The Project Gutenberg EBook of La Tierra de Todos, by Vicente Blasco Ibanez This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org Title: La Tierra de Todos Author: Vicente Blasco Ibanez Release Date: September 24, 2004 [EBook #13519] [Date last updated: April 12, 2006] Language: Spanish Character set encoding: ASCII *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA TIERRA DE TODOS *** Produced by Stan Goodman, Paz Barrios and the Online Distributed Proofreading Team. #LA TIERRA DE TODOS# VICENTE BLASCO IBANEZ (NOVELA) PROMETEO Germanias, 33.--VALENCIA 1922. #LA TIERRA DE TODOS# #I# Como todas las mananas, el marques de Torrebianca salio tarde de su dormitorio, mostrando cierta inquietud ante la bandeja de plata con cartas y periodicos que el ayuda de camara habia dejado sobre la mesa de su biblioteca. Cuando los sellos de los sobres eran extranjeros, parecia contento, como si acabase de librarse de un peligro. Si las cartas eran de Paris, fruncia el ceno, preparandose a una lectura abundante en sinsabores y humillaciones. Ademas, el membrete impreso en muchas de ellas le anunciaba de antemano la personalidad de tenaces acreedores, haciendole adivinar su contenido. Su esposa, llamada "la bella Elena", por una hermosura indiscutible, que sus amigas empezaban a considerar historica a causa de su exagerada duracion, recibia con mas serenidad estas cartas, como si toda su existencia la hubiese pasado entre deudas y reclamaciones. El tenia una concepcion mas anticuada del honor, creyendo que es preferible no contraer deudas, y cuando se contraen, hay que pagarlas. Esta manana las cartas de Paris no eran muchas: una del establecimiento que habia vendido en diez plazos el ultimo automovil de la marquesa, y solo llevaba cobrados dos de ellos; varias de otros proveedores--tambien de la marquesa--establecidos en cercanias de la plaza Vendome, y de comerciantes mas modestos que facilitaban a credito los articulos necesarios para la manutencion y amplio bienestar del matrimonio y su servidumbre. Los criados de la casa tambien podian escribir formulando identicas reclamaciones; pero confiaban en el talento mundano de la senora, que le permitiria alguna vez salir definitivamente de apuros, y se limitaban a manifestar su disgusto mostrandose mas frios y estirados en el cumplimiento de sus funciones. Muchas veces, Torrebianca, despues de la lectura de este correo, miraba en torno de el con asombro. Su esposa daba fiestas y asistia a todas las mas famosas de Paris; ocupaban en la avenida Henri Martin el segundo piso de una casa elegante; frente a su puerta esperaba un hermoso automovil; tenian cinco criados... No llegaba a explicarse en virtud de que leyes misteriosas y equilibrios inconcebibles podian mantener el y su mujer este lujo, contrayendo todos los dias nuevas deudas y necesitando cada vez mas dinero para el sostenimiento de su costosa existencia. El dinero que el lograba aportar desaparecia como un arroyo en un arenal. Pero "la bella Elena" encontraba logica y correcta esta manera de vivir, como si fuese la de todas las personas de su amistad. Acogio Torrebianca alegremente el encuentro de un sobre con sello de Italia entre las cartas de los acreedores y las invitaciones para fiestas. --Es de mama--dijo en voz baja. Y empezo a leerla, al mismo que una sonrisa parecia aclarar su rostro. Sin embargo, la carta era melancolica, terminando con quejas dulces y resignadas, verdaderas quejas de madre. Mientras iba leyendo, vio con su imaginacion el antiguo palacio de los Torrebianca, alla en Toscana, un edificio enorme y ruinoso circundado de jardines. Los salones, con pavimento de marmol multicolor y techos mitologicos pintados al fresco, tenian las paredes desnudas, marcandose en su polvorienta palidez la huella de los cuadros celebres que las adornaban en otra epoca, hasta que fueron vendidos a los anticuarios de Florencia. El padre de Torrebianca, no encontrando ya lienzos ni estatuas como sus antecesores, tuvo que hacer moneda con el archivo de la casa, ofreciendo autografos de Maquiavelo, de Miguel Angel y otros florentinos que se habian carteado con los grandes personajes de su familia. Fuera del palacio, unos jardines de tres siglos se extendian al pie de amplias escalinatas de marmol con las balaustradas rotas bajo la pesadez de tortuosos rosales. Los peldanos, de color de hueso, estaban desunidos por la expansion de las plantas parasitas. En las avenidas, el boj secular, recortado en forma de anchas murallas y profundos arcos de triunfo, era semejante a las ruinas de una metropoli ennegrecida por el incendio. Como estos jardines llevaban muchos anos sin cultivo, iban tomando un aspecto de selva florida. Resonaban bajo el paso de los raros visitantes con ecos melancolicos que hacian volar a los pajaros lo mismo que flechas, esparciendo enjambres de insectos bajo el ramaje y carreras de reptiles entre los troncos. La madre del marques, vestida como una campesina, y sin otro acompanamiento que el de una muchacha del pais, pasaba su existencia en estos salones y jardines, recordando al hijo ausente y discurriendo nuevos medios de proporcionarle dinero. Sus unicos visitantes eran los anticuarios, a los que iba vendiendo los ultimos restos de un esplendor saqueado por sus antecesores. Siempre necesitaba enviar algunos miles de liras al ultimo Torrebianca, que, segun ella creia, estaba desempenando un papel social digno de su apellido en Londres, en Paris, en todas las grandes ciudades de la tierra. Y convencida de que la fortuna que favorecio a los primeros Torrebianca acabaria por acordarse de su hijo, se alimentaba parcamente, comiendo en una mesita de pino blanco, sobre el pavimento de marmol de aquellos salones donde nada quedaba que arrebatar. Conmovido por la lectura de la carta, el marques murmuro varias veces la misma palabra: "Mama... mama." "Despues de mi ultimo envio de dinero, ya no se que hacer. iSi vieses, Federico, que aspecto tiene ahora la casa en que naciste! No quieren darme por ella ni la vigesima parte de su valor; pero mientras se presenta un extranjero que desee realmente adquirirla, estoy dispuesta a vender los pavimentos y los techos, que es lo unico que vale algo, para que no sufras apuros y nadie ponga en duda el honor de tu nombre. Vivo con muy poco y estoy dispuesta a imponerme todavia mayores privaciones; pero ?no podreis tu y Elena limitar vuestros gastos, sin perder el rango que ella merece por ser esposa tuya? Tu mujer, que es tan rica, ?no puede ayudarte en el sostenimiento de tu casa?..." El marques ceso de leer. Le hacia dano, como un remordimiento, la simplicidad con que la pobre senora formulaba sus quejas y el engano en que vivia. iCreer rica a Elena! iImaginarse que el podia imponer a su esposa una vida ordenada y economica, como lo habia intentado repetidas veces al principio de su existencia matrimonial!... La entrada de Elena en la biblioteca corto sus reflexiones. Eran mas de las once, y ella iba a dar su paseo diario por la avenida del Bosque de Bolonia para saludar a las personas conocidas y verse saludada por ellas. Se presento vestida con una elegancia indiscreta y demasiado ostentosa, que parecia armonizarse con su genero de hermosura. Era alta y se mantenia esbelta gracias a una continua batalla con el engrasamiento de la madurez y a los frecuentes ayunos. Se hallaba entre los treinta y los cuarenta anos; pero los medios de conservacion que proporciona la vida moderna le daban esa tercera juventud que prolonga el esplendor de las mujeres en las grandes ciudades. Torrebianca solo la encontraba defectos cuando vivia lejos de ella. Al volverla a ver, un sentimiento de admiracion le dominaba inmediatamente, haciendole aceptar todo lo que ella exigiese. Saludo Elena con una sonrisa, y el sonrio igualmente. Luego puso ella los brazos en sus hombros y le beso, hablandole con un ceceo de nina, que era para su marido el anuncio de alguna nueva peticion. Pero este fraseo pueril no habia perdido el poder de conmoverle profundamente, anulando su voluntad. --iBuenos dias, mi coco!... Me he levantado mas tarde que otras mananas; debo hacer algunas visitas antes de ir al Bosque. Pero no he querido marcharme sin saludar a mi maridito adorado... Otro beso, y me voy. Se dejo acariciar el marques, sonriendo humildemente, con una expresion de gratitud que recordaba la de un perro fiel y bueno. Elena acabo por separarse de su marido; pero antes de salir de la biblioteca hizo un gesto como si recordase algo de poca importancia, y detuvo su paso para hablar. --?Tienes dinero?... Ceso de sonreir Torrebianca y parecio preguntarle con sus ojos: "?Que cantidad deseas?" --Poca cosa. Algo asi como ocho mil francos. Un modisto de la _rue de la Paix_ empezaba a faltarle al respeto por esta deuda, que solo databa de tres anos, amenazandola con una reclamacion judicial. Al ver el gesto de asombro con que su marido acogia esta demanda, fue perdiendo la sonrisa pueril que dilataba su rostro; pero todavia insistio en emplear su voz de nina para gemir con tono dulzon: --?Dices que me amas, Federico, y te niegas a darme esa pequena cantidad?... El marques indico con un ademan que no tenia dinero, mostrandole despues las cartas de los acreedores amontonadas en la bandeja de plata. Volvio a sonreir ella; pero ahora su sonrisa fue cruel. --Yo podria mostrarte--dijo--muchos documentos iguales a esos... Pero tu eres hombre, y los hombres deben traer mucho dinero a su casa para que no sufra su mujercita. ?Como voy a pagar mis deudas si tu no me ayudas?... Torrebianca la miro con una expresion de asombro. --Te he dado tanto dinero... itanto! Pero todo el que cae en tus manos se desvanece como el humo. Se indigno Elena, contestando con voz dura: --No pretenderas que una senora _chic_ y que, segun dicen, no es fea, viva de un modo mediocre. Cuando se goza el orgullo de ser el marido de una mujer como yo hay que saber ganar el dinero a millones. Las ultimas palabras ofendieron al marques; pero Elena, dandose cuenta de esto, cambio rapidamente de actitud, aproximandose a el para poner las manos en sus hombros. --?Por que no le escribes a la vieja?... Tal vez pueda enviarnos ese dinero vendiendo alguna antigualla de tu caseron paternal. El tono irrespetuoso de tales palabras acrecento el mal humor del marido. --Esa vieja es mi madre, y debes hablar de ella con el respeto que merece. En cuanto a dinero, la pobre senora no puede enviar mas. Miro Elena a su esposo con cierto desprecio, diciendo en voz baja, como si se hablase a ella misma: --Esto me ensenara a no enamorarme mas de pobretones... Yo buscare ese dinero, ya que eres incapaz de proporcionarmelo. Paso por su rostro una expresion tan maligna al hablar asi, que su marido se levanto del sillon frunciendo las cejas. --Piensa lo que dices... Necesito que me aclares esas palabras. Pero no pudo seguir hablando. Ella habia transformado completamente la expresion de su rostro, y empezo a reir con carcajadas infantiles, al mismo tiempo que chocaba sus manos. --Ya se ha enfadado mi coco. Ya ha creido algo ofensivo para su mujer... iPero si yo solo te quiero a ti! Luego se abrazo a el, besandole repetidas veces, a pesar de la resistencia que pretendia oponer a sus caricias. Al fin se dejo dominar por ellas, recobrando su actitud humilde de enamorado. Elena lo amenazaba graciosamente con un dedo. --A ver: isonria usted un poquito, y no sea mala persona!... ?De veras que no puedes darme ese dinero? Torrebianca hizo un gesto negativo, pero ahora parecia avergonzado de su impotencia. --No por ello te querre menos--continuo ella--. Que esperen mis acreedores. Yo procurare salir de este apuro como he salido de tantos otros. iAdios, Federico! Y marcho de espaldas hacia la puerta, enviandole besos hasta que levanto el cortinaje. Luego, al otro lado de la colgadura, cuando ya no podia ser vista, su alegria infantil y su sonrisa desaparecieron instantaneamente. Paso por sus pupilas una expresion feroz y su boca hizo una mueca de desprecio. Tambien el marido, al quedar solo, perdio la efimera alegria que le habian proporcionado las caricias de Elena. Miro las cartas de los acreedores y la de su madre, volviendo luego a ocupar su sillon para acodarse en la mesa con la frente en una mano. Todas las inquietudes de la vida presente parecian haber vuelto a caer sobre el de golpe, abrumandolo. Siempre, en momentos iguales, buscaba Torrebianca los recuerdos de su primera juventud, como si esto pudiera servirle de remedio. La mejor epoca de su vida habia sido a los veinte anos, cuando era estudiante en la Escuela de Ingenieros de Lieja. Deseoso de renovar con el propio trabajo el decaido esplendor de su familia, habia querido estudiar una carrera "moderna" para lanzarse por el mundo y ganar dinero, como lo habian hecho sus remotos antepasados. Los Torrebianca, antes de que los reyes los ennobleciesen dandoles el titulo de marques, habian sido mercaderes de Florencia, lo mismo que los Medicis, yendo a las factorias de Oriente a conquistar su fortuna. El quiso ser ingeniero, como todos los jovenes de su generacion que deseaban una Italia engrandecida por la industria, asi como en otros siglos habia sido gloriosa por el arte. Al recordar su vida de estudiante en Lieja, lo primero que resurgia en su memoria era la imagen de Manuel Robledo, camarada de estudios y de alojamiento, un espanol de caracter jovial y energia tranquila para afrontar los problemas de la existencia diaria. Habia sido para el durante varios anos como un hermano mayor. Tal vez por esto, en los momentos dificiles, Torrebianca se acordaba siempre de su amigo. iIntrepido y simpatico Robledo!... Las pasiones amorosas no le hacian perder su placida serenidad de hombre equilibrado. Sus dos aficiones predominantes en el periodo de la juventud habian sido la buena mesa y la guitarra. De voluntad facil para el enamoramiento, Torrebianca andaba siempre en relaciones con una liejesa, y Robledo, por acompanarle, se prestaba a fingirse enamorado de alguna amiga de la muchacha. En realidad, durante sus partidas de campo con mujeres, el espanol se preocupaba mas de los preparativos culinarios que de satisfacer el sentimentalismo mas o menos fragil de la companera que le habia deparado la casualidad. Torrebianca habia llegado a ver a traves de esta alegria ruidosa y materialista cierto romanticismo que Robledo pretendia ocultar como algo vergonzoso. Tal vez habia dejado en su pais los recuerdos de un amor desgraciado. Muchas noches, el florentino, tendido en la cama de su alojamiento, escuchaba a Robledo, que hacia gemir dulcemente su guitarra, entonando entre dientes canciones amorosas del lejano pais. Terminados los estudios, se habian dicho adios con la esperanza de encontrarse al ano siguiente; pero no se vieron mas. Torrebianca permanecio en Europa, y Robledo llevaba muchos anos vagando por la America del Sur, siempre como ingeniero, pero plegandose a las mas extraordinarias transformaciones, como si reviviesen en el, por ser espanol, las inquietudes aventureras de los antiguos conquistadores. De tarde en tarde escribia alguna carta, hablando del pasado mas que del presente; pero a pesar de esta discrecion, Torrebianca tenia la vaga idea de que su amigo habia llegado a ser general en una pequena Republica de la America del Centro. Su ultima carta era de dos anos antes. Trabajaba entonces en la Republica Argentina, hastiado ya de aventuras en paises de continuo sacudimiento revolucionario. Se limitaba a ser ingeniero, y servia unas veces al gobierno y otras a empresas particulares, construyendo canales y ferrocarriles. El orgullo de dirigir los avances de la civilizacion a traves del desierto le hacia soportar alegremente las privaciones de esta existencia dura. Guardaba Torrebianca entre sus papeles un retrato enviado por Robledo, en el que aparecia a caballo, cubierta la cabeza con un casco blanco y el cuerpo con un poncho. Varios mestizos colocaban piquetes con banderolas en una llanura de aspecto salvaje, que por primera vez iba a sentir las huellas de la civilizacion material. Cuando recibio este retrato, debia tener Robledo treinta y siete anos: la misma edad que el. Ahora estaba cerca de los cuarenta; pero su aspecto, a juzgar por la fotografia, era mejor que el de Torrebianca. La vida de aventuras en lejanos paises no le habia envejecido. Parecia mas corpulento aun que en su juventud; pero su rostro mostraba la alegria serena de un perfecto equilibrio fisico. Torrebianca, de estatura mediana, mas bien bajo que alto, y enjuto de carnes, guardaba una agilidad nerviosa gracias a sus aficiones deportivas, y especialmente al manejo de las armas, que habia sido siempre la mas predominante de sus aficiones; pero su rostro delataba una vejez prematura. Abundaban en el las arrugas; los ojos tenian en su vertice un fruncimiento de cansancio; los aladares de su cabeza eran blancos, contrastandose con el vertice, que continuaba siendo negro. Las comisuras de la boca caian desalentadas bajo el bigote recortado, con una mueca que parecia revelar el debilitamiento de la voluntad. Esta diferencia fisica entre el y Robledo le hacia considerar a su camarada como un protector, capaz de seguir guiandole lo mismo que en su juventud. Al surgir en su memoria esta manana la imagen del espanol, penso, como siempre: "iSi le tuviese aqui!... Sabria infundirme su energia de hombre verdaderamente fuerte." Quedo meditabundo, y algunos minutos despues levanto la cabeza, dandose cuenta de que su ayuda de camara habia entrado en la habitacion. Se esforzo por ocultar su inquietud al enterarse de que un senor deseaba verle y no habia querido dar su nombre. Era tal vez algun acreedor de su esposa, que se valia de este medio para llegar hasta el. --Parece extranjero--siguio diciendo el criado--, y afirma que es de la familia del senor marques. Tuvo un presentimiento Torrebianca que le hizo sonreir inmediatamente por considerarlo disparatado. ?No seria este desconocido su camarada Robledo, que se presentaba con una oportunidad inverosimil, como esos personajes de las comedias que aparecen en el momento preciso?... Pero era absurdo que Robledo, habitante del otro lado del planeta, estuviese pronto a dejarse ver como un actor que aguarda entre bastidores. No. La vida no ofrece casualidades de tal especie. Esto solo se ve en el teatro y en los libros. Indico con un gesto energico su voluntad de no recibir al desconocido; pero en el mismo instante se levanto el cortinaje de la puerta, entrando alguien con un aplomo que escandalizo al ayuda de camara. Era el intruso, que, cansado de esperar en la antesala, se habia metido audazmente en la pieza mas proxima. Se indigno el marques ante tal irrupcion; y como era de caracter facilmente agresivo, avanzo hacia el con aire amenazador. Pero el hombre, que reia de su propio atrevimiento, al ver a Torrebianca levanto los brazos, gritando: --Apuesto a que no me conoces... ?Quien soy? Le miro fijamente el marques y no pudo reconocerlo. Despues sus ojos fueron expresando paulatinamente la duda y una nueva conviccion. Tenia la tez obscurecida por la doble causticidad del sol y del frio. Llevaba unos bigotes cortos, y Robledo aparecia con barba en todos sus retratos... Pero de pronto encontro en los ojos de este hombre algo que le pertenecia, por haberlo visto mucho en su juventud. Ademas, su alta estatura... su sonrisa... su cuerpo vigoroso... --iRobledo!--dijo al fin. Y los dos amigos se abrazaron. Desaparecio el criado, considerando inoportuna su presencia, y poco despues se vieron sentados y fumando. Cruzaban miradas afectuosas e interrumpian sus palabras para estrecharse las manos o acariciarse las rodillas con vigorosas palmadas. La curiosidad del marques, despues de tantos anos de ausencia, fue mas viva que la del recien llegado. --?Vienes por mucho tiempo a Paris?--pregunto a Robledo. --Por unos meses nada mas. Despues de forzar durante diez anos el misterio de los desiertos americanos, lanzando a traves de su virginidad, tan antigua como el planeta, lineas ferreas, caminos y canales, necesitaba "darse un bano de civilizacion". --Vengo--anadio--para ver si los restoranes de Paris siguen mereciendo su antigua fama, y si los vinos de esta tierra no han decaido. Solo aqui puede comerse el Brie fresco, y yo tengo hambre de este queso hace muchos anos. El marques rio. iHacer un viaje de tres mil leguas de mar para comer y beber en Paris!... Siempre el mismo Robledo. Luego le pregunto con interes: --?Eres rico?... --Siempre pobre--contesto el ingeniero--. Pero como estoy solo en el mundo y no tengo mujer, que es el mas caro de los lujos, podre hacer la misma vida de un gran millonario yanqui durante algunos meses. Cuento con los ahorros de varios anos de trabajo alla en el desierto, donde apenas hay gastos. Miro Robledo en torno de el, apreciando con gestos admirativos el lujoso amueblado de la habitacion. --Tu si que eres rico, por lo que veo. La contestacion del marques fue una sonrisa enigmatica. Luego, estas palabras parecieron despertar su tristeza. --Hablame de tu vida--continuo Robledo--. Tu has recibido noticias mias; yo, en cambio, he sabido muy poco de ti. Deben haberse perdido muchas de tus cartas, lo que no es extraordinario, pues hasta los ultimos anos he ido de un lugar a otro, sin echar raices. Algo supe, sin embargo, de tu vida. Creo que te casaste. Torrebianca hizo un gesto afirmativo, y dijo gravemente: --Me case con una dama rusa, viuda de un alto funcionario de la corte del zar... La conoci en Londres. La encontre muchas veces en tertulias aristocraticas y en castillos adonde habiamos sido invitados. Al fin nos casamos, y hemos llevado desde entonces una existencia muy elegante, pero muy cara. Callo un momento, como si quisiera apreciar el efecto que causaba en Robledo este resumen de su vida. Pero el espanol permanecio silencioso, queriendo saber mas. --Como tu llevas una existencia de hombre primitivo, ignoras felizmente lo que cuesta vivir de este modo... He tenido que trabajar mucho para no irme a fondo, iy aun asi!... Mi pobre madre me ayuda con lo poco que puede extraer de las ruinas de nuestra familia. Pero Torrebianca parecio arrepentirse del tono quejumbroso con que hablaba. Un optimismo, que media hora antes hubiese considerado absurdo, le hizo sonreir confiadamente. --En realidad no puedo quejarme, pues cuento con un apoyo poderoso. El banquero Fontenoy es amigo nuestro. Tal vez has oido hablar de el. Tiene negocios en las cinco partes del mundo. Movio su cabeza Robledo. No; nunca habia oido tal nombre. --Es un antiguo amigo de la familia de mi mujer. Gracias a Fontenoy, soy director de importantes explotaciones en paises lejanos, lo que me proporciona un sueldo respetable, que en otros tiempos me hubiese parecido la riqueza. Robledo mostro una curiosidad profesional. "iExplotaciones en paises lejanos!..." El ingeniero queria saber, y acoso a su amigo con preguntas precisas. Pero Torrebianca empezo a mostrar cierta inquietud en sus respuestas. Balbuceaba, al mismo tiempo que su rostro, siempre de una palidez verdosa, se enrojecia ligeramente. --Son negocios en Asia y en Africa: minas de oro... minas de otros metales... un ferrocarril en China... una Compania de navegacion para sacar los grandes productos de los arrozales del Tonkin... En realidad yo no he estudiado esas explotaciones directamente; me falto siempre el tiempo necesario para hacer el viaje. Ademas, me es imposible vivir lejos de mi mujer. Pero Fontenoy, que es una gran cabeza, las ha visitado todas, y tengo en el una confianza absoluta. Yo no hago en realidad mas que poner mi firma en los informes de las personas competentes que el envia alla, para tranquilidad de los accionistas. El espanol no pudo evitar que sus ojos reflejasen cierto asombro al oir estas palabras. Su amigo, dandose cuenta de ello, quiso cambiar el curso de la conversacion. Hablo de su mujer con cierto orgullo, como si considerase el mayor triunfo de su existencia que ella hubiese accedido a ser su esposa. Reconocia la gran influencia de seduccion que Elena parecia ejercer sobre todo lo que le rodeaba. Pero como jamas habia sentido la menor duda acerca de su fidelidad conyugal, mostrabase orgulloso de avanzar humildemente detras de ella, emergiendo apenas sobre la estela de su marcha arrolladura. En realidad, todo lo que era el: sus empleos generosamente retribuidos, las invitaciones de que se veia objeto, el agrado con que le recibian en todas partes, lo debia a ser el esposo de "la bella Elena". --La veras dentro de poco... porque tu vas a quedarte a almorzar con nosotros. No digas que no. Tengo buenos vinos, y ya que has venido del otro lado de la tierra para comer queso de Brie, te lo dare hasta matarte de una indigestion. Luego abandono su tono de broma, para decir con voz emocionada: --No sabes cuanto me alegra que conozcas a mi mujer. Nada te digo de su hermosura; las gentes la llaman "la bella Elena"; pero su hermosura no es lo mejor. Aprecio mas su caracter casi infantil. Es caprichosa algunas veces, y necesita mucho dinero para su vida; pero ?que mujer no es asi?... Creo que Elena tambien se alegrara de conocerte... iLe he hablado tantas veces de mi amigo Robledo!... * * * * * #II# La marquesa de Torrebianca encontro "altamente interesante" al amigo de su esposo. Habia regresado a su casa muy contenta. Sus preocupaciones de horas antes por la falta de dinero parecian olvidadas, como si hubiese encontrado el medio de amansar a su acreedor o de pagarle. Durante el almuerzo, tuvo Robledo que hablar mucho para responder a las preguntas de ella, satisfaciendo la vehemente curiosidad que parecian inspirarle todos los episodios de su vida. Al enterarse de que el ingeniero no era rico, hizo un gesto de duda. Tenia por inverosimil que un habitante de America, lo mismo la del Norte que la del Sur, no poseyese millones. Pensaba por instinto, como la mayor parte de los europeos, siendole necesaria una lenta reflexion para convencerse de que en el Nuevo Mundo pueden existir pobres como en todas partes. --Yo soy todavia pobre--continuo Robledo--; pero procurare terminar mis dias como millonario, aunque solo sea para no desilusionar a las gentes convencidas que todo el que va a America debe ganar forzosamente una gran fortuna, dejandola en herencia a sus sobrinos de Europa. Esto le llevo a hablar de los trabajos que estaba realizando en la Patagonia. Se habia cansado de trabajar para los demas, y teniendo por socio a cierto joven norteamericano, se ocupaba en la colonizacion de unos cuantos miles de hectareas junto al rio Negro. En esta empresa habia arriesgado sus ahorros, los de su companero, e importantes cantidades prestadas por los Bancos de Buenos Aires; pero consideraba el negocio seguro y extraordinariamente remunerador. Su trabajo era transformar en campos de regadio las tierras yermas e incultas adquiridas a bajo precio. El gobierno argentino estaba realizando grandes obras en el rio Negro, para captar parte de sus aguas. El habia intervenido como ingeniero en este trabajo dificil, empezado anos antes. Luego presento su dimision para hacerse colonizador, comprando tierras que iban a quedar en la zona de la irrigacion futura. --Es asunto de algunos anos, o tal vez de algunos meses--anadio--. Todo consiste en que el rio se muestre amable, prestandose a que le crucen el pecho con un dique, y no se permita una crecida extraordinaria, una convulsion de las que son frecuentes alla y destruyen en unas horas todo el trabajo de varios anos, obligando a empezarlo otra vez. Mientras tanto, mi asociado y yo hacemos con gran economia los canales secundarios y las demas arterias que han de fecundar nuestras tierras esteriles; y el dia en que el dique este terminado y las aguas lleguen a nuestras tierras... Se detuvo Robledo, sonriendo con modestia. --Entonces--continuo--sere un millonario a la americana ?Quien sabe hasta donde puede llegar mi fortuna?... Una legua de tierra regada vale millones... y yo tengo varias leguas. La bella Elena le oia con gran interes; pero Robledo, sintiendose inquieto por la expresion momentaneamente admirativa de sus ojos de pupilas verdes con reflejos de oro, se apresuro a anadir: --iEsta fortuna puede retrasarse tambien tantos anos!... Es posible que solo llegue a mi cuando me vea proximo a la muerte, y sean los hijos de una hermana que tengo en Espana los que gocen el producto de lo mucho que he trabajado y rabiado alla. Le hizo contar Elena como era su vida en el desierto patagonico, inmensa llanura barrida en invierno por huracanes frios que levantan columnas de polvo, y sin mas habitantes naturales que las bandas de avestruces y el puma vagabundo, que, cuando siente hambre, osa atacar al hombre solitario. Al principio la poblacion humana habia estado representada por las bandas de indios que vivaqueaban en las orillas de los rios y por fugitivos de Chile o la Argentina, lanzados a traves de las tierras salvajes para huir de los delitos que dejaban a sus espaldas. Ahora, los antiguos fortines, guarnecidos por los destacamentos que el gobierno habia hecho avanzar desde Buenos Aires para que tomasen posesion del desierto, se convertian en pueblos, separados unos de otros por centenares de kilometros. Entre dos poblaciones de estas, considerablemente alejadas, era donde vivia Robledo, transformando su campamento de trabajadores en un pueblo que tal vez antes de medio siglo llegase a ser una ciudad de cierta importancia. En America no eran raros prodigios de esta clase. Le escuchaba Elena con deleite, lo mismo que cuando, en el teatro o en el cinematografo, sentia despertada su curiosidad por una fabula interesante. --Eso es vivir--decia--. Eso es llevar una existencia digna de un hombre. Y sus ojos dorados se apartaban de Robledo para mirar con cierta conmiseracion a su esposo, como si viese en el una imagen de todas las flojedades de la vida muelle y extremadamente civilizada, que aborrecia en aquellos momentos. --Ademas, asi es como se gana una gran fortuna. Yo solo creo que son hombres los que alcanzan victorias en las guerras o los capitanes del dinero que conquistan millones... Aunque mujer, me gustaria vivir esa existencia energica y abundante en peligros. Robledo, para evitar a su amigo las recriminaciones de un entusiasmo expresado por ella con cierta agresividad, hablo de las miserias que se sufren lejos de las tierras civilizadas. Entonces la marquesa parecio sentir menos admiracion por la vida de aventuras, confesando al fin que preferia su existencia en Paris. --Pero me hubiera gustado--anadio con voz melancolica--que el hombre que fuese mi esposo viviera asi, conquistando una riqueza enorme. Vendria a verme todos los anos, yo pensaria en el a todas horas, e iria tambien alguna vez a compartir durante unos meses su vida salvaje. En fin, seria una existencia mas interesante que la que llevamos en Paris; y al final de ella, la riqueza, una verdadera riqueza, inmensa, novelesca, como rara vez se ve en el viejo mundo. Se detuvo un instante, para anadir con gravedad, mirando a Robledo: --Usted parece que da poca importancia a la riqueza, y si la busca es por satisfacer su deseo de accion, por dar empleo a sus energias. Pero no sabe lo que es ni lo que representa. Un hombre de su temple tiene pocas necesidades. Para conocer lo que vale el dinero y lo que puede dar de si, se necesita vivir al lado de una mujer. Volvio a mirar a Torrebianca, y termino diciendo: --Por desgracia, los que llevan con ellos a una mujer carecen casi siempre de esa fuerza que ayuda a realizar sus grandes empresas a los hombres solitarios. Despues de este almuerzo, durante el cual solo se hablo del poder del dinero y de aventuras en el Nuevo Mundo, el colonizador frecuento la casa, como si perteneciese a la familia de sus duenos. --Le has sido muy simpatico a Elena--decia Torrebianca--. iPero muy simpatico! Y se mostraba satisfecho, como si esto equivaliese a un triunfo, no ocultando el disgusto que le habria producido verse obligado a escoger entre su esposa y su companero de juventud, en el caso de mutua antipatia. Por su parte, Robledo se mostraba indeciso y como desorientado al pensar en Elena. Cuando estaba en su presencia, le era imposible resistirse al poder de seduccion que parecia emanar de su persona. Ella le trataba con la confianza del parentesco, como si fuese un hermano de su marido. Queria ser su iniciadora y maestra en la vida de Paris, dandole consejos para que no abusasen de su credulidad de recien llegado. Le acompanaba para que conociese los lugares mas elegantes, a la hora del te o por la noche, despues de la comida. La expresion maligna y pueril a un mismo tiempo de sus ojos imperturbables y el ceceo infantil con que pronunciaba a veces sus palabras hacian gran efecto en el colonizador. --Es una nina--se dijo muchas veces--; su marido no se equivoca. Tiene todas las malicias de las munecas creadas por la vida moderna, y debe resultar terriblemente cara... Pero debajo de eso, que no es mas que una costra exterior, tal vez existe solamente una mentalidad algo simple. Cuando no la veia y estaba lejos de la influencia de sus ojos, se mostraba menos optimista, sonriendo con una admiracion ironica de la credulidad de su amigo. ?Quien era verdaderamente esta mujer, y donde habia ido Torrebianca a encontrarla?... Su historia la conocia unicamente por las palabras del esposo. Era viuda de un alto funcionario de la corte de los Zares; pero la personalidad del primer marido, con ser tan brillante, resultaba algo indecisa. Unas veces habia sido, segun ella, Gran Mariscal de la corte; otras, simple general, y el que verdaderamente podia ostentar una historia de heroicos antepasados era su propio padre. Al repetir Torrebianca las afirmaciones de esta mujer, que le inspiraba amor y orgullo al mismo tiempo, hacia memoria de un sinnumero de personajes de la corte rusa o de grandes damas amantes de los emperadores, todos parientes de Elena; pero el no los habia visto nunca, por estar muertos desde muchos anos antes o vivir en sus lejanas tierras, enormes como Estados. Las palabras de ella tambien alarmaban a Robledo. Nunca habia estado en America, y sin embargo, una tarde, en un te del Ritz, le hablo de su paso por San Francisco de California, cuando era nina. Otras veces dejaba rodar aturdidamente en el curso de su conversacion nombres de ciudades remotas o de personajes de fama universal, como si los conociese mucho. Nunca pudo saber con certeza cuantos idiomas poseia. --Los hablo todos--contesto Elena en espanol un dia que Robledo le hizo esta pregunta. Contaba anecdotas algo atrevidas, como si las hubiese escuchado a otras personas; pero lo hacia de tal modo, que el colonizador llego algunas veces a sospechar si seria ella la verdadera protagonista. "?Donde no ha estado esta mujer?...--pensaba--. Parece haber vivido mil existencias en pocos anos. Es imposible que todo eso haya podido ocurrir en los tiempos de su marido, el personaje ruso." Si intentaba explorar a su amigo para adquirir noticias, la fe de este en el pasado de su mujer era como una muralla de credulidad, dura e inconmovible, que cortaba el avance de toda averiguacion. Pero llego a adquirir la certeza de que su amigo solo conocia la historia de Elena a partir del momento que la encontro por primera vez en Londres. Toda su existencia anterior la sabia por lo que ella habia querido contarle. Penso que Federico, al contraer matrimonio, habria tenido indudablemente conocimiento del origen de su esposa por los documentos que exige la preparacion de la ceremonia nupcial. Luego se vio obligado a desechar esta hipotesis. El casamiento habia sido en Londres, uno de esos matrimonios rapidos como se ven en las cintas cinematograficas, y para el cual solo son necesarios un sacerdote que lea el libro santo, dos testigos y algunos papeles examinados a la ligera. Acabo el espanol por arrepentirse de tantas dudas. Federico se mostraba contento y hasta orgulloso de su matrimonio, y el no tenia derecho a intervenir en la vida domestica de los otros. Ademas, sus sospechas bien podian ser el resultado de su falta de adaptacion--natural en un salvaje--al verse en plena vida de Paris. Elena era una dama del gran mundo, una mujer elegante de las que el no habia tratado nunca. Solo al matrimonio de su amigo debia esta amistad extraordinaria, que forzosamente habia de chocar con sus costumbres anteriores. A veces hasta encontraba logico lo que momentos antes le habia producido inmensa extraneza. Era su ignorancia, su falta de educacion, la que le hacia incurrir en tantas sospechas y malos pensamientos. Luego le bastaba ver la sonrisa de Elena y la caricia de sus pupilas verdes y doradas para mostrar una confianza y una admiracion iguales a las de Federico. Vivia en un hotel antiguo, cerca del bulevar de los Italianos, por haberlo admirado en otros tiempos como un lugar de paradisiacas delicias, cuando era estudiante de escasos recursos y estaba de paso en Paris; pero las mas de sus comidas las hacia con Torrebianca y su mujer. Unas veces eran estos los que le invitaban a su mesa; otras los invitaba el a los restoranes mas celebres. Ademas, Elena le hizo asistir a algunos tes en su casa, presentandolo a sus amigas. Mostraba un placer infantil en contrariar los gustos del "oso patagonico", como ella apodaba a Robledo, a pesar de las protestas de este, que nunca habia visto osos en la Argentina austral. Como el abominaba de tales reuniones, Elena se valia de diversas astucias para que asistiese a ellas. Tambien fue conociendo a los amigos mas importantes de la casa en las comidas de ceremonia dadas por los Torrebianca. La marquesa no presentaba al espanol como un ingeniero que aun estaba en la parte preliminar de sus empresas, la mas dificil y aventurada, sino como un triunfador venido de una America maravillosa con muchisimos millones. Decia esto a sus espaldas, y el no podia explicarse el respeto con que le trataban los otros invitados y la simpatica atencion con que le oian apenas pronunciaba algunas palabras. Asi conocio a varios diputados y periodistas, amigos del banquero Fontenoy, que eran los convidados mas importantes. Tambien conocio al banquero, hombre de mediana edad, completamente afeitado y con la cabeza canosa, que imitaba el aspecto y los gestos de los hombres de negocios norteamericanos. Robledo, contemplandole, se acordaba de el mismo cuando vivia en Buenos Aires y habia de pagar al dia siguiente una letra, no teniendo reunida aun la cantidad necesaria. Fontenoy ofrecia la imagen que se forma el vulgo de un hombre de dinero, director de importantes negocios en diversos lugares de la tierra. Todo en su persona parecia respirar seguridad y conviccion de la propia fuerza. Pero a veces, como si olvidase el presente inmediato, fruncia el ceno, quedando pensativo y completamente ajeno a cuanto le rodeaba. --Piensa alguna nueva combinacion maravillosa--decia Torrebianca a su amigo--. Es admirable la cabeza de este hombre. Pero Robledo, sin saber por que, se acordaba otra vez de sus inquietudes y las de tantos otros alla en Buenos Aires, cuando habian tomado dinero en los Bancos a noventa dias vista y era preciso devolverlo a la manana siguiente. Una noche, al salir de casa de los Torrebianca, quiso Robledo marchar a pie por la avenida Henri Martin hasta el Trocadero, donde tomaria el _Metro_. Iba con el uno de los invitados a la comida, personaje equivoco que habia ocupado el ultimo asiento en la mesa, y parecia satisfecho de marchar junto a un millonario sudamericano. Era un protegido de Fontenoy y publicaba un periodico de negocios inspirado por el banquero. Su acidez de parasito necesitaba expansionarse, criticando a todos sus protectores apenas se alejaba de ellos. A los pocos pasos sintio la necesidad de pagar la comida reciente hablando mal de los duenos de la casa. Sabia que Robledo era companero de estudios del marques. --Y a su esposa, ?la conoce usted tambien hace mucho tiempo?... El maligno personaje sonrio al enterarse de que Robledo la habia visto por primera vez unas semanas antes. --?Rusa?... ?Cree usted verdaderamente que es rusa?... Eso lo cuenta ella, asi como las otras fabulas de su primer marido, Gran Mariscal de la corte, y de toda su noble parentela. Son muchos los que creen que no ha habido jamas tal marido. Yo no me atrevo a decir si es verdad o mentira; pero puedo afirmar que en casa de esta gran dama rusa nunca he visto a ningun personaje de dicho pais. Hizo una pausa como para tomar fuerzas, y anadio con energia: --A mi me han dicho gentes de alla, indudablemente bien enteradas, que no es rusa. Eso nadie lo cree. Unos la tienen por rumana y hasta afirman haberla visto de joven en Bucarest; otros aseguran que nacio en Italia, de padres polacos. iVaya usted a saber!... iSi tuviesemos que averiguar el nacimiento y la historia de todas las personas que conocemos en Paris y nos invitan a comer!... Miro de soslayo a Robledo para apreciar su grado de curiosidad y la confianza que podia tener en su discrecion. --El marques es una excelente persona. Usted debe conocerlo bien. Fontenoy hace justicia a sus meritos y le ha dado un empleo importante para... Presintio Robledo que iba a oir algo que le seria imposible aceptar en silencio, y como en aquel instante pasaba vacio un automovil de alquiler, se apresuro a llamar a su conductor. Luego pretexto una ocupacion urgente, recordada de pronto, para despedirse del maligno parasito. Siempre que hablaba a solas con Torrebianca, este hacia desviar la conversacion hacia el asunto principal de sus preocupaciones: el mucho dinero que se necesita para sostener un buen rango social. --Tu no sabes lo que cuesta una mujer: los vestidos, las joyas; ademas, el invierno en la Costa Azul, el verano en las playas celebres, el otono en los balnearios de moda... Robledo acogia tales lamentaciones con una conmiseracion ironica que acababa por irritar a su amigo. --Como tu no conoces lo que es el amor--dijo Torrebianca una tarde--, puedes prescindir de la mujer y permitirte esa serenidad burlona. El espanol palidecio, perdiendo inmediatamente su sonrisa. "?El no habia conocido el amor?" Resucitaron en su memoria, despues de esto, los recuerdos de una juventud que Torrebianca solo habia entrevisto de un modo confuso. Una novia le habia abandonado tal vez, alla en su pais, para casarse con otro. Luego el italiano creyo recordar mejor. La novia habia muerto y Robledo juraba, como en las novelas, no casarse... Este hombre corpulento, gastronomo y burlon llevaba en su interior una tragedia amorosa. Pero como si Robledo tuviera empeno en evitar que le tomasen por un personaje romantico, se apresuro a decir escepticamente: --Yo busco a la mujer cuando me hace falta, y luego continuo solo mi camino. ?Para que complicar mi existencia con una compania que no necesito?... Una noche, al salir los tres de un teatro, Elena mostro deseos de conocer cierto restoran de Montmartre abierto recientemente. Para sus amigos era un lugar magico, a causa de su decoracion persa--estilo _Mil y una noches_ vistas desde Montmartre--y de su iluminacion de tubos de mercurio, que daba un tono verdoso a los salones, lo mismo que si estuviesen en el fondo del mar, y una lividez de ahogados a sus parroquianos. Dos orquestas se reemplazaban incesantemente en la tarea de poblar el aire de disparates ritmicos. Los violines colaboraban con desafinados instrumentos de metal, uniendose a esta cencerrada bailable un _claxon_ de automovil y varios artefactos musicales de reciente invencion, que imitaban dos tablones que chocan, un fardo arrastrado por el suelo, una piedra sillar que cae... En un gran ovalo abierto entre las mesas se renovaban incesantemente las parejas de danzarines. Los vestidos y sombreros de las mujeres--espumas de diversos colores en las que flotaban briznas de plata y oro--, asi como las masas blancas y negras del indumento masculino, se esparcian en torno a las manchas cuadradas de los manteles. Con la musica estridente de las orquestas venia a juntarse un estrepito de feria. Los que no estaban ocupados en bailar lanzaban por el aire serpentinas y bolas de algodon, o insistian con un deleite infantil en hacer sonar pequenas gaitas y otros instrumentos pueriles. Flotaban en el aire cargado de humo esferas de caucho de distintos colores que los concurrentes habian dejado escapar de sus manos. Los mas, mientras comian y bebian, llevaban tocadas sus cabezas con gorros de bebe, crestas de pajaro o pelucas de payaso. Habia en el ambiente una alegria forzada y estupida, un deseo de retroceder a los balbuceos de la infancia, para dar de este modo nuevo incentivo a los pecados monotonos de la madurez. El aspecto del restoran parecio entusiasmar a Elena. --iOh, Paris! iNo hay mas que un Paris! ?Que dice usted de esto, Robledo? Pero como Robledo era un salvaje, sonrio con una indiferencia verdaderamente insolente. Comieron sin tener apetito y bebieron el contenido de una botella de champana sumergida en un cubo plateado, que parecia repetirse en todas las mesas, como si fuese el idolo de aquel lugar, en cuyo honor se celebraba la fiesta. Antes de que se vaciase la botella, otra ocupaba instantaneamente su sitio, cual si acabase de crecer del fondo del cubo. La marquesa, que miraba a todos lados con cierta impaciencia, sonrio de pronto haciendo senas a un senor que acababa de entrar. Era Fontenoy, y vino a sentarse a la mesa de ellos, fingiendo sorpresa por el encuentro. Robledo se acordo de haber oido hablar a Elena repetidas veces del banquero mientras estaban en el teatro, y esto le hizo presumir si se habrian visto aquella misma tarde. Hasta se le ocurrio la sospecha de que este encuentro en Montmartre estaba convenido por los dos. Mientras tanto, Fontenoy decia a Torrebianca, rehuyendo la mirada de la mujer de este: --iUna verdadera casualidad!... Salgo de una comida con hombres de negocios; necesitaba distraerme; vengo aqui, como podia haber ido a otro sitio, y los encuentro a ustedes. Por un momento creyo Robledo que los ojos pueden sonreir al ver la expresion de jovial malicia que pasaba por las pupilas de Elena. Cuando la botella de champana hubo resucitado en el cubo por tercera vez, la marquesa, que parecia envidiar a los que daban vueltas en el centro del salon, dijo con su voz quejumbrosa de nina: --iQuiero bailar, y nadie me saca!... Su marido se levanto, como si obedeciese una orden, y los dos se alejaron girando entre las otras parejas. Al volver a su asiento, ella protesto con una indignacion comica: --iVenir a Montmartre para bailar con el marido!... Puso sus ojos acariciadores en Fontenoy, y anadio; --No pienso pedirle que me invite. Usted no sabe bailar ni quiere descender a estas cosas frivolas... Ademas, tal vez teme que sus accionistas le retiren su confianza al verle en estos lugares. Luego se volvio hacia Robledo: --?Y usted, baila?... El ingeniero fingio que se escandalizaba. ?Donde podia haber aprendido los bailes inventados en los ultimos anos? El solo conocia la _cueca_ chilena, que danzaban sus peones los dias de paga, o el _pericon_ y el _gato_, bailados por algunos gauchos viejos acompanandose con el retintin de sus espuelas. --Tendre que aburrirme sin poder bailar... y eso que voy con tres hombres. iQue suerte la mia! Pero alguien intervino como si hubiese escuchado sus quejas. Torrebianca hizo un gesto de contrariedad. Era un joven danzarin, al que habia visto muchas veces en los restoranes nocturnos. Le inspiraba una franca antipatia, por el hecho de que su mujer hablaba de el con cierta admiracion, lo mismo que todas sus amigas. Gozaba los honores de la celebridad. Alguien, para marear ironicamente la altura de su gloria, lo habia apodado "el aguila del tango". Robledo adivino que era un sudamericano por la soltura graciosa de sus movimientos y su atildada exageracion en el vestir. Las mujeres admiraban la pequenez de sus pies montados en altos tacones y el brillo de la abultada masa de sus cabellos, echada atras y tan unida como un bloque de laca. Esta "aguila" bailarina, que se hacia mantener por sus parejas, segun murmuraban los envidiosos de su gloria, se vio aceptada por la mujer de Torrebianca, y los dos empezaron a danzar. El cansancio obligo a Elena repetidas veces a volver a la mesa; pero al poco rato ya estaba llamando con sus ojos al bailarin, que acudia oportunamente. Torrebianca no oculto su disgusto al verla con este mozo antipatico. Fontenoy permanecia impasible o sonreia distraidamente durante los breves momentos que Elena empleaba en descansar. Volvio a acordarse Robledo de la expresion de lejania que habia observado en todos los que tienen un pagare de vencimiento proximo. Pero este recuerdo paso rapidamente por su memoria. Miro con mas atencion al banquero, y se dio cuenta de que ya no pensaba en cosas invisibles. La insistencia de Elena en bailar con el mismo jovenzuelo habia acabado por imprimir en su rostro un gesto de descontento igual al que mostraba Torrebianca. Siempre que pasaba ella en brazos de su danzarin, sonreia a Fontenoy con cierta malicia, como si gozase viendo su cara de disgusto. El espanol miro a un lado de la mesa, luego miro al lado opuesto, y penso: "Cualquiera diria que estoy entre dos maridos celosos." * * * * * #III# En uno de los tes de la marquesa de Torrebianca conocio Robledo a la condesa Titonius, dama rusa, casada con un noble escandinavo, el cual parecia absorbido por su conyuge, hasta el punto de que nadie reparase en su persona. Era una mujer entre los cuarenta anos y los cincuenta, que todavia guardaba vestigios algo borrosos de una belleza ya remota. Su obesidad desbordante, blanca y flacida tenia por remate una cabecita de muneca sentimental; y como gustaba de escribir versos amorosos, apresurandose a recitarlos en el curso de las conversaciones, sus enemigas la habian apodado "Cien kilos de poesia". Se presentaba en plena tarde audazmente escotada, para lucir con orgullo sus albas y gelatinosas superfluidades. Usaba joyas gigantescas y barbaras, en armonia con una peluca rubia a la que iba anadiendo todos los meses nuevos rizos. Entre estas alhajas escandalosamente falsas, la unica que merecia cierto respeto era un collar de perlas, que, al sentarse su duena, venia a descansar sobre el globo de su vientre. Estas perlas irregulares, angulosas y con raices se parecian a los dientes de animal que emplean algunos pueblos salvajes para fabricarse adornos. Los maldicientes aseguraban que eran recuerdos de amantes de su juventud, a los que la condesa habia arrancado las muelas, no quedandole otra cosa que sacar de ellos. Su sentimentalismo y la libertad con que hablaba del amor justificaban tales murmuraciones. Al saber por su amiga Elena que Robledo era un millonario de America, lo miro con apasionado interes. Hablaron, con una taza de te en la mano, o mas bien dicho, fue ella la que hablo, mientras el ingeniero buscaba mentalmente un pretexto para escapar. --Usted que ha viajado tanto y es un heroe, ilustreme con su experiencia... ?Que opina usted del amor? Pero la poetisa, a pesar de sus ojeadas tiernas y miopes, vio que Robledo huia murmurando excusas, como si le asustase una conversacion iniciada con tal pregunta. Elena le rogo semanas despues que asistiese a una fiesta dada por la condesa. --Son reuniones muy originales. La duena de la casa invita a una bohemia inquietante para que aplauda sus versos, y la mezcla con gentes distinguidas que conocio en los salones. Algunos extranjeros van de buena fe, creyendo encontrar autores celebres, y solo conocen fracasados viejos y acidos. Tambien protege a ciertos jovenes que se presentan con solemnidad, convencidos de una gloria que solo existe entre sus camaradas o en las paginas de alguna revistilla que nadie lee... Debe usted ver eso. Dificilmente encontrara en Paris una casa semejante. Ademas, he prometido a la pobre condesa que asistira usted a su fiesta, y me enfadare si no me obedece. Por no disgustarla, se dirigio Robledo a las diez de la noche a la avenida Kleber, donde vivia la condesa, despues de haber comido con varios compatriotas en un restoran de los bulevares. Dos servidores alquilados para la fiesta se ocupaban en recoger los abrigos de los invitados. Apenas entro el ingeniero en el recibimiento, se dio cuenta de la mezcolanza social descrita por Elena. Llegaban parejas de aspecto distinguido, acostumbradas a la vida de los salones, vestidas con elegancia, y revueltas con ellas vio pasar a varios jovenes de abundosa cabellera, que llevaban frac lo mismo que los otros invitados, pero se despojaban de paletos raidos o con los forros rotos. Sorprendio la mirada ironica de los dos servidores al colgar algunos de estos gabanes, asi como ciertos abrigos de pieles con grandes calvas, pertenecientes a senoras que ostentaban extravagantes tocados. Un viejo con melenas de un blanco sucio y gran chambergo, que tenia aspecto de poeta tal como se lo imagina el vulgo, se despojo de un gabancito veraniego y dos bufandas de lana arrolladas a su cuerpo para suplir la falta de abrigo. Retiro la pipa de su boca, golpeando con ella la suela de uno de sus zapatos, y la metio luego en un bolsillo del gaban, recomendando a los criados que lo guardasen cuidadosamente, como si fuese prenda de gran valor. El abrigo de pieles que llevaba Robledo atrajo el respeto de los dos servidores. Uno de ellos le ayudo a despojarse de el, conservandolo sobre sus brazos. --Puede usted admirarlo; le doy permiso--dijo el ingeniero--. Lo compre hace pocos dias. Una rica pieza, ?eh?... Pero el criado, sin hacer caso de su tono burlon, contesto: --Lo pondre aparte. Temo que a la salida se equivoque alguno y se lo lleve, dejando el suyo al senor. Y guino un ojo, senalando al mismo tiempo los gabanes de aspecto lamentable amontonados en la antesala. La noble poetisa mostro un entusiasmo ruidoso al verle en sus salones. Apartando a los otros invitados, salio a su encuentro y le estrecho ambas manos a la vez. Luego, apoyada en su brazo, lo fue llevando entre los grupos para hacer la presentacion. Le acariciaba con los ojos, como si fuese el principal atractivo de su fiesta; parecia sentir orgullo al mostrarlo a sus amigas. Con razon el dia anterior le habia dicho, burlandose, Elena: "iMucho ojo, Robledo! La condesa esta locamente enamorada de usted, y la creo capaz de raptarle." Expresaba la poetisa su entusiasmo con una avalancha de palabras al hacer la presentacion del ingeniero. --Un heroe; un superhombre del desierto, que alla en las pampas de la Argentina ha matado leones, tigres y elefantes. Robledo puso cara de espanto al oir tales disparates, pero la condesa no estaba para reparar en escrupulos geograficos. --Cuando me haya contado todas sus hazanas--continuo--, escribire un poema epico, de caracter moderno, relatando en verso las aventuras de su vida. A mi, los hombres solo me interesan cuando son heroes... Y otra vez Robledo puso cara de asombro. Como la condesa no veia ya cerca de ella mas invitados a quienes presentar su heroe, lo condujo a un gabinete completamente solitario, sin duda a causa de los olores que a traves de un cortinaje llegaban de la cocina, demasiado proxima. Ocupo un sillon amplio como un trono, e invito a sentarse a Robledo. Pero cuando este buscaba una silla, la Titonius le indico un taburete junto a sus pies. --Asi lograremos que sea mayor nuestra intimidad. Parecera usted un paje antiguo prosternado ante su dama. No podia ocultar Robledo el asombro que le causaban estas palabras, pero acabo por colocarse tal como ella queria, aunque el asiento le resultase molesto, a causa de su corpulencia. Copiaba la Titonius los gestos pueriles y el habla ceceante de su amiga; pero estas imitaciones infantiles resultaban en ella extremadamente grotescas. --Ahora que estamos solos--dijo--, espero que hablara usted con mas libertad, y vuelvo a hacerle la misma pregunta del otro dia: ?Que opina usted del amor? Quedo sorprendido Robledo, y al final balbuceo: --iOh, el amor!... Es una enfermedad... eso es: una enfermedad de la que vienen ocupandose las gentes hace miles de anos, sin saber en que consiste. La condesa se habia aproximado mucho a el, a causa de su miopia, prescindiendo del auxilio de unos impertinentes de concha que guardaba en su diestra. Inclinandose sobre el emballenado hemisferio de su vientre, casi juntaba su cara con la del hombre sentado a sus pies. --?Y cree usted--prosiguio--que un alma superior y mal comprendida, como la mia, podra encontrar alguna vez el alma hermana que le complete?... Robledo, que habia recobrado su tranquilidad, dijo gravemente: --Estoy seguro de ello... Pero todavia es usted joven y tiene tiempo para esperar. Tal fue su arrobamiento al oir esta respuesta, que acabo por acariciar el rostro de su acompanante con los lentes que tenia en una mano. --iOh, la galanteria espanola!... Pero separemonos; guardemos nuestro secreto ante un mundo que no puede comprendernos. Leo en sus ojos el deseo ardiente... icontengase ahora! Yo procurare que nuestras almas vuelvan a encontrarse con mas intimidad. En este momento es imposible... Los deberes sociales... las obligaciones de una duena de casa... Y despues de levantarse del sillon-trono con toda la pesadez de su volumen, se alejo imitando la ligereza de una nina, no sin enviar antes a Robledo un beso mudo con la punta de sus lentes. Desconcertado por esta agresividad pasional, y ofendido al mismo tiempo porque creia verse en una situacion grotesca, el ingeniero abandono igualmente el solitario gabinete. Al volver a los salones iba tan ofuscado, que casi derribo a un senor de reducida estatura, y este, a pesar del golpe recibido, hizo una reverencia murmurando excusas. Le vio despues yendo de un lado a otro, timido y humilde, vigilando a los servidores con unos ojos que parecian pedirles perdon, y cuidandose de volver a su sitio los muebles puestos en desorden por los invitados. Apenas le hablaba alguien, se apresuraba a contestar con grandes muestras de respeto, huyendo inmediatamente. La Titonius tenia en torno a ella un circulo de hombres, que eran en su mayor parte los jovenes de aspecto "artista" vistos por Robledo en la antesala. Muchas senoras se burlaban francamente de la condesa, partiendo de sus grupos ironicas miradas hacia su persona. El viejo que habia dejado sus bufandas y su pipa en el guardarropa dio varias palmadas, siseo para imponer silencio, y dijo luego con solemnidad: --La asistencia reclama que nuestra bella musa recite algunos de sus versos incomparables. Muchos aplaudieron, apoyando esta peticion con gritos de entusiasmo. Pero la masa se mostro displicente y empezo a moverse en su asiento haciendo signos negativos. Al mismo tiempo dijo con voz debil, como si acabase de sentir una repentina enfermedad: --No puedo, amigos mios... Esta noche me es imposible... Otro dia, tal vez... Volvio a insistir el grupo de admiradores, y la condesa repitio sus protestas con un desaliento cada vez mas doloroso, como si fuese a morir. Al fin, los invitados la dejaron en paz, para ocuparse en cosas mas de su gusto. Los grupos volvieron sus espaldas a la poetisa, olvidandola. Un musico joven, afeitado y con largas guedejas, que pretendia imitar la fealdad "genial" de algunos compositores celebres, se sento al piano e hizo correr sus dedos sobre las teclas. Dos muchachas acudieron con aire suplicante, poniendo sus manos sobre las del pianista. Oirian despues con mucho gusto sus obras sublimes; pero por el momento debia mostrarse bondadoso y al nivel del vulgo, tocando algo para bailar. Se contentaban con un vals, si es que sus convicciones artisticas le impedian descender hasta las danzas americanas. Varias parejas empezaron a girar en el centro del salon, y cuando iba aumentando su numero y no quedaba quien se acordase de la condesa, esta miro a un lado y a otro con asombro y se puso en pie: --Ya que me piden versos con tanta insistencia, accedere al deseo general. Voy a decir un pequeno poema. Tales palabras esparcieron la consternacion. El pianista, por no haberlas oido, continuo tocando; pero tuvo que detenerse, pues el senor humilde y anonimo que iba de un lado a otro como un domestico se acerco a el, tomandole las manos. Al cesar la musica, las parejas quedaron inmoviles; y, finalmente, con una expresion aburrida, volvieron a sus asientos. La condesa empezo a recitar. Algunos invitados la oian con tina atencion dolorosa o una inmovilidad estupida, pensando indudablemente en cosas remotas. Otros parpadeaban, haciendo esfuerzos para repeler el sueno que corria hacia ellos montado en el sonsonete de las rimas. Dos senoras ya entradas en anos y de aspecto maligno fingian gran interes por conocer los versos, y hasta se llevaban de vez en cuando una mano a la oreja para oir mejor. Pero al mismo tiempo las dos seguian conversando detras de sus abanicos. En ciertos momentos dejaban estos sobre sus rodillas para aplaudir y gritar: "iBravo!"; pero volvian a recobrarlos y los desplegaban, riendo de la duena de la casa bajo el amparo de su tela. Robledo estaba detras de ellas, apoyado en el quicio de una puerta y medio oculto por el cortinaje. Como la condesa declamaba con vehemencia, las dos senoras se veian obligadas a elevar un poco el tono de su voz, y el ingeniero, que era de oido sutil, pudo enterarse de lo que decian. --Seria preferible--murmuraba una de ellas--que en vez de regalarnos con versos, preparase un _buffet_ mejor para sus invitados. La otra protesto. En casa de la Titonius, la mesa era mas peligrosa cuanto mas abundante. Se necesitaba un valor heroico para aceptar la invitacion a sus comidas, que ella misma preparaba. --A los postres hay que pedir por telefono un medico, y alguna vez sera preciso avisar a la Agencia de pompas funebres. Entre risas sofocadas, recordaban la historia de la duena de la casa. Habia sido rica en otros tiempos; unos decian que por sus padres; otros, que por sus amantes. Para llegar a condesa se habia casado con el conde Titonius, personaje arruinado e insignificante, que considero preferible esta humillacion a pegarse un tiro. Ocupaba en la casa una situacion inferior a la de los domesticos. Cuando la condesa tenia excitados los nervios por la infidelidad de alguno de sus jovenes admiradores arrojaba escaleras abajo las camisas y calzoncillos del conde, ordenandole como una reina ofendida que desapareciese para siempre. Pero pasada una semana, al organizar la poetisa una nueva fiesta, reaparecia el desterrado, siempre humilde y melancolico, encogiendose como si temiese ocupar demasiado espacio en los salones de su mujer. --Yo no se--continuo una de las murmuradoras--para que da estas fiestas estando arruinada. Fijese en la mesa que nos ofrecera luego. Los grandes pasteles y las frutas ricas que adornan el centro son alquiladas por una noche, lo mismo que sus domesticos. Todos lo saben, y nadie se atreve a tocar esas cosas apetecibles por miedo a su enfado. La gente se limita al te y las galletas, fingiendose desganada. Cesaron en sus murmuraciones para aplaudir a la poetisa, y esta, enardecida por el exito, empezo a declamar nuevos versos. Como a Robledo no le interesaba la maligna conversacion de las dos senoras, y menos aun el talento poetico de la duena de la casa, aprovecho un momento en que esta le volvia la espalda para saludar a sus admiradores, y paso al gabinete donde habia estado antes. El mismo senor humilde y obsequioso con el que se habia tropezado repetidas veces estaba ahora medio tendido en un divan y fumando, como un trabajador que al fin puede descansar unos minutos. Se entretenia en seguir con los ojos las espirales del humo de su cigarrillo; pero al ver que un invitado acababa de sentarse cerca de el, creyo necesario sonreirle, preguntando a continuacion: --?Se aburre usted mucho?... El espanol le miro fijamente antes de responder: --?Y usted?... Contesto con un movimiento de cabeza afirmativo, y Robledo hizo un gesto de invitacion que pretendia decirle: "?Quiere usted que nos vayamos?..." Pero los ojos melancolicos del desconocido parecieron contestar: "Si yo pudiese marcharme... ique felicidad!" --?Es usted de la casa?--pregunto al fin Robledo. Y el otro, abriendo los brazos con una expresion de desaliento, dijo: --Soy su dueno; soy el marido de la condesa Titonius. Despues de tal revelacion, creyo oportuno Robledo abandonar su asiento, guardandose el cigarro que iba a encender. Al volver a los salones vio que todos aplaudian ruidosamente a la poetisa, convencidos de que por el momento habia renunciado a decir mas versos. Estrechaba efusivamente las manos tendidas hacia ella, y luego se limpiaba el sudor de su frente, diciendo con voz languida: --Voy a morir. La emocion... la fiebre del arte... Me han matado ustedes al obligarme con sus ruegos insistentes a recitar mis versos. Miro a un lado y a otro como si buscase a Robledo, y al descubrirle, fue hacia el. --Deme su brazo, heroe, y pasemos al _buffet_. La mayor parte del publico no pudo ocultar su regocijo al ver que se abria la puerta de la habitacion donde estaba instalada la mesa. Muchos corrieron, atropellando a los demas, para entrar los primeros. La Titonius, apoyada en un brazo del ingeniero, le miraba de muy cerca con ojos de pasion. --?Se ha fijado en mi poema _La aurora sonrosada del amor_!... ?Adivina usted en quien pensaba yo al recitar estos versos? El volvio el rostro para evitar sus miradas ardientes, y al mismo tiempo porque temia dar libre curso a la risa que le cosquilleaba el pecho. --No he adivinado nada, condesa. Los que vivimos alla en el desierto, inos criamos tan brutos! Agolparonse los invitados en torno a la mesa, admirando los grandes platos que ocupaban su centro, como algo imposible de conquistar. Eran magnificos pasteles y piramides de frutas enormes, que se destacaban majestuosos sobre otras cosas de menos importancia. Los dos criados que estaban antes en el recibimiento y un _maitre d'hotel_ con cadena de plata y patillas de diplomatico viejo parecian defender el tesoro del centro de la mesa, dignandose entregar unicamente lo que estaba en los bordes de ella. Servian tazas de te, de chocolate, o copas de licor; y en cuanto a comestibles, solo avanzaban los platos de emparedados y galletas. El viejo de las bufandas, al que llamaba la condesa _cher maitre_, se canso sin exito dirigiendo peticiones a un criado que no queria entenderle. Avanzaba un plato vacio para obtener un pedazo de pastel o una de las frutas, senalando ansiosamente el objeto de sus deseos. Pero el domestico le miraba con asombro, como si le propusiese algo indecente, acabando por volver la espalda, luego de depositar en su plato una galleta o un emparedado. Robledo quedo junto a la mesa, cerca de aquellas materias preciosas y alquiladas defendidas por la servidumbre. La condesa abandono su brazo para contestar a los que la felicitaban. Satisfecho de que la poetisa le dejase en paz por unos instantes, fue examinando la mesa, con un plato y un cuchillito en las manos. Como el _maitre d'hotel_ y sus acolitos estaban ocupados en atender al publico, pudo avanzar entre aquella y la pared, y corto tranquilamente un pedazo del pastel mas majestuoso. Aun tuvo tiempo para tomar igualmente una de las frutas vistosas, partiendola y mondandola. Pero cuando iba a comerla, la duena de la casa, libre momentaneamente de sus admiradores, pudo volver hacia el su rostro amoroso, y lo primero que vio fue el enorme pastel empezado y la fruta despedazada sobre el platillo que el heroe tenia en una mano. Su fisonomia fue reflejando las distintas fases de una gran revolucion interior. Primeramente mostro asombro, como si presenciase un hecho inaudito que trastornaba todas las reglas consagradas; luego, indignacion; y, finalmente, rencor. Al dia siguiente tendria que pagar este destrozo estupido... iY ella que se imaginaba haber encontrado un alma de heroe, digna de la suya!... Abandono a Robledo, y fue al encuentro del pianista, que rondaba la mesa, pasando de un criado a otro para repetir sus peticiones de emparedados y de copas. --Deme su brazo... Beethoven. Al deslizarse entre dos grupos, dijo, mostrando al musico: --Voy a escribir cualquier dia un libreto de opera para el, y entonces la gente se vera obligada a hablar menos de Wagner. Se lo llevo al gran salon, que estaba ahora desierto, y le hizo sentarse al piano, empezando a recitar a toda voz, con acompanamiento de arpegios. Pero las gentes no podian despegarse de la atraccion de la mesa, y permanecieron sordas a los versos de la duena de la casa, aunque fuesen ahora servidos con musica. Los invitados de mas distincion formaban grupo aparte en la plaza donde estaba instalado el _buffet_, manteniendose lejos de las otras gentes reclutadas por la noble poetisa. Robledo vio en este grupo a los marqueses de Torrebianca, que acababan de llegar con gran retraso, por haber estado en otra fiesta. Elena hablaba con aire distraido, pronunciando palabras faltas de ilacion, como si su pensamiento estuviese lejos de alli. Adivinando el ingeniero que la molestaba con su charla, fue en busca de Federico, pero este tampoco se fijo en su persona, por hallarse muy interesado en describir a un senor los importantes negocios que su amigo Fontenoy iba realizando en diversos lugares de la tierra. Aburrido, y no dandose cuenta aun de la causa del abandono en que le dejaba la duena de la casa, se instalo en un sillon, e inmediatamente oyo que hablaban a sus espaldas. No eran las dos senoras de poco antes. Un hombre y una mujer sentados en un divan murmuraban lo mismo que la otra pareja maldiciente, como si todos en aquella fiesta no pudieran hacer otra cosa apenas formaban grupo aparte. La mujer nombro a la esposa de Torrebianca, diciendo luego a su acompanante: --Fijese en sus joyas magnificas. Bien se conoce que a ella y al marido les ha costado poco trabajo el adquirirlas. Todos saben que las pago un banquero. El hombre se creia mejor enterado. --A mi me han dicho que esas joyas son falsas, tan falsas como las de nuestra poetica condesa. Los Torrebianca se han quedado con el dinero que dio Fontenoy para las verdaderas; o han vendido las verdaderas, sustituyendolas con falsificaciones. La mujer acogio con un suspiro el nombre de Fontenoy. --Ese hombre esta proximo a la ruina. Todos lo dicen. Hasta hay quien habla de tribunales y de carcel... iQue rusa tan voraz! Sono una risa incredula del hombre. --?Rusa?... Hay quien la conocio de nina en Viena, cantando sus primeras romanzas en un _music-hall_. Un senor que pertenecio a la diplomacia afirma por su parte que es espanola, pero de padre ingles... Nadie conoce su verdadera nacionalidad; tal vez ni ella misma. Robledo abandono su asiento,. No era digno de el permanecer alli escuchando silenciosamente tales cosas contra sus amigos. Pero antes de alejarse sono a sus espaldas una doble exclamacion de asombro. --iAhi llega Fontenoy--dijo la mujer--, el gran protector de los Torrebianca! iQue extrano verle en esta casa, que nunca quiere visitar, por miedo a que su duena le pida luego un prestamo!... Algo extraordinario debe ocurrir. El ingeniero reconocio a Fontenoy en el grupo de gente elegante saludando a los Torrebianca. Sonreia con amabilidad, y Robledo no pudo notar en su persona nada extraordinario. Hasta habia perdido aquel gesto de preocupacion que evocaba la imagen de un pagare de proximo vencimiento. Parecia mas seguro y tranquilo que otras veces. Lo unico anormal en su exterior era la exagerada amabilidad con que hablaba a las gentes. Observandole de lejos, el espanol pudo ver como hacia una leve sena con los ojos a Elena. Luego, fingiendo indiferencia, se separo del grupo para aproximarse lentamente al gabinete solitario donde habian estado al principio Robledo y la condesa. Tomaba al paso distraidamente las manos que le tendian algunos, deseosos de entablar conversacion. "Encantados de verle..." Y seguia adelante. Al pasar junto a Robledo le saludo con la cabeza, haciendo asomar a su rostro la sonrisa de bondad protectora habitual en el; pero esta sonrisa se desvanecio inmediatamente. Los dos hombres habian cruzado sus miradas, y Fontenoy vio de pronto en los ojos del otro algo que le hizo retirar el antifaz de su sonrisa. Parecia que hubiese encontrado en las pupilas del espanol un reflejo de su propio interior. Tuvo el presentimiento Robledo de que se acordaria siempre de esta mirada rapida. Apenas se conocian los dos, y sin embargo hubo en los ojos de este hombre una expresion de abandono fraternal, como si le librase toda su alma durante un segundo. Vio al poco rato como Elena se dirigia tambien disimuladamente hacia el gabinete, y sintio una curiosidad vergonzosa. El no tenia derecho a entrometerse en los asuntos de estas dos personas. Pero al mismo tiempo, le era imposible desinteresarse del suceso extraordinario que se estaba preparando en aquellos momentos, y que su instinto le hacia presentir. Este hombre habia necesitado hablar a Elena con una urgencia angustiosa; solo asi era explicable que se decidiese a buscarla en casa de la condesa Titonius, ?Que estarian diciendose?... Se atrevio a pasar, fingiendo distraccion, ante la puerta del gabinete. Ella y Fontenoy hablaban de pie, con el rostro impasible y muy erguidos. Sus labios se movian apenas, como si temieran dejar adivinar en sus contracciones las palabras deslizadas suavemente. Robledo se arrepintio de su curiosidad al ver la rapida mirada que le dirigia Fontenoy, mientras continuaba hablando a Elena, puesta de espaldas a la puerta. Esta mirada volvio a emocionarle como la otra. El hombre que se la dirigia estaba tal vez en el momento mas critico de su existencia. Hasta creyo ver en sus ojos una reconvencion. "?Por que te intereso, si nada puedes hacer por mi?..." No se atrevio a pasar otra vez ante la puerta. Pero obedeciendo a una fuerza obscura mas potente que su voluntad, se mantuvo cerca de ella, aparentando distraccion y aguzando el oido. Reconocia que su conducta era incorrecta. Estaba procediendo como cualquiera de aquellos murmuradores a los que habia escuchado por casualidad. Sin duda, el ambiente de esta casa empezaba a influir en el... Era dificil enterarse de lo que decian las dos personas al otro lado de la puerta abierta. Ademas, los invitados habian empezado a bailar en los salones y el pianista golpeaba rudamente el teclado. Unas palabras confusas llegaron hasta el. La pareja del gabinete levantaba el tono de su conversacion a causa del ruido. Tal vez las emociones de su dialogo les hacian olvidar tambien toda reserva. Reconocio la voz de Fontenoy. --?Para que frases dramaticas?... Tu no eres capaz de eso. Yo soy el que se ira... En ciertos momentos es lo unico que puede hacerse. La musica y el ruido del baile volvieron a obstruir sus oidos. Pero todavia, al humanizar el pianista por unos instantes su tempestuoso tecleo, pudo escuchar otra voz. Ahora era Elena la que hablaba, lejos, imuy lejos! con un tono de inmenso desaliento: --Tal vez tienes razon. iAy, el dinero!... Para los que sabemos lo que puede dar de si, ique horrorosa la vida sin el!... No quiso oir mas. La vergueenza de su espionaje acabo por vencer a la malsana curiosidad que le habia dominado durante unos momentos. Debia respetar el secreto que hacia buscarse a estas dos personas. Presintio ademas que el tal misterio iba a ser de corta duracion. Tal vez durase lo que la noche. Cuando volvio a la pieza donde estaba el _buffet_, vio a su amigo Federico que seguia conversando con el mismo personaje: un senor ya viejo, con la roseta de la Legion de Honor en una solapa y el aspecto de un alto funcionario retirado. Ahora era este el que hablaba, despues que Torrebianca hubo terminado la explicacion de los grandes negocios de Fontenoy. --Yo no dudo de la honradez de su amigo, pero me abstendria de colocar dinero en sus negocios. Me parece un hombre audaz, que situa sus empresas demasiado lejos. Todo marchara bien mientras los accionistas tengan fe en el. Pero, segun parece, empiezan a no tenerla; y el dia que exijan realidades y no esperanzas, el dia que Fontenoy tenga que presentar con claridad la verdadera situacion de sus negocios... entonces... * * * * * #IV# Robledo se levanto muy tarde; pero aun pudo admirar el suave esplendor de un dia primaveral en pleno invierno. Una neblina ligera saturada de sol extendia su toldo de oro sobre Paris. --Da gusto vivir--penso al abandonar su hotel despues de haber almorzado rapidamente en un comedor donde solo quedaban los criados. Paseo toda la tarde por el Bosque de Bolonia, y poco antes del ocaso volvio a los bulevares. Se proponia comer en un restoran, buscando luego a los Torrebianca para pasar juntos una parte de la noche en cualquier lugar de diversion. Estando en la terraza de un cafe compro un diario, y antes de abrirlo presintio que este papel recien impreso guardaba algo que podia sorprenderle. Tuvo el obscuro aviso de que iba a conocer cosas hasta entonces envueltas en el misterio... Y en el mismo instante sus ojos tropezaron con un titulo de la primera pagina: "Suicidio de un banquero." Antes de leer el nombre del suicida estaba seguro de conocerlo. No podia ser otro que Fontenoy. Por eso no experimento sorpresa alguna mientras continuaba su lectura. Los detalles del suicidio le parecieron sucesos naturales y ordinarios, como si alguien se los hubiese revelado previamente. Fontenoy habia sido encontrado en su lujosa vivienda tendido en la cama y guardando todavia en la diestra el revolver con que se habia dado muerte. Desde el dia anterior circulaba por los centros financieros la noticia de su quiebra en condiciones tales que iba a atraer la intervencion de la Justicia. Sus accionistas le acusaban de estafa, y el juez se proponia registrar al dia siguienta su contabilidad, lo que hacia esperar a muchos una prision inmediata del banquero. El colonizador leyo por dos veces el final del articulo: "La muerte de esta hombre deja visible el engano en que vivian los que le confiaron su dinero. Sus empresas mineras e industriales en Asia y en Africa son casi ilusorias. Estan todavia en los comienzos de un posible desarrollo, y sin embargo, el las presento al publico como negocios en plena prosperidad. Era un hombre que, segun afirman algunos, tuvo mas de iluso que de criminal; pero esto no impide que haya arruinado a muchas gentes. Ademas, parece que invirtio una parte considerable del dinero de sus accionistas en gastos particulares. Su tremenda responsabilidad alcanzara indudablemente a los que han colaborado con el en la direccion de estas empresas enganosas." "A ultima hora se habla de la probable prision de algunos personajes conocidos que trabajaron a las ordenes del banquero." Ceso de pensar en el suicida para ocuparse unicamente de su amigo. "iPobre Federico! ?Que va a ser de el?..." Y tomo inmediatamente un automovil para que le llevase a la avenida Henri Martin. El ayuda de camara de Torrebianca le recibio con un rostro de funebre tristeza, como si hubiese muerto alguien en la casa. El marques habia salido a mediodia, asi que supo por telefono la noticia del suicidio, y aun estaba ausente. --La senora marquesa--continuo el criado--esta enferma, y no quiere recibir a nadie. Robledo, escuchandole, pudo darse cuenta del efecto que habia producido en aquella casa la muerte del banquero. La disciplina glacial y solemne de estos servidores ya no existia. Mostraban el aspecto azorado de una tripulacion que presiente la llegada de la tormenta capaz de tragarse su buque. Robledo oyo pasos discretos detras de los cortinajes, con acompanamiento de susurros, y vio como se levantaban aquellos levemente, dejando asomar ojos curiosos. Sin duda, en las inmediaciones de la cocina se habia hablado mucho de la posibilidad de ciertas visitas, y cada vez que llegaba alguien a la casa temian todos que fuese la policia. El chofer preguntaba con sorda colera a sus companeros: --Se mato el capitan, y este barco se va a pique. ?Quien nos pagara ahora lo que nos deben?... Regreso el ingeniero al centro de la ciudad para comer en un restoran, y tres veces llamo por telefono a la casa de Torrebianca. Cerca ya de media noche le contestaron que el senor acababa de entrar, y Robledo se apresuro a volver a la avenida Henri Martin. Encontro a Federico en su biblioteca considerablemente avejentado, como si las ultimas horas hubiesen valido para el anos enteros. Al ver entrar a Robledo lo abrazo, buscando instintivamente un apoyo para sostener su cuerpo desalentado. Le parecia asombroso que pudieran soportarse tantas emociones en tan poco tiempo. Por la manana habia sentido la misma impresion de felicidad y confianza que Robledo ante la hermosura del dia. iDaba gusto vivir!... Y de pronto el llamamiento por telefono, la terrible noticia, la marcha apresurada al domicilio de Fontenoy, el cadaver del banquero tendido en la cama y arrebatado despues por los que intervienen en esta clase de muertes para hacer su autopsia. Aun le habia causado una impresion mas dolorosa ver el aspecto de las oficinas de Fontenoy. El juez estaba en ellas como unico amo, examinando papeles, colocando sellos, procediendo a un registro sin piedad, apreciandolo todo con ojos frios, recelosos e implacables. El secretario del banquero, que habia llamado a Torrebianca por telefono, hacia esfuerzos para ocultar su turbacion, y acogio la presencia de este con gestos pesimistas. --Creo que vamos a salir mal de esta aventura. El patron debia habernos prevenido... Paso Torrebianca el resto del dia buscando a otras personas de las que habian colaborado con Fontenoy, cobrando grandes sueldos por figurar como automatas en los Consejos de Administracion de sus empresas. Todos se mostraban igualmente pesimistas, con un miedo feroz capaz de toda clase de mentiras y vilezas contra los otros para conseguir la propia salvacion. Se quejaban de Fontenoy, al que habian alabado hasta pocas horas antes para que les proporcionase nuevos sueldos. Algunos le llamaban ya "bandido". Los hubo que, necesitando atacar a alguien para justificarse, insinuaron sus primeras protestas contra Torrebianca. --Usted ha dicho en sus informes que los negocios eran magnificos. Debe haber visto con sus propios ojos lo que existe en aquellas tierras lejanas, pues de otro modo no se comprende como puso su firma en unos documentos tecnicos que sirvieron para infundirnos confianza en los negocios de ese hombre. Y Torrebianca empezo a darse cuenta de que todos necesitaban una victima escogida entre los vivos, para que cargase con las tremendas responsabilidades evitadas por el banquero al refugiarse entre los muertos. --Tengo miedo, Manuel--dijo a su camarada--. Yo mismo no comprendo ahora como firme esos papeles, sin darme cuenta de su importancia... ?Quien pudo aconsejarme una fe tan ciega en los negocios de Fontenoy? Robledo sonrio tristemente. Podia darle el nombre de la persona que le habia aconsejado; pero considero inoportuno aumentar con tal revelacion el desaliento de su amigo. Aun en medio de sus preocupaciones, Torrebianca pensaba en su mujer. --iPobre Elena! He hablado con ella hace un momento... Crei que iba a sufrir un accidente al contarle yo como habia visto el cadaver de Fontenoy. Este suceso ha perturbado de tal modo su sistema nervioso, que temo por su salud. Pero Robledo sintio tal impaciencia ante sus lamentaciones, que dijo brutalmente: --Piensa en tu situacion y no te ocupes de tu mujer. Lo que te amenaza es mas grave que un ataque de nervios. Los dos hombres, despues de hablar largamente de esta catastrofe, acabaron por sentir cierto optimismo, como todos los que se familiarizan con la desgracia. iQuien podia conocer la verdad exacta mientras los asuntos del banquero no fuesen puestos en claro por el juez!... Fontenoy era mas iluso que criminal; esto lo reconocian hasta sus mayores enemigos. Muchos de los negocios ideados por el acabarian siendo excelentes. Su defecto habia consistido en pretender hacerlos marchar demasiado aprisa, enganando al publico sobre su verdadera situacion. Tal vez unos administradores prudentes sabrian hacerlos productivos, reconociendo los informes de Fontenoy como exactos y declarando que Torrebianca no habia cometido ningun delito al aprobarlos. --Bien puede ser asi--dijo Robledo, que necesitaba mostrarse igualmente optimista. Le habia infundido al principio una gran inquietud el desaliento de su amigo, y preferia ayudarle a recobrar cierta confianza en el porvenir. Asi pasaria mejor la noche. --Veras como todo se arregla, Federico. No concedas demasiado valor a lo que dicen los antiguos parasitos de Fontenoy, aconsejados por el miedo. Al dia siguiente lo primero que hizo el espanol al levantarse fue buscar los periodicos. Todos se mostraban pesimistas y amenazadores en sus articulos sobre este suicidio, que tomaba la importancia de un gran escandalo parisien, augurando que la Justicia iba a meter en la carcel a personalidades muy conocidas antes de que hubiesen transcurrido cuarenta y ocho horas. Hasta creyo adivinar en uno de los periodicos vagas alusiones a los informes de cierto ingeniero protegido de Fontenoy. Cuando volvio a encontrar a Federico en su biblioteca, todavia le vio mas viejo y mas desalentado que en la noche anterior. Sobre una mesa estaban los mismos diarios que habia leido el. --Quieren llevarme a la carcel--dijo con voz doliente--. Yo, que nunca he hecho mal a los demas, no comprendo por que se encarnizan de tal modo conmigo. En vano intento Robledo consolarle. --iQue vergueenza!-siguio diciendo--. Jamas he temido a nadie, y sin embargo, no puedo sostener la mirada de los que me rodean. Hasta cuando me habla mi ayuda de camara bajo los ojos, temiendo ver los suyos... iQue diran de mi en mi propia casa! Luego anadio, encogido y humilde, como si hubiese retrocedido a los anos de su infancia: --Tengo miedo de salir. Tiemblo solo de pensar que puedo ver a las mismas personas que he encontrado tantas veces en los salones, y me sera preciso explicarles mi conducta, sufrir sus miradas ironicas, sus palabras de falsa lastima. Callo, para anadir poco despues con admiracion: --Elena es mas valiente. Esta manana, despues de leer los periodicos, pidio el automovil para ir no se donde. Debe estar haciendo visitas. Me dijo que era preciso defenderse... Pero ?como voy a defenderme si es verdad que he autorizado con mi firma esos informes sobre negocios que no conozco?... Yo no se mentir. Robledo intento en vano infundirle confianza, como en la noche anterior. Su optimismo carecia ya de fuerzas para rehacerse. --Tambien mi mujer cree, como tu, que esto puede arreglarse. Ella se siente tan segura de su influencia, que nunca llega a desesperar. Tiene en Paris muchas amistades; le quedan muchas relaciones de familia. Se ha ido esta manana jurando que conseguira desbaratar las tramas de mis enemigos... Porque ella supone que tenemos muchos enemigos y esos son los que intentan perderme, buscando un pretexto en la quiebra de Fontenoy... Elena sabe de todo mas que yo, y no me extranaria que consiguiese hacer cambiar la opinion de los periodicos y la del mismo juez, desvaneciendo esas amenazas disimuladas de proceso y de carcel. Se estremecio al pronunciar la ultima palabra. --iLa carcel!... ?Ves tu, Manuel, a un Torrebianca en la carcel?... Antes de que eso ocurra, apelare al medio mas seguro para evitar tal vergueenza. Y recobraba su antigua energia vibrante y nerviosa, como si en su interior resucitasen todos sus antepasados, ofendidos por la amenaza. Robledo se alarmo al ver la luz azulenca que pasaba por las pupilas de su amigo, igual al resplandor fugaz de una espada cimbreante. --Tu no puedes hacer ese disparate--dijo--. Vivir es lo primero. Mientras uno vive, todo puede arreglarse bien o mal. Con la muerte si que no hay arreglo posible... Ademas, iquien sabe!... Tal vez no te equivocas en lo que se refiere a tu mujer, y ella pueda llegar a influir en el arreglo de tu situacion. Cosas mas dificiles se han visto. Al salir de la biblioteca encontro Robledo a varias personas sentadas en el recibimiento y aguardando pacientemente. El ayuda de camara, con una confianza extemporanea y molesta para el, murmuro: --Esperan a la senora marquesa... Les he dicho que el senor habia salido. No anadio mas el criado; pero la expresion maliciosa de sus pupilas le hizo adivinar que los que esperaban eran acreedores. El suicidio del banquero habia dado fin al escaso credito que aun gozaban los Torrebianca. Todas aquellas gentes debian saber que Fontenoy era el amante de la marquesa. Por otra parte, la quiebra de su Banco privaba al marido de los empleos que servian aparentemente para el sostenimiento de una vida lujosa. Comprendio ahora que su amigo tuviese miedo y vergueenza de ver a los que le rodeaban en su propia casa y permaneciese aislado en su biblioteca. A media tarde hablo por telefono con el. Elena acababa de regresar de su correria por Paris, mostrandose satisfecha de sus numerosas visitas. --Me asegura que por el momento ha parado el golpe, y todo se ira arreglando despues--dijo Torrebianca, no queriendo mostrarse mas expansivo en una conversacion telefonica. Cerrada la noche, volvio Robledo a la avenida Henri Martin. Habia leido en un cafe los diarios vespertinos, no encontrando en ellos nada que justificase la relativa tranquilidad de su amigo. Continuaban las noticias pesimistas y las alusiones a una probable prision de las personas comprometidas en la escandalosa quiebra. Vio otra vez sobre una mesa de la biblioteca los mismos periodicos que el acababa de leer, y se explico el desaliento de su amigo, quebrantado por el vaiven de los sucesos, saltando en el curso de unas pocas horas de la confianza a la desesperacion. Era rudo el contraste entre su voz fria y reposada y el crispamiento doloroso de su rostro. Indudablemente, habia adoptado una resolucion, y persistia en ella, sin mas esperanza que un suceso inesperado y milagroso, unico que podia salvarle. Y si no llegaba este prodigio... entonces... Miro Robledo a todos lados, fijandose en la mesa y otros muebles de la biblioteca. iNo poder adivinar donde estaba guardado el revolver que era para su amigo el ultimo remedio!... --?Hay gente ahi fuera?--pregunto Torrebianca. Como parecia conocer las visitas molestas que durante el dia habian desfilado por el recibimiento, Robledo no pidio una aclaracion a esta pregunta, limitandose a contestarla con un movimiento negativo. Entonces el hablo de aquella invasion de acreedores que llegaba de todos los extremos de Paris. --Huelen la muerte--dijo-, y vienen sobre esta casa como bandas de cuervos... Cuando entro Elena a media tarde, el recibimiento estaba repleto... Pero ella posee una magia a la que no escapan hombres ni mujeres, y le basto hablar para convencerlos a todos. Creo que hasta le habrian hecho nuevos prestamos de pedirselos ella... Ensalzaba con orgullo el poder seductor de su esposa; pero la realidad se sobrepuso muy pronto a esta admiracion. --Volveran--dijo con tristeza--. Se han ido, pero volveran manana... Tambien Elena ha visto a ciertos amigos poderosos que inspiran a los periodicos o tienen influencia sobre los jueces. Todos le han prometido servirla; pero iay! cuando ella esta lejos, cuando no la ven, su poder ya no es el mismo... Le han dicho que arreglaran las cosas, y no dudo que asi sera por el momento; pero ?que puede una mujer contra tantos enemigos?... Ademas, no debo consentir que mi esposa vaya de un lado a otro defendiendome, mientras yo permanezco aqui encerrado. Se a lo que se expone una mujer cuando va a solicitar el apoyo de los hombres. No... Eso seria peor que la carcel. Y por las pupilas de Torrebianca, que mostraba a veces un temor pueril y a continuacion una gran energia, paso cierto resplandor agresivo al pensar en los peligros a que podia verse expuesta la fidelidad de Elena durante las gestiones hechas para salvarle. --La he prohibido que continue las visitas, aunque sean a viejos amigos de su familia. Un hombre de honor no puede tolerar ciertas gestiones cuando se trata de su mujer... Confiemonos a la suerte, y ocurra lo que Dios quiera. Solo el cobarde carece de solucion cuando llega el momento decisivo. Robledo, que le habia escuchado sin dar muestras de impaciencia, dijo con voz grave: --Yo tengo una solucion mejor que la tuya, pues te permitira vivir... Vente conmigo. Y lentamente, con una frialdad metodica, como si estuviera exponiendo un negocio o un proyecto de ingenieria, le explico su plan. Era absurdo esperar que se arreglasen favorablemente los asuntos embrollados por el suicidio de Fontenoy, y resultaba peligroso seguir viviendo en Paris. --Te advierto que adivino lo que piensas hacer manana o tal vez esta misma noche, si consideras tu situacion sin remedio. Sacaras tu revolver de su escondrijo, tomaras una pluma y escribiras dos cartas, poniendo en el sobre de una de ellas: "Para mi esposa"; y en el sobre de la otra: "Para mi madre". iTu pobre madre que tanto te quiere, que se ha sacrificado siempre por ti, y a cuyos sacrificios corresponderas yendote del mundo antes de que ella se marche!... El tono de acusacion con que fueron dichas estas palabras conmovio a Torrebianca. Se humedecieron sus ojos y bajo la frente, como avergonzado de una accion innoble. Sus labios temblaron, y Robledo creyo adivinar que murmuraban levemente: "iPobre mama!... iMama mia!" Sobreponiendose a la emocion, volvio a levantar Federico su cabeza. --?Crees tu--dijo--que mi madre se considerara mas feliz viendome en la carcel? El espanol se encogio de hombros. --No es preciso que vayas a la carcel para seguir viviendo. Lo que pido es que te dejes conducir por mi y me obedezcas, sin hacerme perder tiempo. Despues de mirar los periodicos que estaban sobre la mesa, anadio: --Como creo dificilisima tu salvacion, manana mismo salimos para la America del Sur. Tu eres ingeniero, y alla en la Patagonia podras trabajar a mi lado... ?Aceptas? Torrebianca permanecio impasible, como si no comprendiese esta proposicion o la considerase tan absurda que no merecia respuesta. Robledo parecio irritarse por su silencio. --Piensa en los documentos que firmaste para servir a Fontenoy, declarando excelentes unos negocios que no habias estudiado. --No pienso en otra cosa--contesto Federico--, y por eso considero necesaria mi muerte. Ya no contuvo su indignacion el espanol al oir las ultimas palabras, y abandonando su asiento, empezo a hablar con voz fuerte. --Pero yo no quiero que mueras, grandisimo majadero. Yo te ordeno que sigas viviendo, y debes obedecerme... Imaginate que soy tu padre... Tu padre no, porque murio siendo tu nino... Hazte cuenta que soy tu madre, tu vieja mama, a la que tanto quieres, y que te dice: "Obedece a tu amigo, que es lo mismo que si me obedecieses a mi." La vehemencia con que dijo esto volvio a conmover a Torrebianca, hasta el punto de hacerle llevar las manos a los ojos. Robledo aprovecho su emocion para decir lo que consideraba mas importante y dificil. --Yo te sacare de aqui. Te llevare a America, donde puedes encontrar una nueva existencia. Trabajaras rudamente, pero con mas nobleza y mas provecho que en el viejo mundo; sufriras muchas penalidades, y tal vez llegues a ser rico... Pero para todo eso necesitas venir conmigo... solo. Se incorporo el marques, apartando las manos de su rostro. Luego miro a su amigo con una extraneza dolorosa. ?Solo?... ?Como se atrevia a proponerle que abandonase a Elena?... Preferia morir, pues de este modo se libraba del sufrimiento de pensar a todas horas en la suerte de ella. Como Robledo estaba irritado, y en tal caso, siempre que alguien se oponia a sus deseos, era de un caracter impetuoso, exclamo ironicamente: --iTu Elena!... Tu Elena es... Pero se arrepintio al fijarse en el rostro de Federico, procurando justificar su tono agresivo. --Tu Elena es... la culpable en gran parte de la situacion en que ahora te encuentras. Ella te hizo conocer a Fontenoy, ?No es asi?... Por ella firmaste documentos que representan tu deshonra profesional. Federico bajo la cabeza; pero el otro todavia quiso insistir en su agresividad. --?Como conocio tu mujer a Fontenoy?... Me has dicho que era amigo antiguo de su familia... y eso es todo lo que sabes. Aun se contuvo un momento, pero su colera le empujo, pudiendo mas que su prudencia, que le aconsejaba callar. --Las mujeres conocen siempre nuestra historia, y nosotros solo sabemos de ellas lo que quieren contarnos. El marques hizo un gesto como si se esforzase por comprender el sentido de tales palabras. --Ignoro lo que quieres decir--dijo con voz sombria--; pero piensa que hablas de mi mujer. No olvides que lleva mi nombre. iY yo la amo tanto!... Despues quedaron los dos en silencio. Segun transcurrian los minutos parecia agrandarse la separacion entre ambos. Robledo creyo conveniente hablar para el restablecimiento de su amistosa cordialidad. --Alla, la vida es dura, y solo se conocen de muy lejos las comodidades de la civilizacion. Pero el desierto parece dar un bano de energia, que purifica y transforma a los hombres fugitivos del viejo mundo, preparandolos para una nueva existencia. Encontraras en aquel pais naufragos de todas las catastrofes, que han llegado lo mismo que los que se salvan nadando, hasta poner el pie en una isla bienaventurada. Todas las diferencias de nacionalidad, de casta y de nacimiento desaparecen. Alla solo hay hombres. La tierra donde yo vivo es... la tierra de todos. Como Torrebianca permanecia impasible, creyo oportuno recordarle otra vez su situacion. --Aqui te aguardan la deshonra y la carcel, o lo que es peor, la estupida solucion de matarte. Alla, conoceras de nuevo la esperanza, que es lo mas precioso de nuestra existencia... ?Vienes? El marques salio de su estupefaccion, iniciando el esperado movimiento afirmativo; pero Robledo le contuvo con un ademan para que esperase, y anadio energicamente: --Ya sabes mis condiciones. Alla hay que ir como a la guerra: con pocos bagajes; y una mujer es el mas pesado de los estorbos en expediciones de este genero... Tu esposa no va a morir de pena porque tu la dejes en Europa. Os escribireis como novios; una ausencia larga reanima el amor. Ademas, puedes enviarla dinero para el sostenimiento de su vida. De todos modos, haras por ella mucho mas que si te matas o te dejas llevar a la carcel... ?Quieres venir? Quedo pensativo Torrebianca largo rato. Despues se levanto e hizo una sena a Robledo para que esperase, saliendo de la biblioteca. No permanecio mucho tiempo solo el espanol. Le parecio oir muy lejos, como apagadas por las colgaduras y los tabiques, voces que casi eran gritos. Luego sonaron pasos mas proximos, se levanto violentamente un cortinaje y entro Elena en la biblioteca seguida de su esposo. Era una Elena transformada tambien por los acontecimientos. Robledo creyo que para ella las horas habian sido igualmente largas como anos. Parecia mas vieja, pero no por eso dejaba de ser hermosa. Su belleza ajada era mas sincera que la de los dias risuenos. Tenia el melancolico atractivo de un ramo de flores que empiezan a marchitarse. Habian transcurrido veinticuatro horas sin que pudiera ella dedicarse a los cuidados de su cuerpo, y se hallaba ademas bajo la influencia de incesantes emociones, unas dolorosas y otras irritantes para su amor propio. Mas que en la suerte de su marido, pensaba en lo que estarian diciendo a aquellas horas las numerosas amigas que tenia en Paris. Arrojo violentamente a sus espaldas el cortinaje, y fue avanzando por la biblioteca como una invasion arrolladora. Sus ojos parecieron desafiar a Robledo. --?Que es lo que me cuenta Federico?--dijo con voz aspera--. ?Quiere usted llevarselo y que deje abandonada a su mujer entre tantos enemigos?... Torrebianca, que al marchar detras de ella sentia de nuevo su poder de dominacion, creyo del caso protestar para convencerla de su fidelidad. --Yo no te abandonare nunca... Se lo he dicho a Manuel varias veces. Pero Elena no lo escuchaba, y continuo avanzando hacia Robledo. --iY yo que le tenia a usted por un amigo seguro!... iMal sujeto! iQuerer arrebatar a una mujer el apoyo de su esposo, dejandola sola!... Al hablar miraba fijamente los ojos del espanol, como si pretendiese contemplarse en ellos. Pero debio ver tales cosas en estas pupilas, que su voz se hizo mas suave, y hasta acabo por fingir un mohin infantil de disgusto, amenazando al hombre con un dedo. El colonizador permanecio impasible, encontrando, sin duda, inoportunas estas gracias pueriles, y Elena tuvo que continuar hablando con gravedad. --A ver expliquese usted. Digame cuales son sus planes para sacar a mi marido de aqui, llevandolo a esas tierras lejanas donde vive usted como un senor feudal. Insensible a la voz y a los ojos de ella, hablo Robledo friamente, lo mismo que si expusiese un trabajo de ingenieria. Habia discurrido, mientras conversaba con Federico, la manera de sacarlo de Paris. Buscaria al dia siguiente un automovil para el, como si se le hubiese ocurrido de pronto emprender un viaje a Espana. Era oportuno tomar precauciones. Torrebianca aun estaba libre, pero bien podia ser que lo vigilase preventivamente la policia mientras el juez estudiaba su culpabilidad. Aunque la frontera de Espana estaba lejos, la pasarian antes de que la Justicia hubiese lanzado una orden de prision. Ademas, el tenia amigos en la misma frontera, que les ayudarian en caso de peligro para que pudiesen llegar los dos a Barcelona, y una vez en este puerto era facil encontrar pasaje para la America del Sur. Elena le escucho frunciendo su entrecejo y moviendo la cabeza. --Todo esta bien pensado--dijo--; pero en ese plan, ?por que ha de incluir usted solamente a mi esposo? ?Por que no puedo marcharme yo tambien con ustedes? Torrebianca quedo sorprendido por la proposicion. Horas antes, al volver Elena a casa, habia mostrado una gran confianza en el porvenir para animar a su marido y tal vez para enganarse a si misma. Venia de visitar a hombres que conocia de larga fecha y de recoger grandes promesas, dadas con la galanteria melancolica y protectora que inspiran los recuerdos lejanos de amor. Como no veia otro remedio a su situacion que estas palabras, habia necesitado creer en ellas, forjandose ilusiones sobre su eficacia; pero ahora, al conocer el plan de Robledo, todo su optimismo acababa de derrumbarse. Las promesas de sus amistades no eran mas que dulces mentiras; nadie haria nada por ellos al verlos en la desgracia; la Justicia seguiria su curso. Su marido iria a la carcel, y ella tendria que empezar otra vez... iotra vez! en un mundo extremadamente viejo, donde le era dificil encontrar un rincon que no hubiese conocido antes... Ademas, itantas amigas deseosas de vengarse!... Robledo vio pasar por sus ojos una expresion completamente nueva. Era de miedo: el miedo del animal acosado. Por primera vez percibio en la voz de Elena un acento de verdad. --Usted es el unico, Manuel, que ve claramente nuestra situacion; el unico que puede salvarnos... Pero lleveme a mi tambien. No tengo fuerzas para quedarme... Primero mendigar en un mundo nuevo. Y habia tal tristeza y tal mansedumbre en esta suplica, que el espanol la compadecio, olvidando todo lo que pensaba contra ella momentos antes. Torrebianca, como si adivinase la repentina flaqueza de su amigo, dijo energicamente: --O te sigo con ella, o me quedo a su lado, sin miedo a lo que ocurra. Aun dudo Robledo unos momentos; pero al fin hizo con su cabeza un gesto de aceptacion. Inmediatamente se arrepintio, como si acabase de aprobar algo que le parecia absurdo. Empezo a reir Elena, olvidando con una facilidad asombrosa las angustias del presente. --Yo siempre he adorado los viajes--dijo con entusiasmo--. Montare a caballo, cazare fieras, arrostrare grandes peligros. Voy a vivir una existencia mas interesante que la de aqui; una vida de heroina de novela. El espanol la miro como espantado de su inconsciencia. Ya no se acordaba de Fontenoy. Parecia haber olvidado igualmente que aun estaba en Paris, y de un momento a otro la policia podia entrar en la casa para llevarse a su marido. Le alarmo tambien la enorme distancia entre la existencia real de los que colonizan las soledades de America y las ilusiones novelescas que se forjaba esta mujer. Torrebianca les interrumpio con palabras de desaliento, como si juzgase imposible la realizacion del plan de su amigo. --Para marcharnos, necesitamos pagar antes lo que debemos. ?Donde encontrar dinero?... Su esposa volvio a reir, haciendo al mismo tiempo gestos de estraneza. --iPagar!... ?Quien piensa en eso? Los acreedores esperaran. Yo encuentro siempre una palabra oportuna para ellos... Ya les pagaremos desde America cuando tu seas rico. Obsesionado por sus escrupulos, el marques insistio en ellos con una tenacidad caballeresca. --No saldre de aqui sin que hayamos pagado a lo menos nuestra servidumbre. Ademas, necesitamos dinero para el viaje. Hubo un largo silencio; y el marido, que seguia pensativo, dijo de pronto, como si hubiese encontrado una solucion: --Por suerte, tenemos tus joyas. Podemos venderlas antes de embarcarnos. Miro Elena ironicamente el collar y las sortijas que llevaba en aquel momento. --No llegaran a dar dos mil francos por estas ni por las otras que guardo. Todas falsas, absolutamente falsas. --Pero ?y las verdaderas?--pregunto, asombrado, Torrebianca--. ?Y las que compraste con el dinero que te enviaron muchas veces de tus propiedades en Rusia? Robledo creyo oportuno intervenir para que no se prolongase este dialogo peligroso. --No quieras saber demasiado, y hablemos del presente... Yo pagare a tus domesticos; yo costeare el viaje de los dos. Elena le tomo ambas manos, murmurando palabras de agradecimiento. Torrebianca, aunque conmovido por esta generosidad, insistia en no aceptarla; pero el espanol corto sus protestas. --Vine a Paris con dinero para seis meses, y me ire a las cuatro semanas; eso es todo. Despues anadio con una desesperacion comica: --Me privare de conocer unos cuantos restoranes nuevos y de apreciar varias marcas de vinos famosos... Ya ves que el sacrificio nada tiene de extraordinario. Federico le estrecho la diestra silenciosamente, al mismo tiempo que Elena le abrazaba y besaba con un impudor entusiastico. Todas sus palabras eran ahora para un pais desconocido, en el que no pensaba horas antes y que admiraba ya como un paraiso. --iQue ganas tengo de verme en aquella tierra nueva, que, como dice usted, es la tierra de todos!... Y mientras los esposos hablaban de sus preparativos para emprender al dia siguiente un viaje que en realidad, era una fuga, Robledo, puestos sus ojos en ella, se dijo mentalmente: "iQue disparate acabo de hacer!... iQue terrible regalo voy a llevar a los que viven alla lejos, duramente... pero en paz!" * * * * * #V# Unos trabajadores aragoneses que habian emigrado a la Argentina, llevando una guitarra como lo mas precioso de su bagaje para acompanar las coplas "sacadas de su cabeza", al verla pasar a caballo dedicaron una cancion a "la Flor de Rio Negro". Este apodo primaveral se difundio inmediatamente por el pais, y todos llamaron asi a la hija del dueno de la estancia de Rojas; pero su verdadero nombre era Celinda. Tenia diez y siete anos, y aunque su estatura parecia inferior a la correspondiente a su edad, llamaba la atencion por sus agiles miembros y la energia de sus ademanes. Muchos hombres del pais, que admiraban lo mismo que los orientales la obesidad femenil, considerando una exuberancia de carnes como el acompanamiento indispensable de toda hermosura, hacian gestos de indiferencia al escuchar los elogios que dedicaban algunos a la nina de Rojas. Admitian su rostro gracioso y picaresco, con la nariz algo respingada, la boca de un rojo sangriento, los dientes muy blancos y puntiagudos, y unos ojos enormes, aunque demasiado redondos. Pero aparte de su carita... inada de mujer! "Es igualmente lisa por delante y por el reves--decian--. Parece un muchacho." Efectivamente, a cierta distancia la tomaban por un hombrecito, pues iba vestida siempre con traje masculino, y montaba caballos bravos a estilo varonil. A veces agitaba un lazo sobre su cabeza lo mismo que un peon, persiguiendo alguna yegua o novillo de la hacienda de su padre, don Carlos Rojas. Este, segun contaban en el pais, pertenecia a una familia antigua de Buenos Aires. De joven habia llevado una existencia alegre en las principales ciudades de Europa. Luego se caso; pero su vida domestica en la capital de la Argentina resultaba tan costosa como sus viajes de soltero por el viejo mundo, perdiendo poco a poco la fortuna heredada de sus padres en gastos de ostentacion y en malos negocios. Su esposa habia muerto cuando el empezaba a convencerse de su ruina. Era una senora enfermiza y melancolica, que publicaba versos sentimentales, con un seudonimo, en los periodicos de modas, y dejo como recuerdo poetico a su hija unica el nombre de Celinda. El senor Rojas tuvo que abandonar la estancia heredada de sus padres, cerca de Buenos Aires, cuyo valor ascendia a varios millones. Pesaban sobre ella tres hipotecas, y cuando los acreedores se repartieron el producto de su venta no quedo a don Carlos otro recurso que alejarse de la parte mas civilizada de la Argentina, instalandose en Rio Negro, donde era poseedor de cuatro leguas de tierra compradas en sus tiempos de abundancia, por un capricho, sin saber ciertamente lo que adquiria. Muchos hombres arruinados ven de pronto en la agricultura un medio de rehacer sus negocios, a pesar de que ignoran lo mas elemental para dedicarse al cultivo de la tierra. Este criollo, acostumbrado a una vida de continuos derroches en Paris y en Buenos Aires, creyo poder realizar el mismo milagro. El, que nunca habia querido preocuparse de la administracion de una estancia cerca de la capital, con inagotables prados naturales en los que pastaban miles de novillos, tuvo que llevar la vida dura y sobria del jinete rustico que se dedica al pastoreo en un pais inculto. Lo que sus abuelos habian hecho en los ricos campos inmediatos a Buenos Aires, donde el cielo derrama su lluvia oportunamente, tuvo que repetirlo Rojas bajo el cielo de bronce de la Patagonia, que apenas si deja caer algunas gotas en todo el ano sobre las tierras polvorientas. El antiguo millonario sobrellevaba con dignidad su desgracia. Era un hombre de cincuenta anos, mas bien bajo que alto, la nariz aguilena y la barba canosa. En medio de una existencia ruda conservaba su primitiva educacion. Sus maneras delataban a la persona nacida en un ambiente social muy superior al que ahora le rodeaba. Como decian en el inmediato pueblo de la Presa, era un hombre que, vistiese como vistiese, tenia aire de senor. Llevaba casi siempre botas altas, gran chambergo y poncho. Pendiente de su diestra se balanceaba el pequeno latigo de cuero, llamado rebenque. Los edificios de su estancia eran modestos. Los habia construido a la ligera, con la esperanza de mejorarlos cuando aumentase su fortuna; pero, como ocurre casi siempre en las instalaciones campestres, estas obras provisionales iban a durar mas anos tal vez que las levantadas en otras partes como definitivas. Sobre las paredes de ladrillo cocido, sin revoque exterior, o de simples adobes, se elevaban las techumbres hechas con planchas de cinc ondulado. En el interior de la casa del dueno los tabiques solo llegaban a cierta altura, dejando circular el aire por toda la parte alta del edificio. Las habitaciones eran escasas en muebles. La pieza que servia de salon, despacho y comedor, donde don Carlos recibia a sus visitas, estaba adornada con unos cuantos rifles y pieles de pumas cazados en las inmediaciones. El estanciero pasaba gran parte del dia fuera de la casa, inspeccionando los corrales de ganado mas inmediatos. De pronto ponia al galope su caballejo incansable, para sorprender a los peones que trabajaban en el otro extremo de su propiedad. Una manana sintio impaciencia al ver que habia pasado la hora habitual de la comida sin que Celinda volviese a la estancia. No temia por ella. Desde que su hija llego a Rio Negro, teniendo ocho anos, empezo a vivir a caballo, considerando la planicie desierta como su casa. --Es peligroso ofenderla--decia el padre con orgullo--. Maneja revolver y tira mejor que yo. Ademas, no hay persona ni animal que se le escape cuando tiene un lazo en la mano. Mi hija es todo un hombre. La vio de pronto corriendo por la linea que formaban la llanura y el cielo al juntarse. Parecia un pequeno jinete de plomo escapado de una caja de juguetes. Delante de su caballito corria un toro en miniatura. El grupo galopador fue creciendo con una rapidez maravillosa. En esa llanura inmensa, todo lo que se movia cambiaba de tamano sin gradaciones ordenadas, desorientando y aturdiendo los ojos todavia no acostumbrados a los caprichos opticos del desierto. Llego la joven dando gritos y agitando el lazo para excitar la marcha de la res que venia persiguiendo, hasta que la obligo a refugiarse en un cercado de maderos. Luego echo pie a tierra y fue a encontrarse con su padre; pero este, despues de recibir un beso de ella, la repelio, mirando con severidad el traje varonil que llevaba. --Te he dicho muchas veces que no quiero verte asi. Los pantalones se han hecho para los hombres, icreo yo!... y las "polleras" para las mujeres. No puedo tolerar que una hija mia vaya como esas comicas que aparecen en las vistas del biografo. Celinda recibio la reprimenda bajando los ojos con graciosa hipocresia. Prometio obedecer a su padre, conteniendo al mismo tiempo su deseo de reir. Precisamente pensaba a todas horas en las amazonas con pantalones que figuran en los _films_ de los Estados Unidos, y habia echado largas galopadas para ir hasta Fuerte Sarmiento, el pueblo mas inmediato, donde los cinematografistas errabundos proyectaban sobre una sabana, en el cafe de su unico hotel, historias interesantes que le servian a ella para estudio de las ultimas modas. Durante la comida le pregunto don Carlos si habia estado cerca de la Presa y como marchaban los trabajos en el rio. Una esperanza de volver a ser rico, cada vez mas probable, hacia que el senor Rojas, antes melancolico y desesperanzado, sonriese desde los ultimos meses. Si los ingenieros del Estado conseguian cruzar con un dique el rio Negro, los canales que estaban abriendo un espanol llamado Robledo y otro socio suyo fecundarian las tierras compradas por ellos junto a su estancia, y el podria aprovechar igualmente dicha irrigacion, lo que aumentaria el valor de sus campos en proporciones inauditas. Le escucho Celinda con la indiferencia que muestra la juventud por los asuntos de dinero. Ademas, don Carlos tuvo que privarse del placer de continuar haciendo suposiciones sobre su futura riqueza al ver a una mestiza de formas exuberantes, carrilluda, con los ojos oblicuos y una gruesa trenza de cabello negro y aspero que se conservaba sobre sus enormes prominencias dorsales para seguir descendiendo. Al entrar en el comedor dejo junto a la puerta un saco lleno de ropa. Luego se abalanzo sobre Celinda, besandola y mojando su rostro con frecuentes lagrimones. --iMi patroncita preciosa!... iMi nina, que la he querido siempre como una hija!... Conocia a Celinda desde que esta llego al pais y entro ella en la estancia como domestica. Le resultaba doloroso separarse de la senorita, pero no podia transigir mas tiempo con el caracter de su padre. Don Carlos era violento en el mandar y no admitia objeciones de las mujeres, sobre todo cuando ya habian pasado de cierta edad. --El patron aun esta muy verde--decia Sebastiana a sus amigas--; y como una ya va para vieja, resulta que otras mas tiernas son las que reciben las sonrisas y las palabras lindas, y para mi solo quedan los gritos y el amenazarme con el rebenque. Despues de besuquear a la joven, miro Sebastiana a don Carlos con una indignacion algo comica, anadiendo: --Ya que el patron y yo no podemos avenirnos, me voy a la Presa, a servir donde el contratista italiano. Rojas levanto los hombros para indicar que podia irse donde quisiera, y Celinda acompano a su antigua criada hasta la puerta del edificio. A media tarde, cuando don Carlos hubo dormido la siesta en una mecedora de lona y leido varios periodicos de Buenos Aires, de los que traia el ferrocarril a este desierto tres veces por semana, salio de la casa. Atado a un poste del tejadillo sobre la puerta, estaba un caballo ensillado. El estanciero sonrio satisfecho al darse cuenta de que la silla era de mujer. Celinda aparecio vestida con falda de amazona. Envio a su padre un beso con la punta del rebenque, y sin apoyarse en el estribo ni pedir ayuda a nadie, se coloco de un salto sobre el aparejo femenil, haciendo salir su caballo a todo galope hacia el rio. No fue muy lejos. Se detuvo en el lado opuesto de un grupo de sauces, donde encontro atado otro caballo con silla de hombre, el mismo que montaba en la manana. Celinda, echando pie a tierra, se despojo de su traje femenil, apareciendo con pantalones, botas de montar, camisa y corbata varoniles. Sonreia de su desobediencia al "viejo", pues asi llamaba ella a su padre, segun costumbre del pais. Temia la posible extraneza de otro hombre y deseaba evitarla. Este hombre la habia conocido siempre vestida de muchacho, tratandola a causa de ello con una confianza amistosa. iQuien sabe si al verla con faldas, lo mismo que una senorita, experimentaria cierta timidez, mostrandose ceremonioso y evitando finalmente nuevos encuentros con ella!... Dejo su traje femenil sobre el caballo que la habia traido y monto alegremente en el otro, oprimiendole los flancos con sus piernas nerviosas, al mismo tiempo que echaba en alto el lazo atado a la silla, formando una espiral de cuerda sobre su cabeza. Galopo por la orilla del rio, junto a los anosos sauces que encorvaban sus cabelleras sobre el deslizamiento de la corriente veloz. Este camino liquido, siempre solitario, que venia de los ventisqueros de los Andes junto al Pacifico, para derramarse en el Atlantico, habia recibido su nombre, segun algunos, a causa de las plantas obscuras que cubren su lecho, dando un color verdinegro a las aguas hijas de las nieves. El milenario rodar de su curso habia ido cortando la meseta con una profunda hondonada de una legua o dos de anchura. El rio corria por esta profundidad entre dos aceras formadas con los aportes de su legamo durante las grandes inundaciones. Estas dos orillas desiguales eran de tierra fertil y suelta, prodiga para el cultivo alli donde recibia la humedad de las aguas inmediatas. Mas lejos se levantaba el suelo, formando el acantilado amarillento de dos murallas sinuosas que se miraban frente a frente. La de la izquierda era el ultimo limite de la Pampa. En la orilla opuesta empezaba la meseta patagonica, de frios glaciales, calores asfixiantes, huracanes crueles y aspera vegetacion, que solo permite alimentarse a los rebanos cuando disponen de extensiones enormes. Toda la vida del pais estaba reconcentrada en la ancha hendidura abierta por las aguas que forma la linea fronteriza entre la Pampa y la Patagonia. Las dos cintas de terreno de sus orillas representaban miles de kilometros de suelo fertil aportado por el rio en su viaje de los Andes al mar. En una seccion de este barranco inmenso era donde trabajaban los hombres para elevar el nivel de las aguas unos cuantos metros, fecundando los campos proximos. Celinda daba gritos para excitar al caballo, como si necesitase comunicarle su alegria. Iba al encuentro de lo que mas le interesaba en todo el pais. Al seguir una revuelta del rio se abrio la superficie de este ante sus ojos, formando una laguna tranquila y desierta. En ultimo termino, donde se estrechaban sus orillas aprisionando y alborotando las aguas, vio los ferreos perfiles de varias maquinas elevadoras, asi como las techumbres de cinc o de paja de una poblacion. Era el antiguo campamento de la Presa, que se transformaba rapidamente en un pueblo. Todas sus construcciones parecian aplastadas sobre el suelo, sin una torrecilla, sin un doble piso que animase su platitud monotona. Como la curiosidad de la joven no llegaba hasta el pueblo, refreno la velocidad de su caballo y marcho al paso hacia unos grupos de hombres que trabajaban lejos del rio, casi en el sitio donde empezaba a remontarse la llanura, iniciando la ladera de la altiplanicie correspondiente a la Pampa. Estos peones, unos de origen europeo, otros mestizos, removian y amontonaban la tierra, abriendo pequenos canales para la irrigacion. Dos maquinas, acompanadas por el mugido de sus motores, excavaban igualmente el suelo para facilitar el trabajo humano. Miro Celinda en torno a ella con ojos de exploradora, y volviendo su espalda a las cuadrillas de trabajadores, se dirigio hacia un hombre aislado en una pequena altura. Este hombre ocupaba un catrecillo de lona ante una mesa plegadiza. Iba vestido con traje de campo y botas altas. Tenia un gran sombrero caido a sus pies y apoyaba la frente en una mano, estudiando los papeles puestos sobre la mesilla. Era un joven rubio, de ojos claros. Su cabeza hacia recordar las de los atletas griegos tales como las ha eternizado la escultura, tipo que reaparece con una frecuencia inexplicable en las razas nordicas de Europa: la nariz recta, la cabellera de cortos rizos invadiendo la frente baja y ancha, el cuello vigoroso. Se hallaba tan ensimismado en el estudio de sus papeles, que no vio llegar a Flor de Rio Negro. Esta habia desmontado sin abandonar su lazo. Con la astucia y la ligereza de un indio empezo a marchar a gatas por la suave pendiente, sin que el mas leve ruido denunciase su avance. A pocos metros de aquel hombre se incorporo, riendo en silencio de su travesura, mientras hacia dar vueltas al lazo con vigorosa rotacion, dejandolo escapar al fin. El circulo terminal de la cuerda cayo sobre el joven, estrechandose hasta sujetarlo por mitad de sus brazos, y un ligero tiron le hizo vacilar en su asiento. Miro enfurecido en torno e hizo un ademan para defenderse; pero su colera se troco en risuena sorpresa al mismo tiempo que llegaba a sus oidos una carcajada fresca e insolente. Vio a Celinda que celebraba su broma tirando del lazo; y para no ser derribado, tuvo que marchar hacia la amazona. Esta, al tenerle junto a ella, dijo con tono de excusa: --Como no nos vemos hace tanto tiempo, he venido para capturarle. Asi no se me escapara mas. El joven hizo gestos de asombro y contesto con una voz lenta y algo torpe, que estropeaba las silabas, dandolas una pronunciacion extranjera: --iTanto tiempo!... ?No nos hemos visto esta manana? Ella remedo su acento al repetir sus palabras: --iTanto tiempo!... Y aunque asi sea, gringo desagradecido, ?le parece a usted poca cosa no haberse visto desde esta manana? Los dos rieron con un regocijo infantil. Habian retrocedido hasta donde aguardaba el caballo, y Celinda se apresuro a montar en el, como si se considerase humillada y desarmada permaneciendo a pie. Ademas, "el gringo", a pesar de su alta estatura, quedaba de este modo con la cabeza al nivel de su talle, lo que proporcionaba a Flor de Rio Negro la superioridad de poder mirarlo de arriba abajo. Como aun tenia el extranjero el circulo de cuerda alrededor de su busto, Celinda quiso libertarle de tal opresion. --Oiga, don Ricardo; ya estoy cansada de que sea mi esclavo. Voy a dejarle libre, para que trabaje un poquito. Y saco el lazo por encima de sus hombros; pero al ver que el joven permanecia inmovil, como si en su presencia perdiese toda iniciativa, le presento la mano derecha con una majestad comica: --Bese usted, mister Watson, y no sea mal educado. Aqui en el desierto va usted perdiendo las buenas maneras que aprendio en su Universidad de California. Rio el ingeniero del tono solemne de la muchacha y acabo por besar su mano. Pero la miraba con la bondad protectora de las personas mayores que se complacen celebrando las malicias de una nina traviesa, y esto parecio contrariar a la hija de Rojas. --Acabare por renir con usted. Se empena en tratarme como una muchachita, cuando soy la primera dama del pais, la princesa dona Flor de Rio Negro. Continuaba Watson sus risas, y esta insistencia vencio finalmente la fingida gravedad de la joven. Los dos unieron sus carcajadas; pero la senorita Rojas mostro a continuacion un interes maternal, que le hizo enterarse minuciosamente de la vida que llevaba su amigo. --Trabaja usted demasiado, y yo no quiero que se canse, ?sabe, gringuito?... Es mucho quehacer para un hombre solo. ?Cuando viene su amigo Robledo?... De seguro que estara divirtiendose alla en Paris. Watson hablo tambien con seriedad al oir el nombre de su asociado. Estaba ya de regreso y llegaria de un momento a otro. En cuanto a su trabajo, no lo consideraba anonadador. El habia hecho cosas mas dificiles y penosas en otras tierras. Mientras los ingenieros del gobierno no terminasen el dique, lo que trabajaban Robledo y el era unicamente para ganar tiempo, pues los canales de nada podian servir sin el agua del rio. Habian empezado a caminar, e insensiblemente se dirigieron hacia el pueblo. Ricardo marchaba a pie, con una mano apoyada en el cuello del caballo y los ojos en alto, para ver a Celinda mientras hablaba. Los peones, dando por terminado el trabajo, recogian sus herramientas. Como los dos querian evitar un encuentro con los grupos que regresaban al pueblo, siguieron avanzando lejos del rio, por donde empezaba a elevarse el terreno, formando la pendiente de la altiplanicie pampera. Al subir la hinchazon de un contrafuerte de esta muralla que se perdia de vista, contemplaron a sus pies todo el antiguo campamento convertido en pueblo y la amplitud lacustre formada por el rio ante el estrecho donde iba a construirse el dique. El campamento era un conglomerado de viviendas levantadas sin orden: chozas hechas de adobes con cubierta de paja, casas de ladrillo con techos de ramaje o de cinc, tiendas de lona. Las construcciones mas comodas eran de madera y desarmables, estando ocupadas por los ingenieros, los capataces y otros empleados. Por encima de todas las viviendas emergia una casa de madera montada sobre pilotes, con una galeria exterior ante sus cuatro fachadas: un _bengalow_ desembarcado en Bahia Blanca semanas antes por encargo del italiano Pirovani, contratista de las obras del dique. Asi que empezaba a anochecer, las calles de este pueblo improvisado, desiertas durante el dia, se poblaban instantaneamente con la variada muchedumbre de los peones. Los grupos, al volver de los diversos lugares donde habian estado trabajando, se encontraban y se confundian, siguiendo la misma direccion. Una casa de madera, que por su tamano era la unica que podia compararse con la del contratista, los iba atrayendo a todos. Sobre su puerta habia un rotulo, hecho en letras caligraficas: "Almacen del Gallego". Este gallego era, en realidad, andaluz; pero todos los espanoles que van a la Argentina deben ser forzosamente gallegos. Al mismo tiempo que despacho de bebidas era tienda de los mas diversos articulos comestibles y suntuarios. Su dueno se ofendia cuando las gentes llamaban "boliche" a lo que el daba el titulo de "almacen"; pero todos en el pueblo seguian designando al establecimiento con el nombre primitivo de su modesta fundacion. Un grupo de parroquianos fieles ocupaba por derecho propio las cercanias del mostrador. Unos eran emigrantes de Europa que habian rodado por las tres Americas, desde el Canada a la Tierra del Fuego. Otros, mestizos o blancos, vueltos al estado primitivo despues de largos anos de existencia en el desierto: hombres de perfil aguileno, gran barba y luenga cabellera, tocados con amplios chambergos y llevando un cinturon de cuero adornado con monedas de plata, dentro del cual ocultaban, a medias nada mas, el revolver y el cuchillo. Fuera del boliche--ahora almacen--, unas en espera de sus maridos para que no bebiesen demasiado, y otras al atisbo de los companeros de sus noches, estaban las bellezas mas notables de la Presa, mestizas de tez de canela y ojos de brasa, con cabelleras duras de color de tinta y dientes de luminosa blancura, unas exageradamente gordas; otras absurdamente flacas, como si acabasen de salir de una poblacion sitiada por hambre o como si una llama interior devorase sus jugos. Empezaron a brillar luces en las casas, perforando con sus rojas punzadas la gasa violeta del crepusculo. Celinda y su acompanante contemplaban el pueblo y el rio silenciosamente, como si temieran cortar con sus voces la calma melancolica del ocaso. --Vayase, senorita Rojas--dijo el de pronto, repeliendo la dulce influencia del ambiente--. Va a cerrar la noche y su estancia se halla lejos. Se resistio Celinda a reconocer la posibilidad de un peligro para ella. Ni los hombres ni la noche podian inspirarle miedo. Pero al fin se despidio de Watson y puso su caballo al galope. Entro Ricardo en la Presa por un descampado que sus habitantes consideraban como la calle principal; aunque en esta poblacion reciente, todas las vias resultaban principales a causa de su enorme amplitud. El gobierno previsor de Buenos Aires no toleraba que los pueblos surgidos en el desierto tuviesen calles de menos de veinte metros de anchura. iQuien podia adivinar si serian algun dia grandes ciudades!... Y mientras llegaba esto, las viviendas bajas y de un solo piso permanecian separadas de las de enfrente por un espacio enorme que barrian en linea recta los huracanes glaciales o entoldaban con su niebla las columnas de polvo. Unas veces el sol hacia arder el suelo, levantando ante el paso del transeunte nubes rumorosas de moscas; otras, los charcos de las rarisimas lluvias obligaban a los habitantes a marchar con agua hasta la rodilla para ver al vecino de enfrente. Segun avanzaba Watson entre las dos filas de viviendas, fue encontrando a los principales personajes del pueblo. Primeramente vio al senor de Canterac, un frances, antiguo capitan de artilleria, que, segun afirmaban muchos que se decian amigos suyos, se habia visto obligado a marcharse de su patria a consecuencia de ciertos asuntos de indole privada. Ahora servia como ingeniero al gobierno argentino, en obras remotas y penosas de las que huian sus colegas hijos del pais. Era un hombre de cuarenta anos, enjuto de cuerpo, con el pelo y el bigote algo canosos, pero conservando un aspecto juvenil. Tenia al andar cierto aire marcial, como si aun vistiese uniforme, y se preocupaba de la elegancia de su indumento, a pesar de que vivia en el desierto. Habia entrado a caballo por la llamada calle principal, vistiendo un elegante traje de jinete y cubierta la cabeza con un casco blanco. Al ver a Watson echo pie a tierra para caminar junto a el, sosteniendo a su caballo de las riendas, al mismo tiempo que examinaba unos dibujos del americano. --?Y Robledo, cuando vuelve?--pregunto. --Creo que llegara de un momento a otro. Tal vez ha desembarcado hoy en Buenos Aires. Vienen con el unos amigos. El frances siguio examinando los planos del joven, sin dejar de andar, hasta que llegaron frente a la pequena casa de madera que le servia de alojamiento. Alli entrego las riendas con una brusquedad de cuartel a su criado mestizo, y antes de meterse en su vivienda dijo a Ricardo: --Creo que solo nos faltan seis meses para terminar la primera presa en el rio, y Robledo y usted podran regar inmediatamente una parte de sus tierras. Continuo Watson la marcha hacia su casa; pero a los pocos pasos hizo alto para responder al saludo de un hombre todavia joven, vestido con traje de ciudad, y que tenia el aspecto especial de los oficinistas. Llevaba anteojos redondos de concha, y sostenia bajo un brazo muchos cuadernos y papeles sueltos. Parecia uno de esos empleados laboriosos, pero rutinarios, incapaces de iniciativas ni de grandes ambiciones, que viven satisfechos y como pegados a su mediocre situacion. Se llamaba Timoteo Moreno y era nacido en la Republica Argentina, de padres espanoles. El Ministerio de Obras Publicas lo habia enviado como representante administrativo a las obras de la Presa, y el era el encargado de pagar al contratista Pirovani las sumas debidas por el gobierno. Despues que saludo a Watson se dio una palmada en la frente y quiso retroceder, mirando al mismo tiempo sus papeles. --He olvidado dejar en casa del capitan Canterac el cheque sobre Paris que le entrego todos los meses. Luego hizo un movimiento de hombros y continuo andando junto al norteamericano. --Se lo dare cuando vuelva a mi casa. De todos modos, no tenemos correo hasta pasado manana. Estaban frente al _bengalow_ habitado por el hombre mas rico del campamento, y vieron como salia este y se acodaba en la barandilla de una de las galerias. Luego, al reconocerlos, bajo apresuradamente la escalinata de madera. El italiano Enrico Pirovani habia llegado a la Argentina como obrero diez anos antes, y era tenido ya por uno de los hombres mas ricos del territorio patagonico que se extiende desde Bahia Blanca a la frontera andina de Chile. Todos los Bancos respetaban su firma. No pasaba de los cuarenta anos; llevaba el rostro afeitado; era grande y musculoso, pero empezaba a mostrar la blandura naciente de los organismos invadidos por la grasa. Tenia el aspecto del trabajador manual que ha hecho fortuna y no puede ocultar cierta tosquedad reveladora de su origen. Lucia numerosas sortijas, asi como una gran cadena de reloj, y su traje siempre era flamante. Estrecho las manos de los dos y dirigio a continuacion una mirada de interes a los papeles que traia Moreno. El contratista y el empleado del gobierno se veian todas las semanas para hablar de los trabajos. Insistio el italiano en invitar a Ricardo a que entrase en su casa para beber una copa. --Aunque soy viudo y estoy solo, procuro que mi vivienda tenga cierto _confort_, lo mismo que una de Buenos Aires. Entre a verla. He comprado nuevas cosas. La ultima vez no la visito usted toda. Watson tuvo que seguirle, convencido de que daria un disgusto al contratista si no admiraba una vez mas su casa. Subieron los peldanos de madera y entraron en el comedor, cuyos muebles elegantes resultaban demasiado pesados y vistosos. Pirovani los enseno con vanidad, golpeandolos para ensalzar los meritos del roble y elevando los ojos al techo mientras aludia a sus precios. Luego les mostro el salon--amueblado igualmente con exceso, pues habia que marchar tortuosamente entre tantos sillones y mesillas--y un dormitorio, que parecia pertenecer por lo vistoso a una hembra de vida galante. En todas estas piezas se notaba el rudo contraste entre la suntuosidad abrumadora de los muebles y la modestia de los tabiques, cubiertos de un papel ordinario. --iLo que me ha costado todo esto!--dijo el contratista con un orgullo pueril--. Pero usted, don Ricardo, que es un joven de buena familia y ha visto mucho, ?no es verdad que lo encuentra muy... _chic_? Al volver al comedor, una criadita indigena, con larga trenza colgando sobre la espalda, puso en la mesa botellas y copas. --Ahora--continuo el italiano--voy a tomar como "gobernanta" a Sebastiana, la de la estancia de Rojas. Esta casa exige una mujer inteligente que se encargue de dirigirla. Watson no quiso aceptar una segunda copa. Debia irse para que aquellos hombres hablasen de los trabajos por cuenta del Estado. Al salir de la casa habia cerrado ya la noche, y toda la vida del antiguo campamento parecia reconcentrarse en el boliche. Su doble puerta extendia sobre el suelo dos rectangulos rojos, que eran la iluminacion mas fuerte del pueblo. Los parroquianos venerables bebian de pie junto al mostrador, un espanol tocaba el acordeon y otros trabajadores europeos bailaban con las mestizas valses y polcas. Abundaban los chilenos, venidos del otro lado de la Cordillera, para escapar despues de unos cuantos dias de trabajo, arrastrados por su eterna mania ambulatoria. Eran gentes inquietantes por la facilidad con que tiraban del cuchillo, sin dejar por eso de sonreir y hablar melosamente. En otro grupo estaban los hombres del pais, con barbas, poncho y grandes espuelas, jinetes errabundos que nadie sabia de que vivian ni tampoco donde eran nacidos. Imitaban a los antiguos gauchos, llevando el ancho cinturon de cuero adornado con arabescos de monedas de plata, que les servia para guardar sus armas. Todos estos americanos aceptaban con despectivo silencio el acordeon y los bailes de _gallegos_ y de _gringos_, hasta que al fin cualquiera de su clase reclamaba a gritos los bailes de la tierra. Esta exigencia, hecha con tono amenazador, obligaba a retirarse a las parejas que danzaban agarradas, a estilo europeo. Unas veces era el _pericon_ o el _gato_, antiguos bailes argentinos, lo que danzaban los hijos del pais; pero las mas de las noches la _cueca_ chilena enardecia horas enteras, con su palmoteo y sus gritos, al publico del boliche. El dueno del establecimiento entregaba dos guitarras, guardadas cuidadosamente debajo del mostrador. Los guitarristas iban a sentarse en el suelo; pero inmediatamente acudia una mestiza para ofrecerles, como sillones honorificos, dos craneos de caballo. Eran los mejores asientos de la casa. Habia tambien un par de sillas para cuando llegaba el comisario de policia o alguna otra autoridad, pero algo desvencijadas e inseguras. Los esqueletos abandonados en el campo proporcionaban asientos mas solidos y durables. Al son de las guitarras empezaban a formarse las parejas de la danza chilena. Las bailarinas tenian un panuelo en una mano, y con la otra levantaban un poco su falda para dar vueltas lentamente. Los hombres ostentaban tambien en su diestra un panuelo de color, comunicandole un movimiento rotatorio al mismo tiempo que bailaban en torno a la mujer. Era una repeticion de la danza de las epocas primitivas; la eterna historia del macho persiguiendo a la hembra. Ellas bailaban trazando pequenos circulos para huir del hombre, y este las acosaba y envolvia girando en una orbita mas amplia. Las mestizas que no habian salido a bailar palmoteaban incesantemente, acompanando el runruneo de las guitarras. De vez en cuando una de ellas entonaba la copla de la _cueca_, y los hombres daban alaridos, arrojando sus sombreros. Un jinete desmonto frente al boliche, atando su caballo a un poste del sombraje. Al entrar recibio su rostro la luz roja de los quinques que colgaban del techo, y muchos hombres le saludaron respetuosamente. Llevaba el poncho y las grandes espuelas de los jinetes del pais. Su perfil aguileno y su tez hacian recordar a los arabes de origen puro. La barba y la cabellera eran en el luengas, negras y rizosas. Este hombre, cuya edad no parecia mas alla de los treinta anos, podia ser tenido por hermoso; pero su rostro se contraia algunas veces con un gesto repelente, y sus grandes ojos obscuros brillaban con una expresion imperiosa y cruel. Le apodaban _Manos Duras_, nombre famoso en el pais y resultaba un vecino inquietante, pues vivia de vender reses, y nadie lograba averiguar donde habia hecho antes sus compras. Algunos viejos, conocedores de su origen, lo declaraban nacido en la Pampa Central. Sus padres, sus abuelos, toda su familia, habian sido personas excelentes, "gauchos buenos", que vivian de la crianza de la propia "hacienda". Pero Manos Duras habia nacido para ser "gaucho malo", ladron de reses y maton. En vano su padre, hombre de bien, le daba buenos consejos y sanos ejemplos. Un antiguo parroquiano del boliche resumia con gravedad filosofica la ineficacia de estos esfuerzos valiendose de un refran del pais: "Al que nace barrigon, es en balde que lo fajen." El dueno del almacen, al verle entrar, le presento un vaso de ginebra, y los gauchos de peor catadura se llevaron una mano al sombrero para saludarle, como si fuese su jefe. Los trabajadores europeos le miraron con curiosidad, repitiendo su nombre, y las mestizas fueron hacia el, sonriendo como esclavas. Manos Duras acogio este recibimiento con cierta altivez. Una de las mujeres se apresuro a ofrecerle un asiento de honor, y trajo otro craneo de caballo. Se acomodo el terrible gaucho en el, teniendo en torno a los demas parroquianos sentados en el suelo. Continuo la _cueca_, interrumpida un momento por la aparicion de Manos Duras, y no ceso al entrar un nuevo personaje, acogido con grandes reverencias por el dueno del establecimiento desde el otro lado del mostrador. Era don Roque, comisario de policia de la Presa y unico representante de la autoridad argentina en el pueblo y sus alrededores. El gobernador del territorio de Rio Negro vivia en una poblacion a orillas del Atlantico, para llegar a la cual era preciso un viaje de doce dias a caballo; seis veces mas de lo que se necesitaba para trasladarse a Buenos Aires por ferrocarril. A causa de esto, el comisario disfrutaba de la mejor de las independencias: la del olvido. El gobernador vivia demasiado lejos para mandarle. Su jefe mas inmediato era el ministro del Interior, residente en la capital de la Republica; pero se hallaba demasiado alto para ocuparse de su existencia. En realidad, no abusaba de su poder, ni disponia tampoco de medios para hacerlo sentir exageradamente a los demas. Era un senor grueso, bondadoso, de trato campechano: un burgues de Buenos Aires venido a menos que habia pedido un empleo para poder vivir, resignandose a aceptarlo en la Patagonia. Llevaba traje de ciudad, pero con el aditamento de botas altas y gran sombrero, creyendo haber conseguido con esto el aspecto que exigia su cargo. Un revolver bien a la vista de todos, sobre el chaleco, era la unica insignia de su autoridad. Se desprendio el espanol de la mejor silla de su establecimiento, guardada detras del mostrador para las visitas extraordinarias, y el comisario fue a colocarse junto a Manos Duras. Este saludo quitandose el sombrero, pero sin moverse del craneo que le servia de asiento. Los dos hombres conversaron, mientras continuaba el baile. Don Roque empezo a fumar un gran cigarro, ofrecido por el gaucho con ademanes de gran senor. --Hay quien asegura--dijo en voz baja--que eres tu el que robo la semana pasada tres novillos en la estancia de Pozo Verde. Eso no esta en mi jurisdiccion, pues pertenece a Rio Colorado; pero mi companero el comisario de alla sospecha que eres tu el del robo. Manos Duras siguio fumando en silencio, escupio, y dijo al fin: --Calumnias de los que desean que no venda carne al campamento de la Presa. --Le han dicho tambien al gobernador del territorio que eres tu el que mato hace meses a los dos comerciantes turcos. El gaucho levanto los hombros y contesto con frialdad, como si quisiera dar fin a este dialogo: --iMe han atribuido tantos crimenes, sin poder probarme ninguno!... Continuo el baile en el "Almacen del Gallego" hasta las diez de la noche. En un pais donde todos se levantaban con el alba, equivalia esta hora a las de la madrugada, en que terminan las fiestas de las grandes ciudades. Los personajes mas importantes del campamento tampoco dormian. Estaban con la pluma en la mano y el pensamiento muy lejos. El ingeniero Canterac, apoyando un codo en su mesa y con los ojos entornados, creia ver el remoto Paris y en el una casa vecina al Campo de Marte, cuyo quinto piso estaba ocupado por su esposa y sus hijos. Era una senora de aspecto triste, con el pelo canoso y el rostro todavia fresco. A sus lados estaban sentadas dos ninas. Un muchacho de catorce anos, su hijo mayor, de pie ante ella, escuchaba sus palabras... Y la madre acababa por mostrarles sobre el canape de su modesto salon un retrato que representaba a Canterac joven, con uniforme militar. El amueblado de las habitaciones, lo mismo que los trajes de todos ellos, revelaban una existencia modesta pero ordenada, digna y con cierta distincion. Conmovido el ingeniero por las visiones que el mismo iba creando, hizo un esfuerzo para arrancarse a ellas, y siguio escribiendo la carta que tenia empezada sobre la mesa: "Pronto volvere a veros. Las deudas de honor que me obligaron a alejarme de Paris quedaran saldadas en breve, gracias a ti, valerosa companera de mi vida, que has sabido manejar habilmente los ahorros que te envie. iComo deseo verte en mis brazos para decirte una vez mas mi amor y mi gratitud!... iComo ansio ver a nuestros hijos, despues de tan larga separacion..." Quedo el ingeniero con la diestra inmovil y la pluma en alto. Habia perdido su rigida impasibilidad de hombre autoritario. Tenia los ojos humedos a causa de su emocion y se paso una mano por ellos. Hizo un esfuerzo para reconcentrar su voluntad y siguio escribiendo el final de su carta: "iAdios a ti, esposa mia! iAdios, hijos mios! Hasta el proximo correo.--_Roger de Canterac._" Pero cuando iba a doblar el pliego, anadio una posdata: "Adjunto te remito el cheque de este mes. El proximo cheque sera mas importante que todos los que llevas recibidos, pues espero cobrar, ademas de mi sueldo, las retribuciones atrasadas de varios trabajos particulares hechos en los dos ultimos anos." Pirovani tambien estaba en su despacho, a la misma hora pluma en mano y con los ojos vagorosos, como si contemplase interiormente una vision ideal. Su pensamiento le conducia hasta un colegio de Italia donde estaba su hija unica; un colegio dirigido por monjas y cuyas alumnas eran en su mayor parte de apellido aristocratico, lo que proporcionaba grandes satisfacciones a la vanidad pueril del contratista. Parecia ennoblecerse su rostro con la sonrisa dirigida a esta vision. Avanzo los labios cual si pretendiese enviar un beso a su hija por encima de tres mil leguas de tierras y mares. Luego siguio escribiendo: "Estudia mucho, Ida mia; aprende todo lo que necesita saber una senora del gran mundo, ya que tu padre, despues de tantas privaciones y trabajos, ha podido juntar una fortuna que le permite darte una buena educacion... Yo fui menos dichoso que tu, y nacido en la pobreza tuve que abrirme paso en el mundo, sin apoyo alguno, arrastrando el fardo de mi ignorancia. Para evitarte molestias no quise casarme otra vez... iQue no hare yo por ti, Ida mia!" "El ano proximo pienso dar por terminados mis negocios en America, y volvere a nuestra patria, y comprare un castillo del que seras tu la reina; y tal vez se enamore de ti algun noble oficial de caballeria con apellido ilustre, y tu pobrecito papa tendra celos... imuchos celos!..." Mientras Pirovani escribia las ultimas palabras, su rostro empezo a dilatarse con una sonrisa bondadosa. Moreno, el argentino, no enviaba su pensamiento tan lejos. Escribia en la casita de madera donde estaba instalada su oficina, bajo la luz de un quinque de petroleo; pero su imaginacion, siguiendo la linea del ferrocarril, se detenia, a dos dias de marcha, en un pueblo cercano a Buenos Aires. Tambien al levantar por un momento la cabeza para quitarse los anteojos y limpiarlos, contemplaba, como los otros, una vision familiar. Su esposa, una mujer joven, de rostro dulce, estaba con una criatura de pechos en el regazo, entre dos ninos y una nina algo mayores; pero ninguno de ellos pasaba de los siete anos. La habitacion modesta ofrecia un aspecto fresco y gracioso. Aquella madre de familia, al mismo tiempo que atendia a la prole, se preocupaba del buen orden de su casa. "A todas horas me acuerdo de ti y de los ninos. De seguir los deseos de mi corazon, os traeria a todos inmediatamente a Rio Negro; pero temo que nuestros pequenos sufran demasiado en este desierto. La vida que yo llevo no es para que la soporten nuestros hijitos ni tampoco tu, animosa companera de mi existencia." Contemplo Moreno un retrato puesto sobre la mesa, en el que aparecia su esposa y sus cuatro hijos. Beso la fotografia con emocion y volvio a escribir: "Afortunadamente, en el Ministerio me aprecian un poco por mi laboriosidad, y espero que antes de un ano me trasladaran a Buenos Aires. El mes proximo solicitare un permiso para ir a veros. El viaje es caro, pero no puedo sufrir mas tiempo esta ausencia dolorosa." Ricardo Watson no escribia cartas, pero ensonaba despierto como los otros. Sentado ante un tablero de dibujo en el que habia clavada una hoja grande de papel, iba trazando los contornos de un canal. Pero el dibujo se esfumo poco a poco para ser reemplazado por una vision de la realidad ordinaria. Las lineas rojas y azules se convirtieron en un rio orlado de sauces, en terrenos yermos y caminos polvorientos. Este paisaje liliputiense ofrecia la vista completa de las tierras que rodeaban el pueblo de la Presa, pero en escala tan reducida que todas cabian en el tablero. Y a traves de la diminuta planicie vio de pronto galopar a un jinete no mas grande que una mosca, que iba saltando con alegre soltura; la senorita Rojas, vestida de hombre y moviendo el lazo sobre la cabeza. Watson se llevo una mano a los ojos, restregandoselos para ver mejor. iFalsas ilusiones de la noche! Luego agito sus dedos sobre el papel, como si lo abanicase para ahuyentar el enganoso panorama, y reaparecio el trazado de los canales, con sus lineas rojas y azules. Se sumio otra vez el joven en su monotona labor de dibujante lineal; pero a los pocos instantes sus ojos volvieron a levantarse del papel. Ahora creyo ver en el fondo de la habitacion a Celinda montada a caballo; pero no como una amazona pigmea, sino con su talla ordinaria. La muchacha le arrojo de lejos su lazo, riendo con aquella risa que ponia al descubierto su dentadura juvenil, y el norteamericano, maquinalmente, bajo la cabeza para librarse de la cuerda opresora. "Estoy sonando--penso--. Esta noche no puedo trabajar. Vamonos a la cama." Pero antes de domirse vio el pueblo entero como lo habia contemplado a la puesta del sol, desde una altura, en compania de Celinda. Ahora la tierra estaba en la obscuridad, y sobre el telon azul del horizonte, acribillado de luz, se imagino ver el crecimiento de una inmensa aparicion: una mujer de grave hermosura, coronada de estrellas y con una tunica negra de bordados igualmente siderales, que abria sus brazos gigantescos, arrancando de los jardines del infinito las flores del ensueno, para derramarlas como una lluvia de petalos fosforescentes sobre el mundo dormido. Era la Noche, divinidad misericordiosa que hacia ver a los desterrados en este rincon del planeta todos los seres amados por ellos. Como Ricardo Watson estaba solo en el mundo, la Noche escogia para el la flor mas primaveral... Y el joven, antes de cerrar los ojos, empezo a conocer la dulce melancolia que acompana siempre al primer amor. * * * * * #VI# Un grupo de chicuelos ceso de jugar en la llamada calle principal, lanzando gritos de asombro al ver el aspecto extraordinario del carruaje que, tres veces por semana, o sea los dias de tren, iba y volvia de la Presa a la estacion de Fuerte Sarmiento. La misma diversidad etnica de los habitantes del pueblo se notaba en este grupo infantil, compuesto de distintas razas. Los ninos blancos parecian como perdidos dentro de pantalones viejos de sus padres y sus pies se movian sueltos en el interior de enormes zapatos. Los indigenas llevaban una simple camisita o iban con la barriga al aire, resaltando sobre su curva achocolatada el amplio boton del ombligo. Como todos ellos estaban acostumbrados a que los viajeros que llegaban a la Presa no llevasen otro equipaje que la llamada "lingera", saco de lona donde guardaban su ropa, se asombraron al ver la cantidad de baules y maletas del coche-correo, vieja diligencia tirada por cuatro caballos huesudos y sucios de lodo. Una gran parte de dicho equipaje iba amontonado en el techo del vehiculo, y al avanzar este rechinando sobre los profundos relejes abiertos en el polvo, se inclinaba con un balanceo comico o inquietante, como si fuese a volcar. En la puerta del boliche se agolparon los hombres libres de trabajo, atraidos por tal novedad. Se detuvo el coche ante la casa de madera habitada por Watson, y este se mostro rodeado de su servidumbre. Corrieron hombres y mujeres, lanzando exclamaciones al ver que bajaba del carruaje el ingeniero Robledo. Muchos se abalanzaron para estrechar su mano confianzudamente, con la camaraderia de la vida en el desierto. Despues todos parecieron olvidar al espanol, a causa de la curiosidad que les inspiraban los desconocidos salidos del coche. Primeramente echo pie a tierra el marques de Torrebianca para dar la mano a su esposa. Esta vestia un lujoso abrigo de viaje, cuya originalidad chocaba violentamente con todo lo que existia en torno de ella. Se mostraba muy seria, con el gesto duro de sus malos momentos. Miraba a un lado y a otro con extraneza y disgusto. A pesar del amplio velo que defendia su cara, el polvo rojizo del camino habia cubierto sus facciones y su cabellera. Sus ojos delataban una gran desesperacion y todo en su persona parecia gritar: "?Donde he venido a caer?" --Ya llegamos--dijo Robledo alegremente--. Dos dias y dos noches de ferrocarril desde Buenos Aires y un par de horas de coche a traves de una tempestad de polvo, no es mucho. Mas lejos esta el fin del mundo. Varios hombres de los que habian saludado a Robledo dandole la mano empezaron a descargar espontaneamente las maletas amontonadas en el techo y el interior de la diligencia. Una doncella de la marquesa habia enviado de Paris a Barcelona este equipaje, que representaba los ultimos restos del gran naufragio de los Torrebianca. En torno a Elena se fue formando un corro de chiquillos y pobres mujeres, en su mayor parte mestizas, contemplandola todos con asombro y admiracion, como si fuese un ser de otro planeta que acababa de caer en la tierra. Algunas muchachitas tocaron disimuladamente la tela de su vestido, para apreciar mejor su finura. Fueron acudiendo, atraidos por el suceso, los principales personajes del campamento, y el espanol hizo la presentacion de sus amigos Canterac, Pirovani y Moreno. Al ver Watson que los hombres que habian cargado con los equipajes los metian en su vivienda, busco a Robledo apresuradamente. --Pero ?esa senora tan elegante va a vivir con nosotros?... --Esa senora--contesto el espanol--es la esposa de un companero que viene a participar de nuestra suerte. No vamos a construir un palacio para ella. Le fue imposible a la recien llegada ocultar su desaliento al recorrer las diversas piezas de la casa de los dos ingenieros, que iba a ser en adelante la suya. Las paredes eran de madera, los muebles pocos y rusticos, y mezclados con ellos vio sillas de montar, aparatos de topografia, sacos de comestibles. Todo estaba revuelto y sucio en esta vivienda dirigida por hombres distraidos a todas horas por las preocupaciones de su trabajo. Torrebianca sonreia con una amabilidad humilde, aceptando las explicaciones de su amigo. Todo lo que este hiciese le parecia bien y digno de agradecimiento. --He aqui nuestra servidumbre--dijo Robledo. Y presento a una mestiza gorda y entrada en anos, la criada principal, dos pequenos mestizos descalzos, que llevaban los recados, y un espanol rustico, encargado de la caballeriza. Esta gente mal pergenada fue manifestando con sonrisas interminables la admiracion que sentia ante la hermosa senora, y Elena acabo por reir tambien, nerviosamente, al recordar los domesticos que habia dejado en Paris. Despues de la cena, Robledo, que deseaba enterarse de la marcha de los trabajos, hablo a solas con su consocio. Este le fue ensenando los planos y otros papeles. --Antes de seis meses--anadio Watson--podremos regar nuestras tierras, segun afirma Canterac, y dejaran de ser una llanura esteril. Robledo mostro su contento. --Un verdadero paraiso va a surgir, gracias a nuestro trabajo, de este suelo que solo produce ahora matorrales. Miles de personas encontraran aqui una existencia mejor que en el viejo mundo. Usted y yo, querido Ricardo, vamos a ser enormemente ricos y haremos al mismo tiempo un gran bien. La vida es asi. Para que se realice un progreso, es necesario que este progreso empiece por enriquecer a alguien egoistamente. Quedaron los dos silenciosos, con la mirada vaga, como si contemplasen en su imaginacion el aspecto que iban a ofrecer las tierras yermas despues de varios anos de riego. Vieron campos eternamente verdes, canales rumorosos en los que el agua parecia reir, caminos orlados de altos arboles, casitas blancas... Watson pensaba en los jardines frutales de California, y Robledo en la huerta de Valencia. El norteamericano fue el primero que salio de esta abstraccion, senalando mudamente la pieza inmediata, donde se habian instalado los recien llegados. Dormitaba Torrebianca en ella ocupando un sillon de lona. Su esposa, sentada en otro sillon, tenia la frente entre las manos, en una actitud tragica. Persistia en su pensamiento la misma pregunta desesperada: "?Donde he venido a caer?..." Durante los dias pasados en Buenos Aires, encontro tolerable su destierro. Era una gran ciudad a la europea, en la que habia que buscar tenazmente algun rincon de la antigua vida colonial para convencerse de que se habia llegado a America. Experimentaba la extraneza de vivir en un hotel mediocre y carecer de automovil. Aparte de esto, su existencia no habia experimentado ningun sacudimiento... iPero el viaje, despues, por llanuras interminables, en las que el tren marchaba horas y horas sin encontrar una persona ni una casa, como sobre si la superficie del mundo se hubiese creado el vacio!... iLa llegada a esta tierra remota, en la que la rueda o el pie levantaban al avanzar nubes de polvo, y los organos respiratorios se obstruian con la tierra disuelta en el aire, y todas las gentes tenian un aspecto de abandono, lo que no evitaba que tratasen a los demas con molesto companerismo, como si se considerasen iguales, al vivir lejos de los otros grupos humanos!... iAy! iDonde habia venido a caer!... Robledo, adivinando el pensamiento de Watson, contesto a su muda pregunta: --Mi amigo nos ayudara como ingeniero. No debe usted preocuparse de el. Yo le dare una participacion en nuestro negocio, pero sera de lo que a mi me corresponde. El joven, despues de escuchar el relato de las desgracias de Torrebianca, tales como Robledo creyo prudente darlas a conocer, se limito a decir: --Ya que el amigo de usted viene a trabajar con nosotros, exijo que su parte se saque por igual de lo que nos corresponde a usted y a mi. Me parece una persona excelente y quiero ayudarle. Ademas, su esposa me da lastima. Le estrecho la mano Robledo, agradeciendo su generosa resolucion, y ya no hablaron mas de este asunto. Desde la manana siguiente, Elena, que tenia cierta facilidad para adaptarse a las diversas situaciones de su existencia, se mostro laboriosa y emprendedora. Quiso conquistar la admiracion de aquellos hombres por sus talentos domesticos, lo mismo que semanas antes pretendia distinguirse en los salones por otros meritos menos humildes. Vistiendo un traje de corte sastre que ella habia desechado en Paris y asombraba aqui a todos por su elegancia, se dedico con los guantes puestos a la limpieza y arreglo de la casa, marchando al frente de la mestiza gorda y sus dos acolitos. Cuando intentaba predicarles con el ejemplo, se hacia visible inmediatamente su torpeza para esta clase de trabajos. Otras veces quedaba vacilante, no sabiendo como se hacia lo que acababa de ordenar, y era indispensable una intervencion de la mestiza para sacarla del apuro. En la cocina, una gran lampara, alimentada con la misma esencia de los motores que perforaban el suelo, servia para los guisos. Elena, animada por la facilidad con que podia apagarse y encenderse este fogon, quiso intervenir en los preparativos culinarios. Pero hubo de resignarse igualmente a reconocer la superioridad de la domestica cobriza, riendo al fin de su ineptitud para los trabajos domesticos. Queriendo hacer algo, se quito los guantes e intento lavar los platos; pero inmediatamente volvio a ponerselos temiendo que el agua fria perjudicase la finura de sus dedos y el brillo de sus unas. Precisamente, en los momentos de desesperacion por su nueva existencia, lo unico que le proporcionaba cierto alivio era contemplar melancolicamente sus manos. Torrebianca, vistiendo un traje de campo, fue con Watson y Robledo a visitar los canales, enterandose del curso de los trabajos, hablando familiarmente con los peones, examinando el funcionamiento de las maquinas perforadoras. Poco despues estaba sucio de polvo de la cabeza a los zapatos, y sus manos sintieron una comezon dolorosa al empezar a curtirse; pero conocio al mismo tiempo la alegre confianza del que cuenta con un medio seguro de ganar su vida. Cerrada ya la noche, volvian diariamente los tres ingenieros a su vivienda, donde encontraban la mesa puesta. Al principio se lamento Elena de la rusticidad de los platos y los cubiertos. Por iniciativa suya, trajo la mestiza del "Almacen del Gallego" varios objetos baratos, procedentes de Buenos Aires. Con esto y unas cuantas hierbas ligeramente floridas, que los dos pajes cobrizos iban a buscar en la ribera del rio, la mesa presentaba cada vez mejor aspecto. Se iba notando en la casa la presencia de una mujer hermosa y elegante. Una noche, mientras la cocinera traia el primer guiso, Elena se despojo de una salida de teatro, que por ser algo vieja prestaba servicios de bata. Al desprenderse de esta envoltura aparecio descotada, con un traje de fiesta un poco ajado, pero todavia brillante, recuerdo de sus tiempos felices. Watson la miro con asombro, y Robledo hizo un gesto disimulado, llevandose un dedo a la frente para indicar que la creia algo loca. El marques permanecio impasible, como si nada de su mujer pudiera causarle extraneza. --Siempre he comido con traje descotado--dijo Elena--, y no veo la razon de modificar aqui mis costumbres. Seria para mi un tormento. Despues de la cena se desarrollaban largas conversaciones, en las cuales la parte mayor correspondia a Robledo. Este hablaba con predileccion de los hombres de vida interesante que habia visto desfilar por "la tierra de todos". Muchos de ellos llevaban corrido casi todo el planeta antes de llegar a la Patagonia; otros acababan de huir de Europa, ansiosos de aventuras, para forjarse una nueva existencia. Al desembarcar en Buenos Aires les salian al encuentro los mismos obstaculos del mundo que dejaban a sus espaldas. La gran ciudad era ya vieja para ellos; abundaban los pobres en sus tugurios llamados "conventillos"; resultaba tan dificil ganarse la vida en esta metropoli como en Europa. Algunas veces aun era mayor la dificultad que en el antiguo continente, por la gran concurrencia de profesionales llegados de todas partes... Y se esparcian hacia los sitios mas apartados de la Republica, invadiendo los territorios todavia desiertos, donde se estaban realizando obras preparatorias para la instalacion de las inmigraciones futuras. --iLos tipos que he visto pasar por aqui en pocos anos!--continuaba Robledo--. Una vez me interese por cierto peon que tenia la nariz roja de los alcoholicos, pero guardaba en su persona un no se que revelador de un pasado interesante. Era una ruina humana; pero igual a los palacios en escombros, cuya historia se presiente por un fragmento de estatua o de capitel descubierto entre los muros derrumbados, este hombre, que robaba a sus camaradas y quedaba en el suelo como muerto despues de sus borracheras, tenia siempre en su decaida persona un ademan o una palabra que hacian adivinar su origen. --Un dia vi como por broma peinaba a uno de nuestros capataces y le arreglaba los bigotes en punta, a estilo del kaiser Guillermo. Mande que le diesen de beber todo lo que quisiera. Es el medio mas seguro de que esos hombres hablen, y el hablo. El borracho, avejentado prematuramente, era un baron de Berlin, antiguo capitan de la Guardia imperial, que habia perdido al juegos sumas importantes confiadas por sus superiores. En vez de matarse, como lo exigia su familia, se vino a America, rodando hasta lo mas bajo. Empezo siendo general en el Nuevo Mundo, y acabo de peon ebrio y mal trabajador. Al ver que Elena se interesaba por el personaje, Robledo continuo modestamente: -Este aleman fue general en una de las revoluciones de Venezuela. Yo tambien he sido general en otra Republica y hasta ministro de la Guerra durante veinte dias; pero me echaron por parecerles demasiado cientifico y no saber manejar el machete como cualquiera de mis ayudantes. Despues hablo de otro peon igualmente ebrio, pero silencioso y triste, que habia venido a morir en la Presa y estaba enterrado cerca del rio. Robledo encontro papeles interesantes en el fondo de la "lingera" de este vagabundo piojoso. Habia sido en su juventud un gran arquitecto de Viena. Tambien encontro la vieja fotografia de una dama con peinado romantico y largos pendientes, semejante a la asesinada emperatriz de Austria. Era su esposa, y habia muerto en Khartoum, hecha pedazos por los fanaticos del Sudan, capitaneados por el Madhi, cuando su marido iba con el general Gordon. Otra fotografia representaba a un hermoso oficial austriaco, con la levitilla blanca muy ajustada al talle: el hijo de aquel mendigo. --Y es inutil--continuo Robledo--querer levantar a estos vagabundos. Se les limpia, se les proporciona una existencia mejor, se les sermonea para que beban menos y recobren sus facultades de hombres inteligentes. Cuando ya estan repuestos y parecen felices, se presentan una manana con el saco al hombro: "Me voy, patron; arregleme la cuenta." Nada se consigue haciendoles preguntas. Estan contentos, no tienen de que quejarse, pero se van. Apenas se sienten bien, el demonio que los empuja para que rueden por la tierra entera vuelve a acordarse de ellos. Saben que mas alla de la linea del horizonte se levantan los Andes, y detras de la cordillera de los Andes esta Chile, y despues la inmensidad del Pacifico con sus numerosas islas, y todavia mas lejos, los interesantes paises del macizo asiatico... Sienten el tiron de su mania ambulatoria que despierta. "Vamos a ver todo eso." Y se echan la "lingera" al hombro, para volver a sufrir hambres y fatigas, para morir en un hospital o abandonados en un desierto... Y cuando no mueren y pueden seguir marchando detras de la Ilusion que revolotea junto a sus ojos, vuelven por segunda vez a este pais; pero es despues de haber dado la vuelta entera a la tierra. Algunas noches los dos ingenieros hablaban de su propia existencia. Watson tenia poco que contar. Educado en California, habia empezado su vida profesional en las minas de plata de Mejico, donde aprendio el espanol, continuandola despues en las del Peru. Finalmente habia pasado a Buenos Aires, conociendo en esta ciudad a Robledo y asociandose a el para la empresa de Rio Negro. El espanol no gustaba de recordar su existencia antes de establecerse en la Argentina. Habia intervenido en revoluciones que despreciaba, mezclandose en ellas unicamente por una necesidad de accion. Habia emprendido tambien prodigiosos negocios, viendose al final enganado y robado, unas veces por sus companeros, otras por los gobiernos. Rudos vaivenes de fortuna le habian hecho pasar de una abundancia absurda a una miseria de vagabundo. Pero evitaba hablar de sus aventuras en otros paises y sus relatos eran siempre sobre la vida que habia llevado en Patagonia. No podia olvidar un horrible sed sufrida en aquella altiplanicie que empezaba al borde de la cortadura del rio Negro, extendiendose hasta el estrecho de Magallanes. Fue cuando renuncio a servir al gobierno argentino, lanzandose como ingeniero particular a la exploracion de estas tierras solitarias, en busca de un buen negocio. Para evitarse gastos habia emprendido la travesia del desierto con un solo peon indigena y una tropilla de seis caballos del pais, capaces de alimentarse con lo que encontrasen, sufridos animales que se iban relevando en la tarea de llevar sobre sus lomos a los dos viajeros. Contaba Robledo con el auxilio de un plano hecho por otros exploradores, en el cual se marcaban las "aguadas", unicos lugares donde los expedicionarios podian detenerse. Los anos anteriores habian sido de gran sequia. Al llegar a un pozo encontro que el liquido era extremadamente salobre. El estaba acostumbrado al agua de sal, que por un optimismo de los viajeros del desierto figura como agua potable; pero la de este pozo resultaba inadmisible para su estomago y el del mestizo acompanante. Continuaron su marcha, confiando en la aguada que encontrarian al dia siguiente. Este pozo no tenia agua salobre, pero era porque estaba completamente seco... Y se habian visto obligados a seguir avanzando a traves de una llanura siempre inmensa, siempre igual, guiandose por la brujula y sufriendo una sed de naufragos, que les hacia marchar con la boca jadeante, los ojos desorbitados y una expresion de locura en ellos. Por respeto a Elena, aludia Robledo voladamente a los recursos de que se habian valido el mestizo y el para no perecer, bebiendo sus propios liquidos renales y los de sus caballos. --Una mania atormentadora se apodero de mi. Intente recordar todas las veces que me habian invitado a beber en un cafe sin que yo quisiera admitir el liquido que me ofrecian: cerveza, aguas gaseosas, helados. Hacia memoria, igualmente, de todas las fiestas a que habia asistido pasando con indiferencia ante una gran mesa llena de jarros y botellas... Y yo me decia, perturbado por la fiebre, sin dejar de marchar: "Si entonces hubieses tomado todos los _bocks_ de cerveza, todos los refrescos gaseosos, todos los helados que te ofrecieron y tu despreciaste, tendrias ahora en tu cuerpo una reserva liquida importante, pudiendo resistir mejor la sed." Y este calculo absurdo me atormentaba como un remordimiento, hasta el punto de sentir deseos de abofetearme por mi torpeza. Robledo acababa describiendo su arribo--cuando los caballos ya no podian avanzar mas--a un pozo de agua salobre, que fue el mas delicioso de los liquidos bebidos en toda su existencia... Y al final de este viaje no encontro nada. Los datos que le habian hecho creer en un gran negocio eran equivocados. Asi habia que ir a la conquista de la fortuna en America, cuando se llegaba a ella con medio siglo de retraso y todos los terrenos ricos, de facil explotacion, estaban ya ocupados, quedando unicamente los remotos y asperos, que, algunas veces, representaban la ruina y la muerte. --De todos modos--continuo--, los hombres seguiran viniendo a este rincon del mundo. Aqui vive para ellos la esperanza, sin la cual resulta intolerable la existencia... No hay mas que hacer memoria de nuestro origen: usted es rusa, Federico italiano, Watson de los Estados Unidos, yo espanol. Fijese tambien en la procedencia de nuestros habituales visitantes: cada uno es de una nacionalidad distinta. Lo que yo digo: esta es la tierra de todos. La casa de los dos ingenieros era visitada diariamente, despues de la cena, por los mas grandes personajes del campamento. El primero en presentarse era Canterac, con sus ropas de corte militar, pero se notaba en su persona mayor acicalamiento que antes de la llegada de los Torrebianca. Luego venia Moreno, mostrando cierta turbacion emotiva al saludar a Elena, enredandose la lengua y pronunciando balbuceos, en vez de palabras. Finalmente llegaba Pirovani, con un traje nuevo cada dos noches y llevando algun obsequio a la senora de la casa. Canterac reia de el por lo bajo, afirmando que habia frotado largamente sus sortijas, su cadena de reloj y hasta los gemelos de sus punos, antes de salir del _bengalow_, para deslumbrarlos a todos con su brillo. Una noche se presento Pirovani vistiendo un traje de colores detonantes que acababa de recibir de Bahia Blanca, y con un manojo de rosas enormes. --Me las han traido hoy de Buenos Aires, senora marquesa, y me apresuro a entregarselas. Canterac miro al italiano hostilmente, y dijo por lo bajo a Robledo: --Mentira; las ha encargado por telegrafo, segun afirma Moreno, que lo sabe todo. Esta tarde envio un hombre a todo galope a la estacion, para traerlas a tiempo. La criada mestiza, ayudada por los dos muchachos, quitaba la mesa, y la habitacion con tabiques de madera iba tomando el mismo aire que si Elena diese una fiesta. Los tres visitantes, al hablarla, repetian con cierto arrobamiento la palabra "marquesa", como si les llenase de orgullo verse amigos de una mujer de tan alta clase. Elena no ocultaba cierta predileccion por Canterac. Los dos habian vivido en Paris, en mundos distintos, aunque muy proximos. No se habian encontrado nunca, pero acababan por recordar ciertas amistades que les eran comunes. Mientras ellos hablaban, Moreno fumaba resignadamente, cruzando algunas palabras con Watson, y Pirovani conversaba con Robledo y Torrebianca. El italiano no prestaba gran atencion a sus propias palabras, espiando con ojos inquietos a la "senora marquesa" y su acompanante. La tertulia cambio totalmente de aspecto despues que Pirovani se presento con sus rosas. En la noche siguiente estaban los cuatro sentados a la mesa y mas silenciosos que otras veces. Elena se habia puesto para la cena uno de sus trajes mas vistosos, que hasta resultaba algo audaz alla en Paris. Los tres ingenieros guardaban aun sus ropas de campo y parecian cansadisimos del trabajo de la jornada. Robledo bostezo repetidas veces, haciendo esfuerzos para mantenerse despierto. El marques se habia adormecido en su silla, dando ligeras cabezadas. Elena miraba fijamente a Ricardo, como si no lo hubiese visto bien hasta entonces, y el evitaba el encuentro con sus ojos. Entro Pirovani llevando un gran paquete y vistiendo otro traje nuevo, cuadriculado de diversos colores, como la piel de un reptil. --Senora marquesa: un amigo mio de Buenos Aires me ha enviado estos caramelos. Permitame usted que se los regale. Tambien van en el paquete unos cigarrillos egipcios... Elena miro risuenamente el nuevo traje del contratista, agradeciendo al mismo tiempo su regalo con remilgos y coqueterias. A continuacion se presento Moreno luciendo zapatos de charol, chaque de largos faldones y sombrero duro, lo mismo que si estuviera en la capital y fuese a visitar al ministro. Robledo, que se habia despabilado, mostro una admiracion ironica. --iQue elegante!... --Tuve miedo--contesto el oficinista--de que el chaque se me apolillase en el cofre, y lo he sacado a tomar el aire. Despues se acerco con timidez a Elena. "iBuenas noches, senora marquesa!" Y le beso la mano, imitando la actitud de los personajes elegantes admirados por el en comedias y libros. Ya no quiso separarse de la duena de la casa, iniciando una conversacion aparte, que parecio indignar a Pirovani. Al fin este se levanto de su silla, necesitando protestar de tan descomedido acaparamiento, y dijo a Robledo: --iHa visto usted como viene vestido ese muerto de hambre!... No habian terminado aun las sorpresas de aquella noche: faltaba la mas extraordinaria. Se abrio la puerta para dar paso a Canterac; pero este permanecio inmovil en el quicio algunos momentos, deseoso de que todos le viesen bien. Iba vestido de _smoking_, con pechera dura y brillante, y mostraba cierta indolencia aristocratica al andar, lo mismo que si entrase en un salon de Paris. Saludo a los hombres con un movimiento de cabeza ceremonioso y protector, besando despues la mano a Elena. --Yo tambien, marquesa, siento ahora la necesidad de vestirme cuando llega la noche, lo mismo que en otros tiempos. Agradecida la Torrebianca a este homenaje, volvio la espalda a Moreno y ofrecio una silla al recien llegado, junto a ella. Toda la noche hablo preferentemente con el frances, mientras Pirovani permanecia en un rincon, no ocultando su colera, y mostrandose al mismo tiempo anonadado por la elegancia de Canterac. Transcurrieron cuatro noches sin que el contratista se presentase en la casa. Despues de la primera, Moreno se sintio interesado por tal ausencia, y fue al domicilio de Pirovani para hacer averiguaciones. Por la noche dio la noticia a Robledo: --Tomo el tren para Bahia Blanca sin avisar a nadie. Debe traer entre manos algun negocio gordo. Y continuaron las tertulias sin otra novedad. El frances, siempre vestido de _smoking_, era el preferido por Elena en sus conversaciones. Moreno, al llegar la noche, se ponia el chaque, sin otro resultado que dialogar con Torrebianca. Este acabo por salir una noche de su cuarto vestido tambien de _smoking_, y al hacer Robledo gestos de extraneza, se excuso senalando a su esposa. Cuando en la quinta noche entro Moreno, se apresuro a hablar. --iGran noticia! Pirovani ha vuelto al anochecer. Creo que le veremos aqui de un momento a otro. Como el contratista era la novedad de esta velada, todos esperaron su aparicion. Al abrir la puerta quedo inmovil en el quicio unos momentos--lo mismo que habia hecho el otro--, para darse cuenta del efecto producido por su llegada. Iba vestido de frac; pero un frac extraordinario y deslumbrante, cuyas solapas estaban forradas con seda labrada de gruesas y tortuosas venas, iguales a las de la madera, y llevaba, ademas, un chaleco blanco ricamente bordado. En una solapa lucia una gardenia. Sobre la pechera ostentaba una perla enorme, ademas de la ancha cinta sostenedora de un monoculo inutil. Su aspecto era solemne y magnifico, como el de un director de circo o un prestidigitador celebre. Hacia esfuerzos por mantenerse sereno y que nadie adivinase su emocion. Saludo a los hombres con varonil altivez y se inclino ante la "senora marquesa", besandole una mano. Los ojos de ella brillaron con una sorpresa ironica. Todo lo de Pirovani la hacia sonreir. Pero acabo por agradecer esta transformacion realizada en su honor, y acogio al contratista con grandes muestras de afecto, haciendole sentar a su lado. Canterac se aparto, visiblemente ofendido por esta predileccion. Moreno hablaba a Robledo como escandalizado, senalando el frac de Pirovani: --iY para ese gran negocio emprendio su viaje con tanto misterio!... El espanol se alejo de el para hablar con Watson. Este parecia aturdido aun por la entrada teatral del italiano, y le admiraba conteniendo su risa. --Despues del _smoking_, el frac--murmuro Robledo--. El Carnaval se extiende por el desierto, y esta mujer va a volvernos locos a todos. Miro el traje del norteamericano, que era igual al suyo: un traje de campo, util para los trabajos al aire libre, e hizo una comparacion muda con el aspecto que presentaban los demas. Luego penso: "iQue perturbacion una hembra como esta cayendo entre hombres que viven solos y trabajan!... Y aun ocurriran tal vez cosas peores. iQuien sabe si acabaremos matandonos por su culpa!... iQuien sabe si esta Elena sera igual a la Elena de Troya!..." * * * * * #VII# --?Otro matecito, comisario? Don Carlos Rojas estaba en la habitacion principal de su estancia, sentado a la mesa con don Roque, el comisario de Policia del pueblo. Una muchachita mestiza se mantenia erguida junto a ellos, mirandolos con sus ojos oblicuos, en espera de ordenes. Los dos tenian en su diestra la calabacita llena de mate, y chupaban el liquido oloroso con un canuto de plata llamado "bombilla". Apenas se daba cuenta la mestiza por el burbujeo de los canutos de que escaseaba el liquido, corria a un fogon inmediato, trayendo la "Paris", tetera de agua hirviente, para llenar a chorro las dos calabacitas repletas de hierba mate. Hablaban lentamente, interrumpiendo sus palabras para chupar. Rojas hacia esfuerzos por contener su colera. El dia anterior le habian robado un novillo, y el atribuia esta mala hazana a Manos Duras, ganoso de apropiarse los animales ajenos para venderlos en la Presa. Este robo le perjudicaba doblemente, pues ademas de ganadero era abastecedor de carne del pueblo, considerando dicha venta como uno de los mejores rendimientos de su estancia. Al presentarse el comisario, llamado por el para que conociese el robo, habia vuelto a recontar sus novillos. Era indudable que le faltaba uno. Y se enardecia al hablar con don Roque, lamentandose de la audacia de Manos Duras y afirmando que en Rio Negro no habia justicia. --Tres veces lo he enviado preso a la capital del territorio--dijo el comisario con desaliento--, y siempre vuelve libre, por falta de pruebas. ?Que podemos hacer nosotros?... Nadie quiere declarar contra el. Como Rojas insistiese en sus protestas, don Roque anadio para calmarle: --Voy a ver si esta vez consigo probar su delito. Le "garanto", don Carlos, que hare cuanto pueda. Y se lamento de los escasos medios coercitivos de que podia disponer. Toda la tropa a sus ordenes eran cuatro policias indolentes, con uniformes viejos y sin mas armas que largos sables de caballeria. Los habitantes del pais, mejor pertrechados, les prestaban sus carabinas cuando habian de perseguir a algun bandolero. Sus caballos eran los mas flacos y peor alimentados de toda la comarca. --Vivimos en una nacion federal--siguio diciendo el comisario--, y unicamente las provincias, por ser autonomas, tienen bien organizada su policia. Las autoridades de los territorios dependemos del gobierno de Buenos Aires, y al vivir tan lejos nos olvidan, y solo podemos contar con aquello que improvisamos. La critica del abandono en que vivian los territorios llevo insensiblemente a los dos argentinos a ensalzar por comparacion las grandezas del resto de su pais. --Aqui estamos olvidados y hechos unos salvajes--continuo don Roque--; pero esto no es mas que la Patagonia, y hace unos anos nada mas que empezo en ella la civilizacion. En cambio, companero, icomo ha adelantado el resto de nuestro pais en menos de medio siglo!... iPucha! iQue cosa barbara! Acabaron por olvidar sus preocupaciones inmediatas para no ver mas que la parte de la Republica que habia progresado vertiginosamente. Al final alabaron del mismo modo la tierra en que vivian. Don Roque, patriota optimista y de un entusiasmo receloso, presentia enemigos en todas partes. --Esta Patagonia, ahora desierta, vera usted que linda se nos pone dentro de unos anos, cuando sus tierras sean regadas. Fue una verdadera suerte que su aspecto pareciese tan feo a los de Europa. Por eso es nuestra aun y no nos la han robado. Y contaba a Rojas lo que habia leido en periodicos y libros. --Hace anos, un gringo muy mentado, al que llamaban don Carlos Darwin (el mismo que descubrio que todos venimos del mono), anduvo por estos pagos. Era joven y habia desembarcado en Bahia Blanca de una fragata de guerra inglesa que daba la vuelta al mundo. Queria estudiar las plantas y los animales de aqui; pero encontro poco que hacer, pues no abundaban entonces las unas ni los otros. Al fin parece que se marcho desesperado, y dio a este pais el titulo de "Tierra de la Desolacion"... Nos hizo un favor el gringo. Si llega a enterarse de lo que es esta tierra cuando la riegan, nos la roban los ingleses, como nos robaron las islas Malvinas, que ellos llaman de Falkland. Rojas tambien evocaba el pasado, para lamentar la ceguera de sus abuelos y sus padres. Habian tenido el defecto de ser ricos en la epoca que aun no se habian creado las fortunas mas grandes de la Argentina. Fue esto despues de 1870, cuando el gobierno de Buenos Aires, cansado de tolerar las rapinas de los indios salvajes y ladrones casi a las puertas de su capital, habia completado la obra conquistadora de los antiguos espanoles enviando al desierto una expedicion militar, que se ensenoreo de veinte mil leguas de terreno, casi todo el laborable. --El gobierno daba la legua a quinientos pesos, y el peso de entonces solo valia unos centavos. Ademas, concedia varios anos de plazo para el pago, y hasta insertaba en el diario oficial el nombre del comprador, declarandolo benemerito de la patria. Los soldados de la expedicion recibieron tambien, como recompensa, leguas de terreno, cuyo titulo de propiedad vendian despues a los bolicheros a cambio de ginebra o comestibles. Y estas tierras son las que ahora surten de trigo y de carne a medio mundo y han visto levantarse sobre ellas tantos pueblos y ciudades. La legua que costo unos centavos vale hoy millones. Muchos de los que poseen esas tierras no han tenido otro merito que guardarlas improductivas, sin querer venderlas, esperando la inmigracion europea que las hiciese prosperar. Como mis ascendientes eran ricos antiguos en aquella epoca y poseian una gran estancia, no quisieron adquirir campos nuevos. iQue desgracia!... Olvidaba Rojas sus despilfarres, que habian consumido la mejor parte de la herencia paternal, para acordarse unicamente de la fortuna enorme que podian haber improvisado sus ascendientes aprovechando, como tantos otros, la rapida expansion del pais. Una visita vino a interrumpir la platica de los dos argentinos. Celinda entro en la habitacion con falda de amazona, dio un beso a su padre y saludo a don Roque. Aprovechando este los breves momentos en que desaparecio el estanciero para volver con una caja de cigarros, dijo a la joven, mirando maliciosamente su falda: --Por el campo va usted vestida de otro modo. Sonrio Celinda, amenazandole despues con un ademan gracioso para que guardara silencio. --Callese--dijo--, no sea que le oiga mi viejito. Mientras los dos hombres encendian sus cigarros, volviendo a hablar de Manos Duras y la necesidad de perseguirlo, Celinda abandono la estancia, montando un caballo con silla femenil. Media hora despues galopaba por las inmediaciones del rio, pero en otro caballo y vestida de hombre. Vio un grupo de jinetes que venian hacia ella y se detuvo para reconocerlos. El ingeniero Canterac, deseoso de inspirar mayor interes a la marquesa de Torrebianca, la habia invitado a un paseo por las inmediaciones del rio, para que conociese las obras realizadas bajo su direccion. En este paseo podria apreciar Elena su importancia de primer jefe del campamento, viendo ademas como era obedecido por centenares de hombres. Ella y el frances hacian trotar sus cabalgaduras a la cabeza del grupo. Detras venia Pirovani, manteniendose mal sobre su caballo y esforzandose por introducirlo entre los caballos de los dos. Cerraban la marcha el marques, Watson y Moreno. Al pasar Elena y Canterac frente a Celinda, las dos mujeres se miraron. La marquesa sonrio a la otra, como si quisiera entablar conversacion; pero la joven permanecio cenuda y con ojos severos. --Es una nina--dijo el ingeniero--muy traviesa y juguetona, y aunque tiene cierto aspecto de muchacho, la creo capaz de trastornar la cabeza a cualquier hombre. Muchos la llaman Flor de Rio Negro. Elena, ofendida por la actitud de la hija de Rojas, la miraba ahora orgullosamente. --Tal vez sea una flor--dijo--, pero demasiado silvestre. Y siguio adelante, escoltada por sus dos admiradores. Esta breve conversacion fue en frances, y Celinda solo pudo comprender algunas palabras; pero adivino que la otra habia dicho algo contra ella, e hizo una mueca de desprecio asomando su lengua entre los labios. Pasaron a continuacion los jinetes del segundo grupo. El marques saludo ceremoniosamente a la joven. Moreno no se fijo en ella, pues solo tenia ojos para vigilar el lejano grupo en que iba la marquesa. Ricardo Watson fingio no entender los gestos de Celinda, indicandole con sus ademanes que se veia obligado a seguir a los demas. Le dejo ella marcharse haciendo un mohin de contrariedad; pero arrepentida luego, tiro de las riendas a su caballo, obligandole a dar una vuelta en redondo para seguir al grupo. Al mismo tiempo que trotaba busco con su diestra en el delantero de la silla el rollo del lazo, arrojando este contra su amigo. Despues fue recobrando la cuerda, y Watson, para no verse derribado, tuvo que detenerse y acabo por retroceder, mientras sus dos companeros seguian adelante, sin darse cuenta del incidente. Llego Ricardo adonde estaba la joven, teniendo aun el lazo apretado sobre sus hombros. Podia haberse desprendido de el, continuando su camino; pero se mostraba indignado por semejante broma y preferia hablar inmediatamente a la revoltosa muchacha. --Venga usted aqui--dijo ella sonriendo, mientras recogia dulcemente casi toda la cuerda--. ?Como se atreve a ir con esa... mujer, sin pedirme antes permiso? El ingeniero contesto con una voz hostil: --Usted no tiene ningun derecho sobre mi, senorita Rojas, y yo puedo ir con quien quiera. Palidecio Celinda al notar el tono inesperado con que le hablaba el joven; pero se repuso de esta mala impresion, recobrando su jovialidad. Despues dijo, imitando la voz grave del otro: --Senor Watson: yo tengo sobre usted el derecho indiscutible de que su persona me interesa, y no puedo tolerar que vaya mal acompanado. El norteamericano, vencido por la comica seriedad con que dijo ella estas palabras, acabo por reir. Celinda rio tambien. --Ya conoce usted mi caracter, gringuito... No me da la gana que vaya con esa mujer. Ademas, es demasiado vieja para usted... Jureme que me obedecera. Solo asi puedo dejarle libre. Watson juro solemnemente con una mano en alto, mientras hacia esfuerzos por mantenerse serio, y ella le saco el lazo de los hombros. Despues guiaron sus caballos en direccion opuesta a la que habian seguido Elena y su cortejo de jinetes. A partir del dia en que el ingeniero frances mostro a la marquesa las obras realizadas en el rio, haciendo alarde de su autoridad sobre los trabajadores, Pirovani se sintio humillado y deseoso de tomar el desquite. Una manana, acodado en la barandilla exterior de su vivienda, creyo haber descubierto el medio de vencer a su rival. Media hora despues llego frente a la casa un capataz de los que Pirovani tenia a su servicio y al que confiaba siempre las misiones dificiles. Era un chileno avispado y muy agil para salir de apuros, al que sus compatriotas apodaban el _Fraile_ por haber sido sus maestros los dominicos de Valparaiso. El _Fraile_ poseia sus letras y mostraba cierta aficion al empleo de palabras raras, acentuandolas arbitrariamente, segun las reglas de su capricho. Tenia la voz melosa, el ademan extremadamente cortes, gustaba de ingerir frases poeticas en su conversacion, y habia huido de la tierra natal por dos cuchilladas mortales dadas a un amigo. Llego a caballo, adivinando que el aviso del patron debia ser para un viaje largo. Desmonto, y Pirovani fue a su encuentro, dandole palmaditas en la espalda para hacer patente de este modo la confianza afectuosa que ponia en el. Unas veces le llamaba "chileno" con tono carinoso; otras, "roto", denominacion ironica que se da a si mismo el populacho de Chile. --Oye, roto; vas a ir a todo galope a la estacion. El tren para Buenos Aires pasara antes de dos horas, y es preciso que no lo pierdas. El _Fraile_, siempre impasible y sonriente, no pudo reprimir un gesto de asombro al enterarse de que lo enviaban a Buenos Aires. --Cuando llegues alla--continuo Pirovani--, entregaras esta lista a don Fernando, mi representante. Tu lo conoces. Dile que haga las compras en seguidita, que te entregue los paquetes, y tomas el tren unas horas despues. Te doy cinco dias para ir y volver. Puso el chileno un rostro grave al escuchar estas ordenes. Debia ser una mision de gran importancia la que le confiaba su patron, y se sintio orgulloso de que hubiese pensado en el. Pirovani le entrego un punado de billetes de Banco para los gastos de viaje y le dijo adios, volviendo la espalda con la gallardia de un general que acaba de dictar la orden decisiva del triunfo. Bajo el _Fraile_ los escalones, frunciendo su entrecejo con expresion pensativa: "Debe ser un pedido de herramientas muy urgentes para el trabajo... Tambien es posible que me envie por dinero..." Al ver que Pirovani se habia metido en su casa, no quiso buscar mentalmente nuevas explicaciones y abrio el sobre que acababa de recibir, empezando a leer su contenido en medio de la calle. Sus ojos pasaron por varios renglones, sin comprenderlos. "Una docena de frascos de "Jardin Encantado". "Idem idem de "Ninfas y Ondinas". "Seis docenas de cajas de jabon "Claro de Luna". El capataz continuo la lectura de las diversas hojas que componian el cuaderno. Al fin empezo a entender su texto, y esta comprension sirvio para aumentar su asombro, iY para eso le enviaban a Buenos Aires, con orden de volver inmediatamente!... --iPadre San Francisco!--murmuro--. Esto no puede ser para una sola hembra. Esto es para todo el haren del Gran Turco. Pero como le placia el viaje a Buenos Aires, aunque solo quedase alla unas horas, monto a caballo alegremente, saliendo a todo galope para no llegar tarde a la estacion. De todos los que visitaban por la noche a la marquesa de Torrebianca, el mas tranquilo en apariencia era Moreno. Como sus trabajos administrativos solo le ocupaban verdaderamente una vez por semana, pasaba el resto de ella leyendo en la casita de madera donde tenia su oficina. Era un lector avido e incansable, capaz de tragarse una novela cada veinticuatro horas, y a veces dos. Su aficion a los relatos novelescos de todas clases era antigua; pero se habia exacerbado en la Presa a causa de las largas horas de soledad. Todos se iban a trabajar en las inmediaciones del pueblo, dejandolo solo en su rustico despacho. Despues de la llegada de los marqueses de Torrebianca sus predilecciones literarias, indeterminadas hasta entonces, se concretaron en pro de las fabulas que se desarrollan en un ambiente aristocratico, teniendo por heroes a personajes del llamado gran mundo. El podia juzgar ahora idoneamente de la verosimilitud de tales historias, pues se rozaba con personas de la mas alta sociedad de Paris. Algunas veces cesaba de leer y ponia su mirada en el techo con una expresion de extasis. El deseo parecia cantar dentro de su craneo: "iSer heroe de novela!... iVerse amado por una gran senora!" Una tarde, cuando menos lo esperaba, Moreno vio llegar frente a su casa al ingeniero Canterac montado a caballo. A tales horas estaba siempre vigilando las obras del dique. Algo muy importante debia ocurrir para que el capitan viniera a buscarle. Se acerco el jinete a la ventana junto a la cual leia el oficinista y dio la mano a este inclinandose sobre su montura. Teniendo por inutiles los preambulos, dijo inmediatamente, con una sequedad militar: -He venido a verle cuanto antes para que pueda aprovechar el correo de hoy... Quiero hacer un obsequio a la marquesa. La pobre carece de todo en este desierto, y como usted recordara, nos hablo hace poco de lo que sufre por no tener aqui perfumeria de Paris. El ingeniero saco de un bolsillo varios papeles para darselos a Moreno. --Es un extracto de todos los catalogos de Buenos Aires que ha podido proporcionarme el gallego del boliche. Por cierto que tardo mucho en encontrarlos. Debia habermelos entregado hace tres dias, para que usted aprovechase el otro tren... Pero, en fin, vamos a lo que importa. Como usted tiene tantas amistades en Buenos Aires, escriba alla para que envien todo eso, y descuenteme su importe de mi sueldo de este mes. Moreno tomo los papeles, haciendo signos afirmativos. --Creo--siguio diciendo el ingeniero--que no se me adelantara en este obsequio el tal Pirovani, que cada vez resulta mas insufrible. Al marcharse Canterac hacia las obras del dique, Moreno empezo a examinar los papeles. Sus ojos se dilataron de asombro, tomando casi la misma forma circular de las gafas con montura de concha que los cubrian. Era una larguisima lista, no solo de perfumes y jabones, sino de toda clase de objetos de tocador. El capitan habia entrado por las paginas de los catalogos como en tierra recien descubierta, haciendo suyo lo que encontraba al paso. --Hay aqui por valor de mas de mil pesos--se dijo el oficinista--, y el ingeniero solo cobra seiscientos al mes. Su austeridad de hombre de numeros, metodico y prudente, le hizo indignarse contra esta falta de equilibrio entre los ingresos y los gastos. Pero acabo por sonreir, encontrando natural el despilfarro. iLa marquesa era tan interesante!... Ademas, una senora de su alcurnia no podia llevar la misma vida de privaciones de las mujeres del vulgo. Paso Moreno el resto de la tarde inquieto y pensativo. Varias veces intento reanudar la lectura de la novela que traia entre manos, pero el volumen acababa siempre por caer sobre su mesa, cubierta de papeles administrativos. Al fin busco entre estos papeles un pliego de carta, y frunciendo el ceno con la expresion recelosa de un nino que teme ser cogido en plena mentira, empezo a escribir: "Mi morocha linda: Enviame lo antes posible, en un paquete, el traje de fraque que me hice cuando nos casamos. La vida ha cambiado aqui completamente. Grandes personajes nos visitan con frecuencia, hay muchas fiestas, y yo deseo presentarme con un aspecto bien como el que mas. Esto puede ayudarme en mi carrera y..." Se detuvo Moreno para rascarse la cabeza con el mango de la pluma. Luego siguio escribiendo, con el mismo gesto infantil de inquietud y remordimiento, hasta llenar las cuatro paginas de la carta. Todas las noches, en la tertulia de la marquesa, mostraba ahora Pirovani el gesto preocupado del que desea proponer algo y cuando va a hablar se siente enmudecido por la emocion. Despues de una semana de dudas se decidio a formular su deseo, precisamente la noche en que el oficinista esperaba conseguir el mayor exito de su vida. Elena llevaba uno de sus trajes descotados, a los que agregaba o quitaba adornos para que diesen diariamente una impresion de novedad. El ingeniero frances y Torrebianca iban puestos de _smoking_ y Pirovani seguia ostentando su majestuoso frac... Pero ya no era el unico en lucir esta prenda. Moreno se habia presentado a ultima hora con el frac enviado por su mujer, pieza modesta que revelaba tener algunos anos de vida. Pero de todos modos era un frac, y el del contratista habia perdido el privilegio de ser unico, lo que puso nervioso a su poseedor, dandole nuevos animos para expresar sus deseos. Watson y Robledo vestian trajes obscuros. Los dos se habian visto obligados a cambiar de ropa todas las noches, para no parecer "inarmonicos"--como decia el espanol--en medio de esta elegancia absurda creada por la presencia de Elena. Como el norteamericano estaba fatigado de su trabajo en los canales, tuvo que sofocar numerosos bostezos, y al fin se levanto para retirarse a su dormitorio. Elena le miraba ahora con interes, y no oculto su despecho al ver que desaparecia, saludandola friamente, como si nada le importase alejarse de ella. El aquel momento Canterac estaba retenido por su conversacion con el marques, Moreno hablaba con Robledo, y a Pirovani le parecio oportuno no dejar que transcurriese mas tiempo sin exponer a Elena lo que pensaba. --Temia hablar, senora marquesa; pero al fin me decido, y ialla va!... Este marco es indigno de su hermosura y su elegancia. Y el contratista abarco con una mirada de desprecio la habitacion y todos sus muebles. --Si usted quiere, desde manana puede instalarse en mi casa. Suya es. Yo me alojare en la vivienda de uno de mis empleados. No mostro Elena gran asombro. Parecia que esperase desde mucho antes esta proposicion, como si ella misma se la hubiese sugerido lentamente al contratista. Pero no por ello dejo de hacer gestos de protesta, al mismo tiempo que sonreia y acariciaba con sus ojos a Pirovani. Finalmente parecio ablandarse, y prometio que estudiaria la proposicion, consultando a su esposo antes de decidirse. Esta consulta fue al dia siguiente, mientras Robledo y Watson se hallaban en las obras de los canales. Torrebianca, a pesar de la sumision con que acogia ordinariamente las proposiciones de su mujer, se mostro escandalizado. Le era imposible aceptar la generosidad de Pirovani. --?Que pensara la gente al ver que nos cede una casa que es su orgullo?... Y movia su cabeza con energicas negativas. Surgio en su interior una repulsion de casta, al pensar que pudiera protegerle aquel compatriota de gustos ordinarios. No le era antipatico; pero nunca le admitiria como un igual. Elena acabo por irritarse, cansada de sus protestas. --Tu amigo Robledo nos protege, y sin embargo no se te ocurre por eso que pueda murmurar la gente... ?Que tiene de extraordinario que un amigo nuevo nos demuestre su simpatia cediendonos su casa? Estaba tan acostumbrado Torrebianca a obedecer a su esposa, que bastaron las ultimas palabras de ella para quebrantar su resistencia. Sin embargo, aun insistio en sus negativas, y Elena anadio para convencerle: --Comprendo tus escrupulos, si la casa fuese regalada; pero es simplemente alquilada. Asi se lo he dicho a Pirovani. Tu le pagaras el alquiler cuando la empresa dirigida por Robledo retribuya tus trabajos. El marques lo acepto todo al fin, con un gesto de resignacion. Parecia mas viejo y mas desalentado, como si le royese lentamente una dolencia moral. --Hagase lo que tu quieras. Mi unico deseo es verte feliz. Al dia siguiente visito su esposa la casa de Pirovani, para conocerla por entero antes de proceder a su instalacion en ella. La recibio el contratista en lo alto de la escalinata, acompanandola despues por las diversas habitaciones, palido de emocion al verse a solas con la "senora marquesa". Esta, para darse aires de duena, ordeno inmediatamente a la servidumbre que cambiase algunos muebles de sitio. El italiano elogio su buen gusto de gran dama, guinando un ojo a la mestiza, su ama de llaves, para que se uniese a esta admiracion. Llegaron al dormitorio que habia sido del italiano y en adelante seria de ella. Encima de todos los muebles habia grandes paquetes en papel fino, atados y sellados de los que se desprendian gratos olores. Los fue abriendo el contratista, y quedaron visibles docenas de frascos de esencias y de cajas de jabon, asi como otros articulos de tocador; todo el encargo enorme hecho a Buenos Aires, que parecia acariciar los ojos con el brillo de sus botellitas de cristal tallado, de sus estuches con forros de seda y pieles finas, de sus etiquetas de oro, al mismo tiempo que cosquilleaban el olfato unos perfumes de jardin sobrenatural. Ella iba de asombro en asombro, y acabo por reir, lanzando exclamaciones alegres e ironicas. --iQue generosidad!... Hay para poner una tienda de perfumista. Pirovani, cada vez mas palido, enardecido por esta sonrisa y por la soledad, intento aproximar su boca a la de ella, besandola. Pero como Elena esperaba desde mucho antes este ataque, le fue facil repelerlo avanzando sus dos manos energicamente, a la vez que decia: --Eso equivale a quererme hacer pagar el alquiler de la casa, como un vil comerciante. En tal caso, ya no hay regalo. iY yo que le creia a usted un _gentleman_!... Sintio cierta lastima al darse cuenta de la confusion de Pirovani. El pobre temia no haber procedido con el tacto de un hombre elegante. Para consolarlo puso su mano derecha junto a la boca de el. --Contentese con esto--dijo. El italiano beso la mano con entusiasmo, y fueron tan repetidos sus besos, que al fin tuvo ella que retirarla, amenazandole con un dedo para que guardase prudencia. Luego continuo la visita de la casa, llevando al contratista tras de sus pasos. Parecia arrepentido de su audacia y arrepentido al mismo tiempo de la docilidad con que habia obedecido a aquella mujer. Pero por encima de tan opuestos sentimientos paladeaba una sensacion de triunfo al recordar el contacto de aquella mano fina y olorosa. Esto le hizo persistir mentalmente en su opinion: "iOh, las grandes senoras!... No hay mujeres como ellas." * * * * * #VIII# El aspecto de la casa de Pirovani cambio mucho al instalarse en ella los Torrebianca. Las ventanas lucian ahora, a traves de sus vidrios, unas cortinas flamantes. Ya no se mostraban en las galerias exteriores las domesticas mal vestidas y realizando al aire libre ciertos trabajos de limpieza. La presencia de aquella senora tan hermosa y elegante habia impuesto a la servidumbre nuevos cuidados personales. Hasta la gorda Sebastiana iba vestida todos los dias "de domingo", como decian sus amigas. Otra novedad conocio el vecindario de la Presa con la instalacion de Elena en la casa del contratista. El salon de Pirovani tenia un piano de media cola, que habia permanecido cerrado hasta entonces. Lo compro el italiano en Buenos Aires por complacer a un compatriota suyo, dueno de un almacen de instrumentos de musica. Ademas le habian dicho que un salon "distinguido" no esta completo si carece de un piano, pero con cuerdas horizontales y la tapa a medio levantar. Y compro el valioso instrumento, sin esperanza de que llegase a la Presa un visitante capaz de utilizarlo. Elena, que en sus horas de soledad era una fumadora insaciable, cuando se cansaba de ir con el cigarrillo en la boca de una a otra pieza examinando los adornos y comodidades de su nueva casa, abria el piano, dejando que sus dedos corriesen sobre las teclas. Asi pasaba las horas, recordando romanzas de su juventud, casi ignoradas por la generacion que habia seguido a la suya, o repitiendo la musica que era de moda cuando ella huyo de Paris. Muchas veces, entusiasmada por estas evocaciones del pasado, sentia la necesidad de unir su voz a la del instrumento. Sus cantos hacian que Sebastiana y las otras criadas abandonasen los trabajos en el corral, avanzando lentamente hacia el interior de la casa con la expresion de amansamiento de las bestias subyugadas por la voz y la lira de Orfeo. Una parte del vecindario sentia igualmente esta atraccion. Apenas cerrada la noche, cuando los trabajadores habian terminado su cena, muchos chiquillos y mujeres se encaminaban a la casa de Pirovani, sentandose en el suelo a alguna distancia de ella, para contemplar las ventanas, levemente tenidas de rojo. Si algunos ninos impacientes empezaban a perseguirse en sus juegos, las madres les imponian silencio: --iCallad, malditos, que la senora va a cantar!... Y se estremecian con una emocion religiosa al oir los sonidos del piano y la voz de Elena. Era como la melodia de un mundo lejanisimo que iba llegando a traves de las paredes de madera hasta esta muchedumbre simple de gustos, que en punto a musica llevaba varios anos sin oir otra que la de las guitarras del boliche. Algunos hombres venian a unirse al publico rudo, enardecidos por un sentimiento en el que se mezclaban la admiracion y el deseo. Los mismos que habian mirado con indiferencia a la nina de la estancia de Rojas por parecerles un muchacho, se entusiasmaban viendo pasar a caballo, con falda de amazona, a la marquesa de Torrebianca. --Eso es una mujer... iVaya unas curvas! Y al oir su canto, quedaban como embobados por una delicia voluptuosa. Segun ellos, solo una mujer de gran hermosura podia cantar asi. Una semana despues de haberse instalado los Torrebianca en la nueva vivienda anuncio Sebastiana a sus amigas que la senorona, a partir de aquella noche, iba a recibir diariamente a sus amistades, lo mismo que hacian las damas ricas de Buenos Aires. Este anuncio sirvio para que las comadres de la Presa se imaginasen algo nunca visto; y despues de la cena empezaron a formarse grupos de curiosos frente a las ventanas iluminadas. Algunas mujeres se ponian una mano junto al oido pura escuchar mejor, imponiendo silencio a las companeras con sus codazos. Elena, sentada al piano, cantaba romanzas sentimentales mientras iban llegando sus invitados. Los primeros en presentarse fueron el ingeniero frances y Moreno. Este ultimo, para completar el frac, oculto bajo su gaban, habia creido necesario ponerse un sombrero de copa. El no era como Pirovani, que se presentaba vistiendo traje de etiqueta y tocado con un sombrero flexible. La senora marquesa, por ser dama del gran mundo, debia haberse fijado, indudablemente, en estas faltas de elegancia. Canterac, al pisar el primer peldano de madera, se detuvo para decir a su companero: --No debia entrar. Esta casa pertenece al intrigante Pirovani, hombre que aborrezco... Pero temo que la marquesa se queje si no me ve en su reunion. Moreno, que era amigo de todos y no llegaba a enfadarse verdaderamente con nadie, creyo necesario defender al ausente. --iSi ese italiano es una buena persona!... Tengo la certeza de que le quiere a usted mucho. Pero Canterac no podia admitir palabras conciliadoras. --Es un hombre falto de tacto, que se empena en atravesarse en mi camino... Esto acabara mal para el. Entraron en la casa, y el marques vino a saludarles en el recibimiento. Luego pasaron al salon, quedando los tres inmoviles, mientras Elena continuaba su canto como si no los hubiese oido llegar. Otros dos invitados se encontraron frente a la casa: Robledo y Pirovani. Este llevaba un gaban de pieles nuevo sobre el frac y se cubria con un sombrero de copa no menos flamante, pedido a Bahia Blanca por telegrafo, como si un duende familiar le hubiese avisado los malos comentarios de su amigo Moreno. De los grupos de curiosos, medio ocultos en la sombra, partieron risas y cuchicheos. Unos se burlaban del tubo de seda brillante que el contratista se habia puesto en la cabeza; otros lo admiraban con orgullo egoista, como si el tal sombrero aumentase la importancia de la vida en el desierto. --Vengo de visita a mi propia casa--dijo Pirovani con el deseo de que el otro admirase su generosidad. --Ha hecho usted mal en cederla--se limito a contestar Robledo. El italiano tomo un aire de hombre superior. --Convendra usted en que su casa no era la mas adecuada para que viviese en ella tan gran senora. Yo, aunque no he estudiado, conozco los deberes de un hombre de buena educacion, y por eso... Robledo levanto los hombros y siguio adelante, como si no quisiera escucharlo. El contratista marcho detras de el, y, senalando una de las ventanas iluminadas, dijo con entusiasmo: --iQue voz de angel!... iQue alma de artista! Volvio Robledo a levantar los hombros, y los dos entraron en la casa. Al llegar al salon se unieron a los tres varones que escuchaban inmoviles y apenas Elena hubo lanzado la ultima nota de su romanza, el italiano empezo a aplaudir y a dar gritos de entusiasmo. Canterac y el oficinista, por no ser menos, prorrumpieron igualmente en manifestaciones de admiracion, expresandolas cada uno con arreglo a su caracter. En la nueva casa las reuniones iban a ser menos simples y austeras que en el alojamiento de Robledo. Sebastiana, que solo creia en el mate, remedio, segun ella, de toda clase de enfermedades y suprema delicia del paladar tuvo que servir a los invitados, ayudada por dos criaditas mestizas, varias tazas de agua caliente con una cosa llamada te. Fingiendo ocuparse de la buena marcha del servicio, evoluciono Elena entre aquellos tres hombres que la seguian avidamente con los ojos, mientras vacilaban las tazas en sus manos, derramando a veces su contenido sobre los platillos. Los tres admiradores intentaron repetidas veces conversar con ella; pero era tan habil para repelerlos dulcemente, que acababan por dialogar con su marido. En cambio, la marquesa buscaba al unico hombre que no habia mostrado interes en hablarla. Al fin consiguio en una de sus evoluciones sentarse a un extremo del salon, con Robledo al lado de ella. --Indudablemente, Watson no ha querido venir--dijo al espanol--. Cada vez estoy mas convencida de que no le soy simpatica a el... ni tampoco a usted. Robledo se defendio de esta acusacion con gestos mas que con palabras; pero como ella insistiese en presentarse cual una victima de la injusta antipatia de los dos asociados, el ingeniero acabo por contestar: --Watson y yo somos amigos de su marido, y nos da miedo ver la ligereza con que hace concebir usted ciertas esperanzas, tal vez equivocadas, a los que la visitan. Elena empezo a reir, como si la regocijasen las palabras de Robledo y el tono de gravedad con que las habia dicho. --No tema usted. Una mujer que no ha nacido ayer y conoce el mundo, como yo lo conozco, no va a comprometerse y a hacer locuras por esos. Y abarco en una mirada ironica a sus tres pretendientes, que seguian al lado del marques. --Yo no supongo nada--dijo Robledo en el mismo tono--. Veo lo presente, como vi otras cosas en Paris... y me da miedo el porvenir. Quedo indecisa Elena mirando a su interlocutor, como si dudase entre continuar riendo o mostrarse enfadada. Al fin hablo con el tono grave de una persona ofendida: --No me considero mejor ni peor que otras. Soy simplemente una mujer que nacio para vivir en la abundancia y en el lujo, y jamas ha encontrado un companero capaz de darle lo que le corresponde. Se miraron en silencio largo rato, y ella anadio: --Los que me desearon no pudieron proporcionarme cuanto necesito para mi vida, y los que hubieran podido satisfacer mis deseos nunca se fijaron en mi. Bajo la cabeza como desalentada, murmurando contra su destino. --Usted no sabe que vida ha sido la mia. Necesito la riqueza; es algo indispensable para mi existencia, y he pasado lo mejor de mi juventud corriendo inutilmente tras de ella. Cuando imagine tenerla entre mis manos, la vi desvanecerse, para reaparecer mas lejos, obligandome a una nueva carrera... iY asi ha sido siempre! Callo un instante, concentrando su pensamiento, para anadir con el mismo tono que si hiciera una confesion: --Los hombres no pueden comprender las angustias y las ambiciones de las mujeres de ahora. Necesitamos para vivir muchisimo mas que las hembras de otros tiempos. El automovil y el collar de perlas son el uniforme de la mujer moderna. Sin ellos, toda la que reflexiona un poco y puede darse cuenta de su situacion se siente infeliz... Yo los tuve algunas veces, pero sin tranquilidad, "sin solidez", temiendo perderlos al dia siguiente. Como todos necesitamos escuchar, para seguir viviendo, la cancion de la esperanza, espero ahora que mi marido ganara aqui una fortuna, ino se cuando!... y esto me hace soportar el horrible destierro. Luego continuo con tristeza: --?Y que ganara?... Centavos tal vez, cuando usted lleve ya ganados miles y miles de pesos... iAy! Yo merecia otro hombre. Volvio a levantar la cabeza para sonreir melancolicamente mirando al espanol. --Tal vez mi felicidad hubiese sido encontrar un companero como usted: animoso, energico, capaz de domar a la fortuna rebelde... Y a usted, para ser un verdadero triunfador, le ha faltado una mujer que le inspirase entusiasmo. Robledo sonrio a su vez con aire bonachon. --Ya es tarde para hablar de esas cosas... Pero ella le miro fijamente, al mismo tiempo que protestaba de su desaliento. Nunca es tarde en la vida para nada. Los hombres energicos son como ciertas tierras exuberantes del tropico, en las que se conoce la muerte pero no la vejez, renovandose sobre ellas una primavera incansable. Disponen de la voluntad que manda a la imaginacion, y la imaginacion es un pintor loco que anima con los colores de su paleta el lienzo gris de la realidad. Elena, al hablar asi, habia aproximado su rostro al de el. Sus ojos parecian querer penetrar en los ojos de Robledo. Este, por un momento, sintio cierta turbacion; pero se repuso en seguida, haciendo un gesto negativo. --Muy interesante lo que usted dice, amiga mia, pero los hombres verdaderamente energicos no gustan de resucitar falsas primaveras, por las complicaciones que esto trae. Continuaron hablando. Ella quiso recordar otra vez su pasado. --iSi yo le contase mi historia!... Todas las mujeres tienen la pretension de que su vida ha sido una novela, que solo necesita ser contada con cierta habilidad para que interese al mundo entero. Yo no aspiro a que mi pasado sea interesante; unicamente lo creo triste, por la desproporcion que siempre hubo en el, entre lo que yo creo merecer y lo que la vida ha querido darme. Se detuvo un momento, como si acabara de ocurrirsele una idea penosa. --No crea usted que soy una de esas advenedizas hambrientas de goces y comodidades, por lo mismo que no los conocieron nunca. En mi ocurre lo contrario: necesito el lujo y el dinero para vivir porque me rodearon al nacer. Fui rica en mi infancia y pobre en mi juventud. iLo que he luchado para ocupar otra vez mi antiguo rango y vivir de acuerdo con mi primera educacion!... Y la lucha continua... y las catastrofes se repiten... y cada vez me veo mas lejos del punto de donde parti. Ahora estoy en uno de los rincones mas olvidados de la tierra, llevando una existencia casi igual a la de las gentes que vivieron en los primeros tiempos de la Historia. iY todavia me censura usted!... Robledo se excuso. --Yo soy su amigo, el amigo de su marido, y lo unico que hago es avisarla al verla marchar en mala direccion. Considero peligroso el juego que se permite usted con esos hombres. Y senalo a los tres personajes de la Presa, que seguian hablando con Torrebianca. --Ademas, antes de su llegada, la vida era aqui un poco monotona, pero tranquila y fraternal. Ahora, con su presencia, los hombres parecen haber cambiado; se miran hostilmente, y temo que sus rivalidades, hasta el presente algo pueriles, terminen de un modo tragico. Usted olvida que vivimos lejos de los demas grupos humanos, y este aislamiento nos hace retroceder poco a poco a la vida barbara. Nuestras pasiones, domesticadas por la existencia en las ciudades, pierden aqui su educacion y saltan en libertad. Mucho cuidado con ellas; es peligroso tomarlas con motivo de juego. Elena rio de sus temores, y hubo en su risa cierto desprecio, no pudiendo comprender tal pusilanimidad en un hombre fuerte. --Dejeme que tenga mi corte. Necesito estar rodeada de admiradores, como les ocurre a los grandes artistas vanidosos. ?Que seria de mi si me faltase el placer de la coqueteria?... Luego anadio, frunciendo el ceno y con voz irritada: --?Que otra cosa puedo hacer aqui? Ustedes tienen el trabajo que les distrae, sus luchas con el rio, las exigencias de los obreros. Yo me aburro durante el dia; hay tardes que pienso en la posibilidad de matarme; y unicamente cuando llega la noche y se presentan mis admiradores encuentro un poco tolerable mi destierro... En otro sitio tal vez me hiciesen reir esos hombres; pero aqui me interesan. Resultan un verdadero hallazgo en esta soledad. Miro con una ironia risuena hacia donde estaban sus tres solicitantes, y continuo: --No tema usted, Robledo, que pierda la cabeza por ellos. Me doy cuenta de mi situacion. Se comparaba con un viajero de la altiplanicie patagonica que no llevase mas que un cartucho en su revolver y se viera atacado por un grupo de vagabundos de los que merodean cerca de la Cordillera. De hacer fuego, solo podia derribar a un enemigo, arrojandose los otros sobre el al verle indefenso. Era preferible prolongar la situacion amenazandolos a todos, pero sin disparar. --Me causa risa el pensamiento de que yo pudiera decidirme por uno de ellos. No son estos hombres los que me haran perder la cabeza. Pero aunque alguno de los tres me interesase, guardaria mi prudencia, temiendo lo que harian o dirian los demas al verse desahuciados. Es mejor mantenerlos a todos en la inquieta felicidad de la esperanza. Y notando que su larga conversacion con el espanol producia malestar y escandalo en los otros visitantes, se levanto para ir hacia ellos. --?Quien de ustedes me da un cigarrillo?... Los tres salieron a su encuentro a la vez, ofreciendo sus pitilleras, y la rodearon como si quisieran disputarse a golpes sus palabras y sus gestos. La primera tertulia de la marquesa de Torrebianca termino despues de media noche, hora inusitada en aquel destierro. Solamente ciertos sabados, en que los trabajadores recibian la paga de medio mes, llegaban a horas tan avanzadas las fiestas en el boliche del Gallego. Toda la manana siguiente anduvo Sebastiana adormecida y con los pies torpes por haberse levantado al amanecer, como era su costumbre, despues de mantenerse despierta hasta que se marcharon los invitados. Estaba en una de las galerias exteriores, rinendo con voz queda a las criaditas mestizas para que no despertasen con los ruidos de la limpieza a la duena de la casa, cuando repentinamente parecio olvidar su colera, poniendose una mano sobre los ojos para ver mejor. Un jinete encabritaba su caballo en mitad de la calle, agitando al mismo tiempo un brazo para saludarla. --iMi senorita linda!... Siempre me cuesta el conocerla con su traje de varoncito. ?Como le va?... Y bajo apresuradamente los escalones de madera, atravesando la calle para ir al encuentro de Celinda Rojas. No se habian visto desde el dia que Sebastiana abandono la estancia; y ahora, por odio a don Carlos, creyo conveniente la mestiza enumerar las magnificencias de su nueva situacion. --Una gran casa, senorita, sea dicho sin ofender a la suya. La plata corre como agua de acequia. Ademas, la patrona, una gringa bien, nacio, segun dicen, marquesa alla en su tierra. El italiano, que es un demonio para roerles la plata a los trabajadores, en cuanto se trata de esta senorona parece medio zonzo, y se cuida de que no la falte nada. Anoche hubo reunion con musica. Yo pense en usted, nina linda, y me dije: "iComo le gustaria a mi patroncita oir cantar a esta marquesa!" La amazona escuchaba haciendo signos afirmativos, como si su curiosidad se excitase al oir este relato. Para aumentar su admiracion, fue Sebastiana enumerando todas las personas que habian estado en la fiesta. --?Y no te olvidas de alguno mas?--pregunto Celinda al terminar ella su lista--. ?No estuvo don Ricardo, ese que trabaja con don Manuel, el de los canales? Movio su cabeza la mestiza negativamente. --En toda la noche vi a ese gringo. Luego empezo a reir, dandose sonoras palmadas en uno de sus muslos de relieve elefantiaco, lo que marco su enorme redondez bajo la ligera faldamenta. --Ya lo se, mi nina, ya lo se... Me han hablado de que usted y el gringo van siempre juntos a caballo por esos pagos, y no pasa dia sin que se encuentren... Si alguna vez se dan un beso, busquen un lugar donde nadie los vea. Mire que la gente de aqui es muy habladora y no quiere otra cosa. Ademas, los que mandan en eso de las obras del rio tienen unos anteojos muy largos que lo descubren todo de lejos... Celinda se ruborizo, al mismo tiempo que intentaba protestar. --iSi me parece muy bien!--siguio diciendo la mestiza--. Ese don Ricardo es un buen mozo y excelente persona. Un gran marido para usted, si es que don Carlos, con el geniazo que Dios le ha dado, no se opone. Los gringos de America, cuando no beben, son buenazos. Yo tengo una amiga que se caso con uno que es maquinista, y lo lleva de la nariz adonde quiere. Conozco otra que... Pero la amazona no sentia interes por tales historias, y la interrumpio: --Entonces, don Ricardo no vino anoche. --Ni anoche ni las otras noches. Entoavia no ha aparecido por aqui. La miro Sebastiana con malicia, al mismo tiempo que una sonrisa bondadosa dilataba su rostro carrilludo y cobrizo. --?Ya tiene celos, nina?... No se ponga colorada por eso. A todas nos pasa lo mismo cuando queremos a un hombre. Lo primero que pensamos es que alguna nos lo va a quitar... Pero aqui no hay motivo. Usted es una perla, patroncita. Esa senorona tambien es hermosa, principalmente cuando acaba de peinarse y se ha puesto en la cara tantas cosas que huelen bien, traidas de la capital. Pero comparada con usted... ique esperanza!... A mi nina casi la he visto yo nacer, y la marquesa no debe acordarse ya de cuando vino al mundo. Luego, pensando en si misma, creyo necesario anadir: --A decir verdad, la marquesa no debe tener muchos anos... Pero ?quien no resulta vieja al lado de usted, preciosura?... No todas podemos ser un boton de rosa. Callo un momento para mirar a un lado y a otro; y despues, bajando la voz y empinandose sobre las puntas de los pies para estar mas cerca del rostro de Celinda, dijo con la alegria de una comadre que puede chismorrear libremente: --Sepa, lindura, que muchos van detras de ella; pero ninguno es don Ricardo. Al pobre gringo le basta con quererla a usted, ramito de jazmin. Los otros andan como avestruces detras de la marquesa: el capitan, el italiano, el empleado del gobierno que lleva los papeles; itodos locos, y mirandose como perros!... Y el marido no ve nada; y ella se rie de ellos y se divierte en hacerlos sufrir... Yo creo que ningun hombre de los que vienen a la casa le gusta. Celinda no parecia tranquilizarse con tales palabras. Antes bien, protesto de ellas mentalmente, pensando: "Watson no puede ser comparado con los otros." Necesito exteriorizar su pensamiento, y dijo a Sebastiana: --Sera verdad que no le gustan los demas; pero don Ricardo es mas joven que todos ellos; y estas mujeres que han corrido el mundo y empiezan a ponerse viejas, iresultan a veces tan... caprichosas! * * * * * #IX# El famoso Manos Duras vivia al borde de la altiplanicie, del lado de la Pampa, viendo enfrente el limite de la Patagonia, y a sus pies la amplia y tortuosa cortadura del rio y un extremo de la estancia de Rojas. Su casa, hecha de adobes, tenia alrededor otras construcciones aun mas miseras y unos corrales de viejos maderos hincados en el suelo, que solo de tarde en tarde guardaban algun animal. Todos en el pais conocian la situacion del llamado "rancho de Manos Duras"; pero pocos iban a el, por ser lugar de mala fama. Algunas veces, los que pasaban con cierta inquietud por sus inmediaciones solo conseguian tranquilizarse al notar su soledad. No ladraban ni salian al camino los perros de hirsuto pelaje, ojos sangrientos y agudos colmillos acompanantes del gaucho. Tampoco se veian sus caballos pastando la hierba rala de los alrededores. Manos Duras se habia ido. Tal vez merodeaba por las orillas del rio Colorado, donde era mas abundante la ganaderia que en el rio Negro; tal vez vagaba por las estribaciones de los Andes, para visitar a sus amigos del valle del Bolson--poblado en gran parte por aventureros chilenos--, o a los que habitaban las riberas de los lagos andinos. Estas excursiones a la Cordillera eran, segun afirmaban muchos, para vender en Chile animales robados en la Argentina. En otras ocasiones, el rancho de Manos Duras aparecia extraordinariamente poblado. Gauchos errantes se instalaban en las chozas de adobes durante unas semanas, sin que nadie supiese con certeza cual era su procedencia ni adonde irian al marcharse de alli. El comisario de la Presa empezaba a sentirse inquieto por estas visitas y a vivir mal, temiendo todas las mananas la denuncia de algun robo... Pero transcurrian los dias sin que se alterase la paz del pueblo y sus alrededores. En el rancho de Manos Duras se mataban y desollaban reses, vendiendo carne el gaucho a toda la comarca. Y como no llegaba ninguna queja, don Roque se abstenia de averiguar la lejana procedencia de aquellos animales. Luego huian de pronto los companeros de Manos Duras, y este continuaba su vida solitaria, o desaparecia igualmente de su rancho por algun tiempo, con gran satisfaccion del comisario. Ahora vivia con tres companeros malcarados y parcos en palabras, que, segun se murmuraba en el boliche del Gallego, procedian de un valle de la Cordillera. --Tres hombres de bien que se han desgraciado--dijo el gaucho hablando de ellos--; tres compadres que han venido a vivir a mi rancho hasta que las gentes malas se cansen de calumniarlos. Un dia de gran calor, Manos Duras monto a caballo para ir al pueblo a hacer unas compras. Era en las primeras horas de la tarde. Los habitantes europeos de la Presa, al mirar el almanaque, pensaban en la nieve y los frios huracanes de sus paises, que estaban todavia en pleno invierno. Aqui reinaba el verano, un verano patagonico, violento y ardoroso, sobre una tierra que rara vez conoce las lluvias y en la cual todas las estaciones son extremadas, descendiendo el termometro durante el invierno muchas unidades por debajo de cero. La tierra yerma parecia temblar bajo el sol. Era una reverberacion que ondulaba las lineas rectas, cambiando los contornos de colinas, edificios y personas. Estos caprichos de la luz hacian ver tambien los objetos dobles e invertidos, como si estuviesen al margen del agua, fingiendo lagos inmensos en un pais extremadamente seco. Eran los espejismos del desierto que por sus formas variables e inesperadas llamaban la atencion harta de los hijos del pais, acostumbrados a toda clase de ilusiones opticas. En el ultimo termino de la gigantesca cortadura abierta por el rio, casi al ras de la linea del horizonte, se deslizaba un largo gusano negro con una pequena vedija de algodon en la cabeza. Manos Duras se detuvo para ver mejor. Aquel dia no era de correo de Buenos Aires. "Debe ser un tren de carga que viene de Bahia Blanca", se dijo. Resultaba visible estando aun a muchos kilometros de la Presa, y pasaria otros tantos kilometros mas alla, para no detenerse hasta Fuerte Sarmiento. En esta tierra los ojos adquirian un poder visual mas grande; la retina abarcaba mayores extensiones; las distancias parecian valer menos que en otros paises. El gaucho, despues de contemplar unos momentos el remoto avance del tren, continuo su galope. Para ganar terreno solia meterse por la estancia de Rojas, atravesando una parte avanzada de dicha propiedad interpuesta entre su rancho y el lejano pueblo. Con la indiferencia de la costumbre, dejo que su caballo avanzase por un tortuoso sendero marcado apenas entre los asperos matorrales. Al poco rato tuvo un mal encuentro. Don Carlos Rojas iba tambien a aquella hora visitando su estancia y haciendo calculos sobre el porvenir. Continuarian siempre sus tierras altas en la pobreza actual, no pudiendo dar alimento mas que a un numero reducido de animales. Sus novillos eran "criollos", como el decia con cierto tono de desprecio; bestias de mucho hueso, pezuna dura, grandes cuernos y enjutas de carnes; aptas para nutrirse con un pasto silvestre y poco abundante; herederos degenerados del ganado que aclimataron siglos antes los colonizadores espanoles, trayendolo en sus pequenos buques a traves del Atlantico. Recordaba con remordimiento los animales de lujo de la estancia de su padre, novillos enormes, con el lomo plano como una mesa, casi sin cuernos, de reducido esqueleto y exuberantes carnes, verdaderas "montanas de biftecs", como el decia... Luego pensaba en los milagros de la irrigacion, cuando las tierras bajas de su estancia quedasen fecundadas por las aguas del rio. Creceria en ellas la alfalfa con una prodigalidad semejante a la de la tierra de Canaan, y le seria posible repetir al borde del rio Negro las milagrosas crianzas de los estancieros vecinos a Buenos Aires, sustituyendo el aspero y flaco ganado criollo con animales valiosos, producto del cruzamiento de las mejores razas de la tierra. Iba don Carlos imaginandose esta maravillosa transformacion, con el deleite de un artista que pule en su mente la obra futura, cuando vio venir un jinete hacia el. Se puso una mano sobre los ojos para examinarlo mejor, y no pudo contener la indignacion que le produjo este encuentro. --iHijo de la gran... tal!... iEs el ladron de Manos Duras! Al pasar el gaucho junto a el, se llevo una mano al sombrero para saludarle, espoleando luego su cabalgadura. Don Carlos, despues de breve indecision, salio tambien al galope, hasta que puso su caballo delante del de Manos Duras, cortandole el paso y obligandole a detenerse. --?Con licencia de quien atravesas vos mi campo?--pregunto con voz temblona y aflautada por la colera. Manos Duras no intento contestar mirandole con una insolencia silenciosa y amenazadora, como hacia con los demas. Sus ojos atrevidos evitaron cruzarse con los del estanciero, y respondio en voz baja, como excusandose. No ignoraba que carecia de derecho para pasar por alli sin permiso del dueno del campo; pero de este modo acortaba camino, evitandose un largo rodeo para llegar a la Presa. Luego anadio, como si emplease un argumento supremo: --Usted, don Carlos, deja pasar a todos. --A todos menos a ti--contesto Rojas agresivamente--. Si te encuentro otra vez en mi estancia, te saludare a balazos. Esta amenaza acabo con el hipocrita respeto del gaucho. Miro a Rojas despectivamente, y dijo con lentitud: --Es usted un viejo, y por eso me habla asi. Don Carlos saco de su cintura un revolver, apuntandolo contra el pecho de Manos Duras. --Y tu un ladron de novillos, al que todos tienen miedo no se por que. Pero si vuelves a robarme uno de mis animales, este viejo se encargara de hacerte justicia. Como el estanciero le seguia apuntando con el revolver y la expresion de su rostro no permitia duda sobre la posibilidad del cumplimiento de sus amenazas, el gaucho no oso echar mano a sus armas. Estaba seguro de recibir un balazo apenas intentase un movimiento agresivo. Despues de mirarle con ojos rencorosos, se limito a decir: --Volveremos a encontrarnos, patron, y hablaremos mas despacito. Y tras esta amenaza dio con las espuelas a su caballo y salio al galope, sin volver la cabeza, mientras don Carlos permanecia con el revolver en su diestra. Cerca del rio tuvo el gaucho un encuentro mas agradable. Vio venir hacia el un grupo de tres jinetes, e hizo alto para reconocerlos. Era la marquesa de Torrebianca, vestida de amazona y escoltada por Canterac y Moreno. Habia tenido ella que aceptar una nueva invitacion para ver los adelantos realizados en las obras del dique. Le era imposible negarse a este paseo. Necesitaba para su tranquilidad restablecer el equilibrio entre Pirovani y el ingeniero frances. Este, ya que no podia regalar una casa, deseaba hacer ver a Elena una vez mas la superioridad que tenia como ingeniero director de las obras sobre aquel italiano, sometido muchas veces a sus decisiones. El oficinista, contento de la invitacion y molestado al mismo tiempo por el caracter de hombre tranquilo que le atribuian, marchaba a caballo detras de Elena, sin que esta hiciese caso de su persona. Unicamente parecia acordarse de el cuando Canterac se mostraba demasiado vehemente en sus ademanes, tendiendo una mano de caballo a caballo para estrechar la suya o permitirse otras osadias disimuladas. --Moreno--ordenaba la marquesa--, avance y pongase a mi izquierda, para que el capitan quede lejos. No me gustan los militares; son muy atrevidos. Los tres cesaron de conversar para fijarse en Manos Duras, que permanecia inmovil a un lado del camino. Moreno dio el nombre del gaucho, y Elena mostro tal interes al saber quien era, que acabo por hablarle. --?Usted es el famoso Manos Duras, de quien tantas cosas he oido decir?... El rustico jinete se mostraba turbado por las palabras y la sonrisa de aquella dama. Primeramente se quito el sombrero con reverencia, "como si estuviese delante de una imagen milagrosa", penso Moreno. Luego dijo, con cierta expresion teatral que en el era espontanea: --Yo soy ese desgraciado, senora, y este es el momento mejor de mi vida. La miraba el gaucho con ojos ardientes de adoracion y deseo, y ella sonrio, satisfecha del barbaro homenaje. Canterac, que encontraba ridicula esta conversacion, hizo ademanes de impaciencia y murmuro protestas para reanudar la marcha; pero ella no quiso escucharle y continuo hablando al gaucho con sonriente interes. --Dicen de usted cosas terribles. ?Son verdaderamente ciertas?... ?Cuantas muertes lleva usted hechas? --iCalumnias, senora!--contesto Manos Duras, mirandola fijamente--. Pero si usted me lo pide, hare cuantas muertes quiera. Elena se mostro complacida por esta respuesta, y dijo, mirando a Canterac: --iQue hombre tan galante... a su modo! No me negara usted que es grato oir tales ofrecimientos. Pero el ingeniero parecia cada vez mas irritado por este dialogo familiar de Elena y el cuatrero. Varias veces intento introducir su caballo entre las cabalgaduras de los dos, dando fin de tal modo al dialogo; pero Elena le detenia siempre con un gesto de contrariedad. Al ver que ella continuaba su conversacion con Manos Duras, se volvio hacia Moreno, necesitando manifestar a alguien su enfado. --Ese gaucho es un atrevido, y habra que darle una leccion. El oficinista acepto sin reserva lo referente al atrevimiento, pero levanto los hombros al oir hablar de leccion. ?Que podian hacer ellos contra este vagabundo temible, si hasta el comisario de policia mostraba por el cierto respeto?... --Debe usted conseguir--continuo el ingeniero--que no le compren mas carne en el campamento ni acepten nada de lo que ofrezca. Moreno contesto con signos afirmativos. Si no era mas que eso lo que deseaba, facilmente podia hacerse. Al fin Elena reanudo su marcha despues de saludar al gaucho con cierta coqueteria, satisfecha de su emocion y del deseo hambriento que reflejaban sus ojos. --iPobre hombre!... iUn tipo interesante! Mientras los tres jinetes se alejaban, Manos Duras siguio inmovil junto al camino. Deseaba ver algunos momentos mas a aquella mujer. Tenia en su rostro una expresion grave y pensativa, como si presintiese que este encuentro iba a influir en su existencia. Pero al desaparecer Elena con sus acompanantes detras de un monticulo arenoso, el gaucho, no sintiendo ya el deslumbramiento de su presencia, sonrio con cinismo. Varias imagenes salaces desfilaron por su pensamiento, desvaneciendo sus dudas y devolviendole su antigua audacia. "?Por que no?--se dijo--. Lo mismo es esta que las que bailan en el boliche del Gallego. iTodas mujeres!" Continuaron su paseo por la orilla del rio la marquesa y sus dos acompanantes. De pronto, ella se levanto un poco sobre la silla para ver mas lejos. En una pradera orlada de pequenos sauces por la parte del rio habia dos caballos sueltos y ensillados. Un hombre y un muchacho habian descendido de ellos y parecian divertirse tirando un lazo por el aire. Era un lazo de cuerda, ligero y facil de manejar, aunque de menos resistencia que los verdaderos lazos de cuero usados por los jinetes del pais. Reconocio Elena al muchacho, con su instinto de mujer mas que con sus ojos. Era Flor de Rio Negro, que ensenaba a tirar el lazo a Watson, riendo de la torpeza del _gringo_. Como Torrebianca iba todos los dias puntualmente a dirigir les trabajos de los canales, Ricardo gozaba de mas libertad, empleandola en seguir a la nina de Rojas en sus correrias. Haciendo un signo a sus acompanantes para que no la siguiesen, se fue aproximando Elena a la pradera donde estaban los dos jovenes. Celinda la vio llegar antes que el ingeniero, y haciendo un gesto hostil volvio la espalda. Al mismo tiempo ordeno a Watson que le ajustase al pie una de sus espuelas, que pretendia llevar suelta. El joven, despues de haberse arrodillado, quiso levantarse, convencido de la inutilidad de esta orden. Celinda tenia bien sujeta esa espuela. Pero ella insistio para mantenerlo en dicha posicion. --?No le digo, gringuito, que voy a perderla?... Fijese bien. Y solo accedio a reconocer su error y a permitir que se levantase cuando la otra hizo volver grupas a su caballo. Elena se alejaba ofendida, dandose cuenta de su estratagema y de sus gestos hostiles. Poco antes de la puesta del sol llegaron los tres jinetes a la calle central del pueblo. Frente a la casa de Pirovani, considerada ya por la marquesa como suya, bajo esta del caballo, apoyandose en Moreno, que se habia anticipado al otro para gozar de agradables contactos. Saludo el frances con una brusquedad militar, alejandose, mientras Elena entraba en su casa. iUn dia perdido!... Estaba furioso contra el mismo y contra los demas. Aparecio Pirovani en una bocacalle, y al ver que Moreno se dirigia a su alojamiento, corrio a encontrarse con el. Ansiaba conocer los episodios de una excursion a la que no habia sido invitado. Temia, con la credulidad del celoso, que Canterac hubiese conseguido un gran avance sobre el durante el corto paseo. Sonrio con una alegria pueril al contarle el oficinista como varias veces la "senora marquesa" le habia pedido que se colocase entre ella y el ingeniero frances para mantenerlo a gran distancia. --iSi yo se que no lo puede sufrir!--dijo el italiano--. Me consta... Pero como es el jefe de los trabajos y ayuda en ciertas ocasiones a Robledo y a su marido, no se atreve a decir lo que piensa de el. Luego su alegria se nublo, segun le fue contando el oficinista el encuentro con Manos Duras y la confianza del gaucho al hablar a la senora marquesa. Esto ultimo fue lo que indigno mas al contratista. --Aqui todos nos creemos iguales, porque vivimos juntos en el desierto--dijo, escandalizado--. Cualquier dia, ese gaucho cuatrero pretendera ir por la noche a las reuniones de la marquesa, lo mismo que uno de nosotros... iCosa barbara! --El capitan--anadio Moreno--quiere que no se le compre mas carne a Manos Duras ni se acepte ningun negocio propuesto por el, eso usted puede hacerlo mejor que Canterac. Pirovani contesto con vehementes signos de asentimiento --Asi se hara; dice muy bien ese hombre. Es la primera vez, en mucho tiempo, que estoy de acuerdo con el. * * * * * #X# Pocos meses despues de haber empezado los trabajos en el campamento de la Presa, los habitantes de las diversas colonias establecidas a orillas del rio Negro hablaron con admiracion del nuevo boliche del Gallego, apreciandolo como el establecimiento mas hermoso de la comarca. El dueno habia embellecido su interior con una novedad tan instructiva como interesante. Uno de los primeros que acudieron al campamento en busca de trabajo fue un ingles que llevaba muchos anos vagando de un extremo a otro de la America del Sur. La ultima etapa de su existencia aventurera habia sido en el corazon del Paraguay, comerciando con las tribus salvajes; trafico que no parecia haberle hecho rico. Como recuerdo de su vida en las selvas, llevo a Buenos Aires cuatro cocodrilos del gran rio Paraguay, llamados _yacares_ con el caparazon relleno de paja, y una serpiente boa de varios metros de lorgitud, cuyo vientre habia sido atiborrado de hierbas por los disectores indigenas. En la capital de la Argentina le hablaron de los grandes trabajos que se realizaban junto al rio Negro, haciendo necesario el enganche de numerosos jornaleros, y alla se fue con toda su coleccion de animales empajados, saltando de la temperatura torrida del Paraguay y el Brasil inferior al invierno rudo de la Patagonia. A las pocas semanas murio de _delirium tremens_, por haber abierto un credito demasiado amplio el dueno del boliche del Gallego; y como este honrado industrial creia firmemente en el santo derecho de cobrar las deudas y poseia ademas cierto instinto de la decoracion oportuna para atraer a los parroquianos, se apropio los cuatro yacares y la boa, adornando con ellos el techo de su tienda. En realidad, Antonio Gonzalez, que era andaluz de nacimiento, aunque lo apodaban todos el _Gallego_, no podia mirar sin cierta aprension hereditaria el enorme reptil que, semejante a una maroma de barco, pendia formando curvas de los cuchillos de la techumbre. Pero a los ebrios mas consecuentes del establecimiento les placia beber debajo de este adorno extraordinario, y un comerciante debe sacrificar sus preocupaciones y sus miedos para mejor servicio del publico. El ofidio de pellejo arrugado, cubierto de moscas, que formaban sobre el un forro negro inquieto y rumoroso, se extendia por la mitad del techo, de punta a punta, agitandose como si reviviese cada vez que se abria la puerta y entraba un chorro de aire. Esta corriente atmosferica hacia caer a veces en los vasos de los parroquianos moscas secas procedentes del verano anterior, escamas de pellejo del culebron y un polvillo sutil, mezcla de su relleno vegetal y del arsenico empleado por sus preparadores para impedir que se pudriese. En los angulos del techo se balanceaban, pendientes de cuerdas, los cuatro cocodrilos, negros y rugosos por el dorso, y mostrando al publico el color amarillo de sus vientres y las plantas de sus patas. Las gentes del pais, cuando pasaban por la Presa, creian necesario detenerse a beber un vaso en el boliche para admirar tales novedades. Las aguas del rio Negro jamas habian conocido cocodrilos, y en cuanto a reptiles, no habia en toda la Patagonia mas que ciertas viboras de mordedura mortal, cabezudas, cortas y gruesas, como el signo ortografico llamado coma. El dueno del boliche, con la autoridad de un hombre que ha visto lo que cuenta, explicaba a sus parroquianos las costumbres de los fieros animales que se balanceaban sobre sus cabezas, y hasta daba a entender que habia tomado cierta parte en tan peligrosa caza. Pero al poco tiempo noto que estos adornos, gloria del establecimiento, si enorgullecian a muchos de los habitantes de la colonia, contribuian igualmente al alejamiento de otros. Los habia que eran andaluces como el Gallego y no tenian las mismas razones utilitarias de esta para sobreponerse a sus preocupaciones. Tambien los habia italianos o de otras tierras, que, reconociendo la excelencia de los generos expendidos en el boliche, no osaban, sin embargo, penetrar en su interior. Beber bajo la panza amarilla y las cuatro patas extendidas de un cocodrilo, ipase!... Pero levantar los ojos al empinar el vaso y ver aquel serpenton que expelia moscas, mostrando a trechos el cuadriculado repelente de su piel, ieso nunca! Los mas atrevidos solo se decidian a entrar con la diestra cerrada y avanzando el dedo indice y el menique en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte. --iLagarto! ilagarto!--murmuraban, entornando los ojos para no ver lo que estaba sobre sus cabezas. Otros, ni aun valiendose de este conjuro se atrevian a pasar adelante, y en pleno invierno, con las manos en la faja y echando chorros de vapor por la boca, preferian mantenerse fuera, esperando que Friterini, el criado del boliche, les sacase los vasos. Se sacrifico el dueno una vez mas, ganoso de evitar molestias a su publico. La boa fue descolgada para ser vendida a una taberna de La Boca, en el puerto de Buenos Aires, frecuentada por marineros, y quedaron por unico adorno los cuatro yacares, que se balanceaban en el techo como lamparas funerarias apagadas. Otro atractivo del establecimiento eran las banderas que en dias de fiesta patriotica ondeaban sobre su techumbre y el resto del ano adornaban su interior. Todos los rectangulos de colores inventados por los hombres ansiosos de formar grupo aparte para distanciarse de sus semejantes figuraban en este rincon de la Patagonia: banderas de naciones existentes; banderas de naciones que habian muerto y deseaban revivir; banderas de naciones que no habian existido nunca y pugnaban por nacer. No quedaba un trabajador en esta "tierra de todos" que no tuviese un trapo patriotico en el boliche. Antonio Gonzalez habia conocido antes que las cancillerias de Europa las banderas que anos despues iban a ser consagradas por los trastornos de la gran guerra. Todas las admitia: desde la de Irlanda libre a la de la Republica sionista que debia establecerse en Jerusalen. Solamente se habia disputado una vez con ciertos compatriotas, procedentes de Barcelona, que pretendian imponerle la bandera catalana. --Yo la admito--dijo con solemnidad diplomatica--. Lo unico que discuto es sus dimensiones. Y acabo por aceptarla en su "museo banderistico", como el decia, pero exigiendo que su tamano no pasase de la cuarta parte de la bandera espanola. En dias de fiesta patriotica, ayudado por Friterini, procedia al embanderamiento de la techumbre, dando explicaciones al comisario, unico representante de la autoridad. Se expresaba como un jefe de protocolo llamado a consulta por el presidente del gobierno. --Usted, don Roque, conoce muchas cosas; pero en esto de las banderas yo se mejor con que bueyes aro. Primeramente hay que colocar la bandera argentina, mas alta que todas. Luego, a su derecha, la de Espana. iQue nadie me lo discuta! En esta tierra, despues de los argentinos, somos nosotros. Ya sabe usted... Isabel la Catolica... Solis... don Pedro de Mendoza... don Juan de Garay... Iba lanzando nombres de navegantes y descubridores, a su capricho, mientras examinaba desde abajo el metodo con que el camarero italiano colocaba las banderas. ?Ya estaba puesta la de la Argentina, y a su derecha, bien clavada, la de Espana?... iMuy bien!... --Ahora, Friterini, _mio caro_, ve colocando banderas a tu gusto... ia lo que salga! pues todos somos iguales, y esta es "la tierra de todos", como dice don Manuel. En verano las moscas invadian en proporciones inauditas el interior algo lobrego del boliche, huyendo de la atmosfera ardorosa de una tierra siempre sedienta. De noche, la luz rojiza de los quinques mantenia en agresivo insomnio a estas nubes de insectos. Eran moscas lentas, tenaces, de una torpeza pegajosa. Caian en los platos y en los vasos, nadaban en las salsas y las bebidas alcoholicas. Al abrirse las bocas, se metian inmediatamente en sus cavidades; cosquilleaban las orejas, se introducian por los orificios de las narices. Toda cuchara, al ir del plato a los labios, veia inmediatamente, en tan corto viaje, posarse sobre sus bordes algunas de estas intrusas, que se estiraban, alargando las patas y agitando las alas. Se dejaban matar; pero eran tantas, itantas! que los hombres desistian de atacarlas, transigiendo con ellas por cansancio, y unicamente las repelian con el aliento o escupiendolas cuando se colaban en su boca y sus narices. Otros parasitos asaltaban igualmente las viviendas de este pueblo perdido en la soledad. En el boliche, por ser mayor la concurrencia, parecian mas numerosas las plagas. Del techo y las paredes de madera se desprendian insectos sanguinarios sobre las curtidas epidermis, para perforarlas y chupar su jugo. Otras veces surgian del suelo, remontandose por las gruesas botas. En invierno, el boliche, por estar con las puertas cerradas, conservaba una atmosfera densa de humo de tabaco, que olia a ginebra, a vino agrio, a ropa mojada y a cuero de zapato. El criterio mas absurdo, falto completamente de economia y de logica, parecia guiar la marcha comercial del establecimiento. Apenas habia sillas en el. Los guitarristas colocaban sus posaderas en craneos de caballo; una parte del publico se dejaba caer en el suelo al sentir cansancio, y al mismo tiempo, en la anaqueleria, detras del mostrador, se renovaban todas las semanas las filas de botellas de champana. Cuando los jornaleros cobraban su quincena, el Gallego tenia que atender a las mas disparatadas orgias. Los que, faltos de familia, podian gastar todo el dinero ganado en su propia persona, imaginaban banquetes babilonicos, pidiendo latas de sardinas de Espana para remojarlas con varias botellas de Pomery Greno. Muchas veces escaseaba el pan en la Presa; pero el parroquiano, obligado a comer galleta dura, conocia el gusto del _foie gras_ y cuanto cuesta una botella de Moeet-Chandon. En las noches transcurridas entre dos pagas, el _whisky_ y la ginebra apagaban la sed silenciosa de unos y daban nuevas fuerzas a otros para seguir hablando. El principal tema de conversacion era adivinar cuando se detendria el tren en la Presa regularmente. Las locomotoras solo hacian alto alli cuando descargaban maquinaria para las obras del dique. A los del campamento les parecia una injusticia que pasasen los vagones de largo hasta la estacion de Fuerte Sarmiento, con el pretexto de que aun no habian terminado las obras en el rio ni las tierras inmediatas estaban regadas, sin lo cual era imposible su colonizacion. En el viejo mundo se creaban al principio las poblaciones, y despues se construian para ellas los ferrocarriles. En esta tierra nueva ocurria lo contrario. Primeramente se habian tendido los rieles a traves del desierto; despues, de cincuenta en cincuenta kilometros, se creaba una estacion, formandose un pueblo en torno a ella. --?Por que no ha de existir una estacion aqui, en la Presa, donde vivimos cerca de mil personas?--clamaba Antonio Gonzalez, el dueno del boliche--. En cambio, el tren se detiene en muchos sitios donde solo hay un caballo atado a un poste para llevarse la correspondencia. Debiamos enviar una comision a Buenos Aires. Mientras tanto, los concurrentes se limitaban a hacer suposiciones sobre la fecha en que el tren empezaria a detenerse alli con regularidad, apostando cajones de botellas de champana a favor de un mes o de otro. Ciertos grupos conversaban aparte, sin sentirse atraidos por el baile ni por las mujeres agregadas al establecimiento del Gallego, en el que se vendian lo mismo el alcohol y el amor. Iban hablando con arreglo a sus gustos y a los azares de su profesion. Los roturadores de tierras mencionaban el alpataco, odioso arbusto del pais, que yergue sobre el suelo una cabellera vegetal de escasa altura, y en cambio avanza sus raices hasta una distancia de treinta metros. Su madera era dura como el bronce y hacia rebotar las hachas, rompiendolas muchas veces. Uno de estos arbustos exigia varios hombres y un dia entero para ser arrancado, y cuando los roturadores a destajo lo encontraban, prorrumpian en lamentaciones y juramentos. El camarero apodado _Friterini_, joven palido, de cabellera echada atras, ojos febriles y brazos arremangados, cuando dejaba de servir a los concurrentes iba a una mesa ocupada por varios trabajadores espanoles, a los que describia la belleza de su ciudad natal en un lenguaje de italiano llegado dos anos antes al pais. --Yo non dico que Brescia sia una grande cita: questo no; ma cuando llega la noche los covenes salen con mandolinos a hacer serenatas, y cada uno tiene su amor... Algo mas hermoso que aqui... iAh, Brescia!... Acodado el Gallego en el mostrador escuchaba a los parroquianos mas viejos, jinetes del pais que habian cabalgado de los Andes al Atlantico y del rio Colorado al estrecho de Magallanes como guias de los compradores de "hacienda" o explorando el desierto para descubrir aguadas y nuevos pastos. Su paciencia desafiaba al tiempo, apreciando las semanas y los meses de viaje como si fuesen simples dias. Uno de ellos gustaba de relatar su ultima excursion por las estribaciones de los Andes del Sur, visitando los lagos mas solitarios. En este viaje habia servido de guia o "baquiano" a un sabio de Europa, recomendado por otro sabio al que presto el mismo servicio veinte anos antes. Durante la primera expedicion, fueron encontrando restos de animales monstruosos pertenecientes a los periodos prehistoricos; esqueletos gigantescos que eran etiquetados y encajonados para que los reconstituyesen despues en los museos del viejo mundo. Su ultimo viaje habia sido mas original. Este segundo sabio buscaba los animales de la epoca prehistorica, pero vivos. Entre los escasos habitantes acampados al pie de la Cordillera, se heredaba la conviccion de que existen aun en ciertos lugares del desierto patagonico bestias enormes y de formas nunca vistas, ultimos vestigios de la fauna que surgio al principiar la vida en el planeta. Algunos juraban sinceramente haber visto de muy lejos al plesiosaurio hundiendose en el muerto cristal de los lagos andinos o pastando en la vegetacion de sus riberas. Pero veian esto al anochecer, cuando la Cordillera extendia su inmensa sombra violeta sobre la llanura. Los incredulos afirmaban que la tal vision surgia siempre cuando el observador regresaba de algun boliche lejanisimo llevando muchas copas en el cuerpo. Despues de exponer el pro y el contra del asunto, el viejo "baquiano" terminaba asi: --En un ano no tropezamos con ninguno de esos animales, y fuimos de lago en lago desde el Nahuel Huapi hasta cerca de Magallanes. Pero yo he visto con mis ojos huellas en la tierra mas grandes que patas de elefante, que nos ensenaban las gentes del pais. He visto tambien, junto a un lago, unos montones de excremento seco tan altos como mi persona, que no podian ser de ningun animal conocido... Y mi sabio callaba cuando yo le hacia preguntas, como un hombre que no se decide ni por unos ni por otros. iQuien sabe lo que hubieramos visto si seguimos alla mas tiempo! Tal vez cuando aumente la gente en aquellos lagos sera descubierta alguna de esas bestias solitarias. Gustaba tambien el dueno del boliche de hacer preguntas a sus parroquianos mas viejos sobre ciertos hombres misteriosos que habian pasado por esta tierra anos antes, cuando acababan de ser expulsados los indios y se iniciaba la colonizacion. Eran personajes de vida novelesca, nacidos en palacios reales, y que, a semejanza de muchos santos que abandonaron la casa rica de sus padres para sufrir privaciones, renunciaban a todas las comodidades de su origen, despojandose de su nombre para ser un vagabundo mas y conocer el aspero placer de la libertad salvaje. El nombre de Juan Ort lo repetian familiarmente los habitantes mas antiguos del territorio. Habia leido el Gallego su historia en libros y periodicos. Este Juan Ort era un archiduque de Austria que abandonaba su alto grado en la marina de guerra y sus honores en la corte, bajo la influencia de una misantropia poetica y vagabunda, hereditaria en su familia. Luego de renunciar al titulo de archiduque, para llamarse simplemente Juan Ort, corria los mares en un lujoso yate, acompanado de hermosas mujeres y de musicos. Un dia circulaba la noticia de que el buque se habia perdido, con todos sus tripulantes, en el cabo de Hornos, al pasar de una costa a otra de la America del Sur. Pero Juan Ort no habia muerto; este naufragio fingido o real iba a servirle para descender aun mas a traves de las capas sociales, conviviendo con los que estaban en lo mas hondo. --Yo lo conoci--decia otro viejo de la Presa--. Era ni mas ni menos que vos o que yo: un hombre como todos los que llegan con su lingera al hombro en busca de trabajo. Este gringo, alto y rubio, siempre estaba serio y bebia sin companeros. A nadie dijo que se llamaba Juan Ort, pero todos lo sabiamos. Ademas, llevaba en su lingera un vaso de plata con unos escudos de su familia real, y le gustaba beber en el a solas en su ranchito, porque era el vaso de cuando iba a la escuela. De pronto este vagabundo habia desaparecido. Algunos lo supusieron oculto en los peores barrios de Buenos Aires; otros aseguraban haberlo encontrado de fotografo en Paysandu. Nadie sabia donde habia muerto. --iMacanas!--decian los incredulos al escuchar tales relatos--. Todos los gringos que vienen por aca y no quieren trabajar la echan de Juan Ort, para que les admiren los zonzos. Antonio Gonzalez, lector incansable de novelas en varios tomos, creia en Juan Ort y otros personajes igualmente interesantes que venian a acabar su existencia en una tierra donde a nadie le preguntan su pasado. Mientras los parroquianos no se escapasen sin pagar, el Gallego estaba dispuesto a reconocerles una historia maravillosa, viendo en todos ellos a un hijo o sobrino de emperador descontento de su origen y ganoso de cambiar de postura. Otros tertulianos, los de aspecto mas acomodado, se ocupaban del porvenir de este pueblo naciente. La suerte de el iba unida a la de Gonzalez. Ahora estaba con el peludo pecho al aire, despeinado, sucio de polvo, y unos redondeles elasticos sujetaban las mangas de su camisa para dejar mas libres sus manos. Su camarero ofrecia mejor aspecto; pero el guardaba ahorrados algunos miles de pesos en el Banco Espanol de Bahia Blanca, y ademas era dueno de mil hectareas de tierra cerca del pueblo. Lo unico que le traia disgustado era la mala educacion y la ignorancia de su clientela, que se empenaba en llamar a su establecimiento "boliche", como en los primeros dias de su fundacion, sin querer reconocer los engrandecimientos importantes realizados por su dueno, ni el rotulo de "almacen" que figuraba sobre la puerta. Pero... ?que valia su prosperidad actual comparada con los millones de pesos que iban a caer en sus manos el dia que la Presa, simple campamento de trabajadores en la actualidad, se convirtiese en una poblacion importante, y su almacen en un establecimiento rico como los de Buenos Aires, y las tierras polvorientas que el habia adquirido en un sinnumero de "chacras", por las que le pagarian importantes arrendamientos colonos espanoles e italianos?... Podria volver entonces a su patria, para instalarse en Madrid, circulando por sus calles y paseos en el automovil mas lujoso y mas grande que pudiera encontrar; y las gentes de su pueblo natal, agradecidas a sus donativos, tal vez le hiciesen diputado o senador; y un ministro lo presentaria al rey de Espana, cuyo retrato en colores estaba clavado sobre un tabique de madera debajo de un cocodrilo... iQuien sabe si hasta lo harian vizconde o marques, como otros tantos "bolicheros" enriquecidos en America!... Luego cortaba el curso de sus ambiciosos pensamientos para volver a la aspera realidad en que aun vivia. Con otros parroquianos interesados en el regadio de esta tierra, iba describiendo su aspecto presente, para hacer mas violento el contraste con su futura prosperidad. --?Que hay aqui ahora, aparte de las personas que vivimos en la Presa?... Avestruces y pumas nada mas. Sus oyentes sonreian al acordarse de las bandas de avestruces que bajaban de la altiplanicie a la cuenca del rio, atraidos, sin duda, por la novedad de los trabajos que iban realizando los hombres junto al agua. La senorita de la estancia de Rojas se divertia acosando a estos rebanos zancudos, que escapaban, abriendo el compas de sus rudas patas, y eran alcanzados algunas veces por el lazo de la amazona. El puma, con el empujon del hambre, tambien descendia en invierno de las alturas para rondar en torno a los ranchos y casitas de la Presa. Al ser mencionado el puma, algunos volvian a sonreir torciendo sus ojos hacia Friterini. Un amanecer, al salir el camarero al corral del boliche, habia visto saltar del fondo de un tonel vacio a una especie de tigre con la piel a redondeles y del tamano de un perro. Era un puma que se habia encogido para dormir en este refugio, dando una sorpresa formidable al nostalgico evocador de las serenatas de Brescia. --Cuando tengamos agua y las tierras se rieguen--continuaba Gonzalez--viviran aqui miles y miles de familias. El y sus rusticos parroquianos tomaban espontaneamente una entonacion casi lirica al hablar de los prodigios del agua. Mas alla de la Presa estaba Fuerte Sarmiento, adonde iban todos para tomar el tren. Este pueblo se habia formado junto a un fortin, en la epoca de la expulsion de los indios. El ejercito de ocupacion pudo abrir facilmente un pequeno canal, aprovechando el declive del rio, y este curso liquido hacia del pueblo un oasis prodigioso en medio de las secas tierras colindantes. Alamos enormes formaban murallas defensivas de las huertas. La vina, toda clase de hortalizas y de arboles frutales crecian con la prodigalidad de una tierra vigorosa que empieza a procrear despues de miles y miles de anos de inaccion. Su riqueza aun resultaba mas sorprendente por contraste con el desierto que se extendia mas alla de los tentaculos de sus ultimas acequias. Pero los tertulianos admiraban mas otro oasis, a varias leguas de distancia, aguas abajo, en un lugar donde el rio, por tener un desnivel natural, podia ser sangrado para el riego. Un vasco habia abierto facilmente canales, regando leguas y leguas plantadas de alfalfa. Las excelencias de este pasto eran un motivo de admiracion en el boliche. Todos adoraban, con el fervor del creyente, los milagros de la alfalfa con riego. En el territorio de Rio Negro esta planta de origen asiatico solo necesitaba ser sembrada una vez. Los alfalfares, cuando tenian agua, resultaban perpetuos. En Fuerte Sarmiento los habia que databan de poco despues de la expulsion de los indios, y con treinta y tantos anos de existencia estaban mejor que el dia en que los sembraron. Segun los cortaban crecian mas fuertes y lozanos. --Si el hombre pudiese comer alfalfa--declaraba sentenciosamente el Gallego--quedaria resuelto para siempre el problema social, al haber en el mundo comida de sobra para todos. Por desgracia, solo los animales podian asimilarse este alimento maravilloso. Las ovejas que el vasco apacentaba en sus alfalfares eran como bestias de otro planeta, donde una nutricion maravillosa diese a los seres proporciones exageradas. --Parecen animales vistos con anteojos de aumento--decia el bolichero. Su rico compatriota el vasco, orgulloso de sus prados infinitos y de sus ovejas enormes como mastines, se complacia en decir a algun vagabundo que pasaba junto a su propiedad: --Si llegas a cargarte esa oveja, te la regalo. Pero el hombre, despues de grandes esfuerzos, no lograba echarse a la espalda el pesado animal. Cuando recibia a algun huesped, lo obsequiaba con un pavo puesto en el asador. Y el invitado se confundia al verlo sobre la mesa, creyendo que esta ave, nutrida con alfalfa, era un corderillo asado. La abundancia que rodeaba al tal espanol le permitia ser tolerante con la miseria ajena y perdonar el robo. No podia transigir con Manos Duras y otros aficionados al cuatrerismo, porque se llevaban los animales enteros. --Que me roben toda la carne que quieran--decia--; yo he sido pobre y se lo que es el hambre. Pero a lo menos, ipucha! que me dejen los cueros. Mas de una vez, al recorrer a caballo su enorme propiedad, prorrumpia en maldiciones viendo junto a un canal las entranas y otros restos de una oveja. Pero algunos pasos mas alla encontraba la piel todavia fresca puesta sobre una alambrada, y esto le hacia sonreir. --Asi me gusta; que haya decencia y solo se lleven lo que sirve para matar el hambre. El dueno del boliche sonaba con alcanzar algun dia la riqueza de su compatriota, poseyendo inmensos alfalfares. Y hablando del celebre pasto con otros que eran duenos igualmente de tierras yermas y esperaban el momento del riego, no sentian el paso de las horas nocturnas. Experimentaban las mismas emociones de los ninos mientras escuchan en la velada el relato de un cuento prodigioso. --iCuando llegara el dia que veamos la tierra de nuestros campos roja y cubierta de agua, lo mismo que si fuesemos a hacer ladrillos con ella! Quedaban como extaticos al pensar en esto. Despues miraban el reloj. Era tarde, y habia que ir a la cama para levantarse con el alba. Todos al abandonar el boliche volvian sus ojos instintivamente hacia el rio obscuro que se deslizaba sordamente, durante miles y miles de anos, entre tierras yermas, negandolas su caricia gestadora de tantas maravillas. Mientras llegaba la hora de ser millonario gracias a la irrigacion, una de las mejores ganancias del dueno del boliche consistia en organizar los domingos corridas de caballos. Para esto necesitaba el permiso de don Roque, y no le era facil conseguirlo. El comisario tenia miedo a sus superiores. El gobierno federal habia prohibido esta fiesta en los territorios de vida primitiva, por ser causa de borracheras y peleas. Pero el antiguo vecino de Buenos Aires, para vivir resignadamente en la Patagonia, necesitaba una compensacion mayor que el sueldo dado por el gobierno; y a causa de esto, siempre que el dueno del boliche le hablaba a solas, conseguia vencer sus escrupulos. --Por Dios, no anuncies mucho, Gallego, que va a haber corridas--suplicaba el comisario--. No haga el demonio, che, que tengamos una desgracia y lo sepan alla en Buenos Aires... Que sea unicamente para los que habitan el campamento. Pero el negocio exigia, por el contrario, una gran publicidad, y de muchas leguas a la redonda iban llegando, a partir del sabado por la tarde, numerosos jinetes. En el pais no abundaban las fiestas, y habia que aprovechar las corridas de la Presa. La poblacion del campamento parecia triplicarse. El boliche expendia en veinticuatro horas la provision de bebidas hecha para un mes. Manos Duras saludaba a numerosos jinetes que vivian en ranchos lejanisimos y le habian ayudado algunas veces en sus negocios. Todos iban montados en sus mejores caballos, a los que llamaban "fletes", para tomar parte en las carreras. Los premios dados por el Gallego no eran gran cosa: un billete de veinte pesos, panuelos de vistosos colores, un tarro de ginebra; pero los gauchos, orgullosos de sus espuelas, de su cinturon y de su cuchillo con mango de plata, venian a triunfar por el honor y la gloria, regresando a sus ranchos satisfechos de haber demostrado su guapeza ante los _gringos_ trabajadores, incapaces de montar un caballo bravo. Rara vez se volvian en la misma tarde. Consideraban necesario quedarse para celebrar el triunfo, y las primeras horas nocturnas del domingo eran las de mayor ganancia para el boliche. Tambien resultaban las mas temibles para don Roque, y su recuerdo lo hacia vacilar en la concesion de nuevos permisos, aun a riesgo de perder lo que le daba en cambio el Gallego. Como el publico no cabia dentro del establecimiento, formaba corros fuera de el; y Friterini, ayudado por las mujeres, entraba y salia incesantemente con botellas y vasos. Sonaban las guitarras, acompanando los gritos y los palmoteos de la gente amontonada en torno a los bailarines. El comisario se mantenia a distancia con sus cuatro soldados de largos sables, sabiendo que su presencia, las mas de las veces, servia para excitar los animos en vez de calmarlos. Los que mas le preocupaban eran los peones chilenos. En las fiestas ordinarias, cuando estaban con sus camaradas de trabajo, su embriaguez resultaba metodica y su humor no sufria sobresaltos. Acostumbrados al trato con los peones europeos, cantaban y bailaban la _cueca_ sin que se turbase la paz. Unicamente su patriotismo agresivo iba creciendo segun aumentaba la cantidad de bebida consumida. --iViva Chile!--gritaban a coro entre una _cueca_ y otra. Alguno, mas entusiasta, completaba la aclamacion, lanzandola con toda su pureza clasica, como lo hacen los _rotos_ en las fiestas patrioticas o en la guerra al cargar a la bayoneta: "iViva Chile, m...!" Mas en las tardes de carreras, la presencia de gentes extranas, y especialmente a aquellos jinetes de aire arrogante, orgullosos de sus sillas chapeadas de plata, de sus armas y de los adornos metalicos de sus trajes, parecia esparcir un malestar provocativo, mezcla de odio y de envidia, entre los _rotos_ que iban a pie. De pronto cesaban de sonar las guitarras y habia un rumor de disputa. Chillaban las mujeres; sobre sus chillidos se destacaba un grito mortal; luego venia un silencio profundo. Y la gente se apartaba, dejando sitio a un hombre con ojos de loco y la diestra roja de sangre. --iAbran cancha, hermanos, que me he desgraciao!... Todos le abrian paso; nadie pretendia detenerle, ni aun el comisario, que procuraba estar lejos. Hubiera sido un atentado contra las leyes establecidas por los antiguos, mas conocedores de la vida que los hombres del presente. El hermano del herido o del muerto solo atendia al que estaba en el suelo, sin preocuparse de atajar a su agresor. Tiempo le quedaba de ir en busca del que se habia "desgraciado", alla donde estuviese, para "desgraciarse" a su vez, ejerciendo el derecho de la venganza. Cuando ocurria uno de estos incidentes, don Roque, olvidando las larguezas de Gonzalez, se mostraba indignado. --?No te decia yo que esto acabaria mal, Gallego?... Ahora veremos lo que dicen de Buenos Aires. En una de estas, che, voy a perder mi puesto. Pero ni de Buenos Aires hablaban, ni don Roque perdia su cargo. Como era la unica autoridad y estaba de acuerdo con su colega de Fuerte Sarmiento, se procedia al entierro del difunto, cuando lo habia, y si solamente era un herido, este se dejaba curar, asegurando no haber visto jamas al que le dio la cuchillada y anadiendo que no le reconoceria aunque se lo pusieran delante. Transcurrian algunos meses sin que don Roque se ablandase. "iChe, Gallego: no me pillaras otra vez!..." Pero la generosidad del bolichero acababa con sus temores, y de nuevo se anunciaba una corrida de caballos. Si la fiesta habia terminado sin peleas, Gonzalez, triunfante, renia al comisario. --?Lo ve usted?... Este es un pueblo que progresa, y puede uno tener confianza en su decencia. Lo de la otra vez fue un pequeno incidente. Para no verse el bolichero desmentido por los hechos, ensanchaba su largueza hasta Manos Duras, dandole algun billete de Banco a cambio de que mantuviese la paz, valiendose de sus amistades con unos y del temor que inspiraba a otros. Un sabado, al anochecer, entro Robledo por la calle central, de vuelta de sus canales. Al pasar ante la casa de Pirovani miro al lado opuesto y acelero la marcha de su caballo, por temor a que Elena abriese una ventana, llamandole. Iban transcurridos muchos dias sin que el hubiese vuelto a visitarla. Sentia esos temores vagos que anuncian la cercania del peligro, pero sin dejar adivinar de que parte viene. El campamento de la Presa le parecia ahora distinto al de algunas semanas antes. Su aspecto exterior era el mismo, pero su vida interna se transformaba de un modo inquietante. Iban perdiendose la dulzura monotona y la confianza algo grosera con que se trataban todos siempre. "Gualicho", el terrible demonio de la Pampa expulsado al mismo tiempo que los indigenas, habia vuelto a estas tierras que fueron suyas, reconquistandolas. Robledo se acordo de como los indios solian combatir a dicho genio del mal apenas iban notando su presencia entre ellos. Cuando sus expediciones para robar ganado o sorprender a las tribus vecinas empezaban a fracasar; cuando iban en aumento las enfermedades en sus tolderias y las amenazas de hambre, todos los jinetes se armaban y salian al campo para vencer al maldito Gualicho. Esgrimian contra el enemigo invisible sus lanzas y sus mazas llamadas "macanas", arrojaban sus boleadoras, correas terminadas por dos esferas de piedra que volteaban en el aire para envolver al adversario, acompanaban con aullidos sus botes, tajos y estocadas, y las mujeres y los pequenuelos, marchando a pie, se unian a esta ofensiva general dando palos y punetazos al aire. Alguno de sus innumerables golpes habia de tocar forzosamente al mal espiritu, obligandolo a huir; y cuando, al fin, caian todos en tierra extenuados, la tranquilidad volvia a ellos, convencidos de que el enemigo estaba ya lejos de su campamento. El espanol creia notar ahora en la Presa la presencia de Gualicho, el diablo pampero, maligno y enredador. Empujaba a los hombres unos contra otros. Todos se miraban con hostilidad, como si se viesen diferentes a como eran antes... ?Tendria, al fin, que juntarse el pueblo en masa para ahuyentar a golpes al oculto enemigo?... Iba pensando en esto, cuando su caballo se estremecio, deteniendose con tal brusquedad que casi le hizo salir disparado por encima de sus orejas. En el mismo instante sonaron varios tiros de revolver y vio como saltaban hechos pedazos los vidrios de las ventanas y de las dos puertas del boliche. Surgieron por estas aberturas, lo mismo que proyectiles, botellas, vasos, y hasta un craneo de caballo. A continuacion aparecieron algunos gauchos amigos de Manos Duras, que marchaban de espaldas disparando sus revolveres. Varios trabajadores del pueblo salieron a su vez del establecimiento, atacandolos igualmente a tiros. Otros que ya habian agotado sus cartuchos avanzaban cuchillo en mano. Cayo un herido y empezo a arrastrarse por el polvo. Luego el ingeniero vio desplomarse a otro hombre. Gonzalez aparecio en mangas de camisa, como siempre, con dos elasticos sobre los biceps. Elevaba los brazos, profiriendo suplicas, voces de mando y maldiciones, todo mezclado. Las mestizas anexas al boliche, que completaban la venta del alcohol con el ofrecimiento de sus gracias, salieron tambien, asustadas y dando gritos, para huir hacia los extremos de la calle. Robledo saco su revolver, y espoleando a su caballo se fue metiendo entre los contendientes, apuntando a unos y a otros, al mismo tiempo que gritaba, exigiendo orden. Ayudado por los vecinos que iban llegando, muchos de ellos con rifles, pudo restablecer una paz momentanea. Huyeron los gauchos, perseguidos por los obreros del dique, y acudieron las mujeres, lo mismo las danzarinas del establecimiento que las pertenecientes a las familias del pueblo, para rodear a los dos heridos y levantarlos. Gonzalez, que protestaba a gritos, sin que nadie le escuchase, hizo un gesto de alegria al reconocer a Robledo, como si este pudiera arreglarlo todo. --Son los amigos de Manos Duras--dijo--, que vienen a armar bochinche porque a ese gaucho malo le quitan el suministro de la carne y le impiden hacer otros negocios. Como manana teniamos carreras de caballos, Manos Duras me ha querido perjudicar, provocando esta batalla. Parece como que el demonio ande suelto ahora, don Manuel. iTan en paz que viviamos antes!... Sudoroso y emocionado aun por el combate, siguio balbuciendo explicaciones. Reconocia que los chilenos provocaban peleas algunas veces; pero era de tarde en tarde y a consecuencia de excesos en la bebida. Ahora no habia que imputarles ninguna responsabilidad. iPobres _rotos_!... Eran los del pais los que habian procedido insolentemente, como si obedeciesen una orden, provocando a los trabajadores para perturbar la tranquilidad del pueblo. --Y esto va a durar, don Manuel; conozco a Manos Duras. Si quisiera dinero, habria venido a pedirmelo, y no seria la primera vez... Pero debe haber de por medio algo que no adivino, y que le hace buscar el escandalo, sea como sea. Acababan de ser recogidos los heridos, y la gente los metia en el boliche. Un hombre a caballo salio en busca del medico de Fuerte Sarmiento, que solo visitaba la Presa dos veces por semana. Varias mujeres corrieron para traer antes a cierto peon siciliano que gozaba fama de gran curandero. Los curiosos entraban en el almacen para enterarse de la gravedad de las heridas. En medio de la calle, unas comadres hablaban a gritos contra Manos Duras y sus camaradas. Robledo volvio a emprender la marcha hacia su casa, con aire pensativo. Gonzalez tenia razon: el demonio andaba suelto. Alguien habia trastornado profundamente la vida de la Presa. Al otro dia noto tambien un gran cambio en los grupos que trabajaban junto al rio. Los obreros dependientes del contratista estaban sentados en el suelo, fumando o dormitando. Algunos de origen espanol canturreaban, tocando palmas y mirando a lo lejos, como si contemplasen la patria lejana. El contramaestre chileno apodado el _Fraile_ iba de un grupo a otro protestando de esta inercia, pero solo conseguia que los trabajadores riesen de el. Uno de los mas viejos le contesto insolentemente: --Tu no esperaras heredar al italiano... ?por que tienes, entonces, mas interes que el en obligarnos a trabajar? Hace muchos dias que no viene por aqui. Otro jornalero mas joven anadio, con una risa bestial: --Anda como un perro detras de esa gringa hermosota que huele tan bien y a la que llaman "la marquesa". Yo tambien, si pudiera... Y anadio algunas palabrotas que hicieron reir a muchos con expresion salvaje de deseo. De pronto, un muchacho, un aprendiz, que estaba sobre una pequena altura vigilando los alrededores, lanzo el grito de alarma: --iUn ingeniero! Inmediatamente todos dieron un salto, buscando sus herramientas, y empezaron a simular un trabajo ardoroso, mientras el espanol iba avanzando entre los grupos al paso lento de su caballo. Miraban de reojo a Robledo, y segun este se iba alejando, dejaban caer sus herramientas, sentandose otra vez. Volvio repetidas veces su cabeza el ingeniero, y se dijo, como el dia anterior, que un poder oculto habia trastornado la vida de la colonia. Gualicho andaba realmente por todas partes, y hasta hacia sentir su influencia fuera del pueblo, desorganizando el trabajo de los hombres. Dejo a sus espaldas los numerosos peones de Pirovani, llegando al lugar donde sus propios obreros abrian los canales. Estos trabajadores no permanecian en perezoso descanso. Torrebianca los dirigia y vigilaba, dandoles ejemplo con su actividad. Al ver a Robledo lo llevo aparte, como si tuviera que comunicarle una mala noticia. --El perverso ejemplo de los obreros del dique empieza a perturbar a los demas. Nuestra gente quiere menos horas de trabajo, como los otros... No comprendo en que piensa ese pobre Pirovani. Tiene completamente abandonadas sus obras. Le miro fijamente Robledo, guardando silencio, mientras Torrebianca continuaba dandole noticias. --Anoche me dijo Moreno que Pirovani y Canterac empiezan a hacerse la guerra. El uno se resiste a aprobar como ingeniero los trabajos que hace el otro como contratista. Desea perjudicarle, retardando de este modo los pagos del gobierno... Pirovani dice que suspendera las obras y se ira a Buenos Aires, donde tiene muchos amigos, a quejarse del ingeniero. Estas palabras hicieron salir al espanol de su indiferencia silenciosa. --Y mientras discuten--dijo con ira--llegara el invierno, crecera el rio antes de que el dique este terminado, las aguas destruiran y arrastraran el trabajo de varios anos, y todo habra que volverlo a empezar. El marques, que parecia pensativo, exclamo de pronto: --iEsos dos hombres eran antes tan amigos!... Algo, indudablemente, debe haberse interpuesto entre ellos... Robledo hizo un esfuerzo para que sus ojos no transparentasen lastima ni asombro, y movio la cabeza afirmativamente. * * * * * #XI# Poco despues de la salida del sol abandono Moreno su casa, por haberle llamado Canterac urgentemente. Al entrar en el alojamiento del ingeniero encontro a este paseando con impaciencia. Se habia puesto ya las botas altas y el pantalon de montar. Un cinturon con revolver y su blusa estaban sobre una silla. Con las mangas de la camisa recogidas y la pechera abierta, mostraba aun las frescas senales de su ablucion matinal. Su rostro era mas duro y autoritario que otros dias. Una idea tenaz y molesta parecia colgar de su fruncido entrecejo. Sobre los muebles y en los rincones habia numerosos paquetes envueltos en papel fino, atados y sellados elegantemente. Se adivinaba que el ingeniero habia dormido mal, por culpa de aquella idea que deseaba exponer a Moreno. Este tomo asiento, preparandose a oir. Canterac se mantuvo de pie para seguir paseando, y dijo al oficinista: -Ese Pirovani, a pesar de su ordinariez, me vence siempre. iComo es rico!... Luego senalo los numerosos paquetes que ocupaban una parte de la habitacion. --Ahi tiene todos los perfumes que encargamos a Buenos Aires iCompra inutil! Los del italiano llegaron antes. Moreno se apresuro a disculparse. Habia hecho lo necesario para que el encargo viniese con rapidez; pero el otro, en vez de hacer el pedido por carta, enviaba un mensajero a la capital. Canterac quiso mostrarse bondadoso y acepto las excusas del oficinista, dandole unas palmaditas en la espalda. --No he podido dormir en toda la noche, querido Moreno. Tengo un proyecto y quiero consultarlo con usted. Necesito aplastar a ese intrigante que se atreve a medirse conmigo... Aqui todos se consideran iguales, como si se hubiesen suprimido en el mundo las jerarquias. Hasta es posible que ese contratista se crea superior a mi, que soy su jefe; todo porque tiene mas plata. Sonrio Canterac con una expresion cruel, y siguio hablando. --Yo hare que tenga menos. Hasta ahora le habia tolerado ciertas cosas al aprobar sus obras. En adelante perdera muchos miles de pesos y se vera obligado a rescindir su contrato, yendose de aqui. Luego se aproximo a Moreno para hablar en voz baja, como si temiese ser oido. --Quiero hacer algo extraordinario, algo que ese emigrante sin educacion no pueda discurrir. Anoche lo he pensado. En el primer momento crei que era un disparate, pero despues de reflexionar largas horas reconozco que es algo original y digno de realizarse, si resulta posible... Pirovani ha ofrecido una casa a la marquesa. Yo la ofrecere un parque... un parque que hare surgir en pleno desierto patagonico. ?Que le parece mi idea, amigo Moreno? El oficinista le escuchaba con interes y asombro, pero no supo que contestar. Necesitaba mas explicaciones, y el otro siguio hablando. --En ese parque dare una fiesta, una _garden-party_, en honor de nuestra amiga la marquesa, y hasta me proporcionare la venganza de invitar a ese rustico enriquecido, para que se muera de envidia. Usted me hara el favor de dirigirlo todo. Aqui tiene las instrucciones; las escribi anoche, aprovechando mi falta de sueno. Tomo el argentino el papel que le ofrecia Canterac, y luego de leerlo miro al ingeniero con extraneza, como si dudase de su razon. --Comprendo su asombro... Resultara caro, lo se; pero no importa. Gaste sin miedo. Acabo de cobrar unos cuantos miles de pesos que pensaba remitir a Paris. Prefiero asombrar a la marquesa con mi parque. Ya ganare otra plata mas adelante: tengo confianza en el porvenir. Y dijo esto de buena fe, con el dulce optimismo de los que se sienten enamorados. Al dia siguiente era domingo, y Watson fue por la manana a la antigua casa de Pirovani para ver a Torrebianca. Necesitaba hablarle de un asunto relacionado con los trabajos de los canales. Robledo se habia marchado dos dias antes a Buenos Aires para pedir a los Bancos un nuevo credito que le permitiese continuar sus obras, y tambien para vender ciertos terrenos que poseia en la Pampa central. Subio el joven con cierta inquietud la escalinata de madera, despues de mirar disimuladamente a las ventanas. Llamo a la puerta con recato, como si no quisiera ser oido por todos los habitantes de la casa, y sonrio al ver que era Sebastiana la que salia a abrirle. --El senor no esta: se fue con don Canterac a Fuerte Sarmiento esta manana. ?Y don Robledo, esta bueno?... La mestiza, como muchas gentes del pais, aplicaba el don indistintamente a los nombres y los apellidos. Iba Watson a retirarse, cuando se levanto un portier del recibimiento, dejando visible una mano blanca rematada por una pulsera de reloj. Esta mano le hacia senas cual si pretendiese atraerlo. Despues aparecio Elena por entero, invitandole con palabras y sonrisas a pasar adelante. Cohibido por su presencia, no tuvo fuerzas Ricardo para negarse, y la siguio al salon, bajando los ojos al tomar asiento. --Al fin le veo en mi casa... Debo serle muy antipatica, pues nunca quiere visitarme. Watson se excuso. Habia estado dos veces por la noche en compania de Robledo. No podia asistir diariamente a su tertulia, como los otros visitantes: se levantaba mas pronto que todos ellos. Por ser de menos edad que su asociado, debia encargarse de los trabajos mas penosos. Ella fingio no escuchar estas explicaciones que desviaban el curso de la conversacion. Queria decir algo y necesitaba decirlo cuanto antes. --Tal vez le han hablado mal de mi. No se esfuerce en negarlo: nada tiene de raro que me traten de ese modo... iLas mujeres estamos tan expuestas a la calumnia!... iNos creamos tantos enemigos al no querer acceder a ciertos deseos! Elena habia tomado un tono de dulce ingenuidad al formular sus quejas, como si estuviese bajo el peso de las mas injustas persecuciones. Se aproximo a Ricardo, hablandole sin ningun recato femenil, como si fuese un companero de su infancia; y el joven empezo a sentir la turbacion que esparce el perfume de una carne sana y bien cuidada, la proximidad de una mujer hermosa. --Soy muy infeliz, Watson--siguio diciendo--. Deseaba una ocasion oportuna para manifestarselo, y aprovecho este raro momento en que podemos hablar a solas y tal vez no volvera a repetirse nunca... Me ve usted rodeada de hombres que me hacen la corte y yo parece que coqueteo con ellos. iError!... Es unicamente por aturdirme, por olvidar el vacio de mi vida. Hace anos que me siento sola, como si no existiese en el mundo otro ser que yo. Ricardo habia olvidado su inquietud de momentos antes, para escucharla con un interes credulo, aceptando todas sus palabras. --Pero ?y su marido?... Una lucecita ironica parecio temblar en los ojos de ella al oir esta pregunta inocente. Pero contuvo su burlona admiracion, para contestar con tristeza: --No hablemos de el. Es un hombre buenisimo, pero no el esposo que necesita una mujer como yo. Nunca ha sabido comprenderme. Ademas, es un debil en la batalla de la vida; y yo, que he nacido para altos destinos, estoy donde estoy por su falta de condiciones, habiendo venido a parar a una tierra casi salvaje. Miro intensamente a Ricardo, que bajaba los ojos, no sabiendo que decir, y anadio con expresion pensativa: --Crea usted que un hombre joven y energico hubiera ido muy lejos teniendo a su lado una mujer como yo. Sorprendido Watson por estas palabras, levanto su mirada, pero volvio a fijarla en sus pies, cual si temiera seguir viendo los ojos de ella. Sonrio Elena levemente de su temor, al mismo tiempo que susurraba con una vocecita melancolica: --La vida es asi; se fijan en nosotras los hombres que no deseamos, y en cambio aquellos que nos interesan huyen casi siempre. Al oir esto volvio el joven a levantar su cabeza, mirandola sin miedo alguno, con una expresion interrogante... ?Que es lo que intentaba decir aquella mujer? El no conocia la vida directamente; ademas, como hombre de accion, amaba poco la lectura, y le habia sido imposible adivinar la existencia a traves de los libros; pero guardaba en el fondo de su memoria ciertos recuerdos de novelas simplistas e ingenuas, abundantes en aventuras, leidas para combatir el aburrimiento durante los viajes en ferrocarril o las travesias maritimas. Tambien llevaba vistas un centenar de historias cinematograficas, y lo mismo en las paginas de los libros que sobre las pantallas de los cinemas habia conocido el tipo de la "mujer fatal", la mujer hermosa de cuerpo y enrevesada y maligna de espiritu, que tienta a los hombres, consiguiendo hacerlos salir del camino del honor, y acaba perturbando la felicidad tranquila y dulcemente monotona que debe proporcionarse todo joven, casandose y formando una familia. ?Si seria esta marquesa su mujer fatal? Robledo no mostraba mucha simpatia por ella... Pero a continuacion penso en todas las protagonistas calumniadas y perseguidas que habia encontrado igualmente en los libros y las aventuras cinematograficas, siendo tan enormes sus tormentos, que el, a pesar de su fortaleza viril, sentia humedecerse sus ojos. En el mundo abundaban tal vez las victimas de dicha especie. Unicamente de este modo podia el explicarse la frecuencia con que aparecen en las novelas. Siguio mirando a la Torrebianca para darse cuenta de si era una mujer fatal o una mujer perseguida injustamente; pero ella habia bajado los ojos, diciendo con triste modestia: --He sufrido mucho al ver que usted huia de mi. Rodeada de hombres egoistas y de un grosero materialismo, necesito una amistad noble y pura, un amigo desinteresado, un companero que me aprecie por mi alma y no por mis atractivos corporales. Watson movio la cabeza instintivamente. Este movimiento era un reflejo de la aprobacion que daba en su interior a tales palabras. Iba formandose ya una opinion sobre aquella mujer. --Siempre crei--continuo ella--que este amigo ideal podia serlo usted, que parece tan bueno... Pero iay! usted me detesta, usted huye de mi, creyendome tal vez una mujer temible, como hay tantas en el mundo, cuando en realidad no soy mas que una infeliz. Para expresar Ricardo con mas vehemencia su protesta, se puso de pie, llevandose una mano al pecho. El no habia sentido nunca antipatia por ella, ni deseaba huir de su trato. Era un _gentleman_ que pensaba siempre con el mayor respeto de la esposa de su companero Torrebianca. Pero confesaba que hasta ahora no la habia conocido bien. --Esto no es extraordinario. A veces las personas se hablan anos y anos y creen conocerse, hasta que un dia, de pronto, se conocen en realidad y se ven muy distintas de como se habian imaginado. Yo, despues de lo que acabo de oir... No dijo mas, pero su silencio y sus ojos dieron a entender la emocion que habian producido en el las palabras de Elena... Esta se levanto igualmente, aproximandose a Watson para tenderle una mano. --Entonces, ?acepta usted ser ese amigo que tanto necesito para continuar mi existencia?... ?Quiere servirme de apoyo y de guia?... Turbado por la mirada de ella, balbuceo el joven palabras truncadas, estrechando al mismo tiempo la mano femenina que se mantenia dentro de la suya. La marquesa acogio esta vaga aceptacion con un regocijo infantil. --iQue felicidad! Me visitara usted todos los dias, me acompanara en mis paseos a caballo, y ya no me vere seguida por esos suspirantes pegajosos que me molestan continuamente. Mostrose sorprendido Ricardo por la alegria de la Torrebianca. El no habia prometido nada de esto; pero no se atrevio a protestar. Como si no tuviese ya duda de que el joven iba a ser su acompanante, Elena empezo a reir con una risa algo maliciosa. --Ademas, en nuestros paseos me ensenara usted a tirar el lazo. iComo deseo poseer esa habilidad!... Se dio cuenta inmediatamente de lo inoportunas que resultaban sus palabras. Watson habia entornado los ojos, al mismo tiempo que su frente parecia obscurecerse, pasando por ella la sombra de un desfile de lejanas imagenes. Recordo la tarde en que Elena los habia sorprendido cerca del rio, a el y a Celinda, mientras esta le ensenaba a tirar el lazo. Elena, para repeler tal recuerdo, se aproximo mas al joven, apoyando sus manos en las solapas de su blusa. Parecia querer mirarse en sus pupilas, al mismo tiempo que concentraba en los propios ojos todo su poder de seduccion. --?Amigos de veras?...--pregunto con una voz susurrante--. ?Amigos para siempre?... ?Amigos por encima de la calumnia y de la envidia? El joven se sintio vencido por el contacto y los perfumes de aquella mujer. El recuerdo de la ribera del rio y las alegres lecciones de Celinda fue desvaneciendose. Hubo algo dentro de el que intento resistirse todavia a esta influencia. Paso por su memoria el recuerdo de las heroinas fatales de los libros. Hizo un movimiento como si fuese a decir "no", y llevo sus manos a las manos de ella para despegarlas de su pecho. Pero sus dedos, al sentir el contacto de la epidermis femenina, se inmovilizaron en voluptuoso desmayo para oprimir despues, acariciadores, las manos de ella. Y como los ojos de Elena parecian implorar una respuesta a sus recientes preguntas, el hizo un movimiento con su cabeza: "Si". A partir de este dia Watson fue el unico acompanante de la esposa de Torrebianca en sus paseos a caballo. Frente a la antigua casa de Pirovani se situaba un mestizo encargado de la caballeriza del contratista, teniendo de las riendas a una yegua blanca con silla femenil. Llegaba Ricardo a caballo, aparecia en lo alto de la escalinata Elena, vestida de amazona, y en el mismo instante se presentaba en la calle el contratista, como si hubiese estado oculto esperando una oportunidad para mostrarse. Tambien iba a caballo, pero la "senora marquesa" se negaba a aceptar su compania. --Vaya usted a sus negocios, senor Pirovani. Mi marido dice que los descuida usted mucho, y eso me entristece... El senor Watson esta mas libre ahora y me acompanara. Acababa el italiano por aceptar tales palabras, con cierto agradecimiento. iComo se interesaba por sus negocios esta mujer! No podia mostrar con mas claridad la simpatia por todo lo referente a su persona. Ademas, el acompanamiento de Watson no podia inspirarle celos. Todos le tenian en el pais por novio de la nina de Rojas... Y finalmente se retiraba, aunque de mal talante, para ir a visitar las obras del dique. Otras veces, cuando ya estaba Elena en la silla, se presentaba Canterac, tambien a caballo, con el deseo de acompanarla. Pero Elena le acogia con signos negativos de su latiguillo. --Ya le he dicho varias veces que no quiero mas acompanante que mister Watson--le contesto ella una manana--. Usted, capitan, vayase a trabajar en esa misteriosa y enorme sorpresa que me esta preparando. Tambien Canterac aceptaba al ingeniero norteamericano como acompanante de la marquesa. Le parecia mas tolerable que el odiado Pirovani. Vio como se alejaban los dos jinetes, y aunque sentia un enojo sombrio, como siempre que le rechazaba Elena, procuro disimularlo, encaminandose despues a la casa de Moreno. Estaba el oficinista leyendo una novela junto a su ventana, y al ver a Canterac se acodo en el alfeizar para hablarle de los trabajos realizados. --Hay cerca de doscientos hombres y cuarenta carretas que ganan plata en lo del parque. El ingeniero, siempre a caballo, escucho las explicaciones que le fue dando Moreno desde su ventana. --Le he quitado estos hombres a Pirovani ofreciendoles doble jornal. Ademas, me he llevado todas las carretas que el italiano tiene contratadas y las que hay en Fuerte Sarmiento. Esto va a retrasar un poco los trabajos del dique; pero luego, usted por una parte y el contratista por otra, procuraran ganar el tiempo perdido. Los hombres trabajaban a cinco leguas de alli, rio abajo, en un lugar algo pantanoso, donde las crecidas habian hecho surgir un bosque de alamos y otros arboles. Apartaban los peones la tierra inmediata a los troncos, dejando al descubierto sus raices. Luego cortaban estas e inclinaban el arbol, haciendole caer en una carreta de bueyes, que emprendia lentamente su marcha a lo largo de la ribera, necesitando toda una jornada para llevar su carga hasta la Presa. --Un trabajo largo y dificil--siguio diciendo Moreno--. Ayer estuve alla para verlo todo por mis ojos, y crea usted que la gente gana bien su plata. Cerca de la Presa, en una planicie vecina al rio, limpia de vegetacion, otros peones abrian hoyos en el suelo. Al llegar las carretas con los arboles, levantaban estos y los metian en los hoyos, amontonando tierra en torno para que se mantuviesen erguidos. --Son arboles de algunos metros nada mas, pero resultaran extraordinarios en este desierto donde no hay otros que puedan servir de comparacion. Tengo la seguridad, capitan, de que la sorpresa va a ser enorme. Eso no lo puede discurrir el italiano. Canterac aprobo con un sonrisa de satisfaccion las ultimas palabras. --Va usted a gastar toditos sus miles de pesos--continuo Moreno--, y hasta puede ocurrir que al final falte algo de plata; pero tendra usted su parque... Es verdad que el tal parque no le producira nuevos gastos, pues al dia siguiente de la fiesta los arboles tal vez esten secos y muertos. Y el oficinista rio de la inutilidad de un gasto tan enorme, admirando y compadeciendo a la vez al ingeniero. Mientras tanto, Elena y Watson marchaban lentamente a caballo por la orilla del rio. Ella mantenia cogida una mano de el, hablandole afectuosamente, con una expresion maternal. --Veo, Ricardo, por lo que me cuenta, que Robledo lo dirige todo y usted es a modo de un empleado suyo... No debia mezclarme en sus asuntos, pero todo lo que se refiere a usted ime inspira tanto interes!... Yo no digo que el espanol cometa indelicadezas al repartir las ganancias del negocio; eso no. Robledo es hombre correcto, pero abusa un poco de la condicion de tener mas anos. Debe emanciparse usted de esa tutela, o no hara el camino que le corresponde hacer por si mismo, sin necesidad de tutores. Ricardo habia defendido la persona de su asociado desde las primeras insinuaciones; pero acabo por acoger, pensativo y cenudo, sin una palabra de protesta, el ultimo consejo de Elena. Mientras los dos conversaban, balanceandose ligeramente con el paso lento de sus caballos, un jinete aparecio y se oculto repetidas veces en el fondo del paisaje, pasando de la orilla del rio a las dunas de arena que las inundaciones habian dejado tierra adentro. Este jinete que se aproximaba o se alejaba en un galope caprichoso era Celinda Rojas. Elena fue la primera en darse cuenta de sus evoluciones, y sonrio malignamente. --Creo que alguien le busca--dijo a Ricardo. Este miro hacia donde ella senalaba, y al reconocer a la amazona, no pudo disimular cierta turbacion. --Es la senorita de Rojas--contesto, ruborizandose ligeramente--; una nina todavia, con la que tengo alguna amistad. Es como una hermana menor; mejor dicho, un companero. No vaya usted a imaginarse... La Torrebianca sonreia ironicamente, como si no creyese en sus protestas, y acabo por decir, con una frialdad que apeno al joven: --Vaya usted a saludarla, para que no nos moleste mas con su vigilancia, y venga luego a juntarse conmigo. Despues de estas palabras, dichas con el tono de una orden, hizo trotar a su caballo tierra adentro, por entre los asperos matorrales, que se rompieron lanzando crujidos de lena seca. Inmediatamente, Celinda dejo de evolucionar a lo lejos, llegando a todo galope al encuentro de Ricardo. Cuando estuvo junto a el le amenazo con un dedo, pretendiendo imitar la expresion cenuda de un maestro que rine a su discipulo. Luego hablo con una gravedad comica: --?No le he dicho mas de cien veces, mister Watson, que no quiero verle con esa... mujer? Paso ahora los dias enteros corriendo el campo inutilmente, y cuando al fin consigo tropezarme con el senor, lo veo siempre en mala compania. Pero Watson era ahora otro hombre y no acogio con risas su fingido enfado. Muy al contrario, parecio ofenderse por el tono de broma con que hablaba ella, y repuso secamente. --Puedo ir con quien quiera, senorita. Solo hay entre nosotros una buena amistad, a pesar de lo que algunos suponen equivocadamente. Ni usted es mi prometida, ni yo tengo obligacion de privarme de mis relaciones para obedecer sus caprichos. Celinda quedo absorta por la sorpresa y el se aprovecho de esto para saludarla con brusquedad, alejandose despues en la misma direccion que habia seguido Elena. La nina de Rojas, al convencerse de que el norteamericano huia verdaderamente, hizo un gesto de colera, al mismo tiempo que lanzaba palabras suplicantes: --iNo se vaya, gringuito!... Oiga, don Ricardo; no se ofenda... Mire que esto solo ha sido para reir, lo mismo que otras veces. Como Watson fingia no oirla y continuaba su trote, acabo ella por echar mano al lazo que guardaba en el delantero de la silla, y lo deslio para arrojarlo sobre el fugitivo. --iVenga usted aqui, desobediente! El lazo cayo sobre Ricardo con exacta precision, aprisionandolo, pero cuando Celinda empezaba a tirar de el, saco el ingeniero un pequeno cuchillo, cortando la cuerda. Tan rapido fue este acto, que la joven, preocupada unicamente en tirar de su lazo, casi cayo del caballo al faltarle de pronto el apoyo de la resistencia. Watson se alejo, sacandose el fragmento de cuerda que envolvia aun sus hombros. Luego la arrojo, sin volver la vista atras. Mientras tanto, la nina de Rojas seguia recogiendo su lazo, que se arrastraba blandamente por el suelo. Al llegar a sus manos el final de la cuerda, contemplo tristemente su extremo cortado. Las lagrimas enturbiaron su vision. Luego, la hija de la estancia palidecio de colera mirando hacia las dunas, detras de las cuales habia desaparecido el norteamericano. --iQue el demonio te lleve, gringo desagradecido! No quiero verte mas... Ya no te echare mi lazo, y si alguna vez deseas verme, seras tu el que tengas que echarmelo a mi... isi es que sabes! Y no pudiendo resistirse mas tiempo a la crueldad de su decepcion, la nina de Rojas hundio la cara entre las manos, para que aquella tierra arenisca y aquel rio impetuoso y solitario que tantas veces la habian visto reir no la viesen ahora llorar. * * * * * #XII# Llego el dia de la gran sorpresa preparada por Canterac. Los trabajadores, bajo la direccion de Moreno, colocaron los ultimos arboles en la llanura inmediata al rio. Grupos de curiosos admiraban desde lejos este bosque improvisado. De Fuerte Sarmiento y hasta de la capital del territorio de Neuquen iban llegando gentes atraidas por la novedad de tal fiesta. Algunos obreros tendian de tronco a tronco guirnaldas de follaje y clavaban grupos de banderolas. Friterini, elevado a la categoria de _maitre d'hotel_, habia sacado de su maleta un frac algo apolillado, recuerdo de los tiempos en que prestaba servicio como camarero auxiliar en hoteles de Europa y de Buenos Aires. Preocupandose de la integridad de su pechera dura y su corbata blanca, daba ordenes a una tropa de mestizas del boliche que se habian convertido en servidoras y preparaban las mesas para la fiesta de la tarde. Don Antonio "el Gallego" tambien se habia transformado exteriormente. Iba vestido de negro, con una gruesa cadena de oro de bolsillo a bolsillo de su chaleco. El era de los invitados, tenia derecho a figurar entre los vecinos mas notables de la Presa representando al alto comercio; pero como la merienda habia sido encargada a su establecimiento, creyo del caso trasladarse al lugar de la fiesta desde las primeras horas de la tarde, para convencerse de que todos los preparativos se desenvolvian con regularidad. Entre los mirones situados al otro lado de una cerca de alambre se veian algunos gauchos, siendo uno de ellos el famoso Manos Duras. Despues de la batalla ocurrida en el boliche, habia vuelto tranquilamente al campamento para dar explicaciones. No negaba que algunos de los provocantes fuesen amigos suyos, pero todos eran mayores de edad y no iba a responder de sus actos, como si fuese su padre. El estaba lejos del campamento al ocurrir el choque; ?por que intentaban mezclarlo en hechos de los que no tenia culpa alguna?... El comisario hubo de conformarse con estas justificaciones; el dueno del boliche las acepto igualmente, creyendo que era mejor tenerlo por amigo que por adversario, y alli estaba Manos Duras contemplando con una atencion algo burlona los preparativos de la fiesta. Los otros gauchos, igualmente silenciosos, parecian reir interiormente de tales labores. Los _gringos_ trasladaban los arboles del sitio donde los habia hecho nacer Dios: iy todo por una mujer!... Las gentes del pueblo eran mas atrevidas en sus juicios, formulandolos a gritos. Algunas mujeres, las mejor vestidas, censuraban a la marquesa: --iLa grandisima... tal! iLas cosas que los hombres hacen por ella! Enumeraban los regalos del contratista Pirovani, tan regateador y duro para los trabajadores. Todos los dias de tren le llegaban a la marquesa paquetes de Buenos Aires o Bahia Blanca, pagados por el italiano. Ademas, un carro con tonel no hacia otro trabajo que llevar agua del rio a la casa. Aquella senorona necesitaba banarse cada veinticuatro horas. --Eso no es natural. Debe tener en la carne algo que no quiere irse--afirmaban sentenciosamente algunas mujeres. Para todas ellas, obligadas a ir varias veces al dia con un cantaro a cuestas de su vivienda al rio, el carro del tonel representaba el mas inaudito de los lujos. iUn bano diario en aquel pais, donde el menor soplo de viento levantaba columnas de tierra suelta, tan enormes y violentas, que obligaban a encorvarse para resistir mejor su empuje!... Como muchas de estas mujeres llevaban aun en sus cabelleras y en los dobleces de sus ropas el polvo de semanas antes, las enfurecia tal derroche de agua, como una injusticia social. Una, para consolarse, recordo malignamente al ingeniero Torrebianca. --iY sera capaz de venir esta tarde con los queridos de su mujer!... Parece imposible que un hombre sea tan... ciego. Deben marchar de acuerdo los dos. Todos los que no estaban invitados a la fiesta y pretendian verla de lejos, apoyados en la alambrada, se consolaban de su pretericion hablando contra la Torrebianca, sus amigos y su marido. Paso Celinda a caballo, entre los grupos, lentamente y mirando con hostilidad el parque improvisado. Luego, para no oir los escandalosos comentarios de aquellas mujeres, se alejo hacia el pueblo. Gonzalez, sin perder de vista la preparacion de las mesas, hablaba a unos parroquianos de su establecimiento, mostrandoles el rio. Era propicia la ocasion para repetir, con una gravedad doctoral, muchas cosas oidas a su compatriota Robledo. Los indios habian dado a este rio su nombre de Negro por los sufrimientos que les costaba remontarlo, a causa de su rapida corriente. Los descubridores espanoles lo titularon rio de los Sauces, por la gran cantidad de arboles de esta especie que cubria sus orillas. Habian disminuido mucho ahora, pero aun representaban el mayor obstaculo para su navegacion, pues los troncos y raigones impulsados por la corriente batian como arietes a los barcos, quebrantandolos. Durante dos siglos habia permanecido inexplorado, creyendo los descubridores espanoles--a causa de los informes de los indigenas--en la posibilidad de navegar por el hasta Chile, lo que haria del rio de los Sauces un canal entre el Atlantico y el Pacifico menos lejano que el estrecho de Magallanes. Un misionero ingles intentaba su exploracion para que su patria se apoderase de este paso, lo que la permitiria atacar comodamente las colonias de Espana situadas al borde del Pacifico. --Entonces fue cuando los espanoles, que habian tenido tantas cosas en que ocuparse, por ser duenos de la mayor parte de America, creyeron necesario explorar el rio. Era un alferez de la Armada, llamado Villarino, el que acometia esta empresa dificil y de escasa resonancia en el ultimo tercio del siglo XVIII, cuando ya casi toda la tierra de America estaba descubierta y colonizada. --Don Manuel--siguio diciendo el dueno del boliche--llama a Villarino el ultimo representante del heroismo descubridor de los espanoles. Con cuatro barcas pesadisimas e inadecuadas para tal viaje, habia salido de Carmen de Patagones, en la costa atlantica, llevando por tripulacion unos sesenta hombres. Este punado de marineros se internaban en un pais totalmente inexplorado, en el que vivian los indios mas irreductibles y feroces. De las margenes del rio Negro partian las invasiones indigenas contra las tierras civilizadas del virreinato de la Plata: los _malones_ de jinetes cobrizos ansiosos de robar ganados a los estancieros de Buenos Aires. Los cuatro barcos de uno o dos palos iban a navegar centenares de leguas entre orillas donde les esperaban en acecho los Aucas, tenidos por los indios mas sanguinarios e indomables. --Solo los que conocemos la corriente de este rio podemos comprender lo que represento aquella expedicion, curso arriba y con buques de vela. Llevaban quince caballos para sirgar los barcos por la orilla en los pasos dificiles. Cuatro veces los huracanes rompieron las arboladuras de las embarcaciones. Con Villarino brillo por ultima vez, como dice don Manuel, la gloria de los conquistadores espanoles. La expedicion duro muchos meses, y como no tenia baquiano del pais que la guiase, se extravio con frecuencia, metiendose en rios afluentes para retroceder despues... Buscaban el mar que los indios aseguraban haber visto con sus ojos, y efectivamente, al final del Limay, continuacion del rio Negro, se desemboca en un mar que es simplemente el lago Nahuel Huapi... Lo cierto es que ahora nadie navega por este rio mientras no lo limpien, y ninguno de los exploradores actuales, aun contando con las embarcaciones modernas, ha querido repetir el viaje del alferez Villarino hace siglo y medio. Llevado por su entusiasmo patriotico, seguia Gonzalez mencionando todo lo que habia oido a Robledo, pero sus oyentes eran cada vez mas escasos. Se alejaban, atraidos por los preparativos de la merienda, prefiriendo la contemplacion de las mesas a la del antiguo rio de los Sauces y a escuchar el relato de las hazanas del joven oficial de la marina espanola. Iban aumentando considerablemente los grupos. Una banda de musica, compuesta de unos cuantos italianos vecinos de Nenquen, empezo a rasgar el aire con las estridencias de sus instrumentos de metal. Inmediatamente se lanzaron a danzar algunas parejas. Don Antonio vio en esto una falta de respeto al organizador de la fiesta. --No los dejes bailar mientras no llegue la marquesa--ordeno a Friterini--. La ceremonia es para ella, y de seguro que le parecera muy mal al senor de Canterac que empiece antes de tiempo. Pero musicos y bailarines no hicieron caso alguno de sus escrupulos y continuo el baile. Elena estaba mientras tanto en el salon de su casa, lujosamente vestida para asistir a la fiesta. Tenia el rostro obscurecido por un gesto de enfado. "Esto solo me ocurre a mi--pensaba--. Llegar esta noticia precisamente hoy... iY aun hay quien niega los caprichos de la fatalidad!" Aquel dia era de tren, y al empezar la tarde llego el correo, recogido en Fuerte Sarmiento. Torrebianca, con el rostro consternado, fue en busca de su mujer para mostrarle una carta. --Lee lo que acabo de recibir. Es del notario de mi familia. Esta carta, llegada de Italia, le daba cuenta de la muerte de su madre. "Desde que usted se marcho a America, la salud de la senora marquesa quedo tan profundamente quebrantada, que todos esperabamos tal desgracia de un momento a otro. Ha muerto pensando en usted. Su nombre fue lo ultimo que balbuceo en su agonia. Adjunto le envio algunos datos sobre su herencia, que desgraciadamente no es..." Suspendio Elena tal lectura para mirar a su marido con ojos interrogantes; pero este tenia la cabeza inclinada, como anonadado por la noticia. Dudo ella en hablar, y como transcurria el tiempo sin que el otro saliese de su actitud silenciosa, dijo lentamente: --Supongo que este suceso, que nada tiene de inesperado, pues tu mismo lo has presentido muchas veces, no va a privarnos de asistir a la fiesta. Levanto Torrebianca el rostro para mirarla con ojos de asombro. --?Que es lo que dices?... Piensa que es mi madre la que ha muerto. Ella fingio cierta confusion, mientras decia bondadosamente: --Siento mucho la muerte de la pobre senora. Era tu madre, y esto basta para que la llore... Pero piensa que en realidad no la vi nunca, y ella, por su parte, solo me conocio por mis retratos. Ten serenidad y un poco de logica... Por esa desgracia, ocurrida al otro lado de la tierra, no vamos a privarnos de asistir a una fiesta que representa enormes gastos para el amigo que la ha organizado. Se aproximo a su esposo, diciendole con voz insinuante, al mismo tiempo que le acariciaba el rostro con una mano: --Hay que saber vivir. Nadie conoce esta desgracia. Figurate que la carta no ha llegado hoy y solo puedes recibirla en el correo de pasado manana... Quedamos en eso; aun ignoras la noticia y me acompanas esta tarde. ?Que adelantas con acordarte ahora? Tiempo te queda para pensar en ese suceso triste. El marques hizo signos negativos. Luego se llevo una mano a los ojos, y apoyando sus codos en las rodillas gimio sordamente: --Era mi madre... iMi pobre mama, que tanto me queria! Hubo un largo silencio. Torrebianca, como si no quisiera mostrar su dolor en presencia de su mujer, se refugio en una habitacion inmediata. Elena, cenuda y malhumorada, le oyo gemir y pasearse al otro lado de la puerta. Asi transcurrio mucho tiempo. Ella miro el reloj: las tres. Habia que decidirse. Hizo un gesto cruel y levanto los hombros. Luego fue hasta la puerta por donde habia desaparecido su esposo: --Quedate, Federico; no te ocupes de mi. Ire sola, e inventare un pretexto para excusar tu ausencia. iHasta luego, alma mia! Cree que si te dejo es unicamente por no molestar a nuestros amigos. iAy, las exigencias sociales! iQue tormento!... Tomaba su voz inflexiones de piadoso carino, al mismo tiempo que las comisuras de su boca se dilataban en un rictus de colera. Se puso el sombrero y salio. Desde lo alto de la escalinata pudo ver la calle enteramente solitaria. Toda la gente del pueblo estaba en los alrededores del parque improvisado. Canterac y el contratista, cada uno por su parte, habian declarado festivo aquel dia, imponiendo el descanso a sus obreros. Frente a la casa habia un carruajito de cuatro ruedas, cuidado por un mestizo. Este dormia en el pescante, con un cigarro paraguayo entre sus labios gruesos y azules, mientras un enjambre de moscas zumbaba en torno al rostro sudoroso. Elena penso en sus admiradores, que estarian esperandola, impacientes. Se habian abstenido de venir a buscarla, porque el dia anterior les manifesto su deseo de presentarse sin otro acompanamiento que el de su esposo. Una senora debe evitar que la maledicencia se cebe en sus actos. Cuando se dirigia hacia el carruajito, dejando a sus espaldas la casa, oyo el ruido de un galope. Un jinete acababa de surgir de una callejuela inmediata. Era Flor de Rio Negro. Por una afinidad misteriosa que mas bien era una repulsion, Elena adivino su presencia antes de verla con sus ojos. Sin esperar a que el caballo hiciese alto, la intrepida amazona se deslizo de la silla. Luego fue aproximandose, con la torpeza del jinete que extrana el contacto del suelo: --Senora, una palabra nada mas. Y se interpuso entre ella y la estribera del carruaje, cerrandola el paso. A pesar de su arrogancia, Elena se sintio emocionada por los ojos hostiles de la muchacha. Fingio, sin embargo, altivez, y parecio preguntar con un gesto: "?Es realmente a mi a quien busca?..." Celinda la entendio, contestando con un movimiento afirmativo. La marquesa hizo otro ademan indicando que podia hablar, y la nina de Rojas dijo con expresion agresiva: --?No tiene usted bastante con todos esos hombres a los que trae locos?... ?Todavia necesita robar los que pertenecen a otras mujeres? La respuesta de Elena fue mirarla de pies a cabeza. Pretendia confundirla con sus gestos de superioridad. --Joven, no la conozco--dijo--. Ademas, sospecho que existen entre nosotras grandes diferencias de categoria y educacion, que nos impiden seguir hablando. Intento apartarla para que le dejase libre el paso; pero Celinda, irritada por su aire despectivo, levanto el rebenque que llevaba en la diestra. --iAh, demonio con faldas! Dirigio un golpe contra el rostro de Elena, pero esta se puso en actitud defensiva, agarrando el brazo enemigo. Su cara quedo intensamente palida, con los ojos agrandados por la sorpresa y un resplandor felino en las pupilas. Luego hablo con una voz algo ronca: --Muy bien, joven, no se moleste. Doy por recibido el golpe. Este regalo es de los que no se olvidan nunca, y correspondere a el cuando lo considere oportuno. Solto el brazo de Celinda, y como esta parecia haber desahogado ya toda su colera, lo dejo caer, quedando inmovil y como avergonzada de su agresion. Aprovecho Elena este desaliento momentaneo para subir al cochecito, tocando en un hombro a su conductor. El mestizo habia estado adormecido hasta entonces, con el cigarro en la boca, sin enterarse de lo que acababa de ocurrir junto a su vehiculo. Apenas salieron del pueblo, vio Elena a lo lejos el parque improvisado y la muchedumbre que rebullia en torno a el. Un jinete paso al trote en direccion contraria, regresando del lugar de la fiesta, y se quito el sombrero para saludarla. Elena reconocio a Manos Duras, sonriendo maquinalmente a su respetuoso saludo. Luego, sin darse exacta cuenta de lo que hacia, le llamo con una mano. El gaucho hizo dar vuelta a su cabalgadura y se aproximo al carruaje, marchando junto a sus ruedas. --?Como le va, senora marquesa?... ?Por que esta tan palida? Elena hizo un esfuerzo para serenarse. Debia guardar aun en su rostro las huellas de la reciente emocion, y ella necesitaba llegar a la fiesta tranquila y sonriente, de modo que nadie adivinase el insulto que habia recibido. Como si quisiera terminar cuanto antes su conversacion con Manos Duras, le pregunto con forzada alegria: --Usted me dijo una vez que me aprecia mucho y esta dispuesto a hacer lo que yo le mande, por terrible que sea. Se llevo Manos Duras una mano al sombrero para saludar, y sonrio, mostrando sus dientes de lobo. --Ordene lo que quiera, senora. ?Desea que mate a alguien? Y al mismo tiempo la miraba con ojos de deseo. Ella hizo un falso gesto de susto: --Matar, no... ique horror! ?Por quien me toma?... El servicio que tal vez le pida sera muy dulce para usted... Ya hablaremos. Temiendo que el gaucho prolongase sus palabras de despedida, le indico con un ademan energico que debia retirarse. Ya estaba cerca del sitio de la fiesta, y no era conveniente llegar sin su marido y con tal acompanamiento. Manos Duras contuvo su caballo mientras se alejaba el carruaje, Durante algunos minutos siguio con los ojos a aquella mujer, la mas extraordinaria que habia encontrado en su vida; y al dejar de verla, su mirada de mastin sumiso volvio a recobrar una dureza agresiva. Iban entrando los invitados en el parque artificial, bajo la curiosidad envidiosa del populacho, mantenido mas alla de la alambrada por la vigilancia del comisario y sus cuatro hombres. Estos invitados eran comerciantes espanoles e italianos establecidos en las poblaciones mas cercanas y algunos venidos de la lejana isla de Choele-Choel, lugar hasta donde llegan los escasos barcos que pueden remontar el rio Negro. Tambien los capataces y mecanicos de las obras acudian con sus mujeres, que habian sacado a luz los vestidos de fiesta, usados unicamente cuando iban a Bahia Blanca o a Buenos Aires. Robledo paseaba por las cortas avenidas de este parque admirando ironicamente la absurda creacion de Canterac. Moreno le iba mostrando con cierto orgullo todas las particularidades de la obra dirigida por el. --Lo mas notable es una especie de cenador, o mejor dicho, de santuario de verdura que hay al final de la arboleda. Seguramente que el capitan querra llevar alli a la marquesa. Pero ella es lista y sabe escurrirse. Guinaba un ojo maliciosamente al hablar de los propositos de Canterac, y a continuacion se mostraba grave para afirmar la cordura de la marquesa, que "no era la mujer que se imaginaban muchos". Se disponia a mostrar al espanol el famoso "santuario de verdura", cuando le abandono repentinamente, mascullando excusas, para correr hacia la entrada del parque. Elena acababa de llegar. Lo mismo que Moreno, corrieron a su encuentro los otros solicitantes; pero ella, despues de saludar a los tres, mostro su predileccion por Watson, que tambien habia salido a recibirla. Converso con los demas, pero sin apartar de Ricardo sus ojos acariciadores. Robledo, que examinaba al grupo desde lejos, se entero inmediatamente de esta predileccion. Contrariado por su descubrimiento, fue aproximandose para saludar a la Torrebianca. Luego invito a Watson, con ademanes y palabras en voz baja, a que se fuese con el; pero el joven fingia no entenderle. Al fin, el ingeniero frances, que por ser el autor de la fiesta mostraba una superioridad absorbente, se interpuso entre Elena y los demas hombres, ofreciendola el brazo para ensenarle todas las bellezas de su invencion forestal. Robledo aprovecho esto para tocar a Ricardo en la espalda, invitandole a dar un paseo por la arboleda. Apenas quedaron solos, el espanol se expreso con un tono bondadoso, senalando a la mujer que se alejaba apoyada en un brazo de Canterac. --Tenga usted cuidado, Ricardo. Creo que esa Circe tambien desea someterlo a sus encantamientos. Watson, que siempre le habia escuchado con deferencia, le miro ahora altivamente. --Tengo bastantes anos para marchar solo--contesto con sequedad--; y en cuanto a consejos, demelos cuando yo se los pida. Y murmurando otras palabras ininteligibles, le volvio la espalda para ir en busca de Elena. Quedo el espanol asombrado por la brusca respuesta de su socio. Despues sintio indignacion. "iEsa mujer!--penso--. iHasta va a quitarme el mejor de mis amigos!..." Empezaba la parte mas interesante de la fiesta para muchos de los invitados. Friterini dio voces, dirigiendo a las mestizas encargadas del servicio. Sobre las mesas, hechas con tablas y caballetes y que tenian por manteles sabanas recien lavadas, fueron apareciendo los manjares mas ricos y extraordinarios del "Almacen del Gallego" y otros despachos de bebidas y alberguerias existentes en las colonias inmediatas al rio Negro. Eran manjares de Europa y de la America del Norte, que tenian un sabor a largo encierro, a estano y a hojalata: carnes de cerdo de Chicago, salchichas de Francfort, _foie gras_ frances, sardinas de Galicia, pimientos de la Rioja, aceitunas de Sevilla, todo venido, a traves del Oceano, en botes metalicos o cubiletes de madera. Lo mas extraordinario eran las bebidas. Solo algunos _gringos_ procedentes de los llamados "paises latinos" buscaban las botellas de vino tinto. Los demas, especialmente los hijos del pais, consideraban los liquidos de color de sangre como una bebida ordinaria, apreciando la claridad y el tono blanco de los vinos como signo de aristocracia. Resonaban continuamente los taponazos del champana. Algunos bebian el vino espumoso como si fuese agua del rio. --Esto es caro en Europa--decia un ruso de pelo largo y grasiento--; pero aqui, icon la diferencia del cambio!... Moreno, hombre de orden, consideraba con inquietud la sed creciente de los invitados. Al mismo tiempo hacia recomendaciones de parquedad y prudencia en el servicio al entusiasta Friterini con palabras deslizadas al paso y misteriosos ademanes. "iCon tal que alcancen los pesos de Canterac!--pensaba--.Empiezo a creer que no tendremos bastante para pagarlo todo." Mientras tanto, el ingeniero frances avanzaba entre los arboles con Elena o se detenia para mostrarle los ejemplares mas corpulentos. --Esto no es el parque de Versalles, bella marquesa--dijo imitando los ademanes galantes de otros siglos--, pero representa, a pesar de su modestia, el gran interes que tiene un hombre en serle agradable. Pirovani, fingiendose distraido, iba detras de ellos a cierta distancia. Le era imposible ocultar el despecho que le producia esta fiesta ideada por su adversario. Reconocia que nunca hubiera sabido inventar el algo semejante, iLo mucho que sirve haber estudiado!... Segun iba avanzando por el bosque artificial, procuraba empujar disimuladamente los arboles mas proximos para hacerlos caer. Pero este mal deseo resultaba inutil. Todos se mantenian firmes. Aquel imbecil de Moreno habia hecho bien las cosas al ayudar a Canterac. Sintio frio en sus extremidades y que toda la sangre se le agolpaba al corazon viendo como se ocultaba la pareja en un tupido cenador de ramaje, al final de una avenida. Era el famoso "santuario" del oficinista. --La reina puede sentarse en su trono--dijo Canterac. Y mostro a Elena un banco rustico rematado por una especie de doselete hecho con guirnaldas de follaje y flores de papel. Excitado el frances por la soledad, hablo con gran vehemencia de su amor y de los grandes sacrificios que estaba dispuesto a hacer por Elena. Muchas veces habia dicho lo mismo, pero ahora estaban solos y aquella fiesta parecia haber aumentado su agresividad pasional. Ella, que se habia sentado en el banco rustico, teniendo cerca al ingeniero, mostro cierta inquietud, aunque sin perder por esto su sonrisa tentadora. Canterac le cogio ambas manos e inmediatamente quiso besarla en la boca. Como la Torrebianca esperaba la agresion, se defendio a tiempo, haciendo esfuerzos por repelerle. Se hallaban en esta lucha, cuando aparecio el contratista en la entrada del cenador. Pero ninguno de los dos pudo verle. Canterac seguia ocupado en su tenaz proposito de besarla; y ella, olvidando sus remilgos de coqueta, lo repelia violentamente. --Esto no es leal--dijo con voz jadeante--. Debo estar despeinada... Va usted a romper mi sombrero... iEstese quieto! Si insiste usted, le abandono. Viose al fin obligada a defenderse con tal brusquedad, que Pirovani creyo llegado el momento de intervenir, avanzando resueltamente dentro del cenador. El ingeniero, al verle, abandono a Elena, poniendose de pie, mientras la mujer reparaba el desorden de su peinado y sus ropas. Los dos hombres se miraron fijamente, y el italiano considero necesario hablar. --Muestra usted mucha prisa--dijo con ironia--en cobrarse los gastos de su fiesta. Resultaba tan inaudito para Canterac que un simple contratista se atreviese a insultarle alli mismo, en el costoso parque inventado por el, que permanecio algunos momentos sin poder hablar. Luego, su colera de hombre autoritario estallo con fria llamarada. --?Con que derecho me habla usted?... Debi abstenerme de invitar a un emigrante sin educacion, que ha hecho su dinero nadie sabe como. Se enfurecio Pirovani, pero con una colera ardiente, al recibir tal insulto en presencia de Elena. Y como su violencia de sanguineo necesitaba pasar a la accion, por toda respuesta se arrojo sobre el ingeniero, abofeteandole. Inmediatamente los dos hombres se agarraron, luchando a brazo partido, mientras la Torrebianca, perdida la serenidad, empezaba a dar voces de espanto. Acudieron los invitados, siendo de los primeros en presentarse Robledo y Watson, cada cual por un lado distinto. El ingeniero y el contratista, estrechamente agarrados, rodaban por el suelo, derribando gran parte del "santuario de verdura". Pirovani, mas carnudo y vigoroso que Canterac, lo sofocaba con su peso. La colera le hacia olvidar todo lo que sabia de espanol, y lanzaba blasfemias en italiano, aludiendo a la Virgen y a la mayor parte de los habitantes del cielo. Ademas, pedia a los que intentaban separarlos que le dejasen comerse tranquilamente los higados de su rival. Habia vuelto en unos segundos los anos de su adolescencia, cuando se aporreaba con los companeros de pobreza en alguna _trattoria_ del puerto de Genova. A fuerza de tirones y algun que otro punetazo, varios hombres de buena voluntad consiguieron separar a sus dos jefes. Watson, despreciando a los combatientes, habia corrido hacia la marquesa, colocandose delante de ella en actitud defensiva, como si le amenazase algun peligro. Robledo miro a los dos adversarios. Contenido cada uno de ellos por un grupo, se insultaban de lejos, con los ojos inyectados de sangre y la lengua estropajosa. Ambos habian olvidado de repente el espanol, y cada uno barboteaba las peores palabras de su respectivo idioma. Luego contemplo a la marquesa de Torrebianca, que suspiraba como una nina, apoyandose en Watson. "iSolo nos faltaba semejante escandalo!--se dijo--. Temo que alguien va a morir por culpa de esta mujer." * * * * * #XIII# Acabaron su cena silenciosamente Watson y Robledo, preocupados por lo que habia ocurrido horas antes en el parque inventado por Canterac. Un obstaculo invencible parecia haberse levantado entre los dos. Watson tenia el rostro sombrio y evitaba mirar a Robledo. Este, al poner de vez en cuando los ojos en su asociado, sonreia con una expresion amarga. Pensaba en Elena, dominadora y malvada, que tal vez habia aconsejado a Ricardo contra el. Se levanto el joven de la mesa, saludando con algunas palabras confusas, y tomo el sombrero para salir. "Va a verla--se dijo el espanol--. Ya no vive tranquilo si no esta a su lado." En la calle central encontro Watson muchos grupos discutiendo acaloradamente. Los rectangulos rojos que proyectaban sobre el suelo las puertas del boliche eran eclipsados con frecuencia por las sombras de los que entraban y salian. Adivino que todos disputaban sobre lo ocurrido aquella tarde, tomando partido por el ingeniero o por el contratista. Al llegar a la casa de Elena, salio a recibirle Sebastiana en lo alto de la escalinata. La mestiza tambien se mostraba preocupada por los sucesos de la tarde. Miro a Ricardo con severidad, pensando sin duda en la nina de la estancia. iAy, los hombres! Hasta este _gringo_ que ella creia buenazo resultaba tan perverso como los otros. Paso adelante el joven, sin fijarse en tal mirada, y encontro en el salon a Elena que parecia esperarle. Quiso ocupar una butaca, pero la marquesa se opuso. --No; aqui, a mi lado. Asi nadie podra oirnos. Y lo obligo a sentarse en el sofa, junto a ella. Tenia el rostro palido y la mirada dura, como si aun estuviese conmovida por recientes y desagradables impresiones. La pelea de Pirovani y Canterac habia pasado a segundo termino en su memoria. Le molestaba mas, haciendola estremecerse de colera, la imagen de Celinda con el latigo levantado. Pero olvido su rencor al ver que Ricardo acudia puntualmente, atendiendo el ruego que ella le habia hecho al anochecer para que pasase la velada en su casa. Al notar que Watson miraba con inquietud las puertas del salon, creyo oportuno tranquilizarlo. --Nadie vendra. Mi marido esta en su cuarto, quebrantado por una mala noticia que ha recibido de Europa... Una desgracia de familia que esperabamos hace tiempo; algo que en realidad no me interesa mucho. Luego cambio de gesto y de voz, para continuar hablando. --iCuanto agradezco que haya usted venido!... Temblaba ante la idea de pasar sola estas horas de la noche. iMe aburro tanto aqui!... Por eso le suplique hoy, cuando nos separamos, que no me abandonase... Y al decir esto tomo una mano de Watson, contemplandole al mismo tiempo con ojos acariciadores. El joven se sintio halagado en su vanidad masculina por esta mirada, pero surgio en su memoria inmediatamente el recuerdo de lo ocurrido aquella tarde. --?Por que han renido esos dos hombres?... ?Fue por usted?... Quedo ella indecisa; y al fin, entornando los ojos, contesto con cierto abandono: --Tal vez; pero yo los desprecio a los dos. Para mi solo existe usted, Ricardo. Puso sus manos en los hombros de el, y al hacer esto, parecio estirarse con felina ondulacion, aproximando su rostro. --Sospecho--murmuro--que vamos a ir tal vez mas alla de los limites de una simpatia amistosa. iMe interesa usted tanto!... Excitados por la soledad, sentian ambos en su interior la audacia de un deseo vehemente. Iban a correr en breves minutos un camino que a el, en su inexperiencia, le habia parecido siempre que exigiria larguisimas jornadas. Elena penso en la amazona juvenil que habia querido golpearla. Su vanidad ultrajada y el deseo de vengarse le hicieron adoptar mentalmente cinicas resoluciones, celebrandolas con una risa oculta que parecio reflejarse en sus ojos. "Ya que eres celosa--pensaba--, debes serlo con motivo. Yo te devolvere el latigazo." Ademas, al recordar como aquellos dos hombres se habian golpeado en su presencia, sin que esto le causase profunda emocion, creyo, con un ilogismo propio de su cerebro desordenado, que el medio mas seguro para restablecer la paz entre ambos era que ella se entregase a un tercero, mas digno de su interes. Watson, por su parte, consideraba a esta mujer mas hermosa y apetecible despues que dos hombres habian intentado matarse a causa de ella. Una sensacion de orgullo varonil, de vanidad sexual, se mezclaba con las emociones que iban despertando en su interior las palabras de la Torrebianca y el contacto de su cuerpo. Al descansar ella las manos sobre sus hombros, habia acabado por juntarlas, y poco a poco el joven se sintio aprisionado por unos brazos adorables. Algo se reanimo en su pensamiento, como una llama moribunda que resucita. Creyo ver el rostro noble y triste de su companero Torrebianca, e inmediatamente quiso hacer un movimiento negativo y echarse atras, repeliendo a Elena... No podia traicionar a un camarada. Era innoble proceder asi, estando bajo el mismo techo que el otro y separado de el solamente por unos tabiques. Luego se vio a si mismo y vio a Celinda, cuando marchaban los dos alegremente por el campo. Quiso mover otra vez su cabeza negativamente y parpadeo con una expresion angustiosa, pretendiendo defenderse y teniendo al mismo tiempo la certidumbre de que le seria imposible. "iPobrecita Flor de Rio Negro!", penso. Los brazos que rodeaban su cuello le oprimieron dulcemente y tiraron de su cabeza, inclinandola poco a poco hacia el rostro femenil que avanzaba unos labios avidos y audaces. Las dos bocas acabaron por unirse, y Ricardo penso que ese beso iba a ser interminable. Experimentaba la sorpresa del que al entrar en un palacio maravilloso ve francas las puertas de un segundo salon todavia mas admirable, y luego penetra en un tercero que le parece superior, perdiendose en lontananza la sucesion de habitaciones deslumbradoras abiertas ante el. Cuando se imaginaba haber poseido por entero aquella boca, los labios se entreabrian con un bostezo de fiera, dejandole avanzar para revelarle ineditos contactos de estremecedora voluptuosidad. Creia ya agotadas todas las sensaciones ocultas entre aquellas dos valvas carnosas, suaves y humedas, y nuevos escalofrios de placer bajaban verticalmente por el dorso de su cuerpo. Penso confusamente, en aquel momento, lo mismo que todos los personajes simples de la Presa que corrian enloquecidos detras de la Torrebianca: "Esta es la verdadera mujer. Solo merecen admiracion las hembras que han conocido la vida elegante." Vagaron las manos de el sobre los relieves del cuerpo adorable, intentando libertarlos del encierro de las ropas... De pronto se repelieron los dos con el empellon de la sorpresa, procurando al mismo tiempo reparar el desorden externo de sus personas. Al otro lado de la puerta, Sebastiana golpeaba la madera con los nudillos, pidiendo licencia para entrar. La mestiza era demasiado bien criada para abrir una puerta sin permiso; pero antes de solicitarlo, creia oportuno siempre mirar un poco por el ojo de la cerradura. Cuando asomo al fin la cabeza entre las dos hojas de madera, dijo bajando sus ojos maliciosos: --Mi antiguo patron don Pirovani quiere ver a la senora. Parece que trae prisa. Ricardo se levanto para irse y Elena le rogo que se quedase, prometiendo despedir en un momento al intruso. Pero el joven se habia serenado, dandose cuenta del peligro que acababa de correr, y quiso aprovechar esta ocasion para marcharse, antes de quedar otra vez a solas con ella. Casi tropezo en la puerta con el contratista, que entraba saludando desde lejos a la "senora marquesa". Estrecho su mano y desaparecio inmediatamente. Elena no quiso ocultar la colera que le habia producido esta visita inoportuna, y recibio al italiano con visible mal humor. Se mantuvo de pie para hacerle comprender que su entrevista debia ser corta; pero el otro, distraido por sus preocupaciones, pidio permiso para sentarse, y antes de que ella respondiese ocupo un sillon. La Torrebianca se limito a apoyar su cuerpo en el borde de una mesa. --Mi marido esta algo enfermo--dijo--, y necesito atenderle... No es cosa de cuidado: la emocion por una desgracia de familia. Pero hablemos de usted: ?que le trae aqui a estas horas?... Tardo Pirovani en contestar, para que de este modo sus palabras resultasen mas solemnes. --El senor de Canterac cree que debamos batirnos a muerte despues de lo de esta tarde. Ella, que solo pensaba en Watson y estaba nerviosa por la presencia del hombre que lo habia ahuyentado, hizo un leve gesto revelador de que la noticia no le interesaba. Luego procuro disimular su indiferencia, diciendo: --No encuentro extraordinaria la proposicion. Si yo fuese hombre, haria lo mismo que el. Pirovani, que vacilaba hasta poco antes por creer disparatado el reto de Canterac, se levanto de su sillon con aire resuelto. --Entonces--dijo--, si a usted le parece bien, no hay mas que hablar. Me batire con el frances y me batire si es preciso con medio mundo, para que usted se convenza de que soy digno de su estimacion. Al hablar asi habia tomado una mano de Elena, pero esta mano le parecio tan blanda y muerta, que tuvo que soltarla, descorazonado. Ella hizo un gesto de cansancio mirando hacia el interior de la casa, donde estaba su marido. Este gesto indico a Pirovani que debia marcharse, y el contratista se apresuro a obedecerla; pero mientras se dirigia hacia la puerta todavia la atormento con palabras y gestos de enamorado que desea inspirar admiracion por su heroismo. Cuando Elena se vio sola, llamo a gritos a Sebastiana. La mestiza tardo en presentarse. Habia tenido que ir hasta la puerta de la calle, acompanando a su antiguo patron. --Vea si puede alcanzar al senor Watson--ordeno Elena apresuradamente--. No debe estar lejos; digale que vuelva. La mestiza sonrio, bajando sus ojos para decir con fingida simplicidad: --No es facil alcanzarlo. Salio disparado, como si huyese del demonio. Al abandonar su antigua casa, se dirigio Pirovani a la de Robledo. Este leia un libro apoyandolo en la lampara de petroleo que ocupaba el centro de su mesa. Al ver entrar al contratista, le saludo con gestos y exclamaciones de reproche. --Pero ?que ha sido eso?... Un hombre de su edad y de su caracter... iNi que fuese usted un muchacho de quince anos que se pelea por la novia!... El italiano repelio con altivo ademan esta admonicion, juzgandola tardia, y dijo solemnemente, como si le enorgulleciesen sus propias palabras: --Me bato a muerte con el capitan Canterac, y vengo a buscarle para que usted y Moreno sean mis padrinos. Prorrumpio Robledo en exclamaciones de escandalo, al mismo tiempo que levantaba las manos para hacer mas patente su protesta. --?Usted cree que yo voy a mezclarme en sus disparates y a parecer tan falto de juicio como usted o como el otro?... Y siguio hablando contra la absurda peticion de Pirovani, pero este movia la cabeza con tenacidad haciendo signos negativos. Estaba resuelto a todo despues de haber oido a Elena. --Yo soy un hombre de origen humilde--dijo--, un hombre que solo conoce el trabajo, y necesito demostrar que no le tengo miedo a ese senor acostumbrado al manejo de las armas. Robledo se encogio de hombros al oir unas palabras que consideraba absurdas. Al fin se canso de protestar en vano. --Veo que es inutil querer infundirle un poco de sentido comun... Bueno; accedo a representarle, pero con la condicion de que sera para arreglar el asunto logicamente, evitando el duelo. El contratista tomo una actitud caballeresca, como si acabase de recibir una ofensa. --No; el duelo lo quiero a muerte. Yo no soy un cobarde ni he venido en busca de arreglos. Luego expreso lo que verdaderamente pensaba. --Aunque no he recibido una educacion brillante, se lo que hay que hacer en casos como el presente. Conozco, ademas, la opinion de personas muy altamente colocadas. Debo batirme, y me batire. Dijo esto con tal sinceridad, que Robledo penso en Elena al oirle mencionar las "altas personas" que le habian aconsejado. Le miro con lastima, manifestando a continuacion, de un modo brusco, que se negaba a apadrinarle. Convencido Pirovani de que nada conseguiria, se despidio de el, dirigiendose a la casa de Moreno. Al dia siguiente, en las primeras horas de la manana, don Carlos Rojas recibio una visita. Estaba en la puerta del edificio principal de su estancia, cuando vio llegar a un jinete vestido como es de uso en las ciudades y sobre un caballejo que le hizo sonreir. Era el oficinista. --?Adonde va montado en ese mancarron?... Eche pie a tierra. ?No le parece que tomemos un mate, amigazo?... Entraron los dos en aquella pieza que servia de salon y despacho a don Carlos, y mientras una criadita preparaba el mate, vio el oficinista por una puerta entreabierta a la hija de Rojas sentada en una butaca de mimbres, con aire pensativo y triste. Llevaba traje femenil, y al abandonar las ropas masculinas parecia haber perdido su audacia alegre de muchacho revoltoso. La saludo Moreno desde el otro lado de la puerta, y ella contesto a su saludo melancolicamente. --Ahi la tiene usted--dijo el padre--; parece otra. Cualquiera creeria que esta enferma. Son cosas de los pocos anos. Sonrio Celinda con indolencia, haciendo un signo negativo al oir la suposicion de su enfermedad. Despues abandono aquella habitacion, demasiado inmediata al despacho, para que los dos hombres pudieran hablar libremente. Cuando hubieron tomado el primer mate, Rojas oficio un cigarro a Moreno para que "pitase", y encendiendo el suyo se preparo a escuchar. --?Que le trae por estos pagos, tinterillo?... Porque usted no es hombre de a caballo, y cuando echa una galopada debe ser por algo. El oficinista, al que apodaba "tinterillo" el estanciero, siguio fumando con la calma de un oriental que considera conveniente excitar la curiosidad de su interlocutor antes de emprender la conversacion. --Usted, don Carlos--dijo al fin--, fue en su juventud hombre de armas. Me han contado que cuando vivia en Buenos Aires tuvo varios duelos por asuntos de hembras. Miro Rojas a un lado y a otro, por si la nina andaba cerca y podia oirle. Luego sonrio con la vanidad que sienten los hombres entrados en anos al recordar las audacias y desafueros de su juventud, y dijo con una falsa modestia: --iBah! iQuien se acuerda de eso! Muchachadas, che; cosas que se usaban entonces. Creyo necesario Moreno hacer una larga pausa, y anadio: --El ingeniero Canterac y el contratista Pirovani se batiran manana en duelo... Pero el duelo es a muerte. Don Carlos mostro sinceramente su estraneza. --?Pero aun estan de moda esas cosas?... iY aqui! ien pleno desierto! Moreno hizo gestos afirmativos y quedo silencioso. Callo tambien el estanciero, mirandolo interrogativamente. ?Y que tenia que ver el con todo esto?... ?Acaso habia hecho el viaje por el simple placer de darle tal noticia?... --Canterac--dijo el oficinista--tiene por padrinos al marques de Torrebianca y al gringo Watson. Como los dos son ingenieros, no pueden negar un servicio tan importante a un camarada. A Rojas le parecio esto muy natural. Pero ?que podia importarle a el que los padrinos fuesen unos o fuesen otros? --Pirovani solo cuenta conmigo--siguio diciendo Moreno--, y yo vengo a buscarle, don Carlos, para que me saque del apuro como hombre de armas, y sea tambien padrino del italiano. Protesto el estanciero con vehemencia. --iDejese de macanas, che!... ?Por que voy a mezclarme en esos entreveros de las gentes del campamento, cuando todos son amigos mios? Ademas, ya estoy viejo para meterme en tales cosas y no quiero hacer un papelon. Insistio Moreno, y durante algunos minutos discutieron los dos hombres. Al fin don Carlos parecio ablandarse seducido por el misterio que creia entrever en este duelo inesperado. Valiendose de su condicion de padrino, tal vez averiguaria cosas muy graciosas e interesantes. --Bueno, che; sera como usted quiere. iQue no me hara hacer este tinterillo! Luego sonrio picarescamente, golpeando al oficinista en una pierna, al mismo tiempo que le preguntaba bajando la voz: --?Y por que quieren matarse? ?Cuestion de mujeres?... De seguro que anda de por medio esa marquesa que a toditos los trae locos. Tomo Moreno una actitud misteriosa, al mismo tiempo que se llevaba un dedo a los labios para imponerle silencio. --Prudencia, don Carlos. Piense que el marques tratara con nosotros como padrino, y por ser experto en esto de los duelos tal vez dirija el combate. El estanciero empezo a reir, dando nuevos golpes en las piernas de su amigo. Fue tal su risa, que en ciertos momentos se llevo una mano a la garganta como si temiera ahogarse. --Pero ique lindo, che!... Y es el marido el que va a dirigir el desafio... Y los otros dos se pelean por su mujer... Pero ique gringos tan sabrosos! Me gustara ver eso... iCosa barbara! Luego anadio, serenandose: --Si que acepto el ser padrino. Eso vale mas que una comedia en Buenos Aires o una de esas historias del biografo que traen loca a mi nina. A media tarde, luego de haber almorzado en la estancia de Rojas, volvio Moreno a la Presa y echo pie a tierra frente a la antigua casa de Pirovani. Torrebianca se paseaba por la habitacion que le servia de despacho. Iba vestido de luto y su aspecto era aun mas triste y desalentado que en los dias anteriores. Al pasearse se detenia algunas veces junto a su mesa, donde estaba abierta una caja de pistolas. Habia pasado una parte de la tarde limpiando estas armas o contemplandolas pensativo, como si su vista evocase lejanos recuerdos. Cuando olvidaba las pistolas miraba una fotografia puesta sobre la misma mesa y que era la de su madre. Esta contemplacion humedecia sus ojos. Moreno, despues de saludarle, se apresuro a decir que ya habia encontrado companero y venia autorizado plenamente por el para la discusion de los preparativos del combate. El marques aprobo con un saludo ceremonioso y luego le fue mostrando sus pistolas. --Las traje de Europa, y han servido varias veces en lances tan graves como el nuestro. Examinelas bien; no tenemos otras, y deben ser aceptadas por las dos partes. El oficinista manifesto que tenia por inutil este examen, aceptando todo lo que hiciese el otro. Siguio hablando el marques con una dignidad caballeresca que impresionaba a Moreno. "Este pobre senor--penso--no conoce su verdadera situacion. Y es un hombre bueno y pundonoroso: un caballero que ignora los actos de su mujer y el triste papel que va a representar." Mientras el argentino le miraba con simpatica conmiseracion, Torrebianca siguio hablando. --Como ninguno de los dos quiere dar explicaciones, y las injurias son de indiscutible gravedad, el duelo lo concertaremos a muerte. ?No opina usted asi, senor?... El oficinista, que se habia puesto muy serio al darse cuenta de la importancia de esta conversacion, aprobo silenciosamente con movimientos de cabeza. --Mi representado--continuo el marques--no se contenta con menos de tres tiros a veinte pasos, pudiendo apuntar durante cinco segundos. Parpadeo Moreno para expresar el asombro que le producian tales condiciones, y quiso negarse a admitirlas; pero se acordo de una segunda conversacion que habia tenido con Pirovani aquella manana, antes de ir a la estancia de Rojas. Parecia transfigurado el italiano por un entusiasmo belicoso. Celebraba esta ocasion que le iba a permitir mostrarse ante la "senora marquesa" en la misma actitud de un heroe de novela. "Acepto todas las condiciones--habia dicho a Moreno--por terribles que sean. Quiero hacer ver que, aunque empece como un simple trabajador, soy mas valiente y mas caballero que ese capitan." Acabo el oficinista por mover otra vez su cabeza afirmativamente. --Esta noche--continuo el marques--nos reuniremos los cuatro padrinos en casa de Watson para fijar por escrito las condiciones, y manana a primera hora sera el encuentro. Manifesto el representante de Pirovani que don Carlos Rojas no podria asistir a tal reunion, por haber ido a Fuerte Sarmiento en busca de un medico que presenciase el duelo; pero el suscribiria todos los documentos necesarios en nombre de su amigo. Y los dos padrinos dieron por terminada su entrevista. Al salir Moreno de la casa vio al comisario de policia junto a la escalinata, como si estuviera esperandole. Don Roque se expreso con indignacion. --Ustedes se figuran que pueden hacer lo que quieran, como si en esta tierra no hubiese autoridad, ni ley, ni nada, y aun mandasen en ella los indios. Yo soy el comisario de policia, ?sabe, che? y mi obligacion es impedir que los demas hagan locuras. Digame cuando sera eso del duelo... Necesito saberlo. Moreno se resistio a hacer tal revelacion, y el comisario, en vista de su rebeldia, fue dulcificando el tono de su voz. --Digamelo y no sea cachafaz. Piensen todos ustedes que no esta bien que ocurran aqui tales cosas hallandome yo presente. Digame cuando sera eso... para marcharme antes. Le hablo al oido el padrino, y el estrecho su mano agradeciendo la confidencia. Luego fue en busca de su caballo, que estaba cerca, y al poner el pie en el estribo, dijo en voz baja: --Voy a pasar la noche en Fuerte Sarmiento, y no volvere hasta manana por la tarde... Hagan lo que quieran. Yo lo ignoro todo. * * * * * #XIV# Empezaban a retirarse los parroquianos mas trasnochadores del boliche, cuando llego Robledo ante la casa ocupada por Elena. Subio con pasos quedos la escalinata, llamando discretamente a la puerta despues de unos instantes de vacilacion. La puerta se abrio al poco rato, asomando a ella Sebastiana, sorprendida por este llamamiento cuando iba a acostarse. Llevaba la dura cabellera dividida en numerosas trenzas, cada una con un lacito en la punta, y procuraba taparse con la enorme redondez de sus brazos una parte del pecho cobrizo, no menos exuberante, puesto al descubierto por el desabrochado corpino. Sus ojos iracundos y anunciadores del chaparron de malas palabras con que pensaba acoger al importuno se dulcificaron viendo a Robledo, y antes de que este hablase, dijo ella con amabilidad: --La patrona esta en su dormitorio y el marques ha salido con su maldita caja de pistolas. Yo creia que estaba donde usted... Entre, don Robledo; voy a avisar a la senora. El ingeniero sabia bien que Torrebianca estaba en su casa con los otros padrinos; pero necesitaba hablar a Elena urgentemente. A pesar de su deseo, retrocedio al ver que Sebastiana le abria toda la puerta invitandole a pasar adelante. Tuvo miedo de encontrarse a solas con la marquesa en el salon. Su entrevista debia ser breve. Ademas, podia llegar el marido y le seria dificil explicar su presencia alli, cuando momentos antes habia hablado con el en su propia vivienda. --Es poca cosa lo que quiero decir a tu patrona... Sera mejor que se asome a la ventana de su dormitorio. Cerro la mestiza la puerta, y Robledo avanzo por la galeria exterior, pasando ante diversas ventanas. Al poco rato se abrio una de estas y aparecio en ella la marquesa con la cabellera suelta y una bata colocada negligentemente sobre sus hombros, dejando al descubierto gran parte de sus brazos y de su pecho. Se habia vestido precipitadamente, parecia asustada, y antes de que Robledo la saludase, pregunto con ansiedad: --?Le ha ocurrido alguna desgracia a Watson?... ?Por que viene usted a estas horas?... Sonrio Robledo ironicamente antes de contestar. --Watson esta bien; y si vengo a tales horas, es para hablarle de otro. Luego la miro con severidad, anadiendo lentamente: --Al salir el sol, dos hombres van a matarse. Esto es un horrible disparate que me quita el sueno, y he venido a decirle: "Elena, evite usted tal desgracia." Convencida ya de que no se trataba de Watson, respondio con mal humor: --?Que quiere usted que haga? Pueden batirse, si es su gusto... Para eso nacieron hombres. Acogio Robledo con un gesto de asombro estas palabras crueles. --Aunque soy mujer--continuo ella--, no me asustan esos combates. Federico se batio una vez por mi, cuando estabamos recien casados. Alla en mi pais, varios hombres expusieron su vida por serme agradables, y jamas intervine para evitarlo. Hizo una mueca de desprecio y anadio: --?Pretende usted que vaya a rogar a esos dos senores que no arriesguen sus preciosas vidas, para que despues cada uno de ellos me exija algo a cambio de su obediencia?... Ademas, si intervengo en ese asunto, los dos van a creer, cada uno por su parte, que me inspiran gran interes, y ninguno de los dos me importa nada... Si se tratase de otro hombre, tal vez accederia a su ruego. El espanol hizo un movimiento de cabeza al oir la palabra "otro", y vio por un instante la imagen de su asociado. Elena le miraba ahora con ojos compasivos. --Duerma tranquilo, Robledo, como yo voy a dormir. Deje que esos dos vanidosos anuncien que se van a matar. Vera como no ocurre nada grave. Intento retirarse de la ventana por miedo a los "jejenes" y otros insectos sanguinarios que, atraidos por las apetitosas carnes, empezaron a zumbar en torno a sus hombros, obligandola a repelerlos con incesantes manotazos mientras hablaba. --Si ve a Watson, digale que le he estado esperando todo el dia. Con esto del duelo es imposible hablarle... Hasta manana, y pase usted una noche tranquila. Cerro la ventana, fingiendo un miedo pueril a los mosquitos, y Robledo tuvo que retirarse desalentado. A la misma hora el ingeniero Canterac escribia en su mesa de trabajo, terminando una larga carta con estas palabras: "... y tal es mi ultima voluntad, que espero cumplireis. iAdios, esposa mia! iAdios, hijos mios! Perdonadme." Doblo el pliego para meterlo en un sobre, y luego puso este en el bolsillo interior de una levita colgada cerca de el. "Si caigo manana--penso--, encontraran esta carta sobre mi pecho. Encargare a Watson, antes del duelo, que en caso de muerte la envie a mi familia." Una hora despues su adversario entraba en la casa de Moreno. El oficinista habia vuelto, momentos antes, de su reunion con los padrinos de Canterac. Pirovani le hablo lentamente, esforzandose por ocultar su emocion. Acababa de dejar sobre la mesa de Moreno dos cartas, una de ellas muy abultada, con el sobre abierto, mostrando su interior repleto de papeles. Habia estado escribiendo una parte de la noche en su alojamiento, para condensar en estas dos cartas todos sus asuntos. Senalo la mas delgada y dijo: --Esta es para mi hija. Se la enviara usted, si es que muero. El argentino quiso reir, como si dudase de la posibilidad de su muerte, acogiendo tales palabras con gestos alegres... Pero desistio de su fingido regocijo al ver que el contratista continuaba hablando con voz grave. --En el sobre mas abultado encontrara usted una autorizacion en regla para que pueda cobrar sin dificultades lo que me debe el gobierno, asi como las sumas que tengo depositadas en los Bancos. A un hombre habil como lo es usted, le sera facil enterarse, despues de examinar estos papeles, del estado de mis negocios y del medio mejor de liquidarlos. Tambien dejo un testamento en el que le nombro tutor de mi hija. Usted es el unico que me inspira confianza. Aunque alguna vez se ha inclinado mas del lado de mi adversario que del mio, eso no importa. Se que es usted un joven "honesto", y le confio mi hija y mi fortuna: todo lo que poseo en la tierra. Moreno se conmovio de tal modo por esta muestra de confianza, que hubo de llevarse una mano a los ojos. Luego se levanto para oprimir fuertemente la diestra del italiano y con palabras entrecortadas fue expresando su voluntad de cumplir fielmente todo lo que le encargase. Juraba dedicarse al cuidado de la hija y la fortuna de su amigo si este moria al dia siguiente. --Pero usted no morira--anadio golpeandose el pecho--. Me lo dice el corazon. Poco despues de salir el sol, varios hombres fueron reuniendose en una pradera de hierba rala vecina al rio. Tenia por limite unos sauces viejos y con las raices medio descubiertas, que se inclinaban moribundos sobre la corriente, como si de un momento a otro fueran a dejarse caer en ella. El lugar era triste. Como la luz se extendia a esta hora horizontalmente, casi al ras del suelo, las sombras de las personas y los arboles se prolongaban con un estiramiento irreal. Primeramente llego Pirovani escoltado por Moreno y don Carlos, todos vestidos de negro, pero el contratista se distinguia de sus acompanantes por una levita nueva y solemne. La habia recibido de Buenos Aires la semana anterior, a gusto de un sastre famoso, a quien encargo un vestuario completo igual a los que poseyesen los millonarios mas elegantes de la ciudad. Detras de este grupo avanzo un viejo alto, enjuto de carnes, con la nariz violacea y granujienta de los alcoholicos y una caja de cirugia bajo el brazo. Era el medico que Rojas habia ido a buscar la noche anterior en el pueblo mas proximo. Pasados unos minutos llegaron a la pradera Canterac, Torrebianca y Watson. El capitan y el marques vestian largas levitas, menos flamantes que la de Pirovani, y corbatas negras: lo mismo que si asistiesen a un entierro. Watson llevaba simplemente un traje obscuro. Luego de saludar Canterac ceremoniosamente desde lejos a su adversario y a los padrinos de este, empezo a pasearse por la orilla del rio. Fingia divertirse siguiendo con sus ojos el revuelo de los pajaros matinales o arrojando piedras a la corriente. El contratista, que deseaba no ser menos que el, imitandole en todo, se paseo tambien junto a los sauces, mirando al rio. Y asi continuaron ambos, yendo y viniendo cada uno por la parte de la orilla que se habia asignado, como si fuesen dos automatas. Torrebianca, al que todos cedian el primer lugar por su experiencia en estos lances, empezo a disponer los preparativos del combate. Pidio a Watson dos bastones que este llevaba a prevencion, y clavo uno en el suelo. Luego miro hacia el sol con una mano sobre los ojos, para darse cuenta exacta de que lado venia la luz, y empezo a marchar, contando sus pasos. --Veinte--dijo clavando en el suelo el segundo baston. Al reunirse otra vez con los padrinos saco una moneda, y luego de escuchar a Moreno la arrojo en alto. Cuando cayo la pieza, el oficinista dijo a Rojas: --Hemos ganado, don Carlos, y podemos elegir el sitio. El marques, que habia traido bajo un brazo su celebre caja de pistolas, la dejo abierta sobre la hierba. Cargo las dos armas con minuciosa lentitud, sacando a luz de nuevo la misma moneda para que el azar decidiese por segunda vez. Al caer la rodaja de metal, se inclino el oficinista para verla y dijo al estanciero: --La suerte esta con nosotros. Tambien podemos tomar la pistola que mas nos guste. Despues los padrinos de Pirovani fueron en busca de este para colocarlo junto a uno de los bastones escogido por ellos. El marques y Watson condujeron a su apadrinado al lugar que marcaba el segundo baston. Mientras tanto, el medico procedia con cierto azoramiento a sus preparativos. Era la primera vez que presenciaba un duelo. Habia abierto su caja de cirugia, y con una rodilla en tierra empezo a desenvolver vendajes, abrir frascos y examinar el buen funcionamiento de sus aparatos. Quedaron frente a frente los adversarios. Canterac estaba rigido, con rostro grave pero inexpresivo, lo mismo que un soldado que espera la voz de mando. Pirovani tenia los ojos ardientes, miraba con agresividad, parecia furioso. Cuando se acerco Moreno con una pistola para entregarsela, le dijo en voz baja: --Va usted a ver como lo mato. Me lo avisa el corazon. Pero olvido su optimismo homicida, para anadir con cierta angustia: --Lo que yo deseo es que me expliquen bien el tiempo de que puedo disponer para apuntar. No quiero equivocarme, y que me tomen luego por un ordinario, incapaz de comprender estas cosas. Conservaron sus pistolas los dos enemigos, con el canon en alto. Moreno se cuido de abrochar los botones de la levita de Pirovani que estaban sueltos. Luego le subio el cuello, para que no se viese el blanco de su camisa. Torrebianca examino por su parte a Canterac. Estaba correctamente abrochado como un militar, pero su padrino le subio tambien el cuello de la levita. Los dos, antes de tomar su arma, se habian quitado el sombrero, entregandolo a uno de los padrinos. Colocandose el marques entre ambos, saco un papel y empezo a leerlo con grave lentitud. "...Segundo. El director del combate dara tres palmadas, y los combatientes podran apuntar y hacer fuego a voluntad entre la primera y la tercera palmada." "Tercero. Si alguno de los dos hace fuego despues de la tercera palmada, sera declarado felon y descalificado inmediatamente." Pirovani, con la pistola en alto, avanzaba la cabeza y entornaba los ojos para oir mejor, acogiendo con movimientos afirmativos cada palabra de Torrebianca. Canterac permanecia impasible, como un hombre que esta escuchando algo que conoce sobradamente. Siguio leyendo el marques, y al fin guardo su papel, para hablar a los adversarios. --Mi deber es dirigir a todos un llamamiento en pro de la concordia. ?Es posible todavia una explicacion entre caballeros?... ?Quiere alguno de los dos presentar sus excusas al otro?... Movio Pirovani con violencia su cabeza, haciendo signos negativos. El ingeniero permanecio inmovil, sin que se alterase una linea de su rostro sombrio. El marques volvio a hablar, quitandose su sombrero con triste cortesia. --Entonces, que empiece el lance y cada uno cumpla como caballero. Retrocedio unos pasos, pero de espaldas, sin perder de vista a los combatientes. Luego levanto una mano, preguntando si estaban listos. Pirovani hizo un movimiento afirmativo. Su adversario continuaba mudo o inmovil. Separo el marques sus manos para dar la primera palmada. Todo esto lo hizo con una lentitud que daba a sus movimientos cierta solemnidad tragica. Los otros padrinos, colocados a alguna distancia de el, miraban con una emocion mal disimulada. El medico, que seguia arrodillado junto a su caja, levanto la cabeza con los ojos muy abiertos. Torrebianca fue aproximando las manos y dijo lentamente: --iFuego!... Una... Los dos bajaron a un tiempo sus pistolas. Pirovani, que solo tenia en aquel momento la preocupacion de no hacer fuego despues de la tercera palmada, se apresuro a tirar. Su enemigo guino ligeramente un ojo y contrajo levemente la mejilla del mismo lado, como si hubiese sentido el roce del proyectil. Pero recobro inmediatamente su impasible fosquedad y siguio apuntando. Volvio el marques a dar una palmada, diciendo lentamente: "Dos." Al ver Pirovani que no habia herido a su adversario y quedaba desarmado ante el, paso por su rostro, como una nube veloz, la emocion del miedo; pero fue por un momento nada mas. Luego, mirando a Canterac que le seguia apuntando, cruzo sus brazos, apoyo en el pecho la pistola inutil y presento de frente todo su cuerpo, con loca jactancia, cual si desafiase a la muerte. Moreno se agarro a un hombro de Rojas, obligado por su ansiedad a buscar un apoyo. El estanciero apretaba los labios. --iPucha!... Lo va a matar--dijo entre dientes. Dio otra palmada el director del combate. "Tres." Un momento antes Canterac habia hecho fuego. Todos corrieron en una misma direccion, menos el capitan, que permanecio inmovil, con el brazo caido y la pistola todavia humeante en su diestra. El contratista estaba de bruces en el suelo como una masa inerte. Los que corrian hacia el vieron en primer termino la cuspide de su cabeza, y saliendo de ella un hilo de sangre que serpenteaba entre la hierba. Inmediatamente esta cabeza quedo invisible, pues todos se agolparon en torno al cuerpo caido, inclinandose para escuchar al medico, que lo examinaba con una rodilla en tierra. Momentos despues alzo este su rostro para decir con balbuceos de emocion: --Nada queda que hacer... iMuerto! Viendo que Canterac se aproximaba al grupo para saber lo ocurrido, Torrebianca salio a su encuentro, cerrandole el paso. El gesto triste del marques, antes que sus palabras, revelaron al ingeniero la verdad. Su padrino juzgo necesario llevarselo de alli, y le dijo imperiosamente que le siguiese. Al otro lado de las dunas aguardaba un carruaje, el mismo que habia llevado a Elena la tarde de la fiesta. Cuando este vehiculo los dejo frente a la antigua casa del muerto, los dos quedaron con los pies vacilantes. Torrebianca no podia invitar a Canterac a que entrase en un edificio que era de Pirovani. El otro tampoco osaba dar un paso. Estaban los dos inmoviles, sin saber que decirse, cuando aparecio Robledo. Debia estar rondando desde mucho antes por las inmediaciones de la casa para adquirir noticias. Al reconocer a Canterac le miro con una expresion interrogante. --?Y el otro?... Inclino la cabeza Canterac y el marques hizo un gesto doloroso que revelo a Robledo todo lo ocurrido. Permanecieron los tres en silencio. Luego el frances dijo en voz baja: --Mi carrera perdida; mi familia abandonada... iY lo mas horrible es que no siento odio alguno al pensar en ese infeliz!... ?Que sera de mi? Robledo era el unico de los tres capaz de una resolucion energica en aquel momento. --Lo primero es huir, Canterac. Este asunto hara mucho ruido, y no puede taparse como una rina de boliche. Pase los Andes cuanto antes; al otro lado esta Chile, y alli puede usted esperar... En el mundo todo se arregla, bien o mal; pero todo se arregla. El frances hablo con desaliento. No tenia dinero; lo habia gastado todo en aquella fiesta, que ahora le parecia un disparate. ?Como vivir en Chile, donde no conocia a nadie?... Le tomo un brazo el espanol para tirar de el afectuosamente, llevandoselo de alli. --Lo primero es huir--dijo otra vez--. Yo le dare los medios de hacerlo. Vamonos. Canterac se resistia a obedecerle, mirando al mismo tiempo a Torrebianca. --Quisiera antes de irme--murmuro--decir adios a la marquesa. Fue tan suplicante el tono con que hizo esta peticion, que provoco en Robledo una sonrisa de lastima. Luego le fue empujando con una superioridad paternal. --No perdamos tiempo--dijo--. Preocupese de usted nada mas. La marquesa tiene otras cosas en que pensar. Y se lo llevo a su casa. Durante todo el dia el suceso mantuvo en continuo bullicio a los habitantes del pueblo. Muchos lo aprovecharon como un motivo para abandonar el trabajo. En la calle central se formaron numerosos grupos de hombres y mujeres, hablando acaloradamente, al mismo tiempo que miraban con hostilidad la casa que habia sido de Pirovani. Los nombres de Torrebianca y su mujer sonaban tanto como los de los adversarios que se habian batido. Entre las gentes del pueblo pasaron algunos gauchos amigos de Manos Duras, como si el reciente suceso hubiese extinguido completamente la hostilidad que existia entre ellos y los habitantes de la Presa. A media tarde atraveso la calle central el mismo Manos Duras, mirando con interes hacia la casa. Algunas mestizas le hablaron, manifestando su indignacion contra aquella senorona que perturbaba a los hombres. Pero el famoso gaucho encogio sus hombros, sonriendo despectivamente, y siguio adelante. En el boliche le esperaban tres amigos suyos que vivian la mayor parte del ano al pie de los Andes y habian venido a pasar unos dias en su rancho. Don Roque, en otras circunstancias, se hubiese alarmado al conocer esta visita. Tal vez preparaban algun robo importante de "hacienda" para llevar las reses al otro lado de la Cordillera y venderlas en Chile. Pero ahora los personajes importantes de la Presa daban mas que hacer al comisario que los gauchos dedicados al abigeato. Al entrar Manos Duras en el "Almacen del Gallego", vio que el publico era mas numeroso que las otras tardes de trabajo, hablandose en todos los corros de la muerte del contratista. Mientras bebia de pie junto al mostrador, fue oyendo los comentarios de los parroquianos. --Esa hembra--gritaba uno--es la que ha tenido la culpa de todo. iQue mala p...! Manos Duras se acordo de la tarde en que habia visto a la marquesa por primera vez. Este recuerdo hizo que mirase con ojos agresivos al que acababa de hablar, lo mismo que si le hubiese dirigido una injuria. --Dos hombres se han peleado a muerte por esa senora; ?y que?... Yo tambien estoy dispuesto a pelar mi facon y a matarme con el primero que la insulte. A ver si hay un guapo que quiera pisarme el poncho. Esta invitacion a "pisarle el poncho" era un reto a estilo gaucho para el combate; pero despues de un corto silencio los parroquianos empezaron a hablar de otra cosa. Se asomo Torrebianca, al atardecer, a una de las ventanas de su casa, mirando con extraneza los grupos reunidos en la calle. Su numero habia aumentado. El comisario de policia, que acababa de regresar de Fuerte Sarmiento, iba entre ellos, hablando a unos y a otros para que se retirasen. Al ver al marques en la ventana le saludo quitandose el sombrero. Hombres y mujeres quedaron mirando al esposo de Elena fijamente, con una curiosidad hostil, pero nadie oso una demostracion contra el. Torrebianca no pudo ocultar su sorpresa ante la mirada inquietante de tantos ojos fijos en su persona. Luego se dio cuenta de una impopularidad que juzgaba inexplicable, y acabo cerrando las vidrieras con triste altivez. Pasados algunos minutos abrio Sebastiana la puerta de la casa, apoyandose en una baranda de la galeria exterior. Habia sentido la atraccion de aquella afluencia de grupos, en los que reconocio a muchas amigas antiguas. Pero al verla las mujeres que estaban en la calle, empezaron a gesticular y a insultarla a gritos. Ella, irritada por tan incomprensible acogida, acabo por responder en el mismo tono; pero abrumada al fin por la superioridad numerica de sus adversarias y viendo ademas que muchos hombres las ayudaban con sus risas y palabrotas, tuvo que retirarse. Al reflexionar luego en la cocina, fue columbrando la verdad. Todas las mujeres del pueblo, sin exceptuar las que eran comadres suyas, irian contra ella porque estaba al servicio de la marquesa. A la misma hora del anochecer entro Watson en el pueblo. Despues del terrible suceso de la manana habia tenido que preocuparse del cadaver de Pirovani, acompanando a los padrinos de este y al medico. Primeramente lo guardaron en un rancho ruinoso cercano al rio. Luego resolvieron trasladarlo a Fuerte Sarmiento, ya que debia ser enterrado finalmente en el cementerio de dicho pueblo. Asi evitaban las manifestaciones que podian surgir en la Presa si el cadaver era llevado alla. Regresaba Watson de Fuerte Sarmiento y habia dejado a sus espaldas las primeras casas del pueblo, cuando se encontro con Canterac. Este iba tambien a caballo, con sombrero y poncho iguales a los que usaban los jinetes del pais, y llevando ademas un saco de ropa y de viveres en el delantero de la silla. Al reconocerlo, el joven se detuvo para estrechar su mano. Adivino que no le veria mas, pues su aspecto era el de un viajero que se dispone a cruzar la desierta llanura patagonica. Canterac, respondiendo a su pregunta, senalo el horizonte, en el que empezaban a brillar las primeras estrellas por la parte de los Andes invisibles. Luego le manifesto su proposito de pasar la noche en una estancia cerca de Fuerte Sarmiento, para continuar la marcha apenas apuntase el dia. --Adios, Watson--dijo--. Habria sido un bien para todos nosotros que esa mujer no viniese nunca a esta tierra. Ahora veo las cosas bajo una nueva luz; pero iay! ya es tarde. Por unos momentos miro con indecision a Ricardo, pero al fin dijo resueltamente: --Oiga el consejo de un desgraciado, y no se ofenda porque se lo doy sin que usted me lo pida... No se separe nunca de Robledo: es un alma noble. Gracias a su bondad puedo marcharme... Todo lo que va conmigo le pertenece... Desconfie de los que le hablen mal de el... Sus ojos tristes miraron intencionadamente al joven mientras decia las ultimas palabras. Antes de alejarse aun se atrevio a darle un nuevo consejo: --Y no olvide por ninguna otra mujer a esa senorita que llaman Flor de Rio Negro. Le apreto la diestra, hizo un signo de adios, y bajando la cabeza espoleo a su caballo, perdiendose en la noche, que empezaba a nacer. * * * * * #XV# Marcho Watson hacia el pueblo, sintiendo en su interior la comezon de una conciencia que empieza a perder su tranquilidad. Recordaba con remordimiento aquel breve dialogo en el parque improvisado, durante el cual hablo duramente a Robledo. "iY por esa mujer--pensaba--que lleva los hombres a la muerte, he maltratado al mejor de mis amigos!" Luego, el rostro triste y lloroso de Celinda sucedia en su imaginacion a la cara bondadosa de Robledo. "iPobre Flor de Rio Negro!--siguio diciendose--. Debo ir manana a implorar su perdon, si es que se digna escucharme." Entro en la Presa ensimismado, dejandose llevar por el instinto de su cabalgadura; pero de pronto noto que esta queria detenerse, y al levantar su cabeza se dio cuenta de que estaba ante la casa de la Torrebianca. El comisario de policia, ayudado por dos de sus hombres, empujaba con suavidad al ultimo grupo de curiosos, llevandoselo por delante entre paternales exhortaciones. Se alejo don Roque, e iba Ricardo a continuar su marcha, cuando noto que en la casa se entreabria una ventana, asomando a ella una mano de mujer, que le hacia senas para que se acercase. Watson permanecio insensible al llamamiento y la ventana se abrio completamente, apareciendo Elena vestida de negro, como si guardase luto, pero llevando estas ropas funebres con cierta coqueteria. Tuvo Ricardo que aproximarse a la casa, y se quito el sombrero para responder a sus afectuosos ademanes. --iTanto tiempo sin verle!... Entre en seguida. El hizo con la cabeza un signo negativo, mirandola con severa expresion. --?No me pregunta por quien voy de luto?--continuo ella--. Ha muerto la madre de mi esposo, una senora que yo amaba muchisimo. Estoy muy triste... iComo necesito en estos momentos la conversacion de un buen amigo!... Pretendia dar a sus palabras un tono doloroso y al mismo tiempo le invitaba a subir con ademanes de seduccion. Pero Ricardo insistio en sus signos negativos y dijo al fin: --Vendre a visitarla cuando viva en otra casa y este presente su esposo. Ahora no puedo. Y se alejo sin volver el rostro, mientras ella iba pasando de la sorpresa a la colera, cerrando finalmente su ventana con violencia. Cuando Watson, despues de la cena, intento disculparse con Robledo, pidiendo que le perdonase su rudeza, el espanol le hizo callar. --No hablemos del pasado; tan amigos como antes: lo nuestro resulta un incidente sin importancia. Lo verdaderamente terrible es lo del pobre Pirovani y la situacion en que se ve Canterac... Comprendo la impresion que han producido en usted sus palabras. iPobre hombre! Unicamente quiso aceptar de mi lo mas preciso para su viaje a traves de la Cordillera. Dice que en Chile esperara mis noticias. Pienso buscarle algunas recomendaciones entre mis amigos de Buenos Aires... iQue catastrofe! iY todo por una mujer! Robledo quedo pensativo, para afirmar despues optimistamente: --Yo no la creo mala por completo. Es una hembra impulsiva, con las pasiones sin educar, que siembra el mal ignorandolo muchas veces, pues toda su atencion la pone en ella misma, creyendose el centro de lo existente. Si fuese rica tal vez seria buena; pero no conoce la modestia y es incapaz de aceptar el sacrificio. iDesea tantas cosas y tiene tan pocas!... Sonrio melancolicamente e hizo una pausa, para continuar diciendo: --Por suerte, no todas las mujeres son iguales. Ella misma me dijo un dia que, en nuestra epoca, la hembra que piensa un poco se considera infeliz y odia todo lo que la rodea si no posee un collar de perlas, que es como el uniforme de la mujer moderna... Hay un ser mas temible, querido Ricardo, que la mujer que busca a todo trance el collar de perlas: es la que lo tuvo, lo perdio, y quiere volver a conquistarlo sea como sea. El recuerdo de Gualicho, diablo enredador que perturbaba a los indios con sus tretas, obligandolos a montar a caballo para perseguirlo a lanzadas y golpes de boleadora, paso por su memoria. De continuar Elena en el mundo viejo, hubiese sido una de tantas mujeres temibles que se ven refrenadas y neutralizadas por la vecindad de otras semejantes a ellas. Pero aqui, rodeada de hombres que la admiraban, y en un ambiente primitivo que la hacia resaltar como si fuese de esencia superior, habia ejercido sin quererlo una influencia tan nefasta como la del demonio cobrizo temido en otros tiempos por los jinetes errantes de la Pampa. Ella misma habia sido victima de este ambiente de soledad al enamorarse de Watson. Creia poder jugar con los hombres, despreciandoles. Asi se lo habia manifestado una noche a Robledo, mirando con lastima a sus solicitantes. Pero Ricardo era la juventud, la frescura varonil, el hombre adorado por el primer amor de una adolescente y que por esto mismo representa una tentacion para la coqueta madura, ganosa de quitarselo a la otra mujer. Sentia la necesidad de convencerse a si misma de que aun guardaba su antiguo poder de seduccion, trastornando la existencia del joven ingeniero... Y ahora debia sufrir cruelmente en su vanidad, al verse despreciada por el unico hombre que habia llegado a interesarle en este desierto. Robledo acabo por compadecer a la esposa de Torrebianca con una conmiseracion algo despectiva. --Cree haber nacido para vivir en lo mas alto, y la desgracia se complace en hacerla caer... Nada tiene de extrano que sea mala, faltandole el consuelo de la modestia y la resignacion. Parecio asustarse el espanol al considerar lo que probablemente podia ocurrir en la Presa despues del suceso de aquella manana. --El contratista muerto... el ingeniero director fugitivo... Habra que suspender los trabajos... Van a retrasarse las obras del dique, y llegaran las crecidas sin que las tengamos terminadas. iQue situacion! Hay que ir a Buenos Aires en busca de remedio. Y paso gran parte de la noche sin poder dormir, desvelado por estas preocupaciones. Watson monto a caballo la manana siguiente, pero en vez de dirigirse al lugar donde se abrian los canales, se encamino a la estancia de Rojas. Mientras el gobierno no enviase un nuevo director para la terminacion del dique, los trabajos de la empresa ideada por Robledo resultarian inutiles y era prudente suspenderlos. Al llegar cerca de la estancia quiso descender de su caballo para abrir una "tranquera", armazon de palos que servia de puerta, obstruyendo el camino; pero vio junto a ella un pequeno mestizo, de diez anos, gordinflon, con ojos aterciopelados de antilope y una tez lustrosa de color chocolate claro, que le contemplaba sonriente, metiendose un dedo en la nariz. --Esta manana--dijo--salio disparado el patron... Anoche nos robaron una vaca. Pero Ricardo le pregunto algo que consideraba mas interesante. --?Donde esta tu patroncita, Cachafaz? El llamado _Cachafaz_, a causa de sus diabluras, saco el indice que tenia en la nariz para senalar a lo lejos. --Ahorita mismo acaba de irse. La encontrara ahi cerquita no mas. Y con el dedo fue senalando toda la linea del horizonte. Comprendio Watson que para el amigo Cachafaz, hijo del desierto, "ahorita mismo" significaba una hora, dos o tal vez tres, y "ahi cerquita" algo asi como un par de leguas. Pero necesitaba ver a Celinda, estaba resuelto a buscarla, y empezo a galopar por el campo, confiandose a su buena suerte. Lo que el pequeno mestizo no quiso decir era que la patroncita estaba enferma, segun opinion de su madre, india vieja que habia venido a reemplazar a Sebastiana como primera criada de la estancia, pero sin tener su buen humor ni su garbo para el trabajo. Iba a todas horas con un cigarro paraguayo en un extremo de sus labios azulencos y chorreantes de nicotina, y cuando don Carlos no estaba presente, empleaba para tomar mate su misma calabacita de finas labores y su bombilla de plata. Las gentes de la estancia miraban con un respeto supersticioso a la madre de Cachafaz, por creerla bruja y en oculto trato con los espiritus que aullan y giran dentro de las columnas de arena, altas como torres, levantadas por el huracan en la altiplanicie. Al ver la melancolia de Celinda y sorprenderla otras veces llorando, la india movia su cabeza, como si esto confirmase sus opiniones. --Usted lo que tiene, nina, es que esta enferma, y yo se de que enfermedad. Un abuelo suyo habia sido gran hechicero cuando los indios acampaban aun sobre esta tierra como duenos unicos. Los jefes de las tribus le hacian llamar al sentirse enfermos. Su padre heredo este tesoro de ciencia, pero por desgracia, solo le habia transmitido a ella una infima parte. --A usted los que le hacen dano son los ayacuyas, y hay que curarla de sus flechas. Ella conocia perfectamente a los "ayacuyas", duendes indios tan minusculos, que una docena de ellos caben sobre una una, armados con arcos y flechas, y a cuyas heridas hay que atribuir la mayor parte de las enfermedades. No los habia visto nunca, por ser una misera ignorante; pero su abuelo y su padre, grandes "machis", o sea curanderos magicos, tenian frecuente trato con estos demonios pequenisimos. Solo los sabios indigenas podian conocerlos. Algunos medicos _gringos_ pretendian haberlos visto igualmente, dandoles en su lengua el apodo de "microbios", pero ique sabian ellos!... Cuando se les habian acabado las flechas para herir a los humanos, los atacaban con sus dientes y sus unas. Lo importante era saber extraer, sajando o chupando las carnes del enfermo, las astillitas de flecha o las unitas y dientecillos que los diablos invisibles dejaban en el cuerpo. --Yo le buscare un machi que la ponga buena, nina, sacandole esa tristeza que le han dado los ayacuyas. iPero que no lo sepa el patron!... Celinda sonreia de los remedios propuestos por la madre de Cachafaz, y cuando se cansaba de permanecer encerrada en la estancia iba en busca de su caballo para correr el campo sin objeto. Ya no se vestia de muchacho. Parecia abominar de este traje, a causa de los recuerdos que despertaba en ella. Preferia montar con faldas y olvidaba el lazo, que era antes su mayor diversion. Llevaba esta manana mas de una hora de galope por las tierras de su padre, cuando vio sobre una altura a un jinete, inmovil y empequenecido por la distancia, semejante a un soldadito de plomo. Se detuvo al notar que este jinete minusculo, como si la hubiese reconocido, se echaba cuesta abajo, galopando hacia ella. Dejo de verlo algun tiempo y luego reaparecio, considerablemente agrandado, en el borde de una hondonada proxima. Al convencerse de que era Watson, el primer impulso de ella fue huir. Despues se arrepintio de esta fuga, por considerarla una cobardia, quedando inmovil, en actitud desdenosa. Llego Ricardo y se quito el sombrero, bajando los ojos humildemente. Queria hablar, pero no encontraba las palabras. Ademas, ella no le dio tiempo para expresarse. --?Que busca usted?--dijo con dureza--. ?Es que le ha despedido su gringa? Aqui no se admiten puchos de otra. E hizo dar vuelta a su caballo para marcharse. Ricardo pretendio enternecerla con su voz suplicante: --iCelinda! Vengo a manifestar mi arrepentimiento... Vengo en busca de mi Flor de Rio Negro. Ella parecio conmoverse al notar la humildad infantil con que el moceton decia estas palabras, pero inmediatamente recobro su dureza. --iPerdone por Dios, hermano, y siga viaje!... Hoy no puedo hacer limosnas. Empezo a alejarse, pero todavia se detuvo para anadir con una crueldad de nina mimada: --No me gustan los hombres que piden perdon. Ademas, jure que solo volveria a verle si me echaba el lazo... Pero no podra echarmelo nunca. Usted no es mas que un gringo chapeton, y ademas de torpe desagradecido. Y metiendo espuelas a su caballo salio a todo galope, no sin hacer antes a Ricardo un gesto de desprecio. Quedo este avergonzado por la cruel despedida de la amazona y sin deseos de seguirla. Despues su vanidad se alboroto, y quiso alcanzarla para que reconociese que no era un "chapeton", un torpe, como ella creia. Los dos empezaron a evolucionar por las tierras de la estancia, persiguiendose a traves de alturas y hondonadas. De vez en cuando, Celinda, que llevaba siempre una gran ventaja sobre su perseguidor, detenia la velocidad de su caballo como si quisiera dejarse vencer por Watson; pero al verle cerca volvia a salir a todo galope, insultandolo con las mismas palabras que inventaron los gauchos en otros tiempos para burlarse de la torpeza de los europeos en los usos del pais y de su inferioridad como jinetes. --iGringo chapeton!... iMaturrango que no sabe tenerse sobre el caballo! Conservaba Ricardo en el delantero de su silla un lazo de cuerda que le habia regalado Flor de Rio Negro. Mientras galopaba lo desenrollo, para arrojarlo sobre ella cada vez que estaba proxima. El lazo caia siempre en el vacio, lejos de Celinda, y esta celebraba con ironicas carcajadas la torpeza del ingeniero; pero su risa fue transformandose y cada vez se hizo mas alegre, como si no expresase ya desprecio por su falta de habilidad, sino regocijo. Watson reia tambien, presintiendo que una risa comun acabaria por unirlos con mas rapidez que su lazo inutil. En estas evoluciones se fueron aproximando a la estancia. Celinda hizo que su caballo saltase una barrera de troncos, y desaparecio. Watson no pudo obligar al suyo a que diese otro salto igual, e hizo un largo rodeo para entrar por una tranquera abierta. Asi llego hasta el edificio de la estancia con calculada lentitud, deseando que saliese alguien a quien hablar. Celinda permanecia invisible, y el no osaba presentarse en la puerta de la casa, por miedo a que la hija de Rojas le recibiese hostilmente. Otra vez el pequeno Cachafaz aparecio junto a las patas de su caballo, con una oportunidad providencial. --Dile a la senorita Celinda si puedo entrar a saludarla. Se alejo el duende mestizo rascandose por debajo de la suelta camisa el grueso boton de su panza achocolatada. Poco despues volvio a aparecer, y con su vocecita cantarina y melosa de indio anuncio a Watson: --Mi patroncita dice que se vaya, y que no quiere verle mas, porque es usted... porque es usted muy feo. Quedo riendo Cachafaz de sus propias palabras, mientras Watson miraba con tristeza hacia la casa. Luego hizo dar vuelta a su cabalgadura y se alejo relativamente consolado, por una resolucion que acababa de adoptar. "Volvere manana...--se dijo--. Volvere todos los dias, hasta que me perdone." Aquella tarde la paso Elena sola en su salon. Varias veces tomo un libro, pero sus ojos se deslizaban sobre las paginas sin comprender el sentido de una sola linea. Permanecio largo rato pensativa en el sofa, fumando cigarrillos. Luego fue a situarse junto a una ventana, mirando a traves de sus vidrios la calle central, de modo que no la viesen desde fuera. En realidad solo podia ser vista por dos de los cuatro policias de la Presa que habia colocado don Roque cerca de la casa, para evitar que se reuniesen grupos, como el dia anterior. La gente parecia haber olvidado por el momento la antigua vivienda de Pirovani. Nadie se detenia ante ella y resultaba inutil la precaucion del comisario. Ademas, muchos de los trabajadores del dique habian ido a Fuerte Sarmiento para asistir al entierro del contratista. Los otros estaban en el "Almacen del Gallego" o formaban corros en las afueras del pueblo, discutiendo acaloradamente sobre la posibilidad de que se suspendiesen en breve los trabajos, quedando todos sin ocupacion. Algunos, mas optimistas, creian que en el primer tren iba a llegar un nuevo ingeniero director, como si al gobierno de Buenos Aires le fuese imposible vivir si no reanudaba los trabajos inmediatamente. El Gallego y otros espanoles hacian apuestas sosteniendo que su compatriota don Manuel Robledo, al que respetaban como una gloria nacional, seria el designado para la nueva direccion. Ciertos peones viejos que habian rodado por todas las obras publicas del pais levantaban los hombros con una expresion fatalista. --La carreta se ha atascado, y vereis el tiempo que pasa antes que vuelva a rodar. Mientras Elena, de pie junto a los vidrios, contemplaba la calle solitaria, iba repasando mentalmente todas las dificultades de su actual situacion. Pirovani muerto; el otro huido; la casa que ella ocupaba no sabiendo aun de quien iba a ser... Ademas penso en lo que estaria diciendo Robledo y en la hostilidad repentina de aquel Watson, unica persona cuya presencia parecia esparcir cierto interes sentimental sobre la vida monotona que llevaba alli. Tal vez a aquella misma hora Ricardo iba en busca de la muchachuela que habia intentado golpearla con su latigo... Nunca, en el curso de su complicada historia, que ella sola conocia exactamente, se habia encontrado en peor situacion. Hasta aquella muchedumbre heterogenea--en la que habia muchos con un pasado europeo repleto de delitos--se atrevia a dirigirle reproches, obligando a la autoridad de la Presa a guardarla con aquellos dos hombres apoyados en sus sables que veia desde su ventana. iY ella habia atravesado el Oceano y venido a instalarse en una tierra casi salvaje, para encontrarse finalmente en tal situacion!... Siempre habia conseguido un remedio en los mayores apuros de su vida; siempre lograba salir de los conflictos bien o mal; pero ahora no podia acertar con la solucion necesaria... ?Irse de alli? ?Como lograrlo? Eran pobres lo mismo que al llegar; mas aun, pues Robledo no iba a pagarles igualmente su viaje de regreso. ?Adonde dirigirse, si su esposo habia huido de Paris y alla le esperaba la Justicia? Penso con miedo en la prolongacion de su vida en la Presa. Habia resultado tolerable hasta el presente por las larguezas de Pirovani y la rivalidad de este con los otros. Mas iay! el italiano habia muerto, y ella tendria que abandonar esta casa que era como un palacio dominador de todo el pueblo. Nadie vendria en adelante a desearla y admirarla, esforzandose por hacer agradable su vida. Unicamente quedaba Robledo: un enemigo... Quedaba tambien Watson, que podia haber representado para ella una solucion; pero ieste hombre habia cambiado tanto!... Cruzo por su pensamiento una idea que la habia halagado en los ultimos dias, cuando el joven la acompanaba en sus paseos. Ella podia abandonar a Torrebianca, que era un naufrago incapaz de salir a la orilla, e irse con Watson por el mundo. Un hombre energico y algo inocente como este joven, aconsejado por una mujer experta, podia acabar triunfando en cualquier pais. En su vida anterior tenia Elena episodios mas arriesgados... Pero inmediatamente sentia la fiebre del odio al convencerse de que era imposible esta solucion. Ricardo habia huido de ella para siempre. Ya no podia dudar de este alejamiento, despues de haberle hablado desde su ventana la tarde anterior. Tal vez le seria facil su reconquista viendolo a solas; pero el otro, como si presintiese el peligro, habia dicho que solo volveria a visitarla en otra casa y en presencia de su esposo. La voz con que afirmo esto y su mirada revelaban una voluntad inconmovible. Como Elena no podia sospechar el cambio de ideas que se habia realizado en Canterac despues del duelo, ni tampoco la breve conversacion de este con Watson al marcharse, atribuia dicho trastorno en la actitud del joven a la influencia de Celinda. "Me lo ha tomado otra vez--penso--. Esa muchachuela rustica me cierra el unico camino que podia seguir. iAy! icomo la odio!" Durante sus reflexiones se sintio agitada por diversos y encontrados pensamientos, como si se hubiese partido interiormente en dos personalidades distintas. La imagen de Watson la confortaba todavia en estos momentos angustiosos. Era el hombre joven, el dominador, que surge en el ocaso de toda mujer acostumbrada a jugar cruel y friamente con los deseos de los hombres. Ella, que los habia buscado en otros tiempos por ambicion o por codicia, necesitaba ahora a Watson. No lo deseaba solamente porque era capaz de hacerla salir de su critica situacion, sino por el mismo; porque era la juventud, la fuerza y la ingenuidad, todo lo que puede dar apoyo a una vida fatigada. Sentia ademas el dolor de los celos; unos celos de mujer vanidosa y algo madura que se ve arrebatar la ultima esperanza de felicidad por una adversaria que casi puede ser su hija. A la par que sufria este tormento debia preocuparse de su tragica situacion, creada por la rivalidad amorosa de dos hombres que la habian deseado, y defenderse tambien del odio de todo un pueblo. "?Que hacer?--siguio pensando--. iAy! ?En donde me he metido?" Unos golpecitos en la puerta del salon la hicieron abandonar sus pensamientos. Entro Sebastiana con expresion timida e indecisa, manoseando una punta de su delantal. Al mismo tiempo sonreia mirando a la senora, como si buscase palabras para dar forma al deseo que la habia traido hasta alli. Elena la animo a que hablase, y entonces la mestiza dijo resueltamente: --Yo estaba al servicio del finado don Pirovani, y como ya es difunto... por lo que todos sabemos, debo irme. Manifesto la senora su extraneza ante tal decision. Podia quedarse; ella estaba contenta de sus servicios. La muerte del italiano no era motivo suficiente para que se marchase. En alguna parte debia servir, y Elena preferia que fuese en su casa. Pero la mestiza insistio, moviendo la cabeza negativamente: --Debo irme. Si me quedo, tengo amigas aqui que me sacaran los ojos. iMuchas gracias! Quiero estar bien con los mios... y ?por que no decirlo? la senora cuenta con pocas simpatias en el pueblo. Despues de tales palabras no juzgo prudente Elena seguir la conversacion, limitandose a mostrar una triste conformidad. --iSi a usted le da miedo seguir aqui!... Esta tristeza conmovio a Sebastiana. --Yo con gusto me quedaria; la senora me es simpatica y no me ha hecho nunca dano... Pero la gente es como es, y yo ipobre de mi! no voy a pelearme con todas las mujeres de la Presa. Si puedo servir en otra cosa a la senora, mandeme... Se retiro al fin, luego de insistir en sus deseos de ser util a Elena y en la tristeza que le causaba abandonar su servicio. Cerca de la puerta se detuvo para contestar a la marquesa, que le pregunto por su marido. --No se. Salio esta manana y aun no ha vuelto. Tal vez ha ido a Fuerte Sarmiento con don Moreno para el entierro de mi pobrecito patron. Al quedar sola, Elena empezo a preocuparse de su esposo, personaje olvidado que parecia resurgir con nueva importancia. Estaba acostumbrada a considerarlo como un ser falto de voluntad, pronto a aceptar todas sus ideas y creyendo lo que ella quisiera hacerle creer. Pero el ultimo episodio de su vida resultaba extremadamente violento. En una gran capital hubiera tenido menos resonancia, imas aqui, en un pueblo de vida monotona, donde rara vez ocurria algo extraordinario, y en presencia de una muchedumbre aventurera predispuesta a insultar a las personas de clase superior!... Sintio cada vez mayor inquietud al pensar en la posibilidad de que Torrebianca descubriese el verdadero motivo del odio de aquellos dos hombres cuyo duelo a muerte habia concertado. Fue repasando en su memoria todo lo ocurrido entre ella y su esposo desde el dia anterior. Federico, al volver a casa, le habia contado el triste fin del combate, pero con ciertas precauciones, como si temiese la emocion que podia causarle esta noticia. Luego, al atardecer, parecia otro hombre. Rehuyo hablar, contestandola siempre con monosilabos, y por dos veces sorprendio su mirada fija en ella con una expresion que nunca habia conocido. Despues de cerrar su ventana Torrebianca, molestado por la curiosidad de la muchedumbre, se habia ocultado en su dormitorio para no salir hasta la manana siguiente muy temprano, antes de que Elena despertase. El dia tocaba a su fin y Federico aun no habia vuelto. ?Que debia pensar ella de todo esto?... Pero su inquietud no tardo en desvanecerse. Estaba tan acostumbrada al dominio absoluto de su marido, que acabo por considerar sin fundamento sus sospechas y temores. Ademas, aunque tales inquietudes resultasen ciertas, ella conseguiria apaciguarlo y convencerlo, como lo habia hecho muchas veces. La vista de un transeunte que pasaba lentamente ante la casa mirando a las ventanas sirvio para hacerla olvidar a su esposo. Era Manos Duras. Una hora antes, cuando estaba ella, lo mismo que en el presente momento, de pie junto a los vidrios, habia creido ver por dos veces al gaucho asomandose a la esquina de una callejuela proxima. El rustico jinete iba a pie, vagando por el pueblo, como un trabajador en dia de descanso. Al columbrar a la marquesa detras de los visillos la saludo quitandose el sombrero y ensenando su dentadura de lobo. Era el primer saludo sonriente que recibia Elena despues de la muerte de Pirovani. Adivino en este hombre al unico admirador que le quedaba, y esto le parecio tan comico que casi la hizo reir. En adelante solo podria contar con el enamoramiento de un gaucho medio bandido. Quedo pensativa, con la frente apoyada en los cristales, mirando la avenida solitaria. Manos Duras habia desaparecido en la callejuela inmediata, y hasta los dos policias, juzgando inutil su vigilancia, se iban alejando hacia el boliche. Otra vez sono la puerta del salon bajo los discretos llamamientos de Sebastiana. Ahora entro mas resueltamente, pero hablando en voz baja y sonriendo con una expresion confidencial. --?Ha venido el senor?--pregunto Elena. --No; es otra cosa... Estaba yo en el corral, hace un momento, cuando ese gaucho que llaman Manos Duras aparecio en la puerta trasera y dijo... Hizo esfuerzos de memoria para repetir las mismas palabras del hombre. Le habia encargado que manifestase a la senora marquesa como el estaba alli, a sus ordenes, para lo que quisiera mandar. En los malos momentos se conoce a los amigos; y ahora que tantos en el pueblo y fuera de el hablaban contra la senora por pura envidia, Manos Duras tenia el gusto de repetir que era el de siempre. --Decidle vos a tu patrona que no me doy la vuelta como muchos otros, y que ella siempre sera la mesma para mi, porque yo soy de los de "me rompo pero no me dueblo"... Eso me ha dicho Manos Duras para que yo se lo diga a la senora. Elena acogio estas palabras con una sonrisa. iPobre hombre! iY aun decian que era un bandido!... Para ella resultaba en aquellos momentos el varon mas interesante del pais, el unico caballero que se atrevia a hacer frente al populacho ofreciendola su apoyo. Cuando la mestiza se marcho, aun se mantuvo Elena junto a la ventana viendo a los transeuntes, cada vez mas numerosos, segun avanzaba el ocaso. Se aparto de los vidrios al pasar algunos grupos de trabajadores a caballo u ocupando carruajes alquilados en Fuerte Sarmiento. Volvian indudablemente del entierro del contratista. Todos, antes de alejarse, miraban de reojo la casa. Cerca del anochecer vio pasar a un jinete solo, que bajaba la cabeza obstinadamente. Era Ricardo Watson. Se dio cuenta, por su traje cubierto de polvo y por el aspecto de su cabalgadura, que no venia del entierro como los otros. Debia haber pasado el dia en el campo; indudablemente, en la estancia de Rojas o vagando por las inmediaciones del rio en compania de aquella muchacha del latigo. "iY yo aqui--penso--, encerrada como una fiera, huyendo de los insultos de un populacho injusto!... iY luego se asombran de que una mujer sea mala!" Permanecio inmovil, con los ojos entornados, mientras las sombras del crepusculo, surgiendo de los rincones, venian a confundir sus lobregueces en el centro de la habitacion. Solo una debil claridad exterior daba cierta fluorescencia azul a los vidrios, destacandose sobre ellos la silueta inmovil de Elena. Cerrada ya la noche, cuando dio un grito para que acudiese Sebastiana, esta contesto adivinando sus deseos: --iAlla voy con la lampara!... Y aparecio llevando un gran quinque, que puso sobre la mesa, en mitad del salon. Iba a retirarse, creyendo que lo habia hecho todo, cuando la detuvo la senora. --?Usted sabe donde podra estar en este momento ese Manos Duras de que me hablo antes? La mestiza, siempre predispuesta a la charla desarrollo un largo preambulo antes de dar una contestacion precisa. Manos Duras iba ahora a todas partes con unos amigos suyos de la Cordillera que estaban alojados en su rancho: gente mala y poco temerosa de Dios. iA saber lo que traerian entre manos!... Tambien le habia indicado, en su dialogo a la puerta del corral, que tal vez hiciese pronto un largo viaje, y esta era la razon de haber venido a molestar a la senora por si queria mandarle algo. --Yo creo--termino--que si no se ha vuelto a su rancho lo pillare a esta hora donde el Gallego. --Vaya a buscarle--dijo Elena--y avisele de mi parte que a la diez en punto este frente a la casa... Nada mas. Pero digaselo con habilidad; que nadie se entere. Sebastiana, que habia acogido las primeras palabras como si las escuchase mal, por parecerle inauditas, al oir que le recomendaban ser discreta, olvido su asombro para afirmar vehementemente que la patrona podia estar tranquila en cuanto a la prudencia con que ella acostumbraba a cumplir los encargos. Salio de la casa, marchando a toda prisa hacia el boliche. Si no encontraba alli al gaucho, era que se habria ido del pueblo. Ante la puerta del establecimiento se detuvo para mirar a su interior. Por ser ya la hora de la cena, el publico habia menguado. Los mas de los parroquianos estaban en sus viviendas, sentados a la mesa, y solamente una hora despues volverian a agolparse junto al mostrador. Un gaucho viejo tocaba la guitarra mirando la panza de un cocodrilo de los que pendian del techo. Los tres huespedes de Manos Duras escuchaban atentamente. Este, sentado en un craneo de caballo y con la espalda apoyada en la pared, fumaba pensativo. Como el dueno del boliche estaba ausente, Friterini, detras del mostrador, imitaba el aire del patron, mientras leia con arrobamiento un periodico italiano, viejo y sucio. Levanto Manos Duras sus ojos, avisado por una tos discreta, y vio en la puerta a la mestiza, que le hacia senas para que saliese. A espaldas del boliche le dio Sebastiana el recado con voz misteriosa, llevandose un dedo a los labios varias veces en el curso de su mensaje. Ademas guino un ojo para que el gaucho "no la tuviese por zonza", dando a entender que sospechaba en que pararia su aviso. Cuando la mestiza se hubo marchado, Manos Duras tardo en volver al boliche. Preferia estar solo y en la obscuridad, por parecerle que asi podia saborear mejor su satisfaccion. Entraba en su regocijo una gran parte de asombro. ?Como podia el imaginarse aquella tarde, al vagar ante la vivienda de la senorona, que esta le enviaria un recado para que fuese a verla a solas en la misma noche?... Al hacer su ofrecimiento a Sebastiana en el corral de la casa, habia obedecido a los impulsos de una caballerosidad a su manera. Deseaba aparecer ante la marquesa como un individuo distinto a los demas habitantes del pueblo y habia ofrecido su proteccion sin esperanza de que ella la aceptase... Y unas horas despues le buscaba. ?Que desearia pedirle?... Luego desecho las dudas que empezaban a enturbiar su gozo, sintiendose fortalecido por un orgullo varonil. El, aunque fuese un pobre rustico, era un hombre como los demas, mejor que los demas, pues todos le tenian miedo... iy estas _gringas_ venidas del otro mundo resultaban a veces tan caprichosas!... Acabo por sonreir vanidosamente. "Lo que yo pienso--se dijo--: itodas son unas!... iTodas iguales!" Y volvio al boliche para sentarse entre sus amigos, en espera de la hora. Robledo y Watson acababan en aquel momento de cenar, y oyeron que alguien llamaba a la puerta de su vivienda. Se sorprendio un poco el espanol al ver entrar a Torrebianca vestido con un traje negro de ciudad y una corbata de luto, pero todo cubierto de polvo, de tal modo que sus ropas parecian grises y su cabeza y sus bigotes completamente blancos. --Vengo de Fuerte Sarmiento, de enterrar al pobre Pirovani... Me ha traido Moreno en su coche. Le invito Robledo a sentarse a la mesa. --Puedes cenar aqui, si no quieres ir en seguida a tu casa. Torrebianca hizo un movimiento negativo. --No pienso volver a mi casa. Dijo esto con tal energia, que Robledo quedo mirandole fijamente. Mostraba una excitacion que hacia temblar sus manos y atropellaba el curso de sus palabras. --He comido algo con Moreno antes de salir de alla... Pero comere otra vez... iAy, la muerte! iPobre Pirovani!... Tambien bebere un poco. A pesar de que hablaba de su hambre, apenas toco los distintos platos que le fue ofreciendo la criada de la casa. En cambio bebio mucho vino, pero de un modo maquinal, sin saber ciertamente lo que bebia. El espanol habia creido percibir, desde la entrada de su amigo, cierto olor de ginebra. Indudablemente el y Moreno habian tomado algunas copas de este licor antes de emprender su regreso. Tal vez esto era el motivo de su excitacion, por no estar acostumbrado a las bebidas alcoholicas. Watson, que habia terminado de cenar, se fijo en la tenacidad con que le miraba Torrebianca. Parecia indicarle con los ojos que su presencia era inoportuna. --?Moreno se ha quedado en su casa?--pregunto. Y se fue, pretextando la conveniencia de hablar con el oficinista para saber lo que pensaba escribir al gobierno sobre la necesidad de reanudar las obras. Cuando Robledo y Torrebianca quedaron solos, este parecio otro hombre. Se fue desvaneciendo su excitacion, bajo los ojos, y el espanol creyo que se empequenecia en su asiento, como algo blando que se desplomaba, falto de sosten interior. Toda la falsa energia del alcohol habia desaparecido de golpe, y Torrebianca estaba alli, ante su vista, con un aspecto que hacia recordar el de una envoltura de goma subitamente deshinchada. --Necesito que me oigas--dijo levantando hacia su amigo unos ojos humildes e implorantes--. Tu eres lo unico que me queda en el mundo, la sola persona que me quiere... y por lo mismo me debes la verdad. Hoy, mientras enterraban al infeliz Pirovani, no pensaba en otra cosa. "Es preciso que vea a Robledo. El me dira lo que debo creer de todo esto..." Pero aun no te he dicho que "todo esto" es lo que noto en torno de mi desde ayer, las miradas de la gente, los gestos de antipatia, las palabrotas que creo adivinar y que despues me resisto a haber adivinado... iAy! iEs tan horrible todo eso! Cada vez mas desalentado y humilde, apoyo Torrebianca su frente en las manos. Robledo quiso decir algunas palabras para infundirle energia, pero el le interrumpio. --Luego hablaras. Es preciso que oigas primeramente cosas que no sabes o que yo te conte y has olvidado. Pero antes necesito hacerte una pregunta. ?Tu crees que mi mujer me engana?... Quedo el espanol sorprendido por tales palabras y transcurrieron algunos segundos sin que pretendiese responder a ellas. Su amigo parecio sentir de pronto un gran temor a que el otro contestase, y para evitarlo empezo a relatar su propia historia desde que conocio a Elena. Una parte la habia oido ya Robledo en Paris: como se encontraron el y ella en Londres, la nobleza de su familia alla en Rusia, la alta posicion de su marido en la corte de los zares. Pero ahora el tono del narrador era otro, y Torrebianca parecia dudar de aquel pasado que siempre habia admitido de buena fe, exhibiendolo con orgullo. Ademas, entre las lineas generales de esta historia Federico iba revelando a su amigo nuevos episodios. Parecia ver con mayor relieve las cosas pasadas, fijandose en detalles hasta entonces inadvertidos. Siempre habia frecuentado su casa un amigo intimo, un amigo favorito, al que trataba su mujer con gran confianza, asegurando que lo conocia de los tiempos en que era soltera y vivia con su noble familia. El marques se habia batido dos veces por su esposa, viendola calumniada repentinamente por hombres que hasta poco antes frecuentaban sus salones. Aun se acordaba con remordimiento de cierto amigo suyo al que hirio gravemente en uno de tales lances. --Te he contado--siguio diciendo--toda mi historia con esa mujer, todo lo que se con certeza de su vida. Lo demas es ella quien lo dice, e ignoro si debo creerlo... Hasta dudo ahora de su nacionalidad y de su nombre. Yo le di francamente todo mi pasado, y ella tal vez no me ha devuelto mas que mentiras. Miro otra vez a Robledo con angustia, esperando que este le infundiese alguna fe en la incierta historia de su mujer. Parecia un naufrago buscando algo solido donde agarrarse. Pero Robledo bajo la cabeza haciendo un gesto ambiguo. --Desde hace unas horas--continuo Torrebianca--parece que veo las cosas con otros ojos. iAy, las miradas crueles de esas pobres gentes cuando abri ayer mi ventana!... Y hoy, durante el entierro, ique tormento!... Yo que nunca temi a nadie, no he podido afrontar los ojos hostiles o burlones de muchos trabajadores... El pobre Moreno me llevo aparte varias veces o hablaba alto para que yo no pudiese oir los comentarios que sonaban a mis espaldas. El no sabe que me di cuenta de todo lo que hizo por evitarme molestias... Me he sentido tan acobardado, que ademas de pensar en ti pense en mi pobre madre, como si aun fuese un nino. iElla que se privo de todo para que su hijo conservase el honor de sus ascendientes!... Y su hijo ha acabado por ser la irrision de un campamento de emigrantes en un rincon incivilizado de la tierra... iQue vergueenza! Se tapo los ojos con las manos, como si pretendiese defenderlos de crueles visiones, y asi se mantuvo algun tiempo. Luego levanto el rostro, para anadir con una ansiedad interrogante: --Tu que eres mi unico amigo y conociste de cerca mi vida en Paris, ?crees que Fontenoy era el amante de mi mujer?... El espanol hizo otro gesto ambiguo, no sabiendo que contestar. Torrebianca, con una voz cada vez mas angustiada, formulo otra pregunta: --Y esos dos hombres, ?crees que fueron a batirse ayer por Elena? Ahora ni siquiera hizo Robledo el gesto vago de antes y se limito a bajar los ojos. Este silencio lo interpreto el marques como una respuesta afirmativa, y dijo con desesperacion, ocultando otra vez su cara entre las manos: --iY fui yo, el marido, quien dirigio el combate para que se matasen!... Hubo un largo silencio. Mantuvo el marques oculto el rostro entre sus manos, mientras Robledo le contemplaba con ojos de conmiseracion. De pronto se irguio, y dijo con lentitud, restregandose los parpados: --No puedo seguir aqui. Me da vergueenza arrostrar la mirada de las gentes... Tampoco debo marcharme con ella. Ya no me podria dominar con nuevas mentiras. La mirare de frente, y al ver la falsedad de sus ojos y de su sonrisa, la matare... tengo la certeza de que la matare. Su amigo creyo llegado el momento de aconsejarle. --No te acuerdes mas de esa mujer, y por el momento procura descansar. Manana buscaremos el medio mas oportuno para que te libres de ella. Empieza por quedarte aqui esta noche. Yo pensare lo que podemos hacer. Ella se ira; no se como llegare a conseguirlo, pero se ira, y tu quedaras conmigo. Paso una mano por la espalda de Torrebianca, acariciandole con expresion paternal, mientras el marques conservaba oculto el rostro. Aborrecia ahora a su esposa, pero al mismo tiempo experimentaba un inexplicable malestar pensando que iba a separarse de ella para siempre. * * * * * #XVI# Agitada por su curiosidad femenil, espero la mestiza con impaciencia la hora de la cita. Estaba en la cocina de la casa, situada en el corral, bajo un cobertizo. Sobre una mesa tenia un reloj despertador, y varias veces aproximo a el su quinque para saber la hora. Poco antes de las diez se quito los zapatos, atravesando descalza el corral, para seguir a continuacion una de las galerias exteriores. Asi llego, con paso silencioso, al angulo del edificio mas inmediato a la ventana del dormitorio de Elena. Luego se sento en el suelo de tablas, encogiendose para escuchar sin ser vista. Distinguio al poco rato en la obscuridad a Manos Duras, que iba aproximandose a la casa. Vio como se quitaba las espuelas, guardandolas en el cinto, y subia cautelosamente los peldanos de la escalinata. Se abrio poco despues la ventana del dormitorio de la senora, y aparecio esta, haciendo signos al recien llegado para que hablase en voz baja. Sebastiana se esforzo por oir, pero la ventana estaba tan lejos, que solo reconcentrando su atencion pudo alcanzar fragmentariamente algunas palabras. Estas palabras eran dichas con voces tan tenues, que no pudo tener una certeza absoluta de su exactitud. Le parecio oir "Celinda" y "Flor de Rio Negro". Poco despues creyo que era esto un error de sus sentidos. "?Que tiene que ver--se dijo--mi antigua patroncita con los enredos de esta gente?" Avanzando su cabeza fuera de la esquina, alcanzaba a ver a Manos Duras y a la senora. El gaucho oia a esta con movimientos de aprobacion. Otras veces era el quien hablaba, pero brevemente, apoyando sus palabras con gestos afirmativos. Hubo un momento en que pretendio coger las manos de ella, pero Elena se echo atras con una retraccion que denotaba al mismo tiempo repugnancia y altivez. Inmediatamente parecio arrepentirse, y dijo en voz mas alta, con tono de promesa: --De eso hablaremos manana u otro dia, cuando haya hecho usted mi encargo. Ya sabe lo que hemos convenido. Y se despidio de el con cierta coqueteria, aunque procurando mantenerse a gran distancia de sus manos. El gaucho, al ver cerrada la ventana, bajo los escalones, y una vez en la calle, se detuvo. Sebastiana, que se habia incorporado para verle mejor, creyo que murmuraba con expresion alegre: --En vez de una, van a ser dos. Pero tampoco estaba segura de haber oido esto exactamente, y al fin se retiro a la casucha del corral, donde tenia su camastro, algo decepcionada por el insignificante resultado de su acecho. Lo unico que persistio en ella, quitandole el sueno, fue la duda de si verdaderamente aquellas dos personas habian nombrado en su conversacion a la senorita de Rojas. Y volvio a preguntarse muchas veces: "?Que tendran esas gentes que decir de mi nina?..." Robledo paso igualmente una noche agitada. Habia instalado a Torrebianca en la misma habitacion que ocupo este con su mujer cuando llegaron a la Presa. Fatigado por sus emociones, el marques habia accedido al fin a quedarse en la casa de su amigo. Dos veces durante la noche desperto el espanol, avanzando su oido para escuchar mejor. Llegaban hasta el gemidos y palabras balbucientes desde la habitacion proxima, ocupada por Torrebianca. --Federico, ?deseas algo?... Su amigo Federico le contestaba con voz debil y humilde, procurando a continuacion mantenerse silencioso. Desperto Robledo por tercera vez, pero ahora la luz del dia marcaba con lineas de claridad las rendijas de su ventana. Un ruido habia cortado su sueno, obligandole a echarse de la cama con sobresalto. Al salir a la sala comun, que servia al mismo tiempo de comedor, vio en ella a Watson inclinado sobre una silla y acabando de calzarse las espuelas. La caida de esta silla, ocurrida poco antes, era lo que habia despertado a Robledo. Este, al ver a su socio, dijo alegremente: --iComo madruga usted!... Y eso que anoche le oi entrar muy tarde. Watson parecia triste, y se limito a contestar: --Como hoy no trabajamos, voy a dar unos galopes por el campo. Al marcharse el joven acabo Robledo de vestirse, paseando despues por el comedor. Cuando en sus evoluciones pasaba ante la puerta de la pieza ocupada por Torrebianca, sentia la tentacion de entrar. Deseaba ver a su amigo. Un vago presentimiento le infundia cierta inquietud. "Vamos a enterarnos de como ha pasado la noche", se dijo. Abrio la puerta, miro al interior de la habitacion, e hizo un gesto de asombro. No habia nadie en ella; la cama, con sus ropas en desorden, estaba vacia. El espanol quedo pensativo. Primeramente se imagino que Federico, no pudiendo dormir en toda la noche, habria salido a dar un paseo al apuntar el alba. Instintivamente empezo a mirar en torno de el, examinando la habitacion. Vio sobre la mesa varios papeles, todos con una linea o dos de letra de Torrebianca. Eran cartas empezadas por este y que habia juzgado inutil continuar. Leyo uno de los papeles: "Agradezco tus esfuerzos, pero no puedo mas..." Lo escrito en otro decia asi: "La unica mujer que me amo verdaderamente fue mi madre, y ha muerto. iSi yo tuviese la seguridad de volver a encontrarla!..." Robledo siguio examinando los demas papeles. Solo contenian renglones borrados o palabras ininteligibles. Torrebianca habia querido escribir, desistiendo al fin de tal esfuerzo. Se imagino ver a su amigo, en las altas horas de la noche, arrojando la pluma--que el acababa de descubrir caida en el suelo--y diciendo con la indiferencia del que se considera ya por encima de las preocupaciones terrenales: "iPara que!..." Permanecio absorto, con estos papeles en una mano. Despues le reanimo un pensamiento optimista. Tal vez su amigo estaba vagando por las inmediaciones del pueblo. Aquellos escritos sin terminar mostraban su falta de voluntad. Examino el suelo fuera de su casa, e hizo un gesto de satisfaccion al distinguir entre las huellas recientes del caballo de Watson el contorno de un pie humano, que debia ser de su camarada. El habia aprendido de los rastreadores del pais que estudian las huellas perdidas en el desierto. Las senales de los pies de Torrebianca le hicieron seguir una callejuela abierta entre su casa y la inmediata, que venia a dar en el campo. Pero una vez fuera del pueblo perdio el rastro, por ser numerosas las pisadas de los que habian salido al amanecer. Instintivamente marcho hacia el rio, siguiendo su ribera curso arriba. Miraba las aguas deslizarse uniformemente, sin que el menor objeto alterase su superficie. Al fin se canso de este examen sin mas guia ni justificacion que un presentimiento. "Este Federico--se dijo--me ha perturbado con sus desgracias. ?Por que pienso cosas absurdas?... Volvamos a casa. Me avisa el corazon que lo voy a encontrar cuando llegue. Habra estado paseando por el otro lado del pueblo." Y regreso a la Presa, sintiendo sin embargo una ansiedad que le hacia marchar apresuradamente. A la misma hora, cerca de la estancia de Rojas, estaba Manos Duras con sus tres camaradas de la Cordillera hablando al amparo de unos matorrales. Habian desmontado y tenian sus caballos de las riendas. Uno de los hombres iba vestido de modo diferente a sus camaradas, y mas que jinete del campo parecia un trabajador de la Presa. Manos Duras le daba explicaciones, que el otro iba aceptando en silencio, aprobandolas con leves parpadeos. Este hombre monto a caballo, y Manos Duras y sus dos companeros le siguieron con los ojos hasta que desaparecio entre los grupos de aspera vegetacion. --El viejito va a ver lo que le cuesta amenazarme dijo el gaucho con una sonrisa rencorosa. Uno de los cordilleranos, apodado _Piola_, que por su edad y sus ademanes autoritarios parecia ejercer cierta influencia sobre sus dos acompanantes, movio la cabeza como si dudase de tales palabras. El plan de Manos Duras le parecia excelente, pero no encontraba aceptable que se quedase en el pais un dia o dos luego de dar el golpe. Era mejor emprender todos juntos e inmediatamente la retirada hacia la Cordillera. --Dejeme, compadre; yo me entiendo--contesto el gaucho--. Necesito antes de irme cobrar algo que me han prometido. Tal vez sea esta misma noche, y manana me junto con ustedes. Contaba con su caballo, del que hizo grandes elogios, y que le permitiria obtener una gran ventaja sobre sus camaradas, alcanzandolos en el camino. El podia correr con mas ligereza al ir solo, y sus amigos marcharian embarazados por el bagaje. Mientras tanto, su enviado galopaba hacia la estancia de Rojas. Al llegar a una tranquera la abrio, continuando su marcha por los campos de don Carlos. Cerca del edificio principal salio a su encuentro Cachafaz, avisado por los ladridos de unos perros que daban saltos ante las patas del caballo, pretendiendo morderle. Los espanto el pequeno con sus gritos, escuchando despues con la gravedad de una persona mayor lo que le dijo el emisario. Fue tanta su alegria al recibir el recado, que olvidando al jinete corrio hacia la estancia. Don Carlos estaba en su comedor tomando el decimo mate de la manana. Celinda, con vestido femenino, ocupaba un sillon de junco y parecia entregada a melancolicos pensamientos. El mestizo entro gritando: --Patron, el comisario dice que vaya ahorita mismo al pueblo. Han tomado preso al que robo nuestra vaca. Regocijado el estanciero por la noticia siguio a Cachafaz, sin soltar por esto la calabacita del mate, chupando, mientras marchaba, la bombilla de plata. Queria que el "chasque" o emisario llegado a todo correr de su caballo le diese mas explicaciones sobre este aviso. Al salir de su casa quedo perplejo viendo que el jinete habia desaparecido. Corrio Cachafaz la tierra inmediata, asi como los corrales, dando gritos, sin poder descubrir al "chasque". Finalmente, Rojas se encogio de hombros, y contento por la noticia, quiso explicarse esta desaparicion. Don Roque, para darle el aviso con mas prontitud, se lo habia enviado con algun viandante que tenia que hacer un largo rodeo en su marcha y deseaba no perder tiempo. El tampoco debia perderlo, y como juzgaba conveniente ir a la Presa para hablar con el comisario, monto a caballo, prometiendo a Celinda estar de vuelta antes de la comida de mediodia. Manos Duras y sus tres amigos, tendidos en el suelo, le vieron pasar a lo lejos con direccion al pueblo. Teniendo sus caras junto a las raices de los matorrales, hablaron y rieron con frio cinismo. --Va en busca de la vaca que nos comimos ayer--dijo Piola. Y Manos Duras anadio, acompanando sus palabras con un mueca impudica: --Veremos que dice cuando nos hayamos llevado su vaquillona... Ricardo Watson, que corria el campo, deseoso de aproximarse a la estancia y temiendo al mismo tiempo irritar a Celinda con su presencia, vio tambien pasar a lo lejos al senor Rojas con direccion a la Presa. Esto parecio infundirle animo. Celinda quedaba sola en su casa, y el podia visitaria con cualquier pretexto. Pero a continuacion sintio miedo. No osaba acercarse a la estancia, temiendo que fuese Cachafaz el unico que saliese a recibirle. Era mejor vagar por el campo. Tal vez la hija de Rojas, aburrida de su soledad, se decidiese a montar a caballo. Estaba dispuesto a esperar hasta que el sol se ocultase. Llevaba a precaucion, en una bolsa de su montura, algunos comestibles. Ademas, como todos los enamorados, olvidaba que los hombres nacen con la enfermedad mortal del hambre y unicamente pueden seguir viviendo si se curan de ella dos veces al dia. Otras cosas le preocupaban en aquel momento, mas importantes para el. Mientras tanto, su amigo Robledo vagaba cabizbajo por la calle central de la Presa. Venia de su casa y no estaba en ella Torrebianca. La criada le habia esperado en vano con el desayuno pronto. ?Donde encontrar a este hombre?... En mitad de la calle oyo voces amigas y levanto su rostro. El estanciero Rojas hablaba vehementemente al comisario del pueblo, que le respondia con gestos de extraneza. Atraido por el saludo de los dos, Robledo se aproximo. --Un chasque--dijo don Carlos--ha venido a mi estancia para avisarme que el comisario habia encontrado la vaca que me robaron... Y don Roque no ha enviado a nadie, ni sabe una palabra. ?Ha visto usted que historia tan sin gracia? ?Quien sera el hijo de... tal que ha querido darme esta broma? Robledo escucho algunos momentos, fingiendo interes por el asunto, y continuo su marcha. Unicamente le preocupaba el paradero de su amigo Torrebianca, creyendo reconocerlo en todos los hombres que veia a lo lejos. "Es lastima que Ricardo saliese tan temprano--penso--. El me hubiera ayudado en esta busca." Watson, indeciso entre su timidez y el deseo de ver a Celinda, se habia ido aproximando a la estancia; pero al llegar a cualquiera de las tranqueras que cerraban la cerca de alambres permanecia indeciso. ?Como explicar su presencia dentro de la propiedad de Rojas, cuando Flor de Rio Negro le habia ordenado rencorosamente que no volviese mas? La vista de una tranquera abierta le infundio animo. "Diga ella lo que diga, iadelante!--penso--. Necesito verla, aunque sea para recibir insultos." Y fue avanzando con lentitud por los caminos de la estancia. De pronto su caballo se mostro inquieto, avivando el paso y deteniendose a continuacion, como si pretendiera encabritarse. Vio el joven los cuerpos de dos mastines muertos sin duda recientemente, pues tenian sus cabezas destrozadas sobre un charco de sangre. Siguio avanzando, y a pocos pasos de la casa encontro a un hombre tendido en mitad del camino. Tambien estaba muerto. Era un peon de Rojas, un mestizo al que creia haber visto algunas veces, a pesar de que su rostro estaba ahora destrozado a balazos. Una de sus orbitas habia quedado vacia, colgando de este orificio del craneo algunas piltrafas de la masa cerebral. En torno a el, la tierra bebia sangre avidamente, cubriendose de moscas. Se echo abajo del caballo, y con el revolver en la diestra avanzo hacia la casa. Al asomarse a su puerta y ver que no habia nadie en la gran pieza que servia de sala y comedor, empezo a dar gritos. Un sillon de junco, que era el preferido por Celinda, estaba volcado en el suelo. Se fijo tambien en el tapete de la gran mesa, que parecia haber sufrido un rudo tiron y estaba igualmente en el suelo, con todos los papeles y los objetos que descansaban sobre el ordinariamente revueltos o rotos. Fueron tales sus gritos y repitio tanto su nombre para inspirar confianza, que al fin sonaron pasos en el interior del edificio y asomo a una puertecita el rostro arrugado y cobrizo de la madre de Cachafaz. Otras criadas y peones de la estancia, todos mestizos, fueron surgiendo de sus escondites, balbuceando respuestas ininteligibles o persistiendo en un silencio de terror. Salio Watson de la casa a tiempo para ver como el pequeno Cachafaz venia de los corrales, mirando inquieto a un lado y a otro. De pronto, todos a la vez quisieron relatar al ingeniero lo ocurrido, pero el pequeno se les adelanto con cierta autoridad. El estaba junto a la patroncita y lo habia visto todo. Tres hombres llegaron a todo galope. Cachafaz habia salido de la casa atraido por los ladridos de los mastines y oyo los tiros que les daban muerte. Luego vio a un peon que corria hacia los jinetes, sin duda para preguntarles por que invadian de este modo la estancia. Los tres dispararon sus revolveres contra el y rodo por el suelo. --Yo me meti corriendo en la casa--continuo el pequeno--. La patroncita fue a salir para ver que pasaba, pero llegaron los tres hombres malos y le echaron un poncho por la cabeza. Me escondi debajo de una mesa; luego me asome, y vi como montaban y se llevaban a la patroncita, que hacia con sus brazos asi... asi, debajo del poncho. Y no se mas. Los otros deseaban contar igualmente sus impresiones, aunque en realidad no habian visto gran cosa, pues se escondieron al caer muerto el peon, permaneciendo ocultos hasta la llegada de Watson. Este, mientras se defendia de tantas personas que le hablaban a la vez, penso con remordimiento en aquella indecision que le habia hecho vagar junto a las alambradas de la estancia. iNo haber entrado media hora antes, para estar al lado de Celinda y defenderla!... Adivino en los ojos de antilope de Cachafaz que callaba otras cosas y queria decirselas a el, pero a solas. Sonreia el pequeno con desprecio al escuchar como los otros daban senas contradictorias describiendo a los asaltantes. Todos creian conocerlos y cada uno los habia visto de distinto modo. Watson lo llevo aparte, y empinandose Cachafaz sobre la punta de sus pies, le dijo en voz baja: --Es Manos Duras el que ha robado a la patroncita. Yo se donde la tiene. Acosado por las preguntas de Ricardo, fue explicandose. Ninguno de los tres hombres que se llevaron a Celinda era Manos Duras. Pero el pequeno, al abandonar su escondrijo, se habia deslizado hasta un corral inmediato, trepando a lo mas alto de una piramide de alfalfa seca, guardada para la alimentacion de las vacas en invierno. Su cuspide era un lugar de observacion, desde el cual podia abarcarse enorme espacio de terreno. Oculto en esta atalaya habia visto como los tres jinetes se juntaban a gran distancia con otro que parecia aguardarles, y era indudablemente Manos Duras. Luego, los cuatro galopaban en la misma direccion, llevando uno de ellos a la prisionera sobre el delantero de su silla. Tambien habia visto desde la colina de alfalfa como llegaba Watson, pero tal era su recelo, que no quiso bajar hasta convencerse de su identidad. Estas noticias conmovieron a Ricardo tan profundamente, que tardo algun tiempo en poder coordinar sus ideas. Lo primero que penso fue en la urgencia de buscar a Celinda para libertarla, sin considerar la enorme desproporcion de fuerzas entre el y aquellos bandidos. Disponia de un auxiliar, el pequeno Cachafaz, conocedor del sitio donde guardaban oculta a la joven. Esto era lo importante. Recobrarla a mano armada corria de su cuenta. Y con la arrogancia absurda de los enamorados que no reconocen la valia exacta de los obstaculos, monto a caballo e hizo una sena al pequeno para que le acompanase. De un salto se encaramo Cachafaz en la grupa, agarrandose a las ropas de Watson, y este metio espuelas a la cabalgadura, haciendola salir al galope. Creyendo adivinar Ricardo lo que pensaba el pequeno, asi que hubo pasado la alambrada de la estancia se dirigio hacia el rancho de Manos Duras, que muchas veces habia visto de lejos. --Lleva mal rumbo, patroncito--dijo Cachafaz. Y senalando lo mas alto de la cortadura que daba sobre el rio por la parte de la Pampa, anadio: --Vamos para alla, al rancho de la India Muerta. Este rancho en ruinas, llamado de "la India Muerta", era celebre en la comarca, y sin embargo, muy pocos lo habian visitado, pues unicamente servia de refugio a vagabundos deseosos de continuar su marcha sin ser vistos por las gentes del pais. --Alli los encontraremos...--volvio a decir--si es que no han seguido viaje. Una sorpresa no menos desagradable que la de Watson cuando llego a la estancia de Rojas fue la que experimento Robledo casi a la misma hora, al regresar a su vivienda, cansado de la inutil busca de su amigo. Vio sentada en el umbral de su puerta a Sebastiana, que parecia aguardarle, a juzgar por el gesto de satisfaccion con que le acogio. El, por su parte, no tuvo menos contento al encontrarla, imaginandose que la enviaba Federico para darle explicaciones sobre su huida. Tal vez este hombre debil habia vuelto al lado de su mujer creyendo una vez mas en sus mentirosas explicaciones. --?La envia su patron?... ?Trae alguna carta de el? Sebastiana acogio estas preguntas con una extraneza que hizo dilatarse sus ojos oblicuos. --?Que patron?... ?El marques?... No se nada de el. Yo creia que estaba aqui. Vengo por otra cosa. Se habia incorporado, suspirando fatigosamente al colocar su corpulencia en sentido vertical, y dijo bajando el tono de su voz: --No he podido dormir en toda la noche, y aqui estoy, don Manuel, aguardandole para que me conteste una preguntita. Acogio el ingeniero con una paciencia algo ironica esta consulta; pero apenas la mestiza empezo a hablar, su rostro se transformo, prestando una atencion reconcentrada a todas sus palabras. Cuando hubo terminado el relato de lo visto y oido por ella en la noche anterior, siguio diciendo: --?Por que esa senorona y Manos Duras hablaron de mi antigua patroncita?... ?Que tiene que ver con ellos mi paloma inocente?... Como yo soy una zonza, que no puede entender muchas cosas, me he dicho: "Voy a ver a don Robledo, el ingeniero, que lo sabe todo. El me dira..." Pero Robledo no la escuchaba. Parecia abstraido, y de pronto hizo un gesto de asombro y de inquietud, como si acabase de descubrir una temible verdad. Volvio la espalda a Sebastiana y anduvo velozmente hacia el sitio de donde habia venido. Quedo asombrada la mestiza viendo correr al ingeniero, cada vez mas apresuradamente, como si sus palabras le hiciesen temer que podia llegar tarde. Robledo, desde lejos, empezo a hacer signos y a dar voces avisando a don Carlos y al comisario, que aun seguian su conversacion en el mismo lugar. Los dos se miraron asombrados al oirle decir con voz jadeante: --iA caballo! Lo del aviso de la vaca fue una astucia de Manos Duras para que usted abandonase su estancia. Me temo que algo malo puede ocurrir a Celinda, y debemos ir alla cuanto antes. iCon tal que no lleguemos tarde!... Estas palabras y otras del ingeniero esparcieron la alarma despues de los primeros momentos de estupefaccion. Don Roque fue corriendo a su casa para armarse y montar a caballo. Sus cuatro hombres, avisados por el, hicieron todo lo posible para seguirle, pero solo tres lograron encontrar montura lista y armas de fuego prestadas por algunos vecinos, abandonando sus sables inutiles. Mientras Robledo, vuelto a su vivienda, daba prisa al servidor espanol para que le preparase su caballo y se cenia el revolver con una canana llena de cartuchos, envio aviso a los capataces de sus obras que vivian cerca y tenian armas. Ademas, pidio al dueno del boliche un magnifico rifle americano que guardaba oculto debajo de su mostrador. Otra preocupacion de Robledo en aquel momento era impedir que se escapase don Carlos Rojas. Le habia obligado a venir con el hasta su casa, aconsejandole prudencia. --Porque usted llegue alla media hora antes no va a evitar lo que haya ocurrido. En cambio, si va solo puede verse a merced de esos bandoleros. Un poco de paciencia y saldremos todos juntos. El estanciero recibia sus consejos con grunidos impacientes, temblando al mismo tiempo de colera y de inquietud. Se aparto Robledo unos instantes de la puerta de su casa para ir al encuentro de algunos hombres convocados por el y explicarles lo que debian hacer. Se presento tambien el dueno del boliche con el rifle americano, entregandolo solemnemente a su compatriota como si le confiase toda su familia. Aprovecho don Carlos este alejamiento momentaneo de Robledo, y saltando sobre su caballo lo hizo salir a todo galope, sin prestar atencion a los gritos que acompanaron su fuga. Despues de este acto del impaciente Rojas, se fue organizando la expedicion, compuesta de una docena de jinetes, todos con carabinas, y al frente de los cuales se colocaron el ingeniero y el comisario. La noticia habia circulado por el pueblo y acudieron grupos de mujeres y chiquillos para ver la salida de la tropa montada. Cuando el peloton de jinetes fue pasando ante la casa que habia sido de Pirovani, Robledo miro sus ventanas con cierta inquietud. "iSi iremos--se dijo--al encuentro de otra desgracia proporcionada por esa mujer!" En aquel momento Watson abandonaba su caballo y seguido de Cachafaz empezo a arrastrarse entre asperos matorrales. El mesticillo le habia conducido a una altura arenosa, en el borde de la altiplanicie, desde la cual podian verse casi verticalmente las ruinas del rancho de la India Muerta. El conocia de fama este sitio. Veinte anos antes estaba habitado por gentes que hacian pastar sus ovejas en los campos inmediatos. Pero el capricho de los huracanes los habia cubierto de pronto con una gruesa capa de arena. Ademas, el pozo del rancho, que proporcionaba un agua relativamente dulce, no ofrecia ya mas que sal liquida. Los hombres habian huido, arruinandose con rapidez las construcciones de adobes. Unicamente los vagabundos buscaban el abrigo de sus techos rotos. Watson sintio cierto asombro al poder avanzar a gatas entre el ramaje de la colina arenosa sin que el ladrido de ningun perro avisase su presencia. Esto le hizo temer que Cachafaz se hubiera equivocado en sus deducciones y el rancho estuviese desierto. Pero el pequeno mestizo, que avanzaba delante de el, se detuvo entre dos matorrales y luego volvio el rostro, haciendo un gesto para que se aproximase. Metio su cabeza igualmente entre las ramas, y pudo ver, veinte metros mas abajo, una explanada arenosa, en el centro de la cual estaban las ruinas del rancho. Dos caballos iban de un lado a otro con paso tardo, buscando las hierbas ralas para mascarlas, y un hombre estaba sentado en el suelo teniendo un rifle sobre las rodillas. Cachafaz le hablo al oido tenuemente. --Es uno de los que se llevaron a la patroncita. Por mas que miro Watson estirando su cuello, no pudo ver a otra persona. Retrocedio a rastras, abandonando su observatorio, y al llegar al pie de la colina saco de un bolsillo un lapiz y una carta olvidada, de la que arranco una hoja. Cachafaz le miro mientras escribia, con sus ojos de animalejo astuto, como si adivinase lo que iba a encargarle. Le entrego Ricardo el papel, senalando a continuacion el lugar donde habia dejado su caballo. --Corre al pueblo y da esta carta al senor Robledo el ingeniero, o al comisario... Al primero que encuentres. Quiso anadir nuevas explicaciones, pero el duende cobrizo ya no podia escucharlas. Se habia lanzado cuesta abajo, y poco despues saltaba sobre el caballo, desapareciendo al galope. Volvio otra vez Ricardo a subir la ladera arenosa para observar lo que pasaba en el rancho. Ahora vio a dos hombres: el mismo de antes, que continuaba sentado en el suelo con su carabina sobre las rodillas, y frente a el, de pie y sin otras armas que las del cinto, un gaucho al que reconocio inmediatamente, pues era Manos Duras. Hablaban los dos, pero no pudo oir sus palabras por ser grande la distancia que le separaba de ellos. Esto hacia inutil su observacion por el momento. Tampoco pudo pensar en atacarlos, ni aun valiendose de la sorpresa. Solo eran dos los enemigos que tenia a la vista, pero indudablemente los otros dos estaban en el interior de las ruinas, tal vez durmiendo. "?Donde guardaran a Celinda?", penso el joven. Arrastrandose siempre entre los matorrales, empezo a seguir el contorno de la loma de arena, para poder ver las ruinas por el lado opuesto. Los dos bandoleros continuaron hablando, sin sospechar que sobre el borde de la pendiente que tenian junto a ellos se deslizaba un hombre espiandolos. El acompanante de Manos Duras, que era el llamado Piola, le hablo con tono de reconvencion. --Bien sabes vos que no me gustan negocios en que hay hembras de por medio. Casi nunca terminan bien, y ademas arman un bochinche de los demonios. Mejor era habernos ido a tomar "hacienda" en el Limay, para luego venderla en la Cordillera. Mejor tambien habernos llevado las vacas del viejo Rojas y convertirlas en plata, en vez de entretenernos como unos muchachos en robarle su vaquillona. Manos Duras contesto con un gesto de hombre superior que no considera necesario explicar la conveniencia de sus actos. Piola continuo: --Tal vez tengas vos tus razones para eso. Nosotros te ayudamos como hermanos, pero si te han dado plata por llevarte a esa senorita, debias partirtela con nosotros. El gaucho tomo una actitud altiva. --Nada de plata. Te explique que esto es venganza; la peor para ese viejito que me insulto... Ya sabes tambien nuestro trato. Me la guardais, y luego, cuando estemos en la Cordillera, sera para vosotros. Piola sonrio con una alegria repugnante al oir mencionar este convenio. --Bueno; te la guardaremos--dijo--. Tu seras el primero... si es que vuelves a juntarte con nosotros no mas lejos que manana. Si tardas no la encontraras entera... Pero ?por que no emprendes viaje ahora con nosotros? ?Que tienes que hacer en la Presa esta noche, que nos abandonas? --Un cobro--contesto Manos Daras, con petulancia--. Quiero dejar mis cuentas bien arregladas antes de irme. Como el otro no podia explicarse el optimismo de su companero, empezo a hacer calculos. Tal vez a aquellas horas ya se sabia en el pueblo lo ocurrido en la estancia de Rojas. Y si aun lo ignoraban, lo sabrian antes de que transcurriese mucho tiempo, o sea tan pronto como volviese don Carlos a su casa despues del inutil viaje a la Presa. ?No temia Manos Duras que el comisario y las demas gentes del pueblo le atribuyesen el rapto de la muchacha? --Puede que sea asi--contesto el gaucho--, ipero me han supuesto tantas cosas, sin llegar a probarme ninguna!... Si me ven en el pueblo, acabaran por creer que no he tenido parte en este negocio. Ninguno de la estancia me ha visto. Ademas, me ire primeramente a mi rancho, por si alguien se allega por alla, y solo a la tardecita entrare en la Presa, como otras veces... Creo que a media noche habre terminado mi negocio y podre salir para alcanzaros. Guino un ojo Piola, senalando al mismo tiempo con su diestra el rancho inmediato. --?Que dice ella? --Cree que nos la hemos llevado para pedirle dinero al viejo. No adivina lo que le aguarda... Es una muchacha "guapa", y no parece tener mucho miedo ahora que se le ha pasado el primer susto. iPucha, lo que me dio que hacer cuando la traia en mi flete!... La tengo ahi dentro con las manos atadas, pues de no estar asi se defiende y habra que pegarla como a un hombre. Manos Duras quedo pensativo, anadiendo luego con una sonrisa cinica: --No he querido quedarme ahi dentro, porque vos comprenderas, hermano, que es muy expuesto estar a solas con una buena moza asi... Te dire que hay otra que me gusta mas, y espero verla muy pronto. Pero esta tambien es de aprecio, y si uno esta solo con ella, sopla el diablo, se empiezan a hacer cosas por entretenerse no mas, pierde uno la razon, y no sabe cuando y como terminara. Ahora estamos en tierra enemiga, y no hay que olvidarse de ello ni perder el tiempo... La fiesta me la reservo para manana. Hoy tengo otras cosas que hacer para que mi juego resulte completo... En cuanto vuelvan los companeros nos decimos adios. Vosotros seguis viaje con la vaquillona, yo me vuelvo a mi rancho, y hasta manana si Dios quiere. Ricardo se arrastro inutilmente entre los matorrales, no viendo mas que a los dos hombres enfrascados en su conversacion y el rancho ruinoso, que por el lado opuesto tenia cerrada su unica entrada con unos maderos mal unidos. Empezo a dudar si los raptores de Celinda la habrian ocultado alli, o estaria la joven en un escondite mas dificil de descubrir, bajo la guarda de los otros dos cordilleranos. Al fin, cansado de una observacion sin exito, se deslizo por la colina de arena, viniendo a sentarse en el lugar donde Cachafaz habia montado su caballo. Asi permanecio mucho tiempo, deseando que transcurriesen las horas con prodigiosa rapidez y terminase el suplicio de una espera impotente, viendo aparecer a lo lejos el auxilio que habia pedido a sus amigos. Sus ojos, que examinaban el horizonte, sin ver en el nada extraordinario, se animaron de pronto al distinguir un pequeno jinete que iba agrandandose en el avance de su galope continuo. Minutos despues pudo reconocerlo con facilidad, por haberle visto aquella misma manana. Era don Carlos Rojas. Aunque venia hacia el, considero prudente salir a su encuentro y echo a correr con toda la velocidad que le permitia el suelo arenisco surcado por las raices de los matorrales, que el viento habia dejado descubiertas, y en las que se enredaban sus pies, haciendole dar violentos tropezones. Viendole surgir a un lado del camino, don Carlos encabrito su caballo, sacando al mismo tiempo el revolver del cinto. Despues, al reconocerlo, echo pie a tierra. No llegaba a explicarse Watson esta aparicion del estanciero, pues el habia dirigido su aviso a los amigos de la Presa. Ademas, le veia llegar solo. --?Donde estan los otros?--pregunto--.?Ha visto usted a Robledo? La respuesta de don Carlos fue evasiva. El ingeniero y el comisario tal vez vendrian detras de el o tal vez tardasen horas. --Yo no he querido aguardarlos. Son algo... cachazudos; a saber cuando llegaran. Me falto paciencia y aqui estoy. Luego fue explicando como en mitad de su camino, cuando iba directamente hacia el rancho de Manos Duras, sin pasar por su estancia, vio venir hacia el un jinete que galopaba a rienda suelta. Saco el revolver para detenerle, pero no hizo uso del arma al fijarse en su aspecto. --Era como una mona sobre un caballo, y reconoci en esta mona a Cachafaz. Me conto que usted estaba aqui, me enseno su papel, y yo le dije que avisase a los que vienen detras para que no pierdan tiempo pasando por mi estancia y que el les sirva de baquiano, trayendolos directamente... ?Que es lo que ocurre? Marcharon los dos entre matorrales, siguiendo las huellas que habia dejado Watson al salirle al encuentro. Rojas llevaba su caballo de las riendas, y lo dejo en el mismo sitio donde Ricardo habia dejado antes el suyo. Luego subieron de rodillas y apoyandose en las manos la pendiente arenosa desde cuyo filo podian observar el rancho de la India Muerta. Al asomarse entre el ramaje, vieron a Piola sentado en el suelo, lo mismo que antes, pero solo, pues Manos Duras habia desaparecido. Este hombre fumaba, mirando en torno inquietamente, como si sus sentidos, aguzados por la vida aventurera en el desierto, le avisasen la cercania oculta del enemigo. De vez en cuando estiraba el cuello, mirando a lo lejos con el deseo de ver la llegada de alguien. --Ataquemosle--dijo en voz baja don Carlos. Nada le importaba que el cordillerano tuviese su carabina pronta sobre las rodillas. El y Watson contaban con sus revolveres. --No hay que olvidar al otro que esta oculto--contesto el ingeniero. --?Y que? Seran dos, y nosotros tambien somos dos... Voy a voltear a ese bandido. Tiro de su revolver con la idea de hacer fuego desde alli, sin tener en cuenta la distancia; pero Watson le contuvo con su diestra, murmurando al mismo tiempo junto a uno de sus oidos: --Hay dos hombres mas, que no se donde estan. Esperemos a que lleguen nuestros companeros. Permanecieron en un estado de dolorosa indecision, fluctuando entre la espera prudente o la loca aventura de atacar a unos enemigos cuyo numero exacto ignoraban. No tardo Watson en saber donde se habian ocultado los otros dos camaradas del gaucho. Sonaron lejanos los furiosos ladridos de varios perros. Piola dio un grito y Manos Duras salio del rancho, asomandose a la esquina de adobes y quedando visible por unos momentos para los que espiaban tendidos entre los matorrales. Eran los cordilleranos que llegaban. Despues del rapto se habian dirigido al rancho de Manos Duras para traer la tropilla de caballos que debia acompanarles en su viaje a los Andes, asi como los viveres y demas objetos necesarios en tan larga expedicion. Los perros del rancho se hablan incorporado a la tropilla. Algun tiempo despues fueron entrando en la arenosa explanada los dos jinetes, armados con carabinas, y seis caballos en libertad que formaban un grupo compacto, sosteniendo sobre sus lomos sacos y fardos sujetados con cuerdas. Los tres perros de Manos Duras, despues de saltar junto a las ruinas saludando con alegres ladridos a su amo invisible, se mostraron inquietos y empezaron a husmear en torno a ellos. Luego prorrumpieron en aullidos feroces. Babeando de rabia y con los colmillos amenazantes intentaban subir la arenosa cuesta, retrocediendo a continuacion para avisar a los gauchos la presencia del enemigo oculto. Los dos jinetes, que aun no habian desmontado, despues de silbarles inutilmente participaron de su inquietud, mirando con ojos hostiles los matorrales de la altura proxima. --Nos han descubierto--murmuro el estanciero--. Mejor: asi acabaremos de una vez. El norteamericano, reconociendo la imposibilidad de hacer otra cosa, le siguio ladera abajo hasta donde estaba el caballo. Monto en el don Carlos despues de examinar si su revolver salia facilmente de la funda. Watson marcho a pie, apoyandose en una pierna de Rojas, y de este modo avanzaron los dos francamente hacia el rancho. Cuando llegaron a el, siguiendo a los tres perros, que retrocedian sin dejar de mostrarles sus colmillos y ladrando furiosos, vieron a los dos cordilleranos todavia a caballo, y a Piola, con su carabina apoyada en el pecho, pronto a hacer fuego. Don Carlos se dirigio a el como si fuese el jefe. --?Donde esta mi hija?--pregunto impetuosamente. Le escucho el gaucho andino con rostro impasible, como si no le comprendiese. --Nada de palabras inutiles--continuo el estanciero--. Si lo que quereis es plata, hablemos, y puede que nos entendamos. Piola permanecio silencioso. Mientras tanto, obedeciendo tal vez a una sena de el, los dos hombres montados se alejaron, examinando el horizonte. Solo volvio uno de ellos, y al echar pie a tierra dijo algunas palabras en voz baja. No se veia a nadie en los alrededores. Los perros seguian ladrando, yendo inquietos de un lado a otro, pero esta alarma no debia ser mas que una continuacion de la anterior. Aquellos dos hombres indudablemente habian llegado solos. Rojas hizo nuevos ofrecimientos, al mismo tiempo que se esforzaba por contener su indignacion, dando a su voz una exagerada melosidad. --No se de que me habla, senor--contesto al fin Piola--. Se equivoca usted. Nunca he visto a esa senorita. --?Acaso ustedes no son amigos de Manos Duras? Mientras hablaban los dos, Ricardo, alejandose un poco de ellos, intento dar vuelta al rancho para llegar a su puerta; pero el otro cordillerano, adivinando su intencion, se coloco ante el, levantando la carabina como si fuese a apuntarle. Al fin, Piola, sin contestar a Rojas nada concreto, le volvio la espalda, dirigiendose hacia la esquina de la ruinosa construccion y desaparecio detras de ella. Fue a seguirlo el estanciero, y tropezo con el mismo hombre que habia contenido a Watson. Ahora apuntaba francamente su rifle contra los dos, para que no pasasen adelante, y tuvieron que mantenerse inmoviles, dudando entre obedecer a la amenaza o arrojarse sobre aquel bandido. De un puntapie aparto Piola las maderas mal unidas que cerraban la entrada del rancho. La presencia del cordillerano hizo que Manos Duras abandonase su lucha con Celinda. Esta, con las manos atadas, se defendia de la agresividad carnal de su raptor. Le habia aranado, le habia mordido, repeliendole al mismo tiempo con sus pies. El gaucho tenia en el rostro y en las manos varios rasgunos que goteaban sangre, pero tal era su excitacion que no parecia darse cuenta de ellos. Al ver a su camarada se esforzo por serenarse, hablando con una alegria feroz. --Lo que yo te dije, hermano; empieza uno por juego y acaba interesandose. No se puede estar en paz al lado de una buena moza. Pero callo al notar que Piola le miraba como reconviniendole. --Vos ahi de farra, como un muchacho, mientras afuera pasa lo que pasa. Le invito a salir con un gesto, y mas alla de la puerta continuo, bajando la voz: --Ahi tenes al viejito de la estancia con un gringo de los que trabajan en las obras del rio. ?Que hacemos?... Manos Duras, a pesar de su cinismo, quedo sorprendido al saber que don Carlos estaba al otro lado de la esquina de adobes. ?Como se habia presentado tan pronto?... ?Quien habia podido revelarle la presencia de su hija en este rancho lejano? Pero su ferocidad y el recuerdo de la ofensa inferida por Rojas le inspiraron una solucion. --Lo mejor sera matarlo. --?Y al gringo tambien?--pregunto Piola con ironia--. Vos encontras facilmente el remedio a todo. Se mostraba inquieto el cordillerano, como si su instinto le hiciese presentir la proximidad del peligro. Ya no creia que aquellos dos hombres hubiesen llegado solos. Otros indudablemente iban a venir, para darles ayuda. Lo que Manos Duras debia hacer--si es que verdaderamente necesitaba seguir este mal negocio del robo de la senorita--era montar en su "flete" sin perdida de tiempo y llevarse la buena moza a cierto lugar en las orillas del rio Limay, donde se habian dado cita para el dia siguiente. Debia desistir de su vuelta al pueblo aquella noche. Era oportuno cambiar ahora el orden de la marcha. Mientras el se alejaba llevandose a la muchacha, ellos se quedarian alli con la tropilla. Piola se encargaba de convencer al viejo de la falsedad de sus sospechas. Y si llegaban otros hombres del cercano pueblo, se convencerian tambien--viendolos sin ninguna mujer y sin Manos Duras--de que eran unos viajeros pacificos que habian hecho alto en aquel lugar. El gaucho le escucho con impaciencia. Le habia tomado gusto a esta aventura y no admitia modificaciones en ella. Deseaba conservar a Celinda, y al mismo tiempo no queria renunciar a su vuelta al pueblo, asi que cerrase la noche, para hacer aquel cobro del que hablaba misteriosamente. --Tambien podes vos hacer otra cosa--continuo Piola--. El padre ofrece plata si le devolvemos la muchacha, y... Pero no pudo continuar. Cerca de ellos, al otro lado de la esquina de adobes, sono un tiro, acompanado de un grito. El amigo de Manos Duras lanzo una blasfemia. --Ya empieza el baile--dijo armando su rifle y corriendo hacia el sitio donde habia sonado la detonacion. Rojas acababa de disparar su revolver contra el hombre que le impedia el paso. Este se habia fijado especialmente en Watson, pues por ser mas joven, le infundia mayor cuidado, volviendo hacia el su carabina, y don Carlos aprovecho el olvido en que le dejaba para sacar cautelosamente su revolver, apuntando al pecho del cordillerano y haciendo fuego. Al caer este enemigo, Watson se inclino inmediatamente sobre el para apoderarse de su arma. Cuando Piola dio vuelta a la esquina, Rojas montaba ya en su caballo. Por un sentimiento atavico de centauro de estancia, se consideraba mas fuerte y mas seguro de este modo que a pie. Watson, forcejeando con el herido acababa de arrancarle su rifle e iba a incorporarse; pero vio que el bandolero andino le apuntaba por tenerlo mas cerca, y su instinto le hizo encogerse, al mismo tiempo que sonaba la detonacion. Gracias a este movimiento, el proyectil no le atraveso el pecho, cortandole unicamente el hombro izquierdo, con una herida superficial. El dolor le hizo soltar el rifle, permaneciendo acurrucado con una mano en el hombro. Su agresor dio unos pasos hacia el para que el segundo disparo resultase mas certero, en el mismo instante que Manos Duras avanzaba su cabeza fuera de la esquina del rancho, atraido por la pelea. Vio a don Carlos, que, montado ya en el caballo, apuntaba con su revolver a Piola. El saco igualmente el suyo del cinto para disparar contra el estanciero, pero no pudo hacerlo. Tuvo que levantar el arma al ver interponerse entre los dos al otro jinete andino que habia quedado en observacion. --iGente!... iMucha gente!--gritaba este hombre. Los perros se presentaron detras de el, con violentos saltos de retroceso y de avance, ladrando a un enemigo invisible. A partir de este momento, los sucesos parecieron atropellarse unos a otros, superponiendose con una velocidad irreal. Manos Duras fue el mas agil para la accion. Corrio hacia su caballo, que seguia rumiando la hierba sin asustarse de los tiros, como si estas detonaciones fuesen ordinarias en su existencia. Luego desaparecio detras del rancho. Piola parecio olvidarse de Watson, para pensar en su propia seguridad. Tambien era hombre de a caballo, y se consideraba mas seguro y fuerte sobre la silla que a pie. Monto en su cabalgadura, siempre con la carabina en la diestra, y uniendose a su camarada fueron a situarse los dos junto a la tropilla de caballos, dispuestos a defender hasta la muerte las cargas de sacos y fardos que representaban la fortuna de la comunidad. Rojas parecio olvidarlos, acercandose a Watson para preguntarle con ingenua emocion: --?Que le pasa, gringuito?... ?Le han matado? El joven tenia en un hombro de su blusa una mancha negra, que iba agrandandose; pero se incorporo, contestando con palida sonrisa: --Poca cosa: un rasguno nada mas. Don Carlos ya no pudo ocuparse de el. Necesitaba ver lo que habia al otro lado del rancho, e hizo avanzar su caballo, dando vuelta a la esquina. No encontro a nadie. Su rustica puerta, completamente abierta, mostraba la soledad de su interior. Pero al apartar sus ojos de las ruinas vio a un jinete que se alejaba al galope, llevando sobre el delantero de su silla una especie de envoltorio largo, sostenido por uno de sus brazos, y que se agitaba violentamente lo mismo que una persona. El instinto aviso al estanciero mas que sus sentidos. --iAh, gaucho ladron!... Lo que le habia parecido en el primer momento un envoltorio de ropas contenia una vida, y se negaba a dejarse llevar. Tuvo la certidumbre de que su oido le enganaba, con el trastorno de la emocion, al hacerle oir una voz de mujer; pero al mismo tiempo creyo que Celinda le habia reconocido, llamandolo con desesperado lamento: --iPapa!... ipapa!... * * * * * #XVII# Al levantarse Elena, bien entrada la manana, vio con sorpresa que la mestiza no acudia a sus repetidas voces. Finalmente se presento una de aquellas muchachas apodadas "chinitas" que trabajaban en el servicio de la casa bajo las ordenes de Sebastiana. Segun declaro esta joven, la respetable mestiza no habia vuelto despues de su salida a primera hora. --Dicen que ha habido un bochinche en la estancia de don Carlos Rojas. El comisario y muchos hombres se fueron para alla. A Sebastiana, segun continuo diciendo la chinita, la habian visto algunos en las afueras del pueblo, a caballo y acompanada por el domestico del senor Robledo. --Habra ido a ver si le ocurrio algo a su antigua patroncita. Cada uno cuenta una cosa... Pero lo cierto es que en la estancia han matado a alguien. No pudo continuar hablando la criada, en vista de la poca curiosidad que mostraba su senora. Se habia limitado a una exclamacion de sorpresa al escuchar las primeras palabras. Luego quedo en silencio, como si no le interesase el relato. Permanecio toda la manana en su salon, despues de haber tomado el desayuno. Pensaba con impaciencia en las largas horas que debian transcurrir antes de que llegase la noche. Estaba resuelta a llamar a Robledo; pero este, segun las noticias de su criadita, se habia ido con el comisario a la estancia de Rojas y no regresaria hasta el atardecer. Le era imposible seguir viviendo mas tiempo en aquel pueblo. Que se quedase su marido, trabajando en los canales. Ella pensaba pedir a Robledo que le proporcionase los medios de regresar a Paris, o cuando menos el dinero necesario para volver a Buenos Aires. Una vez en la gran ciudad sabria defenderse. En su primera juventud se habia visto en situaciones iguales o peores, y conocia por experiencia como una mujer energica puede salir de los pasos dificiles con mas soltura que un hombre. Deseaba que anocheciese pronto, pensando en su futura conversacion con el espanol. Al mismo tiempo le daba miedo el rapido deslizamiento de las horas, pues alguien podia venir a su ventana para exigirle el cumplimiento de una promesa hecha la noche antes. Necesitaba un esfuerzo mental para convencerse de que no habia sonado su entrevista con Manos Duras. "iQue absurdo!--penso--. Pero ?he podido hacer realmente eso?" Muchas veces en su existencia habia sentido la misma extraneza por los propios actos, como si hubiesen en su interior dos personalidades antagonicas, una de las cuales inspiraba horror a la otra. "iY ese hombre tal vez venga esta misma noche!", seguia pensando. Para tranquilizarse se dijo que bien podia ser que el gaucho hubiese olvidado sus promesas. Pero inmediatamente recordo las vagas noticias que le habia dado su criadita de algo terrible ocurrido en la estancia de Rojas. Como estaba predispuesta a creer que todos los sucesos debian plegarse a sus conveniencias, sintio finalmente la confianza del optimismo. "No vendra--se dijo--. iQue disparate! ?Como puede ese hombre haber creido una promesa tan absurda?..." Despues de las noticias que habian circulado por el pueblo, no se atreveria a volver. Ademas, aquel barbaro resultaba temible a campo raso; pero con tener ella bien cerradas las ventanas y puertas de la casa, se libraria de su presencia. Ya no penso en el gaucho, mas no por esto desaparecio de su memoria el recuerdo de la noche anterior. Algo habia sucedido al romper el dia, cuando empezaban a marcarse luminosamente las rendijas de su ventana; y esto lo habia percibido confusamente, como todo lo que pasa cuando los ojos se resisten a abrirse y el pensamiento vacila entre el sueno y la vigilia. Completamente despierta y considerando ahora lo ocurrido a varias horas de distancia, empezo a convencerse de que alguien habia estado junto a su ventana al amanecer. Recordo un ruido sofocado de pasos en la galeria exterior y el leve crujido de la madera de la pared bajo el peso de un cuerpo apoyado en ella. Hasta podria jurar que habia escuchado algo semejante a suspiros de dolor, a un jadeo de desesperacion. Y su instinto le avisaba que aquel ser misterioso que habia vivido unos momentos cerca de ella, al otro lado del muro de tablas, no era otro que su esposo. Dos veces fue ahora a la ventana, abriendola para ver su exterior y su interior, con la esperanza de encontrar un papel o cualquier otro indicio del invisible visitante, llegado con el alba y desaparecido al salir el sol. "Es Federico--volvio a decirse--; no puede ser otro... Robledo debe saber donde esta. iComo deseo que vuelva al pueblo para hablarle!..." Poco despues de mediodia, cuando ella fumaba su vigesimo cigarrillo, llamaron a la puerta. Transcurrio algun tiempo y volvieron a repetirse los golpes. Elena adivino que, por estar ausente Sebastiana, las dos chinitas habian abandonado la casa despues de servir la comida, vagando por el pueblo en busca de noticias. Fue a abrir ella misma y se sorprendio reconociendo al visitante. Era Moreno. Su presencia nada tenia de extraordinaria, y sin embargo no pudo contener Elena un gesto de asombro; tan olvidado le tenia. En las ultimas horas otros hombres habian ocupado por completo su memoria. Ruborizandose de su olvido le invito a entrar con exagerada amabilidad. Su buena suerte le enviaba a este tonto para que la entretuviese con su conversacion durante una tarde larguisima, que sin esta visita hubiese resultado de monotona soledad. Al entrar en el salon, Moreno acaricio los muebles con una mirada dulce y protectora, como si le perteneciesen. Luego ocupo el sillon que le ofrecia ella, haciendo alarde de un aplomo que nunca habia mostrado en sus visitas anteriores. --Me voy a Buenos Aires en el tren de esta tarde, senora marquesa--dijo con la gravedad de un hombre que conoce sus propios meritos--. Debo ver al gobierno para darle cuenta de lo ocurrido aqui, y hablar con el ministro de Obras publicas sobre la continuacion de los trabajos. Elena acogio tales palabras con movimientos de cabeza afirmativos, al mismo tiempo que sus pupilas parecian sonreir maliciosamente. Este buen padre de familia exageraba un poco su importancia. --Pero antes de marcharme he creido conveniente venir a verla para que tratemos de un asunto relacionado con mis futuros negocios. Siguio hablando, y a las pocas palabras se apago la chispa alegre e ironica que danzaba en las pupilas de la Torrebianca. Sus ojos solo expresaron un avido interes, que fue creciendo por momentos. Moreno relato como Pirovani le habia confiado toda su fortuna, nombrandole tutor de la hija unica que tenia en Italia. --El pobre--continuo--, por lo que he visto al examinar rapidamente sus papeles, era mas rico que yo creia. Este encargo supremo de mi pobre amigo va a darme mucho que hacer, y tal vez me obligue a dimitir mi empleo. iQuien sabe si podre regresar aqui!... Temo que transcurra mucho tiempo antes de que volvamos a vernos. Y la posibilidad de tan larga ausencia entristecio al oficinista, a pesar del aire satisfecho y seguro de si mismo que mostraba desde el dia anterior. --Como el infeliz Pirovani--siguio diciendo--me confio el manejo de su fortuna, y esta casa pertenece a su heredera, yo, en uso de mis facultades, le digo, senora marquesa, que puede usted seguir aqui todo el tiempo que juzgue oportuno, como si fuese de su propiedad, y sin pagar por ella un solo centavo. iQue no hare yo por usted!... Ella le miraba fijamente con ojos interrogantes. Le era dificil poder ocultar la sorpresa que le habia causado esta revelacion. iMoreno depositario de la herencia del contratista, abrumado por la enormidad de la fortuna que caia sobre el y volviendo a una ciudad populosa para rehacer su existencia!... A traves de su asombro empezaron a emerger nuevas ideas, semejantes a islotes todavia informes y en pleno hervor de formacion. Se desdoblaba su interior, surgiendo junto a la mujer de gustos frivolos ansiosa de comodidades y grandezas, otra que era la de las temibles energias, la de las extremas resoluciones en las horas dificiles, la que no vacilaba ante la crueldad. Y esta mujer, al despertarse, aconsejaba imperiosamente a su companera: "No dejes que se marche. El destino te lo envia." Contemplandola Moreno con ojos mas atrevidos que en los tiempos que no se creia rico y poderoso, vio de pronto como el rostro de la "senora marquesa" parecia velarse, lo mismo que si se deslizase sobre el la sombra de una nube invisible. Luego contrajo su boca con expresion dolorosa y se llevo las manos al rostro, para ocultar sus lagrimas. Se levanto de su sillon el oficinista para consolarla. Comprendia el dolor de ella viendo el traje de luto que llevaba por la muerte de la madre de su esposo. Ademas, iel triste fin de Pirovani, la fuga de Canterac, tantos sucesos en tan poco tiempo!... --Es muy triste, senora marquesa, lo que le ocurre, pero no por eso debe usted llorar. Y se atrevio a tomarle las manos, oprimiendoselas dulcemente antes de apartarlas de sus ojos, humedos de llanto. --No lloro por lo que usted cree--suspiro ella--, lloro por mi misma, por mi desgracia, que no tiene remedio. Estoy sola en el mundo. Mi marido no ha vuelto a casa hace dos dias... y tal vez no volvera. iQuien sabe que calumnias le han contado!... Me quedaban mis amigos, mis buenos amigos; el uno ha muerto y el otro anda fugitivo. Solo podia contar con usted... iy usted se marcha para siempre! El oficinista, conmovido por tales palabras, empezo a balbucear: --Cuente siempre con mi admiracion, senora marquesa... Yo me voy, y en realidad no me voy... Me tendra usted en Buenos Aires... Evito seguir hablando, por miedo a las incoherencias en que le hacia incurrir su emocion. Elena habia secado sus lagrimas y le miraba ahora con interes. --Jamas he conseguido hacerme comprender--dijo--. Los hombres son asi: acuden todos al mismo tiempo cuando les gusta una senora y la aturden con sus asiduidades, quitandose el sitio unos a otros de tal modo, que la pobre se desorienta y acaba por no saber hacia donde va su predileccion. Ahora que usted se marcha y le pierdo tal vez para siempre, me doy cuenta de que los dos pobres amigos que nos abandonaron se colocaban en primer termino con tal violencia, que consiguieron ocultarme el hombre mas interesante para mi. Se sintio Moreno de tal modo trastornado por esta revelacion, que tomo entre sus manos la diestra de Elena. --iOh, marquesa! ?que dice usted? Ella, despues de dejarse acariciar la mano, oprimio con sus dedos una de las de el, anadiendo con un tono de sinceridad, como si revelase sus pensamientos mas intimos: --Siempre me intereso usted por su modestia: una modestia disimuladora de grandes condiciones, que usted mismo no sospecha. A mi me gustan los hombres buenos y sin orgullo. Muchas veces, cuando estaba sola, entretenia en pensar lo que podria haber hecho un hombre como usted, viviendo en Europa y trabajando bajo la direccion de una mujer que le inspirase nobles ambiciones. Permanecio Moreno silencioso, mirandola con cierto asombro, como si la admirase mas despues de sus ultimas palabras. Aquella mujer pensaba las mismas cosas que a el se le habian ocurrido numerosas veces, pero sin atreverse a creer en ellas. Elena anadio, desalentada: -Pero ya es tarde: ?para que hablar de eso? Usted tiene una familia. Yo soy una mujer sin ilusiones ni esperanzas, que se ve sola y pobre, e ignora como terminara su existencia. El oficinista seguia pensativo, con las cejas fruncidas, como si estuviese contemplando interiormente un espectaculo molesto para el. Veia una casita cerca de Buenos Aires, y en sus habitaciones, pobres y limpias, una mujer y varios ninos. Pero esta vision no tardo en esfumarse, recobrando Moreno el mismo aire de seguridad autoritaria y vanidosa con que se habia presentado al hacer su visita. --Yo tambien--dijo--pienso ahora mas que antes. Anoche no pude dormir, y por eso me he levantado tarde, sin tiempo para ir a ver que es lo que ha pasado en la estancia de Rojas... Y anoche precisamente se me ocurrio que tal vez sera conveniente que yo vaya a Europa para velar por la hija de Pirovani y administrar sus bienes mejor que si me quedo en Buenos Aires. iQuien sabe si llegare a aumentar muchisimo esa fortuna, dedicandome a los negocios! Yo no creo poseer las condiciones que usted me supone, senora marquesa; pero en fin, soy hombre de numeros, hombre de orden, y tal vez podre hacer buenos negocios, lo mismo que los hacen otros... ?Como no? Hubo un largo silencio, y el oficinista, que se mostraba inquieto por lo que iba a decir, balbuceo al fin timidamente: --Usted podria venir conmigo a Europa... para aconsejarme. Yo, por mas inteligente que usted me crea, solo puedo ser alla un ignorante. Elena hizo un movimiento de sorpresa y luego repelio altivamente la proposicion. --No acepto. iQue locura!... iQue fardo iba usted a echarse a cuestas, amigo Moreno!... Olvida usted ademas que yo soy una mujer casada, una senora, y la gente, al vernos juntos, haria las suposiciones mas calumniosas. A pesar de tales protestas tomo las dos manos de Moreno entre las suyas y aproximo su cara a la de el, envolviendole en el nimbo perfumado de su carne tentadora, al mismo tiempo que decia con entusiasmo: --iQue gran corazon el suyo!... ?Como probarle mi gratitud por su ofrecimiento? Adopto el oficinista una expresion suplicante para seguir hablando. ?Que podia importarles a los dos lo que murmurase la gente?... Ademas, en Europa no los conocia nadie. Vivirian en Paris, la ciudad maravillosa tantas veces admirada por el en las novelas y que nunca habria visto de no ocurrir la muerte de Pirovani. El era quien debia dar gracias a la marquesa si se dignaba acompanarle y dirigirle. --?Y la familia de usted?--pregunto la Torrebianca con una expresion austera, desmentida al mismo tiempo por sus miradas. El hombre respondio con el cinismo optimista de un rico, convencido del poder del dinero, que espera arreglar mediante su intervencion todos los conflictos. --Mi familia quedara en Buenos Aires, mejor instalada que nunca. Con plata abundante todo se soluciona y nadie vive descontento... Yo tendre mucha plata, porque, como es natural, debo recompensarme a mi mismo por mis trabajos de tutor. Pienso tambien ganar mucho en los negocios. Ella insistio en su resistencia, aunque cada vez con mas flojedad, y Moreno creyo oportuno conmoverla describiendo las delicias de un Paris que no habia visto nunca y la otra tenia ya olvidadas de puro conocidas. --Es una locura--dijo Elena, interrumpiendole--. Me falta valor para arrostrar un escandalo tan enorme. ?Que dirian si nos viesen huir juntos? Despues, con una expresion pudica y timida, anadio: --Yo no soy como usted me cree. Los hombres aceptan con asombrosa facilidad todo lo que les cuentan acerca de las mujeres, y ia saber que es lo que le habran dicho a usted de mi!... Reconozco que he sido poco dichosa en mi matrimonio. Mi marido es bueno, aunque nunca ha sabido comprenderme. iPero de eso a huir con otro hombre, dando un escandalo!... Apelo el oficinista a todas las frases almacenadas en su memoria, como residuo de sus lecturas. ?Que importaba el matrimonio, ni tampoco lo que pudiera decir la gente?... Ella tenia derecho a conocer el verdadero amor, tomandolo alli donde lo encontrase. Tenia igualmente derecho a "vivir su vida" al lado de un hombre que supiese embellecersela con arreglo a sus altos merecimientos. Asi fue soltando trozos de sus lecturas novelescas, y aunque la marquesa parecia tan enterada como el de tales argumentos, acabo por conmoverse y ablandarse bajo su elocuencia amorosa. Era que la Torrebianca consideraba en su interior que ya habia prolongado bastante el simulacro de su resistencia y creia llegado el momento de ceder, para que Moreno hablase de cosas mas inmediatas y urgentes. Como si no supiera lo que hacia, puso sus manos sobre los hombros de el y le hablo de muy cerca, con voz tenue, al mismo tiempo que miraba a lo alto, como sumida en sus recuerdos. --iOh, Paris! Usted lo conoce por los libros, pero no sabe verdaderamente lo que es aquella vida. Nos espera alla una existencia muy dulce. Considero el oficinista tales palabras como una aceptacion, creyendose autorizado despues de ellas para abrazarla... --?Si que acepta usted?... iOh! iGracias! igracias! Pero Elena le repelio para que no pasase mas adelante en sus caricias, y con una gravedad de mujer que sabe plantear los negocios, continuo hablando: --Si llegase a decir "acepto", seria con la condicion de que nos marchasemos hoy mismo. De no ser asi, podria arrepentirme... Ademas, ?por que seguir mas tiempo en este rincon odioso? Todos son enemigos mios. Hasta mi marido me abandona... No se que es de el. Moreno contesto con movimientos de afirmacion. Debian aprovechar el tren de aquella misma tarde. Si esperaban al proximo, era posible que en el transcurso de dos dias ocurriesen nuevos incidentes. El pobre empleado creia de buena fe que la marquesa era capaz de arrepentirse de su resolucion, y consideraba necesario aprovechar este momento favorable. Elena fue haciendo preguntas, cada una de las cuales vino a ser como un articulo del contrato verbal que establecia con el, antes de seguirlo. Explico Moreno todo lo que Pirovani le habia confiado al darle sus papeles y las instrucciones que anadio de palabra. Su fortuna era solida. Antes del duelo le habia entregado igualmente todo el dinero que tenia en su alojamiento. El oficinista podia costear el viaje y la instalacion de ella por mucho tiempo en un lujoso hotel de Buenos Aires. --Una vez en la capital--continuo--cobrare todos los depositos que hay alla a nombre de Pirovani y hare lo necesario para que el gobierno pague igualmente lo que le debe por sus trabajos... Conozco a muchas personas importantes que me ayudaran... Va usted a ver que, aunque algunos me tienen por zonzo, se darme bien la vuelta en esto de la plata... Y apenas deje arreglados los negocios, nos embarcaremos para Europa. Otra vez, enardecido por su propias palabras y seguro de la aceptacion de Elena, se atrevio a poner las manos sobre su cuerpo, pero se vio repelido. --No--dijo ella severamente, a la vez que entornaba los ojos con malicia--. Le advierto que mientras no hayamos llegado a Paris solo sere para usted una companera de viaje. Los hombres se muestran ingratos si logran su deseo desde el primer momento; abusan de la bondad de la mujer y olvidan luego sus compromisos. Sonrio con una expresion prometedora, y dijo en voz queda, entornando sus parpados: --Pero asi que lleguemos a Paris... Sintiose conmovido Moreno por el gesto con que acompanaba Elena tales palabras. "iOh, Paris!..." Esta exclamacion mental del oficinista resucito en su imaginacion todos los episodios de la vida alegre que llevan los extranjeros en la gran ciudad, segun el habia leido en las novelas. Vio un elegante restoran nocturno, como se imaginaba que eran los restoranes de Montmartre y como los habia admirado directamente muchas veces en las historias cinematograficas. Creyo escuchar la musica sacudida y saltarina de un _jazz-band_. Siguio con sus ojos la rotacion de las parejas que bailaban en un gran rectangulo rodeado de brillantes mesitas. Despues entraba la marquesa vestida con llamativo lujo y apoyada en el brazo de el mismo, que iba de frac, con una perla enorme en la pechera. El encargado del establecimiento le saludaba familiar y respetuoso, como a un parroquiano conocidisimo; las mujeres admiraban de lejos las joyas de Elena; un _groom_ diminuto como un gnomo se llevaba la rica capa de pieles de la senora, que esparcia un perfume de jardin de ensueno. El examinaba la lista de vinos, pidiendo un champana tan caro, que su nombre provocaba una reverencia admirativa del encargado de la bodega. Se desvanecio la vision, encontrandose Moreno otra vez en la antigua casa de Pirovani, ante aquella mujer que tanto habia deseado con el fervor que inspira lo que parece imposible de conseguir, y que le miraba en estos momentos con ojos devoradores. --iOh, Paris!--dijo--. iComo deseo verme alla con usted... Elena! Porque usted me permite que la llame ahora simplemente Elena... ?no? * * * * * #XVIII# Para Watson empezaron a sucederse los hechos con la rapidez vertiginosa y la falta de logica de los episodios de una pesadilla que se desarrollan mas alla del tiempo y del espacio. Oyo tiros; luego pasaron ante sus ojos varios jinetes a todo galope, mientras otros, deteniendose, hacian fuego contra los dos andinos. En vano Piola gritaba levantando sus brazos: --iHermanos, no nos baleen, que somos gentes de paz y nos entregamos!... Los que llegaban no querian oir y seguian disparando sus rifles a pesar de las ordenes de Robledo. Cayo herido el camarada de Piola, y este juzgo oportuno echarse al suelo, buscando refugio detras de su caballo. Cuando todo el grupo de hombres de la Presa acabo de entrar en la explanada del rancho, Watson no presto atencion a las exclamaciones del espanol, asombrado de encontrarle alli. Tampoco se fijo en los saludos del comisario. Los dos le olvidaron tambien para ir en busca de Piola, colocandole sus revolveres en el pecho mientras le preguntaban donde estaba Celinda. Algunos individuos de la expedicion desmontaron para examinar al hombre recien herido y tambien al otro cordillerano derribado por don Carlos. Lo que atrajo la atencion del joven fue la presencia de su propio caballo, sobre el cual se erguia con aire de importancia el pequeno Cachafaz, senalando con un dedo acusador a los tres vencidos. -Estos gauchos malos son los que se llevaron a mi patroncita. Yo los vide... Pero le fue imposible continuar, pues se sintio agarrado por el talle y descendido violentamente de su dignidad ecuestre, quedando con los pies en el suelo. Ricardo habia hecho esto valiendose de su brazo sano y sofocando el dolor que le causaban en el hombro herido tales movimientos. Su caballo parecio reconocerlo al quedar el sobre la silla, y apenas le hubo picado con sus espuelas, salio a todo galope en la misma direccion seguida por Rojas. Llevaba varios minutos el estanciero de perseguir a Manos Duras y no perdia la esperanza de alcanzarlo. Era dificil poder galopar de un modo continuo en aquellas pendientes arenosas. Ademas, el caballo del gaucho llevaba a dos personas, y este tenia necesidad de conservar sujeta a Celinda, al mismo tiempo que excitaba la marcha de su cabalgadura. Rojas podia dedicarse con mayor ligereza a la persecucion, teniendo ademas libres sus dos brazos. Durante esta fuga el bandido volvio repetidas veces su cabeza y el brazo derecho armado con un revolver. Dos balas pasaron silbando cerca de don Carlos. Este contesto a los disparos con otros, pero despues se contuvo. No le quedaban mas que tres capsulas. En la manana, al salir de su estancia para ir simplemente a la Presa, se habia cenido el cinturon del revolver, sin poner cartuchos de repuesto en los agujeros de la canana. Solo podia contar ahora con estos tres tiros y con el cuchillo que llevaba al cinto para las necesidades del campo. Ademas tenia miedo de herir a su hija. Como el gaucho iba mejor provisto de armas, siguio disparando tiros durante su fuga, con gran prodigalidad. Sintio el estanciero una nueva indignacion al darse cuenta de lo que intentaba Manos Duras contra el. --iGrandisimo bandido! iAhora tira a matarme mi flete! Y el centauro criollo, diciendose esto, mostro tanta colera como al ver en peligro a su hija. A los pocos momentos, Rojas, que parecia soldarse a los caballos que montaba, hasta formar un solo cuerpo con ellos, adivino bajo sus piernas un estremecimiento de muerte. Saco agilmente sus pies de los estribos y se echo al suelo, al mismo tiempo que rodaba la pobre bestia, arrojando por el pecho un cano de sangre igual al chorro purpureo de un tonel de vino que se desfonda. Se vio el estanciero a pie, mientras el otro continuaba huyendo con su hija sobre el arzon. Toda su voluntad la concentro en la mano que sostenia el revolver, apuntando este contra el enemigo fugitivo. Necesitaba matar su caballo. Rojas, que no temia la lucha con las fieras ni con los hombres y pocas veces habia conocido el miedo, temblo de emocion... iDar muerte a un caballo! Era un excelente tirador, y sin embargo, hizo un disparo y despues otro, sin que la cabalgadura del gaucho cesase en su galope. Iba ya a disparar su ultima capsula, cuando el "flete" de Manos Duras titubeo, marchando con mas lentitud, hasta que por fin dio una voltereta mortal, levantando una nube de arena con su agonico pataleo. Corrio Rojas, pero antes de llegar al sitio de la caida, vio como el gaucho se incorporaba, sacando un segundo revolver del cinto, sin dejar de oprimir con el otro brazo a Celinda. Asi espero, con aire amenazante, que se aproximase su perseguidor. Pudo don Carlos avanzar todavia algunos pasos, pero Manos Duras disparo contra el, pasando el proyectil tan cerca de su rostro, que por un momento se creyo herido. Entonces Rojas se dejo caer para presentar menos blanco, y fue arrastrandose, con el revolver en la diestra. El gaucho no podia adivinar que solo le quedaba un tiro, y creyendo que su intencion era aproximarse cautelosamente para que resultasen mas seguros sus disparos, siguio haciendo fuego. Ademas se servia de Celinda como de un escudo, colocandola ante su pecho. Pero los retorcimientos de la joven al pretender librarse de este brazo robusto que la mantenia prisionera hicieron desviar muchas veces su revolver. --iSi dispara un tiro mas, viejo, mato a su hija! Esta amenaza, unida a la consideracion de su impotencia, hizo que don Carlos se deslizase lentamente sobre la arena, sin atreverse a hacer fuego. Manos Duras parecio inquietarse de pronto por un nuevo peligro que presentia cerca de el, y miro avidamente a un lado y a otro. Pero el miedo al enemigo mas inmediato, que era el estanciero, hizo que no pensase mas que en este, continuando sus disparos. El otro enemigo invisible era Watson, que al escuchar los tiros habia echado pie a tierra para aproximarse al lugar de la lucha, marchando encorvado entre las asperas plantas que surgian del suelo arenoso. Por un momento tuvo la intencion de atacar a Manos Duras con su revolver, pero temio herir a Celinda, que continuaba forcejeando para librarse de su opresor. Luego fue hasta su cabalgadura, desatando de la silla el lazo regalado por la hija de Rojas. Llevandolo en su diestra dio un rodeo a traves de los matorrales, hasta venir a colocarse detras del gaucho. Esta corta marcha le produjo intensos dolores. Varias veces las ramas espinosas se engancharon en su hombro herido. Ademas, la duda le hizo temblar interiormente. ?Sabria valerse de esta arma primitiva?... Recordaba las risas de Flor de Rio Negro comentando su torpeza; pero al evocar igualmente los alegres paseos con ella y verla ahora en tan angustioso peligro, sintio renacer su dura voluntad. Las ensenanzas recibidas en su juventud, el espiritu metodico y practico de su raza, le reanimaron. "Lo que una persona hace, otra puede hacerlo tambien." Y recomendandose a las potencias misteriosas e imponderables que rigen nuestra existencia y a veces nos protegen con inexplicable predileccion, envio el lazo por el aire, casi sin mirar, confiandose a la suerte y a su instinto. Luego tiro de el, metiendose matorrales adentro, con un esfuerzo alegre y extraordinario al adivinar por la resistencia de la cuerda que el lazo habia hecho presa. Fue tan barbaro su gozo, que tiro con ambas manos, lanzando rugidos de dolor por el desgarramiento que sentia en su hombro herido. El lazo habia aprisionado, efectivamente, el grupo que formaban Manos Duras y Celinda, arrollandose en torno a sus cuerpos. Luego los dos cayeron de espaldas bajo el rudo tiron. Ceso el gaucho de retener a Celinda para valerse de las dos manos, y estando todavia en el suelo extrajo su cuchillo del cinto, partiendo la cuerda que le sujetaba. Watson, que habia adivinado esta intencion, corrio hacia Manos Duras, dandole varios golpes en la cabeza y en el rostro con la culata de su revolver. Pero Rojas llego tambien en unos cuantos saltos junto al grupo derribado. --iDejamelo, gringo!--ordeno con voz entrecortada--. A este nadie debe matarlo mas que yo... iMe corresponde! Hizo retroceder con un empellon a Watson, y este solo se preocupo de Celinda, levantandola del suelo y llevandosela al otro lado de los matorrales mas proximos. La joven, aturdida aun por su caida, se paso las manos por los ojos, sin reconocer al norteamericano. Tenia varias desolladuras en los brazos y en el rostro que manaban sangre. Mientras tanto, don Carlos casi ayudaba a incorporarse a Manos Duras. --iLevantate, hijo de... para que no digas que te mato sin defensa! Saca tu facon y pelea. El cuchillo lo tenia ya en la mano el gaucho, pero Rojas no lo habia visto, turbado por el goce feroz de encontrar finalmente a ese hombre al alcance de su diestra. Apenas el bandido estuvo de pie, le tiro a traicion una cuchillada al vientre, pero aturdido aun por los golpes que le habia dado Watson, su ataque fue lento, lo que permitio al estanciero pararla con un reves de su mano izquierda. El, por su parte, le asesto un golpe en el pecho, luego otro, y menudeo sus cuchilladas con tal celeridad, que hizo derrumbarse a Manos Duras arrojando sangre por numerosos desgarrones de su cuerpo. --iYa esta muerto el puma! Esto lo grito don Carlos agitando sobre su cabeza el arma enrojecida, mientras el bandolero daba vueltas junto a sus pies, apoyandose en un costado y en otro, entre ronquidos de agonizante. Watson habia ido llevandose a Celinda mas lejos, para que no presenciase esta lucha, pero al mismo tiempo procuraba no perder de vista al estanciero, por si le era necesario su auxilio. Al juntarse los dos hombres, condujeron a la joven hasta el lugar donde el ingeniero habia dejado su caballo. No querian que Celinda viese al agonizante. Ella, conmovida por tantas emociones, los miraba con unas pupilas dilatadas e inciertas, como si no los reconociese. Al fin acabo por llorar, abrazandose a su padre. Luego, olvidando los prejuicios de los dias normales, abrazo tambien a Watson y empezo a besarlo. El moceton, aturdido por estas caricias y asustado por las heridas superficiales que notaba en el rostro de la joven, pregunto con ansiedad: --?Le he hecho dano, miss Rojas?... ?No es cierto que he tirado el lazo menos mal que otras veces?... Los dos le ayudaron a montar, y marcharon junto a su caballo con direccion al rancho de la India Muerta. Robledo y el comisario salieron a su encuentro, mostrando gran alegria al reconocer a Celinda. Frente a las ruinas estaban los otros hombres de la expedicion. Despues de curar a su modo a los dos cordilleranos heridos, los vigilaban, asi como a Piola, hablando de conducirlos al dia siguiente a la carcel de la capital del territorio. Viendose entre amigos que celebraban con gozosas demostraciones su liberacion, Celinda volvio a recobrar su caracter ligero y animoso. Procuro ocultar su rostro para que Watson no viese mas tiempo las desolladuras que lo desfiguraban; pero cuando de tarde en tarde volvia sus ojos a el, estos tenian una expresion acariciante. --?Le he hecho dano, miss Rojas?--dijo otra vez el joven con voz suplicante, como si su emocion no le permitiera en aquellos momentos preguntar otra cosa--. ?Verdad que no he tirado el lazo muy mal?... Ella, despues de mirar a un lado y a otro para convencerse de que su padre estaba lejos, dijo en voz baja, imitando el acento del norteamericano: --iGringo chapeton! igrandisimo torpe!... Si que me has hecho dano, y el lazo lo tiras rematadamente mal... Pero de todos modos me enganchaste con el, y como yo jure que solo asi conseguirias tenerme otra vez... aqui me tienes. Y avanzo los labios cual si pretendiese acariciarle desde lejos con su sonrosado redondel, siendo este gesto una promesa de lo que haria seguramente luego, cuando se viesen solos. Entro la expedicion en la Presa al anochecer, despues de haber descansado en la estancia de Rojas, donde esperaba Sebastiana. Esta, al ver libre a su patroncita, prorrumpio en exclamaciones de gozo, que se convirtieron poco despues en frases de indignacion por las lesiones que Celinda tenia en su cara. El nombre de la marquesa se le escapo a la mestiza en el curso de una furibunda palabreria, a pesar de las recomendaciones de prudencia hechas en voz baja por Robledo. Al fin acabo relatando a Rojas todo lo que sabia de la entrevista de la "senorona" con Manos Duras y lo que sospechaba ella que habian convenido los dos. Sebastiana quiso quedarse en la estancia, al lado de Celinda, sin creer necesario para ello el permiso del patron. El mismo don Carlos habia rogado a Watson que se quedase tambien hasta el dia siguiente, en que volveria el. --Tengo que hacer una cosita urgente en la Presa. Deseo decir unas palabritas a cierta persona. La voz meliflua del criollo, asi como su acento dulzon, eran para meter espanto a cualquiera. Robledo intento disuadirle de este viaje, adivinando sus intenciones. Con el se mostro Rojas mas explicito. --Dejeme, don Manuel; necesito ver a esa imala... tal! que ha querido perjudicar a mi nina. Me contentare con levantarle las polleras y darle cincuenta golpes con este rebenque, asi... asi. Y movia el latigo corto con su terrible tira de cuero. Hubo de aceptar al fin el espanol que le acompanase hasta el pueblo, convencido de lo inutil que era oponerse a sus propositos. Aun perduraba en Rojas la furia homicida de su combate a muerte con el gaucho, y Robledo esperaba abonanzarle cuando hubiesen transcurrido unas horas. Al entrar en la calle central vieron los expedicionarios aglomerados a casi todos los habitantes de la Presa. Los jinetes delanteros iban dando noticias al paso, y estas se transmitian, de grupo a grupo, rapidamente. Todos celebraron la muerte de Manos Duras, como si con ella se viese libre el pueblo de una gran calamidad. Los mas debiles lamentaban que el comisario hubiese guardado en un rancho cerca de la poblacion a los tres prisioneros para enviarlos al dia siguiente a la carcel del territorio. La muchedumbre, con esa ferocidad colectiva que surge en las primeras horas de una emancipacion largamente esperada, queria destrozarlos, para vengarse de los miedos que la habia hecho sufrir el gancho ya difunto. La ultima noticia que hizo circular la locuacidad de los jinetes delanteros sirvio para que esta indignacion comun encontrase donde satisfacerse. Las revelaciones de Sebastiana fueron conocidas en un momento por todos. Era aquella "senorona" la que de acuerdo con Manos Duras habia organizado una venganza terrible; una venganza semejante a otras que ellos habian oido contar a los lectores de novelas o visto por sus ojos en las historias cinematograficas. La _gringa_ rubia queria matar a la pobre nina de la estancia, hija del pais, tal vez por envidia, tal vez por otro motivo. Robledo, que pasaba a caballo entre los grupos, adivino por algunas palabras sueltas la colera que empezaba a conmoverlos. Precisamente en aquellos momentos la expedicion iba desfilando ante la antigua casa de Pirovani. Las mujeres eran las que se mostraban mas furiosas y lanzaron los primeros gritos agresivos mirando las ventanas del edificio. --iMuera la Cara Pintada! iMuera la gran...! Y soltaba redonda la mayor de las injurias femeniles. Presintiendo lo que iba a ocurrir, torcio Robledo su marcha, avanzando hacia la casa y colocando su caballo ante los ultimos peldados de la escalinata de madera. Pero no consiguio verse obedecido ni aun por los hombres mas adictos a el, que le habian acompanado en la expedicion. Desoyendo sus consejos y sus ordenes, mujeres y chiquillos empezaron a pasar por debajo de la panza de su caballo o a deslizarse por sus flancos... Y detras de estos primeros asaltantes, los hombres fueron invadiendo la entrada de la casa, excusandose con un gesto y un leve saludo al pasar ante el ingeniero. El asalto fue rapidisimo, abatiendose los obstaculos con esa facilidad que parece centuplicar la fuerza de los ataques populares en dias de revolucion triunfadora. La puerta cayo rota, y toda la ola humana se revolvio un momento en su quicio, penetrando despues a borbotones en el interior de la casa. Saltaron rotos los vidrios de las ventanas, y poco despues empezaron a salir por ellas, como proyectiles, los muebles, las ropas y toda clase de objetos. En vano algunos, mas prudentes y serenos, protestaban del absurdo destrozo. --iPero si eso no es de ella!... iSi todo pertenecia a don Enrique el italiano! La multitud se mostraba sorda; queria que fuese todo propiedad de la "senorona", para de esta manera satisfacer su colera sin escrupulos. Y continuaba dando gritos, en los que se repetia la palabra infamante. De pronto, Robledo, que braceaba sobre su caballo dando ordenes inutiles, consiguio hacerse oir. Los asaltantes parecian cansados. Ademas, la decepcion de no encontrar a la hembra odiada habia disminuido su actividad destructora. Pero la verdadera causa del relativo silencio que permitio a Robledo restablecer su influencia fue la llegada de un viejo trabajador espanol, retirado de las obras del canal para dedicarse a llevar a las viviendas agua del rio en un carro del que tiraba un misero caballejo. Este hombre logro que le escuchasen con mas rapidez que el ingeniero. Los asaltantes bajaron poco a poco de la casa para oirle de mas cerca. --?Que hacen ahi?--gritaba--. iSe ha ido!... Yo la he visto en un coche con el senor Moreno, el del gobierno. Van a la estacion a tomar el tren de Buenos Aires. Inmediatamente se ofrecieron varios jinetes de buena voluntad para alcanzarla en su fuga. Llevaba mucha delantera, pero tal vez a mata caballo podrian detenerla en Fuerte Sarmiento. Otros ponian en duda el exito de tal persecucion. Solo quedaba una hora escasa para la llegada del tren, y como este partia de la proxima estacion del Neuquen, nunca llegaba con retraso. Las mujeres, por ser las mas furiosas, aconsejaban a los jinetes que intentasen de todos modos la aventura, para traer a la "senorona" arrastrandola del pelo. Otros varones, sesudos y de luminosas ideas, proponian, con el mismo piadoso deseo, colocarse simplemente al lado de la via, cuando pasase el tren cerca de la Presa, y hacer una descarga cerrada sobre el coche que llevase a la grandisima... tal. Y mostraban asombro cuando Robledo intentaba hacerles comprender que en el mismo coche podian ir otros viajeros y ademas resultaba imposible adivinar su vagon entre los muchos que componen un tren. Cuando todas estas gentes, roncas de gritar y convencidas de que les era imposible dar alcance a la "senorona", quedaron en silencio, el ingeniero consiguio hacerse oir. --Dejadla que se vaya. Es Gualiche que nos abandona, despues de haberlo perturbado todo... Lo que hay que desear es que ese demonio no vuelva nunca. iOjala se hubiese marchado antes!... Al fin, cerrada ya la noche, las gentes se fueron apaciguando. Era la hora de la cena, y los mas exaltados prefirieron seguir sus conversaciones en la mesa familiar o en el almacen del Gallego. Rojas se mostraba sombrio, como si hubiese olvidado todos los sucesos de aquel dia para no ver mas que la fuga de Elena. --Crea usted que lo siento, don Manuel. Mi gusto hubiese sido remangarle las polleras, para con este rebenque... Y haciendo con una mano el mismo ademan que si levantase las faldas de Elena, iba explicando todo lo que su venganza se hubiese complacido en realizar. A partir de este dia, la existencia resulto angustiosa o monotona en aquel pueblo, donde no quedaba otro personaje importante que Robledo. Los obreros empezaron a desbandarse al ver suspendida la continuacion de las obras. Pasaban el tiempo los grupos inactivos hablando de la posibilidad de que se reanudasen los trabajos en la semana proxima por disposicion del gobierno; pero la orden no llegaba. Alla en Buenos Aires estudiaban el asunto con toda calma, y los peones, perdida la paciencia, echabanse al hombro el saco de ropa para huir a pie o en ferrocarril de un lugar donde ya no entraba dinero y cada vez era mas general la pobreza. El almacen habia descendido a boliche y tenia un aspecto funebre. Solo algunos parroquianos viejos, de solvencia probada, venian a beber de pie ante el mostrador. Don Antonio el Gallego habia cortado violentamente el credito a la mayor parte de los concurrentes, y para apoyar su voluntad de no dar nada al fiado, tenia un revolver en cada cajon del mostrador y el hermoso rifle americano debajo de su asiento. Su publico, cuando estaba falto de dinero, merecia todas estas precauciones. --Usted debe ir a Buenos Aires, don Manuel--decia a Robledo con firme optimismo--. Usted es el unico a quien haran caso alla. El ingeniero se mostraba triste y desalentado, como todo lo que le rodeaba. Lo unico que conseguia hacerle sonreir con una expresion melancolica era el nuevo aspecto de Watson su socio. Este parecia alegre, como si nada le importase la suerte de sus canales. Ahora solo le interesaba la ganaderia, pasando los dias enteros en la estancia de Rojas. iQue podia importarle la paralizacion momentanea de las obras!... Era joven y tenia muchos anos por delante. Lo que deseaba estudiar era la vida de una estancia, pero teniendo por maestro a Flor de Rio Negro, que le acompanaba a caballo a traves de los campos desde la salida del sol hasta el ocaso. Un funebre descubrimiento aumento el mal humor del espanol, poco despues de la fuga de Elena. Gonzalez le hizo ver un sombrero que uno de sus parroquianos habia encontrado junto al rio, lejos del campamento. El ingeniero lo reconocio inmediatamente. Era el que llevaba Torrebianca. Estaba convencido, desde mucho antes, que su companero no figuraba ya entre los vivos. Con frecuencia, durante la noche, cuando las dificultades financieras de sus obras le hacian permanecer insomne, reconstituia por deducciones lo que el marido de Elena habia hecho al abandonar su casa, poco antes del amanecer. Indudablemente su cuerpo estaba en el fondo del rio. Otro dia, el dueno del boliche vino a contarle el descubrimiento hecho por unos espanoles que, al verse faltos de trabajo, se dedicaban a la pesca. Dos leguas mas abajo del pueblo habian pasado a una isla fangosa rodeada de canaverales, con la esperanza de apoderarse de algunas truchas procedentes del lejano lago de Nahuel Huapi. Entre las canas de la orilla habian visto dos objetos largos y negros que se balanceaban mecidos por la corriente: las piernas de Torrebianca. Robledo no habia tenido valor para ver el cadaver. Despues de un mes de permanencia en el rio, era una masa gelatinosa que parecia vibrar por el rebullicio de la fauna surgida de sus carnes. Fue su compatriota Gonzalez quien, abandonando el mostrador del almacen, se encargo de todo lo necesario para dar sepultura a estos restos. --Usted lo que debe hacer es irse a Buenos Aires--repetia el almacenero--. Don Ricardo y yo le sustituiremos aqui. En la capital trabajara usted por nosotros mas que si se queda en la Presa. Al fin Robledo reconocio la pertinencia de estos consejos, marchandose a Buenos Aires. Varios meses anduvo por los ministerios, solicitando que se reanudasen las obras y luchando con las rutinas tecnicas y administrativas. Tambien tuvo que esforzarse por mantener su credito en los Bancos. Los mismos que protegian antes su empresa dudaban ahora francamente del exito, resistiendose a proporcionarle mas dinero para su continuacion. Un ambiente de escepticismo y descredito iba esparciendose en torno a todo lo que era de la Presa. Llego el invierno sin que Robledo hubiese podido salir de Buenos Aires. Algunas veces, con repentino optimismo, esperaba conseguir al dia siguiente la realizacion de sus deseos. Pero al otro dia le contestaban: "Vuelva usted manana"; y este "manana" iba convirtiendose en una palabra fatidica, simbolo de algo vago que nunca llegaria a ser realidad. Los periodicos le anunciaron una noche la inquietud de las poblaciones riberenas del rio Negro. Los afluentes empezaban a aumentar su caudal con una prodigalidad inquietante. Llegaba la crecida que el venia anunciando desde meses antes en los ministerios para conseguir que se continuasen las obras si aun era tiempo. Recibio luego un telegrama de los mismos que le habian aconsejado la marcha a Buenos Aires. Le pedian que volviese, como si su presencia, siendo milagrosa, pudiera sujetar las fuerzas naturales. Entro en la Presa con un frio glacial. Volvio a enfundarse en un gaban de chofer con los pelos afuera que habia usado siempre en los dias rudos del invierno. La poblacion estaba casi desierta. Las casas de madera, que eran las mas fuertes, tenian cerradas puertas y ventanas. Las construcciones de adobes estaban con los techos rotos y el huracan habia arrancado igualmente las maderas de sus orificios de ventilacion. No se veia a nadie en las calles. Solo quedaban los hombres que ya eran habitantes del pais antes de que empezasen las obras. Parecia que durante los cuatro meses de su ausencia hubiesen transcurrido diez anos. Sufrio el tormento de largas y angustiosas inquietudes al permanecer dias enteros en la orilla del rio, viendo con una indignacion impotente como aumentaba el peligro. Las aguas eran cada vez mas altas y tumultuosas, arrastrando en su corriente troncos de arboles que venian tal vez de las vertientes de los Andes, o haciendo rodar invisibles, por el fondo de su lecho, rocas enormes. No le preocupaba el peligro de una inundacion. Era la suerte de las obras incompletas, y no la seguridad de las personas, lo que le hacia vivir en perpetua angustia. Examinaba todas las mananas, con la atencion de un medico que ausculta a un enfermo, aquel dique que debia obstruir el rio de orilla a orilla y estaba sin terminar, primeramente por la distraccion amorosa de sus constructores y despues por su rivalidad mortal. El brazo mas largo del dique habia quedado incompleto a unos cuantos metros del otro brazo que venia a su encuentro desde la orilla opuesta. Las aguas, cada vez mas altas, cubrian estos dos muros, marcando su oculta existencia con remolinos y espumarajos. Como todos los que viven en incesante peligro, Robledo empezo a sentirse supersticioso, recomendandose en su interior a varias divinidades confusas y omnipotentes que podian realizar un milagro. "Si conseguimos pasar el invierno--pensaba--sin que esto se rompa, ique felicidad!" Pero una manana, cual si fuese una construccion de arena igual a la que levantan los ninos y demuelen a su capricho, las aguas se llevaron ante sus ojos un extremo del dique sin concluir; luego lo partieron como algo tierno y ductil, y finalmente las dos murallas subfluviales, en las que se habian empleado cientos de hombres y miles de toneladas de materia dura y en apariencia inconmovible, rodaron corriente abajo, dejando fragmentos encallados en las orillas y las islas. Entonces Robledo lloro. --Cuatro anos de trabajo, iy el agua lo disuelve todo, como si fuese azucar!... Cuatro anos de labor perdida... iy habra que empezar otra vez! Su compatriota el dueno del boliche se consideraba tan arruinado como el. En su establecimiento, el cajon del mostrador estaba vacio. Ademas podia decir adios a la esperanza de convertir sus arenosos campos en ricas "chacras" de riego. Estaba pobre; mas pobre que cuando llego a establecerse en esta tierra maldita. Pero su fe en Robledo y la necesidad de consolarle hicieron que se mostrase optimista. --Todo se arreglara, don Manuel--repitio varias voces, pero sin conviccion. Don Manuel, viendo como las aguas insistian en su obra destructora, paso de la tristeza a la colera. Sus ojos ya no miraban al rio. Tenian la vaga expresion del que ha puesto su pensamiento muy lejos y ve lo que no pueden ver los demas. Recordo a Canterac y a Pirovani, tan intensamente como si los hubiese encontrado el dia anterior. Vio despues un rostro de mujer sonriendo con expresion maligna. A traves del tiempo y la distancia hacia sentir aun la influencia de su paso por este rincon de la tierra. Ella era en realidad la que destruia las obras. El espanol cerro los punos. Se acordo del estanciero Rojas y lo que este se proponia hacer con su rebenque para castigar las maldades de aquella hembra. El hubiese hecho algo peor en el presente momento. "Gualicho rubio--penso--, demonio perturbador de los hombres y de las cosas... ien que mala hora te traje aqui!" * * * * * #XIX# --Han transcurrido doce anos desde la ultima vez que estuve en Paris... iAy! Reconozco que mi aspecto ha cambiado mucho. Y Robledo, al decir esto, volvio a verse tal como se contemplaba todas las mananas en el espejo, con ojos de conmiseracion, mientras procedia a su limpieza matinal. Era todavia vigoroso y gozaba de excelente salud; pero la vejez habia empezado a marcar en el sus devastaciones. La cuspide de su craneo estaba completamente despoblada. En cambio habia suprimido su bigote, rasurandolo por el motivo de tener con mas abundancia las canas que los pelos obscuros. Esta transformacion le habia dado, segun el, cierto aspecto de clerigo o de actor, pero al mismo tiempo esparcia por su rostro cierta frescura juvenil. Ocupaba un sillon en el _hall_ de un hotel elegante de Paris, cerca del Arco de Triunfo. Frente a el estaba un matrimonio joven: Watson y Celinda. El paso de los anos no habia hecho mas que afirmar los rasgos fisonomicos de Ricardo, dando mayor estabilidad a su hermosura de atleta tranquilo. La antigua Flor de Rio Negro tenia ahora una belleza estival de trato sazonado y dulce. Conservaba su esbeltez gimnastica de efebo, pero la maternidad habia amplificado majestuosamente sus formas. Ya no llevaba su cabellera cortada como una melena de pajecillo, ni se permitia en publico los saltos y las travesuras infantiles de aquella amazona patagonica admirada por los inmigrantes. Debia mostrar la seriedad de una mama. En torno a la mesita del _hall_ se movia un nino de nueve anos, voluntarioso y algo desobediente, que buscaba la proteccion de Robledo--por otro nombre "tio Manuel"--cuando le renian sus padres. En un piso del "Palace" dos _nurses_ inglesas vigilaban los juegos de otros tres hijos de menos edad. Formaban todos en conjunto la conocida familia de la America del Sur que viene a pasar varios meses en Europa, como una tribu rica y alegre, trasladando la casa entera de un lado a otro del Oceano, sin olvidar a los criados. Ahora la familia estaba en sus comienzos, por ser los padres todavia jovenes, y se limitaba a ocupar cuatro camarotes en los buques y cinco cuartos con salon comun en los hoteles. Diez anos mas de vida y de prosperidad en los negocios, y la caravana familiar, al hacer otro viaje a Europa, arrendaria todo un costado del paquebote y un piso entero en los "Palaces". --iLas cosas que han ocurrido desde la ultima vez que estuve aqui!... Se ensombrecio el rostro de Robledo al recordar este sus luchas durante dos anos para conseguir que se reanudasen las obras en el rio Negro. Habia conocido las angustias que proporcionan las deudas crecientes y las reclamaciones de acreedores que no pueden satisfacerse. Casi todos los habitantes de la Presa escaparon al destruir el rio las obras. Los raros viajeros que visitaban el pais venian a admirar esta poblacion en ruinas, semejante a las ciudades historicas y muertas del mundo antiguo, en una tierra falta de recuerdos. A fin el gobierno habia reanudado los trabajos. El rio era vencido poco a poco, aceptando el obstaculo del dique y los canales de Robledo y Watson se empapaban con las primeras aguas, dejando correr por su lecho fangoso el riego vivificante. Despues de esto solo habian necesitado los dos socios que transcurriese el tiempo. El milagro del agua realizaba un sinnumero de milagros secundarios. Acudian a la muerta poblacion hombres de todos los paises, deseosos de roturar un suelo que podia despues ser suyo. Una costra de verde tierno y luminoso iba cubriendo los campos antes polvorientos. Los matorrales secos y punzantes cedian el sitio a los arboles jovenes. Nutridos por la savia de una tierra dormida durante miles de anos, y refrescados incesantemente por el agua que corria a sus pies, realizaban en el corto plazo de varias semanas prodigiosos estiramientos. Las casuchas de adobes, derruidas en el periodo de soledad y miseria, eran reemplazadas por edificios de ladrillo extensos y bajos, con un patio interior, imitando la arquitectura espanola de la epoca colonial. El antiguo boliche del Gallego se convertia en vasto almacen con numerosa dependencia, donde era vendido cuanto puede ser agradable y util a los que se enriquecen cultivando la tierra, haciendose ademas en el todos los negocios, incluso el de banca. El dueno habia ganado millones, por otra parte, al convertir sus arenales en campos de regadio. Al fin, acababa de realizar su ensueno de volverse a Espana, dejando al frente del almacen a un dependiente espanol interesado en sus negocios. --Ayer me escribio don Antonio--dijo Robledo con una ironia bondadosa--. Quiere que vayamos a Madrid. Desea que admiremos su casa, sus automoviles, y sobre todo sus amistades. Me cuenta con orgullo que los periodicos hablan de sus comidas. Tambien me dice que le han dado una condecoracion y un dia de estos lo presentaran al rey. He ahi un hombre dichoso. El recuerdo del lejano pais ensombrecio el rostro de Celinda. --Piensa en su padre--dijo Watson a su consocio--. Es imposible hablar de la Presa sin que se ponga triste... ?Que culpa tenemos nosotros si el viejo no ha querido venir? Robledo asintio a estas palabras, pretendiendo animar a Celinda. Don Carlos no habia querido moverse de su estancia, a pesar de lo mucho que le rogaron todos ellos para que les acompanase. No le interesaba ver en su vejez aquella Europa donde tantas locuras habia realizado siendo joven. Deseaba conservar intactas las antiguas ilusiones. Ademas, temia que le faltase el tiempo para saborear los grandes cambios realizados en su propiedad. --Me quedan pocos anos--decia--, y no puedo malgastarlos vagando por Europa, cuando tantas cosas debo hacer aqui. Celinda me dara muchos nietos, y no quiero que sean unos pobretones. Los canales de Robledo habian llegado a las tierras de su propiedad, convirtiendo los ralos y secos pastos de la estancia en lozanas praderas de alfalfa, siempre humedas y verdes. Su "hacienda" engordaba, multiplicandose prodigiosamente. Antes, tenia que correr a caballo para encontrar de tarde en tarde un animal cornudo y huesoso que iba al descubrimiento y la conquista de algun hierbajo aislado, a traves de una soledad casi yerma. Ahora, los novillos gordos y lustrosos, con las patas dobladas bajo su carnal pesadumbre, rumiaban la suculenta alfalfa, mordida en torno a ellos, sin necesidad de moverse. Ademas, don Carlos era considerado como el primer hombre del pais, y representaba para el una desvalorizacion marcharse a aquellas tierras de _gringos_, donde ignoraban su historia y nadie le haria caso. Hasta espaciaba mucho sus viajes a Buenos Aires, pensando que los amigos de su juventud habian muerto y solo podia encontrar a sus hijos o sus nietos, que apenas recordaban su nombre. En cambio, todos le hacian acatamiento en la Presa, como primer propietario del pais. Tambien era juez municipal, y los inmigrantes cultivadores de las "chacras" reconocian su autoridad y sapiencia, consultandole en todos sus asuntos y aceptando sus fallos. --?Que puedo hacer yo en Paris? iUn papelon!... Dejenme con mi gente y cada buey que rumie su pasto. Sentia mucho separarse de sus nietos, pero esta separacion no podia ser larga. Cuando Celinda y su marido el _gringo_ volviesen, el nino mayor llegaria a tiempo para que su abuelo le ensenase a montar a caballo como debe hacerlo un criollo fino. Precisamente este nieto hacia mucho rato que estaba junto a Robledo, montando en sus rodillas y dejandose caer en la alfombra. --iCarlitos, preciosura--suplico la madre--, deja en paz a tio Manuel! Y anadio, para contestar a todo lo que habia dicho Robledo acerca de su padre: --Es verdad, no quiso venir; pero eso no impide que me entristezca cuando pienso que podia estar aqui, viendo lo que nosotros vemos. Se aproximo al grupo una senorita elegantemente vestida: la institutriz francesa encargada de la educacion de Carlitos. Venia a llevarselo para dar un paseo por el Bosque de Bolonia. La madre tuvo que acariciarle con vehemente ternura, y aun asi, no pudo sofocar sus protestas de nino mimado. --iYo quiero quedarme con tio Manuel!... Pero tio Manuel necesitaba salir solo, y se lo explico asi al pequeno tirano, con palabras de excusa. --Si obedeces a mama y vas con mademoiselle al Bosque, esta noche cuando te acuestes te contare un cuento muy largo... imuy largo! Carlitos acepto la promesa, dejandose llevar por la institutriz sin nuevas rebeldias. --iYa se fue el despota!--dijo Robledo, fingiendo una gran satisfaccion al verse libre de el. Celinda sonrio agradecida. El espanol habia concentrado en Carlitos toda la necesidad de amar que sienten los celibes en los linderos de la vejez. Era muy rico y su fortuna iria ampliandose todavia mas con el transcurso de los anos, segun fueran sometidas al cultivo las tierras recientemente irrigadas. Si alguna vez le hablaban de sus millones, miraba al hijo de Celinda, apodandolo "mi principe heredero". Pensaba legar una parte de su fortuna a ciertos sobrinos que tenia en Espana y a los que apenas habia visto; pero lo mas considerable de su riqueza seria para Carlitos. Amaba tambien a los otros hijos de Watson; pero el primogenito habia nacido en la epoca de amarguras e indecisiones, cuando todavia estaba en peligro su obra, y esto hacia que le considerase con la predileccion que merece un companero de los malos tiempos. --?Que va a hacer usted esta tarde?--pregunto Robledo a Celinda--. Seguramente lo mismo de las otras tardes: visita general a los grandes modistos de la _rue de la Paix_ y calles adyacentes. Ella aprobo con un movimiento de cabeza este programa, mientras Watson reia. --?Cuando se cansara usted de comprar vestidos?--continuo el espanol--. ?No tiene miedo de que su equipaje no quepa en el trasatlantico, cuando regresemos a Buenos Aires?... Se excuso Celinda, pensando otra vez en el lejano pais. --Debo hacer mis compras previsoramente. Piense que alla en nuestra colonia no hay nada de lo que se encuentra aqui con tanta facilidad. Somos unos millonarios del desierto que vivimos todavia en la primera semana de la creacion de un mundo. Como quien dice unos millonarios... salvajes. Los tres rieron de este titulo y luego quedaron pensativos. Sus ojos dejaron de ver el _hall_ donde se encontraban y la elegante concurrencia de las mesas inmediatas. Contemplaron con una vision interior el antiguo campamento de la Presa, que ahora se llamaba "Colonia Celinda", y los campos regados, fertiles y alegres, propiedad de los dos ingenieros, con arboles todavia no muy altos, pues los mas antiguos solo contaban nueve anos de existencia. Vieron tambien la gran plaza de la colonia con sus edificios nuevos, y en ella a don Carlos Rojas, que parecia haberse empequenecido con la edad, ofreciendo su rostro un perfil cada vez mas aquilino y enjuto. Tenia el gesto autoritario y bondadoso de los antiguos patriarcas, al escuchar a hombres y mujeres. Despues, mientras Celinda pensaba en su padre, los dos consocios iban repasando mentalmente su actual prosperidad. Centenares de agricultores procedentes de todos los paises de Europa habian adquirido parcelas de la tierra regada, para formar sus huertas llamadas "chacras". El enorme precio que el agua habia dado al suelo era pagado a plazos por los colonos, en el curso de diez anos. Cada trimestre ingresaban en su oficina cantidades enormes que iban a quedar luego inmoviles en los Bancos. Los canales avanzaban sus tentaculos por la antigua cuenca del rio Negro, convirtiendo todos los anos tierras areniscas en campos fecundos; y esto atraia incesantemente a nuevos emigrantes, doblando o triplicando los ingresos de la sociedad. Y asi continuarian, anos y mas anos, hasta amontonar una suma considerable de millones. Robledo pensaba con melancolia en el destino de su riqueza enorme. Llegaba a el cuando era viejo y no podia sentir la tentacion de los placeres que enganan y entretienen a los demas mortales. Los hijos de Watson y de Celinda serian archimillonarios, no conociendo nunca la esclavitud del trabajo ni las angustias de la escasez de dinero, y al ser hombres vendrian a derrochar en Paris una parte de su herencia principesca, llamando la atencion por sus despilfarros y sus brillantes cualidades de seres ociosos e inutiles. Atraido por la fuerza del contraste, Robledo, hombre de trabajo que habia sufrido en su existencia grandes estrecheces y amarguras, aceptaba con un fatalismo risueno este final de sus esfuerzos, encontrandolo logico y de acuerdo con las ironias de la vida. Pensaba, ademas, en otro contraste que habia acompanado a su enriquecimiento. Mientras el se hacia millonario, la mitad del mundo, al otro lado de los mares, sufria los horrores de una gran guerra. Al principio este cataclismo habia hecho peligrar su propia empresa. Los colonos extranjeros abandonaban los campos de la Argentina para ir a ser soldados en sus respectivas naciones. Pero luego se cortaba este retorno al viejo mundo, y el reflujo humano traia nuevos cultivadores a sus tierras. Muchos que habia dejado en Europa doce anos antes enormemente ricos, estaban ahora pobres o habian desaparecido. En cambio, el, que solo era entonces un aspirante a la fortuna, un colonizador de incierto porvenir, se sentia como abrumado por la exageracion de su prosperidad. Se veia igual a las reses nuevas de don Carlos Rojas, que, ahitas por la exuberancia de su nutricion, permanecian con las patas dobladas sobre la alfalfa, mirando, inapetentes, toda la riqueza alimenticia que las rodeaba. Watson y Celinda eran jovenes, tenian ilusiones y deseos, sabian en que emplear su dinero. Ella conocia la voluptuosidad del lujo; su marido podia sentir el mayor placer de los enamorados, mezcla de satisfaccion y de orgullo, al regalar a Celinda todo lo que desease; ipero el!... Ni siquiera le gustaban las molicies inocentes que hacen mas grata la vejez. Le habia visitado la riqueza demasiado tarde, cuando no le quedaba tiempo para aprender a ser rico. Como habia pasado la mayor parte de la existencia simplificando su vida y prescindiendo de comodidades, ya no necesitaba estas comodidades. Celinda, la antigua amazona, y su esposo, tenian a la puerta del hotel, desde las primeras horas de la manana, un lujoso automovil. No podian vivir sin este vehiculo; parecia que lo hubiesen poseido desde que nacieron. iAh, la juventud, con su maravillosa facilidad de adaptacion para todo lo que representa placer o riqueza!... El espanol, solo en casos de urgencia se acordaba de tomar un automovil de alquiler. Preferia marchar a pie o emplear los mismos medios de locomocion de la gente poco adinerada. --No es miseria ni avaricia--decia Celinda a su esposo cuando le hablaba de Robledo, al que habia estudiado con su fina observacion de mujer--; es simplemente olvido y falta de necesidades. Los dos ingenieros salieron de su abstraccion al oir de nuevo la voz de la joven. --Y usted, don Manuel, ?que piensa hacer esta tarde?... ?Por que no me acompana en mis visitas a los modistos, y asi podra hablar con motivo de la frivolidad de las mujeres?... Robledo no acepto la proposicion. --Debo ver a un antiguo condiscipulo que desea mi ayuda para un negocio. El pobre no ha hecho fortuna. Era un ingeniero que durante la guerra habia dirigido una fabrica dedicada a la produccion de municiones. Ahora la fabrica estaba cerrada, y su dueno, despues de haber reunido en cuatro anos una fortuna enorme, no sabia que hacer de ella. El ingeniero buscaba, sin exito, un capitalista, para dedicarla por su cuenta a la produccion de maquinaria agricola. --Vive mas alla de Montmartre--continuo Robledo--; esta cargado de familia, y voy a ver si prestandole unas docenas de miles de pesos, que aqui resultan cerca de un millon de francos, puede abrirse paso. Quiere mostrarme en su casa los planos de una maquina que ha inventado para arar la tierra. Abandonaron los tres sus asientos y salieron del _hall_. Fuera del hotel, el matrimonio monto en un automovil elegante. El espanol prefirio marchar a pie hasta la plaza de la Estrella, donde tomaria simplemente el Metro. Era una tarde primaveral, de aire suave y cielo dorado. Robledo marchaba con una vivacidad juvenil. La imagen de su infeliz camarada Torrebianca paso de pronto por su memoria. Esto no era extraordinario. Desde su regreso a Europa, le asaltaba con frecuencia el recuerdo de Federico y de su mujer, por la razon de haber vivido con ellos durante su ultima permanencia en Paris y haber emprendido juntos de aqui el viaje a America. Ademas, este ingeniero pobre que iba a visitar evocaba en su memoria al otro companero de estudios. En los doce anos ultimos, pasados junto al rio Negro, la imagen de los Torrebianca se habia mantenido fresca en su memoria. Una vida de monotono trabajo, poco abundante en novedades, conserva vivas las impresiones, pues estas no reciben la superposicion de otras que las borren. Muchas veces, en sus largas horas de reflexiva soledad, se preguntaba cual habria sido el final de Elena. Su mala influencia persistio demasiado en aquel rincon del mundo para que la olvidasen facilmente. Hasta los habitantes mas antiguos de la Presa que permanecieron fieles al terruno, negandose a abandonar el pueblo arruinado, habian transmitido a los nuevos vecinos de Colonia Celinda la tradicion de una mujer venida del otro lado del mar, hermosa y de poder fatidico, originadora de ruinas y muertes. Los que no alcanzaron a conocerla se la imaginaban como una especie de bruja, apodandola "Cara Pintada" y atribuyendole toda clase de maldades prodigiosas. Hasta afirmaban que surgia a veces en los lugares mas solitarios del rio, como un fantasma hermoso y fatal, peinandose los rubios cabellos o pintandose el rostro; y esta aparicion era terrible para los que la veian, pues significaba un anuncio de proxima muerte. Robledo, en sus visitas a Buenos Aires, intento averiguar algo de aquel Moreno que habia huido con Elena; pero nunca obtuvo noticias precisas. Los dos habian caido en Europa como en un mar que se cerrase sobre sus cabezas, ocultandolos para siempre. "Debe haber muerto--acababa diciendose el espanol--. Indudablemente ha muerto. Una mujer de su especie no podia vivir mucho." Y durante unos meses dejaba de pensar en ella, hasta que algunas alusiones de los primitivos habitantes de la colonia despertaban otra vez sus recuerdos. Al descender los peldanos de la estacion vecina al Arco de Triunfo, olvido completamente a su infeliz companero y su temible esposa. Se sintio envuelto y empujado por la corriente humana que descendia a las profundidades del Metro, y el tren subterraneo le llevo al otro lado de Paris. Paso mas de dos horas en la casa de su amigo el inventor--modesta habitacion situada en una calle afluente a los bulevares exteriores--, y al caer la tarde se vio marchando a pie por el bulevar Rochechuart, hacia la plaza Pigalle. En sus excursiones por Montmartre acompanando a sudamericanos ansiosos de gozar las falsas y pueriles delicias de los restoranes nocturnos, nunca habia ido mas alla de dicha plaza. Ademas, esta parte de Paris, vista de noche, ofrece un espectaculo enganoso que contrasta con la mediocridad de su fisonomia diurna. El bulevar que el seguia estaba frecuentado por un publico de aspecto ordinario y vulgar. El Montmartre de que hablaban con delicia los forasteros, y cuyo nombre era repetido con admiracion por cierta juventud del otro lado del Atlantico, empezaba a partir de la plaza Pigalle. Este bulevar Rochechuart era como los territorios mixtos inmediatos a una frontera, que carecen de fisonomia propia. Debian de vagar en el los expelidos del Montmartre proximo por la necesidad de un alojamiento mas barato, o las principiantas que aun no han logrado ropas ni maneras convenientes para deslizarse en los grandes restoranes nocturnos. Segun se iba extinguiendo la tarde parecia aumentar el numero de hembras enganosamente vestidas, que necesitan la luz incierta del crepusculo para salir a la caza del hombre y del pan. Robledo se cruzaba con ellas, fingiendose ciego ante sus violentas ojeadas y sordo a las palabras susurrantes en honor de su apostara de buen mozo. "iPobres mujeres! Verse obligadas a decirme tan enorme mentira para poder comer..." De pronto, una de estas mujeres llamo su atencion. Era semejante a las otras, y, lo mismo que ellas, le miraba atrevidamente, con ojos provocadores. iPero estos ojos!... ?Donde habia visto el estos ojos? Iba vestida con una elegancia miserable. Sus ropas, destenidas y viejas, habian sido lujosas muchos anos antes; pero vistas a cierta distancia, aun podian enganar a los distraidos. Ademas conservaba cierta esbeltez, que, unida a su estatura, hacia olvidar por un momento los estragos de la miseria y de los anos. Al ver que Robledo se detenia un instante para examinarla mejor, sonrio con alegre sinceridad. Era un buen encuentro; el mejor de la tarde. Este senor tenia el aspecto de un extranjero rico que vaga desorientado por un barrio excentrico al que no volvera nunca. Habia que aprovechar la ocasion. Mientras tanto, Robledo continuaba inmovil, mirandola con el ceno fruncido por una rebusca mental. "?Quien es esta mujer?... ?Donde diablos la he visto?" Ella tambien se habia detenido, volviendo la cabeza para sonreir e invitandole con el gesto a que la siguiera. Se reflejaron en el rostro del ingeniero las alternativas de la sorpresa y la duda. "Pero ?sera?... iYo que la creia muerta hace anos!... No, no puede ser. Como he pensado en ella esta tarde, me equivoco... Seria una casualidad demasiado extraordinaria." Siguio examinandola de lejos, creyendo reconocer el pasado en algunos rasgos de aquella fisonomia ajada, y quedando indeciso ante otros que le resultaban extranos. iPero los ojos!... iaquellos ojos!... La mujer volvio a sonreir y a mover levemente la cabeza, repitiendo sus mudas invitaciones. Impulsado por la curiosidad, hizo Robledo involuntariamente un leve gesto de aceptacion y ella reanudo su marcha. Pero solo dio algunos pasos, deteniendose ante la cancela de un _bar_ de aspecto sordido, con tupidos visillos en los cristales. Guino un ojo, y abriendo la mampara desaparecio en el interior del sucio establecimiento. Quedo indeciso el espanol. Le repugnaba ir a reunirse con aquella mujer y al mismo tiempo se sentia arrastrado por su curiosidad. Presintio que si se alejaba sin hablarla quedaria para siempre en una incertidumbre torturante, lamentando el resto de su existencia no haberse enterado de si Elena vivia aun o estaba muerta. El miedo a la duda futura le impulso a la accion, haciendole abrir con cierta violencia la puerta del _bar_. Vio seis mesas, un divan de hule abullonado a lo largo de las paredes, espejos borrosos, y un mostrador que tenia detras una anaqueleria con botellas. El mostrador lo ocupaba una mujer algo vieja y de gordura elefantiaca, con los ojos pintados de negro y la cara moteada de granos y costras. Recordando sus anos juveniles pasados en Paris, reconocio Robledo el pequeno establecimiento frecuentado por mujeres que no disponen de otra industria para vivir que el encontron carnal, pero desean conservar cierta apariencia independiente, y a las cuales sirve la duena de consejera e intermediaria. Un camarero de aire afeminado servia a las parroquianas. En este momento eran dos. Una jovencita de rostro exanguee que se transparentaba, como si fuese a dejar ver las oquedades y las aristas de su craneo. Tosia convulsivamente, y entre tos y tos se llevaba a la boca un cigarrillo. En otra mesa vio a una mujer avejentada y de aspecto abyecto, que tal vez en su juventud habia sido hermosa. Conservaba la misma esbeltez arrogante de la otra seguida por Robledo, pero sus ropas y su rostro revelaban una miseria mayor. Bebia a lentos sorbos el contenido de una gran copa y se retrepaba a continuacion en el divan, cerrando los ojos como si estuviese ebria. Al entrar el ingeniero se dio cuenta de que la mujer habia ido a sentarse en el fondo del establecimiento, lejos del mostrador y de las otras parroquianas. Su presencia produjo cierta emocion. La patrona le acogio con una sonrisa repugnante por su excesiva obsequiosidad. La muchachita tisica tuvo para el una mirada que creia de amor, y a Robledo le parecio de mendiga que implora una limosna. La borracha, al sonreirle, mostro que le faltaban varios dientes. Luego guino un ojo con cinica invitacion, pero al ver que el hombre miraba a otra parte, levanto los hombros y volvio a adormecerse. Ocupo el recien llegado una mesa frente a la mujer que le habia precedido, y pudo contemplarla mas detenidamente que en la calle. Casi sonrio de lastima al darse cuenta del enorme engano que representaba el tocado de aquella vagabunda. Vista a cierta distancia, era una mujer pobremente vestida, pero con cierta pretenciosidad que podia enganar a los hombres humildes o a los imaginativos, dispuestos a creer en la elegancia de toda hembra que se fije en ellos. Contemplada de cerca, resultaba grotesca. Su sombrero de majestuosa halda tenia los bordes roidos y las plumas rotas. Vio sus pies por debajo de la mesa, y como la falda se le habia subido al sentarse, pudo contar los agujeros y los remiendos de sus medias. Uno de sus zapatos mostraba la suela perforada por el uso, con un pequeno redondel en el sitio correspondiente a los dedos. El rostro cargado de colorete y de pasta blanca no conseguia ocultar las arrugas de la edad y otras huellas de una vida trabajosa. iPero aquellos ojos!... Robledo se sentia por momentos mas convencido de que era Elena. Los dos se miraron fijamente. Despues ella pregunto por senas si podia acercarse, pasando al fin a su mesa. --He creido mejor entrar aqui, para que hablemos. Muchas veces, a los hombres no les gusta que los vean con una mujer en la calle. La mayoria son casados. Usted tal vez lo es, como los otros. Su voz era ronca; no recordaba la que el habia oido doce anos antes; pero a pesar de esto, su conviccion iba creciendo. "Es ella--penso--. Ya no es posible la duda." La mujer siguio hablando. --Tal vez me equivoco. Usted debe ser soltero. No veo su anillo de matrimonio. Y miraba sonriendo las manos masculinas puestas sobre la mesa. Pero otra cosa parecio preocuparla mas que el estado civil del senor que la habia seguido. Volvio los ojos con cierta ansiedad hacia el mostrador, donde estaba el camarero esperando su llamamiento. --?Puedo tomar una copa?--pregunto--. Advierto a usted que el _whisky_ de aqui es magnifico. Imposible encontrarlo mejor en todo Paris. Al ver que el asentia con un movimiento de cabeza, se aproximo el camarero, y sin necesidad de preguntar que deseaba la parroquiana, trajo por su propia iniciativa una botella de _whisky_ y dos copas. Despues de llenar estas se alejo, no sin dirigir a Robledo una mirada y una sonrisa iguales a las de la duena del establecimiento. Bebio la mujer con avidez su copa, y al ver que el otro dejaba intacta la suya, paso por sus ojos una expresion implorante. --Antes de la guerra, el _whisky_ valia muy poco; ipero ahora!... Solo los reyes y los millonarios pueden beberlo. ?Me permite usted? Hizo Robledo un gesto indicador de que la cedia su parte, y ella se aprovecho con apresuramiento de tal permiso. El licor parecia repeler cierta torpeza mental que se reflejaba en la lentitud de sus palabras, dando nueva luz a sus ojos y mayor soltura a su lengua. Dejo de hablar en frances para preguntar en espanol: --?De donde es usted? He conocido por su acento que es americano... americano del Sur. ?De Buenos Aires tal vez?... Movio la cabeza Robledo negativamente, y sin perder su gravedad solto una mentira. --Soy de Mejico. --Conozco poco ese pais. Me detuve en Veracruz unos dias nada mas, de vapor a vapor. La Argentina la conozco bien: vivi alla hace anos... ?Donde no he estado yo?... No hay lengua que no hable. Esto hace que los senores me aprecien y muchas amigas me tengan envidia. Robledo la miraba fijamente. Era Elena; ya no podia dudar. Y sin embargo, no quedaba nada en su persona de la mujer conocida en otros tiempos. Los ultimos doce anos habian pasado sobre ella mas que una existencia entera reposada y ordinaria, transfigurandola en sentido decadente. Si el habia podido reconocerla, era porque, al vivir tanto tiempo en el mismo lugar solitario y monotono, sus impresiones antiguas se mantenian vivas, con la incesante renovacion del recuerdo, sin que otras las sofocasen bajo su paso. En cambio, ella habia vivido tan aprisa y visto tantos hombres, que le era imposible acordarse del espanol. Le seria necesario para ello una energica concentracion de su memoria. Ademas, el ingeniero tambien se habia desfigurado con los anos. Sin embargo, ella, por instinto profesional, presintio que no era la primera vez que estaba junto a este hombre. Sus sentidos de mujer de presa y de hembra perseguida, obligada a defenderse y viviendo en perpetua inquietud, parecieron avisarla. --Yo creo--dijo--que nos hemos visto otra vez, pero no puedo acordarme donde, por mas que pienso. iHe corrido tantos paises!... ihe conocido tantos hombres!... * * * * * #XX# Robledo la miro con severidad, al mismo tiempo que preguntaba bruscamente: --?Como se llama usted? Ella pensaba en otra cosa, con los ojos fijos en el _whisky_, y contesto, distraida: --Me llamo Blanca, y algunos me apodan "la Marquesa". ?Me permite usted que tome otra copa?... Despues, en mi casa, no tendremos una botella como esta. Porque supongo que iremos a mi casa... Esta muy cerca... A no ser que usted prefiera el hotel. Interpretando la mirada impasible del hombre como una aprobacion, se apresuro a servirse una tercera copa, paladeando su contenido, mientras la sostenia con mano temblona. La interrumpio Robledo, diciendo lentamente: --Usted se llama Elena, y si la apodan "la Marquesa", es porque alguien la conocio cuando estaba casada con un marques italiano. Fue tal la sorpresa de la mujer, que aparto sus labios del licor, mirando a Robledo con ojos desmesuradamente abiertos. --Desde que le oi hablar--dijo--tuve el presentimiento de que usted me conocia. Maquinalmente dejo la copa sobre la mesa. Luego se arrepintio, apresurandose a beberla de golpe. --Pero ?quien es usted?... ?Quien eres?... ?quien eres? La primera interrogacion la hizo aproximandose a Robledo, pero este se echo atras, huyendo de su contacto. Las otras dos las acompano llevandose las manos a las sienes, como si hiciese un esfuerzo doloroso para concentrar su memoria. Al fin, dijo otra vez con desaliento: --iHan pasado tantos hombres por mi vida!... Sus ojos reflejaron de pronto la inquietud, luego el miedo, y ahora fue ella la que se echo atras con una expresion de animal asustado, como si temiese al hombre que tenia enfrente. --Al fin le reconozco--murmuro--. Si, es usted; muy cambiado, pero es usted. Nunca lo hubiera conocido, de no evocar esas cosas pasadas. Parecia haber recobrado su energica voluntad, y pudo mirar largo rato a su acompanante, sin sentir miedo. Luego anadio con voz fosca: --iMejor habria sido no vernos nunca! Quedaron los dos en largo silencio. Elena parecia haber olvidado la existencia de aquella botella que continuaba acariciando maquinalmente con sus dedos. La curiosidad del espanol pugno contra este mutismo. --?Que fue de Moreno?... Ella le escucho con una expresion de duda y extraneza, como si no le entendiese. Se adivinaban en sus ojos los esfuerzos de un trabajo mental profundamente removedor. "?Moreno? ?Quien podia ser este Moreno? iElla habia conocido tantos hombres!" Como si apelase al auxilio de un medicamento se sirvio una nueva copa, bebiendola avidamente, y su rostro parecio iluminarse al sonreir. --Ya se de quien me habla... Moreno; un pobre hombre, un iluso. No se nada de el. Insistio Robledo en sus preguntas, pero le fue imposible a Elena encontrar en su memoria una imagen clara y fija de aquel desaparecido. --Creo que murio. Se fue a su tierra, y alla debio morir ?Dice usted que no volvio nunca?... Pues entonces moriria aqui. Tal vez se mato. No se... Si tuviese que recordar las historias de todos los hombres que he conocido, hace anos que estaria loca. iNo cabrian en mi cabeza!... Robledo, con una curiosidad severa, continuo sus preguntas. --?Y la hija de Pirovani?... Volvio a llevarse ella las manos a las sienes, hundiendo los dedos en el pelo rubio, escandalosamente rubio, de sus falsos bucles. Al mismo tiempo, una mueca violenta que reflejaba su enorme esfuerzo mental hizo bailotear un poco las dos filas de sus dientes, igualmente escandalosos por su blancura. --?Pirovani?... iAh, si! Aquel italiano que vivia en Rio Negro y al que robo Moreno... No se; creo que nunca volvimos a hablar de su hija. Moreno gastaba y gastaba mientras tuvo que gastar, y yo le iba ensenando los placeres de la vida. iPobre tonto!... Quedo encogida en su asiento y con la cabeza baja despues de hablar asi. Parecia haberse empequenecido. Al levantar los ojos encontraba la mirada severa del espanol y volvia a bajarlos, fijandolos en la botella. Durante el nuevo silencio Robledo se hablo mentalmente. "iY pensar que por este andrajo se mataron los hombres, lloraron tantas mujeres y sufri yo angustias inmensas!..." Como si Elena adivinase sus pensamientos, dijo con humildad: --Usted no sabe que terribles han sido mis ultimos anos... Vino la guerra y se empenaron en perseguirme, no permitiendo que viviese en Paris. Sospechaban de mi, me creian espia y alemana, dandome cada uno diferente nacionalidad. Anduve por Italia; anduve por muchos paises. Hasta estuve en su patria: ?no es usted espanol?... No extrane la pregunta; ime es imposible recordar tantas cosas!... Y al volver a Paris no he encontrado a nadie, absolutamente a nadie de los de mi epoca. El mundo de antes de la guerra era otro mundo. Todos los que yo conoci han muerto o estan lejos. A veces creo que he caido en otro planeta. iQue soledad!... Parecia abrumada por este mundo nuevo, que no podia comprender. --Y el primero que me sale al paso capaz de recordarme la vida anterior, es usted... iMejor hubiese sido no vernos! Luego continuo, como si hablase para ella misma: --Este encuentro servira para que yo piense en cosas que nunca hubiese recordado... ?Por que volvio usted de tan lejos?... ?por que se le ha ocurrido pasear por esta parte de Montmartre que nunca frecuentan los extranjeros ricos?... iAy! ila maldita casualidad! De pronto se incorporo, con un reflejo azulado en las pupilas. --Dejeme beber. iComo le agradeceria que me regalase toda la botella! La necesito despues de este maldito encuentro que va a resucitar tantas cosas... Yo amo la vida por encima de todo. No me dan miedo las desgracias ni las miserias, a cambio de seguir viviendo... Pero temo a los recuerdos, y el _whisky_ los mata o los viste de tal modo que resultan agradables. Dejeme beber; no me diga que no. Como Robledo permaneciese silencioso, Elena volvio a apoderarse de la botella para llenar su copa, apurandola con lento regodeo. Mientras bebia senalo con los ojos a la muchachuela, que continuaba fumando y tosiendo. --Es como todas las de ahora: morfina, cocaina, etcetera... Yo soy de mi epoca, estilo antiguo; las tales drogas me ponen enferma. Solo creo en lo clasico. Y acaricio el contorno de la botella con mano amorosa. Su rostro parecia iluminado por una extrana lucidez, que iba en aumento segun ella bebia. Al verse duena de todo el _whisky_ deseaba quedar sola para paladearlo sin prisa, y dijo a Robledo: --Vayase y no se acuerde de mi. Si quiere darme algo, se lo agradecere; si no me da nada, me contento con la botella: un regalo de principe... Vayase, Robledo; este sitio no es para usted. Pero el permanecio inmovil, deseando excitar su memoria para saber algo mas de su misterioso pasado. --?Y Canterac?... ?Encontro usted alguna vez al capitan Canterac?... Este nombre tardo a resucitar en la memoria de ella mas aun que los nombres anteriores. Robledo, para ayudarla, recordo el parque artificial improvisado en su honor a orillas del rio Negro. --Fue _chic_ aquella fiesta, ?no es cierto?... Otros hombres han hecho por mi cosas mas caras; pero aquello resulto original... iPobre capitan! Lo he visto despues muchas veces; creo que ahora es general. ?Como dice usted que se llamaba?... Y siguio evocando sus recuerdos; pero el espanol se dio cuenta de que confundia a Canterac con otro militar amigo suyo, haciendo una sola persona de los dos hombres, conocidos en periodos distintos de su vida. Robledo sabia con certeza que Canterac habia muerto. Vagaba por las republicas del Pacifico, cambiando de ocupacion, unas veces en las salitreras de Chile, otras en las minas de Bolivia y del Peru, cuando estallo la guerra, y volvio a Francia para incorporarse al ejercito. Habia muerto en Verdun con un heroismo obscuro, como tantos otros, y esta mujer no guardaba una imagen precisa de el, despues de haber perturbado tan deplorablemente su existencia. Ni siquiera parecio recordar su nombre al repetirlo Robledo. Las preguntas de este iban excavando, sin embargo, su memoria, y al fin acabo ella por repeler su adormecimiento mental, sufriendo el salto en masa de los recuerdos despertados. De pronto fue Elena la que pregunto: --?Como se llamaba aquel muchacho americano companero suyo?... Creo que fue el unico hombre que me intereso un poco entre los muchos que me buscaban... Tal vez le ame, por lo mismo que nunca me deseo verdaderamente. Algunas veces, muy de tarde en tarde, me he acordado de el... ?Se caso? Hizo Robledo un signo afirmativo y ella siguio hablando. --No diga mas. Mirandole a usted creo que los anos pasados vuelven a pasar, pero en sentido inverso, y todo lo recuerdo poco a poco... Ese joven se llamaba Ricardo, y tal vez se habra casado con aquella muchachita de la Pampa a la que le daban un nombre de flor. Estos recuerdos, los unicos que resurgian en su memoria vivos y bien determinados, le inspiraron la amarga tristeza que infunde el bien ajeno. Se miro a si misma con una conmiseracion despectiva, como si se contemplase por primera vez. Ella que se habia creido durante muchos anos el centro de lo existente, se veia en lo mas bajo, y aun adivinaba nuevos abismos por los que seguiria rodando, pues para la desgracia nunca hay termino. Los demas podian evocar su pasado con una melancolia dulce. Era un placer igual a una musica suave y antigua, a un perfume de ramo marchito. Los recuerdos de ella mordian como lobos rabiosos y la perseguirian hasta la muerte. Por eso necesitaba vivir en una inconsciencia animal, asesinando todos los dias su pensamiento con el alcohol. Quiso exteriorizar su desesperacion y murmuro, senalando a la otra mujer medio ebria que dormitaba en el divan: --Asi sere yo dentro de poco. Se obscurecio su rostro, como si pasase sobre el la sombra de sus ultimas horas, y bajando las pupilas anadio: --Y luego morir. Robledo permanecio silencioso. Habia sacado disimuladamente su cartera de un bolsillo interior y contaba papeles debajo de la mesa. Ella siguio murmurando, sin darse cuenta de que repetia sus mas ocultos pensamientos: --Tal vez alguien escriba entonces en los periodicos unas lineas hablando de la llamada "Marquesa", y media docena de personas en todo el mundo me recuerden. Tal vez ni esto, y quedare para siempre en el fondo del rio. Pero ?tendre valor?... Busco Robledo una mano de ella por debajo de la mesa, entregandole un rollo de pequenos papeles. --No debia tomarlo--dijo la mujer--. Yo solo puedo admitir dinero de los que no me conocen. Pero guardo en su pecho los billetes de Banco. Sus ojos, repentinamente alegres, parecieron desmentir el tono de resignada dignidad con que formulaba sus excusas por haber aceptado el donativo. La mirada de Robledo era ahora de conmiseracion. iPobre "bella Elena"! Habia pasado por la vida como pasan sobre los mares australes los grandes albatros, orgullosos de su blancura y de la fuerza de sus alas, abatiendose con una voracidad implacable sobre las presas que descubren a traves de las olas, creyendo que todo cuanto existe ha sido creado unicamente para que ellos lo devoren. Era un aguila atlantica majestuosa y fiera, con el perfume salino de la inmensidad y la carne coriacea de la fuerza. Pero los anos habian pasado, disolviendo la orgullosa ilusion de la juventud que se considera inmortal, y ahora el ave arrogante del infinito azul se veia obligada a buscar su comida en los excrementos oceanicos amontonados en la costa. Cuando el frio y la tiniebla la impelian hacia la luz, sus alas moribundas chocaban con los vidrios guardadores del fuego. Iba en busca de la ventana que refleja el rescoldo hospitalario del hogar, y tropezaba con la lente del faro, dura e insensible como un muro, acostumbrada a repeler la colera de las tempestades. Y en uno de estos choques caeria con las alas rotas para siempre, y el mar de la vida tragaria su cuerpo con la misma indiferencia que habia sorbido antes a las numerosas victimas de ella. Contemplo Robledo despues a sus amigos y se vio a si mismo en una forma igualmente animal. Eran bueyes magnificamente alimentados, tranquilos y buenos, como las reses que pastaban, hinchadas por la abundancia, en los campos regados de su colonia. Tenian las firmes virtudes del que ve su existencia asegurada, a cubierto de todo riesgo, y no necesita hacer dano a los demas para vivir... Y asi continuarian placidamente, sin violentas alegrias, pero tambien sin dolores, hasta que llegase su hora ultima... ?Quien habia vivido mejor su existencia?... ?Era aquella mujer de biografia fabulosa, incapaz de recordar exactamente su origen y sus aventuras como si un cerebro humano no pudiera contener una historia tan extensa como un mundo?... ?Eran ellos honrados rumiantes de la felicidad, que ya habian hecho sobre la tierra cuanto debian hacer?... No pudo seguir pensando. El camarero del _bar_ habia salido a la calle, llamado por un hombre, y volvio con aire inquieto, diciendo a la duena, algunas palabras en voz baja. --iVolad, palomas mias!--grito la mujerona desde el mostrador, dirigiendose a las dos parroquianas mas proximas. Y explico que la policia estaba haciendo una _razzia_ de mujeres en el barrio, y tal vez visitase su establecimiento. Un amigo fiel acababa de traer el aviso. La muchachita tisica arrojo el cigarro, escapando con un temblor cerval, que aun hacia mas angustiosa su tos. La beoda abrio los ojos, miro en torno y volvio a cerrarlos, murmurando: --iQue vengan! En la comisaria se duerme lo mismo que aqui. Elena se apresuro a huir. Tenia miedo; pero procuro marchar hacia la puerta con cierta majestad, pensando que un hombre estaba a sus espaldas. No queria que la confundiesen con las otras. Al verse solo el espanol, entrego un billete al camarero por toda la botella y salio sin querer recibir el cambio. Luego, en el bulevar, miro inutilmente a un lado y a otro. Elena habia desaparecido... No la veria mas. Cuando ella muriese, el no recibiria la noticia de su muerte. Iba a pasar el resto de su existencia sin saber con certeza si la otra vivia aun. Despues de este encuentro adivinaba su final. Era de las que salen de la vida de un modo tragico, pero sin estrepito, sin que suene su nombre, habiendo sobrevivido muchos anos a su historia muerta. --Y esta es la Elena--se dijo--que, igual a la del viejo poeta, origino la guerra entre los hombres en un rincon de la tierra... La duda formulaba preguntas en su interior. ?Habia sido esta mujer verdaderamente mala, con plena conciencia de su perversidad?... ?Era una ansiosa de los placeres de la vida, que avanzaba inconsciente, sin reparar en lo que iba aplastando bajo sus pies?... Mientras buscaba un carruaje, se dijo como conclusion: --Mejor hubiese sido para ella morir hace doce anos... ?Para que sigue viviendo? Sonrio tristemente al pensar en la relatividad de los valores humanos y la distinta importancia de las personas, segun el ambiente en que se mueven. --iPensar que este andrajo fue igual a la heroina de Homero en aquella tierra a medio civilizar, donde no abundan las mujeres!... ?Que dirian ahora los que tantas locuras hicieron por ella, si la viesen como yo la he visto?... Cuando llego al hotel, Watson y su esposa acababan de volver de su paseo. Dos criados seguian a Celinda cargados con enormes paquetes: las adquisiciones de aquella tarde. Miro Watson su reloj con impaciencia. --Son cerca de las siete, y hemos de vestirnos y comer antes de ir a la Opera... Cuando las mujeres se ponen a comprar trajes y sombreros, no acaban nunca. Celinda remedo la fingida indignacion de su esposo con graciosos ademanes, y acabo por besarle, entrandose luego en la habitacion inmediata para cambiar de vestido. Watson pregunto a Robledo si les acompanaba a la Opera. --No; voy haciendome viejo, y me molesta ponerme de frac y guantes blancos para escuchar musica. Prefiero quedarme en el hotel. Vere como acuestan a Carlitos... Le he prometido un cuento. Sintio en su interior la molestia de la duda. ?Debia relatar a Celinda y su marido el encuentro de aquella tarde?... ?Seria mas prudente comunicarselo solamente a Watson? Rara vez en sus conversaciones habian recordado a la esposa de Torrebianca. Celinda, tan alegre y desenfadada, fruncia el ceno con expresion agresiva cuando nombraban en su presencia a la marquesa. Podia representar para ella un deleite cruel el conocimiento de la abyeccion de la otra. Luego, Robledo se arrepintio de tal suposicion. A Celinda, en plena felicidad, le repugnaba seguramente la venganza, y solo le proporcionarian sus noticias la molestia de un mal recuerdo. "?Para que resucitar el pasado?... iQue la vida continue!" Y solo se ocupo en pensar la maravillosa historia que iba a contarle a su principe heredero. #FIN# Villa Fontana Rosa Menton (Alpes Maritimos) Febrero-Abril 1922. End of Project Gutenberg's La Tierra de Todos, by Vicente Blasco Ibanez *** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA TIERRA DE TODOS *** ***** This file should be named 13519.txt or 13519.zip ***** This and all associated files of various formats will be found in: https://www.gutenberg.org/1/3/5/1/13519/ Produced by Stan Goodman, Paz Barrios and the Online Distributed Proofreading Team. Updated editions will replace the previous one--the old editions will be renamed. Creating the works from public domain print editions means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. 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There are a lot of things you can do with Project Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm electronic works. See paragraph 1.E below. 1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual works in the collection are in the public domain in the United States. If an individual work is in the public domain in the United States and you are located in the United States, we do not claim a right to prevent you from copying, distributing, performing, displaying or creating derivative works based on the work as long as all references to Project Gutenberg are removed. 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