The Project Gutenberg eBook of Un año en quince minutos: pieza en un acto

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Title: Un año en quince minutos: pieza en un acto

Author: Manuel García González

Release date: May 10, 2016 [eBook #52036]

Language: Spanish

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK UN AÑO EN QUINCE MINUTOS: PIEZA EN UN ACTO ***

 

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CÍRCULO LITERARIO COMERCIAL.
LA ESPAÑA DRAMÁTICA
DE
D. JOSÉ GARCÍA DE SOLÍS.
UN AÑO EN QUINCE MINUTOS.
4 RS.
N.º 188.
MADRID:
Librería de la Viuda é hijos
de D. José Cuesta,
Carretas, n.º 9.
Librería de Moya y Plaza,
sucesores de Matute,
Carretas, n.º 8.
SALAMANCA: ESTAB. TIP. DE OLIVA, RUA, 25.

UN AÑO EN QUINCE MINUTOS.

PIEZA EN UN ACTO,
ARREGLADA Á LA ESCENA ESPAÑOLA
POR DON MANUEL GARCÍA Y GONZALEZ.
Estrenada con general aplauso en el teatro del Instituto, á
beneficio del primer actor don Antonio Alverá el 12 de
agosto de 1852.
TERCERA EDICION.
Nº 188.
SALAMANCA:
ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DE OLIVA, RUA, 25
1863.

Esta obra es propiedad de DON JOSÉ GARCÍA DE SOLÍS que perseguirá ante la ley al que sin su permiso la reimprima, varie el título ó represente en algun teatro del reino ó en alguna sociedad de las formadas por acciones, suscripciones ó cualquiera otra contribucion pecuniaria, sea cual fuere su denominacion, con arreglo á lo prevenido en las Reales órdenes de 5 de Mayo de 1837, 18 de Abril de 1839, 4 de Marzo de 1844 y Ley sobre la propiedad literaria de 10 de Junio de 1847, relativas á la propiedad de obras dramáticas.

Se considerarán reimpresos furtivamente todos los ejemplares que carezcan de la contraseña reservada, que distingue á los legítimos.


PERSONAS.   ACTORES.
  DON LUIS.   D. Antonio Alverá.
 
  JULIA   D.ª Rita Revilla.
 
  DOLORES, criada.   D.ª Manuela Bueno.
La escena es en Madrid.

ACTO ÚNICO.

Salon amueblado con lujo: puerta al foro y laterales: á la izquierda una ventana; á la derecha y en primer término, chimenea con espejo encima. Mas allá de la chimenea una mesa de escritorio. A la izquierda un velador con recado de escribir. Dos butacas al lado de la chimenea. Sillas al rededor de la mesa y del velador.

ESCENA PRIMERA.

JULIA.—DOLORES.—La primera estará sentada al lado de la chimenea leyendo. La segunda aparece en la ventana de la izquierda mirando hácia la calle.

Julia. Qué haces, Dolores?

Dolor. Nada, señorita; estaba arreglando los visillos.

Julia. No sé qué te se ha perdido ahí; nunca te apartas de la ventana: en todo el dia haces otra cosa, y ya sabes que eso no me gusta.

Dolor. Pues ahora, señorita, ha sido una casualidad.

Julia. Quiero que te llegues á la librería, á ver si ha salido la última entrega de esta obra: en ella tal vez encontraré los pormenores de la desgraciada muerte de mi pobre hermano, víctima de la desastrosa guerra civil. Dícese que ha sido escrita por uno de los testigos presenciales que se hallaban en el ejército de la Reina. Quisiera conocerlo! (Vuelve á leer).

Dolor. (Mirando el libro por detrás de la silla).«Página 114.» Cómo, señorita! Está usted todavía en el mismo pasage al cabo de tantos dias? En la toma de Morella?...

Julia. Si, quiero aprender de memoria hasta los menores detalles de aquella reñida lucha, que tantas lágrimas costó, y que tan estéril fué para algunos.

Dolor. Vaya, vaya!... Olvide usted eso, señorita, y haga por distraerse: ya sabe lo que dice el refran: «lo que no tiene remedio, olvidarlo es lo mejor.» Mire usted, no sé en qué consistirá, pero lo cierto es que desde que hizo usted el último viaje á Sevilla, me parece que no es usted la misma: antes tan alegre... ahora siempre triste.

Julia. Yo triste? No lo creas. (Aparte). Tiene razon, no puedo olvidar á aquel jóven.

Dolor. Vamos, señorita; esas cosas nunca se pueden ocultar por mucho disimulo que se tenga. Habrá acaso algun caballerito?...

Julia. Quieres callar, tonta? Ya sabes que mi tio me ha mandado llamar á Valencia, y que dentro de dos semanas tenemos que ponernos en camino. Hace cerca de tres años que murió mi esposo, y desde entonces, te lo juro, no he vuelto á mirar á ningun hombre á la cara.

Dolor. Y por qué?

Julia. Porque no quiero volverme á casar; porque no puedo ver á los hombres; porque todos son iguales; y en fin, porque si yo volviese á querer á alguno, de lo que Dios me libre, habia de ser con la condicion de que no se pareciese á nadie.

Dolor. Cosa muy difícil, señorita.

Julia. En primer lugar, si empezaba por hacerme la córte, le despediria acto contínuo; y si tenia la nécia pretension de solicitar mi mano sin hacerme la córte, le daba calabazas.

Dolor. Pues entonces...

Julia. Será un capricho; pero para agradarme, habia de hacer en un cuarto de hora lo que todos hacen en dos ó tres años: es decir, habia de proceder de un modo hábil, discreto, y sobre todo muy breve, sin rodeos, y sin perder un momento: ya sabes que mi genio es como una pólvora.

Dolor. Es verdad, señorita; aquí estoy yo que lo puedo decir.

Julia. Pero vamos, qué haces que no vas á lo que te he dicho? Ah! has puesto papeles en el balcón?

Dolor. Sí, señora, desde esta mañana temprano, y ya puede venir nuevo inquilino cuando quiera.

Julia. Cómo cuando quiera! Todavía no dejaremos la casa hasta fines de mes, y hoy estamos á diez y seis.

Dolor. Bien; asi lo diré á quien venga.

Julia. Vé á lo que te he mandado, mientras yo me arreglo para salir.

Dolor. Vuelvo al momento. (Julia entra en la habitacion de la izquierda).

ESCENA II.

DOLORES, poniéndose la mantilla.

Dolor. Pues señor, decididamente vamos á viajar, cómo me gusta á mi viajar!... Sobre todo de noche, en el verano, al resplandor de la luna, y con muchos viajeros alegren y divertidos: el uno cuenta un chascarrillo; el otro una aventura; aquel refiere sus amores, este las diabluras de su juventud. En fin, todos ayudan á que el camino sea mas corto, y cuando una menos piensa, se encuentra en el término de su viaje.

Porter. (Desde adentro foro). Muchacha, aquí está un caballero que quiere ver el cuarto.

Dolor. Que entre.

Porter. Entre usted, caballero.

ESCENA III.

DOLORES.—DON LUIS.

Luis. Parece, segun veo, que no está todavía desocupado.

Dolor. No señor, pero muy pronto lo estará. Mi señora y yo nos vamos fuera de Madrid.

Luis. Hola! Conque tienes una señora? La puedo ver?

Dolor. Curioso es usted, caballero. Acaso cree que nosotras hacemos parte de los muebles?

Luis. No?... Pues lo siento.

Dolor. De veras, don... Cómo se llama usted?

Luis. Luis Peralta y Aguilar. Y tú?

Dolor. Dolores, para servir á usted.

Luis. Conque vamos á ver si me enseñas las habitaciones.

Dolor. Con mucho gusto, don Luis. En primer lugar, este es el salon.

Luis. No me disgusta.

Dolor. (Señalando la puerta de la derecha). Aquel es el gabinete.

Luis. Sí, pero desde aquí no puedo...

Dolor. Lo mismo dá. Esta es la alcoba. (Señalando la puerta izquierda).

Luis. Vamos á verla.

Dolor. No se puede entrar... no está hecha la cama.

Luis. Ah! ya! seria una imprudencia... Hay alguien tal vez?

Dolor. No señor, pero...

Luis. Vamos, no insisto.

Dolor. (Señalando la puerta segunda izquierda). Ese es el tocador.

Luis. (Dando un paso para entrar). Ah!

Dolor. (Deteniéndolo). Pero no tendrá usted la indiscrecion.

Luis. Bien, bien; no entraré. (Pues señor, vaya un modo de enseñar las habitaciones!)

Dolor. Mi señora se está vistiendo...

Luis. Ah! tu señora!... Y dime, es soltera?

Dolor. Diré á usted: mi señora era casada, pero hace bastante tiempo que murió su marido y se quedó viuda. De consiguiente, es soltera?

Luis. Como yo.

Dolor. Conque vamos, le conviene á usted el cuarto?

Luis. Qué cuarto?

Dolor. Toma!... El que acabo de enseñarle.

Luis. El que acabas de... Te diré me convendria... si lo hubiese visto.

Dolor. Pues una vez que es usted tan curioso, avisaré á mi señorita Julia.

Luis. Julia!... Precioso nombre!

Dolor. Usted se arreglará con ella. Asi como asi no estará desocupado hasta dentro de quince dias...

Luis. Es que yo lo necesitaba mucho antes.

Dolor. Para cuándo?

Luis. Para dentro de diez minutos.

Dolor. De diez minutos!

Luis. Justamente.

Dolor. Pero á qué viene esa prisa?

Luis. Te diré lo que me ha sucedido. Hace tres meses que teniendo que hacer un viaje bastante corto, salí de casa sin avisar al casero, porque creia volver á los cuatro ó cinco dias; pero mi ausencia se ha prolongado demasiado, y esta mañana al volver á mi habitación me encuentro con un nuevo inquilino que habia tomado posesion de mi techo en uso de las facultades que el casero le ha otorgado. Hace dos meses, segun me ha dicho, que habita mi cuarto, y gracias que ha tenido la delicadeza de respetar mis muebles, conservándolos hasta mi vuelta. De suerte que ahora me encuentro en medio de la calle, sin tener donde dormir, ni donde colocarlos.

Dolor. Vaya un chasco pesado!

Luis. No ha sido muy ligero para mi. (Aparece Julia á la puerta de la izquierda).

Dolor. Señora, este caballero viene á ver la habitacion pero dice que le urje mucho.

Dolor. Está bien: vé á lo que te he mandado.

Dolor. Voy Corriendo. (Váse por el foro).

ESCENA IV.

JULIA.—DON LUIS.

Julia. Caballero... (¡Cielos... es él!)

Luis. Señora!... (¡Deliciosa criatura!) (Pausa).

Julia. Decia usted...

Luis. Que es usted la mas bella de las mujeres.

Julia. Caballero!

Luis. Soy franco. Si me hubiese usted parecido fea, tambien se lo hubiera dicho. Soy la franqueza personificada.

Julia. Perdone usted, caballero: pero me parece que no habrá venido á dirigirme galanterías.

Luis. Es verdad, pero si tuviese la dicha de volver, no seria seguramente para otra cosa.

Julia. Creo que buscaba usted una habitacion?

Luis. Y una mujer tambien.

Julia. La habitacion estará libre dentro de quince dias.

Luis. Y la mujer?

Julia. Toda su vida.

Luis. Ah! Ya...

Julia. Le disgusta á usted esto?

Luis. No señora, porque no la amo.

Julia. Franco es usted, por no decir descarado.

Luis. Qué quiere usted, señora. No digo que al verla tan hermosa no la hubiera amado; pero conservo recuerdos en mi corazon.

Julia. Tanto mejor para usted.

Luis. Tanto peor, porque esta pasion abreviará mis dias.

Julia. Asi pudiera abreviar su visita.

Luis. Observo, señora, que es usted tambien bastante franca; lo que, á decir verdad, no me desagrada.

Julia. Sabe usted, caballero, que es algo estraña su conducta? No podria usted ir á contarle sus amores á otra?

Luis. Obedeceria á usted, con mucho placer, pero es el caso que no conozco á nadie en Madrid.

Julia. (Impaciente). En fin, no conoce usted, que voy perdiendo la paciencia?

Luis. (Con mucha calma). Señora... yo he perdido la esperanza, que es aun mucho peor.

Julia. Caballero, deseo estar sola.

Luis. (Con galanteria). Lo cual no deja de ser un esceso de egoismo por parte de usted.

Julia. Con que es decir que tendré que sufrir su vista? Esto es una tiranía, caballero, y ahora mismo voy á llamar á mi criada.

Luis. Oh! no la incomode usted por causa mia, señora. (Julia se rie). Cómo! Se rie usted?... Ya está desarmada.

Julia. Todo lo contrario.

Luis. Tiene usted razon, señora; porque al sonreirse ha descubierto nuevas armas, y la lucha ya no es igual.

Julia. (Riéndose). Es usted poeta por ventura?

Luis. No señora; soy pintor.

Julia. Me lo habia figurado.

Luis. Ahora justamente acabo de publicar una coleccion de cuadros que representan las acciones mas notables que tuvieron lugar durante la guerra civil.

Julia. Ah! Con que es usted el autor de esos cuadros tan celebrados?...

Luis. Que afortunadamente han tenido buen éxito.

Julia. (Sonriéndose). Tiene usted talento?

Luis. Mucho, señora.

Julia. Tanto como modestia?

Luis. Mucho mas.

Julia. (Ap.) Qué divertido es este jóven! (Se sienta en el sillon de la izquierda).

Luis. Mi historia es bastante original. Figúrese usted, señora, que hace algun tiempo que tuve que ir á Sevilla á recoger la herencia de un tio en estremo bondadoso. Ah! Por qué dejé á Sevilla!

Julia. (Con curiosidad). Ah! si! por qué?...

Luis. Voy á decirselo á usted.

Julia. Tome usted asiento.

Luis. (Sentándose). Recuerdo perfectamente que estábamos á veinte de marzo...

Julia. A veinte de marzo...

Luis. Justamente. La noche era oscura como boca de lobo; subo al interior de la diligencia, y ya iba á envolverme en mi capa, á fin de dormir un rato, cuando mis ojos, habituados á la oscuridad, comenzaron á distinguir claramente un bulto; me incorporo, y mi pié tropieza con otro pié que al momento se retiró; en fin, á fuerza de trabajo pude divisar en el rincón opuesto al mio una forma humana envuelta en los mil pliegues de un manto de seda: á todo esto el bulto callaba, y yo, alentado por el silencio, por la oscuridad, y sobre todo por el misterio, me proponia indagar el sexo á que pertenecia, cuando una sonora carcajada me dejó helado como el mármol. Desde luego creí estar en compañia de algun miserable que se habia querido burlar de mí... Vergonzoso error!... Estaba frente á frente de una mujer encantadora!...

Julia. Encantadora?... Pues no ha dicho usted antes que no pudo verla?

Luis. Y no la ví en efecto. Pero estoy seguro que era bellísima. Es un presentimiento, una idea fija. Apostaria cualquier cosa.

Julia. Cuidado que podria usted perder.

Luis. (Levantándose y yendo hácia Julia). Vamos á apostar?

Julia. No acostumbro á hacer tales tonterias.

Luis. (Con seriedad). Entonces, señora, me parece una cosa muy desagradable que quiera usted hacerme dudar de la belleza de una mujer á quien no conoce, á quien estimo, á quien amo, y con quien he jurado casarme.

Julia. (Riéndose). Cómo!... Se lo ha jurado usted?

Luis. A ella precisamente no: es un juramento que me he hecho á mi mismo, y que cumpliré.—Continúo. Pero antes de continuar prevengo á usted que el fin de mi historia es estúpido.

Julia. (Se sienta otra vez al lado de la chimenea y deja el pañuelo sobre el velador). Vuelve usted á empezar?

Luis. Debo decir á usted desde luego, para la inteligencia de los hechos, que me es imposible dormir en diligencia.

Julia. Nada tiene de estraño.

Luis. Asi es que siempre que viajo, antes de subir al carruaje, tengo por costumbre tomar cierta dósis de ópio, exactamente calculada.

Julia. Comprendo.

Luis. (Sentándose á su lado). Mi desconocida parecia dormir profundamente; aprovechando la ocasion, llevé su finísima y torneada mano á mis lábios, cuando...

Julia. Lo sé.

Luis. Cómo!...

Julia. Es decir, lo adivino. Se despertó.

Luis. Justamente.

Julia. En fin...

Luis. En fin, señora, estaba ya á punto de adelantar estraordinariamente en mi conquista, cuando de repente siento que mis fuerzas me abandonan, mi cabeza se inclina, una languidez mortal se apodera de todo mi cuerpo, y mis ojos empiezan á disminuir de diámetro, y por lo tanto de circunferencia.

Julia. (Riendo y levantándose). Era el ópio!...

Luis. (Levantándose). Si señora, el ópio, que hacia su oficio de narcótico eficaz, pero poco inteligente. Cuando me desperté, mi bella desconocida habia desaparecido: me hallaba solo en el carruaje.

Julia. Y eso es todo?

Luis. Todo, señora.

Julia. Pero, y el desenlace de la novela?

Luis. No llega mas que hasta ahí.

Julia. Y espera usted volver á ver á su desconocida?

Luis. Volver á verla, no, porque no tuve el placer de verla; pero encontrarla... oh! sí, la encontraré.

Julia. Cómo!... Sabe usted acaso su nombre?...

Luis. No.

Julia. Pues entonces, qué medios piensa emplear para?...

Luis. Tengo una prueba de conviccion, un objeto dejado por ella en el carruaje, y que siempre llevo conmigo. Cuando voy á alguna parte, lo saco de vez en cuando, como ahora (Saca el pañuelo.); y si por casualidad pertenece á mi desconocida, no podrá menos decir al verlo...

Julia. (Levantándose). Mi pañuelo!...

Luis. Precisamente.

Julia. Y entonces...

Luis. Entonces la pediré su mano; y quince dias despues me casaré con ella.

Julia. Y si se burla de usted?

Luis. Esperaré á que haya concluido de burlarse.

Julia. Y si es casada?

Luis. Esperaré á que haya concluido... Pero no... si es casada... entonces, me arrojaré desesperado al canal. (Julia se echa á reir. Don Luis vá andando detrás de ella, y al llegar al velador vé el pañuelo). Pero... Dios mio! Qué veo!... No es ilusion!... Es igual!... (Lo coge). La misma marca!... (Saca su pañuelo). El mismo bordado!... No es un sueño!... Pero, entonces mi desconocida, el ángel de mis sueños, aquella á quien busco hace tanto tiempo, es usted...

Julia. Yo!... usted se equivoca!... Yo no...

Luis. Oh! Si señora... esa turbacion... esta prueba irrecusable... bien claro lo dicen.

Julia. Pues bien, sí, caballero; yo soy. Qué tenemos con eso?

Luis. Que soy el mas feliz de los hombres; que voy ahora mismo á la Vicaría...

Julia. Caballero!... Está usted loco?

Luis. Es que la amo tanto!...

Julia. No decia usted eso ahora poco.

Luis. Es que ahora poco no sabia que usted fuese usted, es decir ella; y si no la amaba á usted, era porque mi amor á usted me impedia que la amase á usted, es decir, á ella.

Julia. Basta de bromas, caballero, y vengamos al verdadero objeto de su visita. Le agrada á usted el cuarto, si ó no?

Luis. Me agradaria si lo habitásemos juntos.

Julia. Ya he dicho á usted que dentro de dos semanas estará á su disposicion; por lo demas, caballero, permítame usted que me retire.

Luis. Pero, señora...

Julia. El casero le enterará de las condiciones. (Váse).

ESCENA V.

LUIS.—Despues DOLORES.

Luis. Habráse visto hombre mas desgraciado que yo!... Con que es decir que despues de tanto como me ha costado el encontrarla, he de dejar escapar la primera ocasion favorable que se me presenta?... Oh! no... (Vá á entrar por donde se fué Julia, y sale Dolores).

Dolor. A dónde va usted?

Luis. Déjame, Dolores. Quiero hablar á tu ama, quiero verla.

Dolor. Lo siento mucho, pero no puede ser: me ha dicho que vea usted si le acomoda la habitacion, y que concluya de una vez.

Luis. Ay, Dolores! Estoy enamorado de tu ama furiosamente: la amo como un loco, como un desesperado.

Dolor. Jesús, qué miedo!—Pero y si ella no le ama á usted!

Luis. Que no me ama? eso lo veremos... Pero no; dime que me amará, esto al menos será un consuelo.

Dolor. Pues bien, si, le amará á usted; pero sosiéguese por Dios.

Luis. Sosegarme cuando abrigo la dulce esperanza de ser amado por ella! Mira, Dolores... quieres ganarte para un vestido?...

Dolor. Que si quiero?... Eso no se pregunta. Veamos de qué modo.

Luis. Diciéndome, en primer lugar, qué es preciso hacer para ganar su corazon, y ayudándome despues en la empresa.

Dolor. Corriente, lo haré con mucho gusto: ante todo, para empezar, le repetiré á usted las palabras que mi señora estaba diciendo no hace un cuarto de hora. Escuche usted.

Luis. Con mis cinco sentidos.

Dolor. Para que yo volviese á querer á alguno, seria preciso que este no se pareciese á nadie!...

Luis. Cáspita!... Pues yo me parezco mucho á mi padre.

Dolor. «Es decir, que no hiciese lo que hacen los demas.»

Luis. Bien, bien; adelante.

Dolor. «Desde luego si empezaba haciéndome la córte le despediria acto contínuo...»

Luis. Está bien; no la haré la córte.

Dolor. «Y si tenia la nécia pretension de solicitar mi mano sin hacerme la córte, le daba calabazas.»

Luis. Pero, señor, entonces de qué modo?...

Dolor. En fin, don Luis, segun yo pude entender, lo que mi señora quiere es, que el paciente recorra en un dia el camino que los otros hacen en un año.

Luis. Ah! Vamos, ya entiendo: á la altura del siglo; un pretendiente al vapor; amores de ferro-carril; con un novio que sea una especie de locomotora.

Dolor. Eso, eso.

Luis. Sí, eh? Pues corriente: asi lo haré. (Se queda pensativo un corto rato; despues se da una palmada en la frente y dice). Me voy.

Dolor. Tan pronto?

Luis. No sabes por qué me voy?

Dolor. No señor.

Luis. Para volver en seguida, porque ya comprenderás que no podria volver sin haber salido antes.

Dolor. Es claro.

Luis. Con que adios, Dolores, hasta luego. Cuento contigo. Qué dices?

Dolor. Lo que digo es que ha perdido usted la cabeza.

Luis. Ya verás, ya verás. (Váse).

ESCENA VI.

DOLORES.—Luego JULIA.

Dolor. Pobre don Luis! Está loco.

Julia. (Entreabriendo la puerta). Se fué?

Dolor. Sí, señora. Acaba de irse muy triste. (Empecemos á mentir).

Julia. Has visto hombre mas original?

Dolor. Si yo fuese usted, señora, habia de quererlo, por lo mismo que no se parece á ninguno.

Julia. Sí, eso es ahora; pero despues será lo mismo que todos. (Pausa). Y no es mal mozo!

Dolor. Es tan bueno, tan sumiso, y sobre todo está tan apasionado.

Julia. (De mal humor). Qué sabes tú?...

Dolor. Me dejó muy encargado le dijese á usted que le amaba hacia mucho tiempo.

Julia. Ya me lo ha repetido hoy mismo mas de cien veces. (Pausa). Sabes cómo se llama?

Dolor. Don Luis Peralta y Aguilar. Y qué piensa usted hacer?

Julia. No volverlo á ver mas.

Dolor. Pues no se lo merece. Es tan atento! tan fino!... hará tan buen marido!...

Julia. Calla y déjame. Vaya si estás hoy bachillera!... Además, ya se ha marchado, y no volverá. Ahora acompáñame, que tenemos que salir. (Se pone la capota. Al mismo tiempo suena dentro la campanilla).

Dolor. Están llamando. Quién será?

Julia. Di que no estoy. (Al salir Dolores, aparece Don Luis en la puerta del foro).

ESCENA VII.

JULIA.—DOLORES.—DON LUIS.

Luis. Señora... tengo el placer...

Julia. (Se quita la capota y se sienta). Otra vez!...

Luis. Si incomodo...

Julia. (Esto va mal).

Luis. Lo ha pasado usted bien desde la última vez que tuve el gusto de verla?

Julia. (Con altivez). Caballero!... Qué significa!...

Luis. Va usted á saberlo. (Se sienta). Con su permiso. Al salir de aquí, he preguntado al portero dónde vive el dueño de esta casa, á lo que me ha contestado que estaba fuera de Madrid, y que...

Julia. (Impaciente). Pero...

Luis. (Con mucha calma). Suplico á usted no me interrumpa. Como iba diciendo, el dueño no está en Madrid, y deja á eleccion de usted el dia y la hora en que cese de ser su inquilina. Yo, por mi parte me atreveria á rogarla, que si pudiera ser mas bien hoy que mañana... (Saca el reló). Dispénseme usted si la dejo tan presto.

Julia. Pero...

Luis. Temo ser importuno. Señora, á los pies de usted. (Saluda y váse. Julia y Dolores se quedan mirando una á otra).

ESCENA VIII.

JULIA.—DOLORES.—Luego DON LUIS.

Julia. Qué quiere decir esto?

Dolor. (Riendo). Lo mismo iba yo á preguntar á usted.

Julia. Cierra la puerta, y di que no habran á nadie.

Dolor. Voy, señora. (Váse por el foro. Don Luis, que ha entrado sin ser visto, se desliza por detrás de la cortina de la puerta de la derecha).

Julia. Oh! Cualquiera diria que se está burlando de mí... Pero, no, no lo creo. Eso sí, no es del todo despreciable... y no he dejado de pensar en él desde que lo ví por primera vez... Si yo estuviese segura de que me ama... En fin, no pensemos mas en él.

Luis. (Tosiendo). Gem... ejem...

Julia. (Volviéndose). Quién está ahí?...

Luis. (Dando un paso ceremoniosamente). Señora, tengo el placer...

Julia. Cómo!...

Luis. Si incomodo...

Julia. Esto ya es demasiado, y...

Luis. Lo ha pasado usted bien desde la última vez que tuve el gusto de verla?

Julia. (Yendo vivamente á la puerta del fondo). Caballero, decididamente voy á mandar ahora mismo que lo pongan á usted á la puerta de la calle.

Luis. A la puerta? Hará usted mal.

Julia. Sí señor.

Luis. Perdone usted, señora; pero su doncella me ha hecho observar que habia muchas formalidades que cumplir antes de pedir á la mujer á quien se ama, su corazon y su mano.

Julia. Pero en fin... en fin...

Luis. En fin, señora, esto quiere decir que en menos de un cuarto de hora he venido á ver á usted tres veces; saldré dentro de cinco minutos; volveré á los otros cinco, y resultará que al cabo del dia habré hecho á usted cincuenta visitas.

Julia. Cincuenta visitas!

Luis. En seguida pasaremos al capítulo de la correspondencia; despues vendrán los presentes... y... (Aparece un criado con un ramo de flores). A propósito, ese es el primero.

Criado. Para la señorita Julia.

Luis. (Tomando el ramo). Dignese usted aceptarlo. (Se lo presenta á Julia, esta le vuelve la espalda y don Luis lo pone sobre el velador).

Julia. Pero esta es una verdadera persecucion, caballero!

ESCENA IX.

DICHOS.—DOLORES.

Dolor. Ea, ya estamos solas, y no volverá. (Viendo á don Luis). Calla! Por dónde ha entrado usted?

Luis. Por la chimenea.

Dolor. Vaya una escena divertida!

Julia. Cómo! Te ries? (Un criado trayendo otro ramo de flores mayor que el anterior).

Criado. Para la señorita Julia.

Dolor. (Tomándolo). Está bien. Qué quiere usted que haga, señorita?... Quién no se ha de reir con este loco? (Dá el ramo á Julia, esta lo toma, se pone á examinarlo, lo huele y se lo devuelve á Dolores, que lo pondrá sobre el velador).

Julia. Te prohibo formalmente que te rias: oyes? (A don Luis que ha ido á sentarse delante de la mesa escritorio). Qué va usted á hacer, caballero?

Luis. Este es el prólogo, señora.

Julia. El prólogo! Pero qué está usted haciendo?

Luis. Ya lo ve usted. La escribo.

Julia. Escribirme! A mí!

Luis (Escribiendo). «Primero de julio de 1849.»

Dolor. Si estamos á 15 y en 1851.

Luis. No importa. Pongo la fecha atrasada, porque asi debe ser...

Julia. Le prevengo á usted que no abusará mucho tiempo de mi paciencia.

Luis. Algunas líneas mas, y concluyo. (Escribe).

Julia. (Impaciente). Oh!

Dolor. (Bajo). Señora, no buscaba usted un hombre que no se pareciese á los demás? Pues ya lo ha encontrado. (Don Luis, que ha plegado la carta, toca la campanilla que está en la escribania. Dolores se acerca).

Luis. Para la señorita Julia. (Le dá la carta). Urgente. (Le dá una moneda).

Dolor. Qué hace usted?

Luis. Franquearla. (Se pone á escribir).

Dolor. (Dando la carta á Julia). Para la señorita Julia. (Riendo).

Julia. (Rompiendo la carta y sentándose). Esto es una impertinencia.

Luis. (Escribiendo siempre). «15 de julio... En vista del favorable resultado de mi primera...»

Dolor. Cómo! Han pasado ya quince dias?

Luis. Y á la tercera pasará un mes. (La cierra y hace lo mismo que la anterior). Para la señorita Julia: muy urjente. (Se la da á Dolores y se pone á escribir). «20 de octubre á las doce de la noche.»

Dolor. A las doce!

Julia. (Riendo). Sabe usted, señor mio, que seria yo muy nécia si tomase todo este juego sériamente? Caballero, es usted un insensato.—Arroja esto al fuego, Dolores. (Le da la segunda carta).

Dolor. Déjeme usted leerla.

Julia. Léela si quieres.

Luis. (Tocando la campanilla etc). Para la señorita Julia! urjentísimo.

Dolor. Urjentísimo (Lee). «Señorita, no puedo vivir asi.»

Luis. (Escribiendo). «Mi querida Julia.»

Julia. (Se levanta). Qué atrevimiento! Pues bien, yo contestaré. (Se pone á escribir en el velador).

Dolor. (Lee). «Cuando haya cometido un atentado, ya no será tiempo.»

Luis. (Escribiendo). «Angel mio.»

Julia. (Escribiendo). «Caballero, es usted un importuno, un fátuo.»

Dolor. (Lee). «Tendrá usted toda la vida remordimientos eternos que le harán acordarse de mi.»

Julia. (Escribiendo). «No le puedo ver, le detesto...» (No, no: esto es demasiado. Pobrecillo!)

Luis. «Al fin me amas! Si, lo he leido en tus ojos, mi querida Julia!»

Julia. (Cuánta ternura!) (Llaman dentro á la campanilla).

Luis. (El es! Ya era tiempo!) Con su permiso de ustedes, yo abriré. (Vase).

Julia. Qué nueva estravagancia!

Dolor. Ahora que no nos oye, sabe usted, señorita, que se conoce que la quiere á usted de veras?

Julia. Si fuese cierto...

Dolor. Demasiado!

Luis. (Desde la puerta del fondo). Por aquí, muchacho.—Son mis muebles, señora: detesto las posadas y las casas de huéspedes... y he mandado...

Julia. (Riendo). Vamos, decididamente se ha vuelto loco.—Espero: caballero, que hará usted que se lleven lo que han traido.

Luis. Imposible: el mozo se ha ido ya. (Mientras ha dicho esto, va trayendo á la escena algunos muebles pequeños, entre ellos una maleta, una sombrerera y un cuadro no muy pequeño).

Dolor. (Mirando el cuadro y dando un grito). Qué veo! Este cuadro representa la toma de Morella!

Julia. (Examinándolo). La toma de Morella!

Luis. En efecto, señora; es uno de los de la coleccion que acabo de pintar.

Julia. Cielos! Y este oficial que cae herido en los brazos de un jóven, es él... Es mi hermano!

Luis. (Su hermano!)

Julia. Y este jóven?

Luis. Ese buen mozo?... Soy yo, señora, que me hallaba á su lado, y que recibí sus últimos suspiros. (Momento de pausa). Ahora bien, señora, una vez que este cuadro, por el asunto que representa, no debe serle á usted indiferente... seria yo tan venturoso que se dignase usted aceptar?

Julia. (Julia despues de un instante de duda). Caballero... yo... no debo admitir ese cuadro... sino con una condicion.

Luis. Cuál?

Julia. Que haga usted el favor de vendérmelo.

Luis. Vendérselo? Pues no ha de formar parte de nuestros... (Reprimiéndose.) de sus muebles? Consérvelo usted, señora, como un recuerdo mio.—Y ya que he tenido la desgracia de no hacerme comprender, ya que he llegado á ser odioso á los ojos de usted, ya que no puedo llamarla mi esposa... doy á usted mi palabra de no volver jamás á presentarme en esta casa. A los pies de usted, señora. (Pónenese á recoger todo lo que ha traido, menos el cuadro).

Dolor. (Bajo). Vamos, señorita, no le haga usted sufrir mas. Pobrecillo!

Julia. Tienes razon: es un honrado jóven á quien deberé lo único que me resta de mi pobre hermano. (Señala al cuadro y dice á don Luis). Caballero! (Don Luis se vuelve). Qué apuro! No sé cómo decir á usted... que agradezco infinito sus favores... y que... acepto... Hé aquí mi mano.

Luis. (Besándosela con trasporte). Ay, querida Julia! Gracias á Dios! Cuán feliz soy... y qué trabajo me ha costado!

Julia. Sí, le perdono todas sus locuras en favor de esta última. (Señala el cuadro).

Dolor. (A don Luis). Lo prometido es deuda.

Luis. Todo lo que tú quieras: te duplico la cantidad ofrecida, ya que me has ayudado á recorrer el espacio de Un año en quince minutos.

Nota del Transcriptor:

Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.

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