The Project Gutenberg eBook of María Luisa, Leyenda Histórica

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Title: María Luisa, Leyenda Histórica

Author: Andrés Portillo

Release date: July 12, 2014 [eBook #46265]

Language: Spanish

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK MARÍA LUISA, LEYENDA HISTÓRICA ***

 

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MARÍA LUISA.
LEYENDA HISTÓRICA

POR

Andrés Portillo.

OAXACA.
IMPRENTA DE LORENZO SAN-GERMAN.
Avenida Independencia, núm. 50.
1896.

[1]

Hidalgo, Julio de 1899.

¡Hay tantos verdugos del idioma!............ ¡Llegan á nuestras manos día á día tantos sacrilegios literarios! Confieso ingénuamente que cuando tuve entre las mías un ejemplar de la "María Luisa" del Sr. D. Andrés Portillo, lo abrí con desaliento, con esa dejadez melancólica que infunde en nuestro espíritu nostálgico de algo bello, el spleen de la eterna vulgaridad que nos envuelve.

Yo no tenía el honor de conocer al Sr. Portillo; sus producciones, sus facultades, ¡hasta su nombre! eran enteramente extraños para mí. Pero una cosa me consolaba: las dimensiones del librito, que eran bien reducidas, y no sería muy largo el tiempo que se perdiera en su lectura,......... si es que se perdía.

!Al mal paso darle prisa!—me dije ¡y comencé á recorrer las primeras páginas!

Vamos, el estilo no es enfático......... ¿eh?......... esta cláusula es fluída......... la frase se desencadena con naturalidad......... la palabra es correcta y los períodos......... reconozcamos que los períodos tienen cierto aire de distinción, esa elegante sencillez que promete feliz epílogo. ¡Continuemos!

Y sin sentirlo, como no se sienten en la soledad, como se deslizan las horas en que dejamos el pensamiento volar en alas de sus recuerdos dulces, se deslizaron para mí estos capítulos. ¡El interés crece! ¡se ha empeñado la acción! Veo en estas líneas las huellas de algunas lágrimas.

El autor nos conduce dentro de las sombrías arcadas de un monasterio, cuya quietud turba el estruendo del combate y cuyos muros ilumina el relámpago siniestro de la artillería.

[2] ¡Hermoso contraste! Parécenme aquellos los magistrales y bruscos tonos de luz y sombra de la "Cena de Emaus," de Zurbarán.

Pero allí debe tener patético desenlace lo que fuera al nacer tierno idilio de la adolescencia.

Y por cierto que el epílogo está lleno de interesante originalidad: una granada destrozando en obscura noche la bóveda del templo, cava en el pavimento el fúnebre y primero y último lecho de amor de dos amantes infortunados.

Pero no............ no quiero referiros el argumento de "María Luisa," porque abdicaría de su interés, sin que pusiera á vuestra vista los elementos que decoran sus interesantes escenas.

Ya las naves de un templo y el imponente sociego de un claustro; ya la lujuriosa naturaleza meridional, con sus arrogantes cordilleras, sus solemnes desiertos, sus selvas sombrías y sus diamantinos cielos.

Ya la estrecha celda en la que, entre los dulcísimos y consoladores salmos del cristianismo y la luz temblorosa de los cirios, descuella, como lucero de esperanza, en las borrascas del espíritu la ideal imagen de la Madre del Redentor del Mundo.

Pero............ no quiero continuar, os lo repito. Leed la obrita que puede penetrar desde el gabinete de un filósofo hasta el casto retrete de una virgen. Leedla, que es sana y no dañará vuestro espíritu como tantas otras de que se ruborizaría la biblioteca de un templo de Lupercio, y que sin embargo, con cien trompetas recomienda la prensa.

Y entre tanto, reciba el elegante escritor oaxaqueño, D. Andrés Portillo, nuestras humildes pero cinceras felicitaciones.

Tomás Domínguez Yilanes.

[3]

PRIMERA PARTE.

I.

Era joven aún este siglo XIX que hoy contemplamos anciano y moribundo, tan lleno de glorias y cargado de responsabilidades.

México había derramado su oro y su sangre por espacio de once años para librarse de la dominación española y lanzábase á la vida independiente con la vaguedad del hombre que acaba de tener un sueño penoso.

Se ensayaban todas las formas de gobierno, se convocaban congresos nacionales, se defendían principios y contraprincipios y había de una parte, quienes suspiraban por el régimen colonial, y de otra, quienes aplaudían las doctrinas más atrevidas de la revolución francesa.

Pero al mismo tiempo la luz se derramaba en las inteligencias, la escuela se abría para el campesino y el obrero y la ley daba iguales derechos á los mendigos y los poderosos.

Dijérase que amanecía en el horizonte de un porvenir halagador.

Y las claridades de aquel risueño crepúsculo, llevaban gérmenes preciosos para la libertad y para el progreso á todos los Departamentos de la Nación.

[4]

II.

Oaxaca era en aquella época el país del dinero y de la grana, que había proporcionado á España, durante mucho tiempo, tesoros para sus hijos y púrpura para sus reyes.

La ciudad capital, situada cerca de la Sierra Madre, al pié de una verde colina, recibió de los españoles el nombre de Antequera en memoria de una de las más bellas poblaciones de Andalucía.

Uníala con México un camino largo y estrecho por donde remitía sus valiosas producciones, recibiendo en cambio los géneros de Europa y con alguna frecuencia, grandes cantidades de plata acuñada.

En Oaxaca no había entonces jardines públicos, ni teatros, ni periódicos, ni alumbrado en las calles; el carácter pacífico de sus habitantes no necesitaba de estas cosas.

No eran conocidos los hoteles porque había poquísimos viajeros; los próceres enviados de la Capital para servir empleos en el Gobierno, así como algunos extranjeros que deseaban conocer el árbol gigantesco del Tule y las legendarias ruinas de Mitla, eran alojados en casas particulares ó en los conventos, cuya supresión aun no se presentía.

La política era un misterio apenas conocido por pocos iniciados.

Pero ya el pueblo, sin abandonar el depósito de sus buenas costumbres y adorables tradiciones, daba indicios de su genio guerrero que más tarde hizo milagros de valor y patriotismo.

Ya había visitado á Oaxaca el gran Morelos y habían nacido en este país afortunado los hombres extraordinarios que algún día debieran ponerse frente á frente de los soberanos europeos, pidiendo para México un puesto de honor entre las naciones ilustradas.

[5]

III.

Era el día 21 de Diciembre de 18.........

A la hora en que se oculta la última estrella en el cielo y la brisa del crepúsculo viene á despertar á las aves y á besar á las flores, un repique á vuelo estalló en las torres de los numerosos templos de la ciudad, dejándose oir entre aquel confuso y agradable ruido, la voz sonora de la campana mayor del reloj de la Catedral, que por una tradicional costumbre, solamente una vez al año agitaba su martillo con violencia, celebrando la fiesta de Navidad.

Toda la mañana de aquel día hubo grande animación en las calles y plazas de la regocijada ciudad. Los criados vestidos de limpio, que conducían de una casa á otra los obsequios de la Pascua ó iban á los mercados en busca de comestibles para la noche buena; los chiquillos que corrían á comprar dulces, juguetes y adornos para el imprescindible Nacimiento; las señoras, que cubiertas de bordados pañuelones multicoloros, salían y entraban á las iglesias y las tiendas y los vendedores de diversas clases de objetos, impidiendo el paso en las entradas de los portales, formaban un abigarrado conjunto que daba idea de lo que era y lo que hacía el pueblo oaxaqueño en la víspera de sus solemnes festividades.

Los templos se hallaban engalanados con gran lujo de cirios, cortinas y adornos de metales preciosos.

En casi todas las casas se hablaba de la misa de media noche y se arreglaba el baile de Navidad, en el que tomaban parte solamente las personas mayores del sexo femenino, por exigirlo así las costumbres de la época.

Y aun en las viviendas más humildes había preparado un plato más para la mesa, un regalo para el hijo y una flor para la imagen protectora de la familia.

Pero donde había más trabajo y agitación era en el convento de.........

[6]

Allí no solamente se adornaban los altares, también se barrían los claustros, se desempolvaban la biblioteca y el refectorio y bajo la dirección del mismo Padre Guardián, se preparaba cómodo alojamiento para un huésped distinguido que debería llegar de un momento á otro.

IV.

Amable por su genio y su virtud y dotado de cualidades eminentes, era el Padre José un anciano alto y robusto, español de origen, pero mexicano por sus sentimientos.

Su barba encanecida y su frente maltratada por los años, como también por los pesares, contrastaban con la viveza de su mirada y el tinte nacarado de sus labios entreabiertos siempre para decir palabras de tolerancia y de cariño.

A pesar de su habitual moderación, frecuentemente se descubrían bajo el humilde sayal del misionero, la franqueza del marino y la noble gallardía del militar retirado.

Toda su existencia fué una lucha constante.

Cuando joven combatió con el mar para sostener á una madre anciana, luego peleó contra Napoleón en defensa de su patria; después llegó á México acompañando al General Mina para proteger á un pueblo abatido; muy pronto, enfermo y sentenciado á muerte, vino á Oaxaca con un nombre supuesto y como maestro de escuela, luchó por la civilización hasta que, por último, se ocultó en el claustro para batallar con sus propias pasiones.

Poseedor de virtudes antiguas é ideas modernas, era indulgente con todos y severo consigo mismo.

Su modesta sabiduría, sus ideas liberales, las mejoras que hizo en el convento y las polémicas que mantuvo sobre materias religiosas lo convirtieron en el personaje más notable del clero.

[7]

La sociedad estaba dividida en opiniones respecto á su persona: los enemigos del progreso le tenían por hereje, los hombres ilustrados y virtuosos le llamaban "el Maestro," los pobres le decían "el Padre" y sus compañeros de religión más de una vez quisieron elevarlo á la primera dignidad de su Orden, pero él sólo aceptó el puesto de Guardián.

Aquel día, llegada la hora de comer, se colocó en medio de sus hermanos después de bendecir la mesa, pero en seguida salió rápidamente á la portería, de donde le anunciaron la llegada del viajero que aguardaba.

V.

En la puerta del convento se había detenido una litera, de la que saltó con violencia un joven alto y moreno, de cabellera negra y agradable apostura, vestido con bata de indiana color de paja y cubierto por un sombrero de ancha falda.

Aun estaba despidiéndose de los conductores de la litera cuando se vió en los brazos del Padre que lo saludó con la franqueza y el cariño de un antiguo amigo é inmediatamente lo condujo al refectorio.

D. Carlos Félix de Miranda, era un rico propietario mexicano, abogado notable y además Ministro de la Corte de Justicia de la Nación. Las líneas aristocráticas de su rostro, su tez morena y sus grandes ojos negros presentaban el tipo de esa raza belicosa, noble y bella, formada en México por la unión de la sangre azteca y española, cuyos hijos bien pudieran llamarse los árabes de América.

Aquel joven magistrado había conocido á Oaxaca en el año anterior y prendado de su cielo y de su clima, ofreció al Padre José volver pronto á establecerse no lejos de la ciudad en una finca del valle; al efecto, habíale remitido con anticipación varias cantidades de dinero.

[8]

VI.

Desde luego notó el buen Padre que su amigo había cambiado mucho en los doce meses que dejó de verle.

Ya no era el joven alegre cuya conversación animadísima revelaba un espíritu ilustrado y un corazón generoso.

En sus palabras áridas y sus ojos anegados en sombras de tristeza, encontraba los síntomas de un pesar oculto; mas no se atrevió á inquirir la causa de su situación.

Los otros comensales, menos prudentes que su jefe, le dirigían preguntas que D. Carlos contestaba con monosílabos, al mismo tiempo que adusto y cabizbajo, apenas probaba de los platos que le ofrecían.

Estrechado por un religioso para que le diera informes respecto á su malestar, le contestó con acento melancólico:—Sí, Padre, me hallo enfermo.........—y volviéndose al Guardián, concluyó en voz baja:—enfermo del alma.

Pero repentinamente, haciendo esfuerzos para mostrarse agradecido y complaciente por las atenciones con que lo distinguían, dijo para sí:—¿qué culpa tienen estos buenos padres de lo que yo padezco?—y les dirigió la palabra en tono festivo, contándoles algunos episodios de su viaje, mezclados con anécdotas y epigramas, que agradaron mucho á la comunidad.

VII.

En aquella época de turbulencias sociales, la conversación de casi todas las reuniones versaba sobre los temblores de tierra y los cambios de Gobierno.

El viajero procedente de la Capital tenía que dar cuenta minuciosa de los acontecimientos políticos más [9] ó menos desastrosos que allá se repetían y de las fatigas soportadas en el camino durante quince días.

Para D. Carlos había en aquel monasterio un asunto más que tratar y aun discutir, muy grave ciertamente, y era el afán con que procuraban conquistarlo para que se hiciera fraile.

En otra ocasión se había excusado diciendo que su carácter parecía incompatible con las reglas monásticas y hablando cortésmente sobre las reformas que necesitaban los conventos.

El Padre José no tenía parte en aquellas discusiones; mas preocupado con la misteriosa enfermedad de su huésped, aquel día se permitió indicarle, que para ciertas dolencias no podría encontrarse mejor remedio que la paz y la soledad del claustro, terminando por invitarlo á que se quedara en el convento aunque no profesara.

D. Carlos, que por entonces sólo podía ocuparse de sus tristes ideas, continuó mintiendo y esforzándose por aparecer alegre, locuaz y aun descreído; dijo que la vida del claustro era fría, monótona é imposible para él y aseguró que solamente apetecía las distracciones y placeres que había venido á buscar en Oaxaca la víspera de Navidad.

—No obstante, yo me haría fraile—dijo con entusiasmo—si Udes. me proporcionasen aquí tertulias, banquetes, bailes......... aunque no fuera con frecuencia.

—Nadie puede resolver los problemas de la Providencia—contestó el anciano Guardián con acento de grave cortesía.—Si esa es la única condición, todo lo tendrá Ud. y en esta noche buena, por principio, le daremos un festín.

—¿Y habrá buen vino?

—Sí, señor.

—¿Concurrirán señoras?

—Quizás.

—Con una me conformo...... Vea Ud., Padre...... Si me proporcionaran en este retiro un departamento con balcones al jardín, una biblioteca de mi gusto y una[10] compañera de quince años, le aseguro que ya no saldría de aquí.

—Todo se puede tener para el servicio y la gloria de Dios.

—¿Todo?

—Sí, D. Carlos, dándome Ud. su palabra...... yo le proporcionaré...... cuando Ud. guste......

—Hoy, si se puede.

—Sin duda, esta noche tendrá Ud. banquete, música.......

—¿Y la niña?

—También......

—¿A qué hora?

—A las doce.

—Convenido. ¿Es hermosa?

—Como los ángeles.

Al oir los otros padres tan atrevidas y poco edificantes afirmaciones de su venerable superior, unos se santiguaron creyendo que había perdido la razón, otros se dirigían miradas maliciosas y casi todos cesaron de comer.

VIII.

El Padre Guardián condujo á su amigo á la celda que le había preparado; era una pieza pequeña de los altos, con el suelo recién pintado de rojo y las paredes de blanco.

Frente á la puerta de entrada se abría un balcón para el jardín.

En un ángulo había un lecho modesto y en el otro una gran mesa con un pequeño crucifijo de metal; junto á varios libros un vaso con agua y útiles para escribir.

Algunas sillas de pino y un sillón tapizado de piel obscura, completaban el ajuar.

Sobre una de las sillas se había colocado la caja de madera con adornos chinescos, que contenía el equipaje de D. Carlos.

[11]

El anciano se despidió de su huésped y dándole una suave palmada en el hombro, le dijo:

—A las doce...... No lo olvide Ud.

El joven inclinó la cabeza y entró á la celda sin contestar.

IX.

Lento, mudo, cargado con el peso de inefables sufrimientos, fué á sentarse D. Carlos ante la mesa y permaneció con la frente apoyada entre ambas manos.

Algo terrible pasaba en su corazón.

De repente se paró, dió vueltas á largos pasos en toda la extensión del cuarto hablando palabras ininteligibles y volvió á sentarse con señales de fatiga y amarga melancolía.

Luego escribió velozmente algunas líneas en su cartera y volvió á pararse oprimiéndose la cabeza, como si quisiera detener sus ideas arrebatadas por el huracán del desvarío.

Irguiéndose con penoso esfuerzo, exclamó:—¡Llorar y sufrir!...... Esta es la vida...... ¿Para qué se vive? ¿De qué sirve el amor puro y honrado?......

Sentóse otra vez y estuvo más de una hora con la frente caída como si se inclinara bajo la enormidad de un gran suceso.

A veces lloraba con la sencillez de un niño y otras con el estrépito de un desesperado.

Su alma ya no podía soportar el combate de pasiones por largo tiempo sofocadas.

Cuando anocheció fué un criado á poner luz en la mesa y le preguntó si algo se le ofrecía; pero D. Carlos no dió señales de haberle oído.

X.

La noche adelantaba en silencio, apenas iluminada por pálidos luceros.

[12] La fuente sollozaba en el fondo del jardín.

Algunas aves nocturnas se detenían graznando sobre las tapias.

Un viento helado agitaba las copas de los árboles y gemía lúgubremente al entrar por el balcón para mover la flama de la vela y la cabellera de D. Carlos.

La campana de la torre inmediata sonaba tan melancólica, tan lenta, como si repitiera el toque de agonías.

El pobre joven, no de otro modo que si huyera de la tempestad de su propia conciencia, repentinamente corrió hacia el balcón y se inclinó demasiado como para precipitarse al vacío, pero en el acto se retiró diciendo con profunda tristeza:—Está muy cerca el suelo.

Luego con firme pulso, pero deteniéndose á cada momento para reflexionar sobre lo que hacía, escribió dos cartas; una para el criado que había dejado en México cuidando su casa y la otra dirigida al Padre José.

La primera decía:

Mariano: Estoy enfermo. Cuando recibas esta carta ya no existiré. Ocurre á mi notario y él te dará los títulos de propiedad de la casa que te ofrecí por tus buenos servicios......

La otra carta estaba concebida en estos términos:

Padre: Hay infortunios superiores á las fuerzas humanas. El vacío del corazón, la ingratitud del mundo y el oprobio inmerecido no tienen remedio. Yo no he sido culpable hasta este momento, pero mi porvenir está vacío de esperanzas; la tierra me abandona y el cielo ya no me oye. Hay un abismo en mi pasado; tengo una enfermedad incurable en el corazón, que devora mi vida. El destino ha pronunciado su oráculo: soy desgraciado y necesito morir. No desconozco que hago mal, pero me es imposible retroceder. Perdóneme que haya venido á turbar con mis pasiones la calma de este retiro consagrado á la oración. Ruego á Ud. que mi cadáver se oculte en un rincón ignorado. El capital que tengo en su poder, cuya existencia sólo Ud. conoce, repártalo[13] á los pobres sin mentar mi nombre. Querido y muy querido Padre, como último favor le pido que olvide para siempre á su infeliz amigo

Carlos Félix.

Concluida esta carta, la puso con la otra en un extremo de la mesa y vacilando como si caminara entre tinieblas, se dirigió á su caja de viaje, sacó una gran pistola de chispa y con febril violencia, se colocó la extremidad del cañón en el pecho, tirando del martillo que sonó ásperamente, pero el arma no dió fuego.

El desdichado intentó dispararse por segunda vez y todo fué inútil; el ambiente húmedo del camino había descompuesto la pólvora.

Entonces, con los cabellos en desorden y los ojos inyectados de sangre, volvió á dirigirse á la caja y apresuradamente, como si temiera perder la ocasión de morir, tomó un paquete de sales, vació una parte en el vaso de agua y mirando que los polvos no se disolvían, con la mano trémula y en movimiento giratorio, sacudió el vaso fuertemente y se llevó á los labios el veneno, mas en el acto volvió á ponerlo en la mesa porque había escuchado golpear suavemente la puerta y la voz del Padre José que le decía:—Señor Magistrado, aquí está la niña.

En el reloj del convento habían dado las doce.

XI.

El aturdido Magistrado corrió hasta la puerta extendiendo los brazos para impedir que se abriera, pero ya era tarde.

Un torrente de luz, de armonías y de perfumes inundó la estancia y una lluvia de rosas cubrió el pavimento mientras D. Carlos retrocedía lleno de asombro hasta chocar con la pared.

Colocada en el umbral de la puerta, estaba como celeste aparición, una virgen cándida, modesta y hermo[14]sísima, vestida de aljofaradas flores y coronada de diamantes.

Arquetipo del cielo, apocalíptica escultura, preciosa imagen de la Madre de Dios, con los brazos abiertos dirigiéndose al joven, parecía envolverlo en sus miradas y decirle:—Yo soy la virgen del amor sin límites. Venid á mí los que tenéis pesares y os aliviaré. Yo he sufrido mucho y sé consolar á los que lloran, mi amor es inmortal y mis caricias dan la gloria.

En aquella imagen hallábase algo superior á la belleza plástica.

Sus cabellos flotaban en ondas de oro salpicadas de perlas, sus ojos vertían raudales de luz celestial, su boca era una concha de nácar y su semblante iluminada por la luz prismática de la fulgente diadema, ofrecía todos los encantos de la mujer velados por la mística pureza de los ángeles.

Sobre su pecho y casi escondido entre las blondas de la túnica, mostraba un corazón de rubíes que parecía palpitar con amorosa trepidación.

A su lado el venerable sacerdote, revestido con sus ornamentos sagrados, tenía en la mano un cáliz de oro cubierto con blancas telas de seda; inspirado por un fuego divino, murmuraba palabras de misericordia.

Al compás de una música suave, cuyas notas remedaban suspiros y plegarias, salían del claustro inmediato voces melancólicas y dulces que clamaban: "Ruega por nosotros, María, madre de los huérfanos, ángel de los ángeles, consuelo de los desgraciados, reina del paraíso, salud de los enfermos."

—¡María! ¡María!—Exclamó D. Carlos con voz desgarradora y se dejó caer en el sillón poniéndose una mano en la boca como si temiera descubrir algún secreto misterioso.

La música cesó, los padres que habían llevado la estatua desde la iglesia, la colocaron sobre la mesa y pusieron á sus piés dos velas encendidas y un gran libro con broches de oro, retirándose inmediatamente.

[15]

Después de cerrar la puerta, el prelado dijo cariñosamente á su amigo:—Ya tiene Ud. á la virgen; ahora vamos al banquete.

D. Carlos no respondió; continuaba sentado pasándose á veces la mano sobre la frente como para desechar algún pensamiento que lo tiranizaba.

Su pecho se deprimía y se ensanchaba con precipitación y sus lágrimas rodaban hasta el suelo.

El momento era grande y solemne.

La mesa del suicida se había convertido en altar de la misericordia.

XII.

El sacerdote aproximándose á la mesa se inclinó profundamente, colocó el cáliz á los piés de la imagen y alzó los ojos al cielo exclamando con aire de inspiración:

"Llego ante el altar de Dios que me rejuvenece y me consuela........."

"Quiero bañar mi corazón en la fuente de la vida....."

"Alma mía...... ¿Por qué estás triste?......"

"Yo, pecador, me confieso y me arrepiento...... ¡Dios mío!...... Tened piedad de mí...... Por mi culpa, por mi culpa......"

—¡No, Padre, yo no tengo la culpa!—gritó D. Carlos parándose y volvió á sentarse arrepentido de haber hablado.

El Padre continuó:

"Gloria á Dios en el cielo y paz en el alma conturbada de la pobre humanidad......"

Luego fué á un lado del altar y después de examinar la carta que para él vió en la mesa, abrió el libro de los sellos de oro y leyó en voz grave, dirigiéndose á D. Carlos:

"No hay corazón que no tenga una herida oculta."

"La sed de felicidad que sin cesar está devorando á la familia de Adán, solamente se apaga con el llanto derramado en el seno de la religión."

[16]

"El hombre es un viajero que camina de dolor en dolor...... vive como las flores y pasa como las sombras..... sus días están contados en el libro de la eternidad y no le es permitido extinguir el aliento de la vida."

Pasando al otro lado volvió á leer:

"¡Cuán penoso es el sendero del error!...... ¡Qué obscuridad en la noche de la duda!...... Las pasiones mal dirigidas hacen verter muchas lágrimas y dejan para siempre un rastro de fuego en el corazón. El pobre corazón humano, mezcla de oro y de escoria, fué formado para el amor purísimo del cielo; pero con frecuencia se mancha con el fango de la tierra...... La barca del pescador se pierde en el mar si se ocultan los luceros y el alma tropieza en los arrecifes del mundo cuando se olvida de Dios y de sus leyes......"

El fresco ambiente que llegaba del jardín, los aromas esparcidos por las flores, el suave chispear de las antorchas, el misionero rezando cargado de días y de experiencia y el joven lleno de vida y de pasiones, que apuraba las agonías del alma, ofrecían una escena de conmovedora sublimidad.

XIII.

D. Carlos continuaba con la cabeza inclinada y los brazos cruzados en actitud de contener las palpitaciones de su corazón; mas repentinamente se arrodilló cubriéndose el rostro con las manos.

Había escuchado al Padre, que alzando el cáliz, decía muy conmovido:

"Esta Víctima, tan pura como el inocente Abel, yo la ofrezco por mi vida...... por mi madre...... por la salvación de mi alma......"

Después de un intervalo de recogimiento y adoración profunda, el celebrante rezó el Padre nuestro, mas cuando dijo: perdónanos como nosotros perdonamos, alzó D. Carlos su ardorosa frente y con acento de febril resolu[17]ción gritó:—No, Padre, yo no perdono...... me es imposible perdonar......

El Padre leyó una vez más en el libro de la sabiduría:

"¿Qué importan las injusticias de los hombres, si es tan corta la noche de la vida, que de un momento á otro hemos de contemplar el sol eterno de la eterna justicia?"

"El más sabio, el más justo, el más santo de los hombres, el Hijo de Dios, vino á la tierra para sufrir y perdonar...... Amó á los pobres, curó á los ciegos, sanó á los enfermos y resucitó á los muertos...... pero los ciegos, los enfermos y los ingratos exclamaron: ¡Que muera! Y fué crucificado...... Mas en el instante supremo del martirio, le dijo á su Padre: Perdónalos......... Y murió por culpas nuestras."

Al oir estas sublimes palabras, D. Carlos hacía esfuerzos para contener su llanto y pronunciaba frases incomprensibles, exhalando sordos gemidos.

Por fin se resolvió á perdonar, á esperar y pedir......

Oró con la devoción del creyente y el fervor del náufrago.

Pronto se sintió menos fatigado, porque la oración es el alimento del espíritu y hay muchos dolores que sólo se calman con el bálsamo de la plegaria.

El Padre había vuelto á cubrir el cáliz y contemplando cariñosamente á su amigo, le dijo:

—Adiós; he cumplido mi palabra y dejo á Ud. muy bien acompañado.

El joven abrazó al bondadoso anciano contestándole:—No, Padre, no me deje Ud. solo... Está hundido mi corazón en un abismo de pasiones...... Me quedo en el convento, pero...... necesito decirle todo lo que sufro y depositar en su seno mi pasado y mi dolor.

—En el seno de Dios que todo lo sabe y todo lo perdona,—repuso el Padre con acento convulsivo abrazándole también.

Una ráfaga de viento apagó las velas y la celda quedó en completa obscuridad.

[18]

XIV.

Cerca del amanecer salió el Padre José con dirección á la calle y pronto regresó acompañado por el médico del monasterio.

Una fiebre violenta estaba devorando el cerebro de D. Carlos.

Tendido en la cama, con la mirada vaga, el rostro enardecido y sin conocer á las personas que le asistían, era presa de repetidas convulsiones.

Todo aquel día estuvo diciendo palabras incoherentes y quejándose de dolores en la cabeza y frío en el corazón.

Por la noche cayó en un profundo letargo.

Unicamente daba señales de vida por las tristes quejas que salían de su pecho lacerado y el lúgubre chispear de su mirada moribunda.

El médico había dicho que el caso era grave y mandó que sólo estuvieran en la pieza los que tenían obligación de ver al enfermo.

El bondadoso Guardián se encargó de atenderle y no se apartaba de su lado sino breves instantes.

Después de siete días la gravedad no cesaba y la demencia era completa.

El desorden de sus palabras denotaba que las ideas pasaban por su cerebro en rápida tormenta, provocando las alucinaciones del vértigo.

A veces con violencia frenética procuraba incorporarse dando gritos de pasión ó lamentos de agonía.

Ya suplicaba que le dieran la muerte, ya se cubría con las ropas de su lecho, como si le persiguieran ó llamaba personas que no eran conocidas por las que le rodeaban.

Una mañana, después de haber pasado el Padre José toda la noche prodigando consuelos y atenciones á su desdichado huésped, salió de la celda diciendo en voz baja:—María Luisa...... María Luisa......

[19]

Todo ese día permaneció el médico á la cabecera del moribundo y al retirarse, sin haber recetado cosa de importancia, dijo al Guardián:—Si acaso amanece con vida, pueden trasladarlo á otra pieza menos estrecha y me da Ud. aviso. Yo veo esto imposible.

XV.

Al día siguiente se fumigó la celda, se pintaron de nuevo las paredes y ordenó el prelado que no se hablara más de la enfermedad ni de la presencia de D. Carlos en el convento, dando por motivo el temor de que la autoridad mandara sacarlo de allí para evitar el contagio.

Pronto se supo en México el fallecimiento del Magistrado Carlos Félix de Miranda.

Aquella sociedad sintió mucho la desaparición del hombre probo é ilustrado; el Supremo Tribunal suspendió sus trabajos por tres días y algún periódico enlutó sus columnas dando los detalles del suceso muy variados con el material de su inventiva.

Poco después, como no tenía familia, ya nadie hablaba del finado; su sirviente también, poseyendo la finca que le había cedido, muy pronto lo olvidó.

[20]

SEGUNDA PARTE.

I.

D. Carlos no murió.

En la noche que el médico desesperó de su curación, la fiebre hizo crisis presentando los síntomas de un alivio repentino.

El enfermo abrió los ojos y viendo á su lado al Padre José, le dijo resueltamente:—Creo que he dormido y he soñado mucho. Antes no sabía qué camino tomar en el desierto de mi vida...... pero ya estoy decidido..... Quiero huir de mis pasiones y de mis errores...... Hay infortunios que nos separan del resto de los hombres..... Como si hubiese muerto, desearía ser olvidado de cuantos me han conocido, ya que sólo me quedan recuerdos y lágrimas para todos los días del porvenir.

Después de un rato de calma, volvió á decir con doloroso sentimiento:

—Me quedo aquí, según lo he prometido. El hombre nuevo pide á Ud. un asilo en este lugar adonde no llegan las olas que se azotan en la sociedad...... Solamente necesito un poco de paz para mi corazón. Ruego á Ud., Padre, haga lo posible para que no sea conocida mi permanencia en el convento, á lo menos de personas extrañas. Yo procuraré que pronto llegue á México la noticia de mi muerte.

Volvió á callar y después de algunos instantes, prosiguió con voz apenas perceptible:

[21]

—Ojalá que á la sombra de la muerte y bajo el peso del olvido, llegue yo á ser bueno......

—Para serlo, hijo mío,—repuso el anciano—es necesario llevar la cruz hasta la cumbre de la estéril montaña de la vida; en el otro lado se halla la tierra de promisión.

II.

Volvió á caer el enfermo en un sueño letárgico que lo tuvo insensible durante algunas horas, pero ya sin señales de fiebre.

La naturaleza enérgica de la juventud había triunfado de la muerte.

Cumpliendo sus deseos y las prescripciones del médico, se le trasladó á una casa deshabitada que se comunicaba con el convento por el lado del jardín.

Allí pasó su convalecencia que fué corta y en cuanto pudo escribir, mandó algunas cartas á México, firmadas por personas desconocidas, que daban la noticia de su fallecimiento.

Desde entonces consagró sus días al estudio, al trabajo y la beneficencia.

Deseoso aún de libertad no quiso profesar, pero vestido con el tosco hábito de la Orden, se ocultó en aquella casa solitaria.

Unicamente lo veían en el convento cuando la campana llamaba á la oración, cuando había trabajos humildes que desempeñar ó algún enfermo que socorrer; mas siempre escondiendo su abatida frente bajo la capilla del monje.

III.

Los religiosos que no ignoraban quién era su nuevo compañero, le llamaban el Padre Félix y pasaban á su lado con respetuosa consideración, admirando la caída de aquella grande alma y el triunfo del arrepentimiento.

[22]

Muchas veces lo veían pasar largas horas rezando en el coro y otras, barriendo los claustros ó regando el jardín.

Algunas ocasiones lo sorprendieron en el campanario arrojando monedas á los pobres.

Casi siempre andaba solo, silencioso y oprimido bajo el peso de sufrimientos ignorados de todos excepto del Guardián que lo veía como si fuera su hijo y cuando estuvo convaleciendo, lo acompañaba dándole el brazo para que hiciera ejercicio en el jardín.

La vejez y la experiencia sostenían á la juventud y la desgracia.

La hoguera que habían apagado los años, apagaba con sus cenizas á la hoguera encendida por las pasiones.

Una tarde bajaron al jardín más temprano de lo acostumbrado.

Largas hileras de álamos y abetos, pintorescos cuadros de flores y hortaliza, toldos de caprichosas enredaderas, grandes árboles frutales que fueron plantados cuando se levantó el monasterio, una fuente monumental derramando el agua con estrépito en un estanque inmediato y todo esto rodeado por el muro que circuía el convento, formaba el pequeño vergel que los padres denominaban la huerta.

Era día de recreo y el Padre José pudo permanecer más tiempo con su hijo adoptivo.

Cerca de la fuente sentáronse al pié de un álamo cuyas hojas plateadas, sacudidas por el viento, caían formando una alfombra que parecía de rosas blancas.

IV.

Estaba la tarde tibia y serena, los rayos del sol abrillantaban las tapias de piedra doradas por los siglos; la fuente gemía sin cesar; un aire ligeramente perfumado agitaba las copas de los árboles y el luminoso espejo del estanque.

[23]

El joven inclinó su frente pensativa y cerró los ojos cual si tratara de impedir que se le escapasen las lágrimas.

El Guardián, respetando el silencio de su amigo, pasaba repetidas veces la mano sobre su opulenta barba y movía los labios como si murmurara una oración.

Aquel cuadro, que hoy solamente pudiéramos contemplar entre los maronitas del Líbano, recordaba el pasaje de "Los Mártires" de Chateaubriand, cuando Eudoro refirió la historia de su juventud al sacerdote de Homero, en la ribera del Alfeo.—¿Está Ud. cansado?—Dijo el Padre á D. Carlos, que contestó vivamente:—Cansado no, pero sí cargado con la deuda de gratitud y de respeto que no puedo pagar á Ud. La causa principal de mis desdichas y mi resolución de morir, siquiera para el mundo, no le son desconocidas; más todavía, me avergüenzo ante Ud. por haber querido perder mi eternidad en un arrebato de culpable delirio.

Después de unos instantes de silencio, continuó:—Para que me compadezca...... y también como tributo de confianza, voy á contar á Ud. detalladamente los acontecimientos de mi vida si quiere permitírmelo.

—Con mucho agrado escucharé su narración.—Respondió el Padre cruzando los brazos entre las mangas de su hábito y añadió después de una breve pausa:—La vida del hombre es un arroyo fugitivo que se lleva las efímeras flores de sus ilusiones y las ramas secas de sus desengaños...... Aunque se haya doblado el cabo de las tempestades y se viva tantos años como yo, los recuerdos de afectos perdidos y goces pasados, ya sean propios ó ajenos, traen al corazón perfumes de dulzura y enseñanzas provechosas.

V.

D. Carlos fijó la vista en el suelo y habló de esta manera:

[24]

"Era yo un niño de seis años cuando comencé á sentir el peso del funesto destino que me ha perseguido toda la vida...... Mas no acuso á la Providencia; mi extraño carácter ó la fatalidad de los acontecimientos han hundido á mi espíritu en este abismo de dudas y desengaños donde Ud. lo encontró."

"Corto fué para mí el tiempo en que la niñez pasa encantada y escondida en la ignorancia de los dolores del alma."

"Yo apenas pude saborear la vaguedad deliciosa y fugitiva de la adolescencia."

"Muy pronto ví convertidos en áridos espectros esos fantasmas de ventura, esas imágenes risueñas que acarician á la juventud."

"Mi Padre, originario de Michoacán, heredó del suyo una fortuna considerable, que unida á la de su esposa, le permitía vivir en la Capital con grandes comodidades."

"Era bien reputado como médico porque recibió el título en España, pero sólo ejercía su profesión en favor de los pobres."

"Habiendo hecho sus estudios preparatorios en Valladolid, bajo la dirección del inolvidable cura Hidalgo, le amaba con un afecto lleno de admiración y cuando aquel hombre extraordinario emprendió la famosa guerra de independencia, mi padre que había presenciado en Europa los prodigios de la libertad, corrió á buscar á su maestro para ofrecerle la fortuna y la vida."

VI.

"Recuerdo que una noche al acostarme, cuando mi madre me había puesto á rezar, medio desnudo y arrodillado en la cama, llegó mi padre vestido con traje de camino y tomando mi cabeza entre sus manos, me besó la frente con ternura y tristeza; después abrazó á mi madre y partió."

"Aquella despedida debería ser la última."

[25]

"Yo le pregunté por qué nos dejaba y no quiso contestarme."

"Luego los criados me dijeron que había ido á una de sus haciendas, mas no lo creí porque nunca emprendía sus viajes por la noche."

"Poco tiempo después llegó á México la noticia de la batalla de Las Cruces, en la que los insurgentes obtuvieron aquel triunfo glorioso, cuyo resultado hubiera sido la libertad de la Nación, si el vencedor hubiese marchado inmediatamente sobre la Capital."

"Mas por una de las funestas emergencias de la guerra, los realistas, antes de ser vencidos, pudieron aprehender á varios insurgentes que se habían introducido demasiado en sus líneas y con gran lujo de fuerza y de odio los llevaron á México para disimular su derrota."

"Entre aquellos desdichados se hallaba mi padre."

"Entonces tuve otra noche fatal."

"Desperté oyendo en los corredores pasos precipitados, ruido de armas y llanto de mi madre."

"Al llamarla sobrecogido de terror y dando gritos, una mano muy dura me tapó la boca y nada pude ver, porque me envolvieron todo en las ropas de la cama, me cargaron y corrieron."

VII.

"Pensé que soportaba una pesadilla, pero pronto me sentí realmente sofocado por falta de aire."

"Después de correr mucho, fuí desenvuelto y me ví en la casa de mi tío Juan, hermano de mi madre, atendido por criados extraños y al lado de Carolina, mi prima, que tan pequeña como yo, también estaba llorando."

"Al día siguiente supe que mi madre estaba en la cárcel, mi casa convertida en cuartel y que á mi padre lo habían fusilado."

[26]

"No quise creer tanta desdicha y hacía esfuerzos para persuadirme de que me engañaban, porque es tan débil, tan miserable la condición humana, que con el mismo afán busca ilusiones increíbles y se resiste á soportar el peso de la espantosa verdad."

"Mas luego me convencí de que ya era yo huérfano, proscrito y desheredado."

"Mi padre no existía, su infeliz viuda expiaba en los calabozos el crimen de haber sido esposa de un hombre que se inmoló por su patria y nuestros bienes todos habían sido confiscados en provecho del rey."

VIII.

"Mucho tiempo viví de limosna en la casa de mi tío con el criado Sebastián que no quiso separarse de mí."

"Desatendido cual un mueble inútil y aun gravoso, porque con frecuencia me enfermaba, tuve una vida ociosa y solitaria."

"Mis días eran tristes y mis noches llenas de fantasmas."

"¡Cuántas veces lloré como un niño, serví como un criado y sufrí como un hombre!"

"Mi tío no me estimaba, era poco afable y demasiado económico; decía que sus múltiples negocios le impedían pensar en mi educación."

"Posteriormente supe que sus inclinaciones por el partido realista le obligaban á tratarme mal; no obstante, me dió el pan de la caridad y no lo he olvidado."

"Su hija Carolina era una niña rubia, con tez de azucena y ojos cariñosos que iluminaban un semblante lleno de tranquila sencillez; las líneas armónicas y esculturales de su rostro, prometían que llegada la juventud sería una belleza de primer orden."

"Sólo ella, que guardaba en su alma un tesoro de inocencia y de dulzura, condolida de mi orfandad in[27]mensa, sostenía mis abatimientos y calmaba mis pesares cuando la permitían estar conmigo."

"Yo por mi parte, poseído siempre de una vaga tristeza, huía de su presencia como avergonzado por la situación en que la suerte me había puesto."

IX.

"Al cabo de dos años devolvieron á mi madre su libertad, y sus bienes muy menoscabados, quedando perdidos los que pertenecían á mi padre."

"Cuando fué á sacarme de la casa de mi tío, corrí hacía ella sintiendo una mezcla indefinible de dolor y de alegría y la abracé llorando."

"Su frente se había marchitado, su cabellera estaba encanecida, me veía con tristeza y caminaba lentamente como cansada de sufrir, pero no pronunciaba una queja contra sus verdugos."

"Como las rentas que le habían quedado aun eran cuantiosas, le permitieron desde luego, continuar sus obras de caridad y proporcionar á su hijo los maestros que necesitaba."

"No volvió á salir de su casa mas que para visitar enfermos y rezar en los templos."

"Yo principié á estudiar en una escuela de primeras letras, vigilado por el buen Sebastián."

"Era éste un español á quien sus cortas aptitudes no le permitieron dedicarse al comercio; un día lo recogió mi padre al encontrarlo muy pobre y enfermo. En casa le llamaban el gallego y tenía fama de terco y tonto; pero como me quería y me cuidaba bien, se granjeó el el aprecio de la familia."

X.

"En la mañana de un viernes me llamó mi madre y haciéndome una de esas caricias que sólo las madres[28] saben hacer, me entregó una pequeña bolsa con dinero, diciendo:—Recuerda que tu padre acostumbraba dar limosna todos los viernes á los pobres que venían........ Imitando los buenos ejemplos que te dejó, ve á repartir esto en memoria suya; Sebastián irá contigo."

"Bien recordaba yo que cada ocho días se llenaban el zaguán y el corredor de la casa con un sinnúmero de mendigos; á cierta hora, cuando ya el portero los tenía formados en línea, bajaba mi padre á darles algunas monedas de plata; yo iba las más veces con él y aunque no dejaba de mortificarme el aspecto de aquel conjunto de individuos mal vestidos y sucios, de ambos sexos y diversas edades, al fin quedaba satisfecho habiendo escuchado sus repetidas palabras de bendición."

"Aquel día volví á ver á los mismos ciegos, á los mismos inválidos y los ancianos encorvados que socorría mi padre."

"Algunos me saludaron diciendo mi nombre en diminutivo, otros lloraron al verme y algunas buenas mujeres dijeron cuando pasé junto á ellas:—¡Dios lo guarde!"

"Aquel cuadro de dolores y desventuras, me recordaba semanariamente la época no muy lejana en que yo también había comido de limosna, y deseaba tener más dinero para socorrer mejor á los infelices."

XI.

"Uno de tantos viernes me había divagado mirando á Sebastián, que molesto y aturdido trataba de alinear á varios mendigos que me asediaban, y al sentirme tocado en un brazo me volví con violencia diciendo:—No me robes—á una niña muy pequeña, de rostro moreno, harapienta y desgreñada, que había logrado introducir su manecita en la bolsa del dinero."

"Ella corrió avergonzada para ocultarse en el grupo de limosneros, mas yo tuve tiempo de ver que á pesar de su desaliño, tenía un semblante muy agradable."

[29]

"El óvalo de su rostro era recto y puro, tenía unos ojos audaces y una dentadura blanquísima y perfecta."

"El viernes siguiente la encontré en la línea y notando que bajaba la vista al tenderme la mano, la dije:—¿Cómo te llamas?—María Luisa—murmuró con voz temblorosa pero muy dulce.—¿Y por qué pides limosna siendo tan chica?—repliqué.—Porque se murió mi madre—contestó tristemente y después de titubear unos momentos, prosiguió:—Mi tía que está enferma me ha dicho: anda á esa casa, allí hay un niño muy bueno que da bastante limosna."

"No pudo continuar la pequeña mendiga; sus ojos se llenaron de lágrimas y los míos también."

"Tal vez porque me había llamado bueno y caritativo, la dí algunas monedas más que á los otros y proseguí el reparto volviendo los ojos hacia el lugar donde había quedado inmóvil aquella niña infortunada."

XII.

"Desde aquel día María Luisa fué mi pobre predilecta."

"Todo el dinero que mi madre me regalaba era para ella."

"Mi tío ya me veía con agrado y me obsequiaba un peso cuando iba á entregar el importe de sus rentas á mi madre; también ese peso lo daba yo á la niña mendiga el próximo viernes y algo más que hacía quedara sobrando en la bolsa, con detrimento de los otros pobres."

"Un viernes advertí que María Luisa no se hallaba entre los pordioseros y habiendo pasado algunas semanas sin que se presentara, pregunté por ella á otra niña también pequeña y desaliñada, pero no tan amable, la cual me contestó fríamente:—No sé."

"Luego me dirigí á un inválido, quien después de consultar á su memoria, me dijo:—Creo que se murió."

"En el acto una mujer que tenía varias cicatrices en la cara, murmuró dirigiéndose á otra:—Si se murió hizo bien, porque esa muchacha iba á tener mal fin."

[30]

"Aquel día subí á dar á mi madre cuentas de su encargo sin satisfacción alguna y me parecieron ingratos y repugnantes todos los limosneros."

XIII.

"Por algún tiempo no pude olvidar aquella cabellera mal rizada de la pobre María Luisa, aquellos ojos negros ardiendo y aquel pecho turgente que veía temblar á través de los harapos."

"El colegio adonde concurría, distaba poco de mi casa y nunca iba más lejos; pero una mañana, por comprar libros, tomé distinta calle."

"Al entrar en un portal, me sentí estrechado suavemente por unos brazos delgados que en el acto me soltaron y contemplé junto á mí á María Luisa, que vestida de limpio, animada y risueña me ofrecía una manzana y me señalaba la esquina del portal diciendo con encantadora sencillez:—Ya vendo fruta."

"En aquella esquina estaba una mujer sentada en medio de varios cestos llenos de frutas y adornados con ramas verdes."

"—¿Por qué no has ido á mi casa?—dije á la niña tomando la manzana.—Porque ya sanó mi tía,—me contestó algo turbada y reponiéndose añadió:—Con el dinero que Ud. me daba, compramos ese puesto de fruta."

"Sus ojos me veían con dulzura y sus mejillas se pintaron de rojo muy subido."

"Volvió á señalarme la esquina y corrió, al parecer avergonzada de su atrevimiento."

XIV.

"Desde entonces, todos los días al regresar de la escuela, tomaba yo el rumbo del portal."

"A larga distancia buscaba con la vista á María Luisa entre los canastos de fruta; la niña por su parte, se[31] levantaba para distinguirme de los transeuntes é iba corriendo, me daba una fruta ó una flor y volvía precipitadamente á su puesto."

"Yo seguía mi camino volviendo muchas veces la cabeza para verla."

"Los domingos y otros días que no iba yo al colegio, la pobre niña me llevaba su obsequio y no atreviéndose á entrar en mi casa, lo ponía en manos de los criados."

"Mi madre, que llegó á tener noticia de aquellas ofrendas de gratitud hechas por una niña de siete años, protegió á su tía para que prosperara el comercio que había emprendido."

"Un día, pasando como de costumbre, por el portal, me dijo mi obsequiosa frutera con acento de tristeza:—Mañana no estaré aquí porque vamos á vender aguas frescas á la Soledad de Santa Cruz."

"Luego formé el proyecto de ir por allí á pesar de la distancia."

"Llegada la hora de abandonar la escuela, Sebastián se prestó á seguirme."

"El día estaba caluroso; como fuí corriendo llegué fatigado á la puerta de la iglesia donde me recibió María con un vaso de agua dulce y helada que apuré precipitadamente."

"En el acto sentí que una ráfaga de viento pasó por mi cuello causándome tanto malestar, que me ví obligado á volver inmediatamente á casa."

XV.

"Una inflamación en la garganta, seguida de calentura muy ardiente, me tuvo en cama muchos días sin probar alimento alguno."

"Cuando comencé á sentir alivio creí estar soñando, porque no pudiendo abrir los ojos, escuchaba muy cerca de mí unas voces tiernas y dulces como arrullos de palomas ó ecos perdidos de música lejana."

[32]

"Luego me pareció ver algunas sombras que pasaban á mi lado y percibí una voz infantil que decía:—Yo lo quiero más que tú—y otra que contestaba:—No, yo más todavía.—Yo lo velé una noche,—dijo la primera, y la segunda replicó:—Yo algunas veces me quedo sin comer por venir á verlo."

"Hice un esfuerzo para abrir los ojos y encontré paradas junto á mi cama á Carolina y María Luisa."

"Entonces gritó mi prima:—¡Ya abrió los ojos! y salió de la pieza."

"La otra se me aproximó diciendo:—¡Ya no se muere!—Tomó mi mano y acariciándola, me veía con afectuosa languidez."

"Al punto llegó mi madre y luego el médico que me consideró fuera de peligro."

XVI.

"No extrañé la presencia de Carolina en la cabecera de mi lecho, pero sí la de su compañera."

"María Luisa en cuanto pudo, me refirió que teniendo noticia de mi enfermedad, iba diariamente á la casa para tomar informes; mas un día el portero, sin duda por ahuyentarla, dijo que había yo muerto; ella en el acto lloró con tanto estrépito, que fué oída por mi madre, quien la mandó subir para persuadirla de lo contrario, permitiéndola verme cuando quisiera."

"Desde entonces ambas niñas permanecieron en la casa, creyéndose comisionadas de velar por mi restablecimiento; la verdad era que pasaban el día divirtiéndose ó disputando á mi lado."

"Frecuentemente cubrían mi cama con los juguetes de Carolina y algunas veces, disgustadas entre sí, permanecían en silencio; pero cuando tenían buen humor, me participaban á porfía sus esperanzas y deseos."

"Carolina pintaba con creyón letras y flores en mi almohada y me refería pasajes de la Biblia; la otra contaba historias de muertos y aparecidos."

[33]

XVII.

"En ambas criaturas observaba yo un constante disgusto que las hacía mutuamente antipáticas; tal vez lo causaba la diferencia de nacimiento y la idea que cada una tenía de que yo estimaba más á la otra."

"Carolina era tímida y modesta, se expresaba con un acento virginal y melodioso, revelando en sus maneras á la hija de la clase culta y acomodada."

"María Luisa, ligera y expresiva, lánguida de cuerpo y fogosa de espíritu, empleaba el lenguaje y los modales aprendidos en su vida callejera."

"Ciertamente, para mí, Carolina no podía soportar el paralelo; la otra tenía más atractivo; era, sin saberlo yo, el primer cariño de mi vida; le confiaba mis placeres y pesares y le prometía para cuando sanara, ir al portal todos los días solamente por mirarla."

"Ella me trataba con la misma familiaridad empleada por mi prima."

XVIII.

"En una de aquellas confidencias, la dije con voz muy suave para que sólo ella me oyera:—Tengo hambre, traeme pan ó lo que puedas, pero que nadie lo sepa."

"Luego me llevó unos trozos de pan que fué á conseguir clandestinamente, yo los devoré con ansia porque me veía sugeto á una dieta rígida."

"Aquella cariñosa niña que comía con los criados, se privaba de lo más agradable para ofrecérmelo cuando no la veían."

"Urgida por las dificultades que tenía para proporcionarme comestibles, un día fué á su casa, de donde me trajo varias frutas verdes que fueron para mí un regalo magnífico, pero muy perjudicial."

[34]

"Las cáscaras que arrojé bajo la cama me denunciaron y reconocido el cuerpo del delito sufrí una reconvención de mi madre."

"María, delatada por Carolina, fué despedida de la casa."

"Ella salió temblando, muda y llorosa y yo no supe qué me hacía sufrir más, si la nueva enfermedad causada por haber quebrantado la dieta ó la separación de María Luisa."

"Mi recaída duró algunas semanas y cuando pude salir á la calle, mi madre me ordenó que fuera á la iglesia; pero yo quise antes pasar por aquel portal que tantas veces había soñado."

"¡Cuál fué mi pesadumbre cuando no encontré allí á María Luisa ni á su tía ni los cestos de fruta!"

XIX.

"Durante mucho tiempo la busqué por todas partes inútilmente."

"Su memoria consolaba el aislamiento de mi corazón."

"Su imagen pasaba en mis sueños como una sombra encantadora."

"Y aun despierto creía oir el eco celestial de la voz de aquella niña tan hábil, tan bella, tan dispuesta siempre á servirme."

"Perdone Ud., Padre, que me exprese de este modo; nuestras primeras impresiones serán siempre nuestros últimos recuerdos."

"Lo que más me hacía sufrir, era el temor de que María hubiera vuelto á su oficio de mendiga y temblaba ante la idea de que hubiese muerto en la miseria."

"Diariamente pasaba yo por el portal, iba con frecuencia á los mercados, la buscaba por todas partes y permanecía muchas horas en el balcón esperando que pasara; pero todo sin resultado."

"Bajo el peso de una inexplicable tristeza, quería estar siempre solo y á nadie comunicaba mi sufrimiento."

[35]

"Así pasaron algunos años."

"El tiempo empezó á calmar mis solitarios pesares y llegó un día en que la imagen de María Luisa quedaba en mi corazón como una luz agonizante ó un pálido recuerdo."

"Había llegado para mí esa época fugaz y característica de la juventud, en que se alimenta el alma con gratas quimeras y da formas tangibles á las imágenes de sus delirios."

"No obstante, me parecía imposible llenar el vacío de mi vida."

XX.

"Ya contaba yo diez y ocho años y María Luisa debería tener diez y seis."

"Mi madre quiso dedicarme al sacerdocio, pero yo deseaba ser abogado; sus temores de que alguna vez pudiese arrastrarme la política en su voraz torbellino, me obligaron á optar por la profesión de mi padre y comencé á estudiar medicina."

"Una tarde al volver del colegio con el libro bajo el brazo y muy satisfecho por mis adelantos, quedé admirado, mudo é inmóvil en la puerta de la sala donde mi madre trabajaba."

"Veía, sin poder creerlo, á María Luisa, que ya convertida en mujer núbil y hermosa, estaba sentada cosiendo junto á mi madre, con la frente caída y la cabellera destrenzada."

"La joven, sorprendida y llena de rubor, se paró á saludarme con respetuoso afecto."

"Aquella criatura que había yo conocido tan pequeña y tan débil, la contemplaba entonces bellísima, gentil y esbelta, flexible como palmera y gallarda como antílope."

"Tenía la mirada de la noche y la sonrisa de la mañana."

"Su tez mórbida y pura ofrecía el tinte de las rosas y el terciopelo de los lirios."

[36]

"Me pareció que la primavera vivía en su alma y que la estancia se iluminaba con la luz de sus ojos orientales."

"Vestía un corpiño blanco que realzaba sus formas estatuarias y una enagua obscura y corta permitía ver sus piés desnudos y rosados como los piés de las palomas."

"Oí su voz tan suave y cariñosa como antes, pero algo melancólica."

XXI.

"Mi madre, con su natural ingenuidad, me dijo:—Aquí está María Luisa, ¿qué te parece? Mucho tiempo ha vivido en un pueblo y cuando murió su tía vino á la ciudad; hoy al encontrarla en la calle, me contó que servía en una casa donde yo sé que hay malas costumbres; por eso la he ocupado aquí mientras tiene colocación en otra parte."

"Yo no supe qué responder, estaba sintiendo la turbación eléctrica que se apodera del espíritu en los momentos supremos de placer ó de martirio."

"Ese día formó época en mi vida; despertaron en mi alma las más tiernas afecciones, me pareció que se habían satisfecho todas mis vagas y confusas esperanzas de felicidad."

"Entonces conocí esa ilusión espiritual del sentimiento, ese amor primero que para unir el cielo y la tierra, nace con la adolescencia y muere con la vida."

"¡Qué torbellino de ilusiones se levantó en mi cabeza delirante!"

"¡Qué palacios de nubes alzaba yo en el cielo purísimo de mis sueños!"

"Por mucho tiempo á nadie manifesté lo que sentía."

"El amor que calla es el verdadero amor."

"Yo escondía mi cariño como una flor guardada en el alma, y María Luisa por su parte, sin decir su amor, lo exhalaba como un aroma en torno suyo."

[37]

XXII.

"Bajo el humilde traje de la criada, lucían con soberana galanura los deliciosos contornos de su cuerpo y en su frente de diez y seis años admiraba yo la gracia, el esplendor y la belleza de las mujeres que había conocido en las leyendas del Oriente."

"Cuando tenía necesidad de pasar junto á mí ó se hallaba de improviso en mi presencia, sonreía dulcemente, pero luego apartaba su mirada, y varias veces me pareció verla temblar."

"Yo á su lado sentía todas las dichas del cielo."

"No obstante, huía de ella y ella de mí como si fuéramos criminales."

"María ocupaba en mi casa el puesto de una sirvienta, pero su carácter afable, su continuo trabajo y los cuidados que á mi madre prodigaba la hicieron tan necesaria, que no se volvió á tratar de darle colocación en otra parte."

"Solamente Carolina, cuando iba de visita, parecía disgustarse al encontrarla."

"Dos ó tres veces no más, me atreví á dirigir á la bella joven insinuaciones cariñosas, pero honradas."

"Ella entonces, palideciendo, se alejaba sin contestar, pero ante mi madre siempre me hablaba con tranquila familiaridad como cuando era chica."

"Mi tío administraba con gran provecho suyo las haciendas y explotaba la nobleza de los sentimientos de mi madre, inclinándola en algunos casos á tomar determinaciones que me parecían inconvenientes."

"Por entonces no comprendía yo que las tendencias del padre de Carolina consistían en realizar más ó menos tarde mi casamiento con ella; pero sí presumía que deseaba separarme de María Luisa."

"Como él, sin duda, no había conocido más que el amor grosero de la tierra, quería pactar un matrimonio que sólo significara la unión interesada de dos capitales."

[38]

"Una vez me propuso que fuéramos á viajar por Europa en compañía de su hija; pero yo me excusé manifestándole la necesidad que tenía de concluir mi carrera profesional."

XXIII.

"Trascurrido poco tiempo, en ocasión que pude cruzar algunas palabras con María, me dijo fijando en mí sus ojos con tristeza:—Tú dirás...... la señora me ha indicado que pronto deberé ir á la Hacienda para servir á Carolina."

"Yo le contesté resueltamente:—Haz lo que te manden y cuando sea yo médico me casaré contigo."

"La huérfana inclinó su lánguida cabeza y luego, moviéndola lentamente, me dijo con expresión de cariño y de dolor:—Eso es imposible."

"Antes de que yo replicara, la humilde joven había desaparecido."

"Tenía razón, su alma estaba enferma de amor, pero no se le ocultaba el mundo de obstáculos puesto por la fatalidad entre ella y yo."

"La intriga de mi tío no tuvo resultado porque María Luisa era la alegría de la casa, sus servicios importantes y su conducta irreprensible."

"Mas por haber sufrido yo una dolencia intestinal, mi madre se afectó mucho y un día me habló de esta manera:"

"El médico ha declarado que nunca sanarás completamente si no haces un viaje largo.—Después de meditar un momento prosiguió:—Hemos dispuesto que concluyas tus estudios en Madrid; al cabo de dos ó tres años iré por tí. Yo te lo pido por tu bien."

"Su voz temblaba y al pasarse el pañuelo por la frente advertí que sus ojos rebozaban lágrimas."

"¿Quién resiste al llanto y al ruego de una madre?"

"En el instante me resigné á mi destino y la dije:—Iré á donde Ud. quiera."

[39]

XXIV.

"Muy pronto quedó arreglado el viaje porque mi tío luego se ofreció para llevarme hasta Veracruz donde me recomendaría con un comerciante amigo suyo que estaba próximo á embarcarse para Cádiz."

"En vano intenté hablar con María Luisa, porque huía de mí procurando estar cerca de mi madre."

"La víspera de mi marcha me esperó al anochecer en el fondo de un corredor por donde yo debería pasar."

"Su mirada me sonreía á través de sus lágrimas."

"Viéndola extender sus brazos hacia mí, pensé que intentaba abrazarme y quedé inmóvil.—Esto era de mi madre,—me dijo poniéndome en el cuello un cordón del que pendía una medalla de cobre grabada con la imagen de la Virgen."

"Yo me sentí bañado con su aliento y nada pude contestarle porque en el acto desapareció."

D. Carlos suspendió unos instantes su narración y poniéndose la mano en el pecho, continuó:

"Aquí guardo todavía esta prenda del sentimiento y de la gratitud."

"¡Cuántas veces la he besado, la he comprimido sobre mi corazón y mojado con mi llanto!"

"Era lo único que poseía en el mundo aquella niña desdichada."

"Aun no amanecía; después de abrazar á mi madre, bajé á tomar el coche acompañado por mi tío; Sebastián conducía el equipaje y una linterna."

"En el descanso de la escalera encontré á María Luisa, que había estado allí toda la noche para verme pasar."

"Sus labios temblaban y sus cabellos caían en desorden; sus ojos llenos de lágrimas me dirigieron una mirada de agonía."

"Al pasar junto á ella me pareció escuchar un gemido triste como el ay de la tórtola cuando llora por el hijo que le han robado."

[40]

"Yo no tuve ánimo para decirle adiós."

"El coche partió en la calle de mi casa y el buque se hizo á la vela en el puerto de Veracruz."

"Aunque uno de los más hermosos sueños de mi vida consistía en viajar por lejanos países y á pesar del encanto secreto que goza el alma de la juventud cuando corre á lo desconocido, aseguro á Ud., Padre, que no pude soportar el dolor de la nostalgia y pronto me consideré más desventurado que nunca."

XXV.

"Todavía padezco al recordar el peso que cayó sobre mi alma cuando ví desaparecer las encantadas playas de mi patria."

"Me fueron indiferentes las tormentas, las calmas y la magnífica hermosura del mar; yo llevaba una borrasca perpetua en mi corazón."

"Las imágenes queridas del hogar lejano á quienes da forma sensible la magia del amor y los recuerdos, me acariciaban y oprimían al mismo tiempo."

"En los dulcísimos rayos de la luna, en los celajes de la aurora y en el cristal de las aguas contemplaba el semblante de mi madre."

"Los suspiros del viento y el arrullo de las olas me repetían sin cesar el último gemido de María en su silenciosa despedida."

Al oir el Padre José hablar de patria y de familia, se puso la mano en la frente, cerró los ojos cual si quisiera evocar algún recuerdo é interrumpiendo á D. Carlos, exclamó:

—¡Es verdad; existe un poder invisible que nos sujeta con vínculos de flores al lugar donde nacimos!...... Las memorias más gratas y á la vez más dolorosas son las de la patria perdida. Cualquier país que no sea el nuestro nos parece la tierra del castigo y del destierro. Por más que vivamos con tranquilidad y mucho amemos á[41] la patria adoptiva, queda en lo interior del alma un hondo vacío que no se puede llenar. Yo por mi parte, después de cuarenta años y ciego que estuviera, podría llevar á Ud. á la distante aldea y al humilde hogar de mi familia, le mostraría el árbol que me dió su sombra, la floresta donde pasé los días de la inocencia y aquel obscuro rincón en que mi madre me enseñó á rezar.

Después de una pausa ligera concluyó diciendo con tranquila satisfacción:—No obstante, D. Carlos, en todas partes hallamos á Dios y su providencia.

La campana dió el toque de la oración y ambos se dirigieron al convento.

Repentinamente llovió de una manera estrepitosa.

Un fuerte viento sacudía los árboles y maltrataba las flores.

Ocultas entre las ramas piaban tristemente algunas aves, cuyos nidos habían caído deshechos por la tempestad.

XXVI.

En la tarde siguiente llegaron los dos amigos á ocupar el mismo sitio.

D. Carlos, invitado por el Padre José, continuó su historia en estos términos:

"Por espacio de tres años mi vida en Madrid fué pesada, solitaria y monótona, con excepción de breves temporadas."

"Encerrado en un colegio, solamente veía la calle cuando era muy preciso."

"Estudiaba con ahinco, huía de mis compañeros y pensaba sin cesar en mi familia y en mi patria."

"Mi madre y María Luisa eran los objetos invariables de todos mis votos y todas mis esperanzas."

"El sueño había huido de mis ojos."

"Aquella pasión devastadora exasperada con la distancia, estaba consumiendo mi vida."

[42]

"A la par que por complacer á mi madre había empezado mis estudios de medicina, también frecuentaba las cátedras de jurisprudencia por cuya carrera tuve siempre decidida vocación."

"Durante largo tiempo no abandoné los libros ni á las horas de comer."

"Vivía como refugiado en mi aislamiento, teniendo la patria en el corazón y la cabeza llena con esas ideas que matan esperanzas y presentan el porvenir del color de la noche."

XXVII.

"Solamente cada tres ó cuatro meses recibía noticias de mi casa porque deshechos á causa de la guerra los lazos que unieron á México y España, las comunicaciones entre uno y otro país no eran muy fáciles."

"Escribía yo á mi madre procurando que no conociera mi pesadumbre y ella me contestaba enviándome sus bendiciones y ofreciéndome ir á reunirse conmigo para regresar á los tres años."

"El respeto inmenso que la debía, siempre me impidió preguntarle por María Luisa."

"Tampoco en mis cartas á Carolina manifesté interés por la mujer á quien ella indudablemente aborrecía."

"Desesperado por no saber cuál era la suerte de la pobre niña que tanto amaba y que desde el otro lado del Océano estaría llorando por mí, mandé con distintas fechas dos cartas á mi buen criado Sebastián preguntándole por todas las personas de la casa y para que no sospechara el interés particular que tenía por María Luisa, le pedí noticias aún de cosas triviales como mis caballos, mis árboles y el perro que nos acompañaba."

"Después de mucho tiempo tuve por única respuesta, el aviso que me dió mi tío de que Sebastián quería dejar la casa para establecerse con el producto de sus ahorros en un pueblo lejano."

[43]

"Comprendí que habían sido interceptadas mis cartas y me resigné á no saber de María Luisa hasta el día de mi regreso, pues también ella como no sabía escribir y jamás había profanado su amor haciéndolo pasar del corazón á los labios, era seguro que no se comunicaría conmigo por no valerse de personas extrañas."

XXVIII.

"El rector del colegio, compadecido de mi situación, me permitió salir cuando quisiera y pasar las vacaciones fuera de la capital."

"Aunque tuve tanta libertad no puedo dar amplias noticias de aquella hermosa ciudad ni de su valiente pueblo, que todavía estaba ufano por haber causado á Napoleón la primera derrota de las que lo condujeron al destierro."

"Tan sólo conocí los museos, las bibliotecas y el Palacio real."

"El bullicio de las calles me cansaba y en los paseos me aburría."

"Unicamente en los jardines de la Alhambra y en las soledades del Escorial veía correr menos lentas las horas de mi vida."

"En uno ú otro de aquellos maravillosos sitios pasaba el tiempo de las vacaciones."

"Al aproximarse la Semana Santa cerrábanse las cátedras y me dirigía inmediatamente al famoso alcázar de Felipe II."

"Aquella inmensa mole de piedra obscura, que se alza despreciando los siglos al pié de un monte árido y bajo un cielo sombrío, aquel convento en forma de parrilla, que por sus altos muros y sus techos de plomo parece una gran cárcel ó una morada de sombras donde todo duerme bajo el peso del misterio y del olvido, con razón se ha llamado la octava maravilla del mundo, pero es la más triste y la más solemne."

[44]

XXIX.

"Allí todo es melancólico, pesado, formidable."

"El silencio reina por todas partes."

"En aquellos patios abandonados se pasean las nieblas á manera de fantasmas y las fuentes no murmuran."

"Aquellas galerías que se pierden en la distancia, jamás han sido visitadas por los rayos del sol; en aquellos árboles envejecidos ya no cantan las aves."

"La original estructura del edificio, las memorias clásicas que guarda y la soledad que le rodea, parecen convidar á la meditación y las reminiscencias."

"Dejándome llevar por la corriente de mis recuerdos escondía yo mi vida en aquel retiro solitario."

"Cuando no pasaba días enteros en la biblioteca leyendo las obras del ingenio español, permanecía en la iglesia contemplando los cuadros de Giordano y Tintoreto, los riquísimos artesones y las reliquias consagradas que allí existen ó ya con el corazón entristecido dirigíame á la cripta de los reyes para meditar y consolarme de mi abandono ante la negra caja que guarda el polvo de aquel monarca misántropo, primer dueño del Escorial y dueño también de la mitad del mundo."

XXX.

"En invierno, cuando había yo terminado mis exámenes, tomaba el camino de Andalucía, provisto de libramientos y recomendaciones."

"Padre, tiene Ud. razón de sentir, como me lo ha manifestado, que por las vicisitudes de la suerte no haya podido conocer á Granada y su Alhambra, esa joya preciosa de la ilustración y el sentimiento religioso de los árabes."

[45]

"Granada, según la expresión de un poeta español, reina del país risueño y pintoresco que la rodea, es una ciudad moruna, sultana favorita del sol y de los genios, que soñando en el amor se oculta en sus jardines ungida con el aliento de las flores y arrullada por el canto de los bardos."

"Bajo un cielo azul sin mancha ve correr á sus piés las aguas del Darro y el Genil, mientras que las auras puras y apacibles de Sierra Nevada descienden á refrescar su frente y á besar sus labios."

"Allí no hay sombras de invierno ni aquilón ni tempestades."

"La atmósfera está siempre tibia, rosada y trasparente."

"Los días son serenos y las noches luminosas."

"En casi todas las plazas se hallan fuentes y arboledas."

"Cada casa es un jardín y cada jardín un paraíso."

XXXI.

"La vega de Granada, vista desde lejos, es una brillante alfombra de verdura, surcada por limpias corrientes y salpicada de bosques donde asoman numerosas casitas blancas como nidos de cisnes."

"Al lado de aquellas casas corren bulliciosos arroyos, en sus puertas anidan pájaros cantores y sobre sus techos pasan enjambres de dorados colibríes."

"En aquel sonriente oasis donde reinan las flores, los torrentes y las aves, vive un pueblo exquisito en sus costumbres, pueblo bizarro y contento, cuyos hijos nacen dotados del noble carácter español y la ferviente sangre de los moros."

"Los hombres allí, por lo común, son altos, morenos y gallardos, portan un traje vistoso parecido al que usan los lidiadores en nuestras plazas de toros."

"Las granadinas, hermosas y elegantes, vestidas de colores muy vivos y cubiertas con la tradicional manti[46]lla blanca, tienen el acento de la pasión y los arranques del genio, cualquiera creería que llevan el sol en sus ojos soberanos."

"Las jóvenes tienen miradas de gacela y donaires inimitables; las niñas parecen mariposas."

"Muchas veces visité la tumba del Gran Capitán y los mausoleos de los reyes Fernando é Isabel, que ofrecen recuerdos inmortales, así como la maravillosa Cartuja donde los himnos de la religión suben al cielo arrebatados por la brisa de la montaña."

"Al dirigir mis solitarios paseos por aquellas sombrías encrucijadas y aquellos aromáticos vergeles tapizados de mirtos, encontraba jóvenes de singular belleza, ligeras, altas y morenas, con ojos que despedían relámpagos."

XXXII.

"Dominado por un solo pensamiento, en aquellas graciosas moriscas encontraba yo algún parecido con María Luisa, quien no sin razón recibía en mi casa el nombre de la africana; una tenía su cuello voluptuoso, la otra sus ojos negros nadando en luz y alguna sus labios de un vivo nácar como flores de granado."

"Pero lo que más me atraía y en donde pasaba días enteros y deliciosas veladas á la luz de la luna era en la Alhambra de Alhamar."

"Aquello no es un alcázar oriental, es un conjunto de palacios y jardines encantados, un mosaico espléndido é inmenso, un fragmento del Edén perdido que ha pasado á través de los siglos y subsiste á despecho de la miseria humana."

"Es una mansión de hadas donde se miran colores de empíreo, se goza de suavísimos aromas y se apura el opio de las huríes del paraíso."

"—¡Ver Nápoles y morir!—me decía con frecuencia un condiscípulo mío y yo le contestaba:—Ver la Alhambra y quedarse allí para siempre."

[47]

"El gran palacio de Alhamar parece á primera vista un conjunto de casas y templos en ruina coronados de perpetua vegetación; pero á medida que se penetra en su recinto, surgen por todas partes bosques de finísimas columnas revestidas de flores, galerías de asombrosa arquitectura, fuentes inmensas, patios alfombrados de rosas, cúpulas aéreas y artesonados de riqueza prodigiosa."

"De un gran patio sigue una galería y una mezquita, de allí se pasa á otro patio ó al baño y al retrete oculto que fueron nidos de amor y de felicidad; después á un jardín donde se respiran perfumes de paraíso y se oye á los ruiseñores cantando en los laureles, hasta que fatigada el alma, se siente presa de una fascinación misteriosa y deleitable."

"El Patio de los Leones con su fuente monumental y sus arcadas donde la piedra toma la forma de la filigrana y el encaje, á la verdad es una maravilla del arte oriental, que arranca frases de admiración y suspiros de tristeza."

"Aquel sitio pintoresco parece una decoración de teatro preparada para representar escenas de las legendarias cortes de amor y gentileza, que ocuparon al mundo aristocrático en los tiempos de la Caballería."

"El Patio de los Arrayanes cubierto de flores y rodeado de bellísimos salones, trae á la memoria la hermosura de las odaliscas, la riqueza de los califas y el valor de los abencerrajes."

"En el baño de las reinas y sobro todo, en el gabinete de Lindaraja, parece que aun habita el amor con sus misterios y sus quimeras; allí se ve la fuente que derramaba perfumes costosísimos, el rincón en que ardía el pebetero y la ventana ojiva donde se morían las flores al contacto de la mano ardiente de la sultana prisionera que también agonizaba de amor ó de tristeza."

[48]

XXXIII.

"¡Cuántas veces me sorprendió la noche vagando mudo y errante por aquel misterioso paraíso!"

"Sentado con la frente sobre la mano, veía la luna tender su manto de plata sobre aquellas espléndidas ruinas."

"Sentía una dulce tristeza y abandonándome á la esperanza de mejores días, pensaba en mi patria, en mi madre y creo que mucho más en María Luisa."

"El aura suave como el eco de profunda queja me repetía su nombre y yo acariciaba su imagen que veía en los lánguidos rayos de la luna mientras mi pecho exhalaba el ay del desterrado."

"En una de las ocasiones que visité aquellos fantásticos parajes, subiendo la colina donde se alza la Alhambra, miré pasar junto á mí una hermosa gitana que llevaba el mismo rumbo."

"Esbelta y ligera, vestía enagua roja y corpiño blanco; sus cabellos negros y rizados sobre la frente, caían hacia atrás recogidos por una cinta carmesí."

"El hechizo de sus formas peregrinas y su ligereza que la hacía nadar en el aire como mariposa, luego llevaron á mi mente la imagen de la mujer que amaba; cuando volvió su rostro para verme con ademán gracioso, pude advertir que entre una y otra existía increíble semejanza."

"Iba tan rápida que parecía no tocar el suelo con los piés."

"Yo la seguí á cierta distancia y observé que desapareció en una casa cuya puerta no pude distinguir porque llegando á la mitad de la calle encontré varias otras iguales."

"Proponiéndome ir otra vez por aquel lugar para ver si se repetía tan agradable aparición, quise tomar nota de la calle y luego advertí que me hallaba en un barrio [49] muy apartado del centro de la ciudad, entre casas ruinosas y senderos estrechos."

"Estaba yo en el Albaicín, famosa república de gitanos."

"Allí en medio de la moderna España está un pueblo independiente, vicioso é inculto, escondido en habitaciones arruinadas, junto á una bellísima ciudad."

"Aquello es un mundo aparte."

"Entre arboledas frondosas y rocas escarpadas se ve un hacinamiento de casas miserables, mezquitas en ruina y barracas ennegrecidas por el humo é incrustadas en los restos magníficos de monumentos árabes; todo dividido por senderos solitarios y adornado con el lujo de una vegetación prodigiosa."

XXXIV.

"En Granada el barrio del Albaicín es la primitiva ciudad de los musulmanes, el cadáver disecado de la vieja capital morisca, la sombra del islamismo que se ha retirado al pié de la montaña llorando como lloró el rey Boabdil al despedirse de su patria."

"En el orden moral, esas familias de gitanos pueden considerarse como los restos putrefactos de aquel pueblo culto, sabio, fanático y valiente, al que le fué preciso morir envenenado por la molicie de sus costumbres y el fatalismo de su religión."

"Los gitanos apenas reconocen al gobierno español, no le piden derechos ni le pagan contribuciones, son chalanes, mendigos y agoreros; ejercen el comercio por avaricia y la mendicidad como profesión lucrativa."

"Los hombres, altivos y apasionados, tienen fama de ladrones y las mujeres son bellas, pero siempre andan sucias y mal vestidas."

"En aquel laberinto de calles donde me perdí varias veces, conversaba con ancianas casi desnudas, muchachos harapientos y jóvenes graciosas."

[50]

"Las mujeres me dirigían miradas indagadoras, los niños se agrupaban en mi derredor y todos me podían cualquiera cosa."

"Yo les daba lo que podía y ellos entonces me decían la buenaventura."

"En honor de la verdad declaro que nada tuve que sentir de aquellas turbas y jamás volví á ver á mi bella desconocida por la que tampoco me atreví á preguntar."

XXXV.

"Una tarde, al volver del Albaicín, me entregaron cartas de México; sin saber por qué temblaba al abrir la de mi madre, su lectura me causó amarga sorpresa, pues en aquella carta aflictiva, participándome su enfermedad, me llamaba para verme por última vez."

"En esa misma noche, haciendo desembolsos y causando molestias á mis amigos, emprendí el viaje de regreso y luego que llegué al puerto, sin haber tocado á Madrid, tomé la primera embarcación que me ofrecieron."

"Como había entrado la primavera, el mar estaba tranquilo y la temperatura muy ardiente."

"Pasaron muchos días sin que las velas se agitaran por una ráfaga de viento."

"El buque no se movía en aquel mar impasible."

"Yo estaba lleno de agitaciones y temores; en el rumor del viento creía percibir la moribunda voz de mi madre que me llamaba desaprobando mi tardanza."

"Más me valiera tal vez, haber naufragado, porque iba muy pronto á soportar un naufragio peor que el de las olas."

"Cuando llegué á Veracruz me alojé en la casa de un comerciante amigo de mi familia, que ya tenía preparado un carruaje para que continuara mi marcha, porque el vómito negro estaba en esos momentos atacando principalmente á los viajeros de Europa."

[51]

XXXVI.

"Mientras llegaba el coche fuí convidado á comer por mi bondadoso amigo, quien esperó que concluyera para entregarme una carta en cuyo sobrescrito conocí la letra de mi tío."

"Con breves palabras me informaba de que mi madre había muerto á pocos días de haberme llamado."

"La muerte quizás por ser mujer es ingrata; cuando se la llama no responde y los que la quieren no son correspondidos."

"Yo la pedí á gritos en aquel día memorable."

"Tuve deseos de ser atacado por la peste y morir en el acto."

"El papel cayó al suelo y yo quedé frío, mudo é inmóvil, sentado llorando en un sillón."

"Cuando me recobré ya era de noche."

"Estaba sufriendo esa opresión de espíritu que desconcierta el pensamiento y rompe el corazón."

"No obstante, el hombre es tan débil que no puede ser largo tiempo desgraciado; aun en medio de las más grandes congojas se consuela á sí mismo y se engaña con pintarse horizontes de lejana ventura."

"Por esa funesta condición de la humanidad, veía yo en mis sueños dolorosos á María Luisa, tan amada y tan amable, como único afecto que me quedaba en el mundo; estaría sin duda esperándome para consolarme con su ternura incomparable; su amor sería el último asilo de mi corazón."

XXXVII.

"Al recoger la carta fatal, ví otra que llegó adjunta y de la que no me había apercibido cuando también cayó al suelo."

[52]

"Era de Carolina, que con su genial dulzura me daba detalles relativos á la enfermedad de mi madre prodigándome consuelos y despidiéndose de mí porque se iba para Guadalajara donde permanecería por algún tiempo en un colegio; mas en postdata escrita con letra que denunciaba no ser la suya, me decía con frío laconismo:—Te participo que, contagiada con la enfermedad de tu mamá, también murió María Luisa."

"Entonces creí que mis sufrimientos habían llegado al límite del dolor humano."

"Al asomarme en el abismo que la muerte abría en mi alma quitándome cuanto amaba en el mundo, sentí el vértigo de la desesperación. ¿No cree Ud., Padre, que tenía justicia?"

Estas últimas palabras las pronunció D. Carlos con voz muy agitada y el Padre José le contestó inmediatamente:

—No, hijo mío, no le pidamos á Dios cuenta de sus obras; Él sabe lo que hace...... Las gotas amargas que apuramos en algunas ocasiones, suelen ser preservativos para la desgracia...... el llanto derramado para dominar una pasión puede ahorrarnos la necesidad de vadear el río de lágrimas que corre por el valle de la vida.

XXXVIII.

D. Carlos moviendo ligeramente la cabeza, prosiguió:

"No fué aquel llanto el último derramado por esa causa...... Sólo mi corazón sabe cómo fué destrozado después sin merecerlo."

"¿Qué había de hacer? Sofoqué mis lágrimas é hice el viaje á México, dejándome llevar como el moribundo arrebatado por el alud."

"En el camino todo me disgustaba; veía el país árido y el cielo enlutado."

"Sintiendo frío en el corazón y dolor en la cabeza los golpes del coche me parecían retumbos de lejana tempestad."

[53]

"Cuando llegué á mi casa con el pecho oprimido y conteniendo el llanto, la encontró sola, sin criados, sin flores, sin ruido."

"Mariano, el hijo del mayordomo de la Hacienda, me abrió la puerta, era el único que allí habitaba y no pudo contestar ni una sola de las innumerables preguntas que le hice, porque acababa de ser empleado por mi tío."

"Todos los criados que me conocían fueron despedidos cuando mi madre murió y no pude hallarlos después."

"La primera pregunta que hice á mi tío, luego que lo ví, fué por el sepulcro de mi madre é inmediatamente nos trasladamos al panteón."

"Allí permanecí largo tiempo y en vano quise ver la sepultura de María Luisa; para los pobres no hay quien grabe su nombre sobre una losa."

"Mi tío me dijo que había sido enterrada violentamente con otros cadáveres en una fosa común, por temor de que se propagara el tifo y procurando tratar de otro asunto, empezó á darme cuentas de mis bienes, pero yo no quise oirle."

"Sólo me quedaban de aquella niña desgraciada una medalla de cobre y una memoria dolorosa."

"Pensando en ella se me figuraba una de esas dulces aves de primavera, que llegan á cantar en nuestras casas y luego se van dejando únicamente como señas de su paso, el eco de su voz y algunas plumas de sus alas."

XXXIX.

"Mucho tiempo viví encerrado comunicándome apenas con las personas que me servían."

"Sintiendo cansancio del pasado y desconfianza en el porvenir, no sabía qué hacer con la poca vida que me restaba."

"Obligado por la necesidad de verter lágrimas y poseído de ese hondo pesar que devora pero no mata cuan[54]do se mira el alma sola por la falta de un bien perdido para siempre, no salía de mi casa más que para ir al panteón en donde siquiera encontraba vestigios y recuerdos consoladores."

"Con la vehemencia de mi dolor, pensé algunas veces volver á Europa ó profesar en un convento, pero no tenía fuerza para tomar resolución alguna."

"Por fin, un día reflexionando en los inmensos deberes que el hombre tiene que llenar en la sociedad, me resolví á salir de mi retiro; pero con la firme creencia de que no me sería posible alzar una sola ilusión de felicidad sobre las ruinas de mi amor."

"Necesitaba concluir mis estudios y ver por mi salud y mi fortuna que podían menoscabarse."

"En compensación de tanto sufrimiento, la sociedad me acogió con todos sus halagos y fascinaciones."

"Muy pronto el nuevo gobierno de la República me devolvió los bienes de mi padre, y el pueblo, sabiendo que era yo hijo de uno de los primeros insurgentes sacrificados por la patria, me dió sus votos para presidir el Ayuntamiento de la ciudad."

XL.

"Carolina volvió á México y entonces ya tuve con quien quejarme."

"Ella era la única flor aun no marchita en el inmenso páramo de mis recuerdos; su amistad, como una especie de bálsamo, consoló mi tristeza y mi abandono."

"Con frecuencia la comunicaba mis proyectos y mis secretos; pero jamás le hablaba de María Luisa, por el contrario, alguna vez pensé que si aliviándome del frío indiferentismo que sentía, formaba una familia, sólo Carolina por la dulzura de su carácter y su cariño nunca desmentido, podría volverme no dichoso, pero sí menos infeliz."

"Poco trabajo tuve para obtener el título de abogado é inmediatamente recibí nombramiento de Juez prime[55]ro de la Capital, empleo molesto y laborioso que acepté con agrado, considerando el trabajo como remedio para mi habitual disgusto y esperando que la repetición de sensaciones fuertes, moderaría el pesar de la pérdida de mi madre, así como el ardor de aquella pasión avasalladora que me oprimía sin objeto y sin esperanza."

"En efecto, el estudio, la aplicación de una ciencia que apenas conocía y el trato con diversas personas, bastante me ocupaban, pero mucho padecía cuando me hallaba en presencia de algo que pudiera relacionarse con mi pasado."

"Concurría maquinalmente á las diversiones y paseaba mi alma descontenta viendo todo con desdén, excepto lo que me recordaba la leyenda dorada de mi primera juventud y tanto era así, que por todas partes creía encontrar mujeres parecidas á María Luisa, las contemplaba y las seguía, cayendo después en un abatimiento inexplicable."

XLI.

"En el teatro, una noche, ví que asomaba por la más alta galería, la cabeza de una mujer tan parecida á María Luisa, que inmediatamente subí á buscarla; pero al llegar quedé persuadido de que todo era ilusión de mis sentidos fascinados."

"Otra vez al anochecer, vagando distraído por las calles, tropecé con una joven donosa y esbelta, que al mirarme, bajó la frente y se cubrió con el rebozo; yo sentí pasar por mi pecho una corriente eléctrica que me conmovió profundamente y regresé con violencia para perseguir á la misteriosa aparición, considerándola como la imagen de la mujer amada que me había robado la muerte; ella precipitó el paso y yo casi corrí para no perderla como á la gitana de Granada; pero se ocultó en un viejo caserón ante cuya puerta me detuve; inmediatamente sentí que me tocaban el hombro; era un[56] amigo mío alegre y conocedor de toda clase de gente, que con acento malicioso me dijo:—Resuélvete á entrar ó aléjate, porque esta casa tiene mala fama. ¿Qué dirán de tí?"

"Me separé de aquel lugar con vergüenza de haber corrido tras de una mujer desconocida, sólo porque me pareció bella como María Luisa y ponderando mi necedad, me dije:—¿Cómo había de estar entre las víctimas del libertinaje, ni la sombra de aquella niña recatada y pudorosa?"

XLII.

"La vida tan agitada que tenía y el conocimiento diario de miserias é infamias, así como la necesidad de castigarlas, me hacían sufrir mucho."

"Solamente algunas tardes me distraía dirigiendo la reconstrucción de varias casas que mi tío había descuidado."

"De preferencia me dediqué á formar una huerta sobre un terreno que había dejado mi padre sin construcción, en la calle que conduce al Paseo."

"Sobre la mitad de aquel campo edifiqué dos casas y el resto lo llenó el jardín que dejé comunicado con una de ellas."

"Después vendí las casas, reservándome el jardín para ocultar allí mis fastidios y estudiar tranquilamente cuando podía."

"En mi cabeza trastornada comenzaban á calmarse las ideas y al sentir algo aliviada la pasión que me había lastimado tanto tiempo, tuve deseos de buscar un remedio para el aislamiento de mi corazón."

"Al fin, por vivir tranquilo y honrado resolví casarme."

"Carolina era muy digna de ser amada y capaz de volver dichoso á un hombre mejor que yo."

[57]

XLIII.

"Cuando indiqué tal intención á mi tío, inmediatamente accedió porque no deseaba otra cosa; luego le recibí mis bienes sin pedirle cuentas, dejándole la Hacienda de Guadalajara en compensación de sus servicios."

"El día que hablé á Carolina sobre nuestro porvenir, me contestó llorando:—Ya sabes que toda mi vida te he querido."

"A la vez no dejaba yo de sentir remordimientos, porque en el fondo de mi alma vivía intacta la imagen de María Luisa y mi cariño para Carolina no era más que el resultado de una transacción que intentaba celebrar conmigo mismo; en tal virtud dejé para un tiempo indeterminado la realización de mi matrimonio."

"Por entonces un acontecimiento tan singular como inesperado, cambió la faz de mi vida."

"Cierta noche, cuando ya estaba durmiendo, me buscó el jefe de la policía, para levantar el cuerpo de un hombre asesinado en una casa de vecindad."

"Con mucho disgusto salí proponiéndome renunciar el cargo que me daba tantas molestias."

"La temperatura estaba muy fría y bastante lejano el lugar del suceso."

"En la calle me refirió mi conductor que el occiso había muerto en riña, por causa de una mujer llamada la mora."

"Este apodo no me era extraño porque alguno de mis amigos que no tenía costumbres muy sanas, me había ponderado la hermosura de aquella famosa cortesana que yo no conocía."

[58]

XLIV.

"Al entrar en la casa donde había ocurrido aquella desgracia, encontré á los vecinos agrupados en la puerta de un cuarto, cuyo acceso estaba defendido por la policía."

"En medio de la pieza ví, sobro un charco de sangre, tendido el cadáver de un joven blanco y delgado que según su traje negro, su sombrero de fina paja y la brillante pistola que aun apretaba con los dedos crispados, parecía ser hijo de buena familia."

"Recostado en una pobre cama y envuelto en un cobertor, estaba otro joven grueso, pálido y desgreñado que quiso incorporarse al verme."

"Cerca de la cama y sentada en el suelo, contemplé á una mujer que sollozaba cubriéndose la frente con ambas manos."

"El hombre que apenas podía moverse, me dijo con voz muy sofocada:—Sólo yo tengo la culpa de lo que ha pasado aquí por haber creído que sería capaz de amar esa mujer á quien quité del camino de la perdición......... Yo he sido un artesano trabajador...... ella era una mujer deshonrada...... pero estaba enamorado y me casé..... mucho trabajaba para proporcionarle comodidades; la consideraba y la quería esperando que fuera una esposa honesta y una buena madre de mis hijos...... pero la encontré con ese hombre...... él me tiró un balazo causándome esta herida...... y yo lo he matado con uno de los fierros que me servían para trabajar tanto para esa ingrata."

"No pudo decir otra palabra y arrojando sangre por la boca, sacudió la cabeza con marcada desesperación."

[59]

XLV.

"Yo estaba emocionado ante aquel cuadro desolador y ordené que el muerto y el herido fueran conducidos al hospital y la mujer á la cárcel."

"Apenas dormí esa noche; no podía olvidar aquel desastre."

"¡Cuán terrible situación la de aquel hombre, que como premio de su honradez y de los sacrificios hechos por una mujer infame, había recibido ingratitud, deshonra y un balazo en el pecho!"

"Aquella esposa degradada me pareció un mónstruo de impudicia y deslealtad, por lo que no había querido dirigirle la palabra."

"Como juez, mi fallo estaba preconcebido; yo la encerraría en una prisión, perpetua y solitaria."

"Nunca fuí defensor de la pena de muerte; pero en aquella ocasión, creí que debería subsistir en ciertos casos para cortar en su raíz el cáncer de la sociedad."

"Por primera vez me sentí un tanto consolado de la pérdida de María Luisa."

"¿Qué habría yo hecho,—me preguntaba,—si unido á ella me hubiera infamado reconociendo los instintos de su sangre y los ejemplos de su primitiva educación? ¡Y luego el mundo condena inicuamente al marido por las faltas de la esposa infiel!"

"En la primera hora útil del día siguiente, me trasladé al hospital para seguir averiguando las causas de aquel triste suceso y me recibieron con la noticia de que el herido había muerto sin pronunciar una palabra."

"Inmediatamente fuí á la cárcel, donde me dijo el alcaide que la mujer aprehendida en la noche anterior, pedía que la dejasen hablar conmigo á solas, para revelarme un secreto que yo debería conocer."

"Accedí á su deseo entrando luego al calabozo cuya puerta cerré."

[60]

"Aquel lugar estaba en su mayor parte obscuro, porque sólo una pequeña claraboya se abría cerca del techo."

XLVI.

"En el acto salió de las sombras la prisionera, temblorosa y despeinada; cayendo de rodillas á mis piés, con las manos extendidas, gritó llorando:—¡Perdóname, soy muy culpable!"

"Yo quedé como herido por un rayo, con los ojos fijos y los brazos caídos."

"¡Era María Luisa, la misma María Luisa que volvía yo á encontrar como aparición milagrosa!"

"—En nombre del cielo......—la dije:—¿Eres tú María?"

"—¡Perdón! ¡Perdón!—repitió sin oirme,—déjame aquí toda la vida ó mátame, porque si no me mato yo; pero antes perdóname."

"Sí, María, te perdono con todo el corazón,—contesté,—pero levántate y dime ¿por qué te encuentro así? ¿Por qué me dirían que habías muerto?"

—"¿Por qué me dijeron que te habías casado en España?—repuso sin que cesara de llorar."

"Después de un momento de penosa vacilación se levantó y permaneciendo muda é inmóvil como la estatua del dolor, sus ojos derramaban un fuego sombrío y sus lágrimas rodaban hasta secarse en su pecho enardecido."

"Mostraba tal melancolía en su frente y tanto dolor en su mirada, que me causó inmensa compasión y no queriendo que me viera estremecerme de pesar, retrocedí buscando un apoyo en la pared."

"¡En qué estado y en qué lugar encontré á la mujer que había sido el hechizo y la adoración de mi vida!"

"Cuando partí á Europa dejé una flor sin mancha, una virgen cándida y pura como ángel del cielo y aquel día contemplaba llorando á mis piés, una mujer perdida para siempre, un vaso de ignominia sacado á subasta en el albañal del vicio."

[61]

"Por la turbación de mis sentidos no sabía cómo concluir aquella escena terrible."

"Tuve miedo, vergüenza, horror...... y permanecía mudo también."

"Ella rompió el silencio y en breves palabras me refirió cómo después de la muerte de mi madre se enfermó gravemente y apenas restablecida, mi tío quiso seducirla persuadiéndola de que yo estaba casado en España y no volvería; ofendido por su resistencia la despidió de la casa, lo mismo que á Sebastián, única persona que le daba buen trato en memoria mía."

XLVII.

"Enferma y abandonada, se refugió en la guardilla de unas mujeres pobres y vivió algún tiempo á expensas de la caridad; luego fué á servir á una casa de donde salió también acosada por pretensiones infames; después vivió sola trabajando en el Estanco de tabacos y más tarde, abatida y desesperada, se fué con un militar que la llevó á diversos pueblos donde servía; pero habiendo sufrido mucho con aquel hombre grosero y ebrio, lo abandonó el día que supo sus relaciones con otra mujer; al fin, rodando de precipicio en precipicio, fué á parar en ese mercado vil de los placeres, que en los centros de población es siempre censurado, pero nunca suprimido, aunque derrame la gangrena en las arterias de la sociedad."

"Por entonces supo que había yo venido de Europa y que no estaba casado."

"Avergonzada de su mal vivir, huía de mí; mas procuraba verme de lejos."

"Ella fué la que casualmente ví en el teatro y la misma que aquella noche, al encontrarme, corrió para ocultarse en la casa que por desgracia frecuentaba."

"Cansada de arrastrar su existencia por aquel camino en el que todos los días era simultáneamente galantea[62]da, complacida y pisoteada, se casó con un artesano á quien no amaba, por lo cual le fué infiel y le causó la muerte."

"Aquella confesión extensa y franca de María, me inspiró mucha lástima porque á pesar de todo sentía yo que la amaba."

"¿Y qué hacer con ella? Castigarla me era imposible; ponerla en libertad sería ponerme yo en evidencia ante la honrosa opinión que se tenía de mí."

"¿Cubriría con velos de flores aquella historia de miserias y bajezas? ¿Cómo anteponer mi amor á mi conciencia, mi posición social y la dignidad de mi carácter?"

"Al fin prevariqué. Padre, porque aquella mujer me dominaba como una tentación de Satanás."

XLVIII.

"El juez dió un fallo venal y el hombre cayó bajo el poder de la pasión; mas el caballero se salvó como lo sabrá Ud. adelante."

"—Voy á darte libertad, búscame mañana en mi casa y hablaremos,—la dije retirándome."

"Entonces acabé de comprender toda la pérfida hipocresía de mi tío, puesta en práctica para conseguir que se perdiera de algún modo María Luisa y así preparar mi matrimonio con su hija."

"Con razón no pudo señalarme el sepulcro que le pedía."

"La postdata de aquella carta de Carolina, él la inventó."

"Sebastián y los demás criados fueron arrojados de mi casa y su misma hija enviada muy lejos para que no descubriesen tamaña impostura."

"Ese día sentí la más grande aversión por el autor de semejante trama y hasta Carolina que era inocente participó de mi desvío."

"Como Ud. calculará, no me fué difícil torcer la justicia decretando que la esposa criminal no era causa de[63] aquel doble asesinato y después de ordenar su libertad renuncié la judicatura con vergüenza de mí mismo."

"María Luisa no faltó á la cita; triste y humillada se presentó en mi casa, cubierta con un rebozo negro de seda, vestía enagua negra también y bata blanca muy corta sujeta en la cintura."

Su hermoso semblante, algo demacrado, se cubría de cierta languidez graciosa y provocativa.

"Su voz era verdaderamente dulce y melancólica."

XLIX.

"No me habían engañado los libertinos que me hicieron tantos elogios de la seductora belleza de María."

"La niña púdica y sencilla que yo conocí estaba convertida en perfecta cortesana."

"Sus ojos brillaban con un resplandor extraordinario, pero el estigma de las bacantes había sustituido sobre su frente á la corona de las vírgenes."

"Yo la perdoné, pero no podía conformarme con su pasado imperdonable; padecía un dolor intenso pensando que aquella pobre mujer no volvería á sentir el cariño inocente de la adolescencia."

"¡El arcángel vendió sus velos de oro, para cubrirse con las repugnantes alas del vampiro!"

"Sus ropas estaban perfumadas con esencia de aloe, su boca exhalaba un olor de orgía y no era natural el color de sus mejillas; pero á la vez, su acento me pareció la voz del cisne moribundo y sus ojos derramaban una luz y una ternura incomparables."

"Disculpé su caída y sus errores acusando al abandono en que había vivido y al fin me creí responsable de todo por haberla dejado."

"Ella, inclinando el rostro hacia el suelo, me refirió extensamente lo que había sufrido en su enfermedad después del fallecimiento de mi madre y volvió á contarme las seducciones de mi tío y su afán por casarla[64] con uno de sus criados, así como la manera brutal con que despidió al pobre Sebastián por haberla defendido."

L.

"Mucho había yo visto en Europa y después en el tribunal, con relación á las miserias y las úlceras sociales; pero mucho más me contó María Luisa, por haberlo presenciado en su época de afrentosa disipación."

"Acusándose con dureza me refirió los acontecimientos de la vida y la lucha de su alma tempestuosa, hasta el momento en que causó la muerte de aquel hombre que tanto la quería."

"Después de unos instantes en que á la par nos mirábamos silenciosos y aterrados, la dije señalándole una silla."

"—Siéntate: cuando yo acabe de hablar me dirás: ó no, porque de tu resolución determinante depende nuestro porvenir. Tú no eres culpable; has sido presa de un vértigo fatal. El mundo infame no comprende los riesgos de la infeliz mujer que vive abandonada á sí misma. Cuando algún desocupado corta las alas á una débil mariposa, viene otro y creyendo que es gusano, la pisotea. La sociedad hipócrita no concede iguales derechos, pero exige los mismos deberes á la niña de alta cuna, guardada y protegida por todos, que á la pobre hija del pueblo criada en la servidumbre, como si no fuese capaz de sentir y de inspirar ese noble y santo amor que perfuma el corazón; en vez de darle buenas costumbres, la expone al precipicio y cuando delinque seducida y engañada, la desprecia y la arroja entre flores y gusanos al degradante tráfico del vicio; después la juzga y la condena sin mirar que aquel daño infinito es obra suya."

[65]

LI.

"María Luisa se estremeció y secó el llanto que derramaba involuntariamente, yo continué:"

"—Los hombres, después de haber agotado la juventud, quizás con malas costumbres, llegamos á ocupar puestos distinguidos y nos llaman respetabilísimos señores, mientras que á la pobre mujer que luchó en defensa de su honor y sucumbió por hambre, al verla pasar humillada bajo el peso de la deshonra, con el alma herida profundamente y la corona del oprobio en la cabeza, en vez de llamarla para limpiar el llanto de sus ojos y las llagas de su corazón, le decimos como los judíos: Adelante, tú has faltado al deber, no mereces compasión. Y ella, por culpa nuestra, rueda en la pendiente de la fatalidad pasando desde los salones hasta los tugurios, de allí á los cuarteles y después al hospital. ¡Qué horror! En estos tiempos de progreso y democracia, se forman sociedades de beneficencia, se abren liceos para ilustrar á la juventud, se inventan máquinas que alivian el trabajo del hombre, se aseguran los buques para que el mar no absorba el dinero del rico y todavía no se piensa en la rehabilitación de la joven descarriada...... Pocas son las mujeres que se pierden por instinto, casi todas son irresponsables; han sucumbido por engaño, por necesidad ó por mala educación. Cuando alguna niña sola, pobre y hermosa llega á la edad en que el botón se vuelve flor y la adolescente ángel, los mercaderes del amor impuro y los libertinos de profesión, la ponen asechanzas, la narcotizan con su aliento de serpiente, y como perros de presa, la persiguen hasta precipitarla en el abismo del desprecio. Esa eres tú, María, huérfana hermosísima, dotada de gigantescas pasiones y falsamente persuadida de que te habían robado el primer amor de tu corazón ¿qué habías de hacer? Viviendo en mi casa como una señorita, te lanzaron de[66] repente á la vida libre de la servidumbre; rodeada de seducciones y necesidades, llena de juventud y de belleza, fuiste una perla caída en el fango, fuiste un ángel que se perdió buscando el camino de los cielos. ¡Qué infames son los que te han engañado, vendido y enlodado! Pero yo sé que tu alma está virgen todavía; tú tienes talento y un corazón sensible; aun puedes ser buena y llegar á sentir algún día el inefable contento de la casta esposa y la honorable madre. Yo me propongo regenerarte por medio del trabajo, del honor y de la religión. Créemelo, María, quiero ser tu padre ó siquiera tu hermano por algún tiempo. Tú ya no eres la joven que se pudiera encerrar en un colegio; el ave acostumbrada á volar de árbol en árbol, se muere de tristeza cuando la guardan en la jaula. Si tú quieres te pondré una casa donde tengas criados que te sirvan, maestros que te instruyan y respetos que te honren; yo desde lejos procuraré que nada te falte, mirando en tí una prenda de ventura puesta por Dios bajo mi amparo. Cuando hayan pasado tres ó cuatro años, si aprendiste y observaste los deberes de la dama honesta y fuerte, iremos á vivir donde no te conozcan y me casaré contigo, pero has de cumplir estas tres condiciones que te exijo: primera, te instruirás en los deberes y las labores de la buena educación; segunda, ninguno sabrá de tus labios que yo te amo y te sostengo; y por último, vivirás con modestia y honradez sin tacha."

LII.

"Cuando acabé de hablar, María Luisa continuaba llorando y me contestó profundamente conmovida:"

"—Ni mi madre que me quiso tanto, ni mi tía que me dió muchos consejos al morir, ni los hombres ricos, sabios y apasionados que tuve á mis piés, me han dicho esas cosas. Toda mi vida te serviré contenta y agradecida; tú eres mi padre."

[67]

"Aquella tarde María Luisa, trémula de dicha, se despidió de mí bien aleccionada y provista del dinero suficiente para comprar una de las casas contiguas á mi jardín, que según yo sabía, era fácil obtener y su adquisición nos convenía porque, como he dicho antes, cuando formé aquella finca, quedó comunicada con el jardín; por allí podría visitar á María Luisa, cuando fuera preciso, para no ser visto y dar lugar á maliciosas interpretaciones."

"A los ocho días quedó ella instalada en la casa que había obtenido y adornado con cristales, pájaros y flores; yo le obsequié un tocador de mármol y una cama de ébano adornada con arabescos de marfil, que ostentaba en la cabecera una magnífica Virgen de Murillo, en placa de concha, cuyos muebles habían pertenecido á mi madre."

"También la dí lo necesario para comprar otra finca, cuyas rentas completarían sus gastos."

"El público supo que María Luisa había recibido uno de los primeros premios de la lotería; yo, fiel á mi propósito, la visitaba cada ocho días, permaneciendo á su lado sólo el tiempo preciso para que me diera cuenta de sus adelantos y necesidades."

"Una de las piezas que ocupaba en el jardín cuando iba yo á estudiar ó distraerme desde que comencé á formarlo, era la que tenía comunicación con la casa de María."

"Abriendo una pequeña puerta, me hallaba en un pasillo largo que tenía otras dos, una á la derecha para la alcoba y otra en el fondo para la sala, de modo que cuando María cerraba la puerta principal de la sala, que conducía al corredor, quedaba sola y á la hora convenida podía yo entrar sin ser visto de los criados."

LIII.

"Protesto á Ud., Padre, bajo mi palabra de caballero, que durante todo el tiempo en que semanariamente visité á María, no tuve para ella una sola palabra que no[68] fuese honesta, ni un solo pensamiento que no fuese honrado."

"A veces ni la mano le pedía para despedirme."

"Un día no más, un día de su cumpleaños, recuerdo que tomando su cabeza entre mis manos, como si fuese una criatura, le dí un beso en la frente."

"Ella por su parte se manejaba como una perfecta señora, parecía ya completamente regenerada y era feliz porque mecía su corazón en las más brillantes ilusiones."

"Siempre manifestaba repugnancia ó temor de salir á la calle, su trato era sencillo y afable, su vestido modesto, sus maneras elegantes, y aun en ciertas ocasiones, creí sorprender en su rostro algo parecido al pudor de la niñez."

"Aquel espíritu volcánico daba señales de haberse calmado para siempre."

"Como me sentía yo fascinado, encontraba en el porte distinguido y la palabra fácil de aquella mujer, mucho de lo que hay de puro en los sentimientos y de noble en las costumbres."

"En su casa respiraba un aire de tranquila felicidad y las horas se me volvían instantes."

"María Luisa no sabía escribir ni leer; comprendiendo yo que se mortificaría con imponerle un maestro de primeras letras, me comprometí á enseñarla."

"Cada semana recibía mis lecciones, me entregaba lo que había escrito y me participaba sus progresos y dificultades con una gracia verdaderamente infantil."

"Al poco tiempo ya escribía con regularidad y por mi orden, buscó una maestra que la enseñara ciertas labores de lujo y le diera lecciones de música."

LIV.

"Por entonces fuí electo Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia y á pesar de mi resistencia para servir empleos públicos, debí aceptar el honorífico puesto que se me ofreció sin solicitarlo."

[69]

"Bajo el velo del misterio continuaba mis honradas comunicaciones con María, cuyo comportamiento preparaba mi felicidad."

"Yo veía en ella una hermana ó una hija; era el único afecto de mi vida, el ídolo de amores colocado en el altar de mi corazón, para venerarlo durante todo el porvenir."

"Y ella me miraba como el amparo de su vida y la salvaguardia de su honor."

"Pasaron así dos años sin que el mundo percibiera mi felicidad; únicamente me remordía el compromiso contraído con Carolina y repetidas veces me preguntaba yo reconviniéndome: ¿Cómo llegaré á decirle que no la quiero, que nunca la he querido?"

"Apenas tenía presencia de ánimo para hablarla y ya no la visitaba con frecuencia."

"Ella con exquisita modestia guardaba silencio y esperaba."

"María Luisa, en mi concepto, era dichosa, ya tenía concluida su educación; cumplía con gusto sus deberes domésticos, estudiaba mucho, hacía flores y tocaba el piano perfectamente."

"Mas una tarde, antes de abrir la puerta para entrar en su casa, dí el toque de contraseña y no me contestó; según lo convenido, me abstuve de entrar por temor de que se hallara enferma y en presencia de sus criadas, proponiéndome volver á los ocho días; pero tampoco fuí recibido."

"Como no tenía otro medio de comunicación con ella y para el mundo éramos extraños completamente, no sabía cómo informarme de su salud."

"Ya estaba resuelto á buscarla por la puerta principal de su casa cuando á la tercera semana me recibió por el jardín."

"La encontré pálida, triste y muy consumida; luego me participó, con cierta indecisión, que había estado enferma, pero no pudiendo explicarme su dolencia me dijo que tenía insomnios y dolores de nervios."

"En el acto resolví apresurar nuestro matrimonio,[70] pues había sufrido mucho en aquellos días por ella y por mí."

LV.

"Para el efecto, vine á esta ciudad donde tan bondadosamente fuí recibido en el año anterior."

"Con intenciones de radicarme aquí, pensaba fundar una empresa explotadora de filones auríferos y al mismo tiempo dedicarme al cultivo del nopal que alimenta á la grana siempre valiosa en los mercados extranjeros."

"Habiendo explorado y elegido esto bello país, regresé á México resuelto á vender mis bienes y trasladarme con María Luisa para que inmediatamente Ud. bendijera nuestra unión; pero Dios dispuso todo de otra manera."

"A mi vuelta encontré á María ligeramente aliviada y me manifestó que ya no se curaría porque el médico le había dirigido solicitudes bochornosas, de lo cual me consideré como el único responsable por tenerla tan aislada."

"Sin embargo de haber pedido una licencia ilimitada para separarme de la Corte de Justicia, un día me llamó el Presidente de la República y creyendo que yo conocía el Gabinete de Madrid por haber vivido en España, me confió el encargo diplomático de proseguir las negociaciones entabladas para que aquella nación reconociera oficialmente la independencia de México."

"Yo no me consideraba capaz de llenar semejante misión, pero no pude rehusarla y pedí que me acompañasen personas honorables y experimentadas en asuntos internacionales."

"Pronto dispuse el viaje y ofrecí á María Luisa que inmediatamente después de mi vuelta, vendríamos á Oaxaca."

"Ella sollozando me suplicó que la llevara, lo cual era imposible dada mi posición social, el rango que tenía y mi resolución inquebrantable de no vivir á su la[71]do hasta el día que pudiera presentarla en el mundo como mi esposa legítima."

LVI.

"Yo no sé cómo son las grandes borrascas, porque sólo he sufrido en el mar dilaciones y calmas eternas."

"La embarcación que me conducía se detuvo mucho tiempo en Cuba por enfermedad de su capitán, luego en otros puntos por falta de viento y provisiones y hasta después de cuatro meses llegué al puerto deseado."

"Ya estaba yo aburrido de vivir sobre las olas, pero no quise desembarcar ni permitir que lo hiciera mi comitiva, sin previo aviso á las autoridades de Cádiz, para que me recibieran con las formalidades acostumbradas, en honra de la Nación que representaba."

"Indudablemente hubiera yo sido víctima de un desaire si no le hubiese ocurrido visitar el buque á un comerciante amigo mío, que luego me comunicó lo que había pasado en México durante mi larga travesía, según noticias llevadas por otros barcos más afortunados, que salieron de Veracruz después y llegaron á Cádiz antes que el mío."

"La última revolución que ha conmovido este país donde por desgracia todavía no se constituye un buen orden político, cambió, como Ud. sabe, la forma y el personal del gobierno, quedando interrumpidas las negociaciones con España."

"Como era natural, ya no quise anunciarme ni desembarcar y acordé mi regreso en el mismo buque para el día siguiente."

LVII.

"Mi corresponsal de Cádiz me entregó varias cartas de México que confirmaban la inutilidad de mi viaje, quedando por consecuencia, el Ministro plenipotenciario convertido en simple pasajero."

[72]

"Ciertamente no me disgustó mucho aquel percance por los vivos deseos que tenía de volver á mi patria."

"Entre otras recibí una larga carta de María, que con gracioso tipo de letra, principiaba de esta manera:—Aunque te sirviera de rodillas toda la vida, no te pagaría lo que has hecho por mí...... terminando con esta frase lisonjera, si bien repetida en vano por muchas mujeres:—Siempre te será fiel tu María Luisa."

"Las flores viven con las miradas del sol y mueren al contacto venenoso de un insecto; así el corazón del hombre se colma de felicidad por una palabra de cariño y se ahoga con una gota de amargura."

"Esto último sucedió al mío con la lectura de otra de aquellas cartas; era de un Sr. López á quien había vendido las dos casas contiguas á mi jardín, de las que una vendió él á María Luisa."

"Aquel sugeto creyendo que permanecería yo largo tiempo en Europa, me pedía un certificado de que la casa de María Luisa soportaba de la otra cierta servidumbre de aguas, lo cual había dado lugar á disputas entre ambos propietarios."

"Desde luego consideré la solicitud del Sr. López como una pretensión inútil, porque cuando yo contraté con él hice constar que existía tal servidumbre, y al trasladar el dominio á María, ratificaron ambos aquella imposición; pero el final de la carta me puso frío y colérico; así decía:—Doy á Ud. tanta molestia, porque á causa de este asunto estoy soportando malos tratamientos de un joven, que se titula hermano de la señora que me compró la casa y para mí es enteramente desconocido."

"¡Dios mío! exclamé, ¡María tiene un hermano, es joven y se ingiere en los asuntos de su casa!"

"La pasión de los celos es el cáncer del corazón, aparece un punto negro, luego se extiende, corroe y mata; ¡es el furioso cerbero que parece dormido en silenciosa calma, pero no deja de oir el paso de una pluma ni de una sombra!"

[73]

"Hacía poco tiempo que sin motivo fundado, mantenía yo, respecto á la conducta de María una terrible lucha con la duda, peor aún que la lucha por la vida."

"¿Esta carta—me preguntaba yo—trae una impertinente solicitud ó es un aviso que con mucho tacto me manda el Sr. López? ¿Tiene María Luisa un hermano que yo no conocía ó me es infiel y más aún las gentes lo saben? ¿Esa mujer me oculta sus desórdenes bajo la careta audaz de la hipocresía? ¿Y yo que la he preferido á todas las cosas de la tierra, recibiré de su propia mano un bofetón en público? No, tal vez algún amante despechado quiere perderla y por eso la calumnia."

"Estas ideas pasaron como relámpagos quemándome la frente durante mi viaje de regreso, que por fortuna ó por desgracia no duró mucho tiempo."

LVIII.

"Turbado por muchas dudas, oprimido por pensamientos tiranos y sin comunicarme con mis compañeros de legación, que me consideraban mohino por el fracaso diplomático, pasaba las noches velando sobre cubierta y los días encerrado en mi camarote."

"Cuando llegué á México, sin pensar más en mi embajada, lo primero que hice fué dirigirme á la casa del Sr. López para pedirle, de una manera disimulada, la explicación de la terrible sospecha que me había hecho concebir; pero hasta hoy no sé si aquella carta me fué dirigida por algún amigo prudente ó el mismo López se apresuró á darme sin responsabilidad, un grito á tiempo para que cuidara de mi honor; el caso fué que aquel sugeto, con marcada extrañeza, me dijo que nada había escrito y mostrándome su firma distinta de la que tenía la carta, protestó que ningún disgusto había sufrido por la casa que vendió."

"Hallé á María Luisa con perfecta salud; pero estaba distraída y descontenta; me acusaba de ingratitud[74] por no haberla llevado á España y conteniendo suspiros que apenas salían á sus labios, se manifestaba sin gusto y sin sosiego en mi presencia."

"Sus ojos estaban agitados por el llanto, su casa no me pareció tan arreglada como antes, el teclado del piano tenía polvo y sobre las mesas no encontré libros ni señales de labor alguna."

"Al preguntarla por la causa de aquel cambio, me dijo, entre misteriosas reticencias y afables rodeos, que yo tenía la culpa porque difería nuestro casamiento é insistió en que cuanto antes deberíamos tomar una determinación, pues ya estaba sintiéndose desesperada."

LIX.

"Como yo la amaba locamente, todo lo disimulé y resolví venir á Oaxaca para preparar una casa, pero ya no tenía yo calma, los celos me devoraban."

"Contemplando aquella mujer tan hermosa y tan querida miraba levantarse, á pesar mío, entre ella y yo, una á una burlándose de mí, las siluetas de los hombres que habían habitado su corazón y pensaba en los recuerdos y las perpetuas inquietudes que debería encontrar bajo la almohada del lecho conyugal."

"Empecé á desconfiar de todos los que pasaban por la casa de María Luisa, de los que la servían y aun de los que la miraban, creyendo en mi celoso aturdimiento, que nadie podía verla sin amarla porque había nacido para enloquecer los corazones."

"Me acostumbré á pasar de día y de noche por su casa para ver si me engañaba, pero sus balcones permanecían á toda hora cerrados y no entraba en la casa persona que me inspirase desconfianza."

"Por un instinto secreto, lo que más me mortificaba al pasar todos los días, era ver parado en la puerta de una panadería que estaba frente á la casa de María Luisa, un joven como de quince años, de moreno rostro y baja estatura, ojos negros muy vivos y cabellera rebelde y abundante."

[75]

"Preocupado por mis celos, me figuraba que aquel muchacho veía con insistencia los balcones de María Luisa y que al mirarme, bajaba la frente cuando no había podido esconderse antes de que yo pasara junto á él."

"Habiendo comunicado mis sospechas á María, me dijo con voz dulce y burlona:—No seas bobo; ese muchacho que se llama Luis y todos le dicen Lucho, es hijo del panadero que vive frente á esta casa y pronto debe casarse con una joven que yo conozco."

"Todo lo creí, pero no dejaba de sufrir temiendo constantemente que alguien llegara á imponerse de lo que me pasaba y reírse á expensas de mi honra."

"¡Oh! Ciertamente yo era un bobo y no sólo para María Luisa, sino también ante el tribunal de la opinión pública, como pude conocerlo por varios incidentes harto desagradables que ocurrieron poco después."

LX.

"Una mañana saliendo de casa para concurrir á las bodas de uno de mis criados que quise apadrinar, me detuvo cierta vendedora de alhajas proponiéndome un collar de perlas:—No lo compro, señora,—la dije,—porque no tengo á quién regalarlo.—¡Cómo no ha de tener Ud!—-me contestó con acento animado y un tanto malicioso, añadiendo:—¿Y la novia de quien es Ud. padrino? ¿Y la Señorita María Luisa?"

"No supe qué contestar y continué mi camino."

"Más tarde, todos los convidados al casamiento bailaban y reían excepto yo; pero no queriendo aparecer disgustado ante aquellas buenas gentes que tanto me obsequiaban, invité para bailar á una joven de alegre fisonomía y talle muy ancho, que se hallaba sentada junto á mí."

"La niña no era fea y yo, por hablar algo, la dije:—Es Ud. la joven más graciosa que hay en esta reunión."

"Inmediatamente me contestó con mal reprimida coquetería:—Y la mora no es graciosa?"

[76]

"Si aquella muchacha me hubiera dado una bofetada en vez de contestarme como lo hizo, no hubiera sufrido tan fuerte alteración."

"A cada paso recibía pruebas flagrantes de que María Luisa no procuraba cumplir las condiciones que le puse y sobre las que había insistido muchas veces con ruegos y hasta con lágrimas."

"Alegando una ocupación me retiré de aquel baile para ir á soportar otros golpes no menos dolorosos."

LXI.

"Por casualidad encontré al Doctor con quien ya no quería curarse María Luisa y le ofrecí acompañarlo para poder preguntarle capciosamente, si ya no visitaba enfermos por el barrio donde tenía yo mi jardín, porque hacía tiempo que no lo veía pasar."

"—En efecto,—me contestó:—mi clientela no es de aquel rumbo; en días pasados curaba yo por allí á una joven, que no era muy apta para seguir el método único que pudiera sanarla. Entre las mujeres hay enfermedades que no pueden curarse mientras estén casadas."

"Este aviso inesperado me llevó al colmo de la admiración. ¡María era vista por un doctor en medicina como mujer casada!"

"Cuando entré á mi casa, ya ni me causó impresión la lectura de una carta de Carolina, en la que me decía con una modestia digna de ella, que sabiendo tenía yo á quien querer, me libraba de mi palabra y se despedía de mí para siempre, porque iba á marchar con mi tío á su hacienda mientras podía entrar en un convento."

"Entonces comprendí que todo lo había perdido, hasta el honor."

"Padre, los hombres cuando aman como yo he amado se vuelven ciegos, sordos é imbéciles."

"A pesar de todo hacía esfuerzos para disculpar á María y dispuse inmediatamente mi viaje á esta ciudad porque me sofocaba la atmósfera de México."

[77]

"Ya estaba concluida la venta de mis propiedades y remitido á Ud. su valor; solamente las casas de María quedaron á su disposición para que las poseyera desde Oaxaca y pudieran serle útiles en cualquiera evento de la suerte."

LXII.

"A mi apoderado dejé una casa pequeña para que cuando le diese aviso, la entregara á Mariano, el único sirviente que me quedaba; también remití un libramiento de mil pesos al viejo Sebastián Gutiérrez, mi criado de la niñez, que vivía en Michoacán solo y enfermo."

"La casa de mi habitación y el jardín fueron vendidos al Sr. López, que convino en recibirlos basta que definitivamente dejara yo la capital."

"Llegada la hora, ocupé un asiento en la diligencia que sale diariamente para Puebla."

"El frío de la mañana y los tumbos del coche despertaron á tres pasajeros que ya estaban colocados en la testera cuando yo subí."

"Al amanecer pude verlos bien y me parecieron unos jóvenes de familias decentes, que se hallaban enardecidos y despeinados como si hubieran pasado una noche de orgía."

"En los coches de posta, lo mismo que en los buques, Ud. habrá visto que muy pronto se familiarizan los compañeros de viaje."

"Pues bien, aquellos sugetos me hablaron con cierta llaneza que á la verdad me disgustó porque yo no sabía quiénes eran."

"En el acto me contaron que uno de ellos era de Puebla y los otros iban á pasar con él las fiestas de Navidad."

"Los tres hablaban sin parar, salpimentando su conversación con las palabras más ríspidas del idioma; yo apenas les contestaba, porque desde luego comprendí que eran vagos de oficio y viciosos de profesión."

"A cada golpe de la diligencia lanzaban imprecacio[78]nes terribles y cuando nos detuvimos en una venta para tomar el desayuno que les ofrecí, volvieron al coche provistos de una botella con aguardiente, asegurando que aquello era un gran remedio para los contratiempos del camino."

"Uno de ellos, el de Puebla, alto, pálido y delgado, á quien los otros daban el nombre de Pancho, hablaba de política, de literatura y reuniones aristocráticas."

"Los otros, según su propio dicho, eran tahures y además, muy prácticos para conquistar corazones de niñas y bolsillos de tontos."

"Aquellos tres hombres que manejaban á la perfección el dialecto de la canalla, comenzaron á contar sus hazañas en pleitos y amores, maltratando reputaciones y publicando con descaro las miserias de la sociedad lo mismo que sus propias debilidades."

LXIII.

"Nada hay tan despreciable como el cínico que para vergüenza de la especie humana, inventando hechos infames y repitiendo epigramas punzantes, parece complacerse con recoger las basuras de la sociedad y después de hartarse con ellas arroja los restos á la cara del que tiene delante."

"Aquellos corazones gangrenados no sabían lo que es amar ni sentir los instintos del honor."

"Cuando llegaron al capítulo de las mujeres casadas, yo no pude contenerme y con expresión un tanto airada, les dije:"

"—Hombres, eso es inicuo; las mujeres por sí no son tan malas, nosotros somos el origen de sus faltas; si resisten las calumniamos y si sucumben las envilecemos. Todos deberíamos procurar la regeneración de la mujer caída, siquiera disculpando lo que no podemos remediar."

"—Las mujeres tienen instintos depravados.—exclamó uno de aquellos libertinos."

[79]

"—La mujer—repliqué yo—tiene hambre y sed de justicia."

"El de Puebla me interrumpió bostezando:"

"Licenciado: todo eso es quimera, teoría, ilusión. Si Ud. pudiese hacernos el milagro de resucitar reputaciones de mujeres perdidas, aunque fuera en pocos ejemplares, yo le daría el título de abogado de imposibles; pero no se canse Ud.; La cabra tira al monte."

"—Y si quiere una muestra; voy á dársela:—dijo otro de aquellos deslenguados:—¿Conoce Ud. á la mora?"

"—No, Señor,—le contesté amostazado y con el fuerte acento del que dice, cállese Ud."

"Aquel truhán encendido por el aguardiente que acababa de agotar y sin fijarse en mi semblante, me habló de esta manera:"

"—Esa muchacha que ha dado tanta guerra, es alta, morena y de provocador atractivo; pero muy desordenada; en un baile de candil, donde la encontré hace poco, me contaron que un compañero de Ud., abogado muy rico, á quien yo no conozco, tuvo la feliz ocurrencia de recoger á la hipócrita cortesana; le compró casas, la tiene con gran lujo y ya está recibiendo el premio de su simplicidad."

"—Ese Señor ha de llamarse Juan.—insinuó el otro tahúr."

"—Y apellidarse Lanas.—añadió el de Puebla."

"—Pues bien,—agregó el primero:—ese abogado Juan Lanas ó Juan Tonto, tiene á la mora como si fuera una gran cosa; dicen que la quiere de veras y la visita pocas veces; pero mientras él estudia las Siete Partidas ó baila en los salones de la aristocracia ella se marcha á las fiestas de los pueblos muy bien acompañada, concurre á los bailes públicos y forma en su casa reuniones que no son muy católicas; por supuesto que todo es á costa del Sr. D. Juan. No hace mucho tiempo que la visitaba con frecuencia un capitán de artillería y ahora pasa con ella largas horas un joven panadero que vive frente á su casa; es casi un niño; puedo apostar á que fué conquistado por ella; el muchacho, aunque guapo, es muy bisoño.[80] ¿No le parece á Ud. que eso es una infamia imperdonable?"

"Yo sentí que me ahogaba, pero era preciso disimular."

LXIV.

"El hombre aquel concluyó:—Puede Ud. preguntarle todo esto al médico que la visita cuando se declara enferma...... y si no...... aquí está Pancho que da noticia de aquel magnífico lecho de marfil, adornado con una imagen de la Virgen para mengua de Murillo que la pintó y del mentecato que la pagaría muy cara."

"El Pancho hizo una señal de afirmación; yo al oir nombrar el casto lecho de mi madre, creí hundirme en el fondo del carruaje como en un abismo y dejé caer la cabeza con la pesadumbre de aquella verdad tan espantosa como tardía."

"Experimenté náuseas y dolores insufribles que despertaron por un momento la compasión de aquellos hombres."

"Les dije que el movimiento del coche me había mareado y dispuse regresar en el acto."

"Habiéndose detenido la diligencia en una posta, bajé seguido de Mariano y me despedí de aquellos fatales compañeros."

"Al partir el carruaje asomó la cabeza por la portezuela el que se llamaba Pancho y haciéndome con la mano una señal de despedida, me dijo:—Si ve Ud. al Sr. Lanas, dele memorias mías."

"En cuanto me ví solo mandé pedir un coche á la finca que está cerca de aquel lugar y es propiedad de un amigo mío."

"¿Qué haría? ¿Para qué regresaba? Yo no podía saberlo."

"La idea del suicidio apareció en mi mente acalorada como un recurso salvador."

"Luego dispuse ir á matar á María, matar al otro y después matarme yo; pero al mismo tiempo reflexiona[81]ba en el oprobio que caería sobre mi nombre, y más que todo, en los derechos del honor y los deberes de la conciencia."

"¡Yo que había colmado á María Luisa de respetos, de confianza y de dinero, consagrándole mi amor de niño, mis ilusiones de hombre y mi vida entera, despertaba de repente burlado, vendido, vilipendiado, con el honor puesto en ridículo y mi juventud perdida para siempre! ¿Quién pudiera creerlo?"

LXV.

"En un momento de lucidez pensé que yo tenía la culpa de todo y me hice estas preguntas:—¿Con el lujo y la vaguedad de una vida ociosa semejante á la que tienen las odaliscas de un serrallo es como se prepara á una mujer pura ó no, para que llegue á ser buena esposa y buena madre? ¿Por qué no tuve á María Luisa oculta y respetada en mi casa desde el día que la saqué de la cárcel?"

"Yo infatuado con una honradez convencional é interesada, quise volver ángel á una mujer pública con el solo poder de mi riqueza y mi mandato."

"Los hijos de Adán cometemos diariamente la misma imprudencia de nuestro primer padre, acusando á la mujer porque obedece á la serpiente de la seducción, sin atender á que cuando lucha con tan poderoso enemigo la dejamos sola para que se defienda, no más con su inocencia y su debilidad."

"Ud., Padre, que dirige los corazones é ilustra las conciencias en la cátedra de la sabiduría y en el tribunal de Dios, dígale á la sociedad, que para ser buena tiene que ser justa."

"La madre forma el corazón del hombre, pero el hombre, ante todo, debe cuidar la educación de su hija."

"En esta época de transición en que vivimos, mucho se habla de ciencias y progresos, de libertad individual[82] y derechos comunes, pero poco se piensa en los deberes domésticos y las obligaciones morales del pueblo."

"Descuidamos á la hija y á la hermana, entregándolas desde muy temprano en los colegios á manos extrañas sin haber cimentado su educación, y luego las presentamos al mundo, procurando verlas embellecidas más con alhajas que con virtudes, para que realicen un enlace fecundo en comodidades materiales."

"A la esposa, que se adquiere ó casi se compra como mueble de lujo, al principio se le adora, luego se le engaña, y al fin se abandona para que rece en la iglesia ó sufra en el hogar."

"¡Oh! Y á la infeliz que se atasca en el lodazal de la perdición, en lugar de tenderla una mano compasiva, se la desprecia como el calzado inútil ó la vil baraja que ya sirvió para el alimento del vicio."

"Y después los sabios, los filósofos, los maridos burlados y los insensatos como mis compañeros de viaje, dicen magistralmente:—Las mujeres tienen instintos depravados."

LXVI.

"Todo esto discurría yo tendido al pié de un árbol, con el corazón despedazado, cuando llegó el carruaje."

"Monté violentamente y tomando las riendas agitaba los caballos como si quisiera volver á México en alas del relámpago."

"Tuve impulsos de precipitar el coche á una barranca, pero me detuvo la consideración de que también perecerían el conductor y Mariano, quien, temiendo tal vez una catástrofe, me arrebató las riendas; yo se las abandoné inconscientemente."

"El camino era largo y llegué á México á las diez de la noche."

"En la puerta del jardín despedí al cochero y ordené á Mariano fuese á la casa, para esperarme hasta nuevo aviso."

[83]

"Como siempre guardaba una llave, no me fué difícil entrar sin ser visto."

"Hacía mucho frío y el jardín resonaba con esos murmullos de la noche que no sé de dónde salen."

"La luna casi oculta entre las nubes derramaba una claridad débil é indecisa."

"Los espacios de luz y sombra cambiados sin cesar con la oscilación de los árboles agitados por el viento, hacían figuras que me parecieron esqueletos colgados de las ramas y animales que saltaban y desaparecían."

"Corriendo en línea recta para llegar cuanto antes á la escalera que terminaba en la puerta de mi cuarto, ví aproximárseme un enorme fantasma, le acometí sin miedo y me lastimé una mano, porque no era otra cosa que el tronco de un árbol; continuando sin ver á dónde pisaba me hundí en un caño cenagoso que conducía el riego."

LXVII.

"Al subir la escalera oí una música suave y deliciosa que no me era desconocida y dije como si hablara con alguno: ciertamente soy un mentecato como me llamaron esta mañana; María Luisa está tranquila, encerrada tocando su piano y tal vez acordándose de mí cuando yo vengo á celarla y herirla sólo por el dicho de un calumniador."

"Pensé volver al coche inmediatamente, pero temí ya no encontrarlo y sintiéndome fatigado, entré á descansar en el cuarto."

"Allí era más perceptible el sonido del piano y pronto me llamó la atención el aria que oía, porque tan fácil para María Luisa, era ejecutada con torpeza ó enfado."

"No pude resistir la curiosidad de ver por el conducto de la llave lo que pasaba en la otra casa."

"Esa llave siempre la tenía puesta en la cerradura y no quise quitarla, por no hacer ruido, conformándome con ver lo que pudiera por el pequeño resquicio que dejaba."

[84]

"Por aquella puerta, como he dicho antes, entraba yo al pasillo en cuyo fondo había una para la sala y á un lado la otra que daba acceso á la alcoba."

"Cuando me incliné para observar por aquel conducto, el piano ya no sonaba."

"Aunque la puerta de la sala no estaba cerrada, sólo pude alcanzar con la vista un corto radio que abarcaba el lugar de la mesa redonda situada frente al piano."

LXVIII.

"Sobre aquella mesa, en palmatoria de metal blanco, ardía una vela de esperma y á su lado estaba una bandeja pequeña."

"Discurrí aplicar el oído cerca de la llave y pude percibir la voz limpia y sonora de María Luisa, que hablaba un poco agitada; pero no entendí lo que decía."

"El viento al pasar por aquel agujero, causaba un extraño rumor que me impedía oir bien; sin embargo, me pareció que aquel ruido se confundía con el eco de otra voz lenta, ronca é insistente que alternaba con la de María."

"Era sin disputa una voz de hombre."

"Miré otra vez y entonces apareció cerca de la palmatoria la mano temblante, mórbida y pequeña de María Luisa, que colocaba en la bandeja una copa vacía; inmediatamente otra mano más grande, más obscura, casi negra, fué á poner otra copa y luego colmó de vino las dos."

"El piano volvió á sonar con precipitado desorden y yo volví á poner el oído."

"Estaba temblando de piés á cabeza, la espina dorsal me dolía mucho por estar inclinado y mis mandíbulas chocaban fuertemente sin poderlo remediar."

"Entonces me tapé la boca con la mano y contuve la respiración para escuchar mejor."

"Los acentos de aquel hombre resonaban en la sala é iban á caer en mi oído como golpes de martillo."

[85]

LXIX.

"Oyendo y mirando alternativamente, llegó un momento en que percibí que María, esforzándose por hablar con una voz armoniosa y suplicante, clamaba:—No, No.—Y á pesar de todo estaba yo sintiendo que la amaba irresistiblemente."

"Trascurrido un largo rato en el que padecí todos los vértigos del infierno, la vela desapareció de la mesa."

"Mis ojos se cubrieron con un velo de sangre, á través del cual miré á la ingrata que risueña, despeinada, y en estado de completa ebriedad, se dirigía con negligente paso á su alcoba y tras ella, llevando la vela, el joven panadero aquel de quien tanto había yo desconfiado."

"Al llegar junto á María, la tomó del talle para sostenerla y ella luego le puso la mano en el hombro con voluptuosa languidez."

"Ante la evidencia de los hechos me sentí aterrado, las sienes me latían violentamente y queriendo ver más todavía, me aproximé tanto al horrible agujero, que toqué la llave con la frente haciendo ruido como si quisiese abrir la puerta."

"En el acto María dió un grito de espanto, el hombre se estremeció, dejó caer la vela y todo quedó en la más negra obscuridad."

"Entonces yo me erguí con penoso esfuerzo y no pudiendo continuar en pié, caí hacia atrás causando tal ruido, que sin duda lo percibieron aquellos desdichados."

"¡Ay Padre! Sólo Dios sabe lo que sufrí en aquel lugar."

Aquí desfalleció la voz de D. Carlos, mas reponiéndose á pocos instantes, continuó:

"No puedo decir cuánto tiempo estuve allí caído."

"Sólo recuerdo que en aquella hora de crisis de mi vida, hablé mucho en voz alta, lloré, lancé gritos de náufrago y suspiros de agonizante."

[86]

LXX.

"Cuando pude darme cuenta de mí mismo, ya estaba en la calle vagando al acaso."

"Es seguro que dejé abierta la puerta de mi cuarto y también la del jardín, porque después no encontré las llaves en mi bolsillo."

"Por única fortuna, en medio de la demente perturbación de mis sentidos, había tenido buen juicio para salir de aquel malhadado lugar."

"Aunque hacía mucho frío, yo experimentaba los ardores de la insolación y el sudor de mi frente rodaba mezclado con mis lágrimas."

"Presa de una febril exaltación y no sabiendo por qué calles andaba, de repente corría queriendo huir de mí mismo y luego me paraba como buscando alguna cosa que hubiese perdido."

"Como estaba la noche obscura y mi alma rodeada de tinieblas, ignoraba por dónde iba y me parecía que mis piés no tocaban el suelo."

"En una esquina tropecé con el sereno que dormía y cayendo sobre su linterna la hice pedazos."

"En el acto se levantó el soñoliento velador acometiéndome con su sable, pero al conocerme murmuró:—Dispense Ud."

"Yo sin contestarle seguí andando apresuradamente."

LXXI.

"Después no sé por qué calle miré abrirse y cerrarse luego la puerta de una pulquería de donde salieron varios hombres."

"A poco andar noté que uno de ellos me seguía; yo me detuve para que se acercara y él me pidió un socorro.—No tengo, le dije con enfado y seguí andando; mas[87] él insistió diciéndome que no había comido; entonces recordé que yo tampoco había probado alimento alguno desde la noche anterior y continué mi camino; pero como aquel hombre no me dejaba, le dí tan fuerte golpe sobre la frente, que cayó al suelo lejos de mí."

"En el acto se me acercaron sus compañeros y la ronda que casualmente pasaba por allí."

"El jefe de la policía se puso á mis órdenes, yo señalando al herido mandé que fuera conducido á la cárcel."

"¡Un día, como juez, torcí la ley á favor de María Luisa y aquella noche, como Ministro, vulneré la justicia en mi propia causa mandando encarcelar á un infeliz después de haberlo ensangrentado! ¿Y todo por qué......? Porque estaba loco."

"Quiso Dios que me arrepintiera de mi ferocidad; en el momento llamando á los guardas, dispuso que dejaran libre á mi pobre víctima y le mandé algún dinero."

LXXII.

"Después de mucho andar y desandar, fatigado por la fiebre y el delirio, me senté en una puerta temblando de frío y entonces advertí que no tenía sombrero, por haberlo tirado cuando caí junto al sereno."

"Abrumado por ideas insensatas y padeciendo una especie de agonía, pedí la muerte, llamé al abismo y lamenté no tener con qué matarme."

"Desde luego mi evocación desesperada no me pareció tan inútil, porque interrumpiendo el silencio de aquella triste noche, resonaron cerca de mí fuertes golpes de martillos y rechinos de cerrojos; acto continuo se abrió una gran puerta frente al lugar donde yo estaba, dejando ver el interior de una casa como antro infernal donde vagaban sombras siniestras en torno de una hoguera y corrían hombres feroces profiriendo maldiciones, arrastrando cadenas y llevando por todas partes hachones incendiarios."

[88]

"Una hilera de gigantescos é inquietos animales se dibujaba en la pared no lejos de las llamas, y en el fondo del gran patio un mónstruo desmesurado, negro con grandes ojos de fuego, me veía sin moverse."

LXXIII.

"Nada más á propósito para mi estado de locura, como aquella cueva misteriosa que me atraía de una manera irresistible."

"Penetré á ella con ardor demente y llegando cerca del mónstruo, me ví en la indefinible situación de los sonámbulos cuando al despertar, dudan de lo que ven confundiéndolo con lo que han soñado y les parece al mismo tiempo todo ilusión y todo realidad."

"Estaba yo en el patio de la Casa de Diligencias, donde varios cocheros, á la luz de una fogata, preparaban la salida del carruaje con grande algazara, porque un tronco de potros nuevos no quería sujetarse al tiro."

"En el instante formé mi plan, pagué un asiento y subí al vehículo que me había parecido un animal del infierno, el cual partió con furiosa rapidez."

"¡Ojalá—decía yo—que esos caballos brutos azoten la diligencia en una esquina y se acabe todo! Mas si esto no sucede, aun me queda el recurso de precipitarme desde lo alto de aquellas rocas acantiladas que se alzan en el camino de Tehuacán á Oaxaca, ó hundirme en un remanso del río de Quiotepec."

"Poco después me embargó un pesado sueño; pero concluyamos: en Puebla ya me aguardaba la litera que tuvo Ud. la bondad de remitirme."

"Con la sola esperanza de morir continué mi viaje, trayendo la desastrosa resolución de suicidarme en este lugar consagrado á la virtud, pues calculaba locamente que aquí á nadie comprometería, mientras que si lo efectuaba en el camino, podrían ser culpados de mi desaparición los inocentes conductores de la litera."

[89]

LXXIV.

"Ud. sabe lo demás, Padre mío, á Ud. debo la vida. Le ruego nuevamente que me perdone lo que hice y lo que haga, porque la calma que ahora siento, por desgracia, no es paz, es tregua solamente."

"Bajo este hábito protector aun se subleva mi corazón."

D. Carlos calló y después de unos instantes dijo con emoción profunda:

"Sí Padre. ¡Aquella mujer era mi vida y no puedo olvidarla porque no puedo morir!"

"Este amor insensato es un fuego deletéreo, un elemento corrosivo que me martiriza sin consumirme. Ya oprimido de invencible tristeza ó agobiado por tenaz misantropía quiero huir de mí mismo y á veces pido y lloro en el templo como si me hubieran robado la última esperanza de mi salvación."

Su voz se ahogó en un sollozo y arrojándose en los brazos del anciano, apenas pudo decirle:—¿Que hago, Padre? ¿Qué hago?

El sabio Guardián que conocía maravillosamente el corazón humano, abrazó al pobre joven y permaneció en silencio esperando únicamente la acción de la Providencia.

Era ya de noche cuando los dos amigos abandonaron aquel lugar; alejándose trémulos y mudos, fueron á perderse como dos sombras á través de una calle de álamos que terminaba en la escalera del claustro.

[90]

TERCERA PARTE.

I.

El Padre José con sus atenciones y consejos había logrado salvar á su amigo de las garras de la muerte, pero muy pronto se persuadió de que no podría curarse la fiebre de su alma.

Ni el prestigio de la virtud, ni los consuelos de la religión eran bastantes para conjurar las tempestades que se alzaban en la conciencia de D. Carlos; su corazón estaba herido de muerte.

La persuasiva elocuencia de aquel anciano que leía en el fondo de las almas, se estrellaba en el loco excepticismo del joven esclavizado y consumido por la eterna melancolía de su pensamiento.

Se asombraba el Padre José de los estragos causados por aquel infortunio que destruía violentamente una existencia tan estimable.

Condolido de sus inmensos dolores, aprovechaba toda oportunidad para recordar al joven abogado, cómo había podido triunfar de sus pasiones oponiendo el perdón al agravio; haciéndole admirar la sublimidad de la virtud y el poder de los sacrificios que á veces no consuelan, pero siempre honran, terminaba de esta manera:—El amor es una quimera inagotable, que ha hecho derramar muchas lágrimas á la humanidad, ya como el ángel que abre las puertas de la gloria ó como una sier[91]pe que se enrosca en el corazón. Nuestro deber principal es saber sufrir. El hombre ultraja pero el tiempo castiga y Dios perdona á todos, Él sólo sabe su hora providencial en que descansan los corazones oprimidos y nunca se olvida de recompensar al que ha satisfecho sus deberes.

II.

Mas todo era en vano; D. Carlos, insensible á los discursos del Padre José, con el corazón frío y lastimado, guardaba silencio y sólo algunas veces, alzando su frente melancólica, respondía con estos conceptos, ya repetidos ó modificados según la intensidad de su abatimiento:—La experiencia es inútil para dirigir las pasiones. ¿De qué sirve remover las cenizas de un corazón que no puede revivir? Me estremezco sintiendo hasta qué grado de miseria puede bajar el espíritu del hombre cuando pospone el pensamiento de la divinidad al profano amor de la criatura. Yo creí que calmado el dolor vendría la indiferencia, después el olvido y el descanso; pero el amor es más grande que la muerte. A veces creo que el cielo me ha quitado la razón. De nada me ha servido acogerme á la sombra del claustro. Cuando la vida ya no tiene vaguedad no hay porvenir. La fuerza del deber y la voz de la conciencia no consiguen más que prolongar las agonías de mi alma. Estoy pasando días inútiles sobre la tierra. Mi corazón fundido en lágrimas oculta un inquieto fuego que me devora y devoraría todo lo que amo y todo lo que aborrezco. Quisiera beber hasta el fondo en la copa del olvido y no sé qué hacer ni Ud. podría decírmelo porque eso es el secreto de Dios.

Como el Padre José había conseguido la paz del corazón á costa de infortunios, no perdonaba medios para curar á D. Carlos; pensó, de acuerdo con el médico, llevarlo fuera de la ciudad, porque respirando el aire puro del campo y viendo nuevos horizontes, era de esperar que serían menos frecuentes las agitaciones de su alma.

[92]

Para el efecto preparó una estratagema piadosa y comprometedora.

Era costumbre en aquel convento enviar á los pueblos cercanos, en ciertas épocas del año, una comisión formada de dos miembros de la comunidad para conseguir limosnas que ayudaban á sostener los gastos del culto.

En días señalados partían los colectores á sus expediciones; uno de ellos, el más respetable, iba en una mula y el otro á pié; ambos llevaban rosarios, cruces y reliquias para corresponder á los donantes; á pocos días volvían con la mula cargada de comestibles y algún dinero, dispuestos á emprender un nuevo viaje.

III.

Aquella comisión era nombrada por el Guardián y desde que lo fué el ilustrado Padre José, agregó á la colección de rosarios algunos libros de lectura y doctrina para los niños.

En ese año, con gran sorpresa de toda la comunidad, el buen Guardián se nombró á sí mismo invitando á D. Carlos para que lo acompañara.

El enfermo bajó la frente y obedeció.

Cuando los colectores salieron de la ciudad, ninguno de los dos pensó en hacer uso de la mula, lo cual hubiera sido imposible porque iba cargada con un fardo que contenía, sin contar con las reliquias, una regular cantidad de ropas, libros y medicamentos, así como también algún dinero puesto por D. Carlos, á quien parecía precisarle que se agotara su capital en obras de beneficencia.

El prelado iba por delante dirigiendo la carga y á veces leía en su breviario; D. Carlos tras él meditaba y sufría.

Era la primavera, el sol de la mañana brillaba sobre la frente de los viajeros, las montañas cubiertas de verdor, los campos sembrados con plantas de diversos climas y los caminos guarnecidos por doble hilera de ár[93]boles frutales, ofrecían sombra, frescura, mirajes y armonías.

IV.

El bondadoso padre se afanaba por levantar las fuerzas de D. Carlos con el ejercicio del camino, los buenos alimentos y la contemplación de la naturaleza.

Como el objeto de aquel viaje consistía en impartir la caridad más que en solicitarla, dispusieron apartarse de los caminos nacionales y de los lugares muy concurridos para visitar solamente las pequeñas poblaciones y las cabañas de los pobres donde son más notables las necesidades y se pueden curar mejor los dolores del pueblo.

Cuando veían en la orilla del camino algún mendigo pidiendo limosna, le daban un pan y un vestido; pero si estaba enfermo lo conducían al pueblo inmediato para que fuese curado á sus expensas.

En algunos lugares que veían mujeres infelices cargadas de familia, inmediatamente les daban cartas para que sus hijos fuesen recibidos y educados en el convento; mas si entre aquellas criaturas encontraban alguna que llevara el nombre de María, experimentaba D. Carlos estremecimientos invencibles y tomaba datos de la familia y el lugar á que pertenecía, para dotarla y tenerla bajo su protección.

Aquellos agentes de la caridad disfrazados de frailes mendicantes, llegaban á las habitaciones de los labradores, se detenían en la puerta invocando el nombre de Dios y la paz entre los hombres y presentaban en silencio una alcancía que las mujeres besaban con veneración.

Después de recibir los respetos del pobre y el óbolo de la viuda, dejándoles en cambio, libros, cruces y bendiciones, continuaban su marcha; pero cuando bajo aquel techo de paja veían algún pobre viejo ó un recién nacido, regresaba D. Carlos á manifestar, que si algo[94] había dejado él ó su compañero lo cedían en provecho del más necesitado, y se retiraba con presteza.

Eso quería decir que intencionalmente habían puesto alguna cantidad de monedas en la cuna del inocente ó en el lecho del anciano.

V.

Al medio día se alojaban al pié de un árbol ó bajo alguna de esas enramadas portátiles donde se reunen los trabajadores del campo á comer y pasar la siesta; allí gustaban el banquete de la hospitalidad que aquellas pobres gentes les ofrecían con insistencia.

Terminada la comida, el Padre les leía el libro de las bienaventuranzas y D. Carlos les hacía regalos que los dejaban admirados.

Un momento después, los dos amigos desaparecían en el próximo bosque ó en un desfiladero dejando la paz y la instrucción en el alma de sus huéspedes como aquellos misteriosos caminantes que habiendo comido en la tienda de Abraham, le anunciaron la felicidad de sus descendientes.

Al caer la tarde iban á pedir un albergue á la choza del guardamonte, situada en la cumbre de una colina ó á la cabaña del pastor, que humeaba en medio de las florestas.

En todas partes hallaban cariños, atenciones y desventuras humanas.

El padre de familia se descubría la cabeza con respeto ante los misioneros y desocupaba su habitación para cedérsela, ofreciéndoles la mejor estera que tenía; las mujeres preparaban la cena y los niños se lavaban la cara para ir á besar la mano del venerable religioso que los acariciaba con paternal dulzura.

Mientras cenaban, el anciano sacerdote sentado á la luz del hogar, en medio de la familia, oía sus quejas, alentaba sus esperanzas y les contaba las historias de Ruth y de Tobías.

[95]

Cuando ya la lumbre iba extinguiéndose y los niños estaban dormidos en el regazo de sus madres, ofrecía un libro ó un vestido al jefe de la casa, y á su esposa dinero y consejos para la familia.

Por último, les daba su bendición y se retiraba para hablar con Dios en la montaña ó para buscar á D. Carlos que pocas veces figuraba en aquellas escenas porque, saciado de amargura, prefería vagar en los bosques ó permanecer inmóvil á orillas de un torrente siguiendo el profundo curso de sus sueños.

VI.

Antes del amanecer, los dos viajeros dejaban aquel hospitalario techo, bien así como esas parejas de aves acuáticas, que por las tardes del estío llegan á las granjas, pasan la noche anunciando con sus cantos la abundancia de las cosechas y al salir el sol alzan su vuelo para no volver jamás.

Cuando tenían necesidad de pasar por algún pueblo de importancia se dirigían á la iglesia donde el piadoso ministro bautizaba á los niños aconsejando la paz y la fraternidad mientras D. Carlos andaba en busca de los enfermos y los pobres.

Su salida tenían que hacerla furtivamente para no escuchar las aclamaciones de la gratitud é impedir que los detuvieran con súplicas y lágrimas.

La fama de su amable indulgencia, sus medicinas y beneficios de toda especie, circuló por muchos pueblos de indígenas.

Los enfermos iban á esperarlos por donde tenían que pasar, los dueños de las fincas inmediatas les ofrecían sus carruajes, las madres alzaban en brazos á sus hijos para que los conocieran y todos los consideraban como mensajeros de la Providencia.

Ellos á su vez, tenían que ocultarse en las selvas y en los barrancos para no ser llevados en triunfo.

[96]

Perseguidos así por las solicitudes de la miseria y las bendiciones del agradecimiento, D. Carlos sufría mucho porque en lugar del reposo y el olvido que se propuso encontrar en la soledad, se veía cargado de atenciones y aturdido por el bullicio de los que le rodeaban sin cesar.

VII.

El Guardián compadeciendo á su amigo y calculando que aquella situación produciría malas consecuencias para la salud y el crédito de ambos, un día llegó á decir á D. Carlos:—Ya no es posible la vida que llevamos; la ocupación de instruir al pueblo es el ejercicio más noble de la vida y la caridad es un oficio de ángeles; pero amigo mío, por cuanto el corazón del hombre está formado con tierra deleznable donde germinan los gusanos del pecado, el bien que vamos haciendo, quizás pudiera engendrar envidias ajenas y soberbias propias. Huyamos de aquí para ocultarnos entre las cuatro paredes de nuestra casa, que serán un baluarte contra la tentación.

Caminando de noche por sendas extraviadas volvieron á su convento.

El día que llegaron fatigados y cubiertos de polvo, á todos extrañó que no hubieran cumplido su misión porque no presentaban las importantes limosnas que otros padres habían llevado en iguales casos y aun la mula que debería cargarlas, la regalaron á un caminante porque vieron morir de cansancio á su caballo.

Pero D. Carlos tuvo cuidado de que apareciera en la colecturía del monasterio una gruesa cantidad de dinero como producto de la expedición.

Poco tiempo después, observando el Padre José que si bien D. Carlos no sanaba, por lo menos el mal había detenido sus progresos, dispuso hacer otra excursión por lugares en donde no fueran conocidos; pero ese viaje no tuvo efecto á causa de varios sucesos inesperados.

[97]

VIII.

Una tarde se había colocado el celoso Guardián en el confesionario para oir á varias señoras que lo esperaban, cuando entró en la iglesia un viejo inválido, tembloroso y macilento como si saliera de un hospital.

Iba cubierto de harapos, apoyándose difícilmente en una gruesa caña con la que golpeaba el suelo á cada paso.

Sus ojos dirigían miradas recelosas por todas partes, la barba le temblaba y su frente parecía inclinarse bajo el peso de una maldición.

Llegando al confesionario, se dejó caer de rodillas y exclamó:—¡Padre, Padre, yo quiero confesarme porque me muero de dolor y desesperación! Pero antes necesito hablar á solas con Ud. por fuera de la iglesia, para decirle muchas cosas y llorar...... y dar de gritos......

El Padre, condolido de aquel septuagenario que apenas podía hincarse, lo levantó diciéndole con persuasiva benevolencia:—Calma, hermano, calma; para todo hay remedio si confiamos en Dios.—Tomándolo del brazo, lo condujo á un rincón del atrio, en donde había unas grandes piedras y lo invitó á sentarse á su lado.

El viejo mendigo, luego que pudo calmar su agitación, habló sin más preámbulos:—Yo me llamo Sebastián Gutiérrez, fuí criado de D. Carlos Miranda cuando él era niño; ahora que estoy seguro de que vive desgraciado y enfermo en este convento, vengo á suplicar á Ud. me permita verlo, pues mi amo se encuentra así por causa de una mujer que......—Basta,—dijo el Padre José interrumpiéndole:—Todo lo sé y como no puedo negar que aquí se oculta el Sr. D. Carlos, manifiesto á Ud. que tiene la resolución de no ver más que á las personas de la casa y no quiere saber cosa alguna que pueda recordarle sus desgracias.

[98]

IX.

Después de unos instantes de silencio, en que Sebastián temblaba y palidecía, el Guardián tomando con una mano su venerable barba, añadió:—Si Ud. tiene algo que confiarme respecto á su propia conciencia......

—Sí, Padre, mi conciencia me pesa y me acusa,—clamó Sebastián con los ojos llenos de lágrimas,—Ud. puede saber lo que le habrá contado mi amo, pero no lo que ha pasado después. Yo no he sido bueno como él; queriendo vengarlo cometí un crimen y no se borra todavía de mis manos la sangre que derramé; por eso vengo á pedir á D. Carlos me perdone y me permita servirlo durante la poca vida que me queda: si Ud. no puede permitirme que le hable, déjeme siquiera que lo vea de lejos y que viva cerca de él, aquí, en la calle........ Impóngame un castigo, mándeme á la cárcel, pero escúcheme.

—Hable Ud., hable Ud.—repuso el Padre cruzando los brazos é inclinándose para oir al mendigo, cuya voz espiraba en el fondo de su pecho lastimado.

Sebastián exhalando un hondo lamento se expresó de esta manera:

"Cuando yo vine de mi tierra fuí á servir á la casa de su padre de D. Carlos, que me quiso mucho y decía que, aunque tonto, era yo muy honrado y me confiaba su dinero lo mismo que su hijo para que los cuidara."

"El día que fusilaron á mi buen Señor porque había sido General de los insurgentes, lloré por él como por mi padre y me quedé pasando trabajos con el niño; pero después la Señora me pagó muy bien; por eso D. Carlos me quería y yo también lo amaba como si fuera mi hijo, lo cuidaba mucho y cuando se fué á Europa quiso llevarme, pero no se lo permitieron."

"El niño mi amo tenía un tío muy malo y una novia muy bonita que se llamaba María Luisa."

[99]

Al pronunciar Sebastián estas últimas palabras se dirigieron ambos ancianos una mirada de inteligencia y de tristeza.

X.

El mendigo siguió hablando con más calma:

"Mientras D. Carlos estudiaba en Madrid, murió la Señora su mamá y pronto supimos que ya él se había casado y no regresaría."

"María Luisa y yo, que tanto llorábamos por la Señora y su hijo, éramos mal vistos por el tío D. Juan, quien un día me despidió de la casa por haber defendido el honor de aquella pobre muchacha."

"No pudiendo yo ir á España en busca de mi amo, como eran mis deseos, hice contrato de servir á un maestro de obras, que me llevó á Michoacán y con él aprendí el oficio de albañil."

"Allí pasé algunos años y cuando ya me sentía rendido por el trabajo y los pesares, me llamó un Señor á quien le había construido una casa y me dió mil pesos diciéndome que me los mandaba D. Carlos."

"Hasta entonces supe que mi buen amo se hallaba en México y no se había casado."

"Al verme dueño de aquella cantidad dije para mí:—¿De qué me servirá tanto dinero habiendo encontrado á D. Carlos? Voy á devolvérselo y me quedaré en su casa siquiera de portero; él me mantendrá en los últimos días de mi vejez."

"¡Ay Padre! Sólo han pasado seis meses desde el día que tomé camino para México llevando mis sesenta onzas de oro."

"Desde entonces he sufrido muchas penalidades; todavía no era cojo, ni manco, ni tan viejo como estoy ahora."

"Sin pensar en que muy pronto debería pedir limosna de puerta en puerta, entraba en la Capital muy contento porque pronto iba á ver á mi amo, cuando unos salteadores me quitaron el dinero y me dieron muchos palos."

[100]

XI.

"Desnudo y lastimado llegué á la casa de D. Carlos con la esperanza de hallar recursos y consuelos; pero en el zaguán sentí que las fuerzas me faltaban y caí al suelo escuchando á un criado que me dijo:—Esta casa es de D. José López, su antiguo dueño D. Carlos ha muerto en Oaxaca."

"En cuanto volví en mí, pensé que estaba soñando, pero seguro de la realidad, quise luego venir para ver el lugar donde había muerto mi amo y pasar cerca de su sepultura los días que me quedaban de vida; mas no tenía con que hacer un viaje tan largo por lo cual comencé á trabajar como simple jornalero."

"A pocos días supe que un Señor de Guatemala volvía para su tierra y necesitaba un criado; luego fuí á ofrecerle mis servicios que aceptó, prometiendo pagarme bien y dejarme en Oaxaca."

"La noche anterior á nuestra partida me llevó á su casa para que lo despertase temprano y luego mandó que me dieran de cenar."

"Mucho gusto y dolor tuve al mismo tiempo, mirando que la cocinera de aquella casa era la misma Josefa que servía en la de D. Carlos cuando me corrió su tío."

"Luego me conoció y me dijo llorando:—¿Qué le parece á Ud. de la muerte del niño?—y en seguida me dió cuenta de todo lo que había pasado mientras yo viví en Michoacán, comunicándome que María Luisa y los otros criados fueron despedidos, la Srita. Carolina entró en un colegio y nadie volvió á tener noticia de D. Carlos hasta después de algunos años que regresó de Madrid hecho un caballero. Cuando encontró á María Luisa, viéndola que se había desgraciado y andaba en mala vida, la recogió, la puso en una casa muy buena, la dió mucho dinero y la tenía como si fuera su hermana.—No me lo crea Ud., tío Sebastián,—añadió la Josefa en[101] voz baja:—esto que voy á decirle lo he oído en el mercado cuando hago mis compras; unos cuentan que ya estaba D. Carlos para casarse con María, otros que se había casado en secreto con ella; el caso fué, que una noche la encontró con un hombre y al día siguiente se fué para Oaxaca donde murió, pero algunos han dicho que se mató en el camino. El mozo de su jardín y el sereno de la esquina cuentan que aquella noche anduvo corriendo en la calle, sin sombrero, como si estuviera loco y yo he oído decir al Señor de esta casa, que D. Carlos se metió á fraile, disgustado por una inconsecuencia que le hicieron en el Gobierno, pero la verdad sólo Dios la sabe."

XII.

"Cuando Josefa me decía todo ésto, sentí que me temblaban las piernas y se me movía el pelo de la cabeza."

"¡D. Carlos tan bueno y tan decente, burlado por una mujer canalla, se había muerto de pesar ó se había matado de vergüenza y hasta en la plaza se contaba su deshonra!"

"En el acto juré matar á María Luisa y á cuantos tuvieran la culpa de lo sucedido; pero ya tenía yo el compromiso de caminar al día siguiente y pensé que sería mejor venir á Oaxaca para persuadirme de que D. Carlos ya no existía ó hablar con él si era verdad que se hallaba en un convento como dijo aquel Señor."

"En esa noche nada pude dormir; después el camino me pareció muy largo y sólo pensaba en la venganza."

"Cuando me ví en esta ciudad, dejé al Señor de Guatemala y me dirigí al Panteón para buscar el sepulcro de D. Carlos, pero no lo hallé."

El viejo mendigo calló unos instantes para tomar aliento, porque le faltaba la respiración.

Las lágrimas le caían mojando sus harapos; llevándose la mano á la frente como para evocar recuerdos y detener la anarquía de sus ideas, continuó:

[102]

"El guarda del campo santo me dijo que sin duda mi amo había sido enterrado en alguna iglesia. Yo no me conformé y volví al día siguiente, pero como no sé leer, fuí antes á una escuela donde pagué porque me pusieran en un papel, repetido con diversas formas de letra, el nombre de D. Carlos Félix de Miranda."

"Varios días pasé cotejando las letras de mi papel con las de todos los sepulcros y nada conseguí; después anduve registrando los suelos de las iglesias, pero también sin resultado alguno."

"Fuí al curato, pagué porque me leyeran el libro donde apuntan á todos los que se mueren y tampoco estaba el nombre que yo pedía."

"No quise ni pensar en que mi amo estuviera enterrado fuera de la iglesia y sin lápida como sepultan á los que se matan."

XIII.

"Acordándome de lo que sabía Josefa, recorrí los conventos y como á los pobres todo les cuesta, seguí pagando á jardineros y sacristanes para que me dijeran los nombres de los religiosos."

"Cuando vine á revisar los sepulcros de esta iglesia y entré al convento, fuí recibido bien, pero al preguntar á un lego por el Sr. D. Carlos, me dijo que había prohibición de dar noticias de lo que pasaba en la casa y me ordenó que saliera."

"Desde aquel día mi corazón empezó á decirme que aquí estaba D. Carlos."

"Siguiendo á visitar conventos y buscar sepulcros, andaba yo como si estuviera loco y sentía envidia al ver muchas gentes que llegaban á la iglesia, se arrodillaban y muy pronto salían consoladas."

"Después de ocho días perdí la esperanza y me disponía para volver á México, preguntando en los pueblos del tránsito si había muerto D. Carlos en el camino; pe[103]ro una tarde, al entrar en esto atrio, mire al pié del campanario un grupo de limosneros y muchachos que haciendo ruido, se agachaban y reñían.—A mí me tocó un real.—decía uno.—A mí una peseta.—contestaba el otro."

"Cuando llegue á la puerta del templo, sentí caer á mis piés un peso que recogió una pobre anciana, ésta empezó á disputar con otra que no había podido tomarlo y aquella me habló diciendo:—Ud. dirá, Señor, ésta quiere cogerse el peso habiéndolo tirado para mí un padre muy bueno que sale todos los viernes á dar limosna por el campanario."

"Antes de que acabara de hablar levanté la frente y miré que asomó la cabeza en el balcón de la torre y la ocultó luego el mismo D. Carlos."

"Entonces tuve placer y miedo creyendo que miraba á un muerto; sin saber qué haría, entré á la iglesia y me dejé caer al suelo como si estuviera ebrio."

XIV.

"¡Había encontrado á mi amo y no fué mentira lo que me contaron! ¡Era desdichado y por eso se ocultaba de todos, hasta de los pobres limosneros!"

"Sintiendo nuevamente grandes deseos de vengarlo, en esa misma noche me fuí para México."

"Luego que llegué ví á Josefa, quien me aseguró lo que antes había dicho; hablé también con el jardinero y el criado de D. Carlos; ambos me contaron cosas horribles."

"Así como el que quiere casarse pasa frecuentemente por la casa de su novia, yo hacía otro tanto con la de María Luisa."

"Ella vivía en una casa de altos muy bonita y cuando me vió pasar no pudo ó no quiso reconocerme."

"Desde luego procuré informarme de su vida, medí la altura de sus balcones y entablé amistad con sus cria[104]dos, los cuales me dijeron que permanecía encerrada y tenía relaciones con el hijo del panadero dueño de la casa de enfrente."

"Pocas veces la veía y me alejaba de ella no tanto por temor de que me conociera, como por la repugnancia que me causaba."

"Siempre iba vestida de negro y cada vez la encontraba más pálida y enferma."

XV.

"Por fortuna, junto á la panadería y casi frente á los balcones de María Luisa, estaban construyendo una casa, en cuya obra me coloqué de segundo maestro."

"Como trabajaba diariamente sobre los andamios, podía ver con facilidad la casa de María, medir su altura y conocer los lugares por donde pudiera entrar á matarla."

"De noche continuaba pasando para ver quién entraba y salía de la casa, pero siempre veía la puerta cerrada."

"Discurrí conquistar la confianza del sereno encargado de cuidar la calle, quien, como era joven y paseador, me dejaba su capote y su linterna; yo hacía la guardia pasando y repasando por la calle ó fingiéndome dormido en la puerta de María Luisa."

"Disfrazado de aquel modo pude notar que á las once de la noche salía de su casa el panadero y cuando nadie pasaba, se dirigía á la de María Luisa, franqueando la puerta con su llave; casi siempre no salía de allí hasta poco antes del amanecer."

"Convencido de la verdad dejé de hacer mis guardias algunas noches, porque me dediqué á sacarle filo á un gran puñal que me vendieron en la mercería donde compraba herramienta para la obra."

"El extranjero á quien lo pedí me dijo:—¿Para qué quiere Ud. este cuchillo de monte, tío Sebastián?—Y yo creyendo que en la cara me había conocido mis in[105]tenciones, le contesté:—Para cortar dos cabezas de viga que ya estorban en los andamios.—Esto servirá mejor para cortar dos cabezas de gente.—replicó. Entonces salí corriendo de la tienda como si me hubiera robado el cuchillo."

"Después de algunas noches de trabajo, mi arma ya tenía filo por ambos lados y cortaba como navaja de barba; sentía yo por ella mucho cariño y la guardaba debajo de mi almohada mientras dormía."

"Por fin, una noche que salió la criada de María Luisa y no cerró la puerta, entré cautelosamente á la casa y me oculté tras de los macetones que había en el patio."

"Cuando dieron las diez sentí que bajaron á echar la llave y apagaron los faroles."

XVI.

"Pasado un rato llegó el hombro aquel y después de correr el pasador, se dirigió á la escalera en medio de la obscuridad con la firmeza del que sabe por donde anda."

"Yo me quité los zapatos para no hacer ruido y subí tras él tocando los escalones con las manos porque nada veía."

"Cuando llegó á empujar la puerta de la sala ya íbamos casi juntos y no me había sentido; la puerta se abrió y pude ver á María sentada en un sillón cerca del piano."

"El joven se precipitó hacia ella que iba á pararse tendiéndole los brazos; entonces le dí tal puñalada por la espalda que lo arrojé sobre María; ella cayó en el sillón dando un grito, él rodó muerto á sus piés y yo corrí persuadido de que á los dos había traspasado el puñal."

"Con la llave que había quedado puesta por dentro, cerré la puerta de la calle y me oculté tras de los escombros de la casa donde trabajaba; pero luego sentí mucho miedo y corrí para la mía."

[106]

"Por supuesto que nada dormí porque me parecía que ya me buscaba la justicia."

"En cuanto amaneció me dirigí á la obra hipócritamente y subí á los andamios para ver lo que sucedía en la otra casa; mas todo se hallaba en silencio."

"Poco después miré con gran sorpresa, que salió al balcón la madre del joven que yo había matado."

"Me figuré que habiendo quedado herido, estaría curándolo su mamá; pero la Señora se divertía muy tranquila con los que pasaban por la calle y su semblante no denotaba cuidado alguno."

XVII.

"No pudiendo ya sufrir la curiosidad que me agitaba y el viento frío de la mañana, dejé mi trabajo y entré á la panadería con pretexto de comprar pan."

"—¿Ya sabe Ud. lo que pasa, maestro Sebastián?—me dijo el dependiente."

"—¿Qué, ha pasado algo?—le pregunté mirándome la ropa, pues en aquel momento advertí que pudiera tener alguna mancha de sangre."

"El muchacho me contestó:—Que la maldita mujer, esa que vive enfrente, hacía tiempo que llevaba relaciones con el hijo del patrón y anoche lo asesinó; pero ya se la llevaron á la cárcel. Ud. dirá: cerca de la media noche salió al balcón diciendo á gritos que había entrado un hombre para robar y matar á todos; pero eso no es cierto; las criadas han declarado que nadie pudo entrar porque habían cerrado con llave. Ya la esposa del maestro está en posesión de la casa; dice que se la tomará en pago de los daños y perjuicios."

"El pan que yo comía se me detuvo tanto en la garganta que ya no pude hablar y salí de la tienda."

"Como tenía frío y miedo, fuí á tomar un vaso de aguardiente y seguí trabajando."

"Estaba yo poniendo la última piedra de la cornisa[107] superior; desde allí pudo ver á la señora panadera entrar y salir al balcón y andar por las piezas como si estuviera en su casa."

"De repente bajó y parada en la puerta de la panadería, empezó á decir muchas maldiciones contra María Luisa."

"A todas sus conocidas que pasaban las detenía para contarles lo que llamaba el caso, las invitaba á que viesen la casa que ya consideraba suya, ponderándoles el valor de sus muebles y decía manoteando:—Afortunadamente me ha quedado una buena finca porque para eso tiene uno hijos."

XVIII.

"Indignado contra la infame á quien más preocupaban los espejos y candiles que la muerte de su hijo, me ví tentado de aplastarla tirándole un trozo de cornisa, pues precisamente la puerta de su tienda quedaba al pié de un andamio."

"En esos momentos sentí que la bebida ya estaba descomponiéndome y al voltearme para oir mejor lo que decía la panadera, puse un pié en el vacío y caí sobre aquella mujer, sin hacerle gran daño por pura casualidad."

"Al verme tirado dijo gritando:—¡Jesús me valga! ¡Otro muerto! ¡Hoy es el juicio final!"

—¡Justicia de Dios!—Murmuró el Padre José moviendo la cabeza.

"Yo no perdí completamente los sentidos,—continuó Sebastián,—miraba y oía sin poder hablar ni moverme y soportaba fuertes dolores en un brazo y una pierna."

"Ya ve Ud., Padre, que Dios me castigó tan pronto como lo merecía."

"Mientras bajaban mis compañeros á socorrerme, pasó una señora que me conocía y habló por mí á la panadera diciendo:—¡Pobre maestro Sebastián! ¿No quiere Ud. que lo llevemos á su casa mientras vienen por él?"

[108]

"¡No lo permita Dios!—Contestó la mala mujer apretándose la cabeza,—si acaba de morir mi hijo y no quiero estorbos en mi casa nueva. ¿No ve Ud. que se mancharían las alfombras?"

"Inmediatamente me condujeron al hospital."

"Allí por desgracia, ví el cadáver del joven que había matado; estaba en el corredor, tendido sobre una mesa de piedra muy limpia y para más tormento mío, me colocaron en una sala cuya puerta se abría frente á la piedra, por lo que no dejaba yo de ver al muerto."

XIX.

"Pronto llegó el médico seguido de varios estudiantes, que sin hacer aprecio de mis quejidos, rodearon al cadáver y le introdujeron un fierro en la herida; hablaron muchas palabras de medicina y dijeron que el puñal de María Luisa debería ser más que un sable."

"Después platicaron iniquidades de aquella pobre mujer y refirieron otros hechos de su mala conducta que yo no sabía."

"Respecto al muerto aseguraron, que á pesar de ser criollo, estaba bien formado y que había sido un tonto."

"Después de hacer pedazos al muerto y cuestionar sobre cada intestino y cada ojo que le sacaban, lo pusieron en una tabla para llevarlo al panteón, sin que su familia se viera por allí."

"Yo había recobrado el habla, pero volví á perderla cuando aquellos señores llegaron á martirizarme; todos me apretaban el brazo roto; unos decían que sería preciso cortarlo y otros que no."

"Ya tenían puestos junto á mí muchos fierros, que me horrorizaron porque algunos eran como mi puñal, cuando sonó una campana y se fueron diciendo que volverían después de cátedra."

"Tres meses viví en el hospital desesperándome con mis dolores y oyendo diariamente que iban á cortarme las piernas y un brazo."

[109]

"Mi consuelo único era el dueño de la casa donde había trabajado, que me remitía un peso cada semana."

"Los remordimientos me hacían padecer más que la enfermedad; todas las noches creía ver al muerto sentado en mi cama y la sombra de D. Carlos que pasaba junto á mí reprochando mi maldad."

El mendigo se vió precisado á suspender su narración para secar el llanto que involuntariamente derramaba y luego prosiguió:

"Por fin se contentaron los doctores con dejarme la pierna encogida y el brazo seco."

XX.

"Luego que salí del hospital, fuí á dar las gracias á mi protector, diciéndole que ya no recibiría lo que me daba porque tenía con qué vivir, lo cual no era cierto, pero me avergonzaba de aceptar aquel socorro, pues no me había inutilizado en su servicio, sino por la embriaguez y la malignidad."

"Solo, enfermo y mutilado, no me quedó más recurso que tomar este oficio de limosnero en que voy acabando mi pobre vida."

"Al encontrarme entre los grupos de mendigos que ciertos días se apiñaban en las puertas de los ricos, recordaba la época en que mi amo era un niño y yo iba con él á repartir la limosna."

"Entonces me entristecía mucho, deseando con todo mi corazón llegar á Oaxaca, siquiera para ver á D. Carlos y morir."

"A efecto de obtener lo que debiera gastar en el viaje, me resolví á pedir mucho, comer poco y guardar todo lo que me dieran en monedas."

"Sentía frío y temblor de cuerpo cuando pasaba por la casa de María y de pronto no quise tomar informes de su situación; mas para poder dar á D. Carlos alguna noticia, si me la pedía, me atreví á preguntar en la cárcel por la prisionera, diciendo ser su tío."

[110]

"El alcaide me dijo que había salido en libertad, pero estaba muy enferma; entonces una de las presas oyendo mis preguntas, gritó tras de la reja:—¿Quién? ¿La matona? Buena alhaja de sobrina tiene Ud.; después que quiso darse importancia con nosotras, porque somos pobres, como todo se paga en esta vida, cuando se le acabó su riqueza y tuvo tal enfermedad que ni se puede decir, nos pedía por amor de Dios que le pasáramos un vaso de agua."

"Yo estaba confundido y el alcaide agregó:—En efecto, se fué muy enferma y pobre, pues una de sus casas la dejó á la familia del difunto para que retirara su acusación y la otra tuvo que venderla para pagar las costas del juicio. Además, ella dijo que lo restante se lo tomó no sé quién; el caso es que ahora tiene que andar pidiendo limosna."

XXI.

"Al salir de allí rogué á Dios no permitiera que llegase á ver á María, considerándome responsable de tanta desgracia; mas no tardé mucho en hallarla porque siendo ambos limosneros debíamos encontrarnos en el mismo camino."

"Cierto día, entrando en una de las casas donde me socorrían, la ví que llegaba cojeando."

"Estaba muy negra, sucia, encalvecida y más inválida que yo; tenía los ojos hundidos, demasiado salientes los huesos de la cara y á cada paso que daba repetía una queja ó una maldición."

"En la frente y á un lado de la boca mostraba unas llagas muy feas como si le saliera por el rostro la lepra de su alma corrompida."

"Con el rebozo hecho pedazos y llevando en el brazo un canasto también roto, exhalaba un aire pestilente al grado de que los mismos mendigos huían de ella y la llamaban por sus antecedentes La matona."

[111]

"Despreciada por las mismas gentes despreciables, era tan infeliz, que yo aborreciéndola, llegué á sentir compasión al verla que apenas podía recoger lo necesario para vivir."

"Un día busqué al señor que me había favorecido en el hospital y volví á pedirle el peso de cada semana, diciéndole que había otro más desgraciado que yo á quien quería socorrer. Aquella limosna se la enviaba á la pobre María con otro mendigo porque yo no quise mirarla de cerca."

XXII.

"Cuando la veía sentada en la puerta de una iglesia ó en la esquina de un portal, causando asco y sufriendo que todos huyeran de su lado, se me figuraba una de esas viejas aves de rapiña que después de haber chupado la sangre de animales incautos, viven abandonadas sobre una roca y se mueren de hambre en los muladares."

—¡Castigo del cielo!—Exclamó el Padre, y el mutilado tomando aliento, concluyó:

"Como María es joven y solamente por los pesares y la enfermedad estaba consumida, muy pronto se reparó cuando ya tuvo algo con que alimentarse y vestirse."

"Al poco tiempo noté que sus llagas desaparecieron, se le compuso el color, le creció el cabello y dejó de pedir limosna."

"Ya no quise saber más de aquella pobre mujer y me disponía para venir á buscar á D. Carlos, cuando una tarde al pasar por la taberna que hay frente al cuartel de caballería, oí la voz de María Luisa y me detuve."

"La desdichada disputaba con un soldado borracho que la decía insolencias é intentaba pegarle forcejeando con otros que se lo impedían."

"Luego conocí que aquel hombre tenía para ella derechos de marido ó de verdugo, porque cuando se calmó,[112] le dijo María:—Vámonos á mi casa para que no estés aquí escandalizando.—Y salió con él tomándole el brazo."

"Lo que llamaba su casa era una accesoria que no distaba del cuartel. Sentado yo en la banqueta, no lejos de la puerta, tuve por última desgracia que oir ruidos de llanto y golpes, que salían de aquel cuarto; luego se abrió la puerta y el soldado bárbaro salió á la calle arrastrando de las trenzas á la infeliz, que daba gritos y golpeaba el suelo con la frente."

"Entonces ocurrieron algunos hombres de la pulquería y del cuartel."

"Un jefe mandó al soldado á la cárcel y unos borrachos cargaron con María Luisa en dirección al hospital."

"¿Para qué deseaba yo más venganza? Había visto á la desgraciada bajar de sus salones á los calabozos, luego comer de limosna, después vivir en un cuartel y al fin caminar para el hospital."

XXIII.

"Me alejé de allí como si estuviera loco; no sabiendo qué hacer, tomé el camino de Oaxaca."

"Y aquí estoy, Padre, con mis dolores y mis remordimientos. Ahora, Ud. castígueme ó avísele á la justicia; pero que no lo sepa D. Carlos; ya he pensado que no soy digno de llegar á su presencia; sólo quiero verlo de lejos y morir donde él está. Ud. que es bueno pídale á Dios que me perdone."

Estas últimas palabras las pronunció Sebastián hincado, gimiendo y bajando la frente hasta tocar las rodillas del anciano prelado.

Después de largo rato en que hablaron con voz muy baja, dijo el Padre al afligido pordiosero:—Vaya Ud. en paz; yo creo que no estará lejos el día que pueda permitirle abrazar á D. Carlos; entre tanto quedará Ud. bajo la protección del convento.

El pobre inválido se levantó sereno y consolado, co[113]mo el paralítico de la Piscina cuando escuchó la voz del cielo que le dijo: Levántate y anda.

Desde aquel día quedó Sebastián como mandadero del monasterio; pero sin poder pasar adentro, comunicándose únicamente con el Padre José.

D. Carlos apenas se dejaba ver por el claustro, pasaba como una sombra, su acento sólo se oía en la iglesia cuando exhalaba plegarias y quejidos arrancados de la profundidad de su tristeza.

Vivía más retraído que nunca, pensando solamente cómo distribuiría su fortuna en provecho de los necesitados.

Esta idea pudo realizarse con oportunidad durante las plagas que asolaron á Oaxaca por aquel tiempo.

XXIV.

Un día llegó Sebastián muy agitado y dijo al Padre José palideciendo:—El cólera está en México, acaban de contármelo.

—Ya era tiempo.—contestó el Guardián con su habitual serenidad.

Y no pasaron muchos días sin que llegara el azote de Dios á las fronteras de Oaxaca.

Según los datos adquiridos por un sabio de aquella época, la peste salió de la India Oriental á principios del siglo y empleó diez y seis años para recorrer una extensión de cinco mil kilómetros de Norte á Sur y catorce mil seiscientos de Oriente á Poniente, invadiendo con sus horrores mil cuatrocientas poblaciones y arrebatando cuarenta millones de individuos.

Como un conquistador irritado, atravesando mares y montañas, llegó á México el mensajero de la muerte, armado con su terrible guadaña y seguido por un ejército invisible de microbios devoradores.

El cielo se cubrió con nubes color de plomo, la atmósfera saturada de gases mortíferos estaba tibia y[114] amarga, el hombre inclinó la frente con pánica tristeza bajo tan inmenso castigo y la eternidad abrió sus puertas para recibir á las víctimas.

El cólera-morbo, como chispa eléctrica, pasaba de un pueblo á otro haciendo destrozos; terrible mónstruo arrojado sobre un rebaño indefenso, atropellaba, hería, devoraba y desaparecía, para volver acaso más hambriento.

En ocasiones acometía sólo al más cobarde olvidando al valiente ó pasaba sin dañar á los pequeños llevándose á los poderosos; cuando parecía saciarse y adormecerse, despertaba repentinamente para matar al que había dejado herido.

XXV.

Cuando el cólera se apareció en la infeliz Antequera, por todas partes se veían semblantes pálidos y puertas cerradas.

Los cobardes y los creyentes iban temblando á la casa del médico y á la casa de Dios, mientras que los espíritus fuertes se ocultaban en las suyas para temblar también.

Las campanas tocaban á muerto con triste clamoreo.

El Viático era llevado de puerta en puerta; muchas casas quedaron deshabitadas, en otras sólo se oía rezar el oficio de agonizantes y en las bocacalles reuníanse los cortejos fúnebres para seguir el camino del panteón.

Tres golpes de una campanilla y el eco de una voz imperiosa que gritaba: El carro, anunciaban á los pobres el penoso deber de abandonar en un inmundo carretón los cadáveres de sus padres ó de sus hijos para que fuesen arrojados y confundidos en la fosa común de los coléricos.

Las boticas y las iglesias estaban llenas de gente y la voz del púlpito recordaba el juicio de Dios.

Los viciosos se arrepentían, los deudores pagaban y los infieles pedían perdón.

[115]

Los padres de familia como generales en día de batalla, veían caer á su lado y morir uno á uno todos sus hijos, hasta que rodaban ellos mismos heridos mortalmente.

Dos amigos se aplazaban en la noche para verse al día siguiente y antes del amanecer estaban en la eternidad.

Los médicos iban y venían pudiendo trabajosamente acudir á los llamamientos de todas partes y los agentes de policía eran pocos para contar las víctimas.

El primer caso de cólera que se supo en el monasterio fué el de Sebastián, que albergado en la casa de un amigo del Padre José, pudo salvarse, aunque su enfermedad fué muy larga por haber sido también atacado de fiebre á causa de sus alucinaciones y remordimientos.

XXVI.

Desde luego el anciano Guardián dejó su autoridad en manos de otro Padre, y D. Carlos, aunque cansado y enfermo, consumó un sacrificio más, resolviéndose á salir de su retiro con riesgo de que conociera el mundo su existencia y sus desgracias.

Los dos amigos organizaron un plan de servicio y protección á los coléricos.

El departamento más amplio del monasterio, quedó convertido en hospital y una botica recibió los fondos suficientes para despachar las medicinas que pidiesen los pobres.

Sin temor al contagio, el joven y el anciano andaban día y noche por los barrios más distantes visitando á los infelices apestados.

El Padre llevaba un libro, y su compañero una caja con medicinas; el primero daba consuelos y esperanzas; el segundo remedios y monedas; el uno hablaba de Dios y de la eternidad y el otro prometía á los moribundos recoger á sus padres decrépitos y á sus hijos abandonados.

[116]

El religioso era visto por el pueblo como enviado de la Providencia, y el Padre Félix, como todos le llamaban, fué declarado un médico excelente.

El nuevo hospital se llenaba con los enfermos que recogían sus activos fundadores y los que iban de todas partes, resultando sorprendentes las curaciones debidas á los cuidados y los gastos que se prodigaban.

Los pobres, los huérfanos, los enfermos y los miedosos que aun no estaban atacados de la peste, ocurrían en grupos al convento como lugar de refugio.

XXVII.

A toda hora y de todas partes, incluyendo las casas de los ricos, eran llamados aquellos ministros de la beneficencia, no siempre para curar el mal inevitable, pero sí para decir una palabra consoladora en el umbral de la tumba.

Así trascurrieron algunas semanas y el cólera seguía, pero la cólera del cielo no estaba satisfecha; la ciudad culpable necesitaba para su expiación otra pena más, que no fué tan grande pero igualmente aterradora.

Vino la guerra con sus venganzas y sus horrores; ese vértigo de sangre y de furor, esa lucha insensata con que Dios ha castigado á la descontenta humanidad, desde los tiempos de Caín y de sus hijos.

Un cañonazo disparado del cerro de la Soledad, al anochecer de un día lluvioso, anunció que había llegado la hora de la matanza.

Cerrábanse las puertas de las tiendas y las casas, hombres y mujeres corrían para ocultarse donde les era posible, los clarines tocaban generala, los empleados civiles y militares se dirigían al fuerte de Santo Domingo y prontamente quedaron las calles desiertas y los mercados vacíos.

Sólo se oía el ruido de las armas de algún ayudante de órdenes, que pasaba violentamente y el andar preci[117]pitado de los que conducían al campo santo el ataúd de algún colérico, no de otro modo que si huyera la muerte de la muerte misma.

Poco después dejóse ver desde las azoteas el ejército sitiador, que compuesto de algunos batallones, avanzaba sobre la ciudad por el lado del Oeste, compacto, silencioso y brillante como una gran serpiente de colores con escamas de acero.

XXVIII.

Las revoluciones que no tienen por objeto libertar á un pueblo, son abortos de la falsa política y el malestar de la sociedad.

En su infancia las naciones lo mismo que los individuos, cometen lamentables locuras; detestan hoy lo que adoraron ayer y vuelven á pedirlo para después abandonarlo.

Como resultado de las desgracias inseparables á la emancipación de los pueblos, se forman partidos poderosos é intransigentes, que de más ó menos buena fe defienden sus principios con encarnizamiento, y de la terrible contienda entre las ideas y las pasiones, á veces resultan inocentes las víctimas é inocentes los verdugos, pero casi siempre se menoscaban las costumbres ó la integridad nacional.

En la noche de las revoluciones aparecen militares ávidos de gloria, y políticos sin experiencia que se precipitan desde la cumbre de las teorías, proclamando excelentes principios los cuales puestos en práctica suelen producir consecuencias funestas; entonces la civilización se atrasa y se empequeñecen los destinos de la patria.

Y más todavía; por una inevitable fatalidad, como esas rocas incandescentes que salen de los volcanes, surgen del caos revolucionario espíritus fogosos y extraviados, que ateos en política ó fanáticos en religión,[118] destruyen las mismas instituciones por las que arriesgan su vida.

Ellos y no el pueblo son los que con afán turbulento hacen chocar las ideas contra los hechos y representan dramas salvajes de pasiones y miserias, en cuyo desenlace aparece la libertad salpicada de sangre y heridas mortalmente las creencias de los corazones.

XXIX.

En aquella época el ilustre poeta Lamartine pintaba el estado político y social de la Francia en estos términos:

"...... Al principio no fué más que un combate; bien pronto siguió una ruina; el polvo de esta lucha y de esta ruina lo ha obscurecido todo y no se ha sabido ni por qué, ni en qué terreno, ni bajo qué bandera se combatía. Se ha hecho fuego como en la obscuridad de la noche, contra los amigos y contra los hermanos; las reacciones han seguido á la acción; los excesos y los crímenes han mancillado á los partidos de todos colores; los hombres han abandonado con horror la causa que el crimen suponía servir y que la perdía como las pierde todas; se ha pasado de un exceso á otro y los movimientos tumultuosos no se han comprendido mejor que las vicisitudes de la batalla. Todo era confusión y desorden; todo era triunfo y derrota, entusiasmo y desaliento."

Esta era también la situación convulsiva y tumultuaria de México.

El pueblo que había obtenido su libertad improvisando héroes y ofreciendo mártires, ansioso de luz y de progreso, se levantó en actitud revolucionaria sin saber cómo constituirse.

Lleno de odio por lo antiguo y amor á lo desconocido, pidiendo derechos y olvidando deberes, llegó á los límites del despotismo después de haber desgarrado sus libertades.

[119]

XXX.

Los elementos sociales permanecían confundidos, todos los ciudadanos querían mandar y nadie obedecer.

Corazones mezquinos y cabezas extraviadas, conducían á las ciegas multitudes por falsos caminos en busca de ideales impracticables.

Adoptábanse todas las formas posibles é imposibles para dirigir al pueblo, desde el gobierno de hecho emanado de un motín, hasta el imperio absoluto y desde la constitución más liberal, hasta el reinado del terror.

Dos partidos iracundos se habían retado á muerte; uno queriendo cambiar el régimen estacionario del pasado, reclamaba derechos y reformas; el otro, cansado por una libertad tempestuosa, pedía un gobierno central, como el náufrago que se agarra de una tabla de su bajel despedazado.

Cuando uno de los contendientes poseía la Capital, dictaba leyes y hacía tratados internacionales, mientras el otro, merodeando en los Departamentos, asechaba tenazmente á su enemigo para derribarlo y ser derribado á su vez.

Por una parte la reacción conservadora y por otra el enciclopedismo revolucionario, dividieron largo tiempo la nación y deshonraron los dogmas políticos que defendían.

Entonces hasta los hombres pacíficos, las mujeres y los niños tenían un partido que proclamaban con energía, distinguiéndose por sus odios y aun por el color de sus vestidos.

XXXI.

Los dos bandos presenciaban indiferentes las agonías de la patria llevando sus disputas hasta el pié del altar,[120] y por una monstruosa é increíble anomalía ¡Triste es decirlo! el uno en nombre de la religión asesinaba y el otro predicando el progreso retrocedía.

Mas no debemos culpar de un modo absoluto á los hombres de ayer, que por otra parte, muchos de ellos ofrecían talentos superiores y bien merecen el respeto de la generación actual.

En aquella época de hierro y de sangre la nación mexicana cometió grandes locuras porque no sabía qué hacer ni de qué asirse, careciendo de la experiencia que la vieja Europa llegó á conseguir después de muchos siglos de combate.

Aun no había sonado la hora en que de las llamas y los escombros de aquellos incendios surgieran hombres extraordinarios como el coloso de Paso del Norte, que grabó en la frente de los reyes el sagrado lema de que "El respeto al derecho ajeno es la paz."

Tampoco brillaba en la escena política el bizarro caudillo que hoy protege los destinos de su patria, el Edipo mexicano nacido bajo el cielo de Antequera y predestinado para destruir la esfinge de la revolución.

En aquel año funesto una parte del Estado de Oaxaca desconoció al gobierno de la Capital.

Los promovedores de aquella borrasca civil clamaban contra el Presidente de la República, protestando que ya no era posible soportar el peso de su autocrática tiranía, y aquel magistrado, no queriendo perder tan bello territorio, movió sus tropas con el propósito de sofocar lo que él llamaba desenfrenada rebelión.

XXXII.

Las fuerzas expedicionarias, ufanas con la esperanza que se inspira á sí mismo un cuerpo disciplinado cuando cae sobre una provincia rebelde, ocuparon la parte baja de la ciudad y tendieron su línea de operaciones[121] en las calles que la dividen de Oriente á Occidente, abriendo fosos y alzando barricadas.

Al mismo tiempo sus enemigos encerrados en el inexpugnable convento de Santo Domingo, con su fama de valientes y haciéndose la ilusión de marchar en triunfo á la Capital, estaban resueltos á todo.

Las avanzadas se aproximaron al grado de poder insultarse arrojando alaridos de fiera; las piezas de artillería se pusieron frente á frente y empezó el combate de hermano contra hermano.

Un fuego nutrido de fusilería resonaba sin cesar por todas partes infestando el aire, y los cañonazos disparados de Santo Domingo enviaban muy lejos la destrucción y la muerte.

Al mismo tiempo el cólera continuaba diezmando la población.

El soldado que no rodaba al golpe de la metralla caía herido por la peste.

La mujer hambrienta que se había salvado del cólera é iba buscando el pan de sus hijos, debería morir atravesada por una bala fratricida.

Por un resto admirable de humanidad en ambos partidos, convinieron aquellos asesinos disciplinados, en no hacer fuego sobre los indefensos transeuntes que corrían buscando á los médicos; éstos, para distinguirse, iban á caballo de día, y de noche portaban una linterna.

Sin embargo de aquellas precauciones, no faltaron víctimas del deber y de la caridad; varias veces los cadáveres llevados al panteón recibieron balazos á través de su féretro, como si no hubiera sido certero el golpe que la muerte les había dado en el corazón.

XXXIII.

El Padre José y su noble compañero, llegaron á convertir el monasterio en casa de asilo y hospital de sangre.

[122]

A riesgo de ser traspasados por las balas, recogían heridos, enterraban muertos é iban á todas partes donde había rastro de sangre ó lamentos de agonía.

Ellos no eran adictos á partido alguno, miraban á los jefes como ministros de la cólera de Dios y á los soldados como ciegos instrumentos de justo castigo.

En honor de la verdad es preciso decir que ambos misioneros eran respetados y queridos por las dos facciones; tenían paso franco en las trincheras y los cuarteles, porque el ejercicio del bien goza privilegios de honor entre amigos y enemigos, desarmando la malignidad del corazón humano aun entre las hordas de salvajes.

Viendo que se prolongaba tanto aquella crisis terrible, los dos amigos intentaron conjurarla, para lo que tuvieron un mismo pensamiento.

El veterano de la Independencia creía ver la sombra de Morelos horrorizándose con tantos desastres y el joven abogado sentía desfallecimientos al contemplar el suicidio de su patria.

Seguro el uno con el prestigio de su pasado glorioso y el otro de su genio diplomático, y confiados ambos en las consideraciones que gozaban en los dos partidos, se dirigieron á sus jefes para proponerles una suspensión de hostilidades, en la cual se procuraría el avenimiento más honroso para ellos y benéfico á la población.

Los jefes opuestos eran hombres de buena voluntad, peleaban defendiendo el ideal que para ellos representaba la causa de los buenos y á la vez ya no querían más derramamiento de sangre.

XXXIV.

Por una y otra parte hubo consejos de guerra, para los que fueron invitados el sacerdote y el jurisconsulto.

Uno les hablaba de la paz, la prosperidad y la honra de la nación, conviniendo en que sería necesaria una[123] reforma en las costumbres y las leyes; el otro pedía libertades, progresos, decretos generosos é instituciones benéficas.

Probaron que la política debe consistir en hacer á los pueblos dichosos y pidieron en nombre de la patria moribunda, que se suspendiese la guerra mientras podía redactarse una constitución general fundada en los principios del progreso y la justicia, que aboliendo los fueros, los privilegios y las antiguas preocupaciones detuviera el terrible huracán de la demagogia.

Aquel proyecto de libertades y derechos iguales para todos, de impulso al trabajo y respeto al pensamiento ajeno, alentaría el patriotismo desfallecido, dándole á México crédito, prosperidad y orden social.

El nuevo plan cuyo primer artículo daba una amnistía general, debería ser enviado al Presidente de la República para que lo sometiera á la discusión de un congreso nacional convocado al efecto, y entre tanto, los cuerpos beligerantes conservarían sus puestos.

Aquella solución no podía ser más benéfica y consoladora; pero no parecía sino que un espíritu de vértigo habíase apoderado de todos los corazones.

El egoísmo, esa eterna dolencia del espíritu humano, ha sofocado muchas veces el sentimiento de la patria.

La sociedad de aquel tiempo pasaba por una época de turbulencia y de pasión en que no era practicable más ley que la despótica voluntad de los fuertes.

Aunque la iniciativa de D. Carlos fué acogida con entusiasmo por los políticos de buena fe y por los militares honrados, que con gusto depusieron sus armas ante la magistratura del talento, entre sitiados y sitiadores se hallaban muchos hombres de secta y de partido, espíritus mezquinos y corazones ambiciosos, esclavos de su interés personal, quienes no queriendo hundirse en su antigua nulidad y aspirando á un premio por la sangre derramada, se opusieron á todo con declamaciones y razonamientos sin lógica y sin ejemplo.

[124]

XXXV.

Funcionarios improvisados que no querían perder sus empleos, sargentos de un día y generales del día siguiente, traficantes de mezquina política y sanguinaria codicia, intimidaron á los jefes, alucinaron á la tropa con la promesa del saqueo y todo arreglo se hizo imposible.

Declaradas inútiles las negociaciones, alzóse otra vez la bandera de la muerte y tronó el cañón de las barricadas.

El Padre José y su ilustrado colaborador volvieron á tomar las vendas de los heridos y el libro de los agonizantes.

Aquellos hombres abnegados que sin particular interés pusieron la mano entre la boca de los fusiles y la vida de los ciudadanos, se habían adelantado medio siglo con sus ideas.

No era la tolerancia, la transacción, ni el olvido del pasado lo que podía pedirse por entonces.

En el momento supremo de una revolución, el que trata de adelantarse es arrebatado por la avalancha y el que se atrasa tiene que hundirse en el surco que aquella forma cuando resbala por la montaña.

El premio que alcanzaron los generosos mediadores fué la maledicencia de algunos partidarios encarnizados.

Gibelinos para los güelfos y güelfos para los gibelinos, éstos llamaron retrógrado y fanático al Padre José, y muchos de los otros, impío á D. Carlos de Miranda. ¡Fanático el que hablaba en nombre de la humanidad! ¡Retrógrado al que había derramado su sangre por la libertad de un pueblo extraño! ¡Impío el que curaba las heridas de sus enemigos!

Así es el mundo.

Una noche se advirtió que habían cesado los fuegos, sólo se oía el alerta de los centinelas y el ruido del carro de la muerte que pasaba cargado de cadáveres; de tiempo en tiempo, un cañonazo disparado de Santo Domingo recordaba que no había terminado la carnicería.

[125]

XXXVI.

El Padre Guardián se había ocultado para rezar en una capilla que se abría en la iglesia, junto al presbiterio.

Repentinamente oyó los golpes continuos del bastón de Sebastián que lo buscaba.

El viejo limosnero había sanado del cólera, pero estaba muy débil todavía y sólo se ocupaba en pasar recados al Guardián.

—Padre, Padre, le dijo acercándose, acaban de contarme que ya están levantando el campo las tropas de México; asomado al postigo he visto pasar grupos de soldados en desorden; unas mujeres iban compadeciendo á los heridos que han quedado abandonados en el cuartel.

—Vamos á traerlos.—dijo con viveza el religioso levantándose y ambos salieron de la capilla.

—Lo había yo dicho.—murmuraba suavemente el Padre José.—En esa horrible lucha de las ideas y los cañones, era preciso que triunfaran las ideas.

En aquel momento se oyó á lo lejos una fuerte detonación, luego el ruido espeluznante que producen las granadas al pasar como si una gran serpiente corriera silbando por los aires, y después una luz rápida y fosfórica inundó la iglesia.

El edificio se estremeció, los cristales de las ventanas y las estatuas de los altares cayeron en pedazos, una nube de polvo y de humo se alzó del suelo y las lámparas se apagaron.

Era que había entrado una granada por la linterna de la capilla y cayendo en el mismo punto de donde se había levantado el Padre José, hundióse en el pavimento; al estallar hizo una excavación en forma de sepulcro.

Sebastián huyó aterrado y D. Carlos llegó á reunirse con el Padre, que sin sentir alterada la serena paz de su alma, contemplaba el lugar donde había corrido el peligro de recibir al mismo tiempo la muerte y la sepultura.

[126]

Un momento después los dos se dirigieron al cuartel con el farol de la contraseña.

La noche estaba fría y silenciosa, el aire parecía repetir las quejas de los heridos y al mismo tiempo se oían rumores como de tropa que marchaba.

A no ser por algunos disparos de fusil que sonaban á lo lejos, se hubiera dicho que la ciudad estaba en la más profunda calma.

XXXVII.

El cuartel distaba mucho del convento y tuvieron que detenerse varias veces para ser reconocidos por algunas guerrillas que protegían la marcha de los fugitivos y evadirse de otros soldados ebrios que decían blasfemias, disparando sus armas al aire.

En el zaguán del cuartel tropezaron con algunos cuerpos muertos que habían sido arrastrados allí por falta de tiempo para sepultarlos.

El silencio reinaba en aquel edificio abandonado, un hedor de sangre y de pólvora infestaba las obscuras galerías cuyas paredes húmedas ofrecían, á varios trechos, rótulos infamatorios escritos con carbón.

Leños, municiones y fusiles rotos, estaban esparcidos por el suelo y del fondo de un corredor salían murmullos y gemidos.

Al entrar en la pieza obscura donde se oían aquellos lamentos, D. Carlos que llevaba el farol, distinguió en el suelo un bulto informe cubierto con una jerga sucia y agujereada; era el cadáver de un sargento joven, rubio y grueso que acababa de morir; tenía las manos ensangrentadas y en su rostro quedaba impreso el último gesto de la agonía.

D. Carlos se inclinó sobre el cadáver para tocarle la frente y cerciorarse de que no le quedaba un resto de vida, mientras el Padre se había dirigido al fondo de la pieza porque le pareció escuchar un quejido.—Venga[127] Ud. con la luz,—dijo á D. Carlos—aquí está una mujer agonizando.

En aquel suelo húmedo, sobre una estera inmunda, teniendo por almohada un rollo de harapos, estaba tendida una joven luchando con las convulsiones del cólera.

Pálida y bella, casi desnuda, con el pelo destrenzado y la cabeza vuelta hacia atrás, lanzaba por todas partes miradas moribundas.

Parecía una flor marchita en la mañana de su vida, una paloma muerta y pisoteada en el fango.

XXXVIII.

D. Carlos aproximó la luz cuanto pudo; entonces la enferma tuvo un estremecimiento, lanzó un grito de terror y cubriéndose el rostro con las manos exclamó:—¡Dios mío! ¡El muerto! y quedó desmayada.

A la vez D. Carlos tiró el farol gritando:—¡María Luisa! ¡María Luisa!

La pieza estaba completamente obscura.

En el arrebato del momento, el amante de María se arrojó sobre ella para estrecharla en sus brazos, pero el anciano lo detuvo diciéndole con voz terrible:

—Valor, amigo mío, lo que aquí precisa es un médico, vaya Ud. á traerlo porque esta mujer se muere.

El joven obedeció maquinalmente, corrió como un loco en las tinieblas pisando los cadáveres tendidos en el corredor y se lanzó á la calle.

A esa hora las tropas de Santo Domingo bajaban haciendo fuego sobre las trincheras para posesionarse con precaución de la plaza desocupada.

D. Carlos se dirigía precipitadamente á la casa de su médico y cuando algún centinela le gritaba:—¿Quién vive?—ó le marcaba el alto, él respondía con penoso acento:—¡Un médico! ¡Un médico!—y continuaba su carrera.

Hubo un momento en que no escuchó la voz de unos soldados que lo llamaban y sólo se apercibió de ello al[128] sentir en el rostro varios golpes de piedras y tierra desprendidas de la pared por una bala que le habían disparado.

El plomo desvió su dirección quizás porque la muerte se compadeció de tan inmenso dolor.

XXXIX.

Entre tanto el Padre José había encendido el farol y la enferma volvió de su paroxismo.

Aquel prudente anciano, que sabía demasiado la historia de María Luisa, pudo penetrar en las tinieblas de su corazón para consolarla y sostenerla.

Ella pensó que á la última hora de su vida se aparecía la sombra de D. Carlos acusándola ante Dios y ante los hombres.

Bañada en lágrimas contó al Padre cómo había rodado de abismo en abismo y cómo fué tan ingrata con aquel hombre virtuoso que tanto la había querido y perdonado, hasta quedar esclava del sargento que yacía muerto cerca de ella.

Después de un rato de angustiosa fatiga, el enfriamiento del cólera se apoderó de su corazón y con acento suplicante dijo:—Padre, le ruego que por caridad, llame á el alma de Carlos y en mi nombre, pídale perdón.

Al punto dejó caer su lánguida cabeza como la flor que rueda por el suelo cuando un vil gusano ha llegado á morder su tallo vacilante.

Su agonía fué tranquila y momentánea.

El Padre no quiso decirle que D. Carlos existía; poniendo entre sus manos un pequeño crucifijo, pronunció en su oído palabras de salvación.

La pobre mujer volvió á balbucear el nombre de D. Carlos y murió.

[129]

XL.

El infatigable Guardián salía de aquella sala en busca de otros moribundos cuando llegó D. Carlos con el médico; mientras éste se dirigía al salón de los heridos, el Padre fué á encontrar á su amigo, le señaló el cielo y lo abrazó exclamando:—¡Es la voluntad de Dios!

—¡Murió!—dijo D. Carlos con voz ronca y vibrante.

Era media noche; la soledad, las tinieblas y la muerte dominaban en el cuartel abandonado.

Apenas se oía en medio de aquel silencio augusto, el aleteo de algunas aves nocturnas atraídas por el olor de la sangre, y las quejas lamentables que salían del obscuro departamento de los heridos como de un antro de dolores.

Callado, inmóvil, lleno de profundo estupor, con la cabeza inclinada y el corazón aterido, permanecía D. Carlos mirando el cadáver como si se dejara llevar por un sueño que le presentase todos los recuerdos de su vida, desde cuando María Luisa era niña y le pedía socorro, hasta el día en que la dejó seguir su propio destino.

Aquel techo negro que parecía tapizado de cortinas fúnebres, aquel cuerpo inanimado, rígido, casi desnudo y bello todavía, semejando una de esas estatuas yacentes obscurecidas por los siglos en los sepulcros antiguos; un amante desolado llorando á sus piés, otro cadáver más allá en la actitud de la desesperación y el sacerdote orando á la luz de la moribunda lámpara, formaban un cuadro tristísimo y solemne.

XLI.

El Padre José, respetando el dolor de D. Carlos, se retiró á seguir su oración en la obscuridad; de tiempo en tiempo alzaba la voz para repetir alguna de estas lamentaciones del libro de Job:

[130]

"¡Dios mío! Tú sólo sabes los límites del infinito y eres dueño de la vida y de la muerte...... Tú me la diste y tú me la quitaste...... Bendito sea tu santo nombre."

Habiendo dado el sabio religioso algunos consejos á su amigo, refiriéndose á María Luisa terminó:—Era una mujer de grandes pasiones.

—¡Era un ángel que Lucifer arrastró al mundo y el mundo le cortó las alas!—replicó D. Carlos con desesperación.

A pesar de las huellas que deja el cólera en el semblante de sus víctimas, en los labios de la muerta parecía vagar una sonrisa; sus manos apretaban con fuerza el crucifijo; diríase que su pecho palpitaba al contacto de aquella prenda de redención.

Mas en su mejilla se advertía una cicatriz honda y obscura, era el estigma indeleble, que como un cauterio imprime el vicio con sus besos de fuego.

Después de unos instantes de angustioso silencio, D. Carlos alzó la frente diciendo con amarga expresión:

—Padre: ¿Ahora qué hacemos?

—Vamos á darle una sepultura digna de su postrer arrepentimiento,—contestó el anciano envolviendo el cadáver en su propia capa.

Entonces D. Carlos, ardiendo todavía en aquella pasión que lo había subyugado siempre, se arrojó sobre el cuerpo de María, lo abrazó por primera vez, como si quisiera deshacerlo ó inspirarle nueva vida y poniéndolo sobre su hombro derecho, salió de aquel triste lugar precedido por el Padre que llevaba el farol.

XLII.

Las calles estaban desiertas, el aire gemía tristemente y las estrellas temblaban en el firmamento que revestido de un azul obscuro y profundo, parecía un gran sudario salpicado de lágrimas.

El convoy fúnebre, compuesto de la desgracia, la virtud y la muerte, pasaba silencioso entre las sombras.

[131]

El Padre iba por delante diciendo en voz baja los salmos penitenciales y alumbrando á su amigo que apenas podía caminar con aquella carga tan pesada y tan querida.

María Luisa gravitaba sobre D. Carlos aun después de la muerte.

Su mejilla dura y helada tocaba el cuello ardiente del joven y su hermosa cabellera movida por el viento, acariciaba el rostro de D. Carlos, como para enjugar su llanto en señal de póstuma é inútil gratitud.

Él caminaba oprimiendo sobre su corazón el cuerpo de María Luisa y el Padre á veces detenía su marcha para alumbrar mejor y contemplaba con asombro aquel tardío himeneo de la muerte con el infortunio.

Cuando llegaron al convento, el Guardián abrió la iglesia con una llave que siempre llevaba y D. Carlos corrió á depositar el cadáver de su amada en la capilla de la Virgen que lo había salvado del suicidio, quedando mudo é inmóvil reclinado en el altar.

XLIII.

El Padre salió de la capilla y regresando luego con la pala y el azadón del jardinero, acabó de abrir un sepulcro en el mismo lugar donde pocas horas antes había estallado la granada.

¡Triste destino el de aquella mujer excepcional, que después de haber pasado su vida en la constante anarquía de las pasiones, hubo de hallar un sepulcro en el hueco que abriera el proyectil de la revolución!

En medio de un silencio absoluto y con religiosa veneración pusieron ambos el cadáver en su lecho de tierra.

D. Carlos colocó en el rostro de María su pañuelo mojado con lágrimas.

La tierra cubrió aquella fatal belleza; su amante cayó de rodillas murmurando una oración y el Padre se retiró.

Al punto una fuerte ráfaga de viento entró por las vidrieras rotas y apagó la lámpara del altar.

[132]

El desdichado joven, como si temiera que le robasen los despojos de su amor que había ocultado en el secreto de la tumba, no quiso salir de la capilla.

Detenido por una fuerza sobrenatural, permaneció allí veinticuatro horas en vigilia solitaria y dolorosa.

Sus recuerdos y sus pensamientos chocaban y se confundían en aquella tumba, como los restos del buque despedazado se adhieren á la roca donde los lleva la tempestad.

XLIV.

Al anochecer del día siguiente, el Padre José compadecido de tanto dolor y temiendo que la debilitada existencia de D. Carlos se agotara con el sufrimiento, quiso ir á pedirle ó mandarle, si era necesario, que se retirase á descansar; pero hasta la media noche sus múltiples atenciones le permitieron dirigirse á la capilla.

Después de orar un momento, fué adonde se hallaba D. Carlos postrado con la frente sobre la tierra y los brazos extendidos.

Inútilmente le habló, le tocó el hombro y le movió la cabeza creyendo que dormía; D. Carlos Félix de Miranda, por fin gozaba de la eterna paz, había muerto de dolor abrazando el sepulcro de aquella mujer tan querida, tan ingrata y tan funesta.

Él lo había dicho: la vida de María era su vida.

El anciano sacerdote que debería tener un cuerpo de hierro para resistir tantas fatigas y un corazón de oro para padecer y amar como él sufría y amaba, tomó en sus brazos el cuerpo de su amigo, lo tendió al pié del altar y dió gracias al cielo por haber quitado del mundo aquel pobre hombre que ya no podía vivir con una llaga tan grande abierta en el corazón.

Luego se dirigió al pórtico de la iglesia donde Sebastián dormía y lo despertó.

El pobre viejo desde que cargaba tantos remordimientos, no podía dormir bien, por lo que se levantó muy asustado murmurando:

[133]

—Mande mi padre.

—Sebastián,—le dijo el religioso con triste acento:—ahora ya puedo permitirte que veas y abraces á tu amo,—y lo invitó á entrar en el templo.

El mendigo lo siguió aturdido.

XLV.

Aquel gallego de corazón duro, envejecido en el indiferentismo de la vida material, aquel asesino que sabía matar á sangre fría, dió un grito de horror al ver que D. Carlos estaba muerto, se irguió con desesperado esfuerzo y soltó su bastón diciendo:—¡Mi amo! ¡Mi padre! ¡Mi hijo!—luego llorando se dejó caer y besó los piés del cadáver.

Pasado un breve rato, dijo el Guardián:—Es preciso darle un sepulcro ignorado como él me lo pidió.

Con los útiles que en la noche anterior habían quedado tras de un altar, cavaron una sepultura junto á la de María Luisa.

Antes de colocar el cuerpo en la fosa, el Padre José le quitó del cuello la medalla que María le había dado cuando era niña y la entregó al mendigo, que la besó llorando.

Por último, tomó el padre la mano del cadáver, la estrechó fuertemente é invocando el espíritu de Dios sobre aquellas dos tumbas se retiró.

Sebastián cubrió la sepultura de su amo y cada paletada de tierra que arrojaba, iba mezclada con su llanto.

Al otro día ofreció el Padre José un sacrificio ante los sepulcros de aquella pareja infortunada y cuando se proponía descansar de tantas impresiones, le avisaron que lo buscaba el Secretario del Gobierno.

XLVI.

Aquel religioso septuagenario, que como el Apóstol de Corinto, había sido varias veces proscrito, encarcelado, herido y sentenciado á muerte, así como también[134] querido y venerado por ciudades enteras, aun debía soportar un golpe más en castigo de ajenos delitos.

Pero la paz inmaculada de su conciencia no se alteraba con las ingratitudes ni las aclamaciones ni los golpes de fortuna.

En tantos años de pruebas y combates adquirió una filosofía profunda y elevada; todos los sobresaltos de su vida los consideraba dirigidos por la mano de Dios.

Si se hubiese ilustrado entre los sabios de la antigua Grecia, sin duda hubiera sido jefe de una escuela fatalista.

En la Edad Media, no de otro modo que Pedro el Ermitaño, hubiera podido con su fe y su valor arrojar á medio mundo sobre el otro; pero en los tiempos de positivismo, de negaciones y de dudas en que vivió, sólo era un pobre fraile que curaba enfermos y enterraba muertos, un héroe olvidado que como el santo poeta de la Arabia, luchaba con amigos y enemigos, diciendo tranquilamente á la hora de las grandes vicisitudes: "Ha de llegar el día de la compensación y aunque hubiere muerto viviré."

El alto funcionario que buscaba al Guardián era un joven abogado, correcto y elegante, que había sido educado por el mismo Padre José.

Estimábanse ambos cordialmente, el Licenciado respetaba á su maestro y siempre oía su voz como la de un oráculo.

Aquel día, sentados el uno frente al otro, tuvieron la siguiente conversación.

XLVII.

—Padre, hoy estamos de plácemes y yo me congratulo más, porque traigo para Ud. una buena noticia.

—Ciertamente debemos felicitarnos porque ya cesó el derramamiento de sangre y la peste va desapareciendo.

—Hay más todavía; el Señor Gobernador me manda participe á Ud., que acaba de salir el decreto de expul[135]sión para los súbditos españoles; razones de alta política y necesidades de la situación han obligado á dar este paso; pero dice Su Excelencia, que como Ud. es más mexicano que español y por sus servicios hechos á la patria tiene títulos gloriosos y derechos á la gratitud nacional, será Ud. una excepción, pudiendo permanecer con nosotros.

—¿Y á qué otras personas exceptúa ese mandato?

—A ninguna, Padre, pero el Señor Gobernador quiere tener con Ud. solamente, una distinción, una......

—Una tolerancia.

—Sí, Padre.

—Siendo así, puedes manifestar á Su Excelencia que mi alma le agradece su bondadosa distinción; pero que con la mano en la conciencia rehuso ese favor. Muy doloroso me será dejar este país, porque aquí he hallado la paz del corazón y veo á todos ustedes como hermanos y como hijos, respeto la razón de estado que haya tenido el Gobierno para dictar esa determinación y tal vez los pequeños servicios que durante mi juventud presté á la causa de la libertad pudieran clamar en mi favor; pero yo no debo renegar de mi nacionalidad ni el decreto de que me hablas puede hacer mención de mi persona. Tú sabes que los efectos de una ley sólo se suspenden con otra; si yo aceptara esa tolerancia, comprometería ciertamente la honra del jefe del Estado.

—El Gobernador puede......

—Los gobernantes no pueden lo que no deben hacer. Por otra parte, hay en Oaxaca muchos españoles, que ajenos á la política, merecen toda consideración y yo no debo anteponerme á esas honorabilísimas personas. ¿Qué dirían del Gobierno y de mí los que me vieran permanecer tranquilo mientras mis hermanos caminaban al destierro? ¿Cómo vería correr las lágrimas de la viuda y de los huérfanos, disfrutando yo las comodidades del claustro?

[136]

XLVIII.

El venerable prelado calló unos instantes como reflexionando en lo que iba á decir; luego añadió con noble dignidad:

—¿Los que nos llamamos liberales y tanto hemos defendido la igualdad política del derecho hemos de practicar la desigualdad en los hechos? Para la administración que acaba de constituirse á costa de tanta sangre, no es decoroso barrenar las leyes el mismo día que las promulga. Eso sería herir el derecho ajeno y entronizar el absolutismo bajo el dosel de la república; yo creo que un gobierno prudente deberá estudiar mucho sus determinaciones antes de sancionarlas, porque los excesos de la libertad conducen al despotismo; pero en el ejercicio de su deber, le es deshonroso inclinarse ante las consideraciones de amistad y los respetos humanos.

—Sin embargo, Padre...... ¿Cómo podría Ud. caminar?...... Su salud y su edad no se lo permitirán, y además, si va Ud. á España...... sábese allí que combatió en las filas de la insurrección......

—No tengas cuidado, verdad es que ya me inclino al sepulcro; pero Dios me dará fuerzas. No sé si el gobierno de mi patria me habrá borrado de la lista de los proscritos; mas ahora pienso dirigirme á Guatemala, donde tengo hermanos que me darán un rincón para clamar á Dios y servir á los hombres; mañana partiré. No olvides manifestar al Señor Gobernador mi agradecimiento. Tú, sigue siendo bueno y acuérdate de mí.

XLIX.

El joven funcionario, conmovido ante la generosidad y el valor de aquella noble alma, insistió y suplicó en vano, hasta que bajando la frente con respeto, se despi[137]dió del religioso después de compararlo con aquel filósofo de Atenas, que llenó de bendiciones y consuelos al portador de la cicuta enviada por sus enemigos.

Era el 24 de Junio, hacía seis meses que el activo Guardián había removido y aliñado el convento para recibir á D. Carlos Félix de Miranda, y ese día, dijérase que hacía otro tanto para dejar los restos de su amigo abandonados en un rincón de la iglesia.

Preparaba su marcha y la recepción del nuevo Guardián, adornando el convento é inventariando libros, papeles, imágenes y vasos sagrados.

Concluido todo esto, se retiró á la casa que había servido á D. Carlos, huyendo de la multitud de personas que iban á procurar impedir su viaje ó á despedirse ofreciéndole ropas, monedas y lágrimas.

Antes de que amaneciera el día siguiente, tomó el bastón de peregrino con que hacía veinte años había llegado al monasterio pidiendo asilo como extranjero suplicante y entró á la iglesia llevando bajo el brazo un pequeño bulto que contenía su breviario, su pasaporte y sus cilicios.

Allí encontró á Sebastián que había velado sobre la sepultura de D. Carlos.

L.

Arrodillado el anciano religioso ante el altar de aquella Virgen que tanto amaba y de quien había recibido consuelos y milagros, se despidió de ella y oró por sus hermanos, por su patria, por la paz de México y por el alma de D. Carlos.

Luego dirigiéndose al viejo inválido, le dijo suavemente:

—Levántate, porque ya nos vamos.

—¿A dónde, Padre?—Murmuró Sebastián poniéndose en pié.

[138]

—Al destierro.—Contestó el prelado;—Tú también eres hijo de España y todos debemos obedecer á Dios y á los que gobiernan en su nombre.

Pero yo soy gallego,—insinuó Sebastián vivamente impresionado y añadió en el acto como para dar más peso á su respuesta:—¿Y cómo dejaremos á D. Carlos?

—D. Carlos ya no necesita de nosotros.—Dijo el Padre haciéndole seña de que lo siguiera, y ambos dejaron el templo.

Temiendo ser vistos y detenidos por el pueblo, que según se sabía, estaba dispuesto á impedir la partida de su bienhechor, salieron por la puerta del campo y hacia el Sur de la ciudad tomaron un camino sólo frecuentado por los pastores y los contrabandistas, en la falda del Monte Albán.

El Padre caminaba por delante rezando en voz baja; Sebastián cojeando lloraba y le seguía.

La aurora los sorprendió al llegar á la cumbre de una colina, donde la vereda desciende con dirección al Valle Grande.

Allí existe todavía una triste acacia que abre sus ramas horizontalmente, como para ofrecer al viajero la única sombra que puede hallar en ese lado de la montaña.

En aquel punto se pararon ambos de repente y volvieron la vista hacia la ciudad.

Habían oído la campana de su convento llamando á la oración.

La brisa de la mañana movía ligeramente la barba del Padre José y refrescaba la frente ardorosa de su compañero.

LI.

El cielo empezaba á teñirse de un color anaranjado, la suave luz del crepúsculo dibujaba en líneas indecisas á través de una niebla ligera, el panorama de la ciudad[139] con sus jardines, sus casas blancas y sus torres encarnadas.

Las aves al despertar hacían salir armoniosos murmullos de las copas de los árboles.

El río de Atoyac, brillante y perezoso, parecía una serpiente de plata durmiendo á los piés de la vieja ciudad, y en el fondo de aquel cuadro, el monte azul de San Felipe ocultaba sus altas crestas entre nubes de aljofarada filigrana.

El Padre permaneció un momento sereno y pensativo.

Sebastián temblaba cubriéndose el rostro con las manos.

El uno dirigía la última mirada á la tierra de la hospitalidad; el otro ya no quería ver más el lugar donde quedaba la mitad de su corazón.

De repente dijo el Padre al inválido con voz emocionada:

—Hermano: Adelante...... No tengas cuidado, en todas partes hallaremos á Dios y su Providencia.

Y continuaron su camino en busca de una nueva patria.

 


 

Nota del Transcriptor:

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