The Project Gutenberg eBook of Tirso de Molina This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Tirso de Molina Author: Tirso de Molina Editor: Samuel Gili Gaya Release date: October 30, 2018 [eBook #58194] Language: Spanish Credits: Produced by Ramon Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK TIRSO DE MOLINA *** Produced by Ramon Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries) NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar. * Se ha respetado la ortografía del original --que difiere ligeramente de la actual--, normalizándola a la grafía de mayor frecuencia. * Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan. * Las erratas declaradas al final del volumen se han incorporado al cuerpo principal del texto. * Algunas ilustraciones se han desplazado ligeramente, para evitar interrumpir estrofas o diálogos. TIRSO DE MOLINA BIBLIOTECA LITERARIA DEL ESTUDIANTE DIRIGIDA POR RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL TOMO XIII TIRSO DE MOLINA SELECCIÓN HECHA POR SAMUEL GILI GAYA _Dibujos de F. Marco._ _MADRID, MCMXXII_ INSTITUTO--ESCUELA JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS [Ilustración] EL CONDENADO POR DESCONFIADO JORNADA PRIMERA ESCENA I (_Sale_ PAULO _de ermitaño_.) PAULO. ¡Dichoso albergue mío! ¡Soledad apacible y deleitosa, que en el calor y el frío me dais posada en esta selva umbrosa, donde el huésped se llama o verde hierba o pálida retama! Agora, cuando el alba cubre las esmeraldas de cristales, haciendo al sol la salva, que de su coche sale por jarales, con manos de luz pura quitando sombras de la noche oscura, salgo de aquesta cueva que en pirámides altos de estas peñas naturaleza eleva, y a las errantes nubes hace señas para que noche y día, ya que no hay otra, le haga compañía. Salgo a ver este cielo, alfombra azul de aquellos pies hermosos. ¿Quién, ¡oh celestes cielos! aquesos tafetanes luminosos rasgar pudiera un poco para ver...? ¡Ay de mí! Vuélvome loco. Mas ya que es imposible, y sé cierto, Señor, que me estáis viendo desde ese inaccesible trono de luz hermoso, a quien sirviendo están ángeles bellos, más que la luz del sol hermosos ellos, mil glorias quiero daros por las mercedes que me estáis haciendo sin saber obligaros. ¿Cuándo yo merecí que del estruendo me sacarais del mundo, que es umbral de las puertas del profundo? ¿Cuándo, Señor divino, podrá mi indignidad agradeceros el volverme al camino, que, si yo lo conozco, es fuerza el veros, y tras esta victoria, darme en aquestas selvas tanta gloria? Aquí los pajarillos, amorosas canciones repitiendo por juncos y tomillos, de Vos me acuerdan, y yo estoy diciendo: “Si esta gloria da el suelo, ¿qué gloria será aquella que da el Cielo?” Aquí estos arroyuelos, jirones de cristal en campo verde, me quitan mis desvelos, y son causa a que de Vos me acuerde; ¡tal es el gran contento que infunde al alma su sonoro acento! Aquí silvestres flores el fugitivo tiempo aromatizan, y de varios colores aquesta vega humilde fertilizan. Su belleza me asombra: calle el tapete y berberisca alfombra. Pues con estos regalos, con aquestos contentos y alegrías, ¡bendito seas mil veces, inmenso Dios, que tanto bien me ofreces! Aquí pienso seguirte, ya que el mundo dejé para bien mío; aquí pienso servirte, sin que jamás humano desvarío, por más que abra la puerta el mundo a sus engaños, me divierta. Quiero, Señor divino, pediros de rodillas húmilmente que en aqueste camino siempre me conservéis piadosamente. Ved que el hombre se hizo de barro vil, de barro quebradizo. ESCENA II (_Sale_ PEDRISCO _con un haz de hierba. Pónese_ PAULO _de rodillas, y elévase_.) PEDRISCO. Como si fuera borrico vengo de hierba cargado, de quien el monte está rico: si esto como, ¡desdichado!, triste fin me pronostico. · · · · · · · · · · · · · · · De mi tierra me sacó Paulo, diez años habrá, y a aqueste monte apartó; él en una cueva está, y en otra cueva estoy yo. Aquí penitencia hacemos, y sólo hierbas comemos, y a veces nos acordamos de lo mucho que dejamos por lo poco que tenemos. Aquí al sonoro raudal de un despeñado cristal, digo a estos olmos sombríos: “¿Dónde estáis, jamones míos, que no os doléis de mi mal? Cuando yo solía cursar la ciudad y no las peñas (¡memorias me hacen llorar!), de las hambres más pequeñas gran pesar solíais tomar. Erais, jamones, leales: bien os puedo así llamar, pues merecéis nombres tales, aunque ya de las mortales no tengáis ningún pesar.” · · · · · · · · · · · · · · · ESCENA III [PAULO _sueña que la muerte le hiere en el corazón, y al quedar su cuerpo “como despojo de la madre tierra”, el alma libertada se presenta ante el Tribunal de Dios, donde ve con espanto que sus culpas pesan más que sus buenas obras en la balanza del Justicia mayor del Cielo; el Juez santo le condena al Infierno_.] PAULO. Con aquella fatiga y aquel miedo desperté, aunque temblando, y no vi nada si no es mi culpa, y tan confuso quedo, que si no es a mi suerte desdichada, o traza del contrario, ardid o enredo, que vibra contra mí su ardiente espada, no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo, me declarad la causa de este espanto. ¿Heme de condenar, mi Dios divino, como este sueño dice, o he de verme en el sagrado alcázar cristalino? Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme. ¿Qué fin he de tener? Pues un camino sigo tan bueno, no queráis tenerme en esta confusión, Señor eterno. ¿He de ir a vuestro Cielo, o al Infierno? Treinta años de edad tengo, Señor mío, y los diez he gastado en el desierto, y si viviera un siglo, un siglo fío que lo mismo ha de ser: esto os advierto. Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío, ¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto. Respondedme, Señor; Señor eterno, ¿he de ir a vuestro Cielo, o al Infierno? ESCENA IV (_Aparece el_ DEMONIO _en lo alto de una peña_.) DEMONIO. Diez años ha que persigo a este monje en el desierto, recordándole memorias y pasados pensamientos; siempre le he hallado firme, como un gran peñasco opuesto. Hoy duda en su fe, que es duda de la fe lo que hoy ha hecho, porque es la fe en el cristiano que sirviendo a Dios y haciendo buenas obras, ha de ir a gozar de Él en muriendo. Este, aunque ha sido tan santo, duda de la fe, pues vemos que quiere del mismo Dios, estando en duda, saberlo. En la soberbia también ha pecado: caso es cierto. Nadie como yo lo sabe, pues por soberbio padezco. Y con la desconfianza le ha ofendido, pues es cierto que desconfía de Dios el que a su fe no da crédito. Un sueño la causa ha sido; y el anteponer un sueño a la fe de Dios, ¿quién duda que es pecado manifiesto? Y así me ha dado licencia el Juez más supremo y recto para que con más engaños le incite agora de nuevo. Sepa resistir valiente los combates que le ofrezco, pues supo desconfiar y ser, como yo, soberbio. · · · · · · · · · · · · · · · De ángel tomaré la forma, y responderé a su intento cosas que le han de costar su condenación, si puedo. (_Quítase el_ DEMONIO _la túnica y queda de ángel_.) PAULO. ¡Dios mío! Aquesto os suplico. ¿Salvaréme, Dios inmenso? ¿Iré a gozar vuestra gloria? Que me respondáis espero. DEMONIO. Dios, Paulo, te ha escuchado, y tus lágrimas ha visto. PAULO. ¡Qué mal el temor resisto! (_Aparte._) Ciego en mirarlo he quedado. DEMONIO. Me ha mandado que te saque de esa ciega confusión, porque esa vana ilusión de tu contrario se aplaque. Ve a Nápoles, y a la puerta que llaman allá del Mar, que es por donde tú has de entrar a ver tu ventura cierta o tu desdicha, verás cerca de allá (estáme atento) un hombre... PAULO. ¡Qué gran contento con tus razones me das! DEMONIO. ...que Enrico tiene por nombre, hijo del noble Anareto. Conocerásle, en efeto, por señas que es gentilhombre, alto de cuerpo y gallardo. No quiero decirte más, porque apenas llegarás cuando le veas. PAULO. Aguardo lo que le he de preguntar cuando le llegare a ver. DEMONIO. Sólo una cosa has de hacer. PAULO. ¿Qué he de hacer? DEMONIO. Verle y callar, contemplando sus acciones, sus obras y sus palabras. PAULO. En mi pecho ciego labras quimeras y confusiones. ¿Sólo eso tengo de hacer? DEMONIO. Dios que en él repares quiere, porque el fin que aquél tuviere ese fin has de tener. (_Desaparece._) PAULO. ¡Oh misterio soberano! ¿Quién este Enrico será? Por verle me muero ya. ¡Qué contento estoy! ¡qué ufano! ESCENAS V A X [PAULO, _acompañado de_ PEDRISCO, _se dispone a ir a Nápoles. El_ DEMONIO _ha logrado su plan, pues ha infundido la duda en el espíritu del ermitaño_.] DEMONIO. Bien mi engaño va trazado. Hoy verá el desconfiado de Dios y de su poder el fin que viene a tener, pues él propio lo ha buscado. ESCENAS XI Y XII [PAULO _y_ PEDRISCO _llegan a la Puerta del Mar, en Nápoles, sitio designado por el Demonio para que conozcan a Enrico_.] PEDRISCO. Maravillado estoy de tal suceso. PAULO. Secretos son de Dios. PEDRISCO. ¿De modo, padre, que el fin que ha de tener aqueste Enrico, ha de tener también? PAULO. Faltar no puede la palabra de Dios: el ángel suyo me dijo que si Enrico se condena, me he de condenar; y si él se salva, también me he de salvar. PEDRISCO. Sin duda, padre, que es un santo varón aqueste Enrico. PAULO. Eso mismo imagino. PEDRISCO. Esta es la puerta que llaman de la Mar. PAULO. Aquí me manda el ángel que le aguarde. (_Aparece_ ENRICO _con sus compañeros_.) ROLDÁN. Deteneos, Enrico. ENRICO. Al mar he de arrojalle, vive el cielo. PAULO. A Enrico oí nombrar. ENRICO. ¿Gente mendiga ha de haber en el mundo? CHERINOS. Deteneos. ENRICO. Podrásme detener en arrojándole. CELIA. ¿Dónde vas? Detente. ENRICO. No hay remedio: harta merced te hago, pues te saco de tan grande miseria. ROLDÁN. ¡Qué habéis hecho! (_Salen todos._) ENRICO. Llegóme a pedir un pobre una limosna; dolióme el verle con tan gran miseria; y por que no llegase a avergonzarse otro desde hoy, cogíle en brazos y le arrojé en el mar. PAULO. ¡Delito inmenso! ENRICO. Ya no será más pobre, según pienso. PEDRISCO. ¡Algún diablo limosna te pidiera! CELIA. ¡Siempre has de ser cruel! ENRICO. No me repliques, que haré contigo y los demás lo mismo. ESCALANT. Dejemos eso agora, por tu vida. Sentémonos los dos, Enrico amigo. PAULO (_a_ PEDRISCO). A éste han llamado Enrico. PEDRISCO. Será otro. ¿Querías tú que fuese este mal hombre, que en vida está ya ardiendo en los infiernos? Aguardemos a ver en lo que para. ENRICO. Pues siéntense voarcedes, porque quiero haya conversación. ESCALANT. Muy bien ha dicho. ENRICO. Siéntese Celia aquí. CELIA. Ya estoy sentada. ESCALANT. Tú, conmigo, Lidora. LIDORA. Lo mismo digo yo, seor Escalante. CHERINOS. Siéntese aquí, Roldán. ROLDÁN. Ya voy, Cherinos PEDRISCO. ¡Mire qué buenas almas, padre mío! Lléguese más, verá de lo que tratan. PAULO. ¡Que no viene mi Enrico! PEDRISCO. Mire y calle, que somos pobres, y este desalmado no nos eche en la mar. ENRICO. Agora quiero que cuente cada uno de vuarcedes las hazañas que ha hecho en esta vida. Quiero decir... hazañas... latrocinios, cuchilladas, heridas, robos, muertes, salteamientos y cosas de este modo. ESCALANT. Muy bien ha dicho Enrico. ENRICO. Y al que hubiere hecho mayores males, al momento una corona de laurel le pongan, cantándole alabanzas y motetes. ESCALANT. Soy contento. ENRICO. Comience, seo Escalante. PAULO. ¡Que esto sufre el Señor! PEDRISCO. Nada le espante. ESCALANT. Yo digo ansí. PEDRISCO. ¡Qué alegre y satisfecho! ESCALANT. Veinticinco pobretes tengo muertos, seis casas he escalado, y treinta heridas he dado con la chica. PEDRISCO. ¡Quién te viera hacer en una horca cabriolas! ENRICO. Diga, Cherinos. PEDRISCO. ¡Qué ruin nombre tiene! ¡Cherinos! Cosa poca. [Ilustración: De capas que he quitado en esta vida y he vendido a un ropero, está ya rico.] CHERINOS. Yo comienzo: No he muerto a ningún hombre; pero he dado más de cien puñaladas. ENRICO. ¿Y ninguna fué mortal? CHERINOS. Amparóles la fortuna. De capas que he quitado en esta vida y he vendido a un ropero, está ya rico. ENRICO. ¿Véndelas él? CHERINOS. ¿Pues no? ENRICO. ¿No las conocen? CHERINOS. Por quitarse de aquestas ocasiones las convierte en ropillas y calzones. ENRICO. ¿Habéis hecho otra cosa? CHERINOS. No me acuerdo. PEDRISCO. ¿Mas que le absuelve ahora el ladronazo? CELIA. Y tú, ¿qué has hecho, Enrico? ENRICO. Oigan voarcedes. ESCALANT. Nadie cuente mentiras. ENRICO. Yo soy hombre que en mi vida las dije. GALVÁN. Tal se entiende. PEDRISCO. ¿No escucha, padre mío, estas razones? PAULO. Estoy mirando a ver si viene Enrico. ENRICO. Haya, pues, atención. CELIA. Nadie te impide. PEDRISCO. ¡Miren a qué sermón atención pide! ENRICO. Yo nací mal inclinado, como se ve en los efectos del discurso de mi vida que referiros pretendo. Con regalos me crié en Nápoles, que ya pienso que conocéis a mi padre, que aunque no fué caballero ni de sangre generosa, era muy rico, y yo entiendo que es la mayor calidad el tener, en este tiempo. · · · · · · · · · · · · · · · Hurtaba a mi viejo padre, arcas y cofres abriendo, los vestidos que tenía, las joyas y los dineros. Jugaba, y digo jugaba para que sepáis con esto que de cuantos vicios hay es el primer padre el juego. Quedé pobre y sin hacienda, y yo --me he enseñado a hacerlo--, di en robar de casa en casa cosas de pequeño precio. Iba a jugar, y perdía; mis vicios iban creciendo. Di luego en acompañarme con otros del arte mesmo: escalamos siete casas, dimos la muerte a sus dueños; lo robado repartimos para dar caudal al juego. De cinco que éramos todos, sólo los cuatro prendieron, y nadie me descubrió, aunque les dieron tormento. Pagaron en una plaza su delito, y yo con esto, de escarmentado, acogíme a hacer a solas mis hechos. · · · · · · · · · · · · · · · A treinta desventurados yo solo y aqueste acero, que es de la muerte ministro, del mundo sacado habemos: los diez, muertos por mi gusto, y los veinte me salieron, uno con otro, a doblón. Diréis que es pequeño precio: es verdad; mas, voto a Dios, que en faltándome el dinero, que mate por un doblón a cuantos me están oyendo. · · · · · · · · · · · · · · · No respeto a religiosos: de sus iglesias y templos seis cálices he robado y diversos ornamentos que sus altares adornan. Ni a la justicia respeto: mil veces me he resistido y a sus ministros he muerto; tanto, que para prenderme no tienen ya atrevimiento. Y, finalmente, yo estoy preso por los ojos bellos de Celia, que está presente: todos la tienen respeto por mí, que la adoro; y cuando sé que la sobran dineros, con lo que me da, aunque poco, mi viejo padre sustento, que ya le conoceréis por el nombre de Anareto. Cinco años ha que tullido en una cama le tengo, y tengo piedad con él por estar pobre el buen viejo; y como soy causa al fin de ponelle en tal extremo, por jugarle yo su hacienda el tiempo que fuí mancebo. Todo es verdad lo que he dicho, voto a Dios, y que no miento. Juzgad ahora vosotros cuál merece mayor premio. PEDRISCO. Cierto, padre de mi vida, que con servicios tan buenos, que puede ir a pretender éste a la corte. ESCALANT. Confieso que tú el lauro has merecido. ROLDÁN. Y yo confieso lo mesmo. CHERINOS. Todos lo mesmo decimos. CELIA. El laurel darte pretendo. ENRICO. Vivas, Celia, muchos años. CELIA. Toma, mi bien; y con esto, pues que la merienda aguarda, nos vamos. GALVÁN. Muy bien has hecho. CELIA. Digan todos: “¡Viva Enrico!” TODOS. ¡Viva el hijo de Anareto! ENRICO. Al punto todos nos vamos a holgarnos y entretenernos. (_Vanse._) ESCENA XIII PAULO. Salid, lágrimas; salid, salid apriesa del pecho, no lo dejéis de vergüenza. ¡Qué lastimoso suceso! PEDRISCO. ¿Qué tiene, padre? PAULO. ¡Ay, hermano! Penas y desdichas tengo. Este mal hombre que he visto es Enrico. PEDRISCO. ¿Cómo es eso? PAULO. Las señas que me dió el ángel son suyas. PEDRISCO. ¿Es eso cierto? PAULO. Sí, hermano, porque me dijo que era hijo de Anareto, y aquéste también lo ha dicho. PEDRISCO. Pues aquéste ya está ardiendo en los infiernos. PAULO. Eso sólo es lo que temo. El ángel de Dios me dijo que si éste se va al Infierno, que al Infierno tengo de ir, y al Cielo, si éste va al Cielo. Pues al Cielo, hermano mío, ¿cómo ha de ir éste, si vemos tantas maldades en él, tantos robos manifiestos, crueldades y latrocinios y tan viles pensamientos? PEDRISCO. En eso, ¿quién pone duda? Tan cierto se irá al infierno como el despensero Judas. PAULO. ¡Gran Señor! ¡Señor eterno! ¿Por qué me habéis castigado con castigo tan inmenso? Diez años y más, Señor, ha que vivo en el desierto comiendo hierbas amargas, salobres aguas bebiendo, sólo porque Vos, Señor, Juez piadoso, sabio, recto, perdonarais mis pecados. ¡Cuán diferente lo veo! Al Infierno tengo de ir. ¡Ya me parece que siento que aquellas voraces llamas van abrasando mi cuerpo! ¡Ay! ¡Qué rigor! PEDRISCO. Ten paciencia. PAULO. ¿Qué paciencia o sufrimiento ha de tener el que sabe que se ha de ir a los Infiernos? ¡Al Infierno!, centro obscuro, donde ha de ser el tormento eterno y ha de durar lo que Dios durare. ¡Ah, Cielo! ¡Que nunca se ha de acabar! ¡Que siempre han de estar ardiendo las almas! ¡Siempre! ¡Ay de mí! PEDRISCO. Sólo oírle me da miedo. Padre, volvamos al monte. PAULO. Que allá volvamos pretendo; pero no a hacer penitencia, pues que ya no es de provecho. Dios me dijo que si aquéste se iba al Cielo, me iría al Cielo, y al profundo, si al profundo. Pues es ansí, seguir quiero su misma vida; perdone Dios aqueste atrevimiento: si su fin he de tener, tenga su vida y sus hechos; que no es bien que yo en el mundo esté penitencia haciendo, y que él viva en la ciudad con gustos y con contentos, y que a la muerte tengamos un fin. PEDRISCO. Es discreto acuerdo. Bien has dicho, padre mío. PAULO. En el monte hay bandoleros: bandolero quiero ser, porque así igualar pretendo mi vida con la de Enrico, pues un mismo fin tenemos. Tan malo tengo de ser como él, y peor si puedo; que pues ya los dos estamos condenados al Infierno, bien es que antes de ir allá en el mundo nos venguemos. JORNADA SEGUNDA ESCENAS I A XV [GALVÁN, ESCALANTE _y otros rufianes compañeros de Enrico tienen concertado para aquella noche un robo en la casa de Octavio el Genovés. Mientras aquéllos hacen los preparativos_, ENRICO _va a cuidar de su padre_ ANARETO.] ENRICO. Pues mientras ellos se tardan, y el manto lóbrego aguardan que su remedio ha de ser, quiero un viejo padre ver que aquestas paredes guardan. Cinco años ha que le tengo en una cama tullido, y tanto a estimarle vengo, que, con andar tan perdido, a mi costa le mantengo. · · · · · · · · · · · · · · · De lo que de noche puedo, varias casas escalando, robar con cuidado o miedo, voy su sustento aumentando, y a veces sin él me quedo. Que esta virtud solamente en mi virtud distraída conservo piadosamente: que es deuda al padre debida el serle el hijo obediente. · · · · · · · · · · · · · · · (_Descubre su padre en una silla._) Aquí está; quiérole ver. Durmiendo está, al parecer. ¿Padre? ANARETO. ¡Mi Enrico querido! ENRICO. Del descuido que he tenido perdón espero tener de vos, padre de mis ojos. ¿Heme tardado? ANARETO. No, hijo. ENRICO. No os quisiera dar enojos. ANARETO. En verte me regocijo. ENRICO. No el sol por celajes rojos saliendo a dar resplandor a la tiniebla mayor que espera tan alto bien parece al día tan bien como vos a mí, señor. Que vos para mí sois sol, y los rayos que arrojáis dese divino arrebol, son las canas con que honráis este reino. ANARETO. Eres crisol donde la virtud se apura. ENRICO. ¿Habéis comido? ANARETO. Yo, no. ENRICO. Hambre tendréis. ANARETO. La ventura de mirarte me quitó la hambre. ENRICO. No me asegura, padre mío, esa razón, nacida de la afición tan grande que me tenéis; pero agora comeréis, que las dos pienso que son de la tarde. Ya la mesa os quiero, padre, poner. ANARETO. De tu cuidado me pesa. ENRICO. Todo esto y más ha de hacer el que obediencia profesa. (Del dinero que jugué [_Aparte._] un escudo reservé para comprar qué comiese; porque, aunque al juego le pese, no ha de faltar esta fe.) Aquí traigo en el lenzuelo, padre mío, qué comáis. Estimad mi justo celo. ANARETO. Bendito, mi Dios, seáis en la tierra y en el cielo, pues que tal hijo me distes, cuando tullido me vistes, que mis pies y manos sea. ENRICO. Comed, por que yo lo vea. ANARETO. Miembros cansados y tristes, ayudadme a levantar. ENRICO. Yo, padre, os quiero ayudar. ANARETO. Fuerza me infunden tus brazos. ENRICO. Quisiera en estos abrazos la vida poderos dar. Y digo, padre, la vida, porque tanta enfermedad es ya muerte conocida. ANARETO. La divina voluntad se cumpla. ENRICO. Ya la comida os espera. ¿Llegaré la mesa? ANARETO. No, hijo mío, que el sueño me vence. ENRICO. ¿A fe? Pues dormid. ANARETO. Dádome ha un frío muy grande. ENRICO. Yo os llegaré la ropa. · · · · · · · · · · · · · · · Vencióle el sueño, que es de los sentidos dueño, a dar la mejor lición. Quiero la ropa llegalle, y de esta suerte dejalle. [_Sale a la calle, donde_ GALVÁN _le recuerda que tiene que asesinar a_ ALBANO, _pues ha recibido ya la mitad de la paga por el crimen_. ENRICO _se dispone a cometer el asesinato; pero al ver que su víctima es un pobre anciano, el recuerdo de su padre le hace desistir de tal propósito. El que le había pagado el crimen se presenta a reclamar a_ ENRICO _el dinero por no haber cumplido su compromiso, y_ ENRICO, _indignado, lo acuchilla sin piedad. En aquel momento, el_ GOBERNADOR, _con la gente a sus órdenes, se presenta para prender a_ ENRICO; _éste y_ GALVÁN _se defienden y matan al_ GOBERNADOR; _pero, al fin, viéndose acosados, se arrojan al mar. Entre tanto_, PAULO, _en compañía de_ PEDRISCO, _se había convertido en capitán de una cuadrilla de bandoleros, que tenía aterrorizada a la comarca por la crueldad de sus crímenes. De vez en cuando tiene algún remordimiento de conciencia._] (PAULO _en el campo_.) MÚSICOS. _No desconfíe ninguno,_ _aunque grande pecador,_ _de aquella misericordia_ _de que más se precia Dios._ PAULO. ¿Qué voz es esta que suena? BANDOL. La gran multitud, señor, desos robles nos impide ver dónde viene la voz. MÚSICOS. _Con firme arrepentimiento_ _de no ofender al Señor_ _llegue el pecador humilde,_ _que Dios le dará perdón._ PAULO. Subid los dos por el monte, y ved si es algún pastor el que canta este romance. BANDOL. A verlo vamos los dos. MÚSICOS. _Su Majestad soberana_ _da voces al pecador_ _porque le llegue a pedir_ _lo que a ninguno negó._ (_Sale por el monte un_ PASTORCILLO, _tejiendo una corona de flores_.) PAULO. Baja, baja, pastorcillo; que ya estaba, vive Dios, confuso con tus razones, admirado con tu voz. ¿Quién te enseñó ese romance, que le escucho con temor, pues parece que en ti habla mi propia imaginación? PASTORC. Este romance que he dicho Dios, señor, me le enseñó; o la Iglesia, su Esposa, a quien en la tierra dió poder suyo. PAULO. Bien dijiste. PASTORC. Advierte que creo en Dios. · · · · · · · · · · · · · · · PAULO. ¿Y Dios ha de perdonar a un hombre que le ofendió con obras y con palabras y pensamientos? PASTORC. ¿Pues no? Aunque sus ofensas sean más que átomos del sol, y que estrellas tiene el cielo, y rayos la luna dió, y peces el mar salado en sus cóncavos guardó. Esta es su misericordia; que con decirle al Señor: _Pequé_, _pequé_, muchas veces, le recibe al pecador en sus amorosos brazos; que, en fin, hace como Dios. Porque si no fuera aquesto, cuando a los hombres crió, no los criara sujetos a su frágil condición. Porque si Dios, Sumo Bien, de nada al hombre formó para ofrecerle su gloria, no fuera ningún blasón en su majestad divina dalle aquella imperfección. Dióle Dios libre albedrío, y fragilidad le dió al cuerpo y al alma; luego dió potestad con acción de pedir misericordia, que a ninguno le negó. De modo que, si en pecando el hombre, el justo rigor procediera contra él, fuera el número menor de los que en el sacro alcázar están contemplando a Dios. · · · · · · · · · · · · · · · Mas mi ganado me aguarda, y ha mucho que ausente estoy. PAULO. Tente, pastor, no te vayas. PASTORC. No puedo tenerme, no, que ando por aquestos valles recogiendo con amor una ovejuela perdida que del rebaño huyó; y esta corona que veis hacerme con tanto amor, es para ella, si parece, porque hacérmela mandó el mayoral, que la estima del modo que le costó. El que a Dios tiene ofendido pídale perdón a Dios, porque es Señor tan piadoso, que a ninguno le negó. PAULO. Aguarda, pastor. PASTORC. No puedo. PAULO. Por fuerza te tendré yo. PASTORC. Será detenerme a mí parar en su curso al sol. [PAULO _cree ver en ello un aviso de la Providencia; pero al pensar que su suerte ha de ser la misma que la de_ ENRICO, _la duda y la desconfianza le impulsan a persistir en sus maldades_. ENRICO _y_ GALVÁN _han llegado nadando a las cercanías del sitio en que está acampada la cuadrilla de_ PAULO, _y caen en poder de_ PEDRISCO _y sus compañeros_. PAULO _manda que los aten a un árbol para ejecutarlos; pero antes quiere probar si_ ENRICO _es impenitente para saber con certeza cuál es el fin que Dios ha reservado a ambos. Para ello se viste de ermitaño y se presenta ante_ ENRICO _para inducirle a confesar sus pecados_.] ESCENAS XVI Y XVII (_Sale_ PAULO, _de ermitaño, con cruz y rosario_.) PAULO. Con esta traza he querido probar si este hombre se acuerda de Dios, a quien ha ofendido. ENRICO. ¡Que un hombre la vida pierda, de nadie visto ni oído! GALVÁN. Cada mosquito que pasa me parece que es saeta. ENRICO. El corazón se me abrasa. ¡Que mi fuerza esté sujeta! ¡Ah fortuna, en todo escasa! PAULO. ¡Alabado sea el Señor! ENRICO. ¡Sea por siempre alabado! PAULO. Sabed con vuestro valor llevar este golpe airado de fortuna. ENRICO. ¡Gran rigor! ¿Quién sois vos, que ansí me habláis? PAULO. Un monje, que este desierto, donde la muerte esperáis, habita. ENRICO. ¡Bueno, por cierto! Y ahora, ¿qué nos mandáis? PAULO. A los que al roble os ataron y a mataros se apartaron supliqué con humildad que ya que con tal crueldad de daros muerte trataron, que me dejasen llegar a hablaros. ENRICO. ¿Y para qué? PAULO. Por si os queréis confesar, pues seguís de Dios la fe. ENRICO. Pues bien se puede tornar, padre, o lo que es. PAULO. ¿Qué decís? ¿No sois cristiano? ENRICO. Sí soy. PAULO. No lo sois, pues no admitís el último bien que os doy. ¿Por qué no lo recibís? ENRICO. Porque no quiero. PAULO. (_Aparte._) (¡Ay de mí! Esto mismo presumí.) ¿No veis que os han de matar ahora? ENRICO. ¿Quiere callar, hermano, y dejarme aquí? Si esos señores ladrones me dieren muerte, aquí estoy. PAULO. (_Ap._) (¡En qué grandes confusiones tengo el alma!) ENRICO. Yo no doy a nadie satisfacciones. PAULO. A Dios, sí. ENRICO. Si Dios ya sabe que soy tan gran pecador, ¿para qué? PAULO. ¡Delito grave! Para que su sacro amor de darle perdón acabe. · · · · · · · · · · · · · · · Mira que eres pecador, hijo. ENRICO. Y del mundo el mayor, ya lo sé. PAULO. Tu bien espero. Confiésate a Dios. ENRICO. No quiero, cansado predicador. PAULO. Pues salga del pecho mío, si no dilatado río de lágrimas, tanta copia, que se anegue el alma propia, pues ya de Dios desconfío. Dejad de cubrir, sayal, mi cuerpo, pues está mal, según siente el corazón, una rica guarnición sobre tan falso cristal. · · · · · · · · · · · · · · · Colgad ese saco ahí, para que diga, ¡ay de mí!: “En tal puesto me colgó Paulo, que no mereció la gloria que encierro en mí.” Dadme la daga y la espada; esa cruz podéis tomar; ya no hay esperanza en nada, pues no me sé aprovechar de aquella sangre sagrada. Desatadlos. ENRICO. Ya lo estoy, y lo que no he visto creo. GALVÁN. Gracias a los cielos doy. ENRICO. Saber la verdad deseo. PAULO. ¡Qué desdichado que soy! · · · · · · · · · · · · · · · ENRICO. Esta novedad me espanta. PAULO. Yo soy Paulo, un ermitaño, que dejé mi amada patria de poco más de quince años, y en esta oscura montaña otros diez serví al Señor. ENRICO. ¡Qué ventura! PAULO. ¡Qué desgracia! Un ángel, rompiendo nubes y cortinas de oro y plata, preguntándole yo a Dios qué fin tendría: “Repara (me dijo), ve a la ciudad, y verás a Enrico (¡ay, alma!), hijo del noble Anareto, que en Nápoles tiene fama. Advierte bien en sus hechos y contempla en sus palabras, que si Enrico al Cielo fuere, el Cielo también te aguarda; y si al Infierno, el Infierno.” Yo entonces imaginaba que era algún santo este Enrico; pero los deseos se engañan. Fuí allá, vite luego al punto, y de tu boca y por fama supe que eras el peor hombre que en todo el mundo se halla. Y ansí, por tener tu fin, quíteme el saco, y las armas tomé, y el cargo me dieron de esta foragida escuadra. Quise probar tu intención, por saber si te acordabas de Dios en tan fiero trance; pero salióme muy vana. Volví a desnudarme aquí, como viste, dando al alma nuevas tan tristes, pues ya la tiene Dios condenada. ENRICO. Las palabras que Dios dice por un ángel, son palabras, Paulo amigo, en que se encierran cosas que el hombre no alcanza. No dejara yo la vida que seguías, pues fué causa de que quizá te condenes el atreverte a dejarla. Desesperación ha sido lo que has hecho, y aun venganza de la palabra de Dios, y una oposición tirana a su inefable poder; y al ver que no desenvaina la espada de su justicia contra el rigor de tu causa, veo que tu salvación desea; mas ¿qué no alcanza aquella piedad divina, blasón de que más se alaba? Yo soy el hombre más malo que naturaleza humana en el mundo ha producido; · · · · · · · · · · · · · · · mas siempre tengo esperanza en que tengo de salvarme, puesto que no va fundada mi esperanza en obras mías, sino en saber que se humana Dios con el más pecador, y con su piedad se salva. Pero ya, Paulo, que has hecho ese desatino, traza de que alegres y contentos los dos en esta montaña pasemos alegre vida, mientras la vida se acaba. Un fin ha de ser el nuestro: si fuere nuestra desgracia el carecer de la Gloria que Dios al bueno señala, mal de muchos, gozo es; pero tengo confianza en su piedad, que siempre vence a su justicia sacra. PAULO. Consoládome has un poco. GALVÁN. Cosa es, por Dios, que me espanta. PAULO. Vamos donde descanséis. ENRICO. (_Ap._) ¡Ay, padre de mis entrañas! Una joya, Paulo amigo, en la ciudad olvidada se me queda; y aunque temo el rigor que me amenaza, si allá muero, he de ir por ella, pereciendo en la demanda. Un soldado de los tuyos irá conmigo. PAULO. Pues vaya Pedrisco, que es animoso. GALVÁN. Yo me quedo en la montaña a hacer tu oficio. PEDRISCO. Yo voy donde paguen mis espaldas los delitos que tú has hecho. ENRICO. Adiós, amigo. PAULO. Ya basta el nombre para abrazarte. ENRICO. Aunque malo, confianza tengo en Dios. PAULO. Yo no la tengo cuando son mis culpas tantas. · · · · · · · · · · · · · · · JORNADA TERCERA ESCENAS I A V [ENRICO, _atraído por el amor filial, vuelve a Nápoles acompañado de_ PEDRISCO. _Ambos caen en poder de la justicia y están presos en la cárcel de la ciudad._ CELIA _se burla de_ ENRICO _diciéndole que está casada; él se enfurece y quiere romper los hierros de la prisión. Acuden los carceleros para sujetarle y mata a uno de ellos con un golpe de cadena en la cabeza. El_ ALCAIDE _manda que le pongan más hierros, y sólo a viva fuerza pueden sujetarle. Vanse todos, y al quedar solo_ ENRICO, _el_ DIABLO, _invisible para él, viene a hablarle_.] ESCENAS VI A VIII ENRICO. En lóbrega confusión, ya, valiente Enrico, os veis: pero nunca desmayéis; tened fuerte el corazón, porque aquesta es la ocasión en que tenéis de mostrar el valor, que os ha de dar nombre altivo, ilustre fama. Mirad... (_Dentro._) Enrico. ENRICO. ¿Quién llama? Esta voz me hace temblar. Los cabellos erizados pronostican mi temor; mas ¿dónde está mi valor? ¿Dónde mis hechos pasados? (_Dentro._) Enrico. ENRICO. Muchos cuidados siente el alma. ¡Cielo santo! ¿Cúya es voz que tal espanto infunde en el alma mía? (_Dentro._) Enrico. ENRICO. A llamar porfía. De mi flaqueza me espanto. A esta parte la voz suena, que tanto temor me da. ¿Si es algún preso que está amarrado a la cadena? Vive Dios, que me da pena. (_Sale el_ DEMONIO _y no le ve_.) DEMONIO. Tu desgracia lastimosa siento. ENRICO. ¡Qué confuso abismo! no me conozco a mí mismo, y el corazón no reposa. Las alas está batiendo con impulsos de temor; Enrico, ¿éste es el valor?-- Otra vez se oye el estruendo. DEMONIO. Librarte, Enrico, pretendo. ENRICO. ¿Cómo te puedo creer, voz, si no llego a saber quién eres y adónde estás? DEMONIO. Pues agora me verás. ENRICO. Ya no te quisiera ver. DEMONIO. No temas. ENRICO. Un sudor frío por mis venas se derrama. DEMONIO. Hoy cobrarás nueva fama. ENRICO. Poco de mis fuerzas fío. No te acerques. DEMONIO. Desvarío es el temer la ocasión. ENRICO. Sosiégate, corazón. DEMONIO. ¿Ves aquel postigo? ENRICO. Sí. DEMONIO. Pues salte por él, y ansí no estarás en la prisión. ENRICO. ¿Quién eres? DEMONIO. Salte al momento, y no preguntes quién soy, que yo también preso estoy, y que te libres intento. ENRICO. ¿Qué me dices, pensamiento? ¿Libraréme? Claro está. Aliento el temor me da de la muerte que me aguarda. Voime. Mas, ¿quién me acobarda? Mas otra voz suena ya. (_Cantan dentro._) MÚSICOS. _Detén el paso violento;_ _mira que te está mejor_ _que de la prisión librarte_ _el estarte en la prisión._ ENRICO. Al revés me ha aconsejado la voz que en el aire he oído, pues mi paso ha detenido, si tú le has acelerado. Que me está bien he escuchado el estar en la prisión. DEMONIO. Esa, Enrico, es ilusión que te representa el miedo. ENRICO. Yo he de morir si me quedo; quiérome ir; tienes razón. MÚSICOS. _Detente, engañado Enrico,_ _no huyas de la prisión;_ _pues morirás si salieres,_ _y si te estuvieres, no._ ENRICO. Que si salgo he de morir y si quedo viviré, dice la voz que escuché. DEMONIO. ¿Que al fin no te quieres ir? ENRICO. Quedarme es mucho mejor. DEMONIO. Atribúyelo a temor; pero, pues tan ciego estás, quédate preso, y verás cómo te ha estado peor. (_Vase._) ENRICO. Desapareció la sombra, y confuso me dejó. ¿No es este el portillo? No. Este prodigio me asombra. ¿Estaba ciego yo, o vi en la pared un portillo? Pero yo me maravillo del gran temor que hay en mí. ¿No puedo salirme yo? Sí; bien me puedo salir. Pues, ¿cómo?... --¡Que he de morir! La voz me atemorizó. Algún gran daño se infiere de lo turbado que estoy. No importa, ya estoy aquí para el mal que me viniere. ESCENAS IX A XIV [_El_ ALCAIDE _lee a_ ENRICO _su sentencia de muerte. El criminal, lejos de sentirse abatido, insulta al_ ALCAIDE _y rehusa confesarse antes de morir_.] ESCENA XV ANARETO. Enrico, querido hijo, puesto que en verte me aflijo de tantos hierros cargado, ver que pagues tu pecado me da sumo regocijo. ¡Venturoso del que acá, pagando sus culpas, va con firme arrepentimiento; que es pintado este tormento si se compara al de allá! La cama, Enrico, dejé, y arrimado a este bordón, por quien me sustento en pie, vengo en aquesta ocasión. ENRICO. ¡Ay, padre! ANARETO. No sé, Enrico, si aquese nombre será razón que me cuadre, aunque mi rigor te asombre. ENRICO. Eso ¿es palabra de padre? ANARETO. No es bien que padre me nombre un hijo que no cree en Dios. ENRICO. Padre mío, ¿eso decís? ANARETO. No sois ya mi hijo vos, pues que mi ley no seguís. Solos estamos los dos. ENRICO. No os entiendo. ANARETO. ¡Enrico, Enrico! A reprenderos me aplico vuestro loco pensamiento, siendo la muerte instrumento que tan cierto os pronostico. Hoy os han de ajusticiar, ¡y no os queréis confesar! ¡Buena cristiandad, por Dios!, pues el mal es para vos, y para vos el pesar. Aqueso es tomar venganza de Dios; el poder alcanza del impirio cielo eterno. Enrico, ved que hay Infierno para tan larga esperanza. Es el quererte vengar de esa suerte, pelear con un monte o una roca, pues cuando el brazo le toca, es para el brazo el pesar. Es, con dañoso desvelo, escupir el hombre al cielo presumiendo darle enojos, pues que le cae en los ojos lo mismo que arroja al cielo. Hoy has de morir: advierte que ya está echada la suerte; confiesa a Dios tus pecados, y ansí, siendo perdonados, será vida lo que es muerte. Si quieres mi hijo ser, lo que te digo has de hacer; si no (de pesar me aflijo), ni te has de llamar mi hijo, ni yo te he de conocer. ENRICO. Bueno está, padre querido; que más el alma ha sentido (buen testigo de ello es Dios) el pesar que tenéis vos que el mal que espero afligido. Confieso, padre, que erré; pero yo confesaré mis pecados, y después besaré a todos los pies, para mostraros mi fe. Basta que vos lo mandéis, padre mío de mis ojos. ANARETO. Pues ya mi hijo seréis. ENRICO. No os quisiera dar enojos. ANARETO. Vamos, porque os confeséis. ENRICO. ¡Oh cuánto siento el dejaros! ANARETO. ¡Oh cuánto siento el perderos! ENRICO. ¡Ay, ojos! Espejos claros, antes hermosos luceros, pero ya de luz avaros. ANARETO. Vamos, hijo. ENRICO. A morir voy: todo el valor he perdido. ANARETO. Sin juicio y sin alma estoy. ENRICO. Aguardad, padre querido. ANARETO. ¡Qué desdichado que soy! ENRICO. Señor piadoso y eterno, que en vuestro alcázar pisáis cándidos montes de estrellas, mi petición escuchad. Yo he sido el hombre más malo que la luz llegó a alcanzar de este mundo, el que os ha hecho más que arenas tiene el mar ofensas; mas, Señor mío, mayor es vuestra piedad. Vos, por redimir el mundo, por el pecado de Adán, en una cruz os pusisteis; pues merezca yo alcanzar una gota solamente de aquella sangre real. · · · · · · · · · · · · · · · ¡Gran Señor, misericordia! No puedo deciros más. ANARETO. ¡Que esto llegue a ver un padre! ENRICO. (_Para sí._) La enigma he entendido ya de la voz y de la sombra: la voz era angelical, y la sombra era el demonio. ANARETO. Vamos, hijo. ENRICO. ¿Quién oirá ese nombre, que no haga de sus dos ojos un mar? No os apartéis, padre mío, hasta que hayan de expirar mis ojos. ANARETO. No hayas miedo. Dios te dé favor. ENRICO. Sí hará, que es mar de misericordia, aunque yo voy muerto ya. ANARETO. Ten valor. ENRICO. En Dios confío. Vamos, padre, donde están los que han de quitarme el ser que vos me pudisteis dar. ESCENA XVI (PAULO _en el monte_.) PAULO. Cansado de correr vengo por este monte intrincado; atrás la gente he dejado que a ajena costa mantengo. Al pie deste sauce verde quiero un poco descansar, por ver si acaso el pesar de mi memoria se pierde. Tú, fuente, que murmurando vas entre guijas corriendo, en tu fugitivo estruendo plantas y aves alegrando, dame algún contento ahora, infunde al alma alegría con esa corriente fría y con esa voz sonora. Lisonjeros pajarillos que no entendidos cantáis, y holgazanes gorjeáis entre juncos y tomillos; dad con picos sonorosos y con acentos süaves gloria a mis pesares graves y sucesos lastimosos. En este verde tapete, jironado de cristal, quiero divertir mi mal que mi triste fin promete. (_Echase a dormir y sale el_ PASTOR _con la corona, deshaciéndola_.) ESCENAS XVII Y XVIII PASTOR. Selvas intrincadas, verdes alamedas, a quien de esperanzas adorna Amaltea; fuentes que corréis murmurando apriesa por menudas guijas, por blandas arenas; ya vuelvo otra vez a mirar la selva, a pisar los valles que tanto me cuestan. Yo soy el pastor que en vuestras riberas guardé un tiempo alegre cándidas ovejas. Sus blancos vellones entre verdes felpas jirones de plata a los ojos eran. Era yo envidiado, por ser guarda buena, de muchos zagales que ocupan la selva; y mi mayoral, que en ajena tierra vive, me tenía voluntad inmensa, porque le llevaba, cuando quería verlas, las ovejas blancas como nieve en pellas. Pero desde el día que una, la más buena, huyó del rebaño, lágrimas me anegan. Mis contentos todos convertí en tristezas, mis placeres vivos en memorias muertas. Cantaba en los valles canciones y letras; mas ya en triste llanto funestas endechas. Por tenerla amor, en esta floresta aquesta guirnalda comencé a tejerla. Mas no la gozó; que engañada y necia dejó a quien la amaba con mayor firmeza. Y pues no la quiso fuerza es que ya vuelva, por venganza justa, hoy a deshacerla. PAULO. Pastor, que otra vez te vi en esta sierra, si no muy alegre, no con tal tristeza, el verte me admira. PASTOR. ¡Ay perdida oveja! ¡De qué gloria huyes, y a qué mal te allegas! PAULO. ¿No es esa guirnalda la que en las florestas entonces tejías con gran diligencia? PASTOR. Esta misma es; mas la oveja, necia, no quiere volver al bien que le espera, y ansí la deshago. PAULO. Si acaso volviera, zagalejo amigo, ¿no la recibieras? PASTOR. Enojado estoy, mas la gran clemencia de mi mayoral dice que aunque vuelvan, si antes fueron blancas, al rebaño negras, que las dé mis brazos y, sin extrañeza, requiebros las diga y palabras tiernas. PAULO. Pues es superior, fuerza es que obedezcas. PASTOR. Yo obedeceré; pero no quiere ella volver a mis voces, en sus vicios ciega. Ya de aquestos montes en las altas peñas la llamé con silbos y avisé con señas. Ya por los jarales, por incultas selvas, la anduve a buscar: ¡qué de ello me cuesta! Ya traigo las plantas de jaras diversas, y agudos espinos rotas y sangrientas. No puedo hacer más. PAULO. En lágrimas tiernas baña el pastorcillo las mejillas bellas. Pues te desconoce, olvídate de ella y no llores más. PASTOR. Que lo haga es fuerza. Volved, bellas flores, a cubrir la tierra, pues que no fué digna de vuestra belleza. Veamos si allá con la tierra nueva la pondrán guirnalda tan rica y tan bella. Quedaos, montes míos, desiertos y selvas, adiós, porque voy con la triste nueva a mi mayoral; y cuando lo sepa (aunque ya lo sabe) sentirá su mengua, no la ofensa suya, aunque es tanta ofensa. Lleno voy a verle de miedo y vergüenza: lo que ha de decirme fuerza es que lo sienta. Diráme: “Zagal, ¿ansí las ovejas que yo os encomiendo guardáis?” ¡Triste pena! Yo responderé... No hallaré respuesta, si no es que mi llanto la respuesta sea. (_Vase._) PAULO. La historia parece de mi vida aquesta. De este pastorcillo no sé lo que sienta; que tales palabras fuerza es que prometan oscuras enigmas. Mas ¿qué luz es esta que a la luz del sol sus rayos se afrentan? (_Con la música suben dos ángeles el alma de_ ENRICO _por una apariencia, y prosigue_ PAULO:) Música celeste en los aires suena, y, a lo que diviso, dos ángeles llevan una alma gloriosa a la excelsa esfera, ¡Dichosa mil veces, alma, pues hoy llegas donde tus trabajos fin alegre tengan! Grutas y plantas agrestes, a quien el hielo corrompe, ¿no veis cómo el cielo rompe ya sus cortinas celestes? Ya rompiendo densas nubes y esos transparentes velos, alma, a gozar de los cielos feliz y gloriosa subes. Ya vas a gozar la palma que la ventura te ofrece: ¡triste del que no merece lo que tú mereces, alma! [Ilustración: Muerte me han dado villanos.] ESCENA XIX (_Sale_ GALVÁN.) GALVÁN. Advierte, Paulo famoso, que por el monte ha bajado un escuadrón concertado, de gente y armas copioso, que viene sólo a prendernos. Si no pretendes morir, solamente, Pablo, huír es lo que puede valernos. [PAULO _y_ GALVÁN _se disponen a hacerles frente_.] ESCENAS XX Y XXI [_El_ JUEZ _y los villanos armados persiguen a_ PAULO, _el cual, herido, cae rodando por las peñas. Sale_ PEDRISCO.] PEDRISCO. ¿Cómo estás ansí? PAULO. ¡Ay de mí! Muerte me han dado villanos. Pero ya que estoy muriendo, saber de ti, amigo, aguardo qué hay del suceso de Enrico. PEDRISCO. En la plaza le ahorcaron de Nápoles. PAULO. Pues ansí, ¿quién duda que condenado estará al Infierno ya? PEDRISCO. Mira lo que dices, Paulo; que murió cristianamente, confesado y comulgado y abrazado con un Cristo, en cuya vista enclavados los ojos, pidió perdón y misericordia, dando tierno llanto a sus mejillas, y a los presentes espanto. Fuera de aqueso, en muriendo resonó en los aires claros una música divina; y para mayor milagro y evidencia más notoria, dos paraninfos alados se vieron patentemente, que llevaban entre ambos el alma de Enrico al Cielo. PAULO. ¡A Enrico, el hombre más malo que crió naturaleza! PEDRISCO. ¿De aquesto te espantas, Paulo, cuando es tan piadoso Dios? PAULO. Pedrisco, eso ha sido engaño: otra alma fué la que vieron, no la de Enrico. PEDRISCO. ¡Dios santo, reducidle vos! PAULO. Yo muero. PEDRISCO. Mira que Enrico gozando está de Dios: pide a Dios perdón. PAULO. ¿Y cómo ha de darlo a un hombre que le ha ofendido como yo? PEDRISCO. ¿Qué estás dudando? ¿No perdonó a Enrico? PAULO. Dios es piadoso... PEDRISCO. Es muy claro. PAULO. Pero no con tales hombres. Ya muero, llega tus brazos. PEDRISCO. Procura tener su fin. PAULO. Esa palabra me ha dado Dios; si Enrico se salvó, también yo salvarme aguardo. (_Muere._) ESCENA XXII [_Los villanos rodean el cadáver de_ PAULO. _Descúbrese fuego, y_ PAULO _lleno de llamas_.] PAULO. Si a Paulo buscando vais bien podéis ya ver a Paulo ceñido el cuerpo de fuego y de culebras cercado. No doy la culpa a ninguno de los tormentos que paso; sólo a mí me doy la culpa, pues fuí causa de mi daño. Pedí a Dios que me dijese el fin que tendría, en llegando de mi vida el postrer día: ofendíle, caso es llano; y como la ofensa vió de las almas el contrario, incitóme con querer perseguirme con engaños. Forma de un ángel tomó, y engañóme; que a ser sabio, con su engaño me salvara; pero fuí desconfiado de la gran piedad de Dios, que hoy a su juicio llegando, me dijo: “Baja, maldito de mi padre, al centro airado de los oscuros abismos, adonde has de estar penando.” ¡Malditos mis padres sean mil veces, pues me engendraron! ¡Y yo también sea maldito, pues que fuí desconfiado! (_Húndese por el tablado, y sale fuego._) JUEZ. Misterios son del Señor. GALVÁN. ¡Pobre y desdichado Paulo! PEDRISCO. ¡Y venturoso de Enrico, que de Dios está gozando! JUEZ. Por que toméis escarmiento, no pretendo castigaros; libertad doy a los dos. · · · · · · · · · · · · · · · No más: a Nápoles vamos a contar este suceso. PEDRISCO. Y porque éste es tan arduo y difícil de creer, siendo verdadero el caso, vaya el que fuese curioso (porque sin ser escribano dé fe de ello), a Belarmino; y si no, más dilatado en la vida de los padres podrá fácilmente hallarlo. Y con aquesto da fin _El Mayor Desconfiado,_ _y pena y gloria trocadas._ El cielo os guarde mil años. [Ilustración] [Ilustración] LA PRUDENCIA EN LA MUJER _La escena es en Toledo, León y otros puntos._ JORNADA PRIMERA Sala en el alcázar de Toledo. ESCENA I _El infante_ DON ENRIQUE, _el infante_ DON JUAN, DON DIEGO DE HARO. D. ENRIQUE. Será la viuda reina esposa mía, y daráme Castilla su corona. O España volverá a llorar el día que al conde don Julián traidor pregona. ¿Con quién puede casar doña María, si de valor y hazañas se aficiona, como conmigo, sin hacerme agravio? Enrique soy; mi hermano, Alfonso _el Sabio_. DON JUAN. La Reina y la corona pertenece a don Juan, de don Sancho _el Bravo_ hermano: mientras el niño rey Fernando crece, yo he de regir el cetro castellano. Pruebe, si algún traidor se desvanece, a quitarme la espada de la mano; que mientras gobernare su cuchilla, sólo don Juan gobernará a Castilla. DON DIEGO. Está vivo don Diego López de Haro, que vuestras pretensiones tendrá a raya, y dando al tierno Rey seguro amparo, casará con su madre; y cuando vaya algún traidor contra el derecho claro que defiendo, señor soy de Vizcaya: minas son las entrañas de sus cerros, que hierro dan con que castigue yerros. · · · · · · · · · · · · · · · D. ENRIQUE. Vos, caballero pobre, cuyo Estado cuatro silvestres son, toscos y rudos, montes de hierro, para el vil arado, hidalgos por Adán, como él desnudos, adonde en vez de Baco sazonado, manzanos llenos de groseros ñudos dan mosto insulso, siendo silla rica, en vez de trono, el árbol de Garnica, ¡Intentáis de la Reina ser consorte, sabiendo que pretende don Enrique casar con ella, ennoblecer su corte y que por rey España le publique! DON JUAN. Cuando su intento loco no reporte y edificios quiméricos fabrique, mientras el reino gozo y su hermosura, se podrá desposar con su locura. · · · · · · · · · · · · · · · DON DIEGO. Cuatro bárbaros tengo por vasallos, a quien Roma jamás conquistar pudo, que sin armas, sin muros, sin caballos, libres conservan su valor desnudo. Montes de hierro habitan, que a estimallos, valiente en obras, y en palabras mudo, a sus miras guardárades decoro, pues por su hierro España goza su oro. Si su aspereza tosca no cultiva aranzadas a Baco, hazas a Ceres, es porque Venus huya, que lasciva hipoteca en sus frutos sus placeres. La encina hercúlea, no la blanda oliva, teje coronas para sus mujeres, que aunque diversas en el sexo y nombres en guerra y paz se igualan a sus hombres. El árbol de Garnica ha conservado sin que tiranos le hayan deshojado, la antigüedad que ilustra a sus señores, ni haga sombra a confesos ni a traidores. En su tronco, no en silla real sentado, nobles, puesto que pobres, electores tan sólo un señor juran, cuyas leyes libres conservan de tiranos reyes. Suyo lo soy ahora, y del Rey tío, leal en defendelle, y pretendiente de su madre, a quien dar la mano fío, aunque la deslealtad su ofensa intente. Infantes, si a la lengua iguala el brío, intérprete es la espada del valiente; vizcaíno es el hierro que os encargo, corto en palabras, pero en obras largo. [Ilustración: ¡Ser mis esposos queréis...!] ESCENA II _La_ REINA DOÑA MARÍA, _de viuda_; DON ENRIQUE, DON JUAN, DON DIEGO. REINA. ¿Qué es aquesto, caballeros, defensa y valor de España, espejos de lealtad, gloria y luz de las hazañas? Cuando muerto el rey don Sancho, mi esposo y señor, las galas truecan León y Castilla por jergas negras y bastas; cuando el moro granadino moriscos pendones saca contra el reino sin cabeza, y las fronteras asalta por la lealtad defendidas, y abriéndose su _Granada_, por las católicas vegas blasfemos granos derrama; ¡en civiles competencias, pretensiones mal fundadas, bandos que la paz destruyen, ambiciosas arrogancias, cubrís de temor los reinos, tiranizáis vuestra patria, dando en vuestra ofensa lenguas a las naciones contrarias! ¡Ser mis esposos queréis, y como mujer ganada en buena guerra, al derecho me reducís de las armas! ¡Casarme intentáis por fuerza, e ilustrándoos sangre hidalga, la libertad de mi gusto hacéis pechera y villana! · · · · · · · · · · · · · · · Os engañáis, caballeros, que no está desamparada de estos reinos la corona, ni del Rey la tierna infancia. Don Sancho _el Bravo_ aún no es muerto; que como me entregó el alma, en mi pecho se conservan fieles y amorosas llamas. Si, porque es el Rey un niño y una mujer quien le ampara, os atrevéis ambiciosos contra la fe castellana, tres almas viven en mí: la de Sancho, que Dios haya; la de mi hijo, que habita en mis maternas entrañas, y la mía, en quien se suman esotras dos: ved si basta a la defensa de un reino una mujer con tres almas. Intentad guerras civiles, sacad gentes a campaña, vuestra deslealtad pregonen contra vuestro Rey las cajas; que aunque mujer, yo sabré en vez de las tocas largas y el negro monjil, vestirme el arnés y la celada. Infanta soy de León; salgan traidores a caza del hijo de una leona, que el reino ha puesto en su guarda, veréis si en vez de la aguja sabré ejercitar la espada, y abatir lienzos de muros quien labra lienzos de Holanda. · · · · · · · · · · · · · · · ESCENAS III A V [_Los pretendientes, al verse rechazados, reúnen sus partidarios y alzan bandera de rebelión contra el Rey y la Regente._ DON JUAN _busca el apoyo de los árabes granadinos_: DON ENRIQUE _acude en demanda de ayuda a su sobrino el Rey de Portugal_; DON DIEGO DE HARO _espera tropas de Aragón y Navarra_. _La_ REINA _llama a sus vasallos a palacio y les presenta al niño Fernando IV como rey legítimo de Castilla y León; pero mientras les habla excitándoles a la lealtad, las tropas rebeldes cercan el palacio y lo toman por asalto. La_ REINA _y su hijo huyen precipitadamente a León_.] ESCENAS VI A VIII (_En Valencia de Alcántara._) [_Las familias Benavides y Caravajal tienen desde antiguo profundos resentimientos._ DON ALONSO CARAVAJAL _consigue el amor de_ DOÑA TERESA DE BENAVIDES _y se desposa secretamente con ella_. DON JUAN DE BENAVIDES _se siente afrentado por esta unión y reta a_ DON ALONSO: _cuando están a punto de llegar a las manos se presenta la_ REINA, _fugitiva_.] ESCENA IX REINA. Ilustres Caravajales, Benavides excelentes, mis deudos sois y parientes. Blasones os honran reales: mostrad hoy que sois leales. Un árbol sirve de silla a la inocencia sencilla de vuestro Rey incapaz. (_Descubre al Rey niño encerrado en el tronco de un árbol._) No permitáis que en agraz os le malogre Castilla. Como la aurora, amanece entre la tiniebla oscura de la traición, que procura matárosle y le oscurece. Si este tierno sol merece glorias de una ilustre hazaña, lograd el que os acompaña, y con valor español defended los dos un sol que os da el oriente de España. BENAVID. ¡Oh retrato del amor, niño Rey, humilde Alteza! Con tu angélica belleza se enternece mi rigor. No tuviera yo valor si el socorro que me pides, a las perlas que despides negaran mis fieles labios. Por los tuyos sus agravios olvidan los Benavides. Famosos Caravajales, treguas al enojo demos, y para después dejemos guerras y bandos parciales. No salgan los desleales con su bárbaro consejo. A estos pies mi agravio dejo para volverle a tomar, que mal se podrá olvidar el odio heredado y viejo. Juntemos nuestros amigos y de dos un campo hagamos; que mientras al Rey sirvamos no hemos de ser enemigos. Serán los cielos testigos, para ilustrarnos después, de que hoy el valor leonés, con lealtad y con amor, el bien del Rey su señor antepone a su interés. DON AL. Fénix de España, nacido para que su gloria aumente, pájaro sois inocente, en ese árbol como en nido. ¿Quién, mi perla, os ha escondido desa suerte? REY. Hanme quitado mi reino, y no me han dejado aun la cuna en que nací; y como a Herodes temí, vengo huyendo al despoblado. DON PEDR. No temáis del gavilán, pájaro tierno y hermoso, por más que intente ambicioso hacer presa en vos don Juan. BENAVID. Todos por ti morirán, sol de España, hasta que quedes libre de las viles redes de ambiciosos cazadores. · · · · · · · · · · · · · · · Alto, hidalgos, a León: muera el Infante tirano. Y vos, ejemplo cristiano, (_A la Reina._) regidnos desde este día, y será, pues de vos fía el cielo una ilustre hazaña, la Semíramis de España la reina doña María. (_Vanse._) ESCENAS X A XII (_Sala en el palacio de León._) [_Los Infantes vencedores están gozando de su triunfo. Han decidido repartirse el reino entre ambos_: DON JUAN _reinará en León, y_ DON ENRIQUE, _en Murcia y Sevilla. Entre tanto, los Caravajales y Benavides derrotan a las tropas de los Infantes, los cuales son sorprendidos y presos. Custódianlos_ DON ALONSO _y_ DON PEDRO CARAVAJAL _y_ DON JUAN DE BENAVIDES, _mientras esperan la sentencia que contra ellos ha de dictar la enojada_ REINA.] ESCENA XIII (DON LUIS, _con una fuente de plata, y en ella un papel_.) DON LUIS. La Reina ha mandado, Infantes, que entréis en esa capilla, donde os esperan dos padres que vuestras almas dispongan, porque quiere en esta tarde mostrar a España del modo que allanar rebeldes sabe. DON ENR. ¿La Reina, nuestra señora, es posible que eso mande? ¡La piadosa! ¡La clemente! ¡A dos primos! ¡A dos grandes! ¡Ah mujeres! ¡Qué bien hizo naturaleza admirable en no entregaros las armas! DON JUAN. Cuando darnos muerte mande, y por medio del rigor a Fernando el reino allane, puesto que con los rendidos es medio el amor más fácil, Portugal y Aragón tienen reyes de nuestro linaje que nuestra muerte la pidan y castiguen sus crueldades. · · · · · · · · · · · · · · · DON LUIS. Aquí está vuestra sentencia. (_Presenta a los Infantes el papel que viene en la fuente._) DON JUAN. ¿Con ella el plato nos hace? ¿En una fuente la envía? Pues tiempo vendrá en que pague la costa deste banquete, cuando lleguen a aprecialle con lanzas en vez de plumas los que nuestro valor saben. DON ENR. Dejádmela ver primero. ¡Oh muerte fiera! ¡Que bastes a asombrar pechos de bronce sólo con un papel frágil! (_Lee._) “Doña María Alfonso, reina y gobernadora de Castilla, León, etc.: por el rey don Fernando IV deste nombre, su hijo, etc. Para confusión de sediciosos y premio de leales, manda que los Infantes de Castilla sus primos salgan libres de la fortaleza en que están presos, se les restituyan sus Estados, y demás desto hace merced al infante don Enrique de las villas de Feria, Mora, Morón y Santisteban de Gormaz; y al infante don Juan, de las de Aillón, Astudillo, Curiel y Cáceres, con esperanza, si se redujeren, de mayores acrecentamientos, y certidumbre, si la ofendieren, de que le queda valor para defenderse y ánimo para pagar nuevos deservicios con nuevos galardones. -- LA REINA GOBERNADORA.” (_Descórrese una cortina en el fondo, y aparece la Reina, en pie, sobre un trono, coronada, con peto y espaldar, echados los cabellos atrás, y una espada desnuda en la mano._) ESCENA XIV REINA. La reina doña María castiga de aquesta suerte delitos dignos de muerte. Contra vuestra alevosía en armas y en cortesía os ha venido a vencer, siendo hombres, una mujer, a daros vida resuelta, como quien la caza suelta para volverla a coger. Si pensáis que por temor que a los que os amparan tengo a daros libertad vengo, ofenderéis mi valor. Para confusión mayor vuestra, he querido premiaros; porque si acaso a inquietaros vuestra ambición os volviere, cuanto agora más os diere, tendré después que quitaros. Poco estima a su enemigo quien le vence y vuelve a armar; que en el noble es premio el dar, como el recebir, castigo. Si dándoos vida os obligo, por vuestra opinión volved, y si no, guerra me haced: veamos quién es más firme, vosotros en deservirme, y yo en haceros merced. DON JUAN. No olvide jamás España tu magnánimo valor, pues juntas con el temor la piedad que te acompaña. Eternicen esta hazaña pinceles y plumas cuantas celebran memorias santas, pues que reprendiendo obligas, haciendo merced castigas y derribando levantas que yo desde aquí adelante, desta merced pregonero, seré en servirte el primero. DON ENR. Y yo leal y constante, con satisfacción bastante... REINA. Venid, y al Rey besaréis las manos. DON JUAN. Desde hoy podéis regir nuestros corazones, que obligan más galardones que las armas que traéis. · · · · · · · · · · · · · · · JORNADA SEGUNDA ESCENA I DON JUAN, ISMAEL. DON JUAN. De reinar tengo esperanza con traidora o fiel acción; mas no juzgo por traición lo que una corona alcanza. Reine yo, Ismael, por ti, y venga lo que viniere. ISMAEL. Si el niño Fernando muere, cuya vida estriba en mí, no hay quien te haga competencia. DON JUAN. De viruelas malo está; fácil de cumplir será mi deseo, si a tu ciencia juntas el mucho provecho que de hacer lo que te pido se te sigue. ISMAEL. Agradecido a tu real y noble pecho quiero ser, porque esperanza tengo que en viéndote rey, has de amparar nuestra ley. Hebreo soy; la venganza de Vespasiano y de Tito, que asoló a Jerusalén, y el templo santo también, causando oprobio infinito a toda nuestra nación, nos hace andar desterrados, de todos menospreciados, siendo burla e irrisión del mundo, que desvarío quiere que mi ley se llame, sin que haya quien por infame no tenga el nombre judío. Mas si palabra me das, en viéndote rey, de hacer mi nación ennoblecer, y que podamos de hoy más tener cargos generosos, entrar en ayuntamientos, comprar varas, regimientos, y otros títulos honrosos, quitándole al Rey la vida te pondrás la corona hoy. Su protomédico soy; muerte llevo escondida en este término breve; (_Saca un vaso de plata._) con que si te satisfago, diré que el Rey en un trago su reino y muerte se bebe. A un sueño mortal provoca, donde con facilidad, de la sombra a la verdad, y al corazón de la boca viendo el veneno correr, llamar de la muerte puedes los médicos Ganimedes, pues que la dan a beber. · · · · · · · · · · · · · · · ESCENA II ISMAEL. ISMAEL. Pues honra y provecho gano en matar a un niño Rey, y estima tanto mi ley a quien da muerte a un cristiano, ¿qué dudo que no ejecuto del infame la esperanza, de mi nación la venganza y destos reinos el luto? · · · · · · · · · · · · · · · El niño Rey está aquí; que beba su muerte trato. (_Al querer entrar en el aposento del_ REY _repara en el retrato de la_ REINA, _que está sobre la puerta._) Mas ¡cielos! ¿no es el retrato éste de su madre? Sí. No sin causa me acobarda la traición que juzgo incierta, pues puso el Rey a su puerta su misma madre por guarda. ¡Vive Dios que estoy temblando de miralla, aunque pintada! ¿No parece que enojada muda me está amenazando? ¿No parece que en los ojos forja rayos enemigos, que amenazan mis castigos y autorizan sus enojos? No me miréis, Reina, airada. Si don Juan, que es vuestro primo, y en quien estriba el arrimo del Rey, prenda vuestra amada, es contra su mismo Rey, ¿qué mucho que yo lo sea, viniendo de sangre hebrea y profesando otra ley? No es mi traición tan culpada: tened la ira vengativa. ¡Qué hiciérades a estar viva pues que me asombráis pintada! Mas ¿para qué doy lugar a cobardes desvaríos? Ea, recelos judíos, pues es mi oficio matar, muera el Rey, y hágase cierta la dicha que me animó... (_Al querer entrar, cae el retrato, y tápale la puerta._) Pero el retrato cayó, y me ha cerrado la puerta. Dichoso el vulgo ha llamado al judío, Reina hermosa; mas no hay más infeliz cosa que un judío desdichado. Y pues tanto yo lo he sido, riesgo corro manifiesto si no huyo de aquí... (_Quiere huír por la otra puerta, sale la_ REINA, _detiénele, y él se turba._) ESCENA III REINA. ¿Qué es esto? ¿De qué estáis descolorido? Volved acá. ¿Adónde vais? ¿De qué es el desasosiego? ISMAEL. Volveré, señora, luego. REINA. Esperad. ¿De qué os turbáis? ISMAEL. ¿Yo turbarme? REINA. No es por bueno. ¿Qué lleváis en ese vaso? ISMAEL. ¿Quién? ¿Yo? REINA. Detened el paso. ISMAEL. Quien dijere que es veneno, y que al Rey nuestro señor no soy leal... REINA. ¿Cómo es eso? ISMAEL. Que estoy turbado confieso, pero no que soy traidor. REINA. Pues aquí ¿quién os acusa? ISMAEL. (_Ap._) Mi misma traición será. REINA. Culpado, Ismael, está quien sin ocasión se excusa. ISMAEL. El Infante es el ingrato, que yo no le satisfice; y si el retrato lo dice, engañaráse el retrato. Que aunque el paso me cerró, cuando a purgar al Rey vengo, yo, Reina, ¿qué culpa tengo, si el retrato se cayó? Don Juan, el infante, sí, que con aquesta bebida me manda quitar la vida al tierno Rey que ofendí... Digo, que ofendió el Infante. REINA. En fin, vuestra turbación confesó vuestra traición; no paséis más adelante. ¿Es la purga de Fernando esa? ISMAEL. Gran señora, sí; y si he de decir aquí la verdad... ¿Qué estoy dudando...? El deseo de reinar con don Juan tanto ha podido, que ciego me ha persuadido que llegue la muerte a dar al niño Rey; y el temor de que no me castigase me obligó que le jurase ser a su Alteza traidor. Afirméle que este vaso iba con la purga lleno de un instantáneo veneno; pero no haga dello caso Vuestra Alteza, que es mentira con que pretendí engañalle no más que por sosegalle y dar lugar a la ira. Y pues del título infame me he librado de traidor, juzgo agora por mejor que la purga se derrame; que otra medicina habrá que le haga al Rey más al caso. (_Quiere derramarla y detiénele la Reina._) REINA. Tened la mano y el vaso; que pues mi Fernando está para purgarse dispuesto, no es bien perder la ocasión por una falsa opinión que en mala fama os ha puesto. Conozco vuestra virtud; médico habéis siempre sido sabio, fiel y agradecido. Asegurad la salud del Rey y vuestra inocencia haciendo la salva agora a esa purga. ISMAEL. Gran señora, no estoy, con vuestra licencia, dispuesto a purgarme yo, ni tengo la enfermedad del rey Fernando y su edad. REINA. ¿Que no estáis enfermo? ISMAEL. No. REINA. No importa; vuestra virtud desmienta agora este agravio: en salud se sangra el sabio; purgaréisos en salud. Tiene muy malos humores el reino desconcertado, y por remedio he tomado el purgalle de traidores: a vos no puede dañaros. ISMAEL. Es muy recia, y no osaré tomarla, señora, en pie. REINA. Pues buen remedio, asentaros. ISMAEL. A vuestros pies me derribo; no permitáis tal rigor. REINA. Bebedla; que haré, dotor, atenacearos vivo. El infante don Juan es noble, leal y cristiano, sin resabios de tirano, sin sospechas de interés. De la nación más rüin vos, que el sol mira y calienta; del mundo oprobio y afrenta, infame judío, en fin: ¿Cuál mentirá de los dos? ¿O cómo creeré que hay ley para no matar su Rey en quien dió muerte a su Dios? · · · · · · · · · · · · · · · Bebed: ¿qué esperáis? ISMAEL. Señora, si el confesar mi traición no basta a alcanzar perdón, baste el ser vos... REINA. Bebé agora, o escoged salir mañana desnudo y a un carro atado a vista del vulgo airado y vuestra nación tirana, por las calles y las plazas, dando a la venganza temas, y vuestras carnes blasfemas al fuego y a las tenazas. (_El hebreo, ante la amenaza de la_ REINA, _bebe. Vase por la puerta del fondo, y cae muerto dentro._) ESCENA IV REINA. ¡Vos lleváis buena esperanza! Su bárbara muerte es cierta. Quiero cerrar esta puerta; que el ocultar mi venganza ha de importar por agora. ¡Ay, hijo del alma mía! Aunque mataros porfía quien no como yo os adora, el cielo os está amparando; mas pues sois ángel de Dios, sed ángel de guarda vos de vos mismo, mi Fernando. ESCENAS V A VIII [_Los Estados vecinos se aprovechan de los continuos disturbios de Castilla, promovidos por los Infantes. Los árabes atacan Jaén; el Rey de Aragón pone sitio a Soria, y en Extremadura se teme a los portugueses. Para sostener los ejércitos fronterizos la_ REINA _se ve obligada a vender su patrimonio y sus joyas, y cuando llega una situación apurada empeña sus tocas a un mercader segoviano antes de imponer nuevos pechos a los vasallos_.] ESCENA IX DON JUAN. (_Ap._) Alegre espero del Rey la agradable muerte. ¿Si habrá el veneno mortal asegurado mi suerte? ¡Oh corona! ¡Oh trono real! ¿Cuándo tengo de poseerte? REINA. Primo. DON JUAN. Señora. REINA. Bien sé que desde que os redujisteis a vuestro Rey, y volvisteis por vuestra lealtad y fe, a saber que algún rico hombre a su corona aspirara, y darle muerte intentara a costa de un traidor nombre, que pusiérades por él vida y hacienda. DON JUAN. Es ansí. (¿Si dice aquesto por mí?) (_Ap._) Creed de mi pecho fiel, gran señora, que prefiero la vida, el ser y el honor por el Rey nuestro señor. Pero el propósito espero a que me habléis desa suerte. REINA. Solos estamos los dos: fiarme quiero de vos. DON JUAN. (_Ap._) Angustias siento de muerte. REINA. Sabed que un grande, y tan grande como vos... --¿De qué os turbáis? DON JUAN. Témome que ocasionáis que algún traidor se desmande contra mí, y descomponerme con vuestra Alteza procure. REINA. No hay contra vos quien murmure, que el leal seguro duerme. Digo, pues, que un grande intenta (y por su honra el nombre callo) subir a Rey de vasallo, y sus culpas acrecienta. Quisiérale reducir por algún medio discreto, y porque tendréis secreto, con vos le intento escribir; que por querelle bien vos mejor le reduciréis. DON JUAN. ¿Yo bien? REINA. Tan bien le queréis como a vos mismo. DON JUAN. Por Dios que el corazón me sacara a mí mismo, si supiera que en él tal traición cupiera. REINA. Eso, primo, es cosa clara; que a no teneros por tal, no os descubriera su pecho. El mío está satisfecho de si sois o no leal. Aquí hay recado: escribid. DON JUAN. (_Ap._) ¿Qué enigmas, cielos, son éstas? ¡Ay, reino, lo que me cuestas! REINA. Tomad la pluma. DON JUAN. Decid. REINA. _Infante..._ DON JUAN. Señora... REINA. Digo que así, _Infante_, escribáis. DON JUAN. Si por _Infante_ empezáis, claro está que habláis conmigo, pues si don Enrique no, no hay en Castilla otro infante. Algún privado arrogante mi nobleza desdoró; y mentirá el desleal que me impute tal traición. REINA. ¿No hay Infantes de Aragón, de Navarra y Portugal? ¿De qué escribiros servía estando juntos los dos? Haced más caso de vos. DON JUAN. (_Ap._) ¡Qué traidor no desconfía! (_Paseándose la_ REINA, _va dictando, y don Juan escribe_.) REINA. _Infante: como un rey tiene_ _dos ángeles en su guarda,_ _poco en saber quién es tarda_ _el que a hacelle traición viene._ _Vuestra ambición se refrene;_ _que se acabará algún día_ _la noble paciencia mía,_ _y os cortará mi aspereza_ _esperanzas y cabeza..._ _La reina doña María._ Leedme agora el papel, que no es de importancia poca, y por la parte que os toca advertid, Infante, en él. (_Léele don Juan._) Cerralde y dalde después. DON JUAN. ¿A quién? Que sabello intento. REINA. El que está en ese aposento os dirá para quién es. (_Vase._) ESCENA X DON JUAN. “¡El que está en ese aposento os dirá para quién es!” Misterios me habla, después que matar al Rey intento. ¡Escribe el papel conmigo, y remite a otro el decirme para quién es! Prevenirme intenta con el castigo. ¿Si hay aquí gente cerrada, para matarme en secreto? Ea, temor indiscreto, averiguad con la espada la verdad desta sospecha. (_Saca la espada, abre la puerta del fondo y descubre al judío muerto con el vaso en la mano._) ¡Al cielo! Mi daño es cierto: el doctor está aquí muerto y la esperanza deshecha que en su veneno estribó. Todo la Reina lo sabe, que en un vil pecho no cabe el secreto. Él le contó la determinación loca de mi intento depravado. El veneno que ha quedado he de aplicar a la boca. (_Toma el vaso._) Pagaré ansí mi delito, pues que colijo de aquí que sois, papel, para mí, siendo un muerto el sobrescrito. Si deste vano interés duda vuestro pensamiento, “El que está en este aposento os dirá para quién es.” Mudo dice que yo soy; muerto está por desleal; ¡quien fué en la traición igual, séalo en la muerte hoy! Que por no ver la presencia de quien ofendí otra vez, a un tiempo verdugo y juez he de ser de mi sentencia. (_Quiere beber; sale la_ REINA _y quítale el vaso_.) ESCENA XI REINA. Primo, Infante, ¿estáis en vos? Tened la bárbara mano. ¿Vos sois noble? ¿Vos cristiano? Don Juan, ¿vos teméis a Dios? ¿Qué frenesí, qué locura os mueve a desesperaros? DON JUAN. Si no hay para aseguraros satisfacción más segura si no es con que muerto quede, quiero ponerlo por obra, que quien mala fama cobra tarde restauralla puede. REINA. Vos no la perdéis conmigo; ni aunque desleal os llame un hebreo vil e infame, que no vale por testigo, ¿le he de dar crédito yo? Él fué quien dar muerte quiso al Rey. Tuve dello aviso, y aunque la culpa os echó, ni sus engaños creí, ni a vos, don Juan, noble primo, menos que antes os estimo. El papel que os escribí es para daros noticia de que en cualquier yerro o falta ve mucho, por ser tan alta, la vara de la justicia; y lo que su honra daña quien fieles amigos deja, con traidores se aconseja, y a rüines acompaña. De la amistad de un judío ¿qué podía resultaros, si no es, Infante, imputaros tal traición, tal desvarío? Escarmentad, primo, en él, mientras que seguro os dejo; y si estimáis mi consejo, guardad mucho ese papel, porque contra la ambición sirva, si acaso os inquieta: a la lealtad de receta, de epítima al corazón; que siendo contra el honor la traición mortal veneno, no hay antídoto tan bueno, Infante, como el temor. DON JUAN. No tengo lengua, señora, para ensalzar al presente la prudencia que en vos... REINA. Gente viene; dejad eso agora. ESCENAS XII A XVII [_El infante_ DON JUAN _prepara una nueva traición. Dice a varios caballeros que la_ REINA _y_ DON JUAN CARAVAJAL _quieren casarse proclamándose reyes de Castilla, y que han sobornado a un médico judío para que envenene al niño Rey, pero el Infante llegó a tiempo de evitar tan horrible crimen y castigó al médico con la muerte. En la habitación inmediata les muestra el cadáver del judío. Como los caballeros no dan crédito a las palabras del Infante, él les invita a que vayan aquella noche a cenar a su quinta donde les dará testimonios indudables de los propósitos de la_ REINA _y de_ CARAVAJAL.] [_El mayordomo se presenta a la_ REINA _para decirle que, agotado por completo el tesoro real y su crédito, por la noche no se podrá cenar en Palacio_.] REINA. Los monteros de Espinosa, mis guardas, con secreto me prevenid, don Juan, y caballeros parientes vuestros: yo os diré a qué efeto. DON AL. No quiero saber más que obedeceros. REINA. La pena refrenad, que yo os prometo que esta noche, Melendo, a costa ajena habemos de tener una real cena. ESCENA XVIII DON JUAN, DON DIEGO, DON NUÑO, DON ÁLVARO. _Sala en la quinta del infante don Juan._ DON JUAN. Mientras que se hace hora de cenar, entretengamos el tiempo. DON NUÑO. Dados jugamos. DON JUAN. Dejad los dados agora, que tienen muchos azares. DON DIEGO. No es pequeño el que sospecho que ha de alborotar mi pecho don Juan, mientras no repares de la Reina la opinión, que corre riesgo por ti. DON JUAN. Que al reino he librado di, don Diego, de una traición. DON DIEGO. Más difícil de creer se me hace, cuanto más lo pienso. DON JUAN. ¡Terrible estás, don Diego! Si te hago ver hacer la Reina favores a don Juan Caravajal, y en correspondencia igual que él la está diciendo amores, ¿crêráslo? DON DIEGO. Crêré que miente la vista; pero en tal caso los celos en que me abraso, si ven tal traición presente, y de Castilla el decoro me obligará a que os incite que el gobierno se le quite, y en el alcázar de Toro esté presa. DON JUAN. ¿A quién podremos nombrar por gobernador, y del niño Rey tutor? DON NUÑO. Si a vos, don Juan, os tenemos, ¿qué hay que preguntar a quién? DON JUAN. Yo soy muy poco ambicioso. DON DIEGO. Don Enrique es poderoso, y tendrá ese cargo bien. DON JUAN. Don Enrique ha pretendido ser rey, y si en su poder está el reino, ha de querer lo que hasta aquí no ha podido. D. ÁLVARO. Serálo don Diego, pues, que nadie en España ignora quién es. DON JUAN. Dejemos agora aquesto para después; que cuando por elección el reino en Cortes me elija, será fuerza que le rija, y tuerza mi inclinación. DON DIEGO. (_Ap._) Este es traidor, vive el cielo, y por verse rey levanta a la Reina, cuerda y santa, el insulto que recelo. Aunque la vida me cueste, lo tengo hoy de averiguar. DON JUAN. Caballeros, a cenar. (_Tocan a rebato._) Pero ¿qué alboroto es éste? ESCENA XIX EL CRIADO.--DICHOS. CRIADO. La Reina y toda su guarda la casa nos han cercado. [Ilustración: Daos a prisión, caballeros.] DON JUAN. (_Ap._) ¡Qué mucho si tiene al lado los dos ángeles de guarda que dijo, que la dan cuenta de aquesta nueva traición! ¿Cómo esperáis, corazón, sin matarme, tal afrenta? ESCENA XX DON ALONSO, DON MELENDO, SOLDADOS.--DICHOS; _después la_ REINA. D. ALONSO. Daos a prisión, caballeros; las espadas de las cintas quitad. (_Quítanselas y sale la_ REINA, _armada_.) REINA. No se hacen las quintas si no es para entreteneros, ni es bien que yo guarde fueros a quien no guarda a mi honor el respeto que el valor de un vasallo a su Rey debe, y a dar crédito se atreve ligeramente a un traidor. · · · · · · · · · · · · · · · Si la vida que os he dado dos veces (que no debiera), apetecéis la tercera, Infante inconsiderado, decid, pues estáis atado al potro de la verdad, quién fué el que con deslealtad quiso dar veneno al Rey, haciendo a un hebreo sin ley ministro de tal maldad. DON JUAN. Señora... REINA. No moriréis, como la verdad digáis. DON JUAN. Si piadosa me animáis, severa temblar me hacéis. Muerte es justo que me deis, y cesará la ambición de una loca inclinación que a su lealtad rompió el freno, y con el mortal veneno ha mezclado esta traición. Yo al médico persuadí que al Rey mi señor matase, porque en su silla gozase el reino que apetecí. Después que muerto le vi, por vos forzado a beber el veneno, hice creer a todos, en vuestra mengua, cosas que no osa la lengua memoria dellas hacer. REINA. En la Mota de Medina Estaréis, Infante, preso hasta que os vuelva a dar seso el furor que os desatina. DON JUAN. Quien a ser traidor se inclina, tarde volverá en su acuerdo. La libertad y honra pierdo por mi ambicioso interés: callar y sufrir, pues es por la pena el loco, cuerdo. (_Llévanle._) DON NUÑO. Nadie, gran señora, ha dado fe en vuestra ofensa al Infante. REINA. Noticia tengo bastante de quién es o no culpado. Dos ángeles traigo al lado, y el cielo a Fernando ayuda, que ingratos intentos muda. · · · · · · · · · · · · · · · [_La_ REINA _obliga a todos los caballeros presentes a que le devuelvan las rentas que tienen usurpadas al tesoro real_.] JORNADA TERCERA ESCENAS I A IV [_Fernando IV llega a edad de reinar sin tutela. Su madre le da prudentes consejos para el gobierno y se retira a la villa de Becerril._ DON NUÑO, DON ÁLVARO _y el infante_ DON ENRIQUE _se captan la privanza del joven monarca, el cual trata con algún desdén a_ BENAVIDES _y a los hermanos_ CARAVAJALES.] ESCENA V EL REY, DON ENRIQUE, DON NUÑO _y_ DON ÁLVARO, _en traje de caza_; ACOMPAÑAMIENTO, _retirado_. (_Claro en los montes de Toledo._) REY. ¡Fértiles montes! D. ÁLVAR. Notables. DON ENR. Afirmarte dellos puedo que, aunque ásperos y intratables, son los montes de Toledo más fecundos y admirables que los de África, alabados de Plinio por milagrosos. · · · · · · · · · · · · · · · REY. De más estima es la caza que tienen, a que me inclino. DON ENR. La que esta comarca abraza es tanta, que hasta el camino muchas veces embaraza. REY. No pienso salir tan presto, Infante, de su aspereza. DON ENR. Este ejercicio es honesto, y propio de la grandeza de un rey. REY. Escuchad: ¿qué es esto? ESCENA VI (DON JUAN, _de labrador_.--DICHOS.) DON JUAN. Ínclito y famoso Rey, felice por ser Fernando, en el valor el primero, aunque en sucesión el cuarto; si la justicia y prudencia que mostró en sus tiernos años Salomón, le ganó nombre eternamente de sabio, y a las puertas del gobierno sobre el trono estáis sentado de España, cuando Castilla os pone el cetro en la mano, imitad a Salomón, y entrad deshaciendo agravios, porque al principio os respeten y adoren vuestros vasallos. · · · · · · · · · · · · · · · La reina doña María, mujer de don Sancho _el Bravo_, Jezabel contra inocentes, Athalía entre tiranos, por vivir a rienda suelta en tan ilícitos tratos, que para que no os ofendan, los publico con callarlos, intentando libre y torpe casarse con un vasallo, y dándôs la muerte niño, estos reinos usurparos; de mi lealtad temerosa, porque me dió mi cuidado noticia de sus intentos (que dan voces los pecados), viendo oponerme leal, con armas y con vasallos, a sus mortales deseos, quitado me ha mis Estados, y en la Mota de Medina ha, invicto señor, diez años que preso por inocente, lloro desdichas y agravios. Supe, gracias a los cielos, que vuelto el siglo dorado, el gobierno de Castilla resucita en vuestra mano, y que esta Athalía cruel se ha recogido, llevando los esquilmos de estos reinos, por su ambición disfrutados, y fiando en mi inocencia, y en la lealtad de un criado, hechas las sábanas tiras, del homenaje más alto descolgándome una noche, como me veis disfrazado, entre estos montes desiertos ha cuatro meses que paso. Si el poco conocimiento que tenéis de mis trabajos pone mi crédito en duda, y a persuadiros no basto a la justa indignación de vuestra madre, Fernando; don Juan soy, infante y hijo del rey don Alonso el Sabio; mi sobrino os llama el mundo, y yo mi señor os llamo. Ved si es razón, Rey famoso, que pobre y desheredado habite silvestres montes vuestro tío, y que triunfando de la lealtad la traición, coma las yerbas del campo. · · · · · · · · · · · · · · · REY. Levantad, ilustre tío, del suelo, que estáis bañando, las generosas rodillas, y dadme los nobles brazos; que habéis sacado a los ojos lágrimas que os están dando los pésames del rigor con que el tiempo os ha tratado. Con vuestras quejas he oído la mala cuenta que ha dado mi madre de su gobierno; pero negocio tan arduo, aunque don Enrique alega lo que vos, y ha provocado mi severo enojo, pide que lo averigüe despacio. Contento estoy con la caza que en estos desiertos hallo, pues siendo vos su despojo a vuestro ser os restauro. Vuestros Estados os vuelvo, dándoos el mayordomazgo mayor de mi casa y corte. DON JUAN. Reinéis, señor, siglos largos. DON ENR. Para gozarlos seguro, es, gran señor, necesario que a los principios cortéis a los peligros los pasos. A lo que el Infante ha dicho contra vuestra madre, añado que es don Juan Caravajal el que en ilícitos tratos con la Reina ofende torpe la memoria de don Sancho, vuestro padre, y ambicioso el reino intenta usurparos. Para esto ofrece la Reina que al de Aragón dé la mano la infanta doña Isabel, vuestra hermana, y que éntre armado en Castilla, cuyo reino le entregará, porque amparo dé a sus livianos deseos. En León los dos hermanos Caravajales intentan, por ser tan emparentados, juntar sus deudos y amigos, y del reino apoderados alzar por doña María banderas, y despojaros de vuestro real patrimonio: para esto tiene usurpados diez cuentos de vuestra renta a costa de pechos varios, que mientras tuvo el gobierno la dieron vuestros vasallos. Mirad, gran señor, si piden la diligencia estos casos, con que ataja inconvenientes y imposibles vence el sabio. REY. ¡Válgame el cielo! ¿Es posible que mi madre haya borrado la fama con tal traición, que su nombre ha eternizado? · · · · · · · · · · · · · · · D. ÁLVAR. Lo menos, señor, te han dicho de lo que pasa, que es tanto que excede a cualquiera suma. D. NUÑO. Si yo por testigo valgo, afirmarte, señor, puedo que si no acudes temprano al peligro de Castilla, no has de poder remediallo. REY. Alto, pues, vasallos míos; no es posible que haya engaño en vuestros hidalgos pechos; creeros quiero a los cuatro. Mi madre es mujer y moza; quedó el gobierno en su mano; el poder y el amor ciegan; no hay hombre cuerdo a caballo. Si por tantos años tuvo estos reinos a su cargo, ¿qué mucho, siendo ambiciosa, que sienta agora el dejarlos? El derecho natural perdone, que de dos daños se ha de elegir el menor. Castilla me pide amparo; mi madre la tiraniza; y pues conspira, afrentando la ley de naturaleza contra quien el ser ha dado, hoy mi justicia dé muestras que contra insultos y agravios no hay excepción de personas, sangre, ni deudos cercanos. Pues sois ya mi mayordomo, y estáis, Infante, agraviado, tomad a mi madre cuentas, hacelda alcances y cargos de las rentas de mis reinos; y si no igualan los gastos a los recibos, prendelda. DON JUAN. No me mandéis... REY. Esto os mando: prended también los traidores Caravajales; que entrambos han de dar a España ejemplo, viéndolos en un cadalso. Juan Alfonso Benavides debe ser también tirano: en Santorcaz esté preso, que así al reino satisfago. · · · · · · · · · · · · · · · DON JUAN. Servirte sólo pretendo. REY. Por los cielos soberanos, que ha de quedar en el mundo nombre de Fernando el Cuarto. (_Vase con el acompañamiento._) ESCENA VII DON ENRIQUE, DON JUAN, DON NUÑO, DON ÁLVARO. DON JUAN. Esto es hecho, don Enrique. DON ENR. Dadme, sobrino, los brazos en que estriba nuestro aumento, y por vuestro ingenio gano. DON JUAN. Quitemos aqueste estorbo; que si una vez derribamos la Reina, no hay que temer. DON ENR. Para eso yo solo basto. DON JUAN. Mas escuchad, si os parece, la traza que he imaginado para que los dos reinemos, que es sólo lo que intentamos. A la Reina tengo amor, sin que el tiempo haya borrado con injurias y prisiones de mi pecho su retrato. Si por verse perseguida de su hijo, que indignado ponella manda en prisión, su honor y fama arriesgando, con nosotros se conjura, y ofreciéndome la mano de esposa (que esto y más puede en la mujer un agravio), de la corona y la vida al mozo Rey despojamos, ¿qué dicha no conseguimos? ¿Qué temor basta a alterarnos? Vos reinaréis, don Enrique, en todo el término largo que abarca Sierra Morena, y yo en Castilla gozando el apetecido cetro; si con la Reina me caso, daré Trujillo a don Nuño, y a don Álvaro otro tanto. DON ENR. Si eso con ella acabáis, habréis, don Juan, dado cabo a mi esperanza y temores. D. ÁLVAR. La traza prudente alabo. D. NUÑO. Infante, si a efeto llega, conquistad el pecho casto de la Reina, y habréis hecho un prodigioso milagro. DON JUAN. Eso a mi cargo se quede. Venid: firmemos los cuatro, para más seguridad, la palabra que la damos de ser todos en su ayuda contra el Rey, pues de su mano la fortuna nos corona en Castilla. DON ENR. Vamos. LOS OTROS TRES. Vamos. (_Vanse._) ESCENAS VIII Y IX [_La_ REINA _se instala en su villa de Becerril, donde vive rodeada del cariño de los villanos_.] ESCENA X DON JUAN, DON NUÑO, DON ÁLVARO.--LA REINA, DON ALONSO, DON PEDRO. D. ÁLVAR. (_Hablando ap. con el Infante al salir._) La Reina está aquí y también los Caravajales. DON JUAN. Tengo a dicha el tiempo a que vengo. (_Llegándose a la Reina y los Caravajales._) Los dos a prisión se den. D. ALONSO. ¿Nosotros? ¿Por qué ocasión? DON JUAN. ¡Bueno es que ocasión pidáis, desleales, cuando estáis iniciados de traición! D. PEDRO. Si no estuviera delante la Reina nuestra señora, pudiera un mentís agora daros la respuesta, Infante. DON JUAN. ¡Oh villanos! Brevemente vuestros castigos darán muestras de quién sois. REINA. Don Juan, ¿sabéis que estoy yo presente? ¿Sabéis que la Reina soy? ¿Cómo llegáis indiscreto a prender, sin más respeto, ninguno donde yo estoy? DON JUAN. Cumplo, señora, mi oficio. REINA. Cuando yo a enojarme llegue... DON JUAN. Vuestra Alteza se sosiegue, que esto es todo en su servicio. REINA. ¡En mi servicio prender los que me sirven a mí! DON JUAN. El Rey lo ha mandado ansí. REINA. Si él lo manda, obedeced como vasallos leales, que tiene el lugar de Dios; mostrad en esto los dos quién son los Caravajales. Y si lo mismo procura hacer de mí, la cabeza le ofreceré. DON JUAN. Vuestra Alteza tampoco está muy segura. Harto hará en mirar por sí. · · · · · · · · · · · · · · · (DON NUÑO _y_ DON ÁLVARO _se llevan a_ DON ALONSO _y a_ DON PEDRO.) ESCENA XI REINA. Como a la real obediencia se sujeta mi paciencia, no os parezca novedad, don Juan, no favorecer a quien tan bien me sirvió, porque nunca bien mandó quien no supo obedecer. Mas el que es ministro real, cuando algún culpado prende, con la vara sólo ofende, que con la lengua hace mal. El juez prudente castiga cuando el cargo que vos cobra, y atormentando con la obra, con las palabras obliga. Poco mi respeto os debe. DON JUAN. Cuando sepáis que estos dos, gran señora, contra vos han usado el trato aleve que ignoráis, no juzgaréis mi rigor por demasiado. REINA. ¿Contra mí? Experimentado tengo, como vos sabéis, don Juan, en no pocos años, aunque es fácil la mujer, lo poco que hay que creer en testimonios y engaños. · · · · · · · · · · · · · · · DON JUAN. En prueba, señora, deso, porque sepáis cuán leales os son los Caravajales, y si el Rey mal los ha preso, advertid que han dicho al Rey que la ambición de mandar os obliga a conspirar contra el amor y la ley que a vuestro Rey y señor debéis; tanto, que usurpado tenéis a su real Estado treinta cuentos; que el amor que tenéis al de Aragón le fuerza, si os da la mano, a entregalle en ella llano a Castilla y a León; y otras cosas que no cuento, pues por indignas de oíllas, no sólo no oso decillas, mas de pensallas me afrento. El Rey, fácil de creer, contándole lo que pasa testigos de vuestra casa, manda que os venga a prender, después de tomaros cuentas del tiempo que gobernado habéis su reino, y cobrado de su corona las rentas. No quise que cometiese a otro el venir sino a mí, que serviros prometí, porque no se os atreviese; y como aquí los hallé, no me sufrió el corazón pasar por tan gran traición, y ansí prendellos mandé. REINA. Que el Rey forme de mí quejas, y ponerme en prisión mande, no me espanto, mientras ande la lisonja a sus orejas. Mas ¡que los Caravajales tal traición contra mí digan!... Por más, don Juan, que persigan su valor los desleales, no saldrán con la demanda. Vuestro cargo ejercitad; prendedme, cuentas tomad, y haced lo que el Rey os manda. DON JUAN. Yo, gran señora, juré de serviros y ayudaros, y lo que os debo pagaros con lealtad, amor y fe. El infante don Enrique y otros caballeros sienten que traidores os afrenten, y el Rey esto os notifique; para lo cual hemos hecho pleito homenaje de estar de vuestra parte, y pasar cualquier peligroso estrecho por vos, si darme la mano de esposa tenéis por bien, y el reino quitar también a un hijo tan inhumano. · · · · · · · · · · · · · · · En este papel confirman esto cuatro ricos hombres, cuyo poder, sangre y nombres conoceréis, pues lo firman, que son don Enrique, yo con don Álvaro, y también don Nuño: si os está bien, mi amor justa paga halló. REINA. (_Tomando el papel._) Guardaréle para indicio de vuestra lealtad y ley, y verá por él el Rey a quién tiene en su servicio... (_Métele en la manga, y luego saca otro y le rompe._) Aunque pegarme podría la deslealtad que hay en él, que si es malo, de un papel se ha de huír la compañía, rasgalle es mejor consejo; que para vuestros castigos, es bien aumentar testigos, y será quebrado espejo, que en la parte más pequeña, como en la mayor, la cara retrata que en él repara; mas si en pedazos enseña las vuestras, viéndoos en él, como son tantas, don Juan, retratallas no podrán las piezas dese papel. Tomad las cuentas, primero que me prendáis, de la renta real, y alcanzadme de cuenta, si podéis; pero no espero que en eso me deis cuidado, pues vos mismo sois testigo que en tres que hicisteis conmigo, siempre quedasteis cargado. Pero esperadme, que en breve las que pedís os daré, porque el Rey seguro esté, y sepa quién a quién debe. (_Vase._) DON JUAN. ¡Que callar me haga ansí el valor desta mujer! ESCENA XII _El_ REY, DON MELENDO, DON JUAN. REY. Difícil es de creer que conspire contra mí mi misma madre, Melendo; pero es mujer: ¿qué me espanta? DON MEL. La Reina, señor, es santa. REY. Ver por mis ojos pretendo la verdad que temo en duda. DON JUAN. ¡Rey y señor! ¿Vuestra Alteza Aquí? REY. La poca certeza que tengo, manda que acuda en persona a averiguar la verdad destos sucesos. DON JUAN. Ya están los hermanos presos que el reino os quieren quitar. Y la Reina, temerosa de veros con ella airado, conmigo se ha declarado, y promete ser mi esposa si en su favor contra vos estos reinos alboroto, y hago que sigan mi voto los grandes. REY. ¡Válgame Dios! ¿Mi madre? DON JUAN. No guarda ley la ambición que desvanece. Vuestra corona me ofrece; mas yo no estimo ser rey por medios tan desleales. De rodillas me ha pedido que, a su llanto enternecido, suelte a los Caravajales, y que me vaya a Aragón con ella; que desde allá con sus armas entrará a coronarme en León; y si resiste Castilla, irá después contra ella. Prendedla, señor, sin vella, porque si venís a oílla, yo sé que os ha de engañar; que, en fin, siendo madre vuestra, mozo vos, y ella tan diestra, más crédito habéis de dar que a mí a su fingido llanto. REY. Esa no es razón ni ley. ESCENA XIII LA REINA.--EL REY, DON JUAN, DON MELENDO. DON MEL. Aquí, señora, está el Rey. DON JUAN. (_Ap._) De mis traiciones me espanto. REINA. Huélgome que haya venido, hijo y señor, Vuestra Alteza a averiguar testimonios, que hace gigantes la ausencia. Su mucha cordura alabo, porque, en negocios de cuentas y de honras, suele un cero dañar mucho si se yerra; · · · · · · · · · · · · · · · Mandado habéis a don Juan que a tomar la razón venga de vuestro real patrimonio; viéndolo vos, soy contenta, que aunque deberos me imputan privados que os lisonjean treinta cuentos, serán cuentos de mentiras, no de hacienda. Pero yo admito sus cargos: sumad, don Juan, en presencia del Rey, gastos y recibos, por que sus alcances vea.-- Cuando de tres años solos quedó del Rey la inocencia y este reino a cargo mío, primeramente en la guerra que vos, Infante, le hicisteis, levantándole la tierra, llamándôs Rey de Castilla y enarbolando banderas, gasté, Infante, quince cuentos, hasta que en la fortaleza de León, preso por mí, peligró vuestra cabeza. Redújeos a mi servicio, y haciéndôs mercedes nuevas, murmuraron los leales, que veros pagar quisieran vuestra traición con la vida; y para enfrenar sus lenguas con el oro, que enmudece, les di tres, que no debiera. Item: en edificar en Valladolid las Huelgas, donde en continua oración a Dios sus monjas pidieran que de vos al Rey librase y las trazas deshiciera de vuestro pecho ambicioso en mi agravio y en su ofensa, veinte cuentos. Item más: cuando por estar su Alteza enfermo quisisteis darle veneno (ya se os acuerda) por medio del vil hebreo que entonces médico era del Rey, en una bebida, testigo de la fe vuestra; en hacimiento de gracias, misas, procesiones, fiestas, seis cuentos, que repartí en hospitales e iglesias. Aunque pudiera contar otras partidas inmensas, en que por servir al Rey vendí mis joyas y tierras, como todo el reino sabe, sólo os sumo, don Juan, éstas, que no las negaréis, pues tenéis tanta parte en ellas. Sólo no he de dejar una, porque el Rey que os honra, sepa cuán codiciosa usurpé en Castilla sus riquezas. A un mercader de Segovia, para pagar las fronteras de Aragón y Portugal, empeñé mis tocas mesmas, en prueba de vuestra fe, que no tuvisteis vergüenza de ver contra el real respeto sin tocas a vuestra Reina. Premié al mercader leal; quitéle mis nobles prendas, que los traidores agravian, y los leales respetan. · · · · · · · · · · · · · · · Ya me parece que basta esto en materia de cuentas; en materia de mi honor, para no seros molesta, aquí he escrito mis descargos. Vuestra Majestad los lea, (_Dale un papel._) y conozca por sus firmas en quién su privanza emplea. REY. ¡Válgame el cielo! Aquí dice que como mi madre ofrezca la mano a don Juan de esposa juntando Estados y fuerzas con don Enrique, don Nuño y otros, haciéndome guerra, me quitarán a Castilla para coronarla en ella. REINA. Para asegurar traidores, fingí romper esa letra y la guardé para vos, otra rasgando por ella. REY. Don Juan, ¿es vuestra esta firma? DON JUAN. Sí, gran señor. [Ilustración: Don Juan, ¿es vuestra esta firma?] REY. Pues en éstas a los demás desleales conozco. Si la prudencia que tanto celebra España, gran señora, en Vuestra Alteza, mi confusión no animara, por no estar en su presencia, de mí sin causa ofendida, sospecho que me muriera. [_Los caballeros desleales han huído a Aragón. Al infante_ DON JUAN _se le destierra de Castilla y León, y los Estados que le pertenecían son repartidos entre_ BENAVIDES _y los dos_ CARAVAJALES.] [Ilustración] [Ilustración] EL VERGONZOSO EN PALACIO JORNADA PRIMERA ESCENAS I A IV [RUY LORENZO, _secretario del_ DUQUE DE AVERO, _intenta asesinar al_ CONDE DE ESTREMOZ _para vengar ciertos agravios que de él había recibido; pero sus intenciones son descubiertas a tiempo. Huye precipitadamente_ RUY LORENZO _y el_ DUQUE _ordena que le busquen y le prendan_.] ESCENA V (_Campo del ducado de Avero._ MIRENO _y_ TARSO, _pastores_.) MIRENO. · · · · · · · · · · · · · · · Mucho ha que me tiene triste mi altiva imaginación, cuya soberbia ambición no sé en qué estriba o consiste. Considero algunos ratos, que los cielos, que pudieron hacerme noble, y me hicieron un pastor, fueron ingratos; y que, pues con tal bajeza me acobardo y avergüenzo, puedo poco, pues no venzo mi misma naturaleza. Tanto el pensamiento cava en esto, que ha habido vez que, afrentando la vejez de Lauro, mi padre, estaba por dudar si soy su hijo, o si me hurtó a algún señor, aunque de su mucho amor mi necio engaño colijo. Mil veces, estando a solas, le he preguntado, si acaso el mundo, que a cada paso honras anega en sus olas, le sublimó a su alto asiento y derribó del lugar que intenta otra vez cobrar mi atrevido pensamiento; · · · · · · · · · · · · · · · Siempre, Tarso, ha malogrado estas imaginaciones, y con largas digresiones mil sucesos me ha contado, que todos paran en ser, contra mis intentos vanos, progenitores villanos los que me dieron el ser. Esto, que había de humillarme, con tal violencia me altera, que desta vida grosera me ha forzado a desterrarme, y que a buscar me desmande lo que mi estrella destina, que a cosas grandes me inclina y algún bien me guarda grande; · · · · · · · · · · · · · · · si quieres participar de mis males o mis bienes, buena ocasión, Tarso, tienes; déjame de aconsejar, y determínate luego. TARSO. Para mí, bástame el verte, Mireno, de aquesa suerte: ni te aconsejo ni ruego; discreto eres; estodiado has con el cura; yo quiero seguirte, aunque considero de Lauro el grave cuidado. MIRENO. Tarso, si dichoso soy, yo espero en Dios el trocar en contento su pesar. TARSO. ¿Cuándo has de irte? MIRENO. Luego. TARSO. ¿Hoy? MIRENO. Al punto. TARSO. ¿Y con qué dinero? MIRENO. De dos bueyes que vendí, lo que basta llevo aquí. Vamos derechos a Avero. · · · · · · · · · · · · · · · ESCENAS VI A XII [MIRENO _y_ TARSO _han dejado de ser pastores y parten, muy gozosos, por el camino de Avero. En el bosque, al lado del camino, encuentran al fugitivo_ RUY LORENZO _y a su criado_ VASCO.] RUY. · · · · · · · · · · · · · · · · · · ¿Adónde bueno, amigos? MIRENO. ¡Oh, señores! a la villa a comprar algunas cosas que el hombre ha menester. ¿Está allá el Duque? RUY. Allá quedaba. [Ilustración: es que los dos troquéis esos vestidos por aquestos groseros;] MIRENO. Déle vida el cielo. Y vosotros, ¿dó bueno? Que esta senda se aparta del camino real y guía a unas caserías que se muestran al pie de aquella sierra. RUY. Tus palabras declaran tu bondad, pastor amigo. Por vengar la deshonra de una hermana intenté dar la muerte a un poderoso, y sabiendo mi honrado atrevimiento, el Duque manda que me siga y prenda su gente por aquestos despoblados; y ya desesperado de librarme, salgo al camino. Quíteme la vida, de tantos, por honrada, perseguida. MIRENO. Lástima me habéis hecho; y ¡vive el cielo! que si como la suerte avara me hizo un pastor pobre, más valor me diera, por mi cuenta tomara vuestro agravio. Lo que se puede hacer, de mi consejo, es que los dos troquéis esos vestidos por aquestos groseros; y encubiertos os libraréis mejor, hasta que el cielo a daros su favor, señor, comience; porque la industria los trabajos vence. RUY. ¡Oh noble pecho, que entre paños bastos descubres el valor mayor que he visto! Páguete el cielo, pues que yo no puedo, ese favor. MIRENO. La diligencia importa: entremos en lo espeso, y trocaremos el traje. RUY. Vamos. ¡Venturoso he sido! (_Vanse los dos._) TARSO. ¿Y habéis también de darme por mi sayo esas abigarradas, con más cosas que un menudo de vaca? VASCO. Aunque me pese. TARSO. Pues dos liciones me daréis primero, porque con ellas pueda hallar el tino, entradas y salidas desa Troya; · · · · · · · · · · · · · · · · · · RUY LORENZO, _de pastor_; MIRENO, _de galán_. RUY. De tal manera te asienta el cortesano vestido, que me hubiera persuadido a que eres hombre de cuenta, a no haber visto primero que ocultaba la belleza de los miembros la bajeza de aqueste traje grosero. · · · · · · · · · · · · · · · Alguna nobleza infiero que hay en ti, pues te prometo que te he cobrado el respeto que al mismo Duque de Avero. ¡Hágate el cielo como él! MIRENO. Y a ti con sosiego y paz te vuelva, sin el disfraz, a tu Estado; y fuera dél, con paciencia vencerás de la fortuna el ultraje. Si te ve en aquese traje mi padre, en él hallarás nuevo amparo; en él te fía, y dile que me destierra mi inclinación a la guerra; que espero en Dios que algún día buena vejez le he de dar. RUY. Adiós, gallardo mancebo; la espada sola me llevo para poder evitar, si me conocen, mi ofensa. · · · · · · · · · · · · · · · (_Vanse_ RUY LORENZO _y_ VASCO.) TARSO. · · · · · · · · · · · · · · · Mas pues eres ya otro hombre, por si acaso adonde fueres caballero hacerte quieres, ¿no es bien que mudes el nombre? Que el de Mireno no es bueno para nombre de señor. MIRENO. Dices bien: no soy pastor, ni he de llamarme Mireno. Don Dionís en Portugal es nombre ilustre y de fama; don Dionís desde hoy me llama. TARSO. No le has escogido mal. · · · · · · · · · · · · · · · Extremado es el ensayo; pero ya que así te ensalzas, dame un nombre que a estas calzas les venga bien, de lacayo, que ya el de Tarso me quito. MIRENO. Escógele tú. TARSO. Yo escojo, si no lo tienes a enojo... ¿No es bueno?... MIRENO. ¿Cuál? TARSO. Gómez Brito. ¿Qué te parece? MIRENO. Extremado. TARSO. ¡Gentiles cascos, por Dios! Sin ser obispos, los dos nos habemos confirmado. ESCENA XIII [_Varios pastores van por orden del_ DUQUE _en busca de_ RUY LORENZO. _Topan con_ MIRENO _y_ TARSO _y, tomándolos por el Secretario y su criado los atan y conducen al Palacio de Avero_.] ESCENA XIV _Salón del Palacio del Duque en Avero._ DOÑA JUANA, DON ANTONIO, _de camino_. DOÑA JUANA. ¡Primo don Antonio! DON ANT. Paso: no me nombréis; que no quiero hagáis de mí tanto caso, que me conozca en Avero el Duque. A Galicia paso, donde el rey don Juan me llama de Castilla, que me ama y hace merced, y deseo, a costa de algún rodeo, saber si miente la fama que ofrece el lugar primero de la hermosura de España a las hijas del de Avero, o si la fama se engaña y miente el vulgo ligero. DOÑA JUANA. Bien hay que estimar y ver; pero no habéis de querer que así tan de paso os goce. DON ANT. Si el de Avero me conoce y me obliga a detener, caer en falta recelo con el Rey. DOÑA JUANA. Pues si eso pasa, de mi gusto al vuestro apelo; mas si sabe que en su casa don Antonio de Barcelo, conde de Penela, ha estado, y que encubierto ha pasado, cuando le pudo servir en ella, lo ha de sentir con exceso; que en su Estado jamás llegó caballero que por inviolables leyes no le hospede. DON ANT. Así lo infiero; que es nieto, en fin, de los reyes de Portugal, el de Avero. · · · · · · · · · · · · · · · ESCENA XV _El_ DUQUE DE AVERO, _el_ CONDE DE ESTREMOZ, DOÑA SERAFINA, DOÑA MAGDALENA.--DICHOS. DUQUE. Digo, conde don Duarte, que todo se cumpla así. CONDE. Pues el Rey nuestro señor favorece la privanza del hijo del de Berganza, y a vuestra hija mayor os pide para su esposa, escriba vuestra excelencia que con su gusto y licencia doña Serafina hermosa lo será mía. DUQUE. Está bien. CONDE. Pienso que Su Majestad me mira con voluntad, y que lo tendrá por bien: yo y todo le escribiré. DUQUE. No lo sepa Serafina hasta ver si determina el Rey que la mano os dé; · · · · · · · · · · · · · · · DOÑA JUANA. (_Hablando aparte con_ DON ANTONIO.) Presto os habéis divertido. Decid, ¿qué os han parecido las hermanas, don Antonio? DON ANT. No sé el alma a cuál se inclina ni sé lo que hacer ordena: bella es doña Magdalena, pero doña Serafina es el sol de Portugal. Por la vista el alma bebe llamas de amor entre nieve por el vaso de cristal de su divina blancura: la fama ha quedado corta en su alabanza. DUQUE. Eso importa. DON ANT. Fénix es de la hermosura. DUQUE. Llegaos, Magdalena, aquí. CONDE. (_A_ DOÑA SERAFINA.) Pues me da el Duque lugar, mi serafín, quiero hablar, si hay atrevimiento en mí para que vuele tan alto que a serafines me iguale. DON ANT. Prima, a ver el alma sale por los ojos el asalto que amor le da poco a poco: ganaréme si me pierdo. DOÑA JUANA. Vos entrasteis, primo, cuerdo, y pienso que saldréis loco. DUQUE. (_A_ DOÑA MAGDALENA.) Hija, el Rey te honra y estima; cuán bien te está considera. DOÑA MAG. Mi voluntad es de cera; vuexcelencia en ella imprima el sello que más le cuadre, porque en mí sólo ha de haber callar con obedecer. DUQUE. ¡Mil veces dichoso padre que oye tal! CONDE. (_A_ DOÑA SERAFINA.) Las dichas mías, como han subido al extremo de su bien, que caigan temo. DOÑA SER. Conde, esas filosofías ni las entiendo, ni son de mi gusto. CONDE. Un serafín bien puede alcanzar el fin y el alma de una razón. · · · · · · · · · · · · · · · DON ANT. ¡Qué agudamente responde! Ya han esmaltado los cielos el oro de amor con celos: mucho me enfada este Conde. DOÑA JUANA. ¡Pobre de vuestra esperanza, si tal contrario la asalta! DUQUE. Un secretario me falta de quien hacer confianza; y aunque esta plaza pretenden muchos, por diversos modos de favores, entre todos, pocos este oficio entienden. Trabajo me ha de costar en tal tiempo estar sin él. DOÑA MAG. A ser el pasado fiel, era ingenio singular. ESCENA XVI [_Los pastores traen presos a_ MIRENO _y a_ TARSO. _Quieren hablar todos a la vez y en su rusticidad no aciertan a explicar por qué han prendido a aquellos dos hombres._] DUQUE. ¡Hay mayor simplicidad! Ni he entendido a lo que vienen, ni por qué delito tienen así estos hombres. Soltad los presos, y decid vos qué insulto habéis cometido, para que os hayan traído de aquesa suerte a los dos. MIRENO. (_De rodillas._) Si lo es el favorecer, gran señor, a un desdichado, perseguido y acosado de tus gentes y poder, y juzgas por temerario haber trocado el vestido por darle vida, yo he sido. DUQUE. ¿Tú libraste al secretario? Pero sí, que aquese traje era suyo. Di, traidor, ¿por qué le diste favor? MIRENO. Vuexcelencia no me ultraje, ni ese título me dé, que no estoy acostumbrado a verme así despreciado. DUQUE. ¿Quién eres? MIRENO. No soy, seré; que sólo por pretender ser más de lo que hay en mí, menosprecié lo que fuí por lo que tengo de ser. DUQUE. No te entiendo. DOÑA MAG. (_Ap._) ¡Extraña audacia de hombre! El poco temor que muestra, dice el valor que encubre. De su desgracia me pesa. DUQUE. Di, ¿conocías al traidor que ayuda diste? Mas pues por él te pusiste en tal riesgo, bien sabías quién era. MIRENO. Supe que quiso dar muerte a quien deshonró su hermana, y después te dió de su honrado intento aviso; y enviándole a prender, le libré de ti, espantado por ver que el que está agraviado persigas, debiendo ser favorecido de ti, por ayudar al que ha puesto en riesgo su honor. CONDE. (_Ap._) ¿Qué es esto? ¿Ya anda derramada así la injuria que hice a Leonela? DUQUE. ¿Sabéis vos quién la afrentó? MIRENO. Supiéralo, señor, yo; que a sabello... DUQUE. Fué cautela del traidor para engañarte: tú sabes adónde está, y así, forzoso será, si es que pretendes librarte, decillo. MIRENO. ¡Bueno sería, cuando adónde está supiera, que un hombre como yo hiciera por temor tal villanía! DUQUE. ¿Villanía es descubrir un traidor? Llevalde preso; que si no ha perdido el seso y menosprecia el vivir, él dirá dónde se esconde. DOÑA MAG. (_Ap._) Ya deseo de libralle, que no merece su talle tal agravio. DUQUE. Intento, Conde, vengaros. CONDE. Él lo dirá. TARSO. (_Ap._) ¡Muy gentil ganancia espero! DUQUE. Vamos, que responder quiero al Rey. TARSO. (_Ap. con_ MIR.) ¡Medrando se va con la mudanza de estado, y nombre de don Dionís! DUQUE. Viviréis, si lo decís. MIRENO. (_Ap._) La fortuna ha comenzado a ayudarme: ánimo ten, porque en ella es natural, cuando comienza por mal, venir a acabar en bien. · · · · · · · · · · · · · · · (_Vanse los pastores, el_ DUQUE _y el_ CONDE.) DOÑA MAG. Mucho, doña Serafina, me pesa ver llevar preso aquel hombre. DOÑA SER. Yo confieso, que a rogar por él me inclina su buen talle. DOÑA MAG. ¿Eso desea tu afición? ¿Ya es bueno el talle? Pues no tienes de libralle, aunque lo intentes. DOÑA SER. No sea. (_Vanse._) DOÑA JUANA. ¿Habéisos de ir esta tarde? DON ANT. ¡Ay, prima! ¿Cómo podré, si me perdí, si cegué? ¿Si amor, valiente, cobarde, todo el tesoro me gana del alma y la voluntad? Sólo por ver su beldad no he de irme hasta mañana. DOÑA JUANA. ¡Bueno estáis! ¿Que amáis, en fin? DON ANT. Sospecho, prima querida, que de mi contento y vida Serafina será fin. JORNADA SEGUNDA ESCENA I DOÑA MAG. ¿Qué novedades son éstas, altanero pensamiento? ¿Qué torres sin fundamento tenéis en el aire puestas? · · · · · · · · · · · · · · · Ayer guardaban los cielos el mar de vuestra esperanza, con la tranquila bonanza que agora inquietan desvelos. Al Conde de Vasconcelos o a mi padre di en su nombre el sí; mas porque me asombre, sin que mi honor lo resista, se entró al alma, a escala vista, por la misma vista un hombre. Vióle en ella, y fuera exceso, digno de culpar mi error, a no saber que el amor es niño, ciego y sin seso. ¿A un hombre extranjero y preso a mi pesar, corazón, habéis de dar posesión? ¿Amar al Conde no es justo? Mas ¡ay! que atropella el gusto las leyes de la razón. · · · · · · · · · · · · · · · ESCENA II DOÑA JUANA.--DOÑA MAGDALENA. DOÑA JUANA. Aquel mancebo dispuesto, que ha estado preso hasta agora, y tu intercesión, señora, ya en libertad le ha puesto, pretende hablarte. DOÑA MAG. (_Ap._) (¡Qué presto valerse el amor procura de la ocasión y ventura que ha de ponerse en efeto! Mas hace como discreto, que amor todo es coyuntura.) ¿Sabes qué quiere? DOÑA JUANA. Pretende del favor que ha recibido por ti, ser agradecido. DOÑA MAG. (_Ap._) Áspides en rosas vende. DOÑA JUANA. ¿Entrará? DOÑA MAG. (_Ap._) (Si preso prende, si maltratado maltrata, si atado las manos ata las de mi gusto resuelto, ¿qué ha de hacer presente y suelto quien ausente y preso mata?) Dile que vuelva a la tarde, que agora ocupada estoy. Mas oye; no vuelva. DOÑA JUANA. Voy. DOÑA MAG. Escucha: di que se aguarde. Mas váyase; que ya es tarde. DOÑA JUANA. ¿Hase de volver? DOÑA MAG. ¿No digo que sí? Ve. DOÑA JUANA. Tu gusto sigo. DOÑA MAG. Pero torna; no se queje. DOÑA JUANA. Pues ¿qué diré? DOÑA MAG. Que me deje, (_Ap._) (y que me lleve consigo.) Anda, di que entre... DOÑA JUANA. Voy, pues. (_Vase._) ESCENA IV MIRENO, DOÑA MAGDALENA. MIRENO. Aunque ha sido atrevimiento el venir a la presencia, señora, de vuexcelencia mi poco merecimiento, ser agradecido trato al recebido favor; porque el pecado mayor es el que hace a un hombre ingrato. Por haber favorecido de un desdichado la vida (que al noble es deuda debida) me vi preso y perseguido; pero en la misma moneda me pagó el cielo sin duda, pues libre con vuestra ayuda mi vida, señora, queda. ¿Libre dije? Mal he hablado; que el noble, cuando recibe, cautivo y esclavo vive, que es lo mismo que obligado. · · · · · · · · · · · · · · · (_Arrodíllase._) DOÑA MAG. Levantaos del suelo. MIRENO. Así estoy, gran señora, bien. DOÑA MAG. Haced lo que os digo. (_Ap._) (¿Quién me ciega el alma? ¡Ay de mí!) ¿Sois portugués? MIRENO. Imagino que sí. DOÑA MAG. ¿Que lo imagináis? Desa suerte, incierto estáis de quién sois. MIRENO. Mi padre vino al lugar en donde habita, y es de alguna hacienda dueño, trayéndome muy pequeño; mas su trato lo acredita. Yo creo que en Portugal nacimos. DOÑA MAG. ¿Sois noble? MIRENO. Creo que sí, según lo que veo en mi honrado natural, que muestra más que hay en mí. DOÑA MAG. ¿Y darán las obras vuestras, si fuere menester, muestras que sois noble? MIRENO. Creo que sí: nunca de hacellas dejé. DOÑA MAG. Creo decís a cualquier punto; ¿crêis acaso que os pregunto artículos de la fe? MIRENO. Por la que debe guardar a la merced recebida de vuexcelencia mi vida, bien los puede preguntar, que mi fe su gusto es. DOÑA MAG. ¡Qué agradecido venís!-- ¿Cómo os llamáis? MIRENO. Don Dionís. DOÑA MAG. Ya os tengo por portugués y por hombre principal; que en este reino no hay hombre humilde de vuestro nombre, porque es apellido real, y sólo el imaginaros por noble y honrado, ha sido causa que haya intercedido con mi padre a libertaros. MIRENO. Deudor os soy de la vida. DOÑA MAG. Pues bien; ya que libre estáis, ¿qué es lo que determináis hacer de vuestra partida? ¿Dónde pensáis ir? MIRENO. Intento ir, señora, donde pueda alcanzar fama que exceda a mi altivo pensamiento: sólo aquesto me destierra de mi patria. DOÑA MAG. ¿En qué lugar pensáis que podéis hallar esa ventura? MIRENO. En la guerra; que el esfuerzo hace capaz para el valor que procuro. DOÑA MAG. ¿Y no será más seguro, que le adquiráis en la paz? MIRENO. ¿De qué modo? DOÑA MAG. Bien podéis granjealle, si dais traza que mi padre os dé la plaza de secretario, que veis que está vaca agora, a falta de quien la pueda suplir. MIRENO. No nació para servir mi inclinación, que es más alta. DOÑA MAG. Pues cuando volar presuma, las plumas le han de ayudar. MIRENO. ¿Cómo he de poder volar con solamente una pluma? DOÑA MAG. Con las alas del favor; que el vuelo de una privanza, mil imposibles alcanza. MIRENO. Del privar nace el temor, como muestra la experiencia, y tener temor no es justo. DOÑA MAG. Don Dionís, este es mi gusto. MIRENO. ¿Gusto es de vuestra excelencia que sirva al Duque? Pues alto. Cúmplase, señora, ansí; que ya de un vuelo subí al primer móvil más alto. Pues si en esto gusto os doy, ya no hay subir más arriba: como el Duque me reciba, secretario suyo soy. Vos, señora, lo ordenad. DOÑA MAG. Deseo vuestro provecho, y ansí lo que veis he hecho; que ya que os di libertad, pesárame que en la guerra la malograrais; yo haré como esta plaza se os dé, porque estéis en nuestra tierra. MIRENO. Mil años el cielo guarde tal grandeza. DOÑA MAG. (_Ap._) Honor, huír; que revienta por salir por la boca amor cobarde. (_Vase._) ESCENA V MIRENO. Pensamiento, ¿en qué entendéis? Vos que a las nubes subís, decidme: ¿qué colegís de lo que aquí visto habéis? declaraos, que bien podéis: decidme, tanto favor ¿nace de sólo el valor que a quien os honra ennoblece? ¿O erraré si me parece que ha entrado a la parte amor? ¡Jesús! ¡Qué gran disparate! Temerario atrevimiento es el vuestro, pensamiento; ni se imagine ni trate: mi humildad el vuelo abate con que sube el deseo vario; mas, ¿por qué soy temerario si imaginar me prometo que me ama en lo secreto quien me hace su secretario? ¿No estoy puesto en libertad por ella? Y ya sin enojos, por el balcón de sus ojos ¿no he visto su voluntad? Amor me tiene.--Callad, lengua loca; que es error imaginar que el favor que de su nobleza nace, y generosa me hace, está fundado en amor. · · · · · · · · · · · · · · · ESCENAS VI A IX [DON ANTONIO, _enamorado de_ DOÑA SERAFINA, _quiere quedarse en el palacio del_ DUQUE, _aunque guardando el incógnito. Para ello solicita y obtiene la plaza de secretario, vacante por la huída de_ RUY LORENZO.] ESCENA X _Jardín del palacio._ EL DUQUE, DOÑA MAGDALENA. DUQUE. Si darme contento es justo, no estés, hija, desa suerte; que no consiste mi muerte mas de en verte a ti sin gusto. Esposo te dan los cielos para poderte alegrar, sin merecer tu pesar el Conde de Vasconcelos. A su padre el de Berganza, pues que te escribió, responde; escribe también al Conde, y no vea yo mudanza en tu rostro ni pesar, si de mi vejez los días con esas melancolías no pretendes acortar. DOÑA MAG. Yo, señor, procuraré no tenerlas, por no darte pena, si es que un triste es parte en sí de que otro lo esté. DUQUE. Si te diviertes, bien puedes. DOÑA MAG. Yo procuraré servirte; y agora quiero pedirte, entre las muchas mercedes que me has hecho, una pequeña. DUQUE. Con condición que se olvide aquesa tristeza, pide. DOÑA MAG. (_Ap._) (Honra, el amor os despeña.) El preso que te pedí librases, y ya lo ha sido, de todo punto ha querido favorecerse de mí: con sólo esto, gran señor, parece que me ha obligado: y así, a mi cargo he tomado, su remedio y tu favor. Es hombre de buena traza y tiene extremada pluma. DUQUE. Dime lo que quiere, en suma. DOÑA MAG. Quisiera entrar en la plaza de secretario. DUQUE. Bien poco ha que dársela pudiera; aún no ha un cuarto de hora entera que está ocupada. DOÑA MAG. (_Ap._) (Amor loco. ¡Muy bien despachado estáis! Vos perderéis por cobarde, pues acudistes tan tarde, que con alas no voláis.) DUQUE. Por orden del camarero a un mancebo he recibido, que de Lisboa ha venido con aquese intento a Avero; y según lo que en él vi, muestra ingenio y suficiencia. DOÑA MAG. Si gusta vuestra excelencia, ya que mi palabra di, y él está con esperanza que le he de favorecer, pues me manda responder al Conde y al de Berganza, sabiendo escribir tan mal, quisiera que se quedara en palacio, y me enseñara; porque en mujer principal falta es grande no saber escribir cuando recibe alguna carta, o si escribe, que no se pueda leer. Dándome algunas liciones, más clara la letra haré. DUQUE. Alto, pues; lición te dé, con que enmiendes tus borrones; que en fin, con ese ejercicio la pena divertirás, pues la tienes porque estás ociosa; que el ocio es vicio. Entre por tu secretario. DOÑA MAG. Las manos quiero besarte. ESCENA XI CONDE.--DICHOS. CONDE. Señor... DUQUE. Conde don Duarte... CONDE. Con contento extraordinario vengo. DUQUE. ¿Cómo? CONDE. El Rey recibe con gusto mi pretensión, y sobre aquesta razón, a vuestra excelencia escribe. Dice que se servirá Su Majestad de que elija, para honrar mi casa, hija de vuexcelencia, y tendrá cuidado de aquí adelante de hacerme merced. DUQUE. Yo estoy contento deso, y os doy nombre de hijo, aunque importante será que disimuléis, mientras doña Serafina al nuevo estado se inclina; porque ya, Conde, sabéis cuán pesadamente lleva esto de casarse agora. CONDE. Hará el alma, que la adora, de su sufrimiento prueba. DUQUE. Yo haré las partes por vos con ella; perded recelos: el Conde de Vasconcelos vendrá presto, y de las dos las bodas celebraré luego. CONDE. El esperar da pena. DUQUE. No estéis triste, Magdalena. DOÑA MAG. Yo, señor, me alegraré por dar gusto a vuexcelencia. DUQUE. Vamos a ver lo que escribe el Rey. CONDE. Quien espera y vive, bien ha menester paciencia. (_Vanse el_ DUQUE _y el_ CONDE.) ESCENAS XII A XV [DOÑA SERAFINA _ensaya en el jardín su papel para una representación dramática que ha de celebrarse en el palacio de Avero._ DON ANTONIO, _por mediación de_ DOÑA JUANA, _está oculto en el jardín con un pintor encargado de hacer en secreto un retrato de_ DOÑA SERAFINA, _la cual, vestida de hombre e ignorante de que la están retratando, declama con gran entusiasmo los versos de la comedia que ha de representar_.] ESCENA XVI _Habitación de doña Magdalena._ DOÑA MAGDALENA, MIRENO. DOÑA MAG. Mi maestro habéis de ser desde hoy. MIRENO. ¿Qué ha visto en mí, vuestra excelencia, que así me procura engrandecer? Dará lición al maestro el discípulo desde hoy. DOÑA MAG. (_Ap._) ¡Qué claras señales doy del ciego amor que le muestro! MIRENO. (_Ap._) ¿Qué hay que dudar, esperanza? Esto, ¿no es tenerme amor? Dígalo tanto favor, muéstrelo tanta privanza. Vergüenza, ¿por qué impedís la ocasión que el cielo os da? Daos por entendido ya. DOÑA MAG. Como tengo, don Dionís, tanto amor... MIRENO. (_Ap._) Ya se declara, ¡ya dice que me ama, cielos! DOÑA MAG. Al Conde de Vasconcelos, antes que venga, gustara, no sólo hacer buena letra, pero saberle escribir, y por palabras decir lo que el corazón penetra; que el poco uso que en amar tengo, pide que me adiestre esta experiencia, y me muestre cómo podré declarar lo que tanto al alma importa y el amor mismo me encarga, que soy en quererle larga y en significarlo corta. En todo os tengo por diestro; y así me habéis de enseñar a escribir, y a declarar al Conde mi amor, maestro. MIRENO. (_Ap._) ¿Luego no fué en mi favor, pensamiento lisonjero, sino porque sea tercero del Conde? ¿Veis, loco amor, cuán sin fundamento y fruto torres habéis levantado de quimeras, que ya han dado en el suelo? Como el bruto en esta ocasión he sido, en que la estatua iba puesta, haciéndole el pueblo fiesta, que loco y desvanecido creyó que la reverencia, no a la imagen que traía, sino a él sólo se hacía; y con brutal impaciencia arrojalla de sí quiso, hasta que se apaciguó con el castigo, y cayó confuso en su necio aviso. ¿Así el favor corresponde, con que me he desvanecido? Basta; que yo el bruto he sido y la estatua es sólo el Conde. Bien puedo desentonarme, que no es la fiesta por mí. DOÑA MAG. (_Ap._) (Quise deslumbrarle así, que fué mucho declararme.) Mañana comenzaréis, maestro, a darme lición. MIRENO. Servirte es mi inclinación. DOÑA MAG. Triste estáis. MIRENO. ¿Yo? DOÑA MAG. ¿Qué tenéis? MIRENO. Ninguna cosa. DOÑA MAG. (_Ap._) (Un favor me manda amor que le dé.) ¡Válgame Dios! Tropecé... (_Ap._) (Que siempre tropieza amor.) (_Tropieza y da la mano a_ MIRENO.) El chapín se me torció. MIRENO. (_Ap._) (¡Cielos! ¿Hay ventura igual?) ¿Hízose acaso algún mal vuexcelencia? DOÑA MAG. Creo que no. MIRENO. (_Ap._) (¡Que la mano la tomé!) DOÑA MAG. Sabed que al que es cortesano le dan, al darle la mano, para muchas cosas pie. (_Vase._) MIRENO. “¡Le dan, al darle la mano, para muchas cosas pie!” De aquí, ¿qué colegiré? Decid, pensamiento vano: en aquesto, ¿pierdo o gano? ¿Qué confusión, qué recelos son aquéstos? Decid, cielos, ¿esto no es amor? Mas no, que llevo la estatua yo del Conde de Vasconcelos. Pues ¿qué enigma es darme pie la que su mano me ha dado? Si sólo el Conde es amado, ¿qué es lo que espero? ¿Qué sé? Pie o mano, decid: ¿por qué dais materia a mis desvelos? Confusión, amor, recelos, ¿soy amado? Pero no, que llevo la estatua yo del Conde de Vasconcelos. El pie que me dió, será pie para darla lición, en que escriba la pasión que el Conde y su amor la da. Vergüenza, sufrí y callá; bajad ya, atrevidos vuelos, vuestra ambición, si a los cielos mi desatino os subió, que llevo la estatua yo del Conde de Vasconcelos. JORNADA TERCERA ESCENAS I A VI [RUY LORENZO _se refugia en la casa de_ LAURO, _padre de_ MIRENO, _y le refiere que si intentó la muerte del_ CONDE DE ESTREMOZ _fué para vengar a una hermana suya a la cual había dado el_ CONDE _palabra de casamiento._ LAURO _se lamenta de la fuga de su hijo_ MIRENO, _y en su dolor dice que él no es pastor ni se llama_ LAURO, _sino que es el_ DUQUE DE COÍMBRA.] LAURO. · · · · · · · · · · · · · · · Murió el Rey de Portugal, mi hermano, en la primavera de su juventud lozana; mas la muerte, ¿qué no seca? De seis años dejó un hijo, que agora, ya hombre, intenta acabar mi vida y honra; y dejando la tutela y el gobierno destos reinos solos a mí y a la Reina. Murió el Rey, sobre el gobierno hubo algunas diferencias entre mí y la Reina viuda; porque jamás la soberbia supo admitir compañía en el reinar, y las lenguas de envidiosos lisonjeros siempre disensiones siembran. · · · · · · · · · · · · · · · Pero cesó el alboroto porque, aunque era moza y bella la Reina, un mal repentino dió con su ambición en tierra. Murió, en fin; gocé el gobierno portugués sin competencia, hasta que fué Alfonso quinto de bastante edad y fuerzas. Caséle con una hija que me dió el cielo, Isabela por nombre, aunque desdichada, pues ni la estima ni precia. Juntáronsele al Rey mozo mil lisonjeros, que cierran a la verdad en Palacio, como es costumbre, las puertas. Entre ellos un mi enemigo, de humilde naturaleza, Vasco Fernández por nombre, gozó la privanza excelsa: y queriendo derribarme para asegurarse en ella, a mi propio hermano induce, y para engañarle, ordena hacerle entender que quiero levantarme con sus tierras, y combatirle a Berganza, siendo Duque por mí della. · · · · · · · · · · · · · · · Creyólo, desposeyóme de mi Estado y las riquezas que en el gobierno adquirí: llevóme a una fortaleza, donde sin bastar los ruegos, ni lágrimas de Isabela, mi hija y su esposa, manda que me corten la cabeza. Supe una noche propicia el rigor de la sentencia; · · · · · · · · · · · · · · · me descolgué de los muros, y en aquella noche mesma di aviso que me siguiese a mi esposa, la Duquesa. Supo el Rey mi fuga, y manda que al són de roncas trompetas me publiquen por traidor, dando licencia a cualquiera para quitarme la vida, poniendo mortales penas a quien, sabiendo de mí, no me lleve a su presencia. · · · · · · · · · · · · · · · Murió mi esposa querida, y un hijo hermoso me deja, que en este traje criado, comprando ganado y tierras, y hecho de duque pastor, ha ya veinte primaveras que han dado flores a mayo, hierba al prado y a mí penas. · · · · · · · · · · · · · · · ESCENA VII (_Habitación de doña Magdalena._) DOÑA JUANA, DOÑA MAGDALENA. DOÑA JUANA. Don Dionís, señora, viene a darte lición. (_Vase._) DOÑA MAG. A dar lición vendrá de callar, pues aun palabras no tiene. De suerte me trata amor, que mi pena no consiente más silencio; abiertamente le declararé mi amor, contra el común orden y uso, mas tiene de ser de modo que, diciéndoselo todo, le he de dejar más confuso. (_Siéntase en una silla y finge que duerme._) ESCENA VIII MIRENO, DOÑA MAGDALENA. MIRENO. ¿Qué me manda vuexcelencia? ¿Es hora de dar lición? (_Ap._) (Ya comienza el corazón a temblar en su presencia. Pues que calla, no me ha visto; sentada sobre la silla, con la mano en la mejilla está.) DOÑA MAG. (_Ap._) En vano me resisto. Yo quiero dar a entenderme, como que dormida estoy. [Ilustración: Yo quiero dar a entenderme como que dormida estoy.] MIRENO. Don Dionís, señora, soy.-- No me responde. ¿Si duerme? Durmiendo está. Atrevimiento, agora es tiempo; llegad a contemplar la beldad que ofusca mi entendimiento. Cerrados tiene los ojos, llegar puedo sin temor; que si son flechas de amor, no me podrán dar enojos. ¿Hizo el autor soberano de nuestra naturaleza más acabada belleza? Besarla quiero una mano. ¿Llegaré? Sí; pero no, que es la reliquia divina, y mi humilde boca indina de tocarla. Pero yo soy hombre ¡y tiemblo! ¿Qué es esto? Ánimo. ¿No duerme? Sí. (_Llega, y se retira._) Voy. ¿Si despierta? ¡Ay de mí! Que el peligro es manifiesto, · · · · · · · · · · · · · · · El temor al amor venza: afuera quiero esperar. DOÑA MAG. (_Ap._) ¡Que no se atrevió a llegar! ¡Mal haya tanta vergüenza! MIRENO. No parezco bien aquí solo, pues durmiendo está. Yo me voy. (_Ap._) DOÑA MAG. (¿Que al fin se va?) (_Fingiendo que habla dormida._) Don Dionís... MIRENO. ¿Llamóme? Sí. ¡Qué presto que despertó! Miren ¡qué bueno quedara si mi intento ejecutara! ¿Está despierta? Mas no, que en sueños pienso que acierta mi esperanza entretenida, y quien me llama dormida no me quiere mal despierta. ¿Si acaso soñando está en mí? ¡Ay, cielos! ¿Quién supiera lo que dice? DOÑA MAG. No os vais fuera; llegaos, don Dionís, acá. MIRENO. Llegar me manda en su sueño. ¡Qué venturosa ocasión! Obedecella es razón, pues, aunque duerme, es mi dueño. Amor, acabad de hablar; no seáis corto. DOÑA MAG. Don Dionís, ya que a enseñarme venís a un tiempo a escribir y amar al Conde de Vasconcelos... MIRENO. ¡Ay, celos! ¿Qué es lo que veis? DOÑA MAG. Quisiera ver si sabéis qué es amor y qué son celos: porque será cosa grave que ignorante por vos quede, pues que ninguno otro puede enseñar lo que no sabe. Decidme, ¿tenéis amor? ¿De qué os ponéis colorado? ¿Qué vergüenza os ha turbado? Responded, dejá el temor; que el amor es un tributo y una deuda natural en cuantos viven, igual desde el ángel hasta el bruto. Si esto es verdad, ¿para qué os avergonzáis así? ¿Queréis bien? --Señora, sí.-- ¡Gracias a Dios que os saqué una palabra siquiera! · · · · · · · · · · · · · · · ¿Y habéis dicho a vuestra dama vuestro amor? --No me he atrevido. --¿Luego nunca lo ha sabido? --Como el amor todo es llama bien lo habrá echado de ver por los ojos lisonjeros, que son mudos pregoneros. --La lengua tiene de hacer ese oficio; que no entiende distintamente quien ama esa lengua que se llama algarabía de allende. ¿No os ha dado ella ocasión para declararos? --Tanta, que mi cortedad me espanta. --Hablad, que esa suspensión hace a vuestro amor agravio. --Temo perder por hablar lo que gozo por callar. --Eso es necedad; que un sabio al que calla y tiene amor compara a un lienzo pintado de Flandes, que está arrollado. Poco medrará el pintor si los lienzos no descoge que al vulgo quiere vender para que los pueda ver. El palacio nunca acoge la vergüenza: esa pintura desdoblad, pues que se vende, que el mal que nunca se entiende difícilmente se cura. --Sí; mas la desigualdad que hay, señora, entre los dos, me acobarda. --Amor, ¿no es dios? --Sí, señora. --Pues hablad; que sus absolutas leyes saben abatir monarcas, e igualar con las abarcas las coronas de los reyes. Yo os quiero ser medianera: decidme a mí a quién amáis. --No me atrevo. --¿Qué dudáis? ¿Soy mala para tercera? --No; pero temo, ¡ay de mí! --¿Y si yo su nombre os doy? ¿Diréis si es ella, si soy yo acaso? --Señora, sí. --¡Acabara yo de hablar! ¿Mas que sé que os causa celos el Conde de Vasconcelos? --Háceme desesperar; que es, señora, vuestro igual y heredero de Berganza. --La igualdad y semejanza no está en que sea principal, o humilde y pobre el amante, sino en la conformidad del alma y la voluntad. Declaraos de aquí adelante, don Dionís; a esto os exhorto; que en juegos de amor no es cargo tan grande un cinco de largo como es un cinco de corto. Días ha que os preferí al Conde de Vasconcelos. MIRENO. ¡Qué escucho, piadosos cielos! (_Da un grito_ MIRENO, _y hace que despierta_ DOÑA MAGDALENA.) DOÑA MAG. ¡Ay, Jesús! ¿Quién está aquí? ¿Quién os trajo a mi presencia, don Dionís? MIRENO. Señora mía... DOÑA MAG. ¿Qué hacéis aquí? MIRENO. Yo venía a dar a vuestra excelencia lición; halléla durmiendo, y mientras que despertaba, aquí, señora, aguardaba. DOÑA MAG. Dormíme, en fin, y no entiendo de qué pudo sucederme; que es gran novedad en mí quedarme dormida ansí. (_Levántase._) MIRENO. Si sueña, siempre que duerme vuestra excelencia, del modo que agora, ¡dichoso yo! DOÑA MAG. (_Ap._) ¡Gracias al cielo que habló este mudo! MIRENO. (_Ap._) Tiemblo todo. DOÑA MAG. ¿Sabéis vos lo que he soñado? MIRENO. Poco es menester saber para eso. DOÑA MAG. Debéis de ser otro José. MIRENO. Su traslado en la cortedad he sido, pero no en adivinar. DOÑA MAG. Acabad de declarar cómo el sueño habéis sabido. MIRENO. Durmiendo vuestra excelencia, por palabras le ha explicado. DOÑA MAG. ¡Válame Dios! MIRENO. Y he sacado en mi favor la sentencia, que falta ser confirmada, para hacer mi dicha cierta, por vuexcelencia despierta. DOÑA MAG. Yo no me acuerdo de nada. Decídmelo; podrá ser que me acuerde de algo agora. MIRENO. No me atrevo, gran señora. DOÑA MAG. Muy malo debe de ser, pues no me lo osáis decir. MIRENO. No tiene cosa peor que haber sido en mi favor. DOÑA MAG. Mucho lo deseo oír: acabad ya, por mi vida. MIRENO. Es tan grande el juramento, que anima mi atrevimiento. Vuestra excelencia dormida... --Tengo vergüenza.-- DOÑA MAG. Acabad; que estáis, don Dionís, pesado. MIRENO. Abiertamente ha mostrado que me tiene voluntad. DOÑA MAG. ¿Yo? ¿Cómo? MIRENO. Alumbró mis celos, y en sueños me ha prometido... DOÑA MAG. ¿Sí? MIRENO. Que he de ser preferido al Conde de Vasconcelos. Mire si en esta ocasión son los favores pequeños. DOÑA MAG. Don Dionís, no creáis en sueños, que los sueños, sueños son. (_Vase._) ESCENA IX MIRENO. ¿Ahora sales con eso? Cuando sube mi esperanza, ¡carga el desdén la balanza y se deja en fiel el peso! · · · · · · · · · · · · · · · Calle el alma su pasión y sirva a mejores dueños, sin dar crédito a más sueños, que los sueños, sueños son. ESCENAS X A XVI [DON ANTONIO _declara su amor a_ DOÑA SERAFINA. _Esta le rechaza y le afea su conducta por haberse fingido secretario del_ DUQUE. DON ANTONIO, _al verse así despreciado, arroja a los pies de_ DOÑA SERAFINA _el retrato que hizo pintar en el jardín, y se marcha indignado_. DOÑA SERAFINA _examina el retrato y nota que aquel hombre tiene con ella un extraordinario parecido. Deseando saber quién es el retratado, llama nuevamente al_ CONDE DON ANTONIO _para que se lo confiese; y el_ CONDE _inventa un nuevo ardid para conseguir el amor de_ SERAFINA. _Dice que él no está directamente interesado en aquel amor y que se introdujo fraudulentamente en Palacio para servir de mediador entre_ DOÑA SERAFINA _y_ DON DIONÍS DE COÍMBRA, _el cual se enamoró de ella un día que estuvo en Avero disfrazado de pastor.--Aquel retrato es de_ DON DIONÍS. DOÑA SERAFINA _cree el embuste y accede a tener aquella noche una entrevista con el_ DON DIONÍS _del retrato_.] ESCENA XVII _Habitación de doña Magdalena._ EL DUQUE, DOÑA MAGDALENA; _después_ MIRENO. DUQUE. Quiero veros dar lición; que la carta que ayer vi para el Conde, en que leí del sobrescrito el renglón, me contentó. Ya escribís muy claro. DOÑA MAG. Y aún no lo entiende con ser tan claro, y se ofende mi maestro don Dionís. (_Sale_ MIRENO.) MIRENO. ¿Llámame vuestra excelencia? DOÑA MAG. Sí; que el Duque, mi señor, quiere ver si algo mejor escribo. Vos experiencia tenéis de cuán escribana soy; ¿no es verdad? MIRENO. Sí, señora. DOÑA MAG. Escribí, no ha un cuarto de hora, medio dormida, una plana tan clara, que la entendiera aun quien no sabe leer. ¿No me doy bien a entender, don Dionís? MIRENO. Muy bien. DOÑA MAG. Pudiera serviros, según fué buena, de materia para hablar en su loor. MIRENO. Con callar la alabo: sólo condena mi gusto el postrer renglón, por más que la pluma excuso, porque estaba muy confuso. DOÑA MAG. Diréislo por el borrón que eché a la postre. MIRENO. ¿Pues no? DOÑA MAG. Pues adrede le eché allí. MIRENO. Sólo el borrón corregí, porque lo demás borró. DOÑA MAG. Bien lo pudisteis quitar, que un borrón no es mucha mengua. MIRENO. ¿Cómo? DOÑA MAG. (_Aparte a_ MIRENO.) El borrón con la lengua se quita, y no con callar.-- Ahora bien, cortá una pluma. MIRENO. Ya, gran señora, la corto. DOÑA MAG. (_Enojada._) Acabad, que sois muy corto. Vuestra excelencia presuma que de vergüenza no sabe hacer cosa de provecho. DUQUE. Con todo, estoy satisfecho de su letra. DOÑA MAG. Es cosa grave el dalle avisos por puntos, sin que aproveche. Acabad. DUQUE. Magdalena, reportad. MIRENO. ¿Han de ser cortos los puntos? DOÑA MAG. ¡Qué amigo sois de lo corto! Largos los pido; cortaldos de aqueste modo, o dejaldos. MIRENO. Ya, gran señora, los corto. DUQUE. ¡Qué mal acondicionada sois! DOÑA MAG. Un hombre vergonzoso y corto, es siempre enfadoso. MIRENO. Ya está la pluma cortada. DOÑA MAG. Mostrad. ¡Y qué mala! ¡Ay Dios! (_Pruébala y arrójala._) DUQUE. ¿Por qué la echáis en el suelo? DOÑA MAG. ¡Siempre me la dais con pelo! Líbreme el cielo de vos. Quitalde con el cuchillo. No sé de vos qué presuma; siempre con pelo la pluma (_Ap._) y la lengua con frenillo. MIRENO. (_Ap._) Propicios me son los cielos; todo esto es en mi favor. ESCENA XVIII EL CONDE.--DICHOS. CONDE. Dadme albricias, gran señor; el Conde de Vasconcelos está sólo una jornada de vuestra villa. DOÑA MAG. (_Ap._) ¡Ay de mí! CONDE. Mañana llegará aquí, porque trae tan limitada, dicen, del Rey la licencia, que no hará más de casarse mañana, y luego tornarse. Apreste vuestra excelencia lo necesario, que yo voy a recebirle luego. DUQUE. ¿No me escribe? CONDE. Aqueste pliego. DUQUE. Hija, la ocasión llegó que deseo. DOÑA MAG. (_Ap._) Saldrá vana. MIRENO. (_Ap._) ¡Ay, cielo! DOÑA MAG. (_Ap._) Mi bien suspira. DUQUE. Vamos, deja aqueso y mira que te has de casar mañana. (_Vanse el_ DUQUE _y el_ CONDE.) DOÑA MAG. (_Escribe._) Don Dionís, en acabando de escribir aquí, leed este billete, y haced luego lo que en él os mando. MIRENO. Si ya la ocasión perdí, ¿qué he de hacer? ¡Ay, suerte dura! DOÑA MAG. Amor todo es coyuntura. (_Vase._) ESCENA XIX MIRENO. Fuése. El papel dice ansí: (_Lee._) _No da el tiempo más espacio:_ _esta noche en el jardín_ _tendrán los temores fin_ _del Vergonzoso en Palacio._ ¡Cielos! ¿Qué escucho? ¿Qué veo? ¿Esta noche? ¡Hay más ventura! ¿Si lo sueño? ¿Si es locura? No es posible, no lo creo. _Esta noche en el jardín..._ ¡Vive Dios, que está aquí escrito mi bien! A buscar a Brito voy. ¿Hay más dichoso fin? Presto en tu florido espacio dará envidia entre mis celos al Conde de Vasconcelos _el Vergonzoso en Palacio_. (_Vase._) ESCENA XX [LAURO _sabe que su hijo está en Avero y decide ir a verle_.] ESCENA XXII _Palacio del_ DUQUE, _con jardín. Es de noche._ DOÑA JUANA _y_ DOÑA SERAFINA, _a una ventana_. DOÑA SER. ¡Ay, querida doña Juana! Nota de mi fama doy; mas si no me declaro hoy, me casa el Duque mañana. DOÑA JUANA. Don Dionís, señora, es tal, que no llega don Duarte con la más mínima parte a su valor. Portugal por su padre llora hoy día; para en uno sois los dos; gozaos mil años. DOÑA SER. ¡Ay, Dios! DOÑA JUANA. No temas, señora mía, que mi primo fué por él; presto le traerá consigo. DOÑA SER. Él tiene un notable amigo. DOÑA JUANA. Pocos se hallarán como él. ESCENA XXIII DON ANTONIO _y después_ TARSO, _como de noche_.--DICHAS. DON ANT. Hoy, amor, vuestras quimeras de noche me han convertido en un don Dionís fingido y un don Antonio de veras. Por uno y otro he de hablar. Gente siento a la ventana. DOÑA JUANA. Ruido suena; no fué vana mi esperanza. TARSO. Este lugar mi dichoso don Dionís me manda que mire y ronde por si hay gente. DOÑA JUANA. Ce: ¿es el Conde? DON ANT. Sí, mi señora. DOÑA JUANA. ¿Venís con don Dionís? TARSO. (_Ap._) ¿Cómo es esto? ¿Don Dionís? La burla es buena. ¿Mas si es doña Magdalena? Reconocer este puesto me manda, porque le avise si anda gente, y me parece que otro en su lugar se ofrece; y que le ronde, ande y pise, vaya; mas que es don Dionís, eso no. DON ANT. Conmigo viene un don Dionís, que os previene el alma, que ya adquirís, para ofrecerse a esas plantas. Hablad, don Dionís; ¿qué hacéis? (_Finge la voz._) ¿Que estoy suspenso no veis, contemplando glorias tantas? Pagar lo mucho que os debo con palabras será mengua, y ansí refreno la lengua, porque en ella no me atrevo. Mas, señora, amor es dios, y por mí podrá pagar. DOÑA JUANA. (_Ap._) ¡Bien sabe disimular el habla! DOÑA SER. ¿No tenéis vos crédito para pagarme esta deuda? DON ANT. No lo sé; mas buen fiador os daré: el Conde puede fiarme.-- Yo os fío. TARSO. (_Ap._) ¡Válgate el diablo! sólo un hombre es, vive Dios, y parece que son dos. DON ANT. Con mucho peligro os hablo aquí; haced mi dicha cierta, y tengan mis penas fin. DOÑA SER. Pues ¿qué queréis? DON ANT. Del jardín tengo ya franca la puerta. DOÑA JUANA. Mira que suele rondarte don Duarte, señora mía, y que si aguardas al día, has de ser de don Duarte; cualquier dilación es mala. DOÑA SER. ¡Ay, Dios! DOÑA JUANA. ¡Qué tímida eres! ¿Entrará? DOÑA SER. Haz lo que quisieres. DON ANT. Don Dionís, amor te iguala a la ventura mayor que pudo dar: corresponde a tu dicha. --Amigo Conde, por vuestra industria y favor he adquirido tanto bien: dadme esos brazos; yo soy tu amigo, Conde, desde hoy.-- Yo vuestro esclavo. --Está bien: dará el tiempo testimonio desta deuda. --Aquí te aguardo, que así mis amigos guardo: entrad. --Adiós, don Antonio. (_Éntrase._) DOÑA SER. ¿Entró? DOÑA JUANA. Sí. DOÑA SER. ¡Que deste modo fuerce amor a una mujer! Mas por sólo no lo ser del de Estremoz, poco es todo. (_Vanse de la ventana._) · · · · · · · · · · · · · · · ESCENA XXIV MIRENO, _de noche_.--TARSO. MIRENO. Él se debió de quedar, como acostumbra, dormido. TARSO. Ya queda sustituído por otro aquí tu lugar. MIRENO. ¿Qué dices, necio? Responde: vienes aquí a ver si hay gente, ¡y estáste aquí, impertinente! TARSO. Gente ha habido. MIRENO. ¿Quién? TARSO. Un Conde, y un don Dionís de tu nombre, que es uno y parecen dos. MIRENO. ¿Estás sin seso? TARSO. Por Dios, que acaba de entrar un hombre con tu doña Magdalena, que, o es colegial trilingüe, o a sí propio se distingue, o es tu alma que anda en pena. Más sabe que veinte Ulises. Algún traidor te ha burlado, o yo este enredo he soñado, o aquí hay dos don Dionises. MIRENO. Soñástelo. TARSO. ¡Norabuena! ESCENA XXV DOÑA MAGDALENA, _a la ventana_.--MIRENO, TARSO. DOÑA MAG. ¿Si habrá don Dionís venido? TARSO. A la ventana ha salido un bulto. DOÑA MAG. ¡Ay Dios! Gente suena. Ce: ¿es don Dionís? MIRENO. Mi señora, yo soy ese venturoso. DOÑA MAG. Entrad, pues, mi vergonzoso. (_Vase de la ventana._) MIRENO. ¿Crês, que lo soñaste agora? TARSO. No sé. MIRENO. Si mi cortedad fué vergüenza, adiós vergüenza; que seréis, como no os venza, desde agora necedad. (_Vase._) · · · · · · · · · · · · · · · ESCENAS XXVI Y XXVII [LAURO, RUY LORENZO _y algunos pastores llegan a Avero en el momento en que un heraldo publica el siguiente bando_:] “El rey nuestro señor, Alfonso el V, manda: Que en todos sus Estados reales, con solemnes y públicos pregones, se publique el castigo que en Lisboa se hizo del traidor Vasco Fernández, por las traiciones que a su tío el duque don Pedro de Coímbra ha levantado, a quien por leal vasallo y noble, y en todos sus Estados restituye; mandando que en cualquier parte que asista, si es vivo, le respeten como a él mismo; y si es muerto, su imagen hecha al vivo pongan sobre un caballo, y una palma en la mano, le lleven a su corte, saliendo a recebirle los lugares: y declara a los hijos que tuviere por herederos de su patrimonio, dando a Vasco Fernández y a sus hijos por traidores, sembrándoles sus casas de sal, como es costumbre en estos reinos, desde el antiguo tiempo de los godos. Mándase pregonar para que venga a noticia de todos.” · · · · · · · · · · · · · · · [Ilustración: “El rey, vuestro Señor, Alfonso el V, manda...”] LAURO. Gracias a vuestra piedad, recto Juez, clemente y sabio, que volvéis por mi justicia. RUY. El parabién quiero daros con las lágrimas que vierto: gocéisle, Duque, mil años. DUQUE. ¿Qué labradores son éstos, que hacen extremos tantos? CONDE. ¡Ah, buena gente! Mirad que os llama el Duque. LAURO. Trabajos, si me habéis tenido mudo, ya es tiempo de hablar. ¿Qué aguardo? Dadme aquesos brazos nobles, Duque ilustre, primo caro. Don Pedro soy. DUQUE. ¡Santos cielos, dos mil gracias quiero daros! CONDE. ¡Gran Duque! ¡En aqueste traje! LAURO. En éste me he conservado con vida y honra hasta agora. · · · · · · · · · · · · · · · DUQUE. Es el Conde de Estremoz, a quien la palabra he dado de casalle con mi hija la menor, y agora aguardo al Conde de Vasconcelos, sobrino vuestro. LAURO. Mi hermano estará ya arrepentido, si traidores le engañaron. DUQUE. Doile a doña Magdalena, mi hija mayor. LAURO. Sois sabio en escoger tales yernos. DUQUE. Y venturoso otro tanto, en que seréis su padrino. RUY. (_Ap._) Aunque el Conde me ha mirado, no me ha conocido. ¡Ay cielos! ¿Quién vengará mis agravios? DUQUE. Hola, llamad a mis hijas, que de suceso tan raro, por la parte que les toca, es bien darles cuenta... ESCENA XXVIII DOÑA MAGDALENA, DOÑA SERAFINA. DOÑA JUANA.--DICHOS. DOÑA MAG. ¿Qué manda vuestra excelencia? DUQUE. Que beséis, hijas, las manos al gran Duque de Coímbra, vuestro tío. DOÑA MAG. ¡Caso raro! LAURO. Lloro de contento y gozo. DOÑA SER. (_Ap._) Mi suerte y ventura alabo: ya segura gozaré mi don Dionís, pues ha dado fin el cielo a sus desdichas. LAURO. Gocéis, sobrinas, mil años, los esposos que os esperan. DOÑA SER. El cielo guarde otros tantos la vida de vuexcelencia. DOÑA MAG. Si la mía estima en algo, le suplico, así propicios de aquí adelante los hados le dejen ver reyes nietos y venguen de sus contrarios, que este casamiento impida. DUQUE. ¿Cómo es eso? DOÑA MAG. Aunque el recato de la mujeril vergüenza cerrarme intente los labios, digo, señor, que ya estoy casada. DUQUE. ¡Cómo! ¿Qué aguardo? ¿Estás sin seso, atrevida? DOÑA MAG. El cielo y amor me han dado esposo, aunque humilde y pobre, discreto, mozo y gallardo. DUQUE. ¿Qué dices, loca? ¿Pretendes que te mate? DOÑA MAG. El secretario que me diste por maestro es mi esposo. DUQUE. Cierra el labio. ¡Ay, desdichada vejez! Vil, ¿por un hombre tan bajo al Conde de Vasconcelos desprecias? DOÑA MAG. Ya le ha igualado a mi calidad amor, que sabe humillar los altos y ensalzar a los humildes. DUQUE. Daréte la muerte. LAURO. Paso, que es mi hijo vuestro yerno. DUQUE. ¿Cómo es eso? LAURO. El secretario de mi sobrina, vuestra hija, es Mireno, a quien ya llamo don Dionís, y mi heredero. DUQUE. Ya vuelvo en mí: por bien dado doy mi agravio de ese modo. DOÑA MAG. ¿Hijo es vuestro? ¡Ay, Dios! ¿Qué aguardo, que no beso vuestros pies? DOÑA SER. Eso no, porque es engaño: don Dionís, hijo del Duque de Coímbra, es quien me ha dado mano y palabra de esposo. DUQUE. ¡Hay hombre más desdichado! DOÑA SER. Doña Juana es buen testigo. DOÑA MAG. Don Dionís está en mi cuarto, y mi cámara. DOÑA SER. ¡Qué bueno! En la mía está encerrado. LAURO. Yo no tengo más que un hijo. DUQUE. Tráiganlos luego. ¡En qué caos de confusión estoy puesto! · · · · · · · · · · · · · · · ESCENA XXIX MIRENO.--DICHOS. MIRENO. Confuso vengo a tus pies. LAURO. Hijo mío, aquesos brazos den nueva vida a estas canas. Este es don Dionís. DOÑA SER. ¿Qué engaños son éstos, cielos crueles? DUQUE. Abrazadme, que ya ha hallado el más gallardo heredero de Portugal, este Estado. LAURO. ¿Qué miras, hijo, perplejo? El nombre tosco ha cesado que de Mireno tuviste; ni lo eres, ni soy Lauro, sino el Duque de Coímbra: el Rey está ya informado de mi inocencia. MIRENO. ¿Qué escucho? ¡Cielos! ¡Amor! ¡Bienes tantos! ESCENA XXX DON ANTONIO.--DICHOS. DON ANT. Dame, señor, esos pies. DUQUE. ¿A qué venís, secretario? DOÑA SER. Conde, ¿qué es de don Dionís, mi esposo? · · · · · · · · · · · · · · · [_Se descubre que_ DON ANTONIO _es el Conde de Penela; el_ DUQUE _le perdona y accede a que_ DOÑA SERAFINA _sea su esposa_. EL CONDE DE ESTREMOZ _se casa con_ LEONELA, _hermana de_ RUY LORENZO, _y éste, después de perdonado, vuelve a ocupar el cargo de secretario_.] [Ilustración] [Ilustración] LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA JORNADA 2.ª, ESCENA II. FERNANDO PIZARRO Gonzalo, ¿cómo es posible que el ánimo os satisfaga si por el premio o la paga hacéis el valor vendible? Hasta ese punto invencible, ya os habéis afeminado, que quien hace interesado cuando de su esfuerzo fía las hazañas granjería, mercader es, no soldado. Hágase al plebeyo igual, pierda de noble la ley quien a su patria o su rey le sirve por el jornal; que el generoso, el leal, el premio que ha de adquirir es la fama hasta morir, y ésta estriba en pretender merecer por merecer, servir sólo por servir. Fuí a España, y a Carlos Quinto le presenté este occidente, y ya veis si del presente lo que se vende es distinto. Cuanto esta zona, este cinto ciñe y abraza este mar le di; no había de tomar corta paga, a no ser necio, que lo que no tiene precio mejor se está sin premiar. En Almagro el César doble gobiernos que ha menester; cobre él como mercader, sírvale yo como noble. De estéril laurel y roble coronó la antigüedad al valor y a la lealtad y de infructífera grama, en prueba de que la fama sólo busca eternidad. [Ilustración] ÍNDICE EL CONDENADO POR DESCONFIADO. 5 LA PRUDENCIA EN LA MUJER. 69 EL VERGONZOSO EN PALACIO. 139 LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA. 213 ERRATAS _Página._ _Línea._ _Dice._ _Debe decir._ 8 6 vil y de barro vil, de barro 13 17 ¿Qué de hacer? ¿Qué he de hacer? 48 25 ALCALDE ALCAIDE 119 18 agravïado, agraviado, 121 21 daré a Trujillo daré Trujillo *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK TIRSO DE MOLINA *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ concept and trademark. 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