The Project Gutenberg eBook of Tirso de Molina

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Title: Tirso de Molina

Author: Tirso de Molina

Editor: Samuel Gili Gaya

Release date: October 30, 2018 [eBook #58194]

Language: Spanish

Credits: Produced by Ramon Pajares Box and the Online Distributed
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*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK TIRSO DE MOLINA ***


Nota de transcripción

Índice

Erratas

Selección


Cubierta del libro

[p. 1]

TIRSO DE MOLINA


[p. 3]

BIBLIOTECA LITERARIA DEL ESTUDIANTE

DIRIGIDA POR RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL

TOMO XIII

TIRSO

DE MOLINA

SELECCIÓN HECHA POR

SAMUEL GILI GAYA

Dibujos de F. Marco.

MADRID, MCMXXII

INSTITUTO—ESCUELA

JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS


[p. 5]

Ilustración de cabeza de capítulo

EL CONDENADO
POR DESCONFIADO

JORNADA PRIMERA

ESCENA I

(Sale Paulo de ermitaño.)

Paulo.

¡Dichoso albergue mío!

¡Soledad apacible y deleitosa,

que en el calor y el frío

me dais posada en esta selva umbrosa,

donde el huésped se llama

o verde hierba o pálida retama!

Agora, cuando el alba

cubre las esmeraldas de cristales,

haciendo al sol la salva,

que de su coche sale por jarales,

con manos de luz pura

quitando sombras de la noche oscura,

[p. 6]salgo de aquesta cueva

que en pirámides altos de estas peñas

naturaleza eleva,

y a las errantes nubes hace señas

para que noche y día,

ya que no hay otra, le haga compañía.

Salgo a ver este cielo,

alfombra azul de aquellos pies hermosos.

¿Quién, ¡oh celestes cielos!

aquesos tafetanes luminosos

rasgar pudiera un poco

para ver...? ¡Ay de mí! Vuélvome loco.

Mas ya que es imposible,

y sé cierto, Señor, que me estáis viendo

desde ese inaccesible

trono de luz hermoso, a quien sirviendo

están ángeles bellos,

más que la luz del sol hermosos ellos,

mil glorias quiero daros

por las mercedes que me estáis haciendo

sin saber obligaros.

¿Cuándo yo merecí que del estruendo

me sacarais del mundo,

que es umbral de las puertas del profundo?

¿Cuándo, Señor divino,

podrá mi indignidad agradeceros

el volverme al camino,

que, si yo lo conozco, es fuerza el veros,

y tras esta victoria,

[p. 7]darme en aquestas selvas tanta gloria?

Aquí los pajarillos,

amorosas canciones repitiendo

por juncos y tomillos,

de Vos me acuerdan, y yo estoy diciendo:

“Si esta gloria da el suelo,

¿qué gloria será aquella que da el Cielo?”

Aquí estos arroyuelos,

jirones de cristal en campo verde,

me quitan mis desvelos,

y son causa a que de Vos me acuerde;

¡tal es el gran contento

que infunde al alma su sonoro acento!

Aquí silvestres flores

el fugitivo tiempo aromatizan,

y de varios colores

aquesta vega humilde fertilizan.

Su belleza me asombra:

calle el tapete y berberisca alfombra.

Pues con estos regalos,

con aquestos contentos y alegrías,

¡bendito seas mil veces,

inmenso Dios, que tanto bien me ofreces!

Aquí pienso seguirte,

ya que el mundo dejé para bien mío;

aquí pienso servirte,

sin que jamás humano desvarío,

por más que abra la puerta

el mundo a sus engaños, me divierta.

[p. 8]Quiero, Señor divino,

pediros de rodillas húmilmente

que en aqueste camino

siempre me conservéis piadosamente.

Ved que el hombre se hizo

de barro vil, de barro quebradizo.

ESCENA II

(Sale Pedrisco con un haz de hierba. Pónese Paulo de rodillas, y elévase.)

Pedrisco.

Como si fuera borrico

vengo de hierba cargado,

de quien el monte está rico:

si esto como, ¡desdichado!,

triste fin me pronostico.

···············

De mi tierra me sacó

Paulo, diez años habrá,

y a aqueste monte apartó;

él en una cueva está,

y en otra cueva estoy yo.

Aquí penitencia hacemos,

y sólo hierbas comemos,

y a veces nos acordamos

de lo mucho que dejamos

por lo poco que tenemos.

Aquí al sonoro raudal

[p. 9]de un despeñado cristal,

digo a estos olmos sombríos:

“¿Dónde estáis, jamones míos,

que no os doléis de mi mal?

Cuando yo solía cursar

la ciudad y no las peñas

(¡memorias me hacen llorar!),

de las hambres más pequeñas

gran pesar solíais tomar.

Erais, jamones, leales:

bien os puedo así llamar,

pues merecéis nombres tales,

aunque ya de las mortales

no tengáis ningún pesar.”

···············

ESCENA III

[Paulo sueña que la muerte le hiere en el corazón, y al quedar su cuerpo “como despojo de la madre tierra”, el alma libertada se presenta ante el Tribunal de Dios, donde ve con espanto que sus culpas pesan más que sus buenas obras en la balanza del Justicia mayor del Cielo; el Juez santo le condena al Infierno.]

Paulo.

Con aquella fatiga y aquel miedo

desperté, aunque temblando, y no vi nada

si no es mi culpa, y tan confuso quedo,

[p. 10]que si no es a mi suerte desdichada,

o traza del contrario, ardid o enredo,

que vibra contra mí su ardiente espada,

no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo,

me declarad la causa de este espanto.

¿Heme de condenar, mi Dios divino,

como este sueño dice, o he de verme

en el sagrado alcázar cristalino?

Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme.

¿Qué fin he de tener? Pues un camino

sigo tan bueno, no queráis tenerme

en esta confusión, Señor eterno.

¿He de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?

Treinta años de edad tengo, Señor mío,

y los diez he gastado en el desierto,

y si viviera un siglo, un siglo fío

que lo mismo ha de ser: esto os advierto.

Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío,

¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto.

Respondedme, Señor; Señor eterno,

¿he de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?

ESCENA IV

(Aparece el Demonio en lo alto de una peña.)

Demonio.

Diez años ha que persigo

a este monje en el desierto,

recordándole memorias

[p. 11]y pasados pensamientos;

siempre le he hallado firme,

como un gran peñasco opuesto.

Hoy duda en su fe, que es duda

de la fe lo que hoy ha hecho,

porque es la fe en el cristiano

que sirviendo a Dios y haciendo

buenas obras, ha de ir

a gozar de Él en muriendo.

Este, aunque ha sido tan santo,

duda de la fe, pues vemos

que quiere del mismo Dios,

estando en duda, saberlo.

En la soberbia también

ha pecado: caso es cierto.

Nadie como yo lo sabe,

pues por soberbio padezco.

Y con la desconfianza

le ha ofendido, pues es cierto

que desconfía de Dios

el que a su fe no da crédito.

Un sueño la causa ha sido;

y el anteponer un sueño

a la fe de Dios, ¿quién duda

que es pecado manifiesto?

Y así me ha dado licencia

el Juez más supremo y recto

para que con más engaños

le incite agora de nuevo.

[p. 12]Sepa resistir valiente

los combates que le ofrezco,

pues supo desconfiar

y ser, como yo, soberbio.

···············

De ángel tomaré la forma,

y responderé a su intento

cosas que le han de costar

su condenación, si puedo.

(Quítase el Demonio la túnica y queda de ángel.)

Paulo.

¡Dios mío! Aquesto os suplico.

¿Salvaréme, Dios inmenso?

¿Iré a gozar vuestra gloria?

Que me respondáis espero.

Demonio.

Dios, Paulo, te ha escuchado,

y tus lágrimas ha visto.

Paulo.

¡Qué mal el temor resisto! (Aparte.)

Ciego en mirarlo he quedado.

Demonio.

Me ha mandado que te saque

de esa ciega confusión,

porque esa vana ilusión

de tu contrario se aplaque.

Ve a Nápoles, y a la puerta

que llaman allá del Mar,

que es por donde tú has de entrar

a ver tu ventura cierta

o tu desdicha, verás

[p. 13]cerca de allá (estáme atento)

un hombre...

Paulo.

¡Qué gran contento

con tus razones me das!

Demonio.

...que Enrico tiene por nombre,

hijo del noble Anareto.

Conocerásle, en efeto,

por señas que es gentilhombre,

alto de cuerpo y gallardo.

No quiero decirte más,

porque apenas llegarás

cuando le veas.

Paulo.

Aguardo

lo que le he de preguntar

cuando le llegare a ver.

Demonio.

Sólo una cosa has de hacer.

Paulo.

¿Qué he de hacer?

Demonio.

Verle y callar,

contemplando sus acciones,

sus obras y sus palabras.

Paulo.

En mi pecho ciego labras

quimeras y confusiones.

¿Sólo eso tengo de hacer?

Demonio.

Dios que en él repares quiere,

porque el fin que aquél tuviere

ese fin has de tener. (Desaparece.)

Paulo.

¡Oh misterio soberano!

¿Quién este Enrico será?

[p. 14]Por verle me muero ya.

¡Qué contento estoy! ¡qué ufano!

ESCENAS V a X

[Paulo, acompañado de Pedrisco, se dispone a ir a Nápoles. El Demonio ha logrado su plan, pues ha infundido la duda en el espíritu del ermitaño.]

Demonio.

Bien mi engaño va trazado.

Hoy verá el desconfiado

de Dios y de su poder

el fin que viene a tener,

pues él propio lo ha buscado.

ESCENAS XI y XII

[Paulo y Pedrisco llegan a la Puerta del Mar, en Nápoles, sitio designado por el Demonio para que conozcan a Enrico.]

Pedrisco.

Maravillado estoy de tal suceso.

Paulo.

Secretos son de Dios.

Pedrisco.

¿De modo, padre,

que el fin que ha de tener aqueste Enrico,

ha de tener también?

Paulo.

Faltar no puede

la palabra de Dios: el ángel suyo

me dijo que si Enrico se condena,

[p. 15]me he de condenar; y si él se salva,

también me he de salvar.

Pedrisco.

Sin duda, padre,

que es un santo varón aqueste Enrico.

Paulo.

Eso mismo imagino.

Pedrisco.

Esta es la puerta

que llaman de la Mar.

Paulo.

Aquí me manda

el ángel que le aguarde.

(Aparece Enrico con sus compañeros.)

Roldán.

Deteneos, Enrico.

Enrico.

Al mar he de arrojalle, vive el cielo.

Paulo.

A Enrico oí nombrar.

Enrico.

¿Gente mendiga

ha de haber en el mundo?

Cherinos.

Deteneos.

Enrico.

Podrásme detener en arrojándole.

Celia.

¿Dónde vas? Detente.

Enrico.

No hay remedio:

harta merced te hago, pues te saco

de tan grande miseria.

Roldán.

¡Qué habéis hecho!

(Salen todos.)

Enrico.

Llegóme a pedir un pobre una limosna;

dolióme el verle con tan gran miseria;

y por que no llegase a avergonzarse

otro desde hoy, cogíle en brazos

y le arrojé en el mar.

[p. 16]Paulo.

¡Delito inmenso!

Enrico.

Ya no será más pobre, según pienso.

Pedrisco.

¡Algún diablo limosna te pidiera!

Celia.

¡Siempre has de ser cruel!

Enrico.

No me repliques,

que haré contigo y los demás lo mismo.

Escalant.

Dejemos eso agora, por tu vida.

Sentémonos los dos, Enrico amigo.

Paulo

(a Pedrisco).

A éste han llamado Enrico.

Pedrisco.

Será otro.

¿Querías tú que fuese este mal hombre,

que en vida está ya ardiendo en los infiernos?

Aguardemos a ver en lo que para.

Enrico.

Pues siéntense voarcedes, porque quiero

haya conversación.

Escalant.

Muy bien ha dicho.

Enrico.

Siéntese Celia aquí.

Celia.

Ya estoy sentada.

Escalant.

Tú, conmigo, Lidora.

Lidora.

Lo mismo digo yo, seor Escalante.

Cherinos.

Siéntese aquí, Roldán.

Roldán.

Ya voy, Cherinos

Pedrisco.

¡Mire qué buenas almas, padre mío!

Lléguese más, verá de lo que tratan.

Paulo.

¡Que no viene mi Enrico!

Pedrisco.

Mire y calle,

[p. 17]que somos pobres, y este desalmado

no nos eche en la mar.

Enrico.

Agora quiero

que cuente cada uno de vuarcedes

las hazañas que ha hecho en esta vida.

Quiero decir... hazañas... latrocinios,

cuchilladas, heridas, robos, muertes,

salteamientos y cosas de este modo.

Escalant.

Muy bien ha dicho Enrico.

Enrico.

Y al que hubiere

hecho mayores males, al momento

una corona de laurel le pongan,

cantándole alabanzas y motetes.

Escalant.

Soy contento.

Enrico.

Comience, seo Escalante.

Paulo.

¡Que esto sufre el Señor!

Pedrisco.

Nada le espante.

Escalant.

Yo digo ansí.

Pedrisco.

¡Qué alegre y satisfecho!

Escalant.

Veinticinco pobretes tengo muertos,

seis casas he escalado, y treinta heridas

he dado con la chica.

Pedrisco.

¡Quién te viera

hacer en una horca cabriolas!

Enrico.

Diga, Cherinos.

Pedrisco.

¡Qué ruin nombre tiene!

¡Cherinos! Cosa poca.

[p. 18]

Ilustración

De capas que he quitado en esta vida
y he vendido a un ropero, está ya rico.

Cherinos.

Yo comienzo:

No he muerto a ningún hombre; pero he dado

más de cien puñaladas.

[p. 19]Enrico.

¿Y ninguna

fué mortal?

Cherinos.

Amparóles la fortuna.

De capas que he quitado en esta vida

y he vendido a un ropero, está ya rico.

Enrico.

¿Véndelas él?

Cherinos.

¿Pues no?

Enrico.

¿No las conocen?

Cherinos.

Por quitarse de aquestas ocasiones

las convierte en ropillas y calzones.

Enrico.

¿Habéis hecho otra cosa?

Cherinos.

No me acuerdo.

Pedrisco.

¿Mas que le absuelve ahora el ladronazo?

Celia.

Y tú, ¿qué has hecho, Enrico?

Enrico.

Oigan voarcedes.

Escalant.

Nadie cuente mentiras.

Enrico.

Yo soy hombre

que en mi vida las dije.

Galván.

Tal se entiende.

Pedrisco.

¿No escucha, padre mío, estas razones?

Paulo.

Estoy mirando a ver si viene Enrico.

Enrico.

Haya, pues, atención.

Celia.

Nadie te impide.

Pedrisco.

¡Miren a qué sermón atención pide!

Enrico.

Yo nací mal inclinado,

como se ve en los efectos

del discurso de mi vida

que referiros pretendo.

[p. 20]Con regalos me crié

en Nápoles, que ya pienso

que conocéis a mi padre,

que aunque no fué caballero

ni de sangre generosa,

era muy rico, y yo entiendo

que es la mayor calidad

el tener, en este tiempo.

···············

Hurtaba a mi viejo padre,

arcas y cofres abriendo,

los vestidos que tenía,

las joyas y los dineros.

Jugaba, y digo jugaba

para que sepáis con esto

que de cuantos vicios hay

es el primer padre el juego.

Quedé pobre y sin hacienda,

y yo —me he enseñado a hacerlo—,

di en robar de casa en casa

cosas de pequeño precio.

Iba a jugar, y perdía;

mis vicios iban creciendo.

Di luego en acompañarme

con otros del arte mesmo:

escalamos siete casas,

dimos la muerte a sus dueños;

lo robado repartimos

para dar caudal al juego.

[p. 21]De cinco que éramos todos,

sólo los cuatro prendieron,

y nadie me descubrió,

aunque les dieron tormento.

Pagaron en una plaza

su delito, y yo con esto,

de escarmentado, acogíme

a hacer a solas mis hechos.

···············

A treinta desventurados

yo solo y aqueste acero,

que es de la muerte ministro,

del mundo sacado habemos:

los diez, muertos por mi gusto,

y los veinte me salieron,

uno con otro, a doblón.

Diréis que es pequeño precio:

es verdad; mas, voto a Dios,

que en faltándome el dinero,

que mate por un doblón

a cuantos me están oyendo.

···············

No respeto a religiosos:

de sus iglesias y templos

seis cálices he robado

y diversos ornamentos

que sus altares adornan.

Ni a la justicia respeto:

mil veces me he resistido

[p. 22]y a sus ministros he muerto;

tanto, que para prenderme

no tienen ya atrevimiento.

Y, finalmente, yo estoy

preso por los ojos bellos

de Celia, que está presente:

todos la tienen respeto

por mí, que la adoro; y cuando

sé que la sobran dineros,

con lo que me da, aunque poco,

mi viejo padre sustento,

que ya le conoceréis

por el nombre de Anareto.

Cinco años ha que tullido

en una cama le tengo,

y tengo piedad con él

por estar pobre el buen viejo;

y como soy causa al fin

de ponelle en tal extremo,

por jugarle yo su hacienda

el tiempo que fuí mancebo.

Todo es verdad lo que he dicho,

voto a Dios, y que no miento.

Juzgad ahora vosotros

cuál merece mayor premio.

Pedrisco.

Cierto, padre de mi vida,

que con servicios tan buenos,

que puede ir a pretender

éste a la corte.

[p. 23]Escalant.

Confieso

que tú el lauro has merecido.

Roldán.

Y yo confieso lo mesmo.

Cherinos.

Todos lo mesmo decimos.

Celia.

El laurel darte pretendo.

Enrico.

Vivas, Celia, muchos años.

Celia.

Toma, mi bien; y con esto,

pues que la merienda aguarda,

nos vamos.

Galván.

Muy bien has hecho.

Celia.

Digan todos: “¡Viva Enrico!”

Todos.

¡Viva el hijo de Anareto!

Enrico.

Al punto todos nos vamos

a holgarnos y entretenernos.

(Vanse.)

ESCENA XIII

Paulo.

Salid, lágrimas; salid,

salid apriesa del pecho,

no lo dejéis de vergüenza.

¡Qué lastimoso suceso!

Pedrisco.

¿Qué tiene, padre?

Paulo.

¡Ay, hermano!

Penas y desdichas tengo.

Este mal hombre que he visto

es Enrico.

Pedrisco.

¿Cómo es eso?

[p. 24]Paulo.

Las señas que me dió el ángel

son suyas.

Pedrisco.

¿Es eso cierto?

Paulo.

Sí, hermano, porque me dijo

que era hijo de Anareto,

y aquéste también lo ha dicho.

Pedrisco.

Pues aquéste ya está ardiendo

en los infiernos.

Paulo.

Eso sólo es lo que temo.

El ángel de Dios me dijo

que si éste se va al Infierno,

que al Infierno tengo de ir,

y al Cielo, si éste va al Cielo.

Pues al Cielo, hermano mío,

¿cómo ha de ir éste, si vemos

tantas maldades en él,

tantos robos manifiestos,

crueldades y latrocinios

y tan viles pensamientos?

Pedrisco.

En eso, ¿quién pone duda?

Tan cierto se irá al infierno

como el despensero Judas.

Paulo.

¡Gran Señor! ¡Señor eterno!

¿Por qué me habéis castigado

con castigo tan inmenso?

Diez años y más, Señor,

ha que vivo en el desierto

comiendo hierbas amargas,

salobres aguas bebiendo,

[p. 25]sólo porque Vos, Señor,

Juez piadoso, sabio, recto,

perdonarais mis pecados.

¡Cuán diferente lo veo!

Al Infierno tengo de ir.

¡Ya me parece que siento

que aquellas voraces llamas

van abrasando mi cuerpo!

¡Ay! ¡Qué rigor!

Pedrisco.

Ten paciencia.

Paulo.

¿Qué paciencia o sufrimiento

ha de tener el que sabe

que se ha de ir a los Infiernos?

¡Al Infierno!, centro obscuro,

donde ha de ser el tormento

eterno y ha de durar

lo que Dios durare. ¡Ah, Cielo!

¡Que nunca se ha de acabar!

¡Que siempre han de estar ardiendo

las almas! ¡Siempre! ¡Ay de mí!

Pedrisco.

Sólo oírle me da miedo.

Padre, volvamos al monte.

Paulo.

Que allá volvamos pretendo;

pero no a hacer penitencia,

pues que ya no es de provecho.

Dios me dijo que si aquéste

se iba al Cielo, me iría al Cielo,

y al profundo, si al profundo.

Pues es ansí, seguir quiero

[p. 26]su misma vida; perdone

Dios aqueste atrevimiento:

si su fin he de tener,

tenga su vida y sus hechos;

que no es bien que yo en el mundo

esté penitencia haciendo,

y que él viva en la ciudad

con gustos y con contentos,

y que a la muerte tengamos

un fin.

Pedrisco.

Es discreto acuerdo.

Bien has dicho, padre mío.

Paulo.

En el monte hay bandoleros:

bandolero quiero ser,

porque así igualar pretendo

mi vida con la de Enrico,

pues un mismo fin tenemos.

Tan malo tengo de ser

como él, y peor si puedo;

que pues ya los dos estamos

condenados al Infierno,

bien es que antes de ir allá

en el mundo nos venguemos.


[p. 27]

JORNADA SEGUNDA

ESCENAS I a XV

[Galván, Escalante y otros rufianes compañeros de Enrico tienen concertado para aquella noche un robo en la casa de Octavio el Genovés. Mientras aquéllos hacen los preparativos, Enrico va a cuidar de su padre Anareto.]

Enrico.

Pues mientras ellos se tardan,

y el manto lóbrego aguardan

que su remedio ha de ser,

quiero un viejo padre ver

que aquestas paredes guardan.

Cinco años ha que le tengo

en una cama tullido,

y tanto a estimarle vengo,

que, con andar tan perdido,

a mi costa le mantengo.

···············

De lo que de noche puedo,

varias casas escalando,

robar con cuidado o miedo,

voy su sustento aumentando,

[p. 28]y a veces sin él me quedo.

Que esta virtud solamente

en mi virtud distraída

conservo piadosamente:

que es deuda al padre debida

el serle el hijo obediente.

···············

(Descubre su padre en una silla.)

Aquí está; quiérole ver.

Durmiendo está, al parecer.

¿Padre?

Anareto.

¡Mi Enrico querido!

Enrico.

Del descuido que he tenido

perdón espero tener

de vos, padre de mis ojos.

¿Heme tardado?

Anareto.

No, hijo.

Enrico.

No os quisiera dar enojos.

Anareto.

En verte me regocijo.

Enrico.

No el sol por celajes rojos

saliendo a dar resplandor

a la tiniebla mayor

que espera tan alto bien

parece al día tan bien

como vos a mí, señor.

Que vos para mí sois sol,

y los rayos que arrojáis

dese divino arrebol,

[p. 29]son las canas con que honráis

este reino.

Anareto.

Eres crisol

donde la virtud se apura.

Enrico.

¿Habéis comido?

Anareto.

Yo, no.

Enrico.

Hambre tendréis.

Anareto.

La ventura

de mirarte me quitó

la hambre.

Enrico.

No me asegura,

padre mío, esa razón,

nacida de la afición

tan grande que me tenéis;

pero agora comeréis,

que las dos pienso que son

de la tarde. Ya la mesa

os quiero, padre, poner.

Anareto.

De tu cuidado me pesa.

Enrico.

Todo esto y más ha de hacer

el que obediencia profesa.

(Del dinero que jugué [Aparte.]

un escudo reservé

para comprar qué comiese;

porque, aunque al juego le pese,

no ha de faltar esta fe.)

Aquí traigo en el lenzuelo,

padre mío, qué comáis.

Estimad mi justo celo.

[p. 30]Anareto.

Bendito, mi Dios, seáis

en la tierra y en el cielo,

pues que tal hijo me distes,

cuando tullido me vistes,

que mis pies y manos sea.

Enrico.

Comed, por que yo lo vea.

Anareto.

Miembros cansados y tristes,

ayudadme a levantar.

Enrico.

Yo, padre, os quiero ayudar.

Anareto.

Fuerza me infunden tus brazos.

Enrico.

Quisiera en estos abrazos

la vida poderos dar.

Y digo, padre, la vida,

porque tanta enfermedad

es ya muerte conocida.

Anareto.

La divina voluntad

se cumpla.

Enrico.

Ya la comida

os espera. ¿Llegaré

la mesa?

Anareto.

No, hijo mío,

que el sueño me vence.

Enrico.

¿A fe?

Pues dormid.

Anareto.

Dádome ha un frío

muy grande.

Enrico.

Yo os llegaré

la ropa.

···············

[p. 31]Vencióle el sueño,

que es de los sentidos dueño,

a dar la mejor lición.

Quiero la ropa llegalle,

y de esta suerte dejalle.

[Sale a la calle, donde Galván le recuerda que tiene que asesinar a Albano, pues ha recibido ya la mitad de la paga por el crimen. Enrico se dispone a cometer el asesinato; pero al ver que su víctima es un pobre anciano, el recuerdo de su padre le hace desistir de tal propósito. El que le había pagado el crimen se presenta a reclamar a Enrico el dinero por no haber cumplido su compromiso, y Enrico, indignado, lo acuchilla sin piedad. En aquel momento, el Gobernador, con la gente a sus órdenes, se presenta para prender a Enrico; éste y Galván se defienden y matan al Gobernador; pero, al fin, viéndose acosados, se arrojan al mar. Entre tanto, Paulo, en compañía de Pedrisco, se había convertido en capitán de una cuadrilla de bandoleros, que tenía aterrorizada a la comarca por la crueldad de sus crímenes. De vez en cuando tiene algún remordimiento de conciencia.]

(Paulo en el campo.)

Músicos.

No desconfíe ninguno,

aunque grande pecador,

de aquella misericordia

[p. 32]de que más se precia Dios.

Paulo.

¿Qué voz es esta que suena?

Bandol.

La gran multitud, señor,

desos robles nos impide

ver dónde viene la voz.

Músicos.

Con firme arrepentimiento

de no ofender al Señor

llegue el pecador humilde,

que Dios le dará perdón.

Paulo.

Subid los dos por el monte,

y ved si es algún pastor

el que canta este romance.

Bandol.

A verlo vamos los dos.

Músicos.

Su Majestad soberana

da voces al pecador

porque le llegue a pedir

lo que a ninguno negó.

(Sale por el monte un Pastorcillo, tejiendo una corona de flores.)

Paulo.

Baja, baja, pastorcillo;

que ya estaba, vive Dios,

confuso con tus razones,

admirado con tu voz.

¿Quién te enseñó ese romance,

que le escucho con temor,

pues parece que en ti habla

mi propia imaginación?

[p. 33]Pastorc.

Este romance que he dicho

Dios, señor, me le enseñó;

o la Iglesia, su Esposa,

a quien en la tierra dió

poder suyo.

Paulo.

Bien dijiste.

Pastorc.

Advierte que creo en Dios.

···············

Paulo.

¿Y Dios ha de perdonar

a un hombre que le ofendió

con obras y con palabras

y pensamientos?

Pastorc.

¿Pues no?

Aunque sus ofensas sean

más que átomos del sol,

y que estrellas tiene el cielo,

y rayos la luna dió,

y peces el mar salado

en sus cóncavos guardó.

Esta es su misericordia;

que con decirle al Señor:

Pequé, pequé, muchas veces,

le recibe al pecador

en sus amorosos brazos;

que, en fin, hace como Dios.

Porque si no fuera aquesto,

cuando a los hombres crió,

no los criara sujetos

a su frágil condición.

[p. 34]Porque si Dios, Sumo Bien,

de nada al hombre formó

para ofrecerle su gloria,

no fuera ningún blasón

en su majestad divina

dalle aquella imperfección.

Dióle Dios libre albedrío,

y fragilidad le dió

al cuerpo y al alma; luego

dió potestad con acción

de pedir misericordia,

que a ninguno le negó.

De modo que, si en pecando

el hombre, el justo rigor

procediera contra él,

fuera el número menor

de los que en el sacro alcázar

están contemplando a Dios.

···············

Mas mi ganado me aguarda,

y ha mucho que ausente estoy.

Paulo.

Tente, pastor, no te vayas.

Pastorc.

No puedo tenerme, no,

que ando por aquestos valles

recogiendo con amor

una ovejuela perdida

que del rebaño huyó;

y esta corona que veis

hacerme con tanto amor,

[p. 35]es para ella, si parece,

porque hacérmela mandó

el mayoral, que la estima

del modo que le costó.

El que a Dios tiene ofendido

pídale perdón a Dios,

porque es Señor tan piadoso,

que a ninguno le negó.

Paulo.

Aguarda, pastor.

Pastorc.

No puedo.

Paulo.

Por fuerza te tendré yo.

Pastorc.

Será detenerme a mí

parar en su curso al sol.

[Paulo cree ver en ello un aviso de la Providencia; pero al pensar que su suerte ha de ser la misma que la de Enrico, la duda y la desconfianza le impulsan a persistir en sus maldades. Enrico y Galván han llegado nadando a las cercanías del sitio en que está acampada la cuadrilla de Paulo, y caen en poder de Pedrisco y sus compañeros. Paulo manda que los aten a un árbol para ejecutarlos; pero antes quiere probar si Enrico es impenitente para saber con certeza cuál es el fin que Dios ha reservado a ambos. Para ello se viste de ermitaño y se presenta ante Enrico para inducirle a confesar sus pecados.]

[p. 36]

ESCENAS XVI y XVII

(Sale Paulo, de ermitaño, con cruz y rosario.)

Paulo.

Con esta traza he querido

probar si este hombre se acuerda

de Dios, a quien ha ofendido.

Enrico.

¡Que un hombre la vida pierda,

de nadie visto ni oído!

Galván.

Cada mosquito que pasa

me parece que es saeta.

Enrico.

El corazón se me abrasa.

¡Que mi fuerza esté sujeta!

¡Ah fortuna, en todo escasa!

Paulo.

¡Alabado sea el Señor!

Enrico.

¡Sea por siempre alabado!

Paulo.

Sabed con vuestro valor

llevar este golpe airado

de fortuna.

Enrico.

¡Gran rigor!

¿Quién sois vos, que ansí me habláis?

Paulo.

Un monje, que este desierto,

donde la muerte esperáis,

habita.

Enrico.

¡Bueno, por cierto!

Y ahora, ¿qué nos mandáis?

Paulo.

A los que al roble os ataron

y a mataros se apartaron

supliqué con humildad

[p. 37]que ya que con tal crueldad

de daros muerte trataron,

que me dejasen llegar

a hablaros.

Enrico.

¿Y para qué?

Paulo.

Por si os queréis confesar,

pues seguís de Dios la fe.

Enrico.

Pues bien se puede tornar,

padre, o lo que es.

Paulo.

¿Qué decís?

¿No sois cristiano?

Enrico.

Sí soy.

Paulo.

No lo sois, pues no admitís

el último bien que os doy.

¿Por qué no lo recibís?

Enrico.

Porque no quiero.

Paulo.

(Aparte.)(¡Ay de mí!

Esto mismo presumí.)

¿No veis que os han de matar

ahora?

Enrico.

¿Quiere callar,

hermano, y dejarme aquí?

Si esos señores ladrones

me dieren muerte, aquí estoy.

Paulo.

(Ap.) (¡En qué grandes confusiones

tengo el alma!)

Enrico.

Yo no doy

a nadie satisfacciones.

Paulo.

A Dios, sí.

[p. 38]Enrico.

Si Dios ya sabe

que soy tan gran pecador,

¿para qué?

Paulo.

¡Delito grave!

Para que su sacro amor

de darle perdón acabe.

···············

Mira que eres pecador,

hijo.

Enrico.

Y del mundo el mayor,

ya lo sé.

Paulo.

Tu bien espero.

Confiésate a Dios.

Enrico.

No quiero,

cansado predicador.

Paulo.

Pues salga del pecho mío,

si no dilatado río

de lágrimas, tanta copia,

que se anegue el alma propia,

pues ya de Dios desconfío.

Dejad de cubrir, sayal,

mi cuerpo, pues está mal,

según siente el corazón,

una rica guarnición

sobre tan falso cristal.

···············

Colgad ese saco ahí,

para que diga, ¡ay de mí!:

“En tal puesto me colgó

[p. 39]Paulo, que no mereció

la gloria que encierro en mí.”

Dadme la daga y la espada;

esa cruz podéis tomar;

ya no hay esperanza en nada,

pues no me sé aprovechar

de aquella sangre sagrada.

Desatadlos.

Enrico.

Ya lo estoy,

y lo que no he visto creo.

Galván.

Gracias a los cielos doy.

Enrico.

Saber la verdad deseo.

Paulo.

¡Qué desdichado que soy!

···············

Enrico.

Esta novedad me espanta.

Paulo.

Yo soy Paulo, un ermitaño,

que dejé mi amada patria

de poco más de quince años,

y en esta oscura montaña

otros diez serví al Señor.

Enrico.

¡Qué ventura!

Paulo.

¡Qué desgracia!

Un ángel, rompiendo nubes

y cortinas de oro y plata,

preguntándole yo a Dios

qué fin tendría: “Repara

(me dijo), ve a la ciudad,

y verás a Enrico (¡ay, alma!),

hijo del noble Anareto,

[p. 40]que en Nápoles tiene fama.

Advierte bien en sus hechos

y contempla en sus palabras,

que si Enrico al Cielo fuere,

el Cielo también te aguarda;

y si al Infierno, el Infierno.”

Yo entonces imaginaba

que era algún santo este Enrico;

pero los deseos se engañan.

Fuí allá, vite luego al punto,

y de tu boca y por fama

supe que eras el peor hombre

que en todo el mundo se halla.

Y ansí, por tener tu fin,

quíteme el saco, y las armas

tomé, y el cargo me dieron

de esta foragida escuadra.

Quise probar tu intención,

por saber si te acordabas

de Dios en tan fiero trance;

pero salióme muy vana.

Volví a desnudarme aquí,

como viste, dando al alma

nuevas tan tristes, pues ya

la tiene Dios condenada.

Enrico.

Las palabras que Dios dice

por un ángel, son palabras,

Paulo amigo, en que se encierran

cosas que el hombre no alcanza.

[p. 41]No dejara yo la vida

que seguías, pues fué causa

de que quizá te condenes

el atreverte a dejarla.

Desesperación ha sido

lo que has hecho, y aun venganza

de la palabra de Dios,

y una oposición tirana

a su inefable poder;

y al ver que no desenvaina

la espada de su justicia

contra el rigor de tu causa,

veo que tu salvación

desea; mas ¿qué no alcanza

aquella piedad divina,

blasón de que más se alaba?

Yo soy el hombre más malo

que naturaleza humana

en el mundo ha producido;

···············

mas siempre tengo esperanza

en que tengo de salvarme,

puesto que no va fundada

mi esperanza en obras mías,

sino en saber que se humana

Dios con el más pecador,

y con su piedad se salva.

Pero ya, Paulo, que has hecho

ese desatino, traza

[p. 42]de que alegres y contentos

los dos en esta montaña

pasemos alegre vida,

mientras la vida se acaba.

Un fin ha de ser el nuestro:

si fuere nuestra desgracia

el carecer de la Gloria

que Dios al bueno señala,

mal de muchos, gozo es;

pero tengo confianza

en su piedad, que siempre

vence a su justicia sacra.

Paulo.

Consoládome has un poco.

Galván.

Cosa es, por Dios, que me espanta.

Paulo.

Vamos donde descanséis.

Enrico.

(Ap.) ¡Ay, padre de mis entrañas!

Una joya, Paulo amigo,

en la ciudad olvidada

se me queda; y aunque temo

el rigor que me amenaza,

si allá muero, he de ir por ella,

pereciendo en la demanda.

Un soldado de los tuyos

irá conmigo.

Paulo.

Pues vaya

Pedrisco, que es animoso.

Galván.

Yo me quedo en la montaña

a hacer tu oficio.

Pedrisco.

Yo voy

[p. 43]donde paguen mis espaldas

los delitos que tú has hecho.

Enrico.

Adiós, amigo.

Paulo.

Ya basta

el nombre para abrazarte.

Enrico.

Aunque malo, confianza

tengo en Dios.

Paulo.

Yo no la tengo

cuando son mis culpas tantas.

···············


[p. 44]

JORNADA TERCERA

ESCENAS I a V

[Enrico, atraído por el amor filial, vuelve a Nápoles acompañado de Pedrisco. Ambos caen en poder de la justicia y están presos en la cárcel de la ciudad. Celia se burla de Enrico diciéndole que está casada; él se enfurece y quiere romper los hierros de la prisión. Acuden los carceleros para sujetarle y mata a uno de ellos con un golpe de cadena en la cabeza. El Alcaide manda que le pongan más hierros, y sólo a viva fuerza pueden sujetarle. Vanse todos, y al quedar solo Enrico, el Diablo, invisible para él, viene a hablarle.]

ESCENAS VI a VIII

Enrico.

En lóbrega confusión,

ya, valiente Enrico, os veis:

pero nunca desmayéis;

tened fuerte el corazón,

porque aquesta es la ocasión

[p. 45]en que tenéis de mostrar

el valor, que os ha de dar

nombre altivo, ilustre fama.

Mirad...

(Dentro.)

Enrico.

Enrico.

¿Quién llama?

Esta voz me hace temblar.

Los cabellos erizados

pronostican mi temor;

mas ¿dónde está mi valor?

¿Dónde mis hechos pasados?

(Dentro.)

Enrico.

Enrico.

Muchos cuidados

siente el alma. ¡Cielo santo!

¿Cúya es voz que tal espanto

infunde en el alma mía?

(Dentro.)

Enrico.

Enrico.

A llamar porfía.

De mi flaqueza me espanto.

A esta parte la voz suena,

que tanto temor me da.

¿Si es algún preso que está

amarrado a la cadena?

Vive Dios, que me da pena.

(Sale el Demonio y no le ve.)

Demonio.

Tu desgracia lastimosa

siento.

Enrico.

¡Qué confuso abismo!

no me conozco a mí mismo,

[p. 46]y el corazón no reposa.

Las alas está batiendo

con impulsos de temor;

Enrico, ¿éste es el valor?—

Otra vez se oye el estruendo.

Demonio.

Librarte, Enrico, pretendo.

Enrico.

¿Cómo te puedo creer,

voz, si no llego a saber

quién eres y adónde estás?

Demonio.

Pues agora me verás.

Enrico.

Ya no te quisiera ver.

Demonio.

No temas.

Enrico.

Un sudor frío

por mis venas se derrama.

Demonio.

Hoy cobrarás nueva fama.

Enrico.

Poco de mis fuerzas fío.

No te acerques.

Demonio.

Desvarío

es el temer la ocasión.

Enrico.

Sosiégate, corazón.

Demonio.

¿Ves aquel postigo?

Enrico.

Sí.

Demonio.

Pues salte por él, y ansí

no estarás en la prisión.

Enrico.

¿Quién eres?

Demonio.

Salte al momento,

y no preguntes quién soy,

que yo también preso estoy,

y que te libres intento.

[p. 47]Enrico.

¿Qué me dices, pensamiento?

¿Libraréme? Claro está.

Aliento el temor me da

de la muerte que me aguarda.

Voime. Mas, ¿quién me acobarda?

Mas otra voz suena ya.

(Cantan dentro.)

Músicos.

Detén el paso violento;

mira que te está mejor

que de la prisión librarte

el estarte en la prisión.

Enrico.

Al revés me ha aconsejado

la voz que en el aire he oído,

pues mi paso ha detenido,

si tú le has acelerado.

Que me está bien he escuchado

el estar en la prisión.

Demonio.

Esa, Enrico, es ilusión

que te representa el miedo.

Enrico.

Yo he de morir si me quedo;

quiérome ir; tienes razón.

Músicos.

Detente, engañado Enrico,

no huyas de la prisión;

pues morirás si salieres,

y si te estuvieres, no.

Enrico.

Que si salgo he de morir

y si quedo viviré,

dice la voz que escuché.

[p. 48]Demonio.

¿Que al fin no te quieres ir?

Enrico.

Quedarme es mucho mejor.

Demonio.

Atribúyelo a temor;

pero, pues tan ciego estás,

quédate preso, y verás

cómo te ha estado peor. (Vase.)

Enrico.

Desapareció la sombra,

y confuso me dejó.

¿No es este el portillo? No.

Este prodigio me asombra.

¿Estaba ciego yo, o vi

en la pared un portillo?

Pero yo me maravillo

del gran temor que hay en mí.

¿No puedo salirme yo?

Sí; bien me puedo salir.

Pues, ¿cómo?... —¡Que he de morir!

La voz me atemorizó.

Algún gran daño se infiere

de lo turbado que estoy.

No importa, ya estoy aquí

para el mal que me viniere.

ESCENAS IX a XIV

[El Alcaide lee a Enrico su sentencia de muerte. El criminal, lejos de sentirse abatido, insulta al Alcaide y rehusa confesarse antes de morir.]

[p. 49]

ESCENA XV

Anareto.

Enrico, querido hijo,

puesto que en verte me aflijo

de tantos hierros cargado,

ver que pagues tu pecado

me da sumo regocijo.

¡Venturoso del que acá,

pagando sus culpas, va

con firme arrepentimiento;

que es pintado este tormento

si se compara al de allá!

La cama, Enrico, dejé,

y arrimado a este bordón,

por quien me sustento en pie,

vengo en aquesta ocasión.

Enrico.

¡Ay, padre!

Anareto.

No sé,

Enrico, si aquese nombre

será razón que me cuadre,

aunque mi rigor te asombre.

Enrico.

Eso ¿es palabra de padre?

Anareto.

No es bien que padre me nombre

un hijo que no cree en Dios.

Enrico.

Padre mío, ¿eso decís?

Anareto.

No sois ya mi hijo vos,

pues que mi ley no seguís.

Solos estamos los dos.

Enrico.

No os entiendo.

[p. 50]Anareto.

¡Enrico, Enrico!

A reprenderos me aplico

vuestro loco pensamiento,

siendo la muerte instrumento

que tan cierto os pronostico.

Hoy os han de ajusticiar,

¡y no os queréis confesar!

¡Buena cristiandad, por Dios!,

pues el mal es para vos,

y para vos el pesar.

Aqueso es tomar venganza

de Dios; el poder alcanza

del impirio cielo eterno.

Enrico, ved que hay Infierno

para tan larga esperanza.

Es el quererte vengar

de esa suerte, pelear

con un monte o una roca,

pues cuando el brazo le toca,

es para el brazo el pesar.

Es, con dañoso desvelo,

escupir el hombre al cielo

presumiendo darle enojos,

pues que le cae en los ojos

lo mismo que arroja al cielo.

Hoy has de morir: advierte

que ya está echada la suerte;

confiesa a Dios tus pecados,

y ansí, siendo perdonados,

[p. 51]será vida lo que es muerte.

Si quieres mi hijo ser,

lo que te digo has de hacer;

si no (de pesar me aflijo),

ni te has de llamar mi hijo,

ni yo te he de conocer.

Enrico.

Bueno está, padre querido;

que más el alma ha sentido

(buen testigo de ello es Dios)

el pesar que tenéis vos

que el mal que espero afligido.

Confieso, padre, que erré;

pero yo confesaré

mis pecados, y después

besaré a todos los pies,

para mostraros mi fe.

Basta que vos lo mandéis,

padre mío de mis ojos.

Anareto.

Pues ya mi hijo seréis.

Enrico.

No os quisiera dar enojos.

Anareto.

Vamos, porque os confeséis.

Enrico.

¡Oh cuánto siento el dejaros!

Anareto.

¡Oh cuánto siento el perderos!

Enrico.

¡Ay, ojos! Espejos claros,

antes hermosos luceros,

pero ya de luz avaros.

Anareto.

Vamos, hijo.

Enrico.

A morir voy:

todo el valor he perdido.

[p. 52]Anareto.

Sin juicio y sin alma estoy.

Enrico.

Aguardad, padre querido.

Anareto.

¡Qué desdichado que soy!

Enrico.

Señor piadoso y eterno,

que en vuestro alcázar pisáis

cándidos montes de estrellas,

mi petición escuchad.

Yo he sido el hombre más malo

que la luz llegó a alcanzar

de este mundo, el que os ha hecho

más que arenas tiene el mar

ofensas; mas, Señor mío,

mayor es vuestra piedad.

Vos, por redimir el mundo,

por el pecado de Adán,

en una cruz os pusisteis;

pues merezca yo alcanzar

una gota solamente

de aquella sangre real.

···············

¡Gran Señor, misericordia!

No puedo deciros más.

Anareto.

¡Que esto llegue a ver un padre!

Enrico.

(Para sí.) La enigma he entendido ya

de la voz y de la sombra:

la voz era angelical,

y la sombra era el demonio.

Anareto.

Vamos, hijo.

Enrico.

¿Quién oirá

[p. 53]ese nombre, que no haga

de sus dos ojos un mar?

No os apartéis, padre mío,

hasta que hayan de expirar

mis ojos.

Anareto.

No hayas miedo.

Dios te dé favor.

Enrico.

Sí hará,

que es mar de misericordia,

aunque yo voy muerto ya.

Anareto.

Ten valor.

Enrico.

En Dios confío.

Vamos, padre, donde están

los que han de quitarme el ser

que vos me pudisteis dar.

ESCENA XVI

(Paulo en el monte.)

Paulo.

Cansado de correr vengo

por este monte intrincado;

atrás la gente he dejado

que a ajena costa mantengo.

Al pie deste sauce verde

quiero un poco descansar,

por ver si acaso el pesar

de mi memoria se pierde.

Tú, fuente, que murmurando

[p. 54]vas entre guijas corriendo,

en tu fugitivo estruendo

plantas y aves alegrando,

dame algún contento ahora,

infunde al alma alegría

con esa corriente fría

y con esa voz sonora.

Lisonjeros pajarillos

que no entendidos cantáis,

y holgazanes gorjeáis

entre juncos y tomillos;

dad con picos sonorosos

y con acentos süaves

gloria a mis pesares graves

y sucesos lastimosos.

En este verde tapete,

jironado de cristal,

quiero divertir mi mal

que mi triste fin promete.

(Echase a dormir y sale el Pastor con la corona, deshaciéndola.)

ESCENAS XVII y XVIII

Pastor.

Selvas intrincadas,

verdes alamedas,

a quien de esperanzas

adorna Amaltea;

[p. 55]fuentes que corréis

murmurando apriesa

por menudas guijas,

por blandas arenas;

ya vuelvo otra vez

a mirar la selva,

a pisar los valles

que tanto me cuestan.

Yo soy el pastor

que en vuestras riberas

guardé un tiempo alegre

cándidas ovejas.

Sus blancos vellones

entre verdes felpas

jirones de plata

a los ojos eran.

Era yo envidiado,

por ser guarda buena,

de muchos zagales

que ocupan la selva;

y mi mayoral,

que en ajena tierra

vive, me tenía

voluntad inmensa,

porque le llevaba,

cuando quería verlas,

las ovejas blancas

como nieve en pellas.

Pero desde el día

[p. 56]que una, la más buena,

huyó del rebaño,

lágrimas me anegan.

Mis contentos todos

convertí en tristezas,

mis placeres vivos

en memorias muertas.

Cantaba en los valles

canciones y letras;

mas ya en triste llanto

funestas endechas.

Por tenerla amor,

en esta floresta

aquesta guirnalda

comencé a tejerla.

Mas no la gozó;

que engañada y necia

dejó a quien la amaba

con mayor firmeza.

Y pues no la quiso

fuerza es que ya vuelva,

por venganza justa,

hoy a deshacerla.

Paulo.

Pastor, que otra vez

te vi en esta sierra,

si no muy alegre,

no con tal tristeza,

el verte me admira.

Pastor.

¡Ay perdida oveja!

[p. 57]¡De qué gloria huyes,

y a qué mal te allegas!

Paulo.

¿No es esa guirnalda

la que en las florestas

entonces tejías

con gran diligencia?

Pastor.

Esta misma es;

mas la oveja, necia,

no quiere volver

al bien que le espera,

y ansí la deshago.

Paulo.

Si acaso volviera,

zagalejo amigo,

¿no la recibieras?

Pastor.

Enojado estoy,

mas la gran clemencia

de mi mayoral

dice que aunque vuelvan,

si antes fueron blancas,

al rebaño negras,

que las dé mis brazos

y, sin extrañeza,

requiebros las diga

y palabras tiernas.

Paulo.

Pues es superior,

fuerza es que obedezcas.

Pastor.

Yo obedeceré;

pero no quiere ella

volver a mis voces,

[p. 58]en sus vicios ciega.

Ya de aquestos montes

en las altas peñas

la llamé con silbos

y avisé con señas.

Ya por los jarales,

por incultas selvas,

la anduve a buscar:

¡qué de ello me cuesta!

Ya traigo las plantas

de jaras diversas,

y agudos espinos

rotas y sangrientas.

No puedo hacer más.

Paulo.

En lágrimas tiernas

baña el pastorcillo

las mejillas bellas.

Pues te desconoce,

olvídate de ella

y no llores más.

Pastor.

Que lo haga es fuerza.

Volved, bellas flores,

a cubrir la tierra,

pues que no fué digna

de vuestra belleza.

Veamos si allá

con la tierra nueva

la pondrán guirnalda

tan rica y tan bella.

[p. 59]Quedaos, montes míos,

desiertos y selvas,

adiós, porque voy

con la triste nueva

a mi mayoral;

y cuando lo sepa

(aunque ya lo sabe)

sentirá su mengua,

no la ofensa suya,

aunque es tanta ofensa.

Lleno voy a verle

de miedo y vergüenza:

lo que ha de decirme

fuerza es que lo sienta.

Diráme: “Zagal,

¿ansí las ovejas

que yo os encomiendo

guardáis?” ¡Triste pena!

Yo responderé...

No hallaré respuesta,

si no es que mi llanto

la respuesta sea. (Vase.)

Paulo.

La historia parece

de mi vida aquesta.

De este pastorcillo

no sé lo que sienta;

que tales palabras

fuerza es que prometan

oscuras enigmas.

[p. 60]Mas ¿qué luz es esta

que a la luz del sol

sus rayos se afrentan?

(Con la música suben dos ángeles el alma de Enrico por una apariencia, y prosigue Paulo:)

Música celeste

en los aires suena,

y, a lo que diviso,

dos ángeles llevan

una alma gloriosa

a la excelsa esfera,

¡Dichosa mil veces,

alma, pues hoy llegas

donde tus trabajos

fin alegre tengan!

Grutas y plantas agrestes,

a quien el hielo corrompe,

¿no veis cómo el cielo rompe

ya sus cortinas celestes?

Ya rompiendo densas nubes

y esos transparentes velos,

alma, a gozar de los cielos

feliz y gloriosa subes.

Ya vas a gozar la palma

que la ventura te ofrece:

¡triste del que no merece

lo que tú mereces, alma!

[p. 61]

Ilustración

Muerte me han dado villanos.

[p. 63]

ESCENA XIX

(Sale Galván.)

Galván.

Advierte, Paulo famoso,

que por el monte ha bajado

un escuadrón concertado,

de gente y armas copioso,

que viene sólo a prendernos.

Si no pretendes morir,

solamente, Pablo, huír

es lo que puede valernos.

[Paulo y Galván se disponen a hacerles frente.]

ESCENAS XX y XXI

[El Juez y los villanos armados persiguen a Paulo, el cual, herido, cae rodando por las peñas. Sale Pedrisco.]

Pedrisco.

¿Cómo estás ansí?

Paulo.

¡Ay de mí!

Muerte me han dado villanos.

Pero ya que estoy muriendo,

saber de ti, amigo, aguardo

qué hay del suceso de Enrico.

Pedrisco.

En la plaza le ahorcaron

de Nápoles.

Paulo.

Pues ansí,

[p. 64]¿quién duda que condenado

estará al Infierno ya?

Pedrisco.

Mira lo que dices, Paulo;

que murió cristianamente,

confesado y comulgado

y abrazado con un Cristo,

en cuya vista enclavados

los ojos, pidió perdón

y misericordia, dando

tierno llanto a sus mejillas,

y a los presentes espanto.

Fuera de aqueso, en muriendo

resonó en los aires claros

una música divina;

y para mayor milagro

y evidencia más notoria,

dos paraninfos alados

se vieron patentemente,

que llevaban entre ambos

el alma de Enrico al Cielo.

Paulo.

¡A Enrico, el hombre más malo

que crió naturaleza!

Pedrisco.

¿De aquesto te espantas, Paulo,

cuando es tan piadoso Dios?

Paulo.

Pedrisco, eso ha sido engaño:

otra alma fué la que vieron,

no la de Enrico.

Pedrisco.

¡Dios santo,

reducidle vos!

[p. 65]Paulo.

Yo muero.

Pedrisco.

Mira que Enrico gozando

está de Dios: pide a Dios

perdón.

Paulo.

¿Y cómo ha de darlo

a un hombre que le ha ofendido

como yo?

Pedrisco.

¿Qué estás dudando?

¿No perdonó a Enrico?

Paulo.

Dios

es piadoso...

Pedrisco.

Es muy claro.

Paulo.

Pero no con tales hombres.

Ya muero, llega tus brazos.

Pedrisco.

Procura tener su fin.

Paulo.

Esa palabra me ha dado

Dios; si Enrico se salvó,

también yo salvarme aguardo. (Muere.)

ESCENA XXII

[Los villanos rodean el cadáver de Paulo. Descúbrese fuego, y Paulo lleno de llamas.]

Paulo.

Si a Paulo buscando vais

bien podéis ya ver a Paulo

ceñido el cuerpo de fuego

y de culebras cercado.

[p. 66]No doy la culpa a ninguno

de los tormentos que paso;

sólo a mí me doy la culpa,

pues fuí causa de mi daño.

Pedí a Dios que me dijese

el fin que tendría, en llegando

de mi vida el postrer día:

ofendíle, caso es llano;

y como la ofensa vió

de las almas el contrario,

incitóme con querer

perseguirme con engaños.

Forma de un ángel tomó,

y engañóme; que a ser sabio,

con su engaño me salvara;

pero fuí desconfiado

de la gran piedad de Dios,

que hoy a su juicio llegando,

me dijo: “Baja, maldito

de mi padre, al centro airado

de los oscuros abismos,

adonde has de estar penando.”

¡Malditos mis padres sean

mil veces, pues me engendraron!

¡Y yo también sea maldito,

pues que fuí desconfiado!

(Húndese por el tablado, y sale fuego.)

Juez.

Misterios son del Señor.

[p. 67]Galván.

¡Pobre y desdichado Paulo!

Pedrisco.

¡Y venturoso de Enrico,

que de Dios está gozando!

Juez.

Por que toméis escarmiento,

no pretendo castigaros;

libertad doy a los dos.

···············

No más: a Nápoles vamos

a contar este suceso.

Pedrisco.

Y porque éste es tan arduo

y difícil de creer,

siendo verdadero el caso,

vaya el que fuese curioso

(porque sin ser escribano

dé fe de ello), a Belarmino;

y si no, más dilatado

en la vida de los padres

podrá fácilmente hallarlo.

Y con aquesto da fin

El Mayor Desconfiado,

y pena y gloria trocadas.

El cielo os guarde mil años.

Viñeta de adorno

[p. 69]

Ilustración de cabeza de capítulo

LA PRUDENCIA
EN LA MUJER

La escena es en Toledo, León y otros puntos.

JORNADA PRIMERA

Sala en el alcázar de Toledo.

ESCENA I

El infante don Enrique, el infante don Juan, don Diego de Haro.

D. Enrique.

Será la viuda reina esposa mía,

y daráme Castilla su corona.

O España volverá a llorar el día

que al conde don Julián traidor pregona.

¿Con quién puede casar doña María,

si de valor y hazañas se aficiona,

como conmigo, sin hacerme agravio?

Enrique soy; mi hermano, Alfonso el Sabio.

[p. 70]Don Juan.

La Reina y la corona pertenece

a don Juan, de don Sancho el Bravo hermano:

mientras el niño rey Fernando crece,

yo he de regir el cetro castellano.

Pruebe, si algún traidor se desvanece,

a quitarme la espada de la mano;

que mientras gobernare su cuchilla,

sólo don Juan gobernará a Castilla.

Don Diego.

Está vivo don Diego López de Haro,

que vuestras pretensiones tendrá a raya,

y dando al tierno Rey seguro amparo,

casará con su madre; y cuando vaya

algún traidor contra el derecho claro

que defiendo, señor soy de Vizcaya:

minas son las entrañas de sus cerros,

que hierro dan con que castigue yerros.

···············

D. Enrique.

Vos, caballero pobre, cuyo Estado

cuatro silvestres son, toscos y rudos,

montes de hierro, para el vil arado,

hidalgos por Adán, como él desnudos,

adonde en vez de Baco sazonado,

manzanos llenos de groseros ñudos

dan mosto insulso, siendo silla rica,

en vez de trono, el árbol de Garnica,

[p. 71]¡Intentáis de la Reina ser consorte,

sabiendo que pretende don Enrique

casar con ella, ennoblecer su corte

y que por rey España le publique!

Don Juan.

Cuando su intento loco no reporte

y edificios quiméricos fabrique,

mientras el reino gozo y su hermosura,

se podrá desposar con su locura.

···············

Don Diego.

Cuatro bárbaros tengo por vasallos,

a quien Roma jamás conquistar pudo,

que sin armas, sin muros, sin caballos,

libres conservan su valor desnudo.

Montes de hierro habitan, que a estimallos,

valiente en obras, y en palabras mudo,

a sus miras guardárades decoro,

pues por su hierro España goza su oro.

Si su aspereza tosca no cultiva

aranzadas a Baco, hazas a Ceres,

es porque Venus huya, que lasciva

hipoteca en sus frutos sus placeres.

La encina hercúlea, no la blanda oliva,

teje coronas para sus mujeres,

que aunque diversas en el sexo y nombres

en guerra y paz se igualan a sus hombres.

El árbol de Garnica ha conservado

[p. 72]sin que tiranos le hayan deshojado,

la antigüedad que ilustra a sus señores,

ni haga sombra a confesos ni a traidores.

En su tronco, no en silla real sentado,

nobles, puesto que pobres, electores

tan sólo un señor juran, cuyas leyes

libres conservan de tiranos reyes.

Suyo lo soy ahora, y del Rey tío,

leal en defendelle, y pretendiente

de su madre, a quien dar la mano fío,

aunque la deslealtad su ofensa intente.

Infantes, si a la lengua iguala el brío,

intérprete es la espada del valiente;

vizcaíno es el hierro que os encargo,

corto en palabras, pero en obras largo.

[p. 73]

Ilustración

¡Ser mis esposos queréis...!

ESCENA II

La reina doña María, de viuda; don Enrique, don Juan, don Diego.

Reina.

¿Qué es aquesto, caballeros,

defensa y valor de España,

espejos de lealtad,

gloria y luz de las hazañas?

Cuando muerto el rey don Sancho,

mi esposo y señor, las galas

truecan León y Castilla

por jergas negras y bastas;

[p. 75]cuando el moro granadino

moriscos pendones saca

contra el reino sin cabeza,

y las fronteras asalta

por la lealtad defendidas,

y abriéndose su Granada,

por las católicas vegas

blasfemos granos derrama;

¡en civiles competencias,

pretensiones mal fundadas,

bandos que la paz destruyen,

ambiciosas arrogancias,

cubrís de temor los reinos,

tiranizáis vuestra patria,

dando en vuestra ofensa lenguas

a las naciones contrarias!

¡Ser mis esposos queréis,

y como mujer ganada

en buena guerra, al derecho

me reducís de las armas!

¡Casarme intentáis por fuerza,

e ilustrándoos sangre hidalga,

la libertad de mi gusto

hacéis pechera y villana!

···············

Os engañáis, caballeros,

que no está desamparada

de estos reinos la corona,

ni del Rey la tierna infancia.

[p. 76]Don Sancho el Bravo aún no es muerto;

que como me entregó el alma,

en mi pecho se conservan

fieles y amorosas llamas.

Si, porque es el Rey un niño

y una mujer quien le ampara,

os atrevéis ambiciosos

contra la fe castellana,

tres almas viven en mí:

la de Sancho, que Dios haya;

la de mi hijo, que habita

en mis maternas entrañas,

y la mía, en quien se suman

esotras dos: ved si basta

a la defensa de un reino

una mujer con tres almas.

Intentad guerras civiles,

sacad gentes a campaña,

vuestra deslealtad pregonen

contra vuestro Rey las cajas;

que aunque mujer, yo sabré

en vez de las tocas largas

y el negro monjil, vestirme

el arnés y la celada.

Infanta soy de León;

salgan traidores a caza

del hijo de una leona,

que el reino ha puesto en su guarda,

veréis si en vez de la aguja

[p. 77]sabré ejercitar la espada,

y abatir lienzos de muros

quien labra lienzos de Holanda.

···············

ESCENAS III a V

[Los pretendientes, al verse rechazados, reúnen sus partidarios y alzan bandera de rebelión contra el Rey y la Regente. Don Juan busca el apoyo de los árabes granadinos: don Enrique acude en demanda de ayuda a su sobrino el Rey de Portugal; don Diego de Haro espera tropas de Aragón y Navarra.
La Reina llama a sus vasallos a palacio y les presenta al niño Fernando IV como rey legítimo de Castilla y León; pero mientras les habla excitándoles a la lealtad, las tropas rebeldes cercan el palacio y lo toman por asalto. La Reina y su hijo huyen precipitadamente a León.]

ESCENAS VI a VIII

(En Valencia de Alcántara.)

[Las familias Benavides y Caravajal tienen desde antiguo profundos resentimientos. Don Alonso Caravajal consigue el amor de doña Teresa de Benavides y se desposa secretamente con ella. Don Juan de Benavides se siente afrentado por esta unión y reta a don Alonso: cuando están a punto de llegar a las manos se presenta la Reina, fugitiva.]

[p. 78]

ESCENA IX

Reina.

Ilustres Caravajales,

Benavides excelentes,

mis deudos sois y parientes.

Blasones os honran reales:

mostrad hoy que sois leales.

Un árbol sirve de silla

a la inocencia sencilla

de vuestro Rey incapaz.

(Descubre al Rey niño encerrado en el tronco de un árbol.)

No permitáis que en agraz

os le malogre Castilla.

Como la aurora, amanece

entre la tiniebla oscura

de la traición, que procura

matárosle y le oscurece.

Si este tierno sol merece

glorias de una ilustre hazaña,

lograd el que os acompaña,

y con valor español

defended los dos un sol

que os da el oriente de España.

Benavid.

¡Oh retrato del amor,

niño Rey, humilde Alteza!

Con tu angélica belleza

se enternece mi rigor.

[p. 79]No tuviera yo valor

si el socorro que me pides,

a las perlas que despides

negaran mis fieles labios.

Por los tuyos sus agravios

olvidan los Benavides.

Famosos Caravajales,

treguas al enojo demos,

y para después dejemos

guerras y bandos parciales.

No salgan los desleales

con su bárbaro consejo.

A estos pies mi agravio dejo

para volverle a tomar,

que mal se podrá olvidar

el odio heredado y viejo.

Juntemos nuestros amigos

y de dos un campo hagamos;

que mientras al Rey sirvamos

no hemos de ser enemigos.

Serán los cielos testigos,

para ilustrarnos después,

de que hoy el valor leonés,

con lealtad y con amor,

el bien del Rey su señor

antepone a su interés.

Don Al.

Fénix de España, nacido

para que su gloria aumente,

pájaro sois inocente,

[p. 80]

en ese árbol como en nido.

¿Quién, mi perla, os ha escondido

desa suerte?

Rey.

Hanme quitado

mi reino, y no me han dejado

aun la cuna en que nací;

y como a Herodes temí,

vengo huyendo al despoblado.

Don Pedr.

No temáis del gavilán,

pájaro tierno y hermoso,

por más que intente ambicioso

hacer presa en vos don Juan.

Benavid.

Todos por ti morirán,

sol de España, hasta que quedes

libre de las viles redes

de ambiciosos cazadores.

···············

Alto, hidalgos, a León:

muera el Infante tirano.

Y vos, ejemplo cristiano, (A la Reina.)

regidnos desde este día,

y será, pues de vos fía

el cielo una ilustre hazaña,

la Semíramis de España

la reina doña María. (Vanse.)

[p. 81]

ESCENAS X a XII

(Sala en el palacio de León.)

[Los Infantes vencedores están gozando de su triunfo. Han decidido repartirse el reino entre ambos: Don Juan reinará en León, y don Enrique, en Murcia y Sevilla. Entre tanto, los Caravajales y Benavides derrotan a las tropas de los Infantes, los cuales son sorprendidos y presos. Custódianlos don Alonso y don Pedro Caravajal y don Juan de Benavides, mientras esperan la sentencia que contra ellos ha de dictar la enojada Reina.]

ESCENA XIII

(Don Luis, con una fuente de plata, y en ella un papel.)

Don Luis.

La Reina ha mandado, Infantes,

que entréis en esa capilla,

donde os esperan dos padres

que vuestras almas dispongan,

porque quiere en esta tarde

mostrar a España del modo

que allanar rebeldes sabe.

Don Enr.

¿La Reina, nuestra señora,

es posible que eso mande?

¡La piadosa! ¡La clemente!

¡A dos primos! ¡A dos grandes!

[p. 82]¡Ah mujeres! ¡Qué bien hizo

naturaleza admirable

en no entregaros las armas!

Don Juan.

Cuando darnos muerte mande,

y por medio del rigor

a Fernando el reino allane,

puesto que con los rendidos

es medio el amor más fácil,

Portugal y Aragón tienen

reyes de nuestro linaje

que nuestra muerte la pidan

y castiguen sus crueldades.

···············

Don Luis.

Aquí está vuestra sentencia.

(Presenta a los Infantes el papel que viene en la fuente.)

Don Juan.

¿Con ella el plato nos hace?

¿En una fuente la envía?

Pues tiempo vendrá en que pague

la costa deste banquete,

cuando lleguen a aprecialle

con lanzas en vez de plumas

los que nuestro valor saben.

Don Enr.

Dejádmela ver primero.

¡Oh muerte fiera! ¡Que bastes

a asombrar pechos de bronce

sólo con un papel frágil!

(Lee.) “Doña María Alfonso, reina y gobernado[p. 83]ra de Castilla, León, etc.: por el rey don Fernando IV deste nombre, su hijo, etc. Para confusión de sediciosos y premio de leales, manda que los Infantes de Castilla sus primos salgan libres de la fortaleza en que están presos, se les restituyan sus Estados, y demás desto hace merced al infante don Enrique de las villas de Feria, Mora, Morón y Santisteban de Gormaz; y al infante don Juan, de las de Aillón, Astudillo, Curiel y Cáceres, con esperanza, si se redujeren, de mayores acrecentamientos, y certidumbre, si la ofendieren, de que le queda valor para defenderse y ánimo para pagar nuevos deservicios con nuevos galardones. — La Reina gobernadora.

(Descórrese una cortina en el fondo, y aparece la Reina, en pie, sobre un trono, coronada, con peto y espaldar, echados los cabellos atrás, y una espada desnuda en la mano.)

ESCENA XIV

Reina.

La reina doña María

castiga de aquesta suerte

delitos dignos de muerte.

Contra vuestra alevosía

en armas y en cortesía

os ha venido a vencer,

siendo hombres, una mujer,

a daros vida resuelta,

[p. 84]como quien la caza suelta

para volverla a coger.

Si pensáis que por temor

que a los que os amparan tengo

a daros libertad vengo,

ofenderéis mi valor.

Para confusión mayor

vuestra, he querido premiaros;

porque si acaso a inquietaros

vuestra ambición os volviere,

cuanto agora más os diere,

tendré después que quitaros.

Poco estima a su enemigo

quien le vence y vuelve a armar;

que en el noble es premio el dar,

como el recebir, castigo.

Si dándoos vida os obligo,

por vuestra opinión volved,

y si no, guerra me haced:

veamos quién es más firme,

vosotros en deservirme,

y yo en haceros merced.

Don Juan.

No olvide jamás España

tu magnánimo valor,

pues juntas con el temor

la piedad que te acompaña.

Eternicen esta hazaña

pinceles y plumas cuantas

celebran memorias santas,

[p. 85]pues que reprendiendo obligas,

haciendo merced castigas

y derribando levantas

que yo desde aquí adelante,

desta merced pregonero,

seré en servirte el primero.

Don Enr.

Y yo leal y constante,

con satisfacción bastante...

Reina.

Venid, y al Rey besaréis

las manos.

Don Juan.

Desde hoy podéis

regir nuestros corazones,

que obligan más galardones

que las armas que traéis.

···············


[p. 86]

JORNADA SEGUNDA

ESCENA I

Don Juan, Ismael.

Don Juan.

De reinar tengo esperanza

con traidora o fiel acción;

mas no juzgo por traición

lo que una corona alcanza.

Reine yo, Ismael, por ti,

y venga lo que viniere.

Ismael.

Si el niño Fernando muere,

cuya vida estriba en mí,

no hay quien te haga competencia.

Don Juan.

De viruelas malo está;

fácil de cumplir será

mi deseo, si a tu ciencia

juntas el mucho provecho

que de hacer lo que te pido

se te sigue.

Ismael.

Agradecido

a tu real y noble pecho

quiero ser, porque esperanza

tengo que en viéndote rey,

[p. 87]has de amparar nuestra ley.

Hebreo soy; la venganza

de Vespasiano y de Tito,

que asoló a Jerusalén,

y el templo santo también,

causando oprobio infinito

a toda nuestra nación,

nos hace andar desterrados,

de todos menospreciados,

siendo burla e irrisión

del mundo, que desvarío

quiere que mi ley se llame,

sin que haya quien por infame

no tenga el nombre judío.

Mas si palabra me das,

en viéndote rey, de hacer

mi nación ennoblecer,

y que podamos de hoy más

tener cargos generosos,

entrar en ayuntamientos,

comprar varas, regimientos,

y otros títulos honrosos,

quitándole al Rey la vida

te pondrás la corona hoy.

Su protomédico soy;

muerte llevo escondida

en este término breve;

(Saca un vaso de plata.)

[p. 88]con que si te satisfago,

diré que el Rey en un trago

su reino y muerte se bebe.

A un sueño mortal provoca,

donde con facilidad,

de la sombra a la verdad,

y al corazón de la boca

viendo el veneno correr,

llamar de la muerte puedes

los médicos Ganimedes,

pues que la dan a beber.

···············

ESCENA II

Ismael.

Ismael.

Pues honra y provecho gano

en matar a un niño Rey,

y estima tanto mi ley

a quien da muerte a un cristiano,

¿qué dudo que no ejecuto

del infame la esperanza,

de mi nación la venganza

y destos reinos el luto?

···············

El niño Rey está aquí;

que beba su muerte trato.

(Al querer entrar en el aposento del Rey repara en el retrato de la Reina, que está sobre la puerta.)

[p. 89]Mas ¡cielos! ¿no es el retrato

éste de su madre? Sí.

No sin causa me acobarda

la traición que juzgo incierta,

pues puso el Rey a su puerta

su misma madre por guarda.

¡Vive Dios que estoy temblando

de miralla, aunque pintada!

¿No parece que enojada

muda me está amenazando?

¿No parece que en los ojos

forja rayos enemigos,

que amenazan mis castigos

y autorizan sus enojos?

No me miréis, Reina, airada.

Si don Juan, que es vuestro primo,

y en quien estriba el arrimo

del Rey, prenda vuestra amada,

es contra su mismo Rey,

¿qué mucho que yo lo sea,

viniendo de sangre hebrea

y profesando otra ley?

No es mi traición tan culpada:

tened la ira vengativa.

¡Qué hiciérades a estar viva

pues que me asombráis pintada!

Mas ¿para qué doy lugar

a cobardes desvaríos?

Ea, recelos judíos,

[p. 90]pues es mi oficio matar,

muera el Rey, y hágase cierta

la dicha que me animó...

(Al querer entrar, cae el retrato, y tápale la puerta.)

Pero el retrato cayó,

y me ha cerrado la puerta.

Dichoso el vulgo ha llamado

al judío, Reina hermosa;

mas no hay más infeliz cosa

que un judío desdichado.

Y pues tanto yo lo he sido,

riesgo corro manifiesto

si no huyo de aquí...

(Quiere huír por la otra puerta, sale la Reina, detiénele, y él se turba.)

ESCENA III

Reina.

¿Qué es esto?

¿De qué estáis descolorido?

Volved acá. ¿Adónde vais?

¿De qué es el desasosiego?

Ismael.

Volveré, señora, luego.

Reina.

Esperad. ¿De qué os turbáis?

Ismael.

¿Yo turbarme?

Reina.

No es por bueno.

¿Qué lleváis en ese vaso?

Ismael.

¿Quién? ¿Yo?

[p. 91]Reina.

Detened el paso.

Ismael.

Quien dijere que es veneno,

y que al Rey nuestro señor

no soy leal...

Reina.

¿Cómo es eso?

Ismael.

Que estoy turbado confieso,

pero no que soy traidor.

Reina.

Pues aquí ¿quién os acusa?

Ismael.

(Ap.) Mi misma traición será.

Reina.

Culpado, Ismael, está

quien sin ocasión se excusa.

Ismael.

El Infante es el ingrato,

que yo no le satisfice;

y si el retrato lo dice,

engañaráse el retrato.

Que aunque el paso me cerró,

cuando a purgar al Rey vengo,

yo, Reina, ¿qué culpa tengo,

si el retrato se cayó?

Don Juan, el infante, sí,

que con aquesta bebida

me manda quitar la vida

al tierno Rey que ofendí...

Digo, que ofendió el Infante.

Reina.

En fin, vuestra turbación

confesó vuestra traición;

no paséis más adelante.

¿Es la purga de Fernando

esa?

[p. 92]Ismael.

Gran señora, sí;

y si he de decir aquí

la verdad... ¿Qué estoy dudando...?

El deseo de reinar

con don Juan tanto ha podido,

que ciego me ha persuadido

que llegue la muerte a dar

al niño Rey; y el temor

de que no me castigase

me obligó que le jurase

ser a su Alteza traidor.

Afirméle que este vaso

iba con la purga lleno

de un instantáneo veneno;

pero no haga dello caso

Vuestra Alteza, que es mentira

con que pretendí engañalle

no más que por sosegalle

y dar lugar a la ira.

Y pues del título infame

me he librado de traidor,

juzgo agora por mejor

que la purga se derrame;

que otra medicina habrá

que le haga al Rey más al caso.

(Quiere derramarla y detiénele la Reina.)

Reina.

Tened la mano y el vaso;

que pues mi Fernando está

[p. 93]para purgarse dispuesto,

no es bien perder la ocasión

por una falsa opinión

que en mala fama os ha puesto.

Conozco vuestra virtud;

médico habéis siempre sido

sabio, fiel y agradecido.

Asegurad la salud

del Rey y vuestra inocencia

haciendo la salva agora

a esa purga.

Ismael.

Gran señora,

no estoy, con vuestra licencia,

dispuesto a purgarme yo,

ni tengo la enfermedad

del rey Fernando y su edad.

Reina.

¿Que no estáis enfermo?

Ismael.

No.

Reina.

No importa; vuestra virtud

desmienta agora este agravio:

en salud se sangra el sabio;

purgaréisos en salud.

Tiene muy malos humores

el reino desconcertado,

y por remedio he tomado

el purgalle de traidores:

a vos no puede dañaros.

Ismael.

Es muy recia, y no osaré

tomarla, señora, en pie.

[p. 94]Reina.

Pues buen remedio, asentaros.

Ismael.

A vuestros pies me derribo;

no permitáis tal rigor.

Reina.

Bebedla; que haré, dotor,

atenacearos vivo.

El infante don Juan es

noble, leal y cristiano,

sin resabios de tirano,

sin sospechas de interés.

De la nación más rüin

vos, que el sol mira y calienta;

del mundo oprobio y afrenta,

infame judío, en fin:

¿Cuál mentirá de los dos?

¿O cómo creeré que hay ley

para no matar su Rey

en quien dió muerte a su Dios?

···············

Bebed: ¿qué esperáis?

Ismael.

Señora,

si el confesar mi traición

no basta a alcanzar perdón,

baste el ser vos...

Reina.

Bebé agora,

o escoged salir mañana

desnudo y a un carro atado

a vista del vulgo airado

y vuestra nación tirana,

por las calles y las plazas,

[p. 95]

dando a la venganza temas,

y vuestras carnes blasfemas

al fuego y a las tenazas.

(El hebreo, ante la amenaza de la Reina, bebe. Vase por la puerta del fondo, y cae muerto dentro.)

ESCENA IV

Reina.

¡Vos lleváis buena esperanza!

Su bárbara muerte es cierta.

Quiero cerrar esta puerta;

que el ocultar mi venganza

ha de importar por agora.

¡Ay, hijo del alma mía!

Aunque mataros porfía

quien no como yo os adora,

el cielo os está amparando;

mas pues sois ángel de Dios,

sed ángel de guarda vos

de vos mismo, mi Fernando.

ESCENAS V a VIII

[Los Estados vecinos se aprovechan de los continuos disturbios de Castilla, promovidos por los Infantes. Los árabes atacan Jaén; el Rey de Aragón pone sitio a Soria, y en Extremadura se teme a los portugueses. Para sostener los ejércitos fronterizos[p. 96] la Reina se ve obligada a vender su patrimonio y sus joyas, y cuando llega una situación apurada empeña sus tocas a un mercader segoviano antes de imponer nuevos pechos a los vasallos.]

ESCENA IX

Don Juan.

(Ap.) Alegre espero

del Rey la agradable muerte.

¿Si habrá el veneno mortal

asegurado mi suerte?

¡Oh corona! ¡Oh trono real!

¿Cuándo tengo de poseerte?

Reina.

Primo.

Don Juan.

Señora.

Reina.

Bien sé

que desde que os redujisteis

a vuestro Rey, y volvisteis

por vuestra lealtad y fe,

a saber que algún rico hombre

a su corona aspirara,

y darle muerte intentara

a costa de un traidor nombre,

que pusiérades por él

vida y hacienda.

Don Juan.

Es ansí.

(¿Si dice aquesto por mí?) (Ap.)

Creed de mi pecho fiel,

gran señora, que prefiero

[p. 97]la vida, el ser y el honor

por el Rey nuestro señor.

Pero el propósito espero

a que me habléis desa suerte.

Reina.

Solos estamos los dos:

fiarme quiero de vos.

Don Juan.

(Ap.) Angustias siento de muerte.

Reina.

Sabed que un grande, y tan grande

como vos... —¿De qué os turbáis?

Don Juan.

Témome que ocasionáis

que algún traidor se desmande

contra mí, y descomponerme

con vuestra Alteza procure.

Reina.

No hay contra vos quien murmure,

que el leal seguro duerme.

Digo, pues, que un grande intenta

(y por su honra el nombre callo)

subir a Rey de vasallo,

y sus culpas acrecienta.

Quisiérale reducir

por algún medio discreto,

y porque tendréis secreto,

con vos le intento escribir;

que por querelle bien vos

mejor le reduciréis.

Don Juan.

¿Yo bien?

Reina.

Tan bien le queréis

como a vos mismo.

Don Juan.

Por Dios

[p. 98]que el corazón me sacara

a mí mismo, si supiera

que en él tal traición cupiera.

Reina.

Eso, primo, es cosa clara;

que a no teneros por tal,

no os descubriera su pecho.

El mío está satisfecho

de si sois o no leal.

Aquí hay recado: escribid.

Don Juan.

(Ap.) ¿Qué enigmas, cielos, son éstas?

¡Ay, reino, lo que me cuestas!

Reina.

Tomad la pluma.

Don Juan.

Decid.

Reina.

Infante...

Don Juan.

Señora...

Reina.

Digo

que así, Infante, escribáis.

Don Juan.

Si por Infante empezáis,

claro está que habláis conmigo,

pues si don Enrique no,

no hay en Castilla otro infante.

Algún privado arrogante

mi nobleza desdoró;

y mentirá el desleal

que me impute tal traición.

Reina.

¿No hay Infantes de Aragón,

de Navarra y Portugal?

¿De qué escribiros servía

estando juntos los dos?

[p. 99]Haced más caso de vos.

Don Juan.

(Ap.) ¡Qué traidor no desconfía!

(Paseándose la Reina, va dictando, y don Juan escribe.)

Reina.

Infante: como un rey tiene

dos ángeles en su guarda,

poco en saber quién es tarda

el que a hacelle traición viene.

Vuestra ambición se refrene;

que se acabará algún día

la noble paciencia mía,

y os cortará mi aspereza

esperanzas y cabeza...

La reina doña María.

Leedme agora el papel,

que no es de importancia poca,

y por la parte que os toca

advertid, Infante, en él.

(Léele don Juan.)

Cerralde y dalde después.

Don Juan.

¿A quién? Que sabello intento.

Reina.

El que está en ese aposento

os dirá para quién es. (Vase.)

ESCENA X

Don Juan.

“¡El que está en ese aposento

os dirá para quién es!”

[p. 100]Misterios me habla, después

que matar al Rey intento.

¡Escribe el papel conmigo,

y remite a otro el decirme

para quién es! Prevenirme

intenta con el castigo.

¿Si hay aquí gente cerrada,

para matarme en secreto?

Ea, temor indiscreto,

averiguad con la espada

la verdad desta sospecha.

(Saca la espada, abre la puerta del fondo y descubre al judío muerto con el vaso en la mano.)

¡Al cielo! Mi daño es cierto:

el doctor está aquí muerto

y la esperanza deshecha

que en su veneno estribó.

Todo la Reina lo sabe,

que en un vil pecho no cabe

el secreto. Él le contó

la determinación loca

de mi intento depravado.

El veneno que ha quedado

he de aplicar a la boca. (Toma el vaso.)

Pagaré ansí mi delito,

pues que colijo de aquí

que sois, papel, para mí,

siendo un muerto el sobrescrito.

[p. 101]Si deste vano interés

duda vuestro pensamiento,

“El que está en este aposento

os dirá para quién es.”

Mudo dice que yo soy;

muerto está por desleal;

¡quien fué en la traición igual,

séalo en la muerte hoy!

Que por no ver la presencia

de quien ofendí otra vez,

a un tiempo verdugo y juez

he de ser de mi sentencia.

(Quiere beber; sale la Reina y quítale el vaso.)

ESCENA XI

Reina.

Primo, Infante, ¿estáis en vos?

Tened la bárbara mano.

¿Vos sois noble? ¿Vos cristiano?

Don Juan, ¿vos teméis a Dios?

¿Qué frenesí, qué locura

os mueve a desesperaros?

Don Juan.

Si no hay para aseguraros

satisfacción más segura

si no es con que muerto quede,

quiero ponerlo por obra,

que quien mala fama cobra

tarde restauralla puede.

[p. 102]Reina.

Vos no la perdéis conmigo;

ni aunque desleal os llame

un hebreo vil e infame,

que no vale por testigo,

¿le he de dar crédito yo?

Él fué quien dar muerte quiso

al Rey. Tuve dello aviso,

y aunque la culpa os echó,

ni sus engaños creí,

ni a vos, don Juan, noble primo,

menos que antes os estimo.

El papel que os escribí

es para daros noticia

de que en cualquier yerro o falta

ve mucho, por ser tan alta,

la vara de la justicia;

y lo que su honra daña

quien fieles amigos deja,

con traidores se aconseja,

y a rüines acompaña.

De la amistad de un judío

¿qué podía resultaros,

si no es, Infante, imputaros

tal traición, tal desvarío?

Escarmentad, primo, en él,

mientras que seguro os dejo;

y si estimáis mi consejo,

guardad mucho ese papel,

porque contra la ambición

[p. 103]sirva, si acaso os inquieta:

a la lealtad de receta,

de epítima al corazón;

que siendo contra el honor

la traición mortal veneno,

no hay antídoto tan bueno,

Infante, como el temor.

Don Juan.

No tengo lengua, señora,

para ensalzar al presente

la prudencia que en vos...

Reina.

Gente

viene; dejad eso agora.

ESCENAS XII a XVII

[El infante don Juan prepara una nueva traición. Dice a varios caballeros que la Reina y don Juan Caravajal quieren casarse proclamándose reyes de Castilla, y que han sobornado a un médico judío para que envenene al niño Rey, pero el Infante llegó a tiempo de evitar tan horrible crimen y castigó al médico con la muerte. En la habitación inmediata les muestra el cadáver del judío. Como los caballeros no dan crédito a las palabras del Infante, él les invita a que vayan aquella noche a cenar a su quinta donde les dará testimonios indudables de los propósitos de la Reina y de Caravajal.]

[El mayordomo se presenta a la Reina para de[p. 104]cirle que, agotado por completo el tesoro real y su crédito, por la noche no se podrá cenar en Palacio.]

Reina.

Los monteros

de Espinosa, mis guardas, con secreto

me prevenid, don Juan, y caballeros

parientes vuestros: yo os diré a qué efeto.

Don Al.

No quiero saber más que obedeceros.

Reina.

La pena refrenad, que yo os prometo

que esta noche, Melendo, a costa ajena

habemos de tener una real cena.

ESCENA XVIII

Don Juan, don Diego, don Nuño, don Álvaro.

Sala en la quinta del infante don Juan.

Don Juan.

Mientras que se hace hora

de cenar, entretengamos

el tiempo.

Don Nuño.

Dados jugamos.

Don Juan.

Dejad los dados agora,

que tienen muchos azares.

Don Diego.

No es pequeño el que sospecho

que ha de alborotar mi pecho

don Juan, mientras no repares

de la Reina la opinión,

que corre riesgo por ti.

Don Juan.

Que al reino he librado di,

don Diego, de una traición.

[p. 105]Don Diego.

Más difícil de creer

se me hace, cuanto más

lo pienso.

Don Juan.

¡Terrible estás,

don Diego! Si te hago ver

hacer la Reina favores

a don Juan Caravajal,

y en correspondencia igual

que él la está diciendo amores,

¿crêráslo?

Don Diego.

Crêré que miente

la vista; pero en tal caso

los celos en que me abraso,

si ven tal traición presente,

y de Castilla el decoro

me obligará a que os incite

que el gobierno se le quite,

y en el alcázar de Toro

esté presa.

Don Juan.

¿A quién podremos

nombrar por gobernador,

y del niño Rey tutor?

Don Nuño.

Si a vos, don Juan, os tenemos,

¿qué hay que preguntar a quién?

Don Juan.

Yo soy muy poco ambicioso.

Don Diego.

Don Enrique es poderoso,

y tendrá ese cargo bien.

Don Juan.

Don Enrique ha pretendido

ser rey, y si en su poder

[p. 106]está el reino, ha de querer

lo que hasta aquí no ha podido.

D. Álvaro.

Serálo don Diego, pues,

que nadie en España ignora

quién es.

Don Juan.

Dejemos agora

aquesto para después;

que cuando por elección

el reino en Cortes me elija,

será fuerza que le rija,

y tuerza mi inclinación.

Don Diego.

(Ap.) Este es traidor, vive el cielo,

y por verse rey levanta

a la Reina, cuerda y santa,

el insulto que recelo.

Aunque la vida me cueste,

lo tengo hoy de averiguar.

Don Juan.

Caballeros, a cenar. (Tocan a rebato.)

Pero ¿qué alboroto es éste?

ESCENA XIX

El Criado.—Dichos.

Criado.

La Reina y toda su guarda

la casa nos han cercado.

[p. 107]

Ilustración

Daos a prisión, caballeros.

Don Juan.

(Ap.) ¡Qué mucho si tiene al lado

los dos ángeles de guarda

que dijo, que la dan cuenta

de aquesta nueva traición!

[p. 109]¿Cómo esperáis, corazón,

sin matarme, tal afrenta?

ESCENA XX

Don Alonso, don Melendo, soldados.—Dichos; después la Reina.

D. Alonso.

Daos a prisión, caballeros;

las espadas de las cintas

quitad.

(Quítanselas y sale la Reina, armada.)

Reina.

No se hacen las quintas

si no es para entreteneros,

ni es bien que yo guarde fueros

a quien no guarda a mi honor

el respeto que el valor

de un vasallo a su Rey debe,

y a dar crédito se atreve

ligeramente a un traidor.

···············

Si la vida que os he dado

dos veces (que no debiera),

apetecéis la tercera,

Infante inconsiderado,

decid, pues estáis atado

al potro de la verdad,

quién fué el que con deslealtad

[p. 110]quiso dar veneno al Rey,

haciendo a un hebreo sin ley

ministro de tal maldad.

Don Juan.

Señora...

Reina.

No moriréis,

como la verdad digáis.

Don Juan.

Si piadosa me animáis,

severa temblar me hacéis.

Muerte es justo que me deis,

y cesará la ambición

de una loca inclinación

que a su lealtad rompió el freno,

y con el mortal veneno

ha mezclado esta traición.

Yo al médico persuadí

que al Rey mi señor matase,

porque en su silla gozase

el reino que apetecí.

Después que muerto le vi,

por vos forzado a beber

el veneno, hice creer

a todos, en vuestra mengua,

cosas que no osa la lengua

memoria dellas hacer.

Reina.

En la Mota de Medina

Estaréis, Infante, preso

hasta que os vuelva a dar seso

el furor que os desatina.

Don Juan.

Quien a ser traidor se inclina,

[p. 111]tarde volverá en su acuerdo.

La libertad y honra pierdo

por mi ambicioso interés:

callar y sufrir, pues es

por la pena el loco, cuerdo. (Llévanle.)

Don Nuño.

Nadie, gran señora, ha dado

fe en vuestra ofensa al Infante.

Reina.

Noticia tengo bastante

de quién es o no culpado.

Dos ángeles traigo al lado,

y el cielo a Fernando ayuda,

que ingratos intentos muda.

···············

[La Reina obliga a todos los caballeros presentes a que le devuelvan las rentas que tienen usurpadas al tesoro real.]


[p. 112]

JORNADA TERCERA

ESCENAS I a IV

[Fernando IV llega a edad de reinar sin tutela. Su madre le da prudentes consejos para el gobierno y se retira a la villa de Becerril.
Don Nuño, don Álvaro y el infante don Enrique se captan la privanza del joven monarca, el cual trata con algún desdén a Benavides y a los hermanos Caravajales.]

ESCENA V

El Rey, don Enrique, don Nuño y don Álvaro, en traje de caza; acompañamiento, retirado.

(Claro en los montes de Toledo.)

Rey.

¡Fértiles montes!

D. Álvar.

Notables.

Don Enr.

Afirmarte dellos puedo

que, aunque ásperos y intratables,

son los montes de Toledo

más fecundos y admirables

[p. 113]que los de África, alabados

de Plinio por milagrosos.

···············

Rey.

De más estima es la caza

que tienen, a que me inclino.

Don Enr.

La que esta comarca abraza

es tanta, que hasta el camino

muchas veces embaraza.

Rey.

No pienso salir tan presto,

Infante, de su aspereza.

Don Enr.

Este ejercicio es honesto,

y propio de la grandeza

de un rey.

Rey.

Escuchad: ¿qué es esto?

ESCENA VI

(Don Juan, de labrador.—Dichos.)

Don Juan.

Ínclito y famoso Rey,

felice por ser Fernando,

en el valor el primero,

aunque en sucesión el cuarto;

si la justicia y prudencia

que mostró en sus tiernos años

Salomón, le ganó nombre

eternamente de sabio,

y a las puertas del gobierno

sobre el trono estáis sentado

[p. 114]de España, cuando Castilla

os pone el cetro en la mano,

imitad a Salomón,

y entrad deshaciendo agravios,

porque al principio os respeten

y adoren vuestros vasallos.

···············

La reina doña María,

mujer de don Sancho el Bravo,

Jezabel contra inocentes,

Athalía entre tiranos,

por vivir a rienda suelta

en tan ilícitos tratos,

que para que no os ofendan,

los publico con callarlos,

intentando libre y torpe

casarse con un vasallo,

y dándôs la muerte niño,

estos reinos usurparos;

de mi lealtad temerosa,

porque me dió mi cuidado

noticia de sus intentos

(que dan voces los pecados),

viendo oponerme leal,

con armas y con vasallos,

a sus mortales deseos,

quitado me ha mis Estados,

y en la Mota de Medina

ha, invicto señor, diez años

[p. 115]que preso por inocente,

lloro desdichas y agravios.

Supe, gracias a los cielos,

que vuelto el siglo dorado,

el gobierno de Castilla

resucita en vuestra mano,

y que esta Athalía cruel

se ha recogido, llevando

los esquilmos de estos reinos,

por su ambición disfrutados,

y fiando en mi inocencia,

y en la lealtad de un criado,

hechas las sábanas tiras,

del homenaje más alto

descolgándome una noche,

como me veis disfrazado,

entre estos montes desiertos

ha cuatro meses que paso.

Si el poco conocimiento

que tenéis de mis trabajos

pone mi crédito en duda,

y a persuadiros no basto

a la justa indignación

de vuestra madre, Fernando;

don Juan soy, infante y hijo

del rey don Alonso el Sabio;

mi sobrino os llama el mundo,

y yo mi señor os llamo.

Ved si es razón, Rey famoso,

[p. 116]que pobre y desheredado

habite silvestres montes

vuestro tío, y que triunfando

de la lealtad la traición,

coma las yerbas del campo.

···············

Rey.

Levantad, ilustre tío,

del suelo, que estáis bañando,

las generosas rodillas,

y dadme los nobles brazos;

que habéis sacado a los ojos

lágrimas que os están dando

los pésames del rigor

con que el tiempo os ha tratado.

Con vuestras quejas he oído

la mala cuenta que ha dado

mi madre de su gobierno;

pero negocio tan arduo,

aunque don Enrique alega

lo que vos, y ha provocado

mi severo enojo, pide

que lo averigüe despacio.

Contento estoy con la caza

que en estos desiertos hallo,

pues siendo vos su despojo

a vuestro ser os restauro.

Vuestros Estados os vuelvo,

dándoos el mayordomazgo

mayor de mi casa y corte.

[p. 117]Don Juan.

Reinéis, señor, siglos largos.

Don Enr.

Para gozarlos seguro,

es, gran señor, necesario

que a los principios cortéis

a los peligros los pasos.

A lo que el Infante ha dicho

contra vuestra madre, añado

que es don Juan Caravajal

el que en ilícitos tratos

con la Reina ofende torpe

la memoria de don Sancho,

vuestro padre, y ambicioso

el reino intenta usurparos.

Para esto ofrece la Reina

que al de Aragón dé la mano

la infanta doña Isabel,

vuestra hermana, y que éntre armado

en Castilla, cuyo reino

le entregará, porque amparo

dé a sus livianos deseos.

En León los dos hermanos

Caravajales intentan,

por ser tan emparentados,

juntar sus deudos y amigos,

y del reino apoderados

alzar por doña María

banderas, y despojaros

de vuestro real patrimonio:

para esto tiene usurpados

[p. 118]diez cuentos de vuestra renta

a costa de pechos varios,

que mientras tuvo el gobierno

la dieron vuestros vasallos.

Mirad, gran señor, si piden

la diligencia estos casos,

con que ataja inconvenientes

y imposibles vence el sabio.

Rey.

¡Válgame el cielo! ¿Es posible

que mi madre haya borrado

la fama con tal traición,

que su nombre ha eternizado?

···············

D. Álvar.

Lo menos, señor, te han dicho

de lo que pasa, que es tanto

que excede a cualquiera suma.

D. Nuño.

Si yo por testigo valgo,

afirmarte, señor, puedo

que si no acudes temprano

al peligro de Castilla,

no has de poder remediallo.

Rey.

Alto, pues, vasallos míos;

no es posible que haya engaño

en vuestros hidalgos pechos;

creeros quiero a los cuatro.

Mi madre es mujer y moza;

quedó el gobierno en su mano;

el poder y el amor ciegan;

no hay hombre cuerdo a caballo.

[p. 119]Si por tantos años tuvo

estos reinos a su cargo,

¿qué mucho, siendo ambiciosa,

que sienta agora el dejarlos?

El derecho natural

perdone, que de dos daños

se ha de elegir el menor.

Castilla me pide amparo;

mi madre la tiraniza;

y pues conspira, afrentando

la ley de naturaleza

contra quien el ser ha dado,

hoy mi justicia dé muestras

que contra insultos y agravios

no hay excepción de personas,

sangre, ni deudos cercanos.

Pues sois ya mi mayordomo,

y estáis, Infante, agraviado,

tomad a mi madre cuentas,

hacelda alcances y cargos

de las rentas de mis reinos;

y si no igualan los gastos

a los recibos, prendelda.

Don Juan.

No me mandéis...

Rey.

Esto os mando:

prended también los traidores

Caravajales; que entrambos

han de dar a España ejemplo,

viéndolos en un cadalso.

[p. 120]Juan Alfonso Benavides

debe ser también tirano:

en Santorcaz esté preso,

que así al reino satisfago.

···············

Don Juan.

Servirte sólo pretendo.

Rey.

Por los cielos soberanos,

que ha de quedar en el mundo

nombre de Fernando el Cuarto.

(Vase con el acompañamiento.)

ESCENA VII

Don Enrique, don Juan, don Nuño, don Álvaro.

Don Juan.

Esto es hecho, don Enrique.

Don Enr.

Dadme, sobrino, los brazos

en que estriba nuestro aumento,

y por vuestro ingenio gano.

Don Juan.

Quitemos aqueste estorbo;

que si una vez derribamos

la Reina, no hay que temer.

Don Enr.

Para eso yo solo basto.

Don Juan.

Mas escuchad, si os parece,

la traza que he imaginado

para que los dos reinemos,

que es sólo lo que intentamos.

A la Reina tengo amor,

sin que el tiempo haya borrado

[p. 121]con injurias y prisiones

de mi pecho su retrato.

Si por verse perseguida

de su hijo, que indignado

ponella manda en prisión,

su honor y fama arriesgando,

con nosotros se conjura,

y ofreciéndome la mano

de esposa (que esto y más puede

en la mujer un agravio),

de la corona y la vida

al mozo Rey despojamos,

¿qué dicha no conseguimos?

¿Qué temor basta a alterarnos?

Vos reinaréis, don Enrique,

en todo el término largo

que abarca Sierra Morena,

y yo en Castilla gozando

el apetecido cetro;

si con la Reina me caso,

daré Trujillo a don Nuño,

y a don Álvaro otro tanto.

Don Enr.

Si eso con ella acabáis,

habréis, don Juan, dado cabo

a mi esperanza y temores.

D. Álvar.

La traza prudente alabo.

D. Nuño.

Infante, si a efeto llega,

conquistad el pecho casto

de la Reina, y habréis hecho

[p. 122]un prodigioso milagro.

Don Juan.

Eso a mi cargo se quede.

Venid: firmemos los cuatro,

para más seguridad,

la palabra que la damos

de ser todos en su ayuda

contra el Rey, pues de su mano

la fortuna nos corona

en Castilla.

Don Enr.

Vamos.

Los otros
tres.

Vamos. (Vanse.)

ESCENAS VIII y IX

[La Reina se instala en su villa de Becerril, donde vive rodeada del cariño de los villanos.]

ESCENA X

Don Juan, don Nuño, don Álvaro.—La Reina, don Alonso, don Pedro.

D. Álvar.

(Hablando ap. con el Infante al salir.)

La Reina está aquí y también

los Caravajales.

Don Juan.

Tengo

a dicha el tiempo a que vengo.

(Llegándose a la Reina y los Caravajales.)

Los dos a prisión se den.

[p. 123]D. Alonso.

¿Nosotros? ¿Por qué ocasión?

Don Juan.

¡Bueno es que ocasión pidáis,

desleales, cuando estáis

iniciados de traición!

D. Pedro.

Si no estuviera delante

la Reina nuestra señora,

pudiera un mentís agora

daros la respuesta, Infante.

Don Juan.

¡Oh villanos! Brevemente

vuestros castigos darán

muestras de quién sois.

Reina.

Don Juan,

¿sabéis que estoy yo presente?

¿Sabéis que la Reina soy?

¿Cómo llegáis indiscreto

a prender, sin más respeto,

ninguno donde yo estoy?

Don Juan.

Cumplo, señora, mi oficio.

Reina.

Cuando yo a enojarme llegue...

Don Juan.

Vuestra Alteza se sosiegue,

que esto es todo en su servicio.

Reina.

¡En mi servicio prender

los que me sirven a mí!

Don Juan.

El Rey lo ha mandado ansí.

Reina.

Si él lo manda, obedeced

como vasallos leales,

que tiene el lugar de Dios;

mostrad en esto los dos

quién son los Caravajales.

[p. 124]Y si lo mismo procura

hacer de mí, la cabeza

le ofreceré.

Don Juan.

Vuestra Alteza

tampoco está muy segura.

Harto hará en mirar por sí.

···············

(Don Nuño y don Álvaro se llevan a don Alonso y a don Pedro.)

ESCENA XI

Reina.

Como a la real obediencia

se sujeta mi paciencia,

no os parezca novedad,

don Juan, no favorecer

a quien tan bien me sirvió,

porque nunca bien mandó

quien no supo obedecer.

Mas el que es ministro real,

cuando algún culpado prende,

con la vara sólo ofende,

que con la lengua hace mal.

El juez prudente castiga

cuando el cargo que vos cobra,

y atormentando con la obra,

con las palabras obliga.

Poco mi respeto os debe.

Don Juan.

Cuando sepáis que estos dos,

[p. 125]gran señora, contra vos

han usado el trato aleve

que ignoráis, no juzgaréis

mi rigor por demasiado.

Reina.

¿Contra mí? Experimentado

tengo, como vos sabéis,

don Juan, en no pocos años,

aunque es fácil la mujer,

lo poco que hay que creer

en testimonios y engaños.

···············

Don Juan.

En prueba, señora, deso,

porque sepáis cuán leales

os son los Caravajales,

y si el Rey mal los ha preso,

advertid que han dicho al Rey

que la ambición de mandar

os obliga a conspirar

contra el amor y la ley

que a vuestro Rey y señor

debéis; tanto, que usurpado

tenéis a su real Estado

treinta cuentos; que el amor

que tenéis al de Aragón

le fuerza, si os da la mano,

a entregalle en ella llano

a Castilla y a León;

y otras cosas que no cuento,

pues por indignas de oíllas,

[p. 126]no sólo no oso decillas,

mas de pensallas me afrento.

El Rey, fácil de creer,

contándole lo que pasa

testigos de vuestra casa,

manda que os venga a prender,

después de tomaros cuentas

del tiempo que gobernado

habéis su reino, y cobrado

de su corona las rentas.

No quise que cometiese

a otro el venir sino a mí,

que serviros prometí,

porque no se os atreviese;

y como aquí los hallé,

no me sufrió el corazón

pasar por tan gran traición,

y ansí prendellos mandé.

Reina.

Que el Rey forme de mí quejas,

y ponerme en prisión mande,

no me espanto, mientras ande

la lisonja a sus orejas.

Mas ¡que los Caravajales

tal traición contra mí digan!...

Por más, don Juan, que persigan

su valor los desleales,

no saldrán con la demanda.

Vuestro cargo ejercitad;

prendedme, cuentas tomad,

[p. 127]y haced lo que el Rey os manda.

Don Juan.

Yo, gran señora, juré

de serviros y ayudaros,

y lo que os debo pagaros

con lealtad, amor y fe.

El infante don Enrique

y otros caballeros sienten

que traidores os afrenten,

y el Rey esto os notifique;

para lo cual hemos hecho

pleito homenaje de estar

de vuestra parte, y pasar

cualquier peligroso estrecho

por vos, si darme la mano

de esposa tenéis por bien,

y el reino quitar también

a un hijo tan inhumano.

···············

En este papel confirman

esto cuatro ricos hombres,

cuyo poder, sangre y nombres

conoceréis, pues lo firman,

que son don Enrique, yo

con don Álvaro, y también

don Nuño: si os está bien,

mi amor justa paga halló.

Reina.

(Tomando el papel.)

Guardaréle para indicio

de vuestra lealtad y ley,

[p. 128]y verá por él el Rey

a quién tiene en su servicio...

(Métele en la manga, y luego saca otro y le rompe.)

Aunque pegarme podría

la deslealtad que hay en él,

que si es malo, de un papel

se ha de huír la compañía,

rasgalle es mejor consejo;

que para vuestros castigos,

es bien aumentar testigos,

y será quebrado espejo,

que en la parte más pequeña,

como en la mayor, la cara

retrata que en él repara;

mas si en pedazos enseña

las vuestras, viéndoos en él,

como son tantas, don Juan,

retratallas no podrán

las piezas dese papel.

Tomad las cuentas, primero

que me prendáis, de la renta

real, y alcanzadme de cuenta,

si podéis; pero no espero

que en eso me deis cuidado,

pues vos mismo sois testigo

que en tres que hicisteis conmigo,

siempre quedasteis cargado.

Pero esperadme, que en breve

[p. 129]las que pedís os daré,

porque el Rey seguro esté,

y sepa quién a quién debe. (Vase.)

Don Juan.

¡Que callar me haga ansí

el valor desta mujer!

ESCENA XII

El Rey, don Melendo, don Juan.

Rey.

Difícil es de creer

que conspire contra mí

mi misma madre, Melendo;

pero es mujer: ¿qué me espanta?

Don Mel.

La Reina, señor, es santa.

Rey.

Ver por mis ojos pretendo

la verdad que temo en duda.

Don Juan.

¡Rey y señor! ¿Vuestra Alteza

Aquí?

Rey.

La poca certeza

que tengo, manda que acuda

en persona a averiguar

la verdad destos sucesos.

Don Juan.

Ya están los hermanos presos

que el reino os quieren quitar.

Y la Reina, temerosa

de veros con ella airado,

conmigo se ha declarado,

y promete ser mi esposa

[p. 130]si en su favor contra vos

estos reinos alboroto,

y hago que sigan mi voto

los grandes.

Rey.

¡Válgame Dios!

¿Mi madre?

Don Juan.

No guarda ley

la ambición que desvanece.

Vuestra corona me ofrece;

mas yo no estimo ser rey

por medios tan desleales.

De rodillas me ha pedido

que, a su llanto enternecido,

suelte a los Caravajales,

y que me vaya a Aragón

con ella; que desde allá

con sus armas entrará

a coronarme en León;

y si resiste Castilla,

irá después contra ella.

Prendedla, señor, sin vella,

porque si venís a oílla,

yo sé que os ha de engañar;

que, en fin, siendo madre vuestra,

mozo vos, y ella tan diestra,

más crédito habéis de dar

que a mí a su fingido llanto.

Rey.

Esa no es razón ni ley.

[p. 131]

ESCENA XIII

La Reina.—El Rey, don Juan, don Melendo.

Don Mel.

Aquí, señora, está el Rey.

Don Juan.

(Ap.) De mis traiciones me espanto.

Reina.

Huélgome que haya venido,

hijo y señor, Vuestra Alteza

a averiguar testimonios,

que hace gigantes la ausencia.

Su mucha cordura alabo,

porque, en negocios de cuentas

y de honras, suele un cero

dañar mucho si se yerra;

···············

Mandado habéis a don Juan

que a tomar la razón venga

de vuestro real patrimonio;

viéndolo vos, soy contenta,

que aunque deberos me imputan

privados que os lisonjean

treinta cuentos, serán cuentos

de mentiras, no de hacienda.

Pero yo admito sus cargos:

sumad, don Juan, en presencia

del Rey, gastos y recibos,

por que sus alcances vea.—

Cuando de tres años solos

quedó del Rey la inocencia

[p. 132]y este reino a cargo mío,

primeramente en la guerra

que vos, Infante, le hicisteis,

levantándole la tierra,

llamándôs Rey de Castilla

y enarbolando banderas,

gasté, Infante, quince cuentos,

hasta que en la fortaleza

de León, preso por mí,

peligró vuestra cabeza.

Redújeos a mi servicio,

y haciéndôs mercedes nuevas,

murmuraron los leales,

que veros pagar quisieran

vuestra traición con la vida;

y para enfrenar sus lenguas

con el oro, que enmudece,

les di tres, que no debiera.

Item: en edificar

en Valladolid las Huelgas,

donde en continua oración

a Dios sus monjas pidieran

que de vos al Rey librase

y las trazas deshiciera

de vuestro pecho ambicioso

en mi agravio y en su ofensa,

veinte cuentos. Item más:

cuando por estar su Alteza

enfermo quisisteis darle

[p. 133]veneno (ya se os acuerda)

por medio del vil hebreo

que entonces médico era

del Rey, en una bebida,

testigo de la fe vuestra;

en hacimiento de gracias,

misas, procesiones, fiestas,

seis cuentos, que repartí

en hospitales e iglesias.

Aunque pudiera contar

otras partidas inmensas,

en que por servir al Rey

vendí mis joyas y tierras,

como todo el reino sabe,

sólo os sumo, don Juan, éstas,

que no las negaréis, pues

tenéis tanta parte en ellas.

Sólo no he de dejar una,

porque el Rey que os honra, sepa

cuán codiciosa usurpé

en Castilla sus riquezas.

A un mercader de Segovia,

para pagar las fronteras

de Aragón y Portugal,

empeñé mis tocas mesmas,

en prueba de vuestra fe,

que no tuvisteis vergüenza

de ver contra el real respeto

sin tocas a vuestra Reina.

[p. 134]Premié al mercader leal;

quitéle mis nobles prendas,

que los traidores agravian,

y los leales respetan.

···············

Ya me parece que basta

esto en materia de cuentas;

en materia de mi honor,

para no seros molesta,

aquí he escrito mis descargos.

Vuestra Majestad los lea,

(Dale un papel.)

y conozca por sus firmas

en quién su privanza emplea.

Rey.

¡Válgame el cielo! Aquí dice

que como mi madre ofrezca

la mano a don Juan de esposa

juntando Estados y fuerzas

con don Enrique, don Nuño

y otros, haciéndome guerra,

me quitarán a Castilla

para coronarla en ella.

Reina.

Para asegurar traidores,

fingí romper esa letra

y la guardé para vos,

otra rasgando por ella.

Rey.

Don Juan, ¿es vuestra esta firma?

Don Juan.

Sí, gran señor.

[p. 135]

Ilustración

Don Juan, ¿es vuestra esta firma?

[p. 137]Rey.

Pues en éstas

a los demás desleales

conozco. Si la prudencia

que tanto celebra España,

gran señora, en Vuestra Alteza,

mi confusión no animara,

por no estar en su presencia,

de mí sin causa ofendida,

sospecho que me muriera.

[Los caballeros desleales han huído a Aragón. Al infante don Juan se le destierra de Castilla y León, y los Estados que le pertenecían son repartidos entre Benavides y los dos Caravajales.]

Viñeta de adorno

[p. 139]

Ilustración de cabeza de capítulo

EL VERGONZOSO EN PALACIO

JORNADA PRIMERA

ESCENAS I a IV

[Ruy Lorenzo, secretario del Duque de Avero, intenta asesinar al Conde de Estremoz para vengar ciertos agravios que de él había recibido; pero sus intenciones son descubiertas a tiempo. Huye precipitadamente Ruy Lorenzo y el Duque ordena que le busquen y le prendan.]

ESCENA V

(Campo del ducado de Avero. Mireno y Tarso, pastores.)

Mireno.

···············

Mucho ha que me tiene triste

mi altiva imaginación,

cuya soberbia ambición

no sé en qué estriba o consiste.

Considero algunos ratos,

[p. 140]que los cielos, que pudieron

hacerme noble, y me hicieron

un pastor, fueron ingratos;

y que, pues con tal bajeza

me acobardo y avergüenzo,

puedo poco, pues no venzo

mi misma naturaleza.

Tanto el pensamiento cava

en esto, que ha habido vez

que, afrentando la vejez

de Lauro, mi padre, estaba

por dudar si soy su hijo,

o si me hurtó a algún señor,

aunque de su mucho amor

mi necio engaño colijo.

Mil veces, estando a solas,

le he preguntado, si acaso

el mundo, que a cada paso

honras anega en sus olas,

le sublimó a su alto asiento

y derribó del lugar

que intenta otra vez cobrar

mi atrevido pensamiento;

···············

Siempre, Tarso, ha malogrado

estas imaginaciones,

y con largas digresiones

mil sucesos me ha contado,

que todos paran en ser,

[p. 141]contra mis intentos vanos,

progenitores villanos

los que me dieron el ser.

Esto, que había de humillarme,

con tal violencia me altera,

que desta vida grosera

me ha forzado a desterrarme,

y que a buscar me desmande

lo que mi estrella destina,

que a cosas grandes me inclina

y algún bien me guarda grande;

···············

si quieres participar

de mis males o mis bienes,

buena ocasión, Tarso, tienes;

déjame de aconsejar,

y determínate luego.

Tarso.

Para mí, bástame el verte,

Mireno, de aquesa suerte:

ni te aconsejo ni ruego;

discreto eres; estodiado

has con el cura; yo quiero

seguirte, aunque considero

de Lauro el grave cuidado.

Mireno.

Tarso, si dichoso soy,

yo espero en Dios el trocar

en contento su pesar.

Tarso.

¿Cuándo has de irte?

Mireno.

Luego.

[p. 142]Tarso.

¿Hoy?

Mireno.

Al punto.

Tarso.

¿Y con qué dinero?

Mireno.

De dos bueyes que vendí,

lo que basta llevo aquí.

Vamos derechos a Avero.

···············

ESCENAS VI a XII

[Mireno y Tarso han dejado de ser pastores y parten, muy gozosos, por el camino de Avero. En el bosque, al lado del camino, encuentran al fugitivo Ruy Lorenzo y a su criado Vasco.]

Ruy.

··················

¿Adónde bueno, amigos?

Mireno.

¡Oh, señores!

a la villa a comprar algunas cosas

que el hombre ha menester. ¿Está allá el Duque?

Ruy.

Allá quedaba.

[p. 143]

Ilustración

es que los dos troquéis esos vestidos
por aquestos groseros;

Mireno.

Déle vida el cielo.

Y vosotros, ¿dó bueno? Que esta senda

se aparta del camino real y guía

[p. 145]a unas caserías que se muestran

al pie de aquella sierra.

Ruy.

Tus palabras

declaran tu bondad, pastor amigo.

Por vengar la deshonra de una hermana

intenté dar la muerte a un poderoso,

y sabiendo mi honrado atrevimiento,

el Duque manda que me siga y prenda

su gente por aquestos despoblados;

y ya desesperado de librarme,

salgo al camino. Quíteme la vida,

de tantos, por honrada, perseguida.

Mireno.

Lástima me habéis hecho; y ¡vive el cielo!

que si como la suerte avara me hizo

un pastor pobre, más valor me diera,

por mi cuenta tomara vuestro agravio.

Lo que se puede hacer, de mi consejo,

es que los dos troquéis esos vestidos

por aquestos groseros; y encubiertos

os libraréis mejor, hasta que el cielo

a daros su favor, señor, comience;

porque la industria los trabajos vence.

Ruy.

¡Oh noble pecho, que entre paños bastos

descubres el valor mayor que he visto!

[p. 146]Páguete el cielo, pues que yo no puedo,

ese favor.

Mireno.

La diligencia importa:

entremos en lo espeso, y trocaremos

el traje.

Ruy.

Vamos. ¡Venturoso he sido!

(Vanse los dos.)

Tarso.

¿Y habéis también de darme por mi sayo

esas abigarradas, con más cosas

que un menudo de vaca?

Vasco.

Aunque me pese.

Tarso.

Pues dos liciones me daréis primero,

porque con ellas pueda hallar el tino,

entradas y salidas desa Troya;

··················

Ruy Lorenzo, de pastor; Mireno, de galán.

Ruy.

De tal manera te asienta

el cortesano vestido,

que me hubiera persuadido

a que eres hombre de cuenta,

a no haber visto primero

que ocultaba la belleza

[p. 147]de los miembros la bajeza

de aqueste traje grosero.

···············

Alguna nobleza infiero

que hay en ti, pues te prometo

que te he cobrado el respeto

que al mismo Duque de Avero.

¡Hágate el cielo como él!

Mireno.

Y a ti con sosiego y paz

te vuelva, sin el disfraz,

a tu Estado; y fuera dél,

con paciencia vencerás

de la fortuna el ultraje.

Si te ve en aquese traje

mi padre, en él hallarás

nuevo amparo; en él te fía,

y dile que me destierra

mi inclinación a la guerra;

que espero en Dios que algún día

buena vejez le he de dar.

Ruy.

Adiós, gallardo mancebo;

la espada sola me llevo

para poder evitar,

si me conocen, mi ofensa.

···············

(Vanse Ruy Lorenzo y Vasco.)

Tarso.

···············

Mas pues eres ya otro hombre,

por si acaso adonde fueres

[p. 148]caballero hacerte quieres,

¿no es bien que mudes el nombre?

Que el de Mireno no es bueno

para nombre de señor.

Mireno.

Dices bien: no soy pastor,

ni he de llamarme Mireno.

Don Dionís en Portugal

es nombre ilustre y de fama;

don Dionís desde hoy me llama.

Tarso.

No le has escogido mal.

···············

Extremado es el ensayo;

pero ya que así te ensalzas,

dame un nombre que a estas calzas

les venga bien, de lacayo,

que ya el de Tarso me quito.

Mireno.

Escógele tú.

Tarso.

Yo escojo,

si no lo tienes a enojo...

¿No es bueno?...

Mireno.

¿Cuál?

Tarso.

Gómez Brito.

¿Qué te parece?

Mireno.

Extremado.

Tarso.

¡Gentiles cascos, por Dios!

Sin ser obispos, los dos

nos habemos confirmado.

[p. 149]

ESCENA XIII

[Varios pastores van por orden del Duque en busca de Ruy Lorenzo. Topan con Mireno y Tarso y, tomándolos por el Secretario y su criado los atan y conducen al Palacio de Avero.]

ESCENA XIV

Salón del Palacio del Duque en Avero.

Doña Juana, don Antonio, de camino.

Doña Juana.

¡Primo don Antonio!

Don Ant.

Paso:

no me nombréis; que no quiero

hagáis de mí tanto caso,

que me conozca en Avero

el Duque. A Galicia paso,

donde el rey don Juan me llama

de Castilla, que me ama

y hace merced, y deseo,

a costa de algún rodeo,

saber si miente la fama

que ofrece el lugar primero

de la hermosura de España

a las hijas del de Avero,

o si la fama se engaña

y miente el vulgo ligero.

Doña Juana.

Bien hay que estimar y ver;

[p. 150]pero no habéis de querer

que así tan de paso os goce.

Don Ant.

Si el de Avero me conoce

y me obliga a detener,

caer en falta recelo

con el Rey.

Doña Juana.

Pues si eso pasa,

de mi gusto al vuestro apelo;

mas si sabe que en su casa

don Antonio de Barcelo,

conde de Penela, ha estado,

y que encubierto ha pasado,

cuando le pudo servir

en ella, lo ha de sentir

con exceso; que en su Estado

jamás llegó caballero

que por inviolables leyes

no le hospede.

Don Ant.

Así lo infiero;

que es nieto, en fin, de los reyes

de Portugal, el de Avero.

···············

ESCENA XV

El Duque de Avero, el Conde de Estremoz, doña Serafina, doña Magdalena.—Dichos.

Duque.

Digo, conde don Duarte,

que todo se cumpla así.

[p. 151]Conde.

Pues el Rey nuestro señor

favorece la privanza

del hijo del de Berganza,

y a vuestra hija mayor

os pide para su esposa,

escriba vuestra excelencia

que con su gusto y licencia

doña Serafina hermosa

lo será mía.

Duque.

Está bien.

Conde.

Pienso que Su Majestad

me mira con voluntad,

y que lo tendrá por bien:

yo y todo le escribiré.

Duque.

No lo sepa Serafina

hasta ver si determina

el Rey que la mano os dé;

···············

Doña Juana.

(Hablando aparte con don Antonio.)

Presto os habéis divertido.

Decid, ¿qué os han parecido

las hermanas, don Antonio?

Don Ant.

No sé el alma a cuál se inclina

ni sé lo que hacer ordena:

bella es doña Magdalena,

pero doña Serafina

es el sol de Portugal.

Por la vista el alma bebe

[p. 152]llamas de amor entre nieve

por el vaso de cristal

de su divina blancura:

la fama ha quedado corta

en su alabanza.

Duque.

Eso importa.

Don Ant.

Fénix es de la hermosura.

Duque.

Llegaos, Magdalena, aquí.

Conde.

(A doña Serafina.)

Pues me da el Duque lugar,

mi serafín, quiero hablar,

si hay atrevimiento en mí

para que vuele tan alto

que a serafines me iguale.

Don Ant.

Prima, a ver el alma sale

por los ojos el asalto

que amor le da poco a poco:

ganaréme si me pierdo.

Doña Juana.

Vos entrasteis, primo, cuerdo,

y pienso que saldréis loco.

Duque.

(A doña Magdalena.)

Hija, el Rey te honra y estima;

cuán bien te está considera.

Doña Mag.

Mi voluntad es de cera;

vuexcelencia en ella imprima

el sello que más le cuadre,

porque en mí sólo ha de haber

callar con obedecer.

[p. 153]Duque.

¡Mil veces dichoso padre

que oye tal!

Conde.

(A doña Serafina.)

Las dichas mías,

como han subido al extremo

de su bien, que caigan temo.

Doña Ser.

Conde, esas filosofías

ni las entiendo, ni son

de mi gusto.

Conde.

Un serafín

bien puede alcanzar el fin

y el alma de una razón.

···············

Don Ant.

¡Qué agudamente responde!

Ya han esmaltado los cielos

el oro de amor con celos:

mucho me enfada este Conde.

Doña Juana.

¡Pobre de vuestra esperanza,

si tal contrario la asalta!

Duque.

Un secretario me falta

de quien hacer confianza;

y aunque esta plaza pretenden

muchos, por diversos modos

de favores, entre todos,

pocos este oficio entienden.

Trabajo me ha de costar

en tal tiempo estar sin él.

Doña Mag.

A ser el pasado fiel,

era ingenio singular.

[p. 154]

ESCENA XVI

[Los pastores traen presos a Mireno y a Tarso. Quieren hablar todos a la vez y en su rusticidad no aciertan a explicar por qué han prendido a aquellos dos hombres.]

Duque.

¡Hay mayor simplicidad!

Ni he entendido a lo que vienen,

ni por qué delito tienen

así estos hombres. Soltad

los presos, y decid vos

qué insulto habéis cometido,

para que os hayan traído

de aquesa suerte a los dos.

Mireno.

(De rodillas.) Si lo es el favorecer,

gran señor, a un desdichado,

perseguido y acosado

de tus gentes y poder,

y juzgas por temerario

haber trocado el vestido

por darle vida, yo he sido.

Duque.

¿Tú libraste al secretario?

Pero sí, que aquese traje

era suyo. Di, traidor,

¿por qué le diste favor?

Mireno.

Vuexcelencia no me ultraje,

ni ese título me dé,

que no estoy acostumbrado

a verme así despreciado.

[p. 155]Duque.

¿Quién eres?

Mireno.

No soy, seré;

que sólo por pretender

ser más de lo que hay en mí,

menosprecié lo que fuí

por lo que tengo de ser.

Duque.

No te entiendo.

Doña Mag.

(Ap.)¡Extraña audacia

de hombre! El poco temor

que muestra, dice el valor

que encubre. De su desgracia

me pesa.

Duque.

Di, ¿conocías

al traidor que ayuda diste?

Mas pues por él te pusiste

en tal riesgo, bien sabías

quién era.

Mireno.

Supe que quiso

dar muerte a quien deshonró

su hermana, y después te dió

de su honrado intento aviso;

y enviándole a prender,

le libré de ti, espantado

por ver que el que está agraviado

persigas, debiendo ser

favorecido de ti,

por ayudar al que ha puesto

en riesgo su honor.

Conde.

(Ap.)¿Qué es esto?

[p. 156]¿Ya anda derramada así

la injuria que hice a Leonela?

Duque.

¿Sabéis vos quién la afrentó?

Mireno.

Supiéralo, señor, yo;

que a sabello...

Duque.

Fué cautela

del traidor para engañarte:

tú sabes adónde está,

y así, forzoso será,

si es que pretendes librarte,

decillo.

Mireno.

¡Bueno sería,

cuando adónde está supiera,

que un hombre como yo hiciera

por temor tal villanía!

Duque.

¿Villanía es descubrir

un traidor? Llevalde preso;

que si no ha perdido el seso

y menosprecia el vivir,

él dirá dónde se esconde.

Doña Mag.

(Ap.) Ya deseo de libralle,

que no merece su talle

tal agravio.

Duque.

Intento, Conde,

vengaros.

Conde.

Él lo dirá.

Tarso.

(Ap.) ¡Muy gentil ganancia espero!

Duque.

Vamos, que responder quiero

al Rey.

[p. 157]Tarso.

(Ap. con Mir.) ¡Medrando se va

con la mudanza de estado,

y nombre de don Dionís!

Duque.

Viviréis, si lo decís.

Mireno.

(Ap.) La fortuna ha comenzado

a ayudarme: ánimo ten,

porque en ella es natural,

cuando comienza por mal,

venir a acabar en bien.

···············

(Vanse los pastores, el Duque y el Conde.)

Doña Mag.

Mucho, doña Serafina,

me pesa ver llevar preso

aquel hombre.

Doña Ser.

Yo confieso,

que a rogar por él me inclina

su buen talle.

Doña Mag.

¿Eso desea

tu afición? ¿Ya es bueno el talle?

Pues no tienes de libralle,

aunque lo intentes.

Doña Ser.

No sea. (Vanse.)

Doña Juana.

¿Habéisos de ir esta tarde?

Don Ant.

¡Ay, prima! ¿Cómo podré,

si me perdí, si cegué?

¿Si amor, valiente, cobarde,

todo el tesoro me gana

del alma y la voluntad?

[p. 158]Sólo por ver su beldad

no he de irme hasta mañana.

Doña Juana.

¡Bueno estáis! ¿Que amáis, en fin?

Don Ant.

Sospecho, prima querida,

que de mi contento y vida

Serafina será fin.


[p. 159]

JORNADA SEGUNDA

ESCENA I

Doña Mag.

¿Qué novedades son éstas,

altanero pensamiento?

¿Qué torres sin fundamento

tenéis en el aire puestas?

···············

Ayer guardaban los cielos

el mar de vuestra esperanza,

con la tranquila bonanza

que agora inquietan desvelos.

Al Conde de Vasconcelos

o a mi padre di en su nombre

el sí; mas porque me asombre,

sin que mi honor lo resista,

se entró al alma, a escala vista,

por la misma vista un hombre.

Vióle en ella, y fuera exceso,

digno de culpar mi error,

a no saber que el amor

es niño, ciego y sin seso.

¿A un hombre extranjero y preso

[p. 160]a mi pesar, corazón,

habéis de dar posesión?

¿Amar al Conde no es justo?

Mas ¡ay! que atropella el gusto

las leyes de la razón.

···············

ESCENA II

Doña Juana.—Doña Magdalena.

Doña Juana.

Aquel mancebo dispuesto,

que ha estado preso hasta agora,

y tu intercesión, señora,

ya en libertad le ha puesto,

pretende hablarte.

Doña Mag.

(Ap.) (¡Qué presto

valerse el amor procura

de la ocasión y ventura

que ha de ponerse en efeto!

Mas hace como discreto,

que amor todo es coyuntura.)

¿Sabes qué quiere?

Doña Juana.

Pretende

del favor que ha recibido

por ti, ser agradecido.

Doña Mag.

(Ap.) Áspides en rosas vende.

Doña Juana.

¿Entrará?

Doña Mag.

(Ap.) (Si preso prende,

[p. 161]si maltratado maltrata,

si atado las manos ata

las de mi gusto resuelto,

¿qué ha de hacer presente y suelto

quien ausente y preso mata?)

Dile que vuelva a la tarde,

que agora ocupada estoy.

Mas oye; no vuelva.

Doña Juana.

Voy.

Doña Mag.

Escucha: di que se aguarde.

Mas váyase; que ya es tarde.

Doña Juana.

¿Hase de volver?

Doña Mag.

¿No digo

que sí? Ve.

Doña Juana.

Tu gusto sigo.

Doña Mag.

Pero torna; no se queje.

Doña Juana.

Pues ¿qué diré?

Doña Mag.

Que me deje,

(Ap.) (y que me lleve consigo.)

Anda, di que entre...

Doña Juana.

Voy, pues.

(Vase.)

ESCENA IV

Mireno, doña Magdalena.

Mireno.

Aunque ha sido atrevimiento

el venir a la presencia,

[p. 162]señora, de vuexcelencia

mi poco merecimiento,

ser agradecido trato

al recebido favor;

porque el pecado mayor

es el que hace a un hombre ingrato.

Por haber favorecido

de un desdichado la vida

(que al noble es deuda debida)

me vi preso y perseguido;

pero en la misma moneda

me pagó el cielo sin duda,

pues libre con vuestra ayuda

mi vida, señora, queda.

¿Libre dije? Mal he hablado;

que el noble, cuando recibe,

cautivo y esclavo vive,

que es lo mismo que obligado.

···············

(Arrodíllase.)

Doña Mag.

Levantaos del suelo.

Mireno.

Así

estoy, gran señora, bien.

Doña Mag.

Haced lo que os digo. (Ap.) (¿Quién

me ciega el alma? ¡Ay de mí!)

¿Sois portugués?

Mireno.

Imagino

que sí.

Doña Mag.

¿Que lo imagináis?

[p. 163]Desa suerte, incierto estáis

de quién sois.

Mireno.

Mi padre vino

al lugar en donde habita,

y es de alguna hacienda dueño,

trayéndome muy pequeño;

mas su trato lo acredita.

Yo creo que en Portugal

nacimos.

Doña Mag.

¿Sois noble?

Mireno.

Creo

que sí, según lo que veo

en mi honrado natural,

que muestra más que hay en mí.

Doña Mag.

¿Y darán las obras vuestras,

si fuere menester, muestras

que sois noble?

Mireno.

Creo que sí:

nunca de hacellas dejé.

Doña Mag.

Creo decís a cualquier punto;

¿crêis acaso que os pregunto

artículos de la fe?

Mireno.

Por la que debe guardar

a la merced recebida

de vuexcelencia mi vida,

bien los puede preguntar,

que mi fe su gusto es.

Doña Mag.

¡Qué agradecido venís!—

¿Cómo os llamáis?

[p. 164]Mireno.

Don Dionís.

Doña Mag.

Ya os tengo por portugués

y por hombre principal;

que en este reino no hay hombre

humilde de vuestro nombre,

porque es apellido real,

y sólo el imaginaros

por noble y honrado, ha sido

causa que haya intercedido

con mi padre a libertaros.

Mireno.

Deudor os soy de la vida.

Doña Mag.

Pues bien; ya que libre estáis,

¿qué es lo que determináis

hacer de vuestra partida?

¿Dónde pensáis ir?

Mireno.

Intento

ir, señora, donde pueda

alcanzar fama que exceda

a mi altivo pensamiento:

sólo aquesto me destierra

de mi patria.

Doña Mag.

¿En qué lugar

pensáis que podéis hallar

esa ventura?

Mireno.

En la guerra;

que el esfuerzo hace capaz

para el valor que procuro.

Doña Mag.

¿Y no será más seguro,

que le adquiráis en la paz?

[p. 165]Mireno.

¿De qué modo?

Doña Mag.

Bien podéis

granjealle, si dais traza

que mi padre os dé la plaza

de secretario, que veis

que está vaca agora, a falta

de quien la pueda suplir.

Mireno.

No nació para servir

mi inclinación, que es más alta.

Doña Mag.

Pues cuando volar presuma,

las plumas le han de ayudar.

Mireno.

¿Cómo he de poder volar

con solamente una pluma?

Doña Mag.

Con las alas del favor;

que el vuelo de una privanza,

mil imposibles alcanza.

Mireno.

Del privar nace el temor,

como muestra la experiencia,

y tener temor no es justo.

Doña Mag.

Don Dionís, este es mi gusto.

Mireno.

¿Gusto es de vuestra excelencia

que sirva al Duque? Pues alto.

Cúmplase, señora, ansí;

que ya de un vuelo subí

al primer móvil más alto.

Pues si en esto gusto os doy,

ya no hay subir más arriba:

como el Duque me reciba,

[p. 166]secretario suyo soy.

Vos, señora, lo ordenad.

Doña Mag.

Deseo vuestro provecho,

y ansí lo que veis he hecho;

que ya que os di libertad,

pesárame que en la guerra

la malograrais; yo haré

como esta plaza se os dé,

porque estéis en nuestra tierra.

Mireno.

Mil años el cielo guarde

tal grandeza.

Doña Mag.

(Ap.) Honor, huír;

que revienta por salir

por la boca amor cobarde. (Vase.)

ESCENA V

Mireno.

Pensamiento, ¿en qué entendéis?

Vos que a las nubes subís,

decidme: ¿qué colegís

de lo que aquí visto habéis?

declaraos, que bien podéis:

decidme, tanto favor

¿nace de sólo el valor

que a quien os honra ennoblece?

¿O erraré si me parece

que ha entrado a la parte amor?

¡Jesús! ¡Qué gran disparate!

[p. 167]Temerario atrevimiento

es el vuestro, pensamiento;

ni se imagine ni trate:

mi humildad el vuelo abate

con que sube el deseo vario;

mas, ¿por qué soy temerario

si imaginar me prometo

que me ama en lo secreto

quien me hace su secretario?

¿No estoy puesto en libertad

por ella? Y ya sin enojos,

por el balcón de sus ojos

¿no he visto su voluntad?

Amor me tiene.—Callad,

lengua loca; que es error

imaginar que el favor

que de su nobleza nace,

y generosa me hace,

está fundado en amor.

···············

ESCENAS VI a IX

[Don Antonio, enamorado de doña Serafina, quiere quedarse en el palacio del Duque, aunque guardando el incógnito. Para ello solicita y obtiene la plaza de secretario, vacante por la huída de Ruy Lorenzo.]

[p. 168]

ESCENA X

Jardín del palacio.

El Duque, doña Magdalena.

Duque.

Si darme contento es justo,

no estés, hija, desa suerte;

que no consiste mi muerte

mas de en verte a ti sin gusto.

Esposo te dan los cielos

para poderte alegrar,

sin merecer tu pesar

el Conde de Vasconcelos.

A su padre el de Berganza,

pues que te escribió, responde;

escribe también al Conde,

y no vea yo mudanza

en tu rostro ni pesar,

si de mi vejez los días

con esas melancolías

no pretendes acortar.

Doña Mag.

Yo, señor, procuraré

no tenerlas, por no darte

pena, si es que un triste es parte

en sí de que otro lo esté.

Duque.

Si te diviertes, bien puedes.

Doña Mag.

Yo procuraré servirte;

y agora quiero pedirte,

[p. 169]entre las muchas mercedes

que me has hecho, una pequeña.

Duque.

Con condición que se olvide

aquesa tristeza, pide.

Doña Mag.

(Ap.) (Honra, el amor os despeña.)

El preso que te pedí

librases, y ya lo ha sido,

de todo punto ha querido

favorecerse de mí:

con sólo esto, gran señor,

parece que me ha obligado:

y así, a mi cargo he tomado,

su remedio y tu favor.

Es hombre de buena traza

y tiene extremada pluma.

Duque.

Dime lo que quiere, en suma.

Doña Mag.

Quisiera entrar en la plaza

de secretario.

Duque.

Bien poco

ha que dársela pudiera;

aún no ha un cuarto de hora entera

que está ocupada.

Doña Mag.

(Ap.) (Amor loco.

¡Muy bien despachado estáis!

Vos perderéis por cobarde,

pues acudistes tan tarde,

que con alas no voláis.)

Duque.

Por orden del camarero

a un mancebo he recibido,

[p. 170]que de Lisboa ha venido

con aquese intento a Avero;

y según lo que en él vi,

muestra ingenio y suficiencia.

Doña Mag.

Si gusta vuestra excelencia,

ya que mi palabra di,

y él está con esperanza

que le he de favorecer,

pues me manda responder

al Conde y al de Berganza,

sabiendo escribir tan mal,

quisiera que se quedara

en palacio, y me enseñara;

porque en mujer principal

falta es grande no saber

escribir cuando recibe

alguna carta, o si escribe,

que no se pueda leer.

Dándome algunas liciones,

más clara la letra haré.

Duque.

Alto, pues; lición te dé,

con que enmiendes tus borrones;

que en fin, con ese ejercicio

la pena divertirás,

pues la tienes porque estás

ociosa; que el ocio es vicio.

Entre por tu secretario.

Doña Mag.

Las manos quiero besarte.

[p. 171]

ESCENA XI

Conde.—Dichos.

Conde.

Señor...

Duque.

Conde don Duarte...

Conde.

Con contento extraordinario

vengo.

Duque.

¿Cómo?

Conde.

El Rey recibe

con gusto mi pretensión,

y sobre aquesta razón,

a vuestra excelencia escribe.

Dice que se servirá

Su Majestad de que elija,

para honrar mi casa, hija

de vuexcelencia, y tendrá

cuidado de aquí adelante

de hacerme merced.

Duque.

Yo estoy

contento deso, y os doy

nombre de hijo, aunque importante

será que disimuléis,

mientras doña Serafina

al nuevo estado se inclina;

porque ya, Conde, sabéis

cuán pesadamente lleva

esto de casarse agora.

Conde.

Hará el alma, que la adora,

de su sufrimiento prueba.

[p. 172]Duque.

Yo haré las partes por vos

con ella; perded recelos:

el Conde de Vasconcelos

vendrá presto, y de las dos

las bodas celebraré

luego.

Conde.

El esperar da pena.

Duque.

No estéis triste, Magdalena.

Doña Mag.

Yo, señor, me alegraré

por dar gusto a vuexcelencia.

Duque.

Vamos a ver lo que escribe

el Rey.

Conde.

Quien espera y vive,

bien ha menester paciencia.

(Vanse el Duque y el Conde.)

ESCENAS XII a XV

[Doña Serafina ensaya en el jardín su papel para una representación dramática que ha de celebrarse en el palacio de Avero. Don Antonio, por mediación de doña Juana, está oculto en el jardín con un pintor encargado de hacer en secreto un retrato de doña Serafina, la cual, vestida de hombre e ignorante de que la están retratando, declama con gran entusiasmo los versos de la comedia que ha de representar.]

[p. 173]

ESCENA XVI

Habitación de doña Magdalena.

Doña Magdalena, Mireno.

Doña Mag.

Mi maestro habéis de ser

desde hoy.

Mireno.

¿Qué ha visto en mí,

vuestra excelencia, que así

me procura engrandecer?

Dará lición al maestro

el discípulo desde hoy.

Doña Mag.

(Ap.) ¡Qué claras señales doy

del ciego amor que le muestro!

Mireno.

(Ap.) ¿Qué hay que dudar, esperanza?

Esto, ¿no es tenerme amor?

Dígalo tanto favor,

muéstrelo tanta privanza.

Vergüenza, ¿por qué impedís

la ocasión que el cielo os da?

Daos por entendido ya.

Doña Mag.

Como tengo, don Dionís,

tanto amor...

Mireno.

(Ap.) Ya se declara,

¡ya dice que me ama, cielos!

Doña Mag.

Al Conde de Vasconcelos,

antes que venga, gustara,

no sólo hacer buena letra,

pero saberle escribir,

[p. 174]y por palabras decir

lo que el corazón penetra;

que el poco uso que en amar

tengo, pide que me adiestre

esta experiencia, y me muestre

cómo podré declarar

lo que tanto al alma importa

y el amor mismo me encarga,

que soy en quererle larga

y en significarlo corta.

En todo os tengo por diestro;

y así me habéis de enseñar

a escribir, y a declarar

al Conde mi amor, maestro.

Mireno.

(Ap.)¿Luego no fué en mi favor,

pensamiento lisonjero,

sino porque sea tercero

del Conde? ¿Veis, loco amor,

cuán sin fundamento y fruto

torres habéis levantado

de quimeras, que ya han dado

en el suelo? Como el bruto

en esta ocasión he sido,

en que la estatua iba puesta,

haciéndole el pueblo fiesta,

que loco y desvanecido

creyó que la reverencia,

no a la imagen que traía,

sino a él sólo se hacía;

[p. 175]y con brutal impaciencia

arrojalla de sí quiso,

hasta que se apaciguó

con el castigo, y cayó

confuso en su necio aviso.

¿Así el favor corresponde,

con que me he desvanecido?

Basta; que yo el bruto he sido

y la estatua es sólo el Conde.

Bien puedo desentonarme,

que no es la fiesta por mí.

Doña Mag.

(Ap.) (Quise deslumbrarle así,

que fué mucho declararme.)

Mañana comenzaréis,

maestro, a darme lición.

Mireno.

Servirte es mi inclinación.

Doña Mag.

Triste estáis.

Mireno.

¿Yo?

Doña Mag.

¿Qué tenéis?

Mireno.

Ninguna cosa.

Doña Mag.

(Ap.)(Un favor

me manda amor que le dé.)

¡Válgame Dios! Tropecé...

(Ap.) (Que siempre tropieza amor.)

(Tropieza y da la mano a Mireno.)

El chapín se me torció.

Mireno.

(Ap.) (¡Cielos! ¿Hay ventura igual?)

¿Hízose acaso algún mal

vuexcelencia?

[p. 176]Doña Mag.

Creo que no.

Mireno.

(Ap.)(¡Que la mano la tomé!)

Doña Mag.

Sabed que al que es cortesano

le dan, al darle la mano,

para muchas cosas pie.

(Vase.)

Mireno.

“¡Le dan, al darle la mano,

para muchas cosas pie!”

De aquí, ¿qué colegiré?

Decid, pensamiento vano:

en aquesto, ¿pierdo o gano?

¿Qué confusión, qué recelos

son aquéstos? Decid, cielos,

¿esto no es amor? Mas no,

que llevo la estatua yo

del Conde de Vasconcelos.

Pues ¿qué enigma es darme pie

la que su mano me ha dado?

Si sólo el Conde es amado,

¿qué es lo que espero? ¿Qué sé?

Pie o mano, decid: ¿por qué

dais materia a mis desvelos?

Confusión, amor, recelos,

¿soy amado? Pero no,

que llevo la estatua yo

del Conde de Vasconcelos.

El pie que me dió, será

pie para darla lición,

en que escriba la pasión

que el Conde y su amor la da.

[p. 177]Vergüenza, sufrí y callá;

bajad ya, atrevidos vuelos,

vuestra ambición, si a los cielos

mi desatino os subió,

que llevo la estatua yo

del Conde de Vasconcelos.


[p. 178]

JORNADA TERCERA

ESCENAS I a VI

[Ruy Lorenzo se refugia en la casa de Lauro, padre de Mireno, y le refiere que si intentó la muerte del Conde de Estremoz fué para vengar a una hermana suya a la cual había dado el Conde palabra de casamiento. Lauro se lamenta de la fuga de su hijo Mireno, y en su dolor dice que él no es pastor ni se llama Lauro, sino que es el Duque de Coímbra.]

Lauro.

···············

Murió el Rey de Portugal,

mi hermano, en la primavera

de su juventud lozana;

mas la muerte, ¿qué no seca?

De seis años dejó un hijo,

que agora, ya hombre, intenta

acabar mi vida y honra;

y dejando la tutela

y el gobierno destos reinos

solos a mí y a la Reina.

Murió el Rey, sobre el gobierno

hubo algunas diferencias

[p. 179]entre mí y la Reina viuda;

porque jamás la soberbia

supo admitir compañía

en el reinar, y las lenguas

de envidiosos lisonjeros

siempre disensiones siembran.

···············

Pero cesó el alboroto

porque, aunque era moza y bella

la Reina, un mal repentino

dió con su ambición en tierra.

Murió, en fin; gocé el gobierno

portugués sin competencia,

hasta que fué Alfonso quinto

de bastante edad y fuerzas.

Caséle con una hija

que me dió el cielo, Isabela

por nombre, aunque desdichada,

pues ni la estima ni precia.

Juntáronsele al Rey mozo

mil lisonjeros, que cierran

a la verdad en Palacio,

como es costumbre, las puertas.

Entre ellos un mi enemigo,

de humilde naturaleza,

Vasco Fernández por nombre,

gozó la privanza excelsa:

y queriendo derribarme

para asegurarse en ella,

[p. 180]a mi propio hermano induce,

y para engañarle, ordena

hacerle entender que quiero

levantarme con sus tierras,

y combatirle a Berganza,

siendo Duque por mí della.

···············

Creyólo, desposeyóme

de mi Estado y las riquezas

que en el gobierno adquirí:

llevóme a una fortaleza,

donde sin bastar los ruegos,

ni lágrimas de Isabela,

mi hija y su esposa, manda

que me corten la cabeza.

Supe una noche propicia

el rigor de la sentencia;

···············

me descolgué de los muros,

y en aquella noche mesma

di aviso que me siguiese

a mi esposa, la Duquesa.

Supo el Rey mi fuga, y manda

que al són de roncas trompetas

me publiquen por traidor,

dando licencia a cualquiera

para quitarme la vida,

poniendo mortales penas

[p. 181]a quien, sabiendo de mí,

no me lleve a su presencia.

···············

Murió mi esposa querida,

y un hijo hermoso me deja,

que en este traje criado,

comprando ganado y tierras,

y hecho de duque pastor,

ha ya veinte primaveras

que han dado flores a mayo,

hierba al prado y a mí penas.

···············

ESCENA VII

(Habitación de doña Magdalena.)

Doña Juana, doña Magdalena.

Doña Juana.

Don Dionís, señora, viene

a darte lición. (Vase.)

Doña Mag.

A dar

lición vendrá de callar,

pues aun palabras no tiene.

De suerte me trata amor,

que mi pena no consiente

más silencio; abiertamente

le declararé mi amor,

contra el común orden y uso,

mas tiene de ser de modo

[p. 182]que, diciéndoselo todo,

le he de dejar más confuso.

(Siéntase en una silla y finge que duerme.)

ESCENA VIII

Mireno, doña Magdalena.

Mireno.

¿Qué me manda vuexcelencia?

¿Es hora de dar lición?

(Ap.) (Ya comienza el corazón

a temblar en su presencia.

Pues que calla, no me ha visto;

sentada sobre la silla,

con la mano en la mejilla

está.)

Doña Mag.

(Ap.) En vano me resisto.

Yo quiero dar a entenderme,

como que dormida estoy.

[Pg 183]

Ilustración

Yo quiero dar a entenderme
como que dormida estoy.

Mireno.

Don Dionís, señora, soy.—

No me responde. ¿Si duerme?

Durmiendo está. Atrevimiento,

agora es tiempo; llegad

a contemplar la beldad

que ofusca mi entendimiento.

Cerrados tiene los ojos,

llegar puedo sin temor;

que si son flechas de amor,

no me podrán dar enojos.

[p. 185]¿Hizo el autor soberano

de nuestra naturaleza

más acabada belleza?

Besarla quiero una mano.

¿Llegaré? Sí; pero no,

que es la reliquia divina,

y mi humilde boca indina

de tocarla. Pero yo

soy hombre ¡y tiemblo! ¿Qué es esto?

Ánimo. ¿No duerme? Sí.

(Llega, y se retira.)

Voy. ¿Si despierta? ¡Ay de mí!

Que el peligro es manifiesto,

···············

El temor al amor venza:

afuera quiero esperar.

Doña Mag.

(Ap.) ¡Que no se atrevió a llegar!

¡Mal haya tanta vergüenza!

Mireno.

No parezco bien aquí

solo, pues durmiendo está.

Yo me voy. (Ap.)

Doña Mag.

(¿Que al fin se va?)

(Fingiendo que habla dormida.)

Don Dionís...

Mireno.

¿Llamóme? Sí.

¡Qué presto que despertó!

Miren ¡qué bueno quedara

[p. 186]si mi intento ejecutara!

¿Está despierta? Mas no,

que en sueños pienso que acierta

mi esperanza entretenida,

y quien me llama dormida

no me quiere mal despierta.

¿Si acaso soñando está

en mí? ¡Ay, cielos! ¿Quién supiera

lo que dice?

Doña Mag.

No os vais fuera;

llegaos, don Dionís, acá.

Mireno.

Llegar me manda en su sueño.

¡Qué venturosa ocasión!

Obedecella es razón,

pues, aunque duerme, es mi dueño.

Amor, acabad de hablar;

no seáis corto.

Doña Mag.

Don Dionís,

ya que a enseñarme venís

a un tiempo a escribir y amar

al Conde de Vasconcelos...

Mireno.

¡Ay, celos! ¿Qué es lo que veis?

Doña Mag.

Quisiera ver si sabéis

qué es amor y qué son celos:

porque será cosa grave

que ignorante por vos quede,

pues que ninguno otro puede

enseñar lo que no sabe.

Decidme, ¿tenéis amor?

[p. 187]¿De qué os ponéis colorado?

¿Qué vergüenza os ha turbado?

Responded, dejá el temor;

que el amor es un tributo

y una deuda natural

en cuantos viven, igual

desde el ángel hasta el bruto.

Si esto es verdad, ¿para qué

os avergonzáis así?

¿Queréis bien? —Señora, sí.—

¡Gracias a Dios que os saqué

una palabra siquiera!

···············

¿Y habéis dicho a vuestra dama

vuestro amor? —No me he atrevido.

—¿Luego nunca lo ha sabido?

—Como el amor todo es llama

bien lo habrá echado de ver

por los ojos lisonjeros,

que son mudos pregoneros.

—La lengua tiene de hacer

ese oficio; que no entiende

distintamente quien ama

esa lengua que se llama

algarabía de allende.

¿No os ha dado ella ocasión

para declararos? —Tanta,

que mi cortedad me espanta.

—Hablad, que esa suspensión

[p. 188]hace a vuestro amor agravio.

—Temo perder por hablar

lo que gozo por callar.

—Eso es necedad; que un sabio

al que calla y tiene amor

compara a un lienzo pintado

de Flandes, que está arrollado.

Poco medrará el pintor

si los lienzos no descoge

que al vulgo quiere vender

para que los pueda ver.

El palacio nunca acoge

la vergüenza: esa pintura

desdoblad, pues que se vende,

que el mal que nunca se entiende

difícilmente se cura.

—Sí; mas la desigualdad

que hay, señora, entre los dos,

me acobarda. —Amor, ¿no es dios?

—Sí, señora. —Pues hablad;

que sus absolutas leyes

saben abatir monarcas,

e igualar con las abarcas

las coronas de los reyes.

Yo os quiero ser medianera:

decidme a mí a quién amáis.

—No me atrevo. —¿Qué dudáis?

¿Soy mala para tercera?

—No; pero temo, ¡ay de mí!

[p. 189]—¿Y si yo su nombre os doy?

¿Diréis si es ella, si soy

yo acaso? —Señora, sí.

—¡Acabara yo de hablar!

¿Mas que sé que os causa celos

el Conde de Vasconcelos?

—Háceme desesperar;

que es, señora, vuestro igual

y heredero de Berganza.

—La igualdad y semejanza

no está en que sea principal,

o humilde y pobre el amante,

sino en la conformidad

del alma y la voluntad.

Declaraos de aquí adelante,

don Dionís; a esto os exhorto;

que en juegos de amor no es cargo

tan grande un cinco de largo

como es un cinco de corto.

Días ha que os preferí

al Conde de Vasconcelos.

Mireno.

¡Qué escucho, piadosos cielos!

(Da un grito Mireno, y hace que despierta doña Magdalena.)

Doña Mag.

¡Ay, Jesús! ¿Quién está aquí?

¿Quién os trajo a mi presencia,

don Dionís?

Mireno.

Señora mía...

[p. 190]Doña Mag.

¿Qué hacéis aquí?

Mireno.

Yo venía

a dar a vuestra excelencia

lición; halléla durmiendo,

y mientras que despertaba,

aquí, señora, aguardaba.

Doña Mag.

Dormíme, en fin, y no entiendo

de qué pudo sucederme;

que es gran novedad en mí

quedarme dormida ansí. (Levántase.)

Mireno.

Si sueña, siempre que duerme

vuestra excelencia, del modo

que agora, ¡dichoso yo!

Doña Mag.

(Ap.) ¡Gracias al cielo que habló

este mudo!

Mireno.

(Ap.) Tiemblo todo.

Doña Mag.

¿Sabéis vos lo que he soñado?

Mireno.

Poco es menester saber

para eso.

Doña Mag.

Debéis de ser

otro José.

Mireno.

Su traslado

en la cortedad he sido,

pero no en adivinar.

Doña Mag.

Acabad de declarar

cómo el sueño habéis sabido.

Mireno.

Durmiendo vuestra excelencia,

por palabras le ha explicado.

Doña Mag.

¡Válame Dios!

[p. 191]Mireno.

Y he sacado

en mi favor la sentencia,

que falta ser confirmada,

para hacer mi dicha cierta,

por vuexcelencia despierta.

Doña Mag.

Yo no me acuerdo de nada.

Decídmelo; podrá ser

que me acuerde de algo agora.

Mireno.

No me atrevo, gran señora.

Doña Mag.

Muy malo debe de ser,

pues no me lo osáis decir.

Mireno.

No tiene cosa peor

que haber sido en mi favor.

Doña Mag.

Mucho lo deseo oír:

acabad ya, por mi vida.

Mireno.

Es tan grande el juramento,

que anima mi atrevimiento.

Vuestra excelencia dormida...

—Tengo vergüenza.—

Doña Mag.

Acabad;

que estáis, don Dionís, pesado.

Mireno.

Abiertamente ha mostrado

que me tiene voluntad.

Doña Mag.

¿Yo? ¿Cómo?

Mireno.

Alumbró mis celos,

y en sueños me ha prometido...

Doña Mag.

¿Sí?

Mireno.

Que he de ser preferido

al Conde de Vasconcelos.

[p. 192]Mire si en esta ocasión

son los favores pequeños.

Doña Mag.

Don Dionís, no creáis en sueños,

que los sueños, sueños son. (Vase.)

ESCENA IX

Mireno.

¿Ahora sales con eso?

Cuando sube mi esperanza,

¡carga el desdén la balanza

y se deja en fiel el peso!

···············

Calle el alma su pasión

y sirva a mejores dueños,

sin dar crédito a más sueños,

que los sueños, sueños son.

ESCENAS X a XVI

[Don Antonio declara su amor a doña Serafina. Esta le rechaza y le afea su conducta por haberse fingido secretario del Duque. Don Antonio, al verse así despreciado, arroja a los pies de doña Serafina el retrato que hizo pintar en el jardín, y se marcha indignado.
Doña Serafina examina el retrato y nota que aquel hombre tiene con ella un extraordinario pare[p. 193]cido. Deseando saber quién es el retratado, llama nuevamente al conde don Antonio para que se lo confiese; y el Conde inventa un nuevo ardid para conseguir el amor de Serafina. Dice que él no está directamente interesado en aquel amor y que se introdujo fraudulentamente en Palacio para servir de mediador entre doña Serafina y don Dionís de Coímbra, el cual se enamoró de ella un día que estuvo en Avero disfrazado de pastor.—Aquel retrato es de don Dionís. Doña Serafina cree el embuste y accede a tener aquella noche una entrevista con el don Dionís del retrato.]

ESCENA XVII

Habitación de doña Magdalena.

El Duque, doña Magdalena; después Mireno.

Duque.

Quiero veros dar lición;

que la carta que ayer vi

para el Conde, en que leí

del sobrescrito el renglón,

me contentó. Ya escribís

muy claro.

Doña Mag.

Y aún no lo entiende

con ser tan claro, y se ofende

mi maestro don Dionís.

(Sale Mireno.)

Mireno.

¿Llámame vuestra excelencia?

Doña Mag.

Sí; que el Duque, mi señor,

[p. 194]quiere ver si algo mejor

escribo. Vos experiencia

tenéis de cuán escribana

soy; ¿no es verdad?

Mireno.

Sí, señora.

Doña Mag.

Escribí, no ha un cuarto de hora,

medio dormida, una plana

tan clara, que la entendiera

aun quien no sabe leer.

¿No me doy bien a entender,

don Dionís?

Mireno.

Muy bien.

Doña Mag.

Pudiera

serviros, según fué buena,

de materia para hablar

en su loor.

Mireno.

Con callar

la alabo: sólo condena

mi gusto el postrer renglón,

por más que la pluma excuso,

porque estaba muy confuso.

Doña Mag.

Diréislo por el borrón

que eché a la postre.

Mireno.

¿Pues no?

Doña Mag.

Pues adrede le eché allí.

Mireno.

Sólo el borrón corregí,

porque lo demás borró.

Doña Mag.

Bien lo pudisteis quitar,

que un borrón no es mucha mengua.

[p. 195]Mireno.

¿Cómo?

Doña Mag.

(Aparte a Mireno.)

El borrón con la lengua

se quita, y no con callar.—

Ahora bien, cortá una pluma.

Mireno.

Ya, gran señora, la corto.

Doña Mag.

(Enojada.) Acabad, que sois muy corto.

Vuestra excelencia presuma

que de vergüenza no sabe

hacer cosa de provecho.

Duque.

Con todo, estoy satisfecho

de su letra.

Doña Mag.

Es cosa grave

el dalle avisos por puntos,

sin que aproveche. Acabad.

Duque.

Magdalena, reportad.

Mireno.

¿Han de ser cortos los puntos?

Doña Mag.

¡Qué amigo sois de lo corto!

Largos los pido; cortaldos

de aqueste modo, o dejaldos.

Mireno.

Ya, gran señora, los corto.

Duque.

¡Qué mal acondicionada

sois!

Doña Mag.

Un hombre vergonzoso

y corto, es siempre enfadoso.

Mireno.

Ya está la pluma cortada.

Doña Mag.

Mostrad. ¡Y qué mala! ¡Ay Dios!

(Pruébala y arrójala.)

Duque.

¿Por qué la echáis en el suelo?

[p. 196]Doña Mag.

¡Siempre me la dais con pelo!

Líbreme el cielo de vos.

Quitalde con el cuchillo.

No sé de vos qué presuma;

siempre con pelo la pluma

(Ap.) y la lengua con frenillo.

Mireno.

(Ap.)Propicios me son los cielos;

todo esto es en mi favor.

ESCENA XVIII

El Conde.—Dichos.

Conde.

Dadme albricias, gran señor;

el Conde de Vasconcelos

está sólo una jornada

de vuestra villa.

Doña Mag.

(Ap.)¡Ay de mí!

Conde.

Mañana llegará aquí,

porque trae tan limitada,

dicen, del Rey la licencia,

que no hará más de casarse

mañana, y luego tornarse.

Apreste vuestra excelencia

lo necesario, que yo

voy a recebirle luego.

Duque.

¿No me escribe?

Conde.

Aqueste pliego.

Duque.

Hija, la ocasión llegó

que deseo.

[p. 197]Doña Mag.

(Ap.) Saldrá vana.

Mireno.

(Ap.) ¡Ay, cielo!

Doña Mag.

(Ap.) Mi bien suspira.

Duque.

Vamos, deja aqueso y mira

que te has de casar mañana.

(Vanse el Duque y el Conde.)

Doña Mag.

(Escribe.) Don Dionís, en acabando

de escribir aquí, leed

este billete, y haced

luego lo que en él os mando.

Mireno.

Si ya la ocasión perdí,

¿qué he de hacer? ¡Ay, suerte dura!

Doña Mag.

Amor todo es coyuntura. (Vase.)

ESCENA XIX

Mireno.

Fuése. El papel dice ansí:

(Lee.) No da el tiempo más espacio:

esta noche en el jardín

tendrán los temores fin

del Vergonzoso en Palacio.

¡Cielos! ¿Qué escucho? ¿Qué veo?

¿Esta noche? ¡Hay más ventura!

¿Si lo sueño? ¿Si es locura?

No es posible, no lo creo.

Esta noche en el jardín...

¡Vive Dios, que está aquí escrito

mi bien! A buscar a Brito

voy. ¿Hay más dichoso fin?

[p. 198]Presto en tu florido espacio

dará envidia entre mis celos

al Conde de Vasconcelos

el Vergonzoso en Palacio. (Vase.)

ESCENA XX

[Lauro sabe que su hijo está en Avero y decide ir a verle.]

ESCENA XXII

Palacio del Duque, con jardín. Es de noche.

Doña Juana y doña Serafina, a una ventana.

Doña Ser.

¡Ay, querida doña Juana!

Nota de mi fama doy;

mas si no me declaro hoy,

me casa el Duque mañana.

Doña Juana.

Don Dionís, señora, es tal,

que no llega don Duarte

con la más mínima parte

a su valor. Portugal

por su padre llora hoy día;

para en uno sois los dos;

gozaos mil años.

Doña Ser.

¡Ay, Dios!

Doña Juana.

No temas, señora mía,

que mi primo fué por él;

presto le traerá consigo.

[p. 199]Doña Ser.

Él tiene un notable amigo.

Doña Juana.

Pocos se hallarán como él.

ESCENA XXIII

Don Antonio y después Tarso, como de noche.—Dichas.

Don Ant.

Hoy, amor, vuestras quimeras

de noche me han convertido

en un don Dionís fingido

y un don Antonio de veras.

Por uno y otro he de hablar.

Gente siento a la ventana.

Doña Juana.

Ruido suena; no fué vana

mi esperanza.

Tarso.

Este lugar

mi dichoso don Dionís

me manda que mire y ronde

por si hay gente.

Doña Juana.

Ce: ¿es el Conde?

Don Ant.

Sí, mi señora.

Doña Juana.

¿Venís

con don Dionís?

Tarso.

(Ap.) ¿Cómo es esto?

¿Don Dionís? La burla es buena.

¿Mas si es doña Magdalena?

Reconocer este puesto

me manda, porque le avise

[p. 200]si anda gente, y me parece

que otro en su lugar se ofrece;

y que le ronde, ande y pise,

vaya; mas que es don Dionís,

eso no.

Don Ant.

Conmigo viene

un don Dionís, que os previene

el alma, que ya adquirís,

para ofrecerse a esas plantas.

Hablad, don Dionís; ¿qué hacéis?

(Finge la voz.)

¿Que estoy suspenso no veis,

contemplando glorias tantas?

Pagar lo mucho que os debo

con palabras será mengua,

y ansí refreno la lengua,

porque en ella no me atrevo.

Mas, señora, amor es dios,

y por mí podrá pagar.

Doña Juana.

(Ap.) ¡Bien sabe disimular

el habla!

Doña Ser.

¿No tenéis vos

crédito para pagarme

esta deuda?

Don Ant.

No lo sé;

mas buen fiador os daré:

el Conde puede fiarme.—

Yo os fío.

Tarso.

(Ap.)¡Válgate el diablo!

[p. 201]sólo un hombre es, vive Dios,

y parece que son dos.

Don Ant.

Con mucho peligro os hablo

aquí; haced mi dicha cierta,

y tengan mis penas fin.

Doña Ser.

Pues ¿qué queréis?

Don Ant.

Del jardín

tengo ya franca la puerta.

Doña Juana.

Mira que suele rondarte

don Duarte, señora mía,

y que si aguardas al día,

has de ser de don Duarte;

cualquier dilación es mala.

Doña Ser.

¡Ay, Dios!

Doña Juana.

¡Qué tímida eres!

¿Entrará?

Doña Ser.

Haz lo que quisieres.

Don Ant.

Don Dionís, amor te iguala

a la ventura mayor

que pudo dar: corresponde

a tu dicha. —Amigo Conde,

por vuestra industria y favor

he adquirido tanto bien:

dadme esos brazos; yo soy

tu amigo, Conde, desde hoy.—

Yo vuestro esclavo. —Está bien:

dará el tiempo testimonio

desta deuda. —Aquí te aguardo,

[p. 202]que así mis amigos guardo:

entrad. —Adiós, don Antonio.

(Éntrase.)

Doña Ser.

¿Entró?

Doña Juana.

Sí.

Doña Ser.

¡Que deste modo

fuerce amor a una mujer!

Mas por sólo no lo ser

del de Estremoz, poco es todo.

(Vanse de la ventana.)

···············

ESCENA XXIV

Mireno, de noche.—Tarso.

Mireno.

Él se debió de quedar,

como acostumbra, dormido.

Tarso.

Ya queda sustituído

por otro aquí tu lugar.

Mireno.

¿Qué dices, necio? Responde:

vienes aquí a ver si hay gente,

¡y estáste aquí, impertinente!

Tarso.

Gente ha habido.

Mireno.

¿Quién?

Tarso.

Un Conde,

y un don Dionís de tu nombre,

que es uno y parecen dos.

Mireno.

¿Estás sin seso?

[p. 203]Tarso.

Por Dios,

que acaba de entrar un hombre

con tu doña Magdalena,

que, o es colegial trilingüe,

o a sí propio se distingue,

o es tu alma que anda en pena.

Más sabe que veinte Ulises.

Algún traidor te ha burlado,

o yo este enredo he soñado,

o aquí hay dos don Dionises.

Mireno.

Soñástelo.

Tarso.

¡Norabuena!

ESCENA XXV

Doña Magdalena, a la ventana.—Mireno, Tarso.

Doña Mag.

¿Si habrá don Dionís venido?

Tarso.

A la ventana ha salido

un bulto.

Doña Mag.

¡Ay Dios! Gente suena.

Ce: ¿es don Dionís?

Mireno.

Mi señora,

yo soy ese venturoso.

Doña Mag.

Entrad, pues, mi vergonzoso.

(Vase de la ventana.)

Mireno.

¿Crês, que lo soñaste agora?

Tarso.

No sé.

Mireno.

Si mi cortedad

[p. 204]fué vergüenza, adiós vergüenza;

que seréis, como no os venza,

desde agora necedad. (Vase.)

···············

ESCENAS XXVI y XXVII

[Lauro, Ruy Lorenzo y algunos pastores llegan a Avero en el momento en que un heraldo publica el siguiente bando:]

“El rey nuestro señor, Alfonso el V, manda: Que en todos sus Estados reales, con solemnes y públicos pregones, se publique el castigo que en Lisboa se hizo del traidor Vasco Fernández, por las traiciones que a su tío el duque don Pedro de Coímbra ha levantado, a quien por leal vasallo y noble, y en todos sus Estados restituye; mandando que en cualquier parte que asista, si es vivo, le respeten como a él mismo; y si es muerto, su imagen hecha al vivo pongan sobre un caballo, y una palma en la mano, le lleven a su corte, saliendo a recebirle los lugares: y declara a los hijos que tuviere por herederos de su patrimonio, dando a Vasco Fernández y a sus hijos por traidores, sembrándoles sus casas de sal, como es costumbre en estos reinos, desde el antiguo tiempo de los godos. Mándase pregonar para que venga a noticia de todos.”

···············

[p. 205]

Ilustración

“El rey, vuestro Señor,
Alfonso el V, manda...”

[p. 207]Lauro.

Gracias a vuestra piedad,

recto Juez, clemente y sabio,

que volvéis por mi justicia.

Ruy.

El parabién quiero daros

con las lágrimas que vierto:

gocéisle, Duque, mil años.

Duque.

¿Qué labradores son éstos,

que hacen extremos tantos?

Conde.

¡Ah, buena gente! Mirad

que os llama el Duque.

Lauro.

Trabajos,

si me habéis tenido mudo,

ya es tiempo de hablar. ¿Qué aguardo?

Dadme aquesos brazos nobles,

Duque ilustre, primo caro.

Don Pedro soy.

Duque.

¡Santos cielos,

dos mil gracias quiero daros!

Conde.

¡Gran Duque! ¡En aqueste traje!

Lauro.

En éste me he conservado

con vida y honra hasta agora.

···············

Duque.

Es el Conde de Estremoz,

a quien la palabra he dado

de casalle con mi hija

la menor, y agora aguardo

al Conde de Vasconcelos,

sobrino vuestro.

Lauro.

Mi hermano

[p. 208]estará ya arrepentido,

si traidores le engañaron.

Duque.

Doile a doña Magdalena,

mi hija mayor.

Lauro.

Sois sabio

en escoger tales yernos.

Duque.

Y venturoso otro tanto,

en que seréis su padrino.

Ruy.

(Ap.) Aunque el Conde me ha mirado,

no me ha conocido. ¡Ay cielos!

¿Quién vengará mis agravios?

Duque.

Hola, llamad a mis hijas,

que de suceso tan raro,

por la parte que les toca,

es bien darles cuenta...

ESCENA XXVIII

Doña Magdalena, doña Serafina. Doña Juana.—Dichos.

Doña Mag.

¿Qué manda vuestra excelencia?

Duque.

Que beséis, hijas, las manos

al gran Duque de Coímbra,

vuestro tío.

Doña Mag.

¡Caso raro!

Lauro.

Lloro de contento y gozo.

Doña Ser.

(Ap.) Mi suerte y ventura alabo:

ya segura gozaré

[p. 209]mi don Dionís, pues ha dado

fin el cielo a sus desdichas.

Lauro.

Gocéis, sobrinas, mil años,

los esposos que os esperan.

Doña Ser.

El cielo guarde otros tantos

la vida de vuexcelencia.

Doña Mag.

Si la mía estima en algo,

le suplico, así propicios

de aquí adelante los hados

le dejen ver reyes nietos

y venguen de sus contrarios,

que este casamiento impida.

Duque.

¿Cómo es eso?

Doña Mag.

Aunque el recato

de la mujeril vergüenza

cerrarme intente los labios,

digo, señor, que ya estoy

casada.

Duque.

¡Cómo! ¿Qué aguardo?

¿Estás sin seso, atrevida?

Doña Mag.

El cielo y amor me han dado

esposo, aunque humilde y pobre,

discreto, mozo y gallardo.

Duque.

¿Qué dices, loca? ¿Pretendes

que te mate?

Doña Mag.

El secretario

que me diste por maestro

es mi esposo.

Duque.

Cierra el labio.

[p. 210]¡Ay, desdichada vejez!

Vil, ¿por un hombre tan bajo

al Conde de Vasconcelos

desprecias?

Doña Mag.

Ya le ha igualado

a mi calidad amor,

que sabe humillar los altos

y ensalzar a los humildes.

Duque.

Daréte la muerte.

Lauro.

Paso,

que es mi hijo vuestro yerno.

Duque.

¿Cómo es eso?

Lauro.

El secretario

de mi sobrina, vuestra hija,

es Mireno, a quien ya llamo

don Dionís, y mi heredero.

Duque.

Ya vuelvo en mí: por bien dado

doy mi agravio de ese modo.

Doña Mag.

¿Hijo es vuestro? ¡Ay, Dios! ¿Qué aguardo,

que no beso vuestros pies?

Doña Ser.

Eso no, porque es engaño:

don Dionís, hijo del Duque

de Coímbra, es quien me ha dado

mano y palabra de esposo.

Duque.

¡Hay hombre más desdichado!

Doña Ser.

Doña Juana es buen testigo.

[p. 211]Doña Mag.

Don Dionís está en mi cuarto,

y mi cámara.

Doña Ser.

¡Qué bueno!

En la mía está encerrado.

Lauro.

Yo no tengo más que un hijo.

Duque.

Tráiganlos luego. ¡En qué caos

de confusión estoy puesto!

···············

ESCENA XXIX

Mireno.—Dichos.

Mireno.

Confuso vengo a tus pies.

Lauro.

Hijo mío, aquesos brazos

den nueva vida a estas canas.

Este es don Dionís.

Doña Ser.

¿Qué engaños

son éstos, cielos crueles?

Duque.

Abrazadme, que ya ha hallado

el más gallardo heredero

de Portugal, este Estado.

Lauro.

¿Qué miras, hijo, perplejo?

El nombre tosco ha cesado

que de Mireno tuviste;

ni lo eres, ni soy Lauro,

sino el Duque de Coímbra:

el Rey está ya informado

de mi inocencia.

[p. 212]Mireno.

¿Qué escucho?

¡Cielos! ¡Amor! ¡Bienes tantos!

ESCENA XXX

Don Antonio.—Dichos.

Don Ant.

Dame, señor, esos pies.

Duque.

¿A qué venís, secretario?

Doña Ser.

Conde, ¿qué es de don Dionís,

mi esposo?

···············

[Se descubre que don Antonio es el Conde de Penela; el Duque le perdona y accede a que doña Serafina sea su esposa. El Conde de Estremoz se casa con Leonela, hermana de Ruy Lorenzo, y éste, después de perdonado, vuelve a ocupar el cargo de secretario.]

Viñeta de adorno

[p. 213]

Ilustración de cabeza de capítulo

LA LEALTAD CONTRA LA ENVIDIA

JORNADA 2.ª, ESCENA II.

FERNANDO PIZARRO

Gonzalo, ¿cómo es posible

que el ánimo os satisfaga

si por el premio o la paga

hacéis el valor vendible?

Hasta ese punto invencible,

ya os habéis afeminado,

que quien hace interesado

cuando de su esfuerzo fía

las hazañas granjería,

mercader es, no soldado.

Hágase al plebeyo igual,

pierda de noble la ley

quien a su patria o su rey

le sirve por el jornal;

que el generoso, el leal,

el premio que ha de adquirir

es la fama hasta morir,

y ésta estriba en pretender

[p. 214]merecer por merecer,

servir sólo por servir.

Fuí a España, y a Carlos Quinto

le presenté este occidente,

y ya veis si del presente

lo que se vende es distinto.

Cuanto esta zona, este cinto

ciñe y abraza este mar

le di; no había de tomar

corta paga, a no ser necio,

que lo que no tiene precio

mejor se está sin premiar.

En Almagro el César doble

gobiernos que ha menester;

cobre él como mercader,

sírvale yo como noble.

De estéril laurel y roble

coronó la antigüedad

al valor y a la lealtad

y de infructífera grama,

en prueba de que la fama

sólo busca eternidad.

Viñeta de adorno

[p. 215]

ÍNDICE

El condenado por desconfiado. 5
La prudencia en la mujer. 69
El vergonzoso en palacio. 139
La lealtad contra la envidia. 213

ERRATAS

Página. Línea. Dice. Debe decir.
8 6 vil y de barro vil, de barro
13 17 ¿Qué de hacer? ¿Qué he de hacer?
48 25 Alcalde Alcaide
119 18 agravïado, agraviado,
121 21 daré a Trujillo daré Trujillo

Contracubierta del libro

Nota de transcripción