The Project Gutenberg eBook of Teatro selecto, tomo 4 de 4

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Title: Teatro selecto, tomo 4 de 4

Author: Pedro Calderón de la Barca

Commentator: Marcelino Menéndez y Pelayo

Release date: September 28, 2020 [eBook #63328]

Language: Spanish

Credits: Produced by Ramón Pajares Box, Josep Cols Canals and the
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*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK TEATRO SELECTO, TOMO 4 DE 4 ***


Nota de transcripción

Índice

Notas

Teatro selecto de Calderón de la Barca (tomo 4 de 4)


Cubierta del libro

[p. 1]

TEATRO SELECTO
DE
CALDERÓN DE LA BARCA.


[p. 2]

BIBLIOTECA CLÁSICA.

Doce reales cada tomo en toda España.


OBRAS PUBLICADAS.

  Tomos.
HOMERO.—La Ilíada, traduccion directa del griego en verso y con notas de D. José Gomez Hermosilla. 3
CERVANTES.—Novelas ejemplares y viaje del Parnaso. 2
HERODOTO.—Los nueve libros de la historia, traduccion directa del griego, del padre Bartolomé Pou. 2
ALCALÁ GALIANO.—Recuerdos de un anciano. 1
VIRGILIO.— La Eneida, traduccion directa del latin, en verso y con notas de D. Miguel Antonio Caro. 2
Las églogas, traduccion en verso, de Hidalgo.—Las geórgicas, traduccion en verso, de Caro; ambas traducciones directas del latin, con un estudio del Sr. Menéndez Pelayo. 1
MACAULAY.    
Estudios literarios. 1
Estudios históricos. 1
Estudios políticos. 1
Estudios biográficos. 1
Estudios críticos. 1
  Traduccion directa del inglés de M. Juderías Bender.  
QUINTANA.—Vidas de españoles célebres. 2
CICERÓN.—Tratados didácticos de la elocuencia, traduccion directa del latin de D. Marcelino Menéndez Pelayo. 2
SALUSTIO.—Conjuracion de Catilina.Guerra de Jugurta, traduccion del infante D. Gabriel.—Fragmentos de la grande historia, traduccion del Sr. Menéndez Pelayo, ambas directas del latin. 1
TÁCITO.—Los anales, traduccion directa del latin de don Cárlos Coloma. 2
PLUTARCO.—Las vidas paralelas, traduccion directa del griego por D. Antonio Ranz Romanillos. 5
ARISTÓFANES.—Teatro completo, traduccion directa del griego por D. Federico Baráibar. 2
POETAS BUCÓLICOS GRIEGOS.—(Teócrito, Bion y Mosco.) Traduccion directa del griego, en verso, por el Ilmo. Sr. D. Ignacio Montes de Oca, Obispo de Linares (Méjico). 1
MANZONI.—Los Novios, traduccion de D. Juan Nicasio Gallego. 1
ESQUILO.—Teatro completo, traduccion directa del griego, con notas, por D. Fernando Brieva Salvatierra. 1
QUEVEDO.—Obras satíricas y festivas. 1
DUQUE DE RIVAS.—Sublevacion de Nápoles. 1

MADRID.—IMP. CENTRAL Á CARGO DE VÍCTOR SAIZ, COLEGIATA, 6.


[p. 3]

BIBLIOTECA CLÁSICA

TOMO XXXIX


TEATRO SELECTO
DE
CALDERÓN DE LA BARCA

PRECEDIDO DE UN ESTUDIO CRÍTICO

DE

D. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO


TOMO IV
OBRAS VARIAS

COMEDIAS.

NO SIEMPRE LO PEOR ES CIERTO.
GUÁRDATE DEL AGUA MANSA.

ZARZUELAS.

EL LAUREL DE APOLO.—LA PÚRPURA DE LA ROSA.

AUTOS SACRAMENTALES.

LA CENA DE BALTASAR.—LA VIDA ES SUEÑO.
Á DIOS POR RAZON DE ESTADO.

MADRID

LUIS NAVARRO, EDITOR

COLEGIATA, NÚM. 6

1881


[p. 5]

COMEDIAS.



[p. 7]

NO SIEMPRE LO PEOR ES CIERTO.


[p. 8]

PERSONAS.


Don Cárlos, galan.

Don Juan Roca, galan.

Don Diego Centellas, galan.

Don Pedro de Lara, viejo.

Fabio, criado.

Ginés, criado.

Leonor, dama.

Doña Beatriz, dama.

Inés, criada.

Gente.

La escena es en Valencia.


[p. 9]

JORNADA PRIMERA.


Sala de una posada.

ESCENA PRIMERA.

DON CÁRLOS y FABIO, vestidos de camino; despues, LEONOR.

D. Cárl.

¿Diste el papel?

Fabio.

Sí, señor,

Y con notable alegría

Dijo que al punto vendria

A esta posada.

D. Cárl.

Y Leonor

¿Habráse ya levantado?

Fabio.

Aun no ha abierto su aposento.

D. Cárl.

Pues llama á él, porque intento

Darla parte del cuidado

Con que asegurar me atrevo

Su vida y su honor aquí

Por lo que me debo á mí,

No por lo que á ella la debo.

Llámala pues, que ya es hora

De que despierte. (Sale Leonor.)

Leonor.

Eso fuera

Si yo, Don Cárlos, durmiera;

[p. 10]Pero quien padece y llora

Desdenes de una fortuna

Tan cruel, tan inclemente,

Tan á todas horas siente,

Que no descansa en ninguna.

¿Qué me quieres?

D. Cárl.

Informarte

De cómo en tan triste suerte

Trata mi amor defenderte,

Ya que no es posible amarte.

Sabrás...

Leonor.

No prosigas, no,

Pues sea justo ó no sea justo,

Basta saber que es tu gusto,

Para obedecerle yo.

Que aunque en pena semejante

Atento te considero

A la ley de caballero

Primero que á la de amante;

En mí no hay más eleccion,

Más gusto, más albedrío,

Que el tuyo: siendo este el mio,

¿Para qué es la relacion?

D. Cárl.

¡Oh qué bien esa humildad,

Hermosa Leonor, viniera,

Si de voluntad naciera,

Y no de necesidad!

Leonor.

A quien ya le ha persuadido

La apariencia de un engaño,

Tarde ó nunca el desengaño

Pondrá su queja en olvido:

Y más cuando él de su parte

Tan poco hace por creer

Qué pudo ó no pudo ser.

[p. 11]D. Cárl.

No trates de disculparte;

Que no has de poder, Leonor.

Leonor.

Haz una cosa por mí,

Por ser la última que aquí

Ha de deberte mi amor.

D. Cárl.

Sí haré: sal dese cuidado.

Díme, pues, lo que deseas.

Leonor.

Escúchame, y no me creas

Despues de haberme escuchado.

D. Cárl.

Con aquesa condicion,

Sí haré. Prosigue, pues: dí,

¿Qué es lo que quieres de mí?

Leonor.

Solamente tu atencion.

D. Cárl.

Aguarda.—Fabio.

Fabio.

Señor.

D. Cárl.

Si viniere el caballero

Que llamaste, entra primero,

Porque se esconda Leonor.—(Vase Fabio.)

Prosigue ahora.

ESCENA II.

LEONOR, DON CÁRLOS.

Leonor.

Ya sabes,

Cárlos mio... Mal empiezo,

Pues yendo á decir verdades,

Hube de empezar mintiendo.

Descuido fué.—¡Ay Dios! ¡Cuál debe

De andar mi amor acá dentro,

Pues de cuanto arroja fuera,

Hasta el descuido es requiebro!

[p. 12]Ya sabes, digo otra vez,

La ilustre sangre que tengo,

Por la estimacion que has visto

En mis padres y en mis deudos.

Tambien sabes que por mí,

Cárlos, no la desmerezco,

Aunque quieran mis desdichas

Deslucir mis pensamientos.

¡Oh cuánto en esta materia

Cobarde estoy, conociendo

Que contra mí hasta la misma

Verdad sospechosa tengo!

Pues quien me viere venir

Peregrinando á otro reino

En poder de un hombre mozo,

Y deste con tal despego

Tratada, que las finezas

Que á su ilustre sangre debo

Aun no las debo yo, pues

El se las debe á sí mesmo,

¿Como crêrá que sin culpa

Tantas desdichas padezco,

Cuando al primero que obligo

Es el primero que ofendo?

Pero ¿qué importa, qué importa

Que en lo aparente y supuesto

Se conjuren contra mí

Estrella, fortuna y tiempo,

Si en la verdad han de hallarse

Todos de mi parte, haciendo

Lo que el sol con el eclipse,

Que aunque borre sus reflejos,

Aunque perturbe sus rayos,

No por eso, no por eso

[p. 13]Deja, á pesar de las sombras,

De salir despues, venciendo

La vaga interposicion

Que ya le juzgaba muerto?

Yo al fin, contra cuantas nieblas

Mi esplendor deslucen, pienso

Coronarme victoriosa:

Y hasta llegar este efecto,

Hoy, á pesar de sus iras,

A atar el discurso vuelvo.

En la corte, patria mia

(¡Oh pluguiera al mismo cielo

Hubiera sido al nacer

Mi cuna y mi monumento!),

Cárlos, me viste una tarde,

Que á San Isidro saliendo

Con unas amigas mias,

Por amistad ó por deudo

Llegaste á hablarlas; y dando

Licencias el campo, atento...

—A mi hermosura dijera,

Si pensara que la tengo...—

De galan y de entendido

Juntaste los dos extremos,

Haciendo la cortesía

Capa del atrevimiento.

Continuaste desde entónces

En mi calle los paseos,

En mi reja los suspiros,

De dia y de noche siendo

La estatua de mis umbrales,

Y la sombra de mi cuerpo.

Solicitaste criadas

Y amigas, que son los medios

[p. 14]Comunes de amor, á quien

Debiste que tus afectos

Oyese para escucharlos,

Si no para agradecerlos.

Cuántos dias te costó

De finezas y desvelos

Que leyese un papel tuyo,

Tú lo sabes; y así, quiero,

Dejando empeños menores,

Ir á mayores empeños.

Enterada yo de que

Fuesen, Cárlos, tus intentos

Tan lícitos, que aspiraban

Sólo al fin de casamiento,

Admití ménos cruel

Que debiera, tus deseos;

Pero con aquel seguro,

Bastante disculpa tengo

En lo ilustre de tu sangre,

Lo honrado de tus respetos,

Lo galan de tu persona,

Y lo sutil de tu ingenio.

Ya nuestra correspondencia

Entablada, en el silencio

De la noche, porque á él sólo

Se fiaba el amor nuestro,

Nos hablábamos por una

Reja de mi cuarto; y viendo

Que no dejaba de ser

Escándalo á los que necios

De sus cuidados se olvidan

Por cuidar de los ajenos,

Tratamos que desde entónces

Entrases al aposento

[p. 15]De un criado, donde yo

Hablarte podia, sin miedo

Desta vil curiosidad

Que tantos daños ha hecho,

Pues los peligros de afuera

Enmienda con los de adentro.

Una noche que viniste

Más tarde que otras (no quiero

Hablar, que no es ocasion,

En si otro divertimiento

Más gustoso te detuvo,

Pues al fin yo le agradezco

La novedad de venir

Al daño y no venir presto),

Entraste en mi casa; y cuando

Quejoso mi sentimiento,

Desconfiada mi fe,

Te esperaba con aquellos

Dulces desaires de amor

Que entre confianza y miedo

Hacen el cariño más

Porque le descubren ménos;

Apénas una palabra

Pude hablarte, cuando siento

Dentro de mi cuarto ruido,

Y á saber quién era vuelvo.

Tú, pensando que sería

Desden estudiado á efecto

De castigar tu tardanza,

Me seguiste, cuando (¡ay cielos!)

Ví (máteme mi memoria)

Que (¡con qué dolor me acuerdo!)

Un (¡con qué pena lo digo!)

Hombre (ahógame mi aliento)

[p. 16]Embozado (¡qué desdicha!)

Hácia mí...

ESCENA III.

FABIO.—LEONOR, DON CÁRLOS.

Fabio.

Aquel caballero

Que enviaste á llamar, aguarda

Ahí fuera.

D. Cárl.

(A Leonor.) Éntrate allá dentro,

Que no quiero que te vea

Hasta despues.

Leonor.

¡Que hasta en esto

Hube de ser desdichada,

Pues áun para este pequeño

Alivio de hablar siquiera,

Hubo de faltarme tiempo!

D. Cárl.

Hoy verás cuánto es en vano

Querer disculparte.

Fabio.

Presto,

Si has de esconderte, que entra.

D. Cárl.

Tú salte allá fuera luego, (A Fabio.)

Y tú escucha lo que hablamos. (A Leonor.)

Leonor.

¡Qué poco á mi estrella debo!

D. Cárl.

Ménos debo yo á la mia,

Pues lo que me dió la he vuelto.

(Vanse Leonor y Fabio.)

[p. 17]ESCENA IV.

DON JUAN.—DON CÁRLOS.

D. Juan.

¡Don Cárlos! ¡primo!

D. Cárl.

Los brazos

Me dad, Don Juan.

D. Juan.

Aunque tengo

Para negarlos razon,

Conmigo acabar no puedo

Que valga la queja más

Que vale el gusto de veros.

¡Vos en Valencia, Don Cárlos,

Y no en mi casa! ¿Qué es esto?

Pues ¿cómo se hace este agravio

A amistad y parentesco?

D. Cárl.

La queja, Don Juan, estimo

Como es justo; pero tengo

La disculpa tan á mano,

Que habreis de olvidarla presto.

¿Cómo estais?

D. Juan.

Para serviros

Siempre, á todo trance expuesto[1].

D. Cárl.

Vuestra hermana y prima mia...

D. Juan.

Salud goza; mas dejemos

El cumplimiento, por Dios,

Que es un hidalgo muy necio.

¿Qué venida es ésta, Cárlos?

¿Qué hay en la corte de nuevo?

D. Cárl.

¿Qué ha de haber? Desdichas mias,

[p. 18]De que en vano voy huyendo,

Pues donde quiera que voy,

Allí, Don Juan, las encuentro.

D. Juan.

Con eso que me habeis dicho,

Me habeis crecido el deseo

De saber qué causa os trae

Tan depulsado el aliento.

D. Cárl.

Yo ví una hermosura, y yo

La amé, Don Juan, tan á un tiempo

Todo, que entre ver y amar,

Aun no sé cuál fué primero.

Rendido ostenté finezas,

Constante sufrí desprecios,

Fino merecí favores,

Celoso lloré tormentos;

Que estas son las cuatro edades

De cualquier amor, pues vemos

Que en brazos del desden nace,

Crece en poder del deseo.

Vive en casa del favor

Y muere en la de los celos.

Entraba una noche á hablarla

De un criado al aposento

Que corresponde á su cuarto...

Escuchamos pasos dentro:

Volvió ella, y yo tras ella,

O recelando ó temiendo

Que fuese su padre, cuando

Vimos un hombre encubierto,

Que de su cuarto venía

A hurto sus pasos siguiendo.

«¿Quién es?» dijo[2]. Él respondió:

[p. 19]«Quien solo quiso ver esto.»

Yo nada hablé, porque á vista

De mi dama y de mis celos,

Remití toda la voz

A la lengua del acero.

Saqué la espada, y cerrando

Los dos, á morir resueltos,

Quiso (no sé bien si diga

Piadoso ó cruel) el cielo

Que de una herida cayese

En la tierra, para hacernos

Iguales la suerte; pues

Nos vimos á un punto mesmo,

Muerto de la herida él,

Y yo del agravio muerto.

Bien pensareis que esta es sola

Mi desdicha, y que el suceso

Pára en que yo delincuente

Me vengo á Valencia huyendo

Del rigor de la justicia:

Pues no, Don Juan, pues no es eso;

Que ahora empieza el más extraño,

El más notable, el más nuevo

Lance de amor que jamás

Dió la cadena á su templo.

Al ruido de las espadas,

De la dama á los extremos,

Dieron las criadas gritos:

Despertó su padre á ellos.

Consideradme á mí ahora,

Sobre declarados celos,

Conjurando contra mí

Su familia á un noble viejo,

Desmayada aquí mi dama,

[p. 20]Y allí mi enemigo muerto.

En este trance me hallaba,

Cuando ella (¡ay de mí!) volviendo

Del desmayo, me pidió

Su vida amparase. ¡Ah cielos!

¡Qué bien hace la mujer

Que habiendo de hacer un yerro,

Lo fía de buena sangre!

Dígalo yo, pues en medio

De su traicion y mi agravio,

Dispuse acudir primero

Al reparo de su vida,

Que no al de mi sentimiento.

«Sígueme presto,» la dije,

Y haciendo muro mi pecho,

Salí con ella á la calle,

Donde las alas del miedo

Nos ampararon de suerte

Veloces, que en un momento,

En cas de un embajador

Tomamos seguro puerto.

Envié á llamar un criado,

Que informado de secreto

De todo, volvió á decirme

Que el hombre era un caballero

Forastero (que en la corte

Estaba á seguir un pleito),

Cuyo nombre, aunque le oí,

Por ahora no me acuerdo.

Que la herida en la cabeza

Le privó el sentido; pero

Aunque con poca esperanza

De vida, no estaba muerto,

Sino en otra casa, adonde

[p. 21]Le llevó un alcalde preso,

Que habiendo sabido que era

Yo el agresor del suceso,

Mi hacienda estaba embargando:

Y añadió despues á esto

Que el padre, como hombre al fin

Prudente, advertido y cuerdo,

Ni querella, ni otra alguna

Diligencia habia hecho,

Porque su venganza solo

Librada tenía en su esfuerzo.

Yo, viéndome pues cercado

De penas, y en un empeño

Tan grande como amparar

La causa dellas, resuelvo

Salir de Madrid, adonde

Pueda vivir por lo ménos

Sin temor de la justicia

Ni de su padre y sus deudos.

Y así, lleno de pesares

Y de obligaciones lleno,

Acordándome de vos,

De vos á valerme vengo.

Yo, Don Juan, traigo conmigo

Aquesta dama, á quien tengo

De salvar la vida á costa

De todos mis sentimientos.

En dejándola segura

(Pues esta es en todo riesgo

Mi primera obligacion),

Podrán mis desdichas luégo

Acudir á la segunda;

Pues la segunda que tengo

Es huir desta enemiga,

[p. 22]Que como noble defiendo,

Que como quejoso obligo,

Como enamorado quiero,

Y como ofendido huyo,

Y en dos contrarios extremos,

Acudiendo á las dos partes,

De amante y de caballero,

Enamorado la adoro,

Y celoso la aborrezco:

Cuyas dos obligaciones

Tan cabal la accion han hecho,

Que desde Madrid aquí,

Si no es hoy, juraros puedo

Que no la hablé dos palabras,

Porque no quise que en tiempo

Alguno de mí dijese

La fama, que pudo ménos

Mi valor que mi apetito;

Que es hombre bajo, que es necio,

Es vil, es ruin, es infame

El que solamente atento

A lo irracional del gusto

Y á lo bruto del deseo,

Viendo perdido lo más,

Se contenta con lo ménos.

Mirad vos cómo en Valencia,

Con otro nombre supuesto,

Podrá vivir esta dama,

En qué casa, en qué convento,

En qué retiro, en qué aldea,

Donde vereis que la dejo

Lo poco que traer conmigo

Pude, para su sustento;

Que á mí me basta esta espada,

[p. 23]Pues al instante, al momento

Que ella asegurada quede,

Yo tengo de ir della huyendo.

A Italia, á servir al Rey

Me pasaré, donde al cielo

Le pido que la primera

Bala acierte con mi pecho;

Porque con mi vida acaben

De una vez tantos recelos,

Tantas penas, tantas ánsias,

Agravios y sentimientos,

Que como noble las huyo,

Y como amante las siento.

D. Juan.

Es tan nueva vuestra historia,

Tan raro vuestro suceso,

Que sólo puede admirarse,

Dejándoselo al silencio.

Y hablando, no en lo pasado

(Pues ya no tiene remedio),

Sino en lo presente, vamos

Lo que ha de ser previniendo.

Donde mejor esta dama

Estará, es en un convento;

Mas tiene el inconveniente

De haber de estarla asistiendo,

Cuando tan pobre os hallais

Sin renta, con alimentos.

Y aunque mi alma, mi vida,

Mi sér y honor, todo es vuestro,

Mi hacienda está de manera,

Don Cárlos, que no me atrevo,

Porque no sé si despues

Podré cumplirlo, á ofrecerlo.

Y así, en mi casa presumo

[p. 24]Que habrá de estar, donde creo

Que...

D. Cárl.

No paseis adelante;

Que aunque la oferta agradezco,

No me es posible aceptarla,

Ni que, estas cosas sabiendo,

Dé ese cuidado á mi prima.

Fuera de que no es respeto

Llevar mi dama á su casa;

Que aunque por su nacimiento

Mereciera bien su lado,

Estos extraños sucesos

Ajan mucho las noblezas.

D. Juan.

Oid, que para todo hay medio.

A una doncella de casa,

Mi hermana habrá poco tiempo

Que puso en estado, y hoy

Está sin ella. Yo tengo

Una dama, amiga suya,

A quien sirvo y galanteo

Para casarme, y á quien

Podré fiar el secreto.

Pidiéndole yo á esta dama

Que la envié á casa, dejo

Asegurada la parte

De que mi hermana, sabiendo

Quién es, lo tenga á disgusto;

Y aunque el desdoro confieso

De que entre con este nombre,

Puede tolerarse, siendo

En lo público criada

Y señora en lo secreto;

Pues yo he de estar á la mira;

Siempre á su servicio atento.

[p. 25]D. Cárl.

El medio no era muy malo

Para asegurarla; pero

No me atreveré, Don Juan,

Yo á decirlo y proponerlo

A Leonor, porque...

ESCENA V.

LEONOR.—DON CÁRLOS, DON JUAN.

Leonor.

Detente,

Que yo responderé á eso.

Señor Don Juan, no tan sólo,

Como criada sirviendo,

En vuestra casa estaré

Honrada y gustosa, pero

Como esclava que comprais

De aquesta fineza á precio;

Porque no habrá para mí,

Si es que para mí hay consuelo,

Otro alguno, sino sólo

Saber que ha de ser mi dueño

Cosa tan propia de Cárlos.

Y así, humilde á esos piés, ruego

Faciliteis esta dicha;

Y pues os he estado oyendo,

Y en la relacion que él

De mis fortunas ha hecho,

Parece que estoy culpada

Y que apelacion no tengo,

Porque á vuestra casa no

Lleveis ni áun el más pequeño

Escrúpulo de que soy

[p. 26]Tan fácil como parezco,

¡Plegue á Dios que él me destruya

Con su poder, y los cielos

Me falten, si yo á aquel hombre

Embozado y encubierto

Ocasion le di jamás

Para tanto atrevimiento!

Si ya no es darle ocasion

A un hombre, darle desprecios.

D. Juan.

Vuestra hermosura, señora,

Al paso que vuestro ingenio,

Os acredita conmigo;

Y no ya por Cárlos quiero

Hacer la fineza (si es

Fineza la que os ofrezco),

Sino por vos. Que la escriba

Mi dama á mi hermana quiero

Un papel que vos lleveis.

Esperad, que al punto vuelvo. (Vase.)

ESCENA VI.

LEONOR, DON CÁRLOS.

Leonor.

Ya, Don Cárlos, que ha llegado

El plazo de tus deseos,

Pues ya te verás sin mí,

Una cosa sola espero

Que añadas á las finezas

Que hasta este instante te debo.

D. Cárl.

Déjame, Leonor, por Dios:

No apures mi sufrimiento,

Porque no sé que te adoro

[p. 27]Hasta que sé que te pierdo.

Pero díme, ¿qué me quieres

Pedir?

Leonor.

Que si en algun tiempo

Te llegare el desengaño

De la culpa que no tengo,

Me has de cumplir la palabra

Que me diste.

D. Cárl.

No sólo eso

Ofrezco á ese desengaño,

Leonor, pero hacerte ofrezco

Víctima el alma y la vida...

Pero ¿cómo me enternezco

Desta suerte? Tú ¿no eres

La que aquel hombre encubierto

En tu aposento tenías?

Pues ni áun desengaños quiero

Tuyos, sino huir de tí,

Ya que segura te dejo.

Leonor.

Véte, véte; que algun dia

Volverán por mí los cielos.

D. Cárl.

Si esa esperanza no hubiera,

Me hubiera yo, Leonor, muerto

A manos de mi dolor.

Leonor.

Si airado una vez, si tierno

Otra vez, me hablas, ¿por qué

Más al mal que al bien atento,

No te pones de mi parte,

Y crees, Cárlos, que puedo

Estar sin culpa?

D. Cárl.

Porque

Temo que en cualquier suceso

Siempre es cierto lo peor.

Leonor.

Pues yo en mi inocencia espero

[p. 28]Que ha de haber suceso en que

No siempre lo peor es cierto. (Vanse.)


Sala en casa de Don Juan.

ESCENA VII.

DOÑA BEATRIZ, leyendo un papel; tras ella, INÉS.

Inés.

(Ap.) Leyendo mi ama un papel,

Tan triste y confusa está,

Que mil deseos me da

De saber lo que hay en él.

Una vez le aja furiosa,

Y al cielo elevada mira,

Otra llora, otra suspira.

D.ª Beat.

¿Hay suerte más rigurosa?

Inés.

(Ap.) A lêr vuelve. ¿De qué nace

Ya el agrado y ya el furor?

Sin duda que es borrador

De alguna comedia que hace.

D.ª Beat.

Bien dicen que una cruel

Pluma áspid es de ira lleno,

De quien la tinta es veneno

En las hojas del papel.

Dígalo yo, pues á mí

Muerte su traicion me dió.

¿Quién crêrá mis penas?

Inés.

Yo.

D.ª Beat.

Inés, ¿tú estabas aquí?

Inés.

A esta cuadra salí ahora,

Y viendo la confusion

[p. 29]Que tiene tu corazon,

Te he de suplicar, señora,

Digas qué causa te obliga

A tan grande extremo.

D.ª Beat.

Es tal,

Que por aliviar el mal,

Es fuerza que te la diga.

Bien te acuerdas que Don Diego

Centellas me galanteó

Mucho tiempo.

Inés.

Sí.

D.ª Beat.

Y que yo,

Agradecida á su ruego,

A su amor y á su fineza,

Le correspondí.

Inés.

Muy bien.

D.ª Beat.

Bien te acordarás tambien

Que aunque es tanta su nobleza,

No se declaró jamás

Con mi hermano, hasta salir

Con un pleito que á seguir

Fué á la corte.

Inés.

Lo demas.

D.ª Beat.

Pues Ginés, un criado suyo

Que de mí obligado vive,

Aquesta carta me escribe,

De que claramente arguyo

Que, en Madrid enamorado,

El pleito á que fué es de amor.

La carta dirá mejor

Su traicion y mi cuidado.

(Lee.) Cumpliendo, señora, con la obligacion de lo que ofrecí, que fué avisar de todo, hago saber á vuestra merced que en[p. 30] casa de una dama de esta corte dejó por muerto á mi señor un caballero, de una herida, de que estuvo dos dias sin sentido y preso: ya gracias á Dios está mejor y libre, y de partida para esa ciudad, adonde...

No leo más, porque confieso

Que me ahogan las ánsias mias.

Inés.

¿Qué más, señora, querias

Leer, despues de leido eso?

D.ª Beat.

¡Este es el pleito á que fué

Don Diego!

Inés.

Era necesario;

Que siempre es pleito ordinario

De Madrid amor.

D.ª Beat.

No sé

Con qué estilos, con qué modos

Pueda explicar mi dolor.

Inés.

¡Quién vió partir al señor

(¡Oh fuego de Dios en todos!)

Ofreciendo maravillas!...

Que como los alfareros

De amor, no sólo pucheros

Hacen, sino cantarillas.—

Y al fin duran sus extremos

Hasta que otra cara ven.

Pero, pícaros, tambien

Nosotras lo mismo hacemos;

Y al cabo de la jornada,

Bien sabe mi santo Dios

Que estamos en paz, y no os

Quedamos á deber nada.

D.ª Beat.

De rabiosos celos muerta

Estoy.

Inés.

Tienes mil razones.

[p. 31]D.ª Beat.

Y durarán mis pasiones

Hasta que... Pero á esa puerta,

Inés, ¿no han llamado?

Inés.

Sí.

D.ª Beat.

Pues llega, mira quién es.

Inés.

(Para sí, yéndose.)

¡Ay de tí, pobre Ginés,

Si otro escribiera de tí

Que en Madrid descalabrado,

Mi casto honor ofendias! (Vase.)

D.ª Beat.

Locas confusiones mias,

Ya que á ver habeis llegado

Efectos de una mudanza,

Haced, pues todo es del viento,

Que me lleve el pensamiento

Quien me llevó la esperanza.

Diera por ver á la dama

Que pudo empeñarle así,

El alma y la vida.

ESCENA VIII.

INÉS con LEONOR, vestida pobremente, con manto.—DOÑA BEATRIZ.

Inés.

Aquí

Está, entrad.

D.ª Beat.

Inés, ¿quién llama?

Leonor.

Quien, si merece, señora,

Besar vuestra blanca mano,

Podrá desmentir, no en vano,

Sus fortunas desde ahora,

Pues de su golfo cruel,

[p. 32]Puerto toma en vuestro cielo.

D.ª Beat.

Álcese, amiga, del suelo.

Leonor.

(Ap.) ¡Qué mal me ha sonado el él!

D.ª Beat.

¿Qué es lo que quiere?

Leonor.

Este aquí

(Dala un papel.)

Carta de creencia es.

D.ª Beat.

¿Cúyo es?

Leonor.

De Violante.

D.ª Beat.

(Ap. á ella.)Inés,

¡Qué buena cara!

Inés.

Así, así.

Leonor.

(Ap.) Fortuna, ¿á qué más extremo

Puedes haberme traido?

Y áun lo que lloro no ha sido

Tanto como lo que temo.

D.ª Beat.

Violante me escribe aquí,

Sabiendo que una criada

Que he tenido, está casada,

Que en su lugar...

Leonor.

(Ap.)¡Ay de mí!

D.ª Beat.

La reciba, porque tiene

Bastante satisfaccion

Que su virtud y opinion

A mi servicio conviene.

Muy agradecida quedo

A la intercesion...

Leonor.

Los piés

Me da otra vez.

D.ª Beat.

¿De dónde es?

Leonor.

Soy de tierra de Toledo.

D.ª Beat.

Pues ¿á qué á Valencia vino?

Leonor.

Con una dama, señora,

De la vireina, que ahora

[p. 33]Ha muerto; y así, previno

Mi suerte buscar á quien

Servir pueda en la ciudad.

D.ª Beat.

Su buena gracia, en verdad,

Y su persona tambien

Me agradan. ¿De qué servia?

Leonor.

De doncella de labor.

Inés.

(Ap.) Eso sí, que fuera error

Esotra doncellería.

Leonor.

Yo la tocaba, y no dudo

Que daros gusto sabré

En esta parte, porqué

Abril inventar no pudo

Flor que yo de tal manera

No imite, que ese cabello

Competir hermoso y bello

Le haré con la primavera.

Enaguas, valonas, tocas,

No habrán menester salir

De casa para lucir;

Pues, como yo, sabrán pocas

Aderezallas ni hacellas

Del uso que más se tray.

No hay labor blanca, no hay

Puntas sutiles y bellas,

Que no haga con perfeccion

Tanta, que dirás, no en vano,

Que allí no anduvo la mano,

Sino la imaginacion.

Bordo razonablemente

Broca, cañamazo y gasa.

D.ª Beat.

Lo que há menester mi casa

Me ha venido cabalmente;

Y así, puede desde luego

[p. 34]Quedarse en casa, que aunqué

Dueño mio y della fué

Mi hermano, á dudar no llego

Que siendo esto gusto mio,

Él no lo embarazará.

Leonor.

Que no se disgustará,

Señora, en quien es confío;

Que hacer á un triste feliz,

Es de nobles como él.

D.ª Beat.

¿Cómo se llama?

Leonor.

Isabel.

D.ª Beat.

Quítese el manto.

ESCENA IX.

DON JUAN.—LEONOR, DOÑA BEATRIZ, INÉS.

D. Juan.

Beatriz...

D.ª Beat.

Hermano Don Juan...

D. Juan.

¿Qué hacias?

D.ª Beat.

Una fineza por tí

Haciendo estoy.

D. Juan.

¿Cómo así?

D.ª Beat.

Porque sabiendo que habias

De agradecer, como amante,

Dar gusto á tu dama bella,

Recibí aquesa doncella,

Por ser cosa de Violante.

D. Juan.

La buena cortesanía

Y la malicia agradezco.—

Y así, esta casa os ofrezco, (A Leonor.)

Por vos y quien os envía;

Porque si para los dos

[p. 35]Tal encomienda traeis,

Vos á Beatriz servireis,

Pero yo os serviré á vos.

Leonor.

Guárdeos el cielo, señor,

Por la merced que me haceis:

En mí una esclava tendreis.

D. Juan.

(Ap. á ella.) ¿Qué te parece, Leonor,

De la casa y Beatriz bella?

Leonor.

Que solamente con esto

Que hoy la he debido, se ha puesto

En paz conmigo mi estrella.

D. Juan.

Beatriz, hablarte quisiera

En una cosa que hoy

Por mí has de hacer.

D.ª Beat.

Tuya soy.

Idos las dos allá fuera.

(Hablan en secreto los dos hermanos.)

Inés.

(Retirándose con Leonor.)

Usted, señora Isabel,

Me conozca por criada,

Por amiga y camarada;

Que uno y otro seré fiel,

Como su mucho valor

Solamente haga una cosa.

Leonor.

¿Qué es?

Inés.

No serme escrupulosa

En un tantico de amor.

Leonor.

Esa caduca costumbre

Ya espiró: y si verdad digo,

Tambien traigo yo conmigo

Mi poca de pesadumbre.

Inés.

Como eso tu voz me diga,

Desde aquí de mejor gana

Seré amiga más que hermana.

[p. 36]Leonor.

Y yo hermana más que amiga.

(Ap. ¡Que hable yo así! ¡Cielos! ¿quién

Aquesto crêrá de mí?) (Vanse las dos.)

ESCENA X.

DON JUAN, DOÑA BEATRIZ.

D.ª Beat.

¡Cárlos en Valencia!

D. Juan.

Sí;

Mas publicarlo no es bien,

Porque de secreto pasa

A Nápoles, y esto ha sido

Causa de que no ha venido

A servirse desta casa.

Mas vendrá al anochecer

A verte; y lo que quisiera

Que por mí tu amor hiciera,

Es prevenir y tener

Algun regalo que hacelle.

D.ª Beat.

Digo que yo trastearé

Mis escritorios: veré

Qué hay en ellos que ofrecelle;

Que aunque estoy desalhajada

Para casos semejantes,

Habrá bolsas, lienzos, guantes,

Y de la ropa excusada

Que hay por estrenar, verás

Un azafate, que creo

Que le acredite el deseo.

D. Juan.

Notable gusto me das.

D.ª Beat.

Esto y la cena, de mí

Fía.

[p. 37]D. Juan.

Pues yo vuelvo luégo.

Adios.

D.ª Beat.

(Ap.) ¡Oh, traidor Don Diego,

Quién se vengara de tí! (Vase.)

D. Juan.

A Cárlos quiero avisar

El efecto que ha tenido

El papel; y aunque haya sido

Su mayor cuidado estar,

Lo que há que está, tan secreto

Que ninguno pudo velle,

Esta noche he de traelle

Conmigo á casa, en efeto. (Vase.)


Calle.

ESCENA XI.

DON DIEGO y GINÉS, de camino.

D. Dieg.

Gran gusto es volver un hombre

A ver la patria, Ginés.

Ginés.

Y más, cuando ha estado tan

A pique de no volver.

D. Dieg.

Convaleciente me ví

Y libre apénas (porqué

Contra mí no hubo querella),

Cuando al instante traté

De ausentarme de Madrid,

Por el recelo de que

Los parientes de Leonor

Muerte á su salvo me den.

Ginés.

Si esto de morir es burla

[p. 38]Pesada para una vez,

¿Qué será para dos veces?

Tú hiciste, señor, muy bien.

D. Dieg.

¿No es Don Juan aquel que sale

De su casa?

Ginés.

Sí.

D. Dieg.

Ginés,

Todo parece que hoy

Me va sucediendo bien.

Ginés.

Pues ¿qué maula te has hallado?

D. Dieg.

¿Es poca dicha saber

Que estando ahora Don Juan

Fuera de casa, podré

Ver á Beatriz?

Ginés.

¿De Beatriz

Te acuerdas?

D. Dieg.

¿Cuándo olvidé

Yo su gran belleza?

Ginés.

Cuando

Por otra que yo me sé,

Te dieron en la cabeza,

O de tajo ú de reves,

Un tanto con que por cuánto

No vuelves acá otra vez.

D. Dieg.

Eso de servir un hombre

En ausencia otra mujer,

Es licencia concedida

Al amante mas fïel.

Ginés.

Lo mismo hacen ellas.

D. Dieg.

Llega,

Y pregunta por Inés,

Y díla que estoy aquí,

Y advierte una cosa.

Ginés.

¿Qué?

[p. 39]D. Dieg.

Que del pasado suceso

A nadie noticia des,

Y más en cas de Beatriz.

Ginés.

¿Eso habia yo de hacer?

Crê que hoy no sabrá de mí

Más de lo que supo ayer,

Que no la ví de mis ojos.

D. Dieg.

Llega pues, llama. (Vanse.)


Sala en casa de Don Juan.

ESCENA XII.

INÉS, y luego GINÉS y DON DIEGO.

(Llaman dentro.)

Inés.

(Dentro.)¿Quién es?

Ginés.

(Dentro.) Señora Inés, un criado

De toda vuesa merced,

Que tan amante y rendido

Se viene, como se fué. (Salen Inés y Ginés.)

Inés.

¡Ginés mio! ¿no me das

Un abrazo?

Ginés.

Y dos y tres,

Que no soy yo miserable.

Inés.

¿Cómo has venido?

Ginés.

Despues

Lo sabrás muy por extenso;

Que no hay tiempo ahora, porque

Mi señor te quiere hablar.

Inés.

¿Luego ha venido tambien? (Sale Don Diego.)

D. Dieg.

Sí, Inés, y con mil deseos

[p. 40]De verte á tí, y de saber

Cómo está Beatriz.

Inés.

Pues buena

La hallarás, sabiendo...

ESCENA XIII.

DOÑA BEATRIZ.—Dichos.

D.ª Beat.

Inés,

¿Quién llamaba, que con tanta

Conversacion estás?

D. Diego.

Quien

Peregrino y derrotado

De la tormenta cruel

De una ausencia, quien, rendido

El zozobrado bajel

De amor á uno y otro embate,

Sufrió uno y otro vaiven,

Hasta que tranquilo el mar

Con el bello rosicler

De los amigos celajes,

Toma puerto á vuestros piés,

Adonde consagra humilde

La tabla que tumba fué

En el templo de su amor,

Al ídolo de su fe.

D.ª Beat.

(Ap. ¡Que mientan así los hombres!

Mas disimular es bien.)

Aunque más, señor Don Diego...

Pero luego os lo diré.—

Inés, mira que no salga

A aquesta cuadra Isabel;

[p. 41]Que no es bien que el primer dia

Mis penas sepa.

Inés.

Haces bien.

Ginés, despues nos veremos.

Ginés.

Como nos veamos despues,

Yo haré verdad el refran

De «Un poco te quiero, Inés.» (Vase Inés.)

ESCENA XIV.

DOÑA BEATRIZ, DON DIEGO, GINÉS.

D.ª Beat.

Aunque más, señor Don Diego,

Vuelvo á decir otra vez,

(Ap. ¡Qué mal se encubre el dolor!)

Encarezcais ni pinteis

De la ausencia las tormentas,

Significar no podreis

Las que he padecido yo

Siempre amante y siempre fiel.

D. Dieg.

(Ap. á Ginés.) Albricias, que nada sabe.

Ginés.

¿Cómo lo habia de saber?

D.ª Beat.

¿Cómo en la corte os ha ido?

D. Dieg.

Como ausente de vos, pues

No hay gusto en ausencia amando,

Sino es uno.

D.ª Beat.

¿Cuál?

D. Dieg.

Volver

A vista de lo que se ama.

D.ª Beat.

(Ap. ¡Que falso conmigo esté!

Un áspid tengo en el pecho,

Y en la garganta un cordel.)

¿En qué estado el pleito queda?

[p. 42]D. Dieg.

Como estaba le dejé,

Porque mi poca salud

Me trae á convalecer.

D.ª Beat.

¿De qué achaque?

D. Dieg.

De no veros.

D.ª Beat.

Pues ¿no hay en Madrid que ver?

¿No son bizarras sus damas?

D. Dieg.

Como á ninguna miré,

No puedo dar voto en ellas.

D.ª Beat.

¿Ninguna?

D. Dieg.

Dí tú, Ginés,

La fineza que en mí viste.

Ginés.

Tanta fineza ví en él,

Que le ví muerto de amor.

D.ª Beat.

Sí, mas no dices de quién.

D. Dieg.

¿Quién fuera que tú no fueras?

D.ª Beat.

¿Luego vos no sois aquel

Que trocando en criminal

El civil pleito á que fué,

A sala de competencia

Le llevasteis, donde al ver

En estrado, no en estrados,

Vuestra causa una mujer,

En vista os condenó á muerte,

De que ministro cruel

Fué cierto competidor?

Ginés.

(Ap.) ¿Cómo lo habia de saber?

¡Hémosla hecho buena!

D. Dieg.

(Ap.)Muerto

Estoy.

Ginés.

¿Qué miras? Aun bien

Que yo no he hablado palabra.

D. Dieg.

(Ap. á Ginés.)

¿Qué es esto que escucho?

[p. 43]Ginés.

Es

Tu suceso de pe á pa,

Sin quitar y sin poner.

D.ª Beat.

Todo se sabe, Don Diego,

Y pues las razones veis

Que tengo para ofenderme

De un traidor, aleve, infiel,

Falso, engañoso, inconstante,

Atrevido y descortés,

Que me pasa por finezas

Los agravios, no me hableis

Otra vez en vuestra vida,

Si no intentais que otra vez

Os dé á entender mi valor

Que hay en Valencia tambien

Dama por quien pueda darse

La muerte á un hombre sin fe.

D. Dieg.

Mirad...

D.ª Beat.

Mirad vos, Don Diego,

Que es tarde, y no será bien

Que me cueste hoy el pesar

Más que me costó el placer.

Idos, pues.

D. Dieg.

Hasta dejaros

Desengañada de que...

ESCENA XV.

DON JUAN; luego INÉS.—Dichos.

D. Juan.

(Dentro.) ¿Cómo no hay aquí una luz?

D.ª Beat.

¡Ay infeliz! este es

Mi hermano.

[p. 44]Ginés.

Pues el hermano

¿Cómo lo habia de saber? (Sale Inés.)

Inés.

Señora, mi señor sube.

D. Dieg.

¿Qué quieres que haga?

D.ª Beat.

No sé.

Inés.

Yo sí: entrad en esta cuadra,

Donde escondidos esteis,

Hasta que podais salir.

D.ª Beat.

¡Qué infeliz soy!

Inés.

Entrad, pues.

Ginés.

Yo tomo de buen partido

Que dos mil palos me den.

(Escóndense los dos.)

D.ª Beat.

Cierra la puerta hácia acá,

Porque no los puedan ver.

Inés.

Ya está la puerta cerrada.

D. Juan.

(Dentro.) Siendo ya al anochecer,

¿No hay luces en casa?

ESCENA XVI.

Salen DON JUAN y DON CÁRLOS por una puerta, y LEONOR, con luces, por otra.—DOÑA BEATRIZ, INÉS.

Leonor.

Aquí

Las luces están.

D. Cárl.

(Ap.Al ver

Que es quien trae la luz Leonor,

Ciego con la luz quedé.)

Dadme, señora, á besar

La mano, si merecer

(Ap. ¡Ay, Leonor! ¿tú en este estado?)

[p. 45]Puedo tanta dicha.

D.ª Beat.

Aunque

Con rendimientos, Don Cárlos,

Desenojarme intenteis

Del agravio que á esta casa

Habeis hecho, no podreis.

D. Cárl.

Ya dese agravio, señora,

Con Don Juan me disculpé:

Él me disculpe con vos,

Pues ya lo estoy yo con él.

Y aunque á vuestra casa hoy

No vengo á honrarme, creed

Que en ella, para serviros,

Mi alma y vida tendreis.

D. Juan.

Ya tengo dicho á mi hermana

Las razones que teneis

Para no honrarnos despacio.

D.ª Beat.

Pues ya que de paso es

La dicha, dadme licencia

A que de paso tambien

Os sirva como pudiere,

Mal prevenida mi fe.

Aquí no estais bien: entrad

En mi cuarto.—¡Hola, Isabel!

Alumbra á mi primo. (Ap. ¡Cielos!

Lástima de mí tened.) (Vase.)

ESCENA XVII.

LEONOR, DON CÁRLOS, DON JUAN; INÉS, retirada.

(Hablan los tres recatándose de la criada.)

Leonor.

Supuesto, señor Don Cárlos,

Que he llegado á merecer

[p. 46]Serviros hoy, ¿qué mayor

Dicha, qué mayor placer?

D. Cárl.

¡Ay, Leonor! si yo pudiera

Dejarte servida, crê

Que no quedaras sirviendo.

Leonor.

Yo quedo, Cárlos, más bien

Que merezco, pues que soy

Tan desdichada mujer,

Que no merezco de tí

Que algun crédito me des.

D. Cárl.

¿Creyó alguno lo que oye

Primero que lo que ve?

Leonor.

Sí.

D. Cárl.

Pues hizo mal.

D. Juan.

Mirad

Que con extremos no deis

Alguna sospecha en casa.

D. Cárl.

¿Quién puede dejar de hacer

Extremos viendo á Leonor

En el traje de Isabel?

(Vanse los tres.)

ESCENA XVIII.

GINÉS y DON DIEGO, al paño.—INÉS.

Ginés.

Inés, ¿podremos salir?

Inés.

No, que están al paso.

Ginés.

Pues

¿Qué hemos de hacer?

Inés.

Esperar

Que el huésped se vaya.

Ginés.

¿Quién

[p. 47]Es este huésped?

Inés.

Un primo

De casa. Yo volveré

A sacaros; y si cierra

Mi amo la puerta, saldreis

Cuando ya esté recogido,

Por ese balcon.

Ginés.

¿Bal... qué?

Inés.

Balcon.

Ginés.

Por no saltar yo,

Aun no danzo al saltaren.

Inés, dispónlo de suerte,

Que yo salga por mi pié,

Si es posible.

D. Dieg.

De cualquiera

Suerte lo dispon, Inés.

Ginés.

Como tú ya estás, señor,

Enseñado á que te den,

Piensas que el salir no es nada.

Inés.

Cerrad la puerta, y no hableis.

D. Dieg.

¿Quién se vió en igual aprieto?

Ginés.

Yo, sin qué, ni para qué.

Inés.

Gran cochiboda hay en casa.

Quiera Dios que pare en bien.


[p. 48]

JORNADA SEGUNDA.


Sala de la posada.

ESCENA PRIMERA.

DON CÁRLOS, FABIO.

D. Cárl.

¿Está todo prevenido?

Fabio.

Ya la ropa y las maletas

Tengo aparejadas; solo

Falta que las postas vengan.

D. Cárl.

Más falta.

Fabio.

¿Qué es?

D. Cárl.

Que Don Juan,

Que hoy he de partirme sepa,

Para que dél me despida.

Fabio.

Pues ¿no sabe que hoy te ausentas?

D. Cárl.

No: ni él ni Leonor lo saben;

Que anoche áun no tenía esta

Resolucion.

Fabio.

Pues yo iré

A avisarle.

D. Cárl.

Aguarda, espera;

Que él parece que ha tenido

De mi pensamiento nueva,

Pues á la posada viene

Antes casi que amanezca.

[p. 49]ESCENA II.

DON JUAN.—DON CÁRLOS, FABIO.

D. Cárl.

¡Tan de mañana, Don Juan!

Pues ¿qué madrugada es esta?

D. Juan.

Lo mismo puedo deciros.

¿Dónde vais con tanta priesa?

D. Cárl.

Anoche cuando volví

De vuestra casa, en aquesta

Posada supe que hay

En Vinaroz dos galeras

De Italia, y perder no quiero

La ocasion de irme con ellas,

Porque no veo la hora

De hacer de Leonor ausencia;

Que aunque yo por verla muero,

Muero tambien por no verla.

Y ya que queda segura,

Tengo por la accion más cuerda

Volver á todo la espalda;

Y así, con vuestra licencia,

Don Juan, pienso partir hoy.

D. Juan.

Si yo, Don Cárlos, pudiera,

O concederla ó negarla,

Fuera muy gran conveniencia

De mi dolor, poder ántes

Negarla que concederla.

D. Cárl.

¿Cómo?

D. Juan.

Como me importara

Deteneros en Valencia

Unos dias, alma y vida.

[p. 50]D. Cárl.

Fabio...

Fabio.

Señor.

D. Cárl.

Cuando vengan

Las postas, despediráslas.—

Ved, Don Juan, con cuánta priesa

Son vuestros preceptos, ántes

Que preceptos, obediencias. (Vase Fabio.)

ESCENA III.

DON CÁRLOS, DON JUAN.

D. Cárl.

¿Qué hay de nuevo?

D. Juan.

¿Estamos solos?

D. Cárl.

Sí.

D. Juan.

Pues cerrad esa puerta.

(Cierra la puerta Don Cárlos.)

D. Cárl.

Ya lo está.—¿Qué es esto?

D. Juan.

Es

Una desdicha, una pena

Tan grande, Cárlos, que sólo

Vos podeis de mí saberla,

Como mi amigo, porque

Soy mitad del alma vuestra,

Y como mi sangre, Cárlos,

Por ser en los dos la mesma.

Mirad cuánto de un dia á otro

Muda la inconstante rueda

De la fortuna las cosas.

Ayer en vuestras tragedias

Vinisteis de mí á valeros;

Y hoy en las mias es fuerza

Que yo me valga de vos.

[p. 51]¡Oh cuán villana, cuán necia

Es mi desdicha, pues cobra

Con tanta prisa la deuda!

D. Cárl.

¿Desde anoche acá hubo causa

Que á tan grande extremo os mueva?

D. Juan.

Despues que anoche salisteis

De mi casa, porque en ella,

Ni vos quisisteis quedaros,

Ni yo quise haceros fuerza;

Y despues que con instancias

No dejasteis que viniera

Con vos, traté recogerme;

Y recorriendo las puertas

De mi casa (que es en mí

Costumbre, y no diligencia)

En mi cuarto me entré, donde

Mil ilusiones diversas

Me desvelaron de suerte,

Que entre confusas ideas,

Apénas dormir queria,

Cuando dispertaba á penas;

Cuando oigo (¡tiemblo al decirlo!)

Que en una cuadra de afuera

Una ventana se abria.

Presumiendo que por ella

Alguna criada hablaba,

Quise averiguar quién era,

Abriendo sin hacer ruido

De mi ventana la media;

Pues oyendo una razon

O tomando alguna seña,

Sin escándalo podia

Poner en el daño enmienda.

A nadie en la calle ví:

[p. 52]Con que casi satisfechas

Mis dudas, se persuadieron

A que el viento hacer pudiera

El ruido; pero ¡qué poco

Dura el bien que un triste piensa!

Pues por el balcon á este

Tiempo ví que se descuelga

Un hombre. Acudí volando

A tomar una escopeta,

Y por prisa que me di,

Ya otro y él dan la vuelta

A la calle: á cuyo tiempo

Cerraron, porque áun aquella,

O tibia ó fácil ó vana

Imaginacion siquiera

De que eran ladrones, no

Me quedase, viendo que eran

Cómplices del hurto iguales

Los que huyen y el que cierra.

Quise arrojarme tras ellos;

Mas viendo con cuánta priesa

Y ventaja iban, hallé

Que era inútil diligencia.

Conocer quién era quise

La que vestida y despierta

A aquellas horas estaba;

Y abriendo (¡ay de mí!) la puerta

De mi cuarto, el de mi hermana

Cerrado hallé: de manera

Que llamar á él no era más

(Pues todas en mi presencia

Habian de alborotarse)

Que equivocando las señas,

El semblante de la culpa

[p. 53]Ponérsele á la inocencia,

Y advertir para adelante,

Siendo la accion ménos cuerda

Que hace un ofendido, cuando

No está en términos la ofensa,

Darla á entender con decirla,

Para no satisfacerla.

Yo no he de hacer en mi casa

Novedad: de la manera

Que hasta aquí me vieron todos,

Me han de ver, tan sin sospecha,

Que hasta mi mismo semblante

Sabré hacer que el color mienta;

Pero para este recato

Tener un amigo es fuerza

Afuera, si estoy en casa,

O en casa si estoy afuera.

Pues si he de fiarme de otro,

¿De quién con mayor certeza

Que de vos, que como dije,

Sois mitad del alma mesma,

Y como deudo y amigo

Os toca tanto mi afrenta?

Y así, para averiguarlo,

Oid lo que mi pecho intenta.

Dentro de mi cuarto yo

Tengo una cuadra pequeña

Con libros y con papeles,

Donde jamás sale ó entra

Criado alguno. Aquí escondido,

(Llaman dentro.)

Don Cárlos... Pero á la puerta

Llaman.

[p. 54]ESCENA IV.

FABIO.—DON CÁRLOS, DON JUAN.

D. Cárl.

Esperad. ¿Quién es?

Fabio.

(Dentro.) Yo soy, señor: abre apriesa.

D. Cárl.

Si ves que tengo cerrado,

¿Por qué llamas? (Abre, y sale Fabio.)

Fabio.

Porque sepas

Una grande novedad,

De que importa darte cuenta.

D. Cárl.

¿Qué es?

Fabio.

Estando desta casa

Esperándote á la puerta,

Llegó de camino el padre

De Leonor, á ver si en ella

Posada habia.

D. Cárl.

¿Qué dices?

Fabio.

Lo que he visto. Considera

Si es cosa para que oculta

Un instante te la tenga;

Y más habiéndole dicho

Que sí, y apeádose ahí fuera,

Donde te ha de ver, si sales.

D. Cárl.

¿Hay desdicha como esta?

Sin duda en mi seguimiento

Y de Leonor, á Valencia

Viene.

D. Juan.

¿Conóceos él?

D. Cárl.

Sí.

D. Juan.

Pues mira tú cuando pueda

Salir de aqueste aposento

[p. 55]Don Cárlos, sin que le vea,

Y avisa.

Fabio.

Ahora podrá,

Que él en el cuarto se entra

Que le han dado.

D. Juan.

Pues salgamos

De aquí una vez; que allá fuera

Veremos qué hemos de hacer.

D. Cárl.

Salgamos, Don Juan, apriesa.

D. Juan.

Vamos á mi casa, adonde

Ya es de los dos conveniencia

Estar en ella escondido.

D. Cárl.

¡Qué de temores me cercan!

D. Juan.

¡Qué de cuidados me afligen!

D. Cárl.

¡Ay, Leonor, lo que me cuestas! (Vanse.)


Sala en casa de Don Juan.

ESCENA V.

DOÑA BEATRIZ, INÉS.

D.ª Beat.

Inés, nada me digas;

Que á más dolor mi sentimiento obligas.

Inés.

Pues habiendo salido

Del empeño de anoche tan sin ruido,

Que sin que en casa nadie lo sintiera,

A Don Diego y Ginés echamos fuera,

¿Qué es lo que ahora te aflige?

D.ª Beat.

Tú de mi llanto mi pasion colige.

¿Qué importa que saliesen

Sin que mi hermano ni Isabel los viesen,

[p. 56]Si despues mis desvelos

Quedaron sin temor, mas no sin celos?

¿Viste, Inés, en tu vida

Desvergüenza mayor que la fingida

Confianza y tristeza,

Con que á significarme la fineza

Que ausente habia tenido

Llegó Don Diego, habiendo yo sabido

Cuanto le habia pasado

En Madrid, de otra dama enamorado?

Inés.

Él no nos oye ahora,

Y así por él he de volver, señora.

¿Qué querias que hiciera

En Madrid (que es el centro y es la esfera

De toda la lindura,

El aseo, la gala y la hermosura)

Un caballero mozo,

Que le apunta el dinero con el bozo,

Y está, cuando más ama,

Cincuenta y tantas leguas de su dama?

Ya pagó su pecado

Bastantemente en cas de aquella moza,

Puesto que sin venir de Zaragoza,

Vino descalabrado;

Y así, aunque amor en tu opinion le culpa,

En la mia la ausencia le disculpa.

D.ª Beat.

No son mis celos, no, tan poco sabios,

Que no sepan, Inés, que los agravios

Que tocan en el gusto y no en la fama,

Tienen perdon en quien de véras ama.

Y si verdad te digo,

Diera por verle disculpar conmigo...

No sé lo que me diera,

Loca estoy, muerta estoy.

[p. 57]Inés.

Aguarda, espera;

Que si ese es tu deseo,

Yo te le cumpliré, pues nada creo

Que embarazarnos puede;

Que cuando te éntre á ver, y aquí se quede,

No hay ya que hacer extremos,

Pues que la escapatoria nos sabemos.

D.ª Beat.

Sí, pero no quisiera

Que mi amor tan rendido conociera,

Inés, que imaginase

Que yo, sobre mis quejas, procurase

A sus disculpas la ocasion.

Inés.

A todo

Remedio hay.

D.ª Beat.

¿De qué modo?

Inés.

Deste modo:

Yo le diré que estás tan enojada,

Tan ofendida y tan desesperada,

Que una y doscientas veces me has mandado

No admitir papel suyo ni recado;

Mas que no obstante, sólo por hacelle

Gusto, me he de atrever...

D.ª Beat.

¿A qué?

Inés.

A ponelle

Donde te pueda hablar; con que consigo

Tres cosas: la una, que él se vea contigo,

La otra, que tú rogarle no parezca,

Y la otra, que él á mí me lo agradezca.

D.ª Beat.

Inés, yo estoy celosa, cuerda eres:

Harto he dicho, haz tú allá lo que quisieres,

Y en esta parte más no discurramos,

Porque Isabel no entienda lo que hablamos.

[p. 58]ESCENA VI.

LEONOR, con unos lazos en una bandeja.—DOÑA BEATRIZ, INÉS.

Leonor.

Aquestas son, señora,

Las flores que mandaste hacer.

D.ª Beat.

Ahora

Gusto, Isabel, no tengo para nada;

Yo las veré despues.

Leonor.

¡Qué poco agrada

Quien sirve sin estrella!

D.ª Beat.

(Ap.) Ménos agrada quien amó sin ella.

(Vase.)

Leonor.

¿Qué es esto, Inés? ¿Qué tiene nuestra ama?

Inés.

Esto es, amiga, reventar de dama.

Tiene una hipocondría,

Con que, de una hora á otra, cada dia

Muda mil pareceres.

Oye, ve y calla, si agradarla quieres. (Vase.)

ESCENA VII.

LEONOR.

Leonor.

Harto oigo y harto veo,

Y harto callo tambien. Loco deseo,

¿Para qué neciamente

Persuadirme procuras que aquí ausente

De mi casa, mi patria y padre, puedo

Perder ya más á mi desdicha el miedo,

[p. 59]Si está tan cerca el daño,

Que es locura aguardar el desengaño,

Y me pone tan léjos la esperanza,

Que es locura tener la confianza

En lo instable del tiempo? Pues decia

Uno que enfermo de mi mal estaba:

«¡Ay triste del que fía

Su cura al tiempo!» Porque examinaba

Que es remedio, aunque sabio, tan incierto,

Que ya el mal le habria muerto,

Cuando á curarle el médico llegara,

Matando mil para uno que sanara.

¿Quién jamás se habrá visto

(¡Mal el dolor, mal la pasion resisto!)

En tan mísero estado,

Como yo, sin haber (¡ay de mí!) dado

Ocasion á fortuna tan tirana?

Pues nunca fué...

ESCENA VIII.

DON JUAN.—LEONOR.

D. Juan.

Isabel, ¿qué hace mi hermana?

Leonor.

En su cuarto, señor (¡oh pena fuerte!),

Está.

D. Juan.

Pues hablaréte de otra suerte,

Si sola estás. ¿Qué hacías, Leonor bella?

Leonor.

Lo que siempre, quejarme de mi estrella.

¿Has visto á Cárlos?

D. Juan.

Sí, porque no fuera

Justo...

Leonor.

¿Qué?

[p. 60]D. Juan.

Que sin verle se partiera.

Leonor.

¿Luego ya se ha partido?

D. Juan.

Sí, Leonor.

Leonor.

¡Sin haberse despedido

De mí! ¡Qué poco á sus finezas debo!

D. Juan.

No, Leonor, con afecto ahora nuevo

Dejes tu entendimiento

Fácilmente llevar del sentimiento.

Yo estoy en guarda tuya,

Y no sin causa tu discurso arguya

Que de mí defendida,

Por tí he de aventurar honor y vida.

Leonor.

No dudo esa fineza

De tu valor, tu sangre y tu nobleza;

Y porque sepas cuánto, Don Juan, fío

De tan hidalgo y noble ofrecimiento,

Puesto que el pecho mio

No es posible negarse al sentimiento,

Dáme, señor, licencia

Para que en tanta pena, en dolor tanto

Me retire á llorar de tu presencia;

Que no es razon que descortés mi llanto

Pierda á tus confianzas el decoro.

No llore yo, sabiendo tú que lloro. (Vase.)

ESCENA IX.

DON JUAN.

D. Juan.

¡Qué cuerdamente decia

Aquel sabio, que entre el ver

Padecer y el padecer,

Ninguna distancia habia!

[p. 61]Díjela que se habia ido

Cárlos, que encerrado ya

Dentro de mi cuarto está,

Porque él y yo hemos querido

Que nadie sepa este grave

Empeño, porque en efeto,

Ninguno guarda un secreto

Mejor que el que no le sabe;

Fuera de que estando aquí

Hoy el padre de Leonor,

Para todos es mejor.

(Llégase á una puerta, la abre, pasa el umbral y dice:)

Cárlos.

ESCENA X.

DON CÁRLOS.—DON JUAN.

D. Cárl.

(Dentro.) ¿Estais solo?

D. Juan.

Sí,

Que no entrara acompañado.

(Vuelve Don Juan, y sale Don Cárlos.)

D. Cárl.

¿Habeis hablado á Leonor?

D. Juan.

Sí, Cárlos, y de su amor

Y de su virtud me han dado

Bastante satisfaccion

Sus lágrimas. Ha sentido

Pensar que os habeis partido

Con tan discreta pasion,

Que he llegado á persuadirme,

Aunque el indicio la culpa,

Que ella está, Cárlos, sin culpa.

D. Cárl.

Poco teneis que decirme

[p. 62]En eso; pero aunque yo

El desengaño deseo,

Miéntras no le toco y veo,

¿Tengo de creerle?

D. Juan.

No.

D. Cárl.

Luego hablar dél es error,

Supuesto que en mis recelos

Han de ir borrando los celos

Cuanto pintare el amor.

¿Dijiste que habia venido

Su padre?

D. Juan.

No, que no fuera

Justo que más la afligiera

De lo que está.

D. Cárl.

Bien ha sido.

¿Y qué mandasteis á Fabio?

D. Juan.

Que en la posada esté, pues

Él conocido no es,

Para que leal y sabio

Siempre á la mira estuviese

Del padre, y que procurase

Penetrar cuanto intentase.

D. Cárl.

Medio muy frívolo es ese;

Que claro es que él no dirá

A nadie á lo que ha venido.

D. Juan.

Con todo eso... Mas ¿qué ruido

Es este? (Ruido dentro.)

(Don Cárlos mira por la cerradura de una puerta.)

D. Cárl.

Ser cierto ya,

Don Juan, el lance mayor

Que sucedernos pudiera.

Quien sube por la escalera

Es el padre de Leonor.

D. Juan.

¿Qué decís?

[p. 63]D. Cárl.

Que yo por esa

Llave le ví y conocí.

D. Juan.

¿El padre de Leonor?

D. Cárl.

Sí.

D. Juan.

Pues retiráos apriesa

Vos á esa escuadra; que yo

A recibirle saldré,

Y lo que intenta sabré.

D. Cárl.

Detenéos: eso no;

Que no es, adonde Leonor

Y yo estamos venir él,

Lance tan poco cruel,

Que permita mi valor

Dejaros.

D. Juan.

Pues siempre os queda

Libre el paso á accion igual,

No anticipemos el mal:

Dejémosle que suceda.

Escuchémosle primero.

Retiraos de aquí.

D. Cárl.

Sí haré;

Pero á la mira estaré.

(Escóndese Don Cárlos, y abre la puerta Don Juan.)

ESCENA XI.

DON PEDRO, vestido de camino.—DON JUAN; DON CÁRLOS, oculto.

D. Juan.

¿A quién buscais, caballero?

D. Ped.

Suplícôs que me digais,

Pues por caballero os toca

Honrarme, si Don Juan Roca

[p. 64]En casa está.

D. Juan.

¿Qué mandais?

Que yo Don Juan Roca soy.

D. Ped.

Que vuestros brazos me deis,

Pues que vos sólo podeis

Ser de mis fortunas hoy

Puerto, á cuya confianza

Todas mis penas entrego,

Cuando á vuestra casa llego

A lograr una esperanza,

Seguro de que ha de hallar

Mi infeliz tirana estrella

Todo cuanto busco en ella.

D. Cárl.

(Al paño.) ¿Qué más se ha de declarar?

D. Juan.

(Ap. Sin duda que ya ha sabido

Que Don Cárlos y Leonor

Están aquí.) Yo, señor,

A mi suerte agradecido

Estoy, cuando así me honrais;

Pero es fuerza padecer

Mil dudas, hasta saber

Quién sois, y qué me mandais.

D. Ped.

Sentáos, y quién soy, señor,

De aquesta sabreis primero. (Dale una carta.)

Luego sabreis lo que espero

Fiar de vuestro valor. (Siéntanse.)

D. Juan.

Del Marqués mi señor es

La carta. (Ap. Dudando estoy.)

D. Ped.

Lêd: sabreis della quién soy,

Y mi pretension despues.

(Abre Don Juan la carta, y lee.)

El señor Don Pedro de Lara, mi pariente y amigo, va á esa ciudad en seguimiento de un hombre, de quien importa á su honor[p. 65] satisfacerse: mi poca salud no me da lugar á acompañarle; pero fío que donde vos estais, no le hará falta mi persona; y así os digo que su ofensa es mia, y su satisfaccion corre por mi cuenta.—Dios os guarde.—El Marqués de Denia.

D. Juan.

Lo que me escribe el Marqués

Mi señor, habeis oido:

Lo que yo respondo á esto

Es, que aquí para serviros

Me teneis á todo trance.

D. Ped.

Guárdeos Dios; que así lo fío

De las noticias que traigo,

Y de las partes que miro

En vos: con cuyo resguardo,

Solo y secreto he venido,

En confianza no más

Desa carta, porque dijo

El Marqués, que en vos tendria

Mi honor valedor y amigo,

Por muchas obligaciones

Que á su casa habeis tenido.

D. Juan.

Todas las confieso, y todas

Veréis en vuestro servicio

Empleadas igualmente;

Pero para esto es preciso

Saber, señor, la ocasion,

Que á Valencia os ha traido.

(Ap. Apuremos de una vez

Todo el veneno al peligro.)

D. Ped.

Yo lo diré, si es que yo

Puedo acabarlo conmigo.

Noble soy, Don Juan, y sobre

Ser noble, estoy ofendido:

[p. 66]Mi enemigo está en Valencia,

Tras él vengo: harto os he dicho.

D. Juan.

Y yo lo he entendido todo,

Tan bien ya como vos mismo.

D. Ped.

Discreto sois; y así, sólo

Quiero que esteis prevenido

Para cuando yo os avise

De que de vos necesito. (Levántase.)

D. Juan.

Esperad, que falta más.

D. Ped.

Decid, ¿qué falta?

D. Juan.

Advertiros

De que yo tengo en Valencia

Deudos, parientes y amigos;

Y así, sin saber quién es,

Don Pedro, vuestro enemigo,

Ni el Marqués puede mandarme

Cosa contra el valor mio,

Ni yo ofrecer favor que

Resulte contra mí mismo.

D. Ped.

De vuestra sangre y cordura

Ha sido reparo digno;

Y aunque sea contra mí,

Os lo agradezco y estimo.

Y para que no dejemos

El escrúpulo indeciso,

¿Qué teneis con un Don Diego

Centellas?

D. Juan.

Ser conocido

Mio no más.

D. Cárl.

(Al paño.)Este es

Aquel competidor mio.

D. Ped.

Segun eso, ¿ya el reparo

Es ninguno?

D. Juan.

Así lo afirmo.

[p. 67]D. Ped.

Pues este una noche (¡ay triste!

¡Con qué dolor lo repito!)

Quedó por muerto en mi casa:

Con que no pudo mi brío

Satisfacerse; que fuera

Villano rencor, indigno

De mi valor, emplear

En un cadáver los filos

De mi vengativo acero,

Pero no tan vengativo,

Que vida no diera muerto

A quien diera muerte vivo.

Llegó justicia, y yo alcé

La mano al instante mismo

A venganzas y querellas;

Porque no fuera bien visto

Que hombre como yo tratara

De vengarse por escrito.

Entre el alboroto huyó

Una hija mia... Al decirlo

Me embaraza la vergüenza.

¡Mal haya el primero que hizo

Ley tan rigurosa, pacto

Tan vil, duelo tan impío,

Y entre el hombre y la mujer

Un tan desigual partido,

Como que esté el propio honor

Sujeto al ajeno arbitrio!

Huyó, digo, de mi casa;

Y aunque de aqueste delito

Fueron dos los agresores,

A éste con dos causas sigo.

La primera, que no sé

Del otro; y así, es preciso

[p. 68]Que aquel de quien sé primero,

Pruebe primero el castigo.

La segunda, que viniendo

Ahora por el camino,

Que un caballero venía

Recatado y prevenido

Con un criado y una dama,

En mil posadas me han dicho;

Y por las señas es ella;

Que habiendo él convalecido

Y ella faltado, es muy fácil

Presumir que se ha valido

Dél en su fuga. Y así,

Con este segundo indicio,

Más irritado le busco,

Y más osado le sigo,

O para que se reparen

Las ruinas del edificio

De mi honor, que está por tierra,

O para que vengativo

Haga que áun éstas no queden,

Sin que los incendios vivos

De mi pecho les abrasen.

Y pues mi agravio os he dicho,

Y ya no hay inconveniente

En ayudar mis designios,

Despues volveré á buscaros:

Que ahora de vos me retiro

A hacer otra diligencia,

De que os vendré á dar aviso,

Como á quien ya desde aquí

Mi amparo ha de ser y asilo,

No tanto porque á ello os mueva

La carta que os he traido,

[p. 69]Cuanto por la obligacion

En que os pone haberme visto

Dar lágrimas á la tierra,

Y dar al cielo suspiros.

(Vase Don Pedro y sale Don Cárlos.)

ESCENA XII.

DON CÁRLOS.—DON JUAN.

D. Cárl.

¿Quién en el mundo se vió

En las dudas que me miro?

D. Juan.

Vamos recorriendo, Cárlos,

Lo que nos ha sucedido.

D. Cárl.

Vos teneis en vuestra casa

A la dama de un amigo...

D. Juan.

Hija de un hombre, que hoy

A valer de mí se vino.

D. Cárl.

El amigo está tambien

En vuestra casa escondido.

D. Juan.

Y á efecto de que me ayude

A vengar agravios mios.

D. Cárl.

El enemigo que aquél

Busca es tambien mi enemigo.

D. Juan.

Y yo de todos prendado,

No sé á qué me determino:

De Leonor, porque es mujer;

De vos, porque sois mi primo;

Por el Marqués, de Don Pedro;

Y de mi honor, por mí mismo.

¿Qué puedo hacer?

D. Cárl.

Resolveros

A que el tiempo ha de decirlo,

[p. 70]Obrando en los lances, como

Se vinieren sucedidos.

D. Juan.

Pues si habemos de esperarlos,

Cárlos, no hay que prevenirlos;

Que ellos vendrán: y hasta entónces,

Vos en mi cuarto escondido,

Sed de mi honor centinela,

En tanto que yo advertido

Hago la deshecha fuera

De que sin cuidado vivo.

D. Cárl.

Pues adios. ¡Piadosos cielos...

D. Juan.

Adios pues. ¡Cielos divinos...

D. Cárl.

Sacadme de tantas penas!

D. Juan.

Negadme á tantos peligros!

(Vase cada uno por su puerta, y Don Cárlos se cierra por dentro.)


Calle.

ESCENA XIII.

DON DIEGO; GINÉS, cojeando.

D. Dieg.

Tú has de ir.

Ginés.

Yo no he de ir.

D. Dieg.

¿Por qué?

Ginés.

Porque la más singular

Razon que hay para no andar,

Es tener quebrado un pié.

D. Dieg.

¡Válgate Dios! ¡qué notable

Estás!

Ginés.

Para entre los dos,

[p. 71]Me acuerda el «válgate Dios»

Cierto cuento razonable.

En un pozo un portugues

Cayó: al verlo dijo un hombre:

«¡Válgate Dios!» y el de abajo

Le respondió: «já naom pode.»

Fácil es la aplicacion,

Y á propósito ha venido,

Si es lo mismo haber caido

A un pozo que de un balcon.

D. Dieg.

¿Yo tambien no salté, y no

Me hice daño?

Ginés.

Pues ¿qué quieres,

Si tú quebradizo no eres,

Y soy quebradizo yo?

D. Dieg.

Tu poca maña condeno.

Ginés.

Estreno, señor, de piés:

Malo para uno es

Lo que para otro es bueno.

Con hambre y cansancio un dia

A una posada llegó

Cierto fraile, y preguntó

A la huéspeda qué habia

Que comer. «Si una gallina

No mato (le dijo ella),

Nada hay.—¿Quién podrá comella

(Respondió con gran mohina),

Acabada de matar?

—Tierna estará (replicó

La huéspeda), porque yo

Sé un secreto singular

Con que se ablande.» Y cogiendo

La polla, que viva estaba,

Vió que los piés la quemaba:

[p. 72]Con que á nuestro reverendo

Muy blanda le pareció;

Y aunque el hambre pudo hacello,

Atribuyéndolo á aquello,

En la cama se acostó.

Estaba la cama dura,

Tanto que le tenía inquieto;

Y él, cayendo en el secreto,

Pegarla á los piés procura

La luz. Dijo, al ver la llama

La huéspeda: «Padre, ¿qué es

Eso?» Y él dijo: «Nuestra ama,

Porque se ablande la cama,

Quemo á la cama los piés.»—

Así, no te dé mohina,

Que en los dos no haga el secreto

Su efecto, porque en efeto

Tú eres cama, y yo gallina.

D. Dieg.

Por más que tu voz me diga,

No has de escaparte, Ginés,

De ir á ver á Inés.

Ginés.

Inés,

¿No es una fiera enemiga,

Que anoche con mil rigores,

Tras tenernos á un rincon,

Nos vació por un balcon,

Al fin, como servidores,

Yo suyo, y tú de su ama?

Pues vive Dios, de no vella

En mi vida.

D. Dieg.

Antes por ella

Se aseguró vida y fama

De Beatriz, y agradecido

Debo á la fineza ser.

[p. 73]Ginés.

Yo no: que áun agradecer

No puede un hombre caido.

D. Dieg.

Ya es notable tu extrañeza.

Ginés.

Pues ¿no quieres que me enoje,

Señor, si á los dos nos coge

Tu amor de piés á cabeza?

D. Dieg.

Por mí has de ir allá.

Ginés.

Yo iré;

Pero por partido tomo

Traerte mal despacho.

D. Dieg.

¿Cómo?

Ginés.

Como voy con muy mal pié.

D. Dieg.

En esta esquina te espero.

Ginés.

Poco tendrás que esperar,

Si sólo á Inés has de hablar.

D. Dieg.

¿Por qué?

Ginés.

Porque, á lo que infiero

Del traje, el brío y el talle,

Es ella la que salió

De su casa.

D. Dieg.

Ella es, y no

Quisiera hablarla en la calle.

Díla que en este portal

Estoy, que se llegue aquí.

(Retírase á un portal.)

ESCENA XIV.

INÉS, con manto.—GINÉS; DON DIEGO, retirado.

Inés.

(Para sí.) Desde la ventana ví

A Don Diego; y aunque es tal

Mi temor, le hablaré, pues

[p. 74]Fiada en la industria mia,

Mi ama echadiza me envía.

Ginés.

¿Qué importa, traidora Inés,

Lo tapadillo, si el brío

Va diciendo á voces que eres

Coliflor de las mujeres?

Inés.

¿Qué es aqueso, Ginés mio?

Ginés.

Esto es cojear.

Inés.

Ya lo veo.

Pero ¿de qué achaque es?

Ginés.

De un achaque tuyo, Inés.

Inés.

Mientes como un cojifeo.

Ginés.

Mi achaque fué tu balcon,

Luego claramente arguyo

Que es mi achaque achaque tuyo.

Inés.

Negara la conclusion,

A no ir en cas de Violante

A un recado; y no quisiera

Que contigo hablar me viera

Nadie de casa.

Ginés.

Al instante

Que te hable mi señor

En esta parte no más

Que una palabra, te irás.

Inés.

Aquesto fuera peor;

Que si mi ama supiera

Que le hablaba, me matara. (Llega D. Diego.)

D. Dieg.

¿Por qué, Inés?

Inés.

Porque es tan rara

Su cólera, y es tan fiera

La ira que tiene contigo,

Que no tomar me ha mandado

Papel tuyo, ni recado.

D. Diego.

Pues, Inés, ¡tanto castigo

[p. 75]Para quien la adora!

Inés.

Darte

Quisiera ahora...

D. Dieg.

¿Por qué? dí.

Inés.

Porque no adores aquí,

Y ofrezcas en otra parte.

Ginés.

Si cesa la indignacion

Con decir los enojados:

«Mandaré á cuatro criados

Que os echen por un balcon»;

Y ella, con mandarlo á una

Sola criada, nos echó

Tan á la letra, que yo

Voy cojeando mi fortuna,

¿Qué más quiere?

D. Dieg.

¿Tú tambien

Eres, Inés, contra mí?

Inés.

Esto que te digo aquí,

Sé allá disfrazar más bien;

Que sabe Dios si me cuesta

Más de dos pesares ya

Disculparte.

D. Dieg.

Pues si está

Tanto en mi favor dispuesta

Tu voluntad, haz, Inés,

Que sólo un instante vella

Pueda yo.

Inés.

¡En eso está ella!

D. Dieg.

Y fía de mí, despues

Desto que ahora te da

Mi amor, la satisfaccion. (Dala un bolsillo.)

Inés.

Para mí excusadas son

Estas cosas.

Ginés.

Claro está.

[p. 76]Inés.

Y porque veas que tengo

Gana de servirte, haré

Una cosa. Yo diré

Que ya del recado vengo;

Y pues ya empieza á cerrar

La noche, y mi amo está fuera,

Tú á solo que yo éntre espera;

Que dejándome al entrar

La puerta abierta...

D. Dieg.

¡Ay, Inés!

Hoy nueva vida me das.

Inés.

Entrarte tras mí podrás...

Y obre fortuna despues.

D. Dieg.

Dices bien, y yo te sigo.

Ginés.

¡Ay, Inés, lo que te quiero!

Inés.

¿Habla vusted, caballero,

Con el bolsillo, ó conmigo?

Ginés.

Con quien quisieres que sea;

Mas ponle á mi parte nombre.

Inés.

Quita, que no hablo yo á hombre

Que sé de qué pié cojea. (Vase.)

ESCENA XV.

DON DIEGO, GINÉS.

D. Dieg.

Sígueme, Ginés.

Ginés.

¿Yo?

D. Dieg.

Sí.

Ginés.

¿Adónde?

D. Dieg.

Conmigo ven.

Ginés.

El diablo me lleve, amén,

Si yo pasare de aquí.

[p. 77]¿Qué me quieres encerrado?

Si es por saltar uno más,

En la calle me hallarás,

Y haz cuenta que ya he saltado.

D. Dieg.

Ese temor me ha advertido

Que irme sólo es lo mejor.

Ginés.

Es muy cuerdo ese temor,

Y haz cuenta que ya he partido. (Vanse.)


Sala en casa de Don Juan.

ESCENA XVI.

DOÑA BEATRIZ, LEONOR.

D.ª Beat.

Haz que pongan unas luces,

Isabel, en esa cuadra,

Y espera, en tanto que yo,

De la labor enfadada,

Me divierto en esta reja

Un rato.

Leonor.

Haré lo que mandas.

(Ap. Malo es servir, y peor

Servir con desconfianza.

Recatándose de mí

Siempre Beatriz é Inés andan.

Una salió fuera, y otra

Aquí debe de esperarla.

Quiero dar lugar, pues sé

En qué estos secretos paran,

A que hablen. Yo me acuerdo

Cuando solia en mi casa

[p. 78]Tener el mismo recato,

Y la misma confianza,

De unas y de otras, que entónces

Me servian. Basta, basta,

Memoria; y pues ahora sirves,

Leonor, oye, mira y calla.) (Vase.)

ESCENA XVII.

INÉS.—DOÑA BEATRIZ.

Inés.

No dirás que me he tardado.

D.ª Beat.

Por saber lo que te pasa

Con Don Diego, estoy, Inés,

Esperando en esta sala.

¿Qué ha habido?

Inés.

Que mi papel

No ha echado á perder la traza.

Tras mí viene, sin que entienda

Que tú, señora, le llamas.

No hay sino hacer ahora el tuyo,

Mostrándote muy airada,

Y conmigo la primera.

D.ª Beat.

(Alzando la voz.) Inés, mira quién andaba

Ahí fuera.

Inés.

¡Ay, señora! Un hombre.

D.ª Beat.

¿Quién así?...

[p. 79]ESCENA XVIII.

DON DIEGO.—DOÑA BEATRIZ.

D. Dieg.

Quien á tus plantas,

Hermosa Beatriz, ofrece

Una y mil veces el alma.

D.ª Beat.

¿Qué es esto, Inés?

Inés.

Yo, señora,

La puerta dejé cerrada.

D.ª Beat.

Mientes, que esta es traicion tuya.

No has de estar una hora en casa.

D. Dieg.

¿Para qué riñes á Inés,

Beatriz, si yo soy la causa

De tu enojo? En mí tus iras

Se rompan y se deshagan;

Que yo no quiero más premio,

Que solo darte venganzas.

D.ª Beat.

Señor Don Diego, bien estas

Demasías excusadas

Pudieran estar, sabiendo

Cuánto es hoy vuestra esperanza

Para conmigo imposible.

D. Dieg.

Siempre lo fué; que mis ánsias

Nunca, Beatriz, presumieron

Que mereciesen lograrla.

D.ª Beat.

Sí, mas nunca ménos que hoy.

D. Dieg.

¿Por qué?

D.ª Beat.

Porque es muy contraria

Política del amor,

Que merezca quien agravia.

D. Dieg.

Disculpar esa sospecha

[p. 80]Pretendo.

D.ª Beat.

Mal disculparla

Podreis.

D. Dieg.

Quizá bien.

D.ª Beat.

Don Diego,

La hora es muy aventurada.

Aquesa puerta está abierta,

Muy dispuesta mi desgracia:

Idos, no querais perderme

De dos suertes.

D. Dieg.

Ya que alcanza

Esta ocasion mi deseo,

No tengo de despreciarla.

En oyéndome, me iré.

D.ª Beat.

Inés, esa puerta guarda,

Ya que es fuerza que le oiga,

A precio de que se vaya.

(Va Inés hácia la puerta.)

D. Dieg.

Yo salí, Beatriz hermosa,

De Valencia... (Vuelve Inés, muy asustada.)

Inés.

¡Ay desdichada!

D.ª Beat.

¿Qué es eso?

Inés.

Mi señor viene.

D.ª Beat.

¡Triste de mí!

Inés.

Ea, ¿qué aguardas?

Del aposento de anoche

Hoy el sagrado nos valga.

D. Dieg.

¡Qué desdichado que ha sido

Siempre mi amor! (Escóndese.)

D.ª Beat.

¡Qué tirana

Ha sido siempre mi estrella!

Inés.

¿Qué te turbas y desmayas?

No temas, que mi señor

No trae recelo de nada,

[p. 81]Pues entra en su cuarto ántes

Que en el tuyo.

D.ª Beat.

¡Ay, Inés, cuánta

Es mi pena!

ESCENA XIX.

DON JUAN, DON CÁRLOS.—DOÑA BEATRIZ, INÉS; DON DIEGO, al paño.

D. Juan.

(Ap. á Cárlos.) Yo venía,

Cárlos, como digo, á casa.

Cuando ví que un hombre en ella

Entró: en la calle me aguarda,

Y por ventana ni puerta

Dejes que ninguno salga.

D. Cárl.

Entra y fía, que seguras

Tienes, Don Juan, las espaldas. (Vase.)

D. Juan.

Beatriz...

D.ª Beat.

Hermano.

D. Juan.

¿Qué hacias?

D.ª Beat.

Aquí con Inés estaba.

D. Juan.

Está bien.

D.ª Beat.

¿Adónde vas?

D. Juan.

¿Es novedad que en mi casa

Éntre yo donde quisiere?

D.ª Beat.

No lo es; pero extraño...

D. Juan.

Aparta.

D.ª Beat.

El modo de hablarme.

D. Juan.

Quita

De delante.

D.ª Beat.

(Ap.)¡Pena extraña!

D. Dieg.

(Ap. al paño.) Hácia este aposento viene;

[p. 82]Salida tiene á otra cuadra:

Quiero ver si más seguro

Lugar mis recelos hallan. (Vase.)

D. Juan.

Desta suerte he de salir

De una vez de dudas tantas. (Saca la espada.)

D.ª Beat.

(Ap.) Para entrar al aposento

(¡Ay de mí!) la espada saca.

(Entra Don Juan en el cuarto donde estaba Don Diego.)

Inés.

Muertes de hombres ha de haber.

D.ª Beat.

Inés, la suerte está echada.

Inés.

Y echada á perder, señora.

D.ª Beat.

Sin vida estoy y sin alma.

Inés.

Pues cualquiera dellas es

Importantísima alhaja.

Huyamos.

D.ª Beat.

Aun para huir

Aliento y valor me falta.

Inés.

Don Diego del aposento

Salió, pues que no le halla

En él.

ESCENA XX.

LEONOR, y luego DON DIEGO.—DOÑA BEATRIZ, INÉS.

Leonor.

(Dentro.) ¡Ay de mí infelice!

D.ª Beat.

Pasando de cuadra en cuadra,

Dió adonde estaba Isabel.

Ella de verle se espanta,

Y huyendo dél, hasta aquí

Viene... A este lado te aparta.

(Retíranse las dos, y sale Leonor con luz, y tras ella Don Diego.)

[p. 83]Leonor.

Hombre, que más me pareces

Sombra, ilusion ó fantasma,

¿Qué me quieres? ¿No bastó

El echarme de mi casa,

Sino tambien de la ajena?

D. Dieg.

Mujer, que más me retratas

Fantasma, ilusion ó sombra,

¿Mis desdichas no me bastan,

Sin las que tú ahora me añades,

Pues segunda vez me matas?

Pero no, pues hoy...

ESCENA XXI.

DON JUAN.—LEONOR, DON DIEGO; DOÑA BEATRIZ é INÉS, retiradas.

D. Juan.

En vano

Aunque el centro en sus entrañas

Te esconda, podrás, Don Diego.

D. Dieg.

Detened, Don Juan, la espada;

Que aunque vuestra casa está

En esta parte agraviada,

No vuestro honor; y si puedo

Satisfacer con palabras

Al empeño, mejor es;

Pues es cosa averiguada

Que es la venganza mejor

No haber menester venganza.

D. Juan.

(Ap.) Don Diego Centellas es.

Con Leonor está: aquí hallan

Mis sospechas el mejor

Desengaño. Albricias, alma;

[p. 84]Que aunque esta es desgracia, es

Más tolerable desgracia.

D.ª Beat.

(Ap. á Inés.) Suspenso el acero, al verle,

Se quedó. Oye lo que hablan.

D. Dieg.

Yo, Don Juan, amé en la corte

A Leonor, que es esta dama,

En cuya casa una noche

Me sucedió una desgracia.

Viene á Valencia, y teniendo

Noticia que en vuestra casa

Estaba...

Leonor.

(Ap.)¡Ay de mí!

D. Dieg.

Esta noche

Me atreví á entrar aquí á hablarla.

D.ª Beat.

(Ap. á Inés.) ¡Qué buena disculpa, Inés,

Si ahora Isabel conformara

Con ella! Haz señas que diga

Que sí, que es ella la dama.

(Hace Inés señas á Leonor.)

Leonor.

Don Juan, cuanto aquí has oido,

Es verdad; Don Diego es causa

De mi fortuna, y por quien

Desterrada de mi patria,

De mi padre aborrecida,

De mi esposo despreciada,

En este estado, este traje

Vivo, sirviendo á tu hermana.

Inés.

(Ap. á su ama.)

La seña entendió.

D.ª Beat.

Y lo finge

Tan bien, que áun á mí me engaña.

Leonor.

Pero diga él si yo aquí

Ni allá le di...

D. Juan.

Calla, calla.

Leonor.

Ocasion...

[p. 85]D. Juan.

No te disculpes.

(Ap. ¿Hay mujer más desgraciada?)

Inés.

(Ap. á Beatriz.) Mucho la debes, señora,

Pues se culpa por tu causa.

D.ª Beat.

Sólo que lo haya creido

Mi hermano, es lo que nos falta.

D. Juan.

(Ap.) ¿Qué haré? que aunque esté seguro

Yo, que lo esté Cárlos falta.

ESCENA XXII.

DON CÁRLOS.—Dichos.

D. Cárl.

(Ap. desde la puerta.)

Habiendo en la calle oido

Ruido acá dentro de espadas,

Dejo la puerta, y á hallar

Vengo á Don Juan... Mas las armas

Tienen suspensas los dos.

Desde aquí oiré lo que tratan;

Que quizás será su honor

Conveniencia á la desgracia.

D. Dieg.

Esta es vuestra ofensa, y pues

A ser agravio no pasa,

Mirad si os estará bien,

O remitirla ó vengarla.

D. Juan.

Don Diego, vuestras disculpas

Convienen con señas várias

Que yo tengo de Leonor.

D. Cárl.

¿Qué escucho? ¡Pena tirana!

A Leonor nombró, y Don Diego...

D. Juan.

Pero una pregunta falta.

¿Es esta la primer noche

[p. 86]Que aquí habeis entrado á hablarla?

D. Dieg.

(Ap. Malicia trae la pregunta.

Por sí ó por no he de salvarla.)

No, que anoche entré por esa

Puerta, y por esa ventana

Salí: sabida la culpa,

¿Qué importa la circunstancia?

D. Juan.

Importa más que pensais.

D. Cárl.

(Ap.) Contra mí es contra quien paran

Los celos de Don Juan, ¡cielos!

D.ª Beat.

(Ap. Ya que lo ha creido, salga

Yo ahora.) Pues, ten de mí, (Sale.)

Don Juan, la desconfianza,

Y mira lo que me envía,

Para servirme, tu dama.

(Aparte á Leonor.)

Perdona, amiga, y prosigue.

Leonor.

(Ap. á Doña Beatriz.)

No entiendo lo que me mandas.

D. Juan.

No es tiempo deso, Beatriz,

Pues aunque con señas tantas

Me satisfaga Don Diego,

Estar Leonor en mi casa

Por órden de quien á ella

La envió, á mí no me saca

De la obligacion en que

Me pone mi sangre hidalga;

Y así, aunque por ella venga,

Y no por tí, eso me basta

Para que el atrevimiento

Castigue yo. (Sale Don Cárlos.)

D. Cárl.

Aquesa instancia

Pues me toca á mí el sentirla,

Tambien me toca el vengarla.

[p. 87]Leonor.

(Ap.) ¡Qué miro! ¿Cárlos aquí?

Esto sólo me faltaba.

D. Dieg.

Pues ¿quién sois vos, que quereis

Tomar ahora la demanda?

D. Cárl.

Bien pudierais conocerme;

Que razones teneis hartas.

Yo soy aquel que por muerto

Os dejó; y ahora trata

Acabar lo que empezado

Dejó entónces.

Leonor.

¡Pena extraña!

D. Dieg.

Antes pienso que venís

A que yo tome venganza

Hoy de todo.

D. Juan.

A vuestro lado,

Cárlos, estoy.

D. Dieg.

No me espanta

La ventaja de los dos. (Riñen.)

ESCENA XXIII.

GINÉS, gente.—Dichos.

Ginés.

(Dentro.) Aquí son las cuchilladas.

Entrad todos. (Salen Ginés y gente.)

Gin. y gente.

¿Qué es aquesto?

D.ª Beat.

(Ap. á Inés.) Inés, esas luces mata,

Por si podemos así

Excusar desdichas tantas.

(Apaga la luz, y riñen.)

Ginés.

Nadie tire, estando á oscuras.

D. Juan.

Ved todos que esta es mi casa.

Ginés.

Encienda usted una luz,

[p. 88]Y lo verán.

Leonor.

¡Qué desgracia!

D. Dieg.

(Ap.) La puerta hallé: esto no es

Volver al riesgo la cara,

Sino fiar á mejor

Ocasion mis esperanzas. (Vase.)

D.ª Beat.

(Ap.) A mi cuarto me retiro

Llena de confusas ánsias. (Vase.)

Inés.

(Ap.) Tan buena hacienda hemos hecho,

Que de puro buena, es mala. (Vase.)

Ginés.

Señor, ¿dónde estás, que ya

El cirujano te aguarda?

D. Cárl.

¡Muere, traidor!

Ginés.

Muerto soy,

Que mandarlo vusted basta.

(Ap. El diablo que más espere,

A que de véras lo hagan.) (Vase.)

Uno.

Muerto está uno: por si viene

Justicia, de aquesta casa

Salgamos. Huyamos todos. (Vase la gente.)

D. Juan.

¡Hola! Aquí unas luces saca...

Mas yo por ellas iré. (Vase.)

Leonor.

(Ap.) De confusa y de turbada,

Tropezando en mis desdichas

De aquí no muevo las plantas.

D. Cárl.

El puesto he de sustentar;

Que aunque siento que se vayan

Todos, no he de faltar yo

De donde saqué la espada.

[p. 89]ESCENA XXIV.

DON JUAN, con luz.—LEONOR, DON CÁRLOS.

D. Juan.

Ya hay luz aquí.

Leonor.

Cárlos, tente.

D. Juan.

¿Solos los dos?

D. Cárl.

¿Qué te espantas?

Porque si yo á mi enemigo

No puedo volver la espalda,

Hallándome con Leonor,

Con mi enemigo me hallas;

Pero enemigo de quien

La victoria es huir.

(Quiere irse, y detiénele Don Juan.)

D. Juan.

Aguarda.

D. Cárl.

Déjame, que en seguimiento

De esotro, huyendo á este, salga.

D. Juan.

Ya no hay tras quien.

Leonor.

¡Quién pudiera

Rasgarse el pecho, y que hablara

El corazon con acciones,

Y no la voz con palabras!

D. Cárl.

Fuera el corazon tambien

Traidor; que ser tuyo basta.

Leonor.

Fuera leal, por ser mio.

D. Cárl.

¡Bien el lance lo declara,

Que acabo de ver! ¡Ay fiera!

Cuando no consideraras

Las finezas que me debes,

Consideraras que estabas

En casa de Don Juan.

[p. 90]Leonor.

Pues

¿Qué culpa contra mí hallas

En las locuras de un hombre?

D. Cárl.

Ninguna. Ahorremos demandas

Y respuestas.—Primo, amigo,

Pues tan felizmente acaba

Para tí aquella ocasion,

Que detuvo mi jornada,

Cuanto infeliz para mí,

Adios; que aunque con infamia

Salga de Valencia, es fuerza

Que della esta noche salga.

Diga mi enemigo que huyo;

Que no quiero honor ni fama.

A esa mujer, porque en fin

La quise bien, te la encarga

Mi amistad, no para que

La tengas más en tu casa,

Sino para que la dejes

Que en cas de Don Diego vaya.

Logre él felice su amor;

Y ella gustosa... Mas nada

Digo. Adios, Don Juan.

Leonor.

¡Ay, cielos!

Espera, Cárlos.

D. Cárl.

¿Que áun hablas?

Leonor.

Si yo supe...

D. Cárl.

No prosigas.

Leonor.

Que aquí...

D. Cárl.

No me digas nada.

Leonor.

¿No? Pues yo... sí... Hablar no puedo.

Vista y aliento me faltan.

¡Jesus mil veces! (Desmáyase.)

D. Juan.

Cayó

[p. 91]En mis brazos desmayada.

D. Cárl.

Tenla, Don Juan. ¡Ay, Leonor!

Que te adoro, aunque me matas,

Y es muy distinto sentir

Tu traicion que tu desgracia.

D. Juan.

En lágrimas y gemidos

Se le han vuelto las palabras.

Esperad, Cárlos, á que

Entre al cuarto de mi hermana

Con ella.

D. Cárl.

Sí, Don Juan, id.

Algun remedio se le haga...

Mas dejadla que se muera,

Pues para otro amor se guarda.

D. Juan.

Despues veremos los dos

Lo que hemos de hacer. (Éntrala Don Juan.)

D. Cárl.

¡Mal haya

Rendimiento tan postrado,

Pasion tan avasallada,

Afecto tan abatido,

Y voluntad tan postrada,

A más quejas, más amor,

A más agravios, más ánsias,

A más traicion, más firmeza!

Mas ¿qué me admira y espanta?

Que quien no ama los defectos,

No puede decir que ama.


[p. 92]

JORNADA TERCERA.


ESCENA PRIMERA.

DON CÁRLOS, DON JUAN.

D. Cárl.

¿Volvió del desmayo?

D. Juan.

Sí,

Pero volvió de manera,

Que pienso que mejor fuera

No haber vuelto.

D. Cárl.

¿Cómo así?

D. Juan.

Como al instante que allí

Restauró el perdido aliento,

Fué tan grande el sentimiento

Que de tenerle ha tenido,

Que á un tiempo cobró el sentido

Y perdió el entendimiento,

Segun los extremos son

Que hace confusa y turbada.

D. Cárl.

¿Qué dice?

D. Juan.

Que es desdichada,

Sin oirla su razon.

D. Cárl.

¡Oh, mal haya mi pasion!

D. Juan.

Vos ¿qué habeis determinado?

D. Cárl.

Dos cosas he imaginado,

Y sólo, Don Juan, quisiera

[p. 93]Que nadie me las oyera

Sin estar enamorado.

¿Quereis que os diga, Don Juan,

Sobre tantas confusiones,

Fantasías é ilusiones

Como á mí vienen y van,

Cuáles son las que me dan

Más gusto cuando las toco,

Cuáles las que me provoco

Más á ejecutarlas?

D. Juan.

Sí.

D. Cárl.

No os habeis de reir de mí,

Pues confieso que estoy loco.

Si en este estado pudiera

Yo conseguir que á Leonor

Todo su perdido honor

Don Diego satisfaciera,

Que honrada y en paz volviera

Con su padre á su lugar,

Fuera la más singular

Venganza: y á esta mujer

La sabré hacer un placer

Cuando ella espera un pesar.

Leonor está enamorada,

Don Diego lo está tambien

(Dígalo el lance): pues bien,

¿Qué pierdo yo? Todo y nada.

Y así, en pena tan airada

Como tengo y he tenido,

Sólo este me ha parecido

Que despicarme sabrá:

Ganemos á Leonor, ya

Que á Leonor hemos perdido.

D. Juan.

Es vuestra resolucion

[p. 94]Tan honrada como vuestra;

Y bien en su efecto muestra

Ser hija de una pasion

Tan noble.

D. Cárl.

Pues á su accion

¿Qué medio, Don Juan, pondremos?

D. Juan.

No sé, porque si queremos

A Don Diego hablar yo y vos,

Por lo mismo que los dos

El casamiento tratemos,

Él no lo hará; que no fuera

Justo que un hombre otorgara,

Por más que él lo deseara,

Lo que el galan le pidiera

De su dama. De manera

Que otra persona ha de haber.

D. Cárl.

Pues lo que se puede hacer

Es que á su padre digais

Como á Leonor ocultais,

Y él lo podrá disponer.

D. Juan.

Tiene eso un inconveniente.

D. Cárl.

¿Qué?

D. Juan.

El empeño de los dos:

Fuera de que entónces vos

No haceis la accion.

D. Cárl.

Cuerdamente

Decís. ¿Quién habrá que intente

Esta plática mover?

D. Juan.

Ya sé yo quién ha de ser:

Veréis que todo lo allana.

D. Cárl.

¿Quién?

D. Juan.

Doña Beatriz, mi hermana;

Que es en efecto mujer

Con quien, lo uno, no habrá

[p. 95]Duelo en la proposicion;

Y lo otro, es debida accion

Suya el honrar á quien ya

Dentro de su casa está

Declarada por quien es.

D. Cárl.

Bien pensais.

D. Juan.

Escondéos pues,

Miéntras yo á tratarlo llego.

D. Cárl.

Yo, ¿por qué?

D. Juan.

Porque Don Diego

Ni el padre os vea hasta despues.

D. Cárl.

¿Yo esconderme?

D. Juan.

O deshacer

Toda nuestra pretension.

D. Cárl.

Yo lo haré con condicion

Que nadie lo ha de saber

Sino vos.

D. Juan.

Así ha de ser.

D. Cárl.

Pues id con Dios. (Ap. ¡Ay, Leonor,

Cuánto debes á mi amor,

Pues te da, fiera homicida,

Sobre un agravio la vida,

Sobre otro agravio el honor!)

(Escóndese, y cierra por dentro.)

ESCENA II.

DON JUAN.

D. Juan.

Si á conseguir esto llego,

A nadie le está mejor,

Pues quedo bien con Leonor,

Con su padre y con Don Diego,

[p. 96]Y vengo á mirarme luégo

Sin el empeño á que he estado

Por Don Cárlos obligado;

Y así tengo de esforzar

Esta accion, hasta quedar

Gustoso y desengañado.

ESCENA III.

DOÑA BEATRIZ.—DON JUAN.

D.ª Beat.

¿Está Don Cárlos aquí?

D. Juan.

No, Beatriz.

D.ª Beat.

Pues yo á tu cuarto

Sólo á buscarle venía.

D. Juan.

Cuando le dió aquel desmayo

A Leonor, le dejé aquí,

Y aquí al volver no le hallo.

(Ap. Ni áun mi hermana ha de pensar

Que se ha escondido Don Cárlos.)

D.ª Beat.

Sin duda que su valor

Tras Don Diego le ha llevado.

D. Juan.

Yo, por no saber adónde

Hallarle podré, no salgo

Tras él; mas tú, ¿qué le quieres?

D.ª Beat.

Decirle, Don Juan, que cuando

Por amante y por rendido

No fuese, por cortesano

Y caballero tuviese

De su dama, que llorando

Está, lástima.

D. Juan.

¿Qué dice?

D.ª Beat.

Que con solo hablar á Cárlos

[p. 97]Consuelo tendrá.

D. Juan.

Pues si él

No está aquí y solos estamos,

Una cosa á tu cordura

He de fiar, Beatriz.

D.ª Beat.

Harto

Será que fíes de mí

Nada, porque quien te ha dado

Ocasion para que della

Desconfíes, Don Juan, tanto

Que presumas que ha podido

Ocasionar el cuidado

Con que anoche entraste en casa,

Parece que es muy contrario

Que fíes y desconfíes

A un mismo tiempo.

D. Juan.

Excusado

Será, Beatriz, que yo haga

Dese sentimiento caso,

Sabiendo tú cuanto estimo

Tu virtud y tu recato.

Y en fin, tú sola, Beatriz,

Podrás hoy de riesgos tantos

Como amenazan las vidas

De Don Diego y de Don Cárlos,

Y áun la mia (pues es fuerza

Hallarme en el duelo de ambos),

Librarnos.

D.ª Beat.

¿Yo? ¿de qué suerte?

D. Juan.

Desta suerte: oye y sabráslo.

Yo intento, por ser quien es

Leonor, cuidar del amparo

De su honor y su opinion;

Pero si llego á tratarlo

[p. 98]Yo con Don Diego, no sé

Lo que hará, y es empeñarnos

Para haber de conseguirlo,

Haber de llegar á hablarlo:

Y así á tí, Beatriz, te toca;

Que á las mujeres es dado

Tratarlo con suaves medios;

No á nosotros, y más cuando

La mujer está en tu casa,

Y son tu primo y tu hermano

Comprendidos en el riesgo:

Razones que me la han dado,

Para que llames...

D.ª Beat.

¿A quién?

D. Juan.

A Don Diego; y procurando

Darle á entender cuánto está

Ofendido tu recato

De que á tu casa se atreva,

Proponerle que, pues tantos

Peligros debe á esta dama,

Se disponga á remediarlos;

Que como con ella case,

A todos deja obligados.

Y esto ha de ser sin que entienda

Que nosotros le rogamos,

Sino que sale de tí.

D.ª Beat.

Digo, Don Juan, que has pensado

Bien, y que yo lo haré así.

D. Juan.

Pues yo voy á ver si á Cárlos

Hallo: tú, si al tuyo vuelves,

Haz que cierren ese cuarto. (Vase Don Juan.)

[p. 99]ESCENA IV.

DOÑA BEATRIZ.

D.ª Beat.

Yo le cerraré. ¿A qué más

Puedo llegar, pues me hallo

Obligada á ser yo misma

Tercera de mis agravios

Y cómplice de mis celos?

¿Qué puedo hacer? Pero vamos

Al exámen, celos mios;

Y pues le da libre el paso

Hoy en su casa á Don Diego

Quien ayer lo estorbó tanto,

Sepamos dél qué responde.

Salgamos ó no salgamos

De una vez de este delirio,

Desta pena, deste encanto.—

Inés.

ESCENA V.

LEONOR; despues, DON CÁRLOS al paño.—DOÑA BEATRIZ.

Leonor.

Señora.

D.ª Beat.

Leonor,

¿Tú respondes?

Leonor.

Si has llamado

A una criada, ¿qué mucho

Que responda quien lo es tanto?

(Sale Don Cárlos al paño.)

[p. 100]D. Cárl.

La voz de Leonor oí;

Y así la puerta entreabro,

Por verla convalecida

De aquel penoso letargo.

D.ª Beat.

Si ayer, Leonor, mi ignorancia

Te tuvo en aqueste estado,

Hoy mi advertencia, Leonor,

Te pone en lugar más alto.

Mi amiga eres. (Ap. Mi enemiga

Diré mejor.)

Leonor.

Si he llegado

A perder, señora, el nombre

De criada tuya, no en vano

De la ventura que pierdo,

Me libra el honor que gano.

Tu esclava soy, y te pido,

Si puede merecer algo

Quien vino á tu casa sólo

A causar asombros tantos,

Me trates como hasta aquí.

D.ª Beat.

¿Cómo puedo, Leonor, cuando

Por ser quien eres y estar

En mi casa, darte trato

Esposo?

Leonor.

En eternidades

Prospere el cielo tus años.

Pero Cárlos no querrá,

Que está celoso.

D.ª Beat.

No es Cárlos.

Leonor.

Pues ¿quién?

D.ª Beat.

Don Diego Centellas.

Leonor.

No te empeñes en tratarlo;

Que ántes me daré la muerte,

Que dé á Don Diego la mano.

[p. 101]D.ª Beat.

¿Luego tú nunca has querido

A Don Diego?

Leonor.

Aspid pisado

Entre las flores de Abril,

Víbora herida en los campos,

Rabiosa tigre en las selvas,

Cruel sierpe en los peñascos,

No es tan fiera para mí,

Como él lo es.

D.ª Beat.

A espacio, á espacio;

Que aunque le desprecies quiero,

No que le desprecies tanto.

D. Cárl.

(Al paño.) ¡Ah, traidora! Ella me vió

Esconder, pues así ha hablado.

D.ª Beat.

Yo pensaba que te hacía

Lisonja; que quien ha estado

Por tí á la muerte en Madrid,

Y que te viene buscando,

No entendí que te ofendia.

Leonor.

Pues ¡si supieras bien cuánto

Me ofende!...

D.ª Beat.

Yo lo veré

Presto, para que salgamos

De este oscuro laberinto

Él, tú, yo, Don Juan y Cárlos. (Vase.)

ESCENA VI.

DON CÁRLOS, á la puerta del cuarto.—LEONOR.

D. Cárl.

(Ap.) Fuése Beatriz, y Leonor

(¡Ay cielos!) sola ha quedado.

Llorando está. Mas ¿qué importa,

[p. 102]Si es tan equívoco el llanto,

Que aunque está llorando veo,

No por quién está llorando?

Leonor.

Ahora sí, piadosos cielos...

D. Cárl.

(Ap.) ¡Oh celos!

Leonor.

Que solos podrán mis labios...

D. Cárl.

(Ap.) ¡Oh agravios!

Leonor.

Quejarse al viento mejor.

D. Cárl.

(Ap.) ¡Oh amor!

Leonor.

¿Quién le dirá á mi dolor

La razon que ha de culparme?

D. Cárl.

(Ap.) Yo lo dijera, á dejarme

Celos, agravios y amor.

Leonor.

¿Cuándo yo ocasion he dado...

D. Cárl.

(Ap.) ¡Fiero hado!

Leonor.

A mi desdicha importuna...

D. Cárl.

(Ap.) ¡Cruel fortuna!

Leonor.

Que así el honor atropella?

D. Cárl.

(Ap.) ¡Dura estrella!

Leonor.

¿Pues cómo, si nunca della

Di ocasion, me da castigos?

D. Cárl.

(Ap.) No sin causa hay enemigos

Hado, fortuna y estrella.

Leonor.

Quien inocente se mira...

D. Cárl.

(Ap.) Es mentira.

Leonor.

En la ciega confusion...

D. Cárl.

(Ap.) Es traicion.

Leonor.

De tan conocido daño...

D. Cárl.

(Ap.) Es engaño.

Leonor.

¿Cuándo, Amor, el desengaño

Verán otros, que tú ves?

D. Cárl.

(Ap.) Nunca, que todo eso es

Mentira, traicion y engaño.—

Sin duda están contra mí

[p. 103]Hoy los cielos conjurados,

Pues me tienen persuadido

A que sabe que oigo cuanto

Diciendo está. Mas ¿qué importa?

Que aqueste metal humano

El mismo sonido tiene

Cuando es fino y cuando es falso;

Y así, pues basta el oirlo,

¿Para qué es examinarlo?

Leonor.

¡Ay, Cárlos, si tú me oyeras! (Llaman.)

D. Cárl.

(Ap.) ¡Ay, Leonor! si... Mas llamaron

A la puerta: á cerrar vuelvo

Yo la mia.

Leonor.

¿Que áun hablando

Sin efecto, no faltó

Quien viniese á embarazarlo?

Veré quién es, por si puedo

Quedarme sola otro rato.

¿Quién es?

ESCENA VII.

DON PEDRO.—LEONOR; DON CÁRLOS, al paño.

D. Ped.

El señor Don Juan

¿Está en casa? (Ap. ¡Cielo santo!

¡Qué miro!)

Leonor.

Ahora salió...

Mas ¡qué veo! (Huye.)

D. Ped.

Estoy turbado.

(Vase Leonor hácia donde está Don Cárlos, que sin dejarse ver de Don Pedro, abre la puerta.)

D. Cárl.

(Ap. á ella al abrir.)

No temas, Leonor, que yo

[p. 104]Te recibiré en mis brazos.

D. Ped.

Cerró la puerta tras sí.

Mas ¿qué importa, si yo basto,

En defensa de mi honor,

A dar asombros y espanto

Al mundo? Caiga en el suelo;

Que despues de hecha pedazos,

Haré lo mismo de aquella

Tirana, que...

ESCENA VIII.

DOÑA BEATRIZ.—DON PEDRO; DON CÁRLOS, oculto.

D.ª Beat.

¡En este cuarto

Golpes y voces! ¿Qué es esto?

D. Ped.

Es un furor, es un pasmo,

Una desesperacion,

Un horror, una ira, un rayo,

Que ha de abrasar cuanto encuentre,

Que intente ponerse al paso.

D.ª Beat.

Pues ¿cómo este atrevimiento

En mi casa? ¿Quién ha dado

Ocasion, para que así

Haya podido empeñaros

Una cólera?

D. Ped.

Una fiera.

Que aquí se oculta.

D.ª Beat.

Esperáos.

¿Es Leonor?

D. Ped.

¿Pues quién pudiera,

Sino ella, obligarme á tanto?

[p. 105]D.ª Beat.

(Ap. ¡Esto nos faltaba solo!

Otro amante, y destos años,

Tras Don Cárlos y Don Diego,

Que pusiese en paz á entrambos.)

Pues bien, aunque vos tuvieseis

Razones, que yo no alcanzo,

Para buscarla ofendido,

¿Os atreveis temerario

A entrar aquí?

D. Ped.

Sí, que yo

En mí la disculpa traigo

Para mayores extremos;

Y así, perdonad si os trato,

Sin más atencion, señora.

D.ª Beat.

En esta casa, es engaño

Pensar que no habrá...

ESCENA IX.

DON JUAN.—DON PEDRO, DOÑA BEATRIZ; DON CÁRLOS, oculto.

D. Juan.

¿Qué es esto?

D.ª Beat.

¿Qué ha de ser? Aqueste anciano

Caballero en busca viene

Tambien de Leonor, y ha dado

En que ha de romper las puertas

Desta casa.

D. Juan.

Paso, paso,

Beatriz; que el señor Don Pedro,

Ni te ha ofendido, ni ha errado,

Porque, como dueño della,

A todos puede mandarnos.

[p. 106]D. Ped.

Señor Don Juan, no gastemos

Cumplimientos excusados.

Ni soy dueño, ni ser quiero

Más que un forastero, que hallo

(Cuando fiado de vos,

A veros vengo y hablaros)

En vuestra casa á mi hija.

Cerrada está en ese cuarto.

Abrid vos, ó abriré yo,

Echando la puerta abajo.

D.ª Beat.

(Ap.) Su padre es.

D. Juan.

(Ap.)¿Cómo saldré

De lance tan apretado?

Ya él la vió: ¿qué he de decirle?

D. Ped.

¿Qué pensais? Determináos.

D. Juan.

Por cierto, señor Don Pedro...

(Ap. Mucho haré, si desta salgo.)

¡Muy buen agradecimiento

Es ese de mi cuidado!

Pues desde ayer que me hice

De vuestras fortunas cargo,

Busqué á Leonor, y la traje

A mi casa, donde al lado

La hallais de mi hermana, adonde

Satisfaceros aguardo

De suerte, que á vuestra casa

Volvais contento y honrado.

Mas si desto os disgustais,

De todo alzaré la mano.

D. Ped.

Dadme, Don Juan, vuestros piés,

Y perdonadme; que airado

Al verla, razon no tuve

Para discurrir á tanto;

Que no sabe discurrir

[p. 107]En su dicha un desdichado.

Arrastróme la pasion;

Mas ya, á vuestros piés postrado

Os hago dueño de todo.

D. Juan.

¿Qué haceis, señor? Levantáos.

D. Ped.

Y vos perdonad, señora,

El disgusto que os he dado.

Soy noble, estoy ofendido.

D.ª Beat.

A haber, señor, alcanzado

Quien sois, de otra suerte hubiera

Pretendido reportaros.

D. Juan.

¿Llamaste á Don Diego?

D.ª Beat.

Sí,

Inés fué ahora á llamarlo.

D. Juan.

Venid conmigo, señor

Don Pedro, para que vamos

A hacer una diligencia

Importante en este caso.

Leonor con Beatriz segura

Queda.

D.ª Beat.

Y yo, señor, me encargo

De dar cuenta della.

D. Ped.

Basta

Quedar con vos. (Ap. ¡Cielo santo!

Venga la muerte, si llego

A ver mi honor restaurado.)

D. Juan.

(Ap. Yo no sé dónde le lleve.)

Habla tú á Don Diego en tanto,

Porque en esa diligencia

Está mi dicha.

(Vanse Don Juan y Don Pedro.)

D.ª Beat.

Y mi daño.—

Leonor, abre: yo estoy sola.

[p. 108]ESCENA X.

LEONOR; DON CÁRLOS, oculto.—DOÑA BEATRIZ.

Leonor.

(Dentro.) Con ese seguro salgo.

D. Cárl.

(Ap. á Leonor, al salir ella.)

Ni á Beatriz, Leonor, la digas

Que aquí estoy.

Leonor.

(Ap. á Don Cárlos.)

No haré. (Adelántase.)

D.ª Beat.

De extraño

Lance tu vida escapó.

Leonor.

En esta cuadra sagrado

Hallé.

D.ª Beat.

No fué poca dicha

Dejarla abierta mi hermano,

Que nunca suele dejar

Della la llave.

Leonor.

No en vano

Diré mil veces que en ella

Mi vida está... (Ap. Que está Cárlos.)

D.ª Beat.

Leonor, puesto que tu padre

Nuestros sustos ha llegado

A aumentar, como si acá

No nos tuviésemos hartos,

Lo que ántes de ahora te dije,

Trataré con más cuidado.

Leonor.

Tambien lo que te dijeron

Antes de ahora mis labios,

Dirán con más causa ahora.

D.ª Beat.

Eso es tema.

Leonor.

Esotro agravio.

D.ª Beat.

Ahora bien, cierra esa puerta.

[p. 109]Y ven, Leonor, á mi cuarto.

Leonor.

Ya yo te sigo.

D.ª Beat.

(Ap.)¡Ay, Don Diego,

Con cuánto temor te aguardo!

(Vase, y sale Don Cárlos.)

ESCENA XI.

DON CÁRLOS; despues, DOÑA BEATRIZ.—LEONOR.

Leonor.

Cárlos, pues me da ocasion

De hablarte este breve rato,

Óyeme.

D. Cárl.

Leonor, si en mí

Aun es fineza el acaso,

Puesto que siempre nos vemos,

Tú ofendiendo y yo amparando,

¿Qué me quieres? Dejamé,

Hasta que llegue otro acaso

De darte la vida yo,

Y de hacerme tú otro agravio.

Leonor.

Eso no llegará nunca;

Mas esotro ya ha llegado.

D. Cárl.

¿Cómo?

Leonor.

Sabe que Beatriz

Me da la muerte, intentando

Que me case con Don Diego.

Si generoso y bizarro

A cada riesgo una vida

Me has de dar, aquesta aguardo.

Háblala tú.

D. Cárl.

¡Bueno es eso,

Siendo yo mismo el que trato

[p. 110]El casamiento, pedirme

Contra mi herida el reparo!

Leonor.

¿Tú lo quieres?

D. Cárl.

Yo lo quiero.

Leonor.

¿Tú lo trazas?

D. Cárl.

Yo lo trazo,

A cuyo efecto escondido

Estoy, por no embarazarlo,

Ni encontrarme con Don Diego,

O con tu padre.

Leonor.

No alcanzo

La razon.

D. Cárl.

Yo sí.

Leonor.

¿Qué es?

D. Cárl.

Ser

Mis respetos tan honrados,

Tan nobles mis sentimientos,

Y mis celos tan hidalgos,

Que ya, Leonor, que te pierdo,

Quiero ver si tu honor gano...

Leonor.

Yo le tengo.

D. Cárl.

Pretendiendo,

Que el escándalo que ha dado

(Dejo aparte los sucesos

De Madrid, en que no hablo)

El entrar Don Diego á verte

A casa que yo te traigo,

El salir por un balcon

Una noche, otra encerrado

Hallarle, Leonor, contigo,

Cesen con darte la mano:

Fineza última que puede

Hacer un enamorado,

Por ver con honor su dama,

[p. 111]Ver su dama en otros brazos...

Leonor.

Mi bien, mi señor, mi dueño...

D. Cárl.

Mi mal, mi muerte, mi agravio...

Leonor.

Si la noche del balcon

Le ví, me confunda un rayo;

Y si la que habló conmigo

Lo supe...

D. Cárl.

Todo eso es falso.

Leonor.

Si lo fuera, no dijera

Lo que con Beatriz he hablado.

D. Cárl.

¡Ah, traidora, que sabías

Que yo lo estaba escuchando!

Leonor.

Yo, ¿de qué?

D. Cárl.

De haberme visto

Esconder: bien lo ha mostrado

Venir, cuando entró tu padre,

De mí á valerte.

Leonor.

Fué acaso.

Mas quiero que no lo sea.

Cuando tú me estás rogando

Que con él case, ¿á qué efecto

Te habia de estar engañando?

D. Cárl.

Pregunta eso á cuantas damas

Engañan á dos, sabráslo.

Leonor.

No como yo.

D. Cárl.

Todas sois...

D.ª Beat.

(Dentro.) Leonor.

Leonor.

Beatriz ha llamado.

D. Cárl.

No digas que estoy aquí,

Si es que por mí has de hacer algo.

Leonor.

No haré. ¿Al fin no me crêrás?

D. Cárl.

No, porque dice un adagio,

«Siempre es cierto lo peor.»

Leonor.

Yo le enmendaré, mudando,

[p. 112]«No siempre lo peor es cierto.»

¡Oh lo que me cuestas, Cárlos! (Vanse.)

ESCENA XII.

DOÑA BEATRIZ, DON DIEGO.

D. Dieg.

Beatriz enviarme á llamar,

Y á estas horas no temer

Que éntre tu casa, y poner

Guarda á tu cuarto, y pasar

En el de tu hermano á hablarme,

Muchas prevenciones son.

¿Es fineza, ó es traicion?

¿Es darme vida, ó matarme?

D.ª Beat.

No extrañeis, señor Don Diego,

Ver aquesta novedad,

Ni que con tal brevedad

A veros y hablaros llego

A estas horas y en mi casa,

Ni que este cuarto haya sido

El que para esto he elegido;

Que avisándome que pasa

Violante esta tarde á verme,

No es bien que os vea; y así,

Intento hablaros aquí.

No, no teneis que temerme,

Porque ya sois tan seguro

Para conmigo, que puedo

Perder á mi amor el miedo

Tanto, que sólo procuro

Ser hoy del vuestro tercera,

Ya que no es posible ser

[p. 113]Más, habiendo otra mujer

Que para marido os quiera.

D. Dieg.

Cuando llamado de vos,

Aquel papel recibí,

Una duda concebí;

Entrando aquí, fueron dos;

Tres al escucharos son:

Dejad que al remedio acuda,

Si he de añadir una duda,

Beatriz, á cada renglon.

ESCENA XIII.

DON CÁRLOS, á la puerta del cuarto.—DOÑA BEATRIZ.—DON DIEGO.

D. Cárl.

(Ap.) Temor, no sé lo que arguya

Deso, y es fuerza escuchar

Si vienen éstos á hablar

En mi pena ó en la suya.

D.ª Beat.

Mucha gana de dudar,

Señor Don Diego, teneis,

Supuesto que no entendeis

Tan fácil modo de hablar.

Y para que á vuestro amor

Ningun escrúpulo quede

De que entenderme no puede,

Declárome más. Leonor

Por vos su casa ha dejado,

Padre, honor, vida y reposo:

A Don Juan teneis quejoso,

Don Cárlos está agraviado,

Yo estoy de vos ofendida,

[p. 114]O por mi casa ó por mí:

De Leonor el padre aquí

Está tambien, vuestra vida

Corre gran riesgo, y es llano

Que otro remedio no espero

Que dar venganza á su acero,

U dar á Leonor la mano.

Vos la amais, ella os adora:

Todos andan por mataros,

Y es el remedio casaros.

¿Habeislo entendido ahora?

D. Dieg.

Necio fuera en no entenderos,

Cuando tan claro me hablais;

Y si licencia me dais.

Trataré de responderos.

D.ª Beat.

Decid, pues.

D. Cárl.

(Ap.)¿Qué es esto? ¡Cielos!

¡Don Diego y Beatriz se amaban!

Unos celos ¿no bastaban?

¿Para qué son otros celos?

Mas quiero oir; que fingido

Esto no será, supuesto

Que Beatriz no hablara desto

Donde yo estaba escondido.

D. Dieg.

Mucho quisiera, Beatriz,

Poder en aqueste instante

De amante y de caballero

Dividirme en dos mitades;

Porque no sé á cuál acuda

De dos afectos, que iguales,

Al intentar responderos

Me sitian y me combaten.

Si como amante pretendo

Daros la respuesta, es fácil

[p. 115]Presumir que hace mi amor

De las mentiras verdades.

Y así, como quien soy sólo,

Solicito hablaros ántes,

Pues ántes, Beatriz hermosa,

Fuí caballero que amante.

Pensad que no hablo con vos;

Que no quiero en esta parte,

De vuestros celos, Beatriz,

Ni de mi amor acordarme.

De mí mismo, de mi honor,

De mi obligacion, mi sangre

Me acuerdo sólo; y así

Presumid que otro me trae

Ese recado, y que á otro

Respondo.

D. Cárl.

(Ap.)¡Empeño notable!

D. Dieg.

Yo ví en Madrid á Leonor:

Su hermosura pudo darme

Ocasion de que asistiese

De dia y de noche en su calle.

Ví, miré, pasé, escribí;

Pero con desdenes tales

Me trató, que ya no eran

Desdenes, sino desaires.

Hice tema del amor,

Sintiendo que me tratase

Sin aquella estimacion

Con que las mujeres saben

Despedir lo que no quieren;

Que hay algunas de tal arte,

Que áun de los mismos desprecios

Agradecimientos hacen.

Este le faltó á Leonor:

[p. 116]De suerte, que yo al mirarme

Tan desvalido, acudí

Al medio siempre más fácil,

Que son las criadas. Una,

Poniéndose de mi parte

(Gracias á no sé qué alhaja),

Me dijo: «De lo que nacen

Los desprecios de Leonor,

Es de que tiene otro amante.»

Celos tuve... y aquí vuelvo,

Contra lo propuesto, á darte

Licencia de que seas tú

La que me oye, por mostrarme

Honrado á tus ojos; pues

No lo es el que al infame

Consuelo se da de que

Otro, lo que él pierde, alcance.

Añadió que de secreto

Con él trataba casarse,

Cuyo seguro les daba

Lugar para que se hablasen

De noche en su casa. Yo,

Por poder, Beatriz, vengarme,

Quise verlo; siendo sólo

Mi ánimo que ella llegase

A saber que yo sabía

Su amor, porque no ostentase

Conmigo la vanidad

De no merecerla nadie.

Escondióme la criada

De su cuarto en una parte

Oculta, donde ver pude

Que ella de allí á poco sale

Hácia otro aposento. Quise

[p. 117]Seguirla, por si alcanzase

A oir alguna razon,

Que repetirla adelante.—

No seas tú aquí; que no quiero

Que venganza tan cobarde

Sepas de mí, como hacer

De las mujeres ultraje.—

Sintióme ella, volvió á ver

Quién era, y al mismo instante

Entró Don Cárlos, de cuyo

Encuentro el suceso sabes,

Y así no quiero decirle.

Al fin pues de muchos lances,

Vine á Valencia, y por Dios

(Si en esto miento, él me falte),

Que no supe que en Valencia

Leonor estaba: bastante

Satisfaccion es, Beatriz,

Saber tú que vine á hablarte

La noche que fué forzoso

Por ese balcon echarme.

Capaz de todo el suceso,

Celosa, Beatriz, me hablaste;

Y yo, por satisfacerte,

A verte volví ayer tarde.

Entró Don Juan á este tiempo;

Que parece que le traen

Siempre á ocasion mis desdichas.

Intentando retirarme,

Di con Leonor; y aunque pudo

El verla y verla en tal traje,

Suspenderme, me cobré

Tanto, que por disculparme,

Culpé á Leonor. Sobrevino

[p. 118]A tan no pensado lance

Don Cárlos. Pues si tú misma,

Beatriz, que es esto así sabes,

¿Cómo me pides, Beatriz,

Que yo con Leonor me case?

Mujer que me aborreció,

Mujer que dió á mis pesares

Ocasion con sus rigores,

Mujer que con otro amante

Vino á Valencia, y mujer

Que, aunque en tu casa la hallase,

Fué buscándote á tí, ¿es justo

Que me la proponga nadie?

Si tú en esta ausencia mia

A mejor empleo aspiraste,

Y los celos de Madrid

Tomas ahora por achaque,

Múdate muy en buen hora,

Beatriz; pero no me cases:

Que no es mujer para mí,

Mujer que tú me la traes.

D. Cárl.

(Al paño.)

¡Cielos! ¿qué escucho? ¿Quién vió

Tan evidente, tan grande

Desengaño? ¡Ay, Leonor mia!

Verdades son tus verdades.

D.ª Beat.

¿Y qué es lo que hacer intentas

Con enemigos tan grandes?

D. Dieg.

¿Qué enemigos?

D.ª Beat.

Yo, Leonor,

Cárlos, Don Juan y su padre.

D. Dieg.

De todos esos, Beatriz,

Sino á tí, no temo á nadie.

D.ª Beat.

¿Por qué á mí?

D. Dieg.

Porque me advierte

[p. 119]Muchas cosas ver que hables

Tú en esto.

ESCENA XIV.

INÉS y GINÉS, cada uno por su puerta.—Dichos.

Ginés.

Señor...

Inés.

Señora...

D.ª Beat.

¿Qué es lo que tienes?

D. Dieg.

¿Qué traes?

Inés.

Mi señor viene, que yo

Le he visto ahora en la calle.

Ginés.

Y es lo peor que con él

Viene de Leonor el padre.

D. Dieg.

¡Qué destinado nací

A desdichas semejantes!

D.ª Beat.

Por mi hermano no importara

Que aquí te viese y te hablase;

Por Don Pedro sí.

Ginés.

Ellos son

De los dos más puntüales

Padre y hermano que he visto:

No hay cosa en que no se hallen.

D. Dieg.

A esta cuadra me retiro,

Miéntras á su cuarto pase.

(Va hácia donde está Don Cárlos.)

Ginés.

¿Esto ha de ser cada dia?

D. Cárl.

(Entreabriendo la puerta del cuarto.)

Aquí no puede entrar nadie.

D. Dieg.

Un hombre está dentro. ¡Cielos!

D.ª Beat.

¡Hombre! ¿Quién?

Ginés.

Abindarráez,

[p. 120]Que por no quedarse hoy

Sin posada, llegó ántes.

D. Dieg.

No te hagas ahora de nuevas;

Que el traerme aquí á rogarme

Que me case con Leonor,

Bien muestra que quieres darle

Satisfaccion á quien es,

De que tú mis bodas haces.

Y vive el cielo...

D.ª Beat.

Don Diego...

ESCENA XV.

LEONOR.—Dichos.

Leonor.

Señora, ¿quién hay que cause

Estas voces? Mas ¡qué miro!

D.ª Beat.

No sé quién es.

D. Dieg.

Pues yo darte

El gusto de que lo sepas

Quiero; porque aunque me maten

Todos cuantos contra mí

Hoy solicitan vengarse,

He de ver quien es un hombre

Tan reportado ó cobarde,

Que á los ojos de su dama,

Llamándole otro, no sale.

[p. 121]ESCENA XVI.

DON CÁRLOS.—Dichos.

D. Cárl.

Eso no, que yo de atento

Puedo desviar un lance,

De cobarde no.

Leonor.

Desdichas,

¿Hasta cuándo habeis de darme

Siempre que sentir?

ESCENA XVII.

DON PEDRO, DON JUAN.—Dichos.

D. Juan.

¿Qué es esto?

D. Ped.

¡Qué confusion tan notable!

Un enemigo buscaba,

Y dos tengo ya delante.

Traidor Cárlos, vil Don Diego,

Si no puedo en dos mitades

Dividirme, para daros

Dos muertes á un tiempo iguales,

Ponéos de un bando los dos,

Para que de un golpe os mate.

D. Juan.

Tenéos todos; que sí puede

De la razon el exámen

Mediarlo sin el acero,

Componerlo sin la sangre.

¿Haos dicho Beatriz, Don Diego,

El más conveniente y fácil

[p. 122]Medio?

D. Dieg.

El más dificultoso

Me ha dicho, que es que me case

Con Leonor, y no he de hacerlo.

D. Ped.

Ya, Don Juan, no hay más que aguarde:

Pues no basta la razon,

Baste el acero.

D. Cárl.

Dejadle.

(Pónese Don Cárlos al lado de Don Diego.)

D. Juan.

¿Tú le defiendes, diciendo

Que no? Siendo así, ¿cómo haces

Tú la fineza?

D. Cárl.

Don Juan,

Si dijera que sí, darle

Yo muerte vieras.

D. Juan.

¿Por qué?

D. Cárl.

Porque de uno en otro instante

Mejora tanto mi amor,

Que es fuerza que yo me case

Con Leonor.

D. Juan.

¿Y sus agravios?

D. Cárl.

Yo no satisfago á nadie:

Bástame á mí estarlo yo.—

Llega, Leonor, á tu padre.

Leonor.

Señor...

D. Ped.

No me digas nada;

Que como mi honor restaure,

En albricias de esta dicha

Perdono tantos pesares.

D. Juan.

Pues ¿no me direis, Don Cárlos,

Qué novedad visteis?

D. Cárl.

¿Daisme

Licencia de que lo diga?

D. Juan.

Sí. (Llega Don Cárlos junto á Don Diego.)

[p. 123]D. Cárl.

Pues dejad que pase

A vuestro lado, Don Diego...

D.ª Beat.

(Ap.) Él dice lo que oyó.

D. Cárl.

Dadle

La mano á Beatriz.

D. Dieg.

Y el alma.

D. Juan.

¿Pues cómo?

D. Cárl.

Esto es importante,

Don Juan: con que ya sabreis

De qué mi mudanza nace;

Pues si adonde está Leonor

Y Beatriz él entra y sale,

Y yo caso con Leonor,

Fuerza es que él con Beatriz case.

D. Juan.

¡Dichoso yo, que aunque tuve

Recelos, no supe ántes

El agravio que el remedio!

Ginés.

¿Están hechas ya estas paces?

Pues, Inés, boda me fecit,

Para que con esto nadie

Desconfíe de su dama;

Que aunque la apariencia engañe,

No siempre lo peor es cierto.

Perdonad sus yerros grandes.


[p. 125]

GUÁRDATE DEL AGUA MANSA.


[p. 126]

PERSONAS.


Clara, dama.

Eugenia, dama.

Brígida, criada.

Mari-Nuño, dueña.

Hernando, criado.

Otáñez, escudero, vejete.

Don Félix, galan.

Don Juan de Mendoza, galan.

Don Pedro, galan.

Don Toribio Cuadradillos.

Don Alonso, viejo.

La accion pasa en Madrid.


[p. 127]

JORNADA PRIMERA.


Sala en casa de Don Alonso, junto á los pozos de la nieve.

ESCENA PRIMERA.

DON ALONSO, OTÁÑEZ.

Otáñez.

Una y mil veces, señor,

Vuelvo á besarte la mano.

D. Alon.

Y yo una y mil veces vuelvo

A pagarte con los brazos.

Otáñez.

¿Posible es que llegó el dia

Para mí tan deseado,

Como verte en esta corte?

D. Alon.

No lo deseabas tú tanto

Como yo; pero ¿qué mucho,

Si en dos hijas dos pedazos

Del alma me estaban siempre

Con mudas voces llamando?

Otáñez.

Aun en viéndolas, señor,

Mejor lo dirán tus labios.

¡Oh si mi señora viera

Este dia!

D. Alon.

No mi llanto

Ocasiones con memorias

[p. 128]Que siempre presentes traigo.

Téngala Dios en el cielo;

Que á fe que he sentido harto

Su muerte; que desde el dia

Que su Majestad, premiando

Mis servicios, en el reino

De Méjico me dió el cargo

De que vengo, á no más ver

Me despedí de sus brazos.

No quiso pasar conmigo

A Nueva-España, no tanto

Por los temores del mar,

Como porque en tiernos años

Dos hijas eran estorbo

Para camino tan largo.

Criándolas quedó en casa:

Fué Dios servido que al cabo

De tantos años faltó.

A cuya causa, abreviando

Yo con mi oficio, dispuse

Volver para ser reparo

De su pérdida; que no

Estaban bien sin amparo

De padre y madre.

Otáñez.

Es muy justo,

Señor, en tí ese cuidado;

Pero si alguno pudiera

No tenerle, eras tú. Es llano,

Porque el dia que faltó

Mi señora, ambas entraron

Seglares en un convento,

Sin más familia ni gasto

Que á Mari-Nuño y á mí,

Donde en Alcalá han estado

[p. 129]Con sus tias hasta hoy,

Que obedientes al mandato

Tuyo, vuelven á la corte.

Y habiéndolas yo dejado

Ya en el camino, no pude

Sufrir del coche el espacio;

Y así, por verte, señor,

Me adelanté.

D. Alon.

Unos despachos

Que para su Majestad

Traje, demas del cuidado

De tener puesta la casa,

Tiempo ni lugar me han dado

De ir yo por ellas; demas

Que el camino es tan cosario,

Que perdona la fineza,

Pues es venir de otro barrio.

¿Cómo vienen?

Voces.

(Dentro.)Pára, pára.

Otáñez.

Ya parece que han llegado:

Ellas lo dirán mejor.

D. Alon.

A recibirlas salgamos.

Otáñez.

Excusado será, pues

Están ya dentro del cuarto.

ESCENA II.

CLARA, EUGENIA y MARI-NUÑO, de camino.—DON ALONSO, OTÁÑEZ.

Clara.

Padre y señor, ya que el cielo,

Enternecido á mi llanto,

Me ha concedido piadoso

[p. 130]La dicha de haber llegado

Adonde, puesta á tus piés,

Merezca besar tu mano,

Cuanto desde hoy viva, vivo

De más; pues no me ha dejado

Ya que pedirle, si no es

Sólo el eterno descanso.

Eugenia.

Yo, padre y señor, aunque

Logre en estas plantas cuanto

Me prometió mi deseo...

Más que pedir me ha quedado

Al cielo, y es que tal dicha

Dure en tu edad siglos largos;

Porque esto del morir, no

Lo tengo por agasajo.

D. Alon.

No en vano, mitades bellas

Del alma y vida, no en vano

Al corazon puso en medio

Del pecho el cielo, mostrando

Que con dos afectos puede

Comunicarse en los brazos.

Alzad del suelo; llegad

Al pecho, que enamorado

Vuelva á engendraros de nuevo.

Clara.

Hoy puedo decir que nazco,

Pues hoy nuevo sér recibo.

Eugenia.

Dices bien, que tal abrazo

Infunde segunda vida.

D. Alon.

Entrad, no quedeis al paso:

Tomaréis la posesion

Desta casa en que os aguardo,

Para que seais dueños della,

Hasta que piadoso el hado

Traiga á quien merezca serlo

[p. 131]De dos tan bellos milagros;

Si bien en mí, esposo, padre

Y galan tendreis, en tanto

Que os vea como deseo.—

¡Brígida! (Llamando.)

ESCENA III.

BRÍGIDA.—Dichos.

Brígida.

Señor.

D. Alon.

Su cuarto

Enseña á tus amas.

Brígida.

Todo

Limpio está y aderezado;

Pero ¿qué mucho es, si tales

Dueños espera, el estarlo

Como un cielo, con dos soles?

¡Feliz yo que á ver alcanzo

Este dia, aunque á pension

De haber, Eugenia, dejado

Las paredes del convento!

Eugenia.

¡Feliz yo, pues he llegado

A ver calles de Madrid,

Sin rejas, redes, ni claustros!

(Vanse Clara, Eugenia, Brígida y Otáñez.)

ESCENA IV.

DON ALONSO.—MARI-NUÑO.

Mari-Nu.

Ya, señor, que el alborozo

De dos hijas ha dejado

[p. 132]Algun lugar para mí,

Merezca tambien tu mano.

D. Alon.

Y no con menor razon

Que ellas, el alma y los brazos,

Pues por vuestra buena ley,

En lugar de madre os hallo.

Y ya que ausentes las dos,

Solos, Mari-Nuño, estamos,

Decidme sus condiciones;

Que como las dos quedaron

Niñas, mal puedo hacer juicio

Que no sea temerario,

Para que prudente y cuerdo

Pueda, como maestro sabio,

Gobernar inclinaciones

Que pone el cielo á mi cargo.

Mari-Nu.

Con decir, señor, que son

Hijas tuyas, digo cuanto

Puedo decir; mas por que

No presumas que te hablo

Sólo al gusto, aunque de entrambas

La virtud y ejemplo es raro,

De lo general verás

Que á lo particular paso.

Doña Clara, mi señora,

Mayor en cordura y años,

Es la misma paz del mundo:

No se ha visto igual agrado

Hasta hoy en mujer. Pues ¿qué

Su modestia y su recato?

Apénas cuatro palabras

Habla al dia: no se ha hallado

Que haya dicho con enojo

A criada ni á criado

[p. 133]En su vida una razon:

Es, en fin, ángel humano,

Que á vivir solo con ella,

Pudiera uno ser esclavo.

Doña Eugenia, mi señora,

Aunque en virtud ha igualado

Sus buenas partes, en todo

Lo demas es al contrario.

Su condicion es terrible:

No se vió igual desagrado

En mujer: dará, señor,

Una pesadumbre á un santo.

Es muy soberbia y altiva,

Tiene á los libros humanos

Inclinacion, hace versos;

Y si la verdad te hablo,

De recibir un soneto

Y dar otro, no hace caso.

Pero no por eso...

D. Alon.

Basta,

Que en eso habeis dicho harto.

Yo os lo estimo, como es justo,

Que, prevenido del daño,

Sepa adónde he de poner

Desde hoy desvelo y cuidado.

Y así, aunque en edad menor,

Sea primera en estado;

Que el marido y la familia

Son los médicos más sabios

Para curar lozanías,

Flores de los verdes años.

Desde el dia que llegué,

A la montaña he enviado

Por un sobrino, que hijo

[p. 134]Es de mi mayor hermano;

Y en él quiero de mis padres

Y abuelos el mayorazgo

Aumentar: pobre es, yo rico,

Y es bien que el caudal fundamos

De la sangre y de la hacienda,

Porque conservemos ambos

El solar de Cuadradillos

Con más lustre. Así, en llegando,

Será Eugenia esposa suya:

Veamos si el nuevo cuidado

Enmienda las bizarrías

De los verdores lozanos.

ESCENA V.

OTÁÑEZ.—DON ALONSO, MARI-NUÑO.

Otáñez.

Un hombre espera allí fuera.

D. Alon.

¿Quién es?—Que ese breve espacio

Tardaré, á las dos decid.—

¿Versos? ¡Gentil cañamazo!

¿No fuera mucho mejor

Un remiendo y un hilado? (Vase.)

Otáñez.

¿Qué le has dueñado á señor,

Que es lo mismo que chismeado,

Que ya va tan desabrido?

Mari-Nu.

¿Ahora sabes, mentecato,

Que apostatara una dueña,

Si supiera callar algo? (Vanse.)


[p. 135]Sala en casa de Don Félix.

ESCENA VI.

DON FÉLIX, vistiéndose; HERNANDO.

Hernan.

¡Bravas damas han venido,

Señor, á la vecindad!

D. Félix.

El agasajo, en verdad,

Perdonara por el ruido,

Pues dormir no me han dejado.

Hernan.

La una es dada.

D. Félix.

¿Qué importó,

Si á la una duermo yo,

Que haya dado ó no haya dado?

Mas ¿qué género de gente

Es?

Hernan.

De lo muy soberano:

Las hijas de aqueste indiano,

Que compró el jardin de enfrente,

Que dicen, señor, que lleno

De riquezas para ellas,

A solamente ponellas

Viene en estado.

D. Félix.

Eso es bueno.

¿Son hermosas?

Hernan.

Yo las ví

Al apearse, y á fe

Que por tales las juzgué.

D. Félix.

¿Hermosas y ricas?

Hernan.

Sí.

D. Félix.

Buenas dos alhajas son:

Dirémoslas al momento

[p. 136]Todo nuestro pensamiento,

Por gozar de la ocasion,

Con estar cerca de casa;

Que estoy cansado de andar

Lo que hay desde aquí al lugar.

Hernan.

Un vejete cuanto pasa

Me dijo: y al padre igualo

Al hombre de más valor,

Pues dice que por su honor

Matara al Sofí.

D. Félix.

Eso es malo;

Que aunque yo no soy Sofí,

En extremo me pesara

Que para que él me matara,

Por él me tuviera aquí.

Y de las hijas ¿qué dijo?

Que escudero que empezó

A hablar, nada reservó.

Hernan.

Diversas cosas colijo

De ambas que apruebo y condeno,

Porque hay del pan y del palo.

Una es callada.

D. Félix.

Eso es malo.

Hernan.

Otra es risueña.

D. Félix.

Eso es bueno.

Para la alegre, por Dios,

Habrá sonetazo bello;

Y para la triste aquello

De «ojos, decídselo vos.»

Hernan.

Alegre ó triste, me holgara

De verte, señor, un dia,

Con una galantería,

Que decirla te costara

Desvelo.

[p. 137]D. Félix.

¿A mí? Harto fuera

Que alabarse, vive el cielo,

De que me costó un desvelo

Ninguna mujer pudiera.

Eso no, pues sabe Dios

Que si las hiciere ya

Algun terrero, será

Por estar cerca y ser dos.

Aunque á cualquiera me inclina

Ya fuerza más poderosa.

Hernan.

Será ser rica y hermosa.

D. Félix.

No es sino el estar vecina,

Que es mayor perfeccion, pues

Nada la iguala. (Llaman.)

Mas dí,

¿Llaman á la puerta?

Hernan.

Sí.

D. Félix.

Ve y mira, Hernando, quién es.

ESCENA VII.

DON JUAN, en traje de camino.—DON FÉLIX, HERNANDO.

D. Juan.

Yo soy, Don Félix; que estando

La puerta abierta, no fuera

Bien, que más me detuviera.

D. Félix.

Mal llamar ha sido, cuando

Sabeis que puertas y brazos

Están siempre para vos

De una suerte.

D. Juan.

Guárdeos Dios,

Que ya sé que destos lazos

[p. 138]El estrecho nudo fuerte

Que en nuestras almas está,

Sin romperle, no podrá

Desatárnosle la muerte.

D. Félix.

Seais bien venido; que aunque

En la jornada de Hungría,

Que veniades sabía,

No tan presto os esperé.

D. Juan.

Fuerza adelantarme ha sido

Para un negocio, en razon,

Don Félix, de mi perdon.

D. Félix.

¿Habeisle ya conseguido?

D. Juan.

Sí, y habiendo perdonado

La parte, gozar quisiera

Del indulto que se espera

Por las bodas; y así, he dado

Priesa á venir, para que,

En vuestra casa escondido,

Me halle á todo prevenido.

D. Félix.

Dicha es mia. Y ¿cómo fué?

D. Juan.

Ya sabeis que por la muerte,

Félix, de aquel caballero,

Fuí á Italia. Pues, lo primero,

Dispuso mi buena suerte

Ser ocasion que el señor

Duque excelso y generoso

De Terranova famoso,

Iba por embajador

A Alemania. Acomodado

Con él á Alemania fuí;

Y hallándose allá de mí

Bien servido y obligado,

A España escribió, porqué

Conocimiento tenía

[p. 139]Con la parte: y así un dia,

Sin saberlo yo, me hallé

Con el perdon, en un pliego

Que de su mano me dió.

D. Félix.

El lance fué tal, que erró

La parte en no darle luégo,

Pues fué casual la pendencia

Que dió la conversacion.

D. Juan.

Esa es, Félix, la opinion

Comun; pero mi impaciencia

De mayor causa nacía,

Que la que ocasiona el juego.

D. Félix.

Eso es lo que yo no llego

A saber.

D. Juan.

Pues yo servia

(Ya que decirlo no importa)

A una dama rica y bella

Para casarme con ella;

Y no con suerte tan corta,

Que esperanzas no tuviese;

Aunque me las dilataba

Que ausente su padre estaba,

Y la madre no quisiese

Tratar su estado sin él.

En este tiempo entendí

Servirla el muerto; y así,

Ocasionado de aquel

Lance que el juego nos dió,

Con capa de otros desvelos

Venganza tomé á mis celos,

Con que todo se perdió;

Pues fueran necios engaños,

Confiado de mi estrella,

Pensar hoy que áun viva en ella

[p. 140]Memoria de tantos años.

D. Félix.

Vos estais bien persuadido;

Que en Madrid, cosa es notoria

Que en las damas, la memoria

Vive á espaldas del olvido.

Su favor y su desden

Ya en ningun estado no

Hizo fe: ¡bien haya yo,

Que en mi vida quise bien!

D. Juan.

¿Todavía dese humor?

D. Félix.

Sí, pues aunque ellas son bellas,

Me quiero á mí más que á ellas;

Y así tengo por mejor,

A la que me ha de engañar,

Engañarla yo primero;

Que yo por amigo quiero

Al gusto más que al pesar.

Y para que no se crea

Que lo es para vos mi humor,

Ni para mí vuestro amor,

Otra la plática sea.

¿Cómo en la jornada os ha ido?

D. Juan.

Como á quien viene de ver

Darse poder á poder

Desempeños á partido;

Porque tal autoridad,

Pompa, aparato y riqueza

Como ostentó la grandeza

De una y otra majestad,

El dia que la hija bella

Del águila soberana,

Generosamente ufana

Trocó el Norte por la estrella

Del hispano (en cuya accion,

[p. 141]Llanto á gozo competido,

Dejó del águila el nido

Por el lecho del leon),

No la vió otra vez el dia.

D. Félix.

De paso no estoy contento

De oirla.

D. Juan.

Pues estadme atento,

Porque á la relacion mia

Los afectos cortesanos

Pagueis.

D. Félix.

Yo os la ofrezco brava.

D. Juan.

Deudora Alemania estaba...

ESCENA VIII.

DON PEDRO, vestido de color.—DON FÉLIX, DON JUAN, HERNANDO.

D. Ped.

Don Félix, bésôs las manos.

D. Félix.

Seais, Don Pedro, bien venido.

Por esta puerta en un punto

Hoy se entra el bien todo junto.

Pues ¿qué venida esta ha sido?

¿Acabóse el curso?

D. Ped.

No.

D. Félix.

Pues ¿qué os trae?

D. Ped.

Yo os lo diré.

D. Juan.

Si yo embarazo, me iré.

D. Ped.

No, caballero; que yo,

Hallándôs con Félix, fío

Mucho de vos, porque arguyo

Que baste que amigo suyo

Seais, para ser dueño mio.

[p. 142]Demas, que aquí es mi venida

(Que en decirlo no hago nada)

Una dama celebrada,

Que á mi amor agradecida

Pude en Alcalá servir:

Vino hoy á Madrid, y á vella

Vengo, Don Félix, tras ella.

D. Félix.

¿Y qué más?

D. Ped.

Que por huir

De mi padre, aquí escondido

Dos dias habré de estar.

D. Félix.

Albricias me podeis dar

De haber á tiempo venido,

Que en ella Don Juan tambien

Puede haceros compañía.

D. Juan.

Será gran ventura mia

Que en mí conozcais á quien

Serviros desea.

D. Ped.

Los cielos

Os guarden.

D. Félix.

Pues vive Dios

Que no habeis de hablar los dos

Tocados de amor y celos.—

Haz que nos den de comer,—

(A Hernando, que se va.)

Y pues no hemos de salir

De casa, por divertir

El tiempo que puede haber,

La relacion me decid,

Don Juan, de la real jornada.

[p. 143]ESCENA IX.

DON FÉLIX, DON JUAN, DON PEDRO.

D. Juan.

Con calidad, que acabada,

La prevencion de Madrid

Direis despues.

D. Félix.

Soy contento.

D. Ped.

Yo vengo á buena ocasion,

Que una y otra relacion

Nueva es para mí.

D. Juan.

Oid atento.

Deudora Alemania estaba

A España de la más rica,

De la más hermosa prenda,

Desde el venturoso dia

Que María nuestra infanta,

Generosamente altiva,

Trocó la española alteza

Por la majestad de Hungría.

Deudora Alemania estaba

(Otra vez mi voz repita)

De tanto logro al empeño,

De tanto empeño á la dicha,

Sin esperanzas de que

Pudiese su corte invicta

Desempeñarse con otra

De iguales méritos digna,

Hasta que piadoso el cielo

Ilustró su monarquía

De quien, si no la excedió,

Pudo al ménos competirla,

[p. 144]Para que nos restituya

En Marïana su hija

Tan una misma beldad,

Que parece que es la misma.

Pues si de las dos esferas

Vamos corriendo las líneas,

Y en florida primavera

Le dimos la maravilla,

La maravilla nos vuelve

En primavera florida,

Que apénas catorce abriles

Bebió del alba la risa.

Si la real sangre de Austria

Sus hojas tiñó en la tiria

Púrpura, en ella tambien

Quiso que esotras se tiñan.

Si prudencia, si virtud,

Si ingenio y partes divinas

La dimos, esas nos vuelve,

Porque de todas es cifra.

Despues de capitulado

El Rey, que mil siglos viva,

Se dilataron las bodas

Más tiempo del que queria

La ánsia de los españoles;

Mas no fueran conocidas

Las dichas, si no vinieran

Con su pereza las dichas.

Fué causa á la dilacion

Esperar que la festiva

Tierna edad de la niñez

Creciese, hasta ver que hoy pisa

De la juventud la márgen:

¡Buen defecto es el de niña,

[p. 145]Pues se va, aunque ella no quiera,

Enmendando cada dia!

Llegó, pues, el deseado

De que feliz se despida

El águila generosa

Del real nido que la abriga,

Porque saliendo á volar,

El cuarto planeta diga

Que imperial águila es, puesto

Que de hito en hito le mira.

Y porque no sin decoro

Deje la corte que habita,

Llegó la nueva á Madrid,

De que allí el Rey se despida

De su hermana, hasta la entrega,

Mezclando el llanto y la risa;

Que siempre en bodas de infanta

El pesar y el alegría

Se equivocan, hasta que

De gala el dolor se vista,

Saliendo de ellas casada.

Ferdinando, rey de Hungría

Y Bohemia, ínclito jóven,

Que no vanamente aspira

Que heredada la eleccion,

Roma su laurel le ciña,

En nombre del Rey con ella

Se desposa, y ejercita

Tan amante sus poderes,

Que sin perderla de vista,

Hasta Trento la acompaña

Con la pompa más lucida,

Con el fausto más real

Que vió el sol; pues á porfía

[p. 146]Españoles, alemanes

Y italianos, con su vista

Se compitieron de suerte,

Que era gloriosa la envidia,

Porque unos y otros hicieron

En costosas libreas ricas,

Tratable el oro en sus venas,

Fácil la plata en sus minas,

Agotando de una vez

Todo el caudal á las Indias.

Y porque por mar y tierra

Halle siempre prevenida

Quien por la tierra y el mar

De parte del Rey la sirva,

El cargo del mar al Duque

De Túrsis (de esclarecida

Generosa casa de Oria,

Siempre afecta y siempre fina

A esta corona) le dió,

Porque de nuevo repita

En servicios y finezas

Obligaciones antiguas.

La Reina estuvo en Milan

Detenida algunos dias,

Por ocasion de que el mar

Embarazó con sus iras

De España el pasaje; pero

¿Quién de su inconstancia fía,

Que no motive de culpa

Lo que no es más que desdicha?

Del mar y del viento, en fin,

Las condiciones esquivas

O vencidas ó templadas

(Aténgome á que vencidas),

[p. 147]Llegó el dia de embarcarse;

Y apénas la vió en su orilla

El mar, cuando convocó

Todo el coro de sus ninfas

Para que corriendo á tropas

La campaña cristalina,

Tan sólo en ella dejaran

Aquella inquietud tranquila,

Que no bastando á temerla,

Baste á hermosearla y lucirla.

Entró la Reina en la Real,

Cuya popa era encendida

Brasa de oro, que á despecho

De tanta agua, estaba viva.

La chusma, toda de tela

Nácar y plata vestida,

Con camisolas de holanda,

Que su gala es estar limpias,

Velámen, jarcias y velas

A su modo guarnecidas

De mil colores, formaban

Un pensil, á quien matizan

De flores los gallardetes

Y las flámulas, que heridas

Del aire que las tremola

Y el agua que las salpica,

Venganza daban al aire

Y el agua de la ojeriza

Que tenian con las salvas,

Por ver que de ver les quitan

Las negras nubes de humo

Que dejó la artillería,

La más pura, la más bella,

La más noble y más divina

[p. 148]Vénus que sobre la espuma

Flechas de constancia vibra.

Aquí al compas de las piezas,

Clarines y chirimías,

A leva tocó la Real,

Cuya seña, obedecida,

Aun primero que escuchada

Fué de todos, con tal prisa,

Que á un mismo tiempo la boga

Arrancó; y siendo la grita

Segunda salva vocal,

Nos pareció, cuando se iba

De la tierra, una vistosa

Primavera fugitiva.

Cuarenta galeras fueron

Las que siguieron su quilla,

Que más que rompen las olas,

Las encrespan y las rizan.

El golfo tomó la nao,

Aun sin tocar en las islas

Mallorca, Ibiza y Cerdeña;

No á causa de la enemiga

Oposicion de los puertos

De Francia; que bien podia,

Viniéndose tierra á tierra,

Tomar puerto en sus marinas,

Porque en las enemistades

De las coronas, militan

En la campaña las armas,

Y en la paz la cortesía;

Y así, con salvoconducto

General en sus milicias,

Francia esperó á nuestra reina.

¡Qué bien lidian los que lidian

[p. 149]Para vencer cuando vencen,

Aun ménos que cuando obligan!

—Mas no puedo detenerme

En referir las festivas

Demostraciones que Francia

La tenía prevenidas.—

El golfo tomó la nao,

Trayendo siempre benigna

En los vientos y los mares

La fortuna, porque mira

Que con solo este festejo

Que hace á España, se desquita

De otras penas que la debe

La vanidad de su envidia.

En fin, con serena paz

La vaga ciudad movida,

Ya del remo que la impele,

Ya del viento que la inspira,

Los mares sulca de España,

Y de sus campos divisa

Los celajes, que quisieran

Que el mar en sus ondas frias

Huéspedes los admitiese,

Porque una vez se compitan

Golfos de verde esmeralda

Con montes de nieve riza.

Ya el mar saluda á la tierra,

Ya la tierra al mar se humilla,

Siendo la primera que

Sus reales plantas pisan,

Denia. ¡Oh tú, mil veces tú

Felice, pues en tu orilla

Hoy de la concha de un tronco

Sacas la perla más rica!

[p. 150]Querer que yo diga ahora

La majestad de las vistas,

El séquito de su corte,

Las galas, las bizarrías,

El amor de sus vasallos,

De sus reinos la alegría,

No es posible, si no es que

Con la voz de todos diga

Que este repetido lazo,

En quien de esposa y sobrina

El nudo apretó dos veces,

Con propagada familia,

Para bien comun de España

Venturosos siglos viva.

D. Félix.

No tuve gusto mayor.

Estad ahora vos atento.

Con el general contento

Digno á su lealtad...

ESCENA X.

HERNANDO.—Dichos.

Hernan.

Señor.

D. Félix.

¿Qué dices?

Hernan.

Que las dos bellas

Damas que al barrio han venido

A la ventana han salido,

Y desde esta puedes vellas.

D. Félix.

Perdone la relacion,

Pues dice á voces la fama:

«Antes que todo es mi dama»

Y despues habrá ocasion

[p. 151]Para ella; que ver deseo

Qué cosas son mis vecinas.

(Asómase á la ventana.)

¡Vive Dios, que son divinas!

D. Juan.

Veámoslas todos.

(Llega Don Juan á mirar.)

(Ap.¡Qué veo!

Ella es.)

D. Ped.

Pues las visteis vos,

A mí me dejad llegar. (Llega Don Pedro.)

D. Félix.

A fe que hay bien que admirar

En cualquiera de las dos.

D. Ped.

(Ap. ¿Qué es lo que veo? Ella es. ¡Cielos!)

Gran dicha ha sido venir (A Don Félix.)

A vuestro barrio á vivir.

D. Juan.

(Ap. Disimulen mis desvelos.)

Bizarra cualquiera es.

D. Ped.

(Ap. Finja mi pena amorosa.)

Cualquiera es dellas hermosa.

(Vase Hernando.)

D. Félix.

¿Oyen vuesarcedes? Pues

Bizarras y hermosas son,

Quítense de aquí, porqué

Son muy tiernos para que

Les dé mi jurisdiccion.

A su dama cada uno,

Pues están enamorados:

Déjenme con mis cuidados,

Sin alabarme ninguno

Bellezas ni bizarrías;

Que aquestas damas, les digo

Que son cosas de un amigo.

D. Juan.

(Ap. ¡Qué poco mis alegrías

Duraron!) Ya se quitaron

De la ventana. (Ap. Porqué

[p. 152]Yo llore su ausencia fué.

La primer cosa que hallaron,

¡Cielos! mis penas, ha sido

Dellas la causa. ¡Ay de mí!)

D. Ped.

(Ap.) La primer cosa que ví,

Es por la que aquí he venido.

(Sale Hernando.)

Hernan.

La mesa espera, señor. (Vase.)

D. Félix.

Vamos á comer, que aunqué

Tan enamorado esté,

Tengo más hambre que amor.

D. Juan.

(Ap. á Don Félix.) Aunque de burlas hablais,

Sabed que de mi fortuna

Una es la causa. (Vase.)

D. Félix.

(Ap.)Adios, una.

D. Ped.

Aunque tan de humor estais,

Por sí y por no, sabed que

Una de las dos, por Dios,

Es la que sigo. (Vase.)

D. Félix.

Adios, dos.

¡Qué corta mi dicha fué!

Si no es que una misma sea

(Que áun peor que esto sería)

La que uno y otro queria.

¡Plegue á Dios que no se vea

Empeñado en los desvelos

De dos amigos mi honor,

Y pague celos y amor

Quien no tiene amor ni celos! (Vase.)


[p. 153]Sala en casa de Don Alonso.

ESCENA XI.

CLARA y EUGENIA.

Clara.

Por cierto, casa y adorno,

Todo, Eugenia, está extremado.

Eugenia.

A mí no me ha parecido

Sino de la corte el asco.

Clara.

¿Por qué?

Eugenia.

Cuanto á lo primero,

Porque este, Clara, es el barrio

Donde de la corte habitan

Los pájaros solitarios.

A los pozos de la nieve

Casa mi padre ha tomado:

¡Fresca vecindad! Agosto

Le agradezca el agasajo.

Clara.

Por la quietud y el jardin

Lo haría.

Eugenia.

¡Lindos cuidados!

¿Quietud y jardin? Para eso

Yuste está juntico á Cuacos.

Pero en Madrid, ¿qué quietud

Hay como el ruido? y ¿qué cuadro,

Aunque con más tulipanes

Que trajo extranjero mayo,

Como una calle que tenga

Gente, coches y caballos,

Llena de lodo el invierno,

Llena de polvo el verano,

Donde una mujer se esté

[p. 154]De la celosía en los lazos,

Al estribo de un balcon,

A todas horas paseando?—

Pues ¿qué los adornos?

Clara.

¿No es

De terciopelo este estrado

Y sillas y con su alfombra,

De granadillo y damasco

Estas camas, los tapices

De buena estofa, y los cuadros

De buen gusto, y el demas

Menaje, Eugenia, ordinario,

Limpio y nuevo? Pues ¿qué quieres?

Eugenia.

Buenos son; pero diez años

De Indias son mucho mejores.

Yo pensaba que el adagio

De tener el padre alcalde,

Era niño comparado

Con la suma dignidad

De tener el padre indiano.

Fuera de que entre estas cosas

Que tú me encareces tanto,

La mejor cuadra y mejor

Alhaja es la que no hallo.

Clara.

¿Cuáles son?

Eugenia.

Coche y cochera,

Que ella en invierno y verano

Es la mejor galería,

Y el más hermoso trasto.

¿Qué Indias hay donde no hay coche?

¡Aquí de Dios y sus santos!

¿Que ensayados trae, no ha escrito,

Muchos pesos? Pues veamos,

Si no han de hacer su papel,

[p. 155]¿Para qué se han ensayado?

Clara.

¿Ni áun á tu padre reserva

La sátira de tus labios?

¡Jesus mil veces!

Eugenia.

¡Mala hija!

Vivir quisiera mil años,

Sólo por ver si me logro.

Clara.

Advierte, Eugenia, que estamos

Ya en la corte, y que el despejo,

El brío y el desenfado

Del buen gusto, aquí es delito;

Que aquí dan los cortesanos

Estatua al honor, de cera,

Y á la malicia, de mármol.

No digo que no sea bueno

Lo galante y lo bizarro;

Pero ¿qué importa si no

Lo parece? Y no es tan malo

No ser bueno y parecerlo,

Como serlo y no mostrarlo.

El honor de una mujer,

Y más mujer sin estado,

Al más fácil accidente

Suele enfermar, y no hay ampo

De nieve que más aprisa

Aje su tez al contacto

De cualquiera: planta no hay,

Que padezca los desmayos

Mas presto; que sin el cierzo,

Basta á marchitarla el austro.

Cuantos tus versos celebran,

Cuantos tus donaires, cuantos

Tu ingenio, son los primeros,

Eugenia, que al mismo paso

[p. 156]Que te lisonjean el gusto,

Te murmuran el recato,

Rematando en menosprecio

Lo mismo que empieza aplauso.

Y una mujer como tú

No ha de exponerse á los daños

De que parezca delito

Nada, ni le sea notado

Hacer profesion de risa,

Que tan presto ha de ser llanto.

¿Hasta hoy en carta de dote,

Eugenia, ha capitulado

La gracia?

Eugenia.

Quam mihi et vobis

Præstare se te ha olvidado,

Para acabar el sermon

Con todos sus aparatos.

Y para que de una vez

Demos al tema de mano,

Has de saber, Clara, que

Los non fagades de antaño

Que hablaron con las doncellas

Y las demas deste caso,

Con las calzas atacadas

Y los cuellos se llevaron

A Simancas, donde yacen

Entre mugrientos legajos.

Don Escrúpulo de honor

Fué un pesadísimo hidalgo,

Cuyos privilegios ya

Ne se lên de puro rancios.

Yo he de vivir en la corte

Sin melindres y sin ascos

Del qué dirán, porque sé

[p. 157]Que no dirán que hice agravio

A mi pundonor; y así,

Derribado al hombro el manto,

Descollada la altivez,

Atento el desembarazo,

Libre la cortesanía,

He de correr á mi salvo

Los siempre tranquilos golfos

De calle Mayor y Prado,

Cosaria de cuantos puertos

Hay desde Atocha á Palacio.

Uso nuevo no ha de haber

Que no le estrene mi garbo:

¿Amiga sin coche? Tate;

Y ¿sin chocolate estrado?

No en mis dias; porque sé

Que es el consejo más sano

El mejor amigo el coche,

Y él el mejor agasajo.

Las fiestas no ha de saberlas

Mejor que yo el calendario:

Desde el Ángel á San Blas,

Desde el Trapillo á Santiago.

Si picaren en el dote

Los amantes cortesanos,

Que enamorados de sí

Más que de mí enamorados,

Me festejen, has de ver

Que al retortero los traigo,

Haciendo gala el rendirlos,

Y vanidad el dejarlos.

Todo esto quiero que tengas,

Clara, entendido; y si acaso

Vieres en mí...

[p. 158]Clara.

¿Qué he de ver,

Si áun de escucharte me espanto?

ESCENA XII.

DON ALONSO, muy alegre.—CLARA, EUGENIA.

D. Alon.

¡Eugenia! ¡Clara!

Las dos.

Señor.

D. Alon.

Pediros albricias puedo.

Las dos.

¿De qué?

D. Alon.

De la mejor dicha,

Mayor bien, mayor contento

Que sucederme pudiera,

Despues de llegar á veros.

Don Toribio Cuadradillos,

Hijo mayor y heredero

De mi hermano, mayorazgo

Del solar de mis abuelos,

Llegará al punto: una posta

Que se adelantó, me ha hecho

Relacion de que ahora queda

Muy cerca de aquí.

Eugenia.

Por cierto

Que pensé que habia venido,

Segun tu encarecimiento,

Algun plenipotenciario

Con la paz del universo.

D. Alon.

(Llamando.)

Mari-Nuño.

[p. 159]ESCENA XIII.

MARI-NUÑO; despues BRÍGIDA y OTÁÑEZ.—Dichos.

Mari-Nu.

¿Qué me mandas?

D. Alon.

Aderécese al momento

Aquese cuarto de abajo,

Y esté aliñado y compuesto.—

Tú, ¡Brígida!... (Llamando.)

(Sale Brígida.)Saca ropa

De la excusada.

Brígida.

Ya tengo

Un azafate, que pueden

Beber su holanda los vientos.

(Vanse Mari-Nuño y Brígida.)

D. Alon.

(Llamando.)

¡Otáñez! (Sale Otáñez.)

Otáñez.

Señor...

D. Alon.

Buscad

Algo de regalo presto,

Para que coma en llegando. (Vase Otáñez.)

Y á las dos, hijas, os ruego

Le agasajeis mucho. Ved

Que es vuestra cabeza; y creo

Que será la más dichosa

La que le tenga por dueño,

Pues será escudera suya

La otra. (Ap. Así inclinar pretendo

A Eugenia.)

Eugenia.

Yo desa dicha

Pocas esperanzas tengo,

Que Clara es mayor.

Clara.

¿Qué importa,

[p. 160]Si es más tu merecimiento?

Eugenia.

¿Falsedad conmigo, Clara?

D. Alon.

Ya en el portal hay estruendo.

Oid.

ESCENA XIV.

DON TORIBIO, OTÁÑEZ.—DON ALONSO y SUS HIJAS.

D. Torib.

(Dentro.) ¿Vive aquí un señor tio

Que yo en esta corte tengo,

Con dos hijas, por más señas

Con quien á casarme vengo,

De dos la una, como apuesta?

Otáñez.

(Dentro.) Esta es la casa.

D. Alon.

Yo creo

Que es él sin duda. Llegad

Conmigo al recibimiento.

(Pasan los tres desde la sala al recibimiento, que está en el fondo del teatro.)

D. Torib.

(Dentro.) ¿Y está acá?

Otáñez.

(Dentro.)En casa está.

D. Torib.

(Dentro.)Pues

Ten ese estribo, Lorenzo.

(Don Alonso va á encontrarse con Don Toribio; Eugenia y Clara miran por la puerta hácia afuera.)

Eugenia.

¡Jesus! ¡qué rara figura!

Clara.

Tú tienes razon por cierto.

Eugenia.

¡Ay, que consintió mi hermana

En murmuracion!

(Vuelve Don Alonso con Don Toribio, vestido de camino ridículamente.)

[p. 161]D. Alon.

Contento,

Sobrino y señor, de ver

Que haya concedido el cielo

Esta ventura á mi casa,

Salgo alegre á conoceros

Por mayor pariente della.

D. Torib.

Pues bien poco haceis en eso;

Que en el valle de Toranzos,

Desde tamañito, tengo

El ser cabeza mayor

Adonde quiera que llego.

D. Alon.

Llegad: ved que vuestras primas

Desean mucho conoceros,

Y han salido á recibiros.

D. Torib.

Razonables primas tengo.

Clara.

Vos seais muy bien venido.

D. Torib.

Tanto favor agradezco.

D. Alon.

¿Cómo venís?

D. Torib.

Muy cansado;

Que traigo un macho, os prometo,

De tan mal asiento, que

Me ha hecho á mí de mal asiento.

(Pasan del recibimiento á la sala.)

D. Alon.

Miéntras de comer os dan.

Sentaos.

D. Torib.

¿No será más bueno

El trocarlo, y que me den

De comer miéntras me siento?

Pero por no ser porfiado, (Siéntase.)

Que os senteis los tres os ruego;

Que yo de cualquier manera

Estoy bien.

Clara.

(Ap.)¡Lindo despejo!

Eugenia.

(Ap. á Clara.) ¿Esta es mi cabeza?

[p. 162]Clara.

Sí.

Eugenia.

En aqueste instante creo,

Cierto, que soy loca, pues

Tan mala cabeza tengo.

D. Torib.

Finalmente, primas mias,

Como digo de mi cuento,

Parece que sois hermosas,

Ahora que caigo en ello;

Y tanto, que ya me pesa

Que seais á la par tan bellos

Ángeles.

Las dos.

¿Por qué?

D. Torib.

Porque...

Mas explíqueme un ejemplo

Escriben los naturales

Que puesto un borrico en medio

De dos piensos de cebada,

Se deja morir primero

Que haga del uno eleccion,

Por más que los mire hambriento:

Yo así en medio de las dos,

Que sois mis mejores piensos,

No sabiendo á cuál llegue ántes,

Me quedaré de hambre muerto.

D. Alon.

¡Oh sencillez de mi patria,

Cuánto de hallarte me huelgo!

Clara.

¡Buen concepto y cortesano!

Eugenia.

(Ap.) De borrico es, por lo ménos.

D. Torib.

Mas remedio hay para todo.

¿No ha de traerse, á lo que entiendo,

Tio, una dispensacion,

Por razon del parentesco,

Para la una?

D. Alon.

Claro está.

[p. 163]D. Torib.

Pues traigan dos, que yo quiero

Dar el dinero doblado;

Y desa suerte, en teniendo

Para cada una la suya,

Casaré con ambas. Pero

¡Ah sí! que se me olvidaba.

¿Cómo estais, saber deseo,

Vos y mis señoras primas?

D. Alon.

Muy alegre y muy contento

De ver mi casa y mis hijas,

Y á vos, para que seais dueño

Del fruto de mis trabajos.

D. Torib.

Eso y mucho más merezco.

Si vierais mi ejecutoria,

Primas mias, os prometo

Que se os quitaran mil canas.

¡Vestida de terciopelo

Carmesí, y allí pintados

Mis padres y mis abuelos,

Como unos santicos de Horas!...

En las alforjas la tengo.

Esperad, iré por ella,

Para que veais que no os miento.

ESCENA XV.

MARI-NUÑO.—Dichos.

Mari-Nu.

La comida está en la mesa.

(Espántase Don Toribio de ver á Mari-Nuño.)

D. Torib.

¡Ay, señor tio! ¿qué es esto?

¿Trajisteis este animal

De las Indias? que no creo

[p. 164]Que es hombre ni mujer, y habla.

D. Alon.

Es dueña.

D. Torib.

¿Y es mansa?

Mari-Nu.

(Ap. á Eugenia.)Ingenio

Cerril tiene el primo.

Eugenia.

No es,

Sino tonto por extremo.

D. Alon.

Cómo queda vuestro padre

Y su casa, saber quiero.

D. Torib.

No me haga mal hijodalgo

De comedias, si me acuerdo.

Mari-Nu.

La mesa está puesta.

D. Torib.

¿Y dónde

Teneis la mesa?

Mari-Nu.

Allá dentro.

D. Torib.

No sé si lo crea.

Mari-Nu.

¿Por qué?

D. Torib.

Porque la instruccion que tengo

Es, que no me crea de dueñas.

Pero yo lo veré presto.

Perdonadme, que no soy

Amigo de cumplimientos. (Vase.)

ESCENA XVI.

DON ALONSO, CLARA, EUGENIA, MARI-NUÑO.

Clara.

(Ap.) ¡Lindo primo, por mi vida!

Mari-Nu.

(Ap.) Él no es galan; pero es puerco.

Eugenia.

(Ap.) Las guardas de peste ¿cómo

Entrar le dejaron dentro?

D. Alon.

¿De qué estais tristes las dos?

Las dos.

Yo de nada.

D. Alon.

Ya os entiendo.

[p. 165]¡Os habrá el estilo y traje

Desagradado! Pues esto

Es lo más y lo mejor

Que tiene: vereis cuán presto

Le mejoran corte y trato.

Los más vienen así, y luégo

Son los más agudos. Mas

Explicaros cuán contento

Y alegre estoy, no es posible,

De ver que vuelva á mis nietos

La casa de mis mayores.

Don Toribio ¡vive el cielo!

Se ha de casar con la una,

Sin pensar la otra por eso

Que no ha de casar con otro

Como él; porque no quiero

Que lo que á mí me ha costado

Tanta fatiga y anhelos,

Me malbarate un mocito

Que gaste en medias de pelo

Más que vale un mayorazgo.

Si viera por un sombrero

De castor dar veinte ó treinta

Reales de á ocho yo á mi yerno

Sacados de mi sudor,

Perdiera mi entendimiento;

Y así no hay que hablar, sino

Persuadiros desde luego

Que este y otro como este

Han de ser esposos vuestros. (Vase.)

Clara.

Primero pierda la vida.

Eugenia.

La vida no; mas primero

Me quedaré sin casar,

Que es más encarecimiento.


[p. 166]

JORNADA SEGUNDA.


Sala en casa de Don Félix.

ESCENA PRIMERA.

DON FÉLIX, DON JUAN, HERNANDO.

D. Félix.

¿Cómo habeis, Don Juan, pasado

La noche?

D. Juan.

¿Cómo pudiera,

Don Félix, en vuestra casa,

Sino muy bien, puesto que ella

De mi tristeza no tiene

La culpa?

D. Félix.

Pues ¿qué tristeza

Es la que ahora os aflige?

D. Juan.

No sé cómo os la encarezca.

Desde el instante que ví

Esa divina belleza

Que áun en mi memoria vive

A pesar de tanta ausencia,

Todas aquellas cenizas,

Que entre olvidadas pavesas

Aun no juzgué que eran humo.

Llama han sido: de manera

Que conocí que han estado

[p. 167]En ocioso fuego envueltas,

Tibias, pero no apagadas;

Calladas, pero no muertas.

No volví á verla ayer tarde,

Porque no volvió á la reja;

Y así, hoy con la esperanza

De que siendo hoy dia de fiesta

No dejará de salir,

He madrugado por verla.

A la puerta de la calle

Voy á esperar que amanezca

Segundo sol para mí.

Vos haced, por vida vuestra,

Puesto que no importa el caso,

Que nada Don Pedro entienda. (Vase.)

D. Félix.

¿Habrá hombre tan necio como

El que hallar memorias piensa

En una mujer, al cabo

De tantos años de ausencia?

Hernan.

Déjale que con su engaño

Viva.

D. Félix.

Un cortesano, que era,

Decia, el engaño la cosa

Que más y que ménos cuesta.

Veamos estotro doliente

En qué estado está, ya que esta

Casa, de locos de amor

Se ha vuelto convalecencia.

[p. 168]ESCENA II.

DON PEDRO.—DON FÉLIX, HERNANDO.

D. Félix.

¿Qué hay, Don Pedro? Buenos dias.

D. Ped.

Fuerza será que lo sean,

Recibiéndolos de vos

Y en vuestra casa, por vuestra,

Y por la dicha de estar

Mis esperanzas tan cerca.

No crêreis cuánto gozoso

Y ufano estoy de que sea

Vuestra vecina esta dama;

Pues con eso, cosa es cierta

Que para verla, Don Félix,

Dos mil ocasiones tenga;

Y por no perder ninguna

Voy á esperarla á la puerta,

Pues sin duda que hoy á misa

Habrá de salir por fuerza.

D. Félix.

En ella Don Juan aguarda.

D. Ped.

Así se hará la deshecha

Mejor, paseándonos todos.

Vos, aunque llevaros quiera

A otra parte, no vais; pero

De suerte que nada entienda. (Vanse.)


[p. 169]Calle.

ESCENA III.

DON FÉLIX y DON PEDRO, encontrándose con DON JUAN.

D. Félix.

¿Qué haceis, Don Juan?

D. Juan.

Esperaros

Para saber á qué iglesia

Quereis que vamos á misa.

(Ap. á él. De aquí no hagamos ausencia.)

D. Ped.

Lo mismo le decia yo.

Vamos adonde os parezca.—

No os vais, Don Félix, de aquí. (Ap. á él.)

D. Félix.

(Ap. Desta suerte fácil fuera

Servir un hombre á dos amos,

Mandando una cosa mesma.)

Vuesarcedes, caballeros

Muy enamorados, ¿piensan

Que no hay más que irse y llevarme

Cada cual á su querencia?

Pues no ¡vive Dios! que hoy

Se han de estar donde yo quiera;

Que quiero yo enamorar

Tambien un dia en conversa.

Y así, hasta que mis vecinas

Salgan y vamos tras ellas,

Para ver la que me toca

Festejar (pues cosa es cierta

Que yo la que quiero más,

Es la que tengo más cerca),

No se ha de ir de aquí ninguno.

[p. 170]D. Ped.

Por mí sea norabuena.

D. Juan.

Por mí tambien.

D. Ped.

(Ap. á Don Félix.) ¡Lindamente

Habeis hecho la deshecha

Con Don Juan!

D. Juan.

(Ap. á Don Félix.) ¡Bien con Don Pedro

Desmentido habeis mis penas!

D. Félix.

(Ap.) Más lo hago por saber

Si es que es la dama una mesma.

Y si es la que de las dos...

Mas no prosiga mi lengua;

Que es tarde para que á mí

Beldad alguna me venza.

D. Juan.

Pues ya que quereis, Don Félix,

Que os asistamos, no sea

Tan de balde, que no os cueste

El pagarnos una deuda

Que nos debeis.

D. Ped.

Es verdad,

Y es famosa ocasion esta,

Pues sólo para hacer hora

Son las relaciones buenas.

D. Félix.

Yo me huelgo, pues así

Hablaré un rato siquiera,

Sin que á la mano me vayan

Con amor, celos y ausencia.

—Con el general contento,

Madrid, digno á su fineza,

A su lealtad y su amor,

Oyó las felices nuevas

De las bodas de su rey;

Y más cuando supo que era

La divina Marïana...

D. Juan.

Tened, que dejar es fuerza

[p. 171]Otra vez la relacion

Para otra ocasion suspensa.

D. Félix.

¿Por qué?

D. Juan.

Porque sale gente.

D. Félix.

¿Cuánto va que se me queda

La relacion en el cuerpo,

Y vienen otros á hacerla?

D. Ped.

Un criado es el que sale,

Que á su amo sin duda espera.

D. Juan.

Bien podeis ya proseguir.

D. Félix.

Digo que en gozosa muestra

Del alegría de todos...

—Pues todos juntos quisieran

Significar los afectos

En regocijos y fiestas;

Y aunque, como vos dijisteis,

Caminan con su pereza

Las dichas, y no es el gusto

Correo á toda diligencia;

Con todo eso...—llegó el dia

De saberse que en Vïena

El Rey desposado estaba,

Remitiéndole que ejerza

Sus poderes Ferdinando,

Rey de Hungría y de Bohemia:

Ferdinando, ínclito jóven,

En quien la sacra diadema

De rey de romanos, presto

Hará la eleccion herencia.

El pues, no del poder sólo

Usó, mas de la fineza:

Con que sirviendo á su hermana,

Hizo de la corte ausencia.

Dejemos en el camino

[p. 172]Las dos majestades (que esta

No es la accion que á mi me toca,

Ya que vos con la agudeza

De vuestro ingenio dijisteis

El aparato y grandeza),

Y vamos á que Madrid,

Desvelada, fiel y atenta

Al servicio de sus reyes,

Que es de lo que más se precia,

En tanto que prevenia

La usada lid de sus fiestas,

Convidó lo más ilustre

De la española nobleza,

Para una máscara; haciendo

(Fuese acaso ó diligencia)

A propósito de bodas

Ceremoniosa la fiesta;

Porque si á la antigüedad

Revolveis humanas letras,

Hallaréis cómo en las nupcias

Aun ménos ilustres que estas,

Con antorchas en las manos

Corrian tropas diversas

A quien llamaban preludios,

Invocando la suprema

Deidad del sacro Himeneo,

A cuyas aras las teas

Sacrificaban, cantando

Epitalamios, en prendas

De que á aquellos casamientos

Favorable á asistir venga.

Y así de la antigüedad

Tomando Madrid aquella

Parte festiva, y dejando

[p. 173]La gentílica depuesta,

Usó el regocijo sólo,

Mejorando ilustre y cuerda

El rito, pues que fué dando

Al cielo gracias inmensas

De sus dichas, cuyas voces

Váriamente lisonjeras,

Fueron el epitalamio

Que España cantó contenta,

En música, que es confusa,

Más dulce, si no más diestra.

En toda mi vida ví

Tan hermosa tropa bella,

Como la máscara junta,

Cuando al compas de trompetas,

Clarines y chirimías

Empezaron á moverla

Los dos polos que de España

Y de Alemania sustentan

La política, bien como

Dando generosas muestras

De que Alemania y España

Por todo el tiempo interesan,

Una en que tal prenda da,

Y otra en que admite tal prenda.

Bien quisiera yo pintarlos;

Pero aunque más lo pretenda,

No es posible, si no es

Que la retórica quiera

En sus figuras prestarme

El uso de sus licencias,

Cometiendo una que llaman

Tropo de prosopopeya,

Que es cuando lo no posible

[p. 174]Bajo objeto de la idea,

O callando se imagina,

O hablando se representa.

Porque si no es que finjais

Allá en la fantasía vuestra

Bajar de púrpura un monte,

Arder de plata una selva,

Y de selva y monte luégo

Formais un monstruo, que á fuerza

De nuevo metamorfósis

Todo en fuego se convierta,

No podreis imaginar

Cómo aquel peñasco era

De luz y nácar y plata,

En cuya abrasada selva

Fueron las plumas las flores,

Y las hachas las estrellas.

Tan iguales todos juntos

Y cada uno, que no hubiera

Pareja que poder darles,

Si ellos mismos no se hubieran

Antes convenido á ser

Ellos mismos sus parejas.

Cuando del un puesto al otro

Corrian las tropas, eran

Disueltas exhalaciones

Y dilatados cometas.

Tan hermosa fué la noche,

Que el dia entre pardas nieblas

Sucedió por muchos dias

La faz de nubes cubierta,

Llorando lo que llovía,

O de envidia ó de vergüenza.

Hasta que desempeñada

[p. 175]Vió su luz con la belleza

Del dia, que vió la plaza

Para los toros dispuesta.

Porque aunque su hermoso circo

Siempre ha sido heroica afrenta

De cuantos anfiteatros

Roma en ruina nos acuerda,

Nunca con más causa, pues

Nunca se vió su grandeza,

A fuer de dama, ni más

Despejada ni más bella

Ser, que cuando vió que á tropas

Ocupaban la palestra

De los lucidos criados

Las adornadas catervas,

Que como á triunfo trajeron

Los grandes héroes, que en ella

La suerte han hecho precisa;

Porque ya el acaso deja

De ser acaso, pues ya

No viene á ser sino fuerza

El que ha sacado al acierto

Del nombre de contingencia.

A ninguno he de nombraros,

Y es justo; que no quisiera

Que habiendo ya tantas plumas

Pintado á sus excelencias,

Los desluciesen ahora

Cortedades de mi lengua.

Solo os diré que no hubo

Bruto que armada la testa,

La piel manchada, arrugado

El ceño, hendida la huella,

Dilatado el cuello, el pecho

[p. 176]Corto, la cerviz inhiesta,

De una vez escriba osados

Caracteres en la arena,

Como quien dice: «Esta es

O vuestra huesa ó mi huesa,»

Que no fuese triunfo fácil

Del primor y la destreza,

Del que más hidalgo bruto

Soberbio con la obediencia,

Dócil con la lozanía,

Sus amenazas desprecia

Al tacto del acicate,

O al aviso de la rienda;

Pues ya el asta y ya la espada,

En ambas acciones diestra,

Airosamente mezclaban

La hermosura y la fiereza.

Feliz acabó la tarde,

Quedando Madrid contenta

Con ella y con la esperanza

De que su deidad se acerca;

Y así, sólo en prevenciones

Desde entónces se desvela,

Porque siendo, como es,

La corte el centro y la esfera

Que ha de merecer lograrla

Más suya, desaire fuera,

Habiendo de paso tantas

Ciudades héchola fiestas,

Exceder ella en las dichas,

Y las otras en finezas:

Y más estando á su aplauso

Las naciones extranjeras,

O de envidiosas pendientes,

[p. 177]O de curiosas atentas.

Y así, la prolijidad

De las horas de la ausencia

Gastó sólo en disponer

Aparatos que ahora es fuerza

Que yo remita á mejor

Pluma que nos los refiera.

Diciendo ahora solamente

Que la señora condesa

De Medellin, de Cardona

Ilustre familia excelsa,

A Denia fué á recibirla

Como mayor camarera,

Adonde esperó hasta el dia

De la deseada nueva

De que ya su Majestad

(Que Dios guarde) estaba en Denia.

Aquí el señor Almirante

A darla la enhorabuena

De parte del Rey salió;

Y aunque salió á la ligera

Fué con aquel lucimiento

Digno á ser quien es; que fuera

En su excelencia muy tibia

La disculpa de la priesa.

De deudos, criados y amigos

Fué el séquito de manera,

Que á no hacer particular

Eleccion, pienso que fuera

Dejar sin gente á Castilla;

Que de un almirante della,

¿Quien de ser deudo, ó amigo,

O criado se reserva?

¡Oh felice casa, adonde

[p. 178]Entre todas tus grandezas,

El afecto es patrimonio,

Y lo bien visto es herencia!

En este intermedio pues

Hizo Madrid diligencias

Más afectivas en órden

A que todo se prevenga

Con majestad y aparato,

Para la entrada á la Reina,

Asistida dignamente

Del que tio la festeja,

Del que esposo la merece,

Del que amante la celebra,

Poniendo á sus piés dos mundos;

Pues como cuarto planeta,

Cuanto ilumina, la postra,

Cuanto dora, la sujeta,

Coronándola tres veces,

Esposa, sobrina y reina.

Con que hasta el felice dia

Que nuestros ojos la vean

Entrar triunfante en su corte,

Mi relacion se suspenda,

Divertida en la esperanza

De que generosa venga

A ser fin de nuestras ánsias,

Término de nuestras penas,

Logro de nuestros deseos,

Y á par de las dichas nuestras,

Con felice sucesion

Nos viva edades eternas.

D. Juan.

La relacion con el tiempo

Se ha medido de manera,

Que acabarla y salir gente,

[p. 179]Ha sido una cosa mesma.

D. Ped.

Sí, mas no la que esperamos.

D. Félix.

No, porque es el padre dellas.

D. Juan.

No le conocí hasta ahora,

(Ap. Que en mi tiempo estaba fuera.)

D. Ped.

Nunca hasta ahora le ví,

(Ap. Que yo siempre amé en su ausencia.)

D. Juan.

¿Quién es el que con él viene?

Hernan.

Yo podré dar esa cuenta.

Es un sobrino asturiano,

Con quien el padre desea

Casar una de las dos.

D. Juan.

(Ap.) Quiera el cielo que no sea

La novia la que yo adoro.

D. Ped.

(Ap.) Plegue á Dios que no sea Eugenia.

ESCENA IV.

DON ALONSO; DON TORIBIO, vestido de negro, ridículo.—DON FÉLIX, DON JUAN, DON PEDRO, HERNANDO.

D. Félix.

Pasêmonos.

D. Torib.

Como digo,

¿Qué hacen, tio, á nuestra puerta

Estos mocitos?

D. Alon.

¿No están

En la calle? ¿Qué os altera?

D. Torib.

¡En la calle de mis primas,

Sin más ni más, se pasean!

D. Alon.

Pues ¿por qué no?

D. Torib.

Porque no

Me ha de haber paseante en ella

[p. 180]Ni piante, ni mamante;

Y más estos de melena,

Que Filenos de golilla

De candil, y bigotera,

Andan cerrados de sienes

Y trasparentes de piernas.

D. Alon.

¿Qué habemos de hacer, si son

Vecinos?

D. Torib.

Que no lo sean.

D. Alon.

¿Cómo, si tienen aquí

Sus casas?

D. Torib.

Que no las tengan.

D. Félix.

Fuerza es hablarle. Yo llego,

Pues buena ocasion es esta.

Dadme, señor Don Alonso,

Aunque de paso, licencia

Para besaros la mano

Y daros la enhorabuena

De haber al barrio venido;

Que aunque excusarlo debiera

Hasta estar en vuestra casa

Y visitaros en ella,

El alborozo de ver

Que tan buen vecino tenga,

Dilatar no me permite

Que á su servicio me ofrezca.

D. Ped.

Todos lo mismo decimos.

D. Torib.

(Ap.) ¡Qué ceremonia tan necia!

D. Alon.

Guárdeos Dios por la merced

Que me haceis; que si supiera

La dicha de mereceros

Tantos favores, hubiera

Cumplido mi obligacion,

Visitándôs en la vuestra.

[p. 181]Conoced á mi sobrino,

Que quiero que desde hoy sea

Vuestro servidor.

D. Torib.

(Ap. á Don Alonso.) ¿Yo habia

De ser alhaja tan puerca?

D. Alon.

Esta es accion cortesana.

D. Torib.

Más me huele á corte-enferma.

D. Alon.

Llegad, Don Toribio: ved

Que estos señores esperan

Conoceros. (Llega Don Toribio.)

D. Juan.

En nosotros

Tendreis á vuestra obediencia

Hoy amigos y criados.

D. Torib.

Guárdeos Dios por la fineza.

D. Félix.

¿Venís con salud?

D. Torib.

Al cielo

Gracias, ni mala ni buena,

Sino así así, entreverada,

Como lonja de la pierna.

D. Alon.

Más despacio besaré

Vuestras manos: dad licencia...

D. Félix.

Vos la teneis.

D. Alon.

Don Toribio,

Venid.

D. Torib.

(Ap. á Don Alonso.)

¿Aquí te los dejas?

D. Alon.

¿Qué he de hacer?

D. Torib.

Yo lo sé.

D. Alon.

¿A dónde

Vas?

D. Torib.

A dar á casa vuelta.

D. Alon.

¿A qué?

D. Torib.

A decir á mis primas

Que en todo hoy no salgan fuera.

D. Alon.

¿Han de quedarse sin misa?

[p. 182]D. Torib.

¿Qué dificultad es esa?

Mi ejecutoria les basta

Para ser cristianas viejas.

D. Alon.

¡Jesus, y qué disparate!

Venid, venid: no lo entiendan

Esos hidalgos.

D. Torib.

Par Dios,

Que si por mi voto fuera,

No habian de salir de casa,

Quisieran ó no quisieran.

(Vanse Don Alonso y Don Toribio.)

D. Félix.

No sé cómo fué posible...

D. Juan.

¿Qué?

D. Félix.

Que la risa detenga,

Viendo al primo.

D. Ped.

¡Qué figura

Tan rara!

D. Juan.

Extraña presencia

De novio.

ESCENA V.

CLARA y EUGENIA, con mantos; OTÁÑEZ delante, y BRÍGIDA y MARI-NUÑO, detras.—DON FÉLIX, DON JUAN, DON PEDRO, HERNANDO.

Hernan.

Ya las dos salen.

D. Félix.

Desde aquí podremos verlas,

Como acaso.

Clara.

Échate el manto,

Que hay gente en la calle, Eugenia.

Eugenia.

¿Qué he hecho yo para no andar

Con la cara descubierta?

[p. 183]Otáñez.

¡Tomad! ¡Luego la faltara

A la hermanica respuesta!

Mari-Nu.

Callad, que no os toca á vos

Hablar en estas materias.

Brígida.

Ni á vos en estas ni esotras,

Y hablais en esotras y estas.

D. Félix.

Pasemos ahora al descuido.

D. Juan.

(Ap.) ¡Oh, permita amor que en ella

Al verme, estén sus memorias,

Ya que no vivas, no muertas!

D. Ped.

(Ap.) ¡Oh, plegue á Dios que se obligue

De ver que he venido á verla!

Clara.

Advierte que llega gente.

Eugenia.

Y bien, la gente que llega,

¿Qué se lleva por llevarse

Hácia allá esta reverencia?

(Saluda Eugenia. Trae un lienzo en la mano.)

(Ap. Mas ¡cielos! ¿Qué es lo que miro?

Don Juan es. Ya de su ausencia

Debió de cesar la causa;

Y no es mi duda sola esta,

Sino estar con él Don Pedro.

Aquesta es la vez primera

Que ha sido por ignorancia

Amiga la competencia.)

D. Félix.

(Ap. á él.) ¿Cuál es de las dos, Don Juan,

La que tanto amor os cuesta?

D. Juan.

(Ap. á Don Félix. La del pañuelo en la mano.

No volvais tan presto á verla:

No advierta que de ella hablamos.

Y porque tampoco advierta

Don Pedro mi turbacion...)—

Voy á esperar á la iglesia. (Alto.)

(Ap. á Don Félix.

Quedáos vos con él.)

[p. 184]D. Félix.

Sí haré.—(Vase Don Juan.)

Don Pedro, ¿cuál es de aquellas?

D. Ped.

La que, en la mano un pañuelo,

Descubierta va, es Eugenia.

No volvais tan presto: no

Conozca que hablamos della.

Quedáos, que porque no dé

Mi amor á Don Juan sospecha,

Tras él voy. (Vase.)

D. Félix.

(Ap.)Ya sé, á lo ménos,

Que la dama es una mesma.

Clara.

Sin pañuelo me he venido,

El tuyo, hermana, me presta;

Que ir tapada me congoja. (Destápase.)

Eugenia.

A mí el venir descubierta,

Pues por si fué encuentro acaso,

Que me hayan visto me pesa.

(Tápase y da el pañuelo á Clara.)

D. Félix.

(Ap.) Ya puedo ver, pues que tengo

Nombre, seña y contraseña,

Cuál es la dama que adoran.

Clara.

No á mirar el rostro vuelvas.

Eugenia.

¡Jesus, y qué condicion!

Lástima es que no seas suegra,

Segun te pudres de todo.

(Vanse las damas, Otáñez, Brígida y Mari-Nuño.)

ESCENA VI.

DON FÉLIX, HERNANDO.

D. Félix.

¡Oh cuánto he sentido verla!

Que aunque estoy con el cuidado

[p. 185]De que aquesta competencia,

El dia que se declare,

Ha de parar en pendencia;

Siendo la dama una misma,

Ya para mí se acrecienta

Ver que de las dos ha sido,

Aunque entrambas son tan bellas,

La que me lo pareció

Más, cuando la vez primera

Ví á las dos en la ventana.

Pero esto ahora no es de esencia,

Que yo acabaré conmigo

Que mi honor á mi amor venza,

Sino acudir á estorbar

Que á desengañarse vengan,

En tanto que yo á la mira

Discurro de qué manera

Entre dos amigos que hacen

De mí confianza, deba

Prevenir el lance, haciendo

A su estorbo diligencia. (Vase.)

ESCENA VII.

DON TORIBIO y DON ALONSO.

D. Alon.

¿A qué volveis aquí?

D. Torib.

¿A qué

He de volver ¡pese á mí!

Sino á escombrarlos, si aquí

Están los que aquí dejé?

D. Alon.

Pues ¿qué os va en eso?

D. Torib.

¿Qué más

[p. 186]Quereis que á un hidalgo vaya,

Que ver que holgazanes haya

Adonde hay primas?

D. Alon.

Jamás

Tan necia locura ví.

En Madrid ¿quién reparó

Si hay gente en la calle?

D. Torib.

Yo.

D. Alon.

Y vos ¿por qué?

D. Torib.

Porque sí.

D. Alon.

Aun bien que se han ausentado,

Y ya nadie aquí se ve.

D. Torib.

Acertáronlo, porqué

Venía determinado.

D. Alon.

Pues ¿qué era vuestra intencion?

D. Torib.

Sólo ver si la anchicorta,

Como en caperuzas, corta

En sombreros de castron.

D. Alon.

Vos ¿qué teneis que temer

Para llegar á ese extremo?

D. Torib.

Mucho tengo y nada temo;

Que desde que llegué á ver

De mis primas los dos cielos,

Si verdad digo, señor,

Tengo á Eugenia tanto amor,

Que áun los hombres me dan celos.

D. Alon.

Aunque esas cosas me dan

Enfados, he agradecido

Que os entreis á ser marido

Por las puertas de galan.

Pero ha de ser con cordura;

Que celos no ha de tener

Un hombre de su mujer.

D. Torib.

Pues ¿de cuál? ¿de la del cura?

[p. 187]D. Alon.

Dejad delirios, por Dios,

Y baste saber de mí,

Si es Eugenia la que aquí

Os agrada de las dos,

Que Eugenia vuestra será...

(Ap. Que es lo que yo deseaba.)

D. Torib.

Con eso el rencor se acaba,

Que el verlos aquí me da

A nuestra calle volver

En tanta conversacion.

D. Alon.

Pues yo la dispensacion

Haré al instante traer.

Venid ahora, que quiero

Ganar las albricias yo

De ser la que prefirió

Vuestro amor.

D. Torib.

Oid primero.

La dispensacion, señor,

¿De Roma no ha de venir?

D. Alon.

Por ella á Roma se ha de ir.

D. Torib.

Pues siendo así, ¿no es mejor

Abreviarlo de otro modo?

D. Alon.

¿Qué modo?

D. Torib.

Uno que yo sé.

D. Alon.

¿Qué es?

D. Torib.

Desposarnos, y que

Vamos á Roma por todo. (Vanse.)

ESCENA VIII.

DON FÉLIX, DON JUAN.

D. Félix.

Yo estimo la confianza.

D. Juan.

Pues habiendo reparado

[p. 188]Que al verme el color mudado,

Hizo su rostro mudanza,

Que no la hizo, sospecho,

Su amor, y que está constante,

Porque es el rostro volante

Del reloj que anda en el pecho.

Y así, pues que sólo ha sido

Mi dicha el haber llegado

Donde de vos amparado

Sea amor tan bien nacido;

Lo que habeis de hacer por mí

(Puesto que entablada ya

La amistad del padre está),

Es proseguir desde aquí

De suerte, que con entrar

Vos en su casa, me dé

Ocasion amor en que

Pueda escribir, ver y hablar.

D. Félix.

(Ap.) ¡En buen empeño de amor

Estoy! pues en lance igual,

Si á un amigo soy leal,

Soy á otro amigo traidor.

D. Juan.

¿No me respondeis?

D. Félix.

No sé

Qué os diga, Don Juan, pues no

Soy hombre tan bajo yo,

Que ocasion procuraré

Con nadie para engañarle.

D. Juan.

¿Cuál es amigo mayor?

[p. 189]ESCENA IX.

DON PEDRO.—DON FÉLIX, DON JUAN.

D. Ped.

Don Félix, si de mi amor...

D. Félix.

(Ap. Que prosiga he de estorbarle.)

A buen tiempo habeis venido,

Y luégo proseguireis

Lo que decirme quereis;

Que quiero que prevenido

De una porfía en que estamos,

Seais juez. (Ap. Así, vive Dios,

Tengo de hablar con los dos.)

D. Ped.

El argumento esperamos.

D. Félix.

Si un grande amigo os pidiera

Que trabaseis amistad

Con hombre de calidad,

Para que fuese tercera

En su casa de su amor,

¿Hiciéraislo vos?

D. Ped.

Yo sí.

D. Félix.

Yo no.

D. Ped.

¿Por qué?

D. Félix.

Porque en mí

Fuera escrúpulo traidor;

Pues el dia que llegara

De traicion á otro que fuera

Mi amigo, preciso era

Lo lograra ó no lograra.

Si no lo lograra, ¿en qué

A mi amigo le servía?

Y si lo lograra, hacía

[p. 190]Una gran ruindad, porqué

El que engañado de mí,

Se daba ya por mi amigo,

Ya lo era, y yo su enemigo:

Es cierto; pues siendo así,

¿Cómo es posible que yo

Sea enemigo del que ya

Por mi amigo se me da?

Luego si en no serlo no

Es nada lo que consigo,

Y en serlo consigo ser

Su amigo, ¿cómo he de hacer

Yo traicion al que es mi amigo?

D. Ped.

Siendo esa vuestra opinion,

Ya no tengo que os decir. (Vase.)

D. Juan.

Yo tampoco, y habré de ir

A buscar otra ocasion. (Vase.)

ESCENA X.

DON FÉLIX.

D. Félix.

¿Habrá desdicha mayor?

¿Que no me baste el no amar,

Para saberme librar

De impertinencias de amor?

¿Qué haré entre uno y otro amigo,

Que cada uno en su esperanza

Hace de mí confianza?

Pues nada enmendar consigo,

Viendo tan cerca á los dos

De la dama, ¿qué podré

De mi parte hacer? No sé

[p. 191]Que haya medio, vive Dios,

Si ya no es que á ver alcance

Que las damas solas son

Las que en cualquier ocasion

Hacen bueno ó malo el lance.

Mas ¿cómo podré atrevido

Hablar en materia tal

A una mujer principal,

Ni darme por entendido?

Cara á cara he de saber

Si á los dos quiso ó no quiso;

Pero hasta dar el aviso,

Un papel lo podrá hacer;

Que á su opinion no se atreve

Quien por salvar su opinion,

La advierte de una ocasion.

Ahora falta quien le lleve...

Pero ¿ha de faltarme modo,

Sin que lo llegue á fiar

De otro, de poderle dar?

Ahora bien, salir á todo

Me toca, haciendo testigos

Los cielos, que aventurar

Yo un empeño, es por sacar

De otro empeño á dos amigos. (Vase.)


[p. 192]Sala en casa de Don Alonso.

ESCENA XI.

EUGENIA, CLARA, BRÍGIDA, MARI-NUÑO.

Clara.

Ten, Mari-Nuño, este manto.

¡Oh quién en casa tuviera

Capellan, para no ir fuera,

Y más á concurso tanto!

Eugenia.

Mucho me holgara venir

Ahora de buen humor,

Para poder con mejor

Título que tú, decir:

¡Quién la parroquia tuviera

Diez leguas, para tener

Más que andar y más que ver!

Mari-Nu.

Aténgome á la primera.

Brígida.

Yo á la segunda.

Mari-Nu.

¿Por qué?

Brígida.

Porque no he visto en mi vida

Escrupulosa aturdida,

Que al primer lance no dé

De ojos. (Vanse Mari-Nuño y Brígida.)

ESCENA XII.

DON ALONSO; DON TORIBIO, que se queda á la puerta.—CLARA, EUGENIA.

D. Alon.

En tu cuarto espera,

Que yo la llegaré á hablar.

[p. 193]D. Torib.

Sí haré. (Ap. Desde aquí escuchar

Lo que responde quisiera.) (Quédase al paño.)

D. Alon.

(Ap. Saber que á Eugenia eligió

Ha sido ventura extraña:

Llévesela á la montaña,

Porque lo ménos que yo

En la corte he menester,

Es una hija discreta,

Retórica ni poeta,

Y no de mal parecer.)

Eugenia, yo vengo á hablarte;

No tienes, Clara, que irte;

Que albricias he de pedirte (A Eugenia.)

Del pésame que he de darte. (A Clara.)

Eugenia.

¿Albricias á mí, señor?

Clara.

¿Pésame, señor, á mí?

D. Alon.

Pésame y albricias, sí.

Las dos.

¿De qué?

D. Alon.

Efectos son de amor.

Don Toribio, enamorado,

Me ha dicho cuánto desea

Que Eugenia su mujer sea;—

Y aunque ponerte en estado

A tí, por ser la mayor, (A Clara.)

Primera obligacion era,

Él elige de manera,

Que del gozo y del dolor,

Pésame tuyo á ser pasa.—

Hoy tu parabien, por ver (A Eugenia.)

Que pierdes, y ganas, ser (A las dos.)

La cabeza de tu casa.

Clara.

Aunque pérdida es penosa,

Yo estimo que el bien posea

Eugenia, para que sea

[p. 194]Mi hermana la venturosa,

Feriando el pesar á precio

Del parabien que la doy.

Gócesle mil años. (Ap. Hoy

Sólo hizo gusto el desprecio.) (Vase.)

ESCENA XIII.

DON ALONSO, EUGENIA; DON TORIBIO, oculto.

D. Torib.

(Ap. al paño.) ¡Qué triste va de perderme

La escudera de su hermana!

Veamos ella qué ufana

Responde de merecerme.

Eugenia.

(Ap.) Esto solo me faltaba

Que añadir (confusa estoy)

A las novedades de hoy.

D. Alon.

¿Qué me respondes? Acaba

De dudar.

Eugenia.

Que agradecida

Una y mil veces, señor,

Rindo por tanto favor

A tu obediencia mi vida.

Que aunque no me toca á mí

Elegir, pues no he de hacer

Nunca más que obedecer,

Haré mal, si viendo en tí

Gusto, en mi primo amor fiel,

No respondo agradecida...

(Ap. ¡Mal haya mi alma y mi vida,

Si me casare con él!)

D. Alon.

No en vano esperaba yo

De tu mucho entendimiento,

[p. 195]Eugenia, ese rendimiento.

D. Torib.

(Ap.) Yo tambien.

D. Alon.

Él esperó

En su cuarto, y ganar quiero

Con él las gracias tambien. (Vase.)

D. Torib.

(Ap.) Que á mí las gracias me den,

Será más razon.

Eugenia.

Hoy muero,

Pues tras mis penas, he sido

Objeto de un ignorante.

ESCENA XIV.

DON TORIBIO, que sale de donde estaba.—EUGENIA.

D. Torib.

(Ap. ¡Que airoso sale un amante,

Cuando está favorecido!)

Sea muy enhorabuena

El ser, prima, tan dichosa,

Que merezcais ser mi esposa.

Eugenia.

(Ap.) ¡Esto faltaba á mi pena!

(Vuelve la espalda.)

D. Torib.

¿Por qué adorándome...

Eugenia.

(Ap.)¡Ay Dios!

D. Torib.

Me desadorais?

Eugenia.

Porqué,

Si ántes con mi padre hablé,

Ahora he de hablar con vos.

Señor Don Toribio, yo,

Por no responder aquí

Resuelta á mi padre, di

Una palabra, que no

He de cumplir, si supiera

[p. 196]Perder mil veces, rendida

A sus enojos, la vida.

Y siendo desta manera

Que no he de casar con vos,

De la eleccion desistid

Que habeis hecho, y advertid

Que estamos solos los dos:

Y si de lo que aquí os digo,

Algo á mi padre decís,

He de decir que mentís.

D. Torib.

¿Cómo se habla eso conmigo,

Escudera de mi casa,

Ingrata, desconocida,

Falsa, aleve y fementida?

Eugenia.

No deis voces; que esto pasa

Entre los dos, y no es, no,

Para que salga de aquí.

D. Torib.

¿Vos no sois mi prima?

Eugenia.

Sí.

D. Torib.

¿No soy vuestro esposo?

Eugenia.

No.

D. Torib.

Decidme, ¿no soy galan?

Eugenia.

No lo dudo.

D. Torib.

¿Y entendido?

Eugenia.

¿Pues no?

D. Torib.

¿Hidalgo?

Eugenia.

Cierto ha sido.

D. Torib.

¿Airoso?

Eugenia.

Mucho.

D. Torib.

¿Y amante?

Eugenia.

Tambien.

D. Torib.

Pues de mis cuidados

¿En qué estriban los desvelos?

Eugenia.

Preguntádselo á los cielos,

[p. 197]A los astros y á los hados,

Que no inclinan mi albedrío.

D. Torib.

Pues en algo está el busílis.

Eugenia.

En que vos no teneis fílis

Para ser esposo mio. (Vase.)

ESCENA XV.

DON TORIBIO.

D. Torib.

¿Cómo que fílis no tengo?

¿Tal á un hombre se le dice,

Que tiene un solar con más

De tantísimos de fílis,

Que no hay otra cosa en él,

Por do quiera que se mire,

Sino fílis como borra?

Que aunque yo qué es no adivine,

Bien lo puedo asegurar;

Pues siendo algo que sea insigne,

Es preciso que no deje

De estar allá entre mis timbres.

¡A mí, que fílis no tengo!

¿Esto los cielos permiten?

¿Esto consienten los hados?

Prima, ved lo que dijisteis:

Más fílis tengo que vos.

[p. 198]ESCENA XVI.

DON ALONSO.—DON TORIBIO.

D. Alon.

¿Adónde, sobrino, os fuisteis,

Cuando os busco para daros

Mil norabuenas felices

De que vuestra prima ya,

Agradecida y humilde,

Sabiendo vuestra eleccion,

No hay cosa que más estime?

D. Torib.

Mi prima (si es que es mi prima)

Es una mujer terrible,

Con todos sus aderezos

De sirena, áspid y esfinge.

Aquí me ha dicho una cosa,

Que no pudiera decirse

A un barquillero asturiano

De los de quite y desquite.

D. Alon.

¿A vos?

D. Torib.

En toda esta cara.

D. Alon.

Fuerza será que me admire.

¿Qué fué?

D. Torib.

Que fílis no tengo.—

Y para que se averigüe

Si los hombres como yo

Tienen ó no tienen fílis,

Por no obligarme á retarla

En extranjeros países,

Haced que me compren luego

Cuantos fílis sean vendibles,

Y cuesten lo que costaren.

[p. 199]D. Alon.

Esa es locura terrible.

D. Torib.

¿Tan caros son? Pues no importa.

Dónde se venden, decidme,

O yo lo preguntaré;

Que volver no se permite

A su vista, hasta volver

Todo cargado de fílis. (Vase.)

D. Alon.

¿Hay delirio semejante?

Sobrino, escuchad, oidme.

ESCENA XVII.

CLARA, EUGENIA.—DON ALONSO.

Clara.

¿Qué es esto? ¿Con quién das voces?

Eugenia.

¿Con quién te enojas y riñes?

D. Alon.

Contigo, ingrata.

Eugenia.

¿Conmigo,

El dia que más humilde

Sólo trato obedecerte?

D. Alon.

Ven acá: ¿qué le dijiste

A tu primo, que enojado,

No hay quien con él se averigüe?

Eugenia.

¡Yo á mi primo! En todo hoy

Ni le hablé ni ví.

D. Alon.

¿Qué dices?

Eugenia.

Lo que es cierto.

D. Alon.

¡Vive Dios,

Si disimulada finges,

Y es verdad que le has hablado

Bachilleramente libre,

Que te he de hacer!...—Tras él voy,

Por si puedo reducirle

[p. 200]A que no ande preguntando

Adónde se venden fílis. (Vase.)

ESCENA XVIII.

CLARA, EUGENIA.

Eugenia.

Yo á mi primo, ¿qué pudiera,

Que fuese ofensa, decirle?

Clara.

No te disculpes conmigo,

Pues sé, aunque no llegué á oirte,

Que perderás tu remedio,

Sólo por decir un chiste.

Eugenia.

Aunque eso de mi remedio

Con falsedad me lo dices,

Lo oigo yo como lisonja,

Viendo que hasta un tonto, un simple,

Aun el alma que no tiene,

A mi vanidad la rinde.

Clara.

¿Qué quieres decirme en eso?

¿Que nadie hay que á mí se incline,

Neciamente imaginando

Que á méritos me compites?

Pues no es sino que no hay nadie

Que sin respeto me mire,

Porque sé yo hacer que todos

De otra manera me estimen

Que á tí, siendo solamente

Lo que á las dos nos distingue,

El verte á tí no sé cómo,

Pero á mí como á imposible.

Eugenia.

¡Ay! que no es eso.

Clara.

Pues ¿qué?

[p. 201]Eugenia.

Obligarásme á decirte

Lo que á mi primo.

Clara.

¿Qué es?

Eugenia.

Que

Tampoco tú tienes fílis. (Vase.)

Clara.

No lo dirás, porque yo

A responder no me obligue,

Que cuando... Pero ¡qué miro!

¿Quién hay que esta cuadra pise,

Para estorbar el que lleguen

Mis enojos á sus fines?

ESCENA XIX.

DON FÉLIX.—CLARA.

Clara.

¿A quién buscais, caballero?

D. Félix.

(Ap. ¡Ay amistad! pues que vine

A hacer por tí una fineza,

A una infamia no me inclines;

Pues ví hermosura, á quien mal

Mi libertad se resiste.)

Viendo á vuestro primo ir fuera,

A quien vuestro padre sigue,

Me atreví á llegar á hablaros.

Clara.

¿A mí?

D. Félix.

A vos.

Clara.

Hombre, ¡qué dices!

¿A mí hablarme?

D. Félix.

Sí, señora,

Porque sé que en esto os sirve

Mi deseo, y no os ofende.

Clara.

(Ap.) ¡Plegue á Dios, que no me obligue

[p. 202]Una necia á que me huelgue

De que!... Pero no es posible.

ESCENA XX.

EUGENIA, al paño.—CLARA, DON FÉLIX.

Eugenia.

(Ap.) ¿Con quién hablará mi hermana?

Desde aquí es bien que lo mire.

Clara.

¿A mí (dejadme dudarlo

Mil veces), (Ap. Mal reprimirme

Puedo.) me buscais?

D. Félix.

A vos.

Clara.

Pues ántes que oseis decirme...

Eugenia.

(Ap.) ¡Oh si fuera algo de aquello

De posible y de imposible!

Clara.

Quién sois y qué me quereis,

Que os vais es bien que os suplique,

Sin decirlo; que á mí nada

Hay que á buscarme os obligue.

D. Félix.

Sin decíroslo, me iré,

Si en eso mi pecho os sirve;

Mas no sin que lo sepais;

Que en este papel se escribe,

Para que con esto llegue

A saberse, sin decirse.

Eugenia.

(Ap.) ¡Oh si tomara el papel,

Porque hubiera qué decirle!

D. Félix.

Tomad, y adios.

Clara.

¡Yo papel!

D. Félix.

Y porque á verle os anime,

Solo os diré que el honor

Vuestro en leerle consiste,

[p. 203]Y que Don Pedro y Don Juan

No arriesguen y precipiten,

No digo su vida, que ese

Es peligro muy humilde,

Sino vuestro honor, que fuera

Pérdida más infelice.

Eugenia.

(Ap.) Si toma el papel, soy muerta.

Clara.

Hombre, mira lo que dices.

Ni á tí, á Don Juan, ni á Don Pedro

Conozco yo.

Eugenia.

(Ap.)¡Ay de mí triste!

Que todo esto sobre mí

Viene, si el papel recibe.

Mas por engaño la habla.

Clara.

(Ap. ¿Que sola una vez que quise

Yo no ser yo, no he podido?)

¿Qué aguardas pues para irte?

D. Félix.

Aunque tan desentendido

Vuestro decoro porfíe,

Y agradecer no pretenda

La fineza de que os dije

Mi empeño y el de los dos;

Ya que lo que debo hice

A amigo y á caballero,

Me iré. Adios.

Clara.

No os vais, oidme.

(Ap. Sin duda que aquí hay engaño,

Y así, es bien que le averigüe.)

¿Con quién presumís que hablais,

Porque la fineza estime?

D. Félix.

¿No sois Doña Eugenia?

Clara.

Sí.

Eugenia.

(Ap.) ¿Hay mujer más infelice?

Clara.

Dad ahora el papel, y adios.

[p. 204]Eugenia.

(Ap. Que le deje es bien que evite,

Barajando el lance.) (Sale.) Hermana...

Clara.

¿Qué tienes? ¿De qué te afliges?

Eugenia.

Mi padre y mi primo vienen,

Y porque tú no peligres,

Vengo á avisarte; que yo

Ya tú ves cuánto estoy libre.

Mira lo que hemos de hacer.

D. Félix.

(Ap.) ¿Quién vió empeño tan terrible?

Clara.

¿Qué se ha de hacer, sino que entren

Y que todo se averigüe,

Para que no quedes vana

Tú de que por mí lo hiciste?

¡Padre! ¡Señor! ¡Primo! ¡Otáñez!

Eugenia.

(Ap.) Si fuera cierto el venite,

Muy buen lance hubiera echado.

Clara.

¿No hay nadie que pueda oirme?

ESCENA XXI.

DON ALONSO, y luego DON TORIBIO, BRÍGIDA, MARI-NUÑO y OTÁÑEZ.—Dichos.

D. Alon.

(Dentro.) Voces da Clara.

Eugenia.

(Ap.)¡Ay de mí!

Que ya es verdad lo que dije

Por fingimiento.

Clara.

Llegad

Todos.

Eugenia.

No á voces publiques

Que está aquí este hombre.

Clara.

Sí quiero.

D. Félix.

Aquí es bien que me retire,

[p. 205]Por asegurar la espalda.

(Escóndese Don Félix, y salen Don Alonso, Don Toribio, Brígida, Mari-Nuño y Otáñez.)

Todos.

¿Qué es esto?

Clara.

Que un hombre...

Eugenia.

(Ap.)¡Ay triste!

Clara.

Dentro está de nuestra casa:

Yo desde aquesos jardines

Le he visto en el corredor

Del desvan: por un tabique

Saltó. Subid allá todos:

Quedarse no solicite

A robarnos esta noche.

D. Alon.

Aquesos serán sus fines.

Mari-Nu.

En casa de indiano, ¿quién

Duda que eso solicite?

D. Torib.

Nadie primero que yo

El primer escalon pise;

Que á mí me toca el asalto,

Si fuese el desvan Mastrique.

Vea mi prima que tengo

Pujanza, ya que no fílis. (Vase.)

D. Alon.

Contigo voy. (Vase.)

Clara.

Subid vos,

Otáñez.

Otáñez.

Ya á los dos siguen

Los filos de la tizona.

Conmigo van dos mil Cides. (Vase.)

Clara.

Vosotras, desde allá dentro,

Ved que entrar no solicite

Por otra parte á esconderse.

Mari-Nu.

Un árgos seré. (Vase.)

Brígida.

Yo un lince. (Vase.)

[p. 206]ESCENA XXII.

CLARA, EUGENIA; DON FÉLIX, oculto.

Clara.

Todas tus bachillerías

Mira de lo que te sirven,

Que al primer lance te pasmas,

Y al primer susto te rindes.

(Llega adonde se escondió Don Félix.)

Ya tienes franca la puerta,

Hombre: ya bien puedes irte.

(Sale Don Félix.)

Déjame el papel, y adios.

D. Félix.

Él os guarde: y pues difícil

No es lo que os advierto, ved

Lo que importa. (Dale el papel.)

Eugenia.

(Ap.)¡Ay de mí triste!

¿Que no pudiese estorbarlo?

D. Félix.

(Ap. yéndose.) Amor, no me precipites,

Que aunque ingenio y hermosura

Todo en ella se compite,

Es dama de mis amigos,

Y adorarla es imposible. (Vase.)

Clara.

(A voces.) ¡Señor! ya el hombre á otra casa

Pasado ha; no solicites

Buscarle.

ESCENA XXIII.

DON ALONSO, DON TORIBIO.—CLARA, EUGENIA.

D. Alon.

Forzoso era,

Pues no fué hallarle posible.

[p. 207]D. Torib.

Nigromántica es su dicha,

Pues me le ha hecho invisible.

Clara.

Digo que pasó á otra casa,

Que yo le ví sano y libre.

D. Alon.

Con todo eso, á verla toda

Vamos. (Vase.)

D. Torib.

Y ahora, ¿qué dices?

¿Tengo ó no fílis?

Eugenia.

No sé,

Que ahora no estoy para fílis.

(Vase Don Toribio.)

Clara.

Esto, necia, presumida,

He hecho, para que mires

Que tener valor y ingenio,

Es tenerle y no decirle:

Y véte de aquí, que quiero

Ver lo que el papel me dice.

Eugenia.

(Ap.) No sosegaré (¡Ay de mí!)

Hasta ver lo que la escribe. (Vase.)

ESCENA XXIV.

CLARA.

Clara.

De aquí la envié, porque

Si este hombre este engaño finge

Para escribirme á mí, ella

No lo entienda, ni imagine.

(Lee.) No se atreve á vuestro honor,

Quien por vuestro honor se atreve

A presumir que os obliga

Con lo mismo que os ofende.

Y así, en esta confianza

[p. 208]De pensar que errando acierte,

Lo que hay que culparme vaya

Par lo que hay que agradecerme.

Don Juan, más enamorado

Que fué de vos, de vos vuelve,

Y Don Pedro os sigue, más

Fino cuanto más ausente.

Que dejen de declararse,

No es posible, ni que dejen

De remitir al acero

La competencia, de suerte

Que á dar escándalo pase;

Y pues podeis fácilmente

Remediarlo con mandar

A Don Pedro que se ausente,

O á Don Juan que se retire,

Quedando vos dueño siempre

Del desden y del favor,

Quitad el inconveniente;

Que á mí el aviso me toca,

Procediendo desta suerte

Con vos, conmigo y con ellos,

Caballero, amigo y huésped.

¡Válgame Dios! ¡Qué de cosas

Tan várias, tan diferentes,

En un punto me combaten,

Y en un instante me vencen!

En lo que dice y no dice,

Es muy cierto que me ofende

Este papel: es verdad,

Que si aqueste papel viene

A Eugenia, cuando pensaba

Que papel para mí fuese,

Solicitando aquel medio

[p. 209]Que me ha obligado á leerle,

He sentido que no sea

Su intento aquel, sino este.

¿Cómo puedo yo decirlo,

Si no es ya que en mí reviente

No sé qué callada mina

Que amor en el alma enciende?

¿Amor dije? Pues no siento,

Sino haber tan neciamente

Persuadídome que á mí

Me buscase: y es de suerte

La vanidad de una dama

Persuadida á que la quieren,

Que aunque la ofenda el amor,

Más el engaño la ofende:

Y más cuando está á la mira

Una necia, una imprudente,

Una loca...

ESCENA XXV.

EUGENIA.—CLARA.

Eugenia.

(Ap., quedándose al paño.)

Esta soy yo.

Clara.

De tan várias altiveces,

Que presume que ella sola

Todo cuanto mira vence.

¡Oh envidia, oh envidia! ¡Cuánto

Daño has hecho á las mujeres!

Pues por vengarme de Eugenia,

Diera... (Sale Eugenia.)

Eugenia.

¿En qué Eugenia te ofende,

[p. 210]Para pensar á tus solas

El cómo della te vengues?

Clara.

Ese papel te lo diga.

Que acaso á mis manos viene

Por las tuyas.

Eugenia.

Ya lo sé.

Clara.

Pues si lo sabes, y tienes

Tan á riesgo tu opinion,

Que estriba sólo en que lleguen

A declararse dos hombres;

Mira si es justo que piense

Cómo he de vengar, ingrata,

Falsa, atrevida y aleve,

La ocasion en que...

Eugenia.

Oye, aguarda,

Que para que consideres

Tanta amenazada ruina

Cuán fácil remedio tiene,

Me huelgo de haber venido

A esta ocasion. (Llega á una ventana.)

Clara.

¿Pues qué emprendes?

Eugenia.

(Llamando) ¡Señor Don Pedro!

Clara.

¿Qué haces?

Eugenia.

Hablar un instante breve

A un caballero, que está

En la calle.

Clara.

¿A eso te atreves?

Eugenia.

Sí, que en su cuarto mi padre

Está ya con su accidente

De la gota, que hoy le ha dado,

Y Don Toribio no puede

Ver desde el suyo esta reja;

Y así he de satisfacerte.—

¡Señor Don Pedro!

[p. 211]ESCENA XXVI.

DON PEDRO, á la reja.—Dichas.

D. Ped.

Bien fué

Menester oir dos veces

Mi nombre, para que alguna

Creyera que dél se acuerde

Vuestra memoria; que un triste

No crê su bien fácilmente.

Eugenia.

No prosigais, que esta reja

Es de otras tan diferente,

Cuanto hay de no serlo á ser

Ahora de las paredes

De mi padre; y si allí pudo

La seguridad hacerme

Usar de algunas licencias,

Mi honor prisionera tiene

Su libertad ya, y tan otra

Habeis de ver que procede,

Cuanto hay de que otros me guarden

A guardarme yo. Así, hacedme

Merced de volveros luego

Donde otra vez no os encuentre

Ni en mi calle ni en mi reja,

Suplicándôs que prudente

Deis de mano á una esperanza

Que no hay sobre qué se asiente.

D. Ped.

Oid.

Eugenia.

Perdonad, que no puedo.

D. Ped.

Cuando por veros...

Eugenia.

Hareisme

[p. 212]Ser, sobre ingrata, grosera.

D. Ped.

¿Vos?

Eugenia.

Sí.

D. Ped.

¿Cómo?

Eugenia.

Desta suerte.

(Cierra la ventana.)

Clara.

Y al otro ¿qué has de decirle?

Eugenia.

Haz cuenta que si le viere,

Le diré lo mismo al otro,

Clara; porque las mujeres

Como yo, puestas en salvo,

Si se esparcen y divierten,

Es para aquesto no más;

Que amor bachiller no tiene

Más fondo que sólo el ruido.

Aquel emblema lo acuerde

Del perdido caminante,

A quien de noche acontece

Que avisado del estruendo

Con que del monte desciende

Pequeño arroyo, le asusta,

Le perturba y estremece;

Y huyendo dél, da en el rio:

Porque á todos les parece

Que es manso cristal aquel

Que áun las guijas no le sienten

Y en su agua perecen. Pues

Que no tiene riesgo advierte

La ruidosa, porque el riesgo

El agua mansa le tiene:

Y así, fué del agua mansa

Lo mejor guardarse siempre. (Vase.)

[p. 213]ESCENA XXVII.

CLARA.

Clara.

¡Qué escucho, cielos! ¡qué escucho!

«Que no tiene riesgo advierte

La ruidosa, porque el riesgo

El agua mansa le tiene:

Y así, fué del agua mansa

Lo mejor guardarse siempre.»

Sin duda (¡ay de mí!) que oyó

Cuanto dije, ó lo parece,

Segun el concepto habla

De lo que mi pecho siente.

Pues ya que el acaso hizo,

En las respuestas que ofrece,

Lo que el cuidado debiera;

Ya que por ella me tiene

El caballero que trajo

El papel, lograr intente

La ocasion, que con su nombre

Amor á mi amor ofrece;

Porque con más verdad pueda

Decir que riesgo no tiene

La ruidosa, porque el riesgo

El agua mansa le tiene:

Y así, fué del agua mansa

Lo mejor guardarse siempre.


[p. 214]

JORNADA TERCERA.


ESCENA PRIMERA.

CLARA, MARI-NUÑO.

Clara.

Esto pasa, y sólo á tí

Lo dijera.

Mari-Nu.

Ya tú tienes

Experiencia de lo mucho

Que fiar de mí amor puedes.

Pero deja que me admire

De oir que á tal extremo lleguen

Los despejos de tu hermana.

Clara.

Dos caballeros pretenden

Su favor, y á mí me toca

Que el escándalo remedie,

Ya que llegó á mi noticia;

Y así es fuerza hablar á este

Que me dió el aviso. Y para

Hacer que el daño se enmiende,

Tú has de darle un papel mio

En su nombre, porque llegue,

Ignorando que soy yo,

A hablarme más claramente

Esta noche, y... Pero luego

Proseguiré; que parece

[p. 215]Que anda gente ahí fuera: mira

Quién es. (Vase Mari-Nuño.)

Bien de aquesta suerte

Con la verdad se ha engañado

Mari-Nuño, que ha de hacerme

Lugar para conseguir

Hablarle de noche y verle,

Ya que mi pena...

ESCENA II.

DON TORIBIO, que quiere entrar, y MARI-NUÑO lo impide.—CLARA.

Mari-Nu.

Esperad,

Que no es bien que nadie éntre,

Sin avisar, á este cuarto.

D. Torib.

Dos veces para mí eres

Dueña hoy.

Mari-Nu.

¿De qué manera

Se entiende eso de dos veces?

D. Torib.

Una en la que estorbas, y otra

En lo que un cuarto defiendes.

Mari-Nu.

¿Será justo, si no están

Decentes, que á verlas lleguen?

D. Torib.

¿Pues cómo pueden no estar

Siempre mis primas decentes?

Clara.

¿Qué es eso?

D. Torib.

Que esa estantigua

A mí el paso me defiende.

Clara.

Hace muy bien, porque aquí,

Sin mi padre, nadie puede

Entrar.

[p. 216]D. Torib.

Sí puede, y ya sé

De qué ese ceño procede,

Y así no quiero enojarme,

Porque sé tambien que tienen

Licencia las desvalidas

De llorar amargamente.

Clara.

Yo confieso que lo estoy;

Y pues la dichosa en este

Cuarto no está, no teneis

Qué hacer en él: brevemente

Dél os id, ó yo me iré,

Porque de mí no se piense

Que me vengo en estorbaros,

Cuando hay más en que me vengue.

D. Torib.

Eso es poco y mal hablado.

Clara.

Ven, Mari-Nuño. (Ap. Que tienes

Que hacer por mí esta fineza.)

Mari-Nu.

Tuya soy y seré siempre. (Llaman.)

Pero aguárdate, veré

Quién llama.

(Vanse Clara y Mari-Nuño.)

ESCENA III.

DON TORIBIO.

D. Torib.

¡Cielos, valedme!

Que este remoquete, sobre

Aquella sospecha fuerte,

Que áspid del pecho, á bocados

Todo el corazon me muerde,

Es, ahora que caigo en ello,

Un bellaco remoquete.

[p. 217]Cuando buscamos la casa,

Ví... Lengua mia, detente:

No lo digas, sin que ántes

Te haya dicho yo que mientes.

Ví que detras de la cama

De Eugenia ¡oh malicia aleve!...

Estaba detras...

ESCENA IV.

MARI-NUÑO, saliendo apresurada.—DON TORIBIO.

Mari-Nu.

Señora,

Albricias, que este billete

Con coche y balcon...

D. Torib.

Mujer,

En lo que dices advierte;

Que balcon, billete y coche,

Sobre dueña, me parece

Es traer todo el yerro armado.

Mari-Nu.

(Ap. Mal encuentro fuera este,

Si importara.) Mi señora...

D. Torib.

(Ap.) Memoria, no me atormentes.

Mari-Nu.

¿Aquí no estaba?

D. Torib.

Aquí estaba

Un poco ántes que se fuese.

Mari-Nu.

A buscar á entrambas voy

Con este papel.

D. Torib.

Detente,

Que ántes he de verle yo

Que ellas.

Mari-Nu.

¿Qué llama verle?

Que aunque no importara nada,

[p. 218]No le he de dar, por no hacerle

Tan dueño de casa ya.

D. Torib.

¿Qué va...

Mari-Nu.

¿Qué?

D. Torib.

Que de un puñete

Te abollo sesos y toca?

Mari-Nu.

¿Qué va que no es mayor que este?

(Dale una puñada.)

D. Torib.

Los dientes debieron de irse,

Pues he perdido los dientes.

Mari-Nu.

(A voces.) ¡Ay, que me matan! ¡Señores,

Acudan á socorrerme!

D. Torib.

Sólo me faltaba ahora

Ser ella la que se queje.

Mari-Nu.

¡Que me matan!

ESCENA V.

EUGENIA, CLARA, DON ALONSO, BRÍGIDA.—DON TORIBIO, MARI-NUÑO.

D. Alon.

¿Qué es aquesto?

Clara.

¿Qué ha sucedido? ¿Qué tienes?

Mari-Nu.

Don Toribio, mi señor,

Colérico é impaciente,

Porque no le quise dar

Aqueste papel, que viene

Para las dos, puso en mí

Las manos.

Las dos.

¡Jesus mil veces!

D. Alon.

Por cierto, señor sobrino,

Vuestro enojo, sea el que fuere,

Es muy sobrado. ¡A criada

[p. 219]De mis hijas desta suerte

Se ha de tratar!

D. Torib.

Vive Dios,

Que soy yo...

D. Alon.

No hableis.

D. Torib.

Quien tiene

De qué quejarse...

D. Alon.

Ya basta.

Dadme vos, dadme el billete;

Que quiero ver la ocasion

Que tuvo para ofenderse.

Eugenia.

(Ap.) ¡Ay de mí, si fuese acaso

De alguno de los ausentes!

Clara.

(Ap. á Eugenia.) Quiera el cielo que no sea

Que algo de tus cosas cuente.

D. Alon.

(Lee.) Sobrinas mias, yo tengo balcon en que esta tarde veais la entrada de la Reina nuestra señora: el coche va por vosotras; que no dudo que mi primo...

Ahora de nuevo vuelvo

A enojarme y ofenderme

De que escrúpulo haya habido

En vuestro juicio. En aqueste,

Doña Violante, mi prima,

Hijas, os dice que quiere

Que con ella vais adonde

Veais la entrada excelente

De la Reina, cuya vida

El cielo por siglos cuente.—

Tomad, lêdle vos; vereis

Cuán necio, cuán imprudente

Habeis pensado otra cosa;

Que no quiero que se ausenten,

Hasta que vos le leais.

[p. 220]D. Torib.

Mostrad. (Toma el papel.)

Dice desta suerte:

(Lee.) Sobrinas mias, yo tengo

Balcon... Tio, finalmente,

¿Hasta que yo lea, no han de ir?

D. Alon.

No.

D. Torib.

Pues muy bien me parece;

Que no irán de aquí á dos años.

D. Alon.

¿Por qué?

D. Torib.

Porque no sé lêrle,

Y esos habré menester

Para aprenderlo.

D. Alon.

¿Que llegue

A tanto vuestra ignorancia?

D. Torib.

¿Pues qué defecto es aqueste?

Como desos lêr no saben,

Y lo saben todo. Esténse,

Hasta que lo aprenda, en casa,

Y entónces irán.

D. Alon.

Mal pueden,

Si hoy es la entrada.

D. Torib.

¿Habrá más

De que la entrada se quede,

Hasta que yo sepa lêr?

D. Alon.

Hijas, aquesto sucede

Una vez en una edad:

Verlo es justo. Brevemente

Os poned los mantos, y id, (Vase Brígida.)

O pésele ó no le pese

A Don Toribio; que yo,

A causa de mi accidente,

No saldré de casa, y basta

Que vuestra voz me lo cuente,

Cuando volvais.

[p. 221]Clara.

A tu gusto

Humilde estoy y obediente.

Eugenia.

Si me das licencia á mí,

Contigo es bien que me quede.

D. Alon.

No, hija, ambas habeis de ir.

(Vuelve Brígida.)

Brígida.

Aquí ya los mantos tienen.

Clara.

Pónme, Mari-Nuño, el mio.

(Ap. á ella. Toma, y lo que digo advierte.)

(Dala un papel, y habla bajo con ella.)

Eugenia.

(Ap.) Sola esta vez salgo triste,

Porque alguno no me encuentre

Destos dos necios amantes.

Clara.

(Ap.) Sola esta vez salgo alegre,

Por si en las fiestas, por dicha,

A este caballero viese.

Mari-Nu.

(Ap. á Clara.) Ve segura, y fía de mí.

D. Torib.

(Ap.) Aunque desairado quede,

Me huelgo, que quedo en casa,

Éntre la Reina ó no éntre,

Por si puedo averiguar

A mis solas esta fuerte

Sospecha, que en vivos celos

Amor en el alma enciende. (Vanse.)


Sala en casa de Don Félix.

ESCENA VI.

DON FÉLIX, HERNANDO.

Hernan.

¿Sin ver la fiesta te vienes,

Señor, hasta casa?

[p. 222]D. Félix.

Sí,

Que no hay fiesta para mí

Donde no hay gusto.

Hernan.

¿Qué tienes,

Que estás tan triste, señor?

D. Félix.

¿Qué más tu lengua quisiera

De que yo te lo dijera?

Hernan.

Ya me has dicho que es amor,

Con sólo eso.

D. Félix.

¿Por qué?

Hernan.

Porque obligarte á callar,

Sólo puede ser estar

Enamorado.

D. Félix.

No sé

Cómo te diga que sí,

Y que una rara belleza

Es causa de mi tristeza:

Tan imposible, que ví

En el primero deseo

El primero inconveniente.

Hernan.

¿Cómo?

D. Félix.

A quien Don Juan ausente

Ama, y á Don Pedro veo

Venir siguiendo, es la dama

Que mi libertad robó;

Y aunque siempre he de estar yo

De la parte de mi fama,

Aun no estriba mi cuidado

En esta especie de celos,

Sino que de sus desvelos

Uno y otro me han fiado

El secreto; de manera,

Que obligado á embarazar

Su empeño estoy, y á callar.

[p. 223]ESCENA VII.

MARI-NUÑO, en la calle.—DON FÉLIX, HERNANDO.

Mari-Nu.

(Llamando por una reja.)

Señor Don Félix.

D. Félix.

Espera.

¿A quién han llamado?

Mari-Nu.

A vos.

D. Félix.

¿Pues qué es lo que me mandais?

Mari-Nu.

Doña Eugenia, que leais

Aqueste papel, y adios.

(Arrójale un papel y vase.)

D. Félix.

(Lee.) Agradecida al aviso que me disteis, he empezado ya á obedeceros; y para ejecutarlo mejor, me importa hablaros. Venid esta noche, que yo os estaré aguardando. El cielo os guarde.

¿Quién vió confusion más fiera,

Puesto que ni ir ni dejar

De ir puedo ya excusar?

ESCENA VIII.

DON JUAN.—DON FÉLIX, HERNANDO.

D. Juan.

(Ap. al salir.) ¡Cielos! ¿qué haré?

Hernan.

(Ap. á su amo.)Considera

Que viene Don Juan aquí.

D. Félix.

¿Si vió arrojar el papel?

Hernan.

No.

[p. 224]D. Juan.

(Ap.) ¡Qué sospecha tan cruel!

D. Félix.

Don Juan, pues ¿qué haceis aquí?

¿No sois de fiestas?

D. Juan.

No sé

Lo que os diga...

D. Félix.

(Ap.)¡Muerto quedo!

D. Juan.

Que ni hablar ni callar puedo.

D. Félix.

¿Callar ni hablar?

D. Juan.

Sí.

D. Félix.

¿Por qué?

D. Juan.

Porque os ofendo en hablar,

Y en callar me ofendo á mí:

Con que es preciso que aquí

No pueda hablar ni callar.

D. Félix.

No os entiendo.

D. Juan.

Yo tampoco;

Mas si entenderme quereis,

Como licencia me deis

(Propia dádiva de un loco),

Diré el dolor que me aqueja.

D. Félix.

Sí doy. (Ap. ¡Empeño cruel!)

D. Juan.

Pues enseñadme un papel

Que os dieron por esta reja.

D. Félix.

Sólo eso en el mundo hubiera,

Siendo quien somos los dos,

Que yo no hiciera por vos;

Y no haciéndolo, quisiera

Que el crédito de mi fe

Os debiese crêr de mí

Que soy vuestro amigo.

D. Juan.

Así

Lo creo; mas ¿no podré

(Viendo que habeis excusado,

Con pretexto de otro honor,

[p. 225]Ser tercero de mi amor,

Y que habiéndome llamado

Eugenia en el coche ahora,

Muy enojada me diga

Que ni la vea ni siga

Mas), no podré (¿quién lo ignora?)

Entrar en temor de que

Vuestra excusa y su crueldad

Nacen de otra novedad?

Y más viendo que llegué

A tiempo que daros ví

Por esa reja un papel,

Y que los secretos dél

Tanto recatais de mí,

Que turbado le escondais,

Habiendo yo el nombre oido

De Eugenia, y que ella ha sido

La que os dice que leais.

D. Félix.

(Ap.) ¡Válgame el cielo! ¿Qué haré?

Que el papel me llama á mí,

Y si me disculpo aquí,

A Don Pedro culparé.

D. Juan.

¿Qué me respondeis?

D. Félix.

Ya os tengo

Respondido con saber

Que soy, Don Juan, y he de ser

Amigo, y callar prevengo.

D. Juan.

Confieso que sois mi amigo,

Y que vuestro huésped soy;

Pero el empeño en que estoy,

Vos le sabeis: y así, os digo

Sólo que me aconsejeis

En este lance, por Dios.

¿Qué hicierais conmigo vos?

[p. 226]D. Félix.

Aunque contra mí teneis

Alguna razon, si yo

En el empeño me viera,

Que erais mi amigo creyera,

Y no os apurara.

D. Juan.

No

Es tan fácil de tomar

Como de dar un consejo,

Y así de admitirle dejo,

Volviéndôs á suplicar

Que me enseñeis el papel.

D. Félix.

Si otra causa no tuviera

Que la vuestra, yo lo hiciera.

D. Juan.

Pues ¿hay otra causa en él

Más que ser suyo y venir

A vuestra mano?

D. Félix.

Sí hay,

Pues la causa que le tray

Es la que no he de decir.

D. Juan.

¿No fiais de mí un secreto?

D. Félix.

Sí, mas no aqueste.

D. Juan.

Mirad

Que puede nuestra amistad

Dilatar en mí el efeto

De verle, mas no excusalle.

D. Félix.

Pues mirad cómo ha de ser,

Porque no le habeis de ver.

D. Juan.

Saliéndonos á la calle.

D. Félix.

Guiad donde quisiereis vos,

Que á guardarle estoy dispuesto. (Vanse.)


[p. 227]Calle.

ESCENA IX.

DON PEDRO, que se encuentra con DON FÉLIX, DON JUAN y HERNANDO, al salir de la casa.

D. Ped.

¡Don Juan, Don Félix! ¿qué es esto?

¿Dónde vais así los dos?

D. Félix.

Paseándonos vamos.

D. Ped.

No

Es la deshecha bastante

A desmentir el semblante;

Y habiendo llegado yo

A tiempo que ya empuñadas

De ambos las espadas ví,

No habeis de pasar de aquí.

D. Juan.

Prevenciones excusadas

Son las vuestras, vive el cielo.

Hernan.

No son, que mi amo y Don Juan

A reñir, Don Pedro, van.

D. Félix.

Calla, pícaro. (Vase Hernando.)

D. Ped.

¿Qué duelo

Hay, que entre amigos lo sea

Que no se pueda ajustar,

Félix, ántes de llegar

Al último trance? Vea

Yo que haceis esto por mí,

Y sepa la causa.

D. Félix.

Yo

No he de decirla, que no

Me está á mí bien.

D. Juan.

A mí sí,

[p. 228]Que no quiero que se diga

Que sobre la obligacion

De huésped, es sinrazon

La que á este trance me obliga.

Y pues que sois caballero,

Que nos dejaréis reñir,

La ocasion he de decir...

D. Félix.

No direis; porque primero

Yo...

D. Ped.

Tened.

D. Félix.

(Ap.)¡Oh quién pudiera

Su discurso suspender!

D. Juan.

Que quiero con vos hacer

Lo que con otro no hiciera.

Yo, Don Pedro, he fiado

De Don Félix que estoy enamorado

De una dama; y habiéndome valido

Dél, no sólo[3] ayudarme ha pretendido,

Pero contra su honor, contra su fama,

Sé que festeja aquesta misma dama.

Ved si es justa mi queja,

Pues dándole un papel por esta reja...

D. Ped.

(Ap.) ¡Qué es lo que escucho, cielos!

D. Juan.

Oí (que oyen mucho contra sí los celos)

Que dijo la tercera

Que el dueño suyo Doña Eugenia era.

Su nombre dije, poco habrá importado

El haberla nombrado,

Siendo quien sois.

D. Félix.

(Ap.)Con nuevas penas lucho.

D. Ped.

Esperad, que no importa, sino mucho,

Porque aquese desvelo

[p. 229]Me toca á mí con ambos, ¡vive el cielo!

Con vos, pues habeis sido

De Eugenia amante, que es la que he seguido;

Y con él, pues de vos á oir he llegado

Que está Don Félix de ella enamorado:

De suerte que en los dos vengar prevengo

La razon que teneis y la que tengo.

D. Juan.

Si vos os declarais de Eugenia bella

Amante, cuando yo muero por ella,

Ya con vos es mayor empeño el mio,

Pues ya son dos de quien mis penas fío,

Y dos los que me ofenden.

D. Félix.

Dos son tambien los que agraviar pretenden

Mi amistad, presumiendo

Que, siendo yo quien soy, á ambos ofendo,

Cuando en mi valor hallo

Que al uno por el otro su amor callo,

Y excusar el empeño solicito,

Pasando la fineza á ser delito.

D. Juan.

¿Fineza es, cuando impío...

D. Ped.

Cuando ingrato...

D. Juan.

Con falsa fe...

D. Ped.

Con fementido trato...

Los dos.

Ofendeis mi amistad?

D. Félix.

Oidme primero,

Pues á los dos satisfacer espero.

D. Juan.

Pláticas acortemos,

Y puesto que tenemos

Nuestro duelo empezado,

Venid conmigo.

D. Ped.

Habiendo yo llegado

A tiempo que he sabido

Que los dos me ofendeis, ¿cómo he podido

Dejar de ir con los dos?

[p. 230]D. Félix.

Y ¿cómo puedo

Yo dejar que los dos con tal denuedo

Presumais que traidor puedo haber sido?

Los tres.

De ambos está ofendido

Mi valor.

D. Félix.

Por mi honor volver espero.

D. Juan.

Calle la lengua pues, y hable el acero.

(Riñen los tres.)

ESCENA X.

DON ALONSO, DON TORIBIO.—DON FÉLIX, DON JUAN, DON PEDRO.

D. Torib.

(Dentro)

¡Pendencia hay á la puerta de mi casa!

(Salen Don Alonso y Don Toribio con espadas desnudas.)

D. Alon.

¿Cómo entre tres amigos eso pasa?

D. Juan.

Guárdeos Dios, que ya el duelo está acabado.

(Vase.)

D. Alon.

Esperad, porque habiendo yo llegado,

Ofendeis mi valor...

D. Ped.

Nada esto ha sido.

(Ap. Seguir quiero á Don Juan, pues ya se ha ido.)

(Vase.)

D. Torib.

Tenedlos, tio; que para ajustarlo,

Sobre mi ejecutoria han de jurarlo.

Aguardad; que ya vengo,

Miéntras voy á sacarla; que la tengo

Metida en las alforjas, como vino,

Porque no se me ajase en el camino.

D. Alon.

Merezca yo saber qué furia airada

Os ha obligado aquí á sacar la espada.

[p. 231]D. Félix.

Nació esta competencia

Sobre una diferencia

Que en el juego los tres hemos tenido;

Y habiendo vos venido

A tan buena ocasion, no fuera justo

Que entre amigos durara este disgusto.

Perdonadme, señor, y dad permiso

Que los siga.

D. Alon.

Será muy cuerdo aviso.

Id, Don Félix, con Dios, que sabe el cielo

Que siento no cumplir hoy con el duelo,

Habiéndome aquí hallado.

(Vase Don Félix.)

(Ap. Pero es tal mi cuidado,

Que no éntre Don Toribio en mi sospecha,

Que más con él me importa la deshecha.)

(Vanse.)


Cuarto de Eugenia en casa de Don Alonso.

ESCENA XI.

DON TORIBIO, muy preocupado, trayendo á DON ALONSO de la mano.

D. Alon.

¿De qué tan pensativo

Habeis quedado?

D. Torib.

Imaginando vivo,

Si nuestra solariega sangre acierta

En que riñendo, tio, á nuestra puerta,

Se vayan atufados

Sin ir los dos muy bien descalabrados,

[p. 232]Y áun los tres.

D. Alon.

¡Qué notable desvarío!

Pues ¿qué nos toca su disgusto?

D. Torib.

¡Ay, tio!

¡Si hablara yo!...

D. Alon.

¿De qué es el sentimiento?

D. Torib.

De mucho.

D. Alon.

Pues hablad.

D. Torib.

Estadme atento.

Cuando yo iba á buscar fílis

Y fuisteis vos á traerme,

Desengañado de que

Burla de mi prima fuese,

Siendo hablilla que las damas

Decir por donaire suelen;

Al volver á casa, oimos

Voces, diciendo impaciente

Clara que un hombre habia en ella.

D. Alon.

Es verdad, y yendo á verle,

No le hallamos, aunque toda

La anduvimos.

D. Torib.

Pues de aquese

Exámen que en ella hicimos

Todo mi dolor procede,

Todas mis penas se causan,

Y todos mis celos penden.

D. Alon.

¿Por qué?

D. Torib.

Fáltame el aliento,

La voz duda, el labio teme...

Porque como no dejamos

Nada por ver diligentes,

Detrás de la cama (¡ay triste!)

De Eugenia...

D. Alon.

(Ap.)¡Cielos, valedme!

[p. 233]D. Torib.

Ví...

D. Alon.

¿Qué? ¿Al hombre?

D. Torib.

¡Mas nonada!

¿Verle y no darle la muerte?

¿No bastó ver...

D. Alon.

Proseguid.

D. Torib.

Una clara seña, un fuerte

Indicio de que á deshora

En el cuarto salga y éntre?

D. Alon.

Ved, sobrino, qué decís:

No algun engaño os empeñe

A decir...

D. Torib.

¿Cómo que engaño,

Si lo ví más claramente

Que cinco y cinco son diez,

Y diez y diez serán veinte?

D. Alon.

Pues ¿qué visteis?

D. Torib.

Una escala

Que Eugenia escondida tiene.

D. Alon.

¿Escala escondida?

D. Torib.

Sí,

Y de hartos pasos, con fuertes

Cuerdas y hierros atada.

D. Alon.

¡Vive Dios, si verdad fuese,

Que habia!...

D. Torib.

¿Cómo verdad,

Si sólo porque la vieseis,

Os traigo aquí, cuando solo

Está el cuarto? Un punto breve

Esperáos: vereis cuán presto

Aquí la mirais patente. (Vase.)

D. Alon.

¡Ay de mí! No en vano, cielos,

Previne ausentar prudente

De la corte á Eugenia. Pero

[p. 234]Si ya Don Toribio tiene

Tan vivas sospechas, ¿cómo

Es posible que la llave?

Pues ya...

(Vuelve Don Toribio con un guardainfante.)

D. Torib.

Mirad si es verdad...

Con más de dos mil pendientes

De gradas, aros y cuerdas.

D. Alon.

¡Necio, loco, impertinente!

¿Esa es escala?

D. Torib.

Y escala

Que si se desdobla, debe

Poderse escalar con ella,

Segun las revueltas tiene,

La torre de Babilonia.

Esto es para quien lo entiende.

No la sé armar.

D. Alon.

¡Vive Dios,

Que no sé cómo consiente

Mi cólera no deciros

Mil pesares! porque ese

Es guardainfante, no escala.

D. Torib.

¿Guarda... qué?

D. Alon.

¡Qué impertinente!

Guardainfante.

D. Torib.

Peor es eso

Que esotro. ¿Qué infante tiene

Mi prima, que este le guarde?

D. Alon.

Hablar con vos es hacerme

Perder el juicio. No entienda

Aquesto nadie: volvedle

Donde estaba, y estimadme,

Bárbaro, y agradecedme

Que no os digo mil locuras. (Vase.)

[p. 235]D. Torib.

Escalado seas mil veces,

Guardainfante de mi prima,

Quienquiera que fuiste y fueses:

¡Bueno me han puesto por tí

De bárbaro impertinente!...

Y hasta saber el oficio

Que en cas de mis primas tienes,

No he de parar.

Voces.

(Dentro.)Pára, pára.

D. Alon.

(Dentro.) Pues que ya mis hijas vienen,

Poned luces en su cuarto.

ESCENA XII.

MARI-NUÑO.—DON TORIBIO.

Mari-Nu.

¡Ay de mí! que en él hay gente.

¿Quién es?

D. Torib.

Yo soy, que no es nadie.

Mari-Nu.

¿Qué haces aquí desta suerte,

Con aquese guardainfante?

D. Torib.

Aquí, si saberlo quieres,

Me estaba pensando cosas...

Mari-Nu.

Sitio habrá donde las pienses.

Suelta, y mira no te hallen

Aquí dentro cuando lleguen,

Que ya vienen.

D. Torib.

Mira tú

No me obligues á que vengue

El pasado mojicon.

Mari-Nu.

Mejor será, si lo adviertes,

No quieras que te dé otro.

[p. 236]D. Torib.

¿Qué va que no es mayor que este?

(Dala una puñada.)

¡Ay, que me han muerto! ¡Señores,

Acudid á socorrerme!

¡Ay, que me matan!

ESCENA XIII.

EUGENIA, CLARA, DON ALONSO, BRÍGIDA.—DON TORIBIO, MARI-NUÑO.

D. Alon.

¿Qué es esto?

Clara.

¡Qué voces!

Eugenia.

¿Qué ruido es este?

D. Torib.

Mari-Nuño, mi señora,

Estando en este retrete,

Porque la dije no más

Que buenas noches tuviese,

Puso las manos en mí.

Mari-Nu.

Mas me dijo...

(Ap. á Don Alonso, oyéndolo Don Toribio.)

Pues pretende

Que le favorezca yo,

Porque dice que no quiere

Señora de guardainfante,

Y trae por testigo este,

De quien está haciendo burla.

D. Torib.

¡Qué testimonio tan fuerte!

Mari-Nu.

(Ap.) A un traidor dos alevosos.

D. Alon.

(Ap. á Mari-Nuño.)

Advertid vos que no lleguen.

A entender nada las dos,

(Ap. á Don Toribio.)

Que de vuestras sencilleces,

[p. 237]O ignorancias ó locuras,

Estoy cansado de suerte...

Pero hablemos de otra cosa,

No sean delirios siempre.

(A las damas.)

¿Cómo en la fiesta os ha ido?

Eugenia.

Como á quien viene, señor,

De ver el triunfo mayor

Que nuestra España ha tenido

Desde que su monarquía

A ser la mayor llegó.

D. Alon.

Ya que no lo he visto yo,

De algun consuelo sería

Oirlo de las dos aquí.

Eugenia.

Yo, señor, te contaré

Lo que me acuerdo. (Ap. Veré

Si desvelar puedo así

La pena en que me ha tenido

La competencia cruel

Que vió Clara en su papel.)

Clara.

(Ap. á Mari-Nuño.)

¿Viste á Félix?

Mari-Nu.

Y advertido,

No dudo que venga.

Clara.

Pues

Véle á abrir.

Mari-Nu.

¿Cómo, si aquí

Todos están?

Clara.

Mira, así.

(A su padre. Como atento nos estés,

Lo que ella olvide, señor,

Yo acordárselo pretendo.)

(Ap. á Mari-Nuño.)

¿Entiéndesme?

[p. 238]Mari-Nu.

Ya te entiendo.

Eugenia.

Oirás la fiesta mayor

Que habrás oido en tu vida.

Clara.

Y vos oid tambien.

D. Torib.

¿Pues no?

Clara.

(Ap. á Mari-Nuño.)

Vé por él, miéntras que yo

Les doy con la entretenida.

(Vase Mari-Nuño.)

ESCENA XIV.

DON ALONSO, CLARA, EUGENIA, DON TORIBIO, BRÍGIDA.

Eugenia.

Llegó el dia que trocando

La divina Marïana

En felices posesiones

Perezosas esperanzas,

De Madrid amanecieron,

Para su dichosa entrada,

En felices aparatos

Cubiertas calles y plazas.

Todas las vimos, porque

Transcendiendo por las vallas

Fingidas de jaspe y bronce,

Llegamos adonde estaba

En el Prado un arco excelso

Que á las nubes se levanta.

Clara.

Aquí en el nacional traje

Madrid de su antigua usanza,

Esperó á su nueva Reina,

Vestida de blanco y nácar;

[p. 239]Y para significar

De sus afectos las ánsias

Con que liberal quisiera

Poner el mundo á sus plantas,

Ya que no la puso el mundo,

Puso, por lo ménos, tantas

Significaciones dél,

Que en este arco y los que faltan

Representó de sus cuatro

Partes las coronas várias

Que en él amante la ofrece

Quien la mereció monarca;

Y así esta parte fué Europa,

Como principal estancia,

Donde sus imperios tienen

Las demas por tributarias.

Eugenia.

Querer pintar que en él vimos

En casi vivas estatuas

A Castilla y á Leon,

Por los reinos; Alemania

Por la cuna, y por la fe

De la religion á Italia,

Sin otras muchas señales,

Imposible es ya, pues basta

Que en este arco y los demas

Apelemos á la estampa,

Cuando lo expliquen sus letras

Latinas y castellanas.

Clara.

Solo por mayor diremos

Que á las cuatro dilatadas

Partes del mundo, en quien tuvo

Dominio el planeta de Austria,

Correspondieron los cuatro

Elementos, siendo en claras

[p. 240]Significaciones, doctos

Reversos de sus fachadas:

Y así á Europa se dió el aire,

Por ser en quien más templadas

Sus influencias se gozan

Dulces, süaves y blandas.

Eugenia.

Y como del aire es

El águila remontada

Emperatriz, cuyo nido

Favorable aspira el aura,

El águila coronó

Este elemento, adornada

De jeroglíficos que

Todos del aire se sacan.

Clara.

A esta puerta pues, la Villa

(La ceremonia acabada

Del besamano) empezó

(Haciendo al compas la salva,

No sólo de los clarines,

Las trompetas y las cajas,

Sino de la voz del pueblo,

Que es la más sonora salva)

A caminar con el palio,

Con tanto aplauso, con tanta

Majestad, que no se vió

En términos de vasalla

Nadie con más causa humilde,

Ni soberbia con más causa.

Eugenia.

De aquí pues á la carrera

De San Jerónimo pasa,

Donde no ménos vistoso

La recibió el triunfo de Austria.

Clara.

De sesenta y dos coronas

Que en la India rinden á España

[p. 241]Feudo, los bultos de algunas

Significaron las ánsias

De servir su buena Reina

Con dones y empresas cuantas

Mide este imperio al Oriente,

Donde su poder alcanza.

Eugenia.

Y como Asia es la mayor

Parte del mundo, que abraza

Gánges, Nilo, Eufrates, Tígris,

Señora de tierras tantas,

Fué su elemento la tierra,

En quien se vió coronada

La melena del leon,

Como su mayor monarca.

Clara.

Llegó pues el Sol, del Sol

A la Puerta, en cuya estancia

África en el triunfal arco,

A vista suya se planta.

Y así, todas sus pinturas

Fueron las fuerzas y plazas

Que España en África goza,

Desde que dos reinas santas,

Política una en Madrid,

Victoriosa otra en Granada,

Arrancaron las raíces

Desta venenosa planta.

A África correspondiendo

El fuego, ó por su abrasada

Libia, ó porque ha de ser hoy

La Puerta del Sol su estancia,

El sol, planeta de fuego,

Entre pirámides altas

Se vió colocado, bien

Como exaltado en su casa.

[p. 242]Eugenia.

Siguióse la Platería,

De tal manera adornada,

Que sólo un arte tan noble

Así pudiera ilustrarla;

Pues casi desde este arco

Se corrieron dos barandas

De bichas y de columnas,

Que empezándose desde altas

Pirámides, prosiguieron,

Hasta que en otras rematan,

Poblando sus corredores,

Por una y por otra banda,

Aparadores cubiertos

De diamantes, oro y plata.

Clara.

La América en otro arco

A Santa María estaba,

En cuyo templo el fiel culto

El Te Deum laudamus canta

Fueron divinas empresas

Cuantas dió el agua á sus aras,

Siendo perennes milagros

Manzanares y Jarama.

Eugenia.

En la Plaza de Palacio

Animados en dos basas,

Que de Himeneo y Mercurio

Sostenian las estatuas,

Dos triunfales carros ví,

De cuya fábrica rara

Fué la significacion,

Si es que me atrevo á explicarla,

Que Mercurio, de los dioses

Embajador, su jornada

A la vista de Palacio

Feneció; y así, acabada

[p. 243]La fatiga del camino,

A Himeneo se la encarga,

Porque uno su culto empiece

Donde otro su culto acaba.

Clara.

Con este acompañamiento,

Al compas de voces várias,

Que del esposo y la esposa

Decian las alabanzas...

Eugenia.

En un bruto que parece

Que sabía que llevaba

Todo un cielo sobre sí,

Segun la noble arrogancia

Con que obedecia soberbio

Al impulso que le manda,

Llegó nuestra invicta Reina

A las puertas de su alcázar.

D. Alon.

Tal la relacion ha sido,

Que aunque el no verlo da enojos,

El deseo de los ojos

Se suple con el oído.

D. Torib.

No á mí, que aquese deseo

Nunca tuve.

D. Alon.

¿Por qué no?

D. Torib.

Como esas bodas ví yo.

D. Alon.

¿Dónde?

D. Torib.

En Cángas de Tineo,

Cuando los concejos todos

Se juntan para llevar

Las novias á otro lugar,

Entonando varios modos

De bailes y de cantares,

Que es una fiesta bien rara.

Si de alguno me acordara,

Se os quitaran mis pesares.

[p. 244]D. Alon.

Dejad locuras, por Dios.—

Brígida, á alumbrarme ven,

Que ya recogerme es bien.

(Vanse Don Alonso y Brígida.)

ESCENA XV.

CLARA, EUGENIA, DON TORIBIO.

Clara.

¿Por qué no os recogeis vos?

D. Torib.

Porque para recogerme,

Falta salir de un cuidado.

Clara.

¿Qué cuidado?

D. Torib.

No he cenado;

Y tras esto, otro ha de hacerme

Perder el juicio.

Clara.

¿Qué es?

D. Torib.

Vos dijisteis que habia en mí

Más en que vengaros.

Clara.

Sí.

D. Torib.

Decidme la causa pues.

Clara.

(Ap. á él.) La causa es que á Eugenia, á quien

(Ap. Dél asegurarme quiero

Para la ocasion que espero.)

Vos decís que quereis bien,

A otro favoreció.

D. Torib.

¡Ay cielos!

Clara.

Si averiguarlo quereis,

Bien fácilmente podeis...

D. Torib.

Si esto oyeran mis abuelos,

¿Qué dijeran?

Clara.

Pues estando

Un rato en ese balcon,

[p. 245]Oireis la conversacion

Que tiene en la calle, hablando

Con un hombre por la reja

De su cuarto.

D. Torib.

¿Cómo qué?

En el balcon me estaré,

Si acaso el dolor me deja,

Sin chistar, de penas lleno.

(Disimuladamente abre un balcon, métese en él y cierra.)

Clara.

(Ap. Ya éste no me estorbará,

Pues cerrado se estará

Toda la noche al sereno.)

Eugenia. (Ap. Bueno será

Engañarla.)

ESCENA XVI.

CLARA, EUGENIA.

Eugenia.

¿Qué me quieres?

Clara.

Avisarte cuánto eres

Infeliz.

Eugenia.

¿En qué?

Clara.

En que está

Mi padre tan sospechoso

(Pues no sé qué, que ha pasado,

Mari-Nuño le ha contado

Acerca de que celoso

Uno y otro amante tuyo

Hoy á esta puerta riñeron),

Que sus sospechas le hicieron

Desvelar, segun arguyo,

Que no se acuesta. Por Dios,

Que si tienes que temer,

[p. 246]Me lo digas, para hacer

Como hermana.

Eugenia.

Si á los dos

En el coche y en la reja

Viste que los despedí,

Y que no ha quedado en mí

Ni áun el ruido de la queja,

¿Qué más de mi parte puedo

Haber hecho, ni saber

Puedo ahora qué he de hacer?

Clara.

Yo sí.

Eugenia.

¿Qué es?

Clara.

Perder el miedo,

Puesto que inocente estás,

Y cerrada en mi aposento,

Desvelar tu pensamiento;

Que yo, desvelando más

Tu inocencia, allá entraré,

Diciendo que estás dormida,

Y mostrándome ofendida

A su enojo, le diré

Muy bien dicho que no tiene

Razon, si en sospechar da

De quien tan segura está.

Eugenia.

Mi vida, hermana, previene

Tu amistad; y porque más

De mí asegurarse quiera,

Ciérrame tú por defuera. (Entrase.)

Clara.

¿Eso habia de hacer? (Cierra.) Ya estás

Conmigo en campaña, Amor.

Aquesta es la vez primera

Que te ví el rostro: no quiera

Vencer tan presto el rigor

De tus iras.—¡Mari-Nuño!

[p. 247]ESCENA XVII.

MARI-NUÑO; despues, DON FÉLIX.—CLARA; DON TORIBIO, encerrado en un balcon.

Clara.

¿Dónde está aquel caballero?

Mari-Nu.

En mi aposento, señora,

Rato há que oculto le tengo,

Miéntras que la relacion

A todos tenía suspensos.

Clara.

Esto por Eugenia hago.

Mari-Nu.

Por eso yo te obedezco.

Clara.

Díle que salga á esta cuadra.

Mari-Nu.

Voy. (Vase, y sale Don Félix.)

D. Félix.

Aunque rendido vengo

A serviros, es mayor

Mi pena que el rendimiento.

Clara.

¿De qué?

D. Félix.

De ver que mi aviso

Ni vuestra cordura han hecho

El efecto que esperamos,

Sino tan contrario efecto,

Que los dos conmigo hoy

A vuestra puerta riñeron;

Y saliendo vuestro padre

Y vuestro primo á este tiempo,

Queriendo acudir á todo,

A nada acudí, supuesto

Que ni á uno ni otro alcanzar

Pude; y estoy con recelo

De que se hayan encontrado,

Puesto que ninguno ha vuelto,

[p. 248]Siendo ambos huéspedes mios.

Y aunque por ellos lo siento,

Lo siento por vos con más

Ventajas, pues si os confieso

Una verdad, me debeis

Vos mayor fineza que ellos.

Clara.

¿Yo mayor fineza?

D. Félix.

Sí.

Clara.

¿Cómo?

D. Félix.

Perdonad, os ruego,

Porque no puedo decirlo,

Aunque ya dicho lo tengo.

Clara.

¡Dicho lo teneis, y no

Podeis decirlo! No entiendo

Tan nuevo enigma.

D. Félix.

Yo sí.

Clara.

Declaráos más.

D. Félix.

No puedo,

Que si el sentimiento es

Por ser mis amigos, cierto

Será, por ser mis amigos,

El callar mi sentimiento. (Ruido dentro.)

ESCENA XVIII.

DON JUAN, y despues MARI-NUÑO.—Dichos.

D. Juan.

(Dentro.) ¡Válgame el cielo!

D. Félix.

¿Qué voces

Son las que estamos oyendo?

Clara.

En el jardin fué. (Sale Mari-Nuño.)

Mari-Nu.

¡Señora!

Clara.

¿Qué hay Mari-Nuño? ¿Qué es eso?

[p. 249]Mari-Nu.

Por las tapias del jardin

Se ha arrojado un hombre dentro,

A cuyo ruido, tu padre

Baja ya de su aposento.

Clara.

¡Triste de mí! ¿Qué he de hacer,

Si os ven aquí?

D. Félix.

Buen remedio:

Yo por aqueste balcon

Saldré á la calle primero

Que me vea.

Clara.

No le abrais.

D. Félix.

¿No es mejor?

(Abre un balcon, y halla á Don Toribio.)

D. Torib.

Esténse quedos,

No hagan ruido, que ya el hombre

A la reja llega, y quiero

Oir lo que habla.

D. Félix.

Hombre, ¿quién eres?

D. Torib.

¿Quién os mete á vos en eso?

¿Métome yo en quién sois vos?

Agradecedme que tengo

Que hacer aquí, que si no,

A fe que habia de saberlo.

(Enciérrase en el balcon.)

D. Félix.

¿Quién vió tan extraño lance?

Mari-Nu.

Ya en el jardin se oye estruendo.

Clara.

Apartémonos de aquí.

(Abren la puerta por donde se retiró Eugenia, y vanse por ella Clara y Mari-Nuño; Don Félix se esconde, como Don Toribio, en otro balcon.)

[p. 250]ESCENA XIX.

DON PEDRO.—DON FÉLIX y DON TORIBIO, ocultos.

D. Ped.

Viendo mis rabiosos celos

Que abriendo la puerta entró

Mi enemigo hasta aquí dentro

Sin poderlo yo estorbar,

Que llegar no pude á tiempo,

Por las tapias del jardin

A entrar me atreví resuelto

A vengar... Pero ¡qué miro!

Que es su padre, vive el cielo,

Y brioso, con otro hombre

Riñendo sale á este puesto.

ESCENA XX.

Sale DON ALONSO riñendo con DON JUAN.—DON PEDRO; DON FÉLIX, oculto; DON TORIBIO, en el balcon.

D. Alon.

Al esfuerzo de mi brazo,

De mis iras al aliento.

Pues me han hecho dos agravios

Tu voz y tu atrevimiento,

Los dos vengaré... ¡Ay de mí!

Que van mis penas creciendo,

Pues cuando pensé de uno,

Dos de quien vengarme tengo.

[p. 251]D. Félix.

(Saliendo del balcon donde estaba escondido.)

Tened la espada, Don Juan.

Don Alonso, detenéos.

D. Juan.

Mira si traidor amigo

Eres, pues aquí te encuentro.

D. Félix.

Oid, sabreis que enemigo

No soy, ni suyo, ni vuestro.

D. Alon.

¡Dentro de mi casa dos

Enemigos!

D. Félix.

Detenéos.

D. Ped.

(Ap. Aunque estorbar aquí deba

De Don Alonso el empeño,

Primero venganza pide

Lo rabioso de mis celos.)

Si por aquese balcon

(A Don Félix, que se ha quedado delante del balcon donde está Don Toribio.)

Te pasó el atrevimiento

De aquesa ingrata á mis ojos,

En tí he de vengar primero

Los celos con que te busco.

Baja abajo, ó vive el cielo

Que esta pistola...

D. Torib.

(Saliendo del balcon.) ¿Pistola?

Hombre del diablo, está quedo,

Que no es eso lo que yo

Te dije. Pero ¡qué veo!

¿Qué es esto, tio?

D. Alon.

A mi lado

Os poned.

D. Ped.

(Ap.)Pues que le abrieron

La ventana, llegaré

A matarle; que no temo,

Ya que estoy muerto á su dicha,

[p. 252]Quedar á sus manos muerto.

D. Juan.

Traidor, tras tí... Mas ¿qué miro?

¿Por la ventana resuelto

Así os entrais?

D. Ped.

¿Qué os admira?

Si tanto ruido me ha puesto

En obligacion de entrar

A saber lo que es.

D. Alon.

Suspenso

En repetidos agravios,

No sé á cuál he de ir primero.

D. Félix.

Tenéos, señor Don Alonso,

Que trances de honor, el cuerdo

Los venga con su prudencia

Antes que con el acero:

Y si me escuchais, no dudo

Quedeis honrado y contento.

D. Alon.

Uno entró por mi jardin,

Otro por mi reja; pero

Vos que aquí dentro os hallais,

¿Por dónde entrasteis primero?

Que haciéndome el mismo agravio,

Me venís á dar consejo.

D. Torib.

Entraria por la escala,

Que escala habia para ello.

D. Félix.

Yo soy tan interesado

En este lance, que pienso

Que vine á serviros más

A todos, que no á ofenderos,

Pues fué á excusarle; mas ya

Que conseguirlo no puedo

De una manera, de otra

Lo intentaré: estadme atentos.

Doña Eugenia me ha tenido

[p. 253]En aqueste cuarto, á efecto

De estorbar entre los dos...

ESCENA XXI.

EUGENIA, CLARA.—Dichos.

Eugenia.

(Dentro.) ¿Qué escucho? Dejar no puedo

De salir, al oir mi nombre.

Clara.

(Dentro.) Tente, no salgas.

(Salen Clara y Eugenia.)

Eugenia.

Sí quiero,

Que ya me importa saber

Qué es aqueste fingimiento.

¡Yo te he tenido (¿qué dices,

Hombre?) en mi cuarto! (A Don Félix.)

D. Félix.

Tenéos,

Que yo Doña Eugenia he dicho,

No vos. (Señala á Clara.)

D. Alon.

¿Cómo, cómo es eso?

¿Luego tú eras la que un hombre

Escondido tenías dentro?

Eugenia.

¿Luego tú con nombre mio,

Clara, la traicion has hecho?

D. Torib.

¿Luego tú por eso á mí

Me tenías al sereno,

Hecho avestruz del amor?

Los tres.

¿Qué es esto, ingrata? ¿Qué es esto?

Clara.

Esto es que por estorbar

De Eugenia yo los empeños,

No pude estorbar el mio;—

Y pues que sois caballero, (A Don Félix.)

No en el riesgo me dejeis,

[p. 254]Cuando á otra sacais del riesgo.

D. Félix.

¿Qué es dejaros? Con mil vidas

Habeis de ver que os defiendo;

Pues no amando la que es dama

De mis amigos, bien puedo.

D. Juan.

Pues supuesto que ya quedan

Desvanecidos mis celos,

Yo os ayudaré.

D. Ped.

Yo y todo.

D. Alon.

¿Hay tan grande atrevimiento?

D. Torib.

¡Quién tuviera aquí un lanzon

De tres que en mi casa tengo!

D. Alon.

A mis ojos y en mi casa,

Nadie á mis hijas (¡ay cielos!)

Defenderá que no sea

Su esposo.

D. Félix.

Si basta eso,

Yo lo soy suyo.

Clara.

Y yo suya.

D. Alon.

¿Quién creyera que en el hierro

Mayor, fuera quien cayera

La mesurada más presto?

D. Torib.

¿Quién no lo creyera? pues

Siempre en el mundo lo vemos,

Que las aguas mansas son

De las que hay que fiar ménos,

Y tienen mayor peligro

Porque sin duda por eso,

Guárdate del agua mansa

Dijo un antiguo proverbio.

Eugenia.

Pues yo, señor, á tus plantas

Humildemente te ruego

Me des estado á tu gusto;

Que yo con mi primo quiero

[p. 255]Irme á la montaña, donde

Te asegure por lo ménos

De que nunca delincuentes

Fueron mis esparcimientos.

D. Torib.

¿A la montaña? Eso no,

Porque allá llevar no quiero

Ni fílis ni guardainfantes:

Y así, con mi alforja al cuello,

Donde está mi ejecutoria,

Habeis de ver que me vuelvo

Sin casar.

D. Alon.

Ni yo tampoco;

Que no tengo de dar dueño

Tan bruto á una hija mia

A quien más atencion debo,

Sino darla á quien su madre

La habia dado en casamiento,

Y esperando mi licencia,

Se quedó hasta ahora suspenso.

D. Juan.

A vuestras plantas humilde

Os digo que soy el mesmo,

Pues soy Don Juan de Mendoza.

D. Alon.

Con esto es del mal el ménos.

D. Ped.

Pues quedo sin esperanza

De mi amor, lograrla intento

En pedir que perdoneis

De nuestras faltas los yerros.

D. Torib.

Porque con la moraleja

Del Agua mansa y su ejemplo,

Dando principio á serviros,

Fin á la comedia demos.


[p. 257]

ZARZUELAS.



[p. 259]

EL LAUREL DE APOLO.


[p. 260]

PERSONAS.


Apolo, de cazador.

Cupido, de pastor.

Silvio, pastor galan.

Céfalo, pastor galan.

Lauro, pastor.

Anteo, pastor.

Dafne, ninfa.

Libia, ninfa.

Flora, labradora.

Bata, villana.

Rústico, villano gracioso.

Seis ninfas marinas, músicas.

Música.

Coro de amor.

Coro de olvido.

Villanos.

Zagales.

Zagalas.

La accion pasa en Tesalia.


[p. 261]

JORNADA PRIMERA.


Campo y bosques á la orilla del Peneo.

ESCENA PRIMERA.

Villanos, DAFNE, CÉFALO, SILVIO.

Villanos.

(Dentro.) Huid, pastores, huid,

Que anda en el monte la fiera.

Dafne.

(Dentro.) ¿No hay quien me socorra?

¿No hay quien me defienda?

Céfalo.

(Dentro.) Sí, miéntras yo viva.

Silvio.

(Dentro.) Sí, mientras yo muera.

(Salen Silvio y Céfalo, pastores galanes, trayendo entre los dos desmayada á Dafne, vestida en traje de ninfa bizarra.)

Dafne.

¡Ay de mí, infelice!

Céfalo.

Ya nada hay que temas:

Cóbrate y anima.

Silvio.

Descansa y alienta.

Dafne.

¿Cómo podré, si he llegado

A ver que me han socorrido,

Silvio, á quien he aborrecido,

Y Céfalo, á quien he amado?

Y no habiendo uno estimado

[p. 262]Mi amor, y otro sí, mi fiero

Desden dudó cuál primero

Lugar en mi riesgo adquiere,

Quien logra lo que me quiere,

O paga lo que le quiero.

Y así, habré de suspender

Las gracias, hasta apurar

Qué accion es más singular,

Obligar ó agradecer:

Y pues hoy no habeis de ver,

Vos favor, ni desden vos,

Confórmeos el ciego dios;

Que aunque me hallo agradecida,

Es poca alhaja una vida

Para partida con dos.

Céfalo.

Yo, hermosa Dafne, nací

Más al estudio inclinado

Que al amor; y habiendo hallado

En ese siempre turquí

Libro azul, en que aprendí

Del docto maestro del dia

Judiciaria astrología,

Que habia de venir á ser

La beldad de una mujer

Su destruicion y la mia,

Negué una y otra deidad

De Amor y Vénus, y sólo

En las cátedras de Apolo

Mantuve mi libertad.

Dígalo tu voluntad,

Pues el dia que llegué

A verme dichoso, en fe

No de mi merecimiento,

Sino en fe del cumplimiento

[p. 263]De mi opuesto hado, dejé

La patria con tan vil traza,

Como el huir mi desdicha

Desde luégo de una dicha,

De miedo de una amenaza.

Viendo, pues, cuánto embaraza

La ausencia al amor, volví

Creyendo que ya habria en tí

Hecho su efecto veloz:

A donde siendo tu voz

La primer cosa que oí,

A socorrerte llegué.

Y aunque hasta aquí hablé grosero,

Desde aquí perder no quiero

El mérito que gané;

Que si agradecido fué

Mi afecto, y amante ha sido

El de Silvio, yo he vencido;

Pues si puede el más constante

Ser noble sin ser amante,

No sin ser agradecido.

Silvio.

Yo más ciencias no aprendí

Que el arte de amar: si fué

El mejor libro, no sé;

Pero presumo que sí;

Que si lo fué para tí

Del sol el claro arrebol,

El sol de Dafne crisol

Fué de mi fe: ella dirá

Si de ciencia á ciencia va

Lo que va de sol á sol.

Si tú ántes de sucedido,

Hallaste que habia de ser

Tu peligro una mujer,

[p. 264]Yo hallé que ya lo habia sido;

Y si, buscando un olvido,

Tú te ausentaste, yo fiel

Acudo á un rigor cruel:

¿Quién, pues, morirá mejor?

¿Tú por huir de un temor,

O yo por volver á él?

Haber á tiempo llegado

Que la hayamos socorrido

Los dos, es haber querido

Ponerse una vez el hado

De parte del desdichado,

En quien con el desden crece

El amor; que el que se ofrece

Amado á cualquier fatiga,

Satisface; mas no obliga:

Cumple; pero no merece.

Y aunque para la cuestion

Basta la razon que he dado;

Habiendo Dafne tomado

Plazo á la satisfaccion,

No quiero tener razon,

Sino darme por vencido;

Y así, que suspenda pido

A quien las gracias previene;

Que, áun en tenerla, no tiene

Razon un aborrecido.

Y para atajar la duda,

La he de preguntar (dejando

Al tiempo, que él sabe cuando

Con el desengaño acuda),

¿Qué ocasion helada y muda,

Despues que las voces dió,

En la falda la dejó

[p. 265]Del monte donde la hallamos?

Céfalo.

Dices bien.—Dafne, sepamos

Qué fué tu peligro.

Dafne.

Yo

Os lo diré, agradecida

A la dilacion, pues basta

Que reconozca la deuda,

Miéntras no sé á quién pagarla.

Ya sabeis... (Pero es forzoso

Que de noticias me valga,

Que nunca por muchas sobran,

Y tal vez por una faltan)

Que este enmarañado monte,

Que en Tesalia, nuestra patria,

Es verde coluna, en quien

Del cielo el eje descansa,

Albergue fué de Fiton,

Aquel mágico, que en várias

Diabólicas ciencias diestro,

Quitó á los dioses la sacra

Adoracion de sus doctos

Simulacros, pues que en claras

Voces habló en esqueletos

Mejor que ellos en estatuas.

Oráculo pues de todas

Las gentes destas montañas,

Ya no eran Apolo y Vénus

Sus auxiliares, con tanta

Desestimacion, que habiendo

En esas dos cumbres altas

Dos templos suyos, apénas

Vimos por edades largas

En sus piadosos umbrales

Ni áun huella de humana planta,

[p. 266]Porque á la lóbrega gruta

De Fiton era á quien daban

La fe y el voto, teniendo

Sus respuestas por más sábias.

Viendo pues las dos deidades

Ya sus antorchas sin llama,

Sus altares sin ofrenda,

Y sin víctimas sus aras,

Ofendidas dispusieron,

En religiosa venganza,

Que Peneo, padre mio,

En cuyas ondas de plata

Me abortó marina ninfa,

Embrion de fuego y agua,

Rompiese el márgen, talando

Con obedecida saña

Las bárbaras poblaciones

De todas estas comarcas:

En cuya undosa avenida

Todos del monte se amparan,

Haciendo de sus peñascos,

De sus troncos y sus ramas

Contra pólvora de nieve

Rebellines de esmeralda.

Los sacerdotes de Apolo,

Y de Vénus las sagradas

Sacerdotisas, en vez

De dar abrigo á sus ánsias

Les intimaron sentencia

De muerte: con que cerradas

Las puertas de entrambos templos,

Reconocieron ser causa

De su estrago la ojeriza

De los dioses; y trocada

[p. 267]La estimacion de Fiton

En ira, en cólera y rabia,

En su mal vivo cadáver

Ensangrentaron las armas.

(¿Qué deja al enojo el que

Por el desenojo mata?)

Templó el homicidio el ceño,

Reducida la amenaza

De la inundacion al coto

De las márgenes que hoy guarda;

Pero apénas el peligro

Cesó, cuando en vez de gracias,

Dieron á los cielos quejas,

Lamentando más la falta

Del mago Fiton, que no

La culpa que fué la causa:

Con que enojados segunda

Vez los dioses, la pasada

Ruina trocaron en otra,

Para cuya cruel, extraña

Ira os prevengo, ya que

Si hasta aquí supisteis, haya

Novedad desde aquí, oyendo

Lo que en vuestra ausencia pasa.

El monte que zozobrado

Bajel fué, y de la resaca

A los embates quedó

Mal enjuto de las claras

Luces del sol, y no bien

Oreado de las auras,

En corrompidos vapores

De ovas, légamos y lamas,

Se pobló de inmundos monstruos

Desde la cumbre á la falda,

[p. 268]Entre cuyas venenosas

Especies, la más tirana,

Más horrorosa, más fiera,

Más terrible y más infausta,

Fué una escamada serpiente,

Que abrigándose en la estancia

De la cueva de Fiton,

Motivó á las siempre vagas

Supersticiones del vulgo,

Ser de su cadáver alma.

Esa pues ni ave, ni fiera,

Ni pez, siendo así que en agua,

En tierra y aire, pez, fiera

Y ave, corre, vuela y nada;

Sirviéndose para todo,

En el aire de las alas,

En la tierra de los piés,

Y en el mar de las escamas;

Con su anhélito el ambiente

Infesta, siempre que brama;

Y siempre que pace ó bebe,

Con su espuma, ondas y plantas:

Tanto, que apénas hay flor,

Que no sea avenenada

Cicuta, siendo ya en todo

El orbe ponzoña amarga,

Para el abuso de hechizos,

De ilusiones y fantasmas,

La ménos tocada yerba

De los montes de Tesalia.

No en esto solo el estrago

De tanto escándalo pára,

Sino en que, bandido monstruo

De todas estas campañas,

[p. 269]Los errados peregrinos

Y moradores asalta

Hasta que unos y otros sean

De sus presas y sus garras

Sangriento despojo: á cuyo

Terror, viendo cuánto engaña

Peligro que no escarmienta,

Volvió á sus primeras ánsias

El vulgo, reconociendo

Que no hay medios que le valgan,

Que no sean acudir

Con dones, feudos y párias

A los enojados dioses;

Pues cuanto más los agravia

Nuestro error, tanto más nuestro

Rendimiento los aplaca.

Y así, en divididas tropas

De mil festivas escuadras,

Que con varios instrumentos

Himnos á ambos dioses cantan;

Al templo de Apolo hoy suben,

Los hombres por una banda,

Y las mujeres por otra

Al templo de Vénus, para

Que ofrendas y sacrificios

Mejoren sus esperanzas.

Yo, que, al ruido, dejé el coro

De ninfas, y acompañada

De unos rústicos villanos,

Seguir quise las estampas

Del femenil escuadron,

Sentí moverse unas matas;

Y presumiendo que fuera

Alguna pequeña caza

[p. 270]Que llevar al sacrificio,

Seguirla quise y matarla.

Pero apénas la torcida

Senda dejé, y de la aljaba

Al arco puse la flecha,

Cuando entre las verdes jaras

De un ribazo, á quien servian

De entretejida muralla

Sobre dos desnudas peñas

Cuatro mal vestidas zarzas,

El monstruo ví, á cuyo horrible

Asombro volvió la espalda

La amedrentada cuadrilla,

Y yo absortamente helada,

«¿No hay quién me socorra?» juzgo

Que dije, y di desmayada

En tierra, donde no supe

De mí (¡ay infelice!), hasta

Que en los brazos de los dos

Perdí el susto y cobré el habla.

Y pues se deja inferir

Que mañosamente incauta

La fiera, estaba en acecho,

Y al ver tanta gente y armas,

A ocultarse al monte iria,

Con el instinto que alcanza,

Quizá heredado de quien

La dió el nombre, pues la llaman

Todos el monstruo Fiton;

Y pues con su fuga pasa

De un susto en otro la duda

De á quién le debo las gracias;

Por no agraviar á ninguno

(Puesto que mujer que paga

[p. 271]A dos, á ninguno obliga,

Y ántes á entrambos agravia),

Quiero á segunda experiencia

Dejar la duda fiada:

Y así, el que desde hoy (oid)

Por mí una fineza haga,

Será quien de mi socorro

Merezca el triunfo y la palma.

La fineza ha de ser que

Tú, Céfalo, que con tanta

Vanidad no amar blasonas,

Finjas amar; tú, que amas,

Silvio, finjas que aborreces:

De manera que trocadas

Las inclinaciones, vea

Yo en tí rendimientos y ánsias,

En tí olvidos y desdenes;

Que el que con mayor ventaja

Disimulare su afecto,

Y el no afecto suyo traiga

Más desmentido á mis ojos,

Será el que vencido haya

En la cuestion. Y porque

(Dentro grita de villanos.)

Ya de entrambos templos bajan

Las tropas haciendo á un tiempo

Con festivas consonancias

De instrumentos y de voces

Unas á otras la salva,

Cautelad vuestras pasiones;

Que yo librando la paga

Del socorro de mi vida

A una experiencia tan rara,

He de ver quién hace más

[p. 272]En servicio de una dama:

Quien lo que ama disimula,

O finge lo que no ama.

Silvio.

Advierte que no es igual

El partido; que me encargas,

Dafne, á mí lo más difícil.

Céfalo.

¿Qué lo más difícil llamas?

Silvio.

Disimular un afecto,

Que mudo volcan del alma,

Siempre está ardiendo, y no es

Posible que modo haya

Con que la llama se oculte,

Para que sin humos arda.

Céfalo.

¿Cuánto es más dificultoso

Querer que donde no hay llama,

Haya, ni áun humo, pues no

Respira él donde ella falta?

Silvio.

Caer en defectos es fuerza

El que disimula que ama,

Pues lleva dentro de sí

Quien lo contrario le manda.

Céfalo.

¿Cuánto es más forzoso que

En ellos quien finge caiga,

Pues no lleva quien le acuerde

El precepto que le encargan?

Silvio.

Sí, mas ¿cómo dormirá

Afecto que no descansa,

Teniendo siempre al oído

Despertador que le llama?

Céfalo.

¿Y cómo despertará

A las horas señaladas

El que sin despertador

Goza el sueño en quietud blanda?

Silvio.

¿Podrá representar bien

[p. 273]Uno un papel, cuando anda

Ofuscada la memoria

Con los versos de otra farsa?

Céfalo.

Podrá atenerse al apunto,

Que desde dentro le habla,

Que es lo que no podrá hacer

El que áun apunto le falta.

Silvio.

Fingir es accion que no

Hace uno en hacerla nada,

Pues hace por obediencia

Lo que otros hacen por gala.

Céfalo.

Ménos el que disimula

Hace, pues es cosa clara

Que mandarle que no diga

Es mandarle que no haga.

Silvio.

¿Y no hace harto en padecer

El que padeciendo calla?

Céfalo.

No, que el que calla no tiene

La obligacion del que habla,

Pues le obliga á que sea bueno,

Y á esotro el callar le basta.

Silvio.

Quien finge...

Céfalo.

Quien disimula...

Silvio.

No siente.

Céfalo.

No espera.

Dafne.

Basta; (Ruido dentro.)

Que el tiempo lo dirá... y más

Cuando vuestra porfía atajan

Las tropas, que ya del monte

Al valle vuelven, mezcladas

Unas con otras, bailando

Al compas de lo que cantan.

Silvio.

Pues aunque tema ser yo

Quien á lo más se adelanta,

[p. 274]Desde aquí desengañado

Mi amor, en tu vida, ingrata,

Verás en mí sino olvidos,

Desdenes, ceños, mudanzas.

Dafne.

Aun no sentidos, disuenan

Los desaires.

Céfalo.

Porque nada

Quede á deberte, divina

Dafne, rendido á tus plantas,

En tu vida en mí verás

Sino amor, finezas y ánsias.

Dafne.

Aun fingidos suenan bien

Rendimientos. (Ap. ¡Ay del alma

Que se da á tan vil partido,

Como vivir engañada

De afecto que agravia huyendo,

Y afecto que amando agravia!)

ESCENA II.

Salen por un lado FLORA, BATA y otras zagalas; y por otro salen LAURO, RÚSTICO y otros zagales, todos con instrumentos, cantando y bailando.—DAFNE, CÉFALO, SILVIO.

Coro 1.º

(de zagalas.) ¡Viva la gala...

Coro 2.º

(de zagales.)¡Viva la gala....

Coro 1.º

De la madre del Amor...

Coro 2.º

Del hijo del alba...

Coro 1.º

De la diosa de la hermosura,

El donaire y la gracia!

Coro 2.º

Del que es dios en valles y montes,

De flores y plantas!

[p. 275]Todos.

¡Viva la gala, viva la gala

De la madre del Amor,

Del hijo del alba!

Zag.ª 1.ª

¡Viva la gala de aquella

Clara vespertina estrella,

Que en seguir del sol la huella

La primera se señala!

Todos.

¡Viva la gala!

Zagal 1.º

¡Viva la gala de aquel

Siempre amante, siempre fiel

Astro, que en saliendo él

Todos los demas iguala!

Todos.

¡Viva la gala!

Bata.

Tambien mi copra ha de ir.

Rústico.

Y la mia.

Unos.

Vaya.

Otros.

Vaya.

Bata.

¡Viva la gala dichosa

De la que en el cielo es diosa,

Y por acá es otra cosa,

No sé si buena ó si mala!

Todos.

¡Viva la gala!

Rústico.

¡Viva la gala, y la accion

Del padre de Faraon,

Que ha de matar al figon,

Que á sí solo se regala!

Todos.

¡Viva la gala, viva la gala

De la madre del Amor,

Del hijo del alba!

Dafne.

Decidme, galan pastor...

Rústico.

Fuera, que conmigo habra.

Dafne.

Decidme, zagala bella...

Bata.

Y conmigo.

Dafne.

¿Qué es la causa

[p. 276]De que tan alegres todos

Volvais á vuestras cabañas,

Despues de los sacrificios

Que habeis hecho?

Bata y Rústico.

Oye, y sabrásla.

Bata.

La diosa Véras...

Rústico.

El dios

Pollo...

Bata.

Calla, tonto.

Rústico.

Calla,

Sabida.

Bata.

Yo he de decirla.

Rústico.

Eso no: yo he de contarla.

Bata.

A mí me la pescudó,

Pues dijo «bella zagala.»

Rústico.

Y á mí, pues dijo «galan

Pastor.»

Lauro.

Quita, loco.

Flora.

Aparta,

Necia.

Rústico.

¿Es más galan pastor

Usted que yo?

Bata.

¿Es más bizarra

Zagala usted que yo?

Flora y Lauro.

Oye,

Dafne, y sabrás lo que pasa.

Lauro.

Mas si va á decirlo Flora,

La primacía he de darla;

Que la urbanidad más ruda

Se precia de cortesana

Con la belleza.

Flora.

Aunque no

[p. 277]Lo es la mia, he de aceptarla.

Al templo de Vénus, Dafne

Bella, deidad soberana

De las ninfas del Peneo,

Llegamos, donde postradas

Todas, hicimos rendida

Adoracion á sus plantas.

Las ofrendas que llevamos

Pusimos sobre sus aras,

Y en devota aclamacion,

Mezclamos en voces altas

Endechas que el temor llora,

Con himnos que el amor canta.

La diosa (que hasta las diosas

Con las dádivas se ablandan)

En voz de su estatua dijo

Que el sacrificio aceptaba,

Y que el Amor, descendiendo

De su soberano alcázar,

Con las plumas de sus flechas

En las plumas de sus alas,

Sería quien presto nos diese

De aquesta fiera venganza.

Lauro.

Lo mismo Apolo nos dijo,

Y que usando de las armas

Con que Délfos, cazador

Le vió un tiempo en sus montañas,

A Tesalia disfrazado

Vendria: en cuya esperanza

Volvemos cantando todos

En hacimiento de gracias...

Ella y Todos.

¡Viva la gala

De la madre del Amor

[p. 278]Del hijo del alba!

Dafne.

Pues yo, hasta llegar tambien

A la orilla que de nácar

Guarnece el sacro Peneo,

Con tales nuevas, ufana

Con todos iré.

Silvio.

Y tras tí

Quien adora las estampas

De tu pié.

Dafne.

¿Tan presto yerras,

Silvio, el papel que estudiabas?

Silvio.

Olvidóseme que habia

De olvidar; mas ya, tirana,

Mas ya, aleve, mas ya, fiera,

Equivocando las ánsias

Que padezco verdaderas,

Con las que desmiento falsas,

Iré huyendo de tu vista. (Vase.)

Dafne.

Céfalo, ¿cómo no tratas

Seguirme cuando me ausento?

Céfalo.

¡Ah, sí! no se me acordaba

De que estoy enamorado.

Ya voy siguiendo tus claras

Luces.

Dafne.

¡Qué mal se domeñan

Inclinaciones contrarias!

Flora.

Hasta llegar á la orilla

Vaya de música.

Todos.

Vaya.

(Cantan.)

¡Viva la gala, viva la gala

De la madre del Amor,

Del hijo del alba;

De la diosa de la hermosura,

El donaire y la gracia;

[p. 279]Del que es dios en valles y montes,

De flores y plantas!

¡Viva la gala

De la madre del Amor,

Del hijo del alba!

(Vanse cantando y bailando, y quedan Bata y Rústico.)

ESCENA III.

RÚSTICO, BATA.

Rústico.

¿No es bueno que hasta el bailar

Por valles y montes cansa?

Bata.

Rústico, ¿cómo te quedas?

Rústico.

Cansado me quedo, Bata,

A tomar aliento, aunque

Si viera que te quedabas

Tú, me fuera por no verte.

Bata.

Mal el pergeño me pagas

Con que pienso que te quiero,

Si es que el magin no me engaña.

Rústico.

Pues engáñete el magin,

Si es posible; que yo hasta

Que encuentre á quien me merezca,

No he de amar.

Bata.

Pues, alimaña,

¿Quién que te merezca quieres

Sino una desesperada

Como yo?

Rústico.

Pues ¿habrá más

De estarme, como me estaba,

Morgollo de amor?

Bata.

Pues él

[p. 280]Venir tiene á las montañas,

Yo me quejaré á él de tí.

Rústico.

¿Cómo, díme, mentecata,

Le has de conocer, si Amor

Para venir se disfraza?

Bata.

Los dioses, áun disfrazados,

Dan de quién son señas craras,

Que no habran como mosotros.

Rústico.

Pues ¿de qué manera habran?

Bata.

Con tan dulce melodía,

Tan süave consonancia,

Que siempre suena su voz

Como música en el alma:

Y así, en oyéndole que hace

Gorgoritas de garganta,

Cátale Dios.

Rústico.

El sabello

Es bien, porque todos hagan

Esa distincion. Mas díme,

¿Todo lo que dicen cantan?

Bata.

Cuando habran entre sí,

¿Qué sé yo lo que les pasa?

Fuera de que ¿quién les quita

Que tal vez?...

ESCENA IV.

Villanos.—Dichos.

Villanos.

(Dentro.)A la montaña,

Pastores.

Otros.

(Dentro.)Al bosque.

Otros.

(Dentro.)Al rio.

[p. 281]Otros.

(Dentro.) Al monte.

Otros.

(Dentro.)Por aquí ataja.

Bata.

Pero ¿qué es esto?

Villanos.

(Dentro.)Pastores,

Huid del valle, porque baja

A él la fiera.

Bata.

¡Ay de mí triste!

Rústico.

De mí alegre, si te agarra

Primero que á mí.

Bata.

No hará,

Que asida yo á tus espaldas,

Primero ha de dar contigo.

(Al huir él, se ase ella de sus espaldas sin verla: él huye, y ella tras él.)

Rústico.

¡Ay señores! ya me agarra,

Ya me trincha, ya me muerde,

Ya me engulle, ya me masca.

Bata.

¿Qué tiembras, que áun no es la fiera,

Mentecato, quien te traga?

Rústico.

Pues ¿quién me tiene?

Bata.

Yo soy.

Rústico.

Aun peor está que estaba;

Que fiera por fiera, no

La quedas á deber nada.

Mas yo huiré por esos trigos.

Bata.

Y yo por esas cebadas.

(Desásese de ella, y al entrarse cada uno por su lado, sale por el de Bata Cupido vestido de pastor, y Apolo de cazador por el otro, cantando todo lo que representan.)

[p. 282]ESCENA V.

CUPIDO, APOLO.—RÚSTICO, BATA.

Apolo.

Díme, bárbaro pastor...

Cupido.

Díme, rústica villana...

Apolo.

Si fueron las voces tuyas...

Cupido.

Si fueron tuyas las ánsias...

Apolo.

¿En cuál destas duras quiebras...

Cupido.

¿En cuál destas peñas altas...

Apolo.

Es donde el monstruo se oculta?

Cupido.

Es donde la fiera anda?

Rústico.

Aunque usted me lo pescude

Con armonía tan branda...

Bata.

Aunque saberlo pretenda

Usted con dulzura tanta...

Rústico.

Que me da á entender que es Pollo,

Que viene en su busca á caza...

Bata.

Que piense que es Escopido,

Que ya ha venido á matarla...

Rústico.

No estó para echar el huelgo.

Bata.

No estó para echar el habra.

Rústico.

Si ella quedó de venir...

Bata.

Serpiente es de su palabra.

Rústico.

Por ahí esperarla puede. (Vase.)

Bata.

Por ahí puede aguardarla. (Vase.)

ESCENA VI.

APOLO y CUPIDO, sin verse.

Cupido.

Ya podeis pedir albricias,

Altos montes de Tesalia...

[p. 283]Apolo.

Ya, incultas selvas, podeis

Alentar con esperanzas...

Cupido.

Pues disfrazado pastor,

Amor á vosotros baja.

Apolo.

Pues en vosotros, fingido

Cazador, Apolo anda.

Cupido.

A aquella parte parece

Que se han movido las ramas.

Apolo.

Ruido entre aquellos peñascos

Han hecho troncos y plantas.

Cupido.

¿Si será el monstruo el que esconden?

Apolo.

¿Si es el Fiton el que guardan?

Cupido.

Mas ¡qué miro!

Apolo.

Mas ¡qué veo!

Cupido.

¿Qué te admira?

Apolo.

¿Qué te espanta?

Cupido.

Verte de cazador. ¿Dónde

Están de Admeto las vacas?

Apolo.

Mirarte á tí de pastor

En monte de fieras tantas.

Cupido.

¿Por qué, si matar al fiero

Fiton mi madre me manda?

Apolo.

Porque no sé que se hiciesen

Para los montes tus armas.

(Canta.) No desdores, Cupido,

Tu arco y tus flechas;

Que es desaire de hermosas

Que maten fieras.

Cupido.

(Canta.) Antes quiero que vean,

Sagrado Apolo,

Que del Amor las armas

Lo rinden todo.

Apolo.

Teme á los despenados,

No diga alguno

[p. 284]Que tus flechas se emplean

Bien en los brutos.

Cupido.

Cuando el bruto no sienta

De qué mal muere,

Sentirá por lo ménos

Sentir que siente.

Apolo.

Tu peligro recela;

Que no es trofeo

Tan gran monstruo de un niño

Desnudo y ciego.

Cupido.

Aunque el Amor es ciego,

Desnudo y niño,

¿Cuándo le ha retirado

Ningun peligro?

Apolo.

Yo he venido á esta empresa

Y ha de ser mia.

Cupido.

¿Quién habrá, sin ser loco,

Que á Amor compita?

Apolo.

Quien á tí adelantando

Su valor, sepa

De sus rayos adonde

Corre la fiera;

Y ántes que tú llegues,

La habré postrado.

Cupido.

Si tus rayos enferman,

Matan mis rayos:

Y así, aunque tú la encuentres,

Dirá mi esfuerzo...

[p. 285]ESCENA VII.

Villanos, y luego, LIBIA.—APOLO, CUPIDO.

Villanos.

(Dentro.) ¡Ay qué terror! ¡Qué asombro!

Libia.

(Dentro.) ¡Valedme cielos!

Apolo.

Mas ¿qué voces son estas?

Cupido.

No sé, que solo

Sé que el escucharlas

Me tiene absorto. (Sale Libia huyendo.)

Libia.

Gallardos cazadores,

Que segun inferir

Deja al hombro el carcaj

Y en la mano el marfil,

Sin duda á nuestros montes

De vecino confín

Venís buscando caza,

Sin ver donde venís:

Mujer infeliz soy;

Pues estais dos, partid

Con deudas de mujer

Lástimas de infeliz,

Y dadme amparo. Libia,

De Vénus (¡ay de mí!)

Sacerdotisa soy:

Viendo al templo subir

Las zagalas del valle,

Con unas de quien fuí

Deuda ó amiga, quise

El camino partir;

Y habiéndolas dejado

En el bello jardin

[p. 286]Que hace la falda al monte;

Bien como astuto vil

Aspid, que disfrazado

Se disimula, ví

Que al paso me salia

Fiton, de quien á oir

Habreis llegado que es

Terror deste país.

Pero ¿qué me detengo?

(¡Ay triste!) en referir

Su furia y mi peligro,

Si en mi alcance tras mí...

Mas al verle no puedo,

No puedo proseguir;

Que es mordaza al hablar

El lazo del sentir.

Apolo.

No temas, Libia bella,

Que delante de tí,

De tu vida seré

Defensa yo.

Libia.

Al oir

Lo dulce de tu voz,

Me das á presumir

Que eres deidad que el cielo

Da en mi amparo.

Cupido.

¡Ay de mí!

(Cáesele el arco y flecha.)

Que al verte de tan cerca,

Arco y flecha perdí.

Apolo.

¿Por qué, Amor, en su amparo

No intentas preferir?

Cupido.

Por no vencerle á él,

Sin que él te venza á tí. (Vase retirando.)

Apolo.

(Siguiéndole.) No es eso, sino que

[p. 287]Amor en cualquier lid,

Si entra al principio osado,

Sale cobarde al fin.

Y para que conozcas

Mi esfuerzo, este sutil

Arpon, rayo sin llama,

Pájaro sin matiz,

Cometa de los aires,

Verás volar y herir,

Siendo el Fiton mi triunfo. (Vase.)

ESCENA VIII.

LIBIA.

Libia.

¡Qué valiente á salir

Al paso va á la fiera!

Y ¡qué fiera (¡ay de mí!)

Ella le mira! entrambos

Vibrando á un mismo fin,

Ella sus aceradas

Navajas de marfil,

Y él de su arco la cuerda.

¡Qué tiro tan feliz!

Que falseando á la escama

Las conchas que bruñir

Pudo, al temple del sol,

Del aire el esmeril,

Al corazon penetra,

A cuyo tiro ví,

Revoloteando el ala,

De la inhiesta cerviz

El crinado copete

[p. 288]Desmelenar la crin.

Por boca y por heridas

Ya verter, ya escupir

De venenosa nieve,

De infestado carmin

Dos fuentes ven las flores;

Y tanto, que al teñir

Su tez, lo que topacio

Nació, muere rubí.

Túmulo es de esmeralda

El risco, al sacudir

La cola; pues le hace

Sus bóvedas abrir,

En cuyo seno ya

Rendido, convertir

Se oye el fiero bramar

En tímido gemir.

Y pues amedrentados

Huyen todos de aquí,

Venid vosotras, ninfas

Del Peneo, venid,

Cuantas de sus cristales

El líquido viril

En bóvedas de nácar,

Plata y coral vivís:

Venid pues á mis voces.

ESCENA IX.

Salen seis NINFAS vestidas de escamas y tocadas de corales y perlas, y DAFNE, y por otra parte RÚSTICO.—LIBIA.

Todas.

(Cantan.) ¿Qué nos quieres, nos dí,

Que á todas á tu acento

[p. 289]Obligas á salir

Del cristalino albergue

Que habitamos?

Rústico.

Y á mí

De entre aquesas dos peñas,

Adonde me escondí,

Porque áun no dejó el miedo

Ánimo para huir.

Libia.

Que las rendidas gracias

Deis al que reducir

Pudo nuestro temor

Al más glorioso fin.

Allí Fiton herido

Yace, y triunfante aquí

Quien pudo darle muerte.

ESCENA X.

APOLO.—Dichos.

Ninfas.

(Cantando.) ¿Quién eres, oh gentil

Jóven, que tanto triunfo

Llegaste á conseguir?

Apolo.

(Cantando.) Apolo soy, oh ninfas,

Que del azul zafir

A cumpliros bajé

La palabra que os di:

Y aunque quiso el Amor

Conmigo competir,

El triunfo ha sido mio.

Rústico.

Yo lo quise decir,

Cuando el Amor dijeron

Que habia de venir;

[p. 290]Porque ¿qué habia de hacer

Un niño, sino huir

Del coco?

ESCENA XI.

CUPIDO, al paño.—Dichos.

Libia.

¿Qué esperais?

Llegad todas, rendid

Las vidas á sus plantas.

Cupido.

(Ap.) ¡Que esto pase por mí!

Todas.

Todas á ellas estamos.

Dafne.

Y yo la más feliz.

Pues por hija me toca

De Peneo aplaudir

Tan gran victoria, quiero

Matizar y pulir

De jazmin y de rosa

Una guirnalda, á fin

De coronar tus sienes;

Y pues deste pensil

Se vienen á la mano

Desde el lirio al jazmin,

Las flores ciento á ciento,

Las rosas mil á mil... (Hace una guirnalda.)

Admite (¡oh sacro Apolo!)

En honra desta lid,

Hoy por todas de Dafne

El don... Mas ¡ay de mí!

(Al ir á ponerle á Apolo la guirnalda, se le cae, quedando con las manos sobre la cabeza de Apolo.)

Que al ponerle en tu frente,

[p. 291]Deslumbrada al ofir

De tus rayos, en tierra

Se cayó.

Apolo.

Eso es decir

Que si jazmin y rosa

Mi frente han de ceñir,

Vienen á estar de más,

Con el florido Abril

De tus labios y manos,

La rosa y el jazmin.

Dafne.

No es, ¡ay triste!

Apolo.

Pues ¿qué es?

Dafne.

No sé más de que al ir

A coronar tus sienes

Con mi guirnalda, ví

Que otra de verdes hojas

Flechaba contra mí

Ardientes rayos, cuyo

Pavor me hace afligir

Tanto, que sin fatigas

Del cincel y el buril,

Parece que animado

Tronco, el hado de mí

Va labrando una estatua.

Libia.

No, bella Dafne, así

Des al agüero el dia;

Y en tanto que subir

Pueda al templo la fiera

A adornar su piel vil

Del dintel de su puerta

El grabado perfil,

Hasta él, acompañando

A su deidad, venid,

Cantándole la gala.

[p. 292]Rústico.

Yo, pues que no perdí

En el pasado susto

Mi frauta y tamboril,

Y de lance me hallo

Ninfo barbado aquí,

Por el camino haré

El són; y áun he de ir

Haciendo de repente

Las copras del festin,

Dando la vaya á Amor,

Y el triunfo á Apolo.

Ninfa 1.ª

Dí,

Que todas á tu modo,

Por más solaz, seguir

Queremos tus frialdades.

Rústico.

Pues todas prevenid

Las conchas y los ramos

De coral, que soprir

Puedan los estrumentos.

(Toman todas ramos colorados y unas tarjetas á modo de conchas, con que hacen el son.)

Ninfa 2.ª

Ya están.

Rústico.

¿Empiezo?

Todos.

Sí.

Dafne.

(Ap.) Fuerza es con todas ¡cielos!

Mis penas desmentir.

Apolo.

(Ap.) Mira en mi aplauso, Amor,

Qué caso hacen de tí.

Cupido.

(Ap.) Pues que de celos muero,

Nunca más Amor fuí;

Pero de mi venganza

Presto llegará el fin. (Vase.)

[p. 293]ESCENA XII.

Dichos, menos CUPIDO.

Rústico.

(Canta.) Ninfas que el rio y el prado

Vuestro igual albergue es,

Siendo en semanas del hado

Sábados del Amor, pues

No sois carne ni pescado,

Sabed que Apolo y Amor

Jugaban este verano,

Y Apolo como es dotor,

Salió á la primera mano

Triunfando de matador.

Amor, al verse arrastrado,

Un triunfo sirvió de pié,

Y dejó el juego, picado,

Sin hacer baza, porqué

No hace baza Amor baldado.

Con que de Apolo el clamor

Dijo, viendo su osadía,

Tiritando de temor:

Titirití, que de Apolo es el dia,

Titirití, que no del Amor. (Bailan.)

Todos.

Titirití, que de Apolo es el dia,

Titirití, que no del Amor.

Rústico.

Titirití, que el rapaz ceguezuelo...

Todos.

Titirití.

Rústico.

Corrido ha quedado...

Todos.

Titirití.

Rústico.

Pues de miedo ha dejado...

Todos.

Titirití.

[p. 294]Rústico.

Caer el arco en el suelo...

Todos.

Titirití.

Rústico.

Porque el sol mató al vuelo...

Todos.

Titirití.

Rústico.

Al monstruo traidor...

Todos.

Titirití.

Rústico.

Con un pasador,

Cuando con una modorra podia.

Todos.

Titirití, que de Apolo es el dia,

Titirití, que no del Amor.


[p. 295]

JORNADA SEGUNDA.


ESCENA PRIMERA.

CUPIDO; RÚSTICO, y coro de música, dentro.

Rústico.

(Dentro.) Vuelva el festivo rumor

De la métrica armonía,

Repitiendo con primor:

Titirití, que de Apolo es el dia,

Titirití, que no del Amor.

Coro.

(Dentro.) Titirití, etc.

Cupido.

¡Que estos baldones, cielos,

Me obliguen á sentir

Miedos de un bruto, cuando

Me debiera lucir

El no ser brutos triunfos para mí!

Mas ya, cobrado el arco

Y flecha que perdí,

Verá el celeste coro

Que al que venció vencí.

Flecha de oro su pecho

Para amar, ha de herir,

Cuando el de Dafne, á quien

Tejer las flores ví,

Flecha de plomo hiera;

Porque los dos así

[p. 296]Lleguen, aborreciendo

Y amando, á discurrir

Que no son brutos triunfos para mí.

Y porque contra todos

Será en vano esparcir

Flechas, el aire tengo,

Pues dios del aire fuí,

De infestar.—¡Ah del Eco!

ESCENA II.

La ninfa ECO.—CUPIDO.

Eco.

¿Qué quieres?

Cupido.

Fiar de tí

A mi honor la venganza.

Eco.

¿De qué suerte?

Cupido.

Oye.

Eco.

Dí.

Cupido.

En todos tus espacios

Voz no has de repetir

Que no sea Amor. Amor

Tu coro ha de decir;

Que yo haré que ninguno

Sus ecos llegue á oir,

Que no muera al encanto

De amar y de sentir.

Eco.

Sí haré; que tu venganza

Tambien me toca á mí,

Pues muriendo de amor,

Es lustre mio decir

Que no son brutos triunfos para tí.

(Dentro grita de pastores.)

[p. 297]Cupido.

Pues á esparcir entre esas

Voces, que contra mí

Prosiguen el aplauso

De mi opuesto adalid,

Las tuyas, entre tanto

Que yo voy á fundir

Arpones que publiquen

Que es mi poder feliz,

Contra las fieras no,

Contra los dioses sí.

Eco.

Bien harás, que el que sepan

Tambien me importa á mí...

Los dos.

Que no son brutos triunfos para tí.

(Vase Cupido.)

Eco.

Y así en tanto á ese efecto

Mi coro interrumpir

Verás de su alborozo

El placer. (Vase.)

ESCENA III.

APOLO, DAFNE, FLORA, LIBIA, RÚSTICO, villanos, ninfas; despues, ECO y coro.

Dafne.

(Dentro.)Proseguid,

Y hasta perder su esplendor

De vista en la noche fria,

No cese alegre el rumor.

(Vuelven otra vez á salir todos bailando, como entraron.)

Todos.

Titirití, que de Apolo es el dia,

Titirití, que no del...

(Pasa por entre ellos Eco cantando, y todos se suspenden.)

Eco.

¡Amor, amor, amor!

[p. 298]Libia.

Nunca el eco ha respondido

Tan dulcemente veloz.

Dafne.

Dices bien, pues es su voz

Boreal iman del sentido.

Apolo.

¿Qué es lo que os ha suspendido,

Que á todos turbar se ve?

Flora.

No sé más de que quedé

Yo absorta.

Lauro.

Yo tan sin mí

Que no sé lo que sentí.

Rústico.

Yo sí, pues que no lo sé.

Vill. 1.º

¡Qué ánsia!

Vill. 2.º

¡Qué pena!

Vill. 3.º

¡Qué horror!

Vill. 4.º

¡Qué pasmo!

Vill. 5.º

¡Qué desconsuelo!

Vill. 6.º

¡Qué sentimiento!

Todos.

¿Quién, cielo,

El aire inficiona?

Coro 1.º,

que es el de Amor. (Dentro.)

Amor.

(Vase cada uno por su parte.)

Apolo.

Oid, esperad.

Dafne.

Es error;

Que si el amor ofendido

Contagio del aire ha sido,

Advierte que á tu poder

Mayor monstruo que vencer

Le queda que el que ha vencido. (Vase.)

Apolo.

Pues no le temais, que lleno

El aire de otra armonía,

Pues es la música mia,

Vencerá el encanto ajeno.—

Íris bella.

[p. 299]ESCENA IV.

ÍRIS.—APOLO.

Íris.

¿Qué me quieres?

Apolo.

Que pues tormentas reduces,

Y á la merced de mis luces

Deidad de las nubes eres,

Remontando á ellas las aves,

De cuya música he sido

Maestro, solamente olvido

Digan tus coros süaves;

Para que de mí vencido

Amor, temple su furor,

Dando á venenos de amor

Contravenenos de olvido.

Íris.

Tú verás que el primer medio

De lograr su desengaño,

Será prevenir el daño,

Porque cuiden del remedio. (Vase Apolo.)

ESCENA V.

ÍRIS, Coro de amor y Coro de olvido, dentro.

Íris.

(Canta.) ¡Hola, aho, ah del valle, pastores!

Huid, porque anda otra fiera en el monte

Y fiera más fiera en saña y rigor,

O el eco lo diga en sus ecos.

Coro 1.º

(Dentro.)Amor.

Íris.

Amor enojado,

[p. 300]Amor ofendido, Amor desdeñado,

¿Qué fiera mayor?

O el eco lo diga en sus ecos.

Coro 1.º

(Dentro.)Amor.

Íris.

Y así, pues amor los ecos esparcen,

Aquí repitan olvido las aves;

Porque competido

De Amor el agravio y de Apolo el favor,

Publiquen en lides de olvido y amor,

Los ecos...

Coro 1.º

(Dentro.)Amor.

Íris.

Las aves...

Coro 2.º

(Dentro.)Olvido.

Todos.

Porque competido

De Amor el agravio y de Apolo el favor

Publiquen en lides de olvido y amor,

Los ecos amor y las aves olvido. (Vase Íris.)

ESCENA VI.

Salen como oyendo la música SILVIO por la parte del olvido, y CÉFALO por la del amor.—Coro de amor y Coro de olvido, dentro.

Céfalo.

¿Los ecos amor?

Silvio.

¿Las aves olvido?

Céfalo.

Despues que haciendo porfía,

Por no dejarme vencer

De Silvio, di en aprender

Cómo á Dafne fingiria

Que la amaba, noche y dia

Siento en el alma un ardor

Tal, que hecho tema el dolor,

[p. 301]Me parece que he traido

Tras mí una voz que al oido

Siempre está diciendo...

Coro de Eco.

(Dentro.)Amor.

Silvio.

Desde que por merecer

Con Dafne, di en estudiar

Cómo se ha de desvelar

Lo que se ha de padecer,

Tal aprension di en hacer,

Que, dueño de mi sentido,

No sé qué ilusion ha sido

La que me sigue veloz,

Que parece que una voz

Siempre está diciendo...

Coro de Íris.

(Dentro.)Olvido.

Céfalo.

Qué fuera, que (como aquel

Que domestica una fiera,

Cuando ya la considera

Rendida, obediente y fiel,

Juega con ella, y cruel

Vuelve á su primer furor)

Familiarmente traidor,

Viendo que con él jugaba,

Vuelva contra mí su brava

Natural violencia...

Coro de Eco.

(Dentro.)Amor.

Silvio.

¿Qué fuera, que como quien

Teme un veneno violento,

Suele hacer dél alimento,

Porque cuando se le den,

El mal se convierta en bien,

[p. 302]Hubiera mi afecto sido?

Pues de un olvido he temido

Morir; y buscando el medio,

Se ha venido á hacer remedio

Del olvido el mismo...

Coro de Íris.

(Dentro.)Olvido.

Céfalo.

Tal vez oí que por ensayo,

Polvorista artificial

Fingió un trueno de metal

Y encendió contra sí el rayo.

Mucho en mi mortal desmayo

Recelo que mi valor

Muera á manos de mi error,

Pues cuando á ensayarme llego

De amor al fuego, su fuego

Revienta contra mí...

Coro de Eco.

(Dentro.)Amor.

Silvio.

A un hombre, que adoleció

De un mal que no conocia,

Aleve enemigo un dia

Con la herida que le dió

El mal le manifestó,

Y quedó convalecido:

Yo así, del olvido herido,

Le tuve por homicida,

Hasta ver que me dió vida,

Por darme muerte el...

Coro de Íris.

(Dentro.)Olvido.

Céfalo.

¿Qué nuevo afecto traidor

Triunfa de mi libertad?

Silvio.

¿Qué auxiliar nueva deidad

[p. 303]Se declara en mi favor?

Coro de Eco.

(Dentro.) Amor.

Coro de Íris.

(Dentro.)Olvido.

Silvio.

¿Olvido?

Coro de Eco.

(Dentro.) Amor.

Céfalo.

¿Amor?

Los dos.

Pero es error...

Céfalo.

Haber delirios temido...

Silvio.

Haber favores creido...

Los dos.

Por más que en vago rumor...

Los dos y los
    coros.

 

Publiquen en lides de Apolo y Amor.

Coro de Eco.

(Dentro.) Los ecos amor.

Céfalo.

Los ecos amor.

Coro de Eco.

(Dentro.)Las aves olvido.

Silvio.

Las aves olvido.

ESCENA VII.

DAFNE.—CÉFALO, SILVIO.

Dafne.

¡Los ecos amor, las aves olvido!

Por salir de una ilusion,

Viéndôs, pastores, aquí,

Vengo á saber... (Ap. ¡Ay de mí!

Que Céfalo y Silvio son.)

Silvio.

Pues ¿de qué es la suspension?

Céfalo.

Prosigue: ¿qué causa fué

[p. 304]La que te trajo?

Dafne.

No sé,

Que aunque saberla quisiera,

No que de ninguno fuera

De los dos.

Los dos.

¿Por qué?

Dafne.

Porque

Temo que á vuestra porfía

Volvais; y habiéndome hallado

Bien con no haber declarado

A quién la vida debia;

No la experiencia querria

De la pasada cuestion,

Que acuerde la obligacion.

Silvio.

Por mí, poco que temer

Tienes; que yo sabré hacer

Desprecio la pretension.

Que ya, sin que sienta cuerdo

El mirarme aborrecido,

Solo me acuerdo en mi olvido,

Que de que olvido me acuerdo.

Nada ya en perderte pierdo,

Y así, no temas, oh bella

Dafne, que hable en mi querella.

Dafne.

¿Qué más, para mi pesar,

En ella quieres hablar,

Que hablando, no hablar en ella?

Que si el que ha de fingir eres

Traer tus penas escondidas,

Fingiendo lo que me olvidas,

Me acuerdas lo que me quieres.

Silvio.

Bien hasta aquí, ingrata, infieres;

Pero viendo desde aquí

Que vivo tan sobre mí

[p. 305]Que áun fingido no me quejo,

Y con Céfalo te dejo

Por ir huyendo de tí,

Verás que mi olvido halló

Causas que tú no previenes;

Pues falso con los desdenes

Pude no estarlo, mas no

Con los celos; y pues yo

Me ausento sin los recelos,

Los sustos ni los desvelos

De ver al competidor,

¿Cómo llevará tu amor

El que se deja sus celos? (Vase.)

Dafne.

Oye, espera.

ESCENA VIII.

DAFNE, CÉFALO.

Céfalo.

No cruel

Tu voz le detenga, no;

Que eso es querer que halle yo

Los celos que dejó él.

Dafne.

Tú, ¿por qué?

Céfalo.

Porque yo fiel

Amante tuyo, rendido

A tus plantas, el perdido

Tiempo que no te amé, lloro:

Y pues tu hermosura adoro,

A pesar de aquel temido

Hado, no tras ese fiero

Desden vayas ofendida;

Que si él finge que te olvida,

[p. 306]Yo no finjo que te quiero.

Dafne.

La misma razon infiero

Que en él, en tí, y no sé á quién

El premio mis ánsias den;

Pues amor y olvido igual,

Aunque él no lo fingió mal,

Tambien tú lo finges bien:

Y pues conocer se deja

Cuánto fué mi exámen necio,

Ni desto he de hacer aprecio,

Ni de aquello he de hacer queja,

Y así, de entrambos se aleja

Corrido mi desengaño.

Céfalo.

¿De qué?

Dafne.

De que es igual daño,

Pesando males y bienes,

Oir por engaño desdenes

Que favores por engaño. (Yéndose.)

Céfalo.

No, si á este campo venías

Con la duda que no sé,

Te vuelvas con ella, en fe

De no oir las ánsias mias:

Y pues de mí no la fías,

A que otro la diga espero

Dar lugar; que el dia primero

Que sabes que sé querer,

No quiero más que saber

Que sé que sabes que quiero. (Vase.)

[p. 307]ESCENA IX.

DAFNE, y despues los dos coros, dentro.

Dafne.

En segunda confusion

De la que traje, me veo;

Que aunque de uno y otro creo

Ser su variada pasion

Efectos de la cuestion,

Con todo eso, habiendo habido

Mudanza en mí, la he creido

En ellos. ¿Quién, vil temor,

A Céfalo mudó?

Coro 1.º

(Dentro.)Amor.

Dafne.

¿Quién á Silvio trocó?

Coro 2.º

(Dentro.)Olvido.

Dafne.

Olvido y amor oí:

Ya son en la pena mia

Dos las dudas que traia,

Porque si sólo hasta aquí

Pudo introducir en mí

Una voz helado ardor,

Ya es abrasado temor

El que otra ha introducido,

Oyendo que ha competido

El agravio y el favor.

Los dos coros.

(Dentro.)

Publiquen en lides de Apolo y Amor,

Los ecos amor, las aves olvido.

Dafne.

En los palacios de Atlante,

Dicen que una fuente habia,

Que al que más libre bebia,

[p. 308]Le dejaba más amante,

Y que otra, poco distante,

Al que amante la gustaba,

Libre en su olvido dejaba:

Sin duda, de ambos cristales

Las cláusulas desiguales

Estas son: pues yo, que amaba

A Céfalo, cuando atiendo

A esta hechizada armonía;

Yo, que á Silvio aborrecia,

Cuando estoy estotra oyendo,

No sé ni de cuál me ofendo,

Ni de cuál me obligo, no.

¿Habrá, ya que amor causó

Un efecto, quien aquí

Diga el que otro causó?

ESCENA X.

APOLO.—DAFNE.

Apolo.

(Dentro.)Sí.

Dafne.

¿Quién á eso se atreve? (Sale Apolo.)

Apolo.

Yo.

Yo, que habiéndome tú dicho

Que habia otro más rebelde

Monstruo que vencer, no quise

Dejar el duelo pendiente.

Y así, al veneno de amor

Busqué el antídoto fuerte

Del olvido, porque sólo

El olvido al amor vence.

[p. 309]ESCENA XI.

Pasa por lo alto CUPIDO, tirando flechas.—APOLO, DAFNE.

Cupido.

(Ap.) Ahora lo verás, y pues

Esperé á esta ocasion, vuelen

Invisibles flechas, que una

Apague lo que otra enciende. (Vase.)

Dafne.

En la parte que me toca,

Mi altivez te lo agradece,

Pues libre de una pasion,

De un instante acá, parece

Que todo el Etna del pecho

En cenizas se convierte,

Pesándome el corazon,

Segun que oprimido siente

No sé qué grave delirio,

Más que si de plomo fuese.

Apolo.

¡Qué fuera (¡ay de mí!), qué fuera,

Que al exhalarse el ardiente

Etna de tu pecho, en mí

Prendan sus iras crueles!

Dafne.

¿Cómo?

Apolo.

Como dividiendo

Los contrarios accidentes

De nieve y fuego, ha partido

En mí el fuego, en tí la nieve...

Dafne.

¿Qué causa? Dí.

Apolo.

Tu hermosura.

Dafne.

¿No la habias visto otras veces?

Apolo.

Sí, pero lo que se ve,

[p. 310]No es, Dafne, lo que se atiende.

¿Ahora sabes que el influjo

Reservado punto tiene,

Y que no siempre es hermoso

Aun lo que es hermoso siempre,

Pues no lo es cuando lo es,

Sino cuando lo parece?

Dafne.

No sé, porque solo (¡ay triste!)

Sé que un hielo me estremece.

Apolo.

Yo, que un incendio me abrasa.

Dafne.

Yo, que un pasmo me suspende

Tanto, que me obliga á que

De aquel presagio me acuerde,

Pues si allí fuí vivo tronco,

Muerta estatua aquí.

Apolo.

Detente.

Dafne.

¿A qué?

Apolo.

A que con solo oirme,

Tan no visto dolor temples.

Dafne.

El respeto de mirarte

Deidad, y el temor de verte

Deidad ofendida, me hace

Que huya de tí.

Apolo.

Si me temes

Como á deidad ofendida,

Yo sabré por complacerte

Que el estilo de deidad

Con el de mortal se mezcle,

Usando de entrambas voces.

Dafne.

¿De qué suerte?

Apolo.

Desta suerte.

Bellísima hermosa Dafne,

¿Ves ese monte eminente

Que expuesto al rigor del hielo

[p. 311]Y á la saña de la nieve,

(Canta.)

Humilde, postrado y rendido padece

Helados rigores del cano Diciembre?

Pues apénas el Abril

Bordará su esfera verde,

Cuando le verás ceñido

De rosas y de claveles,

(Canta.)

Ufano gozando, contento y alegre

Matiz en las flores, cristal en las fuentes.

Pasará la primavera,

Y en jóven edad ardiente

El estío, su esmeralda

Verás que en oro guarnece,

(Canta.)

Brotando la falda del rústico albergue

Campañas de flores en golfos de mieses.

Llegará el otoño, y no

Habrá yerto árbol, que fértil,

De varios frutos no veas

Todas sus ramas pendientes,

(Canta.)

Brindando á la vista y al gusto igualmente

Hermoso el agrado y goloso el deleite.

Deste pues círculo entero

Del año soy rey, y deste

Compuesto triunfo de horas,

Dias, semanas y meses,

(Canta.)

El dueño serás, bella Dafne, si quieres

Feriarme á tan sólo un favor tus desdenes.

¿Qué lágrima que la aurora

En líquido aljófar vierte,

[p. 312]Y en cuajada perla guarda

La concha que se la bebe,

(Canta.)

No será á tu oído, si al zarcillo pende,

Susurro que diga que de mí te acuerdes?

¿Qué oculta vena en sus minas

De plata ú de oro, obediente,

O ya al yunque que la ablanda,

O ya al torno que la tuerce,

(Canta.)

No será tratable esplendor cuando llegues

A ver que en tus ropas se borda ó se teje?

¿Qué rebelde piedra, dócil

No pulirá lo rebelde,

Si cuando el cincel la gasta,

Y cuando el buril la muerde,

(Canta.)

Es para que sea blanca, roja ó verde,

Ya flor en tu pecho, ya estrella en tu frente?

El ignorado perfume,

Que hasta hoy ninguno entiende

Si la ballena le aborte,

O si el escollo le engendre,

(Canta.)

Despues que te sirva en curadas pieles,

Fénix de tu olfato, le haré que se queme.

Y áun cuando te agrade, Dafne,

Que te sirva el mismo fénix,

Será en tu estrado su hoguera

Brasero de tus tapetes.

(Canta.)

Y en fin, porque sólo adorarte...

Dafne.

Suspende

La voz, que cuando no fuera

[p. 313]Por mí, dejara de verte

Por ver que con lo que dices

Contradices lo que sientes.

Apolo.

¿Yo?

Dafne.

¿No publicas olvido?

Apolo.

Sí.

Dafne.

¿Pues qué hay de que te quejes,

Si nadie de que le aprendan

Lo que él enseña, se ofende?

(Canta.)

Que dar un consejo y sentir que le acepten,

Es formar un monstruo de opuestas especies.

Fuera de que si al Amor

Vencer, Apolo, pretendes,

No se vence Amor amando.

Apolo.

¡Ay, que ya no es amor este!

Dafne.

Luego si este no es amor,

No tengo qué agradecerte. (Yéndose.)

Apolo.

Sí, no siendo amor, porque

Es adoracion, sí tienes;

Y así... (Ásela del vestido.)

Dafne.

Suelta, y no me sigas,

Pues que tú mismo me ofreces

(Canta.)

Con la leccion de que libre te olvide,

Tambien la razon de que esquiva te deje.

(Vase.)

Apolo.

¡Con mi antídoto me matan!

¡Ay de mí infeliz mil veces!

Gusano de seda he sido,

Yo me he labrado mi muerte.

Pero ¿qué importa, qué importa,

Ni que amor de mí se vengue,

Ni que tú?...

[p. 314]ESCENA XII.

Villanos, RÚSTICO, BATA, FLORA, LAURA.—APOLO.

Villanos.

(Dentro.)Allí está, llegad

Todos.

Apolo.

Mas ¿qué estruendo es este,

Que me embaraza á que siga

Sus pasos? (Salen Bata y Rústico.)

Bata.

Escucha.

Rústico.

Atiende.

Bata.

Habiendo, Pollo, sabido...

Rústico.

Cuantos el rústico albergue...

Bata.

De los montes de Tesalia...

Rústico.

Habitan, lo que te deben...

Bata.

No sólo en matar figones...

Rústico.

Sino en vencer juntamente...

Bata.

Los encantos del Amor...

Rústico.

Pues trabucando calletres...

Bata.

Vine á olvidar yo á ese tonto...

Rústico.

Vine á amar yo á esa serpiente...

Bata.

Y habiendo tambien sabido...

Rústico.

Cuanto las ninfas alegres...

Bata.

Del Peneo ambas victorias...

Rústico.

De mí ayudadas, celebren...

Bata.

Con diversos instrumentos...

Rústico.

Todos en tu busca vienen...

Bata.

Alegremente festivos...

Rústico.

Diciendo...

Bata.

De aquesta suerte...

(Salen todos los zagales cantando y bailando.)

[p. 315]Todos.

(Cantan.) ¡Viva Apolo, viva,

Pues sólo puede

Vencedor llamarse

Quien al Amor vence!

Apolo.

¡Ay de mí! que ya estas voces,

Más que me obligan, me ofenden.

Bata.

(Canta.) Préstame esta noche

Tu arco y tus flechas,

Que me importa la vida

Matar dos dueñas.

Y sólo pueden

Matar dueñas arpones

Que matan sierpes.

Todos.

¡Viva Apolo, viva,

Pues sólo puede

Vencedor llamarse

Quien al Amor!...

Apolo.

Cesen,

Villanos, vuestros aplausos;

Que miente vuestra voz, miente

Vuestro acento, si de mí

Publica que sólo puede

Vencedor llamarse

Quien al Amor vence.

Unos.

¿Qué es esto?

Otros.

¿Qué le habrá dado?

Rústico.

No sé; pero el que quijere

Vivir, guárdese del sol

El dia que se enfurece.

Apolo.

Huid todos, huid de mí,

Villanos, viles, aleves;

Que ya es baldon y no aplauso

El decir que sólo puede

Vencedor llamarse

[p. 316]Quien al Amor vence.

Flora.

Huye, Laura. (Vase.)

Laura.

Flora, huye. (Vase.)

Todos.

Sí, que está loco parece.

Bata.

Debe de durar la luna

De hebrero, en cuya creciente,

Ni cuando anochece sabe,

Ni sabe cuando amanece. (Vase.)

(Vanse todos, quiere huir Rústico, y le detiene Apolo.)

ESCENA XIII.

APOLO, RÚSTICO.

Apolo.

No huyas tú.

Rústico.

(Ap.)¡Por fuerza hube

Yo de ser el que cogiese!

Apolo.

¿Qué temes?

Rústico.

¿Qué he de temer?

Que me dé como dar suele

Cuando madura membrillos.

Mas diga lo que me quiere.

Apolo.

Yo ví á Dafne...

Rústico.

Yo tambien.

Apolo.

Y sentí en un punto breve,

No sé qué ofensa que halaga,

No sé qué halago que ofende.

Rústico.

Eso no sentí yo; que eso

La gente ruin no lo siente.

Apolo.

Dijo que de una pasion

Se olvidaba: en que se infiere

Que tiene amor.

Rústico.

Sí tendrá,

[p. 317]Porque es cosa que se tiene.

Pero ántes que pasemos

Adelante, ¿qué le mueve

A no habrar con la armonía

Que solía?

Apolo.

¿Cómo quieres,

Destemplado el corazon,

Que la voz no se destemple?

Yo es fuerza que lleve el dia

A los campos de Occidente,

Y porque sepa en mi ausencia

Si hay quien su quietud desvele,

Tú la noche en este valle

Has de estar, porque me cuentes

Si ella del sacro Peneo

Deja el cristalino albergue,

Y sale á hablar á su orilla

Con su amante.

Rústico.

Hé aquí que él viene,

Y que ella sale, y se enojan

Que sin ser vecino aceche,

Y dan conmigo en el rio:

Con que yo ahogado y tú ausente

No das conmigo hasta dar

Con el signo de los peces.

Apolo.

Yo haré que en tí reparar

Nadie pueda.

Rústico.

¿De qué suerte?

Apolo.

Haciendo que transformado

En árbol, ninguno á verte

Llegue, que por tronco no

Te tenga.

Rústico.

¡El diablo me lleve

(Maldicion que se habrá oido

[p. 318]En Tesalia pocas veces),

Si tal esperare! (Vase.)

Apolo.

Aguarda.

Mas ¿qué importa que te alejes

Para no ser racional

Planta entre esotras viviente,

El dia que mi deidad

Puede fingirla aparente?

Y tú, en tanto, hermosa Íris,

Del olvido no te acuerdes;

Deja que la voz de Amor

Veloz en sus ecos suene.

Ame, y no olvide.

(Vase Apolo, y vuelve Rústico convertido en árbol.)

Rústico.

¡Valedme,

Dioses de mi devocion,

Pues que lo sois, Baco y Céres,

En este aprieto, en que ya

Mi pié en raíz se convierte,

En corteza mi pellejo,

Y de la planta á la frente

En ramas mis brazos, y hojas

Mi melena y mi copete!

ESCENA XIV.

DAFNE, despues, CÉFALO.—RÚSTICO, hecho árbol.

Dafne.

(Para sí.) En aquesta soledad,

Supuesto que ya anochece,

Libre de Apolo, será

Bien que á mis solas me queje.

(Sale Céfalo.)

[p. 319]Rústico.

(Entre sí.) Peor es esto, que á esta parte

Parece que siento gente.

Céfalo.

En lo florido, la senda

Es esta en que Dafne viene.

Rústico.

(Entre sí.) Y áun á esotra, y si el escaso

Crepúsculo ver consiente,

Mezclando luces y ramas,

Entre lo rojo lo verde,

Dafne es la que viene allí,

Y Céfalo el que allí viene.

Mas ¿qué sería si él fuera

El galan que Apolo teme?

Atienda pues; que quizá

El placer será dos veces

Placer, cuando ahora lo sepa,

Y despues cuando lo cuente.

Dafne.

(Para sí.) Deshecha fortuna mia,

¿Qué nuevo delirio es este,

Que no veo, que no oigo

Cosa alguna en que no encuentre

Aborrecimiento? Tanto,

Que á mí misma me parece

Que me aborrezco (¡ay de mí!)

Desde aquel instante, desde

Aquel punto...

Céfalo.

Hermosa Dafne,

Perdona; que no consiente

El nuevo afecto que en mí

Quieren los hados que reine,

Que no te siga, porque

El recelo de que pienses

Que es fingido amor, me hace

Que tras tí...

Dafne.

La voz suspende;

[p. 320]Que fingido ó no, no sabes

A cuán mala ocasion vienes.

Y si quieres que yo crea

Que es verdad el que me quieres,

O que crea que lo finges

Tan bien que me lo parece,

Una fineza lo diga.

Céfalo.

¿Qué fineza?

Dafne.

Que me dejes

Con mi soledad.

Céfalo.

No sé

Que sea fineza decente,

Que el que desdenes estima

Se vaya por no oir desdenes.

Trátame mal; pero no

Tan mal que de tí me alejes.

Dafne.

Haz esto por mí.

Céfalo.

Sí haré,

Porque veas claramente

Que sólo obedece quien

A tanta costa obedece.

Mas partamos el camino,

Y puesto que yo me ausente,

Quede quien te hable por mí

El rato que aquí estuviere.

Dafne.

¿Quién ha de hablarme?

Céfalo.

Este tronco,

En cuya corteza...

Rústico.

(Para sí.)Ese

Es mi pellejo.

Céfalo.

Mi amor

Dejará escrito con este

Puñal un mote...

Rústico.

(Para sí.)¡Mal haya

[p. 321]El primer impertinente

Que inventó motes!

(Céfalo escribe con el puñal.)

Céfalo.

Que diga

«Céfalo por Dafne muere.» (Vase.)

Rústico.

(Para sí.) Y yo por Céfalo y Dafne.

Dafne.

Vuelva, pues que vuelvo á verme

A mis solas, á mis quejas.—

¡Qué hielo!... Mas Silvio es éste.

Con su tema vendrá.

ESCENA XV.

SILVIO.—DAFNE, RÚSTICO.

Silvio.

¿Aquí

Dafne, estabas?

Dafne.

Por no verte

A tí, ni á nadie, busqué

Esta soledad. Si vienes

A proseguir tus fingidos

Desaires, el paso tuerce,

Y déjame, que ya sé

Lo bien que lo finges. Véte,

Silvio; que á solas me importa

Quedar... ó yo me iré.

Silvio.

Tente;

Que no tan solo en tu busca[4]

Vengo, pero si supiese

Que aquí estabas, no llegara;

Porque áun fingidos no quieren

[p. 322]Acordarse mis pesares

De que fueron tus placeres.

Acaso por aquí vine,

Y porque falsa no quedes

Presumiendo que es deshecha

De haberte seguido, deje

En este tronco mi olvido

Quien mi mudanza te acuerde.

(Va á escribir en el árbol, y vuélvese Rústico de espaldas.)

Rústico.

(Para sí.) Ya está escrita aquesa plana,

Y si otros la hoja vuelven,

Yo vuelvo el tronco y la hoja.

Silvio.

Aquí verás, si lo lees,

Si te busco ó no, pues dice... (Escribe.)

«A Dafne Silvio aborrece.» (Vase.)

ESCENA XVI.

DAFNE, RÚSTICO.

Dafne.

Yo lo agradezco.

Rústico.

Yo no.

Dafne.

¿Quién habló aquí?

Rústico.

Sea quien fuere.

Dafne.

Voz, ¿cúya eres?

Rústico.

De una planta,

Para melon excelente,

Porque es de cáscara escrita.

Dafne.

¿Las plantas hablan y sienten?

Rústico.

Presto lo verás, si á mí

Te acercas.

Dafne.

¡Cielos, valedme!

Que al oir que lo veré

[p. 323]Presto, el pecho se estremece,

El corazon se retira,

El aliento desfallece:

Tanto, que aunque ya las sombras

De la noche al alba vencen,

Embargada del asombro

Con que esta voz me suspende,

Aun no acierto á retirarme.

¡Presto lo veré! Mil veces

Sienta absorta, tema muda,

Arda helada y ciega tiemble. (Vase.)

ESCENA XVII.

RÚSTICO, y luégo APOLO.

Rústico.

Ve aquí que ya para mí

Siete años la noche tiene,

Pues ya ha cerrado, y Apolo

De mí no se acuerda. Advierte,

Oh rubio padre del dia,

Que es hora de que despiertes;

Que no daré un cuarto por

Enamorado que duerme. (Sale Apolo.)

Apolo.

Apénas la blanca aurora

Doró la cima eminente

Deste monte, cuando á él

Mis sentimientos me vuelven,

Fiando el pértigo del carro

A Etonte y Flegon. Aqueste

Es el árbol que dejé

Por espía: á saber llegue

Qué vió en mi ausencia. Mas él

[p. 324]Que me responde, parece,

Antes que se lo pregunte:

Pues un mote escrito tiene

En la corteza, que dice:

(Lee.) «Céfalo por Dafne muere.»

¡Oh mal hayas tú, porque

Lo primero que en tí encuentre,

Sean mis celos!

Rústico.

¿Con eso

Se viene ahora?

Apolo.

No quede

Hoja en tí...

Rústico.

(Ap.)Vuelva la hoja,

Porque ya que esto le pese,

Estotro le desenoje.

Apolo.

Que no tale, que no queme...

(Da Apolo con el puñal en las ramas, y Rústico se vuelve de espaldas.)

Rústico.

Aquesos son mis cabellos:

Usted no me los repele.

Apolo.

Porque otra vez no me digas...

(Lee.) «A Dafne Silvio aborrece.»

Rústico.

(Ap.) Ya con esto lo he enmendado,

Pues es fuerza que se huelgue.

Apolo.

¡Esto más, infame tronco,

Rudo padron de mi muerte,

Y áun de dos muertes! supuesto

Que no sé cuál más me ofende,

O el que ama lo que amo,

O el que lo que amo aborrece.

Rústico.

(Ap.) Por activa y por pasiva

Lo erré.

Apolo.

Pero en mal tan fuerte

No es ocasion de que arguya

[p. 325]Quién más al alma se atreve,

El que mi gusto disfama

O el que mi gusto apetece.

Rústico.

Pues ¿qué culpa tengo yo?

Apolo.

Nada me digas, y vuelve,

Rústico, á tu primer forma;

Que no quiero que me cuentes

Más.

Rústico.

¿Qué más, si te he contado

Que dos á Dafne divierten,

Como quien quiere la cosa,

Y como quien no la quiere? (Vase.)

Apolo.

¿Qué distinto fuego, cielos,

De otro cualquier fuego es este,

Que aborreciendo ó amando

Contrarios vientos le encienden?

ESCENA XVIII.

DAFNE.—APOLO.

Dafne.

(Sin ver á Apolo.) El mismo temor que anoche

De aquí me ausentó, me vuelve

Con el dia, persuadida

A que sus sombras, que siempre

Horrores engendran, fueron

Ilusiones aparentes,

Y á desengañarme... Pero

Apolo está aquí.

Apolo.

Detente,

Si ya no es que vergonzosa

De que sepa de quien eres

Aborrecida y amada,

[p. 326]Tirana la fuga intentes.

Dafne.

Si hubieras sabido, Apolo,

Que era yo la que imprudente

Amaba ó aborrecia,

Fuera bien irme y no verte;

Mas ¿por qué el que me aborrezcan

O me amen, ha de ponerme

En fuga tuya?

Apolo.

Porque

No sé qué estimacion pierde,

O aborrecida ó amada,

Una mujer, sea quien fuere,

Que el saber que tiene hechos

Los oídos á desdenes

O á favores, facilita

La accion de quien se la atreve.

Dafne.

Antes se la dificulta;

Que aborreciendo igualmente

Al que aborrece y al que ama,

A entrambos afectos tiene

Cerrado el paso: y lo pruebo.

Apolo.

¿De qué suerte?

Dafne.

Desta suerte.

(Vase huyendo y él tras ella, y vuelven por otra parte, sin cesar la representacion.)

Apolo.

Aunque otra vez huyas, no,

Como otra vez, detenerme

Podrán villanos festejos.

Dafne.

Sus alas Amor me preste.

Apolo.

¿Cómo ha de dar contra sí

Sus alas Amor? (Éntranse.)

Dafne.

(Dentro.)Si atiende

Que es miedo el que á mí me valga,

Para que de tí se vengue. (Salen.)

[p. 327]Apolo.

Si es venganza tuya, ingrata,

Tu rigor, yo he de vencerle

Triunfando dél y de tí. (Entran.)

Dafne.

(Dentro.) Tarde ó nunca podrás.

Apolo.

(Dentro.)¿Eres

El dia de hoy, que del sol huyes?

Dafne.

(Dentro.) Soy el de ayer, que no vuelve.

Apolo.

(Dentro.) No eres sino el de mañana,

Pues á manos del sol vienes.

(Salen: Apolo alcanza á Dafne, y detiénela.)

Dafne.

¡Dadme vuestro favor, dioses!

Apolo.

¿Cómo un dios contra otro puede?

Dafne.

¿No pudo Amor contra tí?

Apolo.

Ya es fuerza que lo confiese.

Dafne.

Y que yo á los cielos pida

Amparo.

Apolo.

Porque no lleguen

A oir sus voces... ¡bella Íris!

Haz que las tuyas las lleven

Confusas al aire.

Dafne.

¡Eco!

Porque al alcázar celeste

Suban, repitan las tuyas

Mis ánsias.

Apolo.

Todas se mezclen.

ESCENA XIX.

Música, dentro.—APOLO, DAFNE.

Dafne.

Dioses, cielo, luna, estrellas...

Música.

(Dentro.) Dioses, cielo, luna, estrellas...

Dafne.

Montes, mares, prados, fuentes...

[p. 328]Música.

(Dentro.) Montes, mares, prados, fuentes...

(Todo esto se ha de representar huyendo ella, y desasiéndose de él siempre que la alcance, sin llegar á lucha.)

Dafne.

Troncos, riscos, plantas, flores...

Música.

(Dentro.) Troncos, riscos, plantas, flores...

Dafne.

Aves, brutos, fieras, peces...

Música.

(Dentro.) Aves, brutos, fieras, peces...

Dafne.

Dadme amparo...

Música.

(Dentro.)Dadme amparo...

Dafne.

Socorredme...

Música.

(Dentro.)Socorredme...

Dafne.

De un tirano...

Música.

(Dentro.)De un tirano...

Dafne.

De un aleve.

Música.

(Dentro.)De un aleve.

Apolo.

¿Ves cómo nadie te oye?

Dafne.

Veo que todos me ofenden.

¡Gran Peneo, padre mio!...

Música.

(Dentro.) Gran Peneo, padre mio...

Dafne.

Por tu honor y mi honor vuelve...

Música.

(Dentro.) Por tu honor y mi honor vuelve...

Dafne.

No permitas...

Música.

(Dentro.)No permitas...

Dafne.

Que yo llegue...

Música.

(Dentro.)Que yo llegue...

Dafne.

A ver ántes...

Música.

(Dentro.)A ver ántes...

Dafne.

Mi desdicha que mi muerte.

Música.

(Dentro.) Mi desdicha que mi muerte.

Apolo.

Primero, ingrata, en mis brazos

Que te alivien y consuelen

Los dioses á quien invocas,

Ni los cielos á quien mueves,

Verá el Amor...

[p. 329]Dafne y Música.

(Dentro.)No verá.

(Da vuelta un peñasco con Dafne, y queda á sus espaldas un laurel, con quien se abraza Apolo.)

Apolo.

¡Hados! ¿qué prodigio es este?

¡La beldad que á abrazar iba

Entre mis brazos, convierten

En yerto tronco los dioses,

Que de su llanto se duelen!

A cuyo prodigio pasman,

A cuyo asombro fallecen,

Aun más que ella mis sentidos;

Pero no mi fuego ardiente:

Pues á su pompa postrado,

Es bien que idólatra quede

A serlo más de sus hojas,

Que de mis rayos las gentes,

Adorando su hermosura,

Aun en su cadáver siempre.

ESCENA XX.

Sale CUPIDO y todos los demas, como él los va llamando.—APOLO; DAFNE, convertida en laurel.

Cupido.

¡Íris bella!

Íris.

¿Qué me mandas? (Sale.)

Cupido.

¡Eco hermosa!

Eco.

¿Qué me quieres? (Sale.)

Cupido.

¡Sábia Libia!

Libia.

¿Qué me ordenas? (Sale.)

Cupido.

¡Silvio ingrato!

Silvio.

¿Qué pretendes? (Sale.)

[p. 330]Cupido.

¡Céfalo amante!

Céfalo.

¿Qué dices? (Sale.)

Cupido.

¡Ninfas del Peneo!

Ninfas.

¿Qué emprendes? (Salen.)

Cupido.

¡Pastores del valle!

Zagales.

¿A qué

Nos llamas? (Salen.)

Cupido.

Oidme, atendedme.

Bien sabeis que mi desaire

Fué (ya lo he dicho otras veces)

No ser mis armas capaces

De brutos, que amor no sienten.

El triunfo disteis á Apolo;

Y para que llegue á verse

Quién triunfa con más ventajas,

Quién más aplausos merece,

Quien vence fieras, ó quien

Vence al dios que fieras vence;

Volved los ojos, vereis

Que á un tronco adorando muere,

Porque esto de adorar troncos

De sus ídolos lo aprende.

Apolo.

Lo que por baldon, Amor,

Me dices, es bien acepte

Por blason de mis hazañas;

Que mi mayor triunfo es este

De saber amar, ya que

Confieso que tú me vences,

Pues solo amar sabe el que ama

Aun más allá de la muerte.

Dafne es esta, que á los dioses

Con su llanto compadece

Tanto, en culto de su honor,

Que en árbol me la convierten,

[p. 331]Tan raro que, vegetable

Jeroglífico, contiene

Su duracion en lo eterno,

Su juventud en lo verde.

Y yo, porque desde aquí

Por sagrado le venere

El mundo, elijo sus hojas

Para lauro de mis sienes;

Siendo su nombre laurel,

A quien ni el ábrego hiele,

Ni el cierzo abrase, gozando

De iguales verdores siempre.

Del rayo estará seguro;

Y para que más se aumente

Su honor, con él sus victorias

Han de coronar los reyes.

Bata.

Y añade que en las batallas

De aceitunas y escabeches

Será general.

Todos.

A todos

Tan gran prodigio suspende.

Rústico.

Sino á mí, que ya sé á qué

Sabe el ser tronco viviente.

Céfalo.

A mí sí, pues en mí el hado

Su influjo cumplió inclemente,

Y me ha de costar la vida

Quedar llorando su muerte.

Silvio.

Yo, aunque libre de su amor

Viva, á los dos aconseje

Que, en lôr suyo, de sus ramas

Llevemos.

Todos.

Bien nos adviertes.

Apolo.

Tened, esperad, que no

A todos se les concede

[p. 332]Ese honor.

Todos.

Pues ¿para quién

Le guardas?

Apolo.

Su dueño tiene;

Que yo de la astrología

Que en ese globo celeste

Cada dia leo, sé

Que habrá rey tan excelente

Que por su valor invicto,

Que por su ingenio prudente

Y por su persona amable,

Le merezca solamente.

Todos.

¿Qué rey?

Apolo.

El segundo Cárlos,

De tantos gloriosos reyes

Heredero, que no solo

Consiga el alto honor deste

Primero laurel del mundo,

Mas el de todos, de suerte

Que venga á ser su corona

El laurel de los laureles:

Cuyo generoso nombre,

El dia que se celebre,

Será comun alborozo

De tantas diversas gentes,

Que no habrá parte en el orbe

Que desde Oriente á Occidente

No le festeje y le aplauda.

Cupido.

Yo (á quien como Amor compete

La celebridad del dia,

Pues ninguno habrá que niegue

Que el amor de los vasallos

Patrimonio es de los reyes),

A pesar de Apolo (puesto

[p. 333]Que aunque él el laurel defiende,

No es triunfo suyo el dia que

Yo le gozo y él le siente),

Tengo de ser quien humilde

De sus hojas á ofrecerle

Llegue la triunfal guirnalda.

Todos.

Todos ufanos y alegres

Te acompañaremos.

Apolo.

Yo,

Vencido de Amor dos veces,

A ese fin seré el primero

Que su heroico nombre intente,

Si el alba le cuenta á dias,

Que el tiempo á siglos le cuente.

Pues todos haciendo caso

La imaginacion, que puede

Persuadirnos á la dicha

De que merecemos verle,

Postrados (como si aquí

Le tuviésemos presente)

El sacro Laurel de Apolo,

Con festivos parabienes,

Ofrezcamos á sus plantas,

Por si por dicha merece,

Siendo don nuestro, ceñir

El rizo Ofir de sus sienes.

Y porque la voz de amor

En todos á un tiempo suene,

Pues es de todos, conmigo

Decid lo que yo dijere.

Cupido.

(Canta.) Señor, amor en sombras...

Todos y Música.

Señor, amor en sombras...

Cupido.

De fabulosos dioses...

[p. 334]Todos y M.

De fabulosos dioses...

Apolo.

(Canta.) Y del amor vencido...

Todos y M.

Y del amor vencido...

Apolo.

El César de los orbes...

Todos y M.

El César de los orbes...

Íris.

(Canta.) El arco de la paz...

Todos y M.

El arco de la paz...

Íris.

Que vuestro imperio logre...

Todos y M.

Que vuestro imperio logre...

Eco.

(Canta.) El eco que le esparza...

Todos y M.

El eco que le esparza...

Eco.

En siempre heroicas voces...

Todos y M.

En siempre heroicas voces...

Todos.

Todos humildemente...

Música.

Todos humildemente...

Todos.

A vuestras plantas ponen...

Música.

A vuestras plantas ponen...

Todos y M.

Aquel laurel que pisa

La falda deste monte. (Bailando.)

Cupido.

(Canta.) Y pues hoy es el dia...

Todos y M.

Y pues hoy es el dia...

Cupido.

Que amor sus triunfos goce...

Todos y M.

Que amor sus triunfos goce...

Cupido.

Dénos la que ha de ser...

[p. 335]Todos y M.

Dénos la que ha de ser...

Cupido.

Amor de los amores...

Todos y M.

Amor de los amores...

(Canta Apolo, repitiendo siempre la música, y todos.)

Apolo.

(Canta.) Apolo os lo suplica,

previniendo esplendores,

Con que si á vos laureles,

A ella rayos coronen.

Íris.

(Canta.) En cuya paz, el aire

Nos dé tan feliz prole...

Eco.

(Canta.) Que el eco de su fama

Llene mares y montes.

Céfalo.

De suerte que á ser venga...

Silvio.

En unidad conforme...

Bata.

Todo en ella finezas...

Rústico.

Y todo en vos blasones...

Todos.

Siendo aqueste laurel

Cuando ambas sienes dore...

Música.

Bandera de los aires,

Garzota de las flores.

Todos.

De suerte que á ser venga,

Cuando ambas sienes dore

Este laurel, que pisa

La falda deste monte,

Bandera de los aires,

Garzota de las flores.


[p. 337]

LA PÚRPURA DE LA ROSA.


[p. 338]

PERSONAS.


Adónis.

Marte.

Amor.

Vénus.

Belona.

El Temor.

El Desengaño.

El Rencor.

La Envidia.

La Ira.

La Sospecha.

Chato, villano.

Dragon, soldado.

Flora, ninfa.

Cintia, ninfa.

Clori, ninfa.

Libia, ninfa.

Celfa, villana.

Soldados.

Villanos.—Músicos.


[p. 339]

JORNADA ÚNICA.


El teatro será de bosque, y van saliendo FLORA, CINTIA, CLORI y LIBIA, cada una de por sí, cantando en estilo recitativo, mirando al vestuario, y huyendo, como con asombro y admiracion.

Flora.

Al bosque, al bosque, monteros;

Que osadamente veloz

Va en alcance de una fiera

La hermosa madre de Amor.

Cintia.

Ventores, al valle, al valle;

Que empeñado su valor,

Se fía en que la hermosura

Aun vence más que el arpon.

Clori.

Al monte, al monte, sabuesos;

Que bien tendrá su esplendor

Contra los hombres poder;

Mas contra los brutos no.

Libia.

Lebreles, al llano, al llano;

Que del cerdoso terror,

Errado el tiro, embestida,

Peligra su perfeccion.

Flora.

Id...

Cintia.

Llegad...

Clori.

Corred...

[p. 340]

Libia.

Volad...

Las dos.

Que el cansancio...

Otras dos.

Que el temor...

Todas.

Ha desmayado en nosotras

Vida, alma, aliento y accion.

Vénus.

(Dentro.) ¡Ay infelice! ¿No hay

Quien me dé amparo y favor?

¿No hay quien me socorra ¡cielos!

En tan fiero lance?

Adónis.

(Dentro.)Yo,

Yo, que vivo iman del blando

Boreal norte de tu voz,

Pude en tu amparo llegar

A tan felice ocasion...

Saca ADÓNIS en brazos á VÉNUS.

Que acometido sin culto

Lo hermoso de lo feroz,

Solicitaba apagar

Su mejor estrella al sol.

Y adelantando á la planta

La saeta (que debió

De haber quitado la pluma

A una ala del corazon),

Tremolada en su cerviz,

Púa añadida se vió,

Como en sagrado castigo

De tan sacrílego error:

Con cuyo acertado impulso

El bandido bruto atroz

Dejó de seguirte, á tiempo

Que de tu fuga el pavor

Tropezó en tu ligereza,

[p. 341]Para que llegando yo,

Te recibiese en mis brazos:

Con que no queda deudor

Tu riesgo á mi beneficio,

Pues tan presto le pagó,

Que ha dejado la fineza

Ajada del galardon.

Vénus.

Ya que del pasado susto,

Gallardo hermoso garzon,

Mis fatigados alientos

Cobran la respiracion;

Y más viendo que la herida

Fiera, manchando el verdor,

Al monte á emboscarse vuelve,

Con que más segura estoy;

Sepa quién eres.

Todas.

Y sepan

Cuantas á su adoracion

Asisten, á quién deudoras

De tan gran dádiva son

Como la vida de Vénus.

Adónis.

¿Tú eres Vénus?

Vénus.

Sí, yo soy,

Deidad y reina de Chipre.

¿Mas de qué es la suspension?

Adónis.

De haber llegado á mirar

Prodigio tan superior,

Como que naciese nieve

Para que engendrase ardor.

¿Tú eres la madre de aquel

Desnudo vendado dios,

Que por más que dore el hierro,

Nunca ha dorado el error?

¿De aquel escándalo niño,

[p. 342]Tan siempre niño, que no

Es mayor que el dia que nace,

Y crece á no ser mayor?

¿De aquel tirano caudillo,

Que en la lid de una pasion

Hizo sinrazon, haciendo

Prisionera la razon?

¿De aquel intruso poder,

Que con el mismo dolor

Que en la prision atormenta,

Entretiene en la prision?

Pues perdona, que aunque sea

Mi más heroico blason

Haberte dado la vida,

Triunfo ha de ser no menor

No darte aplauso, porque

Veas que Adónis llegó

Solo en el mundo á lograr

En una victoria dos.

Vénus.

Oye, no porque pretenda

Aplausos tuyos, sino

Porque sepa quién blasona

Con tan libre presuncion.

Adónis.

Quien aborrecido hijo

Tan desde luego nació

De sus padres, que áun en ellos

No supo qué era aficion.

Mirra, mi madre, lo diga,

Pues apénas me engendró,

Cuando en odio del concepto,

Hurto de amante traicion,

Su mismo padre mi vida

Y su vida abandonó,

Tanto, que la dió la muerte:

[p. 343]Cuya mísera afliccion

En sus últimos alientos

Los dioses compadeció,

Convirtiéndola en un árbol,

De cuyo llorado humor,

Guardando el nombre de mirra

Nací bastardo embrion,

Maldecido de mis padres,

Y con tan gran maldicion,

Como que de un amor muera.

Considere tu atencion,

Si en mi horóscopo primero

Aborto de un tronco soy;

Si despues llevo tras mí

El heredado temor

De que de amor muera, puedo

No aborrecer al Amor.

A cuya causa, dejando

La comercial poblacion

De los hombres, de las fieras

Vivo una y otra mansion,

Tan huésped de las montañas,

Que muchas veces dudó

Su mismo vulgo, si era

La caza ó el cazador.

Y así, á mis hados, no á mí,

Culpa, cuando ves que voy

Huyendo de tí, en alcance

Del bruto que de mí huyó;

Que he de rematarle, ya

Que es tan rudo mi valor,

Que huyo de las hermosuras

Y de las fierezas no. (Vase.)

Vénus.

Oye, aguarda, escucha, espera

[p. 344]Advirtiendo que no es don

Para una dama una vida

Que afrenta su estimacion.

Tenedle, cielos.

Quiere seguirle Vénus, y sale MARTE al encuentro.

Marte.

¿A quién,

Hermosa Vénus, tu voz

Ansiosa llama, y de quién

Forma quejas?...

Vénus.

(Ap.)¡Muerta estoy!

Marte.

Que, segun al eco oí

(Que es tan liberal ladron,

Que hurtándote el medio acento,

Entero me le llevó),

Tu estimacion ofendida

Se lamenta: y es baldon

Que tú te quejes al cielo

Estando en la tierra yo.

¿Qué es esto, Vénus?

Vénus.

No sé.

Marte.

Considera que aunque estoy

Tan rendido á tu desden,

Tan postrado á tu favor,

No por eso no soy Marte;

Que ántes por eso lo soy,

Pues osar á una hermosura

Es el ánimo mayor.

¿Ves el militar estruendo,

Ves el bélico furor

Con que me aclaman las lides

Por su más guerrero dios,

Y más hoy, que Egnido y Délfos,

[p. 345]Islas de Marte y el Sol,

Arden en guerras, á cuya

Causa, ausente de tí estoy?

Pues todos mis triunfos, todas

Mis victorias, no lo son,

Hasta llegar á tí más

Vencido que vencedor.

Y así, no porque rendido

Me veas, juzgues que no

Te sabré vengar. ¿Quién pues

Te ofende?

Vénus.

(Ap.)¡Qué confusion!

Si le digo lo que ha sido,

Ha de mostrar su rigor

Contra ese jóven; y aunque

Pasó á desaire el favor,

No es desaire que me obligue

Mas que á sentirle.

Marte.

¿Pues no

Respondes?

Vénus.

¿Para qué quieres

Que te diga que el temor

De que te ame sin cariño,

Llega á tan mala ocasion,

Que acordándome de que

Fuimos fábula los dos

De los dioses... yo... si... cuando...

—Mas perdona, que no estoy

Para proseguir; que un susto,

Un delirio, una ilusion,

Un letargo, han embargado

Alma y vida. (Ap. Muerta voy.) (Vase.)

Marte.

¿Qué extrañeza es esta, cielos,

Que en Vénus mi afecto halló,

[p. 346]Que más que me calla el labio,

Me dice la turbacion?

¿Qué es esto, Flora?

Flora.

(Ap.¡Ay de mí!

Que su fiera condicion

No es para burlas.) No sé:

Clori lo dirá mejor. (Vase.)

Marte.

Clori, ¿qué es esto?

Clori.

Saliendo

A caza al primer albor...

Mas Cintia te lo dirá. (Vase.)

Marte.

Cintia.

Cintia.

Yo nada, señor,

Sé: mejor lo dirá Libia. (Vase.)

Marte.

Libia.

Libia.

(Ap.)Sin apelacion

He quedado para otra.

Marte.

¿Qué es esto?

Libia.

Tristezas son

De tu ausencia.

Marte.

Mientes, mientes:

Que á ser amante pasion,

Los que ayer fueron halagos,

No fueran despegos hoy.

Díme qué ha sido, ó la muerte...

Libia.

Suspende, Marte, la accion;

Que en efecto soy criada,

Aunque de deidad lo soy.

Vénus siguió un jabalí...

Y como, en fin, no es razon

Que acierte con ningun puerco

Ningun amoroso arpon,

Erró el tiro: con que él

Tan grosero la embistió,

[p. 347]Que peligrara, si un bello

Airoso galan garzon

No la socorriera.

Marte.

Calla,

No prosigas, ten la voz.

Si no era para callado

Lo que Libia me contó,

¿Por qué me lo calló Vénus?

Aquí hay segunda intencion.

¡Cuánto, cielos, se adelanta

La amante imaginacion!

(Dentro cajas y trompetas.)

Unos.

(Dentro) ¡Arma, arma!

Otros.

(Dentro.)¡Guerra, guerra!

Unos.

(Dentro.) ¡Viva Marte!

Otros.

(Dentro.)¡Viva el Sol!

Marte.

¿Pero qué lejano acento,

Ocupando la region

Del aire, llega á mi oido?

¿Quién trae estos ecos?

Aparece BELONA en un arco íris.

Belona.

Yo,

Que al fin, como hermana tuya,

Interesada en tu honor,

Vengo, Marte, á persuadirte

Que vuelvas por tu opinion;

Pues los de Délfos, sabiendo

Que te ausenta tu pasion,

Porque el Sol se lo ha contado,

(Que no calla nada el Sol),

Los ejércitos de Egnido

Asaltan, y tu favor

[p. 348]Aclaman cuantos en él

Te dan sacra adoracion:

A cuya causa mi ira,

Siempre tuya, le pidió

A Juno el arco de Íris,

Para que vuelvas veloz

A auxiliar tus gentes, que

Dicen en marcial clamor...

(Dentro cajas y clarines.)

Soldados.

(Dentro.) ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!

Unos.

(Dentro.) ¡Viva Marte!

Otros.

(Dentro.)¡Viva el Sol!

Belona.

¿Qué aguardas, pues?

Marte.

¡Ay, Belona!

Que has venido en ocasion,

Que rémora de mis iras

Cobardes sospechas son.

Pero mi fama es primero,

Vamos; que en viendo que doy

Fuerza á mi gente, verás

Que la quito á mi temor,

Volviendo donde... Mas esto

Lo dirá el tiempo mejor,

Cuando, si á verdades pasan

Sospechas que ahora son,

Diga el eco en más sangrientas

Lides de celos y amor...

Todos.

(Dentro.) ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!

¡Viva Marte! ¡Viva el Sol!

[p. 349]Despliégase el íris, baja BELONA, y arrebatando á Marte, desaparecen los dos, y salen CELFA y CHATO.

Chato.

¿Sabrás, Celfa, responder

A una duda?

Celfa.

A buen seguro.

Chato.

Desde que eres mi mojer,

¿Qué será...

Celfa.

Dí.

Chato.

Que de puro

Verte, no te puedo ver?

Celfa.

¿Sabrás responderme á mí

Tú á otra duda?

Chato.

Creo que sí.

Celfa.

Aborrida yo tambien,

¿Por qué no te quiero bien,

Ya que me muero por tí?

Chato.

Penas se toman y dan,

A un rofian enseñar plugo.

Celfa.

Y en favor del tal rofian

Yo ví azotar al verdugo.

Chato.

Yo enterrar al sacristan.

Celfa.

A todos su mismo error

El pago da.

Chato.

No lo niego,

Y porque lo veas mejor,

Yo conocí un vêdor ciego.

Celfa.

Y yo sordo á un auditor.

Mas dónde el discurso irá

A parar, saber espero.

Chato.

Todo marido es arriero

Que lleva cargas, y va

A dar en su paradero.

[p. 350]Cuando á ver á Vénus bella

El dios Marte viene aquí,

¿A qué efecto hace mi estrella

Que sea el mártes para ella,

Y el agüero para mí?

¿Qué soldadillo es aquel

Que suele venir con él?

Celfa.

¿Soldadillo? Es ilusion;

Porque no es sino dragon.

Chato.

¿Quién vió pena más cruel?

¿Dragon?

Celfa.

Sí, que de dragones

Marte allá en sus escuadrones

Diz que se sirve.

Chato.

¡Ay de mí!

Mas si es dragon, ¿cómo, dí,

Tú con él á hablar te pones

Cada noche en el jardin,

Adonde á Vénus servimos?

Celfa.

¡Ay! ¡qué maldito magin!

Chato.

Ello dirá... y pues venimos

A este monte, solo á fin

De hacer leña, yo sabré

Cortar un garrote, que

Diga si es dragon ó no.

Unos.

(Dentro.) Guarda la fiera.

Otros.

(Dentro.)To, to.

Otros.

(Dentro.) De aquella montaña al pié

La he descubierto.

Celfa.

¡Ay de mí!

Chato.

No te asustes, que por tí

Deben de decirlo: espera.

Unos.

(Dentro.) A la falda, á la ribera.

[p. 351]Sale ADÓNIS.

Adónis.

Decidme si por aquí

Herida, al amanecer

Visteis, villanos, correr

Una fiera.

Chato.

En todo el dia

No he visto, por vida mia,

Más fiera que mi mujer.

Si á ella, que bastante indicio

Da de ser fiera rabiosa,

Busca tan noble ejercicio,

Aunque para vos no es cosa,

Ahí está á vueso servicio. (Vase.)

Celfa.

No hagais caso de un villano

Tan tosco, rudo y grosero. (Vase.)

Adónis.

El jabalí sigo en vano,

Y pues no alcanzarle es llano,

Descansar á sombra quiero

Deste risco, pues me ofrece,

Matizado de colores,

En la alfombra que guarnece,

Verde lecho, que parece

Mullido catre de flores.

(Échase en el suelo.)

¡Cuánto vive aquí mejor

Ociosa la voluntad,

Que en el alcázar mayor,

Donde la deidad de amor

A mi costa sea deidad!

Dígalo en la verde esfera

Desta estancia lisonjera

Cansancio que en sueño pára;

Pues no durmiera si amara,

O no amara si durmiera.

[p. 352]Quédase dormido, y salen VÉNUS y las Ninfas.

Vénus.

Pues extremos que él vió,

O cajas que yo oí,

Ausentaron á Marte,

Dejadme discurrir

Sin mí y conmigo á solas,

El ameno país

Destos montes, en cuyo

Marañado confín

He de ver (¡ay de mí!)

Si hallo el descanso donde le perdí.

Flora.

Considera...

Vénus.

No tienes,

Flora, que me decir.

Libia.

Mira...

Vénus.

¿Qué he de mirar?

Cintia.

Advierte...

Vénus.

No he de oir.

Clori.

¿Tanto de una tristeza

Te dejas vencer?

Vénus.

Sí.

Dejadme pues, dejadme

Sola, todos os id.

Todas.

A pesar del amor

Que nos lleva tras tí,

Te dejaremos. (Vanse.)

Vénus.

Ya

Que las eché de aquí,

He de ver (¡ay de mí!)

Si hallo el descanso donde le perdí.

¿Qué género de ánsia,

Altos montes, decid,

Qué especie de penar,

[p. 353]Linaje de sentir,

Es el que en mí ha engendrado

Haber llegado á oir

Baldones del amor

A espíritu tan vil,

Que su deidad infama?

Y no tan solo aquí

Mis sentimientos cesan,

Sino que siendo así,

Que obligada y quejosa

Es forzoso impedir

Lisonjas de lo noble,

Injurias de lo ruin,

En cuyos dos extremos,

Quedando á discurrir

Si podrá agradecer

Quien tiene que sentir,

He de ver...

Adónis.

(Soñando.)¡Ay de mí!

Que me da muerte á quien la vida di.

Vénus.

Mas ¿qué triste lamento

Intenta interrumpir

Mis penas con sus penas?

La voz se oyó hácia allí.

¿Qué miro? Sobre un risco

Que supo persuadir

Al cansancio que era

Florido trasportin,

Del venatorio afan

Treguas dando á la lid,

Sobre la aljaba de oro

Y el arco de marfil

Dormido el jóven yace.

¡Oh si hubiera (á decir

[p. 354]Vuelvo otra vez, y ciento

Vuelvo otra vez y mil)

Cómo entre agradecida

Y quejosa, partir

Pudieran el camino

Lo ilustre y lo civil!

¿Daréle muerte? No.

¿He de vengarme? Sí.

¡Oh si hubiera un matar

Que no fuera morir!

Pero sí habrá; que yo

Llegando á prevenir

Cómo sin morir muera,

Y viva sin vivir,

He de ver...

Adónis.

(Soñando.)¡Ay de mí...

Vénus.

Si hallo el descanso donde le perdí.

Adónis.

(Soñando.)

Que me da muerte á quien la vida di!

Vénus.

¡Oh tú, velero dios,

Que en campos de zafir

Relámpago sin luz,

Pájaro sin matiz,

Huyendo mi regazo,

No hay remoto confín

Que no corras veloz,

Que no vueles sutil,

Oye mi voz!

AMOR, en lo alto.

Amor.

¿Qué quieres,

Oh tú, cuyo gemir

No sin causa acredita

Lo hermoso de infeliz?

[p. 355]Que ya á tu invocacion,

Del diáfano viril

Cortando las esferas

Me ves, para asistir

A tus lamentos, ser

De sus nubes neblí,

Sus páramos centauro,

Sus piélagos delfin

Siendo en su azul pensil

Árbitro de un cenit y otro cenit.

¿Qué quieres, pues?

Vénus.

Que veas

Que hay quien tenga sin tí

Vagabundo el pensar

Y ocioso el discurrir.

Dormido yace el que,

Despierto, tu gentil

Deidad desdeña, pues

Montaraz adalid

Blasona que ha sabido

Tu yugo sacudir,

Sin que su blando lazo

Le agobie la cerviz.

Y aunque en una ocasion

La vida le debí,

Atenta á todo...

Amor.

No

Tienes que proseguir,

Puesto que para mí

El delito le basta de dormir.

Del favor y la ira

El concepto entendí,

Y para que herir veas

Su pecho sin herir,

[p. 356]Este dorado arpon,

Pasando á serpentín,

Dese bruto diamante

Abrasado buril,

Verás que áspid de fuego

Muerde su pecho, á fin

De que los dos vengados

Con tiro tan feliz,

Apuremos así

Si es el amar matar y no morir.

(Dispara una flecha, que da en el corazon de Adónis, y vuela, y Adónis despierta asombrado.)

Adónis.

¡Favor, cielos divinos!

¡Dioses, piedad!

Vénus.

¿Quién, dí,

Te obliga á que des voces?

Que al llegarlas á oir

Veloz vengo, por ver

Si fuese tan feliz

Que el favor te pagase.

Adónis.

Si tú estabas aquí,

No en vano presumí,

Que me da muerte á quien la vida di.

Vénus.

¿Qué ha sido esto?

Adónis.

No sé,

Que á sombra me dormí

De estos troncos, y como

Se suelen repetir

En fantasmas del sueño

De aquello que ántes ví

Las especies, soñé

Que el fiero jabalí

Que á tí te daba muerte,

Volviendo contra mí

[p. 357]Las aceradas, corvas

Navajas de marfil,

Con mi sangre manchaba

Las rosas, que hasta aquí

De nieve fueron, para

Que fuesen de carmin.

Y no solo á este susto

Del sueño me rendí,

Pero sañudo áspid,

Que debió de encubrir

De su traidor veneno,

De su ponzoña vil

La astucia entre uno y otro

Macilento alhelí,

El corazon me ha herido,

Pues al restituir

El sentido, áun no cesa

El sentimiento en mí:

De suerte que despierto,

Duran en afligir

Ansias que fabriqué,

Temores que fingí,

Pasando ¡ay infeliz!

La sombra á luz, el pasmo á frenesí.

Vénus.

La pesadez de un sueño

Tal vez suele seguir

Al más despierto: y pues

No es lo que presumí,

En paz queda.

Adónis.

¿Tan presto

Quieres volverte?

Vénus.

Sí,

Que baldones de amor

No he de volver á oir.

[p. 358]Adónis.

No hace poco el que enmienda

Sus yerros; y si fuí

Grosero una vez, no otra

Lo seré.

Vénus.

¿Cómo así?

Adónis.

Como al verte sabré

Forzar y reprimir

Aquel amenazado

Influjo en que nací.

Vénus.

¿Pues no me viste entónces?

Adónis.

Confieso que te ví;

Pero no te miré.

Vénus.

¿Y hay cómo distinguir

El ver del mirar?

Adónis.

¿Pues

Hay quien ignore...

Vénus.

Dí.

Adónis.

Que el ver es solo ver,

Y el mirar advertir?

Vénus.

Y bien, ¿qué es lo que adviertes?

Adónis.

Que te llevas tras tí

En tus rizos del sol

Todo el dorado ofir,

Del aura en tus alientos

Todo el humo sutil,

Que en destiladas gomas

Cualquiera es ámbar gris;

Del monte en tu coturno

Todo el bello matiz,

Que en cintas de esmeralda

Son lazos de rubí;

Del abril en tu seno,

O blanco ó carmesí,

Todo el candor y nácar

[p. 359]Del clavel y el jazmin:

De suerte que dejando

Sin tí el sol sin lucir,

La aura sin respirar,

El monte sin vestir,

Y el abril, en efecto,

Sin lograr y pulir

Las flores ciento á ciento,

Las rosas mil á mil,

Quedan mustios sin tí

El sol, el aura, el monte y el abril.

Vénus.

¡Qué atrasadas lisonjas!

Adónis.

Perdona, que he de ir

Siguiendo tu hermosura.

Vénus.

¿A qué, si en mi jardin,

Que ya desde esta parte

Se deja descubrir,

De atalaya un laurel

Que abraza amante vid,

Todo es amor? Por señas,

Que dél á recibir

A su deidad las ninfas,

En alegre festin,

Salen al paso...—y tú,

Para llegar aquí,

No temes las fierezas,

Y las bellezas sí.

Adónis.

¡Ay! que no sé qué afecto...

Vénus.

No has de pasar de aquí.

Adónis.

Me hace no obedecer.

Vénus.

Y agradecer á mí. (Vanse.)


[p. 360]Múdase el teatro en el de jardin, y por las puertas salen, cantando y bailando, las Ninfas, CELFA y CHATO.

Todas.

Corred, corred, cristales,

Plantas, vivid, vivid,

Aves, cantad, cantad,

Flores, lucid, lucid,

Pues que vuelve Vénus

Hermosa y gentil,

Trayendo despojos

De amor tras sí,

Porque nadie pueda

Exento decir

Que el vivir no amando

Se llama vivir.

Corred, vivid, cantad, lucid.

Vénus.

¿Que aun no te vuelves?

Adónis.

No.

Vénus.

¿Y á entrar te atreves?

Adónis.

Sí.

Vénus.

Entra, pues, y vosotras

Alegres proseguid.

Música.

Corred, corred, cristales,

Plantas, vivid, vivid, etc. (Vanse.)

Tocan cajas y trompetas, y habiendo dicho dentro los primeros versos, salen MARTE, BELONA, DRAGON y Soldados.

Belona.

La planta fugitiva

Del laurel ceda al roble.

Todos.

¡Marte viva!

[p. 361]Marte.

Mejor, Belona, fuera

Decir la aclamacion que Marte muera;

Pues aunque de blasones

Victorioso en Egnido me corones

De Délfos, ¿qué ha importado,

Si en Chipre estoy á una ilusion postrado,

Cuyos vanos recelos

Ni celos son ni dejan de ser celos?

Belona.

Siendo de amor, no infama

Los heroicos asuntos de la fama.

Dragon.

Y más cuando en abono

De que pueda un barbado hablar, en tono

De falsete, cariño,

Llorando viejo y caducando niño,

No tiene otra disculpa,

Para no ser ridícula su culpa,

Que decir que de Marte

Es hijo Amor...

Marte.

Estaba por quitarte

Mil vidas...

Dragon.

Ten la mano:

Y ese recado á monseñor Vulcano.

Marte.

Que si de Marte fuera

Bastardo hijo el Amor, no introdujera,

Vilmente lisonjero,

Que valga más lo hermoso que lo fiero,

Temor que hoy en mí lucha.

Belona.

¿Cómo?

Marte.

Nadie aquí quede. Ahora escucha;

(Vanse Dragon y soldados.)

Que el fuego en que me abraso

Tú sola has de saber.

Belona.

Pues habla paso.

[p. 362]Hablan los dos en secreto, y sale EL AMOR, disfrazado, como recelándose.

Amor.

(Ap.) Ya que la altivez de Adónis,

Viendo ahora á Vénus, fué

(Pues en sus jardines yace)

Rendimiento y no altivez;

Receloso de que Marte

Lo ha de llegar á saber;

Sin alas, arco ni aljaba

Vengo á asistirle; porque

Como esté á la mira Amor

Sin ser conocido dél,

El más receloso amante

Nada que le digan crê.

Hablando con mi enemiga

Belona está: ¡oh si entender

Algo pudiera! La sombra

Me valga de este laurel. (Retírase.)

Marte.

Hasta aquí me dijo Libia,

Y aunque el que vida la dé

Un bello jóven, no importa,

Importa que ella...

Belona.

Deten

La voz, que entre aquellas ramas

Ruido he sentido. ¿Quién

En acecho de los dos

Hace las hojas cancel?

Marte.

¿Quién contra mi órden...

Amor.

(Ap.)¡Ay triste!

Marte.

Aquí ha quedado? (Descubre al Amor.)

Amor.

(Ap.)Si él

Me conoce, muerto soy,

[p. 363]Pues ha de querer saber

La causa de mi disfraz.

Marte.

¿Quién eres, díme, y á qué

Te ocultas entre estas ramas?

Amor.

Soy quien... sí... cuando, porqué...

Marte.

No te turbes; que no sabes

Cuánto sospechosa es

Para mí una turbacion;

Y más cuando llego á ver

Lo que se parece á otra

Que, traidoramente infiel,

Calló, troncada en la voz,

Y habló pálida en la tez.

¿Quién eres, pues?

Amor.

Quien, si tú

No lo sabes, no lo sé.

Marte.

¿Si no lo sé, no lo sabes?

Amor.

No, que tú lo has de saber

Primero que yo lo diga.

Marte.

Yo lo ignoro.

Amor.

Yo tambien.

Marte.

¿Enigmas me hablas ahora?—

¡Hola!

Salen DRAGON y Soldados.

Soldados.

¿Qué mandas?

Marte.

Prended

Aquese jóven.

Amor.

Será

Esta la primera vez...

Marte.

¿Qué?

Amor.

Que otro me prenda á mí,

Y yo no le prenda á él.

Belona.

¿Pues cómo escapar podrás

[p. 364]Solo de tanto poder?

Amor.

Ya que depuse las alas,

Me he de valer de los piés. (Vase.)

Marte.

Tenelle, que es el Amor.

Belona.

¿Cómo es posible sea él,

Sin conocerle hasta ahora?

Marte.

No eso admiracion te dé,

Porque el amor de un celoso

No es fácil de conocer,

Hasta que otras señas digan

Si es amor ó no lo es.

Y pues decir que ninguno

A él le ha podido prender,

Y que ha depuesto las alas,

Lo ha declarado más bien.

Seguidle todos, seguidle;

Que ya me importa saber

(Vanse los soldados.)

De su disfraz la intencion.

Pero yo en su alcance iré.

Belona.

¡Ay de tí, si á Amor que huye

Intentas seguir!

Marte.

¿Por qué?

Belona.

Porque nadie sigue á Amor,

Que en mayor riesgo no dé.

Marte.

¿Qué mayor que no apurar

Que aquí disfrazado esté

Y no le conozca yo? (Vase.)

Belona.

Sitiad el monte, corred

La campaña. (Vase.)

Dragon.

¿Quién vió andar

A ojeo de amor, ni quién

Amó, sino como yo,

Que si á Celfa quiero bien,

[p. 365]Es sólo el rato que importa

A la maraña? (Vase.)

Belona.

(Dentro.)Romped

Los riscos.

Voces.

(Dentro.)Al valle, al llano.

Sale AMOR.

Amor.

Favor los cielos me den;

Que sin alas, el aliento

Empieza á desfallecer.

Aquí hay una quiebra: ella

Me ha de amparar y valer

Contra las iras de Marte.

Deseng.

(Dentro.) Sí hará, que este el centro es

Donde siempre pára Amor.

Dragon.

(Dentro.) De aquella montaña al pié

Entra á una gruta.

Marte.

(Dentro.)Aunque fuera

Al báratro, entrara en él.


Entra AMOR por un lado y sale por otro, en cuyo espacio se ve el teatro de la gruta, y él no hace más que atravesar por ella, y salen MARTE y DRAGON.

Dragon.

En poco nos ha engañado,

Que yo pienso que lo es,

Segun horroroso y triste

Se nos muestra.

Marte.

Dices bien,

Pues nunca la planta, pues nunca la vista

Pisó temerosa, previno confusa

Tan lóbrega estancia, mansion tan horrible,

[p. 366]Prision tan funesta ni cárcel tan dura.

A la escasa luz que dispensa

El torpe bostezo que entreabre la gruta

(Porque el sol que de miedo no pasa,

De léjos la acecha, áun más que la alumbra),

Melancólico espacio diviso

De negras paredes, que teas ahuman,

Colgadas de grillos, cadenas y lazos,

Trofeos que infaman deidad que no ilustran.

Dragon.

Aun no sólo mirados asombran

Despojos tan viles, mas oidos asustan.

(Dentro ruido de cadenas.)

Marte.

Dices bien, que al compas de arrastradas

Prisiones, llorosos lamentos se escuchan.

Dragon.

Atiende, quizá sabrás quién avisa

Del fúnebre centro en la esfera nocturna.

Música.

(En tono triste, dentro.)

¡Ay de aquel que en principio de celos,

Huyendo el Amor, no le deja que huya!

Marte.

¿Ay de aquel que en principio de celos,

Huyendo el Amor, no le deja que huya?

¿Quién eres, oh tú, que la ajena desdicha,

Mirándola mia, la tienes por tuya?

Temor.

(Dentro.)

Quien pena...

Sospech.

(Dentro.)

Quien siente...

Envidia.

(Dentro.)

Quien gime...

Ira.

(Dentro.)

Quien llora...

Temor.

Tu asombro.

Sospech.

Tu pena.

Envidia.

Tu queja.

Ira.

Tu angustia.

Marte.

Mi angustia, mi queja, mi pena, mi asombro,

¿Hay quien lamente?

Todos.

Sí, pues que pronuncia:

[p. 367]¡Ay de aquel que en principio de celos,

Huyendo el Amor, no le deja que huya!

Marte.

A pesar del pavor, de quién eres

Haré hoy experiencia la que era pregunta.

Va saliendo cada figura con su verso, EL TEMOR con una hacha, LA SOSPECHA con un anteojo de larga vista, LA ENVIDIA con un áspid, LA IRA con un puñal, todas con mascarillas, y vestidas de negro.

Temor.

Quien vive...

Sospech.

Y no vive...

Envidia.

Quien muere...

Ira.

Y no muere...

Temor.

Entre ánsias...

Sospech.

Asombros...

Envidia.

Horrores...

Ira.

Y furias...

Marte.

Del oido pasando á los ojos,

De nuevo al principio se vuelven mis dudas.

¿Has visto jamás tan pálidas sombras?

Dragon.

¿Yo habia de ver tan horrendas figuras?

Marte.

¿Quién sois, decid, y qué bóveda es esta,

Que tiene (¡ay de mí!) tal familia por suya?

Temor.

Esta es de los celos...

Sospech.

La mísera cárcel...

Envidia.

Adonde de Amor...

Ira.

Siempre paran las fugas.

Todas.

¡Ay de aquel que en principio de celos,

Huyendo el Amor, no le deja que huya!

Marte.

¿Quién eres, oh tú, que con trémula antorcha

Saliéndole al paso, al que alumbras deslumbras?

Temor.

Yo soy aquel miedo que tiene el que ama

[p. 368]De cuánto achacosa es cualquier hermosura;

Y así, tropezando en primeros temores,

Le sirvo la luz, y déjole á oscuras,

(Apaga la luz.)

Porque busca con ella su daño,

Y luégo le pesa de hallar lo que busca.

Marte.

Y tú, que á un cristal parece que, corta

De vista, le estás graduando las lunas,

¿Quién eres?

Sospech.

Yo soy la Sospecha, que al miedo

Le piso la sombra.

Marte.

Y bien, ¿qué procuras?

Sospech.

Que artificioso este anteojo de vidrio,

Creciendo los grados á cuanto presuma,

Represente de un álamo un monte,

De un átomo un mar, de una gota una lluvia.

Envidia.

Y yo, que siguiendo anteojos de aumento,

Doy luego por ciertas ajenas fortunas,

Anudando un áspid á otro,

De envidia en mi seno les doy la cicuta.

Ira.

Con que á la Envidia siguiendo la Ira,

Los áspides que ella enlaza y anuda,

En víboras yo convierto de acero,

Que para venganzas afilen sus puntas.

Las cuat.

Y las cuatro, que somos las guardas

Del preso que yace en prision tan oscura,

Al peregrino el riesgo avisamos;

Mas todos le oyen y nadie le escucha.

Marte.

Pues ya que el aviso decís cuánto en vano

Al peregrino el riesgo le anuncia,

Ya que yo entré, ¿quién el preso es de celos?

Todas.

Aquella vejez helada y caduca...

[p. 369]Vese dentro de la gruta EL DESENGAÑO, con barba larga, vestido de pieles, y con prisiones.

Temor.

Qué triste...

Sospech.

Padece...

Envidia.

Postrada...

Ira.

Rendida...

Temor.

Fatigas...

Sospech.

Desprecios...

Envidia.

Baldones...

Ira.

Y injurias...

Marte.

Quién es, sepa pues.

Todas.

Es el Desengaño,

Por quien repetimos, ya solas, ya juntas:

¡Ay de aquel que en principio de celos,

Huyendo el Amor, no le deja que huya!

Deseng.

¡Oh tú, que venciendo á todos,

A tí solo no te vences,

Y con humanas pasiones,

Divinas señas desmientes!

Sabrás que en aquesta cárcel

Para que nadie le encuentre,

Con várias guardas los celos

Preso al Desengaño tienen.

Pero ya que huyendo Amor,

Escapar de tí pretende,

A estos umbrales, adonde

Su fatiga va á dar siempre,

Mira, ¿qué quieres de mí?

Pues alcanzarle á él no puedes,

Porque en llegando aquí, todas

Sus pompas se desvanecen.

Marte.

¿Qué quieres que de tí quiera,

[p. 370]Quien siguiendo á un ciego viene,

Que visto se desconoce,

Y no visto no se entiende,

Sino saber con qué causa

Hoy disfrazado pretende

Asistirme y huir de mí?

Deseng.

Si á tanto empeño te atreves,

Díle al Temor que te traiga,

La Sospecha que te acerque,

La Envidia que te desmaye,

Como al Rencor que te aliente.

(Descubre un espejo, y vese en él lo que dicen las coplas.)

Las cuat.

Sí haremos, para que juntas

Corriendo la nube débil

Este empañado cristal

Veas claro y transparente.

Marte.

Ya lo está.

Deseng.

¿Qué ves en él?

Dragon.

Señores, ¿qué encanto es este?

Marte.

De las campañas de Chipre

El más deleitoso albergue,

En cuya apacible estancia

Festivos coros alegres

De ninfas, la falda al monte

Van floreciendo dos veces.

Dragon.

Hasta Chato y Celfa van.

Marte.

Pues eso ¿por qué te ofende?

Dragon.

Porque las mujeres proprias

No han de ser proprias mujeres.

¿Faltábala con quien ir

A una pícara insolente

Que no fuese su marido?

Marte.

Calla, bárbaro, y atiende.

Ya el ojeo pasa, y ya

[p. 371]Por várias sendas descienden

Vénus y un gallardo jóven,

Que amorosos y corteses,

Con los brazos se saludan,

Y el uno al otro se ofrece

Los despojos de la caza.

¡Que aquesto mire! ¡Oh aleve

Cristal! perezca tu luna,

Aun cuando la del sol fuese,

Si es verdad porque es verdad,

Y si mientes porque mientes.

Todos.

Aunque quebrarla pretendas,

No hayas miedo que la quiebres.

Marte.

¿Por qué?

Todos.

Porque el desengaño

Sus sombras desaparece,

Luego que antídotos suyos,

Que sanan con lo que duelen,

Dando la muerte dan vida.

Marte.

¿De qué suerte?

Todos.

Desta suerte.

(Dentro ruido como de terremoto, y desaparecen el Desengaño, y las otras cuatro figuras.)

Marte.

¿Quién crêrá que Marte huya

De ver prodigio tan fuerte? (Vase.)

Dragon.

Ni ¿quién que Dragon de Celfa

Celos maridales siente? (Vase.)


[p. 372]Cúbrese la gruta y vense los jardines, y en ellos VÉNUS sentada, ADÓNIS en sus faldas, y las Ninfas; CHATO y CELFA.

Vénus.

En tanto que declinando

El sol sus ardores temple

Para volver á la caza,

Porque conmigo no eches

Ménos á tu inclinacion,

Descansar, Adónis, puedes

En estos jardines.

Adónis.

¿Qué

Echará ménos quien tiene,

Cuando merecen sus dichas

Las dichas que no merecen,

Afianzada en tus favores

La costa de tus desdenes?

Vénus.

Vosotras, porque no haya

Cosa que no le deleite,

Cantad algo.

Chato.

Celfa, ven

A hacer unos ramilletes

Para el nuevo amo.

Celfa.

Veamos

Cómo una música puede

Parecer entre otra.

Chato.

Como

Entre lo rojo lo verde.

Coro 1.º de ninfs.

No puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

Coro 2.º de ninfs.

Sí puede Amor.

Coro 1.º

No puede Amor

[p. 373]Ni mi deseo

Pasar del bien que poseo;

Porque crecer el empleo

De tan divino favor,

No puede Amor.

Coro 2.º

Sí puede Amor...

Los dos.

Hacer mi dicha mayor.

Adónis.

Aunque la letra que oí

En lo primero que ofrece,

Que habla conmigo parece,

Pues yo el más dichoso fuí,

Perdona, si

En lo segundo mi error

Funda mejor

Su dicha.

Vénus.

¿De qué manera?

Adónis.

Como la contienda era

De vuestro dulce primor...

Él y Coro 1.º

No puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

Él y Coro 2.º

Sí puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

Adónis.

La dicha no merecida

Se posee desairada;

Que mal puede estar hallada

Sin achaques de perdida;

Y mi vida

Más quisiera merecer,

Que poseer:

Luego si Amor puede dar

Dicha que es más singular

Cuanto hay de mérito á error...

Él y Coro 2.º

Bien puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

[p. 374]Vénus.

Dicha que á ser dicha crece,

Aun ántes que sea esperanza,

Es dicha del que la alcanza,

Mas no del que la merece:

Y si se ofrece

La dicha sin merecella,

Dando cuanto puede en ella

De mérito y de valor...

Ella y Coro 1.º

No puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

Adónis.

El que sin proprio interes

Logró dichas semejantes,

Haberlas logrado ántes

Podrá merecer despues:

Luego si es

Suya en la segunda accion

La estimacion

Que hacer de su dicha puede

Y en ella Amor le concede

Que pueda quedar mejor...

Él y Coro 2.º

Bien puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

Vénus.

Servir el favorecido

No es en leyes del cuidado

Mérito de enamorado,

Que es deuda de agradecido.

Y el más rendido

Podrá agradecer y amar;

Mas no aumentar

Los grados á la fineza;

Que es ser nieve cuando empieza,

Y cuando fallece ardor.

Ella y Coro 1.º

No puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

[p. 375]

Adónis.

No hace poco el que agradece.

Vénus.

El que agradece, ¿qué hace?

Adónis.

Por lo ménos satisface.

Vénus.

Satisface y no merece.

Adónis.

En fin, ofrece

Lo que puede su ventura.

Vénus.

Es locura,

Si ofrece y no sacrifica.

Adónis.

¿Eso no implica?

Vénus.

No implica;

Que una vez mio el favor...

Ella y Coro 1.º

No puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

Adónis y Coro 2.º

Sí puede Amor

Hacer mi dicha mayor.

Sale AMOR.

Amor.

Sí puede y no puede Amor

Hacer la dicha mayor.

No puede, pues que no puede

Crecer las delicias;

Y sí puede, supuesto que puede

Torcer las desdichas.

Marte, á quien quise asistir,

Temiendo sus iras,

Penetró del disfraz y el acecho

La cauta malicia.

Y como hácia el Desengaño

Es siempre mi huida,

A pesar de las guardas de celos,

Rompió sus ruinas.

Habiendo en su espejo visto...

Mas ¿qué hay que repita,

[p. 376]Si los montes, que al verle estremece,

Mejor te lo avisan?

Mira tú pues qué defensa

Poner solicitas,

Pues celosa su furia amenaza

A quien...

Vénus.

No prosigas:

Y tú, Adónis, porque aquí

No te halle su vista,

De aqueste jardin pasando á los montes,

Restaura tu vida.

Adónis.

¿Cómo puedo, ingrata Vénus,

Ya más que benigna,

Asaltado tambien de sospechas,

Que es fuerza me embistan,

Dejando tu vida á riesgo,

Cuidar de la mia?

Vénus.

En cuanto á tus celos, tener á un tirano

Temor, no es caricia:

Y en cuanto á mi vida, piensa

Que está defendida;

Porque como aquí á tí no te encuentre,

En nada peligra.

Huye pues, huye á los montes.

Adónis.

Venció mi porfía;

Que Amor pudo, pues pudo sin celos

Hacer más mis dichas. (Vase.)

Todas.

Aunque él huya, ¿como tú

A verle te animas?

Vénus.

Como industria habrá con que enfrene

Sus sañas altivas.

Amor.

¿Qué industria hay contra los celos?

Vénus.

La siempre encendida

Fragua en que á Júpiter forja Vulcano

[p. 377]Los rayos que vibra.

Para el abrasado temple

Que montes fulmina,

De venenosas aguas se vale,

Leteas y Estigias.

Destas pues rompiendo los diques

Las furias impías,

Haré que estas fuentes sus tósigos corran,

En voz de mis ninfas,

Cuyas disonantes voces

Verás que al oirlas,

Adormecido el sentido... Mas esto

Su efecto lo diga,

Cuando al callado conjuro...

(Dentro ruido.)

Amor.

Si deso te fías,

Prevente; que á mí el asombro de verle

De aquí me retira. (Vase.)

Vénus.

Ninguna huya de vosotras.

Sale MARTE.

Marte.

Aleve enemiga,

En quien como en mí humanas pasiones

Se mienten divinas,

¿Juzgaste que tus engaños,

Traiciones, mentiras,

Pudieran jamás á sospechas de Marte

Negar sus noticias?

¿Dónde está el amante que

Mudable acaricias?

Que no quiero que empiece por tuya

Venganza que es mia.

No en lo débil debe el rayo...

[p. 378]Vénus.

Suspende las iras;

Que vienes no bien informado de alguna

Loca fantasía.

(Ap.) Ya es tiempo: ¿qué esperais, Furias?

(Corren las fuentes.)

Marte.

Por más que te finjas

No culpada en mis celos, en vano

Negarlos codicias,

Porque ¿cómo?... Pero ¿quién

De aliento me priva?

¿Quién la lengua entorpece y las voces

Del labio me quita?

Porque ¿cómo puedes?... ¡Cielos!

El juicio delira,

La razon fallece, y la luz

Se pierde de vista.

Vénus.

¿Ves como tus sinrazones

Los dioses castigan?

Habla pues: ¿en qué fundas tus quejas?

Marte.

No puedo decirlas.

Adormécese MARTE, y sale BELONA.

Belona.

Sí puedes; que yo, que á todo

Estoy á la mira,

Al ruidoso estruendo del agua

Que impura te hechiza,

Con otro estruendo sabré

Vencer la malicia.

Vénus.

¿Tú? ¿cómo?

Belona.

Al metal haciendo que brame,

Y al parche que gima.

Suenen idiomas de Marte,

Y en voces altivas

[p. 379]Confundid un rüido con otro,

Y viva el que viva.

(Cajas dentro.)

Voces.

(Dentro.) ¡Al arma, celos, al arma!

Que agravios obligan,

Y para venganzas á Marte despiertan,

Alientan y animan.

Marte.

(Despierta.) ¿Qué nuevo espíritu en mí

Es bien que revista

Este estrépito de armas, que cobra

Mis sañas perdidas?

Vénus.

(Ap.) Si voces de agua y de fuego

Contrarias militan,

Las del aire excedan á todas.

Marte.

¿Juzgaste, enemiga?...

Ninfas.

(Dentro.) No al arma, celos, no al arma;

Que ofensas se olvidan,

Y al letargo adormida la queja,

Ni llore ni gima.

Marte.

Aunque cobrado pretenda

Volver á mis iras, (Adormecido.)

No puedo, ¡ay de mí!

Belona.

Prosiga el estruendo.

Vénus.

Las voces prosigan.

(Cajas.)

Voces.

(Dentro.) ¡Al arma, celos, al arma,

Que agravios obligan!...

Ninfas.

(Dentro.) No al arma, celos, no al arma;

Que ofensas se olvidan.

Voces.

Y para venganzas á Marte despiertan,

Alientan y animan.

Ninfas.

Y al letargo adormida la queja,

Ni llore ni gima.

Marte.

De una confusion en otra

[p. 380]No sé lo que elija,

Entre aguas que aduermen, acentos que elevan

Y cajas que incitan.

Belona.

Y en fin, ¿á qué te resuelves?

Vénus.

Dí, ¿qué determinas?

Marte.

Sin vengarme en tu vida, tirana,

Vengarme en tu vida.

Y pues tu cobarde amante

Huyó de mi vista,

Tras él he de ir, penetrando los montes,

Llevando por guia

Estos dos villanos, que

Sus faldas y cimas

Registren conmigo, pues saben adónde

El temor le retira.

Celfa y Chato.

Nosotros tal no sabemos.

Marte.

Venid pues aprisa.

Los dos.

Aun yendo despacio, iremos cansados.

Marte.

Venid.

(Vanse Marte, Belona, Celfa y Chato.)

Los dos.

¡Qué desdicha!

Vénus.

Porque no le busque y le halle,

Esferas divinas,

Empañad desos velos azules

Las luces que brillan.

Y tú, Júpiter, pues sabes

Lo que es amar, mira

Que nunca mejor que ahora empleaste

Los rayos que vibras,

Pues nunca mejor se emplean

Sagradas tus iras.


[p. 381]Vase con sus ninfas, y con esta música se muda el teatro en monte, y vuelve MARTE, trayendo de la mano á CHATO y CELFA.

Marte.

Pues sabeis por donde fué,

¿Quién duda que sepais dónde

Este cobarde se esconde?

Celfa.

Yo, señor Marte, no sé

Más de que muy asustado

Huir de su vista previno.

Chato.

Bien como hijo de vecino

De los que entran por un lado,

Y por un lado tambien

Los escapa su temor,

Luego que señor mayor

Llama á la puerta.

Celfa.

Mas quien

Tan parto es destas montañas,

Es cierto que á ellas vendria.

Marte.

Pues al albergue de guía

Me servid, que en sus entrañas

Tiene.

Chato.

Es vana pretension;

Que no sabemos allá.

Marte.

De otra manera será.

Celfa.

¿De qué manera?

Marte.

(Llamando.)¡Dragon!

Chato.

No al Dragon llamar intente,

Que anda en su conversacion;

Que no hace falta el Dragon

Adonde está la serpiente.

Marte.

¡Dragon!

Chato.

A huir me acomodo.

[p. 382]Marte.

¡Dragon!

Chato.

¡Ay triste de mí!

¿Hácia dónde está?

Salen DRAGON y Soldados.

Dragon.

Hácia aquí,

Esperándote, del modo

Que tú me mandaste, estoy.

¿Qué quieres?

Marte.

Que estos villanos,

Atados de piés y manos,

A estos troncos queden hoy.

(Los soldados atan á Chato, y Dragon á Celfa. Vanse los soldados.)

Dragon.

En fin, ingrata, has venido

A mis manos.

Celfa.

Pues ¿en qué

Te he ofendido?

Dragon.

Yo lo sé.

Voces.

(Dentro.) Huid, pastores.

Marte.

¿Qué ruido

Es este?

Salen villanos huyendo por delante de ellos, y despues ADÓNIS, flechado el arco.

Unos.

Huid, que del monte

El herido jabalí,

Que há tantos dias que aquí

Es terror deste horizonte,

Baja al valle, donde vuelva

A hacer estragos mayores.

Otros.

Huid, zagales.

[p. 383]Otros.

Huid, pastores.

Todos.

Al llano, al bosque, á la selva. (Vanse.)

Adónis.

No temais; que si le alcanza

Mi altiva velocidad,

Lo que ántes fué agilidad,

Ahora será venganza,

Como primero instrumento

De mi desdicha cruel. (Vase.)

Chato.

Pues el que busca es aquel

Que atras va dejando el viento,

¿Para qué nos quiere ya?

Marte.

Dices bien, aquél es, sí,

El que tan dichoso ví;

Y pues tras la fiera va,

En que empezó la primera

Fineza suya el Amor,

Empiece de mi furor

Tambien la ira. ¡Oh tú, Megera,

Que de las tres furias eres

La que más á Marte asiste!

En aquel bruto reviste

Toda la saña que adquieres.

Vean prados, montes, cielos,

Que en venganza de una injuria

De toda una infernal furia

Nada les sobra á los celos. (Vase.)

Chato.

Con que aquí ya no hay que hacer.

Dragon.

Sí hay, por si falta lugar

Despues.

Chato.

¿Qué es?

Dragon.

No más que dar

De coces á su mujer.

Chato.

Si eso solo falta,

Y á usted le importa,

[p. 384]Ahí (por eso se dijo)

Me las den todas.

Celfa.

Pues ¿por qué á mí de coces,

Seor Dragoncillo?

Dragon.

Por conjunta persona

De su marido.

¿No le basta á un pobre hombre

Sufrirla en casa,

Sino que á los ojeos

Con él se vaya?

Celfa.

¿Qué delito es ese,

Si hay en tal tiempo

Maridos que no sirven

En los ojeos?

Dragon.

Aunque nunca estorben,

Es fuerte cosa

Ser la mujer grillo,

¿No basta esposa?

Y áun si fuera con otro,

Poco importara;

Pero ¡con su marido! (Pegándola.)

Celfa.

Basta.

Dragon.

No basta.

Chato.

(Ap.) El Dragon es un santo,

¿Quién vió, señores,

Gente más ajustada

Que los dragones?

Dragon.

Quédese ella para ella,

Y él para un asno. (Vase.)

Chato.

Y áun por eso he tenido

Tan lindo rato.

Celfa.

¡Que cargarme de coces

Le deje un tonto!

Chato.

Hija, esas son las cargas

[p. 385]Del matrimonio.

Celfa.

Bien ves, pícaro, infame,

Cómo me ha puesto.

Chato.

Y por no verlo, diera

Volver á verlo.

Celfa.

¿Que á tu esposa dejes

Que den de coces?

Chato.

Como aquesos trabajos

Pasan los hombres.

Celfa.

Pues en tí he de vengarme

De sus desprecios. (Embiste con él.)

Chato.

Para mí tendreis manos.

Adónis.

(Dentro.) ¡Valedme, cielos!

Chato.

Pero ¿quién á su cargo

Toma mi queja?

Celfa.

Aun mayores prodigios

Hay en la selva;

Pues en desmandadas tropas

De esparcidos escuadrones

Todas las ninfas de Vénus

Huyendo vienen.

Sale VÉNUS, suelto el cabello, medio desnuda, ensangrentadas las manos.

Vénus.

Pastores,

Decidme (¡ay de mí!), decidme

Si dijeron unas voces

«¡Piedad, cielos!»

Adónis.

(Dentro.)¡Piedad, cielos!

Vénus.

¡Favor, dioses!

Adónis.

(Dentro.)¡Favor, dioses!

Vénus.

Mas no teneis que decirme,

Si ellas mismas me responden

[p. 386]Que es cuyo temo el gemido,

Y cuyo imagino el golpe.

Suyo es, sin duda, ¡ay de mí!

Y aunque tan cerca se oye,

No sé si osaré llegar

A examinarlo.

Sale BELONA.

Belona.

No oses,

Pues áun yo compadecida

Troqué á lástimas rencores

Al ver tus penas; y así

Digo otra vez que no oses

Si no quieres ver tan fiero

Trágico asunto, tan torpe,

Como ver que salpicando

Los más cándidos albores,

No sé qué vivo cadáver

Desde la cumbre de un monte

Rosas deshojadas vierte

A un valle que las recoge.

Vénus.

Yo he de ver quién es.

Salen LIBIA y las Ninfas.

Libia.

No veas,

Que yo al temer que en horrores

O su gemido me aflija

O su queja me congoje,

Vengo huyendo con el miedo

De que sea el que así llore

El más venturoso amante

Y el más desdichado jóven.

[p. 387]Vénus.

¿No es peor dudarlo?

Belona.

No,

Que la duda no supone

Lo que la evidencia, y temo

Como la verdad te informe,

Que sientas saber quién es

El que en pena tan enorme

Con su sangre les infunde

Nuevo espíritu á las flores.

Vénus.

Entre temer y apurar

Término no se conoce.

Belona.

Sí conoce, cuanto dista

Que el mal se dude ó se ignore;

Y así, ¿para qué has de ver

Que humana púrpura corre?...

Todas.

Tanto, que della animadas,

Cada flor es un Adónis.

Vénus.

¡Un Adónis! ¡Ay de mí!

¿Cómo, soberanos dioses,

Cielo, sol, luna y estrellas,

Riscos, selvas, prados, bosques,

Aves, frutos, fieras, peces,

Troncos, plantas, rosas, flores,

Fuentes, rios, lagos, mares,

Ninfas, deidades y hombres,

Sufrís tal estrago?

Sale MARTE.

Marte.

Como

La paz me dió más blasones

En un pastoril albergue

Que la guerra entre unos robles:

A cuya causa, tirana,

[p. 388]No hubo en todo este horizonte

Ni risco que no examine,

Ni peñasco que no toque;

Tanto, que no dirá uno

Que el rencor de mis rencores

Le dejó por escondido

O le perdonó por pobre;

Hasta que la misma fiera,

De mi ofensa primer móvil,

Primer móvil de mi ira,

Halló al que de mí se esconde.

Y porque mejor lo veas,

Llega, fiera, llega donde,

Bien herido y mal curado,

Se alberga un dichoso jóven...

Descúbrese á ADÓNIS, muerto entre unas flores.

Vénus.

¡Ay infelice de mí!

Injusto amante, que pones

En la fuerza de tus sañas

La fuerza de tus amores;

Aunque tirano te vengues,

Por lo ménos no blasones,

Que sin tirarle Amor flechas

Le coronó de favores:

Flechas le tiró el Amor,

Temida deidad de Jove,

Tanto, que porque tus celos

Su mayor triunfo no borren,

Vivirá á su ruego eterno,

Aunque ahora en él y en mí notes

Las venas con poca sangre,

[p. 389]Los ojos con mucha noche. (Cae sin aliento.)

Todas.

Con la fuerza del dolor

Cayó desmayada sobre

Las rosas, y sus espinas

Van violando sus colores...


La parte superior del teatro será de cielo: vese un sol que se va poniendo, y al mismo tiempo sale una estrella: el AMOR está en lo alto, y VÉNUS y ADÓNIS van subiendo, cada uno á su lado.

Amor.

Porque vean que no en vano,

Cuando en púrpura se tornen,

Le halló en el campo aquella

Vida y muerte de los hombres,

Júpiter, pues, conmovido

O indignado de que goce

Sin los imperios de un alma

Los de una vida tu nombre,

Desa derramada sangre

Quiere que una flor se forme,

Y que de aquella se vistan

Roja púrpura las flores,

Para que en tierra y en cielo

Estrella y flor se coloquen:

A cuya causa, subiendo

Donde entrambos se coronen,

Verás que desde este dia,

Con la nueva luz de Adónis,

Sale la estrella de Vénus

[p. 390]Al tiempo que el sol se pone.

Todos.

El horror de la tragedia

A vuestra vista se esconde,

Viendo que ya todo es dichas.

Marte.

No es todo sino rigores,

Al ver que á triunfos de Amor

Otra vez mis celos tornen,

Supuesto que Flor y Estrella

Ascienden Vénus y Adónis,

Al tiempo que se ve el sol (Suben.)

Entre pardos arreboles,

Y la enemiga del dia

Su negro manto descoge.

Vénus.

Pues porque mejor lo digas,

Los dulces acentos oye...

Adónis.

Con que nos aclama á un tiempo

La música de dos orbes.

Todos.

A pesar de los celos

Sus triunfos logre

El Amor, colocados

Vénus y Adónis:

Y reciban ufanas

Y eternas gocen

Las estrellas su estrella,

Su flor las flores.

Belona.

A cuyo aplauso festivo

Fin á su fábula pone

La púrpura de la rosa,

Volviendo á decir las voces...

Todos.

A pesar de los celos

Sus triunfos logre

El Amor, colocados

Vénus y Adónis:

Y reciban ufanas

[p. 391]Y eternas gocen

Las estrellas su estrella,

Su flor las flores.

(Iguálanse con el Amor, escóndense los tres y el sol, queda la estrella, y dase fin.)


[p. 393]

AUTOS SACRAMENTALES.



[p. 395]

LA CENA DEL REY BALTASAR.


[p. 396]

PERSONAS.


El Rey Baltasar.

Idolatría, dama.

Vanidad, dama.

Daniel, viejo.

Pensamiento.

Muerte.

Una Estatua, á caballo.

Músicos.


[p. 397]

Jardin magnífico del palacio de Baltasar, con un cenador y un muro al fondo.

ESCENA PRIMERA.

Sale EL PENSAMIENTO, vestido de loco, de muchos colores, y DANIEL, tras él, deteniéndole.

Daniel.

Espera.

Pensam.

¿Qué he de esperar?

Daniel.

Advierte.

Pensam.

¿Qué he de advertir?

Daniel.

Óyeme.

Pensam.

No quiero oir.

Daniel.

Mira.

Pensam.

No quiero mirar.

Daniel.

¿Quién respondió dese modo

Nunca á quien le preguntó?

Pensam.

Yo, que sólo tengo yo

Desvergüenza para todo.

Daniel.

¿Quién eres?

Pensam.

Cuando esto ignores,

Vengo á ser yo el ofendido.

¿No te lo dice el vestido

Ajironado á colores,

Que, como el camaleon,

No se conoce cuál es

[p. 398]La principal causa? Pues

Oye mi difinicion.

Yo, de solos atributos

Que mi sér inmortal pide,

Soy una luz que divide

A los hombres de los brutos.

Soy el primero crisol

En que toca la fortuna,

Más mudable que la luna

Y más ligero que el sol.

No tengo fijo lugar

Donde morir y nacer,

Y ando siempre, sin saber

Dónde tengo de parar.

La adversa suerte ó la altiva

Siempre á su lado me ve;

No hay hombre en quien yo no esté,

Ni mujer en quien no viva.

Soy en el rey el desvelo

De su reino y de su estado;

Soy en el que es su privado

La vigilancia y el celo;

Soy en el reo la justicia,

La culpa en el delincuente,

Virtud en el pretendiente,

Y en el próvido malicia;

En la dama la hermosura,

En el galan el favor,

En el soldado el valor,

En el tahur la ventura,

En el avaro riqueza,

En el mísero agonía,

En el alegre alegría,

Y en el triste soy tristeza;

[p. 399]Y, en fin, inquieto y violento,

Por donde quiera que voy

Soy todo y nada, pues soy

El humano Pensamiento.

Mira si bien me describe

Variedad tan singular,

Pues quien vive sin pensar

No puede decir que vive.

Esto es si en comun me fundo;

Mas hoy en particular

Soy el del rey Baltasar,

Que no cabe en todo el mundo.

Andar de loco vestido

No es porque á solas lo soy,

Sino que en público estoy

A la prudencia rendido;

Pues ningun loco se hallara

Que más incurable fuera,

Si ejecutara y dijera

Un hombre cuanto pensara;

Y así lo parecen pocos,

Siéndolo cuantos encuentro,

Porque, vistos hácia dentro,

Todos somos locos,

Los unos y los otros.

Y en fin, siendo loco yo,

No me he querido parar

A hablarte á tí, por mirar

Que no es compatible, no,

Que estemos juntos los dos;

Que será una lid cruel,

Porque, si tú eres Daniel

(Que es decir Juicio de Dios),

Mal ajustarse procura

[p. 400]Hoy nuestra conversacion,

Si somos, en conclusion,

Tú juicio, y yo locura.

Daniel.

Bien podemos hoy un poco

Hablar los dos con acuerdo,

Tú subiéndote á ser cuerdo,

Sin bajarme yo á ser loco;

Que aunque es tanta la distancia

De acciones locas y cuerdas,

Tomando el punto á dos cuerdas,

Hacen una consonancia.

Pensam.

Responderte á todo intento,

Y es consecuencia perfeta,

Que lo que alcanza un profeta

Se lo diga el Pensamiento.

Daniel.

Díme, ¿de qué es el placer

Que ahora vuelas celebrando?

Pensam.

De la boda estoy pensando,

Que hoy Babilonia ha de ver,

El aplauso superior.

Daniel.

Pues, ¿quién, dí, se ha de casar?

Pensam.

Nuestro rey Baltasar,

De Nabucodonosor

Hijo, en todo descendiente.

Daniel.

¿Quién es la novia feliz?

Pensam.

La gallarda emperatriz

De los reinos del Oriente,

Cuna donde nace el dia.

Daniel.

¿Ella es idólatra?

Pensam.

¡Pues!

Y tan idólatra es,

Que es la misma Idolatría.

Daniel.

¿Él no estaba ya casado

Con la humana Vanidad

[p. 401]De su imperio y majestad?

Pensam.

Su ley licencia le ha dado

De dos mujeres, y áun mil;

Y aunque Vanidad tenía,

Vanidad é Idolatría

Le hacen soberbio y gentil;

Juicio de Dios, ó Daniel,

Que todo es uno; que así

Lo dice el texto.

Daniel.

¡Ay de mí!

Pensam.

¿Habiais de casar con él,

Que tanto lo sentís vos?

(Ap. Mal en decírselo hice.)

Daniel.

¡Ay de tí, reino infelice!

¡Ay de tí, pueblo de Dios!

Pensam.

Si va á decir la verdad,

Vos estais ahora pensando

Que él celebra bodas, cuando

Llorais en cautividad

Vosotros; y es el dolor

De que esta boda no sea

Con la Sinagoga hebrea,

Por quedar libres, y por...

Pero la música suena; (Suenan chirimías.)

Presto á otra cosa pasé.

Miéntras Babilonia ve

Qué recibimiento ordena

A su reina, que los dos

Nos retiremos nos dice.

Daniel.

¡Ay de tí, reino infelice!

¡Ay de tí, pueblo de Dios! (Retíranse.)

[p. 402]ESCENA II.

DANIEL, EL PENSAMIENTO, retraidos.—Tocan chirimías, y salen BALTASAR y LA VANIDAD, y por otra parte LA IDOLATRÍA, bizarra, y acompañamiento.

Baltas.

Corónese tu frente

De los hermosos rayos del Oriente,

Si ya la pompa suya

No es poca luz para diadema tuya,

Gentil Idolatría,

Reina en mi imperio y en el alma mia.

En hora feliz vengas

A la gran Babilonia, donde tengas

En mi augusta grandeza

Dosel debido á tu imperial belleza,

Rindiéndose á tus plantas

Cuantas estatuas, cuantas

Imágenes y bultos

Dan holocaustos, fabrican cultos

A tu aliento bizarro,

En oro, en plata, en bronce, en piedra, en barro.

Idolat.

Baltasar generoso,

Gran rey de Babilonia poderoso,

Cuyo sagrado nombre,

Porque al olvido, porque al tiempo asombre,

El hebreo sentido

Le traduce tesoro, que escondido

Está; la Idolatría,

Emperatriz de la mansion del dia

Y reina del Oriente,

[p. 403]Donde jóven el sol resplandeciente

Más admirado estuvo,

De quien la admiracion principio tuvo,

Hoy á tu imperio viene

Por el derecho que á tus aras tiene;

Pues desde que en abismos sepultado,

Del gran diluvio el mundo salió á nado,

Fué este imperio el primero

Que introdujo, político y severo,

Dando y quitando leyes,

La humana Idolatría de los reyes,

Y la divina luégo

De los dioses en lámparas de fuego.

Nembroth hable adorado,

Y Moloc, en hogueras colocado,

Pues los dos merecieron este extremo,

Nembroth por rey, Moloc por Dios supremo,

De donde se siguieron

Tantos ídolos, cuantos hoy se unieron

A estas bodas propicios,

Pues las ven, en confusos sacrificios,

Treinta mil dioses bárbaros que adoro

En barro, en piedra, en bronce, en plata, en oro.

Pensam.

(Aparte á Daniel.)

Aquesta sí que es vida:

Haya treinta mil dioses, á quien pida

Un hombre, en fin, lo que se le ofreciere,

Porque éste otorgue lo que aquél no diere;

Y no tú, que importuno

Tienes harto con uno,

Que de oillo me espanto.

¿Y un solo Dios puede acudir á tanto

Como tiene que hacer?

Daniel.

(Aparte al Pensamiento.)Cuando lo sea

[p. 404]En más su mano universal se emplea.

Baltas.

Habla á la hermosa Vanidad, que ha sido

Mi esposa; y pues las dos habeis nacido

De un concepto, á las dos unir procura

Mi ambicion. ¡Qué belleza! ¡Qué hermosura!

(Mirando á las dos, y él en medio.)

Idolat.

Dáme, soberbia Vanidad, los brazos.

Vanidad.

Eternos han de ser tan dulces lazos.

Idolat.

Envidia la beldad tuya me diera,

Si lo divino que envidiar tuviera.

Vanidad.

Celos tu luz me diera, por los cielos;

Pero la Vanidad no tiene celos.

Baltas.

(Ap.) Un dia me amanece en otro dia,

Y entre la Vanidad é Idolatría,

La más hermosa, el alma temerosa

Duda; porque cualquiera es más hermosa,

Cuando con el aplauso lisonjero

Rey me apellido y Dios me considero.

Idolat.

¿De qué te has suspendido?

Vanidad.

¿De qué te has divertido?

Baltas.

Tu gran beldad ¡oh Idolatría! me admira;

Tu voz ¡oh Vanidad! dulce me inspira,

Y así, porque divierta mi tristeza,

(A las dos.)

Movido de tu aliento y tu belleza,

Hoy á las dos pretendo

Desvanecer y enamorar, haciendo

La Idolatría alarde de mis glorias,

Cuando la Vanidad de mis victorias.

De aquel soberbio Nabuco,

A cuyo valor y á cuya

Majestad obedecieron

Hado, poder y fortuna;

De aquel rayo de Caldea,

[p. 405]Que, desde la esfera suya

Flechado, Jerusalen

Llora su abrasada injuria;

De aquel que á cautividad

Redujo la sangre justa

De Israel, transmigracion

Que hoy en Babilonia dura;

De aquel que robó del templo

Vasos y riquezas sumas,

Despojo sagrado ya

De mi majestad augusta;

De aquel, en fin, que á los campos

Pació la esmeralda bruta,

Medio hombre, medio fiera,

Monstruo de vello y de pluma,

Hijo soy, deidades bellas;

Y porque le sostituya,

Como en el reino, en la fama,

Como en la fama, en la furia,

Los altos dioses que adoro

De tal condicion me ilustran,

Que no dudo que en mi pecho

O se repita ó se infunda

Su espíritu, y que heredada

El alma, tambien se infunda

En mi cuerpo, si es que dos

Pudieron vivir con una.

No el sér, pues, rey soberano

De cuanto el Tígris circunda,

De cuanto el Eufrates baña

Y de cuanto el sol alumbra

Por tantas provincias, que

A sólo verlas madruga

(Porque no se cumpla el dia

[p. 406]Sin que la tarea se cumpla),

La sed de tanta ambicion

O satisface ó apura;

Y sólo me desvanece,

Sea valor ó sea locura,

Tener sobre aquestos montes

Jurisdiccion absoluta,

Porque éstos son de Senar

Aquella campaña ruda

Que entre la tierra y el cielo

Vió tan estupenda lucha,

Cuando los hombres osados,

Con valor y sin cordura,

Armaron contra los dioses

Fábricas que al sol encumbran.

Y para que sepas tú,

Vanidad, de cuánto triunfas,

Y cuánto tú, Idolatría,

Vienes á mandar, escucha:

Estaba el mundo gozando

En tranquila edad segura

La pompa de su armonía,

La paz de su compostura,

Considerando entre sí

Que de una masa confusa

(Que ha llamado la Poesía

Cáos, y nada la Escritura)

Salió á ver la faz serena

De esta azul campaña pura

Del cielo, desenvolviendo,

Con lid rigurosa y dura,

De las luces y las sombras

La vanidad con que se aunan,

De la tierra y de las aguas

[p. 407]El nudo con que anudan,

Dividiendo y apartando

Las cosas, que cada una

Son un mucho de por sí,

Y eran nada todas juntas.

Consideraba que halló

La tierra, que ántes inculta

É informe estuvo, cubierta

De flores que la dibujan;

El vago viento poblado

De las aves que le cruzan;

El agua hermosa habitada

De los peces que la surcan;

Y el fuego con estas dos

Antorchas, el sol y luna,

Lámparas del dia y la noche,

Ya solar, y ya nocturna;

Que se halló, en fin, con el hombre,

Que es de las bellas criaturas

Que Dios, por mayor milagro,

Hizo á semejanza suya.

Con esta hermosura vano,

No hay ley á que le reduzca:

¡Tan antiguo es en el mundo

El ser vana la hermosura!

Vano y hermoso, en efecto,

Eterna mansion se juzga,

Sin parecerle que haya,

Por castigo de sus culpas,

Guardado un universal

Diluvio que le destruya;

Y con esta confianza,

En solo vicios se ocupan

Los hombres, mal poseidos

[p. 408]De la soberbia y la gula,

De la envidia y la avaricia,

Ira, pereza y lujuria.

Enojados, pues, los dioses,

A quien nada hay que se encubra,

Trataron de deshacer

El mundo, como á su hechura.

No á diluvios, pues, de rayos

Se vió la cólera suya

Fiada, á incendios sí de agua,

Porque la majestad suma

Tal vez con nieve fulmina,

Y tal vez con fuego inunda.

Cubrióse el cielo de nubes

Densas, opacas y turbias;

Que como estaba enojado,

Por no revocar la justa

Sentencia, no quiso ver

De su venganza sañuda

Su mismo rigor; y así,

Entre tinieblas se oculta,

Entre nubes se enmaraña,

Porque áun Dios, con ser Dios, busca,

Para mostrar su rigor,

Ocasion, si no disculpa.

El principio fué un rocío

De los que á la aurora enjuga

Con cendales de oro el sol;

Luego una apacible lluvia

De las que á la tierra dan

El riego con que se pula;

Luego fueron lanzas de agua,

Que nubes y montes juntan,

Teniendo el cuento en los montes,

[p. 409]Cuando en las nubes las puntas;

Luego fueron desatados

Arroyos; creció la furia;

Luego fueron rios; luégo

Mares de mares. ¡Oh suma

Sabiduría, tú sabes

Los castigos que procuras!

Bebiendo sin sed el orbe,

Hecho balsas y lagunas,

Padeció tormento de agua

Por bocas y por roturas;

Los bostezos de la tierra,

Que por entre abiertas grutas

Suspiran, cerrado ya

En prision ciega y oscura

Tuvieron al aire; y él,

Que por dónde salir busca,

Brama encerrado, y al fiero

Latido que dentro pulsa,

Las montañas se estremecen

Y los peñascos caducan.

Aqueste freno de arena,

Que pára á raya la furia

De ese marino caballo,

Siempre argentado de espuma,

Le soltó todas las riendas,

Y él, desbocado, procura,

Corriendo alentado siempre,

No parar cobarde nunca.

Las fieras, desalojadas

De sus estancias incultas,

Ya en las regiones del aire,

No es mucho que se presuman

Aves; las aves, nadando,

[p. 410]No es mucho que se introduzcan

A ser peces; y los peces,

Viviendo las espeluncas,

No es mucho que piensen ser

Fieras, porque se confundan

Las especies; de manera

Que en la deshecha fortuna,

Entre dos aguas (que así

Se dice que está el que duda),

El pez, el bruto y el ave

Discurren, sin que discurran,

Dónde tiene su mansion

La piel, la escama y la pluma.

Ya al último parasismo

El mundo se desahucia,

Y en fragmentos desatados

Se parte y se descoyunta;

Y como aquel que se ahoga,

A brazo partido lucha

Con las ondas, y ellas hacen

Que aquí salga, allí se hunda;

Así el mundo, agonizando,

Entre sus ánsias se ayuda.

Aquí un edificio postra,

Allí descubre una punta,

Hasta que rendido ya

Entre lástimas y angustias,

De cuarenta codos de agua

No hay parte que no se cubra,

Siendo á su inmenso cadáver

Todo el mar pequeña tumba.

Cuarenta auroras á mal

Echó el sol, porque se enlutan

Las nubes y luz, á exequias

[p. 411]Desta máquina difunta.

Sólo aquella primer nave,

A todo embate segura,

Elevada sobre el agua,

A todas partes fluctúa,

Tan vecina á las estrellas,

Y á los luceros tan junta,

Que fué alguno su farol,

Y su linterna fué alguna.

En ésta, pues, las reliquias

Del mundo salvó la industria

De Noé, depositando

Todas sus especies juntas;

Hasta que el mar reducido

A la obediencia que jura,

Se vió otra vez, y otra vez

La tierra pálida y mustia,

Desmelenada la greña,

Llena de grietas y arrugas,

La faz de la luz apénas

Tocada, pero no enjuta,

Asomó entre ovas y lamas

La disforme catadura,

Y en retórico silencio,

Agradecida, saluda

Del arco de paz la seña,

Pajiza, leonada y rubia.

Segundo Adan de los hombres,

Con generacion segunda,

El mundo volvió á poblar

De animales y criaturas.

Nembroth, hijo de Canaan,

Que las maldiciones suyas

Heredó (estirpe, en efecto,

[p. 412]Aborrecida y injusta),

Las provincias de Caldea

Con sus familias ocupa

Y sus hijos, cada uno

De tan disforme estatura,

Que era un monte organizado

De miembros y de medulas.

Estos, pues, viendo que un arca

Al mundo salvó, procuran

Con fábrica más heroica

Con máquina más segura,

Hacer contra los enojos

Del cielo una fuerza, cuya

Majestad en los diluvios

Los guarde y los restituya.

Ya para la excelsa torre

Montes sobre montes juntan.

Y la cerviz de la tierra,

De tan pesada coyunda

Oprimida, la hacen que

Tanta pesadumbre sufra,

Bien que con el peso gima,

Bien que con la carga cruja.

Crece la máquina, y crece

La admiracion, que la ayuda

A ser dos veces mayor,

Pues no hay gentes que no acudan

A su edificio, hasta ver

Que la inmensa torre suba

A ser támbico pilar,

A ser dórica columna,

Embarazo de los vientos

Y lisonja de la luna.

Ya con la empinada frente

[p. 413]La esfera abolla cerúlea,

Y con el cuerpo en el aire,

Tanto estorba como abulta;

Pero en medio desta pompa,

Deste aplauso, esta ventura,

La cortó el cielo los pasos,

Porque el mirar le disgusta

Escalar de sus esferas

La sagrada arquitectura;

Y porque no por asalto

Ganarle el hombre presuma,

Quiere que en los que la labran

Tal variedad se introduzca

De lenguas, que nadie entienda

Aun lo mismo que articula.

Suenan en todos á un tiempo

Destempladas y confusas

Voces, que el sentido humano

Hasta entónces no oyó nunca.

Ni este sabe lo que dice,

Ni aquel sabe lo que escucha;

Porque desta suerte el órden,

O se pierda, ó se confunda.

Setenta y dos lenguas fueron

Las que los hombres pronuncian

En un instante, que tantas

Quiere el cielo que se infundan.

En setenta y dos idiomas

Repetido se divulga

El eco, y desesperados

Los hombres ya, sin que arguyan

La causa, huyen de sí mismos,

Si hay álguien que de sí huya.

Cesa el asalto, porque

[p. 414]No quede memoria alguna

De tan glorioso edificio,

De fábrica tan augusta.

Preñada nube á este tiempo,

Para que más le confunda,

Hace herida, que su vientre

Humo exhale y fuego escupa,

Siendo de su atrevimiento

Ella misma sepultura,

Haciendo de sus ruïnas

Pira, monumento y urna.

Yo, pues, viendo que mi pecho

La fama á Nembroth le hurta,

Creo que quedar entónces

Tantas cenizas caducas,

Fué porque yo la acabase,

Pues en mí á un tiempo se juntan

Vanidad y Idolatría,

Con que á tantos rayos luzca.

Pues si tú me das aliento

Con que al imperio suba,

Si tú me aplacas los dioses,

Si tú, Vanidad, me ayudas,

Si tú, Idolatría, me amparas,

¿Quién duda, decid, quién duda

Que atrevido, y no postrado,

Tan grande promesa cumpla?

Y así quiero que las dos

Reineis en mi pecho juntas:

Idólatra á tu belleza,

Y vano con tu hermosura,

Sacrificando á tus dioses,

Mereciendo tus fortunas,

Adorando tus altares,

[p. 415]Logrando tus aventuras,

En láminas de oro y plata,

Que caracteres esculpan,

Vivirá mi nombre eterno

A las edades futuras.

Idolat.

A tus piés verás que estoy

Siempre firme y siempre amante.

Vanidad.

Siempre, Baltasar, constante

Luz de tus discursos soy.

Idolat.

Y si á los dioses te igualas,

Yo por dios te haré adorar.

Vanidad.

Yo, porque puedas volar

Daré á tu ambicion mis alas.

Idolat.

Sobre la deidad más suma

Coronaré tu arrebol.

Vanidad.

Yo, para subir al sol,

Te haré una escala de pluma.

Idolat.

Estatuas te labraré,

Que repitan tu persona.

Vanidad.

Yo al laurel de tu corona

Más hojas añadiré.

Baltas.

Dadme las manos las dos;

¿Quién de tan dulces abrazos

Podrá las redes y lazos

Romper?

Daniel.

¡La mano de Dios! (Adelantándose.)

Baltas.

¿Quién tan atrevido aquí

A mis voces respondió?

Pensam.

Yo no he sido.

Baltas.

Pues ¿quién?

Daniel.

Yo.

Baltas.

Pues, hebreo, ¿cómo así

Os atreveis vos, que fuisteis

En Jerusalen cautivo?

[p. 416]¿Vos, que humilde y fugitivo

En Babilonia vivisteis...

Vos, mísero y pobre, vos,

Así me turbais? ¿Así?

¿Quién ya libraros de mí

Podrá? (Va á sacar la daga.)

Daniel.

La mano de Dios.

Baltas.

¡Tanto puede una voz, tanto,

Que de oirla me retiro!

De mi paciencia me admiro;

De mi cólera me espanto.

Enigma somos los dos;

Cuando tu muerte pretende

Mi furor, ¿quién te defiende,

Daniel?

Daniel.

La mano de Dios.

Pensam.

¡Lo que en la mano porfía!

Vanidad.

(A Baltasar.) Déjale; que su humildad

Desluce mi vanidad.

Idolat.

Y su fe mi idolatría.

Baltas.

Vida tienes por las dos.—

Y que viva me conviene,

Porque vea que no tiene

Fuerza la mano de Dios.

(Vase con la Vanidad y la Idolatría.)

ESCENA III.

DANIEL, EL PENSAMIENTO.

Pensam.

De buena os habeis librado,

Y yo estimo la leccion,

Pues en cualquiera ocasion

[p. 417]En que me vea apretado,

Sé cómo me he de librar,

Pues sin qué ni para qué,

«La mano de Dios» diré,

Y á todos haré temblar;

Y pues de mano los dos

Solamente nos ganamos,

Mano á mano nos partamos:

Id á la mano de Dios. (Vase.)

ESCENA IV.

DANIEL; luégo LA MUERTE.

Daniel.

¿Quién sufrirá tus inmensas

Injurias, Autor del dia?

Vanidad y Idolatría

Solicitan tus ofensas.

¿Quién podrá, quién (de mi fe

En esta justa esperanza),

Tomar por vos la venganza

Deste agravio?

(Sale la Muerte con espada y daga, de galan, con un manto lleno de muertes.)

Muerte.

Yo podré.

Daniel.

Fuerte aprension, ¿qué me quieres,

Que entre fantasmas y sombras,

Me atemorizas y asombras?

Nunca te he visto; ¿quién eres?

Muerte.

Yo, divino profeta Daniel,

De todo lo nacido soy el fin;

Del pecado y la envidia hijo cruel,

Abortado por áspid de un jardin.

[p. 418]La puerta para el mundo me dió Abel,

Mas quien me abrió la puerta fué Cain,

Donde mi horror introducido ya,

Ministro es de las iras de Jehová.

Del pecado y la envidia, pues, nací,

Porque dos furias en mi pecho estén:

Por la envidia caduca muerte di

A cuantos de la vida la luz ven;

Por el pecado muerte eterna fuí

Del alma, pues que muere ella tambien;

Si de la vida es muerte el espirar,

La muerte, así, del alma es el pecar.

Si Juicio, pues, de Dios tu nombre fué,

Y del juicio de Dios rayo fatal

Soy yo, que á mi furor postrar se ve

Vegetable, sensible y racional,

¿Por qué te asombras tú de mí? ¿Por qué

La porcion se estremece en tí mortal?

Cóbrate, pues, y hagamos hoy los dos,

De Dios tú el juicio, y yo el poder de Dios.

Aunque no es mucho que te asombres, no,

Aun cuando fueras Dios, de verme á mí;

Pues cuando él de la flor de Jericó

Clavel naciera en campos de alhelí,

Al mismo Dios le estremeciera yo

La parte humana, y al rendirse á mí,

Turbaran las estrellas su arrebol,

Su faz la luna y su semblante el sol.

Titubeara esa fábrica infeliz,

Y temblara esa forma inferior;

La tierra desmayara su cerviz,

Luchando piedra á piedra y flor á flor;

A media tarde, jóven infeliz,

Espirara el dia el resplandor,

[p. 419]Y la noche su lóbrego capuz

Vistiera por la muerte de la luz.

Mas hoy sólo me toca obedecer,

A tí, Sabiduría, prevenir;

Manda pues; que no tiene que temer

Matar el que no tiene que morir.

Mio es el brazo, tuyo es el poder;

Mio el obrar, si tuyo es el decir;

Harta de vidas sed tan singular,

Que no apagó la cólera del mar.

El más soberbio alcázar, que ambicion,

Si no lisonja, de los vientos es;

El muro más feliz, que oposicion,

Si no defensa, de las bombas es,

Fáciles triunfos de mis manos son,

Despojos son humildes de mis piés.

Si el alcázar y muro he dicho ya,

¿Qué será la cabaña? ¿Qué será?

La hermosura, el ingenio y el poder

A mi voz no se pueden resistir,

De cuantos empezaron á nacer,

Obligacion me hicieron de morir;

Todas están aquí, ¿cuál ha de ser

La que hoy, juicio de Dios, mandas cumplir?

Que el concepto empezado más veloz

No acabará de articular la voz.

Entre aquella vital respiracion

Que desde el corazon al labio hay,

Pararé el movimiento y el accion,

Al artificio que un suspiro tray;

Cadáver de sí mismo el corazon,

Verás, rotos los ejes, cómo cay,

Sepulcro ya la silla en que era rey,

Justo decreto de precisa ley.

[p. 420]Yo abrasaré los campos de Nembroth,

Yo alteraré las gentes de Babel,

Yo infundiré los sueños de Behemot,

Yo verteré las plagas de Israel,

Yo teñiré la viña de Naboé,

Y humillaré la frente á Jezabel,

Yo mancharé las mesas de Absalon

Con la caliente púrpura de Amon;

Yo postraré la majestad de Acab,

Arrastrado en su carro de rubí;

Yo con las torpes hijas de Moab

Profanaré las tiendas de Zambrí;

Yo tiraré los chuzos de Joab;

Y si mayor aplauso fías de mí,

Yo inundaré los campos de Senar

Con la sangre infeliz de Baltasar.

Daniel.

Severo y justo ministro

De las cóleras de Dios,

Cuya vara de justicia

Es una guadaña atroz;

Ya que el tribunal divino

Representamos los dos,

No quiera, no, que el decreto

Del libro, que es en rigor

De acuerdo, aunque ya en los hombres

Es libro de olvido hoy,

Ejecutes, sin que ántes

Le hagas con piadosa voz

Los justos requirimientos,

Que pide la ejecucion.

Baltasar quiere decir

Tesoro escondido, y yo

Sé que en los hombres las almas

Tesoro escondido son.

[p. 421]Ganarle quiero; y así,

Sólo licencia te doy

Para que á Baltasar hagas

Una notificacion.

Recuérdale que es mortal,

Que la cólera mayor

Antes empuña la espada

Que la desnuda; así yo

Que la empuñes te permito,

Mas que la desnudes, no. (Vase.)

ESCENA V.

LA MUERTE.

Muerte.

¡Ay de mí! ¡Qué grave yugo

Sobre mi cerviz cayó!

Sobre mis manos, ¡qué hielo!

Sobre mis piés, ¡qué prision!

De tus preceptos atado,

¡Oh inmenso Juicio de Dios!

La Muerte está sin aliento,

La cólera sin razon.

Para acordarle no más

Que es mortal, de mi rigor

Sola una vislumbre basta,

De mi mal sola una voz.—

ESCENA VI.

LA MUERTE, EL PENSAMIENTO.

Pensam.

¿Quién me llama?

Muerte.

Yo soy

[p. 422]Quien te llamo.

Pensam.

Y yo

Soy quien quisiera en mi vida

No ser llamado de vos.

Muerte.

Pues ¿qué es lo que tienes?

Pensam.

Miedo.

Muerte.

¿Qué es miedo?

Pensam.

Miedo es temor.

Muerte.

¿Qué es temor?

Pensam.

¿Temor? Espanto.

Muerte.

¿Qué es espanto?

Pensam.

¿Espanto? Horror.

Muerte.

Nada deso sé lo que es;

Que jamás lo tuve yo.

Pensam.

Pues ¿lo que no teneis dais?

Muerte.

Por no tenerle le doy.

¿Adónde está Baltasar?

Pensam.

En un jardin con las dos

Deidades que adora.

Muerte.

Ponme

Con él; llévame veloz

A su presencia.

Pensam.

Sí haré,

Porque no tengo valor

Para negarlo.

Muerte.

¡Qué bien,

Justo precepto de Dios,

A hacerle de mí memoria

En su pensamiento voy! (Vanse los dos.)

[p. 423]ESCENA VII.

Salen BALTASAR, IDOLATRÍA y VANIDAD.

Idolat.

Señor, ¿qué grave tristeza...

Vanidad.

¿Qué grave pena, señor...

Idolat.

Tu discurso desvanece?

Vanidad.

Turba tu imaginacion?

Baltas.

No sé qué pena es la mia...

ESCENA VIII.

Dichos.—EL PENSAMIENTO y LA MUERTE.

Pensam.

(A la Muerte.)

Llega; que allí está.

Baltas.

Que estoy

Pensando en las amenazas

De aquella mano de Dios,

Cuál ha de ser el castigo

Que me ha prometido.

(Vase retirando el Pensamiento, y deja ver tras sí á la Muerte.)

Muerte.

Yo.

Baltas.

¿Qué es esto que miro, cielos?

Sombra, fantasma ó vision,

Que voz y cuerpo me finges,

Sin que tengas cuerpo y voz,

¿Cómo has entrado hasta aquí?

Muerte.

¿Cómo? Si es la luz el sol,

Yo soy la sombra, y si él

[p. 424]La vida del mundo, yo

Del mundo la Muerte. Así,

Entro yo como él entró,

Porque de luces á sombras

Esté igual la posesion.

Idolat.

(Ap.) ¿Quién es este, que el miralle

Le retira de los dos?

Baltas.

¿Cómo á cada paso tuyo

Vuelve atras mi presuncion?

Muerte.

Porque das tú atras los pasos,

Que yo hácia adelante doy.

Pensam.

(Ap.) La culpa tuve en traerle;

Que soy un traidor traedor.

Baltas.

¿Qué me quieres y quién eres,

O luz ó sombra?

Muerte.

Yo soy

Un acreedor tuyo, y quiero

Pedirte como acreedor.

Baltas.

¿Qué te debo? ¿qué te debo?

Muerte.

Aquí está la obligacion,

En un libro de memorias.

(Saca un libro de memorias.)

Baltas.

Éste es engaño, es traicion,

Porque esta memoria es mia;

A mí, á mí se me perdió.

Muerte.

Es verdad, mas las memorias

Que tú pierdes, hallo yo.—

Lee.

Baltas.

«Yo el gran Baltasar,

De Nabucodonosor

Hijo, confieso que el dia

Que el vientre me concibió

De mi madre, fué en pecado,

Y recibí (¡helado estoy!)

[p. 425]Una vida, que á la Muerte

He de pagar (¡qué rigor!)

Cada y cuando que la pida;

Cuya escritura pasó

Ante Moisés, los testigos

Siendo Adan, David y Job.»—

Yo lo confieso, es verdad;

Mas no me ejecutes, no;

Dáme más plazo á la vida.

Muerte.

Liberal contigo soy,

Porque áun no está declarada

Hoy la justicia de Dios;

Y para que se te acuerde

Ser, Baltasar, mi deudor,

De la gran Sabiduría

Este memorial te doy.

(Vase, dándole un papel.)

ESCENA IX.

BALTASAR, LA IDOLATRÍA, LA VANIDAD, EL PENSAMIENTO.

Baltas.

(Abre el papel y lee.)

«Así habla en un proverbio

Del espíritu la voz:

Polvo fuiste, y polvo eres,

Y polvo has de ser.»—¿Yo, yo

Polvo fuí, siendo inmortal?

¿Siendo eterno, polvo soy?

¿Polvo he de ser, siendo inmenso?

Es engaño, es ilusion.

(Anda el Pensamiento alrededor de Baltasar.)

[p. 426]Pensam.

Yo, como loco, en efecto,

Vueltas y más vueltas doy.

Baltas.

¿No es deidad la Idolatría?

Pensam.

(A la Idolatría.) Acá me vengo con vos.

Baltas.

¿La Vanidad no es deidad?

Pensam.

(A la Vanidad.) Ahora con vos estoy.

(Anda alrededor de las dos.)

Baltas.

¡Cuál anda mi pensamiento

Vacilando entre las dos!

Idolat.

(A la Vanidad.)

¿Qué contendrá aquel papel,

Que tanto le divirtió

De nosotras?

(Quítale la Vanidad el memorial.)

Vanidad.

Desta suerte

Lo veremos.

Pensam.

¡Noble accion!

La memoria de la Muerte

La Vanidad le quitó.

Baltas.

¿Qué es lo que pasa por mí?

Vanidad.

Hojas que inútiles son,

El viento juegue con ellas.

(Hace pedazos el papel y lo arroja.)

Baltas.

¿Aquí estábades las dos?

Idolat.

¿Qué ha sido esto?

Baltas.

No lo sé;

Una sombra, una ilusion,

Que ocupó mi fantasía,

Que mi discurso ocupó;

Pero ya se fué la sombra,

Desvaneciendo su horror.

¿Qué mucho que temerosa

La noche huyese, si vió

Que en vuestros ojos divinos

Madrugaba el claro sol?

Y no á los mios, parece

[p. 427]Que solamente salió

Esa luz que me ilumina,

Que me alumbra ese esplendor,

Sino á todo el jardin; pues

Obscuro el rubio arrebol

Del sol estaba hasta veros,

Y viéndoos amaneció

Segunda vez, porque como

Dos soles y auroras sois,

Él no se atrevió á salir

Sin licencia de las dos.

Vanidad.

Sí, soles somos y auroras,

Por su antigua adoracion;

El sol es la Idolatría,

Yo la aurora, que inferior

Soy á los rayos; y así,

A ella debe el resplandor

El valle que goza, pues

Cuando entre sombras durmió,

No la despertó la aurora;

Que otro sol la despertó.

Idolat.

Concedo que aurora seas,

Y concédote que soy

Yo el sol, por rendirme á tí;

Porque al hermoso candor

De la aurora el sol le debe

Todo el primero arrebol;

Y así, siendo la primera,

Su luz, que le iluminó,

La luz del aurora ha sido

Más bella que la del sol,

Pues salió primero al valle,

Y ántes que él amaneció.

Pensam.

La hermosura y el ingenio

[p. 428]Se compiten en las dos,

Y pues convida el jardin

Con la dulce emulacion

De las flores y las fuentes,

Sobre el lecho que tejió

Para sí la primavera

Os sentad. Lisonjas son

Los pájaros y las ramas,

Haciendo blando rumor

Al aire, que travesea

Entre las hojas veloz,

Donde aromas de cristal

Y pastillas de ámbar son

Las fuentecillas risueñas

Y el prado lleno de olor.

(Siéntanse todos, y en medio Baltasar, y la Idolatría le quita el sombrero y con el penacho le hace aire.)

Idolat.

Yo con el bello penacho

De las plumas que tejió

La Vanidad, escogidas

De la rueda del pavon,

Te haré aire.

Pensam.

Pues ¿conmigo

No fuera mucho mejor,

Que soy sutil abanillo

Del pensamiento? Aunque no;

Que más parezco en la cara

Abanillo del Japon.

Vanidad.

Yo con músicos cantando,

Pararé el aire á mi voz.

Baltas.

La música del aurora

No me sonará mejor,

Cuando saludando al dia

Entre uno y otro arrebol

[p. 429]Le daban la bienvenida,

Perla á perla y flor á flor.

Vanidad.

(Cantando.) Ya Baltasar es deidad,

Pues le rinde en este dia

Estatuas la Idolatría,

Y templos la Vanidad.

ESCENA X.

Dichos.—LA MUERTE.

Muerte.

(Ap.) Aquí apacible voz suena,

Donde con trágico estilo

Llora un mortal cocodrilo,

Canta una dulce sirena;

¿Tampoco pudo la pena

De mi memoria, que ha sido

De la Vanidad olvido?

Pues ya mi sombra le asombra,

A ver si puede mi sombra

Lo que mi voz no ha podido.

Con el opio y el beleño

De los montes de la luna

Entorpezca su fortuna

Mi imágen pálida, el sueño.

Sea de su vida dueño

(En que se acuerde de mí)

Un letargo, un frenesí,

Una imágen, un veneno,

Un horror de horrores lleno.

(Quédase dormido Baltasar.)

Vanidad.

¿Parece que duerme?

Idolat.

Sí.

[p. 430]Vanidad.

Pues entre sueños espero,

Porque al despertar se halle

Ufano, representalle

Un aplauso lisonjero. (Vase.)

Idolat.

Yo significarle quiero

Dónde el vuelo ha de llegar

De mi deidad singular. (Vase.)

Pensam.

Mi afan aquí descansó,

Pues sólo descanso yo

Cuando duerme Baltasar. (Échase á dormir.)

ESCENA XI.

BALTASAR y EL PENSAMIENTO, dormidos.—LA MUERTE.

Muerte.

Descanso del sueño hace

El hombre ¡ay Dios! sin que advierta

Que cuando duerme y despierta,

Cada dia muere y nace;

Que vivo cadáver yace

Cada dia, pues (rendida

La vida á un breve homicida)

Que es su descanso, no advierte

Una licion que la Muerte

Le va estudiando á la vida.

Veneno es dulce que, lleno

De lisonjas, desvanece,

Aprisiona y entorpece;

¡Y hay quien beba este veneno!

Olvido es, de luz ajeno,

Que aprisionado ha tenido

En sí uno y otro sentido,

[p. 431]Pues ni oyen, tocan ni ven,

Informes todos; ¡y hay quien

No se acuerda deste olvido!

Frenesí, pues á sí

Várias especies atray,

Que goza inciertas; ¡y hay

Quien ame este frenesí!

Letargo es, á quien le di

De mi imperio todo el cargo,

Y con repetido embargo

Del obrar y el discurrir,

Enseña al hombre á morir;

¡Y hay quien busque este letargo!

Sombra es, que sin luz asombra,

Que es su obscura fantasía

Triste oposicion del dia;

¡Y hay quien descanse á esta sombra!

Imágen, al fin, se nombra

De la Muerte, sin que ultrajen,

Sin que ofendan, sin que atajen

Los hombres su adoracion,

Pues es sola una ilusion;

¡Y hay quien adore esta imágen!...

Pues ya Baltasar durmió,

Ya que el veneno ha bebido

Y ha olvidado aquel olvido,

Ya que el frenesí pasó,

Ya que el letargo sintió,

Ya de horror y asombro lleno

Vió la imágen, pues su seno

Penetra horror, que se nombra

Ilusion, letargo y sombra,

Frenesí, olvido y veneno;

Y pues Baltasar durmió,

[p. 432]Duerma, á nunca despertar,

Sueño eterno Baltasar

De cuerpo y alma.

(Saca la espada y quiere matarle.)

ESCENA XII.

Dichos.—DANIEL.

Daniel.

Eso no.

(Detiene el brazo á la Muerte.)

Muerte.

¿Quién tiene mi mano?

Daniel.

Yo,

Porque el plazo no ha llegado.

Número determinado

Tiene el pecar y el vivir,

Y el número ha de cumplir

Ese aliento, ese pecado.

Muerte.

Llegarán (¡hado cruel!),

Cumpliránse (¡pena fiera!),

Para que algun justo muera,

Tus semanas, Danïel,

Y no un pecador. ¡Oh fiel

Juez de la ejecucion mia!

¿Qué espera? Que si este dia

Logra una temeridad,

Oye allí la Vanidad,

Mira allí la Idolatría

[p. 433]ESCENA XIII.

BALTASAR y EL PENSAMIENTO, dormidos.—LA MUERTE, DANIEL, LA VANIDAD, LA IDOLATRÍA.—UNA ESTATUA.

(Ábrese una apariencia á un lado, y parece una estatua de color de bronce, á caballo, y la Idolatría teniéndole el freno; y al otro lado, sobre una torre, aparece la Vanidad, con muchas plumas, y un instrumento en la mano.)

Idolat.

Baltasar de Babilonia,

Que á las lisonjas del sueño,

Sepulcro tú de tí mismo,

Mueres vivo y vives muerto...

Vanidad.

Baltasar de Babilonia

Que en el verde monumento

De la primavera, eres

Un racional esqueleto...

Baltas.

(Entre sueños.)

¿Quién me llama? ¿Quién me llama?

Mas, si á mis fantasmas creo,

Ya, Vanidad, ya te miro;

Ya, Idolatría, te veo.

Idolat.

Yo, la sacra Idolatría,

Deidad que del sol desciendo,

A consagrarte esta estatua,

Del supremo alcázar vengo,

Porque tenga adoracion

Hoy tu imágen en el suelo.

Vanidad.

Yo, la humana Vanidad,

Que en los abismos me engendro,

Y naciendo entre los hombres,

Tengo por esfera el cielo;

[p. 434]Para colocar la estatua,

Este imaginado templo

Te dedico, que de pluma

He fabricado en el viento.

Baltas.

(Entre sueños.)

¡Qué triunfos tan soberanos!

¡Qué aplausos tan lisonjeros!

Ofréceme, Idolatría,

Altares, aras, inciensos,

Y adórense mis estatuas

Por simulacros excelsos.

Tú, Vanidad, sube, sube

A coronarte al imperio;

Ilústrese una volando,

Ilústrese otra cayendo.

(Baja la estatua y sube la torre, y cantan versos Vanidad é Idolatría.)

Idolat.

(Cantando.)

¡Bajad, estatua, bajad!

A ser adorada id.

Vanidad.

(Cantando.)

¡A ser eterno subid,

Templo de la Vanidad!

Idolat.

¡Corred, bajad!

Vanidad.

¡Subid, volad!

Las dos.

Pues hoy de los vientos fía...

Idolat.

Estatuas la Idolatría...

Vanidad.

Y templo la Vanidad.

Muerte.

Suéltame, Daniel, la mano;

Verás qué osado y soberbio

Acabo, como Sanson,

Con el ídolo y el templo.

Daniel.

Ya yo te la soltaré,

Veloz cometa de fuego,

En siendo tiempo al rigor;

Pero hasta que sea tiempo,

Aquesa estatua de bronce

[p. 435]Le dé otro mental acuerdo,

Que trompeta de metal,

Tocada por mi precepto,

Será trompeta de juicio.

Muerte.

A los dos está bien eso,

Que en tocando la trompeta,

A su voz el universo

Todo espirará; y así,

¡Oh tú, peñasco de acero!

¿Qué espíritu aborrecido

Vive por alma en tu pecho?

Deidad mentida de bronce,

Desengáñate á tí mesmo. (Vase con Daniel.)

ESCENA XIV.

BALTASAR y EL PENSAMIENTO, dormidos.—LA VANIDAD, LA IDOLATRÍA, LA ESTATUA.

Estatua.

¡Baltasar!

Baltas.

¿Qué es lo que quieres,

Ilusion ó fingimiento,

Que me matas, que me afliges?

Estatua.

Oye, y velen á mi aliento

Hoy los sentidos del alma,

Miéntras duermen los del cuerpo;

Que contra la idolatría

Aspid de metal me vuelvo,

Porque como el áspid, yo

Muera á mi mismo veneno;

Y en tanto que el labio duro

Del bronce articula acentos,

Enmudezcan esas voces,

[p. 436]Que son lisonjas del viento.

Yo soy la Estatua que vió

Nabuco, hecha de diversos

Metales, con piés de barro,

A quien una piedra luégo

Deshizo, piedra caída

Del monte del Testamento.

No la adoracion divina

Tiranices á los cielos,

Que yo por verme adorar

De tres jóvenes hebreos,

El horno de Babilonia

Encendí, donde su esfuerzo

Al fuego se acrisoló,

Y no se deshizo al fuego.

Sidrac, Misac y Abdenago

Son vivos testigos desto.

Los dioses que adoras son

De humanas materias hechos;

Bronce adoras en Moloc,

Oro en Astarot, madero

En Baal, barro en Dagon,

Piedra en Baalin, y hierro

En Moab; y hallando en mí

El juicio de Dios inmenso,

A mis voces de metal

Os rendid las dos, rompiendo

Las plumas y las estatuas.

(Sube la estatua y baja la torre.)

Vanidad.

¡Que me abraso!

Idolat.

¡Que me hielo!

Vanidad.

Ya á los rayos de otro sol

He desvanecido el vuelo.

Idolat.

Y yo á la luz de otra fe,

[p. 437]Mis sombras desaparezco.

(Cúbrese la apariencia con la estatua, la Vanidad y la Idolatría.)

ESCENA XV.

BALTASAR, EL PENSAMIENTO.

Baltas.

(Despertándose.)

¡Oye, espera, escucha, aguarda!

¡Oh, no me niegues tan presto

Tal vanidad, tal ventura!

(Despierta el Pensamiento.)

Pensam.

¿De qué das voces? ¿Qué es esto?

Baltas.

¡Ay, Pensamiento! No sé;

Pues cuando deidad me miento,

Pues cuando señor me aclamo

Y de mi engaño recuerdo,

Solas tus locuras hallo,

Solas tus locuras veo.

Pensam.

Pues ¿qué es lo que te ha pasado?

Baltas.

Yo ví en el pálido sueño

Donde estaba descansando

Todo el aplauso que tengo.

Subia mi Vanidad

A dar con su frente al cielo;

Bajaba mi Idolatría

Desde su adorado imperio.

Aquella un templo me daba;

Ésta una estatua, y al tiempo

Que ésta y aquélla tenía

Hecha la estatua y el templo

Una voz de bronce, una

[p. 438]Trompeta, que áun ahora tiemblo,

De aquella abrasó las plumas,

Desta deshizo el intento,

Quedando el templo y la estatua

Por despojos de los vientos...

¡Ay de mí! la Vanidad

Es la breve flor de almendro,

La Idolatría la rosa

Del sol; aquella, al primero

Suspiro, se rinde fácil

A las cóleras del cierzo;

Ésta á la ausencia del dia

Desmaya los rizos crespos;

¡Breve sol y breve rosa

De las injurias del tiempo!

ESCENA XVI.

BALTASAR, EL PENSAMIENTO, LA IDOLATRÍA.

Idolat.

No ha de vencer mis glorias

Una voz, ni un engaño mis victorias;

Triunfe la pompa mia,

En esta noche de la luz del dia.—

Baltasar, soberano

Príncipe, rey divino más que humano,

Miéntras que suspendido

Diste al sueño la paz de tu sentido,

Treguas del pensamiento,

Mi amor, á tus aplausos siempre atento,

Velaba en tus grandezas;

Que no saben dormirse las finezas.

Una opulenta cena,

[p. 439]De las delicias y regalos llena

Que la gula ha ignorado,

Te tiene prevenida mi cuidado,

Adonde los sentidos

Todos hallan sus platos prevenidos.

En los aparadores

La plata y oro brillan resplandores,

Y con ricos despojos

Hartan la hidropesía de los ojos.

Perfumes lisonjeros

Son aromas de flores, en braseros

De verdes esmeraldas,

Que Arabia la feliz cria en sus faldas;

Para tí solo plato,

Que el hambre satisface del olfato.

La música acordada,

Ni bien cerca de tí, ni retirada,

En numeroso acento suspendido,

Brinda á la sed con que nació el oido.

Los cándidos manteles,

Bordados de azucenas y claveles,

A dibujos tan bellos,

Que hace nuevo valor la nieve en ellos,

Son al tacto süave

Curiosidad que lisonjearle sabe.

Néctares y ambrosías,

Frias bebidas (basta decir frias),

Destiladas de rosas y azahares,

Te servirán á tiempo entre manjares,

Porque con salva y aparato justo

Alternen con las copas hoy al gusto;

Y porque aquéstas sean

En las que más tus triunfos hoy se vean,

Los vasos que al gran Dios de Israel sagrados

[p. 440]Trujo Nabucodonosor robados

De aquella gran Jerusalen, el dia

Que al Oriente extendió su monarquía,

Manda, señor, traellos;

Hoy á los dioses brindarás con ellos,

Profanando el tesoro

De tu templo los ídolos que adoro.

Postres serán mis brazos,

Fingiendo redes y inventando lazos,

Cifrando tus grandezas,

Tus pompas, tus trofeos, tus riquezas,

Este maná de amor, donde hacen plato

Olfato, ojos y oidos, gusto y tacto.

Baltas.

En viéndote, me olvido

De cuantos pensamientos he tenido,

Y despierto á tu luz hermosa, creo

Más que lo que imagino, lo que veo;

Sólo tu luz podia

Divertir la fatal melancolía

Que mi pecho ocupaba.

Pensam.

¡Eso sí, vive el cielo! que esperaba,

Segun estás de necio,

Que de tal cena habias de hacer desprecio;

Haya fiesta, haya holgura;

Deja el llanto esta noche: mi locura

A borrachez se pasa...

Pero todo se cae dentro de casa.

Baltas.

Los vasos que sirvieron en el templo,

Eterna maravilla sin ejemplo,

A sacerdotes de Israel, esclavo,

Sírvanme á mí tambien.

Pensam.

Tu gusto alabo.

Baltas.

Vayan por ellos.

[p. 441]ESCENA XVII.

BALTASAR, EL PENSAMIENTO, LA IDOLATRÍA, LA VANIDAD.—Música, acompañamiento.

Vanidad.

Excusado ha sido;

Que ya la Vanidad los ha traido.

Idolat.

Sacad las mesas presto

A aqueste cenador.

Pensam.

¿A mí? ¿Qué es esto?

Vanidad.

Pues ¿quién habla contigo?

Pensam.

¿Quien dice cenador no habla conmigo?

Pues si yo he de cenar, señora, es cierto

Que soy el cenador; y ahora advierto

Que por mí se haría

Aquella antigua copla que decia:

¡Para mí se hicieron cenas,

Para mí, que las tengo por buenas!

¡Para mí, para mí,

Que para cenar nací!

(Sacan la mesa con vasos de plata, y van sirviendo platos de comida á su tiempo.)

Baltas.

Sentáos las dos, y luégo por los lados

Sentáos todos mis deudos y criados;

Que cena donde están por tales modos

Vasos del templo, es cena para todos;

Y las gracias que demos, celebrando

Hoy á los dioses, ha de ser cantando.

Música.

Esta mesa es este dia

Altar de la Idolatría,

De la Vanidad altar;

Pues adornan sin ejemplo

[p. 442]Todos los vasos del templo

La cena de Baltasar.

(Pónense á cenar todos.)

ESCENA XVIII.

Dichos.—LA MUERTE, disfrazada.

Muerte.

(Ap.) A la gran cena del Rey

Disfrazado ahora vengo;

Pues en esta cena estó

Escondido y encubierto,

Entre los criados suyos

Que podré encubrirme creo.

Descuidado á Baltasar

De mis memorias le veo,

Cercado de sus mujeres

Y los grandes de su reino.

Los vasos que Salomon

Consagró al Dios verdadero,

Y donde sus sacerdotes

Los sacrificios hicieron,

Sus aparadores cubren...

¡Oh juicio de Dios eterno!

Suelta ya tu mano, suelta

La mia, porque ya el peso

De sus pecados cumplió

Con tan grande sacrilegio.

Baltas.

Dadme de beber.

(Toma el Pensamiento los platos y come.)

Pensam.

(A la Muerte.)¡Hola, aho,

Camarada! ¿no oís aquello?

Llevad de beber al Rey,

[p. 443]Miéntras que yo estoy comiendo.

Muerte.

(Ap. Por criado me han tenido;

Servirle la copa quiero,

Pues no podrá conocerme

Quien está olvidado y ciego.

Este vaso del altar

La vida contiene, es cierto,

Cuando á la vida le sirve

De bebida y de alimento;

Mas la muerte encierra, como

La vida; que es argumento

De la muerte y de la vida,

Y está su licor compuesto

De néctar y de cicuta,

De triaca y de veneno.)—

Aquí está ya la bebida.

(Llega á dar la bebida al Rey.)

Baltas.

Yo de tu mano la acepto.

¡Qué hermoso vaso!

Muerte.

(Ap.)Ay de tí,

Que no sabes lo que hay dentro.

Idolat.

El Rey bebe; levantáos todos.

(Levántanse todos.)

Baltas.

Glorias de mi imperio,

En este vaso del Dios

De Israel brindo á los nuestros.

¡Moloc, dios de los asirios,

Viva! (Bebe despacio.)

Pensam.

La razon haremos;

Sólo hoy me parecen pocos

Treinta mil dioses, y pienso

Hacer la razon á todos.

Idolat.

Cantad miéntras va bebiendo.

Música.

Esta mesa es este dia

[p. 444]Altar de la Idolatría,

De la Vanidad Altar,

Pues le sirven sin ejemplo

El cáliz, vaso del templo,

En que bebe Baltasar...

(Suena un trueno muy grande.)

Baltas.

¡Qué extraño ruido! ¿Qué asombro

Alborota con estruendo,

Tocando al arma las nubes,

La campaña de los vientos?

Idolat.

Como bebiste, será

Salva que te hacen los cielos

Con su horrible artillería.

Vanidad.

De sombra y de horror cubiertos,

Nos esconden las estrellas.

Muerte.

¡Cuánto las sombras deseo,

Como padre de las sombras!

Baltas.

Caliginosos y espesos

Cometas el aire vano

Cruzan, pájaros de fuego;

Bramidos da de dolor

Preñada nube, gimiendo;

Parece que está de parto,

Y es verdad, pues de su seno

Rompió ya un rayo, abrasado

Embrïon que tuvo dentro;

Y siendo su fruto el rayo,

Ha sido el bramido un trueno.

(Da un gran trueno, y con un cohete de pasada sale una mano, que vendrá á dar á donde habrá en un papel escritas estas letras: Mané, Techél, Farés.)

¿No veis? ¡ay de mí! ¿no veis

Que rasgado, que rompiendo

El aire trémulo, sobre

[p. 445]Mi cabeza está pendiendo

De un hilo que en la pared

Toca? ¡y si su forma advierto,

Una mano es, una mano,

Que la nube al monstruo horrendo

Le va partiendo á pedazos!

¿Quién vió, quién, rayo compuesto

De artérias? No sé, no sé

Lo que escribe con el dedo;

Porque en habiendo dejado

Tres breves rasgos impresos,

Otra vez sube la mano

A juntarse con el cuerpo...

Perdido tengo el color,

Erizado está el cabello,

El corazon palpitando

Y desmayado el aliento.

Los caracteres escritos,

Ni los alcanzo ni entiendo,

Porque hoy es Babel de letras

Lo que de lenguas un tiempo.

Vanidad.

Un monte de fuego soy.

Idolat.

Y yo una estatua de hielo.

Pensam.

Yo no soy monte ni estatua,

Mas tengo muy lindo miedo.

Baltas.

Idolatría, tú sabes

De los dioses los secretos.

¿Qué dicen aquellas letras?

Idolat.

Ninguna de ellas acierto,

Ni áun el carácter conozco.

Baltas.

Tú, Vanidad, cuyo ingenio

Ciencias comprendió profundas

En magos y en agoreros,

¿Qué lees? dí. ¿Qué lees?

[p. 446]Vanidad.

Ninguna

Se da á partido á mi ingenio;

Todas, todas las ignoro.

Baltas.

¿Qué alcanzas tú, Pensamiento?

Pensam.

¡A buen sabio lo preguntas!

Yo soy loco, nada entiendo.

Idolat.

Daniel, un hebreo que ha sido

Quien interpretó los sueños

Del árbol y de la estatua,

Lo dirá.

ESCENA XIX.

Dichos.—DANIEL.

Daniel.

Pues oid atentos:

Mané dice que ya Dios

Ha numerado tu reino;

Techél, y que en él cumpliste

El número, y que en el peso

No cabe una culpa más;

Farés, que será tu reino

Asolado y poseido

De los persas y los medos.

Así la mano de Dios

Tu sentencia con el dedo

Escribió, y esta justicia

La remite por derecho

Al brazo seglar; que Dios

La hace de tí, porque has hecho

Profanidad á los vasos,

Con baldon y con desprecio;

Porque ningun mortal use

[p. 447]Mal de los vasos del templo,

Que son á la ley de gracia

Reservado sacramento,

Cuando se borre la escrita

De las láminas del tiempo.

Y si profanar los vasos

Es delito tan inmenso,

Oid, mortales, oid,

Que hay vida y hay muerte en ellos,

Pues quien comulga en pecado

Profana el vaso del templo.

Baltas.

¿Muerte hay en ellos?

Muerte.

Sí, cuando

Yo los sirvo, que soberbio

Hijo del pecado soy,

A cuyo mortal veneno,

Que bebiste, has de morir.

Baltas.

Yo te creo, yo te creo,

A pesar de mis sentidos,

Que torpes y descompuestos,

Por el oido y la vista,

A tu espanto y á tu estruendo,

Me están penetrando el alma,

Me están traspasando el pecho.—

Ampárame, Idolatría,

Deste rigor.

Idolat.

Yo no puedo,

Porque á la voz temerosa

De aquel futuro misterio

Que has profanado en los vasos

Hoy en rasgos y bosquejos,

Todo el valor he perdido,

Postrado todo el aliento.

Baltas.

Socórreme, Vanidad.

[p. 448]Vanidad.

Yo soy humildad del cielo.

Baltas.

Pensamiento...

Pensam.

Tu mayor

Contrario es tu Pensamiento,

Pues no quisiste creerle

Tantos mortales acuerdos.

Baltas.

Daniel.

Daniel.

Soy juicio de Dios;

Está ya dado el decreto,

Está el número cumplido,

Baltasar.

Pensam.

Nulla est redemptio.

Baltas.

¡Todos, todos me dejais

En el peligro postrero!

¿Quién ampararme podrá

Deste horror, deste portento?

Muerte.

Nadie; que no estás seguro

En el abismo, en el centro

De la tierra.

Baltas.

¡Ay, que me abraso!

Muerte.

Muere, ingrato.

(Saca la espada y dale una estocada, y luégo se abraza con él, como que luchan.)

Baltas.

¡Ay que me muero!

¿El veneno no bastaba,

Que bebí?

Muerte.

No; que el veneno

La muerte ha sido del alma,

Y ésta es la muerte del cuerpo.

Baltas.

Con las ánsias de la muerte,

Triste, confuso y deshecho,

A brazo partido lucho,

El cuerpo y alma muriendo.

¡Oid, mortales, oid

[p. 449]El riguroso proverbio

Del Mané, Techél, Farés,

Del juicio de Dios Supremo!

¡Al que vasos profana

Divinos postra severo,

Y el que comulga en pecado

Profana el vaso del templo!

Éntranse luchando los dos, y tras ellos el Pensamiento.

ESCENA XX.

LA IDOLATRÍA, LA VANIDAD, DANIEL.—Luego LA MUERTE.

Idolat.

De los sueños de mi olvido

Como dormida despierto;

Y pues á la Idolatría

Dios no excepta, segun veo,

En la sábana bordada

De tantos brutos diversos

Como Cristo mandará

Que mate y que coma Pedro,

¡Quién viera la clara luz

De la ley de gracia, cielos,

Que ahora es la ley escrita!

(Sale la Muerte, de galan, con espada y daga, y el manto lleno de muertes.)

Muerte.

Bien puedes verla en bosquejo

En la piel de Gedeon,

En el maná del desierto,

En el panal de la boca

Del leon, en el cordero

Legal, en el pan sagrado

[p. 450]De proposicion.

Daniel.

Y si esto

No lo descubre, descubra

En profecía este tiempo

Esta mesa transformada

En pan y vino; estupendo

Milagro de Dios, en quien

Cifró el mayor Sacramento.

(Descúbrese, con música, una mesa con pié de altar, y en medio un cáliz y una hostia, y dos velas á los lados.)

Idolat.

Yo, que fuí la Idolatría,

Que di adoracion á necios

Ídolos falsos, borrando

Hoy el nombre de mí y de ellos,

Seré Latría, adorando

Este inmenso Sacramento.

Y pues su fiesta celebra

Madrid, al humilde ingenio

De Don Pedro Calderon

Suplid los muchos defectos;

Y perdonad nuestras faltas

Y las suyas, advirtiendo

Que nunca alcanzan las obras

Donde llegan los deseos.


[p. 451]

LA VIDA ES SUEÑO.


[p. 452]

PERSONAS.


El Poder.

La Sabiduría.

El Amor.

La Sombra.

La Luz.

El Príncipe de las tinieblas.

El Hombre.

La Tierra.

El Aire.

El Fuego.

El Entendimiento.

El Albedrío.

Músicos.


MEMORIA DE LAS APARIENCIAS.

El primer carro ha de ser un globo, lo más capaz que pueda dar de sí la fachada del carro. Su primer cuerpo ha de estar pintado de boscajes, y entre ellos varios animales, y el globo lineado como mapa de esfera terrestre, y entre sus líneas cuajado de rosas y flores, lo más hermoso que se pueda. Ha de haber delante dos árboles de recortado, en que descanse á su tiempo el medio globo, que se ha de abrir en dos mitades; y de la que quede fija, ha de salir una mujer, caballera en un leon corpóreo.

El segundo carro ha de ser otro globo, igual en sus tamaños al primero, con diferencia de que su pintura ha de ser en su primer cuerpo de nubarrones y estrellas, y en su globo lineado como esfera celeste, con signos é imágenes del zodiaco, y todo con resplandores. Tambien se ha de abrir á su tiempo, descansando la mitad, que cae en dos columnas de recortado, pintadas como pirámides de fuego, y ha de salir de otra mitad, que queda fija, otra mujer, caballera en una salamandra, tambien corpórea.

El tercer carro ha de ser otro globo igual á los dos, con diferencia de que su pintura sea de color de mar, cuajado entre ondas cerúleas, todo de diversos pescados. Su mitad ha de descansar sobre otros dos piés, pintados de ovas, conchas y corales y demas adornos marinos, y salir dél otra mujer, caballera en un delfin corpóreo.

El cuarto carro, en correspondencia de los tres, ha de ser pintado de color de aire, cuajado de diversas aves. Ha de descansar su medio globo en dos bichas, con dos pájaros en su remate; la mujer que ha de salir de él ha de venir sobre un águila corpórea.

En uno destos globos ha de haber en lo bajo del tablado hecha una gruta, que ha de abrirse á su tiempo, y verse en ella un hombre dormido sobre un peñasco; y porque una mejor con su pintura, podrá ser en el globo terrestre.—D. Pedro Calderon de la Barca.


[p. 453]

Region fantástica del universo, recien sacada de la nada.—Se ven las esferas del Aire, del Agua, de la Tierra y del Fuego.

ESCENA PRIMERA.

De sus respectivas esferas salen LA TIERRA, cabalgando en un leon, EL FUEGO en una salamandra. EL AGUA, en un delfin, y EL AIRE en un águila. Apéanse, y asiendo á un tiempo de una corona que habrá en el escenario, luchan en rueda, por llevársela.—Dentro las voces de EL PODER, LA SABIDURÍA y EL AMOR.—Música.

Agua.

¡Mia ha de ser la corona!

Aire.

¡El laurel ha de ser mio!

Tierra.

¡No hará miéntras yo no muero!

Fuego.

¡No será miéntras yo vivo!

Agua.

Este lazo de los cuatro,

Nunca hasta aquí dividido,

No ha de romperse si yo

No reino.

Tierra.

Que en el principio

Dios hizo el cielo y tierra

Se dirá; luego debido

Me es el vasallaje, siendo

La que á los tres me anticipo,

Pues será de fe que á mí

[p. 454]A par del cielo me hizo.

Aire.

Tierra, que árida y vacía

Estás, que así ha de decirlo

La misma letra, si soy

El Aire, á cuyos alivios

Has de beber los alientos,

¿Por qué compites conmigo?

Agua.

El espíritu de Dios,

Inspirado de sí mismo

Sobre las aguas fluctúa,

Que son la faz del abismo;

Luego si sobre las aguas

El Espíritu divino

De Dios es llevado, al Agua

Debeis los demas rendiros.

Fuego.

Un globo y masa confusa,

Que poéticos estilos

Llamarán cáos, y nada

Los profetas, compusimos

Los cuatro; pues ¿por qué, siendo

Hija hermosa de mis visos,

La luz la primera criatura

Con que á todos ilumino,

Quereis que el Fuego no sea

De los cuatro el preferido?

(Luchan los cuatro.)

Tierra.

¿Tú el preferido?—Agua, deja

Libres los términos mios...

Agua.

Déjeme el Aire los brazos

de mis mares y mis rios.

Aire.

En dejándome á mí el Fuego

La presa de mis suspiros.

Fuego.

Cuando me deje la Tierra,

Opaco cuerpo que ciño,

[p. 455]Resplandecer y lucir. (Luchando siempre.)

Tierra.

Con Aire y Agua compito.

Aire.

Yo con el Agua y el Fuego,

Que son los dos con quien lidio.

Agua.

Yo con el Aire y la Tierra.

Fuego.

Yo con la Tierra y contigo.

(Dicen dentro á un mismo tiempo iguales Poder, Sabiduría y Amor los versos que repetirá la música, y los cuatro elementos se suspenden.)

Los tres.

Agua, Tierra, Fuego y Aire...

Música.

Agua, Tierra, Fuego y Aire...

Los tres.

Que contrariamente unidos...

Música.

Que contrariamente unidos...

Los tres.

Y unidamente contrarios...

Música.

Y unidamente contrarios...

Los tres.

En lucha estais, dividíos.

Los cuatro elem.

¿Quién nos lo manda?

ESCENA II.

LOS CUATRO ELEMENTOS. Se desasen, partiendo la corona; y salen EL PODER, anciano venerable, y SABIDURÍA y AMOR, de galanes.

Poder.

El Poder,

Que eternamente infinito

Pudo...

Sabid.

La Sabiduría,

Que supo desde el principio

Disponerlo así.

Amor.

El Amor,

Que de los dos procedido,

[p. 456]Tambien lo quiso.

Agua.

¿De suerte,

Que un mismo Poder...

Aire.

Que un mismo

Saber...

Tierra.

Que un mismo querer...

Fuego.

En tres personas distinto...

Agua.

Y en sola una voluntad...

Aire.

Juntarnos y dividirnos...

Los cuatro elem.

Quiso, supo, pudo?

Los tres.

Sí,

Porque pudo, supo y quiso.

Agua.

A esa voz...

Aire.

A ese precepto...

Tierra.

A ese imperio...

Fuego.

A ese dominio...

Agua.

Yo me humillo.

Aire.

Yo obedezco.

Tierra.

Yo me postro.

Fuego.

Yo me rindo.

Los cuat.

Y de la pasada lid

En la pretension desisto.

Poder.

Oid, que no por eso cesa

Vuestro campal desafío,

Que aunque enemigos no os quiero,

Tampoco no os quiero amigos.

A ser vuestras cualidades

Una, ¿no fuera preciso

Con natural simpatía

Uno en otro convertiros,

Y que os mezclárades juntos

Para no durar distintos?

Y ahora, á contrario, á ser várias

[p. 457]Las cualidades, ¿no es visto

Que tambien habia de hacer

La antipatía lo mismo,

Y os desavinierais para

No conservaros contiguos?

Luego convino que haya

Cualidades en que uniros,

Y que haya cualidades

En que oponeros convino;

Pues en una parte opuestos,

Y en otra parte benignos,

Es fuerza que eslabonados,

Cuando vaya á dividiros

El odio, os tenga el amor;

Y que, amigos y enemigos,

Dureis conformes y opuestos

Lo que duraren los siglos.

Sabidur.

Y ya que el Sumo Poder

A los cuatro ha dividido.

Mantenidos en igual

Balanza, igual equilibrio,

Entre la Sabiduría

A dar los puestos y oficios

Que habeis de tener, vea el orbe

Que si la creacion ha sido

Atribucion del Poder,

Lo es de la ciencia el arbitrio;

Divididas, pues, las aguas

De las aguas, su nativo

Curso en el cielo un hermoso

Firmamento cristalino

Forme, para que elevado

El fuego á eminente sitio,

En él temple sus ardores,

[p. 458]Comunicándose tibio

Al aire; el aire ciñendo

En vagaroso circuito

Al agua, que se quedó

Inferior, haga lo mismo,

Templando sus humedades;

Y ella, en undoso recinto

Componga una agregacion

De cristales, cuyos vidrios,

Siempre inquietos, nunca rompan

De sus márgenes los grillos;

Para que desocupados

De la tierra los distritos,

Los hombros descubra, en quien

Descanse el grave, el prolijo

Peso de tanto eminente

Universal edificio.

Amor.

Y ya que la agregacion

De alegóricos sentidos

Da la creacion al Poder,

Y el órden de sus designios

A la Sabiduría; bien

Dará al Amor el cariño

De verlos con nuevos dones

Ufanos y enriquecidos,

Y así, al Fuego adornen sol

Y luna, estrellas y signos,

Presidiendo al dia y la noche,

Uno en rayos y otro en visos.

Al Aire pueblen las aves,

Hermoseando sus vacíos

Los matices de las alas,

Los cánticos de los picos.

Al Agua habiten los peces,

[p. 459]Primeros bajeles vivos,

Que surquen su esfera á tornos,

Que naden su seno á giros.

Troncos, plantas, frutos, flores,

En vistosos laberintos

La tierra cubran, en quien,

Ya familiares, ya esquivos,

Diversos brutos habiten,

Teniendo para su asilo

Los domésticos las selvas,

Los montaraces los riscos.

Y pues del Poder criados,

Y de la Ciencia instruidos,

Y adornados del Amor

Os veis, sed agradecidos

Al Señor, cuyo Poder,

Ciencia y Amor os bendijo;

Bendecidle, pues, vosotros

En dulces cantos é himnos.

Fuego.

Sí haremos, porque en el dia

Del Señor, los regocijos

Tambien son cultos; y supuesto

Que las cuatro esferas fuimos

Organizadas debajo

De compas métrico y ritmo,

Vaya de música y baile,

Diciendo todas conmigo... (Cantando.)

Cuanto en Fuego, Aire, Agua y Tierra...

Música.

Cuanto en Fuego, Agua, Aire y Tierra...

Fuego.

Vuela, sulca, nada y yerra...

Música.

Vuela, sulca, nada y yerra...

Fuego.

Y en sí las obras encierra...

Música.

Y en sí las obras encierra...

Fuego.

De Poder, Ciencia y Amor...

[p. 460]Música.

De Poder, Ciencia y Amor...

Fuego.

¡Bendecid al Señor!

Música.

¡Bendecid al Señor!

Fuego.

Ángeles, criaturas bellas,

Cielo, sol, luna y estrellas,

Con vuestro hermoso esplendor...

Música.

¡Bendecid al Señor!

Aire.

(Canta.) Nubes de blando rocío,

Primavera, invierno, estío,

Niebla, luz, sombra y albor...

Música.

¡Bendecid al Señor!

Tierra.

(Canta.) Montes, valles y collados,

Y cuanto en selvas y prados

Hay desde el cedro á la flor...

Música.

¡Bendecid al Señor!

Agua.

(Canta.) Mares, rios, balsas, fuentes,

Y cuanto en vuestras corrientes

Vive á merced de su amor...

Música.

¡Bendecid al Señor!

Fuego.

Ya, Señor, que el hacimiento

De gracias abrió el camino

Para que, quebrado el hielo

Del temor, pueda contigo

Ó por ser lenguas el Fuego,

Ó por ser el más activo,

Hablar de parte de todos,

Que me escuches te suplico.

El duelo en que nos hallaste

Fué, no tan sólo nacido

De nuestras contrariedades,

Mas tambien de nuestros bríos;

Procurando cada uno

Ser al otro preferido;

Porque siendo, como es,

[p. 461]Este inferior edificio

De la fábrica del orbe

Un conquistado dominio,

Reino aparte de tu imperio

Y colonia de tu impíreo,

Para mantenerse en paz

Y justicia, le es preciso

Tener uno que prefiera

A los demas; pues no ha sido

Posible que se conserve

Neutral un cetro diviso,

Y no teniendo heredero

Tú, que pueda preferirnos,

Uno de los cuatro es fuerza

Que haya, Señor, de regirnos,

Si no es ya que tus favores,

De nuestra razon movidos,

Nos provean de un virey,

Alcaide, juez ó ministro,

A quien en tu nombre demos

La obediencia; que no es digno

Que alumbre el Fuego, la Tierra

Fructifique, el centro frio

Divida climas, el Aire

Aliente, y todos remisos

No sepamos para quién

Tanto aparato previno,

Beneficios que, no usados,

Dejen de ser beneficios.

Los cuat.

Esto es, Señor, lo que humildes

Todos á tus piés pedimos.

Poder.

Gran corte del universo,

Leales vasallos mios,

Desistid de la contienda

[p. 462]Que los cuatro habeis tenido,

Pues por poneros en paz,

Quiero un secreto deciros,

Que hasta ahora de mi mente

Para ninguno ha salido.

Yo, que sin necesidad

De criaturas, de edificios,

De pompas y majestades,

En principio, sin principio,

Para fin, tambien sin fin,

Dentro estaba de mí mismo,

Por ostentarme criador,

Saqué, con sólo decirlo,

Del ejemplar de mi idea

Las obras que ya habeis visto.

Estando, pues, en mi trono,

Cercado de los ministros

Que más hermosos, más puros

Crié para mi servicio,

Les revelé cómo habia,

Por mostrarme más benigno,

Más liberal, más amable,

Para mi esposa elegido,

Y reina suya, á la humana

Naturaleza, cuyo hijo

Heredero por la gracia

Sería del imperio mio.

Uno, pues, de los vasallos,

El más sabio, hermoso y lindo,

De su ciencia y su hermosura

Soberbio y desvanecido,

Por no jurar vasallaje

A inferior ser, atrevido

Se opuso á mis providencias;

[p. 463]Dispuesto á sus precipicios,

Tocó al arma en mis estados,

Y con opuestos caudillos,

Vinieron á la batalla

Las virtudes y los vicios.

Ya alentado el bronce suena,

Ya responde el parche herido,

Ya cruje armado el acero...

Mas ¿para qué lo repito,

Si en arrastrados despojos,

Es con eterno castigo

El clarin de mi victoria

La trompa de su gemido?

Viendo mi primer cuidado

En esta parte perdido,

Pues la criatura mejor

Oponerse al Criador quiso,

Escarmentando (bien puedo

En esta frase decirlo,

Que no es baja voz que á mí

Me escarmienten los delitos),

Quise, acudiendo á mis ciencias,

Consultarme á mí conmigo,

Si en la segunda criatura,

Sujeto hermoso que elijo

Para mi heredero, habia

De sucederme lo mismo;

A cuyo efecto mi eterna

Sabiduría me dijo...

Sabidur.

Yo, que sé todas las ciencias,

De que son fieles testigos

Los astros (pues que no hay

En todo ese azul zafiro,

Encuadernado volúmen

[p. 464]De quien el sol es registro,

Ninguno que por su nombre

No llame, adverso ó propicio);

Yo, para quien el presente

Tiempo solamente es fijo,

Pues si miro hácia el pasado,

Y si hácia el futuro miro,

Es tiempo presente todo,

Futuro ó pasado siglo;

Habiendo con mi presencia

En ese dorado libro

De once hojas de cristal

Previsto al hombre, he previsto

Que si del lóbrego seno

De la tierra, el duro silo

De sus entrañas, el ciego

Vientre de su obscuro limbo

(Donde sin sér, alma y vida,

Discurso, eleccion ni aviso,

En metáfora de cárcel

Hasta ahora le has tenido),

Le sacas á luz, no ménos

Ingrato y desconocido

Te será el hombre que el ángel,

Poniendo en tan gran conflicto

A todo el género humano,

Que, á sombra de su delito,

Sea el ámbito del orbe

Tan heredad del abismo,

Que nazcan de sus raíces

El pasmo, el susto, el peligro;

El adulterio, el rencor,

El hurto y el homicidio.

Pero ¿qué mucho, si habiendo

[p. 465]Una vez introducido

La palidez de la muerte

Sus últimos parasismos,

Será tan universal

El morir? Pues si yo mismo,

En tu nombre, para enmienda

De sus errores, admito

Humano sér; áun yo...

Poder.

Cesa,

Que el Amor se ha enternecido.

Amor.

Sí; pero no sin consuelo,

Que pueda servir de alivio.

Los amenazados riesgos

No son, Poder, tan precisos,

Que hayan de ser, pues no fueran

Coartando al hombre el arbitrio,

Ni mérito las virtudes,

Ni demérito los vicios.

Si todo este suntuoso

Aparato, en quien admiro

En el Fuego lo brillante,

En el Aire lo lucido,

En el mar lo prodigioso,

Como en la Tierra lo rico,

Para el hombre lo criaste,

Y es él el que te ha debido

La tarea de seis dias,

¿No disuena á un Amor pío

Hacerlo para él, y no

Hacerle á él? y si los cinco

Talentos que le has de dar

Han de ser cinco sentidos,

Si tres potencias los tres,

Y si uno razon y juicio,

[p. 466]Deja que el Entendimiento,

Con el racional instinto

Le advierta del bien y el mal,

Dándole un libre Albedrío

Con que use del mal ó el bien,

Que ya una vez concebido

En tu soberana idea,

No ser el que en ella ha sido,

Dejando de ser, sin ser,

En darle por merecido

El castigo ántes del yerro;

Pues no puede haber castigo,

Como no ser el que fuera.

Y así, como Amor te pido,

Nazca el hombre y sepa el hombre

Que aqueste imperio y tu empíreo

Por sí mismo ha de ganarle,

O perderte por sí mismo.

Poder.

Aquello (vuelvo al discurso)

La Sabiduría me dijo,

Y esto me dijo el Amor,

Cuando me tenía indeciso

Si en la segunda criatura

Me sucediera lo mismo

Que en la primera; con que

De la ciencia prevenido,

Y movido del Amor,

Que aunque en los tres no distingo

Mayor ni menor esmero,

Ni postrero, siempre inclino

Más el Poder al Amor,

A sacar me determino

De la prision del no sér,

A sér este oculto hijo,

[p. 467]Que ya de mi mente ideado

Y de la tierra nacido,

Ha de ser príncipe vuestro.

Y así, sin que haya sabido

Quién es, por dejar abierto

A la experiencia un resquicio,

Hoy del damasceno campo,

A un hermoso alcázar rico,

Que á oposicion de azul cielo,

Será verde paraíso,

Le trasladaré, y en él,

Despues que con mis auxilios

Le haya su luz ilustrado,

Le daré el raro prodigio

De la Gracia por esposa.

Si procediere benigno,

Atento, prudente y cuerdo,

Obedecedlo y servidlo,

Durando en su vasallaje;

Mas si procediere altivo,

Soberbio é inobediente,

No le conozcais dominio,

Arrojadle de vosotros;

Pues, como el Amor ha dicho,

Puesta su suerte en sus manos,

El logro ó el desperdicio,

O por sí le habia ganado,

O por sí le habia perdido.

¿Juraislo así?

Los cuatro elem.

Sí juramos.

Tierra.

Y yo, en fe de que lo admito,

De los limos de la tierra

Con este polvo te sirvo,

[p. 468]Para su formacion.

Agua.

Yo,

Para amasar ese limo,

Te daré el cristal.

Aire.

Yo luégo,

Porque cobre el quebradizo

Barro, en su materia, forma,

Te daré el vital suspiro,

Que hiriendo en su faz le anime.

Fuego.

Y yo, aquel fuego nativo,

Que con natural calor

Siempre le conserve vivo.

Poder.

Venid, pues, y al hombre hagamos.

(Los elementos entre sí.)

Agua.

¿Hagamos, en plural dijo?

Aire.

Sí.

Agua.

Pues ¿cómo, si con solo

Hágase, todo se hizo,

Hágase no dijo al hombre?

Fuego.

Ese es evidente indicio,

Que puso en él más cuidado

Que en todo.

Poder.

¿Qué aguardais? Idos

A esperarle y recibirle

En el alcázar que os digo,

Donde, guiado de la gracia,

Sean aplausos festivos

Su primer salva.

Fuego.

Primero

Iremos, Señor, contigo,

Hasta el damasceno campo,

Volviendo á decir el himno...

Música.

Cuanto en Fuego, Aire, Agua y Tierra.

(La Sombra sale por una parte, y por otra se van; y la Sombra repite lo que cantan.)

[p. 469]Sombra.

Cuanto en Fuego, Aire, Agua y Tierra.

Música.

Vuela, brilla, sulca y yerra...

Sombra.

Vuela, brilla, sulca y yerra...

Música.

Y en sí las sombras encierra...

Sombra.

Y en sí las sombras encierra...

Música.

De Poder, Ciencia y Amor,

¡Bendecid al Señor! (Vanse.)

Sombra.

De Poder, Ciencia y Amor,

¡Bendecid al Señor!

ESCENA III.

LA SOMBRA.

Sombra.

¿Cuándo el acento fué rayo veloz,

Trueno el eco, relámpago la voz,

Flecha el aire, dogal

El suspiro, el anhélito puñal,

Sino hoy, que contra mí

Las cláusulas del cántico que oí,

El relámpago, el rayo, el trueno son

Dogal, flecha y puñal del corazon?

¡Oh qué mal ejemplar

Al áspid mi quebranto ha de dejar;

Pues siendo el áspid yo

Que de la luz huyendo, se escondió,

Resulta ser en él

La música el conjuro más cruel!

Pero miente el dolor,

Que si él se da á partido, no el furor,

La ira, la rabia, el pasmo, el frenesí,

Que ha introducido en mí

Que del no sér pasando el hombre al sér,

[p. 470]Esposo de la luz haya de ser,

Siendo la sombra en tálamo feliz,

A su opuesta, jurada emperatriz

Del universo; pero no haré tal;

¡Oh, máteme el dolor ántes que el mal!

¡Ni del profundo horror,

Cuna del susto y tumba del pavor,

En quien es el vivir,

Morir eterno para no morir!

¡Patria horrible y crüel

Del odio infame, del rencor infiel,

Escuela del penar,

Mansion del llanto, casa del pesar;

Reino de confusion,

Babel del siglo, lóbrega mansion

Del espanto, el asombro y la crueldad!

¡Ah del centro, de cuya obscuridad

La Sombra arrastra el lóbrego capuz!

¡Ah del negado auxilio de la luz,

Línea del mal, antípoda del bien,

Ciudad sin Dios! ¡Ah del abismo!

ESCENA IV.

LA SOMBRA.—Sale EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS.

Príncipe.

¿Quién pudo á su invocacion

Obligarme, rompiendo la prision

De infaustos calabozos, á salir

A perturbar de tanto azul zafir

El puro rosicler,

Pues demudaron, al llegarme á ver,

[p. 471]Desde el mayor hasta el menor farol,

Su faz la luna, y su semblante el sol?

¿Quién, pues, quién me llamó?

Sombra.

¿Quién pudiera, lucero, sino yo,

Que sombra soy, valerme de quien es

Príncipe de tinieblas?

Príncipe.

Díme, pues,

¿Qué es tu intento?

Sombra.

Yo fuí

Pálida tez del cáos...

Príncipe.

Ya lo ví

Cuando en pálida tez

Apagó mi esplendor tu lobreguez.

Sombra.

Nació la luz, con que,

Arrugándome el manto...

Príncipe.

Ya lo sé,

Huyendo de ella, con cobarde ardid

Rodeaste el orbe.

Sombra.

Rota, pues, la lid

Entre los dos, el cuarto dia llegó.

Príncipe.

En que el sol de la luz se apoderó.

Sombra.

Viéndose, pues, con ella iluminar...

Príncipe.

Los ámbitos del Aire, Tierra y Mar...

Sombra.

Se tomó para sí...

Príncipe.

El dia, y te dejó la noche á tí.

Sombra.

No solamente esa disparidad...

Príncipe.

Os tiene en interior enemistad...

Sombra.

Pero causa mayor

Nos tiene en otra enemistad peor.

Príncipe.

Esa es la que no sé.

Sombra.

No me atajes, que yo te la diré.

En la magia que aprendí

En el monte de la luna,

Templo de la noche, una

[p. 472]Proposicion anteví,

En que autoridades sumas

(Que ahora no importa alegar,

Pues su fama ha de volar

Con las alas de sus plumas),

Símbolo á la luz harán

De Gracia, de Culpa á mí.

Mira si con causa aquí

Místicos sentidos dan

A mis rencores disculpa;

Pues la luz, por mi desgracia,

Será imágen de la Gracia,

Y la Sombra de la Culpa.

Este principio asentado

A que Luz y Sombra son

Culpa y Gracia, mi pasion

Pase á segundo cuidado.

Este rey, cuyo Poder,

Cuya Ciencia y cuyo Amor

Le han ostentado señor

De cuanto se llega á ver,

Tiene un hijo. No te asombre,

Que hasta hoy oculto le encierra

En el vientre de la Tierra,

Primera madre del Hombre;

Asómbrete que de todo

Príncipe quiere que sea,

A cuyo efecto su idea

Le está sacando del lodo

En que yace, para hacer

Que, de todo el mundo dueño,

Sea otro mundo pequeño,

Última obra del Poder,

Última obra de la Ciencia,

[p. 473]En alma y vida que cobra,

Del Amor última obra

En la divina asistencia;

Que... mas decirlo no es bien

A quien puede verlo; llega,

Pues á los dos no se niega

Ver lo que espíritus ven.

Mira el seno en que le tuvo,

Despues de haberle formado

En su mente encarcelado.

Mira, despues que le hubo

Dado la materia el limo,

Cómo, informe el embrion,

Quedó sin vital accion.

Mira...

Príncipe.

Pasmo, lloro y gimo

Al verlo.

Sombra.

Cuán liberal,

Despues que la estatua obró,

Y en un suspiro la dió

Vida y alma racional,

Como, en su gracia criado

En original justicia,

Le da contra mi malicia

Luz la luz; con que guiado

Lo traslada á un paraíso,

Adonde cobre, despues

Que haya sabido quién es,

Sobrenatural aviso

De ciencias del mal y el bien.

Príncipe.

¡Oh humana naturaleza!

¡Con qué horror, con qué tristeza

Mis pasadas ruinas ven

Tus dichas ya; y más despues

[p. 474]Que sé que es, por mi desgracia,

La hermosa Luz de la gracia

La primer cosa que ves!


País peñascoso.—Una gruta.

ESCENA V.

EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS y LA SOMBRA, á un lado.—EL HOMBRE, en la gruta, vestido de pieles, y LA LUZ DE LA GRACIA, con un hacha en la mano.

Gracia.

Hombre, imágen de tu Autor,

De esa enorme cárcel dura

Rompe la prision obscura.

A la voz de tu Criador.

Hombre.

¿Qué acento, qué resplandor

Ví, si es esto ver; oí,

Si es oir esto? que, hasta aquí,

Del no sér pasando al sér,

No sé más que no saber

Qué soy, qué seré, ó qué fuí.

Gracia.

Sigue esta luz, y sabrás

De ella lo que fuiste y eres;

Mas de ella saber no esperes

Lo que adelante serás;

Que eso tú solo podrás

Hacer que sea malo ó bueno.

Hombre.

(Sale de la gruta.) De mil confusiones lleno

Te sigo. ¡Oh qué torpe el paso

Primero doy!

[p. 475]Luz.

No es acaso

Que de libertad ajeno

Nazca el hombre.

Hombre.

Pues ¿por qué,

Si ese hermoso luminar

(Que á un tiempo ver y cegar

Hace) otra criatura fué,

Apénas nacer se ve,

Cuando con la majestad

De su hermosa claridad

Azules campos corrió,

Teniendo más alma yo,

Tengo ménos libertad?

¿Por qué, si es que es ave aquella

Que, ramillete de pluma,

Va con ligereza suma

Por esa campaña bella,

Nace apénas, cuando en ella

Con libre velocidad

Discurre la variedad

Del espacio en que nació,

Teniendo más vida yo,

Tengo ménos libertad?

¿Por qué, si es bruto el que á bellas

Manchas salpicó la piel

(Gracias al docto pincel

Que áun puso primor en ellas),

Apénas nace y las huellas

Estampa, cuando á piedad

De bruta capacidad,

Uno y otro laberinto

Corre, yo, con más instinto,

Tengo ménos libertad?

¿Por qué, si es pez el que en frio

[p. 476]Seno nace y vive en él,

Siendo argentado bajel,

Siendo escamado navío,

Con alas que le dan brío

Surca la vaga humedad

De tan grande inmensidad

Como todo un elemento,

Teniendo yo más aliento,

Tengo ménos libertad?

¿Qué mucho, pues, si se ve

Torpe el hombre en su creacion,

Que tropiece la razon

Donde ha tropezado el pié?

Y pues hasta hora no sé

Quién soy, quién seré, quién fuí,

Ni más de que ví y oí,

Vuelva á sepultarme dentro

Ese risco, en cuyo centro

Se duela mi autor de mí.

Luz.

Sí hará, y aunque te han dejado,

A manera de dormido,

Tus sentidos sin sentido,

De mirarte á tí admirado,

De esa suerte transformado

Irás tras mi luz al real

Palacio, donde leal

Aplausos todos te den.

Música.

(Dentro.) ¡Ven, Hombre, ven!

Luz.

Y pues en ventura igual

La Gracia te lleva á que sepas del bien,

No apagues su luz, y sepas del mal.

Música.

Y pues en ventura igual, etc.

[p. 477]ESCENA VI.

EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS, LA SOMBRA.

Sombra.

¿Qué dirás, si el juicio aplicas

A una obra tan superior?

Príncipe.

¿Quién es el Hombre, Señor,

Que tanto le magnificas?

Pues aunque en barro le diste

Primer materia, si toco

Lo inmortal del alma, poco

Ménos que el ángel le hiciste.

Y áun en más le sublimaste,

Pues siguiendo el esplendor

De la Gracia, de tu honor

Y gloria le coronaste,

Vistiendo su desnudez

Rico aparente vestido,

Que en el místico sentido

Significará tal vez

La cándida estola hermosa,

Que, de virtudes tesoro,

Será en el ropaje de oro

Que dé el esposo á la esposa.

¡Y esto en trono soberano,

Donde tan liberal obras,

Que sobre todas las obras

De tu poderosa mano

Rey le constituyes; pues

En su terrenal esfera,

Desde el ave hasta la fiera

Todo se rinde á sus piés!

[p. 478]Música.

(Dentro.) ¡Venid, corred, volad, Elementos,

A dar la obediencia al Príncipe vuestro!

Príncipe.

¡Y tan de balde, ay de mí,

Como que no esté sujeto

A más que á un leve preceto!

Sombra.

¿Precepto dijiste?

Príncipe.

Sí.

Sombra.

Pues contra todo ese sér,

Majestad, pompa y honor

Vuelva á vivir mi dolor,

Si hay precepto que romper;

No en sofistería aparente

Lo fundo.

Príncipe.

Dímelo, pues.

Sombra.

¿La Sombra imágen no es

De la Culpa?

Príncipe.

Es evidente.

Sombra.

La Culpa, si introducida

Se ve, ¡que será, no advierte,

Otra imágen de la muerte!

Príncipe.

Es cierto.

Sombra.

Miéntras la vida

Durare, tambien el sueño

¿De la muerte no será

Otra imágen?

Príncipe.

Claro está.

Sombra.

Luego posible es mi empeño,

Si al hombre en su paz le asombra,

Sueño que de muerte es

Imágen, muerte despues

Que es culpa, y culpa que es sombra;

Confeccionemos, pues, lleno

De opio, beleño y cicuta,

En flor, en planta ó en fruta,

[p. 479]Tal hechizo ó tal veneno,

Que, de sentidos ajeno,

Rompa el precepto, y postrado,

Deshecho y aniquilado,

Duerma letargo tan fiero,

Que inhábil para heredero

Despierte del real estado.

Príncipe.

El veneno ó el hechizo

Fácil á los dos será

De confeccionar; mas ya

Que suponga que se hizo,

¿Cómo ha de lograr su fin?

Sombra.

Si á mí áspid me han de llamar,

Y á tí basilisco, ¿entrar

Quién nos quitará al jardin?

Ven, y el disfraz pensaremos

Que entre sus troncos y flores

Oculte nuestros rencores,

Por más que ahora escuchemos...

Ellos y Música.

Venid, corred, volad, Elementos,

A dar la obediencia al Príncipe vuestro.

(Vanse.)


[p. 480]Jardin.

ESCENA VII.

Salen LOS ELEMENTOS cantando, y sacando en las manos ricos vestidos para EL HOMBRE.—EL ENTENDIMIENTO, EL ALBEDRÍO, LA LUZ, con el hacha, y EL HOMBRE detras, y miéntras cantan le van vistiendo como dicen los versos.

Música.

Venid, corred, volad, Elementos,

A dar la obediencia al Príncipe vuestro.

Tierra.

Flores, sus sendas cubrid;

¡Venid, venid!

Agua.

Fuentes, sus espejos sed;

¡Corred, corred!

Aire.

Auras, su calor templad;

¡Volad, volad!

Fuego.

Rayos, su pompa asistid;

¡Lucid, lucid!

Música y los cuat.

Y en fin, jurándole rey

De alcázar, monte y jardin,

¡Venid, corred, volad, lucid!

Luz.

Ya que en vuestro poder queda,

Donde ántes de confirmarme,

O por sí pueda ganarme,

O por sí perderme pueda,

Servidle hasta ver si atento,

Para rey y esposo mio,

Usa bien de su Albedrío,

O mal de su Entendimiento. (Vase.)

[p. 481]ESCENA VIII.

EL HOMBRE, LOS ELEMENTOS, EL ALBEDRÍO, LA LUZ, EL ENTENDIMIENTO.

Los cuat. elem.

(Cantan.)

Por tí, á su obediencia

Todos le ofrecemos...

Tierra.

La Tierra sus flores.

Agua.

El Agua su espejo.

Aire.

Sus auras el Aire.

Fuego.

Sus luces el Fuego.

Música.

Sirviéndole á un tiempo

Luces, auras, espejos y flores,

El Agua, la Tierra, el Aire y el Fuego.

Hombre.

¡Cielos! ¿qué es eso que veo?

¿Qué es esto, cielos, que miro,

Que si lo dudo me admiro,

Y me admiro si lo creo?

¿Yo de galas adornado,

De músicas aplaudido,

De sentidos guarnecido,

De potencias ilustrado?

¿En este instante no era

Del centro la masa dura

Mi triste prision obscura?

Pues ¿quién me trajo á una esfera

Tan rica, tan suntuosa

Y tan florida, que en ella

La más reluciente estrella

Aun no se atreve á ser rosa?

Otra vez vuelva á dudar,

[p. 482]Y otras mil, quién soy, quién fuí

Ó quién seré.

Entend.

De eso á mí

Me ha tocado el informar:

Polvo fuiste, polvo eres,

Y polvo despues serás.

Albed.

(Al hombre.) Ya que en su servicio estás,

¿Para qué afligirte quieres,

Sin ver cuánto escandaliza

Que pase tu mal humor

El que es Juéves del Señor

A Miércoles de Ceniza?

Si fuiste polvo, ya eres

La más perfecta criatura

Que vió del sol la luz pura;

Y pues á todas prefieres,

No sólo en lo humano, no

Sólo en lo racional, pero

En ser príncipe heredero

Del Rey, que hoy te declaró,

Goza la felicidad,

Sin que te entristezca nada.

Hombre.

Más tu despejo me agrada,

Que aquella severidad.

Saber de los dos intento

Quién sois en servicio mio.

Albed.

Yo soy tu libre Albedrío.

Hombre.

Y tú ¿quién?

Entend.

Tu Entendimiento.

Hombre.

¿Cómo el primer dia tan cano

Estás?

Entend.

Éste es claro indicio

De que las canas del juicio

Amanecen más temprano

[p. 483]Que las del poco saber.

Albed.

Si por mí lo dices, yo

Sé lo que me basta.

Hombre.

No

Más; y pues que mi sér

Sé ya que á todos prefiere,

¿Quién me mete en discurrir?

Dejarme quiero servir,

Y venga lo que viniere.

Cantad.

Entend.

Sea la cancion

Algun verso que le acuerde

Lo que gana ó lo que pierde

En seguir más mi opinion

Que no la del Albedrío.

Hombre.

Tú, miéntras me halaga el canto,

Vuelve á encarecerme cuánto

Es superior el sér mio.

(Vanle vistiendo miéntras cantan.)

ESCENA IX.

Dichos.—Salen LA SOMBRA y EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS, de villanos.

Música.

Sobre áspid y basilisco

Seguro pisará el Hombre,

Si de basilisco y áspid

Los peligros reconoce.

Y atento al precepto,

Mira que se esconden

Infestando flores y frutos,

El uno en los frutos, y el otro en las flores.

[p. 484]Príncipe.

(Aparte.) A mala ocasion venimos,

Pues le avisa en esas voces

Sagaz el Entendimiento

Que si el precepto no rompe...

Él y mús.

Sobre áspid y basilisco

Seguro pisará el hombre.

Sombra.

(Aparte.) Ya que aquí de jardineros

El disfraz nos desconoce,

No nos demos por vencidos

Del Entendimiento noble...

Él y mús.

Sí de basilisco y áspid

Los peligros reconoce.

Sombra.

Pues, villano el Albedrío,

Será posible le informe

Al contrario; y así, ocultos,

Hasta tener ocasiones

De introducir el veneno,

Prosigan nuestros rencores...

Él y mús.

Infestando las flores y frutos,

El uno en los frutos, y el otro en las flores.

Hombre.

En fin, ¿que heredero soy

De este imperio?

Albed.

¿Quién lo duda?

Entend.

Quien sepa que no lo eres

Hasta lograr la ventura

De que, confirmado en Gracia,

Ella sea esposa tuya.

Bien esa letra lo ha dicho,

Pues ha dicho que se ocultan

Basilisco y áspid donde

Puede ser que alguna fruta

Avenenada...

Hombre.

Suspende

La voz. (Ap. ¡Cuánto me disgusta

[p. 485]Su anciano temor!) Y dime (A Albedrío.)

Tú, porque su enfado suplas,

¿Cómo, si príncipe soy,

Un sepulcro fué mi cuna?

Albed.

Si el Albedrío en las penas

No es posible que concurra,

No le toca al Albedrío

Responder á esta pregunta.

Entend.

Al Entendimiento sí,

Que á él le es dado que discurra.

Los justos juicios del Rey,

Tu padre, por causas justas,

Hasta hoy no te declararon;

Y ser las entrañas duras

De la Tierra tu prision,

Fué porque en alta fortuna

Tengas entendido...

Hombre.

¿Qué?

Entend.

Que si á la ley no te ajustas,

Quedó en la cuna labrada

La materia de la tumba.

Hombre.

Ya temia yo que habia

De ser tu respuesta angustia.

No me hables más, que me afliges.—

Y díme tú, que me adulas,

¿Sobre príncipe heredero,

Es verdad que la criatura

Más perfecta soy del orbe?

Albed.

Tú mismo al verte lo juzga.—

Agua, el espejo.

(Va á llegar la Sombra, y al ver el espejo se retira.)

Príncipe.

(Ap. á Sombra.) En él puedes,

Pues basilisco me anuncian

Que es veneno de la vista,

[p. 486]Poner la mortal cicuta.

Sombra.

(Al Príncipe.) Si haré, mas ¡ay infelice!

Príncipe.

(A la Sombra.) ¿De qué te asombras y turbas?

Sombra.

(Al Príncipe.) De haber visto en el cristal

Un rasgo, viso ó figura

De un espejo no manchado,

Cuya siempre intacta luna

No ha de empeñar el aliento

De la Sombra de la Culpa.

(Llega el Agua, y se mira el Hombre al espejo.)

Agua.

En este cuajado vidrio

Del agua que el valle inunda,

Puedes verte al natural

Retratado.

Hombre.

¡Oh sábia, oh suma

Omnipotencia! ¿Yo soy

Aquel que allí se dibuja,

Como aquellos, que hasta aquí

No llegué á mirarlos nunca,

Son los ojos que lo ven,

Los labios que lo pronuncian,

Y así las demas facciones?...

Otra vez repite, y muchas,

Que es verdad que soy la obra

Que la potencia absoluta

Guardó para la postrera.

¡Qué fábrica tan augusta!

Si fuera primera, no

Llegara á tener segunda.

Dices bien: la más perfecta

Criatura soy.

Entend.

Es sin duda,

Supuesto que el Hacedor

Te hizo á semejanza suya;

[p. 487]Pero si de él recibiste

La perfeccion que te ilustra,

¿De qué te glorias, supuesto

Que la gozas sin ser tuya?

Hombre.

Sí es, supuesto que la gozo:

Y no tu vejez caduca

Siempre á mis gustos opuesta

Esté, ó podrá ser que alguna

Vez me halles...

Albed.

Fuego, la espada.

Príncipe.

(Ap. á Sombra.) Pon el veneno en su punta,

Pues áspid de acero es

Cualquiera espada desnuda.

(Va á llegar la Sombra, y se retira al ver la espada.)

Sombra.

(Al Príncipe.) Sí haré. Mas no, no haré tal.

Príncipe.

(A Sombra.) ¿Otra vez al ir te asustas?

Sombra.

(Al Príncipe.) Sí, que está en su guarnicion

Un adorno que la cruza,

De quien es fuerza que yo

Atemorizada huya.

(Llega el Fuego, y cíñele la espada.)

Fuego.

Ésta, señor, es la espada

De aquellos dos córtes, cuya

Cuchilla templada al fuego

Está del alma, tan pura,

Que no hay hierro que no ablande,

No deshaga, no consuma

Y purifique.

Entend.

Sí; pero

Advierte que, si la empuñas,

Se significan en ella

Las cuatro virtudes juntas:

La hoja es la Justicia; el pomo

La Fortaleza, y se aunan

[p. 488]En ser la Templanza el puño,

Y la vaina la Cordura.

Si usas mal de ella, con ella

Te herirás; mas si bien usas,

Vencerás tus enemigos.

Hombre.

¿Qué enemigos? ¿Habrá alguna

Criatura que contra mí,

Ni imagine, ni presuma

Oponerse?

Albed.

Aire, el sombrero.

Príncipe.

(A Sombra.) Puesto que en el Aire triunfas

Del ave, cuando tus sombras

Sus resplandores sepultan,

Y son del aire las aves,

Pon el hechizo en sus plumas.

(Va á llegar, y tambien se retira.)

Sombra.

(Al Príncipe.) Sí haré. Mas tampoco puedo.

Príncipe.

(A Sombra.) ¿Tercera vez te atribulas?

Sombra.

(Al Príncipe.) Sí, que entre las demas aves,

Volar miro al cielo una

Tan remontada, que, llena

De gracia, hasta el sol se encumbra,

Donde no puede alcanzarla

Todo el vuelo de la Culpa.

Aire.

Las plumas que de tu fama

Serán alas con que subas

Al más eminente solio,

El dia que en reales nupcias,

Siendo esposo de la Gracia,

Te corone su hermosura,

Son éstas.

Albed.

¡Qué bien te está

De sus tremoladas plumas

El rizado airon!

[p. 489]Entend.

Alhajas

De Aire adornan, mas no ilustran:

Dígalo el pavon, y toma

Ejemplo en la pompa suya,

No sea su deshecha rueda

La rueda de tu fortuna.

Hombre.

Este sabio Entendimiento

Mucho mi paciencia apura.

Albed.

Pues para que te diviertas,

Sin que su vejez te pudra,

Tierra, llega, llega, y goce

En tus flores la blandura

De sus aromas.

Príncipe.

(A Sombra.)Y en flores,

Que son edades caducas,

¿Pondrás el veneno?

Sombra.

(Al Príncipe.)Sí...

Pero tambien me perturba

Una cándida azucena,

Junto á una rosa purpúrea,

De cuyo vírgen albor

Quiere el cielo se produzca

Un enamorado lirio,

Que en lo cárdeno me ofusca,

Sombra de mi misma sombra.

Príncipe.

(A Sombra.) Si hasta las flores te angustian,

De este prodigioso árbol,

Que á su sombra nos oculta,

Toma esta manzana; en ella

Nuestras iras ejecuta,

Y ya que en la flor no puedas,

Pon el veneno en la fruta.

Sombra.

(Al Príncipe.) Muestra; que nunca más áspid,

Si es que me vale la industria...

[p. 490]Tierra.

En estas flores la Tierra,

Para tu halago tributa

Sus matices, y...

Sombra.

Eso á mí

Toca; que tú, Tierra inculta,

Silvestres flores le dieras,

A no ser mi agricultura

La que diera á sus primores

Arreboles que las pulan.

Y pues te toca el que nazcan,

Y á mí me toca el que luzcan,

Más mias son.

Tierra.

¿Cuándo la Tierra

Rendir sus frutos rehusa?

Hombre.

¿Quién eres, bella zagala,

Que sobre la Tierra triunfas,

Tan dueño de sus caudales,

Que para tí los usurpas,

Sin que ella te los defienda:

Y nueva aurora segunda,

Das á entender que amaneces

En bella oposicion suya,

Compitiendo con las selvas

Donde las flores madrugan?

Sombra.

Soy, no tan sólo en la Tierra

Agricultora, que estudia

Esmerar sus obras; pero

Tan sábia, que en ella apura,

Y en los demas elementos,

Las cualidades ocultas.

Caracteres para mí

En valles, montes y grutas,

Son sus plantas las estrellas,

En su campaña cerúlea,

[p. 491]Mis oráculos de fuego

Son, del Agua las espumas

Mis libros: y porque lea

Lo que sus vuelos anuncian,

Siendo para mí del año

Cualquiera estacion fecunda,

Los pájaros en el viento

Forman abriles de plumas.

Hombre.

¡Qué raro bello prodigio!—

Albedrío; ¿viste nunca

Hermosura más discreta?

Albed.

Yo no entiendo de hermosuras,

Mas para que á mí me agrade

Basta ver que á tí te gusta.

Entend.

Y para que á mí me ofenda,

Ver que tú no lo repugnas.

Advierte, Señor, que anda

Con humano rostro una

Serpiente en estos jardines,

Tan incautamente astuta,

Que Agua, Fuego, Tierra y Aire,

Siendo negra noche obscura,

De su belleza engañados,

Por aurora la saludan.

Teme, pues, que puede ser,

Si la miras, si la escuchas,

Tu culpa escucharla y verla.

Hombre.

¿Qué importará, si en disculpa

De esa culpa, mis sentidos,

Por más que tú los acusas,

En viendo sus bellos ojos,

Quedan vanos de su culpa?

Sombra.

Pues porque tu entendimiento

No cauteloso me arguya

[p. 492]Y la verdad de mis magias

A experiencia se reduzca,

Toma esta dorada poma;

Si una vez su sabor gustas,

Verás que no solamente

En tí mis ciencias infunda,

Pero que inmortal te haga,

Para que no puedas nunca,

Igualándote al poder

Del Rey, perder de esta augusta

Majestad la accion, que hoy

No puedes decir que es tuya.

Del tiempo, que allá en la Tierra

Te ocultó, venga la injuria:

Come, y como el Rey, serás

Eterno edades futuras.

Hombre.

Mucho me ofreces, y mucho

De la poma la dulzura

Brindando está al apetito.

Albed.

Pues ¿qué esperas? pues ¿qué dudas?

Llega, y come de ella.

Entend.

No,

Albedrío, á eso le induzcas;—

Ni tú á tocarle te atrevas. (De rodillas.)

Hombre.

No entre los dos te introduzcas

A embarazarlo tú.

Entend.

Mira

Que quizá en el Aire fundas

Altas torres, y que suelen

Ser soñadas las venturas;

Y podrá ser, si despiertas,

Que entre fantasmas confusas

Todo esto vuelva á la nada.

Hombre.

Ya ése es tema de locura

[p. 493]Más que lealtad: quita, quita,

Villano.

Entend.

Atiende, que usas

Muy mal de tu Entendimiento,

Si atropellado le injurias.

Hombre.

Peor usas tú de tu dueño,

Pues atrevido le luchas,

Sin ver que desde ese muro

Puedo arrojarte á esas duras

Peñas.

Entend.

No podrás, sin que

A tí mismo te destruyas.

Hombre.

¿Cómo que no podré? Pero

Las fuerzas lo dificultan,

No el valor.—Llega, Albedrío;

Tú á despeñarle me ayuda.

Albed.

Sí haré, pues sin mí no puedes.

Agua.

Mira...

Tierra.

Advierte...

Fuego.

Atiende...

Aire.

Escucha...

Hombre.

¡Nadie á mi furia se oponga,

Ó teman todos mi furia!

(Arrójanle entre los dos al vestuario, como precipitado.)

Entend.

(Dentro.) ¡Ay de tí, más que de mí!

Príncipe.

(Ap.) Bien se ha logrado la industria.

Elementos.

¿Qué has hecho, Hombre?

Hombre.

Despeñar

A mi Entendimiento, y una

Vez despeñado, sin él

Comer la vedada fruta.

Muestra. Mas ¿qué es esto? ¡Cielo! (Come.)

(Terremoto.)

Fuego.

Es que mis rayos se anublan.

[p. 494]Tierra.

Que se estremecen mis montes.

Agua.

Que mis cristales se enturbian.

Aire.

Que mis vientos se embravecen.

ESCENA X.

Dichos.—Sale LA LUZ con una hacha encendida.

Luz.

Pues todo el orbe caduca,

Grande daño hay. Elementos,

¿Qué es esto?

Sombra.

¿A quién lo preguntas,

Si mejor de tí podrás

Saberlo, viendo la pura (Apágale el hacha.)

Luz de la Gracia apagada

De la Sombra de la Culpa?

(Vase con el Príncipe.)

ESCENA XI.

EL HOMBRE, EL ALBEDRÍO, LA LUZ, LOS CUATRO ELEMENTOS.

Hombre.

¡Ay de mí infeliz, que todo

El orbe he dejado á escuras!

Luz.

¡Ay dél, pues será tu error

Miserable herencia suya!

Hombre.

Albedrío, ¿dónde (¡ay triste!)

Estás?

Albed.

En vano me buscas,

Que nadie con Albedrío

Padece: él á las holguras

Induce, mas no á las penas. (Vase.)

[p. 495]ESCENA XII.

Dichos, menos EL ALBEDRÍO.

Hombre.

¿Tierra?...

Tierra.

¿Qué es lo que procuras

De mí, si ya son sangrientas

Espinas mis rosas rubias?

Hombre.

¿Agua?...

Agua.

No esperes de mí,

Sino procelosas lluvias,

Que tal vez el mundo aneguen.

Hombre.

¿Fuego, Aire?...

Aire.

En mí no presumas

Más que ráfagas que talen.

Fuego.

Y en mí rayos que destruyan.

Hombre.

Todos ¡ay de mí! sus iras

Sin Albedrío ejecutan;

Mas no sin Entendimiento,

Que áun despeñado me acusa.

¿Qué frenesí, qué letargo,

Qué ira, qué rabia, qué furia,

Se va de mí apoderando?

El áspid era sin duda

El que, con humano rostro,

Bien que inhumana hermosura,

Me dió la hechizada poma;

Pues helado el pecho, muda

La voz, balbuciente el labio,

Turbada la vista, ruda

La razon, ciego el discurso,

Torpe el sentido, confusa

[p. 496]La vida, y suspensa el alma,

Me han dejado la escultura

Del barro no más; pues sólo,

Bronca informe estatua bruta,

Tengo ojos, y no ven;

Tengo oidos, y no escuchan;

Tengo manos, y no tocan;

Tengo labios, y no gustan;

Tengo piés, y no se mueven;

Tengo voz, y no pronuncia;

Y en fin, sin Entendimiento,

Ni Albedrío que me acudan,

Tengo aliento que no alienta,

Y corazon que no pulsa.

Hasta la piadosa llama

Que á estos jardines me alumbra,

A fuer de luz recien muerta,

Ya no arde, sino ahuma.

¿Qué mucho, pues, ¡ay de mí!

Si todos me desahucian,

Que en brazos de letal sueño,

Negra Sombra de la Culpa,

Pues dejó á la muerte viva,

Deje á la vida difunta? (Caése como aletargado.)

Agua.

¡Qué asombro!

Aire.

¡Qué pasmo!

Fuego.

¡Qué ánsia!

Tierra.

¡Qué pena!

Luz.

¡Qué desventura!

[p. 497]ESCENA XIII.

EL HOMBRE, dormido; LA LUZ, LOS CUATRO ELEMENTOS.—Salen PODER, CIENCIA y AMOR.

Poder.

¿De qué son vuestros lamentos?

Luz.

Si á humano modo te ajustas,

A preguntar lo que sabes,

Dígalo esta luz ya obscura.

Fuego.

Dígalo la mia eclipsada.

Tierra.

Díganlo mis flores mustias.

Aire.

Destemplados mis alientos.

Agua.

Mis claras corrientes turbias.

Luz.

Y en fin, dígalo, Señor,

Ver que, deshecha tu hechura...

Los cuat.

Dejando viva á la muerte,

Dejó á la vida difunta.

Poder.

¡Oh eterna Sabiduría,

Bien sus peligros anuncias!

¡Oh eterno Amor, mal el Hombre

De tus beneficios usa!

¿Qué mucho, pues, que tal vez

Digan sacras Escrituras

Que me pesó de haber hecho

Al Hombre? Y pues su fortuna,

Puesta en sus manos, no fué

Bastante á que se reduzca,

Retírate, Gracia, tú. (Hácelo la Luz.)

Vosotros, ya sin ninguna

Obediencia, retiradle (A los Elementos.)

A él tambien; que á la profunda

Tierra de donde salió

[p. 498]Es bien que se restituya.

Dejádsele allí á esa fiera

Poderosa Sombra injusta,

Que contra su Entendimiento

Cautelosamente triunfa.

Sufra, llore, gima y sienta

Cuánto un pecado le muda,

Al ver de un instante á otro

Que el que en su primera cuna

Durmió en brazos de la Gracia,

Despierta en los de la Culpa.

Los cuat.

Sufra, llore, gima, sienta...

Tierra.

El que por su desventura...

Fuego.

Dejando á la muerte viva...

Agua.

Deja á la vida difunta.

Los cuat.

Sufra, sienta, gima y llore...

Aire.

Quien, malogrando fortunas...

Agua.

Vino en brazos de la Gracia,

Y vuelve en los de la Culpa.

Música.

¡Sienta, gima, llore y sufra!

(Vanse los Elementos, llevándose al Hombre.)

ESCENA XIV.

EL PODER, LA SABIDURÍA, EL AMOR.

Poder.

¿Todavía enternecido,

Amor, te muestras?

Amor.

¿Quién duda

Que el Amor siempre es Amor?

Y aunque tu sentencia es justa,

Tambien lo es su apelacion:

[p. 499]Que si en la celeste curia

Decretado está que el Hombre

La falta del Ángel supla,

Capaz está de la enmienda.

Poder.

Es infinita la injuria

Contra infinito Poder,

Y no puede dar ninguna

Satisfaccion infinita

Por sí el Hombre.

Sabid.

Pues es una

La voluntad de los Tres,

Si el Poder pone la suya,

Si la Sabiduría pone

Con la obediencia la industria,

Y el amor pone la obra,

Persona hay que enmiende y supla

La insuficiencia del Hombre;

Pues la humanidad conjunta

A la Sabiduría, como

Hipostáticas se unan,

Satisfaccion infinita

Tendrá la infinita culpa.

Los dos.

¿Qué determinas, pues?

Poder.

Que

Lo decretado se cumpla. (Vase.)

Sabid.

¡Albricias, Hombre, que yo,

Que anteviendo tus fortunas,

Tambien anteví el reparo,

Iré á enmendar tus angustias! (Vase.)

Amor.

¡Albricias, Hombre, que ya

Puedes pensar que se escuchan,

Anticipando sus tiempos

A las edades futuras,

Angélicas voces, que

[p. 500]Den á todas las criaturas,

Con paz al Hombre en la Tierra,

Gloria á Dios en las alturas!


La gruta en que apareció el Hombre al principio.

ESCENA XV.

Salen LOS ELEMENTOS con EL HOMBRE, como primero, vestido de pieles.

Agua.

Aquí le hemos de dejar.

Fuego.

¡Oh humana naturaleza!

Vuelva su sér donde empieza,

Como rio que del mar

Sale, y vuelve al mar despues.

(Pónenle una cadena.)

Tierra.

Bien es, pues salió de mí,

Que á mí se me vuelva.

Aire.

Así

Lo dirá el Eclesiastés. (Vanse.)

ESCENA XVI.

EL HOMBRE, en sueños.

Hombre.

Ya, ya sé quién soy, y aunque

La Tierra fuese mi madre,

Competir puedo á mi padre;

Pues sé sus ciencias, y sé

Que inmortal príncipe soy

[p. 501]Del orbe. Y pues ya me ví

Su dueño... Mas ¡ay de mí (Despierta.)

Infeliz! ¿Adónde estoy?

¿Esta no es de mi fortuna

La primera prision fiera?

¿No es ésta aquella primera

Bóveda que fué mi cuna?

¿No es ésta la desnudez

En que primero me ví?

¿Qué se hicieron ¡ay de mí!

La majestad, la altivez

El obsequio, el aparato,

Las músicas, los olores,

Plumas, cristales y flores,

Y en fin, el sublime ornato

De reales ropas, cercado

De gentes, cuyo desvelo

Me asistió? ¡Válgame el cielo,

Qué de cosas he soñado!...

Pero ¿qué me desconfia

Presumir que sueño fué,

Si por lo ménos saqué

De él, segun mi fantasía,

Saber quién soy? No encerrado

Viva, pues: salga á buscar

El alcázar, y á cobrar,

Pues es mio, el alto estado

En que me ví... Pero ¡cielos!

El orgullo reprimamos,

Por si ahora tambien soñamos:

Mas no, que heroicos anhelos

Me llaman; y así iré. ¡Ay triste!

Que áun es hoy mayor mi pena

De lo que fué. ¿Qué cadena

[p. 502]Es ésta, que me resiste

Que salir pueda? Y áun no

Pára en eso mi fortuna,

Pues no hay criatura ninguna

De que ya no tiemble yo,

Viendo en todas cuatro esferas,

Que afilan contra mí graves

Uñas y picos las aves,

Presas y garras las fieras.

Si miro al sol, me da enojos,

Pues no me alumbra y me abrasa;

Frio el Aire, me traspasa;

Si piso, toda es abrojos

La Tierra; el Agua, que fué

Claro espejo, me retrata

Feo; si la sed me mata,

Turbia está; y si el hambre ve

Frutas, que á ellas no me atreva

Dice, y por partido toma

Que pan de dolores coma,

Y agua de lágrimas beba.

¿Quién me dirá cuál ha sido

En mis mudanzas más cierto,

Lo que allá soñé despierto,

O lo que aquí veo dormido?

¡Oh Luz, cuya llama bella,

Deslumbrado me alumbró!

¿Quién me dirá de tí?

[p. 503]ESCENA XVII.

El HOMBRE.—Sale LA SOMBRA.

Sombra.

Yo,

Que ya estoy en lugar de ella.

Hombre.

¡Horrible aspecto que asombra,

Mira que es contrario asunto,

Que lo que á la Luz pregunte,

Me lo responda la sombra!

¿Quién eres?

Sombra.

¿No me conoces?

Hombre.

No, porque nunca te ví,

Ni áun á lo léjos oí

El sonido de tus voces.

Sombra.

Esa es tu pena más fiera,

Y ésta mi astucia más rara;

Porque ¿qué al Hombre faltara,

Si su culpa conociera?

Hombre.

¿Luego eres mi Culpa?

Sombra.

Sí.

Hombre.

De tí huiré.

Sombra.

¿Cómo podrás,

Si donde quiera que vas,

Se va tu Culpa tras tí?

Ni ¿dónde has de ir, si, aherrojado,

Llevas arrastrando al pié

La cadena que forjé

Del hierro de tu pecado?

Hombre.

Ahora ví, á su yerro atento,

Ser por quien mi desvarío,

Aplaudiendo al Albedrío,

[p. 504]Despeñó al Entendimiento.

Sombra.

Es verdad.

Hombre.

¿Luego no fué

Sueño?

Sombra.

Sí fué; que, pasada,

¿Qué ventura no es soñada?

Hombre.

La que pasó; bien se ve

En la distancia que haber

Suele entre cierto y fingido,

Que uno no ha sido, otro ha sido,

Aunque ha dejado de ser.

Y así, pues sé que es verdad

Que, aunque en este estado estoy,

Príncipe heredero soy,

Y que aquella majestad

No fué sueño, iré á cobralla.

Sombra.

Sueño fué para ese empeño,

Que toda la Vida es Sueño.

Hombre.

Luego ésta lo es: con que se halla

Tu réplica convencida,

Porque si la Vida es

Sueño, ¿no es fuerza despues

Que duerma esta triste vida,

Que á mejor vida despierte?

Sombra.

No, que si para estos lazos

Despertase allá en mis brazos,

Será aquí en los de la muerte.

Hombre.

¿Quién, para pedir aliento

Al Poder que me ha criado,

En tal lucha despeñado

No hubiera á su Entendimiento?

[p. 505]ESCENA XVIII.

EL HOMBRE, LA SOMBRA.—EL ENTENDIMIENTO.

Entend.

¿Qué importa que me despeñes

Tú, para que yo no muera,

Y en cualquier conflicto quiera

Que por mí te desempeñes?

Hombre.

¡Qué lealtad!

Sombra.

Es Vano intento;

Porque ¿qué importa á mi brío,

Si no cobra su Albedrío,

Que cobre á su Entendimiento,

El dia que merecer

Ni desmerecer podrá

Sin él?

Entend.

Llámale, y vendrá.

Hombre.

No me querrá obedecer,

Que es vasallo muy infiel.

Entend.

Aunque no quiera; pues...

Hombre.

Dí.

Entend.

Como él te llevó tras sí,

Tras tí puedes traerle á él;

O yo le traeré arrastrando,

Como tú el afecto des.

Hombre.

Sí doy.

ESCENA XIX.

EL HOMBRE, LA SOMBRA.—Saca EL ENTENDIMIENTO AL ALBEDRÍO como por fuerza.

Entend.

Pues ya está á tus piés.

Albed.

Fuerza es que obedezca, cuando

[p. 506]Trocado tu afecto ví;

Pues del modo que cruel

Puedes despeñarle á él,

Puede él arrastrarme á mí:

¿Qué me quieres, pues?

Entend.

Que apliques

Una vez tu libre accion

Al fuero de la razon.

Hombre.

Que voluntario supliques

Al Poder que me crió,

Que perdone mi delito.

Sombra.

Siendo, como es, infinito,

Pues lo infinito ofendió,

¿Qué satisfaccion podrás

Dar tú, que infinita sea,

Por más que cobrarte vea

Tu Entendimiento, y por más

Que vea que tu Albedrío

Se sujeta á la razon?

Entend.

Ya que dar satisfaccion

No pueda, podrá su pío

Llanto al cielo enternecer,

Para que la dé quien pueda;

Pues poder al Poder queda,

Saber le queda al Saber,

Y amor al Amor, con que

Entera satisfaccion

Le saque de tu prision.

Sombra.

¿Quién ha dicho eso?

Entend.

La Fe.

Sombra.

¿Y cuándo eso será?

Entend.

Cuando

En este valle, que hoy ves,

Que de las lágrimas es,

[p. 507]Logre, gimiendo y llorando,

Que haciendo al abismo guerra,

Digan edades futuras...

Música.

(Dentro.) ¡Gloria á Dios en las alturas,

Y paz al Hombre en la Tierra!

Sombra.

¿Qué lejanas voces ¡cielos!

Tan desde otro siglo suenan

Misteriosas, que áun en éste

Me afligen y me atormentan?

Hombre.

¡Cielos! ¿Qué lejanas voces

Tan misteriosas son estas,

Que áun á vista del peligro

Me alivian y me consuelan?

Sombra.

Si de Sombra pasé á Sueño,

Si de Sueño á Culpa, y de ella

A Muerte, que introducida

Me trajo á matar resuelta...

Hombre.

Si de miserias pasé

A dichas, si luégo de ellas

A las miserias volví...

Sombra.

¿Qué me acobardan suspensas

Unas dulces voces?

Hombre.

Bien

Puede ser de las miserias

Volver á cobrar las dichas,

Pues dulces voces me alientan.

Sombra.

Por más que digan sonoras...

Hombre.

Puesto que repitan tiernas...

Música.

Gloria á Dios, etc.

Sombra.

Y pues él queda seguro

En fe de que mis cadenas

No podrán su Entendimiento

Ni su Albedrío romperlas,

Iré á saber del Lucero,

[p. 508]Pues siempre fueron sus ciencias

Mi oráculo, dónde ó cómo

Se oyen, y quién las alienta. (Vase.)

ESCENA XX.

EL HOMBRE, EL ENTENDIMIENTO, EL ALBEDRÍO.

Hombre.

Pues la Sombra se retira,

Sin proseguir en mi ofensa,

¿Quién duda que nueva aurora

Con nuevo sol amanezca?

Llega, Entendimiento, tú;

Tú, Albedrío, llega, llega;

Desatadme estas prisiones.

Entend.

No es posible deshacerlas,

Por más que los dos pongamos

Él la maña y yo la fuerza.

Hombre.

¡Ay infeliz! ¡Qué venturas,

Que por mí pude perderlas,

Por mí no pueda ganarlas!

Albed.

¿De quién, siendo así, te quejas?

Hombre.

De tí, villano.

Albed.

¿Hice yo

Más que estar á tu obediencia?

Entend.

Sí, pues entre el bien y el mal,

Al mal le inclinaste.

Albed.

Hicieras

Lo que ahora; que el Albedrío

Inclina, pero no fuerza.

Hombre.

Calla, calla, que me afliges.—

Díme tú, que me consuelas,

¿Cúya aquella voz sería?

[p. 509]

Entend.

No sé; pero alguna seña,

O viso, ó rasgo, ó bosquejo,

En alegórica idea

Hoy de místico sentido,

Pienso que nos representa

Futuras venturas, pues

Dijo, si bien se me acuerda...

Música.

(Dentro.) Gloria á Dios, etc.

ESCENA XXI.

EL HOMBRE, EL ENTENDIMIENTO, EL ALBEDRÍO.—Fuera de la gruta LA SABIDURÍA, de peregrino.

Pereg.

Gloria á Dios, etc.

Albed.

Oid, que un galan peregrino,

Las incultas asperezas

Penetrando del desierto,

Hácia esta parte atraviesa.

Entend.

Fatigado del camino,

Por estar todas sus sendas

Llenas de abrojos y espinas,

Bien en el cansancio muestra

Que desnudez, hambre y sed

Le afligen.

Hombre.

Si es en las penas

Consuelo, bien que penoso,

Tener compañero en ellas,

Llamadle ambos.

Los dos.

¿Peregrino?

Sabid.

Si las dos voces concuerdan,

A un tiempo, de Entendimiento

Y Albedrío, bien espera

[p. 510]El Hombre que á ellas responda.—

¿Quién me llama?

Hombre.

Quien desea

Valerse de vos en tantas

Desdichas como le cercan.

El Hombre soy, despojado

De la más feliz herencia,

Por sugestion de un delito.

Sabid.

(Ap.) Pues le llora y le confiesa,

¿Qué aguarda mi piedad?

Hombre.

Una

Pálida, triste, funesta,

No sé si Sombra, si Culpa

Ó Muerte, que todo en ella

Concurre, en esta prision,

Amarrado á sus cadenas

Me tiene, sin que Albedrío

Ni Entendimiento romperlas

Puedan; ved si podeis vos;

Porque una vez rota, pueda

Ir en busca de mi patria,

Que su perdida grandeza,

Aunque pasó como sueño,

Como verdad atormenta.

Sabid.

(Quítale la cadena.)

Ya estás libre, que yo solo

Quebrantarlas puedo.

Hombre.

Deja

Que humildemente rendido

Me eche á tus plantas, y en ellas

Confiese que tú rompiste

Las ataduras, que eran

Eslabones de mi Culpa;

Y porque en su recompensa

[p. 511](Sacrificios de alabanzas)

Tu nombre invocado vea

El mundo, que, en hacimientos

De gracias, gracias te vuelva,

Voto hago... Pero no puedo

Proseguir, porque la negra

Sombra que dije, en mi busca

Vuelve; sal á detenerla

Al paso, miéntras que de estos

Montes la fuga me ausenta,

Donde, en fe de tu piedad,

Su ira de vista me pierda.—

Entendimiento, Albedrío,

Venid, de aquí huyamos.

Albed.

Esa

Palabra gozando está

De Dios.

(Huye con el Hombre y el Entendimiento.)

ESCENA XXII.

SABIDURÍA.

Sabid.

En fin, Hombre, dejas

Tus prisiones en mis manos,

Bien que con la diferencia

De estar en tí como propias,

Y estar en mí como ajenas.

(Pónese la cadena, y recuéstase en la gruta.)

Mas yo las haré tan mias,

Que á la Culpa lo parezcan,

Hallándome en tu lugar:

Sea cabal la fineza,

[p. 512]¡Oh Poder! ¡oh Amor! ya que

Tosca piel y basta jerga

Vistió la Sabiduría

De humana naturaleza.

ESCENA XXIII.

LA SABIDURÍA.—EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS, LA SOMBRA.

Sombra.

En fin, Lucero, ¿no sabes

Quién fuese el dueño de aquellas

Misteriosas voces?

Príncipe.

No,

Que sin duda aquí se encierra

Algun misterio, que Dios

Para sí solo reserva.

Sombra.

Ya que el dueño no me digas,

Díme lo que infieres de ellas.

Príncipe.

Que si al Hombre no le damos

La muerte, ántes que suceda

Su cumplimiento, perdido

Es nuestro rencor.

Sombra.

Pues muera

En su prision, ántes que

Ese socorro le venga.

Príncipe.

Llega, que rendido, ó bien

Al sueño ó á la tristeza,

Allí está.

Sombra.

¿No habia de estar,

Si se forjó la cadena

De su yerro y de su llama?

¿Quién habia de romperla?

[p. 513]Príncipe.

Toma, y pues su culpa fué

De un árbol la fruta, sea

De otro la rama el castigo.

Sombra.

No sé si podré.

Príncipe.

¿Ahora tiemblas?

¡Siempre pronta al daño, y tarda

Siempre á la ejecucion! Llega,

Que contigo estoy.

Sombra.

Si tú

Me influyes, ¿qué aguardo? ¡Muera

En su culpa el Hombre!

(Hiere á la Sabiduría.)

Sabid.

Antes

Será para que sin ella

Viva, siendo en ambos troncos,

Dél la culpa y mia la pena.

Sombra.

¿Qué es esto, cielos? (Terremoto.)

Príncipe.

Mejor,

«¿Qué es esto, abismos?» dijeras;

Pues cielos y abismos, unos

Se obscurecen y otros tiemblan.

¿A quién heriste? (Terremoto.)

Sombra.

No sé;

Engañáronme las señas

De humano traje y prisiones;

Pero bien caro me cuesta,

Pues, muerta la vida, vino

A ser la muerte la muerta.

(Caen á sus piés Sombra y Príncipe de las Tinieblas.)

Príncipe.

Muerta la muerte, el pecado

Con ella morir es fuerza.

[p. 514]ESCENA XXIV.

LA SABIDURÍA.—LA SOMBRA y EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS, á sus piés.—Salen, como asombrados, HOMBRE, ENTENDIMIENTO y ALBEDRÍO.

Hombre.

¿Qué mortal terror ó eclipse

Los Elementos alteran

Segunda vez contra mí?

Entend.

Toda la naturaleza

Sentimiento hace.

Albed.

¡Qué asombro!

Hombre.

Si es porque rompí la fiera

Prision, á ella volveré;

Mas ¿qué es lo que miro en ella?

Albed.

Al Peregrino abrazado

A un cruzado leño, y puesta

La Sombra á sus piés, y el fiero

Príncipe de las Tinieblas.

Hombre.

¿Quién me dirá si teatro

Que á la vista representa

Viva muerte y muerta vida,

Es victoria ó es tragedia?

Sabid.

Victoria y tragedia es, puesto

Que porque no te se siguiera,

Y tú pudieras salvarte,

En tu prision, con tus señas,

Ellos me han dado la muerte,

Y yo á ellos; de manera,

Que es tragedia y es victoria;

Pues que, supliendo tu ausencia,

He dado á infinita culpa

[p. 515]Infinita recompensa.

Sombra.

Ya que sincopado el tiempo,

En representable escena,

El término de tres dias

A sólo un instante abrevias,

Volviendo de mí triunfante

A segunda vida, vuelva

Tambien yo á segunda ira.

Príncipe.

Y yo á segunda soberbia.

¿Cómo su culpa en tu muerte

Pudo quedar satisfecha,

No pudiendo el Hombre en culpa

Merecer satisfacerla?

Sabid.

Pudiendo en Gracia; pues siendo

Verdadero Hombre, á quien ella

Ni llegó, ni llegar pudo

El que hizo propria la ajena,

Bien el Hombre por el Hombre

La deuda pagada deja.

Príncipe.

Si corrompida la masa

De su formacion primera,

Comprende su primer culpa

A toda su descendencia,

¿Cómo, si es deuda pagada,

Queda obligado á la deuda?

Sabid.

Como contra la comun

Mancha de esa triste herencia,

Habrá Elemento que dé

A la Gracia tal materia,

Que en el umbral de la vida

Esté á cobrarla á la puerta.

Sombra.

Si todos los Elementos

Se amotinan y rebelan

Contra él, ¿qué Elemento habrá

[p. 516]Que estar en su favor quiera?

Sabid.

Vuelto él á la Gracia, todos

Volverán á la obediencia.

ESCENA XXV.

Dichos.—LA LUZ, con el hacha encendida.

Luz.

Con que volviendo á vivir

La Luz que dejaste muerta,

Pues ya es materia de Gracia,

Dé la Gracia la respuesta.

El Agua es el Elemento,

Y porque mejor lo veas,

Ella misma lo dirá.—

¡Armonïosa Sirena

De las ondas del Jordan!...

ESCENA XXVI.

Dichos.—Sale EL AGUA con una concha.

Agua.

Esta clara, pura, tersa,

Natural Agua, que yo

Del Jordan en las riberas

En esta concha cogí,

Lave del Hombre la ofensa.

(Canta.)

Pues que santificadas

Sus ondas bellas,

A mejor paraíso

Le abren las puertas.

Príncipe.

Cuando esa primera mancha

[p. 517]Lavarse con Agua pueda,

¿Quién de la culpa actual

Librarle podrá, si es fuerza

Volverle ella á la prision,

Siempre que él á pecar vuelva?

Poder.

Pues es obra del Poder

Dar poder á quien le absuelva,

Como él su culpa confiese,

Elemento habrá que tenga

Materia tambien, en quien

Otro Sacramento sea

Preservacion de este daño,

Dando al espíritu fuerzas;

Con que en aumentos de Gracia,

Pueda durar en la enmienda.

Sombra.

¿Qué materia ó qué Elemento

Puede ser?

ESCENA XXVII.

Dichos.—LA TIERRA.

Tierra.

El de la Tierra,

Que en las espigas y vides

Dará remota materia

Al más alto Sacramento,

Diciendo cuando la ofrezca...

(Canta.)

Creced, vides y espigas,

Pues os espera

La ventura de veros

Viandas eternas.

Príncipe.

¿Qué es ser eterna vianda?

¿Vides y espigas sustentan

[p. 518]Más que al cuerpo?

Sabid.

Sí, que al alma

Sustentan tambien.

Sombra.

¿Cuándo esa

Maravilla será?

ESCENA XXVIII.

Dichos.—EL AIRE.

Aire.

Cuando

Esa remota materia

Sea próxima, y al Aire

Formar y pronunciar veas

Tan misteriosas palabras,

Que el pan en carne convierta;

Y el vino en sangre, la voz

De la Sabiduría inmensa;

El dia que diga...

Sabid.

¡Esto es

Mi Carne, y mi Sangre mesma!

Príncipe.

Que el vino que es vino, el pan

Que es pan, carne y sangre sea,

Es dura proposicion.

Aire.

No es.

Príncipe.

¿Por qué razon?

Aire.

Por ésta.

(Canta.)

¿Qué mucho de una cosa

Que otra hacer pueda,

Voz que de nada hizo

Cielos y tierra?

Sombra.

¿Y quién me dirá en qué forma

Maravilla tan inmensa

Se manifestará?

[p. 519]ESCENA XXIX.

Dichos.—EL FUEGO, EL AMOR.

Fuego.

El Fuego,

Si atiendes, si consideras

Que el Fuego es Amor. (Sale el Amor.)

Amor.

Y Amor

El que hace la fineza,

Puesto que amando hasta el fin,

Dejó ese tesoro en prendas;

Y pues la forma preguntas,

La forma, Sombra, es aquella.

Fuego.

Debajo de cuya blanca

Nube de cándida oblea,

El Fuego de Amor contiene,

Con real divina asistencia,

En carne y sangre, alma y vida;

Porque mires, porque adviertas...

(Canta.)

Si en finezas várias

Amor se muestra,

¿Qué será en la fineza

De las finezas?

Sombra.

De suerte, ¡ay de mí!...

Príncipe.

¡Ay de mí!...

Sombra.

Que en Aire, Agua, Fuego y Tierra...

Príncipe.

Concha, espiga, voz y afecto...

Sombra.

Tiene, goza, incluye y sella...

Príncipe.

Perdon, vénia, amparo, asilo...

Sombra.

Piedad, refugio y clemencia...

Los dos.

¿El Hombre en su culpa?

Todos.

Sí.

[p. 520]

Sombra.

Pues ¿qué aguarda?...

Príncipe.

Pues ¿qué espera?...

Sombra.

¡Mi ira!

Príncipe.

¡Mi rabia!

Sombra.

¡Mi furia!

Príncipe.

Que á no mirar no se ausenta...

Los dos.

¿La Luz de la Gracia viva,

Cuando va la Culpa muerta?

(Vanse Sombra y Príncipe.)

ESCENA ÚLTIMA.

EL PODER, LA SABIDURÍA, EL AMOR, LA LUZ, EL HOMBRE, EL ALBEDRÍO, EL ENTENDIMIENTO, LOS ELEMENTOS.

Hombre.

Absorto y confuso estoy,

Gran Poder, Amor y Ciencia;

Si esto tambien es dormir,

A nunca despertar duerma.

Poder.

Hombre que hice á imágen mia,

Yo te saqué de la tierra;

En real alcázar te puse;

Perdióte tu inobediencia;

A la tierra te volví,

Y vuelvo á buscarte en ella,

Donde, cobrado en mi Gracia,

Quiero que tu esposa sea.

Mira, pues, lo que me debes.

Sabid.

Mira lo que á mí me cuestas.

Amor.

Mira lo que yo te amo.

Poder.

Y pues cuanto vives sueñas,

Porque al fin la Vida es Sueño,

[p. 521]No otra vez tanto bien pierdas;

Porque volverás á verte

Aun en prision más estrecha,

Si con culpa en el letal

Último sueño despiertas.

Hombre.

La enmienda ofrezco á tus plantas.

Entend.

Yo, aconsejarle á la enmienda.

Albed.

Yo, inclinarle á lo mejor.

Luz.

Yo, á que siempre en mi Luz tenga

Auxilios que le iluminen.

Fuego.

Pues en feliz norabuena...

Agua.

Porque á todo el universo...

Aire.

Conste en todas cuatro esferas...

Tierra.

Se publique cómo el Hombre...

Las cuat.

(Cantan.)

En Aire, Agua, Fuego y Tierra,

Concha, espiga, voz y afecto,

Tiene, goza, incluye y sella,

Gracia, vénia, amparo, asilo,

Piedad, refugio y clemencia.

Hombre.

Y pues es de perdon dia,

Nuestros defectos le tengan,

Para que puedan mejor

Repetir las voces nuestras.

Música.

¡Gloria á Dios en las alturas,

Y paz al Hombre en la Tierra!

(Tocan chirimías, y cerrándose los carros se da fin al auto.)


[p. 523]

A DIOS POR RAZON DE ESTADO.


[p. 524]

PERSONAS.


El Ingenio, galan.

Pensamiento, loco.

La Gentilidad.

La Sinagoga.

África.

El Ateismo.

San Pablo.

El Bautismo.

La Confirmacion.

La Penitencia.

La Extremauncion.

El Orden Sacerdotal.

El Matrimonio.

La Ley Natural.

La Ley Escrita.

La Ley de Gracia.

Tres Mujeres, que cantan.

Coros de Música.


[p. 525]

A DIOS POR RAZON DE ESTADO.


Suenan instrumentos, y miéntras se canta la primera copla, salen al tablado EL PENSAMIENTO, vestido de loco, como huyendo de EL INGENIO, que procura detenerle.

Música.

Gran Dios, que ignoramos,

Abrevia el tiempo,

Y haz que te conozcamos,

Pues te creemos.

Ingenio.

¿Dónde, Pensamiento, vas?

Detente.

Pensam.

Si eres tan necio,

Que haces pretension de que

Se detenga el Pensamiento,

¿Cómo de sabio blasonas,

Y altivamente soberbio

Ingenio te llamas?

Ingenio.

Como

Una cosa es que el Ingenio

Pararte quiera, y otra es

Que tú te pares; y puesto

Que son actos encontrados

Tu libertad y mi afecto,

Pues cuando te he menester

[p. 526]En las esferas del cielo,

Sabes bajarte al abismo;

Y si en el abismo quiero

Hallarte, estás ya de esotra

Parte del mar, revolviendo

De uno á otro instante la inmensa

Fábrica del Universo,

Tan veloz, que el viento áun no

Te alcanza, con ser tú el viento:

Con todo, esta vez permite

Que tenga, no digo imperio

En tí, sino voluntad,

Y conmovido á mi ruego,

Párate, porque tú quieras

Pararte, no porque quiero

Pararte yo.

Pensam.

Sí lo haré,

Persuadido, no sujeto;

Que quiero aquesta vez, dócil,

Hacer verdad el proverbio

De que no hay loco tan loco,

Que no esté algun rato cuerdo:

¿Qué me quieres, pues?

Ingenio.

Saber

Adónde vas, que violento,

Hoy más que nunca, me llevas

Tras tí.

Pensam.

Los dulces acentos

De una métrica armonía

(Que es en repetidos ecos

Sonoro enigma del aire,

Cuyo sentido no entiendo)

Me arrebatan á saber,

Qué quieren decir, diciendo:

[p. 527](Música.)

Gran Dios, que ignoramos,

Abrevia el tiempo,

Y haz que te conozcamos,

Pues te creemos.

Ingenio.

La misma duda que tienes

Es tambien la que yo tengo,

Y la misma confusion

Que tú padeces, padezco;

¿A Dios, que ignoran, aclaman

Esas gentes?

Pensam.

Sí, pues vemos

Cuán claramente sus voces

Lo publican, repitiendo:

(Música.)

Gran Dios, que ignoramos,

Abrevia el tiempo.

Ingenio.

¿Pues cómo es posible que

Den, ó bárbaros, ó ciegos,

Culto á Dios, de quien no saben

Qué Dios sea, prosiguiendo:

(Música.)

Haz que te conozcamos,

Pues te creemos?

Pensam.

Eso es lo que yo no sé,

Y saber quisiera.

Ingenio.

¿Luego

Yendo á un mismo fin los dos,

Así no iremos opuestos?

Pensam.

Claro está, pues á un fin mismo

Van Ingenio y Pensamiento,

Fuerza es por aquel instante

Avenirse.

Ingenio.

Segun eso,

[p. 528]Ya por este instante amigos,

Juntos hoy los dos, ¿podremos

Penetrar lo enmarañado

De ese monte, en cuyo centro

Las voces se escuchan?

Pensam.

Sí,

Y de mi parte te ofrezco

Asistirte, hasta que apures

De sacrificio tan nuevo

La causa, pues á los dos

En alcance del misterio,

A mí me toca el pensarlo,

Y á tí te toca el saberlo.

Ingenio.

Pues para que con mejor

Noticia pueda el concepto

(Que en embrion del alma, áun no

informa órganos al cuerpo)

En lo que ha de discurrir

Hacerse capaz; primero

Que lo discurra, á esta parte

Ocultos, examinemos

Voces y acciones.

Pensam.

Bien dices,

Y es á propósito el puesto,

Que ya de aquí se descubre

En el más oculto seno

De esa bárbara montaña

Un edificio soberbio.

(Descúbrese una montaña, y vese la fábrica de un templo abierto á todas partes, y en el frontispicio esta letra: Ignoto Deo.)

Ingenio.

Rústica caja sus riscos

Son de la joya de un templo,

Que en sus entrañas construye

[p. 529]La gentilidad de aquestos

Ingeniosos moradores

De la Grecia.

Pensam.

Y aunque abierto

A cuatro vientos está,

Ni ara, ni altar tiene dentro,

Ni imágen, ni simulacro,

De quien se intitule dueño

De su culto.

Ingenio.

Solamente

En el frontispicio veo

Por clave á su medio punto,

De un tarjeton el letrero,

Como inscripcion, que dedica

La fábrica de su bello

Edificio.

Pensam.

¿Y cómo dice

La inscripcion?

Ingenio.

Ignoto Deo.

Pensam.

¿Al Dios ignorado?

Ingenio.

Sí.

Pensam.

¿Pues cómo puede ser eso?

Dios ignorado, ¿no implica

Contradiccion?

Ingenio.

Y es tan cierto,

Que á no ser comunicable

Dios, no fuera Dios: lo pruebo

Con que imperfecto el bien fuera

No comunicado: luego

No pudiendo el sér de Dios

Ser nunca bien imperfecto,

Ha de ser comunicado:

Hable allá entre los Hebreos

Aquel texto de Abacúe,

[p. 530]En que le espera su pueblo,

No sólo como hoy le adora

En tantas obras inmenso,

Pero tan comunicable,

Que le trate el alma y cuerpo:

Pero esto es de otro lugar,

Y así desde éste escuchemos

Qué género de Hostia dan

Al Dios ignorado éstos

Que, ignorándolo, le aclaman,

Y ya alumbrados y ciegos,

De su templo á los umbrales,

Dicen cantando y tañendo:

Salen la MÚSICA cantando, y los hombres que puedan y mujeres vestidas á lo romano, bailando, y detras LA GENTILIDAD, con corona de laurel, manto imperial, espada y bengala, y miéntras cantan va hácia el templo.

Mujer 1.ª

(Cantando.) Dios no sabido hasta ahora,

Pues solamente por fe

La Gentilidad te cree,

Entre los dioses que adora;

Permite que quien te ignora

Te conozca, á cuyo efecto:

(Bailando cruzados atravesados.—Música.)

Gran Dios, que ignoramos,

Abrevia el tiempo.

Mujer 2.ª

Sér, que sólo imaginado,

Te adivina la noticia,

Tal vez Dios de la justicia,

Y tal vez Dios del agrado;

Permite que declarado

[p. 531]Te merezca el amor nuestro.

(Música.)

Y haz que te conozcamos,

Pues te creemos.

Gentilid.

(Cara á cara.) Dios de pocos prevenido

Y de muchos esperado,

A cuyas aras postrado

Todo este pueblo ha venido;

Ya que el Templo te ha ofrecido,

Ven á poseer el Templo.

(Música.)

Y haz que te conozcamos,

Pues...

Ingenio.

Deteneos,

Suspended los regocijos,

Las músicas y los versos,

Que al viento entregados, leve

Patrimonio son del viento;

Y permitid á un errado

Peregrino, á quien suspenso

Trae del acento el iman

(Si es que es iman el acento)

Una razon de dudar

En vuestros ritos, oyendo

Que á un Dios, de quien no sabeis,

Dais religiosos obsequios:

¿Cómo es posible que haya

En la ignorancia pretexto

Que á eso os persuada?

Gentilid.

¿Quién eres,

Advenedizo extranjero,

Que sacrílego en dudarlo,

Eres curioso en saberlo?

Ingenio.

Si de dudar la razon

[p. 532]No lo ha dicho, pues es cierto

Que la razon de dudar

Sólo le es dada al Ingenio,

El dia que duda, á fin

De saber, á cuyo efecto

Trae, no sin causa, hoy así

Aplicado el Pensamiento;

El Ingenio soy humano,

Cuyo nombre compusieron

De tres etimologías

Tres idiomas, pues el griego

Dice que el Ingenio es

Extension de entendimiento;

Y por la divinidad

Del alma dice el hebreo,

Que es un no engendrado sér

Del alma misma; añadiendo

El latino, á que es del alma

Parte, no engendrado, siendo

El ingénito, de adonde

El nombre toma; supuesto

Que ingénito y no engendrado

Viene á traducir lo mesmo;

Cuyo acento, corrompido

En hispanismos del tiempo,

De aquel infinito sér

Hizo síncopa el Ingenio.

Y para que nada os quede

Que dudar al argumento

Que he de poneros en sacra

Objecion del rito vuestro,

Amante soy de las ciencias,

Por cuyo rendido afecto,

Siendo Philos el Amor,

[p. 533]Y Sophia la Ciencia, puedo

Decir que Philosophía

Es la dama que más quiero.

Desta, pues, enamorado,

Es mi nombre, ó ha de serlo

En la nueva alegoría

Del acto que hoy represento,

Yendo de historial sentido

Y alegórico compuesto,

Dionisio, que significa

Lo acendrado y lo supremo

De aquella divinidad

Del alma, como diciendo

Que es quinta esencia del alma

El nombre de que me precio.

Y si de curiosa acaso

No lo crees, fácil es verlo,

Que aquel que dijo Dionisio,

Dijo (hable el Sacro Texto)

Divinidad destilada,

Que es decir, lo más intenso

De la porcion de divina

Que goza el alma, y si esto

No basta para saber

Quién soy, aunque fué mi empleo

La escuela de Apolo, Marte

Me admite entre sus estruendos,

Cuando entre los aparatos

De sus máquinas de fuego,

No es el ménos estimado

El arte del ingeniero;

Y así, de Pago, que es

Posesion ó heredamiento,

Y de Aris, que es Marte, tomo

[p. 534]El sobrenombre, añadiendo

Al Dionisio que ántes dije,

Pago y Aries, con que haciendo

A Dionisio Aries y Pago

Cabal mi nombre, á ser vengo

A dos luces por los dos

Sentidos, en el primero

El de Dionisio Areopago,

En el segundo el Ingenio:

El Pensamiento, ese loco

Que pocas veces atento

Se ve á obedecer, me asiste;

Con él y mi ciencia vengo

Deseoso de saber

Qué culto, qué rendimiento

Es este que dais á un Dios,

Si á la aclamacion atiendo,

Que ignorais; porque quisiera

Saber con qué fundamento

Se da al templo, y no al altar

Ni al simulacro.

Gentilid.

Oye atento,

Que aunque en rigor no me toca

Satisfacerte, pretendo

Ya que á dos luces me hablas,

Mostrar que á una y otra atiendo.

Yo soy la Gentilidad,

Cuyo nombre me dió el mesmo

Significado del nombre,

Pues las gentes que poseo,

Por su grande multitud

Me aclaman así, advirtiendo

Que en las gentes el mayor

Número á mi cargo tengo;

[p. 535]Bien que negando mis Dioses

El bárbaro Ateismo ciego,

Muchas me llevó tras sí;

Pero no es del caso esto,

Y así, hablando de mí sola,

A atar el discurso vuelvo.

Yo soy la Gentilidad,

Y aunque corte es de mi imperio

Roma, por quien á segunda

Luz tambien yo me interpreto

Europa; esta parte de Asia

Hoy me merece, asistiendo

Al ceremonioso rito

De los devotos festejos

De un ignoto Dios, á cuya

Causa ves sin ara el templo,

Altar ni estatua, porque

Aunque noticia tenemos

Dél, es noticia remota;

Y así, esperando y creyendo

Que próxima la tengamos,

Esta invocacion le hacemos,

En fe de venturo Dios,

Como aclamando y pidiendo

Que al desocupado solio

Venga á llenar el asiento.

Paréceme que tú ahora

Entre tí estarás diciendo:

«¿Qué razon hay para que

Yo espere nuevo Dios, puesto

Que en la gentilidad mia,

De uno el número pequeño

No pudo hacer falta, cuando

Más de tres mil Dioses tengo?»

[p. 536]Pues para que no lo digas,

Y sepas con qué pretexto

Al nuevo ignorado Dios

Culto y fábrica prevengo,

Sabrás que es porque entre tantos,

Sabios y doctos sujetos

Como la Escuela de Atenas

Laureó en sus cátedras, siendo

De la gran Filosofía

Honor, patria, lustre y centro,

Los que más se señalaron

Fueron los Estoicos, siendo

Cuidado de sus estudios,

De sus vigilias desvelo,

El desprecio de la vida,

Investigando, inquiriendo

Y apurando siempre humildes

(Si ya no es siempre soberbios)

La sacra naturaleza

De los Dioses, discurriendo

En una primera causa,

A cuyo cargo quisieron

Que estuviese reducido

El órden del Universo;

Destos, pues, al creer que todo

Debajo está de un gobierno,

Y que con igual arbitrio

Cuida algun poder inmenso

Desde el hombre hasta el gusano

Y desde el mayor lucero

A la menor planta, dijo

Uno habia un Dios Supremo,

Todo manos, todo ojos,

Todo oidos, á que luégo

[p. 537]Causa añadió de las causas:

Otro, que dijo muriendo,

Ten de mí misericordia,

Cuyos dos altos acuerdos

Pusieron en esperanzas

De que habia de venir tiempo

Que este Dios, causa de causas,

De ojos, manos y oidos lleno,

Se nos declare y se dé

A conocer; y así, á efecto

De persuadirle con dones

Y de obligarle con ruegos,

En este sagrado monte,

Que yace eminente en medio

De Eliópoli, ciudad

Del Sol, y Atenas, asiento

De las Ciencias, consagró

La vecindad de esos pueblos

Ese alcázar, dedicando

La majestad de ese templo

Al ignoto Dios, á cuyos

Umbrales cada año hacemos

Festivas aclamaciones;

Y pues que ya satisfecho

Tu discurso, no le queda

Réplicas al argumento,

Nada respondas, sino

Ociosamente suspenso,

Atiende al alegre culto

De nuestra música, puesto

Que en materias de Fe, sólo

Toca callar al Ingenio.

Ingenio.

Bien dices, pues aunque ya

Quiera responder, no puedo

[p. 538]Segun me deja admirado

De vuestro rito el pretexto;

Y así, proseguid, que yo

Ni lo pruebo ni repruebo.

¡Ay, Pensamiento, contigo

Qué de cosas hablar tengo!

Pensam.

Pues luégo me las dirás,

Que, por ahora, más quiero

Introducirme en el baile,

Que en la duda.

Ingenio.

Segun eso,

No me cumples la palabra,

Pues me dejas.

Pensam.

No te dejo,

Sino es póngome de esotra

Parte por este momento;

Que soy un poco alegrillo

De cascos, y más deseo

Verme por aqueste rato

Bailando, que discurriendo.

Ingenio.

Cuando tú no te pusieras

De parte de sus festejos,

Sus músicas y alegrías,

Te pusiera yo, y áun tengo

(Por notarlos de más cerca)

De introducirme con ellos.

Pensam.

Pues va de máscara, y baile.

Todos.

De tono y letra mudemos.

Gentilid.

¿En él entras?

Ingenio.

Esto solo

Es seguir mi Pensamiento.

[p. 539]Empieza la máscara, guiando LA GENTILIDAD y EL INGENIO, y luego EL PENSAMIENTO y los demas.

Música.

Al sacrificio del Dios Ignorado

Acude devoto y festivo el afecto.

(Vueltas en cruz.)

Una voz.

Mostrando, si es causa de todas las causas,

Que humano responda á la causa el afecto.

(Dos coros.)

Todos.

Mostrando, etc.

Música.

Al sacrificio, etc.

Otra voz.

Pidiendo, si es manos, oidos y ojos,

Que venga á tocarnos, oirnos y vernos.

Todos.

Pidiendo, etc. (Cruzados en ala.)

Música.

Al sacrificio, etc. (Bandas hechas.)

Pensam.

Pues ya tres mil Dioses no valen por uno,

Cuando el tres es uno y los otros son ceros.

(Bandas deshechas.)

Música.

Al sacrificio, etc.

(Suena ruido de terremoto y se asustan.)

Todos.

¿Qué es esto, cielos? ¿qué es esto?

Gentilid.

¿Qué impensado terremoto

En todos cuatro elementos

Se amotina contra el sol?

Primero.

¡Qué prodigio!

Segund.

¡Qué portento!

Tercero.

¡Qué maravilla!

Cuarto.

¡Qué asombro!

(Suena el terremoto siempre.)

Gentilid.

Abajo se viene el cielo.

Todos.

A las grutas de los montes

Vamos todos á escondernos.

[p. 540]Vanse, y quedan LA GENTILIDAD, EL INGENIO y EL PENSAMIENTO.

Pensam.

De iras de Dios no es posible.

Ingenio.

¿Cómo pudo en un momento,

Estando del sol y luna

La interposicion tan léjos,

Haberse eclipsado el sol,

Sin que ella se ponga en medio?

Gentilid.

¿No eres el Ingenio?

Ingenio.

Sí.

Gentilid.

Pues dínoslo tú.

Ingenio.

No puedo,

Que el Ingenio humano áun no

Se halla capaz de saberlo;

Mas veme tú preguntando,

Quizá iré yo respondiendo.

Pensam.

Y esté yo á lo que discurren

Absorto, mudo y suspenso.

Gentilid.

¿Qué quiere ser, que el cielo obscurecido

A media tarde de un tupido velo,

En parda sombra el manto azul teñido,

Envuelto en rubio ardor el negro hielo,

Bien como para dar un estallido,

Si se cae ó no se cae el cielo,

Se turba, se desploma ó se estremece?

Ingenio.

Que espira el cielo ó su Hacedor padece.

Gentilid.

¿Qué quiere ser, que el sol sin el ocaso

Siente tan melancólica agonía,

Que bandida la noche, le está al paso

Para robarle la mitad del dia,

Y que él, cobarde, á vista del fracaso,

[p. 541]Se deje de su trágica osadía (Terremoto.)

Tanto ultrajar, que súbito fallece?

Ingenio.

Que espira el sol ó su Hacedor padece.

Gentilid.

¿Qué quiere ser, que errantes las estrellas,

Cómplices de su robo, al mismo punto

Que yace el dia, no resulte en ellas

Para la noche áun el menor trasunto,

Quedando todas las esferas bellas

Como casa de Príncipe difunto,

A donde nada en su lugar parece?

Ingenio.

Que espiran hoy ó su Hacedor padece.

Gentilid.

¿Qué quiere ser, que en desigual fortuna

La luna, al ver al sol, tan descaida,

Atras vuelve y retrógrada la luna,

La media edad se eclipse de la vida,

Pues sin piedad, sin lástima ninguna,

De sí misma sacrílega homicida,

Baja la luz con que ella resplandece?

Ingenio.

La luna espira ó su Hacedor padece.

Gentilid.

¿Qué quiere ser, que el mar gima violento,

(Terremoto.)

Dando á la tierra horror, y que la tierra,

Abiertos uno y otro monumento,

Aborte los cadáveres que encierra,

Que el fuego gire á escándalos del viento,

Que el tiempo se haga á ráfagas la guerra,

Con que del mundo el parasismo crece?

Ingenio.

Que el mundo espira ó su Hacedor padece.

Gentilid.

¿Cubrirse el cielo, el sol obscurecerse,

Faltar la luz, la luna ensangrentarse,

Los astros irse, el mar embravecerse,

La tierra piedra á piedra quebrantarse,

El fuego helarse, el aire entumecerse,

Y todo, en fin, que quiere ser turbarse

[p. 542]Tanto, que vuelve todo el cáos parece?

Ingenio.

Que todo espira ó su Hacedor padece.

Gentilid.

¿Que todo espira ó su Hacedor padece,

Sólo me respondes?

Ingenio.

Sí.

Gentilid.

¿Pues cómo puede ser eso?

¿Quien dice Hacedor, no dice

Primer principio?

Ingenio.

Concedo.

Gentilid.

¿Quien dice primer principio,

No dice poder inmenso,

De quien se origina todo

Antes y despues eterno?

Ingenio.

Concedo tambien.

Gentilid.

¿Pues cómo,

Si sólo un Dios puede serlo,

Ha de padecer? ¿No implica

Dios y pasible?

Ingenio.

Mal puedo

Negarte la consecuencia,

Si ya no es que á tu argumento

Tu argumento te responda.

Gentilid.

¿De qué suerte?

Ingenio.

Con el mesmo:

Si Dios ignorado implica,

Y tú crees que puede haberlo,

¿Qué mucho que dude yo

Que haya, el ejemplar siguiendo,

Dios y pasible? Y así,

Entre tu yerro y mi yerro,

Tú creyendo y yo dudando,

A discurrir me resuelvo.

Gentilid.

¿Qué?

Ingenio.

Que aunque implique uno y otro

[p. 543]Puede haber...

Gentilid.

Dí.

Ingenio.

Fundamento,

Pues tú le estás ignorando,

Para estar él padeciendo.

Pensam.

Entre una y otra razon,

Ambas dudo y ambas creo;

(Dando vueltas entre los dos.)

Y así, sin parar en una,

De una en otra voy y vengo.

Gentilid.

Yo no he de creer que haya

Dios pasible.

Pensam.

A tí me atengo.

Ingenio.

Yo, que haya ignorado Dios

Tampoco creeré.

Pensam.

A tí vuelvo.

Gentilid.

Bien puede ser ignorado

De mí, y de otro no.

Pensam.

Esto es cierto.

Ingenio.

Tambien puede padecer,

No como Dios.

Pensam.

Tambien esto.

Gentilid.

¿Pues ha de ser otra cosa

Siendo Dios?

Pensam.

Tu duda apruebo.

Ingenio.

No sé; mas siendo Dios, todo

Lo podrá.

Pensam.

La tuya aprecio.

Gentilid.

Ese es error.

Pensam.

Tras tí voy.

Ingenio.

Es engaño.

Pensam.

A tí me acerco.

Los dos.

¡Oh cuál anda entre los dos

Vacilando el Pensamiento!

[p. 544]Pensam.

¿Qué ha de hacer, si ambos iguales

Tirais de mí tan á un tiempo,

Que yendo y viniendo á entrambos,

Descanso en ninguno tengo?

Ingenio.

Vénte conmigo, que yo,

Que en mí le hallarás, te ofrezco.

Gentilid.

¿Cómo?

Ingenio.

Como desvelada

La confusion de mi Ingenio,

En dos extremos tan grandes

Como tu extremo y mi extremo,

En tí imaginando un Dios,

De ojos, manos y oidos lleno,

Que, como dijiste, sea

Causa de causas; y luégo

En mí un Dios imaginado,

A la vista de este estruendo,

Que sea pasible, he de hacer

De ambas dudas un compuesto

Para asunto de este acto.

Gentilid.

¿De qué suerte?

Ingenio.

Discurriendo

El mundo por cuantas leyes,

Cuantos ritos, cuantos fueros

Una y otra religion

Tienen, hasta que mi anhelo,

Haciendo razon de Estado

La que ahora de dudar tengo,

La causa halle de las causas

Que tenga (toda oidos siendo,

Toda ojos, toda manos)

La conveniencia de serlo

Para padecer.

Gentilid.

Si intentas

[p. 545]Hallar tal Dios, ¿dónde, ciego,

Le has de hallar, sino es en mí,

Que en todas partes le tengo?

Ingenio.

En mí, pues Ingenio soy.

Gentilid.

Mercurio es dios del ingenio.

Ingenio.

Pues iré al cielo á buscarlo.

Gentilid.

Júpiter es dios del cielo.

Ingenio.

Pues buscaréle en la tierra.

Gentilid.

Céres diosa es de su centro.

Ingenio.

Iré á buscarle en los mares.

Gentilid.

Neptuno es dios de su imperio.

Ingenio.

En el fuego le hallaré.

Gentilid.

Apolo es el dios del fuego.

Ingenio.

El viento me dirá dél.

Gentilid.

Juno es la diosa del viento.

Ingenio.

Buscaréle en las campañas.

Gentilid.

Marte es dios de sus estruendos.

Ingenio.

Quizá estará en los jardines.

Gentilid.

Sus dioses son Flora y Vénus.

Ingenio.

En las paces de las córtes.

Gentilid.

Minerva está en su gobierno.

Ingenio.

En los bosques más incultos.

Gentilid.

Diana es la diosa de ellos.

Ingenio.

Pues el tiempo sabrá dél.

Gentilid.

Saturno es el dios del tiempo:

De suerte que no hallarás

En todos cuantos objetos

Te represente la idea,

Te imagine el pensamiento,

Parte donde no esté un dios

Que yo adore.

Ingenio.

Y áun por eso

No le he de buscar en tí.

Gentilid.

¿Por qué?

[p. 546]Ingenio.

Porque considero

Que quien tiene muchos dioses,

No tiene al que yo pretendo;

Mayormente cuando en todos

Los que me has nombrado advierto

Que á las dos contradicciones

De los dos discursos nuestros

Añades otra, imposible

De vencer.

Gentilid.

Eso no entiendo

Cómo.

Ingenio.

Como en lo ignorado

Y en lo pasible encubierto

Puede algun misterio haber,

Que por ahora no comprendo;

Pero en lo pecaminoso

No es posible haber misterio

Que á la razon natural

No repugne; pues más cierto

Es de un Dios, en los delitos,

Quitarlos que cometerlos.

Hablen en Mercurio robos,

En Júpiter fingimientos,

En Apolo ánsias y amores,

En Céres envidia, celos

En Juno, en Saturno iras,

En Dïana devaneos,

Avaricias en Neptuno,

Y entre Proserpina y Vénus

Hable de Pluton el robo

Y de Marte el adulterio;

¿Pues cómo he de hallar en tí

Efecto útil, si en tí veo

Pecaminosas las causas

[p. 547]De las causas?

Gentilid.

El aliento

Suspende: no, no prosigas,

Pues basta que tan soberbio,

Siendo mio, de mí huyas,

Sin que hagas de mí desprecio.

Ven, Pensamiento, conmigo;

Deja ese loco.

Pensam.

No puedo

Ir tras tí.

Gentilid.

¿Por qué?

Pensam.

Porque

La agudeza hoy del Ingenio

Tras la natural razon

Me arrebata el Pensamiento.

Gentilid.

Pues dejaréte con él,

Que si la verdad confieso,

Tampoco puedo apartarte

Yo de su discurso. ¡Cielos!

Si acaso, como imagino,

Algun grande agravio vuestro

Fué de este eclipse la causa,

Yo os vengaré; y para esto

Serán Tito y Vespasiano

Los Césares de mi Imperio. (Vase.)

Ingenio.

Ea, Pensamiento, vamos.

Pensam.

¿Dónde hemos de ir?

Ingenio.

Trascendiendo

(Supuesto que no se da

En lo alegórico tiempo

Ni lugar) todos los ritos,

Hasta que halle ley en ellos

De un Dios, que ignoto y pasible,

Le cuadre á mi entendimiento.

[p. 548]Pensam.

No ha sido muy mal arbitrio,

Para entablar este intento,

Acompañarte de mí.

Ingenio.

¿Cómo?

Pensam.

Como el más severo

Crítico no hará censura

De ver que el mundo corremos,

Si su pensamiento viene

Siguiendo á tu pensamiento.

Ingenio.

Dices bien, pues viendo al suyo

Volar, dejará el ajeno,

Sin que el ingenio padezca

La objecion de otros ingenios.

Pensam.

Pues en esa confianza

Ven; y ya que á tu concepto

Desagradan muchos dioses,

Pasemos de extremo á extremo;

Vamos donde no hay ninguno.

Ingenio.

¿Cómo eso puede ser?

Pensam.

Viendo

Que aquel que de brutas pieles,

Por significar su afecto

En lo bárbaro del traje,

Indio bozal y grosero

Se muestra, es el Ateismo.

Descúbrese un peñasco, y se ve en él EL ATEISMO en el traje que dicen los versos.

Ingenio.

¿Qué hace?

Pensam.

Rendido está al sueño.

Ingenio.

¿Dia de tan grande asombro

Duerme?

Pensam.

Sí.

[p. 549]Ingenio.

Yo le despierto,

Más del sosiego admirado,

Que envidioso del sosiego.

Ateismo.

Ateismo.

¿Quién me llama?

Ingenio.

Yo, que en busca tuya vengo.

Ateismo.

¿Quién eres y qué me quieres

Tú, que me das tantas voces?

Ingenio.

¿Al Ingenio no conoces?

Bien se ve cuán bruto eres.

Ateismo.

¿Tú eres el Ingenio?

Ingenio.

Sí,

Y de tí saber quisiera...

Ateismo.

Si eres el Ingenio, espera,

¿Cómo dudas? Que yo oí

Que el Ingenio respondia

Cuando se le preguntaba;

No que el Ingenio dudaba.

Ingenio.

Esa es la excelencia mia.

Ateismo.

Dí cuál.

Ingenio.

Saber preguntar,

Para saber responder.

Ateismo.

Pues dí, ¿qué quieres saber

De mí?

Ingenio.

Deste singular

Eclipse, que no hay persona

A quien no haya estremecido,

Viendo al sol obscurecido

Desde la sexta á la nona,

Qué es lo que has investigado,

Porque reducir quisiera

(Y en la tuya la primera)

Las opiniones que he hallado

Para todo el orbe.

[p. 550]Ateismo.

Pues

Si la mia he de decir,

Lo que he llegado á inferir

De este gran delirio es,

Que como este cuerpo humano,

Compuesto de cualidades,

Sujeto está á enfermedades,

Que le ocasiona el hermano

Temple de sus cuatro humores,

A que responden atentos

Todos los cuatro elementos,

Así á los hielos ó ardores

De su destemplanza, está

El Universo sujeto,

A cuya causa este efecto

Asombro á los otros da,

No á mí, que su novedad

No me asusta, al ver que es llano

Que dió, como al cuerpo humano,

Al mundo una enfermedad;

Y así, por no discurrir

Si moria ó si sanaba

De ella, miéntras se pasaba

La accesion, me eché á dormir.

Ingenio.

¿Luego tú no has discurrido

En qué efecto ser pudiera

De alguna causa primera?

Ateismo.

¿Quién primera causa ha sido?

Ingenio.

Un Dios, que vamos buscando

Por todo el mundo los dos.

Ateismo.

¿Un Dios?

Ingenio.

Sí.

Ateismo.

¿Qué cosa es Dios?

Ingenio.

Eso voy investigando.

[p. 551]Ateismo.

Nunca en eso me cansara

Yo, porque nunca creyera

Que le hallara, ni pudiera.

Ingenio.

En lo que dices repara,

Que esta opinion satisfizo

A cuantos el mundo ven

Criado.

Ateismo.

A mí no.

Ingenio.

Pues dí, ¿quién

Hizo este mundo?

Ateismo.

Él se hizo.

Ingenio.

¿Quién, para nuestros provechos,

Hizo con fábrica igual

Esos orbes de cristal?

Ateismo.

Ahí nos los hallamos hechos.

Ingenio.

¿Quién aquese luminar

Del sol, que es alma del dia,

Y quién de la noche fria

Con curso tan regular,

Que del Oriente al Ocaso

Accidente tal no ha habido

Que los haya pervertido?

Ateismo.

Uno y otro sería acaso.

Ingenio.

Y dí, ¿el acaso podia

Darte á tí vida, alma y sér?

¿Quien dió ojos para ver,

Todo ojos no sería?

¿Quien dió oidos, todo oidos?

¿Quien dió manos, manos todo?

Y de aquese mismo modo

En todos cuantos sentidos,

Con superior armonía,

Le dieron sér al no sér.

Ateismo.

Yo no hice más que nacer,

[p. 552]Sin saber á qué nacia,

Cómo ni cuándo; y así,

No habrá razon que me cuadre:

Como otro engendró á mi padre,

Mi padre me engendró á mí.

Ingenio.

Sí; ¿pero al primero, quién?

Ateismo.

¿Del uno la corrupcion,

Díme, no es generacion

Del otro?

Ingenio.

Sí.

Ateismo.

Luego bien

Puedo pensar que la prima

Materia se corrompió,

Y al primer hombre engendró.

Ingenio.

Y el alma que en él anima,

¿Pudo de corrupcion tal

Engendrarse? ¿No lo ves,

Siendo inmortal como es?

Ateismo.

¿Luego el alma es inmortal?

Ingenio.

Bien nos lo deja inferir

La Divinidad que tray

Consigo.

Ateismo.

Yo no sé que hay

Más que nacer y morir;

Y así, argumentos dejemos,

Y porque amigos seamos,

Comamos hoy y bebamos,

Que mañana moriremos.

Ingenio.

Calla, calla, que tan ciega

Doctrina no se ha de oir,

Pues no se debe argüir

Con quien los principios niega.

Pensam.

Discursos buenos ni malos

Con él no tienes que hacer,

[p. 553]Que éstos no se han de vencer

A razones, sino á palos.

Amigo, si no hay primera

Causa, ¿quién mueve mi accion

A darte este mojicon? (Dale un golpe.)

Ateismo.

Loco.

Ingenio.

Pensamiento, espera.

Ateismo.

¿Pensamiento es? De él intento

Huir, que no me ha de dar

A mí placer ni pesar

En mi vida el Pensamiento. (Huye.)

Pensam.

¿Qué dices de esto?

Ingenio.

No en vano

Confieso sus devaneos,

De Theos Dios, y Antitheos

El contra Dios; con que es llano

Que los Ateistas son

Por quien David repetia

Que el no haber Dios lo decia

El necio en su corazon.

Pensam.

Y áun ese es el argumento

Con que una cancion que oí

Lo prueba bien claro.

Ingenio.

La cancion.

Pensam.

Escucha atento:

(Canta.) En su corazon el necio

Dijo á sus solas, no hay Dios:

Luego hay Dios, pues hay quien supo

Lo que él dijo á solas en su corazon.

Ingenio.

Huir de este error conviene.

Pensam.

¿Y dónde habrá en quien reposes,

Si huyes de quien tiene dioses,

Y huyes de quien no los tiene?

[p. 554]Ingenio.

En quien tenga sólo uno;

Que si un error á otro igualo,

Tener muchos es tan malo

Como no tener ninguno.

Pensam.

Pues si uno quieres hallar,

África sus montes llenos

De Ismaelitas y Agarenos

Tiene, que de Ismael y Agar

Descienden, y sólo un Dios

Adora, á quien llama Alá,

Que es Dios grande.

Ingenio.

¿Sí? Pues ya

Muero, porque á ver los dos

Lleguemos el fundamento

De esa ley.

Pensam.

Presto podrás,

Puesto que para eso vas

En alas del Pensamiento,

Verla allí: en bailes, amores

Y banquetes divertida

Pasa lo más de su vida.

(Dentro instrumentos.)

Ingenio.

Aunque adore un Dios, errores

Debe de padecer, pues

Canta cuando todo llora.

Pensam.

Atiende á su zambra ahora,

Que de eso hablarás despues.

Sale ÁFRICA, de mora, y en el mismo traje MÚSICOS, hombres y mujeres, bailando todos los que pudieren.

Música.

Bailá, Africanos, bailá,

Que ya se os acerca el Profeta de Alá.

(Dos cruzados.)

[p. 555]África.

Ya que en turbadas estrellas

La mágica nuestra vió

Aquel Profeta, que yo

Previne en sus luces bellas,

Diciendo este eclipse en ellas,

Que presto á vernos vendrá... (Vuelta.)

Música.

Bailá, Africanos, bailá.

África.

De nubes los aires llenos,

Ni os den sustos ni desmayos,

Que son su salva los rayos,

Los relámpagos y truenos,

Y pues los cielos serenos

Aplacan su enojo ya...

(La deshecha de la otra mudanza.)

Música.

Bailá, Africanos, bailá.

Ingenio.

Tente, ¿dónde vas?

Pensam.

¿No es llano,

Que en oyendo són, no es

Posible irme yo á los piés

Como otros van á la mano?

Y pues tenerme es en vano,

Ya estamos todos acá.

Música.

Bailá, Africanos, bailá.

Ingenio.

¿Cómo, África hermosa, el dia

De tan grande sentimiento

En tierra, agua, fuego y viento

Celebras con alegría?

¿Qué causa te mueve?

África.

¿Quién

Eres, que aunque ya te ví,

No bien te conozco?

Ingenio.

A mí

Pocos me conocen bien:

El Ingenio soy humano.

[p. 556]África.

Así, en casa de Abraham,

Cuyas aras culto dan

A un solo Dios Soberano,

Te ví en Ismael, de quien

Desciende mi monarquía;

Por señas, que desde el dia

Que con sagrado desden

Le echó de casa, porque

Unos ídolos le halló,

No te ví más.

Ingenio.

Es que yo

Ese dia le falté,

Pues con Ingenio mal pudo

Los ídolos adorar.

África.

Que un Dios se ha de venerar,

Ni lo niego ni lo dudo.

Ingenio.

Vida los cielos te den.

África.

¿De qué ese gozo te da?

Ingenio.

De que parece que ya

Me vas conociendo bien.

Y puesto que un pensamiento

En la adoracion de un Dios

Hasta aquí asiste á los dos,

¿Qué fiesta es esta?

África.

Oye atento:

Descendiente de Ismael,

Ya lo dije, herencia mia

La agarena monarquía

Es en África; y aunque él

Varios dioses adoró,

Porque era gentil Agar

Su madre, volvió á adorar

A un solo Dios, á quien yo

Hasta hoy veneré, bien que

[p. 557]Sin preceptos, porque espero

Que de este Dios verdadero

Un profeta me los dé,

Que en las ciencias prometido

De mis morabitos sabios

(Cuyos doctos astrolabios

Agujas del sol han sido)

Es cierto vendrá, bien como

Allá para el mismo empleo

Su Dios espera el hebreo,

De quien los principios tomo

Para mi ley, aunque inquieta

La esperanza de los dos,

Dicta que él aguarda á un Dios,

Y yo aguardo su profeta.

De esta, pues, fija esperanza

De que ha de venir, pendiente

Vivo; y siendo en mí evidente

La fe de mi confianza,

Con relámpagos y truenos

Le esperan las ánsias mias,

Como esotro á su Mesías.

Y así, al ver los aires llenos

Hoy de horror, he presumido

Que son aparatos ciertos

De su venida, y abiertos

Los claustros de mi sentido,

Fiestas le hago, como quien

Con escándalos le espera.

Ingenio.

Pues siendo desa manera,

Aun no me conoces bien.

África.

¿Por qué?

Ingenio.

Porque si buscando

Hoy á un Dios vamos los dos,

[p. 558]A donde no hay ley no hay Dios;

Y pues le estás esperando,

Es precisa consecuencia

Que miéntras sin ley estés,

Estés sin Dios; con que es

Más justo hacer de tí ausencia

Que no asistirte.

África.

¿Pues qué

Importa en mí ley no haya,

Para que errada no vaya,

Si primer principio fué,

Que á mi opinion satisface,

Pues no escogió sér ninguno,

Que se salve cada uno

En la religion que nace?

Ingenio.

¿Qué dices?

África.

Lo que yo creo;

Y si este dogma nos dan

Los ritos del Alcorán,

Que ya profesar deseo,

¿No la he de admitir?

Ingenio.

Pues dí,

¿No dices que hay solo un Dios?

África.

Sí.

Ingenio.

¿Pues cómo puede en dos

Leyes servirse? Vé aquí,

Que una ley me da un precepto

Y que otra ley no lo acepta;

¿Es justo que me prometa

De dos causas un efecto?

No, si á los dos desigualo,

Y para salvarme fiel,

¿Cómo si es bueno sin él,

Y cómo con él si es malo

[p. 559]No te hace fuerza pensar,

Que ateo que un Dios ignora,

Y gentil que á otros adora,

No se pueden conformar

A un fin mismo? Siendo así,

Que error en los tres arguya,

¿Quién podrá, en desgracia suya,

Dél gozar sin él?

África.

A mí

No me toca disputar

Ley que espero no tener;

Sólo el acero ha de ser

El que la ha de sustentar;

Y así, si apurar no quieres,

Mira, has de ver y callar;

Vuelva á cantar y bailar

Cada uno con sus mujeres.

Ingenio.

¿Sus mujeres?

África.

Sí.

Ingenio.

¿Pues cuántas

Hay que ese rito conceda?

África.

Las que uno sustentar pueda.

Pensam.

¡Linda ley!

África.

¿De qué te espantas?

Ingenio.

De que á la razon no impida

Que yo en dos esposas quiera

Que me den un alma entera

Y yo se la dé partida.

Si es contrato natural

Amor que confirma el trato,

¿Cómo puede ser contrato

Lícito el que no es igual?

¿Yo he de querer y ofender

A sus ojos lo que quiero?

[p. 560]¿Pues cómo ofendida espero

Que no ofenda la mujer?

Si, áun obligada, no es prenda

Segura en ellas amor,

¿Cómo lo será el honor

Ofendido?

Pensam.

No te ofenda

Eso á tí, pues peor hallar

Será (si apurarlo quieres)

Que tenga un hombre mujeres

Que no pueda sustentar.

Ingenio.

¿Y este precepto tambien

Has de conservar en tí,

Venido el profeta?

África.

Sí.

Ingenio.

De aquí, Pensamiento, vén,

Que ley que ya me propongo

Fundar uno y otro error,

No será ley en rigor.

Pensam.

¿Qué será?

Ingenio.

Secta.

Pensam.

Y áun hongo.

Ingenio.

Y si en ello has de creer

Que pueda el que nazca y muera

Salvarse en otra cualquiera,

¿Para qué la has menester?

África.

Para mayor perfeccion.

Ingenio.

¿Perfeccion habrá en aquella

Ley que me salva sin ella?

África.

Sí, pues no fuera blason

De Alá que me condenara

En el rito que naciera

Sin culpa mia.

Ingenio.

Sí fuera.

[p. 561]África.

¿Cómo?

Ingenio.

La razon es clara:

El Dios que hallar imagino

Ha de ser un Ente.

África.

Dí.

Ingenio.

De sí solo, en sí y por sí,

Incomprensible y divino;

Y siendo tal, cierto es que

Dará su fe verdadera

A quien quiera, y como quiera,

Y cuando quiera, sin que

Éste se pueda quejar

De que al otro se la dió,

Puesto que á todos dotó

De razon para buscar

La mejor, y mas el dia

Que haya quien á todos fiel

Nos dé testimonio dél,

Y basta el que nos envía

Cada dia su cuidado

En tierra, aire, fuego y mar.

África.

Ya digo que argumentar

No es á mi cólera dado;

Cantad y bailad, y no

Caso hagais, sino desprecio

De filósofo tan necio.

Pensam.

Lo mismo me hiciera yo

Si pudiera, y por si no,

Vuelva otra vez á cantar.

Música.

Bailá, Africanos, bailá,

Que ya se os acerca el profeta Alá.

Pensam.

Que ya se os acerca, etc.

Todos.

Bailá, etc. (Vanse.)

Ingenio.

De un abismo en otro abismo

[p. 562]Dando, Pensamiento, vas.

Pensam.

Pues un Dios tiene no más.

Ingenio.

Pero sin ley, es lo mismo

Que el no tenerle.

Pensam.

Aun bien,

Que es la Sinagoga aquella,

Y hay un Dios, y ley en ella.

Ingenio.

¿Ley y un Dios? Conmigo ven;

¿Mas no es Pablo con quien viene,

De quien me hizo amigo fiel

La escuela de Gamaliel

Por el ingenio que tiene?

Pensam.

Sí, llega.

Ingenio.

Envuelto está en ira,

Retírate hasta despues.

Pensam.

No es bueno lo que hablan, pues

El Ingenio se retira.

Sale la SINAGOGA á lo judío, y SAN PABLO á lo romano.

Sinagog.

Aunque el Centurion me asombre,

Diciendo con voz severa:

Verdaderamente era

Hijo de Dios este hombre;

Y aunque por su rey le nombre,

Despues de hazañas tan feas,

Un ladron, y en las ideas

De su mortal frenesí

Diga: Acuérdate de mí

Cuando en tu reino te veas;

Aunque la naturaleza

Haga el extremo que admiro

Cuando al último suspiro

[p. 563]Le ve inclinar la cabeza,

Cubriéndose de tristeza

Uno y otro luminar,

Ni le he de crêr, ni he de dar

A partido mi rencor;

Pues muerto, ha de ser mayor

Contra cuantos promulgar

Su ley intentan; y así,

Pablo, pues de tí me fío,

Toma este decreto mio; (Dásele.)

Parte á Damasco, que allí

Crédito haber dado oí

Sus bárbaros moradores

A los extraños errores

De aquesa ley, que infestando

El orbe van publicando

Cuatro humildes pescadores.

Pablo.

Estimo honor y decreto;

Y cree que es con una accion

Ya en mi mano ejecucion

Lo que era en tu voz precepto:

Gentil y hebreo, á este efecto

Uno y otro aplauso gano,

Pues que me hicieron, no en vano,

Gentil y hebreo á este fin

La tribu de Benjamin

Y los fueros del romano.

Y así, cumpliendo con dos

Causas, dirá mi cuidado

Si Dios y Crucificado

Son buenas señas de Dios,

Salid por fiadora vos,

Hermosa esfera, de que

Tan ira vuestra seré,

[p. 564]Que sea comun desmayo,

Relámpago, trueno y rayo

Pablo de esa nueva fe.

Sinagog.

(Quédase como suspensa y que habla consigo.)

Así lo creo de tí.

Pablo.

Dáme los brazos, y adios.

Ingenio.

Ya se despiden los dos.

Pensam.

¿No es Pablo tu amigo?

Ingenio.

Sí.

Pensam.

Llega á hablarle; quizá aquí

Buen padrino en él tendrás.

Ingenio.

¿Pablo?

Pablo.

¿Ingenio?

Ingenio.

¿Dónde vas?

Pablo.

No puedo en el fin que sigo

Detenerme á hablar contigo;

Otro dia lo sabrás.

Ingenio.

¿Pues así al Ingenio dejas,

Que amigo tan tuyo fué?

Pablo.

Otra vez satisfaré

Con más espacio á tus quejas.

Ingenio.

Mira que de quien te alejas

Soy yo.

Pablo.

Ya lo veo; mas hoy

Déjame, Ingenio, que voy

Tan veloz, que hacer quisiera

Que mi pensamiento fuera

Mi caballo.

Pensam.

Yo lo soy,

Pues bruto es el pensamiento

De quien el ingenio va

Atras dejándose.

Ingenio.

Ya

Que huye mi conocimiento,

[p. 565]Sin él á ella hablarla intento;

Mas ¡ay! que al mirarla asombra.

Sinagoga.

Sinagog.

¿Quién me nombra?

(Vuelve con espanto.)

Ingenio.

El Ingenio soy; ¿de qué

Temes?

Sinagog.

Cualquier sombra fué

Hoy de mi cadáver sombra,

Segun hoy del Sabaoth

La ira introduce cruel

La confusion de Babel

En el pueblo de Nembroth.

Los sueños son de Behemot

Cuantos padece mi pena;

Y ya que á mí me enajena

De mí mi discurso, dí,

Si Ingenio eres, ya que aquí

Llegaste, qué causa ordena,

Ó, por decirlo mejor,

Desordena, tierra y cielo,

Que desde el pasado hielo

De aquel súbito temblor,

Que cubrió el mundo de horror,

En mí no he vuelto; y así,

Tú, si lo sabes, me dí,

¿Qué se hizo el dia aquel dia?

Ingenio.

A eso tambien yo venía.

Sinagog.

¿A qué?

Ingenio.

A preguntarte á tí;

Pero ya que me has ganado

Hoy de mano en la pregunta,

Lo que mi Ingenio barrunta,

Viendo el orbe desahuciado,

[p. 566]Es haber el fin llegado,

O haber su Autor padecido;

Y pues él restituido

Se ve en su primer vigor,

No ha sido él, sino su autor

El que...

Sinagog.

No ha sido, no ha sido,

Si ya no quieres que sea

Autor suyo un sedicioso

Nazareno, escandaloso,

Que en Palestina y Judea,

En Samaria y Galilea,

Predicando aquestos dias

Dió á entender que era el Mesías,

Hijo de Dios verdadero,

Que há tantos siglos que espero.

Ingenio.

¿Y qué es dél?

Sinagog.

Las ánsias mias

En un palo le pusieron

En el mismo dia que fué

El eclipse, para que

Los que bárbaros oyeron

Su doctrina y la creyeron,

Misterio hagan del fracaso,

Que acaso les salió al paso

Al espirar.

Idolat.

¿Luego el dia

El sol murió que él moria?

Sinagog.

Sí.

Ingenio.

Pues no fué muy acaso.

Sinagog.

Sólo me faltaba ahora

El que tú quisieses ser

A dos sentidos, en uno

Ingenio y en otro infiel,

[p. 567]Para atreverte á dudar,

Para arrojarlo á creer,

Con los necios de mi pueblo,

Si hice mal ó si hice bien.

Ingenio.

¿Hasta pensar é inferir

A quién se ha negado?

Sinagog.

A quien

Infiera ó piense que yo

No soy del Dios de Israel

El bando favorecido

Desde el prodigio de Oreb,

Tribunal de luz, en cuya

Consulta salió Moisés

Por general de sus tropas,

Hasta llegarse á poner

En la prometida tierra,

Que abunda de leche y miel.

Si en esta, pues, prodigiosa

Peregrinacion le hallé

Todo ojos á mi mal,

Todo manos á mi bien,

Todo oidos á mi voz,

Tan primera causa, que

Todas las causas segundas

Me obedecieron en él,

¿Quién me habia de trocar

De agradecida en cruel?

Del Bermejo mar lo diga

La enjuta vereda, al ver

Que fué amontonando ondas

En uno y otro cancel,

Montaña y pared, quien nunca

Fué montaña ni pared.

Entre una y otra columna

[p. 568]El fuego lo diga, pues

Tal vez me sirvió de antorcha

Y de pabellon tal vez.

La tierra lo diga, herida

En Rafidin, pues correr

Vió agua á las piedras, y el aire

Al ver nevada su tez

De aquella neutral vianda,

Que en nubes de rosicler

Cuajaba en maná la aurora,

Lloviendo al amanecer,

El aire el reparo al hambre,

Como la tierra la sed;

Si entre tantos beneficios

Fué el mayor darme su ley

En mármol escrita, siendo

Su mismo dedo el cincel,

Por quien la ley natural

Vino á elevar y crecer

Su primer candor, subiendo

De dos preceptos á diez:

¿Cómo á tanto repetido

Favor, á tanta merced

(Como ántes dije), trocando

El beneficio en desden,

Ingrata la Sinagoga

Habia de proceder,

Dándole muerte á su Hijo?

¿Ni cómo podia ser

El que sin estar cumplidas

Las semanas de Daniel,

Viniese sin aparatos,

Que Isaías le prevé,

Diciendo que ha de venir

[p. 569]Con majestad y poder

De relámpagos y truenos?

Si al venir habian de ser,

¿Qué importara que al morir

Los viésemos, para que

Lo que fué acaso nos haga

Sentir, dudar ó temer,

Que lo que hubo de ser ántes

Bastó que fuese despues?

Y así, Ingenio, ó lo que eres

(Que yo no me he de meter

En si lo eres ó no), piensa

Que á quien di la muerte, fué

A un escandaloso jóven

Que sedicioso, que infiel,

Y amotinador del pueblo

Para coronarse rey,

En virtud de Belcebú

Obró algun milagro, en fe

De cuyo mágico arte

Nos quiso dar á entender

Que el prometido Mesías

Estaba cumplido; y pues

No pudo salvarse á sí,

Discurre en si podrá ser

Que á otros salvase: esto he dicho

Porque astrólogo otra vez,

No en el eclipse me arguyas,

Que habrá para tí tambien

Otro rencor, otra ira,

Otra saña, otra esquivez,

Otro azote ú otro acero,

Otra cruz ú otro cordel. (Vase.)

Ingenio.

¿Pensamiento?

[p. 570]Pensam.

Nada digas,

Que todas tus dudas sé.

Ingenio.

¿Pues qué sabes?

Pensam.

Que has hallado.

En la Sinagoga ley

Que adora á un Dios, primer causa,

Que ojos, manos y oidos es;

Y con todo eso, te queda

De averiguar y saber

Lo que á lo posible toca.

Ingenio.

Dices, Pensamiento, bien;

Mas fáltate de añadir

A esas dos razones...

Pensam.

¿Qué?

Ingenio.

Que si adora, (como dijo)

Solo un Dios, ¿cómo despues

Dijo que á su Hijo esperaba?

¿Hijo y Padre fuerza no es

Que sean dos? ¿Pues cómo á uno

Adora solo?

Pensam.

No sé.

Ingenio.

Y dejando esta razon

Pendiente, ¿á qué causa, á qué

Efecto espera á que venga

(Segun nos lo dió á entender)

De tu Dios el Hijo al mundo?

Y cuando haya para qué,

¿Cómo pudo un hombre humano

introducir que era él,

Si lo era como hombre y Dios?

Si no, ¿cómo al parecer

(Túmulo de sus exequias)

Vistieron de lobreguez,

La tierra su verde alfombra,

[p. 571]Y el cielo su azul dosel?

En tan grandes confusiones,

¿Quién, cielos divinos, quién

Sabrá responderme?

Voz.

Pablo.

(Suena dentro un trueno, y vése como una luz de un relámpago.)

Ingenio.

¿Qué estruendo es este?

Voz.

¿Por qué

Me persigues?

Pablo.

¡Ay de mí!

Ingenio.

¿Qué voz, qué ruido es aquel,

Que parece que los cielos

Se han desplegado otra vez,

Aquí para iluminar,

Y allá para obscurecer?

Pensam.

A las vislumbres de una

Nube, que ha dado, al romper,

Hojas de jazmin y rosa,

Luz y voz, al parecer,

Sobresaltado el caballo

De Pablo, le arrastra.

Ingenio.

Vé,

Pues eres tú más veloz,

Llégale á favorecer.

Pensam.

Sí haré, por si cae en mí.

Descúbrese á caballo, y vase cayendo, y recíbele el PENSAMIENTO, y le pasa, segun los versos, al INGENIO.

Pablo.

El rayo, Señor, detén,

Basta el trueno de tu voz.

Pensam.

Ayúdamele á tener,

[p. 572]Que no basto, Ingenio, yo

A levantarle.

Ingenio.

Sí haré.

Sale la SINAGOGA.

Sinagog.

Si Pablo muere, yo muero:

¿Qué es esto, Pablo?

Pablo.

Caer

En el Pensamiento ántes,

Y en el Ingenio despues.

(Levántase como ciego.)

Ciego estoy; pero mal digo,

Que nunca he llegado á ver

Más que cuando estoy más ciego.

Sinagog.

Pues dí, no viendo, ¿qué ves?

Pablo.

No conviene que lo diga

El hombre al hombre.

Sinagog.

¿Por qué?

Pablo.

Porque no es fácil decir

Lo que es difícil saber.

Sólo diré, que yo solo

Me he levantado al reves,

Pues otros caen al subir,

Y yo he subido al caer.

Al tercer cielo he llegado;

Si fué en espíritu ó fué

En cuerpo, no sé; que yo

Solo sé que no lo sé.

Sinagog.

Ven á mis brazos, adonde

Descanses.

Pablo.

La accion detén,

No halagüeñamente fiera (Huye.)

Te acerques.

[p. 573]

Sinagog.

¿Con tal desden

De tu Sinagoga huyes?

Pablo.

Sí, escandalosa; sí, infiel;

Sí, tirana; sí, alevosa;

Sí, traidora; sí, cruel.

Sinagog.

¿Pablo?

Pablo.

Ya Pablo no soy,

Ni vivo yo en mí.

Sinagog.

¿Pues quién?

Pablo.

Cristo es el que vive en mí.

Sinagog.

¿No es contra quien te envié?

Pablo.

Sí, pero á luz de eficaz

Auxilio, he sabido que es

El crucificado Cristo,

Que sentenció tu esquivez,

Hijo de Dios verdadero.

Sinagog.

Bien que estás ciego se ve,

O yo lo estoy, pues lo escucho

Sin darte la muerte.

Ingenio.

Ten

El acero, que por tí

Le quiero yo convencer.

Sinagog.

Argúyele, Ingenio, tú,

Que yo ni puedo ni sé.

Ingenio.

¿El Crucificado, dices,

Que era Hijo de Dios?

Pablo.

Sí.

Ingenio.

¿Pues

Hay más de un Dios?

Pablo.

No.

Ingenio.

¿Pues cómo

Es Hijo de Dios, sin ser

Dios tambien?

Pablo.

Tambien es Dios.

[p. 574]Ingenio.

¿Pues cómo, si es Dios tambien,

Solo un Dios son dos personas?

Pablo.

Aun más son, porque son tres.

Ingenio.

¿Tres, y un Dios solo?

Pablo.

Sí.

Ingenio.

¿Cómo?

Pensam.

A aquesto importa atender,

Por si es Pablo el que á Dionisio

Le llega á satisfacer.

Pablo.

El bien no comunicado,

¿No fuera imperfecto bien?

Ingenio.

Proposicion es que yo

Dejé pendiente otra vez.

Pablo.

¿Sér que fuera comprendido

De quien infinito no es,

Fuera infinito sér?

Ingenio.

No,

Claro está, porque caber

Lo más no podia en lo ménos.

Pablo.

Pues siendo infinito sér

Dios, y siendo bien perfecto,

Fuerza en una parte fué

Comunicarse, y en otra

El comunicarse á quien,

Siendo él infinito, fuera

Infinito como él;

Pues si se comunicara

A quien no lo podia ser,

Quedara imperfecta toda

Aquella distancia que

Lo finito á lo infinito

Dejara de comprender:

Luego para que no haya

En Dios imperfeccion, es

[p. 575]Conveniencia de su esencia,

Y precision de su sér,

Por acto de entendimiento,

Engendrar un Hijo, á quien

Se comunique infinito:

El Padre, que al Hijo ve,

El Hijo, que mira al Padre,

Llegándose á complacer

Uno en otro, ¿no es preciso

Proceda de amor tan fiel

Un Espíritu que sea

Igual á los dos, y que

Procedido de los dos,

No pueda entre ellos haber

Por la comunicacion

De personas, ni despues,

Ni ántes, primero ó postrero

Mayor ó menor?

Ingenio.

Sí.

Pablo.

Pues

Una en los tres la deidad,

Uno en los tres el poder,

Uno en los tres el amor,

Y uno en los tres el saber,

Cierto es que en la esencia es uno,

Siendo en las personas tres.

Ingenio.

Sobre la natural luz

Del Ingenio, que al fin es

Parte del alma, he quedado

Satisfecho, al parecer,

Hasta aquí.

Sinagog.

Y hasta aquí yo

Poco me debo ofender,

Pues ver tres, y adorar uno,

[p. 576]Me enseñó de Abraham la fe.

Ingenio.

Pero este Hijo, ¿á qué á la tierra

Habia de venir?

Pablo.

A que

Siendo infinita la culpa

Del hombre, satisfacer

Lo finito á lo infinito

No podia; y así, fué

Piedad que el Hijo de Dios

Satisfaciese por él,

Encarnando en una Vírgen

Madre, que ántes, y despues,

Y entónces, permaneciese

Siempre Vírgen, sin romper

Grosero cierzo de humano

Contacto la candidez

Del boton de la azucena,

Ni el capillo del clavel.

Ingenio.

Hasta aquí, por respondido

Tambien me doy.

Sinagog.

Yo tambien;

Pues es cierto que vendrá.

Pablo.

Y áun que ha venido lo es.

Sinagog.

¿Cómo que ha venido?

Pablo.

Como

Al que diste muerte fué,

Siendo el divino Mesías

Que esperabas.

Sinagog.

No era él,

Pues que no trajo cumplidas

Las semanas de Daniel.

Pablo.

Sí era, pues tú no supiste

Hacer los cómputos bien.

Sinagog.

No era, pues no vino en nube,

[p. 577]Como Isaías prevé.

Pablo.

Sí era, pues traje de siervo

Dijo que traeria tambien.

Sinagog.

No era, pues que habia de dar

Su venida que temer.

Pablo.

Sí era, pues ese temor

Dará al venir como Juez.

Sinagog.

No era, pues de humilde Madre

Al hielo le ví nacer.

Pablo.

Sí era, pues quedó en el parto

Vírgen ántes y despues.

Sinagog.

No era, pues simples pastores

Le adoraron en Belén.

Pablo.

Sí era, pues á Belén vino

A verle uno y otro rey.

Sinagog.

No era, pues á Egipto huye

Temiendo ajeno poder.

Pablo.

Sí era, pues derriba huyendo

Los ídolos de Beel.

Sinagog.

No era, pues su Madre llora

El que le llegó á perder.

Pablo.

Sí era, pues le halló explicando

Los misterios de la Ley.

Sinagog.

No era, pues en un desierto

Se rindió al hambre y la sed.

Pablo.

Sí era, pues huye vencido

Espíritu inmundo dél.

Sinagog.

No era, pues ver su peligro

No supo al irlo á prender.

Pablo.

Sí era, pues todo era ojos,

Haciendo á los ciegos ver.

Sinagog.

No era, pues de piés y manos

Le ata nudoso cordel.

Pablo.

Sí era, pues al impedido

[p. 578]Todo era manos y piés.

Sinagog.

No era, pues á sordo ó mudo

No sabe qué responder.

Pablo.

Sí era, pues al mudo y sordo

Todo lenguas y oidos fué.

Sinagog.

No era, pues muere pasible.

Pablo.

Sí era, pues fué el padecer

Como hombre, no como Dios.

Sinagog.

No era.

Pablo.

Sí era.

Ingenio.

Suspended

La cuestion; que al escuchar

De tí que pasible fué (A Pablo.)

Como hombre, no como Dios,

Siendo Dios y hombre despues;

(A la Sinagoga.)

De tí, que en el mundo, el mundo

No le supo conocer

En lo ignoto y lo pasible,

La réplica tomaré.

Que era manos, oidos y ojos

Ese Hombre Dios (ó quien es),

¿Concedes?

Sinagog.

Negar no puedo

Que hizo andar, oir y ver.

Ingenio.

¿Pues de qué le hiciste causa?

Sinagog.

De que dar quiso á entender

(Escandalizando al pueblo)

Que era Hijo de Dios.

Ingenio.

Saber

Conviene si le esperabas.

Sinagog.

Sí esperaba.

Ingenio.

¿Pues en quién

Esperándole podias

[p. 579]Mejores señas tener,

Pues no vino por tu mal

Quien vino á otros á hacer bien?

Pero quizá habrá otra causa

Para condenarle: ¿Qué

Delitos le averiguaste?

Sinagog.

¿No bastó este?

Ingenio.

No, porque

Hombre tan malo que quiso

Hijo de Dios parecer,

No siéndolo, fuerza era

De dañada intencion ser,

De maligno corazon,

De depravado interes;

Y lo habia de mostrar

En otras costumbres, pues

Los efectos manifiestan

De los pechos el doblez.

¿Qué ambicion tuvo?

Sinagog.

Ninguna;

Descalzo de pierna y pié

Peregrinó en pobre traje.

Ingenio.

¿Qué valimiento tener

Con príncipes intentó?

Sinagog.

Ninguno, pues sólo fué

Con humildes pescadores.

Ingenio.

¿Y qué medraron con él?

Sinagog.

Sola la necesidad

De volverse al barco y red.

Ingenio.

¿A qué humano afecto, afecto

Le viste?

Sinagog.

Ninguno sé.

Ingenio.

Luego convencida estás;

Pues no habia de querer

[p. 580]Hacer tal delito ántes,

Para ser bueno despues.

Y así, oh tú, Gentilidad,

Que traes por Roma el poder

De Europa; Asia, que invencible

Le traes por Jerusalen;

Ciega secta, á quien le dió

Por el África Ismael,

Por América Ateismo,

Que vive sin Dios ni Ley;

(Salen los cuatro.)

Los cuat.

¿Para qué otra vez nos llamas?

Ingenio.

Para que todos noteis,

Sin que ninguno alegar

Pueda ignorancia despues,

Que el Dios ignoto pasible,

Que ojos, manos y oidos es,

Y primer causa de causas,

En boca de Pablo hallé.

Sinagog.

Primero que se lo digas,

Muerte á uno y otro daré.

(Saca la espada y se amparan los dos de la Gentilidad.)

Los dos.

Primero no.

Sinagog.

Pues ¿adónde

Habeis de huir?

Gentilid.

A mis piés.

Sinagog.

¿Quién eres, deidad hermosa,

Que ceñida de laurel,

Temor y respeto infundes

A la Sinagoga?

Gentilid.

¿Quién

Sino la Gentilidad,

Tuviera en tí ese poder?

Sinagog.

Es verdad; colonia hoy

[p. 581]Es la gran Jerusalen

De Roma; pero ¿á qué causa

Aquí en persona te ves,

Si hasta aquí sólo asististe

En ella por su virey?

Gentilid.

A causa de que sabiendo

Cuanto apasionado juez,

Has dado la muerte á un hombre,

No sustanciándole bien

El proceso, cuya injusta

Sentencia ojeriza fué

De los dioses, pues los cielos,

En uno y otro vaiven,

Al espirar titubearon,

Casi arrancados del ej;

A residenciarte traigo

Ese ejército que ves,

De cuyas tropas, llamada

De aquella voz que escuché,

A defender estas vidas

Me he adelantado.

Pablo.

Y es bien,

Que viendo la Sinagoga

Me defiendas tú.

Sinagog.

¿Por qué?

Pablo.

Porque la predicacion

Hoy de la tercera ley,

Que á la gentilidad pasa,

Con esto explicada esté.

Sinagog.

¿Qué tercera ley?

Gentilid.

A mí

Eso me toca entender;

Y pues á residenciarte

Vengo, conviene saber

[p. 582]Qué tercera ley ese Hombre

Quiso introducir.

Sinagog.

La ley

Misma que yo me tenía

(Como ya dije) en Moisés,

Creciendo la natural

De dos preceptos á diez.

Gentilid.

Y la natural ¿cuál era?

Sinagog.

Ella lo dirá más bien,

Que entre las caducas ruinas

Desta deshecha pared,

Yace lamentando el siglo,

Que tan sin ella se ve.

Descúbrese la LEY NATURAL al pié de un árbol, el cual ha de tener revuelta una serpiente.

Gentilid.

Ah de la Ley Natural,

Atiende á mis voces.

Ley Nat.

¿Quién

De las malicias del mundo,

Huyendo el vago tropel,

Vuelve á pisar mis umbrales?

Gentilid.

Quien de tí intenta saber

Los fundamentos que Dios

Puso en tu primero sér.

Ley Nat.

Que amase á Dios más que á mí,

Y á mi prójimo despues

Como á mí, cuyo suave

Yugo, paz y sencillez

Se perturbó en este árbol,

Pues desde entónces quedé

Sujeta á las inclemencias

De saber del mal y el bien.

[p. 583]Gentilid.

Sobre esos dos fundamentos,

Los que tuvisteis despues

¿Cuáles son?

Pablo.

La Ley Escrita

Tambien lo dirá.

Ábrese el segundo carro, y en otro peñasco la LEY ESCRITA, con las tablas en la mano y la serpiente de metal, como pintan á Moisés.

Ley Esc.

Sí haré,

Pues á la Ley Natural

Seguir la Escrita se ve,

No tendrás ajeno Dios,

Ni el nombre jurarás dél;

Santifícale sus fiestas;

Honra á quien te ha dado el sér;

Ni homicida ni lascivo

Seas; el ajeno bien

No envidies, ni quieras de otro

La hacienda ni la mujer.

Gentilid.

¿Qué quitó ó añadió á esto?

Descúbrese la LEY DE GRACIA, con una cruz en la mano, vendados los ojos, como pintan la Fe.

Ley de G.

Eso yo lo explicaré,

Pues por Ley de Gracia soy

La superior á las tres.

No sólo esos diez preceptos

Confirmó en mí; mas porque

Su cumplimiento tuviese

Fianza á no fallecer,

Los fortaleció de siete

[p. 584]Sacramentos, que allí ves

De la Fuente de la Gracia

Perennemente correr.

Descúbrese una fuente, cuyo remate será hostia y cáliz y alrededor los SIETE SACRAMENTOS, teniendo cada uno en la mano una cinta blanca, como caños que salen de la hostia.

Sinagog.

¿Y cuándo lo estableció?

Bautism.

El Bautismo, claro es

Que en el Jordan, donde el hombre

Renace segunda vez.

Confirm.

El de la Confirmacion,

Cuando la mano á poner

Llegó á la frente al infante,

Diciendo que para ser

Perfecto el varon, volviese

Al puerto de la niñez.

Peniten.

El de Penitencia, cuando

A Pedro le dió el poder

De ligar y desligar,

De hacer y de deshacer.

Extrem.

Y el de Extremauncion al mismo

Tiempo, pues segundo de él,

Él de todas sus reliquias

Es la verdadera red.

Orden.

El Orden sacerdotal,

Cuando en la cena le ven

Decir: esto siempre en mi

Conmemoracion haced.

Matrim.

Y el de Matrimonio, cuando

Architiclino le ve

Autorizar el estado

[p. 585]Con su presencia, y en él

Convertir el agua en vino,

Que sombra y figura fiel

Es del de la Comunion,

Que es el que en la Fuente ves

Por corona de los siete,

Más eminente á los seis,

Reduciendo á un sacrificio

Sólo de una y otra Ley

Todo lo ceremoniado

Por estar cifrado en el

Cuerpo y Sangre de quien quiso

Por nosotros padecer.

Ingenio.

Hasta aquí todo tan justo

Y tan suave yugo es

El de una ley que conserva

Los preceptos de las tres,

Que debe el ingenio humano,

Restituido al papel

De Dionisio Areopagita,

Llegándose á convencer

De la doctrina de Pablo,

Con la experiencia de que

Nada su ley nos propone,

Que bien á todos no esté

El creerlo y el amarlo,

Llegando á amar y creer

Por razon de estado cuando

Faltara la de la fe.

Sinagog.

Primero que yo lo crea

Veré al mundo fallecer

Con mayor ruina que cuando

Le ví espirar.

África.

Yo tambien.

[p. 586]Ateismo.

Yo no, que haber Dios no dudo,

Cuando que hay tambien Dios sé.

Gentilid.

Ni yo, pues á uno no más

Reduzco mi parecer.

Pablo.

Y lo mismo harán los dos,

Cuando el mundo venga á ser

Sólo un Pastor y un rebaño.

Pensam.

Yo, que hasta ahora callé

(Porque el Pensamiento es fuerza

Que en esto pasmado esté),

Con fiestas, con regocijos

La verdad celebraré

De esta verdad.

Todos.

Y contigo

Todos diciendo otra vez,

Que debe el ingenio humano

Llegarlo á amar, y creer

Por razon de Estado cuando

Faltara la de la fe.


[p. 587]

ÍNDICE.


  Págs.
COMEDIAS.
No Siempre lo peor es cierto. 7
Guárdate del agua mansa. 125
ZARZUELAS.
El laurel de Apolo. 259
La púrpura de la rosa. 337
AUTOS SACRAMENTALES.
La cena del rey Baltasar. 395
La vida es sueño. 451
A Dios por razon de Estado. 523

NOTAS

[1] Dispuesto.

[2] Leonor.

[3] No solo no ha pretendido ayudarme.

[4] No tan sólo no vengo en tu busca, etc.


Nota de transcripción