se cuadra frente a Dios, le acusa de crueldad y le dice magníficamente: «Aquí estoy, ante ti... ¡Ni un solo gesto! ¡Págame mi dolor!» Es el optimismo de profeta de Israel, que ve las miserias de los que sufren y que reclama, por eso, de Jehová, dialogando con él, la justicia inmensa sobre la tierra; que no se desespera, que va cantando un himno a la voluntad soberana, que exalta, para levantar el hombre hasta Dios. «Yo sé que hay una luz que no se apaga», dice Almafuerte en el «Trémolo». Eso es la negación del pesimismo. Lo que hay en sus versos, es el gesto airado del profeta; alguna vez el lamento amargo de Job, y siempre la rebelión judaica que blasfema y vuelve a Jehová. «Tengo el corazón hecho una llaga, Como el cuerpo de Job.» Y otra vez: «No hagas, solemne Dios, ni un solo gesto ¡Te acuso de crueldad!» El libro de Job, citado tan frecuentemente por el poeta, es un libro filosófico en el cual se plantea el problema que preocupó intensamente a los judíos. ¿Por qué los buenos sufren si hay un Dios justo? Para los beni-israel no había castigos ni penas de ultratumba: por eso sus profetas pedían la justicia, hoy, en seguida y sobre la tierra. «Ved aquí, dice Job, que clamaré padeciendo violencia y nadie me oirá; vocearé y no hay quién me haga justicia» (Job, capítulo XIX). Pero no se resigna; sabe que su esfuerzo vale, y le dice a Dios: «No me condenes; hazme entender por qué pleiteas conmigo» (Capítulo X-2) «¿Por qué se esconde tu rostro?» (Capítulo X-24.). Almafuerte es un optimista, como aquel Isaías que también fué poeta, que se indignaba contra la injusticia y rugía entonces como un viejo león, que discutiendo con Jehová concluyó por transformarlo haciéndolo más bueno. * * * * * En la «Sombra de la Patria,» clamaba contra la injusticia y rugía entonces tan admirablemente los sentimientos humano y nacionalista, como desmintiendo la afirmación de su crítico que explica tendenciosamente la evolución del poeta; en la «Sombra de la Patria,» está palpitando el pensamiento hebraico. Almafuerte ve pasar la patria con el corazón oprimido. Sueltos van los cabellos; en guedejas por el busto de mármol se derraman como velo de angustias, o sombría melena de león. Siniestra, pálida, desencajado el rostro... Así la sombra de Italia aparece en el alma dolorida de Leopardi, donde no hay esperanza, que es soberana en el espíritu de nuestro poeta. Así la sombra de Italia: lívida, suelta también la cabellera y arrancado el velo: Sí che sparte le chiome e senza velo siede in terra negletta e sconsolata nascondendo la faccia tra le ginocchia e piange. Así Israel «regada en llanto por haber torcido sus caminos,» pasa por el alma ardiente de Jeremías. (Capítulo IV, V 21). Almafuerte ve cruzar la patria llena de dolor; le parece que se arrastran gloriosas banderas y entonces airado se dirige a Dios, llamándolo siempre Jehová. Jehová no era ya el Dios patriarcal de las tribus semitas, nómadas, era el Dios nacional, el Dios «del pueblo elegido.» Dice el poeta: «¿Dónde estás Jehová, dónde te ocultas? ¡Qué! ¿no vuelves tus ojos y la salvas?» ¿Por qué mira caer sobre el pueblo todos los apetitos que carcomen su entraña y no lanza el rayo de su enojo, no descarga su brazo justiciero, no obscurece su cielo y no para sus mundos atónitos, si menester es salvar a su pueblo? Y agrega: «¿Oyes la voz de «tu poeta» y callas? La voz de tu poeta que te clama La voz de tu poeta que te adora.» Almafuerte dice: «Tu pueblo,» dirigiéndose a Jehová y en las «Milongas clásicas,» donde canta con hermoso optimismo a nuestra patria, hablándole de nobles ideales, termina con esta estrofa: «Y Dios al verte dormido Sobre todo tu progreso Te dé la paz con su beso. Como a su «pueblo elegido.» Almafuerte dice también «tu poeta.» Carlyle afirma que «vate» en lenguas antiguas quiere decir «poeta y profeta.» Si alguien todavía dudara que nuestro gran Almafuerte viene de los libros hebraicos, oiga a los «vigías de Israel.» Así habla Isaías en los capítulos LXIII, v. 15 y 17 y LXIV, v. 11: «¿Dónde está tu celo y tu fortaleza, Jehová? ¿Han amenguado acaso? ¿Por qué, oh Jehová, nos has hecho errar tus caminos? ¿Por qué endureciste nuestro corazón? ¡Vuélvete por tu pueblo, por las tribus de tu heredad! La casa de nuestro santuario y de nuestra gloria fué destruida: ¿por qué te detienes? ¿por qué «callas» y nos afliges de esta manera?» Y así, Jeremías, en el capítulo XIV, versículo 19, preguntando a Jehová por qué no salva a su pueblo: «¿Has abandonado a Judá? ¿Aborrece tu alma a Sión?» Almafuerte es un optimista estupendo. De lo más hondo del dolor saca fuerzas. El dolor mismo es su gran fuerza, su acicate. Por eso, lejos de desesperarse como Leopardi, después de hablar a Jehová que calla, sin negarle le abandona y busca los jóvenes que saben de amor heroico para impulsarlos a la lid, a la pasión, a la venganza, ¡pero antes les advierte que si callan, si permanecen quietos en una indiferencia infame deberán arrancarse de los rostros a puñados las mal nacidas barbas, dejando que sus novias escolten la sombra dolorosa de la patria! El espíritu de este Profeta nuestro es una fragua, cuyos rojos resplandores llegan a todas las almas. Quema pero alumbra. Hay allí una infinita sed de justicia; más que de justicia, de amor y de bondad; un anhelo soberano de ascensión, una eterna rebeldía; una esperanza que no se acaba nunca y muchas maldiciones y blasfemias y cóleras santas que caen como latigazos sobre las espaldas de los poderosos que exprimen y maltratan a la «sudorosa chusma sagrada.» Y esta alma atormentada por el dolor, el amor y la esperanza, esta alma de titán que pelea con Dios por la causa de los hombres; esta gran alma agitada por todas las pasiones generosas como una selva por todas las tempestades, sólo tuvo dulces vibraciones para la mujer. Allí está el «Cantar de cantares», joya cincelada por manos divinas y que también viene de los libros hebraicos. Alguna vez, leyendo esos versos, he pensado que el poeta era el pino solitario de Heine que bajo la nieve soñaba con una lánguida, melancólica palmera del Oriente muy lejano... pero se ha dicho que en la lira de Almafuerte faltaba una cuerda, la que hace vibrar la mujer; que el poeta no sintió la emoción amorosa, que no amó nunca; que en sus versos de amor no puso la pasión sino el arte. Lo niego. En la boca de este león, que es bíblico como el otro, también se ha encontrado la miel. Hablo de la amada, no de la madre. La madre nunca estuvo más alto que en los versos del poeta, al extremo de que cuando éste resume toda su obra y exalta su orgullo hasta el infinito dice: «Soy el llanto que rueda sobre lo inmundo, Yo he nacido, sin duda, para ser madre.» Hablo de la amada de la cual no siempre se expresa el poeta como en el «Cantar de cantares», dulce, suavemente. Cuando nos habla de sus desengaños amorosos, la pasión del autor del «Misionero», se desborda. En «Mancha de tinta», donde las sombras se amontonan, donde el poeta siente la deslealdad, la traición del amigo, del discípulo, que yo sé cómo desgarra el corazón; donde casi llega a perder la esperanza que siempre le alienta, al referirse a la mujer infiel dice en un arrebato: «Llamé, gemí... ¡No salió! Aullé como loba hambrienta; ¡En sus puertas de caoba Grabé con sangre su nombre!» En «Castigo», expresa, así, soberbiamente su venganza: «Yo te alcé en mis estrofas, sobre todas hasta rozar los astros: ¡tócale a mi venganza de poeta dejarte abandonada en el espacio!» «Cantar de cantares» está inspirado en las deliciosas páginas bíblicas, y si le falta la voluptuosidad de éstas, puede afirmarse, a pesar de lo sostenido por algún crítico, que en la poesía de Almafuerte hay algo más que respeto por la mujer; hay emoción amorosa. Habla el cantor bíblico y dice: «Como manada de cabras que se muestran desde el monte de Galaad son tus cabellos; como un hilo de grana tus labios; como torre de marfil tu cuello; como dos cabritos mellizos de gama que son apacentados entre lirios, tus pechos; panal de miel destilan tus labios; ¡oh, hermosa mía, esposa mía, huerto cerrado, fuente sellada!» Y Almafuerte canta: «Como el bíblico poeta, Como el rey de los proverbios seculares Que no pasan, que no mueren, ¡yo te canto!» Y compara, luego, los ojos de su amada con sellos de turquesa; sus hoyuelos le parecen cicatrices de caricias de dos besos fraternales; sus orejas, caracoles nacarados de la playa; sus labios, pétalos de rosa purpurada como sangre; su cuello torrecilla de alabastro cimbradora; sus pechos bloques de azucena. Y sigue: «Florecitas de durazno que la veste de las auras amontona bajo el cielo de la tarde--tus mejillas; tus mejillas de sedosos, inefables terciopelos, son las flores que un arcángel amontona bajo el cielo de tus ojos por los valles de sonrisas y sonrojos ¡que divide tu severa naricita de matrona!» En esta estrofa hay una honda emoción amorosa. Aquí yo veo una mujer, no la mujer en abstracto, ni el «dolce pensiero» de Leopardi emanado sólo de la idea de mujer. Almafuerte no fué nunca pesimista, ni sintió ni conoció a los filósofos que a ese respecto sistematizaron, y cometen un error lamentable por incomprensión de su obra, los que le creen inspirado en el hosco alemán para quien la mujer es «la intermediaria del insigne engaño de que es víctima el hombre». Para Almafuerte existe una luz que nunca se apaga y que alumbra hasta en el calvario; es el ideal, fuerza que impulsa a la ascensión, y alguna vez el poeta confunde ese ideal, esa luz, esa fuerza con la mujer querida: «Es la lámpara votiva del santuario que fulgura dulcemente, ¡que derrama dulcemente, tiernamente, sus bondades luminosas en la cruz de mi calvario!» ¿Y cómo no había de ser así? ¿Acaso es posible realizar alguna gran obra sin amar a una mujer? ¿Acaso se concibe que el hidalgo aquél que «santificara todos los caminos con el paso augusto de su austeridad», hubiera defendido a los débiles y levantado la enseña del ideal, sin su amor a Dulcinea? Pero dejemos la vida íntima del poeta, que amó--y de eso no hay duda--porque fué caballero de grandes empresas, y, sabido es, pues lo dijo Don Quijote a Vivaldo, que tan propio y natural les es a los tales amar, como al cielo tener estrellas, y que a buen seguro no se habrá visto historia donde se halle caballero andante sin amores... Un crítico que amaba profundamente al maestro, Más y Pí, respondiendo quizá a una tendencia de su espíritu, al estudiar la evolución del poeta, incurrió en el error de sostener que, fracasado el ideal de patria, surge en Almafuerte el de humanidad, para después llegar al refugio de su reino interior, donde el escepticismo contamina el alma. Ya hemos visto cómo en el poeta eran compatibles los conceptos de patria y humanidad, así como en los profetas, patriotas austeros que a la vez propagaban un principio de universalidad que fué fecundo en la historia. Almafuerte no se decepcionó nunca de la patria. La amó entrañablemente y quiso que fuera ejemplo para los demás pueblos. Es original que la refutación a Más y Pí, esté precisamente en un soneto dedicado por el poeta a su crítico, que hoy reposa en el fondo del mar. Dice así: «En el crestón de peñas submarinas en que chocó tu frente soberana un faro se alzará de luz arcana como una encarnación de tus doctrinas. ¡Él mostrará las rutas argentinas A la esperanza humana!» Ya antes, en «Milongas clásicas», le dice al pueblo que no se amontone en las ciudades; que recubra la inmensa extensión de la tierra exuberante. «¡Virgen núbil, que debe encontrar su varón!» Quiere ver trigales y aldeas desparramados por su patria, donde jamás deberá faltar, por sobre todas las cosas, un ideal. La «Sombra de la Patria», lejos de ser un canto de desesperación, es una llamarada de fe. La escribió en una época política de desorden; pero él sabía que la juventud era la salvación del pueblo, y por eso la invoca en versos lapidarios. El 90 la juventud cumplió con su deber. A su frente estaba junto a un apóstol de la democracia, la figura noble y caballeresca que preside esta fiesta. Poco después, el mismo Almafuerte empuñaba un fusil para combatir contra los malos gobiernos. Habíamos decidido ser libres por un hermoso acto de voluntad, y menester era que realizáramos nuestro aprendizaje de libertad. La evolución política es notoria. De la violencia, que caracterizaba los comicios, fuimos al fraude; se pasó de las formas violentas y musculares a las formas astutas e intelectuales. Es la evolución de la criminalidad en general. Del fraude a la venalidad después. Esta última así repugnante, significaba un adelanto. El pueblo sabía ya que su voto valía algo. Era inmoral, pero era libre. Y después de la venalidad vino el comicio abierto. Almafuerte, que nunca se decepcionó; que comienza un soneto diciendo: «No te dés por vencido, ni aún vencido», no podía abandonar, como equivocadamente afirmó Más y Pí, su hermoso ideal de patria, que, por otra parte, él conciliaba perfectamente con los ideales humanos de justicia social--y así se explica esa hermosa carta que Almafuerte, el ciudadano, me enviara en 1912 adhiriéndose a mi candidatura a diputado--perdóneseme esta justificada vanidad--carta que con orgullo he colocado a manera de prólogo en un libro que se refiere a mi acción parlamentaria. En esa esquela Almafuerte habla del «auroral despertamiento que maravillosamente la nueva legislación electoral ha producido». No mutilemos pues, al poeta. La evolución de su espíritu que señala el crítico, es falsa. Sus ideales no se apagaron nunca, y jamás se encerró en su reino interior sin comunicación con el mundo. Vivió entre los hombres; amó sus dolores y sus miserias; trabajó por la patria, y en presencia de esta grande colosal conflagración humana, se puso del lado de la justicia, y cantó a Bélgica mártir, incorporándola a la pléyade de los torturados, que él amó tanto. Y antes de morir lanzó su maldición terrible, su anatema, su apóstrofe vibrante, como un profeta, contra el poderoso que violó la justicia y escarneció el derecho. El pueblo reclama la estatua de Almafuerte. Levantemos el monumento; rodeémosle de flores, y que, como el sepulcro de Tesco, según nos lo cuenta Plutarco en sus «Vidas paralelas», vayan a él los miserables, los caídos, los débiles, con la esperanza de encontrar consuelo. ALFREDO L. PALACIOS. * * * * * EVANGÉLICAS 1.--Subir, ascender, prosperar en el mejor sentido de las palabras, no es encaramarse en los sitios más visibles, como los gatos en las chimeneas, y los cuadrumanos del jardín zoológico, en los tinglados de sus jaulas. 2.--Subir es evolucionar; evolucionar es mejorarse; mejorarse es desbestializarse; desbestializarse es adquirir la prerrogativa de ser creído y de ser seguido: asumir el derecho del mando, que es el más alto de los derechos, porque es el que impone más deberes. 3.--Como crece un cedro desde su raíz hasta su copa, así debe crecer tu vida; y como se desarrolla una parra hasta cubrirse de racimos, así debe desenvolverse tu persona física y moral; porque nada que no se resuelva en plato de todos, vale nada. 4.--Que sirvas de algo, que produzcas algo, que dejes el recuerdo de algo: los árboles que no dan fruto, o que no dan madera, o que no dan leña, son inferiores a las patatas. 5.--Vestir mejores ropas que los demás, no es tener mejor carnadura que aquéllos que las visten remendadas, como el que sube a una torre está más alto que los otros; pero, no es más alto, por eso, que ninguno de los otros: trata de merecerlo todo, hasta el aire que respiras. 6.--Procura no distinguirte de tus semejantes nada más que por lo accidental y contingente: que antes de recibir el aplauso ajeno, ya te hayas aplaudido tú mismo; y que al despojarte de tus vestimentas, de tu fortuna, de tu alto puesto y aun de tu fama, no se vaya ninguno de tus atributos esenciales dentro de esas cosas, como se va la piel en un parche cáustico, o como se queda sin dientes, al acostarse, aquél que los lleva postizos. 7.--Camina con tu persona no con la que te atribuyen: no hagas como esas mujeres, que se quedan muy satisfechas con los apetitos que despiertan sus pechos de algodón. 8.--Que tu vida sea una vida, y no un fenómeno cerebral; o de los que te odian o de los que te aman. 9.--Cualquier escarabajo puede yacer, por combinación, en el augusto regazo de Jove, aunque sólo sea por el término de diez segundos; cuando tú palpes las alturas, todavía doblegándote, como un muchacho que junta frutillas, recién serás grande. 10.--Solamente los muy simples y los muy pillastres juzgan a las personas según los casos, o por el peldaño que ellas pisan o por la situación de espíritu que ellas atraviesan: nunca seas ni tonto ni pillo, pero si no has nacido capaz del término medio, ojalá que prefieras el primer extremo... ¡y seas tonto! 11.--Hay muchos optimistas que creen, como en un artículo de fe, que en todas las sillas de marfil se sienta, o un Alfonso el Sabio o un Cicerón; y muchos positivistas que saben, que en cualquier elevación de la orografía social, hay alguno que puede dar, si quiere dar. 12.--Y, también hay muchos inocentes que piensan que todos los dolores son motivados por alguna injusticia; y muchos espíritus fuertes que razonan así: la muerte de un marido, de un padre, de un hermano mayor, puede proporcionar una cocinera barata. 13.--Los hombres están colocados en la sociedad como los ladrillos de una pared, al azar y según fueron viniendo: no pienses que sean héroes, porque llevan charreteras, ni que sean mártires, porque lloren a lágrima viva. 14.--Todos ocupamos un sitio, por una ley intransgredible, más bien física que moral; pero, muy pocos, el sitio que nos corresponde: ten el valor de descender al postrero, ése es el que te mereces en tu propia conciencia. 15.--Tan melancólico y pensaroso se manifiesta un criminal después de cometido su crimen, como un sabio experimentador después de fracasado su experimento: las lágrimas y las carcajadas no tienen letrero como algunas píldoras. 16.--El espectáculo de las alegrías y de las tristezas ajenas es deprimente del espíritu: sensualiza, enloquece, amujerenga, mata el sentido de lo que realmente es y desafila la intuición de lo que debe ser: es como la música, que emociona las almas y las atonta. 17.--A los hombres se les conoce por lo que desean, no por lo que les acontece. 18.--Cuántos imbéciles, cuántos vesánicos andan por las supercapas sociales, gozosos y satisfechos; y cuántos tan imbéciles y tan vesánicos como ellos, andan llorosos y hambrientos por los bajos fondos de aquella sociedad misma... ¡Miremos y pasemos, como diría el Dante! 19.--Cualquiera notoriedad social debe parecerte respetable, por lo que ella tiene de cumbre; y cualquier rostro contraído por la angustia, debe inspirarte profunda simpatía, por lo que él tiene de Cristo en la cruz. 20.--Pero es necesario que lo sepas, una vez por todas y para siempre: por cada nido de águilas, hallarás en la montaña mil cuevas de sabandijas; y casi todos los que lloran merecerían ser ahogados en su propio llanto. 21.--Sin embargo, y a pesar de estas amargas filosofías: respeta a cualquier hombre, sin aguardar a que se lo merezca; consuela a todos los que gimen, sin necesidad de que te presenten la documentación de su honradez; y no castigues a nadie; porque no es el hombre, sino la Providencia, quien merece el apóstrofe, la cárcel y el patíbulo. * * * * * 1.--Tener carácter, en el sentido social del vocablo, es tener en sí mismo soberanía bastante para subordinar las circunstancias ambientes, o, por lo menos, para resistirlas con algún éxito: es tener órganos espirituales de locomoción, blindaje y espolón en el alma, púas de defensa y escamas de impenetrabilidad en el espíritu. 2.--Un hombre desnudo e inerme abandonado en lo más tupido de una selva primitiva, tendría que permanecer quieto y perecer de hambre, o seguir en todas sus vueltas, sin criterio personal, los senderos anónimos trazados en la maleza por los animales salvajes; iría al azar, dependería de la circunstancia más baladí; cuando su voluntad fuese avanzar, acaso tuviese que retroceder, detenerse, tomar a la izquierda, torcer a la derecha: sería la piedra que rueda, la víctima de todos y de todo. 3.--Armado de un cuchillo de monte, de una hacha de leñador y de un rifle, ya cambiaría, casi radicalmente, su condición de pasividad. Sus actos volitivos encontrarían menos resistencia y sus contragolpes sobre las cosas y los hechos serían más eficaces. 4.--Avanzaría en línea casi recta; no sometería la totalidad de los obstáculos, pero triunfaría de la mayor parte de ellos; aunque los reformara con frecuencia podría trazarse planes y determinarse rumbos; imperaría luchando y podría decirse de él: va hacia el norte o hacia el sur, en tal emergencia hará tal cosa, triunfará de esta o aquella manera, porque le conozco sus armas. 5.--Y así hasta llegar al tipo ideal dueño de todos los instrumentos de dominio sobre la naturaleza bruta, que adelantaría rectamente a su fin a trancos largos como los dioses homéricos, sin otro esfuerzo que haberlo querido. 6.--Ahora bien: no tener carácter es carecer de cuchillo de monte, de hacha y de rifle; caminar a la ventura como los asnos; ir para adelante, para atrás, para cualquier lado a la manera de los beodos; depender enteramente de los demás, como un pedazo de creta blanda, de los dedazos del artífice; estar desnudo en mitad de la selva; ser rutinario en ciencias, clásico en arte, retórico en literatura, conservador o camandulero en política, vacilante en el poder... ¡lacayo en todas partes! 7.--El que llegó sin haberlo pretendido, no es el hijo de sus propias obras. 8.--No todos los que se ufanan en las cumbres subieron a ellas; muchos están allí, como los yacimientos de ostras en lo más alto de ciertas montañas, merced a cataclismos sociológicos: también se puede rozar las nubes con la frente por elevación inesperada del suelo que se pisaba. 9.--No creas en la heroicidad de ningún héroe, si no se despoja de su túnica y te muestra las cicatrices. 10.--Las famas casuales son semejantes a los hijos que se engendran en un lecho público. 11.--Las hojas secas y las golondrinas suelen besarse en los aires. 12.--Todo lo inconsciente se somete a las circunstancias con sumisión relativa a su inconsciencia. 13.--El oro, con ser el más precioso de los metales, es el más maleable y más dúctil de todos ellos; un zoófito, ya devuelve reacciones; un insecto deja sus alas entre los dedos del que le aprisiona; un pájaro no se aclimata a los hierros de su jaula, sino después de largos días de cautiverio; un potro salvaje sólo cede a la presión abrumadora de la astucia de su domador... ¿y tú has de ser tan dúctil, tan maleable, tan miserablemente pasivo como una pepita aurífera? 14.--Los fuertes, los indomables, los irreductibles, tienen un locatario siempre vigilante dentro de sus pechos, que replica sin intimidarse nunca, cada vez que llaman a su puerta. 15.--Los que carecen de ese guardián han dejado de ser hombres; o, mejor dicho: no han llegado a serlo. Son a la manera de la virgen del Evangelio, y responden sumisamente a cualquier solicitación exterior: hágase en mí según tu palabra. 16.--Un rebelde no siempre es un carácter; pero, sin capacidad de rebelión, no hay fortaleza de espíritu. 17.--Nunca hagas nada, sea bueno o sea malo, sin reservarte el derecho de dejar de hacerlo cuando así te parezca. 18.--Los que tienen carácter no se contagian ellos, contagian a los demás: para tales hombres, los tiempos que atraviesan y las vidas que les rodean, son masilla dócil que estrujan entre sus dedos. 19.--Marchar por entre estoques que amenazan, y no claudicar; por entre manoseos voluptuosos, y no olvidarse de sí mismo; por entre cabezas que se agachan, y no erguirse más altanero; por entre frentes soberanas... y no agacharse... ¡eso es tener carácter! * * * * * 1.--No te preocupe la murmuración, nada más que en la parte de verdad y de razón que ella tenga. 2.--Refiere todos tus actos al bien ajeno; pero, muy pocos de ellos al juicio ajeno. 3.--Sé discreto, prudente y conciliador; pero, no tanto, que reniegues de ti mismo. 4.--El que tiene un concepto humano de las cosas, no se debe al qué dirán, sino a sus propias ideas. 5.--Si alguna llaga tienes, la manera de que no te escueza al rozarte con los demás, no es ocultarla cuidadosamente con algodones: es cauterizarla con hierro ardiendo, por tus propias manos. 6.--No tengas el afán de parecer, sino el afán de ser. 7.--Cualquiera cicatriz es honrosa; porque supone la curación de alguna lacra. 8.--No seas cínico; pero, tampoco, seas hipócrita. 9.--Vive convencido de la fatalidad de los malos instintos; pero, reposa tranquilo en el criterio supremo que los esparce sobre la humanidad, como polvo de canela, y los combina y equilibra con las más hermosas tendencias, en el seno de cada hombre. 10.--Que tu alma sea buena, y tu mano llena de suciedades esparcirá perfumes de nardo. 11.--Toda vida molestó siempre a las otras vidas, como todos los del mismo oficio recíprocamente se perjudican; pero, no retrocedas ni por lo que te molesten ni por lo que molestes. 12.--Avanza; que alguno de los caídos se ha de coger de ti, y alguno de los mejormente colocados te ha de hacer sitio. 13.--Procede como aquel herrero tu vecino, tan manso, tan honesto, tan misericordioso, que no se preocupa jamás del tintineo ensordecedor con que despierta todas las mañanas al vecindario: ya se amoldarán a tu vida como a su martillo. 14.--No seas ciudadano correcto e inofensivo: sé hombre útil y azotador de inútiles y perjudiciales. 15.--Los correctos y los inofensivos, son los que no quieren poner nada de lo suyo, ni siquiera un minuto de cavilación, en la brega humana; los que se ríen por dentro de lo mismo que aplauden y fingen respetar ostensiblemente: los que explotan el sudor de los demás, como los malos clérigos el sacrificio de Jesús. 16.--Ellos, los correctos y los inofensivos, son los que viven a la sombra de un orden de cosas establecido, sin tener siquiera la nobleza de defenderlo; los que aguardan en silencio la implantación definitiva de cualquier reforma, para presentarse después, con el plato en la mano, a recibir su parte de pitanza; los que han descubierto que la vida de pasividad es la más cómoda, aunque se desobedezca al Nerón más atrabiliario: los canfinfleros del dolor eterno. 17.--Es cierto que se trabaja para trabajar; pero, eso de no trabajar no es nada más que una esperanza que no tiene otra realidad que la de permanecer siempre delante de nuestros ojos, a la misma distancia y con la misma sonrisa alentadora. 18.--¡Quién sabe qué lejanísimo Mesías será el usufructuario de toda la labor y todas las lágrimas humanas! 19.--Trabaja, pues, para que alguien, a quien no verás nunca, no trabaje jamás. 20.--Lucha contra tus propias imperfecciones, que no son nada más que las imperfecciones de todos, para que surja al cabo de los tiempos, el hombre perfecto, la humanidad luz. 21.--No rehuyas el dolor; porque el dolor está en todas partes, como las olas en el Océano y el fuego en mitad del incendio. 22.--Obedece a tus primeros generosos impulsos, aunque al dolor te lleven: sábete que cada obra buena realizada en beneficio de la especie, repercute en los siglos, pone un ladrillo más en la gran torre de Babel que estamos reedificando. 23.--Eres un conscripto a quien se le viste y da de comer, no por él mismo, sino por lo que se le necesita para otros objetos. 24.--Si has nacido para rebelarte contra lo injusto, rebélate contra lo que te parezca injusto aunque realmente no lo sea; porque eso es una prueba de tu espíritu de justicia. 25.--Y no hagas al respecto mucha reflexión; porque la reflexión no es nada más que el espacio dubitante entre el impulso y el hecho, y porque después de cierto orden de reflexiones el hombre sale más bestia que antes; aprovecha los relámpagos de alta humanidad que iluminen tu alma y procede sin vacilaciones. 26.--No hagas como aquéllos que se mutilan por miedo a los hijos: sé padre de algo. * * * * * 1.--Todos los sentimientos, aun los más delicados, no son otra cosa que órganos de relación, como los ojos y las manos, la sensibilidad epidérmica y el paladar. 2.--La naturaleza culmina en el ser humano más que en los astros: se manifiesta dentro de él, cada vez más numerosa y más ideal. 3.--Los hombres civilizados no se relacionan entre sí, con los solos instrumentos de sus sentidos de comunicación: se buscan, unos a los otros, y se apoyan unos en los otros, por medio de la gama infinita de su sentimentalidad y de sus comunes aberraciones e idiosincrasias. 4.--A mayor suma de afectos, mayor suma de posibilidades de vida dentro de la sociedad. 5.--Los insanos, las almas ausentes, tienen desequilibrado y roto su registro sentimental más que sus ideas, y por eso no encajan en el ambiente general. Los tontos todavía son hombres porque sienten con cierta ordenación. 6.--La solidaridad rudimentaria de las tribus se va desarrollando, complicando y consolidando, como una red de alambres invisibles, a medida que las tribus se van convirtiendo en naciones a causa de la civilización: el desarrollo cerebral corresponde al desarrollo de los sentimientos; porque los sentimientos no son más que tentáculos de apoyo de las ideas, órganos de comercio psicológico. 7.--La reciprocidad pasional no siempre es de beneficios mutuos, y la afectividad no siempre es de amor; lo mismo que los ojos, los labios, las manos y los pies, pongo por caso, no siempre nos sirven para relacionarnos amablemente con el escenario circunstante. 8.--Hay días en que un corazón es un foco luminoso, una fuente de leche y miel; y hay ocasiones en que es un fierro hecho ascua, una serpiente enfurecida. 9.--Los sentimientos son armas de dos puntas: la una que es esponja empapada en bálsamo, y la otra que es esponja, también, pero empapada en vitriolo. 10.--No te horrorices, como una mujer sin mundo y sin la noción del porvenir, de los vengativos, de los falsos, de los que se aman a sí mismo más de lo establecido, etc.; el mal ha sido creado, no para que brille el bien con mayor esplendor, sino para producir el bien. 11.--Para lo malo y para lo bueno, el hombre superior, que es el hombre moderno, rechaza lo grosero y lo tangible como ineficaz: beneficia mayormente un buen recuerdo que una libra de pan, y mata más pronto una frase insidiosa que un grano de arsénico. 12.--Perfección, bondad, nobleza de corazón, instrumento angélico de relación, no es sólo amor, tolerancia, misericordia y piedad: aquél que no es capaz del contragolpe expontáneo sobre la injuria, no es capaz de perdonar; porque quien es insensible a la ofensa, no tiene nada que olvidar generosamente. 13.--La virtud sin esfuerzo, no tiene mérito; porque no es la victoria de lo nuevo sobre lo viejo, del hombre sobre su bestia. 14.--Muchas cosas grandes, buenas y útiles para todos, por los siglos de los siglos, ha verificado el odio, el orgullo, la vanidad, el rencor, la envidia, la lujuria, la ingratitud: no hay método educativo más eficiente que la injusticia y la crueldad... ¡y la injusticia y la crueldad son abominables en sí mismas! 15.--Como se ejercitan y desenvuelven metódicamente los órganos materiales y las facultades psíquicas, sin olvidar ni una sola fibra ni menospreciar una sola célula, así también, deben ser cultivados y ordenados en series los sentimientos, en el corazón del hombre: todos ellos son indispensables para el fin individual y para el bien general, que es el Progreso. 16.--La verdadera moral, el perfecto estado de moralidad, es el equilibrio de la totalidad de los sentimientos, la posesión de todos ellos, y el uso de cada uno, en su oportunidad misma y para su solo objeto. Al arpa no se le corta ninguna cuerda, se le templan todas sobre el mismo diapasón; y al árbol no se le poda para suprimirle, sino para vigorizarle todas sus condiciones inmanentes. 17.--Educa y regimenta los sentimientos con que hayan nacido tus hijos, de una manera integral; y serás un buen padre. * * * * * 1.--Vayáis por donde vayáis, recatad en lo más impenetrable vuestro itinerario. 2.--Si hemos de conducir nuestra persona a través de una jauría, no me parece discreto que vayamos pasando nuestra merienda por los hocicos de cada uno de los canes. 3.--Aquél que no sepa guardar el secreto de sus intenciones, difícilmente logrará realizarlas; porque sobre la cabeza de toda ambición que trabaja, se levanta el pie de otra ambición más poderosa para aplastarla, como a los pies de toda ambición satisfecha, se presentan cien ambiciones mal nacidas dispuestas a vivir de ella. 4.--La ley del egoísmo es ésta: someter o someterse: perseguir o seguir; anular o endiosar; crucificar o adorar; proyectar sombra o tenderse a gozarla. 5.--Los ingenuos se confiesan con la boca y los impresionables con todo el cuerpo: echad un candado a los labios y ensayad todas las mañanas, antes de entrar a la vida de los negocios, las actitudes del día. 6.--La discreción consiste, generalmente, en decir con cierta medida y escuchar con cierto continente. 7.--Lo silencioso sobrecoge. 8.--El desierto es menos peligroso de lo que os lo figuráis; su impenetrabilidad os llena la mente de visiones extraordinarias, y sois vosotros quienes pobláis de fantasmas su soledad y de voces fatídicas su silencio. 9.--Los muy habladores apenas alcanzaron a bufones; pensad como diez y hablad como la cuarta parte de uno, y seréis amos. 10.--Presentad el menor blanco a los juicios ajenos y el menor asidero a la adquisividad de los otros. 11.--Cada vez que se habla se abre una opinión; cada vez que se abre una opinión se contrae un compromiso; cada vez que se contrae un compromiso se pierde una partícula de autonomía; atesoremos libertad; esto es: abastezcámosnos de derecho; esto es: seamos menos esclavos que los demás; esto es: si no hemos de gobernar, que, por lo menos, no tengamos que depender. 12.--Más conveniente me parece para nuestros fines ser objeto de observaciones, cálculos y cavilaciones como un astro, que no ser materia de análisis microscópico como una pulga. 13.--Mientras haya verdades desconocidas, habrá sentimiento de adoración: cuando más os acerquéis a la evidencia de las cosas, tanto más os alejáis de esa timidez y credulidad propias de la inocencia; haced de modo que los hombres continúen por mucho tiempo siendo niños para juzgaros: circundaos de majestad; colocaos a esa media luz favorable de los crepúsculos; trabajad en el misterio la tela de vuestros designios. 14.--Entre el cariño y el respeto, preferid el respeto: porque el cariño nos obliga y el respeto nos autoriza. 15.--Entre la amistad estrecha y la relación afectuosa, preferid la relación afectuosa; porque la amistad nos enajena como una inundación, y la simple relación pone los hombres al servicio de nuestros proyectos, sin remordimiento grande. 16.--Entre los favoritos y los enemigos, preferid en definitiva a estos últimos; porque los favoritos nos gobiernan desde adentro, y los enemigos nos hostilizan desde afuera; los primeros no nos permiten libertad de acción, y los segundos nos la dejan relativa. 17.--Sobre todo no derrochéis ni vuestro amor, ni vuestro odio, ni vuestra elocuencia. 18.--Aunque solicitéis lo más baladí, tened por seguro que son innumerables los que pretenden aquello mismo; aunque os refugiéis en una caverna de leones, allí ha de ir alguno a disputaros un pedazo de vuestras zozobras; aunque os encaraméis en la punta de una aguja, allí ha de estar alguno que medite vuestra caída. 19.--Para cualquier rumbo que os dirijáis, hallaréis uno que se os ponga delante: hasta el vicio tiene sus émulos y hasta los más viles oficios sus competidores. 20.--La senda de la ambición, como la del crimen, ha de recorrerse en la sombra; ambas conducen a las alturas y suelen terminar en tragedia. * * * * * 1.--No se desvía un proyectil, después de haber recibido su impulso inicial: realiza su parábola sobre la recta pura, hasta chocar en un obstáculo cualquiera o caer en la tierra. 2.--No quieras dirigir tus impulsos una vez lanzados; porque eso es tan imposible como que un proyectil se detenga por sí mismo: cuida, sí, de las ocasiones que despiertan tu impulsividad. 3.--Más hacedero es evitar la acumulación de un médano, que deshacerlo; porque para lo uno, basta arrancar la mata de pasto a cuyo alrededor se congregan los primeros granos de arena, y para lo otro, suelen no ser suficientes quinientos hombres fornidos. 4.--Hay consecuencias incontrastables, originadas por causas tan efímeras como esa miserable brizna de paja que vuela desde la rotonda de la era, y se pierde en el espacio para todos los siglos. 5.--La presión de dos labios sobre dos labios, eso es un beso: pues hubo besos que originaron catástrofes, como los de Cleopatra, y besos que proyectaron posteridades más numerosas que las estrellas del cielo y el polvo del desierto, como los de Abraham. 6.--Meditemos sobre lo pequeño y sobre lo puerco, y habremos meditado sobre las armonías estelares y sobre los destinos humanos. 7.--Aquél que quiera una humanidad más perfecta, no se satisfaga con lavarle la cara y vestirla de gran señor: que la higienice desde la punta de los cabellos hasta la punta de los pies, como una mujer discreta bruñe tan esmeradamente las letrinas del último patio como los muebles de su salón: el hombre no es una sala, es una casa completa. 8.--Y aquél que se meta a predicar y defender derechos ajenos, debe saber--si no es un cobarde, o un utópico, o un cacique electoral,--que tiene la obligación de enseñar e imponer primeramente los deberes generadores de los mismos derechos que campanea en sus conversaciones y discursos. 9.--Porque tan miserable es el Zar de Rusia, que piensa que cien millones de hombres deben sostener su majestad, como el último de los obreros de la última de las regiones geográficas que se imagina, porque así se lo dijeron, que toda la humanidad debe girar alrededor de su estómago. 10.--Cada vez que te mueves originas algo; cada vez que hablas echas a volar una semilla; cada vez que hieres, o un interés o una tendencia, despiertas las Furias, destapas la caja de Pandora; cada vez que besas, pones tu labio sobre los abismos, abres la puerta por donde pasan las generaciones, multiplicas el dolor multiplicando la vida. 11.--Nada de lo que hacemos o decimos se pierde en el vacío: el aire está lleno del pensamiento de todos. 12.--Nadie podrá decir en conciencia: «no soy absolutamente responsable de mi destino; me sugestionó el medio; echó vendas sobre mis ojos la pasión.» Porque en el fondo de cualquier espíritu, está el instinto de lo que será, de lo que ha de sobrevenir, de aquello que tiene que acontecer. 13.--Un asno sienta su casco ferrado sobre las flores del jardín, como pudiera sobre la tierra polvorosa del camino; una piedra se descuaja y cae sobre la frente del viajero, como pudiera sobre una alimaña venenosa; un planeta sigue su curso desde su oriente hacia su ocaso, como pudiera en sentido contrario, si así estuviese dispuesto en el seno de la eternidad; y una hoja seca se desliza sobre la superficie o se levanta en alas del huracán, como pudiera pudrirse, allí donde cayó en el otoño, al desprenderse de la rama. 14.--Pero, nosotros no somos semejantes a la bestia, a la piedra, al planeta y a la hoja seca, porque somos hombres y siendo hombres somos fuerza discreta, y siendo fuerza discreta somos voluntad. 15.--Ellos van y hacen sin elegir ni camino ni tarea; y nosotros sabemos que podríamos hacer cosas innumerables en el mismo minuto: ejecuta lo mejor, según tu criterio: verifica lo que te parezca menos injusto en tu conciencia; no seas escéptico y te dejes conducir sin lucha, al azar de las olas. 16.--Cada irracional hace lo que hace, según su especie; esto es: el caballo nada más que aquello que le es propio, el perro nada más que aquello que conviene al perro... y así todos los demás de la fauna: el hombre entonces, no puede renegar de sus facultades sin dejar de serlo. 17.--Si el toro tiene sus cuernos, el león sus garras y la paloma sus alas, para vivir su vida propia, ¿por qué han de palpitar en nosotros, en forma de inconsciencias, la lealtad, la prudencia y la justicia, si hemos de lanzarnos en el camino de la traición, de lo inopinado y de lo injusto? 18.--He aquí un pájaro agitando desesperadamente sus alas rotas: quiere alzarse sobre la tierra donde yace; quiere volar. 19.--Si naciste desequilibrado, herido en el alma, maldecido de la natura, que al menos la tentativa del juicio se perciba en tus actos, y haz lo que el pájaro que se rompió las alas ¡quiere volar! * * * * * 1.--Reputación hecha por amigos, reputación en peligro constante de que la deshagan los mismos que la fabricaron. 2.--Aceptarás todo lo que te ofrezcan tus amistades, sea lo que sea, menos tu defensa: hombre que necesita de abogados, hombre perdido para siempre. 3.--Los malos juicios no se desautorizan con discursos ajenos, sino con hechos propios. La lengua sólo sirve para matar honras, aunque se la mueva para defenderlas. 4.--Toda inocencia, aunque sea tan resplandeciente como la de Jesús, está en la conciencia de sus jueces como un caso discutible, y en la de sus defensores como un propósito. 5.--Nadie siente la pureza de nadie, nada más que como una convención, nada más que como una complicidad misericordiosa: la idea del bien no es otra cosa que el deseo del bien. 6.--Vivir a expensas de la elocuencia ajena, es como apoyarse en un báculo de vidrio: el día que se fatigue tu panegirista, ¡adiós vida! 7.--Que tus armas sean tus obras y que tus laudatorias las hagan aquéllos que no te vieron ni una sola vez. Si así no triunfas, refúgiate en el desierto; pero nunca jamás en la misericordia de los misericordiosos. 8.--No seas hijo de nadie; porque nadie siente la paternidad como ella es. 9.--Sólo con buenas acciones se neutralizan las malas acciones... El hecho mata al hecho; pero la palabra lo deja subsistente y más lo agranda cuanto más lo niega. 10.--La palabra más evangélica, sobre una vida maltrecha y dolorida, es como un apósito polvoreado de vidrio, aplicado sobre las úlceras de un leproso. 11.--Huye de la memoria de los hombres como de un sitio de tormento, como del formidable roce triturador de dos piedras de molino. 12.--La virtud que no es una evidencia indemostrable, deja de serlo, en cierta manera. 13.--Repite tu vida cien veces, si te fuera posible, hasta imponerla como un sol; pero no te demuestres ni te dejes demostrar como una ecuación algebraica; aquello que se hace sentir por sí mismo, vive todo contrahecho, en los espíritus. 14.--Procede como la naturaleza, que es como procede Dios; persistiendo en el hecho silenciosamente. 15.--La sociedad es como los sordomudos, que más entienden los gestos que las palabras: no oye, ve. 16.--Prefiere la deshonra de la caída, a la deshonra de las muletas. 17.--Cuando te sientas fatigado bajo la carga de tus dolores, aplástate sobre ti mismo; pero no te cojas del brazo de ninguno. 18.--El dolor humano deja de ser augusto desde el momento que encuentra su consolador; la excelsitud de las lágrimas se trasmite toda entera a las manos que las enjugan. 19.--La naturaleza parece más hermosa desde los ventanales de un hospital que desde los lujosos balconajes de un amigo. 20.--No seas carga nunca, que es la condición más miserable a que puede llegar un hombre. 21.--Los dolores irreparables harían el papel más ridículo si se dejaran consolar. 22.--Nada más cómico que una viuda; porque solloza para que la consuelen. 23.--La caridad es una virtud; pero desecharla sincera y enérgicamente es otra virtud más grande, mucho más grande todavía. 24.--La dignidad en los que sufren es tan agradable a los ojos de Dios, como el sentimiento de la misericordia en aquéllos que todo lo tienen a manos llenas. 25.--La felicidad tiene sus deberes; pero el dolor tiene los suyos, sábelo bien. No hay situación humana sin obligaciones. * * * * * 1.--No es prudente buscar las amistades en los tramos sociales más elevados que el que ocupamos: los seres superiores, en cualquier manera de superioridad, no fueron nunca seres amantes. 2.--La lealtad no es virtud fácil de ejercer con los humildes; porque toda virtud busca una recompensa positiva, y los humildes carecen de fondos para premiar a los que les son leales. 3.--Lo mismo que desde la canastilla de un mongolfier, no distinguiríamos de otra mujer cualquiera ni a nuestra misma madre, desde las alturas de la intelectualidad, del poder, de la fortuna, de la felicidad, se divisa a los hombres como a granos de arena y se les trata como a desconocidos. 4.--A todo aquél de tus iguales que quiera subir, considérale como a uno que te quiere dejar; y a todo aquél que haya subido, olvídale como a uno que hubiese muerto. 5.--La amistad de los que están mejor colocados que nosotros, es una especie de magnanimidad del lobo para con el cordero, que puede cesar cualquiera vez por la voluntad del lobo. 6.--Nuestros semejantes más felices no son tales semejantes nuestros. 7.--El dictado de amigo dado por los superiores a los inferiores, es humillante para éstos... ¡tan humillante como una limosna recibida en plena vía pública! 8.--Todas las clases sociales tienen su estado de ánimo propio, que dificulta la fácil y cordial relación entre unas y otras. 9.--Y dos situaciones de ánimo distintas no pueden entenderse entre sí; porque a pesar de expresarse con las mismas palabras no las usan en el mismo sentido: dentro de cada idioma hay muchos idiomas, y todos los días hablamos uno diverso. 10.--Nunca podrás ser amigo, recuérdalo bien, de aquél que no entiende plenamente lo que dices. 11.--Por otra parte, ninguna amistad es absolutamente necesaria: casi todas constituyen una esclavitud, y todas un peligro para la solidaridad humana y para el sentimiento de la justicia. 12.--El hombre se debe a todos, no a uno sólo. 13.--Por último, si quieres evitarte dolores inútiles, no ames especialmente sino a tu mujer, tus hijos y tus padres: que no quede en ti nada más que el sensualismo absolutamente indispensable. 14.--Hay que despojarse poco a poco del barro de bestia que todavía nos agobia. 15.--Y bien puede comenzarse por suprimir esa gran injusticia que han venido cometiendo los hombres; porque nadie absolutamente nadie tiene derecho de ser juzgado con el criterio elástico del amor, si los demás han de ser medidos con la vara inflexible de lo verdadero, de lo justo y hasta de lo conveniente. 16.--Suprime hoy mismo todos tus amigos, así en seco, como quien derriba una planta de cicuta a un golpe de hacha... ¡y ya verás cómo te sientes más justo, más útil a los demás y hasta más misericordioso y tolerante con los errores ajenos! 17.--Pero sobre todo, vuelvo a insistir: no elijas tus amistades entre aquéllos que pueden decir alguna vez que los avergüenzas en público. * * * * * 1.--El hombre es un animal doméstico: civilizarse es domesticarse. 2.--El perro está organizado lo mismo que cualquier lobo, para devorar a las ovejas: cuando las repunta, las vigila y las defiende de su hermano el lobo, hace como el hombre; esto es: realiza una serie de actos contra natura. 3.--Cada acción humana tiene una historia interesantísima: es el resultado de una lucha incipiente entre la bestia que quiere ser bestia, porque es bestia, y la bestia que no quiere serlo. 4.--Durante los sesenta años de una existencia regular, es posible que no se haya sido hombre, verdaderamente hombre, absolutamente hombre, nada más que diez minutos. 5.--Vivir vida humana, en el sentido estricto de la palabra, es vivir una vida harto dolorosa; porque es vivir una vida de negación de los instintos fundamentales, de teatro constante, de referencia perpetua a un ideal que parece que está en nosotros; pero que no está en nosotros como los propósitos del jinete no están en su cabalgadura. 6.--Como sabe Novelli que él no es ni Hamlet ni Otelo, así sabemos todos que no somos lo que somos... ¡qué realidad tan espantosa! 7.--La mentira, lo que no es nada más que en apariencia, ha hecho al progreso, como lo que no hay de toro salvaje en el buey, hace los surcos. 8.--Los más hermosos tipos humanos sólo son sombras, sólo son agentes, sólo son mastines que no fueron lobos nada más que muy pocas veces. 9.--Más, muchísimo más ha realizado el hombre con su segunda naturaleza que con su naturaleza misma. 10.--Los prejuicios no son sino juicios definitivos cristalizados en la mente, a lo largo del tiempo, acumulaciones de humanidad; y, muchos de ellos, sentimientos tan necesarios a la conservación del individuo y a su equilibrio dentro de la sociedad, como los propios órganos físicos de relación. 11.--De manera que suprimirlos sin substituirlos, es tan estúpido como arrojar al fuego todas nuestras ropas, cuando no tenemos otras de repuesto. 12.--Arroja tus muletas cuando ya no las necesites, como lo hizo Sixto V. ¡VADE RETRO! I Tú eres joven, como un lirio de los valles Que recién abre su cáliz Que recién Los cendales candorosos de sus pétalos de seda Suelta al viento de la aurora... ¡Yo soy trágico laurel! ¡Yo soy viejo, carcomido, lamentable, Como un roble centenario Que cayó! ¡Que cayó para ineternum, para nunca más alzarse Por los siglos de los siglos, Bajo el látigo de Dios! II Son tus carnes, azucenas y jazmines Sonrojados a los besos De la luz; De la luz de cien incendios pavorosos, De cien soles fulgurantes....... ¡Mas tu carne, no eres tú! ¡Tú eres sombra, sombra enorme, sombra misma, Sombra llena de las ansias De gozar! ¡Tus deseos se retuercen como sierpes iracundas, Insaciables, insaciables.......! ¡Pubertades de Satán! LA SOMBRA DE LA PATRIA _En el teatro Odeón, en 1913, al leer esta poesía el poeta explicó con estas palabras su significado social:_ _«La sombra de la patria», que voy a leer, después de la «Evangélica» de la tarde y antes de «Serenata», es un canto que ha palpitado en mi espíritu desde mi remota juventud como una obsesión._ _Dos o tres veces--ocasionado por las circunstancias--tomó forma real, pero bosquejada apenas, hasta que surgió, hasta que definitivamente culminó el siglo pasado durante los sangrientos civismos del año 1893._ _Sin embargo, no es a propósito, no es un trabajo precisamente originado, absolutamente sugerido por aquel hecho histórico; pero se revistió, se saturó de la enorme amargura, de la pesimista congoja cívica que le caracteriza, al son de aquellos días tumultuosos, y tuvo, a la fuerza, que asumir algo del movimiento, del color, de la luz, del sabor propio de los días esos: no hay obra humana--por más abstracta, por más excelsa, o por más relativa y por más contingente que ella sea--que no se tiña de las tonalidades del sitio y de la hora en que ella fué realizada: no hay hecho que no denuncie al hombre que lo produjo ni hombre que no revele de alguna manera los lodos que pisa._ _Pero el cómplice verdadero, el instigador responsable de la consumación de esta obra mía, es otro más antiguo, más grave... y voy a denunciarle:_ _Hubo siempre en mí una angustia, una zozobra, una desazón constantes, perpetuas, que ya no me molestan, porque me he habituado a ellas--como nos acostumbramos al silbar de los oídos, o a otra dolencia parecida, como se amoldan los presidiarios a su grillete, como se adapta, se somete todo el mundo a lo irremediable._ =Siento, sospecho que no hemos cumplido enteramente punto por punto el testamento histórico de nuestros antepasados de la Revolución, los héroes de la Independencia, los sabios fundadores de nuestra nacionalidad.= _Más aún me parece a mí--me ha parecido siempre--que los destinos humanos, que las civilizaciones humanas, que el progreso humano, no se han conmovido de un modo apreciable, no han tomado mejores direcciones, no han recibido todos los beneficios que, tal vez, imaginó la Providencia al decretar la aparición de un continente sobre la faz de las aguas y al producir la emancipación política de tantos pueblos._ _Ese amargor, esa desazón, ese silbar de los oídos, que me han venido mortificando desde mi primera ya lejana juventud, han sido los verdaderos, los reales originadores de «La sombra de la patria»._ I Sueltos van sus cabellos. En guedejas Por su busto encorvado se derraman Como velo de angustias o sombría Melena de león. Adusta, pálida, Desencajado el rostro; la vergüenza No tiene la pupila más opaca, Ni la faz de Jesús, al beso infame, Se contrajo más rígida. Adelanta Con medroso ademán... ¡Oh, la ignominia Con paso triunfador nunca se arrastra! ¡La voraz invasión de lo pequeño No hiere como el rayo; pero amansa! ¡Cuando el alma inmortal cae de rodillas La materia mortal cae deshojada! La caída más honda es la caída Que nos pone a merced de la canalla, De lo ruín, de lo innoble, de lo fofo Que flota sobre el mar como resaca, Como fétido gas en el vacío, Cual chusma vil sobre la especie humana. II Yo la siento gemir, y sus gemidos Resonante, recóndita cascada En mi cerebro entumecido se hunden, Y allí, en mitad de las tinieblas, cantan, Con el santo fervor de los que piensan Ablandar a su dios con sus plegarias, Con el grave compás de los que lloran Y al son de los sollozos se acompañan, ¡Con el hondo plañir de los que yacen Más allá de la luz y la esperanza! Yo la siento gemir, y sus gemidos, Saetas del pesar, me despedazan, Reproches del deber me paralizan, ¡Pregones de vergüenza, me anonadan! Yo la siento gemir, y sus gemidos Sobre mi frágil corazón, estallan Como todos los vientos de la tierra Soplando, sin cesar, sobre una rama. Como toda la fuerza de los orbes Gravitando, a la vez, sobre una espalda; Como todo el dolor del universo Que en una sola vida se agolpara; Como toda la sombra de los siglos En una sola mente refugiada. III Yo la siento gemir, y me parece Que la bóveda azul se desencaja, Cual si fuera una ruina miserable Que Saturno esparciese con sus alas. Cual si fuera una cúpula proterva ¡Que derrumbase Dios, bajo sus plantas! Yo la siento gemir, y el océano Y la selva, y las cumbres y la pampa, Y la nube y las estrellas Y todo lo insensible y sin entrañas, Me parece que sienten, me parece ¡Que asumen voz y proporción humana! Me parece que vienen y se postran Sobre la regia púrpura de mi alma, Y la súplica ardiente de las cosas En miserere trágico levantan. IV Yo la siento cruzar ante mis ojos Y es una estrella muerta la que pasa, Dejando en pos de su fulgor, la sombra, Porque en pos de su luz, ¡reina la nada! Yo la siento cruzar ante mis ojos Y la pupila tras de sí me arranca, Cual si su imagen desgreñada y torva, En vez de su visión, ¡fuese una garra! Yo la siento cruzar ante mis ojos En aterrante procesión fantástica, De biblias del deber que ya no enseñan, De apóstoles del bien que ya no hablan, De laureles de honor que ya no honran, De inspirados de Dios que ya no cantan, De púdicas estolas que envilecen, De patenas limpísimas que manchan, De eucarísticos panes que envenenan, ¡De banderas celestes que se arrastran! Yo la siento cruzar... Seres felices Que carecéis de luz en la mirada, ¡Ah! yo no puedo soportar la mía ¡Bajo la fantasma horrible de mi patria! V ¿Dónde estás, Jehová? ¿Dónde te ocultas? ¿Qué? ¿No vuelves tus ojos y la salvas? ¿Qué? ¿No giras tu rostro y la contemplas? ¿Qué? ¿No extiendes tu mano y la levantas? Miras echar sobre su casto seno, Que fué pulcro, Señor, como la nácar, Antes de que su rastro en él dejase ¡La vil caricia de la gran canalla! Miras echar sobre sus nobles hombros,-- Hombros que fueran los de Juno y Diana,-- ¡Si el azote brutal del infortunio Su pulido marfil no flagelara! Miras echar sobre su cuerpo sacro,-- ¡Tan sacro, sí, como tus hostias santas, Porque también tus hostias se mancillan, Porque también tus hostias se profanan! Miras echar sobre la patria nuestra, Digo por fin, vibrante de arrogancia, El hediondo capote del soldado Que ha de ser su señor, si no le matas, ¿Y el rayo de tu enojo no descuelgas? ¿Tu flamígero brazo, no descargas? ¿Tu cielo fulgurante, no oscureces? ¿Y tus mundos atónitos no paras? VI ¿Dónde estás, Jehová? ¿Desde qué cumbre, Circundada de monstruos y de llamas, Desde qué abismo negro, impenetrable, Desde qué estrella errante y solitaria Ves su profanación y no fulminas? ¿Oyes la voz de tu poeta y callas? La voz de tu poeta que te siente, La voz de tu poeta que te aclama, La voz de tu poeta que te adora, En la noche, en el día y en el alba, En el secreto foro de su pecho Y en el público altar de su palabra. ¿Dónde estás, Jehová, que así me dejas Buscarte ansioso por doquier, y callas? ¡Y callas como un ídolo sin lengua, Como un muñeco rígido sin alma, A quien supuso vida el fanatismo Y atribuyó justicia la ignorancia! VII ¡Sí! La virtud, las leyes, el derecho, La religión, la libertad, la patria, La tradición gloriosa de los pueblos, La consigna inviolable de las razas, Y todo lo que da calor y vida A ese artefacto rígido que llaman El universo tuyo, son apenas Un sueño, una mentira, una palabra; Una cosa que suena como un disco Chocando sobre el mármol de una escala, Una cosa que está como una piedra Descendiendo veloz por la montaña; ¡Una boca que grita y que no habla! VIII Y la doblez, la astucia, la codicia; La vileza del sable que amenaza; La insidia ruín que a la virtud deshonra Y a las turbas conturba y maniata; La evidencia del mal, su negro imperio Sojuzgando las cosas y las almas, Cual si fuera la torpe levadura Que lleva la creación en sus entrañas, La genésica fuerza incontrastable, El fiat inicial del protoplasma,-- Ésas son la verdad, Dios de los pueblos, A cuyos pies la humanidad se arrastra Como van los rebaños trashumantes Hacia donde los vientos los arrebatan, Los pluviales arroyos a los ríos, ¡Y a las aguas del mar todas las aguas! IX Ésas son la verdad, Dios providente, Que todo lo precaves y lo mandas, Arquitecto invisible, que dispones La orientación del pórtico y su fábrica, Poderoso caudillo que presides La instrucción del soldado y la batalla, ¡Tragediante inmortal que verificas La negra intriga de tus propios dramas! Ésas son la verdad Dios de justicia, Y cuyo tribunal siempre me llama, Que has hecho del placer el ancho cauce Que conduce a la muerte o la nostalgia; Que has dejado indefensa a la gacela Armando al lobo de potentes garras; Que has dividido el mundo de los hombres, En los más, que padecen y trabajan, Y en los menos, que gozan y que cumplen La misión de guiar la recua humana, Que más grandes son cuando más mienten, ¡Que más nobles son cuando más matan!... ¿Dónde estás Jehová? ¿Dónde te ocultas Que así me dejas blasfemar y callas, Mi rebelión airada no sofrenas, Mi pequeñez pomposa no anonadas, Mi razón deleznable no enloqueces, Y esta lengua de arpía no me arrancas, Y esta lengua de arpía no derribas Y la haces cual fruto de una rama? X Los que sabéis de amor,--de amor excelso, Que recorre la arteria y la dilata, Que reside en el pecho y lo ennoblece, Que palpita en el ser y lo agiganta; Los que sabéis de amor, nobles mancebos, Fuertes, briosos, púdicos, sin mancha, Que recién penetráis en el santuario De la fecunda pubertad sagrada; Vosotros,--Sí, vosotros ¡oh! mancebos Que todavía honráis a vuestras madres, Circuyendo de besos y de lágrimas El augusto recinto de sus frentes, ¡La espléndida corona de sus canas! Volved los rostros a la reina ilustre Que prostituida por los viejos, pasa, Y si al poner los ojos en los suyos, Ojos de diosa que del polvo no alza, No sentís el dolor que a los varones Ante el dolor de la mujer ataca; Si al contemplar su seno desceñido, Seno de virgen que el rubor abrasa, No sentís el torrente de la sangre Que inunda el rostro en borbollón de grana; Si al escuchar sus ayes angustiosos, No sentís una fuerza prodigiosa Que os impele a la lucha y la venganza; ¡Arrancaos a puñados, de los rostros, Las mal nacidas juveniles barbas, Y dejad escoltar a vuestras novias La Sombra de la Patria! EVANGÉLICAS Para el agente de facción en la bocacalle. 1. Las calles no son sitios de estacionamiento: son conductos de comunicación entre los diversos puntos de una ciudad, lo mismo que las carreteras lo son entre las varias ciudades de un país. 2. Ésa es la naturaleza de las calles, bulevares y caminos públicos; naturaleza que ni el pueblo ni las autoridades del pueblo pueden extorsionar, sin cometer delito contra la existencia racional de las cosas. 3. Los ayuntamientos que arriendan el derecho de instalar sillas y mesitas ambulantes en las anchas aceras de las avenidas urbanas, conceden una prerrogativa monstruosa; porque crean el privilegio de interrumpir la circulación pública, que está amparada por una solemne declaración constitucional. 4. La municipalidad o el intendente que esto autorizan, cometen un abuso o un mal uso de la soberanía delegada que ejercen; enajenan una cosa que no está bajo su dominio sino para mejorarla en su destino esencial. 5. El pueblo que circula por la vía pública no es una manada de bestias exóticas, para que nadie se permita explotar su exhibición, ni directa ni indirectamente. 6. Las mesitas ésa no son más que las graderías de un circo de fenómenos raros, ocupadas por una concurrencia de volterianos agresivos y deslenguados, como todas las concurrencias de esa clase de espectáculos. 7. A ti no te importa, mi noble agente, que así se haga en París; porque la moral de la metrópoli de una nación que ha suprimido al hijo, no puede ser el molde de la moralidad de nadie, ni siquiera de la moralidad de los hotentotes. 8. Las procesiones religiosas, lo mismo que los corsos carnavalescos, también obstruyen la vía pública por una debilidad de su jefe y por otra debilidad de las autoridades del municipio. 9. La calle es del César,--en este país el César es el pueblo--y ya está dicho que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios: luego Dios no tiene derecho de salir a la calle a mortificar al César invadiéndole su dominio. 10. Las fiestas carnavalescas no son precisamente reminiscencias paganas aunque mucho de pagano tengan: son grotescas y pornográficas invenciones de los cortesanos papalinos de la Roma teocrática. 11. La humanidad actual no necesita que le señalen tres días del año para ser bestialmente libre, después de haber sido los trescientos sesenta y dos días restantes bestialmente esclava. 12. El pueblo ha adquirido a través de los siglos, una moralidad media más alta, muchísimo más alta, que la de los señores cardenales y obispos católicos que le invitaban a la locura y al libertinaje dentro de los propios templos de Jesús. 13. Todo sacerdote ha sido siempre un mercader de las pasiones humanas: jamás ni su regulador ni su consolador. 14. La calle está hecha para que pasen por la calzada los carros, los coches, los tranvías, los automóviles, las bicicletas y los jinetes; y para que circulen por sus veredas, sin el mínimo obstáculo, todo los peatones, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, pobres y ricos, malos y buenos... ¡pero, para que circulen! 15. Los vecinos de una ciudad moderna, pueden recorrer colectivamente las vías de ésta, cada vez que así se les ocurra y hayan manifestado a la autoridad policial el objeto de su pasaje por la calzada; pero, nunca jamás, en la forma provocativa de una ostentación de ceremonias y símbolos que pueden ser ocasión de agresiones de hecho. 16. El que quiera misas, blancas, o negras, o rojas, o de cualquiera de los siete colores del prisma, que se las oficie en su casa; porque todas las misas son motivo de escándalo para los que no creen en ellas. 17. La calle es un sitio neutral, de tranquilidad y seguridad absolutas, de tanto respeto recíproco y de tanta templanza en el hacer y decir, como el salón más aristocrático, aunque así no les parezca a los fanáticos que, por lo mismo que lo son, no conciben otro derecho que el suyo propio, ni tienen otro hermano que el que piensa y obra como ellos. 18. El transeúnte que se ve precisado a descender a la calzada, porque un grupo de personas estacionado en la vereda le interrumpe estúpidamente el paso, sin una razón de orden público, como una revolución, un gran mitin político u obrero, un incendio, etc., ha sido extorsionado en un derecho establecido por la constitución y positivamente confirmado por las leyes. 19. Ese transeúnte puede decir, a plena lengua, que recorre una ciudad en la que no se respeta ninguna ley, lo mismo que en una toldería de salvajes; porque donde no hay capacidad para cumplir lo menos, no puede haberla para cumplir lo más. 20. La mujer joven o vieja, patricia u obrera, que tiene que soportar, como a un chubasco hediondo, los chicoleos pornográficos de los almizclados mirliflores que se posesionan de las aceras como de cosa absolutamente propia; o que se ve obligada, para no doblegar su pudor a través de aquellas horcas caudinas, a cambiar de calles, alargando su camino y retardando su llegada al punto de su destino: esa mujer, ha sido afectada, a vista y paciencia de todos, en su derecho al libre tránsito, en su debilidad femenina y en su majestad humana. 21. Ella está autorizada para proclamar a la faz del mundo que aquella ciudad donde tantos percances le acontecieron, es una Sierra Morena llena de peligrosas asechanzas, y que los hogares de la misma deben tener una moralidad muy discutible. 22. Porque así como los miasmas de las calles tienen sus focos en el interior de las habitaciones, las procacidades juveniles de la vía pública, son la proyección, sin soluciones de continuidad, de las procacidades del hogar. 23. No es la parte más sana de una población la que pasea más a menudo, aunque aquella parte sea la más elegante. 24. Los pueblos más callejeros, más divertidos, nunca fueron verdaderamente libres sino en ocasiones intermitentes. 25. La afición al callejeo y al café, supone un hogar caduco, ya sin fuerzas simpáticas atractivas. 26. Cualquier ciudad de los Estados Unidos de Norte América acusa el espíritu de aquel pueblo, su varonil fortaleza, su exacto concepto de la vida y la eficacia de su intervención en el progreso universal. 27. Las calles de aquellas ciudades no son lagunas productoras de fiebres palúdicas: son ríos que corren. 28. El niño, cualquier niño, es un pequeño criminal incipiente. 29. Aunque así no lo parezca, todo el trabajo de los padres, de los hermanos mayores, de los maestros, de la sociedad entera, tiende convergentemente a que ese malvado que palpita en aquel tierno ser, no se desarrolle del todo. 30. Basta observar un pequeñuelo entregado a sí mismo, sin vigilancia ninguna y sin algo perentorio en que ocuparse: parece un Nerón presidiendo el incendio de Roma, parece un Atila destruyendo la vieja civilización pagana. 31. Es un crimen de lesa humanidad, entonces, echar los niños a la calle sin un objetivo preciso de utilidad, o para ellos o para sus familias. 32. Cualquiera que tenga ojos habrá visto que no son los muchachos que van a la escuela los que maltratan los árboles de las avenidas, rompen los estucos frescos de los muros y estampan inscripciones obscenas en las fachadas: son los que regresan. 33. Porque a la escuela tienen que llegar a una hora fija, a golpe de campana como los obreros, y van a esa escuela en línea recta, lo mismo que sonámbulos. 34. Pero como sus padres no les imponen puntualidad militar en la hora del retorno, quedan, por esa causa, entregados a sí mismos: entonces reaparece el criminal en germen, el destructor incipiente, el pequeño Nerón delirante... ¡y las copas de los árboles caen desgajadas, los relieves de las fachadas pierden su tersura y modelación, las estatuas de los paseos se llenan de mutilaciones, las paredes del trayecto se cubren de figuras y de sentencias dignas de los muros de una letrina pública, y los aires se pueblan de apóstrofes tan abominables como aquellas figuras y aquellas sentencias! 35. No hay otra manera de combatir el espíritu de destrucción en los niños--que es fundamental en ellos, que es la característica de su edad,--sino vigilándoles cuando están cerca de nosotros, dándoles una ocupación de carácter imprescindible cuando les dejamos solos, y estableciéndoles un severísimo lapso prudencial de tiempo para el regreso, cuando hay necesidad de enviarles a la calle por las urgencias de la casa, o de la educación, o del aprendizaje de ellos mismos. 36. Ya he dicho anteriormente que el niño no es una flor más o menos olorosa y agraciada: es un fruto que va sazonando. 37. Tampoco es ni un adorno ni un estorbo en su casa. 38. Y fíjate que digo «en su casa»; porque todo hijo es dueño de casa en la casa de sus padres. 39. Él, no es un adorno porque no es ni un bufón ni un perro de lanas; y no es un estorbo, porque no es ni un intruso ni una excrecencia maligna. 40. Él, él mismo, es toda la razón de ser del hogar paterno; y sin él, aquel hogar es un prostíbulo legalizado por el registro civil y santificado por alguna iglesia. 41. He dicho, también, que un niño es un aprendiz de hombre útil, y ahora te digo que es un estudiante de hombre civilizado, de hombre digno de derechos y de deberes, de hombre capaz de sacrificio. 42. Todo lo que no concuerde con esto, es una imbecilidad propia de esos espíritus secundarios, que se refugian en el magisterio y en la literatura pedagógica. 43. De un aprendiz no se aguarda nada más que lo muy razonable, dada su edad, su endeblez, su falta de juicio, etc.; pero lo poco que se exige, se le exige y no se le suplica. 44. Un niño no debe desarrollar su naciente vidita lo mismo que un simple aficionado del arte de vivir que asistiera a su academia de vez en cuando, como todos los aficionados. 45. Está obligado a vivir la parte de vida que le toca, como un joven entusiasta que asiste diariamente, llueva o truene, a un gran taller, para convertirse con el tiempo en un eximio profesional. 46. De ésos que pasaron su niñez, o completamente abandonados o femeninamente mimados por sus padres, están llenas las cárceles y las oficinas públicas, que es como decir: están llenos los infiernos y el limbo; el último seno del dolor y el último seno de la nulidad. 47. Heroico agente de policía, que presencias desde tu puesto la procesión eterna que pasa por la calle: sábete que la vía pública no es el sitio de los niños; vigílalos paternalmente desde tu bocacalle, cuando pasan por tu lado camino de la escuela, de los mandados y de los talleres; sálvalos de sus propios instintos y de los lúbricos miasmas que ruedan como satanes por el bulevar; no les conduzcas jamás al calabozo, que es más horrible que la calle misma; y disuelve a latigazos certeros esos ruidosos congresos, esas dumas rebeldes, agresivas y deslenguadas, que ellos establecen en las veredas y los terrenos baldíos, en las primeras horas de la noche. 48. Puede ser que aquellos azotes salven de una muerte anónima y miserable a algún Franklin, a algún Lincoln, a algún Sarmiento en germen que anda rodando por el arroyo, como un grano de trigo arrojado en las piedras. TRÉMOLO Señor. ¿Cuándo dejarás de ser silencioso como el capataz de un ingenio de azúcar o de una cuadrilla de camineros? * * * * * ¿Por qué permites que los hombres hagan aquello mismo que repudian? * * * * * ¿Por qué pusiste en mis manos esta mala bujía, nada más que para darme cuenta de mis propias tinieblas? * * * * * Dios adusto, Dios frío, Dios con libro de entrada y salida, como un carcelero, Dios que necesita del Dolor, Dios que inventó las lágrimas ¡Vete a tu Olimpo! * * * * * Aquí está mi pecado más funesto; Aquí está, de mis manchas, la peor, Aquí estoy a tus pies... ¡De un solo gesto Fulmíname, Señor! ¿Quién nos puso el horror a lo Deforme? ¿Quién dictó las pragmáticas del Bien? ¿Y qué mano brutal, qué brazo enorme Nos hunde en lo Soez? Negras son las cien fauces del infierno; Negras las almas que al infierno van: Negra la Eternidad... ¡Negro y eterno Un minuto del Mal! Tengo una luz en mí, que no se apaga; Tengo la claridad de lo Mejor... ¡Y tengo el corazón hecho una llaga. Como el cuerpo de Job! Brillan sobre la Noche las estrellas, Brillan como pupilas de rubí; Brillan desde el Principio, todas ellas... ¡No me miran a mí! Yo no puedo ceñirme en lo Inefable, Yo no puedo ser más de lo que soy; Yo no puedo evitar lo Inevitable... ¡Porque yo no soy Dios! ¿Dónde están tus Olímpicos Pesebres? ¿Dónde está el manantial de tu Virtud? ¿Dónde se han refugiado, como liebres, Tus Genios de la luz? Gimen los gemebundos algarrobos; Gimen bajo la fusta de Aquilón; Gimen en las tinieblas como lobos... ¡No gimen como yo! Yo he de ser el que cae, el que gravita; Yo he de ser el Satán, ¡el no feliz! Yo he de ser el rosal que se marchita... ¡Porque te place a ti! Guarda para tus buenos tus Edenes; Guarda para tus vírgenes tu amor; Guárdate para Ti todos tus bienes... ¡Tirano sin control! Aquí está mi pecado más funesto; Aquí está, toda entera, mi maldad; No hagas, solemne Dios, un solo gesto... ¡Te acuso de crueldad! Braman en el desierto los leones; Braman, como una gran lamentación; Braman, porque maldicen las prisiones De su instinto feroz. Pesa la Cruz sobre Israel deicida; Pesa la Rebelión sobre Satán; Pesa sobre Caín la primer Vida... ¡Mi carga pesa más! Buscan los ángeles placeres, Buscan las aves el espacio azul; Buscan la Libertad todos los seres... ¡Yo busco el ataúd! Sueña con retoñar el triste leño; Sueñan los pobres ciegos con que ven; Sueña la recua enorme... ¡yo no sueño! ¡Jamás retoñaré! Piensan los mismos necios en la gloria; Piensan los incurables en vivir; Piensa en la perfección la vil escoria... ¡Yo me río de mí! Yo sé que hay una luz que no se apaga; Yo sé que hay que llegar alguna vez... Yo sé que están hechas una llaga Las plantas de mis pies. Guarda para tus Santos tus Edenes; Guarda para tus vírgenes tu Amor; Guárdate para Ti todos tus Bienes... ¡Valen mucho, Señor! Me impusiste la cruz de un gran destino; Me pusiste el afán de un Más Allá, Y pusiste la Noche en mi camino... ¡No doy un paso más! Aquí está mi pecado más funesto; Aquí está, de mis lacras, la peor; Aquí estoy ante Ti... ¡Ni un solo gesto!... ¡Págame mi dolor! ¿Qué te cuesta evitar las amarguras? ¿Qué te cuesta radiar toda tu luz? ¿Qué te cuesta dotar a tus criaturas De tu misma salud? ¿Quién reduce tus fuerzas infinitas? ¿Quién te obliga a crear ni un pecho vil? ¿Quién te impone la ley de los jesuítas Para llenar tu fin? ¿Dónde está tu potencia soberana? ¿Dónde están tus ejércitos del Bien? ¿Y dónde está la perfección humana, Para tenerte fe? Eras un viejo Buda milenario; Eras un comodín y nada más; Eras un espantajo innecesario... ¡Ya no habría otro igual! Eras sin filiación, como un gitano; Eras como un error que ya no es; Eras un epigrama, un dicho vano... ¡Una sombra que fué! Todos te maldecían, Iscariote, Todos te declaraban maniquí, Todos, ¡¡hasta tus propios sacerdotes Se reían de ti!! Estabas derrotado por la Ciencia; Estabas sin arraigo en lo Vulgar; Estabas como Duda en la Conciencia... ¡No tenías altar! Y yo arrimé mis hombros a tu carro; Yo te puse mis versos por pavés; Yo te alcé como a un mísero del barro Con mi profunda fe. Yo te soñé la Madre y el Abuelo; Yo te soñé más próvido que el sol; Yo te pensé mejor... ¡Vete a tu cielo! ¡No mereces ser Dios! Aquí está mi pecado más funesto; Aquí está, de mis lacras, la peor; Aquí estoy ante Ti... ¡Ni un solo gesto! ¡Págame mi dolor! FÚNEBRE La montaña que tiembla, por que siento germen de cataclismo en sus entrañas el huracán que gemebundo emigra quién sabe a qué región y a qué distancia: el amor que ruge protestando airado de la ley del nivel que lo avasalla: los mundos del sistema, ¡tristes mundos! que al sol de Dios obedeciendo pasan como en la arena de la pista el potro, a latigazos, ¡noble potro! salta: no tienen sobre sí más amargura que la que hospeda en sus desiertos mi alma, porque yo arrastro sobre mí, ¡y no puedo! como un cuerpo podrido, la esperanza. Tú que vives la vida de los justos allá junto a tu Dios arrodillada: yo no creo, ni aguardo, pero pienso que haya hecho Dios un Cielo para tu alma; dame un rayo de luz, ¡uno tan sólo! que restaure mi fuerza que desmaya, que ilumine mi mente que se anubla, que reanime mi fe que ya se apaga; dame un beso de amor, ¡uno siquiera! aquí, sobre esta frente que besabas, aquí, sobre estos labios que otros labios han besado con ósculos de infamia, aquí, sobre estos ojos que no tienen nada más ¡Oh mi madre! que tus lágrimas. SERENATA Nocturno canto de amor que ondulas en mis pesares, como en los negros pinares las notas del ruiseñor. Blanco jazmín entre tules y carnes blancas prendido, por mi pasión circuido de pensamientos azules. Coloración singular que mi tristeza iluminas, como al desierto y las ruinas la claridad estelar. Nube que cruzas callada la extensión indefinida, dulcemente perseguida por la luz de mi mirada. Ideal deslumbrador en el espíritu mío, como el collar de rocío con que despierta la flor: Sumisa paloma fiel dormida sobre mi pecho, como si fuera en un lecho de mirtos y de laurel. Música, nube, ideal, ave, estrella, blanca flor, preludio, esbozo, fulgor de otro mundo espiritual. Aquí vengo, aquí me ves, aquí me postro, aquí estoy, como tu esclavo que soy, abandonado a tus pies. EL BORRÓN Haciendo revisación De las que antaño me amaban, Sus nombres hallé que estaban Cubiertos con un borrón... Lleno de tribulación Por aquel acaso cruel, Quise arrancar del papel Borrón tan impertinente Y al intentarlo imprudente, Salió lo escrito con él. ¡Oh, qué negros y encontrados Pensamientos me afligían, Cuáles y cuántos serían Aquellos nombres borrados! Y con los ojos nublados Y el alma de afán cubierta Salí buscando la puerta Del hogar donde nací, Nadie respondió ¡ay de mí! ¡La casa estaba desierta! ¡Adelante! dije yo, No quiero desesperar Y fuí la casa a buscar De la mujer que me amó; Mas como nadie salió, Llamé con voz lastimera Si sabrían de quién fuera De tantos un sólo nombre Y de adentro gritó un hombre ¡Que el nombre de ella no era! ¡Oh qué blasfemia execrable! ¡Oh qué rugido tan hondo Rasgó el aire desde el fondo De mi pecho miserable!, Roto estaba el frágil cable De mi vida en un segundo Del abismo en lo profundo Desangrado, herido y solo, ¡Para mí de polo a polo Mar sin playas era el mundo! Y tambaleante y sombrío Cual un crápula beodo, Que hastiado y harto de todo Para él todo está vacío; Tomé camino hacia el río Buscando en su fondo inerte A mi vida mejor suerte A mi orfandad un asilo Porque el puerto más tranquilo, Es sin duda el de la muerte. Llegué a la margen y al ver Como el agua dormitaba Recién recordé que estaba Suspendido en el no ser; Quise a la vida volver De la muerte horrorizado, Cuando un brazo despiadado Me despeñó y al hundirme, Sentí la voz maldecirme ¡Del amigo más amado! Muerto ya porque estoy muerto, Mi espíritu sin consuelo Subió inspirado al cielo Como al más seguro puerto; ¡Ay! para todos abierto Está siempre aquel lugar, Y cuando mi alma al llamar Llegó con humilde voz, Con su mano el mismo Dios ¡Vino la entrada a cerrar! Y desde entonces proscrita Buscando reposo y calma, Otra vez cautiva el alma Dentro mi pecho se agita; Allí está la pobrecita Como perla en negro velo Ensayando siempre el vuelo Que la lleve en un segundo, Lejos, muy lejos del cielo, Lejos, muy lejos del mundo. EVANGÉLICAS 1.--La verdad no está metida dentro de un pozo como lo establece el símbolo clásico y como lo han venido predicando todos los dulcamaras catedráticos y no catedráticos. 2.--La verdad palpita a flor de las cosas y para dar con ella no necesitamos ni barrenos ni drogas, ni dinamitas: nos basta el buen sentido y una mediana serenidad de espíritu en presencia de los hombres y de los hechos. 3.--El hombre de genio es un Sancho a quien favorecen las circunstancias, y nada más. Agosto 2 de 1909. AL COMPÁS DEL CORAZÓN (Fragmento) No hay desventura que no arranque de una llaga o que no la produzca, y no hay caridad verdadera que no se enferme o no se manche.--No hay hombre más perverso que aquél que no quiere contaminarse.--Más frío y más estéríl que un témpano es el impecable.--Nadie más injusto que un desgraciado, ni más indiscreto, ni más mal pensado, ni más caviloso, ni más incongruente, ni más agresivo, ni más odioso. No es más que enemigo y no discurre más que revanchas.--De todos los heroísmos es capaz el hombre, si hay un público que lo aplaude, y un grande que le recompense, aunque sea con una mirada.--Siempre que haya luz, y laureles, y estatuas, y páginas de la historia, tu corazón será un tesoro inagotable de sublimidades; siempre que haya sombra y olvido, será una caverna. ALMAFUERTERIANAS La humanidad se lo ha llevado siempre buscando asiento; toda la historia no es más que un ruido de sillas, murmullos de platea, preliminares de banquete. Pocos son los que ponen sus dedos allí donde su mano: la generalidad los echan en pos de sus ojos. Buscando lo imposible, se está buscando siempre. La imaginación enceguece a la soberbia, estimula a la envidia y llena la vida de amargura. El derecho suele ser la cortesía de la voluntad, y ésta es la soberanía de la fuerza. En el fondo de todo está un egoísmo vibrando su látigo. El hombre como los malos cómicos sólo quiere hacer papeles de rey. * * * * * Procede como los millonarios que no salen a la calle con sus millones en la cartera; condúcete como los grandes cómicos, que no van a la feria vestidos de Hamlet. La modestia debe imponerse como una pantalla difumadora, entre el exceso de luz y el exceso de tinieblas. A más caudales, más cerrojos; y así también: a más fama de virtud, o de belleza, o de talento, más recato. Acorázate de vulgaridad: recúbrete de buenas maneras, haz olvidar tu posición por más merecida que la tengas: como si disfrutaras de un tesoro mal habido, aprende a caminar por entre hambrientos, sin que se den cuenta de tu pedazo de pan. ENTRE ESPOSOS --¡Cuánto te adoro, Tomás! ¡Eres mi dicha, mi encanto! ¡Te amo tanto, pero tanto... Que no puedo amarte más! La dulzura de tu beso Quiero aspirar, delirante... --Bien no sigas adelante... ¿Te bastan doscientos pesos? DE RODILLAS Discurren los que me ven Mirarte con tanto afán Que mis labios no podrán Expresar mis ansias bien. Yo no siento que se den Semejante explicación; Pues de su equivocación A mansalva considero Descubrir el paradero De mi pobre corazón. No sé si me lo han robado Pero sé que lo he perdido, Y que ha de estar escondido En algún sitio sagrado; Pues, si mi pecho ha dejado, Digo que no pudo ser Tan sólo por el placer De olvidarme y libertarse, ¡Sino para refugiarse En un pecho de mujer! Él no tuvo otra pasión Que la pasión de lo bueno, Porque nació sin veneno Mi prófugo corazón; Y si dejó la mansión De mis entrañas, arguyo Que ha sido el ánimo suyo Ampararse en un altar, Y juro que no ha de estar En más pecho que en el tuyo. Yo no lo quiero sacar De un asilo semejante Porque sé que en el instante Cesará de palpitar; Allí lo debo dejar Para que esté satisfecho Y puesto que tú te has hecho La santa de su elección, Que siga en adoración Arrodillado en tu pecho. ¿FLORES A MÍ? Ayer me distes una flor Una flor a mí, señora, Que no consagré una hora Ni al más poderoso amor. ¿Flores a mí?... si es mejor ¡En un páramo arrojarlas! O tú no sabes amarlas, O al sentir mi pecho yerto ¡Sobre la tumba de un muerto Has pensado abandonarlas! ¿Flores a mí?... ¿Tú no sabes De esos parajes que aterran, Donde las flores se cierran, Donde no cantan las aves?... Las más orgullosas naves Temen del mar los furores, Los tigres devoradores Huyen del simún airado... ¡Y tú en mi pecho has dejado Tan sin recelo, tus flores! Flores a mí... Puede ser Que desalmada y celosa, Buscaras la más hermosa Con tu instinto de mujer; Y haciéndole comprender Yo no sé qué gentileza, Con refinada fiereza, Con el más profundo encono, La bajaste de su trono Por castigar su belleza, No lo sé, linda mujer, Ni quiero saberlo todo; Me contento con mi modo De saber y no saber; Pero si quieres tener La realidad en tu mano, Te diré, sin ser un vano, Que si te movió el amor... ¡La flor ha sido una flor Que fué destronada en vano! VIGILIAS AMARGAS I Como las aguas muertas desparraman pestíferos vapores, de juncos y de flores y de brillos fantásticos cubiertas; y como al fin la gente, ya su prole cual muertos insepultos,-- descubre los ocultos focos de la malaria pestilente: ¡oh, calumnia cobarde, tu maldad, como un charco, ni se agita, y tu lengua maldita se arranca finalmente, pero tarde! II Tarde... como hay estrellas que cerraron sus ojos soberanos y en los ojos humanos ya muertas en el éter, viven ellas: tus perdurables signos no los borra ni el mar... mucho más anchas donde fueron tus manchas dibujan otras manchas los malignos! Tarde... Como en el suelo que abona el viejo Nilo en sus crecientes, germinan las simientes al primer gestador beso del cielo: las catervas esclavas repletas del rencor de sus fatigas, devuelven cien espigas por cada gota puerca de tus babas. III Tarde... Como traidora la lengua de Don Juan va sugerente bruñendo la pendiente que conduce al nefasto «cuarto de hora»; así, rufián hediondo, al propio corazón del que difamas le tientas y le llamas y le arrojas vencido a lo más hondo; así los directrices de carácter más neto y más hidalgo, vienen a ser por algo lo mismo que tú inventas y tú dices. IV Tarde... Los que tú lames para siempre jamás doblan sus lomos, egregios eccehomos ungidos de las mirras más infames;-- porque la frase artera que lanzas al azar y medio trunca, ya no se borra nunca, ni aunque Dios, si hay un Dios, lo dispusiera. V Como va sin testigos, bajo el dosel astral del firmamento, desflorando el jumento la fulgurante gloria de los trigos; o como en el follaje, trémula de ponzoña, la serpiente fulmina de repente la regia vida del león salvaje; o como las carcomas, en el frondoso, perfumado huerto, con diabólico acierto taladran la más roja de las pomas; o como traicioneras, ya mordidas del mal que no se cura, sobre la tez más pura ponen su placa impura las rameras; tú matas, tú suprimes la Virtud, el Honor, los Ideales, y has poblado hospitales con una multitud de almas sublimes. VI Por ti van cohibidas con los ojos en tierra cien mujeres: no concibes, no quieres nada más que bellezas prostituidas; por ti, por tu mandato, no llegan a ser madres las doncellas y apagan sus estrellas en la iracunda paz del celibato; por ti los más garridos, los púberes Apolos más hermosos pasan por tenebrosos, satánicos arcángeles caídos; por ti van los aciagos, impulsivos demonios de los celos, bramando en los Otelos que surgieren al chisme de tus Yagos; por ti marchan sujetas al índice vulgar vidas preciosas sufriendo silenciosas una carrera diaria de baquetas; por ti, locuaz arpía, todos los seres, todos juntos, gimen y la idea del crimen suele turbar a la razón más fría; por ti blancos armiños de máculas y taras están llenos... y no parecen buenos, santos y buenos, ¡ni los propios niños! VII Tú tienes los secretos del reproche y el óbice y la mengua: tan sólo por tu lengua Sócrates y Platón no son completos, por ti los inmortales, en el mármol y el bronce redivivos, aguardan pensativos que caigan de una vez sus pedestales; tú acechas la subida del Tabor de la Gloria en un repliegue, para que nadie llegue sin llevar en el rostro tu escupida; por ti se para el carro del más gran triunfador donde tú mandes; tú obligas a los grandes a ceñir un laurel sucio de barro... ¡y tanto les azotas y es tanto lo que injurias su grandeza que sienten la tristeza de no ser unos míseros idiotas! VIII Sí, calumnia cobarde, tu maldad, como un charco, ni se agita y tu lengua maldita se arranca finalmente, pero tarde; porque la frase artera que lanzas al azar y medio trunca ya no se borra nunca, ni aunque Dios, si hay un Dios, lo dispusiera. LA INMORTAL Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo.--Jesús. Aquí salgo del seno profícuo de la cósmica chusma sagrada, como surgen los rudos poceros, ungidos en greda, del pozo que cavan; con el acre sabor de la simple, desolante sentencia judaica: la ansiedad de la luz en los hombres recién aparece después que se sacian. Aquí traigo los puños repletos de corrientes vergüenzas palmarias, cual un frío bufón que mostrase los ruedos raídos de un manto de grana; de vergüenzas corrientes que corren sin herir, sin rozar suspicacias... ¡Por qué tanto repican las cosas que ya no penetran ni a golpes de maza! De vergüenzas corrientes que quiera sujetar con mi sola pujanza; de sus crines hirsutas cogerlas y al rostro perplejo del orbe lanzarlas. Pues yo sé que los nudos gordianos al más leve tirón se desatan; que se buscan misterios y surgen verdades que ciegan de simples y claras. Que cualquier intelecto mediano para dar en la clave se basta, como al propio través de la noche con un candilejo cualquiera se marcha, que con sólo pulsar una vida ya se pulsan las cuerdas humanas; pues un solo vellón, uno solo, resume, presume la ingente majada. Y aquí voy a tejer mis estrofas a favor del azar, como salgan, cual un niño que hacina en manojos jazmines dilectos y agrestes retamas; como corren, según las caídas, por el dorso terráqueo las aguas, y según las arrugas y gestos las perlas del santo sudor por la cara. Porque nadie trenzó las ideas con mayor solidez y más gracia, que la gracia de flor con que nacen y van, por sí mismas, tramando su trama; porque toda labor que perdure y al rodar de los siglos no caiga, la sacaron así, paulatinas, las inusas ambientes del fondo de un alma. Yo no sé qué saldrá de mi numen con mi pobre conciencia turbada: la conciencia del gusto vacila la vez que la miden conciencias villanas. Mas yo sé que bajé los peldaños por amor maternal de las llagas: si hay un juez que las vidas escruta, la gota de Cristo que tengo, me salva. No será mi labor un conciso, bien trabado, bien lógico drama; las verdades morales se chocan y el arte más alto jamás las enlaza. Mas también, la visión de mi chusma cual andrajo flotante divaga... que descienda mi Dios a mis versos: ¡de pie!... ¡de rodillas!... ¡que voy a cantarla! Pues, ¿qué son las grandezas más grandes, las blancuras del pecho más blancas, frente mismo del máximo fondo de donde salieron tan fuertes y santas?... ¡Lo que fueran tus gotas de llanto con las que hay que llorar, comparadas! ¡Lo que fueran chocando tus besos si dos muchedumbres de soles chocaran! ¡Lo que fueran tus piedras preciosas en los campos del éter bordadas! ¡Lo que fuera tu gesto de hormiga de todos los orbes ritmando la marcha! ¡Lo que fuera tu voz gobernando la revista de todas las razas! ¡Lo que fueron tus horas de insecto si todas las horas de Dios las tragaran! Como en esos arcaicos escombros que silvestre zarzal amortaja, sobre plintos de mármol augusto discurren culebras terrosas y flavas, las culebras del hambre y los vicios su semblante de Dios desencajan y la bilis del Odio, superbas, de pálido azufre dantesco la bañan. Ni el más leve, gentil sentimiento centellea su faz demacrada: pues al dulce rubor de las rosas la luz lo genera, la noche lo mata. Sus afectos flotando confusos en el mar del instinto sin playas, leviatanes enormes parecen que dentro su vago cubículo vagan. ¡Leviatanes enormes!... lo mismo que el vapor fantasmal de las aguas, con sus lívidos velos llorosos difuma de Londres la enérgica mancha: tras aquel invasor aguardiente que a geniales y a estúpidos mata, los contornos humanos asumen grotescos dibujos de bestias nefarias. Turpitud multiforme, deforme, cuyo suero de gimio deprava cual tenaz filtración del infierno, familias y tribus, naciones y razas. Turpitud alevosa que viene de vigor y placer disfrazada sepultando la luz en la Sombra, torciendo, rompiendo la psiquis humana. ¡Leviatanes protervos!... Del modo que sus bravos arpones enlazan los torcidos anzuelos, la noche que dos espineles muy próximos atas: su persona moral es enjambre de torcidas pasiones bastardas, que la influencia de un astro maldito sacude, alborota, revuelve y engancha. ¡Leviatanes horribles!... Lo propio que las pobres personas baldadas, con los órganos sanos que tienen reponen o finjen aquél que les falta: de palpar sus tupidas tinieblas, ha sacado, también sus ventajas, y al dolor sin amigos que sufre le brotan ideas con dientes y garras. Y cual dos huracanes contrarios que barriendo la tez de la Pampa, sibilantes de furia se funden y en férvidas rondas al éter se lanzan: su contrato social es un choque de violencias rasantes y pravas, remolino de pestes, coyundas que toda la recua del mal acollaran. Pero como de dos peregrinos que repechan abrupta montaña, más lesiona sus pies el cobarde que menos afirma sus pies en la marcha: solamente los mansos corderos en aquel pedregal se desangran... ¡Mujerzuela procaz a quien rinde la limpia, sonante, genial bofetada! Y es amigo traidor, vil hermano, vil esposo, vil padre... ¡Que caigan los brazos de Cristo y le formen cual una materna, mimosa muralla! Yo no dejo a mi plebe convicta faz a faz de tus nobles infamias... ¡Será todo lo vil; pero nunca más vil que tu vida más útil y sana! ¡Qué! ¿No tienes amigos amables que te ponen el pie cuando pasas, ni jamás un gorrión de tus migas llamándote padre rajó tus espaldas? ¡Qué! ¿No venden los grandes hermanos a sus grandes hermosas hermanas y los grandes maridos no suben después que sus honras bajaron muy bajas? ¡Qué! ¿Dirás que tus niños de cera no son tigres cachorros que lactan; que tus lazos efebos no sufren vigilias perplejas, insólitas ansias; que tu joven doctor,--ese mismo que repujan masaje y gimnasia,-- siente claro, vivaz, fulminante cualquiera resorte maestro del alma? ¡Qué! ¿Dirás que tu guante de Suecia diez pulidas ganzúas no envaina; que tu sacro cerebro de Newton no vibra quién sabe que celdas nefandas? ¡Qué! ¿Dirás que mi firme cuchilla cuando hiende la carne del paria, porque bruñes tu piel con gamuza no hiere tu propia, tu misma carnaza? Como están bajo el rubio topacio del provecto jerez agolpadas, por subir y flotar y engreirse,-- chusmaje bravío,--las heces amargas; como están en el frígido lecho de los hondos aljibes de Arabia, muchedumbres de vírgulas viles debajo del puro cristal de las aguas; Como está la ocasión del estrago,-- ella misma, total, fulminaria,-- tras el amplio dosel de esas nubes fugaces cual sueños fugaces que pasan; como cuelgan de regios tapices primorosas, bellísimas dagas, aguardando al Caín, al Otelo, o el cívico Bruto que vibre sus lamas; Cual desdobla, crespones azules en las cumbres del monte la larva, mientras hierve iracunda en el fondo como una iracunda, perpetua amenaza: cual recoge la bestia felina su retráctil, su elástica zarpa, mientras duerme feliz meditando su opípara cena de carnes humanas; Como terca y astuta y sumisa, sin tal vez amagar, se recata por detrás de la piel reluciente, del cáncer hediondo la red soberana: como corre a través de cien cráneos, dubitante y anónima y canta, la imperial, la furiosa locura que al fin sobre alguno se afirma y estalla: Así están en tu ser los extremos do tu heroico egoísmo se lanza cada vez que tu yo, tu persona, tu fin, tu destino, peligran y claman. Así están aguardando pacientes la ocasión, de reinar como amas, las que tú denominas torpezas no sé con qué gesto de arcángel sin alas. Así está lo más vil soportando su capullo de túnicas blancas, sin decir, ni vibrar, ni radiarse si el mar de tu vida no agita sus aguas... ¡Por qué toda esa luz que refulges puede ser en tinieblas trocada, miserable montón de miseria que todas las manos moldean y amasan! Porque tú,--gran señor, gran patricio, gran ilustre, gran genio, gran lama,-- por lo mismo que moro en las sombras, a mí no me ciegas, te cuento las manchas; y detrás de tu aspecto solemne, del perfume de honor que derramas, de la curva triunfal de tu testa... ¡Yo sé lo que sobra, yo sé lo que falta! ¡Que abandonen la cruz esos brazos que sin ver ni juzgar nos abrazan, y las lepras de todos envuelva su blanca batista que siempre está blanca que desciendan al mundo esas manos que la furia del mar amansaban, y al cerebro más firme y completo le impongan la enorme locura cristiana! ¡Que me cieguen mis ojos malditos, que con sólo mirar ya difaman! ¡Que me arranquen mi lengua de sierpe que sólo destila verdades airadas! ¡Que sacudan mi frente y la rompan como a frágil redoma de miasmas! ¡Que desgarren mi pecho y fulminen la esponja de viles vilezas que guarda! ¡Sí! ¡Yo sé que un perfume inefable, que un fulgor indeciso de alba, que una música sorda y sublime desprenden y esparcen las vidas más bajas! ¡Sí! ¡Yo sé que del fondo más hondo surgirán las alturas más altas, mientras haya girones, andrajos, deshechos, minucias de carnes humanas! ¡Sí! ¡Lo mismo que charcos hediondos resplandecen al sol como plata, y al brochazo del genio las formas, la cárcel del lienzo desertan y saltan; la presión de las manos divinas en la creta del Cosmos, echada, realizó la sutil y evidente, fugaz y absoluta presencia del alma! ¡Sí! ¡Que venga la luz a raudales, a diluvios ardientes de llamas! ¡Que me fluya del fondo del cráneo, y al último cráneo dilate su cauda! ¡Que se colme mi ser de justicia, del afán de ser justo sin saña, y lo mismo que a un campo sembrado me broten verdades eternas y mansas! Aunque hieran los ojos del sandio que prefiere no ver lo que palpa; aunque surjan tan recias que rompan sus torsos ciclópeos, mi mísera entraña; ¡Aunque ya no me quede cerebro para hilar las ideas más vacuas y me tienda sin fuerzas, idiota, contando las olas del mar, en la playa! Si el Amor electriza sus carnes,-- el Amor que prolonga las razas, que los pies de marfil de Itacto besó con sus besos de nardos y ascuas;-- yo no sé qué lupercos infames a tender ese tálamo bajan; yo no sé de qué vientre surgieron aquellas legiones de vicios con alas. Primer vago rumor en el nido, primer vago matiz en la rama, primer vago fulgor en el cielo, los niños; pichones retoños y albas. Pero nunca sonríen aquellas mañanitas del polo nubladas; querubines de Dios... ¡querubines que bregan cubiertos de pupas y canas! ¡Valerosos impunes pichones que del nido paupérrimo saltan y a buscar su comida comienzan, nacientes el pico, la felpa y la garra; valerosos rapaces que tornan con sus tiernas manitas manchadas, a llenar, como próvidos padres, las faldas maternas de ricas migajas! Como tienden al sol los rosales que tenaz el taladro taladra, sus dolientes pimpollos lo mismo que tiende sus brazos la vieja traviata: su precoz pubertad es el gesto, la sonrisa senil de las razas: floración de sepulcros, pimpollos que tardos, muy tardos, en fruto se cuajan. Enfermizos, nacientes pimpollos cuyas hojas de seda desatas con tus artes de fauno... ¡con esos deleites sombríos que tú no declaras! Satinados pezones que sucias, callejeras deidades arrastran y recoje y estruja y exprime quién sabe qué mano de prócer, malvada. Miserandos capullos marchitos con que nutres el horno y la fragua como quien alumbrase sus noches con rayos pedidos al sol de mañana, como quien recubriese sus minas con los propios diamantes que guardan... ¡salvación del afán de un minuto con toda la serie siglos que faltan! Como aquellos duraznos salvajes que comercias a sendas barcadas, exquisitos algunos, carecen de rojos matices, de pulpa y de savia: cuando trueca su flor en espigas,-- si en la vil soledad no se mata,-- como fruto silvestre de bosque, de ser una vida rodando no pasa. Y una vida vulgar es un cofre de inseguras, de fáciles tapas, donde mete cualquiera sus manos y el pobre tesoro completo le saca; pero hay vidas vulgares que suelen, como ciertas anónimas arcas, ocultar cautelosos resortes que saltan a veces... ¡y a veces no saltan! ¡Cautelosos resortes!... Lo mismo que los raudos cohetes traspasan el capuz de la noche y se vuelcan a chorros de luces brillantes y varias; de la mar bonancible, sumisa, de vulgares cabezas humanas, brotan siempre la curva silbante que vuelca sus luces o rojas o blancas. Lo ruín, lo vulgar; el repuesto del templado cordaje del arpa; las torcidas virutas endebles que va como rulos dejando la tabla: la porción de color que pudiera ser mejilla, ser labio y es granza... ¡material de proyectos divinos que sirve de cuñas, andamios y gradas. Como ruedan las noches de invierno, prematuras y torvas y tardas, sobre cada primor de las yemas poniendo colgajos de crudas escarchas, va también su vejez a dormirse del osario común a la zanja, sobre cada ilusión que despunta poniendo seguro, mordaz epigrama. Porque toda vejez se defiende de los rayos del sol que se alza, circuyendo su calva de nimbos y echando a la joven burlonas miradas; porque toda vejez disimula su rencor al placer de las alas, desdoblando feroces antenas que hieren precisos la nota que falla. Porque a cada ilusión que perdemos una fúlgida luz nos apagan y un nidal de pichones azules del fondo del pecho nos hurtan y matan: ¡y aquel antro se puebla de sombras que maldicen la lumbre del alba, y aquel nido desierto y helado, se colma de sendas tarántulas bravas! Mas cual esos heroicos guerreros, cuya tez embellecen y manchan cicatrices de sable y estoque... con otras habidas en otras campañas; por la tez de mi plebe proterva, por sus manos roñosas y flacas, el afán del oficio depuso la tosca y excelsa señal de la garra. Y así como los tales ilustres,-- descreídos, borrachos y mandrias,-- en las cuevas del pecho mantienen cual santo rescoldo, la fe de su patria; por haber ejercido de mártir en la ruda, perpetua jornada, yo no sé qué fulgor indecible de gran sacerdote, sus ojos irradian. Como aquel rapazuelo sin padres que te sirve de pie mientras yantas, cuanto más te retiene la gula más fría recibe la sobra que traga: mientras cubre de goces tu vida, mientras llena de luz tu morada, su ración del placer que te sobra, se cubre, se llena de pútridas larvas. Y cual esas mujeres abyectas que te sorben la bolsa y el alma, simulando llenar tus deseos con una presteza de madres y hermanas: cada vez que cualquier beneficio, tus umbrales de pórfido baja... ¡baja un garfio voraz de drenaje, un buzo equipado de recia escafandra! ¡Yo diviso diez lojas ardientes que conminan la gleba reacia, cuando miro tus dos manecitas jugar en sus lomos de acémila exhausta! ¡Yo percibo tu voz alentando la jipante cuadriga cansada cuando veo caer tus coronas en esas virtudes sombrías y flacas! Yo me tapo los ojos y tiemblo cada vez que sus dotes alabas: me pareces un boa del Chaco que ya la fascina, que ya se la traga; me pareces un pulpo inhartable cuyas tenias flexibles alarga y en las carnes del náufrago inerte succiona la chispa final de substancia: Me pareces un torpe cruz roja que la quiere sentir consternada y lo mismo que un sátiro ebrio le busca, le frota, le lama la sarna... ¡Caridad es pillaje, comedia, vanidad, precaución, diplomacia, relucientes retobos que cubren la bola de mármol del alma pagana! Como aquellos hipócritas canes que regresan contritos al alba, rasguñando tu puerta febriles, con sordo gruñido suplican y llaman: a la faz de las puertas de bronce que la Luz de la Sombra separan, gemirán con gemido espantable tus más soberanos ingenios y famas. Y cual ven al pasar los obreros que al par mismo del sol se levantan, a los lacios, tenaces mastines que lamen gimiendo la puerta cerrada: las legiones de siglos y siglos que lo Eterno en lo Eterno derrama, mirarán al pasar a tus grandes batiendo afanosos las áureas aldabas. Y así como los amos del perro,-- ya la sombra nocturna pasada,-- vagamente recuerdan que alguno quién sabe ni cuándo ni dónde lloraba: la flamígera mente absoluta que al nidito de tórtolas haja, puede ser que sospeche algún día que suele ser genio la pécora humana. ¡Sí! Cual esa fugaz arenilla que en las losas del pórtico vaga, cuando silban los vientos airados y al ras del arroyo sus sondas arrastran: por los blancos pretiles del cielo y a la faz de su puerta sellada, rodarán reducidos a polvo... laureles, retortas, diademas y espadas. Pues lo mismo que al joven recluta que reduce cobarde su talla, le despojan furiosos y cuasi le miden y escrutan las mismas entrañas: para dar con el peso preciso de la brizna de Amor que alentabas, tendrá Dios que arrancarte a montones las púrpuras necias que ciñen tu alma. De la propia manera que cuando la jauría descubre la caza, si es algún jabalí temeroso, ladrando los canes parece que hablan; tu fortuna, tus leyes, tu ciencia que no fueron,--no, nunca,--cristianas, si perciben su faz en la sombra, clamando castigo parece que ladran. Y así como Eliphas esgrimía su torzal de retórica sabia, cuando Job delirante, rugiente, royendo su podre con Dios altercaba cualquier lengua señora del verbo pretendió conducirla y salvarla... ¡si el Dolor es de Dios, Dios lo guía y el mismo trabajo secreto trabajan! Cuando da su pulmón el sonoro resollar del titán que batalla: cuando rompe los aires cerúleos a enormes rebatos de viejas campanas cuando brilla su faz a las rojas claridades del odio y las llamas: cuando va deponiendo cabezas ya rubias y locas, ya graves y calvas. Habrá siempre malignas y ocultas filtraciones de hiel en su alma: habrá siempre dos manos cubiertas de gruesos diamantes que compren y aplaudan: habrá siempre chispazos perdidos que fulminen las trojes humanas: habrá siempre fanáticos ebrios que azucen al dogo por pura jactancia... ¡Habrá siempre, jamás en tus puertas de valioso marfil incrustadas, rajadura secreta por donde vislumbre tu siervo verdades amargas! ¡Habrá siempre detrás de tus tronos un Luzbel que les roa las gradas y un bufón ofendido mostrando que son deleznables montones de paja! Como no se concierta la sierpe con la sierpe vecina y hermana, para dar un asalto de lenguas regidas en orden, al tigre que pasa: pero como la sierpe que yace respirando rencor solitaria, si la pisa la fiera se torna silbante, furente, y el dardo le clava: Cuando ya un dolor excesivo de su torpe modorra la saca, reacciona feroz y acomete la insignia primera de mando que alcanza. ¡Porque nunca el Dolor tuvo tiempo de inventar y medir represalias, y atropella por sí; por impulso, por ley, por instinto, por lógica innata! Como va por el foso la Vida de sutil fetidez rodeada; como yacen los limos profícuos detrás de sus vuelos de fúnebre miasma: como triste, deforme, difusa, la materia del caos aguardaba los acentos de Dios que dijesen, ¡sé nube, sé piedra, sé carne, sé planta! Así van las burbujas de gloria, las virtudes más bellas y mansas, por el ancho zanjón del arroyo, prolijas y sordas, latentes y bravas; así espera mi pulpa del genio, fluctuante, deforme, callada, la presión del Arar que decrete su toga, su lauro, su cetro, su tiara. Y cual brotan del mar esas nubes que simulan paisajes de nácar; como luego, por múltiples modos, regresan y siempre la mar las exhala: no son más que vapor de sí propia tiranías, alcurnias y famas; flotarán esas nubes el tiempo que floten y rujan abajo esas aguas. La crearon las leyes eternas al tomar al Dolor como causa y al poner la noción de lo Puro por fin, por objeto de todas las ansias: pero aquel bravo vivo doliente, para dar con la Luz que le llama, requirió sus declives y cauces, su plan y esqueleto de leyes humanas. Y así fueron las leyes... tus leyes, que no salen jamás de una pauta: la feroz oriental que produjo los clásicos moldes de todos los parias; la que dió sus pacientes ilotas a la hirsuta virtud espartana; la de Roma imperial recubriendo de fúlgida gloria, cadenas y lacras: La del recio trotar de barbarie por la fría cultura pagana, que llamó cosa vil al vencido, gordura del campo, terruño con alma: la cruel de tu ciencia de nombres desatando las turbas incautas, para verlas correr delirantes detrás de rotundas vacías palabras; La presente, la tuya, la nuestra, la que tanto retocas y lavas, la que llena de tildes al débil y al fuerte le carpe y alfombra la cancha... rufianesca noción de un querube cuyas dobles, amplísimas alas ¡recubrieran cual toldos discretos, los torpes deleites de quien las pagara! Sólo fué la grandeza que gozas por su fiebre de hacer, consumada... ¡mis hormigas de Dios, si quisieran, con finos buriles el aire labraran...! Mal oliente sudor de cuadrilla sangre vil de las hordas en armas: cenagoso caudal que tú riges... ¡lo mismo que rigen al mar sus resacas! Si reclinas tu faz en el globo como quien su pulmón auscultara, cual recogen echados en tierra los indios errantes la voz de la Pampa; sentirás el traqueo solemne, de su heroica labor cotidiana, cual si fuera timbal ese globo y en él repicase la Vida su marcha. Si tu yunta pujante sujetas, al plebeyo camino te bajas y un puñado de polvo recojes del mismo que bate la yunta que piafa: cogerás un terrón del progreso que sobó como el pan con sus palmas, sentirás el hedor de la sangre que puso diademas a todas las patrias. Si cual un catador eminente que cien viejos borgoñas compara, comparando la sal de los mares en todos los mares tu crátera escancias: brindarás con el férvido mosto de la carne de chusma que tragan, con el trágico néctar del simple que fió de los genios que tú desamparas. Si registras el haz del planeta, si sus dos hemisferios indagas cual pudiese la tigre llorosa buscar sus cachorros por cuevas y zarzas: no verás un rincón del desierto donde fije un pie la canalla, buscarás el solar, sin hallarlo, de aquel que tu feudo triangula y dilata. Si barrenas la costra terrestre más allá de las últimas napas, como un niño voraz con sus dedos perfora y vacía su propia naranja: sacarás el serrín de los tristes que debajo del suelo trabajan... ¡se cerró como un puño el abismo, tal vez protestando de recua tan mansa! Si tu joya más breve, más necia, con tu rítmica mano contrastas, como aquellas matronas que buscan a graves tanteos los granos que faltan: sentirás un imán prodigioso que tus hilos de nervios alarma... la pasión del orfebre ¡que puso tremantes de vida las prendas que gastas! Si lo propio que sueñas dormido con un hecho anormal de tu infancia, las arenas del circo rehaces adonde moría la chusma cristiana: a verás fulminar los excesos faz a faz de Nerón que los ama: faz a faz de la cruz y los garfios cantar ideales, cantar esperanzas. Y si como entre sueños consigues prolongar los que más se regalan, tu visión expectral prolongases y en cuevas y osarios la noche pasaras: la verías cavar en las tumbas el zanjón de la tumba pagana, la verías alzar los altares... ¡los mismos altares que ya no la salvan! Si del reino ideal de Minerva desarrollas y extiendes el mapa, y persigues en él fríamente la ciencia más pura, la más algebraica: convendrás que tu triunfo primero triunfo fué de la humana ignorancia, y hallarás que los sueños de un loco van siempre alumbrando cualquiera vanguardia. Si tus graves filósofos abres por sus hojas más plenas y sabias, con el propio fervor con que buscas los versos mejores del vate que aclamas: no verás en las hojas aquellas nada más que un montón de palabras que fulguran, a veces, la chispa del Sancho del siglo, la zona y la raza. Si a tus negros presidios penetras, en tus patios ruidosos te paras, en la jerga del preso meditas y acoges y estudias los dijes que labra: sentirás que tu lengua y tus artes de los fondos humanos arrancan, como van por el cieno, latentes, los lirios, los nardos, las rosas, las dalias. Si visitas en noches de planes de Caín y de Caco las aulas y su bronca función de poderes, la tuya de felpa, prolijo comparas: hallarás con horror y amargura, que tus goces orgánicos bajan y concuerdan con ese del crimen tan justo, tan fino manejo de garras. Si la lívida frente del santo con genial entereza trepanas, y en sus nobles abismos arrojas ecuánime, libre, sedienta mirada: hallarás la molécula misma de algún cáncer atroz de cloaca, que pasando de padres en hijos abrió candorosas clemátides blancas. Si en tus rondas nocturnas asieras al primer ganapán que pasara, como quien al azar, distraído, cualquier retoño del árbol arranca: detenerlas al César del orbe que sin rumbo ni séquito vaga, mientras alguien combina sus horas y el trono y el cetro de rey la depara. Si la pulpa del vago, del ebrio, del peor, del más ínfimo palpas, como quien al buscar una perla registra la zona más vil de una casa: sentirás sollozar esas mudas, adiposas, abyectas piltrafas con el hondo plañir de los astros, que se hunden por siempre jamás en la nada. Si la voz del silencio interrogas, del febril, del genial, del que brama, del que llena de sangre los cráneos, tañendo sonoras campanas de plata: pasará galopando mi Chusma por las teclas de luz de tu alma, cual si Dios, con sus manos, pulsase la gran sinfonía final de las causas. Jadeante, grotesca, inasible:-- por tenaz, por insólita y vaga,-- soportando por siglos de siglos, minuto a minuto la cúpula humana: así está la misérrima plebe, la inmortal invencible alimaña que los tercos lebreles vigilan y acosan y aturden y aprietan y aplastan. ¡No! ¡No puede quedar en mi Chusma, nada más que la torva mirada con que atisban, tahures vencidos, sutiles, absurdas, quiméricas trampas! ¡No! ¡No puede sentir en su pecho nada más que rencores de paria, y el horresco furor de que todo reviente y en finas moléculas caiga! Ni podrás vaporar para siempre las barreras de hiel que separan la mansión de las risas amables, de aquel «pandemonium» de sombras airadas,-- ¡nada más que poniendo tus labios donde mismo supuran sus llagas, nada más que llenando tus leyes del fuego divino del alma cristiana! Ella ve desfilar tus manjares en tus platos de Sévres y plata, mientras yace rendida, gimiendo debajo del bofe que cuasi no alcanza: y pues tiene tus órganos mismos, cualquier vez esos órganos mandan, ¡y sin dar una voz, cual un dogo del menos culpable la faz ataraza! Ella siente la péndula loca de tus días felices, que pasan como fresca visión capitante de ninfas que ríen, de senos que saltan: y pues tiene sentidos y tiene por tenerlos, pasiones y ansias, ¡con su gran maldición de sedienta maldice, hasta mismo, tu vaso de agua! Ella ve tus pasiones que vienen con talantes de santos y santas, reprimiendo gazmoñas, en ella, la mínima culpa, la mínima falta; y pues tiene noción de lo justo, de no sé qué suprema balanza,-- ¡tu disfraz de Catón la sulfura, y enloda y escupe tu clámide blanca! Ella ve florecer tus virtudes donde mismo resultan premiadas, cual escogen, sagaces, las hiedras, la sombra jocunda de cedros y tapias: y pues ella, la gran perseguida, sabe bien el coturno que calzas, cuando pisa tus pisos de roble, sospecha que pisa diabólicas trampas, Ella ve que tu ley no sostiene ni el derecho ni el bien que consagra, cual un zarzo ruín que doblegan los rubios, copiosos racimos que carga: y pues ella prefiere los frutos al sostén deleznable de cañas, menosprecia tus leyes viviendo la vida salvaje del puño y la daga. Ella ve que cualquier sacerdocio pone tren con la fe que levanta, como aquellas mujeres que dicen: ¡más oro, más lujo de quien más nos ama! y pues mora Minerva en su cráneo, y pues vive Jesús en su alma, ¡ni respeto ni amor le despiertan tus borlas de sabio, tus cruces de plata! Ella ve que poder y fortuna con tu solo sudor no los ganas: que las flores no son del que riega, sino del dichoso señor de las plantas: y pues ese deber sin derechos, del nivel del señor la rebaja, ¡le parecen dogales malditos los clásicos yunques, las nobles azadas! Ella busca la vida del ángel: de la simple función soberana, del dominio total de las olas que el cerebro ciñen turbantes de llamas; y al sermón del trabajo que suelen predicar los que nunca trabajan, magistrales modelos opone de trágicos robos, de finas estafas. Ella siente brotar en sí misma, como sienten sus yemas las ramas, la legión palpitante de sueños que tientan, que buscan la luz de mañana: y ella ve que su propia belleza de lamentos del vientre no pasan: pues un sólo mendrugo que baje, cien días... ¡mil días de sueños aplasta! Ella mira flotar en la zona del poder, el honor y la fama, las torcidas pasiones aquellas que sólo merecen el fuego y el hacha: y al buscar el abismo sin fondo donde deben caer fulminadas, ¡con espanto sublime las oye nombrar supervidas y cumbres humanas! Y volviendo su rostro a sí misma de sí misma dudando, se palpa; y al mirar otra vez, le parece que todos un mismo secreto se pasan: y cien claros dilemas terribles la postrer ilusión le desgarran; ¡y una risa glacial y cortante del fétido fondo del hígado, lanza! Formidable, diabólica risa... si Luzbel sus cavernas dejara, en los templos de Dios penetrase los días que visten de luces y galas, y riése de aquel artefacto de cartones y tules y panas: su rajante, su právida risa, ¡no, nunca pusiera más bajo las almas! Desquiciante, profética risa... cual retumba la bóveda vasta y al tremendo tronar, trepidando, sus áureos, bruñidos estucos se rajan: ¡tal cuartea los tenues revoques, tal asorda la bóveda glauca del templo gentil del ensueño, aquella pujante, bestial carcajada! Carcajada bestial de la bestia cuyo fuerte ronzal se desata: que se sueña sin freno, sin brida, sin un sofrenazo, sin una mirada; que presiente la selva salvaje, la continua, la libre vagancia; la existencia imperial del instinto, sin ver lo que pisan y rompen las patas. ¡No te pasme su furia! No temas sus arranques de virgen insana: mientras haya quien crea, no importa que templos y reyes y códigos caigan. Teme, sí, que cruzando tus ojos con sus ojos sin luz, te deshagas, como torre de horror y energía si el firme cimiento de piedra, le falta. Teme, si con pavor indecible, con el mismo pavor de la nada, cual si todas las furias en coro pasasen mostrando sus hórridas caras, cual si todos los puntos del orbe le negasen apoyo a tus plantas, cual si todos los astros del cielo cerrasen de golpe sus ojos de llamas: Que la bestia sublime descubra que no va su ración en la carga; que la virgen hermética sueñe y olvide sus votos de virgen y caiga: ¡que la mártir rechace su cáliz, que renuncie su nimbo y su palma cual un vil desertor, cual un Cristo que un día dejase su cruz solitaria! POSTAL Toda ciudad es semejante a un anciano, lleno de recuerdos y cicatrices. Cada una de sus calles tiene su historia, cada uno de sus monumentos merece su capítulo y cada una de sus piedras, ha visto lo que no se sabrá nunca. MI JUVENTUD Ayer te ví... No estabas bajo el techo de tu tranquilo hogar ni doblando la frente arrodillada delante del altar, ni reclinando la gentil cabeza sobre el augusto pecho maternal. Te ví... Si ayer no te siguió mi sombra en el aire, en el sol, es que la maldición de los amantes no la recibe Dios, ¡o acaso el que me roba tus caricias tiene en el cielo más poder que yo! Otros te digan palmas del desierto, otros te llamen flor de la mañana, otros queman incienso a tu hermosura, yo te diré mi amada; ellos buscan un pago a sus vigilias, ellos compran tu amor con sus palabras ellos son elocuentes porque esperan, ¡y yo no espero nada! yo sé que la mujer es vanidosa yo sé que la lisonja la desarma, y yo sé que un esclavo de rodillas más que todos alcanza... Otros te digan palma del desierto otros compren tu amor con sus palabras, yo seré más audaz pero más noble, ¡yo te diré mi amada! MI FE Y tal vez por eso mismo Restallante de lirismo, Lo fatal y lo imposible Me deleita contrariar y resolver; Cual un ángel del Averno Partidario del Eterno, Que a los réprobos absortos Predicase las bellezas del Edén; Cual un punto de la esfera Que ser punto no quisiera, Y en las cumbres de los soles Resolviese proclamar su rebelión; Cual un ente miserable Que soñando lo inefable, Desde el fondo de la sombra ¡Suspirase por su cruz de redentor! Y delante de la furia Con que rueda tu cintura, Como tropa de bisontes Poseída del delirio de migrar, Cual innúmera majada Perseguida y azotada Por las lluvias invernales, Que la llevan sin saber a dónde va. Como férvido torrente Que a la faz de la pendiente Se desploma fragoroso Sin más ley que la maldita de caer: Yo la brizna sin historia, Vil sobrante, vil escoria, ¡Me levanto formidable, Me propongo fulminar tu estolidez! Si vacía, si pomposa, Si ruín, si delictuosa, Si maligna, si cobarde, Si proterva, si bestial humanidad: Por la faz arrebolada Más abajo de la nada, Más abajo, todavía, Pues te voy a maldecir y apostrofar Soy tu padre, tu poeta, Tu maestro, tu profeta, Tu señor indiscutible, ¡Tu verdugo sin entrañas y tu juez! No me asustas: te domino, Te someto, te fascino Con la luz esplendorosa, ¡Con el hierro incandescente de la fe! A LA LIBERTAD Como del fondo mismo de los cielos el sol eterno rutilante se alza, como el seno turgente de una virgen al fuego de la vida se dilata; Así radiosa, y así gallarda, se levantó del mar donde yacía la exuberante tierra americana. Como prende su túnica de raso con su joya mejor, la soberana, como entre todas las estrellas reina el lucero magnífico del alba; Así pulida, y así gallarda, sobre todos los pueblos de su estirpe, resplandor y joyel, ¡surge mi patria! Como buscan la luz y el aire libre las macilentas yerbas subterráneas, como ruedan tenaces y tranquilas al anchuroso piélago, las aguas; Así sedienta, y así pordiada, la triste humanidad se precipita al pie de la bandera azul y blanca. ¡Allí van congregándose a la sombra, para formar después una montaña! ¡Allí van adhiriéndose en el tiempo partícula a partícula las razas! Allí se funde, y allí se amasa el hombre, tal como surgió en la mente del autor de los orbes y las almas. Que así pulida, y así gallarda, sobre todos los pueblos de su estirpe, resplandor y joyel, ¡surgió mi patria! SÓLO DIOS Yo sé que fieros, hambrientos, dos ojos, en ti clavados, siguiendo van tus cuidados, miradas y movimientos. Por más que sigan atentos los giros de tu pasión, podrá ser que la ocasión sin aprovechar se queden... ¡Pues vigilarte no pueden las telas del corazón! Yo sé que una mano artera, porque te olvides de mí separaría de ti cuanto en mi pensar te hiciera. Su dueño, infeliz, espera, que al suprimir mi visión, logrará que tu pasión desamparada se quede... ¡Pero robarte no puede mi sombra del corazón! Yo sé, que el labio de un hombre, por tu amor capaz de todo, recoge, a montones, lodo, para volcarlo en mi nombre. Me callo, sin que me asombre la bajeza de su acción; de su vil difamación si queda rastro que quede... ¡Yo sé que manchar no puede Mi nombre en tu corazón! Y ojos, mano y labio impío, apostados, en acecho, para robarte del pecho tu corazón todo mío, lucharán en el vacío, sin lograr su pretensión, hasta que de mi pasión, libertada por Dios quedes... ¡Porque ni tú misma puedes mandar en tu corazón! NOCTURNO CANTO DE AMOR Nocturno canto de amor, que ondulas en mis pesares, como en los negros pinares las notas del ruiseñor; Nube que cruza tranquila la extensión ilimitada, dulcemente iluminada por la luz de mi pupila; Ideal benefactor en el espíritu mío, como el collar de rocío con que despierta la flor; Sumisa paloma fiel, sobre mi pecho fornido, como si fuera en un nido, de mirtos y de laurel; Coloración singular Que mi desgracia iluminas como al desierto y las ruinas la claridad estelar; Blanco jazmín entre tules y carnes blancas prendido por mi pasión circuido de pensamientos azules; Música, nube, ideal, ave, estrella, blanca flor, preludio, esbozo, fulgor de otro mundo espiritual, Aquí vengo, aquí me ves, aquí me postro, aquí estoy, como un esclavo que soy, abandonado a tus pies. MÁTER DOLOROSA (Balada medioeval) I Las róseas mejillas De leche y frutillas; Los ojos dormidos Como dos cupidos; La boquita breve De púrpura en nieve; Los pechos cual proras Que van triunfadoras; Las manos tan finas Como manos chinas; Y el talle tan noble Como tierno roble; Tras de la persiana De una torre altiva Yace pensativa Gentil castellana. II Con el rostro yermo Como un dios enfermo Dos ojos sombríos Como dos vacíos; Destrozado el pecho Como altar deshecho; Doblados los hombros Cual pétreos escombros; La feroz espada Torcida y mellada; Cota y paramentos Flojos y sangrientos; Sin rumbo, sin noto Como barco roto; Por los pedregales Cruza un caballero Sollozando fiero Como cien chacales. III Sudor, sangre y cieno Del ijar al freno; Revueltos los ojos Nublados y rojos; Los flancos hundidos Latiendo afligidos; Llenos de los trazos De los espolazos; Lanzando del cuello Trémulo resuello; Barriendo la tierra Con su arnés de guerra; Golpeando sin tino La faz del camino; Frente al minarete La jaca cansada Cayó fulminada ¡Matando al jinete! IV Tras de la persiana Do la castellana Yace pensativa Como una cautiva, Se oye un gran gemido, ¡Se oye un alarido! Corren los arqueros Con pasos ligeros; Giran los soportes Sobre sus resortes; Bajan estridentes Los ferrados puentes; Y ella misma--¡ella!-- Toda blanca y bella, Mujer y caudillo Sale del castillo; Pues la noble maga Quiere decidida, Salvar una vida, Que tal vez se apaga. V ¡Rodaron al mismo Formidable abismo! Venían de lejos Ya tristes y viejos ¡Como dos difuntos Que vagaran juntos! Acaso sus vidas Así confundidas, Tuvieron dos nombres Que honraron los hombres; Y acaso no fueron Porque no pudieron; Pues no todos hieren La cuerda que quieren. ¡Nada más que un jaco Miserable y flaco; Nada más que un huero Sonar de matraca Caballero y jaca, ¡Jaca y caballero! VI Cual ponto revuelto Su cabello suelto; Rígida la cara Cual si no pensara; Blanca como cera Cual si no viviera; Las manitas juntas Como dos preguntas; Erguidos los hombros Como dos asombros; Las cejas alzadas Como dos arcadas; Los ojos abiertos Sobre aquellos muertos, Y enhiesta con noble Majestad de roble; La bella, la ufana, La gran castellana, Trágica y hermosa Dolorida y tierna ¡Parece la eterna Máter dolorosa! EPITALAMIO _En el casamiento de la hija de Don Anacleto Domínguez._ I Sólo vibra mi salterio pensativas notas graves. Yo no sé, como las aves, «saludar al padre sol»; Para mí la gran natura, por su cielo y por su tierra nada dice, nada encierra que cautive mi emoción. Por lo mismo--porque nunca ni vacila, ni fracasa y es eterna y solo pasa por el riel de lo cabal-- no la tengo yo por sabia como el sabio que la escruta: Fuerza misma, fuerza bruta, que no sabe adonde va. Yo la siento un mecanismo que no piensa, que no fragua-- cual su gas, como su agua que proceden porque sí-- un recurso, un instrumento del propósito divino: Un vehículo en camino con un fin que no es su fin. Y jamás de los jamases me absorbieron las esferas, ni el verdor de las praderas, ni el desierto, ni la mar, ni las aves, ni las flores, ni los ríspidos insectos: Serán bien, serán perfectos, mas lo son sin voluntad. ¿Quién dirá que la Gioconda modeló sus propios labios y esos finos ojos sabios que Leonardo eternizó?... Así el sol, así los astros de más fúlgida apariencia: Luminarias sin conciencia que dan luz y dan calor. Nada saben, nada quieren, nada buscan, nada inventan, ni reforman ni violentan ningún fin, ninguna ley. Y a pesar de que circulan por el éter tan audaces, son idiotas incapaces de pensar y resolver. II Pero el Hombre, pero el Genio, más que un sol en el abismo, por sí solo, por sí mismo marcha mal o marcha bien: Tiene rumbos preconceptos, con sus planos y su equipo y ha forjado el arquetipo supraexcelso de su ser. Y persigue aquel modelo por más leyes que lo impidan, por más fuerzas que coincidan y le arrastren hacia atrás: Presidiario incorregible que la ergástula no arredra y en el hierro y en la piedra va y escribe ¡Libertad! Eso canta, mi Gertrudis, ese arcángel, ese mito que ultramonta lo infinito tras la sombra de su Dios: Que reniega de sí propio, de sí propio horrorizado, que se siente desolado, que se siente triunfador. No te asombre pues, hijita si en la noche de tus bodas yo no cuento y nombro todas tus bellezas de mujer: Si a la faz de tus encantos cual un torpe, cual un ciego, yo renuncio, yo reniego del color y del pincel. Si no tengo ni una nota, si no bordo ni una frase que pregone de tu enlace la suntuaria señoril, que compare las estrellas con los soles de tus ojos y tus rojos labios rojos con la fresa y el rubí. III Yo te canto en este día, para ti de augurios lleno, la canción del bardo bueno, del poeta del Dolor: La canción de los tesoros todavía insuperables, superpuros, inefables de un anciano corazón. Yo te llamo a tus deberes de mujer americana, con los sones de campana de más ansias de la luz: Y con voz que por los senos de tu espíritu prolongo, yo te intimo, yo te impongo tu segunda esclavitud. Yo desciendo a la perpleja candidez de tu alma informe, con mi sola, con mi enorme potestad de creación: Y adobando y sazonando tus candores de camelia de Penélope y Cornelia las dos almas te doy yo. Yo te muestro a las miradas de tus jóvenes hermanos, cuyos pechos espartanos fueron muros para ti, cuyo nombre sin mancilla tú llevabas hace poco... ¡Yo te yergo bajo el foco de su gesto emperatriz! Yo te limpio y te perfumo con los besos de tu hermana, cual perfuma una manzana la manzana que rozó: Bajo el cetro formidable de su almita de azucena, yo sé bien que serás buena, santa y buena por las dos. Yo me lanzo a las regiones del misterio donde moran, donde ríen, donde lloran los que nunca serán más: Y pulsando los abismos con mis manos como plectros; yo conozco los plectros, familiares de tu hogar Y a la faz de los deleites que sospechas y no sabes, de la entrega de las llaves de tu altivo corazón: De los planes deliciosos que proyectas y no nombras, pongo juntas esas sombras por testigos de tu honor. Yo te riego con el llanto de tu madre cariñosa, la veraz, la decorosa, la perfecta gran mujer,-- y en sus bíblicas virtudes que yo aplaudo, que yo admiro, como en púrpura de Tiro yo te envuelvo hasta los pies. Yo levanto frente a frente de tu nueva dulce aurora, la cabeza pensadora de tu sabio genitor; Y te forjo deslumbrantes prodigiosas filigranas, con la crín de aquellas canas... ¡Misma crín del mismo sol!... Yo te ciño por coraza de tu amable inexperiencia, su criterio, su prudencia, su dialéctica fugaz: Y te labro cinto y peplo de matrona, de patricia, con su afán de la justicia con su fresca voluntad... Y así noble, y así pura, y así sabia, y así fuerte, y así dueña de tu suerte cual un ínclito varón: Yo el errante, yo el postrero, yo el sin patria, yo el sin nido, te presento a tu marido... ¡Tu marido y tu señor!... End of Project Gutenberg's Nuevas poesías y evangélicas, by Pedro B. Palacios *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK NUEVAS POESÍAS Y EVANGÉLICAS *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you charge for an eBook, except by following the terms of the trademark license, including paying royalties for use of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for copies of this eBook, complying with the trademark license is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, performances and research. 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