The Project Gutenberg eBook of Teatro selecto, tomo 1 de 4

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Title: Teatro selecto, tomo 1 de 4

Author: Pedro Calderón de la Barca

Commentator: Marcelino Menéndez y Pelayo

Release date: March 26, 2017 [eBook #54436]

Language: Spanish

Credits: Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box, and the
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*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK TEATRO SELECTO, TOMO 1 DE 4 ***


Nota de transcripción

Índice

Teatro selecto de Calderón de la Barca (tomo 1 de 4)


Cubierta del libro

[p. i]

TEATRO SELECTO
DE
CALDERON DE LA BARCA.


[p. ii]

BIBLIOTECA CLÁSICA.

Doce reales cada tomo en toda España.


OBRAS PUBLICADAS.

  Tomos.
HOMERO.—La Ilíada, traduccion directa del griego en verso y con notas de D. José Gomez Hermosilla. 3
CERVANTES.—Novelas ejemplares y viaje del Parnaso. 2
HERODOTO.—Los nueve libros de la historia, traduccion directa del griego, del padre Bartolomé Pou. 2
ALCALÁ GALIANO.—Recuerdos de un anciano. 1
VIRGILIO.— La Æneida, traduccion directa del latin, en verso y con notas de D. Miguel Antonio Caro. 2
Las églogas, traduccion en verso, de Hidalgo.—Las geórgicas, traduccion en verso, de Caro; ambas traducciones directas del latin, con un estudio del Sr. Menéndez Pelayo. 1
MACAULAY.    
Estudios literarios. 1
Estudios históricos. 1
Estudios políticos. 1
Estudios biográficos. 1
Estudios críticos. 1
  Traduccion directa del inglés de M. Juderías Bender.  
QUINTANA.—Vidas de españoles célebres. 2
CICERÓN.—Tratados didácticos de la elocuencia, traduccion directa del latin de D. Marcelino Menéndez Pelayo. 2
SALUSTIO.—Conjuracion de Catilina.Guerra de Jugurta, traduccion del infante D. Gabriel.—Fragmentos de la grande historia, traduccion del Sr. Menéndez Pelayo, ambas directas del latin. 1
TÁCITO.—Los anales, traduccion directa del latin de don Cárlos Coloma. 2
PLUTARCO.—Las vidas paralelas, traduccion directa del griego por D. Antonio Ranz Romanillos. 5
ARISTÓFANES.—Teatro completo, traduccion directa del griego por D. Federico Baráibar. 2
POETAS BUCÓLICOS GRIEGOS.—(Teócrito, Bion y Mosco). Traduccion directa del griego, en verso, por el Ilmo. Sr. D. Ignacio Montes de Oca, Obispo de Linares (Méjico). 1
MANZONI.—Los Novios, traduccion de D. Juan Nicasio Gallego. 1
ESQUILO.—Teatro completo, traduccion directa del griego, con notas, por D. Fernando Brieva Salvatierra. 1
QUEVEDO.—Obras satíricas y festivas. 1
DUQUE DE RIVAS.—Sublevacion de Napoles. 1

MADRID.—IMP. CENTRAL Á CARGO DE VÍCTOR SAIZ, COLEGIATA, 6.


[p. iii]

BIBLIOTECA CLÁSICA

TOMO XXXVI


TEATRO SELECTO
DE
CALDERON DE LA BARCA

PRECEDIDO DE UN ESTUDIO CRÍTICO

DE

D. MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO


TOMO I
DRAMAS RELIGIOSOS Y FILOSÓFICOS

LA VIDA ES SUEÑO.
LA DEVOCION DE LA CRUZ.
EL MÁGICO PRODIGIOSO.
EL PRÍNCIPE CONSTANTE.

MADRID

LUIS NAVARRO, EDITOR

COLEGIATA, NÚM. 6

1881


[p. v]

ESTUDIO CRÍTICO.


Justa y noble cosa es que los pueblos honren la memoria de sus grandes poetas; pero si he de decir lo que siento, ántes me parece funesto que útil el entusiasmo oficial y la devocion obligada, que produce los aniversarios y centenarios, con el obligado cortejo de músicas, carros triunfales, pompas y apariencias, versos y justas poéticas. Aun lo bueno sobre un mismo asunto empalaga, cuando es demasiado: ¿qué será cuando en la turbia corriente de tales solemnidades rueda tanto de mediano y áun de malo? La secta de los cervantistas acabaria, á no ser tan grande el personaje á quien injurian y apedrean, por hacer aborrecible hasta el nombre de Cervántes en la memoria de las gentes. ¿Quién sabe si conseguirán otro tanto los calderonianos, á fuerza de sacrificar en las aras de su autor favorito todas nuestras glorias dramáticas? No sé á punto fijo en qué consiste, pero hay en el fondo de toda alma verdaderamente artística algo que se rebela contra las admiraciones convencionales, de ritual ó[p. vi] de reata, un secreto espíritu de reaccion contra todo fetiquismo, y de protesta contra gárrulos encomios. De aquí que los espíritus delicados y que sienten y aman desinteresadamente la hermosura, se refugien en el culto íntimo y solitario de otros autores más modestos y olvidados, á quienes suele llamarse de segundo órden por lo mismo que andan ménos profanados en bocas de necios, y porque han logrado la muy apetecible fortuna de no llevar tras sí una turba ignara de admiradores y devotos.

Quizá parezcan demasiado amargas las palabras que llevo escritas, pero no cabe en mi ánimo el decirlas más halagüeñas, ni el esperar nunca gran cosa de estas apoteósis semi-paganas, que poco han de regocijar en la otra vida á tan cristiano poeta como Calderon. Como quiera, parece que el más digno tributo que en tal ocasion puede ofrecerse á su gloria terrena es una nueva edicion de sus obras. Y por desgracia, las ediciones no abundan, ni en todo rigor crítico las mismas que hay satisfacen. Expuestos estamos á que cualquier extranjero, atraido á Madrid por el ruido y baraunda que á propósito de Calderon estamos haciendo, recorra en vano nuestras librerías sin encontrar otra coleccion asequible de las obras de autor tan famoso (en cuyo honor quemamos fuegos de artificio y encendemos luces de Bengala) sino la que forma parte de la Biblioteca de Autores Españoles, de Rivadeneyra. Si desea otra de más cómoda lectura y letra ménos apretada, tendrá que acudir á Leipzig en busca de la de Keil. Si no quiere ó no puede, por falta de tiempo, enterarse de toda la inmensa balumba de comedias y autos del poeta, y prefiere una edicion de sus dramas selectos, se fatigará en vano, porque hoy es el dia en que, á pesar de tantas bocanadas de humo y tantos[p. vii] ditirambos en loor de nuestro gran poeta nacional, áun tiene casi intacta en sus almacenes la Real Academia Española la impresion de los dos primeros tomos de dramas escogidos de Calderon, que empezó á publicar en 1868, y que en vista de tal indiferencia del público, no ha pasado adelante. Bueno es ensalzar á Calderon y hacer versos y prosas en conmemoracion suya, y colgar de nuestros balcones retales de percalina, cual si se tratase de festejar la entrada de un héroe patriótico y libertador; pero áun fuera mejor leer y estudiar sus obras, y razonar un poco nuestras admiraciones à priori. Aunque nos duela decirlo, los mejores trabajos críticos acerca de Calderon, los de Schack, Rosenkranz y Schmidt, han salido de Alemania: el único texto críticamente impreso de una comedia suya le ha publicado un frances, así como ántes otros extranjeros vinieron á enseñarnos y á defender contra nuestros críticos que Calderon era un gran poeta, cuando aquí le teníamos por un bárbaro.

No todo se puede hacer en un dia, pero gran principio de remedio es conocer el daño. Y por eso entiendo que lo primero y más útil es popularizar la lectura de Calderon, para que el vulgo de las gentes, y áun el vulgo literario, no le juzgue de oidas y por adivinacion, sino atendiendo á lo que en sí mismo vale y significa. Por eso esta Biblioteca Clásica, ya que por su objeto y condiciones no puede honrarse con una edicion completa de D. Pedro Calderon de la Barca, publica hoy en cuatro volúmenes lo más selecto de su teatro, convenientemente ordenado y metodizado.

La ocasion parece oportuna para refrescar algunas ideas acerca del autor y de su mérito dramático.

[p. viii]

I.—Vicisitudes de la crítica calderoniana.

Calderon, de igual suerte que Lope, no obtuvo en su tiempo más que alabanzas, ni hay ejemplo de popularidad igual á la suya, como no sea la del Fénix de los ingenios. Y áun me atrevo á decir que fué más honda y sobre todo más duradera la de Calderon, como que á los erráticos vuelos y facilidad abandonada del padre de nuestro teatro sustituyó una concepcion dramática, si ménos ámplia y rica, más una y consistente, y asimismo más española, aunque más estrecha: tan española y tan del tiempo en que floreció, como que Calderon vino á ser el poeta nacional por excelencia: lauro honrosísimo, aunque se compre á costa de un poco de personalidad, y lauro tal que sólo suelen alcanzarle los autores de las primitivas epopeyas ó los ingenios afortunados que, como Dante, cogen una sociedad y una lengua en mantillas, y modelan á su gusto la literatura y la lengua. Pero el hacerse poeta popular cuando ya se ha fijado la lengua, y cuando la literatura de un pueblo ha llegado al punto culminante de su desarrollo, sólo suele alcanzarse por medio de la dramática; y como en el mundo andan siempre revueltos los bienes con los males, trae consigo (por lo general) á la vez que cierta abdicacion del sentir y del pensar propios, una triste sujecion á las formas convencionales y á los gustos del público, lo cual si hace al poeta personaje semi-sagrado entre los de su tiempo y raza, suele perjudicarle para lo futuro, sobre todo en el concepto de los extraños, y áun hacerle ininteligible, quitándole esa universalidad que da vida y juventud perenne á Shakespeare y á Cer[p. ix]vántes, por ejemplo. Algo de esta fatalidad pesa sobre Calderon, pero no del todo, puesto que de él se admiran por la crítica de todos los países las concepciones y los asuntos (indicio seguro de vigorosísimo entendimiento), aunque logre ménos aplauso la ejecucion, que así en los aciertos como en los lunares, es muy española y muy del siglo XVII, ya decadente.

Como quiera, repito que nuestro poeta fué gala, entusiasmo y regocijo de su siglo, no sólo durante su vida larga, quieta, serena y siempre honestamente ocupada, sino despues de su muerte, que produjo un verdadero duelo nacional, siquiera tomase éste formas más solemnes y graves que las que sirvieron para honrar la memoria de Lope. La escuela de éste áun habia experimentado lucha y contradicciones; pero en tiempo de Calderon la victoria del sistema dramático independiente, español y revolucionario podia juzgarse completa. Hasta los clásicos más recalcitrantes habian cedido, y con alto espíritu estético buscaban en la Poética del Stagirita defensa y justificacion para las audacias de nuestros dramáticos, y ensalzaban el teatro español en el concepto de arte naturalista, puesto que, entendido rectamente el principio de la imitacion ó mimesis, que sirve de fundamento á las enseñanzas de Aristóteles, claro es que implica no la mecánica imitacion de los modelos, sino la reproduccion de la naturaleza humana con toda la variedad y riqueza de contrastes y con la alternativa de lágrimas y de risas que ella en sí tiene, y que en la vida se muestra y desarrolla. De donde inferian que, siendo la comedia espejo de la vida humana, cumplian á maravilla con su objeto nuestros dramáticos, fieles pintores de la realidad histórica que sus ojos veian, y hábiles al par que valientes en la mezcla de los efectos cómicos y trági[p. x]cos. Tal es, en sustancia, la doctrina que en modo muy dialéctico y bien trabado expusieron el catedrático complutense Alonso Sanchez de la Ballesta, grande apologista de Lope de Vega contra las detracciones de Pedro de Torres Ramila, el licenciado Francisco de la Barreda en uno de los discursos que sirven de exornacion al Panegírico de Plinio (traido por él á nuestra lengua), y así otros muchos que fuera largo enumerar.

Sólo reparos morales pusieron algunos escrupulosos á las comedias de Calderon, como ántes á las de Lope y Tirso. Porque si es verdad que el autor de La vida es sueño y de El Príncipe constante, y de tantas otras joyas de la inspiracion cristiana, fué por lo general el más católico de todos los dramáticos del mundo, y aunque sea cierto de igual modo que áun en sus comedias de costumbres se abstuvo cuerdamente de las liviandades y desenfados que el fraile de la Merced habia consentido á su apicarada musa, tambien lo es que en esas mismas comedias y en sus dramas trágicos pagó largo tributo Calderon á las preocupaciones de su tiempo y de su sangre, y sobre todo á esa moral del honor, moral social y relativa, en muchas cosas opuesta á la moral cristiana y absoluta. De aquí no sólo tésis radicalmente inmorales como la de A secreto agravio secreta venganza, sino una lastimosa exageracion del espíritu vindicativo, duelista y de punto de honra. Cierto que pueden traerse circunstancias atenuantes. Así, verbi gracia, el sangriento castigo del adulterio muestra por su misma dureza y ferocidad la rareza de las infracciones, el espíritu patriarcal que aún imperaba en la familia castellana, y el dominio de la ley ética en la mayor parte de los corazones.

Pero es lo cierto que el teatro de Calderon pro[p. xi]movió ya en sus dias los escrúpulos de algunos varones timoratos, y él mismo hubo de defenderse en un papel dirigido al Patriarca de las Indias, alegando el mandato del Rey, que le hacía escribir para sus fiestas. Despues de su muerte, la aprobacion dada á la Verdadera Quinta Parte de sus comedias por el trinitario fray Manuel de Guerra y Ribera, aficionadísimo, como otros frailes de su tiempo, á los espectáculos dramáticos, promovió contestaciones y clamores, que en vano quiso acallar el mismo aprobante con su Apelacion al tribunal de los doctos, ocasion de nueva pelamesa, en que al fin vino á quedar por los calderonianos la victoria.

Censuras literarias no se hicieron de Calderon hasta el siglo XVIII. Iniciólas Luzan en su célebre Poética (1737), tenida generalmente por código del gusto frances, aunque debe más á los italianos, cuyas interpretaciones sutiles y menudas de Aristóteles aceptó por completo. Luzan anduvo harto duro con el teatro español, no tanto, sin embargo, como sus discípulos. Por lo comun, acierta en la parte negativa, y no hay más remedio que darle la razon cuando censura, por ejemplo, los anacronismos y los errores geográficos de los dramas históricos, ó cuando tilda en las comedias de capa y espada el abuso de unos mismos é inverosímiles recursos, los escondidos y las tapadas, las casas con dos puertas, las riñas y cuchilladas, y aquello de no tener las voces humanas acento propio y distintivo; ó bien cuando reprueba en todo el teatro calderoniano el vicioso lujo y pompa desconcertada de diccion, el hacinamiento de incoherentes alegorías y metáforas, y la intemperancia lírica que á lo sumo, y en los momentos en que el mal gusto de la época no le vicia del todo, no pasa de elegantissima luxuries.[p. xii] De otros reparos de Luzan no se hable, y téngase por dicho que no dejó de sacar á plaza contra Calderon las famosas unidades de lugar y tiempo, de la primera de las cuales ni rastro hay en la Poética de Aristóteles (como quiera que la extrema sencillez del drama griego excluia casi las mutaciones escénicas, ó, mejor dicho, tenía una escena tan ideal como el drama mismo), refiriéndose sólo de pasada, y no como precepto sino como recuerdo histórico, á la segunda, cuando dice que «la tragedia suele encerrarse en un período de sol ó le traspasa poco.»

Los amigos y los discípulos de Luzan insistieron en la parte más endeble de su crítica, olvidando las amplísimas concesiones que una y otra vez hace al alto ingenio y soberana fantasía del poeta. Por el contrario, para Nasarre, Montiano y Velazquez, para el mismo Moratin el padre, ingenio español de tan buena ley, Calderon no fué más que el segundo corruptor del teatro, un salvaje delirante, digno sólo de ser aplaudido por un pueblo de bárbaros. Y no pararon aquí sus diatribas y desdenes, sino que hallando eco en las regiones oficiales, lograron en 1763 la prohibicion de los Autos sacramentales, como ultraje á la religion y al buen gusto. ¡Y esto lo decian los ministros de Cárlos III y los abates volterianos, saturados de las heces de la Enciclopedia! Ni es de admirar que para los sectarios de una poética semi-mecánica y de una filosofía rastreramente sensualista fuesen letra muerta, y áun pudiesen equipararse con el apocalíptico libro de los siete sellos, las extrañas composiciones lirico-dramáticas con que nuestros vates ensalzaron el adorable misterio de la Eucaristía.

La intolerancia doctrinal se extendió hasta á las[p. xiii] composiciones profanas, y, con asombro mezclado de risa, leemos hoy que el despotismo administrativo de aquellos leguleyos vedó severamente, á fines del siglo XVIII, la representacion de La vida es sueño (quizá por haber en ella una rebelion triunfadora), la del Príncipe Constante, apoteósis del mártir D. Fernando, y El Gran Príncipe de Fez, compuesta en glorificacion de la Compañía de Jesus, motivo bastante para que la mirasen de reojo los que inicuamente habian expulsado á los hijos de San Ignacio.

Ni áun los críticos de más larga vista entre los de siglo pasado, D. Pedro Estala, por ejemplo, que en los discursos preliminares á sus traducciones, harto olvidadas, del Edipo Tirano de Sófocles, y del Pluto de Aristófanes, tan perfectamente atinó con el verdadero carácter de la tragedia y de la comedia griegas, y declaró aquel teatro admirable pero no imitable, por corresponder á un estado social y á una concepcion religiosa tan diversos de los nuestros, no acertó á desprenderse de los resabios de preceptista en sus juicios acerca de nuestro teatro, ni á hacer más alto elogio de Calderon que el de estimarle como felicísimo constructor de intrigas dramáticas, hábil en la trama y en el enredo hasta el punto de empeñar poderosamente (aunque con interes algo pueril, semejante al que resulta de descifrar un enigma ó una charada) la atencion de los espectadores. Y con crítica todavía ménos elevada y frase que raya con lo ridículo, habló del travieso Calderon nuestro eximio latinista Sanchez Barbero. ¡Y áun creeria pecar de tolerante aplicando la categoría de travesura al sublime ingenio que acertó á vestir de forma dramática el problema de la razon y del libre albedrío, los triunfos de la fe y de la gracia, los furores y desatada tempestad de los celos!

[p. xiv]

Pero miéntras esto pasaba en España, una reaccion profundísima, y guerra declarada contra el sistema dramático frances, se habia iniciado en Alemania con la Dramaturgia de Lessing, y la victoria iba quedando por los innovadores, de quienes vino á ser poderoso auxiliar aquel renacimiento de toda conciencia nacional que respondió, como protesta, á las conquistas napoleónicas. Comenzaron á ponerse en boga las literaturas indígenas, populares y espontáneas, y tanto más, cuanto más radicalmente se apartaban del arte convencional, académico y ceremonioso de los franceses. Tras de Lessing, con sus nuevas interpretaciones de la Poética de Aristóteles y sus ideas de tragedia realista y bourgeoise, vino Herder popularizando las canciones nacionales de muy diversos tiempos y países. Traspasó los límites de Inglaterra la devocion shakespiriana, y los dramas históricos del gran poeta inglés, sus crónicas en verso, con toda su animacion, movimiento y lujo de episodios, revivieron gloriosamente en el Goetz de Berlichingen, vigorosísima pintura rústica y familiar de los últimos dias de la Edad Media, y en el Campamento de Vallenstein de Schiller. Hizo Guillermo Schlegel el paralelo entre el Hipólito de Eurípides, y la Fedra de Racine, mostrando cuánto difiere la casta sencillez de la tragedia antigua (aunque se la considere en el último y más retórico de sus modelos, en el que más tributo pagó al sentimentalismo enervador y á los recursos patéticos) del arte peinado y relamido de los salones de Versalles.

Así nació el romanticismo aleman, cuyo poeta fué Tieck, y cuyos legisladores son los dos Schlegel, á quienes nos complacemos en citar, á pesar del amargo dejo que en los ánimos de nuestra generacion han dejado las humorísticas chanzas de Henrique[p. xv] Heine. Pero nunca las chanzas fueron argumentos, ni es el humorismo sistema crítico, sino estado subjetivo, fisiológico y á veces patológico, del espíritu que ve las cosas por un sólo aspecto, y hace víctima de sus caprichos de un dia al objeto del conocimiento. Y diga lo que quiera Heine (cegado además por su odio á todo género de restauracion católica), áun está por escribirse el libro que pueda sustituir, ni en la alteza de miras, ni en lo delicado del sentimiento estético, á las Lecciones de literatura dramática de Guillermo Schlegel. Miéntras otros le zahieren (sin perjuicio de saquearle), séanos lícito tenerle por una de las piedras angulares de la crítica moderna. Hoy son vulgaridades muchos de los principios que allí por primera vez se consignaron. ¿Qué triunfo más glorioso para un libro de crítica?

Todo el Curso de Schlegel está encaminado á la glorificacion de Calderon; aunque sólo en el último capítulo se trata de él ex-professo. Pero el autor no le olvida nunca, ni al hablar de la tragedia griega, ni al discurrir acerca de Shakespeare, ni al maltratar á Molière. Todas las formas dramáticas le parecen imperfectas y una como preparacion para aquella forma más alta, en que se resuelve de un modo firme y sereno el enigma de la vida humana. Al coronar con ella su edificio histórico, abandona Schlegel el tono de la crítica y prorrumpe en el más entusiasta ditirambo.

¿Era fundada del todo esta admiracion? En primer lugar, Guillermo Schlegel, y lo mismo su hermano Federico, que con ménos elocuencia desarrolló las mismas ideas en su Historia de la literatura antigua y moderna, desconocia casi en absoluto todo el teatro español anterior á Calderon y contemporáneo[p. xvi] de él. De aquí el mirarle como un solitario coloso, y atribuirle todas las perfecciones y excelencias de una escuela, y poner en su cabeza la gloria de toda una literatura. Además, lo que Schlegel admira, sobre todo, en Calderon es el vigor sintético del ingenio, la grandeza de las concepciones, el espiritualismo cristiano vivo y prepotente, lo recto y justiciero del sentido moral, cualidades que en mucha parte debió Calderon á haber nacido español y católico y en el siglo XVII. Pero ¿cómo se le habia de ocultar á Schlegel que, así el sereno idealismo de Sófocles como el ardiente naturalismo shakespiriano, puntos extremos, é igualmente admirables, del arte, vencen al drama calderoniano en lo perfecto de la ejecucion, en lo eterno y universal de las situaciones y de los caracteres, en la intensidad y en lo verdadero de los afectos; viniendo á ser nuestro teatro (y especialmente el de Calderon) dentro del drama romántico é independiente, algo parecido á lo que es dentro del teatro clásico la tragedia francesa, mutatis mutandis et servatis servandis, es decir, con la ventaja en el nuestro del poderoso aliento nacional que le informa y da vida, haciendo olvidar, cuando se le mira de léjos, faltas y aberraciones de gusto, ligerezas de ejecucion, y aquella poética menuda y caprichosa, que todo lo reglamentaba no ménos arbitrariamente que la de las tres unidades?

Ni fué sólo de los románticos el entusiasmo por Calderon. Sintióle el mismo Goethe, que llegó á ensalzar no sólo las bellezas sino los desaciertos del gran poeta, y tuvo palabras de encomio hasta para la Hija del aire, verdadero monstruo dramático, en que nada hay bueno sino el carácter ideal y fantástico de la protagonista, cuyo carácter se quedó en[p. xvii] gérmen como otros muchos de Calderon. Ni hemos de olvidar tampoco que uno de los más grandes poetas ingleses, émulo de Byron, corifeo de la escuela satánica, cantor de la victoria de Demogorgon contra Júpiter, tradujo en hermosos versos ingleses (¡rara eleccion de original para un poeta ateo!) las mejores escenas de El Mágico prodigioso.

En Alemania se multiplicaron las versiones, dando el ejemplo con las suyas, ménos literales que poéticas, Guillermo Schlegel. Hasta en la cristiandad protestante logró fervorosos admiradores el más católico é inquisitorial de los poetas. La devocion de la Cruz, que extasiaba á Hoffman, llegó á hacerse drama popular entre los devotos. Y al mismo tiempo, los sectarios de escuelas filosóficas no poco reñidas con la ortodoxia, verbi gracia, los hegelianos, diéronse á estudiar profundamente á Calderon á título de poeta simbólico, que en sus obras habia encarnado y manifestado peregrinas y encumbradas ideas. A esta escuela crítica, que tanto exageró el predominio de la idea sobre la forma, corresponde el estudio de Cárlos Rosenkranz acerca de El Mágico prodigioso, monografía hoy mismo estimable, aunque el autor extrema las semejanzas entre la obra que analiza y el primer Fausto de Goethe.

De Alemania han salido tambien los dos mejores trabajos históricos acerca de Calderon: el de Schack en su Historia del teatro español, y sobre todo el de Federico Guillermo v. Schmidt, publicado en 1857 (en Elberfield) por su hijo Leopoldo. En esta obra se examinan una por una, y con muy loable escrupulosidad, todas las comedias de Calderon y algunos de sus autos.

En España ni siquiera se ha traducido este libro, cuanto más hacer otro mejor. Pero aunque tarde,[p. xviii] hemos caido en la cuenta de que Calderon era un gran poeta, cuando ya toda Europa le tenía por tal.

Con todo eso, y á despecho de los menosprecios de la crítica, habian conservado intacta su reputacion, y eran representados, con universal aplauso de nuestros padres, dramas de Calderon tan románticos como El Tetrarca de Jerusalem. Los mismos críticos de la escuela dominante acabaron por dar cuartel á las comedias de capa y espada, y de ellas se insertó razonable número (acompañadas de discretas observaciones) en la Coleccion general de comedias escogidas, impresa en Madrid por los años de 1827, y en que entendieron, con criterio bastante moderado y ecléctico, Gorostiza, García Suelto y algunos más.

Por otra parte, la revolucion romántica que iniciaron Böhl de Faber en Cádiz, y Aribau y Lopez Soler en Barcelona, y á la cual con más timidez ayudó D. Alberto Lista (en sus Lecciones de literatura dramática pronunciadas en el Ateneo de Madrid, y luégo en los artículos sueltos coleccionados hoy con el título de Ensayos literarios) contribuyó á restaurar en España los altares de Calderon, y á popularizar, aunque de un modo poco científico, algunos de los resultados de la crítica de los Schlegel. Desde entónces sonó el nombre de Calderon, como nombre de batalla, entre los románticos, y algunos le imitaron, no infelizmente, en el teatro; pero á esto y á panegíricos vagos se redujo todo el incienso que España quemó en sus aras. Gracias á la diligencia del Sr. Hartzenbusch, poseemos, coleccionado en cuatro volúmenes de la Biblioteca de Autores Españoles, el teatro de Calderon, si bien este texto no ha de darse por definitivo ni está exento de reparos. Quizá el Sr. Hartzenbusch no acertó siempre en dejarse guiar por el texto de Vera Tássis, reproducido por[p. xix] Apontes y por Keil, sobre todo cuando existian manuscritos ó ediciones hechas en vida del poeta, que nos pueden dar, si no la letra primitiva del drama, á lo ménos una leccion no tan alterada por ignorantes histriones y famélicos impresores. El prólogo que el Sr. Hartzenbusch puso á su edicion es elegante é ingenioso, pero algo tímido en las conclusiones. En las notas hay cosas útiles, sobre todo para la cuestion cronológica: el resto está tomado de otros comentadores.

De los Autos sacramentales disertó admirablemente D. Eduardo Gonzalez Pedroso, nombre de dulce recuerdo entre los católicos españoles; y más adelante dijo algo el Sr. Canalejas, aunque con ciertos resabios panteísticos, que hubieran escandalizado no poco al reverendo y cristiano poeta, si por dicha hubiese acertado á levantar la cabeza.

Trató de las tres ideas fundamentales del teatro calderoniano el Sr. D. Adelardo Lopez de Ayala en su discurso de recepcion en la Academia Española, y lo hizo por modo fácil y brillante, pero sin descender á pormenores. Tampoco puede sacarse mucho jugo de las ilustraciones del Sr. Escosura á la edicion académica de Calderon, y no porque les falte lucidez y órden, sino porque el editor apénas puso nada de su cosecha, limitándose á reproducir las ideas que en el vulgo literario corren acerca de Calderon.

Tratemos nosotros de aprovechar brevísimamente los resultados de toda esta labor crítica.

[p. xx]

II.—El hombre, la época y el arte.

Poco sabemos de la vida de Calderon: achaque comun en las biografías de nuestros mayores ingenios, máxime de los dramáticos. Si exceptuamos á Lope, con cuyas obras impresas y manuscritas (que así y todo no son más que una tercera parte escasa de las que brotaron de su fecundísima pluma) puede tejerse una cumplida cronología literaria, y que además nos dejó en larga serie de epístolas al Duque de Sessa raras y lastimosas confidencias acerca de su vida familiar, ¿qué es lo que podemos afirmar de cierto y averiguado respecto de Tirso, Moreto y Rojas? ¿De la vida ante-claustral del primero y áun de su vida monástica, de su carácter é inclinaciones, qué sabemos, como no sea por induccion y conjetura? ¿Qué ha hecho la crítica acerca de Moreto sino desbrozar de malezas el campo, y condenar á perpétuo olvido las invenciones de poetas y novelistas, ó de biógrafos más inventivos y fantásticos que los noveladores? De Rojas ni áun sabríamos á ciencia cierta la patria, si no hubiesen parecido sus informaciones para el hábito de Santiago. Y la misma biografía de Alarcon, maravilloso libro de D. Luis Fernandez-Guerra, es ántes que todo un tour de force, un libro de reconstruccion histórica, en que á los hechos documentalmente comprobados, que son pocos, se mezclan y entretejen, con habilidad inaudita, las probabilidades, inducciones y conjeturas basadas en el estudio profundo de la época.

Ni sobre Calderon nos dan mucha luz las escasas biografías de él que corren impresas, pues casi todas adolecen del gusto gárrulo y pedantesco de fines[p. xxi] del siglo XVII, y ahogan pocas noticias en un mar de palabras: así la Fama Póstuma de Vera Tássis, como el Obelisco fúnebre de D. Gaspar Agustin de Lara, en que apénas acierta uno á decidir cuál es peor, los versos ó la prosa. Algun dato acerca de su familia puede rastrearse en la Genealogía de la casa de Calderon, que ordenó el P. Gándara, ó en los Hijos de Madrid de Álvarez Baena; pero lo personal del poeta se reduce á bien poco. Ni han remediado esta penuria los modernos, más atentos á las obras de Calderon que al personaje mismo.

Y si algo han querido añadir, ántes es daño que provecho, y más bien extravío de la crítica que nueva luz: de tal modo se han confundido y trastrocado las especies. Así el Sr. Hartzenbusch (quem honoris causa nomino), dejándose guiar por la opinion de D. Jorge Díez, director de cierto colegio de Sevilla, imprimió como de Calderon un romance, en que éste declara á una dama su calidad y condiciones y le refiere su vida, en términos demasiadamente alegres y más de pícaro que de caballero. Hanse sacado de aquí torcidas inducciones sobre el carácter de nuestro dramaturgo; y sin embargo, ese romance no es de Calderon, sino de un maleante ingenio sevillano á quien decian D. Cárlos Cepeda y Guzman, el cual en un códice de sus obras (que examinó y extractó Gallardo) le dejó escrito de su mano.

Yéndonos á lo cierto y positivo, comencemos por afirmar que Calderon era oriundo del nobilísimo y antiguo solar de la Barca, en las Astúrias de Santillana, hoy Montaña de Santander, siéndole comun esta oriundez montañesa con otros ingenios de los que más ilustran nuestro Parnaso, vg., el Marqués de Santillana, Lope de Vega y Quevedo. Y tambien[p. xxii] fué desgracia para nosotros (aunque tantas veces se ha repetido, que parece indicar especial y oculta disposicion de la Providencia el que salgan de nuestra tierra, no los vencedores de reyes moros sino los padres y engendradores de tales victoriosos héroes) el que D. Pedro Calderon de la Barca Henao de la Barreda y Riaño, apellidos todos de alcurnia cántabra, no viera la luz en nuestros montes ni en nuestras marinas, sino en la villa de Madrid el 17 de Enero de 1600. Y como si Dios le hubiera destinado á ser por excelencia el poeta del siglo XVII, le vivió casi entero hasta 1680, y en su vida, que nada tuvo de excepcional ni de novelesco, se atemperó naturalmente y sin violencia á cuanto aquella época exigia de un caballero cristiano y español, logrando así vivir en paz con su siglo y con su raza. ¡Mérito singular y para admirado cuando recae en un ingenio de tal temple!

Fué Calderon discípulo de los jesuitas en el colegio Imperial, y siempre les profesó amor entrañable, como lo demuestra la comedia de El Gran Príncipe de Fez, Don Baltasar de Loyola. Pero que en sus estudios no pasó de la gramática (entendida esta palabra en su más ámplio sentido) ó de las humanidades (como se decia entónces con vocablo más general), parece asimismo indudable. Nadie ha probado hasta ahora (ya que no son prueba leves presunciones) que Calderon cursara en tiempo alguno las aulas salmantinas, estudiando en ellas derecho civil y canónico, por más que lo digan sus biógrafos. Y en cuanto á su teología tan ponderada de los Autos sacramentales, tampoco excede el nivel comun de la cultura de los españoles de aquella edad, y áun puede calificarse de teología para uso de las gentes de mundo, inferior de seguro á los conoci[p. xxiii]mientos que lograba el ménos aventajado de los discípulos de Bañez, de Domingo de Soto, de Molina ó de Suarez.

Desde 1619 á 1625 Calderon parece haber residido en Madrid, como caballero de capa y espada, sin empleo ni profesion especial. Comenzaba á escribir comedias, aunque de seguro exagera Vera Tássis cuando afirma que ya entónces tenía ilustrados los teatros de España. No sólo Lope sino Montalban y otros de segundo órden alcanzaban en aquellos dias más alta fama que Calderon, por más que el ingenio lozano y juvenil de éste gallardease con honra en certámenes y justas poéticas, vg. en las celebradas con motivo de la beatificacion y canonizacion de San Isidro, mereciendo elogios de Lope en el Laurel de Apolo, y de Montalban en el Para-Todos.

Pasaba Calderon por bravo y pendenciero, y de algun lance suyo de 1629 tenemos noticia. Consta que entónces persiguió, espada en mano, á un famoso comediante, que decian Pedro de Villegas, el cual alevosamente habia herido á un hermano del poeta. Y fué tan grande la porfía de los deudos de uno y otro, que el Villegas hubo de buscar refugio en la iglesia de las Trinitarias, dando ocasion á que la justicia, que le perseguia, violase la clausura con no pequeño escándalo. Y no paró aquí el ruido, sino que habiendo aludido al lance el predicador Fr. Hortensio Paravicino (célebre entre los corruptores del buen gusto en el siglo XVII), vengóse Calderon en el Príncipe Constante, llamando sermones de Berbería á los suyos, de lo cual resultaron quejas y reclamaciones del fraile, y áun prision para el poeta.

Todo esto lo pusieron en claro Hartzenbusch en una Memoria de la Biblioteca Nacional, y Molins en[p. xxiv] su libro de La sepultura de Cervántes, y todo ello parece que invalida la relacion de Vera Tássis, á tenor de la cual Calderon en 1625 fué á militar en el Estado de Milan, y allí y en Flándes permaneció hasta 1635. Pero si hay error en las fechas y hemos de rebajar algo del tiempo que se asigna á las campañas de Calderon, que fué soldado no tiene duda, y que en los campamentos adquirió aquel conocimiento de la vida y tipos militares que le ayudó á crear las enérgicas figuras de D. Lope de Figueroa, del Sargento, de Rebolledo y de la Chispa.

Valiéronle sus servicios bélicos el hábito de Santiago, y del valor que ardia en su pecho no puede dudarse, ya que le vemos en 1640, en el punto culminante de sus triunfos dramáticos, apresurar la conclusion de su comedia Certámen de amor y celos, (que habia de representarse en una funcion real) para poder seguir á las Órdenes Militares en la campaña de Cataluña: lo cual le valió treinta escudos de sueldo al mes, con cargo al capítulo de artillería. Y áun le vemos enviado por el Marqués de la Hinojosa, desde Tarragona á Madrid, con cierta comision, nada literaria, relativa al cange de prisioneros.

Pero todo esto no es más que un episodio en la biografía de Calderon, por más que contribuyera á darle la saludable educacion de la vida activa. Las aficiones artísticas se sobrepusieron en él á todo otro impulso, y fué poeta áulico y cortesano por espacio de más de cuarenta años. Así las fiestas reales del Buen Retiro, como las representaciones eucarísticas que con inusitado esplendor celebraba la villa de Madrid, dieron norte y empleo á su portentoso númen.

En 1651 se ordenó de sacerdote, y sin duda con[p. xxv] vocacion sana y entera (digna corona de tan honrada vida), pues así como de Lope sabemos despues livianas aventuras, en el nombre de Calderon jamás acertó á poner mancha el odio de sus más encarnizados enemigos.

Calderon sacerdote tuvo ciertos escrúpulos de seguir dando culto á las musas dramáticas, y no escribió más que para los teatros públicos; pero halló él, ó escogitaron sus admiradores, una ingeniosa capitulacion de conciencia: el mandato real, que le obligaba á escribir para sus fiestas y solemnidades palacianas. Así honestó (son sus palabras) los decoros de su nuevo estado, aunque ciertos devotos le murmurasen, y esta murmuracion le perjudicara para nuevos adelantos en su carrera eclesiástica. «Si esto es bueno (decia Calderon), no me obste; y si es malo no se me mande.»

Con todo eso, Calderon llegó á ser capellan de honor de Palacio y capellan de los Reyes Nuevos de Toledo, sin otras mercedes de menor cuantía. Y tranquilo y respetado por todos, se durmió tranquilamente en el Señor el 25 de Mayo de 1681, dejando por heredera á la venerable Congregacion de Presbíteros naturales de Madrid, que en la iglesia de Salvador instituyó aniversario perpétuo por su alma.

Fué Calderon fecundísimo escritor, como casi todos nuestros ingenios del siglo XVII. Además de sus ciento veinte comedias (punto más ó punto ménos) y de sus ochenta Autos sacramentales (tambien en número redondo) y de sus entremeses y piezas cortas (que no es fácil reducir á número, porque de la mayor parte ni áun quedan los títulos), compuso un tratado en defensa de la nobleza de la Pintura, otro en defensa de la comedia, un poema sobre el Diluvio universal, un Discurso de los cuatro Novísimos (todo[p. xxvi] ello perdido) y algunas poesías líricas, de las cuales la más notable es un romance impreso en los Avisos para la muerte, no siendo tampoco indigno de memoria el Discurso poético sobre la inscripcion Psalle et sile del coro de la catedral de Toledo. Tambien es de Calderon, aunque estampada á nombre de D. Lorenzo Ramirez de Prado, la relacion de la entrada de la Reina Doña Mariana de Austria en Madrid, el año 1649.

Para la posteridad, Calderon sólo vive como dramático. Su misma genialidad lírica, que era poderosa, se derramó casi exclusivamente en sus obras teatrales. Por desgracia, nunca formó coleccion de ellas, y aunque la mayor parte han llegado á nosotros, mucho es de lamentar el verlas tan desfiguradas. Y gracias que sabemos con certeza, por declaracion del mismo poeta en carta al Duque de Veragua, las que realmente son suyas y las que malamente se le atribuyeron. Los títulos de las que él dió por legítimas pueden verse á continuacion de esta advertencia, donde asimismo cuidaremos de advertir las que faltan en la coleccion de Vera Tássis, las que éste añadió y las que figuran sólo en la edicion del Sr. Hartzenbusch. Como muestra de la poca confianza que todos los textos hoy conocidos infunden, baste decir que Calderon no revisó (segun parece) ninguno de ellos, ni siquiera los de algun tomo de Comedias escogidas de varios autores de que fué aprobante, y que su hermano D. José y su amigo Vera Tássis cuidaron de lo restante, siguiéndoles ciegamente Apontes y Keil. Los Autos se imprimieron con más esmero, porque poseia los originales la villa de Madrid, y hay de ellos dos tolerables y no raras ediciones de 1717 y de 1759.

Tan escasos datos, que además hemos compen[p. xxvii]diado en todo lo posible, bastan á dar idea de la fisonomía moral del poeta, mostrándole español á toda ley, cristiano fervoroso hasta parar en el sacerdocio, caballero por sangre y por educacion, bizarro soldado en sus floridos abriles, algo estudiante, y por cifra de todo, poeta palaciano y poeta popular á la vez, favorito de los reyes y de la muchedumbre: amalgama imposible de lograr en otro estado social que no hubiera sido el de España en el siglo XVII.

En aquella sociedad, heredera fiel de las tradiciones y de los impulsos del siglo anterior, sobre el principio monárquico, sobre el principio aristocrático, sobre toda consideracion terrena y toda grandeza de este mundo, se alzaba puro é inmaculado el principio religioso, libre de toda mezcla de herejías y novedades. Él sólo servia de lazo entre gentes divididas en todo lo demas, por raza, lengua, fueros y costumbres. A todos los unia y congregaba aquel ardiente catolicismo español que, al espirar la Edad Media, aún tenía el brazo teñido en sangre mora y acababa de expulsar á los judíos. Y cuando llegó la pseudo-reforma, terrible protesta del espíritu germánico contra la Unidad latina, España se convirtió en adalid de la Europa meridional, y luchó, no por sus intereses temporales, sino en contra de ellos, en Flándes, en Alemania y en los mares de Inglaterra, cuándo con próspera, cuándo con adversa fortuna, pero haciendo retroceder siempre la oleada septentrional dentro de los diques que desde entónces no ha traspasado, y salvando las dos penínsulas hespéricas, y á Francia misma, del contagio luterano. Verdad es que quedamos pobres, desangrados y casi inermes; pero sólo un criterio bajamente utilitario puede juzgar por el éxito las grandes hazañas históricas, y la verdad es que no hay ejemplo de mayor[p. xxviii] abnegacion ni de más heroico sacrificio por una idea, que el que entónces hicieron nuestros padres. Ríanse en buen hora los políticos y economistas; pero entre las grandezas marítimas de Inglaterra bajo el cetro de la Reina Vírgen, y el lento martirio y empobrecimiento de nuestra raza, que tan desinteresadamente fué brazo de la Iglesia durante dos siglos, toda alma que sienta el entusiasmo de lo bello y de lo noble no dudará en conceder la palma á los nuestros. Verdad es que en todos aquellos épicos y caballerescos alardes se mezcló algo de orgullo nacional, ciego y exclusivo; pero áun éste nacia de noble orígen, puesto que no nos creíamos raza predestinada á mandar ni teníamos á los demas por siervos nacidos á obedecer, sino que todo lo referíamos á Dios como á su orígen y principio, reduciéndose toda nuestra jactancia nacional á pensar que Dios, en recompensa de nuestra fe, nos habia elegido, como en otro tiempo al pueblo de Israel, para ser su espada en las batallas y el instrumento de su justicia y de su venganza contra apóstatas y sacrílegos, por donde cada uno de nuestros soldados, en el hecho de ser católico y español, venía á creerse un Júdas Macabeo. Este sentimiento anima algunas de las más bellas inspiraciones líricas del buen siglo, desde aquel valentísimo soneto de Hernando de Acuña:

Ya se acerca, Señor, ó ya es llegada

La edad dichosa en que promete el cielo

Una grey y un pastor sólo en el suelo,

Por suerte á nuestros tiempos reservada:

Ya tan alto principio en tal jornada

Nos muestra el fin de vuestro santo celo,

Y anuncia al mundo para más consuelo

Un monarca, un imperio y una espada...

[p. xxix]hasta las hermosas octavas del capitan Francisco de Aldana:

¡Diestra, diestra de Dios! ¡ay, cómo aguardas,

Multiplicando en ira lo que tardas!

Y el sentimiento católico es el alma de toda nuestra cultura y de nuestras grandezas en aquel período, y no sólo daba aliento á los héroes que sucumbian en las marismas de Holanda, ó que daban caza á los piratas ingleses, sino á aquellos otros conquistadores que en América y en Asia y en Oceanía domeñaban razas incógnitas y bárbaras, y á los frailes que entre ellas difundian la luz de la fe y la ciencia de nuestras escuelas, y á los teólogos que en Trento eran valladar fortísimo contra las pretensiones de los reformistas, y á los que en Inglaterra restauraban el culto católico y reformaban las Universidades bajo los auspicios de la buena reina María, y á los que dentro de nuestra casa escogitaban (en oposicion al impío predestinacionismo calvinista) el sistema teológico más favorable á la libertad humana entre cuantos se han imaginado para explicar las relaciones entre la gracia y el humano albedrío; y á los que creaban y organizaban sobre la amplísima base del orígen divino del poder el derecho natural y de gentes, matando el cesarismo pagano de los leguleyos; y á los místicos y ascéticos que con toda la opulencia de la lengua castellana penetraban en los arcanos de la ontología y de la psicología, y de otra ciencia más alta y soberana que se ha atrevido á explicar en lengua terrena cómo el hombre llega casi á ser Dios por participacion; y á los reformadores de las órdenes religiosas, y á los fundadores de otras nuevas, y á los inquisidores que con serenidad de conciencia fulminaban sentencia contra los heresiarcas, y al pueblo que acudia gustoso y[p. xxx] en tropel á los autos de fe, sin que la más leve sombra de duda enturbiase aquellas conciencias, y á los poetas que en romanceros y cancioneros sagrados daban voz y cuerpo y formas, graciosísimas y variadas, á la devocion popular, y que en los Autos sacramentales llegaban, por caso único en todas las literaturas del mundo, á crear un drama exclusivamente teológico, nuevo y peregrino testimonio de ardiente devocion al adorable misterio de la presencia sacramental, bárbaramente negado por Carlostadio y demas herejes del Norte.

Quien entienda de otro modo la historia española del siglo XVI y quiera explicarla por mezquinos intereses humanos, perderá lastimosamente su tiempo. Era España un pueblo, no ya de católicos, sino de teólogos, y esto es la sola clave para penetrar en el embrollado laberinto de aquellos gloriosos anales y trabar racionalmente los hechos.

Al lado de eso ¿qué importa lo demas? España era pueblo muy monárquico, pero no por amor al principio mismo ni á la institucion real, no con aquel irreflexivo entusiasmo y devocion servil con que festejaron los franceses el endiosamiento semiasiático de la monarquía de Luis XIV, sino en cuanto el Rey era el primer caudillo y el primer soldado de la plebe católica como Cárlos V, ó el prudente consejero del partido ortodoxo en Europa como Felipe II, para quien no imaginaban sus panegiristas mayor gloria que la de ser en los concilios presidente, cuando rotos los lazos de esta vida mortal, llegara él á ser venerado en los altares. Más adelante, y con la decadencia de España, este amor que inspiraron los grandes monarcas del siglo XVI, llegó á trocarse (al mismo tiempo que la heredada grandeza venía á ménos en sus débiles sucesores) en[p. xxxi] algo más ideal, fantástico é hiperbólico, como es de ver en nuestros dramáticos, sobre todo en Rojas.

Pero del Rey abajo, ninguno. En aquella sociedad apénas habia clases, y más que monarquía debia llamarse democracia frailuna. A ello contribuian la sencillez cenobítica y austera de que los mismos reyes, sobre todo Felipe II, dieron larga muestra; el modo de vivir áspero y duro: la general pobreza; la anulacion absoluta de la aristocracia desde que el cardenal Tavera la arrojó de las córtes de Toledo; el predominio de la Iglesia, que abriendo sus puertas á todo el mundo, lo igualaba todo; y aquella profusion de conventos y universidades, de donde los más humildes y plebeyos llegaban, en fuerza de sus letras y de su teología y cánones, á las mitras y á las togas, y al confesonario y á los consejos del Rey. Por otra parte, expulsados los judíos y los moros, y triunfantes los anticristianos estatutos de limpieza, todo cristiano viejo se creia, por serlo, igual al más encopetado magnate. La hidalguía era patrimonio comun, y provincias enteras del Norte de España se jactaban de poseerla. En la Edad Media se ganaba á lanzadas contra los moros. En el siglo XVI fué uso conquistarla lidiando contra turcos y luteranos, ó conquistando fabulosos imperios y descubriendo y cristianizando regiones incógnitas en América.

Siempre andan en el mundo revueltos los bienes con los males, y así este mismo espíritu aventurero y heroico y esta misma igualdad, cristiana en su raíz y fundamento, nos hizo mirar con menosprecio, y á veces con odio, las artes mecánicas y la industria y el comercio, dejó abandonados y silenciosos nuestros talleres y nuestras lonjas, y nos hizo súbditos de mercaderes extraños, á quienes fué á enriquecer, sin provecho nuestro, el oro de las vírgenes[p. xxxii] entrañas del Nuevo-Mundo. Toda riqueza fué aquí pasajera y advenediza: faltó clase media, y aquel vivir al acaso y fiarlo todo de la fortuna, puso en más de una ocasion al caballero á dos dedos del pícaro, aventurero tambien y conquistador á su modo.

Pero con todos sus lunares (¿y qué época no los ha tenido?), ¿quién dudará de las grandezas de aquella civilizacion? Hasta el nivel intelectual estaba muy alto, si no por lo que toca á la exacta comprension de las leyes de la naturaleza y á las ciencias basadas en el cálculo y en la experimentacion, por lo ménos en la teología dogmática y en la filosofía, que no eran patrimonio exclusivo de gente curtida en las aulas, sino alimento cotidiano del vulgo, espectador de los Autos Sacramentales, que nutria su entendimiento y apacentaba su fantasía con aquel sublime y complicado simbolismo, con aquella cristiana armonía, con las continuas reminiscencias de sucesos y personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, de la historia eclesiástica y profana, de la mitología y de los clásicos, con extrañas sutilezas, distinciones y silogismos, y con públicas discusiones acerca de la gracia y el libre albedrío, la predestinacion y el valor de las obras.

El arte que á tales impulsos respondia era el arte popular por excelencia, el arte dramático, antiquísimo y glorioso en España. Vémosle nacer á la sombra del templo ó en el templo mismo, y su primer vagido es una representacion devota, el Misterio de los Reyes Magos, descubierto en un códice de la Biblioteca Toledana. En toda la Edad Media continúa en auge el teatro litúrgico, y aunque escaseen los monumentos escritos, acreditan la existencia de tales representaciones los registros de los cabildos[p. xxxiii] y los libros de cuentas de las catedrales, juntamente con las leyes que, al discernir las representaciones que los clérigos pueden hacer y aquellas otras de que deben abstenerse, acreditan que al lado del drama religioso comenzaba á surgir otro profano y satírico, los juegos de escarnio, de que ya se habian valido en mengua y depresion del estado eclesiástico, y como fácil vehículo para la propaganda de sus heréticas doctrinas, los Albigenses de Leon: de lo cual bien amargamente se queja el Tudense. Con los albores del Renacimiento asoma la imitacion de las formas y de los asuntos clásicos, primero en Cataluña, luégo en Castilla. Ciérrase la Edad Media con un monumento singular y admirable, en que la verdad humana, así en lo trágico y apasionado como en lo cómico y groseramente realista, se ostenta con tal vigor y crudeza y con tal variedad de tonos y con tan estupendo poder característico, que en vano fuera buscar otro mayor ejemplo ántes de Shakespeare. Pero la incomparable Celestina, espejo de lengua castellana, no influyó, en parte por su perfeccion misma, en parte por sus condiciones de obra irrepresentable, tan directamente como hubiera podido creerse, en los progresos del teatro; dado que no bastan maravillas aisladas para invertir el órden natural y graduado desarrollo de una literatura. Así es que nuestra dramática, áun despues de aquel gigantesco esfuerzo, continuó balbuciendo pastoriles coloquios en las Églogas de Juan del Encina, y sólo por intervalos alcanzó en Lúcas Fernandez (insigne en la pintura de costumbres villanescas ó en donaires de ermitaños y santeros) la enérgica inspiracion y el delicado sentimiento que abrillantan algunas escenas del Auto de la Pasion. Más variedad y riqueza hay en Gil Vicente, que alguna vez, en sus[p. xxxiv] obras portuguesas, v. gr., en la Farsa de Inés Pereira, presentó verdaderos esbozos de comedia de carácter, y que ensayó además el drama novelesco con asuntos tomados de los libros de caballerías. Dieron alimento y estímulo los dramáticos italianos al extremeño Torres Naharro, verdadero padre de la comedia de capa y espada en la Himenea y en la Serafina, facilísimo dialoguista en la Tinelaria y en la Soldadesca, que sin argumento propiamente dicho, y siendo rosarios de escenas sueltas, empeñan sabrosamente la atencion: tal es el desenfado, movimiento y sal mordicante de algunos pedazos. Siguen con ménos talento las huellas de Torres Naharro, Jaime de Huete y otros muchos, á la vez que se multiplican las imitaciones de la Celestina, todas inferiores á su modelo. El teatro religioso se seculariza hasta cierto punto, y sale del templo á la plaza: sus creaciones eclipsan á las del naciente teatro profano: nada más delicado que la Representacion del encuentro de Jesus con los discípulos que iban al castillo de Emaus, compuesta por Pedro Altamirando: nada más delicado que el Auto de las Donas, el de la Oveja perdida y el de los Desposorios de Cristo. Ni valen ménos las representaciones de Sebastian de Horozco, y la Obra del Pecador de Bartolomé Aparicio. En aquella mezcla y confusion de elementos, que luégo habian de armonizarse en el genuino teatro español, unos se inclinan á la imitacion de la tragedia clásica, otros refunden comedias italianas, aderezándolas con pasos é intermedios jocosos de propia invencion y de costumbres nacionales, en cuyos arreglos fueron insignes Lope de Rueda y Juan de Timoneda: otros, los ménos, buscan con poderoso instinto naturalista una forma de tragedia moderna, áun tratando asuntos de la historia ó de la Biblia.[p. xxxv] Así llegó Micael de Carvajal, en algunos pedazos de la Tragedia Josephina, á la expresion verdadera y sencilla de los afectos, sin menoscabo de la elevacion poética. Todo se habia ensayado en esta primera época de nuestro teatro, si hemos de creer al Sr. Cañete, que la ha investigado y que la conoce como nadie. «Desde la tragedia al entremes, pasando por los diferentes matices de la comedia, moral, política, urbana; desde la ideal personificacion de vicios y virtudes hasta el retrato de figuras tocadas del más grosero realismo.» Como embrion informe del drama de Lope pueden considerarse los abigarrados é incoherentes ensayos de Juan de la Cueva y de Cristóbal de Virués, donde se mezclan en modo confuso resabios clásicos (como los que inspiran la tragedia de Ayax de Telamon y la de Elisa Dido), reminiscencias italianas, novelería desenfrenada y atisbos de comedia nacional. Más que ninguno de ellos se levantó el divino ingenio de Miguel de Cervántes en aquella su ruda Numancia, tan épica en medio de su desaliño, y tal, que retrae á la memoria la férrea poesía del viejo Esquilo en Los siete sobre Tébas.

Al fin vino Lope de Vega, precedido ó ayudado por los poetas valencianos, y se alzó con el cetro de la monarquía cómica. Ingenio más lozano y fácil no le han visto los siglos; más fecundo creador de argumentos y de situaciones dramáticas, tampoco: en la pintura del amor y de los caracteres femeninos vence á todos los nuestros: cuando quiere, llega á lo trágico y á lo patético: en lo cómico sólo le excede Tirso: amenas, discretas y fáciles de leer son siempre sus comedias, cuya variedad de tonos aún asombra y maravilla más que su número. No sólo abrió el camino á todos los restantes, sino que lo[p. xxxvi] probó, tanteó y recorrió en todas direcciones, dejando rastros de luz donde quiera, de tal suerte que apénas es posible descubrir en Moreto, en Calderon ó en Rojas forma, asunto, carácter, intriga ó recurso escénico que no tenga en alguna comedia de Lope su modelo, patron y fundamento. Lope lo invadió todo: la comedia italiana libre y desvergonzada; la pastoral al modo del Aminta ó de El Pastor Fido; la comedia de costumbres villanescas y populares sin falso bucolismo; la de costumbres áulicas; la de capa y espada; la de rufianes, pícaros y Celestinas; el drama histórico, el trágico, el religioso y simbólico; el mitológico; el caballeresco; el alegórico; el auto sacramental; el entremes. Con Lope ha sido injusta la fama más que con ninguno de nuestros dramáticos: pocos han tenido valor para internarse en su repertorio: á Lope le ha ahogado la inmensa balumba de sus obras. Muy de ligero se le ha declarado inferior á Calderon, sin reparar que aquel arte desordenado, hijo de la improvisacion, y en que los aciertos, con ser tantos, parecen casuales, está, por eso mismo, más exento de trabas y convenciones, y encierra un fondo de verdad humana y una generosa poesía áun no viciada ni enturbiada, sino en raras ocasiones, por el falso lirismo que ahoga, como planta parásita, las mejores concepciones de Calderon y de Rojas.

El drama español, tal como Lope le fijó y le trasmitió á sus sucesores, tiene ante todo carácter nacional y popular, y sin ir declaradamente en contra de los preceptos clásicos, prescinde de ellos, y se regula por los instintos y por el modo de sentir y de pensar del público que habia de oirle. Sus asuntos son todos los asuntos, pero vestidos y disfrazados á la castellana; su forma, la de una novela rápida y de[p. xxxvii] mucho movimiento, más atenta al enredo que á los caracteres; sus fuentes de inspiracion, el sentimiento religioso, el orgullo nacional, el amor, el punto de honra; sus límites en cuanto á tiempo y lugar, ningunos; los accesorios líricos, frecuentes.

Pero ha sido error extremar las semejanzas entre nuestros dramáticos, hasta negar á cada uno sus condiciones propias y geniales. Sobre todos se levanta Tirso, el primero á toda ley de los nuestros en lo cómico, el primero tambien en la creacion de caracteres, uno de los cuales, D. Juan, logra vida tan universal y duradera como los héroes de Shakespeare, y ha dejado en el mundo más larga progenie que ninguno de ellos. Añádase á todo esto la soberana idea de El condenado por desconfiado (joya de nuestro teatro teológico), el hermosísimo carácter de Doña María de Molina en La prudencia en la mujer, crónica dramática superior á cualquiera de las de Shakespeare; los rasgos de estupenda poesía histórica y fantástica que abrillantan el Infanzon de Illescas, y finalmente aquel sinnúmero de comedias palacianas de tan hechicero y maligno discreteo, y de comedias villanescas tan primaverales y desenfadadas... ¿Quién dudará en conceder á Tirso la palma del arte entre los nuestros, y despues de él á Alarcon, maestro de la comedia terenciana, ménos pedagógico y ménos seco que Molière? Ni fuera justo relegar á tanto olvido y declarar tan de ligero autores de segundo órden á Guillen de Castro, en cuyas Mocedades del Cid revivió el poderoso aliento épico de nuestros romances; á Mira de Amescua, gran imaginador de argumentos, que otros aprovecharon luégo, eximio versificador y á veces poeta de tan enérgica inspiracion como lo acredita El esclavo del demonio (hermano menor de El Condenado), y á[p. xxxviii] Luis Velez de Guevara, de quien heredó Calderon el argumento y escenas enteras de La Niña de Gomez Arias.

Tal y tan floreciente era el estado de nuestro teatro cuando Calderon vino á apoderarse de él, como en otro tiempo Lope.

III.—Autos Sacramentales.

La primera y más numerosa seccion de las obras calderonianas abraza las representaciones eucarísticas en un acto, compuestas para ser representadas en la fiesta del Córpus. Este género españolísimo y singular se llama Auto sacramental.

Sus orígenes son oscuros: para indagarlos puede ver mi lector el prólogo de Pedroso al tomo de Autos, que compiló para la Biblioteca de Rivadeneyra. La fiesta del Córpus, aunque en muchas iglesias particulares se celebraba ántes, sólo en tiempo de Urbano IV (1263) fué extendida á la Iglesia universal. En España sabemos que la introdujo Berenguer de Palaciolo (que murió en 1314). Desde el principio, á todos los regocijos con que se celebraba esta festividad, verdaderamente de alegría, á todas las solemnidades religiosas, á las ceremonias litúrgicas, se añadieron ya ciertos gérmenes de representacion dramática, por lo ménos en algunas catedrales de la corona de Aragon. En Castilla hubieron de ser poco frecuentes tales espectáculos, puesto que nada dicen de ellos las leyes de Partida, que mencionan otras representaciones de la Natividad, de la Adoracion, etc. Ni los cánones del concilio de Aranda ni los del Hispalense, encaminados á atajar los abusos que empezaban á introducirse en[p. xxxix] el teatro lírico, hacen memoria de los autos del Córpus; de donde hemos de inferir que si hubo (como parece verosímil) representaciones en tal dia, debieron de tener poca relacion, á lo ménos directa, con el misterio que se celebraba. Y así como en Gerona solian representarse en tal dia el sacrificio de Isaac, la venta de José y otras historias del Antiguo Testamento; así en Portugal la primera obra de que con certeza sepamos haber sido destinada á una funcion sacramental, el Auto de San Martinho de Gil Vicente, no contiene otra cosa que la sabida leyenda de la capa de San Martin.

En el siglo XVI, las representaciones eucarísticas, como todo género de drama sagrado, se secularizan hasta cierto punto, saliendo del templo á la plaza pública, y de manos de actores clérigos á las de histriones pagados y alquilados. Ni ha de verse en tan grave transformacion indicio alguno de entibiamiento de las creencias, puesto que nunca fueron más enérgicas ni nunca estalló con más violencia la protesta española contra la herejía, sino que la devocion se hizo en sus formas más grave y solemne, y desterró del templo (para no dar asidero á las detracciones de los luteranos) muchos de aquellos antiguos y candorosos regocijos, sin que por eso fueran ménos católicos ni de ménos provechoso ejemplo y enseñanza los nuevos autos que los antiguos.

El teatro religioso del siglo XVI, en cualquiera de sus formas, suele valer más que el teatro profano, y no fuera difícil empresa entresacar del grueso volúmen de autos viejos de la Biblioteca Nacional obras de tan grato perfume de sencillez y sentimiento como el auto de Las Donas, ó tan ingeniosos como el de la Residencia del hombre. Y nunca fué tan poeta[p. xl] Juan de Timoneda (aunque casi siempre refundiendo y aprovechando obras anteriores) como en la Oveja Perdida y en los Desposorios de Cristo. La accion dramática en estos primeros ensayos es sencillísima, por no decir nula: la ciencia teológica de los autores, en general muy escasa, aunque su fe los salva, y rara vez tropiezan: la poesía lírica no es tan rica y pródiga como en los de Valdivielso y Calderon, y vano fuera buscar en Timoneda ó en el tundidor Juan de Pedrosa las encumbradas síntesis y la armonía condensadora de los autos del último período. Pero en esas primeras y modestas flores de nuestra dramática halagan suavemente el ánimo ingenuos y no aprendidos acentos de ternura y de verdad humana, que compensan la pobreza y tosquedad del artificio.

Lope se enseñoreó de este género como de los restantes, y derramó en él tesoros de fantasía. Véanse sobre todo el Auto de la siega y el de los Cantares. Siguiéronle con igual fortuna Tirso y Valdivielso, facílisimo aunque desigual poeta este último, y verdadero cantor del cielo, puesto que nunca dedicó su pluma más que á asuntos sagrados, así en lo dramático como en lo épico y lírico.

Pero el auto tipo, la perfeccion del género, sólo se halla en las obras calderonianas. Ya no es posible tratar de ellas con el intolerante menosprecio que afectó la crítica del siglo pasado. Téngaselos en buen hora por una excepcion estética, por un teatro singular entre todos los del mundo; pero si el género hubiera sido tan radicalmente absurdo como le declararon sus censores, ¿se concibe que obtuviera aquel grado de popularidad (superior al de toda composicion profana), siendo, como era, por su índole misma un teatro teológico y didáctico, des[p. xli]provisto de cuantos recursos pueden interesar en la escena? Algo de esta popularidad de los autos puede atribuirse al aparato y á la tramoya, á la mayor ostentacion del arte histriónico, á las apariencias, pompas y carros. Pero por mucho que concedamos al placer de los ojos y por muy buena fe que en los espectadores supongamos para deslumbrarse con tan rudos medios de producir ilusion, ¿qué auditorio del mundo, á no ser el de España en el siglo XVII, preparado á ello por una educacion escolástica y teológica, que tanto habia penetrado en las costumbres y en la vida, hubiera escuchado, no ya con entusiasmo sino con paciencia, un poema dialogado, sin accion, ni movimiento, ni pasiones humanas, en que eran interlocutores la Fe y la Esperanza, el Ingenio humano y el Albedrío, la Sinagoga y el Gentilismo, el Agua, el Aire y el Fuego y otros de la misma especie, y donde todo el interes se concentraba en los misterios de la Trinidad y de la Encarnacion y en el dogma de la presencia sacramental?

Semejante drama teológico no tiene igual ni parecido en ningun teatro. Apénas se le pueden encontrar remotas semejanzas con el Prometeo encadenado, donde Esquilo simbolizó, no (como se ha dicho) las luchas y dolores de la humanidad, sino la derrota de los dioses de estirpe titánica por otros dioses nuevos.

Ajeno de este lugar sería discutir, con ocasion de los Autos sacramentales, si en el arte tienen cabida lo sobrenatural y lo invisible, así como las abstracciones, las personificaciones, las ideas puras, las virtudes y los vicios. Si la belleza, áun en el sentido de la Estética hegeliana, es la manifestacion sensible y el resplandor de la idea en la forma, claro es[p. xlii] que no puede limitarse á lo humano, ni ménos á lo plástico y figurativo. No sólo la belleza física, sino la intelectual y la moral, pueden y deben entrar en la creacion artística. Claro que los conceptos intelectuales, las ideas puras no caben como tales ideas ni en su desarrollo dialéctico, pero sí en cuanto se revisten de forma sensible y adecuada al arte.

Pero ¿caben en la dramática? Me atrevo casi á decir que no. El drama, tal como ha sido entendido por todas las escuelas y ejecutado por todos los pueblos, vive de pasiones, de afectos y de caracteres humanos: no es más que la vida humana en accion. Un drama con personajes simbólicos ó abstractos es un verdadero tour de force, y engendra inevitable monotonía y frialdad. Así y todo, no me atrevo á condenar los Autos. Además de ser fruto natural del tiempo y tener cumplida justificacion histórica, en ellos derramaron nuestros poetas, sobre todo Calderon, no sólo tesoros de poesía lírica, sino verdaderos primores dramáticos, aunque accidentales y accesorios.

El auto sacramental exige, más que ninguna otra composicion dramática, exacta noticia é inteligencia de las condiciones materiales de su representacion. Yo no la daré, porque ya lo hizo Pedroso trazando un admirable cuadro de época; pero séame lícito decir que el drama eucarístico no se concibe aprisionado entre los bastidores de un teatro moderno, sino á la luz del sol, en medio del dia, en la Plaza Mayor ó en la Plaza de la Villa, ante aquel auditorio tan extraño y abigarrado, pero tan uno en creencias y afectos, que comprendia desde el Rey y los magnates y los Consejos hasta la ínfima plebe, con la escena ideal y fantástica de los carros, y con toda aquella[p. xliii] pompa y lujo de estridentes armonías y colores. Acordémonos un poco de la tragedia griega, y otro poco de la ópera moderna, y algo de las representaciones italianas al aire libre, y mucho de las conclusiones de las escuelas: añadamos á todo esto la fe ardentísima de grandes y pequeños, y sólo así comprenderemos la grandeza de aquel extraordinario espectáculo.

Tema obligado de él era la presencia real de Cristo en la hostia consagrada, pero no recuerdo obra alguna en que el acto de la institucion del Sacramento haya sido presentado en su forma directa é histórica. El mismo fervor de los poetas impedia aquella manera de profanacion. Necesario fué tratar el asunto de soslayo, y encerrarle en condiciones análogas á las del arte dramático. Escogitáronse para esto varios medios más ó ménos ingeniosos: al principio largos diálogos en que dos ó más personas discurren sobre la Sagrada Cena; luégo vidas de los santos más insignes por su especial devocion al Santísimo Sacramento. Lo primero no era dramático: lo segundo asimilaba los autos á cualquier otro género de comedias devotas y humanas, idénticas en su desarrollo á las comedias profanas.

Desechados por lo comun tales recursos, no quedaba otro que la alegoría, y á él acudieron nuestros poetas. Ora entraron á saco por las historias del Antiguo Testamento, en que todo es anuncio, sombra y prefiguracion de la Ley Nueva, como es de ver en los autos intitulados La Zarza de Moisés, La cena de Baltasar, La primer flor del Carmelo, El vellon de Gedeon, etc., en muchos de los cuales hay doble y áun triple alegoría; ora se aprovecharon de los ejemplos y parábolas del Evangelio; ora, y ya con más violencia, torcieron y aplicaron á su propósito he[p. xliv]chos bien dispares de la historia antigua y moderna. Y no paró en esto la manía alegórica, sino que constreñidos los poetas por aquella especie de pié forzado, y por la necesidad de escribir anualmente dos ó más autos, hicieron, ó bien obras puramente abstractas, en que sólo por incidencia intervienen séres humanos, siendo todo lo restante del discurso entre los elementos, las ciencias, las virtudes, los atributos de Dios, los sentidos y las potencias del alma, personificadas; ó bien dramas mitológicos como el Divino Orfeo y el Sacro Parnaso, en que los dioses del Politeismo helénico venian á ser símbolo del mismo Redentor y á dar testimonio de los misterios de nuestra fe; ó bien sermones de circunstancias (al modo de los predicadores gerundianos) y donde todo el artificio dramático y la alegoría consiste ó en una cacería del Rey, ó en una informacion de limpieza de sangre, ó en unas conclusiones de universidad, ó en el tumulto de una posada ó de un hospital de locos; que de todas estas extravagancias y otras inauditas pueden hallarse muestras en Calderon ó en sus discípulos. A veces se parodiaban los títulos, los argumentos y hasta escenas y versos de las comedias más en boga, no de otra manera que el maestro Valdivielso daba á sus ensaladillas y chanzonetas al Santísimo Sacramento el tono y la música de las canciones picarescas que más andaban en boca de las gentes.

Hay, pues, en Calderon un simbolismo, ya sublime, ya pueril, pero enderezado todo por sano y cristianísimo intento á la magnificacion y loor del Verdadero Dios Pan (título de un auto). Este simbolismo lo abraza todo, hasta las fábulas de la gentilidad, donde nuestro poeta descubre siempre huellas y vestigios alterados de la tradicion primitiva y[p. xlv] un como anuncio y preparacion evangélica, llegando á poner en cotejo los libros teogónicos de los antiguos con la narracion del Génesis.

La riqueza lírica es grande en los Autos. Exórnanlos trozos traducidos ó imitados de las Escrituras, paráfrasis de himnos y fragmentos del rezo eclesiástico. El diálogo, ya de suyo frio y monótono por las condiciones del género, suele además estar deslustrado por las formas secas del razonamiento silogístico. Así y todo, puede decirse que Calderon en ninguna de sus obras dió tan brillantes muestras de poeta lírico como en los Autos, á pesar de las antítesis, frases simétricas, metáforas descomunales y vano lujo de palabrería bombástica y altisonante. ¿Y quién le negará el lauro de gran poeta, cuando en medio de esas dobles y triples alegorías, confusa y abigarrada mezcla de teología, de historia y de mitología, acierte á descubrir la raíz de ese maravilloso simbolismo, que de un modo más ó ménos claro y poético abraza y expone las relaciones de Dios con la naturaleza, las del cuerpo con el espíritu, las de los sentidos con las potencias del alma?

En la imposibilidad de conceder demasiado espacio á los Autos sacramentales, hemos incluido en esta coleccion tres de los que tenemos por mejores: La vida es sueño, donde, además de estar contenido en cifra y de un modo abstracto el pensamiento del más celebrado drama del poeta, es de admirar el vigor de condensacion con que el autor recorre la historia humana, desde el Fiat creador hasta la caida del hombre, y desde ésta hasta su Regeneracion, con símbolos más transparentes y de mejor ley estética que los que usa en otros autos: La cena de Baltasar, como muestra de los autos más dramáticos y en que mejor se acomodan al fin y propósito[p. xlvi] del teatro sacramental las historias del Antiguo Testamento, sin salir enteramente de las condiciones dramáticas ordinarias, realzándolo todo hermosos trozos de poesía lírica, v. gr., las primeras y las últimas octavas en agudos, tan famosas y conocidas: y finalmente A Dios por razon de Estado, como ejemplo de los autos en que predominan los conceptos puros y las discusiones teológicas.

IV.—Dramas religiosos.

Género es este tan rico en nuestra literatura como el de los Autos sacramentales. Incluyo en este segundo miembro de la clasificacion, no sólo las comedias llamadas devotas de santos ó á lo divino, sino las que versan sobre asuntos del Antiguo Testamento.

Algunas de las obras piadosas de Calderon se han perdido: así, v. gr., La Vírgen de la Almudena, La Vírgen de los Remedios, El carro del cielo y El Triunfo de la Cruz, dado caso que sea obra distinta de La Exaltacion. Tampoco parece el San Francisco de Borja, aunque pueden hallarse felices reminiscencias de ella en El Fénix de España del jesuita Diego Calleja.

Descartadas éstas y alguna otra que tampoco ha llegado á nuestros dias, quedan unas quince, muy diversas en asunto y en mérito. De gran parte de ellas puede prescindirse sin menoscabo de la gloria del poeta. Sobre historias de la ley antigua versan Los cabellos de Absalon (mera refundicion, con un acto entero igual, de La venganza de Tamar, valentísima tragedia del maestro Tirso de Molina, siquiera la deslustre lo repugnante de algunas situaciones);[p. xlvii] La Sibila del Oriente, refundicion de un auto sacramental, El árbol del mejor fruto, y obra de las peor escritas é imaginadas de Calderon, llena de absurdos geográficos é históricos, como hablar Joab de las cuatro partes del mundo y de los enemigos que habia derrotado junto al Danubio; y Júdas Macabeo, donde se hace uso de pólvora y arcabuces. Las cadenas del demonio es la evangelizacion de Armenia por San Bartolomé, y La Aurora en Copacabana la aparicion de una imágen de la Vírgen en el Perú: obras las dos de escaso mérito. De la Exaltacion de la Cruz sólo quedan en la memoria de las gentes tres hermosísimos versos en que el autor llama al sagrado madero de la cruz:

Iris de paz, que se puso

Entre las iras del cielo

Y los delitos del mundo,

versos que por sí solos, y prescindiendo de la paranomasia de Iris é iras, valen tanto como un largo poema. La Vírgen del Sagrario es una crónica dramática que dura siglos y enlaza toda la historia de España con el orígen, pérdida y restauracion de una imágen: son de notar en ella algunas escenas episódicas, como el bizarrísimo desafío entre el montañes y el muzárabe sobre la admision del rito romano.

Descartadas estas obras, quedan aún seis de Calderon, pertenecientes al género devoto. Tres de ellas forman un grupo y tienen cierta unidad de pensamiento, y áun escenas muy semejantes: El José de las mujeres, Los dos amantes del cielo y El Mágico prodigioso. En las tres los protagonistas son catecúmenos, y en las tres empiezan á salir de las[p. xlviii] tinieblas del paganismo por medio de la lectura de algun texto sagrado ó profano: el de Plinio en El Mágico, el principio del Evangelio de San Juan en Los dos amantes del cielo, y un lugar de la Epístola á los corintios en El José de las mujeres. En las tres combaten los protagonistas, ayudados por la divina gracia, contra los halagos del amor profano y contra todas las artes diabólicas, puestas en juego por el mismo príncipe de los abismos, que es personaje muy principal en ellas. Y en las tres, finalmente, reciben victoriosos la palma triunfal del martirio. Abundan en todos estos dramas, lo mismo que en los autos, las discusiones teológicas.

Pero aquí se detienen las semejanzas, porque el mérito de los tres dramas es muy desigual. El que ménos vale es El José de las mujeres, donde la heroína Eugenia, filósofa alejandrina (trasunto de Hipatia) acaba por convertirse al cristianismo y retirarse á las soledades de la Tebaida, de donde vuelve á Alejandría para derribar las estatuas que, creyéndola muerta, le habian sido levantadas durante su ausencia. El pensamiento capital de Los dos amantes del cielo (obra bastante conocida en Alemania por una traduccion de Schack) merece no escasa loa: una mujer que sólo quiere conceder su amor á quien haya muerto por ella, y que se hace cristiana movida por la consideracion del entrañable amor de un Dios que se hizo carne por los pecados del mundo; un catecúmeno cristiano que resiste y lucha contra todas las seducciones del arte y de los sentidos, y entabla una especie de duelo teológico con la mujer que adora, hasta convertirla. De todo esto podia haber resultado una accion interesante, y, sin embargo, no resulta más que una comedia de enredo con acompañamiento de teología y de sabrosos cuentos de un gracioso.

[p. xlix]

De El Mágico poco hay que decir, puesto que pasa universalmente por una de las obras maestras del poeta, y Rosenkranz llegó á compararle con el Fausto, aunque la semejanza se reduce á intervenir en ambas obras pacto diabólico por alcanzar un sabio la posesion de una mujer. Y este es elemento vulgarísimo, no sólo de la leyenda de Fausto y de la de El Mágico, sino de la de Teófilo y otras infinitas.

Lo mejor de El Mágico son los datos fundamentales que Calderon tomó de las actas de San Cipriano de Antioquía, escritas en griego por Simeon Metaphrastes, y traducidas al latin por Lipomano. En lo demas, pienso que la ejecucion es inferior á la grandeza del pensamiento y á la severa teología de las primeras escenas. Cuando no hablan Cipriano y el Demonio, El Mágico (aunque la accion pase en Antioquía y en los primeros siglos de nuestra era) es una de tantas comedias de capa y espada, con dos galanes celosos, y chistes de criados, y cuchilladas y escondites. Los caracteres son débiles: el demonio tiene mucho de ergotista y de leguleyo, y algo de prestidigitador hábil en escamoteos. Justina es tipo vulgar y pálido, hasta que llega la escena admirable en que el tentador agota sus recursos para infundir en ella el ánsia del placer, y acaba por confesar su derrota, exclamando:

Venciste, mujer, venciste

Con no dejarte vencer.

En esta escena y en la que sigue á la aparicion del esqueleto está el verdadero drama. Lo demas es un embrollo amoroso, que oscurece y rebaja la alta concepcion de esta obra, en que el autor se propuso mostrar cómo la especulacion racional es prepara[p. l]cion para la fe, y cómo el libre albedrío ayudado por la gracia triunfa de todas las sugestiones diabólicas.

La Devocion de la Cruz y El Purgatorio de San Patricio tienen entre sí bastante analogía. El Eusebio de la primera y el Ludovico Enio pertenecen á una galería muy rica en nuestro teatro: la de bandoleros y facinerosos, que jamás pierden la fe y llegan á convertirse á la hora de la muerte. Así, el Enrico de El condenado por desconfiado, el Leonido de la Fianza satisfecha y el D. Gil de El esclavo del demonio. Se ha tachado á estos dramas de anticristianos y de mal ejemplo: hasta se les ha querido encontrar parentesco con la doctrina luterana de la fe que justifica sin las obras. Error indisculpable que demuestra mala fe ó poca lectura, pues ninguno de estos criminales se salva por la fe sola, sino por verdadero y sincerísimo arrepentimiento de sus culpas, acompañado de firme propósito de la enmienda, y ninguno de ellos trata de disculpar sus pecados atenuando los fueros del libre albedrío. Fuera de que alguno de ellos, v. gr., Ludovico, hace áun en esta vida asperísima penitencia. La doctrina es enteramente católica: lo heterodoxo, á la vez que irracional y de mal ejemplo, sería que tales delincuentes, sinceramente arrepentidos, no hallasen perdon ni misericordia. ¡Cuán horrible y desesperado drama resultaria!

El Purgatorio de San Patricio está fundado en la vulgarísima leyenda de aquella cueva ó necromanteion irlandes, tal como la habia popularizado en España el doctor Juan Perez de Montalban. Aunque obra irregular y desconcertada, encierra el drama calderoniano primores de buena ley: trozos de vigor dantesco en la pintura de las regiones infernales, y algunos rasgos felices en el carácter de[p. li] Ludovico, que el autor ha echado á perder, sin embargo, hasta hacer de él un monstruo casi increible de perversidad. La grandeza de los personajes áun en lo malo no se logra sumando enormidades, las cuales son en el carácter una falsedad equivalente al énfasis y á la hipérbole en la expresion. Yago será siempre más negro y odioso que todos los malvados de melodrama, sin necesidad de haber cometido ningun incesto ni parricidio.

La devocion de la Cruz es interesantísima leyenda, y como obra de las mocedades de Calderon, está escrita con más frescura y sencillez y con ménos afectacion que otras obras de su edad madura. Los caracteres de Eusebio y del viejo Lisardo son buenos, sin ser de primer órden. Julia no es carácter, y el mayor defecto que yo encuentro á la obra es la súbita transformacion de aquella monja en mujer facinerosa y bandolera. Que Julia por amor de Eusebio huya del convento y corra á los brazos de su amante, entra en la verosimilitud dramática; pero que una doncella tímida y recatada que áun despues de haber saltado las tapias del monasterio, siente impulsos de volver á él, cometa inmediatamente, y sin necesidad ni explicacion alguna, tantos homicidios y atropellos, no es humano, ni racional, ni interesante. Algunas escenas de este drama estan admirablemente concebidas: así, v. gr., el diálogo de Julia y Eusebio junto al cadáver del hijo de Lisardo.

Superior á todos los dramas religiosos de Calderon me parece El Príncipe constante, donde el autor ha logrado hacer interesante en la escena á un varon justo, integérrimo, dechado de santidad y perfeccion. Sabido es que los piadosos Eneas y Godofredos son personajes de poco juego en el teatro, que vive de la lucha de pasiones y de afectos. Con[p. lii] todo eso, el infante mártir de Portugal, Don Fernando, resulta interesante y simpático, además de admirable. El autor ha hecho de él una especie de Régulo cristiano, mucho más heroico que el de Roma, porque no le mueve sólo el amor patrio ni la palabra empeñada, sino el sentimiento religioso aterrado ante la idea de ver convertidos en mezquitas los templos de Cristo.

—¿Por qué no me das á Ceuta?

—Porque es de Dios y no es mia.

Esta sublime expresion da por sí sola el espíritu del drama. Y Don Fernando llega á interesar porque, aunque perfecto é invencible, es hombre al cabo, y se lamenta de la desnudez y del frio y del hambre, que reciamente combaten su enérgica determinacion.

Contra lo que suele pasar en Calderon, los personajes episódicos no estorban, y el bizarro tipo de Muley y sus amores con la hermosa Fénix contribuyen á dar apacible variedad y colorido al drama, y á hacerle más humano. Hay en él trozos líricos de los mejores de Calderon, sobre todo la escena en que admirablemente se glosa aquel romance de Góngora:

Entre los sueltos caballos

De los vencidos Zenétes,

cuyo efecto debia ser portentoso en un público que le sabía de memoria y que le acompañaba en coro: y el hermosísimo soneto:

Estas que fueron pompa y alegría,

[p. liii]uno de los pocos sonetos nuestros del buen tiempo en que los tercetos no decaen de la entonacion de los cuartetos, y uno de los pocos tambien en que la idea y la forma corren parejas y se compenetran fácil y armoniosamente.

V.—Comedias filosóficas.

Son las mismas que D. Alberto Lista llamó ideales, incluyendo malamente entre ellas algunas como Saber del mal y del bien, Gustos y disgustos son no más que imaginacion, cuya filosofía se reduce á las vulgarísimas máximas de su título, siendo por lo demas comedias de enredo ó comedias palacianas semejantes á tantas otras. Por consiguiente (salvo mejor parecer) creo que sólo dos obras calderonianas deben incluirse en este grupo: En esta vida todo es verdad y todo es mentira, y La vida es sueño.

Goza la primera de cierta celebridad en Europa desde los tiempos de Voltaire que descubrió en ella el original del Heraclio, de Corneille: lo cual han negado luégo Viguier y Philarète Chasles, promoviendo una embrollada cuestion de originalidad. Pero aunque sea cierto que de la comedia En esta vida todo es verdad y todo es mentira no descubrió Hartzenbusch edicion anterior á 1664, miéntras que el Heraclio aparece impreso en 1647, tambien lo es:

1.º Que Calderon no sabía frances, como lo prueban ciertos personajes grotescos de sus entremeses, á quienes pretende hacer hablar en aquella lengua.

2.º Que la historia literaria presenta cien casos de imitaciones de obras españolas por dramáticos franceses del siglo XVII (testigos El Cid, El Menti[p. liv]roso y muchos más), y un solo caso de imitacion francesa en España, y es El Honrador de su padre, de Diamante.

3.º Que se han perdido casi todas las ediciones príncipes de nuestras comedias, ya sueltas, ya en tomos de varios. Y áun suponiendo que En esta vida... no se imprimiera hasta 1664, pudo llegar á Francia manuscrita, como otras comedias nuestras que actores españoles representaron allí, y cuyos manuscritos se conservan.

4.º Que el verdadero original de la comedia de Calderon es La rueda de la fortuna, de Mira de Amescua, impresa desde 1616.

Esto sin otros argumentos más menudos, que ya esforzó el Sr. Hartzenbusch.

Lo que Corneille tomó del drama de Calderon es la excelente situacion trágica del primer acto, en que Heraclio y Leonido se disputan la gloria de ser hijos del muerto emperador Mauricio, y el viejo Astolfo que los habia criado se niega á revelar cuál de los dos es hijo del tirano y cuál lo es de su enemigo. Todo el primer acto de En esta vida es (fuera de algunas manchas de diccion) una exposicion admirable. Desde el segundo acto, la obra degenera en comedia de magia, confusa y embrollada, y hecha más para prestigio de los ojos que para solaz del entendimiento.

La vida es sueño pasa por la obra maestra del poeta, y lo es sin duda, si se atiende al vigor de la concepcion. No hay pensamiento tan grande en ningun teatro del mundo. No sólo una sino várias tésis están allí revestidas de forma dramática: primera, el poder del libre albedrío que vence al influjo de las estrellas; segunda, la vanidad de las pompas y grandezas humanas, y cierta manera de escepticis[p. lv]mo en cuanto á los fenómenos y apariencias sensibles; tercera, la victoria de la razon, iluminada por el desengaño, sobre las pasiones desencadenadas y los apetitos feroces del hombre en su estado natural y salvaje. La vida es sueño es cifra de la historia humana en general, y de la de cada uno de los hombres en particular. Segismundo es lo que debia ser, dado el propósito del autor, no un carácter, sino un símbolo. No es escéptico como Hamlet: la tésis escéptica no es aquí más que provisional, y cede ante una tésis dogmática más alta. La razon doma á la concupiscencia; la fe aclara y resuelve el enigma de la vida humana. El Segismundo bárbaro de la primera jornada reprime (un poco deprisa, es verdad, pero ya se sabe que el desarrollo artístico en Calderon peca de atropellado) su fiera y brava condicion, hasta convertirse en el héroe cristiano de la tercera jornada. El mismo autor nos dió la clave del simbolismo en un auto titulado tambien La vida es sueño, donde se generaliza y toma carácter universal y abstracto la accion de la comedia. El protagonista es el hombre que con su libre albedrío despeña al entendimiento, y cae en el pecado original, regenerándose luégo por los méritos de la sangre de Cristo y por el valor de sus propias obras ayudadas por la divina gracia.

El gérmen de la comedia, es decir, el sueño de Segismundo, está en un cuento muy sabido de Las mil y una noches, pero sin alcance ni significacion trascendente de ningun género. Todas las bellezas de la obra de Calderon le pertenecen á él sólo. ¿A qué apuntar los pocos lunares que la afean? Sobran sin duda las aventuras de la doncella andante que va á Polonia á vengarse de un agravio; y no son modelo de diccion las famosas décimas, aunque lo sean algunos de los monólogos de Segismundo.

[p. lvi]

VI.—Dramas trágicos.

Seccion riquísima en las obras de nuestro poeta, y la más abundante en joyas de alto precio.

Prescindamos de La niña de Gomez Arias, cuyo argumento es más propio de la novela, donde todo cabe, hasta las aberraciones morales y los casos patológicos, que del drama, en que siempre será repugnante espectáculo el de un galan que por vil interes vende su dama á los musulmanes. Además, esta obra es refundicion de otra de Luis Velez de Guevara, y Calderon ha aprovechado escenas enteras de la comedia primitiva.

El Alcalde de Zalamea no sólo es la obra más popular de Calderon entre españoles, sino la más perfecta y artística de todas las suyas. Pueden encontrársela analogías con ciertas obras de Lope, verbi gracia, El mejor Alcalde el Rey, Fuente Ovejuna, Peribáñez y el Comendador de Ocaña, pero sólo á Calderon pertenecen el desarrollo y los caracteres, que al reves de lo que sucede en otras obras suyas, son vivos, personales, enérgicos y hasta ricos y complejos, dignos del mismo Shakespeare. Y esto se diga no sólo del singularísimo D. Lope de Figueroa (que más que tipo de fantasía, es valentísimo retrato), caudillo viejo, jurador, impaciente y colérico, lleno de preocupaciones militares, y á la vez noble, generoso, recto, caballero y hasta afectuoso; no sólo del alcalde labrador Pedro Crespo, en quien se aunan por arte maravilloso el sentimiento de la justicia y el sentimiento vindicativo de la propia ofensa, sino hasta de los personajes más secundarios, de los villanos, sol[p. lvii]dados y vivanderas, de Rebolledo y la Chispa. La vida y la animacion corren á torrentes en este drama, donde hay hasta despilfarro de poder característico. Y junto con ésto la expresion suele ser sencilla, natural y única, de tal suerte que el drama llegaria á los últimos lindes de la perfeccion, si no fuera por aquella malhadada escena del bosque. ¿Pero quién no olvida tan leve mácula, cuando ve á Pedro Crespo en la escena más admirable que trazó Calderon, deponer la vara, y postrarse á los piés del capitan, demandándole la reparacion de su honor, y cuando ve perdida toda esperanza de concordia, levantarse como justicia y prenderle y agarrotarle, confundiendo en uno el desagravio de la ley moral y el desagravio de su sangre?

Rasgos trágicos de primer órden brillan en Amar despues de la muerte ó El Tuzaní de la Alpujarra, cuyo argumento está tomado de las Guerras civiles de Granada, de Ginés Perez de Hita. Interrogacion digna de Shakespeare es la del Tuzaní cuando exclama, al oir jactarse de su infame accion al asesino de Clara: «¿Fué como ésta la puñalada?» Y todo su carácter, vengativo, celoso, reconcentrado y profundo, es de purísima estirpe africana, y de sombría y vehemente inspiracion. Como se trata de un asunto histórico casi contemporáneo, es grande el color local, sobre todo en las escenas de la rebelion de los moriscos.

Nada ménos que cuatro dramas de Calderon versan sobre la pasion de los celos, quizá la más dramática de todas y la más rica en contrastes, agitaciones, antinomias y luchas. Calderon la ha descrito en su máximo grado de exaltacion: no la ha analizado pacientemente y fibra á fibra, y sin duda por eso quedan sus celosos inferiores á Otelo, y la misma[p. lviii] pasion resulta ó idealizada hasta el delirio como en el Tetrarca, ó subordinada á rencores como en don Juan de Roca, ó á móviles de honra como en don Gutierre de Solís: nunca tan humana como en el moro de Venecia, en quien despues de todo no son los celos más que exaltacion y quinta esencia del amor.

«Quisiera estarla matando nueve años seguidos. ¡Qué divina mujer!...» Estas frases apasionadísimas que abundan en Shakespeare, jamás se le escapan á Calderon. Sus maridos matan friamente, y porque así lo exigen el honor y las conveniencias sociales, cuya injusticia deploran con amargura:

El legislador tirano

Que puso en ajena mano

Mi opinion, y no en la mia.

Vano fuera establecer cotejo entre tan correctos esclavos de la opinion, y un bárbaro como Otelo, todo carne y sangre y hervor de pasion, y por eso mismo humano, admirable y eterno.

Hay cierta gradacion en los cuatro dramas calderonianos. D. Juan de Roca, el pintor de su deshonra, se venga del adulterio consumado: D. Lope de Almeida toma secreta venganza del secreto propósito del agravio consentido: D. Gutierre Alfonso de Solís (encarnacion la más completa del sentimiento del honor en lo que tiene de irracional y falso) no venga agravio ninguno, pero quiere evitar hasta la sombra y la posibilidad de él, por el sangriento medio de la incision en las venas de su mujer: el Tetrarca, finalmente, no se venga de nada, sino que inmola á la desdichada Mariene por egoismo y para evitar que otro, despues de la muerte de él, la posea. Y sin[p. lix] embargo, el Tetrarca es de todos ellos el único verdaderamente apasionado. Y áun puede decirse que sus celos tienen más noble raíz y fundamento que los de Otelo; pero tanto extremó el autor la nota idealista, que el Tetrarca llega á parecer un energúmeno, fuera de todas las condiciones de la vida humana. Así y todo, es gran carácter, y tiene el drama accidentes bellísimos, como aquello de las arrastradas pompas; pero siempre daremos la preferencia al Médico de su honra, como trasunto de un modo de pensar social que era dramático, aunque tuviese una punta de falsedad.

VII.—Comedias de capa y espada.

Son comedias de costumbres del tiempo, lozanas y vivideras, como todo lo que arranca de las entrañas de la realidad. No constituyen la porcion más trascendental de las obras de Calderon, pero sí la más amena y la que más intacta ha conservado su fama, en medio de todos los cambios de gusto. Hoy mismo son las obras suyas que con más deleite vemos en las tablas. Son tambien las escritas con más llaneza, y las más libres de culteranismo, aunque no de discreteos y sutilezas, que el autor reprodujo, porque estaban en la conversacion del tiempo, y que á veces se perdonan por lo ingeniosos y bizarros y por ser un rasgo característico de la época, hijo de condiciones nativas del ingenio español.

Respírase en todas estas obras delicado perfume de honor y galantería. Todas se parecen, y todas son diferentes, sin embargo. Dan materia á la fábula amores y celos. La casualidad enreda y rige la trama. Los personajes inexcusables son un galan jóven,[p. lx] valiente, discreto, pundonoroso y de noble estirpe (el cual suele haber militado en Flándes ó en Italia); una dama tan noble y discreta como él, y además portento de hermosura, casi siempre huérfana de madre, y sometida á un padre, hermano ó tutor, más altiva que enamorada, algo soberbia de condicion y no poco violenta y arrojada; otra pareja de galan y dama que tiene, con ménos brillo, las mismas condiciones; un padre ó hermano, y á veces dos, muy caballeros y muy guardadores de la honra de su casa, y á la vez coléricos, impacientes y fáciles á la ira; un criado que lo anima todo con sus chistes y aconseja ó ayuda á su amo en la arriesgada á empresa. El amor que anda en juego es siempre amor lícito y honesto, entre personas libres, y encaminado á matrimonio. Para estorbar tan feliz resultado suelen atravesarse dos géneros de obstáculos, unos casuales é imprevistos, otros morales, que generalmente nacen de los celos del otro amante ó de la otra dama. El amante sospecha de la fidelidad de la dama ó ésta de la suya: comienzan los celos y las quejas: interviene á deshora en la plática el padre, el hermano ó el otro galan: embózase nuestro héroe y los resiste á todos, alborotando la calle: huye la dama despavorida y tapada á casa de una amiga ó á la del mismo galan, que por de contado respeta escrupulosamente su honor: y así va enredándose la madeja entre escondites, cuchilladas, embozos y mantos, hasta que todo se aclara felizmente, y la doncella andante premia en santo vínculo los afanes de su caballero. Sobre todo este fondo un poco monótono añádase una portentosa variedad de invenciones secundarias, un poder para atar y conducir la intriga mayor que el que constituye la única gloria de Scribe y de tantos otros: pón[p. lxi]gase todo en versos fáciles y numerosos, con toda la gala y abundancia de la lengua castellana, y se tendrá idea de esas deliciosas comedias que se llaman Los empeños de un acaso, Mañanas de Abril y Mayo, La Dama Duende, El escondido y la tapada, Dar tiempo al tiempo, Casa con dos puertas, y tantas y tantas entre las que apénas se puede escoger, por que casi todas son oro de ley.

No ignoro los reparos que se han hecho y pueden hacerse á este género. En primer lugar, la monotonía y pobreza del fondo, aunque la variedad de incidentes la realce. Pero la vida de entónces era ménos vária y complicada que la nuestra, y además una gran parte de las relaciones sociales quedaban fuera de la jurisdiccion del poeta cómico, ya por loable respeto á la santidad del hogar, ya porque aquel arte buscaba por instinto lo que habia de noble, elevado y caballeresco en la vida real, y no lo que deshacía ó turbaba su armonía.

En segundo lugar, y con más fundamento, puede achacarse á la comedia calderoniana de enredo, escasa variedad de caracteres. Hase dicho que el don Pedro y la doña Leonor de una comedia en nada difieren del D. Juan y la doña María de otra, y que Calderon nunca vió ni acertó á reproducir más que un mundo encantado en que todos los galanes son celosos y valientes, todas las damas discretas y arriscadas, y todos los criados decidores y chistosos. No negaremos que esto sea verdad casi siempre (por la razon ántes apuntada), pero pueden traerse excepciones muy notables. Aparte de que la identidad de los graciosos (que no suelen ser lo mejor de Calderon), no es tanta como se pondera, hay variedad hasta en los tipos femeninos, en que tampoco llegó Calderon á la dulce ó apasionada ternura que acertó[p. lxii] á poner en sus heroínas Lope de Vega. Caracteres son, ó á lo ménos esbozos de carácter, la dama culti-latini-parla de No hay burlas con el amor, la hermosa necia y la fea discreta de Cuál es mayor perfeccion, la mogigata y la coqueta de Guárdate del agua mansa, y la resuelta doña Angela de La Dama Duende, sin otras que ahora no acuden á mi memoria. Como carácter de galan trazó Calderon uno bellísimo en el D. Cárlos de No siempre lo peor es cierto, prototipo de pasion generosa, delicada y pura, como quien piensa y afirma

Que es hombre bajo, que es necio,

Es vil, es ruin, es infame

El que solamente atento

A lo irracional del gusto

Y á lo bruto del deseo,

Viendo perdido lo más

Se contenta con lo ménos.

Más grave pecado, y de este sí que no podemos absolver á Calderon, es el empleo uniforme de ciertos recursos cómodos, pero que tienen mucho de convencionales é inverosímiles. En nuestras comedias basta un embozo ó un manto para hacer que desconozcan á una persona hasta sus más familiares deudos y amigos. Las tapadas, los escondidos, las luces apagadas, las puertas falsas, las alacenas giratorias, agradan en una ó en dos comedias, pero repetidas hasta la saciedad, engendran hastío y denuncian falta de inventiva en el poeta. No merecen tanta censura los duelos y cuchilladas, que con ser tantos en sus comedias, áun eran muchos más en la vida real. Y en cuanto á las visitas de las damas en casa de sus galanes, desgracia es de nuestras actuales[p. lxiii] costumbres el que no podamos concebirlas sino como pecaminosas, pero tampoco es lícito dudar que á los contemporáneos les parecian verosímiles é inocentes.

Se parecen mucho á las comedias de capa y espada (y tanto que no vale la pena de hacer clase aparte, aunque la condicion de los protagonistas sea diversa) ciertas comedias palacianas de Calderon, como El secreto á voces, El encanto sin encanto, La banda y la flor, Con quien vengo, vengo, etc., etc., en que son príncipes y grandes señores, en vez de hidalgos de la clase media, los que andan envueltos en lances de amor y celos. Calderon no hizo nada en este género que pueda compararse con la profunda, sazonada y discreta ironía de Tirso en El vergonzoso en Palacio ó en El castigo del pensé qué.

VIII.—De otros géneros cultivados por Calderon.

Despues de maduro exámen no me he atrevido á incluir en esta coleccion ninguno de los dramas de espectáculo ó comedias de tramoya, en que Calderon fué fecundísimo. El poeta queda siempre en tales dramas subordinado al maquinista y al pintor escenógrafo, y no hace obras de arte mas que á medias. Quizá él se engañara hasta tener por las mejores suyas las que escribia para los aparatosos festejos de los Sitios Reales; pero la posteridad, más cuerda, las ha relegado al olvido. Hoy no tienen más interes que el histórico y el de algunos buenos versos acá y allá esparcidos y casi ahogados en un mar de enfática y culterana palabrería. Juzgar á Calderon por tales dramas sería evidente injusticia. Buscar en ellos pasion, interes, caracteres y color de[p. lxiv] las respectivas épocas, fuera necedad y desvarío. Baste consignar para recuerdo, que Calderon explotó grandemente los Metamorfoseos ovidianos, y puso en escena casi todas las fábulas de la antigüedad: los amores de Apolo y Climene, la caida del Hijo del Sol, Faeton, la Estatua de Prometeo, el Golfo de las Sirenas, las Fortunas de Andrómeda y Perseo, las aventuras de Hércules, Teseo y Jason, y la estancia de Aquíles en casa del rey Licomedes, disfrazada con el retumbante título de El monstruo de los jardines. Unicamente hemos abierto la mano en cuanto á dos breves zarzuelas, El laurel de Apolo y La púrpura de la rosa, que además de ser de las más antiguas muestras de su género, contienen, sobre todo la primera, hermosos rasgos de poesía lírica.

Por razones análogas hemos excluido á carga cerrada los dramas fundados en libros de caballerías, v. gr., Hado y Divisa, La Puente de Mantible, El castillo de Lindabrídis, El jardin de Fabrina; así como los dramas históricos, v. gr., El segundo Scipion, Las armas de la hermosura, La gran Cenobia, etc., en que innecesaria y caprichosamente está falseada la historia, no sólo en su esencia y en el carácter distintivo de las razas y de las civilizaciones, sino hasta en los datos externos más vulgares, hasta suponer, v. gr., que Coriolano toma las armas contra Roma por galantería y por impedir que se cumpla una ley suntuaria sobre los trajes de las mujeres. Mascarada semejante no la hay ni en la misma tragedia francesa.

Sólo dos de estos dramas, ambos de asunto cercano al poeta, merecen conservarse: La cisma de Ingalaterra, no sólo por rasgos tan valientes como aquel soberbio

[p. lxv]

Yo tengo de borrar cuanto tú escribas

pronunciado por la sombra de Ana Bolena, cuando el teólogo coronado, amante suyo, prepara la refutacion de Lutero, sino por la útil materia de comparacion que ofrece con el Enrique VIII de Shakespeare. El sitio de Breda, comedia soldadesca y de circunstancias, muy animada y llena de rumbo, tropel y boato, viene á ser el cuadro de Las lanzas puesto en verso; pero desgraciadamente lo que cabe y es hermoso en la pintura, no lo es en el teatro.

Resumamos: Calderon, sin ser en todo rigor de arte el primero de nuestros dramáticos, es el más profundo en las ideas, el de genio más comprensivo y alto, quizá el más grande en lo trágico, y de cierto en lo simbólico. Es además el poeta nacional por excelencia, español y católico hasta los tuétanos é idealizador mágico de los sentimientos caballerescos y de los más nobles impulsos de la raza. Si en los caracteres fué débil, quizá debamos atribuirlo á que no acertó á ver más que los lados simpáticos y nobles de la naturaleza humana. Lo que pierde en universalidad, lo gana en sabor castizo. Sus defectos son los del ingenio español; su grandeza se confunde con la de España, y no morirá sino con ella. ¡Privilegio singular y para envidiado! Pero aún hay otro más alto: el ser á un mismo tiempo poeta admirable de su raza y de su siglo, y poeta y maestro y delicias de la humanidad en todas las edades, como lo son Shakespeare y Cervántes.

M. Menéndez Pelayo.


[p. lxvii]

DRAMAS RELIGIOSOS Y FILOSÓFICOS.


[p. 1]

LA VIDA ES SUEÑO.


[p. 2]

PERSONAS.


Basilio, rey de Polonia.

Segismundo, príncipe.

Astolfo, duque de Moscovia.

Clotaldo, viejo.

Clarin, gracioso.

Estrella, infanta.

Rosaura, dama.

Soldados.

Guardas.

Músicos.

Acompañamiento.

Criados.

Damas.

La escena es en la corte de Polonia, en una fortaleza poco distante y en el campo.


[p. 3]

JORNADA PRIMERA.


A un lado monte fragoso y al otro una torre cuya planta baja sirve de prision á Segismundo. La puerta, que da frente al espectador, está entreabierta. La accion principia al anochecer.

ESCENA PRIMERA.

ROSAURA, CLARIN.

(Rosaura vestida de hombre aparece en lo alto de las peñas, y baja á lo llano; tras ella viene Clarin.)

Rosaura.

Hipogrifo violento

Que corriste parejas con el viento,

¿Dónde rayo sin llama,

Pájaro sin matiz, pez sin escama,

Y bruto sin instinto

Natural, al confuso laberinto

Destas desnudas peñas

Te desbocas, arrastras y despeñas?

Quédate en este monte,

Donde tengan los brutos su Faetonte;

Que yo, sin más camino

Que el que me dan las leyes del destino.

Ciega y desesperada

Bajaré la aspereza enmarañada

[p. 4]Deste monte eminente,

Que arruga al sol el ceño de su frente.

Mal, Polonia, recibes

A un extranjero, pues con sangre escribes

Su entrada en tus arenas,

Y apénas llega, cuando llega á penas.

Bien mi suerte lo dice;

¿Mas dónde halló piedad un infelice?

Clarin.

Dí dos, y no me dejes

En la posada á mí cuando te quejes;

Que si dos hemos sido

Los que de nuestra patria hemos salido

A probar aventuras,

Dos los que entre desdichas y locuras

Aquí habemos llegado,

Y dos los que del monte hemos rodado,

¿No es razon que yo sienta

Meterme en el pesar, y no en la cuenta?

Rosaura.

No te quiero dar parte

En mis quejas, Clarin, por no quitarte,

Llorando tu desvelo,

El derecho que tienes tú al consuelo.

Que tanto gusto habia

En quejarse, un filósofo decia,

Que, á trueco de quejarse,

Habian las desdichas de buscarse.

Clarin.

El filósofo era

Un borracho barbon: ¡oh! ¡quién le diera

Más de mil bofetadas!

Quejárase despues de muy bien dadas.

¿Mas qué haremos, señora,

A pié, solos, perdidos y á esta hora

En un desierto monte,

Cuando se parte el sol á otro horizonte?

[p. 5]

Rosaura.

¡Quién ha visto sucesos tan extraños!

Mas si la vista no padece engaños

Que hace la fantasía,

A la medrosa luz que áun tiene el dia,

Me parece que veo

Un edificio.

Clarin.

Ó miente mi deseo,

Ó termino las señas.

Rosaura.

Rústico nace entre desnudas peñas

Un palacio tan breve,

Que al sol apénas á mirar se atreve:

Con tan rudo artificio

La arquitectura está de su edificio,

Que parece, á las plantas

De tantas rocas y de peñas tantas

Que al sol tocan la lumbre,

Peñasco que ha rodado de la cumbre.

Clarin.

Vámonos acercando;

Que este es mucho mirar, señora, cuando

Es mejor que la gente

Que habita en ella, generosamente

Nos admita.

Rosaura.

La puerta

(Mejor diré funesta boca) abierta

Está, y desde su centro

Nace la noche, pues la engendra dentro.

(Suenan dentro cadenas.)

Clarin.

¡Qué es lo que escucho, cielo!

Rosaura.

Inmóvil bulto soy de fuego y hielo.

Clarin.

¿Cadenita hay que suena?

Mátenme, si no es galeote en pena:

Bien mi temor lo dice.

[p. 6]

ESCENA II.

SEGISMUNDO, en la torre.—ROSAURA, CLARIN.

Segism.

(Dentro.) ¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!

Rosaura.

¡Qué triste voz escucho!

Con nuevas penas y tormentos lucho.

Clarin.

Yo con nuevos temores.

Rosaura.

Clarin...

Clarin.

Señora...

Rosaura.

Huyamos los rigores

Desta encantada torre.

Clarin.

Yo áun no tengo

Ánimo para huir, cuando á eso vengo.

Rosaura.

¿No es breve luz aquella

Caduca exhalacion, pálida estrella,

Que en trémulos desmayos,

Pulsando ardores y latiendo rayos,

Hace más tenebrosa

La oscura habitacion con luz dudosa?

Sí, pues á sus reflejos

Puedo determinar (aunque de léjos)

Una prision oscura,

Que es de un vivo cadáver sepultura;

Y porque más me asombre,

En el traje de fiera yace un hombre

De prisiones cargado,

Y sólo de una luz acompañado.

Pues huir no podemos,

Desde aquí sus desdichas escuchemos:

Sepamos lo que dice.

(Abrense las hojas de la puerta, y descúbrese Segismundo con una cadena y vestido de pieles. Hay luz en la torre.)

[p. 7]

Segism.

¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!

Apurar, cielos, pretendo,

Ya que me tratais así,

Qué delito cometí

Contra vosotros naciendo:

Aunque si nací, ya entiendo

Qué delito he cometido:

Bastante causa ha tenido

Vuestra justicia y rigor,

Pues el delito mayor

Del hombre es haber nacido.

Solo quisiera saber

Para apurar mis desvelos

(Dejando á una parte, cielos,

El delito del nacer),

¿Qué más os pude ofender,

Para castigarme más?

¿No nacieron los demas?

Pues si los demas nacieron,

¿Qué privilegios tuvieron

Que yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas

Que le dan belleza suma,

Apénas es flor de pluma,

Ó ramillete con alas,

Cuando las etéreas alas

Corta con velocidad,

Negándose á la piedad

Del nido que deja en calma:

¿Y teniendo yo más alma,

Tengo ménos libertad?

Nace el bruto, y con la piel

Que dibujan manchas bellas,

Apénas signo es de estrellas

[p. 8](Gracias al docto pincel),

Cuando atrevido y cruel,

La humana[1] necesidad

Le enseña á tener crueldad,

Monstruo de su laberinto:

¿Y yo con mejor instinto

Tengo ménos libertad?

Nace el pez, que no respira,

Aborto de ovas y lamas,

Y apénas bajel de escamas

Sobre las ondas se mira,

Cuando á todas partes gira,

Midiendo la inmensidad

De tanta capacidad

Como le da el centro frio:

¿Y yo con más albedrío

Tengo ménos libertad?

Nace el arroyo, culebra

Que entre flores se desata,

Y apénas, sierpe de plata,

Entre las flores se quiebra,

Cuando músico celebra

De las flores la piedad,

Que le da la majestad

Del campo abierto á su huida:

¿Y teniendo yo más vida

Tengo ménos libertad?

En llegando á esta pasion,

Un volcan, un Etna hecho,

Quisiera arrancar del pecho

Pedazos del corazon:

¿Qué ley, justicia ó razon

[p. 9]Negar á los hombres sabe

Privilegio tan süave,

Excepcion tan principal,

Que Dios le ha dado á un cristal,

Á un pez, á un bruto y á un ave?

Rosaura.

Temor y piedad en mí

Sus razones han causado.

Segism.

¿Quién mis voces ha escuchado?

¿Es Clotaldo?

Clarin.

(Ap. á su amo.) Dí que sí.

Rosaura.

No es sino un triste (¡ay de mí!)

Que en estas bóvedas frias

Oyó tus melancolías.

Segism.

Pues muerte aquí te daré,

Porque no sepas que sé (Ásela.)

Que sabes flaquezas mias.

Sólo porque me has oido,

Entre mis membrudos brazos

Te tengo de hacer pedazos.

Clarin.

Yo soy sordo, y no he podido

Escucharte.

Rosaura.

Si has nacido

Humano, baste el postrarme

Á tus piés para librarme.

Segism.

Tu voz pudo enternecerme,

Tu presencia suspenderme

Y tu respeto turbarme.

¿Quién eres? que aunque yo aquí

Tan poco del mundo sé,

Que cuna y sepulcro fué

Esta torre para mí:

Y aunque desde que nací

(Si esto es nacer) sólo advierto

Este rústico desierto,

[p. 10]Donde miserable vivo,

Siendo un esqueleto vivo,

Siendo un animado muerto:

Y aunque nunca ví ni hablé,

Sino á un hombre solamente

Que aquí mis desdichas siente,

Por quien las noticias sé

De cielo y tierra, y aunque

Aquí, porque más te asombres

Y monstruo humano me nombres,

Entre asombros y quimeras,

Soy un hombre de las fieras,

Y una fiera de los hombres:

Y aunque en desdichas tan graves

La política he estudiado,

De los brutos enseñado,

Advertido de las aves,

Y de los astros süaves

Los círculos he medido;

Tú sólo, tú has suspendido

La pasion á mis enojos,

La suspension á mis ojos,

La admiracion á mi oido.

Con cada vez que te veo

Nueva admiracion me das,

Y cuando te miro más,

Aun más mirarte deseo.

Ojos hidrópicos creo

Que mis ojos deben ser;

Pues cuando es muerte el beber,

Beben más, y desta suerte,

Viendo que el ver me da muerte,

Estoy muriendo por ver.

Pero véate yo y muera;

[p. 11]Que no sé, rendido ya.

Si el verte muerte me da,

El no verte qué me diera.

Fuera, más que muerte fiera.

Ira, rabia y dolor fuerte;

Fuera muerte: desta suerte

Su rigor he ponderado.

Pues dar vida á un desdichado

Es dar á un dichoso muerte.

Rosaura.

Con asombro de mirarte.

Con admiracion de oirte,

Ni sé qué pueda decirte.

Ni qué pueda preguntarte:

Sólo diré que á esta parte

Hoy el cielo me ha guiado

Para haberme consolado,

Si consuelo puede ser

Del que es desdichado, ver

Otro que es más desdichado.

Cuentan de un sabio, que un dia

Tan pobre y mísero estaba,

Que sólo se sustentaba

De unas yerbas que cogia.

¿Habrá otro (entre sí decia)

Más pobre y triste que yo?

Y cuando el rostro volvió,

Halló la respuesta, viendo

Que iba otro sabio cogiendo

Las hojas que él arrojó.

Quejoso de la fortuna

Yo en este mundo vivia,

Y cuando entre mí decia:

¿Habrá otra persona alguna

De suerte más importuna?

[p. 12]Piadoso me has respondido;

Pues volviendo en mi sentido.

Hallo que las penas mias,

Para hacerlas tú alegrías

Las hubieras recogido.

Y por si acaso mis penas

Pueden en algo aliviarte,

Óyelas atento, y toma

Las que dellas me sobraren.

Yo soy...

ESCENA III.

CLOTALDO, SOLDADOS.—SEGISMUNDO, ROSAURA, CLARIN.

Clotal.

(Dentro.) Guardas desta torre,

Que, dormidas ó cobardes,

Dísteis paso á dos personas

Que han quebrantado la cárcel...

Rosaura.

Nueva confusion padezco.

Segism.

Este es Clotaldo, mi alcaide.

¿Aun no acaban mis desdichas?

Clotal.

(Dentro.) Acudid, y vigilantes,

Sin que puedan defenderse,

Ó prendedles, ó matadles.

Voces.

(Dentro.) ¡Traicion!

Clarin.

Guardas desta torre.

Que entrar aquí nos dejasteis.

Pues que nos dais á escoger.

El prendernos es más fácil.

(Salen Clotaldo y los soldados: él con una pistola, y todos con los rostros cubiertos.)

[p. 13]

Clotal.

(Aparte á los soldados al salir.)

Todos os cubrid los rostros;

Que es diligencia importante

Miéntras estamos aquí

Que no nos conozca nadie.

Clarin.

¿Enmascaraditos hay?

Clotal.

Oh vosotros que ignorantes,

De aqueste vedado sitio

Coto y término pasasteis

Contra el decreto del Rey,

Que manda que no ose nadie

Examinar el prodigio

Que entre esos peñascos yace,

Rendid las armas y vidas,

Ó aquesta pistola, áspid

De metal, escupirá

El veneno penetrante

De dos balas, cuyo fuego

Será escándalo del aire.

Segism.

Primero, tirano dueño,

Que los ofendas ni agravies,

Será mi vida despojo

Destos lazos miserables;

Pues en ellos, vive Dios,

Tengo de despedazarme

Con las manos, con los dientes,

Entre aquestas peñas, ántes

Que su desdicha consienta

Y que llore sus ultrajes.

Clotal.

Si sabes que tus desdichas,

Segismundo, son tan grandes,

Que ántes de nacer moriste

Por ley del cielo; si sabes

Que aquestas prisiones son

[p. 14]De tus furias arrogantes

Un freno que las detenga

Y una rueda que las pare,

¿Por qué blasonas? La puerta (A los soldados.)

Cerrad de esa estrecha cárcel;

Escondedle en ella.

Segism.

¡Ah, cielos,

Qué bien haceis en quitarme

La libertad! porque fuera

Contra vosotros gigante,

Que para quebrar al sol

Esos vidrios y cristales,

Sobre cimientos de piedra

Pusiera montes de jaspe.

Clotal.

Quizá, porque no los pongas,

Hoy padeces tantos males.

(Llévanse algunos soldados á Segismundo y enciérranle en su prision.)

ESCENA IV.

ROSAURA, CLOTALDO, CLARIN, SOLDADOS.

Rosaura.

Ya que ví que la soberbia

Te ofendió tanto, ignorante

Fuera en no pedirte humilde

Vida que á tus plantas yace.

Muévate en mí la piedad;

Que será rigor notable,

Que no hallen favor en tí

Ni soberbias ni humildades.

Clarin.

Y si humildad ni soberbia

No te obligan, personajes

[p. 15]Que han movido y removido

Mil autos sacramentales,

Yo, ni humilde ni soberbio,

Sino entre las dos mitades

Entreverado, te pido

Que nos remedies y ampares.

Clotal.

¡Hola!

Soldado.

Señor...

Clotal.

A los dos

Quitad las armas, y atadles

Los ojos, porque no vean

Cómo ni de dónde salen.

Rosaura.

Mi espada es esta, que á tí

Solamente ha de entregarse,

Porque al fin, de todos eres

El principal, y no sabe

Rendirse á ménos valor.

Clarin.

La mia es tal, que puede darse

Al más rüin: tomadla vos. (A un soldado.)

Rosaura.

Y si he de morir, dejarte

Quiero, en fe desta piedad,

Prenda que pudo estimarse

Por el dueño que algun dia

Se la ciñó: que la guardes

Te encargo, porque aunque yo

No sé qué secreto alcance,

Sé que esta dorada espada

Encierra misterios grandes,

Pues solo fiado en ella

Vengo á Polonia á vengarme

De un agravio.

Clotal.

(Aparte.) ¡Santos cielos!

¡Qué es esto! ya son más graves

Mis penas y confusiones,

[p. 16]Mis ánsias y mis pesares.

¿Quién te la dió?

Rosaura.

Una mujer.

Clotal.

¿Cómo se llama?

Rosaura.

Que calle

Su nombre es fuerza.

Clotal.

¿De qué

Infieres ahora, ó sabes,

Que hay secreto en esta espada?

Rosaura.

Quien me la dió, dijo: «Parte

A Polonia, y solicita

Con ingenio, estudio ó arte,

Que te vean esa espada

Los nobles y principales,

Que yo sé que alguno dellos

Te favorezca y ampare;»

Que por si acaso era muerto,

No quiso entónces nombrarle.

Clotal.

(Ap.) ¡Válgame el cielo, qué escucho!

Aun no sé determinarme

Si tales sucesos son

Ilusiones ó verdades.

Esta es la espada que yo

Dejé á la hermosa Violante.

Por señas que el que ceñida

La trajera, habia de hallarme

Amoroso como hijo,

Y piadoso como padre.

Pues ¿qué he de hacer (¡ay de mi!)

En confusion semejante,

Si quien la trae por favor,

Para su muerte la trae,

Pues que sentenciado á muerte

Llega á mis piés? ¡Qué notable

[p. 17]Confusion! ¡Qué triste hado!

¡Qué suerte tan inconstante!

Este es mi hijo, y las señas

Dicen bien con las señales

Del corazon, que por verlo

Llama al pecho, y en él bate

Las alas, y no pudiendo

Romper los candados, hace

Lo que aquel que está encerrado,

Y oyendo ruido en la calle

Se asoma por la ventana:

El así, como no sabe

Lo que pasa, y oye el ruido,

Va á los ojos á asomarse,

Que son ventanas del pecho

Por donde en lágrimas sale.

¿Qué he de hacer? (¡Valedme, cielos!)

¿Qué he de hacer? Porque llevarle

Al Rey, es llevarle (¡ay triste!)

A morir. Pues ocultarle

Al Rey no puedo, conforme

A la ley del homenaje.

De una parte el amor proprio,

Y la lealtad de otra parte

Me rinden. Pero ¿qué dudo?

La lealtad del Rey ¿no es ántes

Que la vida y que el honor?

Pues ella viva y él falte.

Fuera de que si ahora atiendo

A que dijo que á vengarse

Viene de un agravio, hombre

Que está agraviado, es infame.—

No es mi hijo, no es mi hijo,

Ni tiene mi noble sangre.

[p. 18]Pero si ya ha sucedido

Un peligro, de quien nadie

Se libró, porque el honor

Es de materia tan frágil

Que con una accion se quiebra

Ó se mancha con un aire,

¿Qué más puede hacer, qué más,

El que es noble, de su parte,

Que á costa de tantos riesgos

Haber venido á buscarle?

Mi hijo es, mi sangre tiene,

Pues tiene valor tan grande;

Y así, entre una y otra duda,

El medio más importante

Es irme al Rey, y decirle

Que es mi hijo, y que le mate.

Quizá la misma piedad

De mi honor podrá obligarle;

Y si le merezco vivo,

Yo le ayudaré á vengarse

De su agravio; mas si el Rey,

En sus rigores constante,

Le da muerte, morirá

Sin saber que soy su padre.—

Venid conmigo, extranjeros,

(A Rosaura y Clarin.)

No temais, no, de que os falte

Compañía en las desdichas,

Pues en duda semejante

De vivir ó de morir,

No sé cuáles son más grandes. (Vanse.)


[p. 19]Salon del Palacio Real en la corte[2].

ESCENA V.

ASTOLFO y soldados, que salen por un lado, y por el otro la INFANTA ESTRELLA y damas. Música militar dentro y salvas.

Astolfo.

Bien al ver los excelentes

Rayos, que fueron cometas,

Mezclan salvas diferentes

Las cajas y las trompetas,

Los pájaros y las fuentes:

Siendo con música igual,

Y con maravilla suma,

A tu vista celestial

Unos, clarines de pluma,

Y otras, aves de metal;

Y así os saludan, señora,

Como á su reina las balas,

Los pájaros como Aurora,

Las trompetas como á Pálas

Y las flores como á Flora;

Porque sois, burlando el dia

Que ya la noche destierra,

Aurora en el alegría,

Flora en paz, Pálas en guerra,

Y reina en el alma mia.

Estrel.

Si la voz se ha de medir

[p. 20]Con las acciones humanas,

Mal habeis hecho en decir

Finezas tan cortesanas,

Donde os pueda desmentir

Todo ese marcial trofeo

Con quien ya atrevida lucho;

Pues no dicen, segun creo,

Las lisonjas que os escucho,

Con los rigores que veo.

Y advertid que es baja accion,

Que sólo á una fiera toca,

Madre de engaño y traicion,

El halagar con la boca

Y matar con la intencion.

Astolfo.

Muy mal informada estais,

Estrella, pues que la fe

De mis finezas dudais,

Y os suplico que me oigais

La causa, á ver si la sé.

Falleció Eustorgio tercero,

Rey de Polonia, y quedó

Basilio por heredero,

Y dos hijas, de quien yo

Y vos nacimos.—No quiero

Cansaros con lo que tiene

Lugar aquí.—Clorilene,

Vuestra madre y mi señora,

Que en mejor imperio ahora

Dosel de luceros tiene,

Fué la mayor, de quien vos

Sois hija; fué la segunda,

Madre y tia de los dos,

La gallarda Recisunda,

Que guarde mil años Dios;

[p. 21]Casó en Moscovia, de quien

Nací yo. Volver ahora

Al otro principio es bien.

Basilio, que ya, señora,

Se rinde al comun desden

Del tiempo, más inclinado

A los estudios que dado

A mujeres, enviudó

Sin hijos, y vos y yo

Aspiramos á este Estado.

Vos alegais que habeis sido

Hija de hermana mayor;

Yo, que varon he nacido,

Y aunque de hermana menor,

Os debo ser preferido.

Vuestra intencion y la mia

A nuestro tio contamos:

Él respondió que queria

Componernos, y aplazamos

Este puesto y este dia.

Con esta intencion salí

De Moscovia y de su tierra;

Con esta llegué hasta aquí,

En vez de haceros yo guerra,

A que me la hagais á mí.

¡Oh! quiera Amor, sabio dios,

Que el vulgo, astrólogo cierto,

Hoy lo sea con los dos,

Y que pare este concierto

En que seais Reina vos,

Pero Reina en mi albedrío,

Dándôs, para más honor,

Su corona nuestro tio,

Sus triunfos vuestro valor

[p. 22]Y su imperio el amor mio.

Estrel.

A tan cortés bizarría

Ménos mi pecho no muestra,

Pues la imperial monarquía

Para sólo hacerla vuestra

Me holgara que fuera mia;

Aunque no está satisfecho

Mi amor de que sois ingrato,

Si en cuanto decís, sospecho

Que os desmiente ese retrato

Que está pendiente del pecho.

Astolfo.

Satisfaceros intento

Con él... Mas lugar no da

Tanto sonoro instrumento, (Tocan cajas.)

Que avisa que sale ya

El Rey con su parlamento.

ESCENA VI.

EL REY BASILIO, acompañamiento.—ASTOLFO, ESTRELLA, damas, soldados.

Estrel.

Sabio Táles...

Astolfo.

Docto Euclídes...

Estrel.

Que entre signos...

Astolfo.

Que entre estrellas...

Estrel.

Hoy gobiernas...

Astolfo.

Hoy resides...

Estrel.

Y sus caminos...

Astolfo.

Sus huellas...

Estrel.

Describes...

[p. 23]

Astolfo.

Tasas y mides...

Estrel.

Deja que en humildes lazos...

Astolfo.

Deja que en tiernos abrazos...

Estrel.

Hiedra dese tronco sea.

Astolfo.

Rendido á tus piés me vea.

Basilio.

Sobrinos, dadme los brazos,

Y creed, pues que leales

Á mi precepto amoroso

Venís con afectos tales,

Que á nadie deje quejoso

Y los dos quedeis iguales:

Y así, cuando me confieso

Rendido al prolijo peso,

Sólo os pido en la ocasion

Silencio, que admiracion

Ha de pedirla el suceso.

Ya sabeis (estadme atentos,

Amados sobrinos mios,

Corte ilustre de Polonia,

Vasallos, deudos y amigos),

Ya sabeis que yo en el mundo

Por mi ciencia he merecido

El sobrenombre de docto,

Pues, contra el tiempo y olvido,

Los pinceles de Timantes,

Los mármoles de Lisipo,

En el ámbito del orbe

Me aclaman el gran Basilio.

Ya sabeis que son las ciencias

Que más curso y más estimo,

Matemáticas sutiles,

Por quien al tiempo le quito,

Por quien á la fama rompo

La jurisdiccion y oficio

[p. 24]De enseñar más cada dia;

Pues cuando en mis tablas miro

Presentes las novedades

De los venideros siglos,

Le gano al tiempo las gracias

De contar lo que yo he dicho.

Esos círculos de nieve,

Esos doseles de vidrio

Que el sol ilumina á rayos,

Que parte la luna á giros;

Esos orbes de diamantes,

Esos globos cristalinos

Que las estrellas adornan

Y que campean los signos,

Son el estudio mayor

De mis años, son los libros

Donde en papel de diamante,

En cuadernos de zafiro,

Escribe con líneas de oro,

En caracteres distintos,

El cielo nuestros sucesos,

Ya adversos ó ya benignos.

Estos leo tan veloz,

Que con mi espíritu sigo

Sus rápidos movimientos

Por rumbos y por caminos.

¡Pluguiera al cielo, primero

Que mi ingenio hubiera sido

De sus márgenes comento,

Y de sus hojas registro,

Hubiera sido mi vida

El primero desperdicio

De sus iras, y que en ellas

Mi tragedia hubiera sido,

[p. 25]Porque de los infelices

Aun el mérito es cuchillo,

Que á quien le daña el saber,

Homicida es de sí mismo!

Dígalo yo, aunque mejor

Lo dirán sucesos mios,

Para cuya admiracion

Otra vez silencio os pido.

En Clorilene, mi esposa,

Tuve un infelice hijo,

En cuyo parto los cielos

Se agotaron de prodigios.

Ántes que á la luz hermosa

Le diese el sepulcro vivo

De un vientre (porque el nacer

Y el morir son parecidos),

Su madre infinitas veces,

Entre ideas y delirios

Del sueño, vió que rompia

Sus entrañas atrevido

Un monstruo en forma de hombre,

Y entre su sangre teñido,

La daba muerte, naciendo

Víbora humana del siglo.

Llegó de su parto el dia,

Y los presagios cumplidos

(Porque tarde ó nunca son

Mentirosos los impíos),

Nació en horóscopo tal,

Que el sol, en su sangre tinto,

Entraba sañudamente

Con la luna en desafío;

Y siendo valla la tierra,

Los dos faroles divinos

[p. 26]A luz entera luchaban,

Ya que no á brazo partido.

El mayor, el más horrendo

Eclipse que ha padecido

El sol, despues que con sangre

Lloró la muerte de Cristo,

Este fué, porque anegado

El orbe en incendios vivos,

Presumió que padecia

El último parasismo:

Los cielos se oscurecieron,

Temblaron los edificios,

Llovieron piedras las nubes,

Corrieron sangre los rios.

En aqueste, pues, del sol

Ya frenesí, ó ya delirio,

Nació Segismundo, dando

De su condicion indicios,

Pues dió la muerte á su madre,

Con cuya fiereza dijo:

Hombre soy, pues que ya empiezo

A pagar mal beneficios.

Yo, acudiendo á mis estudios,

En ellos y en todo miro

Que Segismundo sería

El hombre más atrevido,

El príncipe más cruel

Y el monarca más impío,

Por quien su reino vendria

A ser parcial y diviso,

Escuela de las traiciones

Y academia de los vicios;

Y él, de su furor llevado,

Entre asombros y delitos,

[p. 27]Habia de poner en mí

Las plantas, y yo rendido

A sus piés me habia de ver,

(¡Con qué vergüenza lo digo!)

Siendo alfombra de sus plantas

Las canas del rostro mio.

¿Quién no da crédito al daño,

Y más al daño que ha visto

En su estudio, donde hace

El amor proprio su oficio?

Pues dando crédito yo

Á los hados, que divinos

Me pronosticaban daños

En fatales vaticinios,

Determiné de encerrar

La fiera que habia nacido,

Por ver si el sabio tenía

En las estrellas dominio.

Publicóse que el infante

Nació muerto, y prevenido

Hice labrar una torre

Entre las peñas y riscos

De esos montes, donde apénas

La luz ha hallado camino,

Por defenderle la entrada

Sus rústicos obeliscos.

Las graves penas y leyes,

Que con públicos edictos

Declararon que ninguno

Entrase á un vedado sitio

Del monte, se ocasionaron

De las causas que os he dicho.

Allí Segismundo vive

Mísero, pobre y cautivo,

[p. 28]Adonde sólo Clotaldo

Le ha hablado, tratado y visto.

Este le ha enseñado ciencias;

Este en la ley le ha instruido

Católica, siendo sólo

De sus miserias testigo.

Aquí hay tres cosas: la una

Que yo, Polonia, os estimo

Tanto, que os quiero librar

De la opresion y servicio

De un rey tirano, porque

No fuera señor benigno

El que á su patria y su imperio

Pusiera en tanto peligro.

La otra es considerar

Que si á mi sangre le quito

El derecho que le dieron

Humano fuero y divino,

No es cristiana caridad;

Pues ninguna ley ha dicho

Que por reservar yo á otro

De tirano y de atrevido,

Pueda yo serlo, supuesto

Que si es tirano mi hijo,

Porque él delitos no haga,

Vengo yo á hacer los delitos.

Es la última y tercera

El ver cuánto yerro ha sido

Dar crédito fácilmente

Á los sucesos previstos;

Pues aunque su inclinacion

Le dicte sus precipicios,

Quizá no le vencerán,

Porque el hado más esquivo,

[p. 29]La inclinacion más violenta,

El planeta más impío,

Sólo el albedrío inclinan,

No fuerzan el albedrío.

Y así, entre una y otra causa,

Vacilante y discursivo,

Previne un remedio tal,

Que os suspenda los sentidos.

Yo he de ponerle mañana,

Sin que él sepa que es mi hijo

Y Rey vuestro, á Segismundo

(Que aqueste su nombre ha sido)

En mi dosel, en mi silla,

Y en fin, en el lugar mio,

Donde os gobierne y os mande,

Y donde todos rendidos

La obediencia le jureis;

Pues con aquesto consigo

Tres cosas, con que respondo

Á las otras tres que he dicho.

Es la primera, que siendo

Prudente, cuerdo y benigno,

Desmintiendo en todo al hado

Que dél tantas cosas dijo,

Gozaréis el natural

Príncipe vuestro, que ha sido

Cortesano de unos montes

Y de sus fieras vecino.

Es la segunda, que si él

Soberbio, osado, atrevido

Y cruel, con rienda suelta

Corre el campo de sus vicios,

Habré yo piadoso entónces

Con mi obligacion cumplido;

[p. 30]Y luégo en desposeerle

Haré como Rey invicto,

Siendo el volverle á la cárcel

No crueldad, sino castigo.

Es la tercera, que siendo

El príncipe como os digo,

Por lo que os amo, vasallos,

Os daré reyes más dignos

De la corona y el cetro;

Pues serán mis dos sobrinos,

Que junto en uno el derecho

De los dos, y convenidos

Con la fe del matrimonio,

Tendrán lo que han merecido.

Esto como rey os mando,

Esto como padre os pido,

Esto como sabio os ruego,

Esto como anciano os digo;

Y si el Séneca español,

Que era humilde esclavo, dijo,

De su república un rey,

Como esclavo os lo suplico.

Astolfo.

Si á mí el responder me toca,

Como el que en efecto ha sido

Aquí el más interesado,

En nombre de todos digo

Que Segismundo parezca,

Pues le basta ser tu hijo.

Todos.

Dános al príncipe nuestro,

Que ya por rey le pedimos.

Basilio.

Vasallos, esa fineza

Os agradezco y estimo.

Acompañad á sus cuartos

A los dos atlantes mios,

[p. 31]Que mañana le vereis.

Todos.

¡Viva el grande rey Basilio!

(Éntranse todos acompañando á Estrella y á Astolfo: quédase el Rey.)

ESCENA VII.

CLOTALDO, ROSAURA, CLARIN.—BASILIO.

Clotal.

¿Podréte hablar? (Al Rey.)

Basilio.

¡Oh Clotaldo!

Tú seas muy bien venido.

Clotal.

Aunque viniendo á tus plantas

Era fuerza haberlo sido,

Esta vez rompe, señor,

El hado triste y esquivo

El privilegio á la ley

Y á la costumbre el estilo.

Basilio.

¿Qué tienes?

Clotal.

Una desdicha,

Señor, que me ha sucedido,

Cuando pudiera tenerla

Por el mayor regocijo.

Basilio.

Prosigue.

Clotal.

Este bello jóven,

Osado ó inadvertido,

Entró en la torre, señor,

Adonde al Príncipe ha visto,

Y es...

Basilio.

No os aflijais, Clotaldo:

Si otro dia hubiera sido,

Confieso que lo sintiera;

Pero ya el secreto he dicho,

[p. 32]Y no importa que él lo sepa,

Supuesto que yo lo digo.

Vedme despues, porque tengo

Muchas cosas que advertiros

Y muchas que hagais por mí;

Que habeis de ser, os aviso,

Instrumento del mayor

Suceso que el mundo ha visto:

Y á esos presos, porque al fin

No presumais que castigo

Descuidos vuestros, perdono. (Vase.)

Clotal.

¡Vivas, gran señor, mil siglos!

ESCENA VIII.

CLOTALDO, ROSAURA, CLARIN.

Clotal.

(Ap. Mejoró el cielo la suerte:

Ya no diré que es mi hijo,

Pues que lo puedo excusar.)

Extranjeros peregrinos,

Libres estais.

Rosaura.

Tus piés beso

Mil veces.

Clarin.

Y yo los viso,

Que una letra más ó ménos

No reparan dos amigos.

Rosaura.

La vida, señor, me has dado;

Y pues á tu cuenta vivo,

Eternamente seré

Esclavo tuyo.

Clotal.

No ha sido

Vida la que yo te he dado,

[p. 33]Porque un hombre bien nacido,

Si está agraviado, no vive;

Y supuesto que has venido

Á vengarte de un agravio,

Segun tú proprio me has dicho,

No te he dado vida yo,

Porque tú no la has traido,

Que vida infame no es vida.

(Ap. Bien con aquesto le animo.)

Rosaura.

Confieso que no la tengo,

Aunque de tí la recibo;

Pero yo con la venganza

Dejaré mi honor tan limpio,

Que pueda mi vida luego,

Atropellando peligros,

Parecer dádiva tuya.

Clotal.

Toma el acero bruñido

Que trajiste; que yo sé

Que él baste, en sangre teñida

De tu enemigo, á vengarte;

Porque acero que fué mio

(Digo este instante, este rato

Que en mi poder le he tenido),

Sabrá vengarte.

Rosaura.

En tu nombre

Segunda vez me le ciño,

Y en él juro mi venganza,

Aunque fuese mi enemigo

Más poderoso.

Clotal.

¿Eslo mucho?

Rosaura.

Tanto, que no te lo digo,

No porque de tu prudencia

Mayores cosas no fío,

Sino porque no se vuelva

[p. 34]Contra mí el favor que admiro

En tu piedad.

Clotal.

Ántes fuera

Ganarme á mí con decirlo;

Pues fuera cerrarme el paso

De ayudar á tu enemigo.

(Ap. ¡Oh si supiera quién es!)

Rosaura.

Porque no pienses que estimo

Tan poco esa confianza,

Sabe que el contrario ha sido

No ménos que Astolfo, duque

De Moscovia.

Clotal.

(Ap. Mal resisto

El dolor, porque es más grave,

Que fué imaginado, visto.

Apuremos más el caso.)

Si moscovita has nacido,

El que es natural señor,

Mal agraviarte ha podido:

Vuélvete á tu patria, pues,

Y deja el ardiente brío

Que te despeña.

Rosaura.

Yo sé,

Que aunque mi príncipe ha sido,

Pudo agraviarme.

Clotal.

No pudo,

Aunque pusiera atrevido

La mano en tu rostro. (Ap. ¡Ay cielos!)

Rosaura.

Mayor fué el agravio mio.

Clotal.

Dílo ya, pues que no puedes

Decir más que yo imagino.

Rosaura.

Sí dijera; mas no sé

Con qué respeto te miro,

Con qué afecto te venero,

[p. 35]Con qué estimacion te asisto,

Que no me atrevo á decirte

Que es este exterior vestido

Enigma, pues no es de quien

Parece: juzga advertido,

Si no soy lo que parezco,

Y Astolfo á casarse vino

Con Estrella, si podrá

Agraviarme. Harto te he dicho.

(Vanse Rosaura y Clarin.)

Clotal.

¡Escucha, aguarda, detente!

¿Qué confuso laberinto

Es este, donde no puede

Hallar la razon el hilo?

Mi honor es el agraviado,

Poderoso el enemigo,

Yo vasallo, ella mujer:

Descubra el cielo camino;

Aunque no sé si podrá,

Cuando en tan confuso abismo

Es todo el cielo un presagio,

Y es todo el mundo un prodigio.


[p. 36]

JORNADA SEGUNDA.


ESCENA PRIMERA.

BASILIO, CLOTALDO.

Clotal.

Todo, como lo mandaste,

Queda efectuado.

Basilio.

Cuenta,

Clotaldo, cómo pasó.

Clotal.

Fué, señor, desta manera.

Con la apacible bebida,

Que de confecciones llena

Hacer mandaste, mezclando

La virtud de algunas hierbas,

Cuyo tirano poder

Y cuya secreta fuerza

Así al humano discurso

Priva, roba y enajena,

Que deja vivo cadáver

Á un hombre, y cuya violencia,

Adormecido, le quita

Los sentidos y potencias...

—No tenemos que argüir

Que aquesto posible sea,

Pues tantas veces, señor,

[p. 37]Nos ha dicho la experiencia,

Y es cierto, que de secretos

Naturales está llena

La medicina, y no hay

Animal, planta ni piedra

Que no tenga calidad

Determinada, y si llega

Á examinar mil venenos

La humana malicia nuestra,

Que den la muerte, ¿qué mucho

Que, templada su violencia,

Pues hay venenos que maten,

Haya venenos que aduerman?

Dejando aparte el dudar

Si es posible que suceda,

Pues que ya queda probado

Con razones y evidencias...—

Con la bebida, en efecto,

Que el opio, la adormidera

Y el beleño compusieron,

Bajé á la cárcel estrecha

De Segismundo; con él

Hablé un rato de las letras

Humanas, que le ha enseñado

La muda naturaleza

De los montes y los cielos,

En cuya divina escuela

La retórica aprendió

De las aves y las fieras.

Para levantarle más

El espíritu á la empresa

Que solicitas, tomé

Por asunto la presteza

De un águila caudalosa,

[p. 38]Que despreciando la esfera

Del viento, pasaba á ser

En las regiones supremas

Del fuego rayo de pluma,

Ó desasido cometa.

Encarecí el vuelo altivo,

Diciendo: «Al fin eres reina

De las aves, y así, á todas

Es justo que las prefieras.»

Él no hubo menester más;

Que en tocando esta materia

De la majestad, discurre

Con ambicion y soberbia;

Porque en efecto la sangre

Le incita, mueve y alienta

Á cosas grandes, y dijo:

«¡Que en la república inquieta

De las aves tambien haya

Quien les jure la obediencia!

En llegando á este discurso

Mis desdichas me consuelan;

Pues, por lo ménos, si estoy

Sujeto, lo estoy por fuerza;

Porque voluntariamente

Á otro hombre no me rindiera.»

Viendole ya enfurecido

Con esto, que ha sido el tema

De su dolor, le brindé

Con la pócima, y apénas

Pasó desde el vaso al pecho

El licor, cuando las fuerzas

Rindió al sueño, discurriendo

Por los miembros y las venas

Un sudor frio, de modo

[p. 39]Que á no saber yo que era

Muerte fingida, dudara

De su vida. En esto llegan

Las gentes de quien tú fias

El valor desta experiencia,

Y poniéndole en un coche,

Hasta tu cuarto le llevan,

Donde prevenida estaba

La majestad y grandeza

Que es digna de su persona.

Allí en tu cama le acuestan,

Donde al tiempo que el letargo

Haya perdido la fuerza,

Como á tí mismo, señor,

Le sirvan, que así lo ordenas.

Y si haberte obedecido

Te obliga á que yo merezca

Galardon, sólo te pido

(Perdona mi inadvertencia)

Que me digas, ¿qué es tu intento,

Trayendo desta manera

Á Segismundo á palacio?

Basilio.

Clotaldo, muy justa es esa

Duda que tienes, y quiero

Sólo á tí satisfacerla.

Á Segismundo mi hijo

El influjo de su estrella

(Bien lo sabes) amenaza

Mil desdichas y tragedias:

Quiero examinar si el cielo,

Que no es posible que mienta,

Y más habiéndonos dado

De su rigor tantas muestras,

En su cruel condicion,

[p. 40]Ó se mitiga, ó se templa

Por lo ménos, y vencido

Con valor y con prudencia

Se desdice; porque el hombre

Predomina en las estrellas.

Esto quiero examinar,

Trayéndole donde sepa

Que es mi hijo, y donde haga

De su talento la prueba.

Si magnánimo la vence,

Reinará; pero si muestra

El ser cruel y tirano,

Le volveré á su cadena.

Ahora preguntarás,

Que para aquesta experiencia,

¿Qué importó haberle traido

Dormido desta manera?

Y quiero satisfacerte,

Dándote á todo respuesta.

Si él supiera que es mi hijo

Hoy, y mañana se viera

Segunda vez reducido

Á su prision y miseria,

Cierto es de su condicion

Que desesperara en ella;

Porque sabiendo quién es,

¿Qué consuelo habrá que tenga?

Y así he querido dejar

Abierta al daño la puerta

Del decir que fué soñado

Cuanto vió. Con esto llegan

A examinarse dos cosas:

Su condicion, la primera;

Pues él despierto procede

[p. 41]En cuanto imagina y piensa:

Y el consuelo la segunda;

Pues aunque ahora se vea

Obedecido, y despues

A sus prisiones se vuelva,

Podrá entender que soñó,

Y hará bien cuando lo entienda

Porque en el mundo, Clotaldo,

Todos los que viven sueñan.

Clotal.

Razones no me faltaran

Para probar que no aciertas;

Mas ya no tiene remedio;

Y segun dicen las señas,

Parece que ha despertado,

Y hácia nosotros se acerca.

Basilio.

Yo me quiero retirar:

Tú, como ayo suyo, llega,

Y de tantas confusiones

Como su discurso cercan,

Le saca con la verdad.

Clotal.

¿En fin, que me das licencia

Para que lo diga?

Basilio.

Sí;

Que podrá ser, con saberla,

Que conocido el peligro

Más fácilmente se venza. (Vase.)

ESCENA II.

CLARIN.—CLOTALDO.

Clarin.

(Ap.) Á costa de cuatro palos,

Que el llegar aquí me cuesta,

De un alabardero rubio

[p. 42]Que barbó de su librea,

Tengo de ver cuanto pasa;

Que no hay ventana más cierta,

Que aquella que, sin rogar

Á un ministro de boletas,

Un hombre se trae consigo;

Pues para todas las fiestas,

Despojado y despejado

Se asoma á su desvergüenza.

Clotal.

(Ap. Este es Clarin, el criado

De aquella (¡ay cielos!), de aquella

Que, tratante de desdichas,

Pasó á Polonia mi afrenta.)

Clarin, ¿qué hay de nuevo?

Clarin.

Hay,

Señor, que tu gran clemencia,

Dispuesta á vengar agravios

De Rosaura, la aconseja

Que tome su propio traje.

Clotal.

Y es bien, porque no parezca

Liviandad.

Clarin.

Hay que mudando

Su nombre, y tomando cuerda

Nombre de sobrina tuya,

Hoy tanto honor se acrecienta,

Que dama en palacio ya

De la singular Estrella

Vive.

Clotal.

Es bien que de una vez

Tome su honor por mi cuenta.

Clarin.

Hay que ella está esperando

Que ocasion y tiempo venga

En que vuelvas por su honor.

Clotal.

Prevencion segura es esa;

[p. 43]Que al fin el tiempo ha de ser

Quien haga esas diligencias.

Clarin.

Hay que ella está regalada,

Servida como una reina,

En fe de sobrina tuya.

Y hay que viniendo con ella,

Estoy yo muriendo de hambre

Y nadie de mí se acuerda,

Sin mirar que soy Clarin,

Y que si el tal Clarin suena,

Podrá decir cuanto pasa

Al Rey, á Astolfo y á Estrella;

Porque Clarin y criado

Son dos cosas que se llevan

Con el secreto muy mal;

Y podrá ser, si me deja

El silencio de su mano,

Se cante por mí esta letra:

Clarin que rompe el albor,

No suena mejor.

Clotal.

Tu queja está bien fundada;

Yo satisfaré tu queja,

Y en tanto sírveme á mí.

Clarin.

Pues ya Segismundo llega.

ESCENA III.

Músicos, cantando, y CRIADOS, dando de vestir á SEGISMUNDO, que sale como asombrado.—CLOTALDO, CLARIN.

Segism.

¡Válgame el cielo, qué veo!

¡Válgame el cielo, qué miro!

Con poco espanto lo admiro,

[p. 44]Con mucha duda lo creo.

¿Yo en palacios suntuosos?

¿Yo entre telas y brocados?

¿Yo cercado de criados

Tan lucidos y briosos?

¿Yo despertar de dormir

En lecho tan excelente?

¿Yo en medio de tanta gente

Que me sirva de vestir?

Decir que sueño es engaño:

Bien sé que despierto estoy.

¿Yo Segismundo no soy?

Dadme, cielos, desengaño.

Decidme, ¿qué pudo ser

Esto que á mi fantasía

Sucedió miéntras dormia,

Que aquí me he llegado á ver?

Pero sea lo que fuere,

¿Quién me mete en discurrir?

Dejarme quiero servir,

Y venga lo que viniere.

Criad. 1.º

(Ap. al Criado 2.º y á Clarin.)

¡Qué melancólico está!

Criad. 2.º

¿Pues á quién le sucediera

Esto, que no lo estuviera?

Clarin.

Á mí.

Criad. 2.º

Llega á hablarle ya.

Criad. 1.º

(A Segismundo.) ¿Volverán á cantar?

Segism.

No,

No quiero que canten más.

Criad. 2.º

Como tan suspenso estás.

Quise divertirte.

Segism.

Yo

No tengo de divertir

[p. 45]Con sus voces mis pesares;

Las músicas militares

Sólo he gustado de oir.

Clotal.

Vuestra Alteza, gran señor,

Me dé su mano á besar,

Que el primero os ha de dar

Esta obediencia mi honor.

Segism.

(Ap.) Clotaldo es: ¿pues como así,

Quien en prision me maltrata,

Con tal respeto me trata?

¿Qué es lo que pasa por mí?

Clotal.

Con la grande confusion

Que el nuevo estado te da,

Mil dudas padecerá

El discurso y la razon;

Pero ya librarte quiero

De todas (si puede ser),

Porque has, señor, de saber

Que eres príncipe heredero

De Polonia. Si has estado

Retirado y escondido,

Por obedecer ha sido

A la inclemencia del hado,

Que mil tragedias consiente

A este imperio, cuando en él

El soberano laurel

Corone tu augusta frente.

Mas fiando á tu atencion

Que vencerás las estrellas,

Porque es posible vencellas

Un magnánimo varon,

A palacio te han traido

De la torre en que vivias,

Miéntras al sueño tenías

[p. 46]El espíritu rendido.

Tu padre, el Rey mi señor,

Vendrá á verte, y dél sabrás,

Segismundo, lo demas.

Segism.

Pues vil, infame, traidor,

¿Qué tengo más que saber,

Despues de saber quien soy,

Para mostrar desde hoy

Mi soberbia y mi poder?

¿Cómo á tu patria le has hecho

Tal traicion, que me ocultaste

Á mí, pues que me negaste,

Contra razon y derecho,

Este estado?

Clotal.

¡Ay de mí triste!

Segism.

Traidor fuiste con la ley,

Lisonjero con el Rey,

Y cruel conmigo fuiste;

Y así el Rey, la ley y yo,

Entre desdichas tan fieras,

Te condenan á que mueras

Á mis manos.

Criad. 2.º

Señor...

Segism.

No

Me estorbe nadie, que es vana

Diligencia: ¡y vive Dios!

Si os poneis delante vos,

Que os eche por la ventana.

Criad. 2.º

Huye, Clotaldo.

Clotal.

¡Ay de tí,

Qué soberbia vas mostrando,

Sin saber que estás soñando! (Vase.)

Criad. 2.º

Advierte...

Segism.

Aparta de aquí.

[p. 47]

Criad. 2.º

Que á su Rey obedeció.

Segism.

En lo que no es justa ley

No ha de obedecer al Rey,

Y su príncipe era yo.

Criad. 2.º

Él no debió examinar

Si era bien hecho ó mal hecho.

Segism.

Que estais mal con vos sospecho,

Pues me dais que replicar.

Clarin.

Dice el Príncipe muy bien,

Y vos hicisteis muy mal.

Criad. 2.º

¿Quién os dió licencia igual?

Clarin.

Yo me la he tomado.

Segism.

¿Quién

Eres tú, dí?

Clarin.

Entremetido,

Y deste oficio soy jefe,

Porque soy el mequetrefe

Mayor que se ha conocido.

Segism.

Tú sólo en tan nuevos mundos

Me has agradado.

Clarin.

Señor,

Soy un grande agradador

De todos los Segismundos.

ESCENA IV.

ASTOLFO.—SEGISMUNDO, CLARIN, criados, músicos.

Astolfo.

¡Feliz mil veces el dia,

Oh Príncipe, que os mostrais,

Sol de Polonia, y llenais

De resplandor y alegría

Todos esos horizontes

[p. 48]Con tan divino arrebol;

Pues que salís como el sol

De los senos de los montes!

Salid, pues, y aunque tan tarde

Se corona vuestra frente

Del laurel resplandeciente,

Tarde muera.

Segism.

Dios os guarde.

Astolfo.

El no haberme conocido

Sólo por disculpa os doy

De no honrarme más. Yo soy

Astolfo, duque he nacido

De Moscovia, y primo vuestro:

Haya igualdad en los dos.

Segism.

Si digo que os guarde Dios,

¿Bastante agrado no os muestro?

Pero ya que haciendo alarde

De quien sois, desto os quejais,

Otra vez que me veais

Le diré á Dios que no os guarde.

Criad. 2.º

(A Astolfo.) Vuestra Alteza considere

Que como en montes nacido

Con todos ha procedido.

(A Segismundo.) Astolfo, señor, prefiere...

Segism.

Cansóme como llegó

Grave á hablarme, y lo primero

Que hizo, se puso el sombrero.

Criad. 2.º

Es grande.

Segism.

Mayor soy yo.

Criad. 2.º

Con todo eso, entre los dos

Que haya más respeto es bien

Que entre los demas.

Segism.

¿Y quién

Os mete conmigo á vos?

[p. 49]ESCENA V.

ESTRELLA.—Dichos.

Estrel.

Vuestra Alteza, señor, sea

Muchas veces bien venido

Al dosel que agradecido

Le recibe y le desea,

Adonde, á pesar de engaños,

Viva augusto y eminente,

Donde su vida se cuente

Por siglos, y no por años.

Segism.

(A Clarin.) Díme tú ahora, ¿quién es

Esta beldad soberana?

¿Quién es esta diosa humana,

A cuyos divinos piés

Postra el cielo su arrebol?

¿Quién es esta mujer bella?

Clarin.

Es, señor, tu prima Estrella.

Segism.

Mejor dijeras el sol.

Aunque el parabien es bien (A Estrella.)

Darme del bien que conquisto,

De sólo haberos hoy visto

Os admito el parabien:

Y así, de llegarme á ver

Con el bien que no merezco,

El parabien agradezco,

Estrella, que amanecer

Podeis, y dar alegría

Al más luciente farol.

¿Qué dejais que hacer al sol,

Si os levantais con el dia?

Dadme á besar vuestra mano,

[p. 50]En cuya copa de nieve

El aura candores bebe.

Estrel.

Sed más galan cortesano.

Astolfo.

(Ap.) Soy perdido.

Criad. 2.º

(Ap. El pesar sé

De Astolfo, y le estorbaré.)

Advierte, señor, que no

Es justo atreverse así,

Y estando Astolfo...

Segism.

¿No digo

Que vos no os metais conmigo?

Criad. 2.º

Digo lo que es justo.

Segism.

Á mí

Todo eso me causa enfado.

Nada me parece justo

En siendo contra mi gusto.

Criad. 2.º

Pues yo, señor, he escuchado

De tí que en lo justo es bien

Obedecer y servir.

Segism.

Tambien oiste decir

Que por un balcon, á quien

Me canse, sabré arrojar.

Criad. 2.º

Con los hombres como yo

No puede hacerse eso.

Segism.

¿No?

¡Por Dios! que lo he de probar.

(Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras él, volviendo á salir inmediatamente.)

Astolfo.

¿Qué es esto que llego á ver?

Estrel.

Idle todos á estorbar. (Vase.)

Segism.

(Volviendo.) Cayó del balcon al mar:

¡Vive Dios! que pudo ser[3].

[p. 51]

Astolfo.

Pues medid con más espacio

Vuestras acciones severas,

Que lo que hay de hombres á fieras,

Hay desde un monte á palacio.

Segism.

Pues en dando tan severo

En hablar con entereza,

Quizá no hallaréis cabeza

En que se os tenga el sombrero.

(Vase Astolfo.)

ESCENA VI.

BASILIO.—SEGISMUNDO, CLARIN, CRIADOS.

Basilio.

¿Qué ha sido esto?

Segism.

Nada ha sido.

Á un hombre, que me ha cansado,

Deste balcon he arrojado.

Clarin.

(A Segism.) Que es el Rey está advertido.

Basilio.

¿Tan presto una vida cuesta

Tu venida al primer dia?

Segism.

Díjome que no podia

Hacerse, y gané la apuesta.

Basilio.

Pésame mucho que cuando,

Príncipe, á verte he venido,

[p. 52]Pensado hallarte advertido,

De hados y estrellas triunfando,

Con tanto rigor te vea,

Y que la primera accion

Que has hecho en esta ocasion,

Un grave homicidio sea.

¿Con qué amor llegar podré

A darte ahora mis brazos,

Si de sus soberbios lazos,

Que están enseñados sé

A dar muerte? ¿Quién llegó

A ver desnudo el puñal

Que dió una herida mortal,

Que no temiese? ¿Quién vió

Sangriento el lugar, adonde

A otro hombre le dieron muerte,

Que no sienta? que el más fuerte

A su natural responde.

Yo así, que en tus brazos miro

Desta muerte el instrumento,

Y miro el lugar sangriento,

De tus brazos me retiro;

Y aunque en amorosos lazos

Ceñir tu cuello pensé,

Sin ellos me volveré,

Que tengo miedo á tus brazos.

Segism.

Sin ellos me podré estar

Como me he estado hasta aquí;

Que un padre que contra mí

Tanto rigor sabe usar,

Que su condicion ingrata

De su lado me desvía,

Como á una fiera me cria,

Y como á un monstruo me trata

[p. 53]Y mi muerte solicita,

De poca importancia fué

Que los brazos no me dé,

Cuando el sér de hombre me quita.

Basilio.

Al cielo y á Dios pluguiera

Que á dártele no llegara;

Pues ni tu voz escuchara,

Ni tu atrevimiento viera.

Segism.

Si no me le hubieras dado,

No me quejara de tí;

Pero una vez dado, sí,

Por habérmele quitado;

Pues aunque el dar la accion es

Más noble y más singular,

Es mayor bajeza el dar,

Para quitarlo despues.

Basilio.

¡Bien me agradeces el verte,

De un humilde y pobre preso,

Príncipe ya!

Segism.

Pues en eso

¿Qué tengo que agradecerte?

Tirano de mi albedrío,

Si viejo y caduco estás,

¿Muriéndote, qué me das?

¿Dasme más de lo que es mio?

Mi padre eres y mi rey;

Luego toda esta grandeza

Me da la naturaleza

Por derecho de su ley.

Luego aunque esté en tal estado,

Obligado no te quedo,

Y pedirte cuentas puedo

Del tiempo que me has quitado

Libertad, vida y honor;

[p. 54]Y así, agradéceme á mí

Que yo no cobre de tí,

Pues eres tú mi deudor.

Basilio.

Bárbaro eres y atrevido:

Cumplió su palabra el cielo;

Y así, para él mismo apelo,

Soberbio y desvanecido.

Y aunque sepas ya quién eres,

Y desengañado estés,

Y aunque en un lugar te ves

Donde á todos te prefieres,

Mira bien lo que te advierto,

Que seas humilde y blando,

Porque quizá estás soñando,

Aunque ves que estás despierto. (Vase.)

Segism.

¿Que quizás soñando estoy,

Aunque despierto me veo?

No sueño, pues toco y creo

Lo que he sido y lo que soy.

Y aunque ahora te arrepientas,

Poco remedio tendrás;

Sé quien soy, y no podrás,

Aunque suspires y sientas.

Quitarme el haber nacido

Desta corona heredero;

Y si me viste primero

A las prisiones rendido,

Fué porque ignoré quién era,

Pero ya informado estoy

De quien soy, y sé que soy

Un compuesto de hombre y fiera.

[p. 55]ESCENA VII.

ROSAURA, en traje de mujer.—SEGISMUNDO, CLARIN, CRIADOS.

Rosaura.

(Ap.) Siguiendo á Estrella vengo,

Y gran temor de hallar á Astolfo tengo;

Que Clotaldo desea

Que no sepa quién soy, y no me vea,

Porque dice que importa al honor mio:

Y de Clotaldo fío

Su efecto, pues le debo agradecida

Aquí el amparo de mi honor y vida.

Clarin.

(A Segism.) ¿Qué es lo que te ha agradado

Más de cuanto aquí has visto y admirado?

Segism.

Nada me ha suspendido;

Que todo lo tenía prevenido;

Mas si admirarme hubiera

Algo en el mundo, la hermosura fuera

De la mujer. Leia

Una vez yo en los libros que tenía,

Que lo que á Dios mayor estudio debe,

Era el hombre, por ser un mundo breve;

Mas ya que lo es recelo

La mujer, pues ha sido un breve cielo;

Y más beldad encierra

Que el hombre, cuanto va de cielo á tierra;.

Y más si es la que miro.

Rosaura.

(Ap.) El Príncipe está aquí; yo me retiro.

Segism.

Oye, mujer, detente;

No juntes el ocaso y el oriente,

Huyendo al primer paso;

[p. 56]Que juntos el oriente y el ocaso,

La luz y sombra fria,

Serás sin duda síncopa del dia.

¿Pero qué es lo que veo?

Rosaura.

Lo mismo que estoy viendo dudo y creo.

Segism.

(Ap.) Yo he visto esta belleza

Otra vez.

Rosaura.

(Ap.) Yo esta pompa, esta grandeza

He visto reducida

A una estrecha prision.

Segism.

(Ap. Ya hallé mi vida.)

Mujer, que aqueste nombre

Es el mejor requiebro para el hombre,

¿Quién eres? que sin verte

Adoracion me debes, y de suerte

Por la fe te conquisto,

Que me persuado á que otra vez te he visto.

¿Quién eres, mujer bella?

Rosaura.

Disimular me importa. Soy de Estrella

Una infelice dama.

Segism.

No digas tal; dí el sol, á cuya llama

Aquella estrella vive,

Pues de tus rayos resplandor recibe;

Yo ví en reino de olores

Que presidia entre escuadron de flores

La deidad de la rosa,

Y era su emperatriz por más hermosa;

Yo ví entre piedras finas

De la docta academia de sus minas

Preferir el diamante,

Y ser su emperador por más brillante;

Yo en esas córtes bellas

De la inquieta república de estrellas,

Ví en el lugar primero

[p. 57]Por rey de las estrellas al lucero;

Yo en esferas perfetas,

Llamando el sol á córtes los planetas,

Le ví que presidia,

Como mayor oráculo del dia.

Pues ¿cómo si entre flores, entre estrellas,

Piedras, signos, planetas, las más bellas

Prefieren, tú has servido

La de ménos beldad, habiendo sido

Por más bella y hermosa,

Sol, lucero, diamante, estrella y rosa?

ESCENA VIII.

CLOTALDO, que se queda al paño.—SEGISMUNDO, ROSAURA, CLARIN, CRIADOS.

Clotal.

(Ap.) A Segismundo reducir deseo,

Porque en fin le he criado: mas ¡qué veo!

Rosaura.

Tu favor reverencio:

Respóndate retórico el silencio:

Cuando tan torpe la razon se halla,

Mejor habla, señor, quien mejor calla.

Segism.

No has de ausentarte, espera.

¿Cómo quieres dejar de esa manera

A obscuras mi sentido?

Rosaura.

Esta licencia á vuestra Alteza pido.

Segism.

Irte con tal violencia

No es pedirla, es tomarte la licencia.

Rosaura.

Pues si tú no la das, tomarla espero.

Segism.

Harás que de cortés pase á grosero,

Porque la resistencia

Es veneno cruel de mi paciencia.

Rosaura.

Pues cuando ese veneno,

[p. 58]De furia, de rigor y saña lleno,

La paciencia venciera,

Mi respeto no osara, ni pudiera.

Segism.

Sólo por ver si puedo,

Harás que pierda á tu hermosura el miedo,

Que soy muy inclinado

A vencer lo imposible: hoy he arrojado

De ese balcon á un hombre, que decia

Que hacerse no podia;

Y así por ver si puedo, cosa es llana

Que arrojaré tu honor por la ventana.

Clotal.

(Ap.) Mucho se va empeñando.

¿Qué he de hacer, cielos, cuando

Tras un loco deseo

Mi honor segunda vez á riesgo veo?

Rosaura.

No en vano prevenía

A este reino infeliz tu tiranía

Escándalos tan fuertes

De delitos, traiciones, iras, muertes.

Mas ¿qué ha de hacer un hombre,

Que no tiene de humano más que el nombre,

Atrevido, inhumano,

Cruel, soberbio, bárbaro y tirano,

Nacido entre las fieras?

Segism.

Porque tú ese baldon no me dijeras,

Tan cortés me mostraba,

Pensando que con esto te obligaba;

Mas si lo soy hablando deste modo,

Has de decirlo, vive Dios, por todo.—

Hola, dejadnos solos, y esa puerta

Se cierre, y no entre nadie.

(Vanse Clarin y los criados.)

Rosaura.

Yo soy muerta.—

Advierte...

[p. 59]

Segism.

Soy tirano,

Y ya pretendes reducirme en vano.

Clotal.

(Ap.) ¡Oh qué lance tan fuerte!

Saldré á estorbarlo, aunque me dé la muerte.

Señor, atiende, mira. (Llega.)

Segism.

Segunda vez me has provocado á ira,

Viejo caduco y loco.

¿Mi enojo y mi rigor tienes en poco?

¿Cómo hasta aquí has llegado?

Clotal.

De los acentos desta voz llamado,

A decirte que seas

Más apacible, si reinar deseas;

Y no por verte ya de todos dueño,

Seas cruel, porque quizá es un sueño.

Segism.

A rabia me provocas,

Cuando la luz del desengaño tocas.

Veré, dándote la muerte,

Si es sueño ó si es verdad.

(Al ir á sacar la daga se la detiene Clotaldo, y se pone de rodillas.)

Clotal.

Yo desta suerte

Librar mi vida espero.

Segism.

Quita la osada mano del acero.

Clotal.

Hasta que gente venga,

Que tu rigor y cólera detenga,

No he de soltarte.

Rosaura.

¡Ay cielo!

Segism.

Suelta, digo,

Caduco, loco, bárbaro, enemigo,

Ó será desta suerte, (Luchan.)

Dándote ahora entre mis brazos muerte.

Rosaura.

Acudid todos presto,

Que matan á Clotaldo. (Vase.)

(Sale Astolfo á tiempo que cae Clotaldo á sus piés, y él se pone en medio.)

[p. 60]ESCENA IX.

ASTOLFO.—SEGISMUNDO, CLOTALDO.

Astolfo.

¿Pues qué es esto,

Príncipe generoso?

¿Así se mancha acero tan brioso

En una sangre helada?

Vuelva á la vaina tan lucida espada.

Segism.

En viéndola teñida

En esa infame sangre.

Astolfo.

Ya su vida

Tomó á mis piés sagrado,

Y de algo ha de servirle haber llegado.

Segism.

Sírvate de morir; pues desta suerte

Tambien sabré vengarme con tu muerte

De aquel pasado enojo.

Astolfo.

Yo defiendo

Mi vida; así la majestad no ofendo.

(Saca Astolfo la espada, y riñen.)

Clotal.

No le ofendas, señor.

ESCENA X.

BASILIO, ESTRELLA Y ACOMPAÑAMIENTO.—SEGISMUNDO, ASTOLFO, CLOTALDO.

Basilio.

¿Pues aquí espadas?

Estrel.

(Ap.) ¡Astolfo es, ay de mí, penas airadas!

Basilio.

¿Pues qué es lo que ha pasado?

Astolfo.

Nada, señor, habiendo tú llegado. (Envainan.)

[p. 61]

Segism.

Mucho, señor, aunque hayas tú venido:

Yo á ese viejo matar he pretendido.

Basilio.

¿Respeto no tenías

A estas canas?

Clotal.

Señor, ved que son mias:

Que no importa veréis.

Segism.

Acciones vanas,

Querer que tenga yo respeto á canas;

Pues áun esas podria (Al Rey.)

Ser que viese á mis plantas algun dia,

Porque áun no estoy vengado

Del modo injusto con que me has criado.

(Vase.)

Basilio.

Pues ántes que lo veas,

Volverás á dormir adonde creas

Que cuanto te ha pasado,

Como fué bien del mundo, fué soñado.

(Vanse el Rey, Clotaldo y el acompañamiento.)

ESCENA XI.

ESTRELLA, ASTOLFO.

Astolfo.

¡Qué pocas veces el hado,

Que dice desdichas, miente,

Pues es tan cierto en los males,

Cuanto dudoso en los bienes!

¡Qué buen astrólogo fuera,

Si siempre casos crueles

Anunciara; pues no hay duda

Que ellos fueran verdad siempre!

Conocerse esta experiencia

En mí y Segismundo puede,

[p. 62]Estrella, pues en los dos

Hace muestras diferentes.

En él previno rigores,

Soberbias, desdichas, muertes,

Y en todo dijo verdad,

Porque todo, al fin, sucede;

Pero en mí, que al ver, señora,

Esos rayos excelentes,

De quien el sol fué una sombra

Y el cielo un amago breve,

Que me previno venturas,

Trofeos, aplausos, bienes,

Dijo mal, y dijo bien;

Pues sólo es justo que acierte

Cuando amaga con favores

Y ejecuta con desdenes.

Estrel.

No dudo que esas finezas

Son verdades evidentes;

Mas serán por otra dama,

Cuyo retrato pendiente

Al cuello tragisteis cuando

Llegasteis, Astolfo, á verme;

Y siendo así, esos requiebros

Ella sola los merece.

Acudid á que ella os pague,

Que no son buenos papeles

En el consejo de amor

Las finezas ni las fees

Que se hicieron en servicio

De otras damas y otros reyes.

[p. 63]ESCENA XII.

ROSAURA, que se queda al paño.—ESTRELLA, ASTOLFO.

Rosaura.

(Ap.) ¡Gracias á Dios que llegaron

Ya mis desdichas crueles

Al término suyo, pues

Quien esto ve nada teme!

Astolfo.

Yo haré que el retrato salga

Del pecho, para que éntre

La imágen de tu hermosura.

Donde entra Estrella no tiene

Lugar la sombra, ni estrella

Donde el sol; voy á traerle.—

(Ap. Perdona, Rosaura hermosa,

Este agravio, porque ausentes,

No se guardan más fe que esta

Los hombres y las mujeres.) (Vase.)

(Adelántase Rosaura.)

Rosaura.

(Ap.) Nada he podido escuchar,

Temerosa que me viese.

Estrel.

¡Astrea!

Rosaura.

Señora mia.

Estrel.

Heme holgado que tú fueses

La que llegaste hasta aquí;

Porque de tí solamente

Fiara un secreto.

Rosaura.

Honras,

Señora, á quien te obedece.

Estrel.

En el poco tiempo, Astrea,

[p. 64]Que ha que te conozco, tienes

De mi voluntad las llaves;

Por esto, y por ser quien eres,

Me atrevo á fiar de tí

Lo que áun de mí muchas veces

Recaté.

Rosaura.

Tu esclava soy.

Estrel.

Pues para decirlo en breve,

Mi primo Astolfo (bastara

Que mi primo te dijese,

Porque hay cosas que se dicen

Con pensarlas solamente),

Ha de casarse conmigo,

Si es que la fortuna quiere

Que con una dicha sola

Tantas desdichas descuente.

Pesóme que el primer dia

Echado al cuello trajese

El retrato de una dama:

Habléle en él[4] cortésmente,

Es galan, y quiere bien,

Fué por él, y ha de traerle

Aquí; embarázame mucho

Que él á mí á dármele llegue:

Quédate aquí, y cuando venga,

Le dirás que te le entregue

Á tí. No te digo más;

Discreta y hermosa eres:

Bien sabrás lo que es amor. (Vase.)

[p. 65]ESCENA XIII.

ROSAURA.

¡Ojalá no lo supiese!

¡Válgame el cielo! ¿quién fuera

Tan atenta y tan prudente,

Que supiera aconsejarse

Hoy en ocasion tan fuerte?

¿Habrá persona en el mundo

Á quien el cielo inclemente

Con más desdichas combata

Y con más pesares cerque?

¿Qué haré en tantas confusiones,

Donde imposible parece

Que halle razon que me alivie,

Ni alivio que me consuele?

Desde la primer desdicha,

No hay suceso ni accidente

Que otra desdicha no sea;

Que unas á otras suceden,

Herederas de sí mismas.

Á la imitacion del Fénix,

Unas de las otras nacen,

Viviendo de lo que mueren,

Y siempre de sus cenizas

Está el sepulcro caliente.

Que eran cobardes, decia

Un sabio, por parecerle

Que nunca andaba una sola;

Yo digo que son valientes,

Pues siempre van adelante,

[p. 66]Y nunca la espalda vuelven:

Quien las llevare consigo,

Á todo podrá atreverse,

Pues en ninguna ocasion

No haya miedo que le dejen.

Dígalo yo, pues en tantas

Como á mi vida suceden,

Nunca me he hallado sin ellas,

Ni se han cansado hasta verme,

Herida de la fortuna,

En los brazos de la muerte.

¡Ay de mí! ¿qué debo hacer

Hoy en la ocasion presente?

Si digo quien soy, Clotaldo,

Á quien mi vida le debe

Este amparo y este honor,

Conmigo ofenderse puede;

Pues me dice que callando

Honor y remedio espere.

Si no he de decir quien soy

Á Astolfo, y él llega á verme,

¿Cómo he de disimular?

Pues aunque fingirlo intenten

La voz, la lengua y los ojos,

Les dirá el alma que mienten.

¿Qué haré? ¿Mas para qué estudio

Lo que haré, si es evidente

Que por más que lo prevenga,

Que lo estudie y que lo piense,

En llegando la ocasion

Ha de hacer lo que quisiere

El dolor? porque ninguno

Imperio en sus penas tiene.

Y pues á determinar

[p. 67]Lo que ha de hacer no se atreve

El alma, llegue el dolor

Hoy á su término, llegue

La pena á su extremo, y salga

De dudas y pareceres

De una vez; pero hasta entónces

Valedme, cielos, valedme.

ESCENA XIV.

ASTOLFO, que trae el retrato.—ROSAURA.

Astolfo.

Este es, señora, el retrato;

Mas ¡ay Dios!

Rosaura.

¿Qué se suspende

Vuestra Alteza? ¿qué se admira?

Astolfo.

De oirte, Rosaura, y verte.

Rosaura.

¿Yo Rosaura? Hase engañado

Vuestra Alteza, si me tiene

Por otra dama; que yo

Soy Astrea, y no merece

Mi humildad tan grande dicha

Que esa turbacion le cueste.

Astolfo.

Basta, Rosaura, el engaño,

Porque el alma nunca miente,

Y aunque como á Astrea te mire,

Como á Rosaura te quiere.

Rosaura.

No he entendido á vuestra Alteza,

Y así no sé responderle:

Sólo lo que yo diré

Es que Estrella (que lo puede

Ser de Vénus) me mandó

Que en esta parte le espere,

[p. 68]Y de la suya le diga

Que aquel retrato me entregue,

Que está muy puesto en razon,

Y yo misma se lo lleve.

Estrella lo quiere así,

Porque áun las cosas más leves

Como sean en mi daño,

Es Estrella quien las quiere.

Astolfo.

Aunque más esfuerzos hagas,

¡Oh qué mal, Rosaura, puedes

Disimular! Dí á los ojos

Que su música concierten

Con la voz; porque es forzoso

Que desdiga y que disuene

Tan destemplado instrumento,

Que ajustar y medir quiere

La falsedad de quien dice,

Con la verdad de quien siente.

Rosaura.

Ya digo que sólo espero

El retrato.

Astolfo.

Pues que quieres

Llevar al fin el engaño,

Con él quiero responderte.

Dirásle, Astrea, á la Infanta,

Que yo la estimo de suerte

Que, pidiéndome un retrato,

Poca fineza parece

Enviársele, y así,

Porque le estime y le precie

Le envío el original;

Y tú llevársele puedes,

Pues ya le llevas contigo,

Como á tí misma te lleves.

Rosaura.

Cuando un hombre se dispone,

[p. 69]Restado, altivo y valiente,

Á salir con una empresa,

Aunque por trato le entreguen

Lo que valga más, sin ella

Necio y desairado vuelve.

Yo vengo por un retrato,

Y aunque un original lleve

Que vale más, volveré

Desairada: y así, déme

Vuestra Alteza ese retrato,

Que sin él no he de volverme.

Astolfo.

¿Pues cómo, si no he darle,

Le has de llevar?

Rosaura.

Desta suerte.

Suéltale, ingrato. (Trata de quitársele.)

Astolfo.

Es en vano.

Rosaura.

¡Vive Dios, que no ha de verse

En manos de otra mujer!

Astolfo.

Terrible estás.

Rosaura.

Y tú aleve.

Astolfo.

Ya basta, Rosaura mia.

Rosaura.

¿Yo tuya? Villano, mientes.

(Están asidos ambos del retrato.)

ESCENA XV.

ESTRELLA.—ROSAURA, ASTOLFO.

Estrel.

Astrea, Astolfo, ¿qué es esto?

Astolfo.

(Ap.) Aquesta es Estrella.

Rosaura.

(Ap. Déme

Para cobrar mi retrato,

Ingenio el amor.) Si quieres (A Estrella.)

[p. 70]Saber lo que es, yo, señora,

Te lo diré.

Astolfo.

(Ap. á Rosaura.) ¿Qué pretendes?

Rosaura.

Mandásteme que esperase

Aquí á Astolfo, y le pidiese

Un retrato de tu parte.

Quedé sola, y como vienen

De unos discursos á otros

Las noticias fácilmente,

Viéndote hablar de retratos,

Con su memoria acordéme

De que tenía uno mio

En la manga. Quise verle,

Porque una persona sola

Con locuras se divierte;

Cayóseme de la mano

Al suelo: Astolfo, que viene

Á entregarte el de otra dama,

Le levantó, y tan rebelde

Está en dar el que le pides,

Que en vez de dar uno, quiere

Llevar otro; pues el mio

Aun no es posible volverme,

Con ruegos y persuasiones:

Colérica é impaciente

Yo, se le quise quitar.

Aquel que en la mano tiene,

Es mio, tú lo verás

Con ver si se me parece.

Estrel.

Soltad, Astolfo, el retrato.

(Quítasele de la mano.)

Astolfo.

Señora...

Estrel.

No son crueles

Á la verdad los matices.

[p. 71]

Rosaura.

¿No es mio?

Estrel.

¿Qué duda tiene?

Rosaura.

Ahora dí que te dé el otro.

Estrel.

Toma tu retrato, y véte.

Rosaura.

(Ap.) Yo he cobrado mi retrato,

Venga ahora lo que viniere. (Vase.)

ESCENA XVI.

ESTRELLA, ASTOLFO.

Estrel.

Dadme ahora el retrato vos

Que os pedí; que aunque no piense

Veros ni hablaros jamás,

No quiero, no, que se quede

En vuestro poder, siquiera

Porque yo tan neciamente

Le he pedido.

Astolfo.

(Ap. ¿Cómo puedo

Salir de lance tan fuerte?)

Aunque quiera, hermosa Estrella,

Servirte y obedecerte,

No podré darte el retrato

Que me pides, porque...

Estrel.

Eres

Villano y grosero amante.

No quiero que me le entregues;

Porque yo tampoco quiero,

Con tomarle, que me acuerdes

Que te le he pedido yo. (Vase.)

Astolfo.

Oye, escucha, mira, advierte.—

¡Válgate Dios por Rosaura!

[p. 72]¿Dónde, cómo ó de qué suerte

Hoy á Polonia has venido

Á perderme y á perderte? (Vase.)


Prision del Príncipe en la torre.

ESCENA XVII.

SEGISMUNDO, como al principio, con pieles y cadena, echado en el suelo; CLOTALDO, DOS CRIADOS y CLARIN.

Clotal.

Aquí le habeis de dejar,

Pues hoy su soberbia acaba

Donde empezó.

Un criado.

Como estaba,

La cadena vuelvo á atar.

Clarin.

No acabes de dispertar,

Segismundo, para verte

Perder, trocada la suerte,

Siendo tu gloria fingida,

Una sombra de la vida

Y una llama de la muerte.

Clotal.

Á quien sabe discurrir

Así, es bien que se prevenga

Una estancia, donde tenga

Harto lugar de argüir.—

Este es al que habeis de asir, (A los criados.)

Y en este cuarto encerrar.

(Señalando la pieza inmediata.)

Clarin.

¿Por qué á mí?

Clotal.

Porque ha de estar

[p. 73]Guardado en prision tan grave,

Clarin que secretos sabe,

Donde no pueda sonar.

Clarin.

¿Yo, por dicha, solicito

Dar muerte á mi padre? No.

¿Arrojé del balcon yo

Al Icaro de poquito?

¿Yo sueño ó duermo? ¿Á qué fin

Me encierran?

Clotal.

Eres Clarin.

Clarin.

Pues ya digo que seré

Corneta, y que callaré,

Que es instrumento ruin.

(Llévanle, y queda solo Clotaldo.)

ESCENA XVIII.

BASILIO, rebozado.—CLOTALDO, SEGISMUNDO, adormecido.

Basilio.

Clotaldo.

Clotal.

¡Señor! ¿así

Viene vuestra Majestad?

Basilio.

La necia curiosidad

De ver lo que pasa aquí

Á Segismundo (¡ay de mí!),

Deste modo me ha traido.

Clotal.

Mírale allí reducido

Á su miserable estado.

Basilio.

¡Ay Príncipe desdichado

Y en triste punto nacido!

Llega á dispertarle, ya

Que fuerza y vigor perdió

[p. 74]Con el opio que bebió.

Clotal.

Inquieto, señor, está,

Y hablando.

Basilio.

¿Qué soñará

Ahora? Escuchemos, pues.

Segism.

(Entre sueños.) Piadoso príncipe es

El que castiga tiranos:

Clotaldo muera á mis manos.

Mi padre bese mis piés.

Clotal.

Con la muerte me amenaza.

Basilio.

Á mí con rigor y afrenta.

Clotal.

Quitarme la vida intenta.

Basilio.

Rendirme á sus plantas traza.

Segism.

(Entre sueños.) Salga á la anchurosa plaza

Del gran teatro del mundo

Este valor sin segundo:

Porque mi venganza cuadre

Vean triunfar de su padre

Al príncipe Segismundo. (Despierta.)

Mas ¡ay de mí! ¿dónde estoy?

Basilio.

Pues á mí no me ha de ver: (Á Clotaldo.)

Ya sabes lo que has de hacer.

Desde allí á escucharle voy. (Retírase.)

Segism.

¿Soy yo por ventura? ¿soy

El que preso y aherrojado

Llego á verme en tal estado?

¿No sois mi sepulcro vos,

Torre? Sí. ¡Válgame Dios,

Qué de cosas he soñado!

Clotal.

(Ap.) Á mí me toca llegar

Á hacer la deshecha ahora.—

¿Es ya de dispertar hora?

Segism.

Sí, hora es ya de dispertar.

Clotal.

¿Todo el dia te has de estar

[p. 75]Durmiendo? ¿Desde que yo

Al águila que voló

Con tardo vuelo seguí,

Y te quedaste tú aquí,

Nunca has dispertado?

Segism.

No,

Ni áun agora he dispertado;

Que segun, Clotaldo, entiendo,

Todavía estoy durmiendo:

Y no estoy muy engañado;

Porque si ha sido soñado

Lo que ví palpable y cierto,

Lo que veo será incierto;

Y no es mucho que rendido,

Pues veo estando dormido,

Que sueñe estando despierto.

Clotal.

Lo que soñaste me dí.

Segism.

Supuesto que sueño fué,

No diré lo que soñé,

Lo que ví, Clotaldo, sí.

Yo disperté, yo me ví

(¡Qué crueldad tan lisonjera!)

En un lecho, que pudiera

Con matices y colores

Ser el catre de las flores

Que tejió la primavera.

Aquí mil nobles rendidos

Á mis piés nombre me dieron

De su príncipe, y sirvieron

Galas, joyas y vestidos.

La calma de mis sentidos

Tú trocaste en alegría,

Diciendo la dicha mia,

Que, aunque estoy desta manera,

[p. 76]Príncipe en Polonia era.

Clotal.

Buenas albricias tendria.

Segism.

No muy buenas: por traidor,

Con pecho atrevido y fuerte

Dos veces te daba muerte.

Clotal.

¿Para mí tanto rigor?

Segism.

De todos era señor,

Y de todos me vengaba;

Sólo á una mujer amaba...

Que fué verdad, creo yo,

En que todo se acabó,

Y esto solo no se acaba. (Vase el Rey.)

Clotal.

(Ap. Enternecido se ha ido

El Rey de haberle escuchado.)

Como habíamos hablado

De aquella águila, dormido,

Tu sueño imperios han sido;

Mas en sueños fuera bien

Honrar entónces á quien

Te crió en tantos empeños,

Segismundo, que áun en sueños

No se pierde el hacer bien. (Vase.)

ESCENA XIX.

SEGISMUNDO.

Es verdad; pues reprimamos

Esta fiera condicion,

Esta furia, esta ambicion,

Por si alguna vez soñamos:

Y sí haremos, pues estamos

En mundo tan singular,

[p. 77]Que el vivir sólo es soñar;

Y la experiencia me enseña

Que el hombre que vive, sueña

Lo que es, hasta dispertar.

Sueña el rey que es rey, y vive

Con este engaño mandando,

Disponiendo y gobernando;

Y este aplauso, que recibe

Prestado, en el viento escribe;

Y en cenizas le convierte

La muerte (¡desdicha fuerte!):

¿Que hay quien intente reinar,

Viendo que ha de dispertar

En el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,

Que más cuidados le ofrece;

Sueña el pobre que padece

Su miseria y su pobreza;

Sueña el que á medrar empieza,

Sueña el que afana y pretende,

Sueña el que agravia y ofende,

Y en el mundo, en conclusion,

Todos sueñan lo que son,

Aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí

Destas prisiones cargado,

Y soñé que en otro estado

Mas lisonjero me ví.

¿Qué es la vida? Un frenesí:

¿Qué es la vida? Una ilusion,

Una sombra, una ficcion,

Y el mayor bien es pequeño;

Que toda la vida es sueño,

Y los sueños sueños son.


[p. 78]

JORNADA TERCERA.


ESCENA PRIMERA.

CLARIN.

En una encantada torre,

Por lo que sé, vivo preso:

¿Qué me harán por lo que ignoro,

Si por lo que sé me han muerto?

¡Que un hombre con tanta hambre

Viniese á morir viviendo!

Lástima tengo de mí;

Todos dirán: «bien lo creo»;

Y bien se puede creer,

Pues para mí este silencio

No conforma con el nombre

Clarin, y callar no puedo.

Quien me hace compañía

Aquí, si á decirlo acierto,

Son arañas y ratones:

¡Miren qué dulces jilgueros!

De los sueños desta noche

La triste cabeza tengo

Llena de mil chirimías,

De trompetas y embelecos,

De procesiones, de cruces,

[p. 79]De disciplinantes; y estos

Unos suben, otros bajan,

Unos se desmayan viendo

La sangre que llevan otros:

Mas yo, la verdad diciendo,

De no comer me desmayo;

Que en una prision me veo,

Donde ya todos los dias

En el filósofo leo

Nicomédes, y las noches

En el concilio Niceno.

Si llaman santo al callar,

Como en calendario nuevo,

San secreto es para mí,

Pues le ayuno y no le huelgo;

Aunque está bien merecido

El castigo que padezco,

Pues callé, siendo criado,

Que es el mayor sacrilegio.

(Ruido de cajas y clarines, y voces dentro.)

ESCENA II.

Soldados.—CLARIN.

Sold. 1.º

(Dentro.) Esta es la torre en que está.

Echad la puerta en el suelo:

Entrad todos.

Clarin.

¡Vive Dios!

Que á mí me buscan, es cierto,

Pues que dicen que aquí estoy.

¿Qué me querrán?

[p. 80]

Sold. 1.º

(Dentro.) Entrad dentro.

(Salen varios soldados.)

Solo. 2.º

Aquí está.

Clarin.

No está.

Soldados

(Todos.) Señor...

Clarin.

(Ap.) ¿Si vienen borrachos estos?

Sold. 1.º

Tú nuestro príncipe eres;

Ni admitimos ni queremos

Sino al señor natural,

Y no á príncipe extranjero.

Á todos nos da los piés.

Soldados

¡Viva el gran Príncipe nuestro!

Clarin.

(Ap.) Vive Dios, que va de véras.

¿Si es costumbre en este reino

Prender uno cada dia

Y hacerle príncipe, y luego

Volverle á la torre? Sí,

Pues cada dia lo veo:

Fuerza es hacer mi papel.

Soldados

Danos tus plantas.

Clarin.

No puedo,

Porque las he menester

Para mí, y fuera defecto

Ser príncipe desplantado.

Sold. 2.º

Todos á tu padre mesmo

Le dijimos que á tí sólo

Por príncipe conocemos,

No al de Moscovia.

Clarin.

¿Á mi padre

Le perdísteis el respeto?

Sois unos tales por cuales.

Sold. 1.º

Fué lealtad de nuestro pecho.

Clarin.

Si fué lealtad, yo os perdono.

Sold. 2.º

Sal á restaurar tu imperio.

[p. 81]¡Viva Segismundo!

Todos.

¡Viva!

Clarin.

(Ap.) ¿Segismundo dicen? Bueno:

Segismundos llaman todos

Los príncipes contrahechos.

ESCENA III.

SEGISMUNDO.—CLARIN, SOLDADOS.

Segism.

¿Quién nombra aquí á Segismundo?

Clarin.

(Ap.) ¡Mas que soy príncipe huero!

Sold. 1.º

¿Quién es Segismundo?

Segism.

Yo.

Sold. 2.º

(A Clarin.) ¿Pues cómo, atrevido y necio,

Tú te hacías Segismundo?

Clarin.

¿Yo Segismundo? Eso niego.

Vosotros fuísteis los que

Me segismundeasteis: luego

Vuestra ha sido solamente

Necedad y atrevimiento.

Sold. 1.º

Gran príncipe Segismundo

(Que las señas que traemos

Tuyas son, aunque por fe

Te aclamamos señor nuestro),

Tu padre el gran rey Basilio,

Temeroso que los cielos

Cumplan un hado, que dice

Que ha de verse á tus piés puesto,

Vencido de tí, pretende

Quitarte accion y derecho

Y dársele á Astolfo, duque

[p. 82]De Moscovia. Para esto

Juntó su corte, y el vulgo,

Penetrando ya y sabiendo

Que tiene rey natural,

No quiere que un extranjero

Venga á mandarle. Y así,

Haciendo noble desprecio

De la inclemencia del hado,

Te ha buscado donde preso

Vives, para que asistido

De sus armas, y saliendo

Desta torre á restaurar

Tu imperial corona y cetro,

Se la quites á un tirano.

Sal, pues; que en ese desierto,

Ejército numeroso

De bandidos y plebeyos

Te aclama: la libertad

Te espera; oye sus acentos.

Voces.

(Dentro.) ¡Viva Segismundo, viva!

Segism.

¿Otra vez (¡que es esto, cielos!)

Quereis que sueñe grandezas,

Que ha de deshacer el tiempo?

¿Otra vez quereis que vea

Entre sombras y bosquejos

La majestad y la pompa

Desvanecida del viento?

¿Otra vez quereis que toque

El desengaño, ó el riesgo

Á que el humano poder

Nace humilde y vive atento?

Pues no ha de ser, no ha de ser

Mirarme otra vez sujeto

A mi fortuna; y pues sé

[p. 83]Que toda esta vida es sueño,

Idos, sombras, que fingís

Hoy á mis sentidos muertos

Cuerpo y voz, siendo verdad

Que ni teneis voz ni cuerpo;

Que no quiero majestades

Fingidas, pompas no quiero

Fantásticas, ilusiones

Que al soplo ménos ligero

Del aura han de deshacerse,

Bien como el florido almendro,

Que por madrugar sus flores,

Sin aviso y sin consejo,

Al primer soplo se apagan,

Marchitando y desluciendo

De sus rosados capillos

Belleza, luz y ornamento.

Ya os conozco, ya os conozco,

Y sé que os pasa lo mesmo

Con cualquiera que se duerme;

Para mí no hay fingimientos;

Que, desengañado ya,

Sé bien que la vida es sueño.

Sold. 2.º

Si piensas que te engañamos,

Vuelve á esos montes soberbios

Los ojos, para que veas

La gente que aguarda en ellos

Para obedecerte.

Segism.

Ya

Otra vez ví aquesto mesmo

Tan clara y distintamente

Como ahora lo estoy viendo,

Y fué sueño.

Sold. 2.º

Cosas grandes

[p. 84]Siempre, gran señor, trajeron

Anuncios; y esto sería,

Si lo soñaste primero.

Segism.

Dices bien, anuncio fué;

Y caso que fuese cierto,

Pues que la vida es tan corta,

Soñemos, alma, soñemos

Otra vez; pero ha de ser

Con atencion y consejo

De que hemos de dispertar

Deste gusto al mejor tiempo;

Que llevándolo sabido,

Será el desengaño ménos;

Que es hacer burla del daño

Adelantarle el consejo.

Y con esta prevencion

De que cuando fuese cierto,

Es todo el poder prestado

Y ha de volverse á su dueño,

Atrevámonos á todo.—

Vasallos, yo os agradezco

La lealtad; en mí llevais

Quien os libre osado y diestro

De extranjera esclavitud.

Tocad al arma, que presto

Vereis mi inmenso valor.

Contra mi padre pretendo

Tomar armas, y sacar

Verdaderos á los cielos.

Presto he de verle á mis plantas...

(Ap. Mas si ántes desto despierto,

¿No será bien no decirlo,

Supuesto que no he de hacerlo?)

Todos.

¡Viva Segismundo, viva!

[p. 85]ESCENA IV.

CLOTALDO.—SEGISMUNDO, CLARIN, SOLDADOS.

Clotal.

¿Qué alboroto es este, cielos?

Segism.

Clotaldo.

Clotal.

Señor... (Ap. En mí

Su rigor prueba.)

Clarin.

(Ap.) Yo apuesto,

Que le despeña del monte. (Vase.)

Clotal.

Á tus reales plantas llego,

Ya sé que á morir.

Segism.

Levanta,

Levanta, padre, del suelo;

Que tú has de ser norte y guía

De quien fie mis aciertos;

Que ya sé que mi crianza

Á tu mucha lealtad debo.

Dame los brazos.

Clotal.

¿Qué dices?

Segism.

Que estoy soñando, y que quiero

Obrar bien, pues no se pierde

El hacer bien, áun en sueños.

Clotal.

Pues, señor, si el obrar bien

Es ya tu blason, es cierto

Que no te ofenda el que yo

Hoy solicite lo mesmo.

¡Á tu padre has de hacer guerra!

Yo aconsejarte no puedo

Contra mi rey, ni valerte.

Á tus plantas estoy puesto,

Dáme la muerte.

[p. 86]

Segism.

¡Villano,

Traidor, ingrato! (Ap. Mas ¡cielos!

El reportarme conviene,

Que aún no sé si estoy despierto.)

Clotaldo, vuestro valor

Os envidio y agradezco.

Idos á servir al Rey,

Que en el campo nos veremos.—

Vosotros tocad al arma.

Clotal.

Mil veces tus plantas beso. (Vase.)

Segism.

A reinar, fortuna, vamos;

No me despiertes, si duermo,

Y si es verdad, no me aduermas.

Mas sea verdad ó sueño,

Obrar bien es lo que importa;

Si fuere verdad, por serlo;

Si no, por ganar amigos

Para cuando despertemos.

(Vanse, tocando cajas.)


Salon del Palacio Real.

ESCENA V.

BASILIO y ASTOLFO.

Basilio.

¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente

La furia de un caballo desbocado?

¿Quién detener de un rio la corriente

Que corre al mar soberbio y despeñado?

¿Quién un peñasco suspender valiente

De la cima de un monte desgajado?

[p. 87]Pues todo fácil de parar se mira,

Mas que de un vulgo la soberbia ira.

Dígalo en bandos el rumor partido,

Pues se oye resonar en lo profundo

De los montes el eco repetido,

Unos ¡Astolfo! y otros ¡Segismundo!

El dosel de la jura, reducido

A segunda intencion, á horror segundo,

Teatro funesto es, donde importuna

Representa tragedias la fortuna.

Astolfo.

Señor, suspéndase hoy tanta alegría;

Cese el aplauso y gusto lisonjero,

Que tu mano feliz me prometia;

Que si Polonia (á quien mandar espero)

Hoy se resiste á la obediencia mia,

Es porque la merezca yo primero.

Dadme un caballo, y de arrogancia lleno,

Rayo descienda el que blasona trueno. (Vase.)

Basilio.

Poco reparo tiene lo infalible,

Y mucho riesgo lo previsto tiene:

Si ha de ser, la defensa es imposible,

Que quien la excusa más, más la previene.

¡Dura ley! ¡fuerte caso! ¡horror terrible!

Quien piensa huir el riesgo, al riesgo viene:

Con lo que yo guardaba me he perdido;

Yo mismo, yo mi patria he destruido.

ESCENA VI.

ESTRELLA.—BASILIO.

Estrel.

Si tu presencia, gran señor, no trata

De enfrenar el tumulto sucedido,

Que de uno en otro bando se dilata

[p. 88]Por las calles y plazas dividido,

Verás tu reino en ondas de escarlata

Nadar, entre la púrpura teñido

De su sangre, que ya con triste modo,

Todo es desdichas y tragedias todo.

Tanta es la ruina de tu imperio, tanta

La fuerza del rigor duro, sangriento,

Que visto admira, y escuchado espanta.

El sol se turba y se embaraza el viento;

Cada piedra un pirámide levanta,

Y cada flor construye un monumento,

Cada edificio es un sepulcro altivo,

Cada soldado un esqueleto vivo.

ESCENA VII.

CLOTALDO.—BASILIO, ESTRELLA.

Clotal.

¡Gracias á Dios que vivo á tus piés llego!

Basilio.

Clotaldo, ¿pues qué hay de Segismundo?

Clotal.

Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego,

La torre penetró, y de lo profundo

Della sacó su príncipe, que luego

Que vió segunda vez su honor segundo,

Valiente se mostró, diciendo fiero,

Que ha de sacar al cielo verdadero.

Basilio.

Dadme un caballo, porque yo en persona

Vencer valiente un hijo ingrato quiero;

Y en la defensa ya de mi corona

Lo que la ciencia erró, venza el acero. (Vase.)

Estrel.

Pues yo al lado del Sol seré Belona:

Poner mi nombre junto al suyo espero;

Que he de volar sobre tendidas alas

Á competir con la deidad de Pálas.

(Vase, y tocan al arma.)

[p. 89]ESCENA VIII.

ROSAURA, que detiene á CLOTALDO.

Rosaura.

Aunque el valor que se encierra

En tu pecho, desde allí

Da voces, óyeme á mi,

Que yo sé que todo es guerra.

Bien sabes que yo llegué

Pobre, humilde y desdichada

A Polonia, y amparada

De tu valor, en tí hallé

Piedad; mandásteme (¡ay cielos!)

Que disfrazada viviese

En palacio, y pretendiese,

Disimulando mis celos,

Guardarme de Astolfo. En fin

El me vió, y tanto atropella

Mi honor, que viéndome, á Estrella

De noche habla en un jardin:

Deste la llave he tomado,

Y te podré dar lugar

De que en él puedas entrar

A dar fin á mi cuidado.

Así altivo, osado y fuerte,

Volver por mi honor podrás,

Pues que ya resuelto estás

A vengarme con su muerte.

Clotal.

Verdad es que me incliné,

Desde el punto que te ví,

A hacer, Rosaura, por tí

(Testigo tu llanto fué)

[p. 90]Cuanto mi vida pudiese.

Lo primero que intenté,

Quitarte aquel traje fué;

Porque, si acaso, te viese

Astolfo en tu propio traje,

Sin juzgar á liviandad

La loca temeridad

Que hace del honor ultraje.

En este tiempo trazaba

Cómo cobrar se pudiese

Tu honor perdido, aunque fuese

(Tanto tu honor me arrastraba)

Dando muerte á Astolfo. ¡Mira

Qué caduco desvarío!

Si bien, no siendo rey mio,

Ni me asombra, ni me admira.

Darle pensé muerte; cuando

Segismundo pretendió

Dármela á mí, y él llegó,

Su peligro atropellando,

A hacer en defensa mia

Muestras de su voluntad,

Que fueron temeridad,

Pasando de valentía.

¿Pues cómo yo ahora (advierte),

Teniendo alma agradecida,

A quien me ha dado la vida

Le tengo de dar la muerte?

Y así, entre los dos partido

El efecto y el cuidado,

Viendo que á tí te la he dado,

Y que dél la he recibido,

No sé á qué parte acudir:

No sé á qué parte ayudar,

[p. 91]Si á tí me obligué con dar,

Dél lo estoy con recibir;

Y así, en la accion que se ofrece,

Nada á mi amor satisface,

Porque soy persona que hace,

Y persona que padece.

Rosaura.

No tengo que prevenir

Que en un varon singular,

Cuanto es noble accion el dar,

Es bajeza el recibir.

Y este principio asentado,

No has de estarle agradecido,

Supuesto que si él ha sido

El que la vida te ha dado,

Y tú á mí, evidente cosa

Es, que él forzó tu nobleza

A que hiciese una bajeza,

Y yo una accion generosa.

Luego estás dél ofendido,

Luego estás de mí obligado,

Supuesto que á mí me has dado

Lo que dél has recibido;

Y así debes acudir

A mi honor en riesgo tanto,

Pues yo le prefiero, cuanto

Va de dar á recibir.

Clotal.

Aunque la nobleza vive

De la parte del que da,

El agradecerla está

De parte del que recibe.

Y pues ya dar he sabido,

Ya tengo con nombre honroso

El nombre de generoso:

Déjame el de agradecido;

[p. 92]Pues le puedo conseguir

Siendo agradecido, cuanto

Liberal, pues honra tanto

El dar como el recibir.

Rosaura.

De tí recibí la vida,

Y tú mismo me dijiste,

Cuando la vida me diste,

Que la que estaba ofendida

No era vida: luego yo

Nada de tí he recibido;

Pues vida no vida ha sido

La que tu mano me dió.

Y si debes ser primero

Liberal que agradecido

(Como de tí mismo he oido),

Que me des la vida espero,

Que no me la has dado; y pues

El dar engrandece más,

Si ántes liberal, serás

Agradecido despues.

Clotal.

Vencido de tu argumento,

Ántes liberal seré.

Yo, Rosaura, te daré

Mi hacienda, y en un convento

Vive; que está bien pensado

El medio que solicito;

Pues huyendo de un delito,

Te recoges á un sagrado;

Que cuando desdichas siente

El reino, tan dividido,

Habiendo noble nacido,

No he de ser quien las aumente.

Con el remedio elegido

Soy en el reino leal,

[p. 93]Soy contigo liberal,

Con Astolfo agradecido;

Y así escoge el que te cuadre,

Quedándose entre los dos,

Que no hiciera ¡vive Dios!

Más, cuando fuera tu padre.

Rosaura.

Cuando tú mi padre fueras,

Sufriera esa injuria yo;

Pero no siéndolo, no.

Clotal.

¿Pues qué es lo que hacer esperas?

Rosaura.

Matar al Duque.

Clotal.

¿Una dama,

Que padre no ha conocido,

Tanto valor ha tenido?

Rosaura.

Sí.

Clotal.

¿Quién te alienta?

Rosaura.

Mi fama.

Clotal.

Mira que, á Astolfo has de ver...

Rosaura.

Todo mi honor lo atropella.

Clotal.

Tu rey, y esposo de Estrella.

Rosaura.

¡Vive Dios que no ha de ser!

Clotal.

Es locura.

Rosaura.

Ya lo veo.

Clotal.

Pues véncela.

Rosaura.

No podré.

Clotal.

Pues perderás...

Rosaura.

Ya lo sé.

Clotal.

Vida y honor.

Rosaura.

Bien lo creo.

Clotal.

¿Qué intentas?

Rosaura.

Mi muerte.

Clotal.

Mira

Que eso es despecho.

Rosaura.

Es honor.

[p. 94]

Clotal.

Es desatino.

Rosaura.

Es valor.

Clotal.

Es frenesí.

Rosaura.

Es rabia, es ira.

Clotal.

En fin, ¿que no se da medio

A tu ciega pasion?

Rosaura.

No.

Clotal.

¿Quién ha de ayudarte?

Rosaura.

Yo.

Clotal.

¿No hay remedio?

Rosaura.

No hay remedio.

Clotal.

Piensa bien si hay otros modos...

Rosaura.

Perderme de otra manera. (Vase.)

Clotal.

Pues si has de perderte, espera,

Hija, y perdámonos todos. (Vase.)


Campo.

ESCENA IX.

SEGISMUNDO, vestido de pieles; SOLDADOS, marchando; CLARIN.

(Tocan cajas.)

Segism.

Si este dia me viera

Roma en los triunfos de su edad primera,

¡Oh, cuánto se alegrara

Viendo lograr una ocasion tan rara,

De tener una fiera

Que sus grandes ejércitos rigiera,

A cuyo altivo aliento

Fuera poca conquista el firmamento!

Pero el vuelo abatamos,

[p. 95]Espíritu; no así desvanezcamos

Aqueste aplauso incierto,

Si ha de pesarme cuando esté despierto,

De haberlo conseguido

Para haberlo perdido;

Pues miéntras ménos fuere,

Ménos se sentirá si se perdiere.

(Tocan un clarin.)

Clarin.

En un veloz caballo

(Perdóname, que fuerza es el pintallo

En viniéndome á cuento),

En quien un mapa se dibuja atento,

Pues el cuerpo es la tierra,

El fuego el alma que en el pecho encierra,

La espuma el mar, y el aire es el suspiro,

En cuya confusion un caos admiro;

Pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento,

Monstruo es de fuego, tierra, mar y viento;

De color remendado,

Rucio, y á su propósito rodado,

Del que bate la espuela;

Que en vez de correr vuela;

A tu presencia llega

Airosa una mujer.

Segism.

Su luz me ciega.

Clarin.

¡Vive Dios, que es Rosaura! (Retírase.)

Segism.

El cielo á mi presencia la restaura.

ESCENA X.

ROSAURA, con vaquero, espada y daga.—SEGISMUNDO, SOLDADOS.

Rosaura.

Generoso Segismundo,

Cuya majestad heroica

[p. 96]Sale al dia de sus hechos

De la noche de sus sombras;

Y como el mayor planeta,

Que en los brazos de la aurora

Se restituye luciente

A las plantas y á las rosas,

Y sobre montes y mares,

Cuando coronado asoma,

Luz esparce, rayos brilla,

Cumbres baña, espumas borda;

Así amanezcas al mundo,

Luciente sol de Polonia,

Que á una mujer infelice,

Que hoy á tus plantas se arroja,

Ampares por ser mujer

Y desdichada: dos cosas,

Que para obligarle á un hombre,

Que de valiente blasona,

Cualquiera de las dos basta,

Cualquiera de las dos sobra.

Tres veces son las que ya

Me admiras, tres las que ignoras

Quién soy, pues las tres me viste

En diverso traje y forma.

La primera me creiste

Varon en la rigurosa

Prision, donde fué tu vida

De mis desdichas lisonja.

La segunda me admiraste

Mujer, cuando fué la pompa

De tu majestad un sueño,

Una fantasma, una sombra.

La tercera es hoy, que siendo

Monstruo de una especie y otra,

[p. 97]Entre galas de mujer

Armas de varon me adornan.

Y porque compadecido

Mejor mi amparo dispongas,

Es bien que de mis sucesos

Trágicas fortunas oigas.

De noble madre nací

En la corte de Moscovia,

Que, segun fué desdichada,

Debió de ser muy hermosa.

En esta puso los ojos

Un traidor, que no le nombra

Mi voz por no conocerle,

De cuyo valor me informa

El mio; pues siendo objeto

De su idea, siento ahora

No haber nacido gentil,

Para persuadirme loca

A que fué algun dios de aquellos

Que en metamorfósis llora

Lluvia de oro, cisne y toro

En Dánae, Leda y Europa.

Cuando pensé que alargaba,

Citando aleves historias,

El discurso, hallo que en él

Te he dicho en razones pocas

Que mi madre, persuadida

A finezas amorosas,

Fué, como ninguna, bella,

Y fué infeliz como todas.

Aquella necia disculpa

De fe y palabra de esposa

La alcanzó tanto, que áun hoy

El pensamiento la llora;

[p. 98]Habiendo sido un tirano

Tan Eneas de su Troya,

Que la dejó hasta la espada.

Enváinese aquí su hoja,

Que yo la desnudaré

Ántes que acabe la historia.

Deste, pues, mal dado nudo

Que ni ata ni aprisiona,

Ó matrimonio ó delito,

Si bien todo es una cosa.

Nací yo tan parecida,

Que fuí un retrato, una copia,

Ya que en la hermosura no,

En la dicha y en las obras;

Y así, no habré menester

Decir que poco dichosa

Heredera de fortunas,

Corrí con ella una propia.

Lo más que podré decirte

De mí, es el dueño que roba

Los trofeos de mi honor,

Los despojos de mi honra.

Astolfo... ¡Ay de mí! al nombrarle

Se encoleriza y se enoja

El corazon, propio efecto

De que enemigo le nombra.—

Astolfo fué el dueño ingrato,

Que olvidado de las glorias

(Porque en un pasado amor

Se olvida hasta la memoria),

Vino á Polonia, llamado

De su conquista famosa,

A casarse con Estrella,

Que fué de mi ocaso antorcha.

[p. 99]¿Quién crêrá, que habiendo sido

Una estrella quien conforma

Dos amantes, sea una Estrella

La que los divida ahora?

Yo ofendida, yo burlada,

Quedé triste, quedé loca,

Quedé muerta, quedé yo,

Que es decir, que quedó toda

La confusion del infierno

Cifrada en mi Babilonia;

Y declarándome muda

(Porque hay penas y congojas

Que las dicen los afectos

Mucho mejor que la boca),

Dije mis penas callando,

Hasta que una vez á solas,

Violante mi madre (¡ay cielos!)

Rompió la prision, y en tropa

Del pecho salieron juntas,

Tropezando unas con otras.

No me embaracé en decirlas;

Que en sabiendo una persona

Que, á quien sus flaquezas cuenta,

Ha sido cómplice en otras,

Parece que ya le hace

La salva y le desahoga;

Que á veces el mal ejemplo

Sirve de algo. En fin, piadosa

Oyó mis quejas, y quiso

Consolarme con las propias:

Juez que ha sido delincuente,

¡Qué fácilmente perdona!

Escarmentando en sí misma,

Y por negar á la ociosa

[p. 100]Libertad, al tiempo fácil,

El remedio de su honra,

No le tuvo en mis desdichas;

Por mejor consejo toma

Que le siga, y que le obligue,

Con finezas prodigiosas,

A la deuda de mi honor;

Y para que á ménos costa

Fuese, quiso mi fortuna

Que en traje de hombre me ponga.

Descuelga una antigua espada

Que es esta que ciño: ahora

Es tiempo que se desnude,

Como prometí, la hoja,

Pues confiada en sus señas,

Me dijo: «Parte á Polonia,

Y procura que te vean

Ese acero que te adorna,

Los más nobles; que en alguno

Podrá ser que hallen piadosa

Acogida tus fortunas,

Y consuelo tus congojas.»

Llegué á Polonia, en efecto:

Pasemos, pues que no importa

El decirlo, y ya se sabe,

Que un bruto que se desboca

Me llevó á tu cueva, adonde

Tú de mirarme te asombras.

Pasemos que allí Clotaldo

De mi parte se apasiona,

Que pide mi vida al Rey,

Que el Rey mi vida le otorga,

Que informado de quién soy,

Me persuade á que me ponga

[p. 101]Mi propio traje, y que sirva

A Estrella, donde ingeniosa

Estorbé el amor de Astolfo

Y el ser Estrella su esposa.

Pasemos que aquí me viste

Otra vez confuso, y otra

Con el traje de mujer

Confundiste entrambas formas;

Y vamos á que Clotaldo,

Persuadido á que le importa

Que se casen y que reinen

Astolfo y Estrella hermosa,

Contra mi honor me aconseja

Que la pretension deponga.

Yo, viendo que tú, ¡oh valiente

Segismundo! á quien hoy toca

La venganza, pues el cielo

Quiere que la cárcel rompas

De esa rústica prision,

Donde ha sido tu persona

Al sentimiento una fiera,

Al sufrimiento una roca,

Las armas contra tu patria

Y contra tu padre tomas,

Vengo á ayudarte, mezclando

Entre las galas costosas

De Dïana, los arneses

De Pálas, vistiendo ahora

Ya la tela y ya el acero,

Que entrambos juntos me adornan.

Ea, pues, fuerte caudillo,

A los dos juntos importa

Impedir y deshacer

Estas concertadas bodas:

[p. 102]A mí, porque no se case

El que mi esposo se nombra,

Y á tí, porque, estando juntos

Sus dos estados, no pongan

Con más poder y más fuerza

En duda nuestra victoria.

Mujer vengo á persuadirte

Al remedio de mi honra,

Y varon vengo á alentarte

A que cobres tu corona.

Mujer vengo á enternecerte

Cuando á tus plantas me ponga,

Y varon vengo á servirte

Con mi acero y mi persona.

Y así piensa, que si hoy

Como mujer me enamoras,

Como varon te daré

La muerte en defensa honrosa

De mi honor; porque he de ser,

En su conquista amorosa,

Mujer para darte quejas.

Varon para ganar honras.

Segism.

(Ap.) Cielos, si es verdad que sueño,

Suspendedme la memoria,

Que no es posible que quepan

En un sueño tantas cosas.

¡Válgame Dios, quién supiera,

Ó saber salir de todas,

Ó no pensar en ninguna!

¿Quién vió penas tan dudosas?

Si soñé aquella grandeza

En que me ví, ¿cómo ahora

Esta mujer me refiere

Unas señas tan notorias?

[p. 103]Luego fué verdad, no sueño;

Y si fué verdad (que es otra

Confusion, y no menor),

¿Cómo mi vida le nombra

Sueño? Pues ¿tan parecidas

A los sueños son las glorias,

Que las verdaderas son

Tenidas por mentirosas,

Y las fingidas por ciertas?

¡Tan poco hay de unas á otras,

Que hay cuestion sobre saber

Si lo que se ve y se goza,

Es mentira ó es verdad!

¿Tan semejante es la copia

Al original, que hay duda

En saber si es ella propia?

Pues si es así, y ha de verse

Desvanecida entre sombras

La grandeza y el poder,

La majestad y la pompa,

Sepamos aprovechar

Este rato que nos toca,

Pues sólo se goza en ella

Lo que entre sueños se goza.

Rosaura está en mi poder,

Su hermosura el alma adora;

Gocemos, pues, la ocasion;

El amor las leyes rompa

Del valor y la confianza

Con que á mis plantas se postra.

Esto es sueño; y pues lo es,

Soñemos dichas ahora,

Que despues serán pesares.

Mas ¡con mis razones propias

[p. 104]Vuelvo á convencerme á mí!

Si es sueño, si es vanagloria,

¿Quién por vanagloria humana

Pierde una divina gloria?

¿Qué pasado bien no es sueño?

¿Quién tuvo dichas heroicas

Que entre sí no diga, cuando

Las revuelve en su memoria:

Sin duda que fué soñado

Cuanto ví? Pues si esto toca

Mi desengaño, si sé

Que es el gusto llama hermosa,

Que la convierte en cenizas

Cualquiera viento que sopla,

Acudamos á lo eterno,

Que es la fama vividora

Donde ni duermen las dichas,

Ni las grandezas reposan.

Rosaura está sin honor;

Más á un príncipe le toca

El dar honor, que quitarle.

¡Vive Dios! que de su honra

He de ser conquistador,

Ántes que de mi corona.

Huyamos de la ocasion,

Que es muy fuerte.—Alarma, (A un soldado.)

Que hoy he dar la batalla,

Ántes que la oscura sombra

Sepulte los rayos de oro

Entre verdinegras ondas.

Rosaura.

¡Señor! ¿pues así te ausentas?

¿Pues ni una palabra sola

No le debe mi cuidado,

Ni merece mi congoja?

[p. 105]¿Cómo es posible, señor,

Que ni me mires ni oigas?

¿Aun no me vuelves el rostro?

Segism.

Rosaura, al honor le importa,

Por ser piadoso contigo,

Ser cruel contigo ahora.

No te responde mi voz,

Porque mi honor te responda;

No te hablo, porque quiero

Que te hablen por mí mis obras,

Ni te miro, porque es fuerza,

En pena tan rigurosa,

Que no mire tu hermosura

Quien ha de mirar tu honra.

(Vase, y los soldados con él.)

Rosaura.

¿Qué enigmas, cielos, son estas?

Despues de tanto pesar,

¡Aún me queda que dudar

Con equívocas respuestas!

ESCENA XI.

CLARIN.—ROSAURA.

Clarin.

¿Señora, es hora de verte?

Rosaura.

¡Ay Clarin! ¿dónde has estado?

Clarin.

En una torre encerrado

Brujuleando mi muerte,

Si me da, ó si no me da;

Y á figura que me diera,

Pasante quínola fuera

Mi vida: que estuve ya

Para dar un estallido.

[p. 106]

Rosaura.

¿Por qué?

Clarin.

Porque sé el secreto

De quien eres, y en efeto,

Clotaldo... ¿Pero qué ruido

Es este? (Suenan cajas.)

Rosaura.

¿Qué puede ser?

Clarin.

Que del palacio sitiado

Sale un escuadron armado

A resistir y vencer

El del fiero Segismundo.

Rosaura.

¿Pues cómo cobarde estoy,

Y ya á su lado no soy

Un escándalo del mundo,

Cuando ya tanta crueldad

Cierra sin órden ni ley? (Vase.)

ESCENA XII.

CLARIN.—Soldados, dentro.

Voces.

(De unos.) ¡Viva nuestro invicto Rey!

Voces.

(De otros.) ¡Viva nuestra libertad!

Clarin.

¡La libertad y el Rey vivan!

Vivan muy enhorabuena,

Que á mí nada me da pena

Como en cuenta me reciban

Que yo, apartado este dia

En tan grande confusion,

Haga el papel de Neron,

Que de nada se dolía,

Si bien me quiero doler

De algo, y ha de ser de mí:

Escondido, desde aquí

[p. 107]Toda la fiesta he de ver.

El sitio es oculto y fuerte,

Entre estas peñas.—Pues ya

La muerte no me hallará,

Dos higas para la muerte.

(Escóndese: tocan cajas, y suena ruido de armas).

ESCENA XIII.

BASILIO, CLOTALDO y ASTOLFO, huyendo.—CLARIN, oculto.

Basilio.

¡Hay más infelice rey!

¡Hay padre más perseguido!

Clotal.

Ya tu ejército vencido

Baja sin tino ni ley.

Astolfo.

Los traidores vencedores

Quedan.

Basilio.

En batallas tales

Los que vencen son leales,

Los vencidos los traidores.

Huyamos, Clotaldo, pues,

Del cruel, del inhumano

Rigor de un hijo tirano.

(Disparan dentro y cae Clarin herido de donde está.)

Clarin.

¡Válgame el cielo!

Astolfo.

¿Quién es

Este infelice soldado,

Que á nuestros piés ha caido

En sangre todo teñido?

Clarin.

Soy un hombre desdichado,

Que por quererme guardar

De la muerte, la busqué.

[p. 108]Huyendo della, encontré

Con ella, pues no hay lugar,

Para la muerte, secreto:

De donde claro se arguye,

Que quien más su efecto huye,

Es quien se llega á su efeto.

Por eso tornad, tornad

A la lid sangrienta luego;

Que entre las armas y el fuego

Hay mayor seguridad

Que en el monte más guardado,

Pues no hay seguro camino

A la fuerza del destino

Y á la inclemencia del hado;

Y así, aunque á libraros vais

De la muerte con huir,

Mirad que vais á morir,

Si está de Dios que murais. (Cae dentro.)

Basilio.

¡Mirad que vais á morir,

Si está de Dios que murais!

¡Qué bien (¡hay cielos!) persuade

Nuestro error, nuestra ignorancia

A mayor conocimiento

Este cadáver que habla

Por la boca de una herida,

Siendo el humor que desata

Sangrienta lengua que enseña

Que son diligencias vanas

Del hombre, cuantas dispone

Contra mayor fuerza y causa!

Pues yo, por librar de muertes

Y sediciones mi patria,

Vine á entregarla á los mismos

De quien pretendí librarla.

[p. 109]

Clotal.

Aunque el hado, señor, sabe

Todos los caminos, y halla

A quien busca entre lo espeso

De las peñas, no es cristiana

Determinacion decir

Que no hay reparo á su saña.

Sí hay, que el prudente varon

Victoria del hado alcanza;

Y si no estás reservado

De la pena y la desgracia,

Haz por donde te reserves.

Astolfo.

Clotaldo, señor, te habla

Como prudente varon

Que madura edad alcanza,

Yo como jóven valiente.

Entre las espesas matas

De ese monte está un caballo,

Veloz aborto del aura;

Huye en él, que yo entre tanto

Te guardaré las espaldas.

Basilio.

Si está de Dios que yo muera,

Ó si la muerte me aguarda

Aquí, hoy la quiero buscar,

Esperando cara á cara.

(Tocan al arma.)

ESCENA XIV.

SEGISMUNDO, ESTRELLA, ROSAURA, soldados, acompañamiento.—BASILIO, ASTOLFO, CLOTALDO.

Soldado.

En lo intrincado del monte,

Entre sus espesas ramas,

[p. 110]El Rey se esconde.

Segism.

¡Seguidle!

No quede en sus cumbres planta

Que no examine el cuidado,

Tronco á tronco, y rama á rama.

Clotal.

¡Huye, señor!

Basilio.

¿Para qué?

Astolfo.

¿Qué intentas?

Basilio.

Astolfo, aparta.

Clotal.

¿Qué quieres?

Basilio.

Hacer, Clotaldo,

Un remedio que me falta.—

Si á mí buscándome vas, (A Segismundo.)

Ya estoy, príncipe, á tus plantas:

(Arrodillándose.)

Sea dellas blanca alfombra

Esta nieve de mis canas.

Pisa mi cerviz, y huella

Mi corona; postra, arrastra

Mi decoro y mi respeto;

Toma de mi honor venganza,

Sírvete de mí cautivo;

Y tras prevenciones tantas,

Cumpla el hado su homenaje,

Cumpla el cielo su palabra.

Segism.

Corte ilustre de Polonia,

Que de admiraciones tantas

Sois testigos, atended,

Que vuestro príncipe os habla.

Lo que está determinado

Del cielo, y en azul tabla

Dios con el dedo escribió,

De quien son cifras y estampas

Tantos papeles azules

[p. 111]Que adornan letras doradas,

Nunca engaña, nunca miente;

Porque quien miente y engaña

Es quien, para usar mal dellas,

Las penetra y las alcanza.

Mi padre, que está presente,

Por excusarse á la saña

De mi condicion, me hizo

Un bruto, una fiera humana:

De suerte, que cuando yo

Por mi nobleza gallarda,

Por mi sangre generosa,

Por mi condicion bizarra

Hubiera nacido dócil

Y humilde, sólo bastara

Tal género de vivir,

Tal linaje de crianza,

Á hacer fieras mis costumbres:

¡Qué buen modo de estorbarlas!

Si á cualquier hombre dijesen:

«Alguna fiera inhumana

Te dará muerte:» ¿escogiera

Buen remedio en despertalla

Cuando estuviera durmiendo?

Si dijeran: «Esta espada

Que traes ceñida, ha de ser

Quien te dé la muerte;» vana

Diligencia de evitarlo

Fuera entónces desnudarla

Y ponérsela á los pechos.

Si dijesen: «Golfos de agua

Han de ser tu sepultura

En monumentos de plata;»

Mal hiciera en darse al mar,

[p. 112]Cuando soberbio levanta

Rizados montes de nieve,

De cristal crespas montañas.

Lo mismo le ha sucedido

Que á quien, porque le amenaza

Una fiera, la despierta;

Que á quien, temiendo una espada,

La desnuda; y que á quien mueve

Las ondas de una borrasca:

Y cuando fuera (escuchadme)

Dormida fiera mi saña,

Templada espada mi furia,

Mi rigor quieta bonanza,

La fortuna no se vence

Con injusticia y venganza,

Porque ántes se incita más;

Y así, quien vencer aguarda

Á su fortuna, ha de ser

Con cordura y con templanza.

No ántes de venir el daño

Se reserva ni se guarda

Quien le previene; que aunque

Puede humilde (cosa es clara)

Reservarse dél, no es

Sino despues que se halla

En la ocasion, porque aquesta

No hay camino de estorbarla.

Sirva de ejemplo este raro

Espectáculo, esta extraña

Admiracion, este horror,

Este prodigio; pues nada

Es más, que llegar á ver

Con prevenciones tan várias,

Rendido á mis piés á un padre,

[p. 113]Y atropellado á un monarca.

Sentencia del cielo fué;

Por más que quiso estorbarla

Él, no pudo; ¿y podré yo

Que soy menor en las canas,

En el valor y en la ciencia,

Vencerla?—Señor, levanta, (Al Rey.)

Dame tu mano; que ya

Que el cielo te desengaña

De que has errado en el modo

De vencerla, humilde aguarda

Mi cuello á que tú te vengues:

Rendido estoy á tus plantas.

Basilio.

Hijo, que tan noble accion

Otra vez en mis entrañas

Te engendra, príncipe eres.

A tí el laurel y la palma

Se te deben; tú venciste;

Corónente tus hazañas.

Todos.

¡Viva Segismundo, viva!

Segism.

Pues que ya vencer aguarda

Mi valor grandes victorias,

Hoy ha de ser la más alta

Vencerme á mí.—Astolfo dé

La mano luego á Rosaura,

Pues sabe que de su honor

Es deuda y yo he de cobrarla.

Astolfo.

Aunque es verdad que la debo

Obligaciones, repara

Que ella no sabe quién es;

Y es bajeza y es infamia

Casarme yo con mujer...

Clotal.

No prosigas, tente, aguarda;

Porque Rosaura es tan noble

[p. 114]Como tú, Astolfo, y mi espada

Lo defenderá en el campo;

Que es mi hija, y esto basta.

Astolfo.

¿Qué dices?

Clotal.

Que yo hasta verla

Casada, noble y honrada,

No la quise descubrir.

La historia desto es muy larga;

Pero, en fin, es hija mia.

Astolfo.

Pues siendo así, mi palabra

Cumpliré.

Segism.

Pues porque Estrella

No quede desconsolada,

Viendo que príncipe pierde

De tanto valor y fama,

De mi propia mano yo

Con esposo he de casarla

Que en méritos y fortuna,

Si no le excede, le iguala.

Dáme la mano.

Estrel.

Yo gano

En merecer dicha tanta.

Segism.

A Clotaldo, que leal

Sirvió á mi padre, le aguardan

Mis brazos, con las mercedes

Que él pidiere que le haga.

Soldado.

Si así á quien no te ha servido

Honras, ¿á mí que fuí causa

Del alboroto del reino,

Y de la torre en que estabas

Te saqué, qué me darás?

Segism.

La torre; y porque no salgas

Della nunca, hasta morir

Has de estar allí con guardas;

[p. 115]Que el traidor no es menester

Siendo la traicion pasada.

Basilio.

Tu ingenio á todos admira.

Astolfo.

¡Qué condicion tan mudada!

Rosaura.

¡Qué discreto y qué prudente!

Segism.

¿Qué os admira? ¿qué os espanta,

Si fué mi maestro un sueño,

Y estoy temiendo en mis ánsias

Que he de dispertar y hallarme

Otra vez en mi cerrada

Prision? Y cuando no sea,

El soñarlo sólo basta;

Pues así llegué á saber

Que toda la dicha humana

En fin pasa como un sueño,

Y quiero hoy aprovecharla

El tiempo que me durare:

Pidiendo de nuestras faltas

Perdon, pues de pechos nobles

Es tan propio el perdonarlas.


[p. 117]

LA DEVOCION DE LA CRUZ.


[p. 118]

PERSONAS.


Eusebio.
Curcio, viejo.
Lisardo.
Octavio.
Alberto, sacerdote.
Celio.    Bandoleros.
Ricardo.
Chilindrina.
Gil, villano gracioso.
Bras.    Villanos.
Tirso.
Toribio.
Julia, dama.
Arminda, criada.
Menga, villana graciosa.
Bandoleros.
Villanos.
Soldados.

La accion es en Sena y en sus contornos.


[p. 119]

JORNADA PRIMERA.


Arboleda inmediata á un camino que se dirige á Sena.

ESCENA PRIMERA.

MENGA, GIL.

Menga.

(Dentro.) ¡Verá por dó va la burra!

Gil.

(Dentro.) Jo, dimuño; jo mohina.

Menga.

Ya verá por dó camina:

Arre acá.

Gil.

¡El diabro te aburra!

¿No hay quien una cola tenga,

Pudiendo tenella mil? (Salen.)

Menga.

¡Buena hacienda has hecho, Gil!

Gil.

¡Buena hacienda has hecho, Menga,

Pues tú la culpa tuviste!

Que como ibas caballera,

Que en el hoyo se metiera

Al oido la dijiste,

Por hacerme regañar.

Menga.

Por verme caer á mí,

Se lo dijiste, eso sí.

Gil.

¿Cómo la hemos de sacar?

Menga.

¿Pues en el lodo la dejas?

[p. 120]

Gil.

No puede mi fuerza sola.

Menga.

Yo tiraré de la cola,

Tira tú de las orejas.

Gil.

Mejor remedio sería

Hacer el que aprovechó

A un coche, que se atascó

En la corte esotro dia.

Este coche, Dios delante,

Que arrastrado de dos potros,

Parecia entre los otros

Pobre coche vergonzante;

Y por maldicion muy cierta

De sus padres (¡hado esquivo!)

Iba de estribo en estribo,

Ya que no de puerta en puerta;

En un arroyo atascado,

Con ruegos el caballero,

Con azotes el cochero,

Ya por fuerza, ya por grado,

Ya por gusto, ya por miedo,

Que saliesen procuraban:

Por recio que lo mandaban,

Mi coche quedo que quedo.

Viendo que no importan nada

Cuantos remedios hicieron,

Delante el coche pusieron

Un harnero de cebada.

Los caballos, por comer,

De tal manera tiraron,

Que tosieron y arrancaron;

Y esto podemos hacer.

Menga.

¡Que nunca valen dos cuartos

Tus cuentos!

Gil.

Menga, yo siento

[p. 121]Ver un animal hambriento,

Donde hay animales hartos.

Menga.

Voy al camino á mirar

Si pasa de nuestra aldea

Gente, cualquiera que sea,

Porque te venga á ayudar,

Pues te das tan pocas mañas.

Gil.

¿Vuelves, Menga, á tu porfía?

Menga.

¡Ay burra del alma mia! (Vase.)

ESCENA II.

GIL.

¡Ay burra de mis entrañas!

Tú fuiste la más honrada

Burra de toda la aldea;

Que no ha habido quien te vea

Nunca mal acompañada.

No eres nada callejera:

De mijor gana te estabas

En tu pesebre, que andabas

Cuando te llevaban fuera.

Pues ¿altanera y liviana?

Bien me atrevo á jurar yo

Que ningun burro la vió

Asomada á la ventana.

Yo sé que no merecia

Su lengua desdicha tal;

Pues jamás por habrar mal

Dijo: Aquesta boca es mia.

Pues como á ella la sobre

De lo que comiendo está,

[p. 122]Luego al punto se lo da

A alguna borrica pobre. (Ruido dentro.)

Mas ¿qué ruido es este? Allí

De dos caballos se apean

Dos hombres, y hácia mí vienen,

Despues que atados los dejan.

¡Descoloridos, y al campo

De mañana! Cosa es cierta

Que comen barro, ó están

Opilados. Mas ¿si fueran

Bandoleros? ¡Aquí es ello!

Pero lo que fuere sea,

Aquí me escondo: que andan,

Que corren, que salen, que entran.

(Escóndese.)

ESCENA III.

EUSEBIO, LISARDO.—GIL, escondido.

Lisardo.

No pasemos adelante,

Porque esta estancia encubierta

Y apartada del camino,

Es para mi intento buena.

Sacad, Eusebio, la espada;

Que yo de aquesta manera,

A los hombres como vos

Saco á reñir.

Eusebio.

Aunque tenga

Bastante causa en haber

Llegado al campo, quisiera

Saber lo que á vos os mueve.

Decid, Lisardo, la queja

[p. 123]Que de mí teneis.

Lisardo.

Son tantas,

Que falta voz á la lengua,

Razones á la razon,

Y al sufrimiento paciencia.

Quisiera, Eusebio, callarlas,

Y áun olvidarlas quisiera;

Porque cuando se repiten,

Hacen de nuevo la ofensa.

¿Conoceis estos papeles?

Eusebio.

Arrojadlos en la tierra,

Y los alzaré.

Lisardo.

Tomad.

¿Qué os suspendeis? ¿Qué os altera?

Eusebio.

¡Mal haya el hombre, mal haya

Mil veces aquel que entrega

Sus secretos á un papel!

Porque es disparada piedra

Que se sabe quién la tira,

Y no se sabe á quién llega.

Lisardo.

¿Habeislos ya conocido?

Eusebio.

Todos están de mi letra,

Que no la puedo negar.

Lisardo.

Pues yo soy Lisardo, en Sena,

Hijo de Lisardo Curcio.

Bien excusadas grandezas

De mi padre consumieron

En breve tiempo la hacienda

Que los suyos le dejaron;

Que no sabe cuánto yerra

Quien, por excesivos gastos,

Pobres á sus hijos deja.

Pero la necesidad,

Aunque ultraje la nobleza,

[p. 124]No excusa de obligaciones

A los que nacen con ellas.

Julia, pues (¡saben los cielos

Cuánto el nombrarla me pesa!),

Ó no supo conservarlas,

Ó no llegó á conocerlas.

Pero al fin, Julia es mi hermana;

¡Pluguiera á Dios no lo fuera!

Y advertid que no se sirven

Las mujeres de sus prendas

Con amorosos papeles,

Con razones lisonjeras,

Con ilícitos recados,

Ni con infames terceras.

No os culpo en el todo á vos;

Que yo confieso que hiciera

Lo mismo, á darme una dama

Para servirla licencia.

Pero cúlpôs en la parte

De ser mi amigo, y en esta

Con más culpa os comprehende

La culpa que tuvo ella.

Si mi hermana os agradó

Para mujer (que no era

Posible, ni yo lo creo

Que os atrevierais á verla

Con otro fin, ni áun con este;

Pues ¡vive Dios! que quisiera,

Ántes que con vos casada,

Mirarla á mis manos muerta):

En fin, si vos la elegisteis

Para mujer, justo fuera

Descubrir vuestros deseos

Á mi padre, ántes que á ella.

[p. 125]Este era término justo,

Y entónces mi padre viera

Si le estaba bien el darla,

Que pienso que no os la diera;

Porque un caballero pobre,

Cuando en cosas como estas

No puede medir iguales

La calidad y la hacienda,

Por no deslucir su sangre

Con una hija doncella,

Hace sagrado un convento;

Que es delito la pobreza.

Aqueste á Julia mi hermana

Con tanta prisa la espera,

Que mañana ha de ser monja,

Por voluntad ó por fuerza.

Y porque no será bien

Que una religiosa tenga

Prendas de tan loco amor

Y de voluntad tan necia,

Á vuestras manos las vuelvo,

Con resolucion tan ciega,

Que no sólo he de quitarlas,

Mas tambien la causa dellas.

Sacad la espada, y aquí

El uno de los dos muera,

Vos, porque no la sirvais,

Ó yo, porque no lo vea.

Eusebio.

Tened, Lisardo, la espada,

Y pues yo he tenido flema

Para oir desprecios mios,

Escuchadme la respuesta.

Y aunque el discurso sea largo

De mi suceso, y parezca

[p. 126]Que, estando solos los dos,

Es demasiada paciencia;

Pues que ya es fuerza reñir,

Y morir el uno es fuerza;

Por si los cielos permiten

Que yo el infelice sea,

Oid prodigios que admiran

Y maravillas que elevan;

Que no es bien que con mi muerte

Eterno silencio tengan.

Yo no sé quién fué mi padre;

Pero sé que la primera

Cuna fué el pié de una Cruz,

Y el primer lecho una piedra.

Raro fué mi nacimiento,

Segun los pastores cuentan,

Que desta suerte me hallaron

En la falda de esas sierras.

Tres dias dicen que oyeron

Mi llanto, y que á la aspereza

Donde estaba, no llegaron

Por el temor de las fieras,

Sin que alguna me ofendiese;

Pero ¿quién duda que era

Por respeto de la Cruz,

Que tenía en mi defensa?

Hallóme un pastor, que acaso

Buscó una perdida oveja

En la aspereza del monte,

Y trayéndome á la aldea

De Eusebio, que no sin causa

Estaba entónces en ella,

Le contó mi prodigioso

Nacimiento, y la clemencia

[p. 127]Del cielo asistió á la suya.

Mandó en fin que me trajeran

A su casa, y como á hijo

Me dió la crianza en ella.

Eusebio soy de la Cruz,

Por su nombre, y por aquella

Que fué mi primera guía,

Y fué mi guarda primera.

Tomé por gusto las armas,

Por pasatiempo las letras;

Murió Eusebio, y yo quedé

Heredero de su hacienda.

Si fué prodigioso el parto,

No lo fué ménos la estrella

Que enemiga me amenaza,

Y piadosa me reserva.

Tierno infante era en los brazos

Del ama, cuando mi fiera

Condicion, bárbara en todo,

Dió de sus rigores muestra;

Pues con solas las encías,

No sin diabólica fuerza,

Partí el pecho de quien tuve

El dulce alimento; y ella,

Del dolor desesperada,

Y de la cólera ciega,

En un pozo me arrojó,

Sin que ninguno supiera

De mí. Oyéndome reir,

Bajaron á él, y cuentan

Que estaba sobre las aguas,

Y que con las manos tiernas

Tenía una Cruz formada

Y sobre los labios puesta.

[p. 128]Un dia que se abrasaba

La casa, y la llama fiera

Cerraba el paso á la huida,

Y á la salida la puerta,

Entre las llamas estuve

Libre, sin que me ofendieran:

Y advertí despues, dudando

Que haya en el fuego clemencia,

Que era dia de la Cruz.

Tres lustros contaba apénas,

Cuando por el mar fuí á Roma,

Y en una brava tormenta,

Desesperada mi nave

Chocó en una oculta peña:

En pedazos dividida,

Por los costados abierta;

Abrazado de un madero

Salí venturoso á tierra,

Y este madero tenía

Forma de Cruz. Por las sierras

De esos montes caminaba

Con otro hombre, y en la senda

Que dos caminos partia,

Una Cruz estaba puesta.

En tanto que me quedé

Haciendo oracion en ella,

Se adelantó el compañero;

Y despues dándome priesa

Para alcanzarle, le hallé

Muerto á las manos sangrientas

De bandoleros. Un dia,

Riñendo en una pendencia,

De una estocada caí,

Sin que hiciese resistencia,

[p. 129]En la tierra; y cuando todos

Pensaron hallarla ajena

De remedio, sólo hallaron

Señal de la punta fiera

En una Cruz que traia

Al cuello, que en mi defensa

Recibió el golpe. Cazando

Una vez por la aspereza

Deste monte, se cubrió

El cielo de nubes negras,

Y publicando con truenos

Al mundo espantosa guerra,

Lanzas arrojaba en agua,

Balas disparaba en piedras.

Todos hicieron las hojas

Contra las nubes defensa,

Siendo ya tiendas de campo

Las más ocultas malezas;

Y un rayo, que fué en el viento

Caliginoso cometa,

Volvió en ceniza á los dos

Que de mí estaban más cerca.

Ciego, turbado y confuso

Vuelvo á mirar lo que era,

Y hallé á mi lado una Cruz,

Que yo pienso que es la mesma

Que asistió á mi nacimiento,

Y la que yo tengo impresa

En los pechos; pues los cielos

Me han señalado con ella,

Para públicos efectos

De alguna causa secreta.

Pero aunque no sé quién soy,

Tal espíritu me alienta,

[p. 130]Tal inclinacion me anima,

Y tal ánimo me fuerza,

Que por mí me da valor

Para que á Julia merezca;

Porque no es más la heredada,

Que la adquirida nobleza.

Este soy, y aunque conozco

La razon, y aunque pudiera

Dar satisfaccion bastante

A vuestro agravio, me ciega

Tanto la pasion de veros

Hablando de esa manera,

Que ni os quiero dar disculpa,

Ni os quiero admitir la queja;

Y pues quereis estorbar

Que yo su marido sea;

Aunque su casa la guarde,

Aunque un convento la tenga,

De mí no ha de estar segura;

Y la que no ha sido buena

Para mujer, lo será

Para dama: así desea,

Desesperado mi amor

Y ofendida mi paciencia,

Castigar vuestro desprecio,

Y satisfacer mi afrenta.

Lisardo.

Eusebio, donde el acero

Ha de hablar, calle la lengua.

(Sacan las espadas, y riñen; Lisardo cae en el suelo, y procurando levantarse, torna á caer.)

¡Herido estoy!

Eusebio.

¿Y no muerto?

Lisardo.

No, que en los brazos me queda

Aliento para... ¡Ay de mí!

[p. 131]Faltó á mis plantas la tierra.

Eusebio.

Y falte á tu voz la vida.

Lisardo.

No me permitas que muera

Sin confesion.

Eusebio.

¡Muere, infame!

Lisardo.

No me mates, por aquella

Cruz en que Cristo murió.

Eusebio.

Aquesa voz te defienda

De la muerte. Alza del suelo;

Que cuando por ella ruegas,

Falta rigor á la ira,

Y falta á los brazos fuerza.

Alza del suelo.

Lisardo.

No puedo;

Porque ya en mi sangre envuelta

Voy despreciando la vida,

Y el alma pienso que espera

Á salir, porque entre tantas

No sabe cuál es la puerta.

Eusebio.

Pues fíate de mis brazos,

Y anímate; que aquí cerca

De unos penitentes monjes

Hay una ermita pequeña,

Donde podrás confesarte

Si vivo á sus puertas llegas.

Lisardo.

Pues yo te doy mi palabra,

Por esa piedad que muestras,

Que si yo merezco verme

En la divina presencia

De Dios, pediré que tú

Sin confesarte no mueras.

(Llévale Eusebio en brazos.)

Gil.

¡Han visto lo que le debe!

La caridad está buena;

[p. 132]

Pero yo se la perdono.

¡Matarle y llevarle á cuestas!

ESCENA IV.

BRAS, TIRSO, MENGA, TORIBIO.—GIL.

Toribio.

¿Aquí dices que quedaba?

Menga.

Aquí se quedó con ella.

Tirso.

Mírale allí embelesado.

Menga.

Gil, ¿qué mirabas?

Gil.

¡Ay Menga!

Tirso.

¿Qué te ha sucedido?

Gil.

¡Ay Tirso!

Toribio.

¿Qué viste? Dános respuesta.

Gil.

¡Ay Toribio!

Bras.

Dí, ¿qué tienes,

Gil, ó de qué te lamentas?

Gil.

¡Ay Bras, ay amigos mios!

No lo sé más que una bestia.

Matóle y cargó con él,

Sin duda á salar le lleva.

Menga.

¿Quién le mató?

Gil.

¿Qué sé yo?

Tirso.

¿Quién murió?

Gil.

No sé quién era.

Toribio.

¿Quién cargó?

Gil.

¿Qué sé yo quién?

Bras.

¿Y quién le llevó?

Gil.

Quienquiera.

Pero porque lo sepais,

Venid todos.

[p. 133]

Tirso.

¿Dó nos llevas?

Gil.

No lo sé, pero venid,

Que los dos van aquí cerca. (Vanse.)


Sala en casa de Curcio, en Sena.

ESCENA V.

JULIA, ARMINDA.

Julia.

Déjame, Arminda, llorar

Una libertad perdida,

Pues donde acaba la vida,

Tambien acaba el pesar.

¿Nunca has visto de una fuente

Bajar un arroyo manso,

Siendo apacible descanso

El valle de su corriente;

Y cuando le juzgan falto

De fuerza las flores bellas,

Pasa por encima dellas

Rompiendo por lo más alto?

Pues mis penas, mis enojos

La misma experiencia han hecho;

Detuviéronse en el pecho,

Y salieron por los ojos.

Deja que llore el rigor

De un padre.

Arminda.

Señora, advierte...

Julia.

¿Qué más venturosa suerte

Hay, que morir de dolor?

Pena que deja vencida

[p. 134]La vida, ser gloria ordena;

Que no es muy grande la pena

Que no acaba con la vida.

Arminda.

¿Que novedad obligó

Tu llanto?

Julia.

¡Ay, Arminda mia!

Cuantos papeles tenía

De Eusebio, Lisardo halló

En mi escritorio.

Arminda.

¿Pues él

Supo que estaban allí?

Julia.

Como aqueso contra mí

Hará mi estrella cruel.

Yo (¡ay de mí!) cuando le vía

El cuidado con que andaba,

Pensó que lo sospechaba,

Pero no que lo sabía.

Llegó á mí descolorido,

Y entre apacible y airado,

Me dijo que habia jugado,

Arminda, y que habia perdido:

Que una joya le prestase

Para volver á jugar.

Por presto que la iba á dar,

No aguardó á que la sacase:

Tomó él la llave y abrió

Con una cólera inquieta,

Y en la primera naveta

Los papeles encontró.

Miróme y volvió á cerrar.

Y sin decir nada (¡ay Dios!)

Buscó á mi padre, y los dos

(¿Quién duda es para tratar

Mi muerte?) gran rato hablaron

[p. 135]Cerrados en su aposento;

Salieron, y hácia el convento

Los dos sus pasos guiaron,

Segun Octavio me dijo.

Y si lo que está tratado

Ya mi padre ha efectuado,

Con justa causa me aflijo;

Porque si de aquesta suerte

Que olvide á Eusebio desea,

Ántes que monja me vea,

Yo misma me daré muerte.

ESCENA VI.

EUSEBIO.—Dichas.

Eusebio.

(Ap. Ninguno tan atrevido,

Si no tan desesperado,

Viene á tomar por sagrado

La casa del ofendido.

Ántes que sepa la muerte

De Lisardo Julia bella,

Hablar quisiera con ella,

Porque á mi tirana suerte

Algun remedio consigo

Si, ignorado mi rigor,

Puede obligarla el amor

Á que se vaya conmigo;

Y cuando llegue á saber

De Lisardo el hado injusto,

Hará de la fuerza gusto

Mirándose en mi poder.)

Hermosa Julia.

[p. 136]

Julia.

¿Qué es esto?

¿Tú en esta casa?

Eusebio.

El rigor

De mi desdicha y tu amor

En tal peligro me ha puesto.

Julia.

Pues ¿cómo has entrado aquí

Y emprendes tan loco extremo?

Eusebio.

Como la muerte no temo.

Julia.

¿Qué es lo que intentas así?

Eusebio.

Hoy obligarte deseo,

Julia, porque agradecida

Des á mi amor nueva vida,

Nueva gloria á mi deseo.

Yo he sabido cuánto ofende

Á tu padre mi cuidado:

Que á su noticia ha llegado

Nuestro amor, y que pretende

Que tú recibas mañana

El estado que desea,

Para que mi dicha sea,

Como mi esperanza, vana.

Si ha sido gusto, si ha sido

Amor el que me has mostrado,

Si es verdad que me has amado,

Si es cierto que me has querido,

Vente conmigo; pues ves

Que no tiene resistencia

De tu padre la obediencia,

Deja tu casa; y despues

Que habrá mil remedios piensa;

Pues ya en mi poder, es justo

Que haga de la fuerza gusto,

Y obligacion de la ofensa.

Villas tengo en que guardarte,

[p. 137]Gente con que defenderte,

Hacienda para ofrecerte

Y un alma para adorarte.

Si darme vida deseas,

Si es verdadero tu amor,

Atrévete, ó el dolor

Hará que mi muerte veas.

Julia.

Oye, Eusebio.

Arminda.

Mi señor

Viene, señora.

Julia.

¡Ay de mí!

Eusebio.

¿Pudiera hallar contra mí

La fortuna más rigor?

Julia.

¿Podrá salir?

Arminda.

No es posible

Que se vaya; porque ya

Llamando á la puerta está.

Julia.

¡Grave mal!

Eusebio.

¡Pena terrible!

¿Qué haré?

Julia.

Esconderte es forzoso.

Eusebio.

¿Dónde?

Julia.

En aquese aposento.

Arminda.

Presto, que sus pasos siento.

(Escóndese Eusebio.)

ESCENA VII.

CURCIO.—JULIA, ARMINDA; EUSEBIO, escondido.

Curcio.

Hija, si por el dichoso

Estado que tú codicias,

Y que ya seguro tienes,

[p. 138]No das á mis parabienes

La vida y alma en albricias,

Del deseo que he tenido

No agradeces el cuidado.

Todo queda efectuado,

Y todo tan prevenido,

Que sólo falta ponerte

La más bizarra y hermosa,

Para ser de Cristo esposa:

Mira ¡qué dichosa suerte!

Hoy aventajas á todas

Cuantas se ven envidiar,

Pues te verán celebrar

Aquestas divinas bodas.

¿Qué dices?

Julia.

(Ap.)¿Qué puedo hacer?

Eusebio.

(Ap.) Yo me doy la muerte aquí,

Si ella le dice que sí.

Julia.

(Ap. No sé cómo responder.)

Bien, señor, la autoridad

De padre, que es preferida,

Imperio tiene en la vida;

Pero no en la libertad.

¿Pues que supiera ántes yo

Tu intento, no fuera bien?

¿Y que tú, señor, tambien

Supieras mi gusto?

Curcio.

No,

Que sola mi voluntad

En lo justo, ó en lo injusto,

Has de tener tú por gusto.

Julia.

Sólo tiene libertad

Un hijo para escoger

Estado; que el hado impío

[p. 139]No fuerza el libre albedrío.

Déjame pensar y ver

Despacio eso; y no te espante

Ver que término te pida;

Que el estado de una vida

No se toma en un instante.

Curcio.

Basta que yo lo he mirado,

Y yo por tí he dado el sí.

Julia.

Pues si tú vives por mí,

Toma tambien por mí estado.

Curcio.

¡Calla, infame! ¡calla, loca!

Que haré de aquese cabello

Un lazo para tu cuello,

Ó sacaré de tu boca

Con mis manos la atrevida

Lengua, que de oir me ofendo.

Julia.

La libertad te defiendo,

Señor, pero no la vida.

Acaba su curso triste,

Y acabará tu pesar;

Que mal te puedo negar

La vida que tú me diste:

La libertad que me dió

El cielo, es la que te niego.

Curcio.

En este punto á crêr llego

Lo que el alma sospechó,

Que no fué buena tu madre,

Y manchó mi honor alguno;

Pues hoy tu error importuno

Ofende el honor de un padre,

A quien el sol no igualó,

En resplandor y belleza,

Sangre, honor, lustre y nobleza.

Julia.

Eso no he entendido yo,

[p. 140]Por eso no he respondido.

Curcio.

Arminda, salte allá fuera. (Vase.)

ESCENA VIII.

CURCIO, JULIA.

Curcio.

Y ya que mi pena fiera

Tantos años he tenido

Secreta, de mis enojos

La ciega pasion obliga

A que la lengua te diga

Lo que te han dicho los ojos.

La señoría de Sena,

Por dar á mi sangre fama,

En su nombre me envió

A dar la obediencia al papa

Urbano Tercio. Tu madre,

Que con opinion de santa

Fué en Sena comun ejemplo

De las matronas romanas,

Y áun de las nuestras (no sé

Cómo mi lengua la agravia;

Mas ¡ay infelice! tanto

La satisfaccion engaña),

En Sena quedó, y yo estuve

En Roma con la embajada

Ocho meses; porque entónces

Por concierto se trataba

Que esta señoría fuese

Del pontífice: Dios haga

Lo que á su estado convenga,

Que aquí importa poco ó nada.

[p. 141]Volví á Sena, y hallé en ella...

Aquí el aliento me falta,

Aquí la lengua enmudece,

Y aquí el ánimo desmaya.

Hallé (¡ay injusto temor!)

A tu madre tan preñada,

Que para el infeliz parto

Cumplia las nueve faltas.

Ya me habia prevenido

Por sus mentirosas cartas

Esta desdicha, diciendo

Que, cuando me fuí, quedaba

Con sospecha; y yo la tuve

De mi deshonra tan clara,

Que discurriendo mi agravio,

Imaginé mi desgracia.

No digo que verdad sea;

Mas quien tiene sangre hidalga,

No ha de aguardar á creer,

Quel imaginar le basta.

¿Qué importa que un noble sea

Desdichado (¡oh ley tirana

De honor! ¡oh bárbaro fuero

Del mundo!) si la ignorancia

Le disculpa? Mienten, mienten

Las leyes; porque no alcanza

Los misterios al efecto

Quien no previene la causa.

¿Qué ley culpa á un inocente?

¿Qué opinion á un libre agravia?

Miente otra vez; que no es

Deshonra, sino desgracia.

¡Bueno es que en leyes de honor

Le comprenda tanta infamia

[p. 142]Al Mercurio que le roba,

Como al Argos que le guarda!

¿Qué deja el mundo, qué deja,

Si así al inocente infama,

De deshonra, para aquel

Que lo sabe y que lo calla?

Yo entre tantos pensamientos,

Yo entre confusiones tantas,

Ni ví regalo en la mesa,

Ni hice descanso en la cama.

Tan desabrido conmigo

Estuve, que me trataba

Como ajeno el corazon,

Y como á tirano el alma.

Y aunque á veces discurria

En su abono, y aunque hallaba

Verisímil la disculpa,

Pudo en mí tanto la instancia

Del temer que me ofendia,

Que con saber que fué casta,

Tomé de mis pensamientos,

No de sus culpas, venganza.

Y porque con más secreto

Fuese, previne una caza

Fingida, porque á un celoso

Ficciones sólo le agradan.

Al monte fuí, y cuando todos

Entretenidos estaban

En su alegre regocijo,

Con amorosas palabras

(¡Qué bien las dice quien miente!

¡Qué bien las cree quien ama!)

Llevé á Rosmira, tu madre,

Por una senda apartada

[p. 143]Del camino, y divertida

Llegó á una secreta estancia

Deste monte, á cuyo albergue

El sol ignoró la entrada,

Porque se la defendian

Rústicamente enlazadas,

Por no decir que amorosas,

Árboles, hojas y ramas.

Aquí, pues, adonde apénas

Huella imprimió mortal planta,

Solos los dos...

ESCENA IX.

ARMINDA.—Dichos.

Arminda.

Si el valor,

Que el noble pecho acompaña,

Señor, y si la experiencia

Que te han dado honrosas canas,

En la desdicha presente

No te niega ó no te falta,

Exámen será el valor

De tu ánimo.

Curcio.

¿Qué causa

Te obliga á que así interrumpas

Mi razon?

Arminda.

Señor...

Curcio.

Acaba;

Que más la duda me ofende.

Julia.

¿Por qué te suspendes? Habla.

Arminda.

No quisiera ser la voz

De mi pena y tu desgracia.

[p. 144]

Curcio.

No temas decirla tú,

Pues yo no temo escucharla.

Arminda.

A Lisardo, mi señor...

Eusebio.

Esto sólo me faltaba.

Arminda.

Bañado en su sangre traen,

En una silla por andas,

Cuatro rústicos pastores,

Muerto (¡ay Dios!) á puñaladas;

Mas ya á tu presencia llega:

No le veas.

Curcio.

¡Cielos! ¿Tantas

Penas para un desdichado?

¡Ay de mí!

ESCENA X.

GIL, MENGA, TIRSO, BRAS y TORIBIO, que traen á LISARDO muerto en una silla.—Dichos.

Julia.

Pues ¿qué inhumana

Fuerza ensangrentó la ira

En su pecho? ¿Qué tirana

Mano se bañó en mi sangre,

Contra su inocencia airada?

¡Ay de mí!

Arminda.

Mira, señora...

Bras.

No llegues á verle.

Curcio.

Aparta.

Tirso.

Detente, señor.

Curcio.

Amigos,

No puede sufrirlo el alma.

Dejadme ver ese cadáver frio,

Depósito infeliz de heladas venas,

[p. 145]Ruina del tiempo, estrago del impío

Hado, teatro funesto de mis penas.

¿Qué tirano rigor (¡ay hijo mio!)

Trágico monumento en las arenas

Construyó, porque hiciese en quejas vanas

Mortaja triste de mis blancas canas?

¡Ay amigos! decid: ¿quién fué homicida

De un hijo, en cuya vida yo animaba?

Menga.

Gil lo dirá, que, al verle dar la herida,

Oculto entre unos árboles estaba.

Curcio.

Dí, amigo, dí, ¿quién me quitó esta vida?

Gil.

Yo solo sé que Eusebio se llamaba

Cuando con él reñia.

Curcio.

¿Hay más deshonra?

Eusebio me ha quitado vida y honra.

(A Julia.)

Disculpa agora tú de sus crueles

Deseos la ambicion; dí que concibe

Casto amor, pues, á falta de papeles,

Lascivos gustos con tu sangre escribe.

Julia.

Señor...

Curcio.

No me respondas como sueles:

A tomar hoy estado te apercibe,

O apercibe tambien á tu hermosura,

Con Lisardo temprana sepultura.

Los dos á un tiempo el sentimiento esquivo,

En este dia sepultar concierta,

El muerto al mundo, en mi memoria vivo,

Tú, viva al mundo, en mi memoria muerta.

Y en tanto que el entierro os apercibo,

Porque no huyas cerraré esta puerta.

Queda con él, porque de aquesta suerte,

Lecciones al morir te dé su muerte. (Vanse.)

[p. 146]ESCENA XI.

JULIA; LISARDO, muerto; EUSEBIO.

Julia.

Mil veces procuro hablarte,

Tirano Eusebio, y mil veces

El alma duda, el aliento

Falta, y la lengua enmudece.

No sé, no sé cómo pueda

Hablar; porque á un tiempo vienen

Envueltas iras piadosas

Entre piedades crueles.

Quisiera cerrar los ojos

A aquesta sangre inocente,

Que está pidiendo venganza,

Desperdiciando claveles:

Y quisiera hallar disculpa

En las lágrimas que viertes;

Que al fin heridas y ojos

Son bocas que nunca mienten.

Y en una mano el amor,

Y en otra el rigor presente,

A un mismo tiempo quisiera

Castigarte y defenderte;

Y entre ciegas confusiones

De pensamientos tan fuertes,

La clemencia me combate,

Y el sentimiento me vence.

¿Desta suerte solicitas

Obligarme? ¿Desta suerte,

Eusebio, en vez de finezas,

Con crueldades me pretendes?

[p. 147]Cuando de mi boda el dia

Resuelta esperaba, ¡quieres

Que en vez de apacibles bodas,

Tristes obsequias celebre!

Cuando por tu gusto era

Á mi padre inobediente,

¡Lutos funestos me das

En vez de galas alegres!

Cuando, arriesgando mi vida,

Hice posible el quererte,

¡En vez de tálamo (¡ay cielos!)

Un sepulcro me previenes!

Y cuando mi mano ofrezco,

Despreciando inconvenientes

De honor, ¡la tuya bañada

En mi sangre me la ofreces!

¿Qué gusto tendré en tus brazos,

Si para llegar á verme

Dando vida á nuestro amor,

Voy tropezando en la muerte?

¿Qué dirá el mundo de mí,

Sabiendo que tengo siempre,

Si no presente el agravio,

Quien le cometió presente?

Pues cuando quiera el olvido

Sepultarle, sólo el verte

Entre mis brazos, será

Memoria con que me acuerde.

Yo entónces, yo, aunque te adore,

Los amorosos placeres

Trocaré en iras, pidiendo

Venganzas; pues ¿cómo quieres

Que viva sujeta un alma

A efectos tan diferentes,

[p. 148]Que esté esperando el castigo

Y deseando que no llegue?

Basta, por lo que te quise,

Perdonarte, sin que esperes

Verme en tu vida, ni hablarme.

Esa ventana, que tiene

Salida al jardin, podrá

Darte paso; por ahí puedes

Escaparte; huye el peligro,

Porque, si mi padre viene,

No te halle aquí. Véte, Eusebio,

Y mira que no te acuerdes

De mí; que hoy me pierdes tú

Porque quisiste perderme.

Véte, y vive tan dichoso,

Que tengas felicemente

Bienes, sin que á los pesares

Pagues pension de los bienes.

Que yo haré para mi vida

Una celda prision breve,

Si no sepulcro, pues ya

Mi padre enterrarme quiere.

Allí lloraré desdichas

De un hado tan inclemente,

De una fortuna tan fiera,

De una inclinacion tan fuerte,

De un planeta tan opuesto,

De una estrella tan rebelde,

De un amor tan desdichado,

De una mano tan aleve,

Que me ha quitado la vida

Y no me ha dado la muerte,

Porque entre tantos pesares

Siempre viva y muera siempre.

[p. 149]

Eusebio.

Si acaso más que tus voces

Son ya tus manos crueles

Para tomar la venganza,

Rendido á tus piés me tienes.

Preso me trae mi delito,

Tu amor es la cárcel fuerte,

Las cadenas son mis yerros,

Prisiones que el alma teme,

Verdugo es mi pensamiento;

Si son tus ojos los jueces,

Y ellos me dan la sentencia,

Por fuerza será de muerte.

Mas dirá entónces la fama

En su pregon: «Este muere

Porque quiso,» pues que solo

Es mi delito quererte.

No pienso darte disculpa;

No parezca que la tiene

Tan grande error; sólo quiero

Que me mates y te vengues.

Toma esta daga, y con ella

Rompe un pecho que te ofende,

Saca un alma que te adora,

Y tu misma sangre vierte.

Y si no quieres matarme,

Para que á vengarse llegue

Tu padre, diré que estoy

En tu aposento.

Julia.

¡Detente!

Y por última razon,

Que he de hablarte eternamente,

Has de hacer lo que te digo.

Eusebio.

Yo lo concedo.

Julia.

Pues véte

[p. 150]Adonde guardes tu vida.

Hacienda tienes, y gente

Que te podrá defender.

Eusebio.

Mejor será que yo quede

Sin ella; porque si vivo,

Será imposible que deje

De adorarte, y no has de estar,

Aunque un convento te encierre,

Segura.

Julia.

Guárdate tú,

Que yo sabré defenderme.

Eusebio.

¿Volveré yo á verte?

Julia.

No.

Eusebio.

¿No hay remedio?

Julia.

No le esperes.

Eusebio.

¿Que al fin me aborreces ya?

Julia.

Haré por aborrecerte.

Eusebio.

¿Olvidarásme?

Julia.

No sé.

Eusebio.

¿Veréte yo?

Julia.

Eternamente.

Eusebio.

Pues ¿aquel pasado amor...?

Julia.

Pues ¿esta sangre presente...?—

La puerta abren: véte Eusebio.

Eusebio.

Iré por obedecerte.

¡Que no he de volverte á ver!

Julia.

¡Que no has de volver á verme!

(Suena ruido, vanse cada uno por una parte, y entran el cuerpo algunos criados.)


[p. 151]

JORNADA SEGUNDA.


Monte.

ESCENA PRIMERA.

RICARDO, CELIO, EUSEBIO, en traje de bandoleros, con arcabuces.

(Suena un tiro dentro.)

Ricardo.

Pasó el plomo violento

Su pecho.

Celio.

Y hace el golpe más sangriento,

Que con su sangre la tragedia imprima

En tierna flor.

Eusebio.

Ponle una cruz encima,

Y perdónele Dios.

Ricardo.

Las devociones

Nunca faltan del todo á los ladrones.

(Vanse Ricardo y Celio)

Eusebio.

Y pues mis hados fieros

Me traen á capitan de bandoleros,

Llegarán mis delitos

A ser, como mis penas, infinitos.

Como si diera muerte

A Lisardo á traicion, de aquesta suerte

Mi patria me persigue,

[p. 152]Porque su furia y mi despecho obligue

A que guarde una vida,

Siendo de tantas bárbaro homicida.

Mi hacienda me han quitado,

Mis villas confiscado,

Y á tanto rigor llegan,

Que el sustento me niegan.

No toque pasajero

El término del monte, si primero

No rinde hacienda y vida.

ESCENA II.

RICARDO, bandoleros; ALBERTO, preso.—EUSEBIO.

Ricardo.

Llegando á ver la boca de la herida,

Escucha, capitan, el más extraño

Suceso.

Eusebio.

Ya deseo el desengaño.

Ricardo.

Hallé el plomo deshecho

En este libro que tenía en el pecho,

Sin haber penetrado,

Y al caminante solo desmayado:

Vesle aquí sano y bueno.

Eusebio.

De espanto estoy y admiraciones lleno.

¿Quién eres, venerable

Caduco, á quien los cielos, admirable

Han hecho con prodigio milagroso?

Alberto.

Yo soy, oh capitan, el más dichoso

De cuantos hombres hay; que he merecido

Ser sacerdote indigno, y he leido

En Bolonia sagrada teología

Cuarenta y cuatro años con desvelo.

[p. 153]Dióme Su Santidad, por este celo,

De Trento el obispado

Premiando mis estudios; y admirado

Yo de ver que tenía

Cuenta de tantas almas,

Y que apénas la daba de la mia,

Los laureles dejé, dejé las palmas,

Y huyendo sus engaños,

Vengo á buscar seguros desengaños

En estas soledades,

Donde viven desnudas las verdades.

Paso á Roma á que el Papa me conceda

Licencia, capitan, para que pueda

Fundar un órden santo de eremitas;

Mas tu saña atrevida

Quita el hilo á mi suerte y á la vida.

Eusebio.

¿Qué libro es este, dí?

Alberto.

Este es el fruto,

Que rinde á mis estudios el tributo

De tantos años.

Eusebio.

¿Qué es lo que contiene?

Alberto.

Él trata del orígen verdadero

De aquel divino y celestial madero

En que animoso y fuerte,

Muriendo, triunfó Cristo de la muerte.

El libro, en fin, se llama

«Milagros de la Cruz.»

Eusebio.

¡Qué bien la llama

De aquel plomo inclemente,

Más que la cera, se mostró obediente!

¡Pluguiera á Dios, mi mano,

Ántes que blanco su papel hiciera

De aquel golpe tirano,

Entre su fuego ardiera!

[p. 154]Lleva ropa y dinero

Y la vida; sólo este libro quiero.

Y vosotros salidle acompañando

Hasta dejarle libre.

Alberto.

Iré rogando

Al Señor te dé luz para que veas

El error en que vives.

Eusebio.

Si deseas

Mi bien, pídele á Dios que no permita

Muera sin confesion.

Alberto.

Yo te prometo

Seré ministro en tan piadoso efeto,

Y te doy mi palabra

(Tanto en mi pecho tu clemencia labra)

Que si me llamas en cualquiera parte,

Dejaré mi desierto

Por ir á confesarte:

Un sacerdote soy; mi nombre Alberto.

Eusebio.

¿Tal palabra me das?

Alberto.

Y la confieso

Con la mano.

Eusebio.

Otra vez tus plantas beso.

(Vase Alberto con Ricardo y los bandoleros.)

ESCENA III.

CHILINDRINA.—EUSEBIO.

Chilind.

Hasta venir á hablarte,

El monte atravesé de parte á parte.

Eusebio.

¿Qué hay, amigo?

Chilind.

Dos nuevas harto malas.

Eusebio.

Á mi temor el sentimiento igualas.

[p. 155]¿Qué son?

Chilind.

Es la primera

(Decirla no quisiera),

Que al padre de Lisardo

Han dado...

Eusebio.

Acaba, que el efecto aguardo.

Chilind.

Comision de prenderte ó de matarte.

Eusebio.

Esotra nueva temo

Mas, porque en un confuso extremo,

Al corazon parece que camina

Toda el alma, adivina

De algun futuro daño.

¿Qué ha sucedido?

Chilind.

Á Julia...

Eusebio.

No me engaño

En prevenir tristezas,

Si para ver mi mal, por Julia empiezas.

¿Julia no me dijiste?

Pues eso basta para verme triste.

¡Mal haya amén la rigurosa estrella

Que me obligó á querella!

En fin, Julia... prosigue.

Chilind.

En un convento,

Seglar está.

Eusebio.

¡Ya falta el sufrimiento!

¡Que el cielo me castigue

Con tan grandes venganzas,

De perdidos deseos,

De muertas esperanzas.

Que de los mismos cielos,

Por quien me deja, vengo á tener celos!

Mas ya tan atrevido,

Que viviendo matando.

Me sustento robando,

[p. 156]No puedo ser peor de lo que he sido.

Despéñese el intento,

Pues ya se ha despeñado el pensamiento.

Llama á Celio y Ricardo. (Ap. ¡Amando muero!)

Chilind.

Voy por ellos. (Vase.)

Eusebio.

Vé, y diles que aquí espero.—

Asaltaré el convento que la guarda.

Ningun grave castigo me acobarda;

Que por verme señor de su hermosura,

Tirano amor me fuerza

Á acometer la fuerza,

Á romper la clausura,

Y á violar el sagrado;

Que ya del todo estoy desesperado.

Pues si no me pusiera

Amor en tales puntos,

Solamente lo hiciera

Por cometer tantos delitos juntos.

ESCENA IV.

GIL, MENGA.—EUSEBIO.

Menga.

¿Mas que encontramos con él,

Segun mezquina nací?

Gil.

Menga, yo ¿no voy aquí?

No temas ese cruel

Capitan de buñuleros,

Ni el hallarlo te alborote;

Que honda llevo yo y garrote.

Menga.

Temo, Gil, sus hechos fieros;

Si no, á Silvia á mirar ponte,

Cuando aquí la acometió;

[p. 157]Que doncella al monte entró,

Y dueña salió del monte,

Que no es peligro pequeño.

Gil.

Conmigo fuera cruel,

Que tambien entro doncel,

Y pudiera salir dueño. (Reparan en Eusebio.)

Menga.

(A Eusebio.) ¡Ah señor! que va perdido,

Que anda Eusebio por aquí.

Gil.

No eche, señor, por ahí.

Eusebio.

(Ap.) Estos no me han conocido,

Y quiero disimular.

Gil.

¿Quiere que aquese ladron

Le mate?

Eusebio.

(Ap.Villanos son.)

¿Con qué podré yo pagar

Este aviso?

Gil.

Con huir

De ese bellaco.

Menga.

Si os coge,

Señor, aunque no le enoje

Ni vuestro hacer ni decir,

Luego os matará; y creed

Que con poner tras la ofensa

Una cruz encima, piensa

Que os hace mucha merced.

ESCENA V.

RICARDO, CELIO.—Dichos.

Ricardo.

¿Dónde le dejaste?

Celio.

Aquí.

Gil.

(A Eusebio.) Es un ladron, no le esperes.

[p. 158]

Ricardo.

Eusebio, ¿qué es lo que quieres?

Gil.

¿Eusebio le llamó?

Menga.

Sí.

Eusebio.

Yo soy Eusebio; ¿que os mueve

Contra mí? ¿No hay quien responda?

Menga.

Gil, ¿tienes garrote y honda?

Gil.

Tengo el diablo que te lleve.

Celio.

Por los apacibles llanos

Que hace del monte la falda,

A quien guarda el mar la espalda,

Ví un escuadron de villanos

Que armado contra tí viene,

Y pienso que se avecina;

Que así Curcio determina

La venganza que previene.

Mira qué piensas hacer:

Junta tu gente, y partamos.

Eusebio.

Mejor es que agora huyamos,

Que esta noche hay más que hacer.

Venid conmigo los dos,

De quien justamente fío

La opinion y el honor mio.

Ricardo.

Muy bien puedes, que por Dios

Que he de morir á tu lado.

Eusebio.

Villanos, vida teneis,

Sólo porque le lleveis

A mi enemigo un recado.

Decid á Curcio que yo

Con tanta gente atrevida

Solo defiendo la vida,

Pero que le busco no.

Y que no tiene ocasion

De buscarme de esta suerte,

Pues no dí á Lisardo muerte

[p. 159]Con engaño ó con traicion.

Cuerpo á cuerpo le maté,

Sin ventaja conocida,

Y ántes de acabar la vida,

En mis brazos le llevé

Adonde se confesó,

Digna accion para estimarse;

Mas que si quiere vengarse,

Que he de defenderme yo.—

Y agora porque no vean

(A los bandoleros.)

Aquestos por dónde vamos,

Atadlos entre estos ramos:

Vendados sus ojos sean,

Porque no avisen.

Ricardo.

Aquí

Hay cordel.

Celio.

Pues llega presto.

Gil.

De San Sebastian me han puesto.

Menga.

De San Sebastian á mí.

Mas ate cuando quisiere,

Señor, como no me mate.

Gil.

Oye, señor, no me ate,

Y puto sea yo si huyere.

Jura tú, Menga, tambien

Este mismo juramento.

Celio.

Ya están atados.

Eusebio.

Mi intento

Se va ejecutando bien.

La noche amenaza oscura

Tendiendo su negro velo.

Julia, aunque te guarde el cielo,

He de gozar tu hermosura. (Vanse.)

[p. 160]ESCENA VI.

GIL, MENGA, atados.

Gil.

¿Quién habrá que ahora nos vea,

Menga, aunque caro nos cueste,

Que no diga que es aqueste

Peralvillo de la aldea?

Menga.

Véte llegando hácia aquí,

Gil, que yo no puedo andar.

Gil.

Menga, vénme á desatar,

Y te desataré á tí

Luégo al punto.

Menga.

Ven primero

Tú, que ya estás importuno.

Gil.

¿Es decir, que vendrá alguno?

Pondré que falta un arriero

Las tres ánades cantando,

Un caminante pidiendo,

Un estudiante comiendo,

Una santera rezando,

Hoy en aqueste camino,

Lo que á ninguno faltó;

Mas la culpa tengo yo.

Una voz.

(Dentro.) Hácia esta parte imagino

Que oigo voces; llegad presto.

Gil.

Señor, en buen hora acuda

A desatar una duda,

En que ha rato que estoy puesto.

Menga.

Si acaso buscais, señor,

Por el monte algun cordel,

Yo os puedo servir con él.

[p. 161]

Gil.

Este es más gordo y mijor.

Menga.

Yo, por ser mujer, espero

Remedio en las ánsias mias.

Gil.

No repare en cortesías,

Desáteme á mí primero.

ESCENA VII.

CURCIO, OCTAVIO, BRAS, TIRSO, soldados.—GIL, MENGA.

Tirso.

Hácia aquesta parte suena

La voz.

Gil.

¡Que te quemas!

Tirso.

Gil,

¿Qué es esto?

Gil.

El diablo es sutil;

Desata, Tirso, y mi pena

Te diré despues.

Curcio.

¿Qué es esto?

Menga.

Venga en buen hora, señor,

A castigar un traidor.

Curcio.

¿Quién desta suerte os ha puesto?

Gil.

¿Quién? Eusebio, que en efeto

Dice... Pero ¿qué sé yo

Lo que dice? Él nos dejó

Aquí en semejante aprieto.

Tirso.

No llores, pues, que no ha estado

Hoy muy poco liberal

Contigo.

Bras.

No lo ha hecho mal,

Pues á Menga te ha dejado.

Gil.

¡Ay Tirso! no lloro yo

[p. 162]Porque piadoso no fué.

Tirso.

Pues ¿por qué lloras?

Gil.

¿Por qué?

Porque á Menga me dejó.

La de Anton llevó, y al cabo

De seis, que no parecia,

Halló á su mujer un dia;

Hicimos un baile bravo

De hallazgo, y gastó cien reales.

Bras.

¿Bartolo no se casó

Con Catalina, y parió

A seis meses no cabales?

Y andaba con gran placer

Diciendo: ¡Si tú lo vieses!

Lo que otra hace en nueve meses,

Hace en cinco mi mujer.

Tirso.

Ello no hay honra segura.

Curcio.

¿Que esto llegue á escuchar yo

Deste tirano? ¿quién vió

Tan notable desventura?

Menga.

Cómo destruirle piensa;

Que hasta las mismas mujeres

Tomaremos, si tú quieres,

Las armas para su ofensa.

Gil.

Que aquí acude es lo más cierto;

Y toda esta procesion

De cruces que miras, son,

Señor, por hombres que ha muerto.

Octavio.

Es aquí lo más secreto

De todo el monte.

Curcio.

(Ap.)Y aquí

Fué ¡cielos! donde yo ví

Aquel milagroso efeto

De inocencia y castidad,

[p. 163]Cuya beldad atrevido

Tantas veces he ofendido

Con dudas, siendo verdad

Un milagro tan patente.

Octavio.

Señor, ¿qué nueva pasion

Causa tu imaginacion?

Curcio.

Rigores que el alma siente

Son, Octavio; y mis enojos,

Para publicar mi mengua,

Como los niego á la lengua,

Me van saliendo á los ojos.

Haz, Octavio, que me deje

Solo esa gente que sigo,

Porque aquí de mí y conmigo

Hoy á los cielos me queje.

Octavio.

Ea, soldados, despejad.

Bras.

¿Qué decís?

Tirso.

¿Qué pretendeis?

Gil.

Despiojad, ¿no lo entendeis?

Que nos vamos á espulgar.

(Vanse todos, ménos Curcio.)

ESCENA VIII.

CURCIO.

¿A quién no habrá sucedido,

Tal vez lleno de pesares,

Descansar consigo á solas

Por no descubrirse á nadie?

Yo, á quien tantos pensamientos

A un tiempo afligen, que hacen

Con lágrimas y suspiros

[p. 164]Competencia al mar y al aire,

Compañero de mí mismo

En las mudas soledades,

Con la pension de mis bienes

Quiero divertir mis males.

Ni las aves, ni las fuentes

Sean testigos bastantes:

Que al fin las fuentes murmuran,

Y tienen lengua las aves.

No quiero más compañía

Que aquestos rústicos sauces;

Pues quien escucha y no aprende,

Será fuerza que no hable.

Teatro este monte fué

Del suceso más notable,

Que entre prodigios de celos

Cuentan las antigüedades,

De una inocente verdad.

Pero ¿quién podrá librarse

De sospechas, en quien son

Mentirosas las verdades?

Muerte de amor son los celos,

Que no perdonan á nadie,

Ni por humilde le dejan,

Ni le respetan por grave.

Aquí pues, donde yo digo,

Rosmira y yo... De acordarme,

No es mucho que el alma tiemble,

No es mucho que la voz falte;

Que no hay flor que no me asombre,

No hay hoja que no me espante,

No hay piedra que no me admire,

Tronco que no me acobarde,

Peñasco que no me oprima,

[p. 165]Monte que no me amenace;

Porque todos son testigos

De una hazaña tan infame.

Saqué al fin la espada, y ella,

Sin temerme y sin turbarse,

Porque en riesgos de amor nunca

El inocente es cobarde:

«Esposo, dijo, detente;

No digo que no me mates,

Si es tu gusto, porque yo

¿Cómo he de poder negarte

La misma vida que es tuya?

Solo te pido que ántes

Me digas por lo que muero,

Y déjame que te abrace.»

Yo la dije: «En tus entrañas,

Como la víbora, traes

A quien te ha de dar la muerte.

Indicio ha sido bastante

El parto infame que esperas.

Mas no le verás, que ántes

Dándote muerte, seré

Verdugo tuyo y de un ángel.»

«Si acaso, me dijo entónces,

Si acaso, esposo, llegaste

A creer flaquezas mias,

Justo será que me mates.

Mas á esta Cruz abrazada,

A esta que estaba delante,

Prosiguió, doy por testigo

De que no supe agraviarte

Ni ofenderte; que ella sola

Será justo que me ampare.»

Bien quisiera entónces yo,

[p. 166]Arrepentido, arrojarme

A sus piés, porque se vía

Su inocencia en su semblante.

El que una traicion intenta,

Ántes mire lo que hace;

Porque una vez declarado,

Aunque procure enmendarse,

Por decir que tuvo causa,

Lo ha de llevar adelante.

Yo, pues, no porque dudaba

Ser la disculpa bastante,

Sino porque mi delito

Más amparado quedase,

El brazo levanté airado,

Tirando por várias partes

Mil heridas; pero solo

Las ejecuté en el aire.

Por muerta al pié de la Cruz

Quedó, y queriendo escaparme

A casa llegué, y halléla

Con más belleza que sale

El alba, cuando en sus brazos

Nos presenta el sol infante.

Ella en sus brazos tenía

A Julia, divina imágen

De hermosura y discrecion:

(¿Qué gloria pudo igualarse

A la mia?) que su parto

Habia sido aquella tarde

Al mismo pié de la Cruz;

Y por divinas señales,

Con que al mundo descubria

Dios un milagro tan grande,

La niña que habia parido,

[p. 167]Dichosa con señas tales,

Tenía en el pecho una Cruz

Labrada de fuego y sangre.

Pero ¡ay! que tanta ventura

Templaba el que se quedase

Otra criatura en el monte:

Que ella, entre penas tan graves,

Sintió haber parido dos;

Y yo entónces...

ESCENA IX.

OCTAVIO.—CURCIO.

Octavio.

Por el valle

Atraviesa un escuadron

De bandoleros; y ántes

Que cierre la noche triste,

Será bien, señor, que bajes

A buscarlos, no oscurezca;

Porque ellos el monte saben,

Y nosotros no.

Curcio.

Pues junta

La gente vaya adelante;

Que no hay gloria para mí,

Hasta llegar á vengarme. (Vanse)


[p. 168]Vista exterior de un convento.

ESCENA X.

EUSEBIO, RICARDO, CELIO, con una escala.

Ricardo.

Llega con silencio, y pon

A esa parte las escalas.

Eusebio.

Icaro seré sin alas,

Sin fuego seré Faeton:

Escalar al sol intento,

Y si me quiere ayudar

La luz, tengo de pasar

Mas allá del firmamento.

Amor ser tirano enseña.

En subiendo yo, quitad

Esa escala, y esperad

Hasta que os haga una seña.

Quien subiendo se despeña,

Suba hoy y baje ofendido,

En cenizas convertido;

Que la pena del bajar,

No será parte á quitar

La gloria de haber subido.

Ricardo.

¿Qué esperas?

Celio.

Pues ¿qué rigor

Tu altivo orgullo embaraza?

Eusebio.

¿No veis cómo me amenaza

Un vivo fuego?

Ricardo.

Señor.

Fantasmas son del temor.

Eusebio.

¿Yo temor?

[p. 169]

Celio.

Sube.

Eusebio.

Ya llego.

Aunque á tantos rayos ciego,

Por las llamas he de entrar;

Que no lo podrá estorbar

De todo el infierno el fuego. (Sube y entra.)

Celio.

Ya entró.

Ricardo.

Alguna fantasía

De su mismo horror fundada,

En la idea acreditada,

O alguna ilusion sería.

Celio.

Quita la escala.

Ricardo.

Hasta el dia

Aquí le hemos de esperar.

Celio.

Atrevimiento fué entrar,

Aunque yo de mejor gana

Me fuera con mi villana;

Mas despues habrá lugar. (Vanse.)


Celda de Julia

ESCENA XI.

EUSEBIO; JULIA, en el lecho.

Eusebio.

Por todo el convento he andado,

Sin ser de nadie sentido,

Y por cuanto he discurrido,

De mi destino guiado,

A mil celdas he llegado

De religiosas, que abiertas

[p. 170]Tienen las estrechas puertas,

Y en ninguna á Julia ví.

¿Dónde me llevais así,

Esperanzas siempre inciertas?

¡Qué horror! ¡qué silencio mudo!

¡Qué oscuridad tan funesta!

Luz hay aquí; celda es esta,

Y en ella Julia. ¡Qué dudo!

(Corre una cortina, y ve á Julia durmiendo.)

¿Tan poco el valor ayudo,

Que ahora en hablarla tardo?

¿Qué es lo que espero? ¿qué aguardo?

Más con impulso dudoso,

Si me animo temeroso,

Animoso me acobardo.

Más belleza la humildad

Deste traje la asegura;

Que en la mujer la hermosura

Es la misma honestidad.

Su peregrina beldad,

De mi torpe amor objeto,

Hace en mí mayor efeto;

Que á un tiempo á mi amor incito,

Con la hermosura apetito,

Con la honestidad respeto.

¡Julia! ¡ah Julia!

Julia.

¿Quién me nombra?

Mas ¡cielos! ¿qué es lo que veo?

¿Eres sombra del deseo,

O del pensamiento sombra?

Eusebio.

¿Tanto el mirarme te asombra?

Julia.

¿Pues quién habrá que no intente

Huir de tí?

Eusebio.

Julia, detente.

[p. 171]

Julia.

¿Qué quieres, forma fingida,

De la idea repetida,

Solo á la vista aparente?

¿Eres, para pena mia,

Voz de la imaginacion?

¿Retrato de la ilusion?

¿Cuerpo de la fantasía?

¿Fantasma en la noche fria?

Eusebio.

Julia, escucha. Eusebio soy,

Que vivo á tus piés estoy;

Que si el pensamiento fuera,

Siempre contigo estuviera.

Julia.

Desengañándome voy

Con oirte, y considero

Que mi recato ofendido

Más te quisiera fingido,

Eusebio, que verdadero.

Donde yo llorando muero,

Donde yo vivo penando,

¿Qué quieres? ¡estoy temblando!

¿Qué buscas? ¡estoy muriendo!

¿Qué emprendes? ¡estoy temiendo!

¿Qué intentas? ¡estoy dudando!

¿Cómo has llegado hasta aquí?

Eusebio.

Todo es extremos amor,

Y mi pena y tu rigor

Hoy han de triunfar de mí.

Hasta verte aquí, sufrí

Con esperanza segura;

Pero viendo tu hermosura

Perdida, he atropellado

El respeto del sagrado,

Y la ley de la clausura.

De lo cierto ó de lo injusto

[p. 172]Los dos la culpa tenemos,

Y en mí vienen dos extremos,

Que son la fuerza y el gusto.

No puede darle disgusto

Al cielo mi pretension;

Ántes de esta ejecucion,

Casada eres en secreto,

Y no cabe en un sujeto

Matrimonio y religion.

Julia.

No niego el lazo amoroso,

Que hizo con felicidades

Unir á dos voluntades,

Que fué su efecto forzoso;

Que te llamé amado esposo,

Y que todo eso fué así,

Confieso; pero ya aquí,

Con voto de religiosa,

A Cristo de ser su esposa

Mano y palabra le dí.

Ya soy suya, ¿qué me quieres?

Véte, porque el mundo asombres.

Donde mates á los hombres,

Donde fuerces las mujeres.

Véte, Eusebio; ya no esperes

Fruto de tu loco amor;

Para que te cause horror,

Que estoy en sagrado piensa.

Eusebio.

Cuanto es mayor tu defensa,

Es mi apetito mayor.

Ya las paredes salté

Del convento, ya te ví;

No es amor quien vive en mí,

Causa más oculta fué.

Cumple mi gusto, ó diré

[p. 173]Que tú misma me has llamado,

Que me has tenido encerrado

En tu celda muchos dias:

Y pues las desdichas mias

Me tienen desesperado,

Daré voces; sepan...

Julia.

Tente,

Eusebio, mira... (¡ay de mí!)

Pasos siento por aquí,

Al coro atraviesa gente.

¡Cielos, no sé lo que intente!

Cierra esa celda, y en ella

Estarás, pues atropella

Un temor á otro temor.

Eusebio.

¡Qué poderoso es mi amor!

Julia.

¡Qué rigorosa es mi estrella! (Vanse.)


Vista exterior del convento.

ESCENA XII.

RICARDO, CELIO.

Ricardo.

Ya son las tres, mucho tarda.

Celio.

El que goza su ventura,

Ricardo, en la noche oscura,

Nunca el claro sol aguarda.

Yo apuesto que le parece

Que nunca el sol madrugó

Tanto, y que hoy apresuró

Su curso.

[p. 174]

Ricardo.

Siempre amanece

Más temprano á quien desea;

Pero al que goza, más tarde.

Celio.

No creas que al sol aguarde

Que en el oriente se vea.

Ricardo.

Dos horas son ya.

Celio.

No creo

Que Eusebio lo diga.

Ricardo.

Es justo;

Porque al fin son de su gusto

Las horas de tu deseo.

Celio.

¿No sabes lo que he llegado

Hoy, Ricardo, á sospechar?

Que Julia le envió á llamar.

Ricardo.

Pues si no fuera llamado,

¿Quién á escalar se atreviera

Un convento?

Celio.

¿No has sentido,

Ricardo, á esta parte ruido?

Ricardo.

Sí.

Celio.

Pues llega la escalera.

ESCENA XIII.

JULIA, EUSEBIO, á una ventana.—RICARDO, CELIO.

Eusebio.

Déjame, mujer.

Julia.

Pues cuando

Vencida de tus deseos,

Movida de tus suspiros,

Obligada de tus ruegos,

De tu llanto agradecida,

Dos veces á Dios ofendo,

[p. 175]Como á Dios, y como á esposo,

¡Mis brazos dejas, haciendo

Sin esperanzas desdenes,

Y sin posesion desprecios!

¿Dónde vas?

Eusebio.

Mujer, ¿qué intentas?

Déjame, que voy huyendo

De tus brazos, porque he visto

No sé qué deidad en ellos.

Llamas arrojan tus ojos,

Tus suspiros son de fuego,

Un volcan cada razon,

Un rayo cada cabello,

Cada palabra es mi muerte,

Cada regalo un infierno:

Tantos temores me causa

La Cruz que he visto en tu pecho.

Señal prodigiosa ha sido,

Y no permitan los cielos

Que, aunque tanto los ofenda,

Pierda á la Cruz el respeto.

Pues si la hago testigo

De las culpas que cometo,

¿Con qué vergüenza despues

Llamarla en mi ayuda puedo?

Quédate en tu religion,

Julia: yo no te desprecio,

Que más agora te adoro.

Julia.

Escucha, detente, Eusebio.

Eusebio.

Esta es la escala.

Julia.

Detente,

Ó llévame allá.

Eusebio.

No puedo, (Baja.)

Pues que, sin gozar la gloria

[p. 176]Que tanto esperé, te dejo.

¡Válgame el Cielo! caí. (Cae.)

Ricardo.

¿Qué ha sido?

Eusebio.

¿No veis el viento

Poblado de ardientes rayos?

¿No mirais sangriento el cielo

Que todo sobre mí viene?

¿Dónde estar seguro puedo,

Si airado el cielo se muestra?

Divina Cruz, yo os prometo,

Y os hago solemne voto

Con cuantas cláusulas puedo,

De en cualquier parte que os vea,

Las rodillas por el suelo,

Rezar un Ave María.

(Levántase, y vanse los tres, dejando la escala puesta.)

ESCENA XIV.

JULIA. (En la ventana.)

Turbada y confusa quedo.

¿Aquestas fueron, ingrato,

Las firmezas? ¿Estos fueron

Los extremos de tu amor?

¿Ó son de mi amor extremos?

Hasta vencerme á tu gusto,

Con amenazas, con ruegos,

Aquí amante, allí tirano,

Porfiaste; pero luego

Que de tu gusto y mi pena

Pudiste llamarte dueño,

Ántes de vencer, huiste.

[p. 177]¿Quien, sino tú, venció huyendo?

¡Muerta soy, cielos piadosos!

¿Por qué introdujo venenos

Naturaleza, si habia,

Para dar muerte, desprecios?

Ellos me quitan la vida;

Pues que con nuevo tormento

Lo que me desprecia busco.

¿Quién vió tan dudoso efecto

De amor? Cuando me rogaba

Con mil lágrimas Eusebio,

Le dejaba; pero agora,

Porque él me deja, le ruego.

Tales somos las mujeres,

Que contra nuestros deseos,

Aun no queremos dar gusto

Con lo mismo que queremos.

Ninguno nos quiera bien,

Si pretende alcanzar premio;

Que queridas despreciamos

Y aborrecidas queremos.

No siento que no me quiera,

Sólo que me deje siento.

Por aquí cayó, tras él

Me arrojaré. ¿Mas qué es esto?

¿Esta no es escala? Sí.

¡Qué terrible pensamiento!

Detente, imaginacion,

No me despeñes; que creo

Que si llego á consentir,

Á hacer el delito llego.

¿No saltó Eusebio por mí

Las paredes del convento?

¿No me holgué de verle yo

[p. 178]En tantos peligros puesto

Por mi causa? ¿Pues qué dudo?

¿Qué me acobardo? ¿qué temo?

Lo mismo haré yo en salir

Que él en entrar: si es lo mesmo,

Tambien se holgará de verme

Por su causa en tales riesgos.

Ya por haber consentido

La misma culpa merezco;

Pues si es tan grande el pecado,

¿Por qué el gusto ha de ser ménos?

Si consentí, y me dejó

Dios de su mano, ¿no puedo

De una culpa, que es tan grande,

Tener perdon? ¿Pues qué espero?

(Baja por la escala.)

Al mundo, al honor, á Dios

Hallo perdido el respeto,

Cuando á ceguedad tan grande

Vendados los ojos vuelvo.

Demonio soy, que he caido

Despeñado deste cielo,

Pues sin tener esperanza

De subir, no me arrepiento.

Ya estoy fuera de sagrado,

Y de la noche el silencio

Con su oscuridad me tiene

Cubierta de horror y miedo.

Tan deslumbrada camino,

Que en las tinieblas tropiezo,

Y áun no caigo en mi pecado.

¿Dónde voy? ¿qué hago? ¿qué intento?

Con la muda confusion

De tantos horrores, temo

[p. 179]Que se me altera la sangre,

Que se me eriza el cabello.

Turbada la fantasía,

En el aire forma cuerpos,

Y sentencias contra mí

Pronuncia la voz del eco.

El delito, que ántes era

Quien me animaba soberbio,

Es quien me acobarda agora.

Apénas las plantas puedo

Mover, que el mismo temor

Grillos á mis piés ha puesto.

Sobre mis hombros parece

Que carga un prolijo peso

Que me oprime, y toda yo

Estoy cubierta de hielo.

No quiero pasar de aquí,

Quiero volverme al convento,

Donde de aqueste pecado

Alcance perdon; pues creo

De la clemencia divina,

Que no hay luces en el cielo,

Que no hay en el mar arenas,

No hay átomos en el viento,

Que, sumados todos juntos,

No sean número pequeño

De los pecados, que sabe

Dios perdonar. Pasos siento.

Á esta parte me retiro

En tanto que pasan, luégo

Subiré sin que me vean. (Retírase.)

[p. 180]ESCENA XV.

RICARDO, CELIO.—JULIA, retirada donde no los ve.

Ricardo.

Con el espanto de Eusebio

Aquí se quedó la escala,

Y agora por ella vuelvo,

No aclare el dia, y la vean

Á esta pared.

(Quitan la escala, y vanse; Julia llega donde estaba la escala.)

Julia.

Ya se fueron:

Agora podré subir

Sin que me sientan. ¿Qué es esto?

¿No es aquesta la pared

De la escala? Pero creo

Que hácia estotra parte está.

Ni aquí tampoco está. ¡Cielos!

¿Cómo he de subir sin ella?

Mas ya mi desdicha entiendo;

Desta suerte me negais

La entrada vuestra; pues creo

Que, cuando quiero subir

Arrepentida, no puedo.

Pues si ya me habeis negado

Vuestra clemencia, mis hechos

De mujer desesperada

Darán asombros al cielo,

Darán espantos al mundo,

Admiracion á los tiempos,

Horror al mismo pecado,

Y terror al mismo infierno.


[p. 181]

JORNADA TERCERA.


Monte.

ESCENA PRIMERA.

GIL, con muchas cruces, y una muy grande al pecho.

Gil.

Por leña á este monte voy,

Que Menga me lo ha mandado,

Y para ir seguro, he hallado

Una brava invencion hoy.

De la Cruz dicen que es

Devoto Eusebio; y así

He salido armado aquí

De la cabeza á los piés.

Dicho y hecho: ¡él es pardiez!

No encuentro, lleno de miedo.

Donde estar seguro puedo;

Sin alma quedo. Esta vez

No me ha visto; yo quisiera

Esconderme hácia este lado,

Miéntras pasa; yo he tomado

Por guarda una cambronera

Para esconderme. ¡No es nada!

Tanta púa es la más chica:

¡Pléguete Cristo! más pica

Que perder una trocada,

[p. 182]Más que sentir un desprecio

De una dama Fierabras,

Que á todos admite, y más

Que tener celos de un necio.

ESCENA II.

EUSEBIO.—GIL, escondido.

Eusebio.

No sé adónde podré ir:

Larga vida un triste tiene,

Que nunca la muerte viene

Á quien le cansa el vivir.

Julia, yo me ví en tus brazos

Cuando tan dichoso era,

Que de tus brazos pudiera

Hacer amor nuevos lazos.

Sin gozar al fin dejé

La gloria que no tenía;

Mas no fué la causa mia,

Causa más secreta fué;

Pues teniendo mi albedrío,

Superior efecto ha hecho

Que yo respete en tu pecho

La Cruz que tengo en el mio.

Y pues con ella los dos,

¡Ay Julia! habemos nacido,

Secreto misterio ha sido

Que lo entiende sólo Dios.

Gil.

(Ap.) Mucho pica, ya no puedo

Más sufrillo.

Eusebio.

Entre estos ramos

Hay gente. ¿Quién va?

[p. 183]

Gil.

(Ap.)Aquí echamos

Á perder todo el enredo.

Eusebio.

(Ap.) Un hombre á un árbol atado,

Y una Cruz al cuello tiene:

Cumplir mi voto conviene

En el suelo arrodillado.

Gil.

¿Á quién, Eusebio, enderezas

La oracion, o de qué tratas?

Si me adoras, ¿qué me atas?

Si me atas, ¿qué me rezas?

Eusebio.

¿Quién es?

Gil.

¿Á Gil no conoces?

Desde que con el recado,

Aquí me dejaste atado,

No han aprovechado voces

Para que álguien (¡qué rigor!)

Me llegase á desatar.

Eusebio.

Pues no es aqueste el lugar

Donde te dejé.

Gil.

Señor,

Es verdad; mas yo que ví

Que nadie llegaba, he andado,

De árbol en árbol atado,

Hasta haber llegado aquí.

Aquesta la causa fué

De suceso tan extraño.

Eusebio.

(Ap. Este es simple, y de mi daño

Cualquier suceso sabré.)

Gil, yo te tengo aficion

Desde que otra vez hablamos,

Y así quiero que seamos

Amigos.

Gil.

Tiene razon;

Y quisiera, pues nos vemos

[p. 184]Tan amigos, no ir allá,

Sino andarme por acá,

Pues aquí todos seremos

Buñoleros, que diz que es

Holgada vida, y no andar

Todo el año á trabajar.

Eusebio.

Quédate conmigo, pues.

ESCENA III.

RICARDO, BANDOLEROS; JULIA, vestida de hombre, y cubierto el rostro.—EUSEBIO, GIL.

Ricardo.

En lo bajo del camino

Que esta montaña atraviesa,

Ahora hicimos una presa,

Que segun es, imagino

Que te dé gusto.

Eusebio.

Está bien,

Luégo della trataremos.

Sabe agora que tenemos

Un nuevo soldado.

Ricardo.

¿Quién?

Gil.

Gil: ¿no me ve?

Eusebio.

Este villano,

Aunque le veis inocente,

Conoce notablemente

Desta tierra monte y llano,

Y en él será nuestra guía:

Fuera desto, al campo irá

Del enemigo, y será

En él mi perdida espía.

Arcabuz le podeis dar

[p. 185]Y un vestido.

Celio.

Ya está aquí.

Gil.

(Ap.) Tengan lástima de mí,

Que me quedo á embandolear.

Eusebio.

¿Quién es ese gentil hombre

Que el rostro encubre?

Ricardo.

No ha sido

Posible que haya querido

Decir la patria ni el nombre;

Porque al capitan no más

Dice que lo ha de decir.

Eusebio.

Bien te puedes descubrir,

Pues ya en mi presencia estás.

Julia.

¿Sois el capitan?

Eusebio.

Sí.

Julia.

(Ap.)¡Ay Dios!

Eusebio.

Díme quién eres, y á qué

Viniste.

Julia.

Yo lo diré,

Estando solos los dos.

Eusebio.

Retiraos todos un poco. (Vanse.)

ESCENA IV.

JULIA, EUSEBIO.

Eusebio.

Ya estás á solas conmigo;

Sólo árboles y flores

Pueden ser mudos testigos

De tus voces; quita el velo

Con que cubierto has traido

El rostro, y díme: ¿quién eres?

¿Dónde vas? ¿qué has pretendido?

[p. 186]Habla.

Julia.

Porque de una vez (Saca la espada.)

Sepas á lo que he venido,

Y quién soy, saca la espada:

Pues desta manera digo,

Que soy quien viene á matarte.

Eusebio.

Con la defensa resisto

Tu osadía y mi temor;

Porque mayor habia sido

De la accion, que de la voz.

Julia.

Riñe, cobarde, conmigo,

Y verás que con tu muerte

Vida y confusion te quito.

Eusebio.

Yo por defenderme, más

Que por ofenderte, riño,

Que ya tu vida me importa;

Pues si en este desafío

Te mato, no sé por qué;

Y si me matas, lo mismo.

Descúbrete agora pues,

Si te agrada.

Julia.

Bien has dicho,

Porque en venganzas de honor,

Sino es que conste el castigo

Al que fué ofensor, no queda

Satisfecho el ofendido. (Descúbrese.)

¿Conócesme? ¿qué te espantas?

¿Qué me miras?

Eusebio.

Que rendido

A la verdad y á la duda

En confusos desvaríos,

Me espanto de lo que veo,

Me asombro de lo que miro.

Julia.

Ya me has visto.

[p. 187]

Eusebio.

Sí, y de verte

Mi confusion ha crecido

Tanto, que si ántes de agora

Alterados mis sentidos

Desearon verte, ya

Desengañados, lo mismo

Que dieran ántes por verte,

Dieran por no haberte visto.

¿Tú, Julia, en aqueste monte?

¿Tú con profano vestido,

Dos veces violento en tí?

¿Cómo sola aquí has venido?

¿Qué es esto?

Julia.

Desprecios tuyos

Son, y desengaños mios.

Y porque veas que es flecha

Disparada, ardiente tiro,

Veloz rayo, una mujer

Que corre tras su apetito,

No sólo me han dado gusto

Los pecados cometidos

Hasta agora, mas tambien

Me le dan, si los repito.

Salí del convento, fuí

Al monte, y porque me dijo

Un pastor, que mal guiada

Iba por aquel camino,

Neciamente temerosa,

Por evitar mi peligro,

Le aseguré y le dí muerte,

Siendo instrumento un cuchillo

Que él en su cinta traia.

Con este, que fué ministro

De la muerte, á un caminante

[p. 188]Que cortésmente previno

En las ancas de un caballo,

A tanto cansancio alivio,

A la vista de una aldea,

Porque entrar en ella quiso,

Le pagué en un despoblado

Con la muerte el beneficio.

Tres dias fueron y noches

Los que aquel desierto me hizo

Mesa de silvestres plantas,

Lecho de peñascos frios.

Llegué á una pobre cabaña,

A cuyo techo pajizo,

Juzgué pabellon dorado

En la paz de mis mentidos.

Liberal huéspeda fué

Una serrana conmigo,

Compitiendo en los deseos

Con el pastor su marido.

Á la hambre y al cansancio

Dejé en su albergue rendidos

Con buena mesa, aunque pobre,

Manjar, aunque humilde, limpio.

Pero al despedirme dellos,

Habiendo ántes prevenido

Que al buscarme no pudiesen

Decir: «nosotros la vimos,»

Al cortés pastor, que al monte

Salió á enseñarme el camino,

Maté, y entré donde luego

Hago en su mujer lo mismo.

Mas considerando entónces

Que en el propio traje mio

Mi pesquisidor llevaba,

[p. 189]Mudármele determino.

Al fin, pues, por varios casos,

Con las armas y el vestido

De un cazador, cuyo sueño,

No imágen, trasunto vivo

Fué de la muerte, llegué

Aquí, venciendo peligros,

Despreciando inconvenientes,

Y atropellando designios.

Eusebio.

Con tanto asombro te escucho,

Con tanto temor te miro,

Que eres al oido encanto,

Si á la vista basilisco.

Julia, yo no te desprecio;

Pero temo los peligros

Con que el cielo me amenaza,

Y por eso me retiro.

Vuélvete tú á tu convento;

Que yo temeroso vivo

De esa Cruz tanto, que huyo

De tí.—Mas ¿qué es este ruido?

ESCENA V.

RICARDO, bandoleros.—Dichos.

Ricardo.

Preven, señor, la defensa;

Que apartados del camino,

Al monte Curcio y su gente

En busca tuya han salido.

De todas esas aldeas

Tanto el número ha crecido,

Que han venido contra tí

Viejos, mujeres y niños,

Diciendo que han de vengar

[p. 190]En tu sangre, la de un hijo

Muerto á tus manos, y juran

De llevarte por castigo,

O por venganzas de tantos,

Preso á Sena, muerto ó vivo.

Eusebio.

Julia, despues hablaremos.

Cubre el rostro, y ven conmigo;

Que no es bien que en poder quedes

De tu padre y mi enemigo.—

Soldados, este es el dia

De mostrar aliento y brío.

Porque ninguno desmaye,

Considere que atrevidos

Vienen á darnos la muerte,

O prendernos, que es lo mismo:

Y si no, en pública cárcel,

De desdichas perseguidos,

Y sin honra nos veremos:

Pues si esto hemos conocido,

¿Por la vida y por la honra,

Quién temió el mayor peligro?

No piensen que los tememos,

Salgamos á recibirlos;

Que siempre está la fortuna

De parte del atrevido.

Ricardo.

No hay que salir; que ya llegan

A nosotros.

Eusebio.

Preveníos,

Y ninguno sea cobarde;

Que, vive el cielo, si miro

Huir alguno ó retirarse,

Que he de ensangrentar los filos

De aqueste acero en su pecho,

Primero que en mi enemigo.

[p. 191]ESCENA VI.

Curcio y gente, dentro.—Dichos.

Curcio.

(Dentro.) En lo encubierto del monte

Al traidor Eusebio he visto,

Y para inútil defensa

Hace murallas sus riscos.

Voces.

(Dentro.) Ya entre las espesas ramas

Desde aquí los descubrimos.

Julia.

¡A ellos! (Vase.)

Eusebio.

Esperad, villanos;

Que, vive Dios, que teñidos

Con vuestra sangre los campos,

Han de ser undosos rios.

Ricardo.

De los cobardes villanos

Es el número excesivo.

Curcio.

(Dentro.) ¿Adónde, Eusebio, te escondes?

Eusebio.

No escondo, que ya te sigo.

(Vanse todos, y disparan arcabuces dentro.)


Otro lado del monte, en cuyo fondo habrá una Cruz.

ESCENA VII.

JULIA.

Del monte que yo he buscado,

Apénas las yerbas piso,

Cuando horribles voces oigo,

[p. 192]Marciales campañas miro.

De la pólvora los ecos,

Y del acero los filos,

Unos ofenden la vista,

Y otros turban el oido.

Mas ¿qué es aquello que veo?

Desbaratado y vencido

Todo el escuadron de Eusebio

Le deja ya el enemigo.

Quiero volver á juntar

Toda la gente que ha habido

De Eusebio, y volver á darle

Favor; que si los animo,

Seré en su defensa asombro

Del mundo, seré cuchillo

De la parca, estrago fiero

De sus vidas, vengativo

Espanto de los futuros,

Y admiracion destos siglos. (Vase.)

ESCENA VIII.

GIL, de bandolero; despues MENGA, BRAS, TIRSO y villanos.

Gil.

Por estar seguro, apénas

Fuí bandolero novicio,

Cuando, por ser bandolero,

Me veo en tanto peligro.

Cuando yo era labrador,

Eran ellos los vencidos;

Y hoy, por que soy de la carda,

Va sucediendo lo mismo.

[p. 193]Sin ser avariento traigo

La desventura conmigo;

Pues tan desgraciado soy,

Que mil veces imagino

Que, á ser yo judío, fueran

Desgraciados los judíos.

(Salen Menga, Bras, Tirso y otros villanos.)

Menga.

¡A ellos, que van huyendo!

Bras.

No ha de quedar uno vivo

Tan solamente.

Menga.

Hácia aquí

Uno dellos se ha escondido.

Bras.

Muera este ladron.

Gil.

Mirad

Que yo soy.

Menga.

Ya nos ha dicho

El traje que es bandolero.

Gil.

El traje les ha mentido,

Como muy grande bellaco.

Menga.

Dale tú.

Bras.

Pégale, digo.

Gil.

Bien dado estoy y pegado.

Advertid...

Tirso.

No hay que advertirnos.

Bandolero sois.

Gil.

Mirad

Que soy Gil, votado á Cristo.

Menga.

¿Pues no hablaras ántes, Gil?

Tirso.

Pues, Gil, ¿no lo hubieras dicho?

Gil.

¿Que más ántes, si el yo soy

Os dije desde el principio?

Menga.

¿Qué haces aquí?

Gil.

¿No lo veis?

Ofendo á Dios en el quinto:

[p. 194]Mato solo más, que juntos

Un médico y un estío.

Menga.

¿Qué traje es este?

Gil.

Es el diablo.

Maté á uno, y su vestido

Me puse.

Menga.

¿Pues cómo, dí,

No está de sangre teñido,

Si le mataste?

Gil.

Eso es fácil;

Murió de miedo, esta ha sido

La causa.

Menga.

Ven con nosotros,

Que victoriosos seguimos

Los bandoleros, que agora

Cobardes nos han huido.

Gil.

No más vestido, aunque vaya

Titiritando de frio. (Vanse.)

ESCENA IX.

EUSEBIO, CURCIO, peleando.

Curcio.

Ya estamos solos los dos.

Gracias al cielo que quiso

Dar la venganza á mi mano

Hoy, sin haber remitido

Á las ajenas mi agravio,

Ni tu muerte á ajenos filos.

Eusebio.

No ha sido en esta ocasion

Airado el cielo conmigo,

Curcio, en haberte encontrado;

Porque si tu pecho vino

[p. 195]Ofendido, volverá

Castigado y ofendido.

Aunque no sé qué respeto

Has puesto en mí, que he temido

Más tu enojo que tu acero:

Y aunque pudieran tus bríos

Darme temor, sólo temo

Cuando aquesas canas miro,

Que me hacen cobarde.

Curcio.

Eusebio,

Yo confieso que has podido

Templar en mí de la ira,

Con que agraviado te miro,

Gran parte; pero no quiero

Que pienses inadvertido

Que te dan temor mis canas,

Cuando puede el valor mio.

Vuelve á reñir, que una estrella

Ó algun favorable signo,

No es bastante á que yo pierda

La venganza que consigo.

Vuelve á reñir.

Eusebio.

¿Yo temor?

Neciamente has presumido

Que es temor lo que es respeto;

Aunque, si verdad te digo,

La victoria que deseo

Es, á tus plantas rendido,

Pedirte perdon; y á ellas

Pongo la espada que ha sido

Temor de tantos.

Curcio.

Eusebio,

No has de pensar que me animo

A matarte con ventaja.

[p. 196]Esta es mi espada. (Ap. Así quito

La ocasion de darle muerte.)

Ven á los brazos conmigo.

(Abrázanse los dos, y luchan.)

Eusebio.

No sé qué efecto has hecho

En mí, que el corazon dentro del pecho,

A pesar de venganzas y de enojos,

En lágrimas se asoma por los ojos,

Y en confusion tan fuerte,

Quisiera, por vengarte, darme muerte.

Véngate en mí; rendida

A tus plantas, señor, está mi vida.

Curcio.

El acero de un noble, aunque ofendido,

No se mancha en la sangre de un rendido;

Que quita grande parte de la gloria

El que con sangre borra la victoria.

Voces.

(Dentro.) Hácia aquí están.

Curcio.

Mi gente victoriosa

Viene á buscarme, cuando temerosa

La tuya vuelve huyendo.

Darte vida pretendo;

Escóndete, que en vano

Defenderé el enojo vengativo

De un escuadron villano,

Y solo tú, imposible es quedar vivo.

Eusebio.

Yo, Curcio, nunca huyo

De otro poder, aunque he temido el tuyo;

Que si mi mano aquesta espada cobra,

Verás, cuanto valor en tí me falta,

Que en tu gente me sobra.

[p. 197]ESCENA X.

OCTAVIO, GIL, BRAS y los demas villanos.—Dichos.

Octavio.

Desde el más hondo valle á la más alta

Cumbre de aqueste monte, no ha quedado

Alguno vivo; solo se ha escapado

Eusebio, porque huyendo aquesta tarde...

Eusebio.

Mientes, que Eusebio nunca fué cobarde.

Todos.

¿Aquí está Eusebio? ¡Muera!

Eusebio.

¡Llegad, villanos!

Curcio.

¡Tente, Octavio, espera!

Octavio.

¿Pues tú, señor, que habias

De animarnos, agora desconfías?

Bras.

¿Un hombre amparas que en tu sangre y honra

Introdujo el acero y la deshonra?

Gil.

¿A un hombre, que atrevido

Toda aquesta montaña ha destruido?

A quien en el aldea no ha dejado

Melon, doncella que él no haya catado,

Y á quien tantos ha muerto,

¿Cómo así le defiendes?

Octavio.

¿Qué es, señor, lo que dices? ¿Qué pretendes?

Curcio.

Esperad, escuchad (¡triste suceso!):

¿Cuánto es mejor que á Sena vaya preso?

Dáte á prision, Eusebio; que prometo,

Y como noble juro, de ampararte,

Siendo abogado tuyo, aunque soy parte.

Eusebio.

Como á Curcio no más, yo me rindiera;

Mas como á juez, no puedo;

Porque aquél es respeto, y éste es miedo.

Octavio.

¡Muera Eusebio!

[p. 198]

Curcio.

Advertid...

Octavio.

Pues qué, ¿tú quieres

Defenderle? ¿A la patria traidor eres?

Curcio.

¿Yo traidor? Pues me agravian desta suerte,

Perdona, Eusebio, porque yo el primero

Tengo de ser en darte triste muerte.

Eusebio.

Quítate de delante,

Señor, porque tu vista no me espante;

Que viéndote, no dudo

Que te tenga tu gente por escudo.

(Vanse todos peleando con él.)

Curcio.

Apretándole van. ¡Oh quién pudiera

Darte agora la vida,

Eusebio, aunque la suya misma diera!

En el monte se ha entrado,

Por mil partes herido:

Retirándose baja despeñado

Al valle. Voy volando,

Que aquella sangre fria,

Que con tímida voz me está llamando,

Algo tiene de mia;

Que sangre, que no fuera

Propia, ni me llamara, ni la oyera. (Vase.)

ESCENA XI.

EUSEBIO, que baja despeñado.

Cuando, de la vida incierto,

Me despeña la más alta

Cumbre, veo que me falta

Tierra donde caiga muerto:

[p. 199]Pero si mi culpa advierto,

Al alma reconocida,

No el ver la vida perdida

La atormenta, sino el ver

Cómo ha de satisfacer

Tantas culpas una vida.

Ya me vuelve á perseguir

Este escuadron vengativo;

Pues no puedo quedar vivo,

He de matar ó morir:

Aunque mejor será ir

Donde al cielo perdon pida;

Pero mis pasos impida

La Cruz, porque desta suerte

Ellos me den breve muerte,

Y ella me dé eterna vida.

Arbol, donde el cielo quiso

Dar el fruto verdadero

Contra el bocado primero,

Flor del nuevo paraíso,

Arco de luz, cuyo aviso

En piélago más profundo

La paz publicó del mundo,

Planta hermosa, fértil vid,

Arpa del nuevo David,

Tabla del Moisés segundo:

Pecador soy, tus favores

Pido por justicia yo;

Pues Dios en tí padeció

Sólo por los pecadores.

A mí me debes tus lôres;

Que por mí sólo muriera

Dios, si más mundo no hubiera:

Luego eres tú Cruz por mí,

[p. 200]Que Dios no muriera en tí

Si yo pecador no fuera.

Mi natural devocion

Siempre os pidió con fe tanta,

No permitieseis, Cruz santa,

Muriese sin confesion.

No seré el primer ladron

Que en vos se confiese á Dios.

Y pues que ya somos dos,

Y yo no lo he de negar,

Tampoco me ha de faltar

Redencion que se obró en vos.

Lisardo, cuando en mis brazos

Pude ofendido matarte,

Lugar dí de confesarte,

Ántes que en tan breves plazos

Se desatasen los lazos

Mortales. Y agora advierto

En aquel viejo, aunque muerto:

Piedad de los dos aguardo.

¡Mira que muero, Lisardo;

Mira que te llamo, Alberto!

ESCENA XII.

CURCIO.—EUSEBIO.

Curcio.

Hácia aquesta parte está.

Eusebio.

Si es que venís á matarme,

Muy poco hareis en quitarme

Vida que no tengo ya.

Curcio.

¡Qué bronce no ablandará

[p. 201]Tanta sangre derramada!

Eusebio, rinde la espada.

Eusebio.

¿A quién?

Curcio.

A Curcio.

Eusebio.

Esta es. (Dásela.)

Y yo tambien á tus piés,

De aquella ofensa pasada

Te pido perdon. No puedo

Hablar más, porque una herida

Quita el aliento á la vida,

Cubriendo de horror y miedo

Al alma.

Curcio.

Confuso quedo.

¿Será en ella de provecho

Remedio humano?

Eusebio.

Sospecho

Que la mejor medicina

Para el alma es la divina.

Curcio.

¿Dónde es la herida?

Eusebio.

En el pecho.

Curcio.

Déjame poner en ella

La mano, á ver si resiste

El aliento. ¡Ay de mí triste!

(Registra la herida, y ve la Cruz.)

¿Qué señal divina y bella

Es esta, que al conocella

Toda el alma se turbó?

Eusebio.

Son las armas que me dió

Esta Cruz, á cuyo pié

Nací; porque más no sé

De mi nacimiento yo.

Mi padre, á quien no señalo,

Aun la cuna me negó;

Que sin duda imaginó

[p. 202]Que habia de ser tan malo.

Aquí nací.

Curcio.

Y aquí igualo

El dolor con el contento,

Con el gusto el sentimiento,

Efectos de un hado impío

Y agradable. ¡Ay, hijo mio!

Pena y gloria en verte siento.

Tú eres, Eusebio, mi hijo,

Si tantas señas advierto,

Que, para llorarte muerto,

Ya justamente me aflijo.

De tus razones colijo

Lo que el alma adivinó.

Tu madre aquí te dejó

En el lugar que te he hallado;

Donde cometí el pecado,

El cielo me castigó.

Ya aqueste lugar previene

Informacion de mi error;

¿Pero cuál seña mayor

Que aquesta Cruz, que conviene

Con otra que Julia tiene?

Que no sin misterio el cielo

Os señaló, porque al suelo

Fuerais prodigio los dos.

Eusebio.

No puedo hablar, padre, ¡adios!

Porque ya de un mortal velo

Se cubre el cuerpo, y la muerte

Niega, pasando veloz,

Para responderte voz,

Vida para conocerte,

Y alma para obedecerte.

Ya llega el golpe más fuerte,

[p. 203]

Ya llega el trance más cierto.

¡Alberto!

Curcio.

¡Que llore muerto

A quien aborrecí vivo!

Eusebio.

¡Ven, Alberto!

Curcio.

¡Oh trance esquivo!

¡Guerra injusta!

Eusebio.

¡Alberto! ¡Alberto! (Muere.)

Curcio.

Ya al golpe más violento

Rindió el último aliento:

Paguen mis blancas canas

Tanto dolor. (Tírase de los cabellos.)

ESCENA XIII.

BRAS, y luego OCTAVIO.—CURCIO; EUSEBIO, muerto.

Bras.

Ya son tus quejas vanas.

¿Cuándo puso inconstante la fortuna

En tu valor extremos?

Curcio.

En ninguna

Llegó el rigor á tanto.

Abrasen mis enojos

Este monte con llanto,

Puesto que es fuego el llanto de mis ojos.

¡Oh triste estrella! ¡oh rigurosa suerte!

¡Oh atrevido dolor!

(Sale Octavio.)

Octavio.

Hoy, Curcio, advierte

La fortuna en los males de tu estado,

Cuántos puede sufrir un desdichado.

El cielo sabe cuánto hablarte siento.

[p. 204]

Curcio.

¿Qué ha sido?

Octavio.

Julia falta del convento.

Curcio.

El mismo pensamiento, dí, ¿pudiera

Con el discurso hallar pena tan fiera,

Que es mi desdicha airada,

Sucedida, áun mayor que imaginada?

Este cadáver frio,

Este que ves, Octavio, es hijo mio.

Mira si basta en confusion tan fuerte

Cualquiera pena destas á una muerte.

Dadme paciencia, cielos,

Ó quitadme la vida,

Agora perseguida

De tormentos tan fieros.

ESCENA XIV.

GIL, TIRSO, villanos.—Dichos.

Gil.

¡Señor!

Curcio.

¿Hay más dolor?

Gil.

Los bandoleros,

Que huyeron castigados,

En busca tuya vuelven, animados

De un demonio de un hombre,

Que encubre dellos mismos rostro y nombre.

Curcio.

Agora que mis penas fueron tales,

Que son lisonjas los mayores males.

El cuerpo se retire lastimoso

De Eusebio, en tanto que un sepulcro honroso

A sus cenizas da mi desventura.

Tirso.

¿Pues cómo piensas darle sepultura

Hoy en lugar sagrado,

Cuando sabes que ha muerto excomulgado?

[p. 205]

Bras.

Quien desta suerte ha muerto,

Digno sepulcro sea este desierto.

Curcio.

¡Oh villana venganza!

¿Tanto poder en tí la ofensa alcanza,

Que pasas desta suerte,

Los últimos umbrales de la muerte?

(Vase llorando.)

Bras.

Sea en penas tan graves,

Su sepulcro las fieras y las aves.

Otro.

Del monte despeñado

Caiga, por más rigor, despedazado.

Tirso.

Mejor es darle agora

Rústica sepultura entre estos ramos.

(Colocan entre las ramas el cuerpo de Eusebio.)

Pues ya la noche baja,

Envuelta en esa lóbrega mortaja;

Aquí en el monte, Gil, con él te queda,

Porque sola tu voz avisar pueda,

Si algunas gentes vienen

De las que huyeron. (Vanse.)

Gil.

¡Linda flema tienen!

A Eusebio han enterrado

Allí, y á mí aquí solo me han dejado.

Señor Eusebio, acuérdese, le digo,

Que un tiempo fuí su amigo.

¿Mas qué es esto? ó me engaña mi deseo,

O mil personas á esta parte veo.

ESCENA XV.

ALBERTO.—GIL, EUSEBIO, muerto.

Alberto.

Viniendo agora de Roma,

Con la muda suspension

De la noche, en este monte

[p. 206]Perdido otra vez estoy.

Aquesta es la parte adonde

La vida Eusebio me dió,

Y de sus soldados temo

Que en grande peligro estoy.

Eusebio.

¡Alberto!

Alberto.

¿Qué aliento es este

De una temerosa voz,

Que repitiendo mi nombre

En mis oidos sonó?

Eusebio.

¡Alberto!

Alberto.

Otra vez pronuncia

Mi nombre, y me pareció

Que es á esta parte; yo quiero

Ir llegando.

Gil.

¡Santo Dios!

Eusebio es, y ya es mi miedo

De los miedos el mayor.

Eusebio.

¡Alberto!

Alberto.

Más cerca suena.

Voz, que discurres veloz

El viento, y mi nombre dices,

¿Quién eres?

Eusebio.

Eusebio soy;

Llega, Alberto, hácia esta parte,

Adonde enterrado estoy;

Llega y levanta estos ramos.

No temas.

Alberto.

No temo yo.

Gil.

Yo sí. (Alberto le descubre.)

Alberto.

Ya estás descubierto.

Díme de parte de Dios,

¿Qué me quieres?

Eusebio.

De su parte,

[p. 207]Mi fe, Alberto, te llamó,

Para que, ántes de morir,

Me oyeses en confesion.

Rato há que hubiera muerto;

Pero libre se quedó

Del espíritu el cadáver;

Que de la muerte el feroz

Golpe le privó del uso,

Pero no le dividió. (Levántase.)

Ven adonde mis pecados

Confiese, Alberto, que son

Más que del mar las arenas

Y los átomos del sol.

¡Tanto con el cielo puede

De la Cruz la devocion!

Alberto.

Pues yo cuantas penitencias

Hice hasta agora, te doy,

Para que en tu culpa sirvan

De alguna satisfaccion.

(Vanse Eusebio y Alberto.)

Gil.

¡Por Dios, que va por su pié!

Y para verlo mejor,

El sol descubre sus rayos.

A decirlo á todos voy.

ESCENA XVI.

JULIA, algunos BANDOLEROS; despues CURCIO y villanos.—GIL.

Julia.

Agora, que descuidados

La victoria los dejó

Entre los brazos del sueño,

[p. 208]Nos dan bastante ocasion.

Uno.

Si has de salirles al paso,

Por esta parte es mejor;

Que ellos vienen por aquí.

(Salen Curcio y villanos.)

Curcio.

Sin duda que inmortal soy

En los males que me matan,

Pues no me mata el dolor.

Gil.

A todas partes hay gente;

Sepan todos de mi voz

El más admirable caso

Que jamás el mundo vió.

De donde enterrado estaba

Eusebio, se levantó,

Llamando á un clérigo á voces.

Mas ¿para qué os cuento yo

Lo que todos podeis ver?

Mirad con la devocion

Que está puesto de rodillas.

Curcio.

¡Mi hijo es! ¡Divino Dios!

¿Qué maravillas son estas?

Julia.

¿Quién vió prodigio mayor?

Curcio.

Así como el santo anciano

Hizo de la absolucion

La forma, segunda vez

Muerto á sus plantas cayó.

ESCENA XVII.

ALBERTO.—Dichos.

Alberto.

Entre sus grandezas tantas,

Sepa el mundo la mayor

Maravilla de las suyas,

[p. 209]Porque la ensalce mi voz.

Despues de haber muerto Eusebio,

El cielo depositó

Su espíritu en su cadáver,

Hasta que se confesó;

Que tanto con Dios alcanza

De la Cruz la devocion.

Curcio.

¡Ay, hijo del alma mia!

No fué desdichado, no,

Quien en su trágica muerte

Tantas glorias mereció.

Así Julia conociera

Sus culpas.

Julia.

¡Válgame Dios!

¿Qué es lo que estoy escuchando?

¿Qué prodigio es este? ¿Yo

Soy la que á Eusebio pretende,

Y hermana de Eusebio soy?

Pues sepa Curcio, mi padre,

Sepa el mundo y todos hoy

Mis graves culpas: yo misma,

Asombrada á tanto horror,

Daré voces: sepan todos

Cuantos hoy viven, que yo

Soy Julia, en número infame

De las malas la peor.

Mas ya que ha sido comun

Mi pecado, desde hoy

Lo será mi penitencia;

Pidiendo humilde perdon

Al mundo del mal ejemplo,

De la mala vida á Dios.

Curcio.

¡Oh asombro de las maldades!

Con mis propias manos yo

[p. 210]Te mataré, porque sea

Tu vida y tu muerte atroz.

Julia.

Valedme vos, Cruz divina;

Que yo mi palabra os doy,

De hacer, volviendo al convento,

Penitencia de mi error.

(Al querer herirla Curcio, se abraza de la Cruz que estaba en el sepulcro de Eusebio, y vuela.)

Alberto.

¡Gran milagro!

Curcio.

Y con el fin

De tan grande admiracion,

La Devocion de la Cruz

Felice acaba su autor.


[p. 211]

EL MÁGICO PRODIGIOSO.


[p. 212]

PERSONAS.


Cipriano.

El Demonio.

Floro.

Lelio.

Moscon.

Justina, dama.

Livia, criada.

Lisandro, viejo.

El Gobernador de Antioquía.

Fabio, criado.

Clarin.

Un Criado.

Un Soldado.

Soldados.

Gente.

La escena es en Antioquía y extramuros.


[p. 213]

JORNADA PRIMERA.


Bosque cercano á Antioquía.

ESCENA PRIMERA.

CIPRIANO, vestido de estudiante; CLARIN y MOSCON, de gorrones, con unos libros.

Ciprian.

En la amena soledad

De aquesta apacible estancia,

Bellísimo laberinto

De árboles, flores y plantas,

Podeis dejarme, dejando

Conmigo (que ellos me bastan

Por compañía) los libros

Que os mandé sacar de casa;

Que yo, en tanto que Antioquía

Celebra con fiestas tantas

La fábrica dese templo

Que hoy á Júpiter consagra,

Y su translacion, llevando

Públicamente su estatua

Adonde con más decoro

Y honor esté colocada;

[p. 214]Huyendo del gran bullicio

Que hay en sus calles y plazas,

Pasar estudiando quiero

La edad que al dia le falta.

Idos los dos á Antioquía,

Gozad de sus fiestas várias,

Y volved por mí á este sitio

Cuando el sol cayendo vaya

A sepultarse en las ondas,

Que entre oscuras nubes pardas

Al gran cadáver de oro

Son monumentos de plata.

Aquí me hallaréis.

Moscon.

No puedo,

Aunque tengo mucha gana

De ver las fiestas, dejar

De decir, ántes que vaya

A verlas, señor, siquiera

Cuatro ó cinco mil palabras.

¿Es posible que en un dia

De tanto gusto, de tanta

Festividad y contento,

Con cuatro libros te salgas

Al campo solo, volviendo

A su aplauso las espaldas?

Clarin.

Hace mi señor muy bien;

Que no hay cosa más cansada

Que un dia de procesion

Entre cofrades y danzas.

Moscon.

En fin, Clarin, y en principio,

Viviendo con arte y maña,

Eres un temporalazo

Lisonjero, pues alabas

Lo que hace, y nunca dices

[p. 215]Lo que sientes.

Clarin.

Tú te engañas

(Que es el mentís más cortés

Que se dice cara á cara,

Y yo digo lo que siento).

Ciprian.

Ya basta, Moscon, ya basta,

Clarin. ¡Que siempre los dos

Habeis con vuestra ignorancia

De estar porfiando, y tomando

Uno de otro la contraria!

Idos de aquí, y (como digo)

Me buscaréis cuando caiga

La noche, envolviendo en sombras

Esta fábrica gallarda

Del universo.

Moscon.

¿Qué va,

Que aunque defendido hayas

Que es bueno no ver las fiestas,

Que vas á verlas?

Clarin.

Es clara

Consecuencia: nadie hace

Lo que aconseja que hagan

Los otros.

Moscon.

(Ap.)Por ver á Livia,

Vestirme quisiera de alas. (Vase.)

Clarin.

(Ap.) Aunque, si digo verdad,

Livia es la que me arrebata

Los sentidos. Pues ya tienes

Más de la mitad andada

Del camino; llega, Livia,

Al na, y sé, Livia, liviana. (Vase.)

[p. 216]ESCENA II.

CIPRIANO.

Ya estoy solo, ya podré,

Si tanto mi ingenio alcanza,

Estudiar esta cuestion

Que me trae suspensa el alma,

Desde que en Plinio leí

Con misteriosas palabras

La difinicion de Dios;

Porque mi ingenio no halla

Ese Dios en quien convengan

Misterios ni señas tantas.

Esta verdad escondida

He de apurar. (Pónese á leer.)

ESCENA III.

EL DEMONIO, vestido de gala.—CIPRIANO.

Demonio.

(Ap.)Aunque hagas

Más discursos, Ciprïano,

No has de llegar á alcanzarla,

Que yo te la esconderé.

Ciprian.

Ruido siento en estas ramas.

¿Quién va? ¿quién es?

Demonio.

Caballero,

Un forastero es, que anda

En este monte perdido

Desde toda esta mañana,

[p. 217]Tanto que rendido ya

El caballo, en la esmeralda

Que es tapete destos montes,

A un tiempo pace y descansa.

A Antioquía es el camino

A negocios de importancia;

Y apartándome de toda

La gente que me acompaña,

Divertido en mis cuidados

(Caudal que á ninguno falta),

Perdí el camino y perdí

Criados y camaradas.

Ciprian.

Mucho me espanto de que

Tan á vista de las altas

Torres de Antioquía, así

Perdido andeis. No hay de cuantas

Veredas á aqueste monte

Ó le linean ó le pautan,

Una que á dar en sus muros,

Como en su centro, no vaya:

Por cualquiera que tomeis,

Vais bien.

Demonio.

Esa es la ignorancia,

Á la vista de las ciencias,

No saber aprovecharlas.

Y supuesto que no es bien

Que entre yo en ciudad extraña,

Donde no soy conocido,

Solo y preguntando, hasta

Que la noche venza al dia,

Aquí estaré lo que falta;

Que en el traje y en los libros

Que os divierten y acompañan,

Juzgo que debeis de ser

[p. 218]Grande estudiante, y el alma

Esta inclinacion me lleva

De los que en estudios tratan. (Siéntase.)

Ciprian.

¿Habeis estudiado?

Demonio.

No;

Pero sé lo que me basta

Para no ser ignorante.

Ciprian.

Pues ¿qué ciencias sabeis?

Demonio.

Hartas.

Ciprian.

Aun estudiándose una

Mucho tiempo, no se alcanza,

¿Y vos (¡grande vanidad!)

Sin estudiar sabeis tantas?

Demonio.

Sí, que de una patria soy

Donde las ciencias más altas

Sin estudiarse se saben.

Ciprian.

¡Oh quién fuera de esa patria!

Que acá miéntras más se estudia,

Más se ignora.

Demonio.

Verdad tanta

Es esta, que sin estudios

Tuve tan grande arrogancia

Que á la cátedra de prima

Me opuse, y pensé llevarla,

Porque tuve muchos votos;

Y aunque la perdí, me basta

Haberlo intentado; que hay

Pérdidas con alabanza.

Si no lo quereis creer,

Decid qué estudiais, y vaya

De argumento; que aunque no

Sé la opinion que os agrada,

Y ella sea la segura,

Yo tomaré la contraria.

[p. 219]

Ciprian.

Mucho me huelgo de que

A eso vuestro ingenio salga.

Un lugar de Plinio es

El que me trae con mil ánsias

De entenderle, por saber

Quién es el Dios de quien habla.

Demonio.

Ese es un lugar que dice

(Bien me acuerdo) estas palabras:

«Dios es una bondad suma

Una esencia, una sustancia,

Todo vista, todo manos.»

Ciprian.

Es verdad.

Demonio.

¿Qué repugnancia

Hallais en esto?

Ciprian.

No hallar

El Dios de quien Plinio trata;

Que si ha de ser bondad suma,

Aun á Júpiter le falta

Suma bondad, pues le vemos

Que es pecaminoso en tantas

Ocasiones: Dánae hable

Rendida, Europa robada.

Pues ¿cómo en suma bondad,

Cuyas acciones sagradas

Habian de ser divinas,

Caben pasiones humanas?

Demonio.

Esas son falsas historias

En que las letras profanas

Con los nombres de los dioses

Entendieron disfrazada

La moral filosofía.

Ciprian.

Esa respuesta no basta,

Pues el decoro de Dios

Debiera ser tal, que osadas

[p. 220]No llegaran á su nombre

Las culpas, áun siendo falsas.

Y apurando más el caso,

Si suma bondad se llaman

Los dioses, siempre es forzoso

Que á querer lo mejor vayan;

Pues ¿cómo unos quieren uno,

Y otros otro? Esto se halla

En las dudosas respuestas

Que suelen dar sus estatuas.

Porque no digais despues

Que alegué letras profanas...

Á dos ejércitos, dos

ídolos una batalla

Aseguraron, y el uno

La perdió: ¿no es cosa clara

La consecuencia de que

Dos voluntades contrarias

No pueden á un mismo fin

Ir? Luego yendo encontradas,

Es fuerza, si la una es buena,

Que la otra ha de ser mala.

Mala voluntad en Dios

Implica el imaginarla:

Luego no hay suma bondad

En ellos, si union les falta.

Demonio.

Niego la mayor, porque

Aquesas respuestas dadas

Así, convienen á fines

Que nuestro ingenio no alcanza,

Que es la providencia; y más

Debió importar la batalla

Al que la perdió el perderla,

Que al que la ganó el ganarla.

[p. 221]

Ciprian.

Concedo; pero debiera

Aquel Dios, pues que no engañan

Los dioses, no asegurar

La victoria; que bastaba

La pérdida permitir

Allí, sin asegurarla.

Luego si Dios todo es vista,

Cualquiera Dios viera clara

Y distintamente el fin;

Y al verle, no asegurara

El que no habia de ser: luego

Aunque sea deidad tanta,

Distinta en personas, debe

En la menor circunstancia

Ser una sola en esencia.

Demonio.

Importó para esa causa

Mover así los afectos

Con su voz.

Ciprian.

Cuando importara

El moverlos, genios hay

(Que buenos y malos llaman

Todos los doctos), que son

Unos espíritus que andan

Entre nosotros, dictando

Las obras buenas y malas,

Argumento que asegura

La inmortalidad del alma:

Y bien pudiera ese Dios,

Con ellos, sin que llegara

Á mostrar que mentir sabe,

Mover afectos.

Demonio.

Repara

En que esas contrariedades

No implican al ser las sacras

[p. 222]Deidades una, supuesto

Que en las cosas de importancia

Nunca disonaron. Bien

En la fábrica gallarda

Del hombre se ve, pues fué

Solo un concepto al obrarla.

Ciprian.

Luego si ese fué un solo,

Ese tiene más ventaja

A los otros; y si son

Iguales, puesto que hallas

Que se pueden oponer

(Esta no puedes negarla)

En algo; al hacer el hombre,

Cuando el uno lo intentara,

Pudiera decir el otro:

«No quiero yo que se haga.»

Luego si Dios todo es manos,

Cuando el uno le criara,

El otro le deshiciera.

Pues eran manos entrambas

Iguales en el poder,

Desiguales en la instancia,

¿Quién venciera destos dos?

Demonio.

Sobre imposibles y falsas

Proposiciones, no hay

Argumento. Dí, ¿qué sacas

Deso?

Ciprian.

Pensar que hay un Dios,

Suma bondad, suma gracia,

Todo vista, todo manos,

Infalible, que no engaña,

Superior, que no compite,

Dios á quien ninguno iguala,

Un principio sin principio,

[p. 223]Una esencia, una sustancia,

Un poder y un querer solo;

Y cuando como éste haya

Una, dos ó más personas,

Una deidad soberana

Ha de ser sola en esencia,

Causa de todas las causas.

Demonio.

¿Cómo te puedo negar (Levántase.)

Una evidencia tan clara?

Ciprian.

¿Tanto lo sentís?

Demonio.

¿Quién deja

De sentir que otro le haga

Competencia en el ingenio?

Y aunque responder no falta,

Dejo de hacerlo, porque

Gente en este monte anda,

Y es hora de que prosiga

A la ciudad mi jornada.

Ciprian.

Id en paz.

Demonio.

Quedad en paz.

(Ap. Pues tanto tu estudio alcanza,

Yo haré que el estudio olvides,

Suspendido en una rara

Beldad. Pues tengo licencia

De perseguir con mi rabia

A Justina, sacaré

De un efecto dos venganzas.) (Vase.)

Ciprian.

No ví hombre tan notable.

Mas pues mis criados tardan,

Volver á repasar quiero

De tanta duda la causa.

(Vuelve á leer, sin reparar en los que vienen.)

[p. 224]ESCENA IV.

LELIO, FLORO.—CIPRIANO.

Lelio.

No pasemos adelante;

Que estas peñas, estas ramas

Tan intrincadas, que al mismo

Sol le defienden la entrada,

Solo pueden ser testigos

De nuestro duelo.

Floro.

La espada

Sacad; que aquí son las obras,

Si allá fuéron las palabras.

Lelio.

Ya sé que en el campo, muda

La lengua, el acero habla

Desta suerte. (Riñen.)

Cipriano.

¿Qué es aquesto?

Lelio, tente; Floro, aparta,

Que basta que esté yo en medio,

Aunque esté en medio sin armas.

Lelio.

¿De dónde, dí, Ciprïano,

A embarazar mi venganza

Has salido?

Floro.

¿Eres aborto

Destos troncos y estas ramas?

ESCENA V.

MOSCON, CLARIN.—Dichos.

Moscon.

Corre, que con mi señor

Han sido las cuchilladas.

Clarin.

Para acercarme á esas cosas

[p. 225]No suelo yo correr nada;

Mas para apartarme, sí.

Moscon y
Clarin.

 

Señor...

Cipriano.

No hableis más palabra.—

Pues ¿qué es esto? Dos amigos,

Que por su sangre y su fama

Hoy son de toda Antioquía

Los ojos y la esperanza,

Uno del Gobernador

Hijo, y otro de la clara

Familia de los Colaltos,

¡Así aventuran y arrastran

Dos vidas que pueden ser

De tanto honor á su patria!

Lelio.

Ciprïano, aunque el respeto

Que debo por muchas causas

A tu persona, este instante

Tiene suspensa mi espada,

No la tienes reducida

A la quietud de la vaina

Tú sabes de ciencias más

Que de duelos, y no alcanzas

Que á dos nobles en el campo

No hay respeto que les haga

Amigos, pues sólo es medio

Morir uno en la demanda.

Floro.

Lo mismo te digo, y ruego

Que con tu gente te vayas,

Pues que riñendo nos dejas

Sin traicion y sin ventaja.

Ciprian.

Aunque os parece que ignoro

Por mi profesion las várias

Leyes del duelo que estudia

[p. 226]El valor y la arrogancia,

Os engañais; que nací

Con obligaciones tantas

Como los dos, á saber

Qué es honor y qué es infamia.

Y no el darme á los estudios

Mis alientos acobarda;

Que muchas veces se dieron

Las manos letras y armas.

Si el haber salido al campo

Es del reñir circunstancia,

Con haber reñido ya

Esa calumnia se salva.

Y así, bien podeis decir

Desta pendencia la causa;

Que yo, si habiéndola oido,

Reconociere al contarla

Que alguno de los dos tiene

Algo que se satisfaga,

De dejaros á los dos

Solos, os doy la palabra.

Lelio.

Pues con esa condicion

De que en sabiendo la causa

Nos has de dejar reñir,

Yo me prefiero á contarla.

Yo quiero á una dama bien,

Y Floro quiere á esta dama:

¡Mira tú cómo podrás

Convenirnos! pues no hay traza

Con que dos nobles celosos

Den á partido sus ánsias.

Floro.

Yo quiero á esta dama, y quiero

Que no se atreva á mirarla

Ni áun el sol; y pues no hay

[p. 227]Medio aquí, y que la palabra

Nos has dado de dejarnos

Reñir, á un lado te aparta.

Ciprian.

Esperad, que hay que saber

Más. Decidme, ¿es esta dama

A la esperanza posible,

Ó imposible á la esperanza?

Lelio.

Tan principal es, tan noble,

Que si el sol celos causara

A Floro, áun dél no podria

Tenerlos con justa causa,

Porque presumo que el sol

Aun no se atreve á mirarla.

Ciprian.

¿Casáraste tú con ella?

Floro.

Ahí está mi confianza.

Ciprian.

¿Y tú?

Lelio.

¡Pluguiera á los cielos

Que á tanta dicha llegara!

Que aunque es en extremo pobre,

La virtud por dote basta.

Ciprian.

Pues si á casaros con ella

Aspirais los dos, ¿no es vana

Accion, culpable é indigna,

Querer ántes disfamarla?

¿Qué dirá el mundo, si alguno

De los dos con ella casa,

Despues de haber muerto al otro

Por ella? que aunque no haya

Ocasion para decirlo,

Decirlo sin ella basta.

No digo yo que os sufrais

El servirla y festejarla

A un tiempo, porque no quiero

Que de mí partido salga

[p. 228]Tan cobarde; que el galan

Que de sus celos pasara

Primero la contingencia,

Pasará despues la infamia;

Pero digo que sepais

De cuál de los dos se agrada,

Y luego...

Lelio.

Detente, espera;

Que es accion cobarde y baja

Ir á que la dama diga

A quién escoge la dama,

Pues ha de escogerme á mí

O á Floro. Si á mí, me agrava

Más el empeño en que estoy,

Pues es otro empeño que haya

Quien quiera á la que me quiere.

Si á Floro escoge, la saña

De que á otro quiera quien quiero,

Es mayor: luego excusada

Accion es que ella lo diga,

Pues con cualquier circunstancia

Hemos en apelacion

De volver á las espadas:

El querido por su honor,

Y el otro por su venganza.

Floro.

Confieso que esa opinion

Recibida es y asentada,

Mas con las damas que amores

Elegir y dejar tratan;

Y así, hoy pedírsela intento

A su padre. Y pues me basta

Habiendo al campo salido,

Haber sacado la espada

(Mayormente cuando hay

[p. 229]Quien el reñir embaraza),

Con satisfaccion bastante

La vuelvo, Lelio, á la vaina.

Lelio.

En parte me ha convencido

Tu razon; y aunque apurarla

Pudiera, más quiero hacerme

De su parte, ó cierta ó falsa.

Hoy la pediré á su padre.

Ciprian.

Supuesto que aquesta dama

En que los dos la sirvais

Ella no aventura nada,

Pues que confesais los dos

Su virtud y su constancia,

Decidme quién es; que yo,

Pues que tengo mano tanta

En la ciudad, por los dos

Quiero preferirme á hablarla,

Para que esté prevenida

Cuando á eso su padre vaya.

Lelio.

Dices bien.

Ciprian.

¿Quién es?

Floro.

Justina,

De Lisandro hija.

Ciprian.

Al nombrarla

He conocido cuán pocas

Fueron vuestras alabanzas;

Que es virtuosa y es noble.

Luégo voy á visitarla.

Floro.

(Ap.) El cielo en mi favor mueva

Su condicion siempre ingrata. (Vase.)

Lelio.

Corone amor al nombrarme,

De laurel mis esperanzas. (Vase.)

Ciprian.

¡Oh, quiera el cielo que estorbe

Escándalos y desgracias! (Vase.)

[p. 230]ESCENA VI.

MOSCON, CLARIN.

Moscon.

¿Ha oido vuesa merced

Que nuestro amo va á la casa

De Justina?

Clarin.

Sí señor,

¿Qué hay, que vaya ó que no vaya?

Moscon.

Hay que no tiene que hacer

Allá usarced.

Clarin.

¿Por qué causa?

Moscon.

Porque yo por Livia muero,

Que es de Justina criada,

Y no quiero que se atreva

Ni el mismo sol á mirarla.

Clarin.

Basta, que no he de reñir

En ningun tiempo por dama

Que ha de ser esposa mia.

Moscon.

Aquesa opinion me agrada,

Y así es bien que diga ella

Quién la obliga, ó quién la cansa.

Vámonos allá los dos,

Y ella elija.

Clarin.

Es buena traza;

Aunque ha de escogerte, temo.

Moscon.

¿Ya tienes deso confianza?

Clarin.

Sí, que lo peor escogen

Siempre las Livias ingratas. (Vanse.)


[p. 231]Sala en casa de Lisandro.

ESCENA VII.

JUSTINA, LISANDRO.

Justina.

No me puedo consolar

De haber hoy visto, señor,

El torpe, el comun error

Con que todo ese lugar

Templo consagra y altar

A una imágen que no pudo

Ser deidad, pues que no dudo

Que al fin, sin algun testimonio

Da de serlo, es el demonio,

Que da aliento á un bronce mudo.

Lisand.

No fueras, bella Justina,

Quien eres, si no lloraras,

Sintieras y lamentaras

Esa tragedia, esa ruina

Que la religion divina

De Cristo padece hoy.

Justina.

Es cierto, pues al fin soy

Hija tuya, y no lo fuera

Si llorando no estuviera

Ansias que mirando estoy.

Lisand.

¡Ay, Justina! no ha nacido

De ser tú mi hija, no,

Que no soy tan feliz yo.

Mas ¡ay Dios! ¿cómo he rompido

Secreto tan escondido?

Afecto del alma fué.

Justina.

¿Qué dices, señor?

[p. 232]

Lisand.

No sé.

Confuso estoy y turbado.

Justina.

Muchas veces te he escuchado

Lo que ahora te escuché,

Y nunca quise, señor,

A costa de un sufrimiento

Apurar tu sentimiento,

Ni examinar mi dolor;

Pero viendo que es error

Que de entenderte no acabe,

Aunque sea culpa grave;

Que partas, señor, te pido,

Tu secreto con mi oido,

Ya que en tu pecho no cabe.

Lisand.

Justina, de un gran secreto

El efecto te callé,

La edad que tienes, porque

Siempre he temido el efeto;

Mas viéndote ya sujeto

Capaz de ver y advertir,

Y viéndome á mí que el ir

Con este báculo dando

En la tierra, ir es llamando

A las puertas del morir,

No te tengo de dejar

Con esta ignorancia, no,

Porque no cumpliera yo

Mi obligacion con callar:

Y así, atiende á mi pesar

Tu placer.

Justina.

Conmigo lucha

Un temor.

Lisand.

Mi pena es mucha,

Pero esto es ley y razon.

[p. 233]

Justina.

Señor, desta confusion

Me rescata.

Lisand.

Pues escucha.

Yo soy, hermosa Justina,

Lisandro... No de que empiece

Desde mi nombre te admires;

Que aunque ya sabes que es este,

Por lo que se sigue al nombre

Es justo que te le acuerde,

Pues de mí no sabes más

Que mi nombre solamente.

Lisandro soy, natural

De aquella ciudad que en siete

Montes es hidra de piedra,

Pues siete cabezas tiene:

De aquella que es silla hoy

Del romano imperio, albergue

Del cristiano digno, pues

Solo Roma lo merece.

En ella nací de humildes

Padres, si es que nombre adquieren

De humildes los que dejaron

Tantas virtudes por bienes.

Cristianos nacieron ambos,

Venturosos descendientes

De algunos que con su sangre

Rubricaron felizmente

Las fatigas de la vida

Con los triunfos de la muerte.

En la religion cristiana

Crecí instruido, de suerte

Que en su defensa daré

La vida una y muchas veces.

Jóven era, cuando á Roma

[p. 234]Llegó encubierto el prudente

Alejandro, papa nuestro,

Que la apostólica sede

Gobernaba, sin tener

Donde tenerla pudiese;

Que como la tiranía

De los gentiles crueles

Su sed apaga con sangre

De la que á mártires vierte,

Hoy la primitiva Iglesia

Ocultos sus hijos tiene;

No porque el morir rehusan,

No porque el martirio temen,

Sino porque de una vez

No acabe el rigor rebelde

Con todos, y destruida

La Iglesia, en ella no quede

Quien catequice al gentil,

Quien le predique y le enseñe.

A Roma, pues, Alejandro

Llegó; y yendo oculto á verle,

Recibí su bendicion,

Y de su mano clemente

Todos los órdenes sacros,

A cuya dignidad tiene

Envidia el ángel, pues solo

El hombre serlo merece.

Mandóme Alejandro pues

Que á Antioquía me partiese

A predicar de secreto

La ley de Cristo. Obediente,

Peregrinando á merced

De tantas diversas gentes,

A Antioquía vine; y cuando

[p. 235]Desde aquestos eminentes

Montes llegué á descubrir

Sus dorados chapiteles,

El sol me faltó, y llevando

Tras sí el dia, por hacerme

Compañía me dejó

A que le sostituyesen

Las estrellas, como en prendas

De que presto vendria á verme.

Con el sol perdí el camino,

Y vagueando tristemente

En lo intrincado del monte,

Me hallé en un oculto albergue,

Donde los trémulos rayos

De tanta antorcha viviente,

Aun no se dejaban ya

Ver, porque confusamente

Servian de nubes pardas

Las que fueron hojas verdes.

Aquí, dispuesto á esperar

Que otra vez el sol saliese,

Dando á la imaginacion

La jurisdiccion que tiene,

Con las soledades hice

Mil discursos diferentes.

Desta suerte, pues, estaba,

Cuando, de un suspiro leve

El eco mal informado,

La mitad al dueño vuelve.

Retraje al oido todos

Mis sentidos juntamente,

Y volví á oir más distinto

Aquel aliento y más débil,

Mudo idioma de los tristes,

[p. 236]Pues con él solo se entienden.

De mujer era el gemido,

A cuyo aliento sucede

La voz de un hombre, que á media

Voz decia desta suerte:

«Primer mancha de la sangre

Más noble, á mis manos muere,

Ántes que á morir á manos

De infames verdugos llegues.»

La infeliz mujer decia

En medias razones breves:

«Duélete tú de tu sangre,

Ya que de mí no te dueles.»

Llegar pretendí yo entónces

A estorbar rigor tan fuerte;

Mas no pude, porque al punto

Las voces se desvanecen,

Y ví al hombre en un caballo,

Que entre los troncos se pierde.

Iman fué de mi piedad

La voz, que ya balbuciente

Y desmayada decia,

Gimiendo y llorando á veces:

«Mártir muero, pues que muero

Por cristiana y inocente;»

Y siguiendo de la voz

El norte, en espacio breve

Llegué donde una mujer,

Que apénas dejaba verse,

Estaba á brazo partido

Luchando ya con la muerte.

Apénas me sintió, cuando

Dijo, esforzándose: «Vuelve,

Sangriento homicida mio,

[p. 237]Ni áun este instante me dejes

De vida.—No soy (le dije)

Sino quien acaso viene,

Quizá del cielo guiado,

A valeros en tan fuerte

Ocasion.—Ya que imposible

Es (dijo) el favor que ofrece

Vuestra piedad á mi vida

Pues que por puntos fallece,

Lógrese en esa infeliz,

En quien hoy el cielo quiere,

Naciendo de mi sepulcro,

Que mis desdichas herede.»

Y espirando, ví...

ESCENA VIII.

LIVIA.—JUSTINA, LISANDRO.

Livia.

Señor,

El mercader á quien debes

Aquel dinero, á buscarte

Hoy con la justicia viene.

Que no estás en casa, dije:

Por esotra puerta véte.

Justina.

¡Cuánto siento que á estorbarte

En aquesta ocasion lleguen,

Que estaba á tu relacion

Vida, alma y razon pendiente!

Mas véte ahora, señor:

La justicia no te encuentre.

Lisand.

¡Ay de mí! ¡qué de desaires

La necesidad padece! (Vase.)

[p. 238]

Justina.

Sin duda entran hasta aquí,

Porque siento afuera gente.

Livia.

No son ellos, Ciprïano

Es.

Justina.

Pues ¿qué es lo que pretende

Ciprïano aquí?

ESCENA IX.

CIPRIANO, CLARIN, MOSCON.—JUSTINA, LIVIA.

Ciprian.

Serviros

Mi deseo es solamente.

Viendo salir la justicia

De vuestra casa, se atreve

Á entrar aquí mi amistad,

Por lo que á Lisandro debe,

Á sólo saber (Ap. Turbado

Estoy.) si acaso (Ap. ¡Qué fuerte

Hielo discurre mis venas!)

En algo serviros puede

Mi deseo. (Ap. ¡Qué mal dije!

Que no es hielo, fuego es este.)

Justina.

Guárdeos el cielo mil años;

Que en mayores intereses

Habeis de honrar á mi padre

Con vuestros favores.

Ciprian.

Siempre

Estaré para serviros.

(Ap. ¿Qué me turba y enmudece?)

Justina.

Él ahora no está en casa.

Ciprian.

Luego bien, señora, puede

Mi voz decir la ocasion

[p. 239]Que aquí me trae, claramente;

Que no es la que habeis oido,

La que sola á entrar me mueve

Á veros.

Justina.

Pues ¿qué mandais?

Ciprian.

Que me oigais. Yo seré breve.

Hermosísima Justina,

En quien hoy obstenta ufana

La naturaleza humana

Tantas señas de divina:

Vuestra quietud determina

Hallar mi deseo este dia;

Pero ved que es tiranía,

Como el efecto lo muestra,

Que os dé yo la quietud vuestra,

Y vos me quiteis la mia.

Lelio, de su amor movido

(¡No ví amor más disculpado!),

Floro, de su amor llevado

(¡No ví error más permitido!),

El uno y otro han querido

Por vos matarse los dos:

Por vos lo he estorbado (¡ay Dios!);

Pero ved que es error fuerte

Que yo quite á otros la muerte,

Para que me la deis vos.

Por excusar el que hubiera

Escándalo en el lugar,

De su parte os vengo á hablar

(¡Oh nunca á hablaros viniera!),

Porque vuestra eleccion fuera

Árbitro de sus recelos,

Como juez de sus desvelos;

Pero ved que es gran rigor

[p. 240]Que yo componga su amor,

Y vos dispongais mis celos.

Hablaros, pues, ofrecí,

Señora, para que vos

Escogierais de los dos

Cuál quereis (¡infeliz fuí!)

Que á vuestro padre (¡ay de mí!)

Os pida. Aquesto pretendo;

Pero ved (estoy muriendo)

Que es injusto (estoy temblando)

Que esté por ellos hablando,

Y que esté por mí sintiendo.

Justina.

De tal manera he extrañado

Vuestra vil proposicion,

Que el discurso y la razon

En un punto me han faltado.

Ni á Floro ocasion he dado

Ni á Lelio, para que así

Vos os atrevais aquí:

Y bien pudiérades vos

Escarmentar en los dos

Del rigor que vive en mí.

Ciprian.

Si yo, por haber querido

Vos á alguno, pretendiera

Vuestro favor, mi amor fuera

Necio, infame y mal nacido.

Ántes por haber vos sido

Firme roca á tantos mares,

Os quiero, y en los pesares

No escarmiento de los dos;

Que yo no quiero que vos

Me querais por ejemplares.

¿Qué diré á Lelio?

Justina.

Que crea

[p. 241]Los costosos desengaños

De un amor de tantos años.

Ciprian.

¿Y á Floro?

Justina.

Que no me vea.

Ciprian.

¿Y á mí?

Justina.

Que osado no sea

Vuestro amor.

Ciprian.

¿Cómo, si es dios?

Justina.

¿Será más dios para vos,

Que para los dos lo ha sido?

Ciprian.

Sí.

Justina.

Pues ya yo he respondido

Á Lelio, á Floro y á vos.

(Vase, y tambien Cipriano.)

ESCENA X.

CLARIN, MOSCON, LIVIA.

Clarin.

Señora Livia.

Moscon.

Señora

Livia.

Clarin.

Aquí estamos los dos.

Livia.

Pues ¿qué quereis vos? Y vos

¿Qué quereis?

Clarin.

Que usted ahora,

Por si por dicha lo ignora,

Sepa que bien la queremos.

Para matarnos nos vemos;

Pero atentos á no dar

Escándalo en el lugar,

Que uno escoja pretendemos.

Livia.

Es tan grande el sentimiento

[p. 242]De que así me hayais hablado,

Que mi dolor me ha dejado

Sin razon ni entendimiento.

¡Que uno escoja! ¿Hay sufrimiento

En lance tan importuno?

¡Uno yo! ¿Pues oportuno

No es para tener (¡ay Dios!)

Este ingenio á un tiempo dos

Que quereis que escoja uno?

Clarin.

¿Dos á un tiempo, cómo quieres?

¿No te embarazaran dos?

Livia.

No, que de dos en dos los

Digerimos las mujeres.

Moscon.

¿De qué suerte te prefieres

Á eso?

Livia.

¡Qué necia porfía!

Queriéndôs la lealtad mia...

Moscon.

¿Cómo?

Livia.

Alternative.

Clarin.

Pues

¿Qué es alternative?

Livia.

Es

Querer á cada uno un dia. (Vase.)

Moscon.

Pues yo escojo este primero.

Clarin.

Mayor será el de mañana:

Yo le doy de buena gana.

Moscon.

Livia, en fin, por quien yo muero,

Hoy me quiere, y hoy la quiero.

Bien es que tal dicha goce.

Clarin.

Oye usted, ya me conoce.

Moscon.

¿Por qué lo dice? Concluya.

Clarin.

Porque sepa que no es suya,

Así como den las doce. (Vase.)


[p. 243]Calle.

ESCENA XI.

FLORO y LELIO, de noche, cada uno por su parte.

Lelio.

(Para sí.) Apénas la oscura noche

Extendió su manto negro,

Cuando yo á adorar la esfera

De aquestos umbrales vengo;

Que aunque hoy por Ciprïano

Tengo suspenso el acero,

No el afecto; que no pueden

Suspenderse los afectos.

Floro.

(Para sí.) Aquí me ha de hallar el alba;

Que en otra parte violento

Estoy, porque en fin, en otra

Estoy fuera de mi centro.

¡Quiera amor que llegue el dia

Y la respuesta que espero

Con Ciprïano, tocando

Ó la ventura ó el riesgo!

Lelio.

(Ap.) Ruido en aquella ventana

He sentido.

Floro.

(Ap.)Ruido han hecho

En aquel balcon.

ESCENA XII.

EL DEMONIO, abriendo una ventana de casa de Lisandro.—FLORO, LELIO.

Lelio.

(Ap.)Un bulto

Sale dél, á lo que puedo

[p. 244]Distinguir.

Floro.

(Ap.)Gente se asoma

Á él, que entre sombras veo.

Demonio.

(Para sí.) Para las persecuciones

Que hacer en Justina intento,

Á disfamar su virtud

Desta manera me atrevo.

(Baja por una escalera.)

Lelio.

(Ap.) Mas ¡ay infeliz! ¡Qué miro!

Floro.

(Ap.) Pero ¡ay infeliz! ¡Qué veo!

Lelio.

(Ap.) El negro bulto se arroja

Ya desde el balcon al suelo.

Floro.

(Ap.) Un hombre es, que de su casa

Sale. No me mateis, celos,

Hasta que sepa quién es.

Lelio.

(Ap.) Reconocerle pretendo,

Y averiguar de una vez

Quién logra el bien que yo pierdo.

(Llegan los dos con las espadas desnudas á reconocer quién bajó.)

Demonio.

(Para sí.) No sólo he de conseguir

Hoy de Justina el desprecio,

Sino rencores y muertes.

Ya llegan: ábrase el centro,

Dejando esta confusion

A sus ojos.

(Húndese, y quedan frente á frente Floro y Lelio.)

ESCENA XIII.

FLORO, LELIO.

Lelio.

Caballero,

Quienquiera que seais, á mí

[p. 245]Me ha importado conoceros;

Y á todo trance restado

Con esta demanda vengo.

Decid quién sois.

Floro.

Si os obliga

A tan valiente despecho

Saber en quién ha caido

Vuestro amoroso secreto,

Más que á vos el conocerme,

Me importa á mí el conoceros;

Que en vos es curiosidad,

Y en mí más, porque son celos.

¡Vive Dios, que he de saber

Quién es de la casa dueño,

Y quién á estas horas gana,

Por ese balcon saliendo,

Lo que yo pierdo llorando

A estas rejas!

Lelio.

¡Bueno es eso,

Querer deslumbrar ahora

La luz de mis sentimientos,

Atribuyéndome á mí

Delito que sólo es vuestro!

Quién sois tengo de saber,

Y dar muerte á quien me ha muerto

De celos, saliendo ahora

Por ese balcon.

Floro.

¡Qué necio

Recato, encubrirse, cuando

Está el amor descubriendo!

Lelio.

En vano la lengua apura

Lo que mejor el acero

Hará.

Floro.

Con él os respondo. (Riñen los dos.)

[p. 246]

Lelio.

Quién ha sido, saber tengo,

Hoy el admitido amante

De Justina.

Floro.

Ese es mi intento.

Moriré, ó sabré quién sois.

ESCENA XIV.

CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.—FLORO, LELIO.

Ciprian.

Caballeros, deteneos,

Si á aquesto puede obligaros

Haber llegado á este tiempo.

Floro.

Nada me puede obligar.

A que deje el fin que intento.

Ciprian.

¿Floro?

Floro.

Sí, que con la espada

En la mano, nunca niego

Mi nombre.

Ciprian.

A tu lado estoy;

Muera quien te ofende.

Lelio.

Ménos

Que temer me dareis todos,

Que él me daba solo.

Ciprian.

¿Lelio?

Lelio.

Sí.

Ciprian.

Ya no estoy á tu lado, (A Floro.)

Porque es fuerza estar en medio.

¿Qué es esto? ¡En un dia dos veces

He de hallarme á componeros!

Lelio.

Esta la última será,

Porque ya estamos compuestos;

Que con haber conocido

[p. 247]Quién es de Justina dueño,

No le queda á mi esperanza

Ni áun el menor pensamiento.

Si no has hablado á Justina,

Que no la hables te ruego

De parte de mis agravios

Y mis desdichas, habiendo

Visto que Floro merece

Sus favores en secreto.

Dese balcon ha bajado

De gozar el bien que pierdo;

Y no es mi amor tan infame,

Que haya de querer, atento

A celos averiguados,

Con desengaños tan ciertos. (Vase.)

Floro.

Espera.

ESCENA XV.

CIPRIANO, FLORO, MOSCON, CLARIN.

Ciprian.

No has de seguirle

(Ap. De haberle oido estoy muerto);

Que si es él el que ha perdido

Lo que has ganado, y dispuesto

A olvidar está, no es bien

Apurar su sufrimiento.

Floro.

Tú y él apurais el mio

Con estas cosas á un tiempo;

Y así, á Justina no hables

Por mí; que aunque yo pretendo

A costa de mis agravios

Vengarme de mis desprecios,

[p. 248]Ya la esperanza de ser

Suyo cesó, porque creo

Que no es noble el que porfía

Sobre averiguados celos. (Vase.)

ESCENA XVI.

CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.

Ciprian.

(Ap. ¿Qué es esto, cielos? ¿qué escucho?

¿El uno del otro á un tiempo

Unos mismos celos tienen?

¿Yo de uno y otro los tengo?

Los dos sin duda padecen

Algun engaño, y yo tengo

Que agradecerles, pues ya

Los dos desisten en esto

De su pretension. Desdichas,

Aunque haya sido consuelo

Este discurso, buscado

De mis ánsias, le agradezco.)

Moscon, prevenme mañana

Galas; Clarin, tráeme luego

Espada y plumas; que amor

Se regala en el objeto

Airoso y lucido; y ya,

Ni libros ni estudios quiero,

Porque digan que es amor

Homicida del ingenio. (Vanse.)


[p. 249]

JORNADA SEGUNDA.


ESCENA PRIMERA.

CIPRIANO, MOSCON y CLARIN, vestidos de gala.

Ciprian.

(Ap. Altos pensamientos mios,

¿Dónde, dónde me traeis,

Si ya por cierto teneis

Que son locos desvaríos

Los que osados intentais,

Pues atreviendôs al cielo,

Precipitados de un vuelo

Hasta el abismo bajais?

Ví á Justina... ¡Á Dios pluguiera

Que nunca viera á Justina,

Ni en su perfeccion divina

La luz de la cuarta esfera!

Dos amantes la pretenden,

Uno del otro ofendido;

Y yo á dos celos rendido,

Aun no sé los que me ofenden:

Sólo sé que mis recelos

Me despeñan con sus furias

De un desden á las injurias,

De un agravio á los desvelos.

[p. 250]Todo lo demas ignoro,

Y en tan abrasado empeño,

Cielos, Justina es mi dueño,

Cielos, á Justina adoro.)

Moscon.

Moscon.

Señor.

Ciprian.

Vé si está

Lisandro en casa.

Moscon.

Es razon.

Clarin.

No es; yo iré, porque Moscon

Hoy no puede entrar allá.

Ciprian.

¡Oh qué cansada porfía

Siempre la de los dos fué!

¿Por qué no puede? ¿por qué?

Clarin.

Porque hoy, señor, no es su dia;

Mio sí, y de buena gana

A dar el recado voy;

Que yo allá puedo entrar hoy,

Y Moscon no, hasta mañana.

Ciprian.

¿Qué nueva locura es esta,

Añadida al porfiar?

Ni tú ni él habeis de entrar

Ya, pues su luz manifiesta

Justina.

Clarin.

De fuera viene

Hácia su casa.

ESCENA II.

JUSTINA y LIVIA, con mantos.—CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.

Justina.

¡Ay de mí!

Livia, Cipriano está aquí. (Ap. á ella.)

[p. 251]

Ciprian.

(Ap. Disimular me conviene

De mis celos los desvelos,

Hasta apurarlos mejor.

Sólo la hablaré en mi amor,

Si lo permiten mis celos.)

No en vano, señora, ha sido

Haber el traje mudado,

Para que, como criado,

Pueda á vuestros piés rendido

Serviros. Á mereceros

Esto lleguen mis suspiros:

Dad licencia de serviros,

Pues no la dais de quereros.

Justina.

Poco, señor, han podido

Mis desengaños con vos,

Pues que no han podido...

Ciprian.

¡Ay Dios!

Justina.

Mereceros un olvido.

¿De qué manera quereis

Que os diga cuánto es en vano

La asistencia, Ciprïano,

Que á mis umbrales teneis?

Si dias, si meses, si años,

Si siglos á ellos estais,

No espereis que á ellos oigais

Sino solos desengaños:

Porque es mi rigor de suerte,

De suerte mis males fieros,

Que es imposible quereros,

Ciprïano, hasta la muerte. (Vase retirando.)

Ciprian.

(Siguiéndola.) La esperanza que me dais,

Ya dichoso puede hacerme.

Si en muerte habeis de quererme,

Muy corto plazo tomais.

[p. 252]Yo le acepto, y si á advertir

Llegais cuán presto ha de ser,

Empezad vos á querer,

Que ya empiezo yo á morir. (Vase Justina.)

ESCENA III.

CIPRIANO, MOSCON, CLARIN, LIVIA.

Clarin.

En tanto que mi señor,

Livia, triste y discursivo,

Está de esqueleto vivo

Desengañando su amor,

Dáme los brazos.

Livia.

Paciencia

Ten, miéntras que considero

Si es tu dia; que no quiero

Encargar yo mi conciencia.—

Mártes sí, miércoles no.

Clarin.

¿Qué cuentas, pues ha callado

Moscon?

Livia.

Puede haberse errado,

Y no quiero errarme yo;

Porque no quiero, si arguyo

Que justicia he de guardar,

Condenarme por no dar

A cada uno lo que es suyo.—

Pero bien dices, tu dia

Es hoy.

Clarin.

Pues dáme los brazos.

Livia.

Con mil amorosos lazos.

Moscon.

¿Oye usarced, reina mia?

Bien ve usarced, con la gana

[p. 253]Que hoy aquesos lazos hace:

Dígolo porque me abrace

Con la misma á mí mañana.

Livia.

Excusada es la sospecha

De que á usted no satisfaga,

Ni quiera Júpiter que haga

Yo una cosa tan mal hecha

Como usar de demasía

Con nadie. Yo abrazaré

Con mucha equidad á usté

Cuando le toque su dia. (Vase.)

ESCENA IV.

CIPRIANO, MOSCON, CLARIN.

Clarin.

Por lo ménos, no he de vello

Yo.

Moscon.

Pues eso ¿qué ha importado?

¿Puede á mí haberme agraviado

Jamás, si reparo en ello.

Una moza que no es mia?

Clarin.

No.

Moscon.

Luego yo bien porfío

Que no ha sido en daño mio

Lo que no ha sido en mi dia.

Mas ¿qué hace nuestro amo allí

Tan suspenso?

Clarin.

Por si á hablar

Llega algo, quiero escuchar.

Moscon.

Y yo tambien.

Ciprian.

¡Ay de mí!

(Al irse acercando cada uno por su lado. Cipriano con la accion les da á entrambos.)

[p. 254]¡Que tanto, amor, desconfíes!

Clarin.

¡Ay de mí!

Moscon.

¡Ay de mí! tambien.

Clarin.

Llamar á este sitio es bien

La isla de los ay-de-míes.

Ciprian.

¿Aquí estábades los dos?

Clarin.

Yo bien juraré que estaba.

Moscon.

Yo y todo.

Ciprian.

Desdicha, acaba

De una vez conmigo. ¡Ay Dios!

¿Vióse en tan nuevos extremos

El humano corazon? (Vanse.)


Campo.

ESCENA V.

CIPRIANO, CLARIN, MOSCON.

Clarin.

¿Adónde vamos, Moscon?

Moscon.

En llegando lo sabremos

Pero fuera del lugar

Camina.

Clarin.

Excusado es

Salirnos al campo, pues

No tenemos que estudiar.

Ciprian.

Clarin, véte á casa.

Moscon.

¿Y yo?

Clarin.

¿Tú te habias de quedar?

Ciprian.

Los dos me habeis de dejar.

Clarin.

A entrambos nos lo mandó.

(Vanse Clarin y Moscon.)

[p. 255]ESCENA VI.

CIPRIANO.

Confusa memoria mia,

No tan poderosa estés,

Que me persuadas que es

Otra alma la que me guía.

Idólatra me cegué,

Ambicioso me perdí,

Porque una hermosura ví,

Porque una deidad miré;

Y entre confusos desvelos

De un equívoco rigor,

Conozco á quien tengo amor,

Y no de quien tengo celos.

Y tanto aquesta pasion

Arrastra mi pensamiento,

Tanto (¡ay de mí!) este tormento

Lleva mi imaginacion,

Que diera (despecho es loco,

Indigno de un noble ingenio)

Al más diabólico genio

(Harto al infierno provoco),

Ya rendido, y ya sujeto

Á penar y padecer,

Por gozar esta mujer,

Diera el alma.

[p. 256]ESCENA VII.

EL DEMONIO.—CIPRIANO.

Demonio.

(Dentro.)Yo la aceto.

(Suena ruido de truenos, con tempestad y rayos.)

Ciprian.

¿Qué es esto, cielos puros?

¡Claros á un tiempo, y en el mismo oscuros,

Dando al dia desmayos!

Los truenos, los relámpagos y rayos

Abortan de su centro

Los asombros que ya no caben dentro.

De nubes todo el cielo se corona,

Y preñado de horrores, no perdona

El rizado copete deste monte.

Todo nuestro horizonte

Es ardiente pincel del Mongibelo,

Niebla el sol, humo el aire, fuego el cielo.

¡Tanto ha que te dejé, filosofía,

Que ignoro los efectos deste dia!

Hasta el mar sobre nubes se imagina

Desesperada ruina,

Pues crespo sobre el viento en leves plumas,

Le pasa por pavesas las espumas.

Naufragando una nave,

En todo el mar parece que no cabe;

Pues el amparo más seguro y cierto

Es cuando huye la piedad del puerto.

El clamor, el asombro y el gemido

Fatal presagio han sido

De la muerte que espera; y lo que tarda

Es porque esté muriendo lo que aguarda.

Y áun en ella tambien vienen portentos;

[p. 257]No son todos de cielos y elementos.

Sin duda se vistió de la tormenta[5].

Á chocar con la tierra

Viene. Ya no es del mar sólo la guerra,

Pues la que se le ofrece,

Un peñasco le arrima en que tropiece,

Porque la espuma en sangre se salpique.

(Suena la tempestad, y dan voces dentro.)

Voces.

(Dentro.) Que nos vamos á pique.

Demonio.

En una tabla quiero (Dentro.)

Salir á tierra, para el fin que espero.

Ciprian.

Porque su horror se asombre,

Burlando su poder, escapa un hombre,

Y el bajel, que en las ondas ya se ofusca,

El camarin de los tritones busca,

Y en crespo remolino,

Es cadáver del mar, cascado el pino.

(Sale el Demonio, mojado, como que sale del mar.)

Demonio.

(Para sí. Para el prodigio que intento,

Hoy me ha importado fingir

Sobre campos de zafir,

Este espantoso portento;

Y en forma desconocida

De la que otra vez me vió,

Cuando en este monte yo

Miré mi ciencia excedida,

Vengo á hacerle nueva guerra,

Valiéndome así mejor

De su ingenio y de su amor.)

Dulce madre, amada tierra,

[p. 258]Dáme amparo contra aquel

Monstruo que de sí me arroja.

Ciprian.

Pierde, amigo, la congoja

Y la memoria cruel

De tu reciente fortuna,

Viendo en tu mayor trabajo

Que no hay firme bien debajo

De los cercos de la luna.

Demonio.

¿Quién eres tú, á cuyas plantas

Mi fortuna me ha traido?

Ciprian.

Quien, de la piedad movido

De penas y ruinas tantas,

Serte de alivio quisiera.

Demonio.

Imposible vendrá á ser;

Que no le puedo tener

Yo jamás.

Ciprian.

¿De qué manera?

Demonio.

Todo mi bien he perdido...

Pero sin razon me quejo,

Pues ya con la vida dejo

Mis memorias al olvido.

Ciprian.

Ya que de aquel torbellino

El terremoto cesó,

Y el cielo á su paz volvió,

Manso, quieto y cristalino,

Con tal priesa, que su grave

Enojo nos da á entender

Que sólo debió de ser

Hasta sumergir tu nave,

Díme quién eres, siquiera

Por la piedad que me das.

Demonio.

Más de lo que has visto y más

De lo que decir pudiera,

Me cuesta el llegar aquí;

[p. 259]Que en mi fortuna cruel,

La menor es del bajel.

¿Quieres ver si es cierto?

Ciprian.

Sí.

Demonio.

Yo soy, pues saberlo quieres,

Un epílogo, un asombro

De venturas y desdichas,

Que unas pierdo y otras lloro.

Tan galan fuí por mis partes,

Por mi lustre tan heroico,

Tan noble por mi linaje

Y por mi ingenio tan docto,

Que aficionado á mis prendas

Un rey, el mayor de todos

(Puesto que todos le temen,

Si le ven airado el rostro),

En su palacio cubierto

De diamantes y piropos

(Y áun si los llamase estrella

Fuera el hipérbole corto),

Me llamó valido suyo,

Cuyo aplauso generoso

Me dió tan grande soberbia,

Que competí al regio solio,

Queriendo poner las plantas

Sobre sus dorados tronos.

Fué bárbaro atrevimiento:

Castigado lo conozco.

Loco anduve; pero fuera,

Arrepentido, más loco.

Más quiero en mi obstinacion

Con mis alientos briosos

Despeñarme de bizarro,

Que rendirme de medroso.

[p. 260]Si fueron temeridades,

No me ví en ellas tan solo,

Que de sus mismos vasallos

No tuviese muchos votos.

De su corte, en fin, vencido,

Aunque en parte victorioso,

Salí arrojando venenos

Por la boca y por los ojos,

Y pregonando venganzas,

Por ser mi agravio notorio,

Logrando en las gentes suyas

Insultos, muertes y robos.

Los anchos campos del mar,

Sangriento pirata corro,

Argos ya de sus bajíos,

Y lince de sus escollos.

En aquel bajel que el viento

Desvaneció en leves soplos;

En aquel bajel que el mar

Convirtió en ruina sin polvo,

Esas campañas de vidrio

Hoy corria codicioso,

Hasta examinar un monte

Piedra á piedra y tronco á tronco;

Porque en él un hombre vive,

Y á buscarle me dispongo,

A que cumpla una palabra

Que el me ha dado y yo le otorgo.

Embistióme esta tormenta;

Y aunque pudo prodigioso

Mi ingenio enfrenar á un tiempo

Al euro, al cierzo y al noto,

No quise desesperado,

Por otras causas, por otros

[p. 261]Fines, convertirlos hoy

En regalados favonios.

(Ap. Que pude, dije, y no quise:

Aquí de su ingenio noto

Los riesgos, pues desta suerte

A mágicas le aficiono.)

No te espantes del despecho,

Ni del prodigio tampoco:

De aquel, porque yo con ira

Me diera muerte á mí propio;

Ni deste, porque con ciencias

Daré al sol pálido asombro.

Soy en la magia que alcanzo,

El registro poderoso

Desos orbes: línea á línea

Los he discurrido todos.

Y porque no te parezca

Que sin ocasion blasono,

Mira si á este mismo instante

Quieres que lo inculto y tosco

Deste Nembrot de peñascos,

Más bruto que el babilonio,

Te facilite lo horrible,

Sin que pierda lo frondoso.

Este soy, huérfano huésped

Destos fresnos, destos chopos;

Y aunque este soy, á tus plantas

Quiero pedirte socorro;

Y quiero en el que me dieres,

Librarte el bien que te compro

Con el afan de mi estudio,

Que en experiencias abono,

Trayéndote á tu albedrío

(Ap. Aquí en el amor le toco)

[p. 262]Cuanto te pida el deseo

Más avaro y codicioso.

Y en tanto que no le aceptes,

Ya de cortés, ya de corto,

Págate de los deseos,

Si es que en tí no los malogro;

Que por la piedad que muestras

(Que agradezco y que conozco),

Seré tu amigo tan firme,

Que ni el repetido monstruo

De sucesos, la fortuna,

Que entre baldones y elogios,

Próspera y adversa muestra

Lo avaro y lo generoso;

Ni en su contínua tarea

Corriendo y volando á tornos

El tiempo, iman de los siglos;

Ni el cielo, ni el cielo proprio,

A cuyos astros el mundo

Debe el bellísimo adorno,

Tendrán poder de apartarme

De tu lado un punto sólo,

Como aquí me des amparo;

Y áun todo aquesto es muy poco

Para lo que yo intereso,

Si mis pensamientos logro.

Ciprian.

Puedo decir que al mar albricias pido

De que te hayas perdido,

Y á este monte llegaras,

Donde verás bien claras

Muestras de la amistad que ya te ofrezco,

Si feliz por mi huésped te merezco:

Y así, vénte conmigo;

Que he de estimarte por seguro amigo.

[p. 263]Mi huésped has de ser miéntras quisieres

Servirte de mi casa.

Demonio.

¿Ya me quieres

Por tuyo?

Ciprian.

Con los brazos

Firme nuestra amistad eternos lazos.

(Ap. ¡Oh si á alcanzar llegase

Que aqueste hombre la magia me enseñase!

Pues con ella quizá mi amor podria

En parte divertir la pena mia;

O podria mi amor quizá con ella

En todo conseguir la causa bella

De mi rabia, mi furia y mi tormento.)

Demonio.

(Ap.) Ya al ingenio y amor le miro atento.

ESCENA VIII.

CLARIN y MOSCON, cada uno por su parte, corriendo.—CIPRIANO, EL DEMONIO.

Clarin.

¿Estás vivo, señor?

Moscon.

(A Clarin.) ¡Civilidades

Gastas por novedades!

Claro está, pues le miras, que está vivo.

Clarin.

He usado deste modo admirativo

Para ponderacion, noble lacayo,

Del milagro que fué no darle un rayo

De tantos como vió aquesta montaña.

Moscon.

Pues el mirarlo ¿no te desengaña?

Ciprian.

Estos son mis criados.—

¿A qué volveis?

Moscon.

A darte más enfados.

Demonio.

Tienen alegre humor.

[p. 264]

Ciprian.

A mí me tienen

Cansado, porque siempre necios vienen.

Moscon.

¿Quién es aqueste hombre,

Señor?

Ciprian.

Un huésped mio, no os asombre.

Clarin.

¿Para qué quieres huéspedes ahora?

Ciprian.

(Al Demonio) Lo que merece tu valor ignora.

Moscon.

Mi señor hace bien. ¿Has de heredalle?

Clarin.

No; pero tiene talle

El tal huésped, si acaso no me engaño,

De estarse en casa un año y otro año.

Moscon.

¿De qué lo infieres?

Clarin.

Cuando aprisa pasa

Un huésped, decir suelen: «No hará en casa

Mucho humo;» y de aqueste...

Moscon.

Dí.

Clarin.

Presumo...

Moscon.

¿Qué?

Clarin.

Que ha de hacer en casa mucho humo.

Ciprian.

Para que te repares

De las iras del mar y tus pesares,

Vénte conmigo.

Demonio.

Voy á obedecerte.

Ciprian.

Tu descanso procuro.

Demonio.

(Ap.)Yo tu muerte.

Y pues ya he conseguido

El mirarme contigo introducido,

Ir á alterar mi saña determina

De otra suerte tambien la de Justina.

(Vanse Cipriano y el Demonio.)

Clarin.

¿No sabes qué he pensado?

Moscon.

¿Qué?

Clarin.

Que del terremoto ha reventado

Algun volcan; que mucho azufre he olido.

[p. 265]

Moscon.

Que es el huésped á mí me ha parecido.

Clarin.

Malas pastillas gasta. Mas ya infiero

La causa.

Moscon.

¿Qué es?

Clarin.

El pobre caballero

Debe de tener sarna, y hase untado

Con ungüento de azufre.

Moscon.

En ello has dado.

(Vanse.)


Calle.

ESCENA IX.

LELIO, FABIO.

Fabio.

En fin, ¿vuelves á esta calle?

Lelio.

La vida en ella perdí,

Y vuelvo á buscarla aquí:

Quiera amor que yo la halle.

¡Ay de mí!

Fabio.

A la puerta estás

De la casa de Justina.

Lelio.

¿Qué importa, si hoy determina

Mi amor declararse más?

Que pues á ver he llegado

Que á otro de noche se fía,

No es mucho que yo de dia

Desahogue mi cuidado.

Retírate tú, porque

El entrar solo es mejor.

[p. 266]Mi padre es gobernador

De Antioquía: bien podré

Con este aliento y la furia

Que á despeñarme camina,

En casa entrar de Justina,

Y quejarme de su injuria. (Vanse.)


Sala en casa de Lisandro.

ESCENA X.

JUSTINA; y luego, LELIO.

Justina.

Livia... Mas ¿quién está al paso?

(Sale Lelio.)

Lelio.

Yo soy.

Justina.

Pues ¿qué novedad,

Señor, qué temeridad

Obliga?...

Lelio.

Cuando me abraso

Tanto, á mis celos sujeto,

No lo he de estar á tu honor.

Perdona, que con mi amor

Ha espirado tu respeto.

Justina.

¿Pues cómo tan atrevido

Osas...

Lelio.

Como estoy furioso.

Justina.

Entrar...

Lelio.

Como estoy celoso.

Justina.

Aquí...

Lelio.

Como estoy perdido.

[p. 267]

Justina.

Sin advertir y sin ver

El escándalo que da

Que?...

Lelio.

No te aflijas, pues ya

Tienes poco que perder.

Justina.

Mira, Lelio, mi opinion.

Lelio.

Justina, eso mejor fuera

Que tu voz se lo dijera

A quien por ese balcon

Sale de noche. No quiero

Más de que sepas que sé

Tus liviandades, por que

Ménos ingrato y severo

Tu honor esté con mi amor;

Que es tu desden más injusto

Porque tienes otro gusto,

Que porque tienes honor.

Justina.

Calla, calla, no hables más.

¿Quién en mi casa se atreve,

Ni quién en mi ofensa mueve

Paso y voz? ¿Tan ciego estás,

Tan atrevido, tan loco,

Que con fingidas quimeras

Eclipsar las luces quieras

Que áun al sol tienen en poco?

¿Hombre de mi casa...

Lelio.

Sí.

Justina.

Por mi balcon?...

Lelio.

Mi dolor

Lo diga, ingrata.

Justina.

¡Ay honor!

Volved por vos y por mí.

[p. 268]ESCENA XI.

EL DEMONIO, por la puerta que está á espaldas de Justina.—Dichos.

Demonio.

(Ap.) Acudiendo mi furor

A los dos cargos que tengo,

A esta casa á entablar vengo

El escándalo mayor

Del mundo; y pues ya este amante

Tan despechado y tan ciego

Está, avívese su fuego.

Ponerme quiero delante,

Y como huyendo, despues

De ser visto, retirarme.

(Hace como que va á salir, y en viéndole Lelio, se reboza y vuelve á entrarse.)

Justina.

Hombre, ¿vienes á matarme?

Lelio.

No, sino á morir.

Justina.

¿Qué ves,

Que de nuevo te has mudado?

Lelio.

Los engaños tuyos veo.

Dí ahora que mi deseo

Mis ofensas ha inventado.

Un hombre deste aposento

Iba á salir: como vió

Gente, embozado volvió

A retirarse.

Justina.

En el viento

Te finge tu fantasía

Ilusiones.

Lelio.

¡Pena brava!

[p. 269]

Justina.

¿Pues de noche no bastaba,

Lelio, mas tambien de dia

La luz quieres engañar?

Lelio.

Si es engaño ó no es engaño,

Así veré el desengaño.

(Éntrase por donde estaba el Demonio.)

Justina.

No te lo quiero excusar.

Porque la inocencia mia,

A costa desta licencia,

Desvanezca la apariencia

De la noche con el dia.

ESCENA XII.

LISANDRO.—JUSTINA; LELIO, dentro.

Lisand.

Justina.

Justina.

(Ap.)Esto me faltaba.

¡Ay de mí, si Lelio sale,

Estando Lisandro aquí!

Lisand.

Mis desdichas, mis pesares

Vengo á consolar contigo.

Justina.

¿Qué tienes, que en el semblante

Muestras disgusto y tristeza?

Lisand.

No es mucho, cuando se rasgue

El corazon. Con el llanto

Pasar no puedo adelante.

(Aparece Lelio á la puerta del cuarto.)

Lelio.

(Ap.) Ahora acabo de creer

Que sombra los celos hacen,

Pues no está en este aposento,

Ni tuvo por dónde echarse

El hombre que ví.

[p. 270]

Justina.

(Ap. á Lelio.)No salgas,

Lelio, que está aquí mi padre.

Lelio.

Esperaré á que se ausente,

Convalecido en mis males. (Retírase.)

Justina.

¿De qué lloras? ¿Qué suspiras?

¿Qué tienes, señor? ¿Qué traes?

Lisand.

Tengo el dolor más sensible,

Traigo la pena más grave

Que vió la tierna piedad,

Para ejemplos miserables,

Con que la crueldad se baña

De tanta inocente sangre.

Al Gobernador envía

El césar Decio inviolable

Un decreto... Hablar no puedo.

Justina.

(Ap.) ¿Quién vió pena semejante?

Lisandro, compadecido

De los cristianos ultrajes,

Conmigo habla, sin saber

Que Lelio puede escucharle,

Hijo del Gobernador.

Lisand.

En fin, Justina...

Justina.

No pases,

Señor, si así has de sentirlo,

Con el discurso adelante.

Lisand.

Déjame que le repita;

Que contigo, es aliviarle.

En él manda...

Justina.

No prosigas,

Cuando es tan justo que engañes

Tu vejez con más sosiego.

Lisand.

Cuando, porque me acompañes

En los sentimientos vivos

Que bastan para matarme,

[p. 271]Te doy cuenta del decreto

Más cruel que vió la márgen

Del Tiber, con sangre escrito

Para manchar sus cristales,

¡Me diviertes! De otra suerte

Solias, Justina, escucharme

Estas lástimas.

Justina.

Señor,

No son los tiempos iguales.

Lelio.

(Ap. al paño.) No oigo todo lo que hablan,

Sino destroncado á partes.

ESCENA XIII.

FLORO, JUSTINA, LISANDRO; LELIO, al paño.

Floro.

(Ap.) Licencia tiene un celoso

Que llega á desengañarse

De una hipócrita virtud,

Sin que más respetos guarde.

Con este intento hasta aquí...

Mas con ella está su padre:

Esperaré otra ocasion.

Lisand.

¿Quién pisa aquestos umbrales?

Floro.

(Ap. Ya no es posible ¡ay de mí!

Que me vuelva sin hablarle.

Daréle alguna disculpa.)

Yo soy...

Lisand.

¿Tú en mi casa?

Floro.

A hablarte

Vengo, si me das licencia,

Sobre un negocio importante.

Justina.

(Ap.) Duélete de mí, fortuna;

[p. 272]Que son estos muchos lances.

Lisand.

Pues ¿qué mandas?

Floro.

(Ap.) ¿Qué diré

Que deste empeño me saque?

Lelio.

(Al paño.) ¡Floro en casa de Justina

Con libertad entra y sale!

Si son fingidos aquellos

Celos, ya estos son verdades.

Lisand.

Mudado traes el color.

Floro.

No te admires, no te espantes,

Que vengo á darte un aviso,

Que es á tu vida importante,

De un enemigo que tienes,

Que de tu muerte en alcance

Anda. Esto basta que diga.

Lisand.

(Ap. Sin duda que Floro sabe

Que yo soy cristiano, y viene

Con esta causa á avisarme

De mi peligro.) Prosigue,

Y nada, Floro, me calles.

ESCENA XIV.

LIVIA.—JUSTINA, LISANDRO, FLORO; LELIO, al paño.

Livia.

Señor, el Gobernador

Me ha mandado que te llame,

Y á la puerta está esperando.

Floro.

Mejor será que yo aguarde:

(Ap. Pensaré en tanto el engaño)

Y así es bien que le despaches,

[p. 273]

Lisand.

Estimo tu cortesía.

Aquí volveré al instante.

(Vasen Lisandro y Livia.)

ESCENA XV.

JUSTINA, FLORO; LELIO, al paño.

Floro.

¿Eres tú la virtüosa

Que á las lisonjas süaves

Del templado viento llamas

Descomedidos ultrajes?

Pues ¿cómo de tu recato

Y de tu casa las llaves

Rendiste?

Justina.

Floro, detente:

No tan descortés agravies

Opinion de quien el sol

Hizo el más costoso exámen

De pura y limpia.

Floro.

Ya llega

Aquesa vanidad tarde,

Pues ya yo sé á quién has dado

Libre entrada...

Justina.

¿Qué así hables?

Floro.

Por un balcon.

Justina.

No pronuncies...

Floro.

A tu honor...

Justina.

¿Que así me trates?

Floro.

Sí, que no merecen más

Hipócritas humildades.

Lelio.

(Ap.) Floro no fué el del balcon.

Sin duda que hay otro amante,

[p. 274]Puesto que ni él ni yo fuimos.

Justina.

Pues tienes ilustre sangre,

No ofendas nobles mujeres.

Floro.

¡Que noble mujer te llames,

Cuando á tus brazos le admites,

Y por tus balcones sale!

Rindióte el poder; que como

Es gobernador su padre,

Te llevó la vanidad

De ver que á Antioquía mande...

Lelio.

(Ap.) De mí habla.

Floro.

Sin mirar

Otros defectos más grandes,

Que la autoridad encubre

En sus costumbres y sangre.

Pero no...

(Sale Lelio.)

Lelio.

Floro, detente,

Y no en mi ausencia me agravies;

Que hablar del competidor

Mal, es de pechos cobardes.

Y salgo á que no prosigas,

Corrido de tantos lances

Como contigo he tenido,

Sin que en ninguno te mate.

Justina.

¿Quién, sin culpa, se vió nunca

En tan peligrosos lances?

Floro.

Cuanto yo de tí dijera

Detras, te diré delante,

Y es verdad no sospechosa.

(Empuñan las espadas.)

Justina.

Tente, Lelio; Floro, ¿qué haces?

Lelio.

Tomar la satisfaccion

Adonde escucho el desaire.

[p. 275]

Floro.

Sustentaré lo que dije

Donde lo dije.

Justina.

¡Libradme,

Cielos, de tantas fortunas!

Floro.

Y yo sabré castigarte.

ESCENA XVI.

EL GOBERNADOR, LISANDRO, gente.—JUSTINA, LELIO, FLORO.

Todos los
  que salen

 

Tenéos.

Justina.

¡Ay infelice!

Gobern.

¿Qué es esto? Mas ¿no es bastante

Indicio espadas desnudas,

Para que pueda informarme?

Justina.

¡Qué desdicha!

Lisand.

¡Qué pesar!

Lelio.

Señor...

Gobern.

Baste, Lelio, baste.

¿Tú inquieto, siendo mi hijo?

¿Tú de mi favor te vales

Para alterar á Antioquía?

Lelio.

Señor, advierte...

Gobern.

Llevadles;

Que no ha de haber excepcion,

Ni privilegios de sangre,

Para no igualar castigos,

Pues son las culpas iguales.

Lelio.

(Ap.) Celos traje, y llevo agravios.

Floro.

(Ap.) Penas á penas se añaden.

Gobern.

En diferentes prisiones,

[p. 276]Y con gente que los guarde,

A los dos tened.—Y vos,

Lisandro, ¿tan nobles partes

Es posible que mancheis,

Sufriendo?...

Lisand.

No, no os engañen

Deslumbradas apariencias,

Porque Justina no sabe

La ocasion.

Gobern.

¿Dentro en su casa

Quereis que viva ignorante,

Mozos ellos, y ella hermosa?

En peligro tan culpable

Me templo, porque no digan

Que sentencio como parte,

Siendo apasionado juez;

Mas vos que esto ocasionasteis,

Ya perdida la vergüenza,

Sé que volveréis á darme

Ocasion (que la deseo)

Para que nos desengañen

De vuestra virtud mentida

Verdaderas liviandades.

(Vanse el Gobernador y la gente, con Lelio y Floro.)

ESCENA XVII.

JUSTINA, LISANDRO.

Justina.

Mis lágrimas os respondan.

Lisand.

Ya lloras sin fruto y tarde.

¡Oh qué mal, Justina, hice

El dia que á declararte

[p. 277]Llegué quién eras! ¡Oh nunca

Te contara que en la márgen

De un arroyo, en ese monte

Fuiste parto de un cadáver!

Justina.

Yo...

Lisand.

No des satisfacciones.

Justina.

Los cielos han de abonarme.

Lisand.

¡Qué tarde será!

Justina.

No hay plazo

Que en la vida llegue tarde.

Lisand.

Para castigar delitos.

Justina.

Para acrisolar verdades.

Lisand.

Por lo que ví te condeno.

Justina.

Yo á tí por lo que ignoraste.

Lisand.

Déjame, que voy muriendo,

Donde mi dolor me acabe.

Justina.

Pierda yo á tus piés la vida;

Pero no me desampares. (Vanse.)


Sala en casa de Cipriano. En el fondo una galería por donde se ve el campo.

ESCENA XVIII.

CIPRIANO, EL DEMONIO, MOSCON, CLARIN.

Demonio.

Desde que en tu casa entré,

Te he visto sin alegría:

Profunda melancolía

En tu semblante se ve.

Tu alivio no es bien que estorbes,

Queriéndomelo ocultar,

[p. 278]Pues sabré destachonar

La clavazon de los orbes,

Por solo el menor deseo

Que te ofenda y te fatigue.

Ciprian.

No habrá mágica que obligue

Al imposible que veo:

Son mis ánsias infelices.

Demonio.

Tu amistad me las confiese.

Ciprian.

Quiero á una mujer.

Demonio.

¿Y es ese

El imposible que dices?

Ciprian.

Si tú supieras quién es.

Demonio.

Curiosa atencion te doy,

Miéntras que burlando estoy

De que tan cobarde estés.

Ciprian.

La hermosa cuna temprana

Del infante sol que enjuga

Lágrimas cuando madruga,

Vestido de nieve y grana;

La verde prision ufana

De la rosa cuando avisa

Que ya sus jardines pisa

Abril, y entre mansos hielos

Al alba es llanto en los cielos,

Lo que es en los campos risa;

El detenido arroyuelo,

Que el murmurar más süave

Aun entre dientes no sabe,

Porque se los prende el hielo;

El clavel, que en breve cielo

Es estrella de coral;

El ave, que liberal

Vestir matices presuma,

Veloz cítara de pluma,

[p. 279]Al órgano de cristal;

El risco que al sol engaña,

Si á derretirle se atreve,

Pues gastándole la nieve,

No le gasta la montaña;

El laurel que el pié se baña

Con la nieve que atropella,

Y verde Narciso della,

Burla sin temer desmayos,

En esta parte los rayos,

Y los hielos en aquella;

Al fin, cuna, grana, nieve,

Campo, sol, arroyo, rosa,

Ave que canta amorosa,

Risa que aljófares llueve,

Clavel que cristales bebe,

Peñasco sin deshacer,

Y laurel que sale á ver

Si hay rayos que le coronen,

Son las partes que componen

A esta divina mujer.

Estoy tan ciego y perdido,

Porque mi pena te asombre,

Que por parecer á otro hombre,

Me engañé con el vestido.

Mis estudios dí al olvido

Como al vulgo mi opinion,

El discurso á mi pasion,

A mi llanto el sentimiento,

Mis esperanzas al viento,

Y al desprecio mi razon.

Dije (y haré lo que dije)

Que ofreciera liberal

El alma á un genio infernal

[p. 280](De aquí mi pasion colige),

Porque este amor que me aflige

Premiase con merecella;

Pero es vana mi querella,

Tanto que presumo que es

El alma corto interes,

Pues no me la dan por ella.

Demonio.

¿Tu valor ha de seguir

Los pasos desesperados

De amantes que se acobardan

En los primeros asaltos?

¿Tan léjos ejemplos viven

De bellezas que postraron

Su vanidad á los ruegos,

Su altivez á los halagos?

¿Quieres lograr tus deseos,

Siendo su prision tus brazos?

Ciprian.

¿Eso dudas?

Demonio.

Pues envía

Allá fuera esos criados,

Y quedemos los dos solos.

Ciprian.

Idos allá fuera entrambos.

Moscon.

Yo obedezco.

Clarin.

Y yo tambien.

(Ap. El tal huésped es el diablo.) (Escóndese.)

Ciprian.

Ya se fueron.

Demonio.

(Ap.)Poco importa

Que Clarin se haya quedado.

[p. 281]ESCENA XIX.

CIPRIANO, EL DEMONIO; CLARIN, escondido.

Ciprian.

¿Qué quieres ahora?

Demonio.

Esa puerta

Cierra.

Ciprian.

Ya solos estamos.

Demonio.

Por gozar á esta mujer

Aquí dijeron tus labios

Que darás el alma.

Ciprian.

Sí.

Demonio.

Pues yo te acepto el contrato.

Ciprian.

¿Qué dices?

Demonio.

Que yo le acepto.

Ciprian.

¿Cómo?

Demonio.

Como puedo tanto,

Que te enseñaré una ciencia

Con que podrás á tu mando

Traer la mujer que adoras;

Que yo, aunque tan docto y sabio,

Traerla para otro no puedo.

Las escrituras hagamos

Ante nosotros dos mismos.

Ciprian.

¿Quieres con nuevos agravios

Dilatar las penas mias?

Lo que ofrecí está en mi mano,

Pero lo que tú me ofreces

No está en la tuya, pues hallo

Que sobre el libre albedrío

Ni hay conjuros ni hay encantos.

Demonio.

Hazme la cédula tú

[p. 282]Con tal condicion.

Clarin.

(Ap. al paño.)¡Mal año!

Segun lo que ahora he visto,

No es muy bobo aqueste diablo.

¡Yo darle cédula! Aunque

Se me estuvieran mis cuartos

Sin alquilar veinte siglos,

No la hiciera.

Ciprian.

Los engaños

Son para alegres amigos,

No para desconfiados.

Demonio.

Quiero darte en testimonio

De lo que yo puedo y valgo,

Algun indicio, aunque sea

De mi poder breve rasgo.

¿Qué ves desta galería?

Ciprian.

Mucho cielo y mucho prado,

Un bosque, un arroyo, un monte.

Demonio.

¿Qué es lo que más te ha agradado?

Ciprian.

El monte, porque es, en fin,

De la que adoro retrato.

Demonio.

Soberbio competidor

De la estacion de los años,

Que te coronas de nubes,

Por bruto rey de los campos,

Deja el suelo, mide el viento:

Mira que soy quien te llamo.

Y mira tú si á una dama

Traerás, si yo á un monte traigo.

(Múdase un monte de una parte á otra en el fondo del teatro.)

Ciprian.

¡No ví más confuso asombro!

¡No ví prodigio más raro!

Clarin.

(Ap.) Con el espanto y el miedo

[p. 283]Estoy dos veces temblando.

Ciprian.

Pájaro que al viento vuelas,

Siendo tus plumas tus ramos;

Bajel que en el viento sulcas,

Siendo jarcias tus penachos,

Vuélvete á tu centro, y deja

La admiracion y el espanto.

(Vuélvese el monte á su lugar primero.)

Demonio.

Si esta no es prueba bastante,

Pronuncien otra mis labios.

¿Quieres ver esa mujer

Que adoras?

Ciprian.

Sí.

Demonio.

Pues rasgando

Las duras entrañas, tú,

Monstruo de elementos cuatro,

Manifiesta la hermosura

Que en tu oscuro centro guardo.

(Abrese un peñasco, y aparece Justina durmiendo.)

¿Es aquella la que adoras?

Ciprian.

Aquella es la que idolatro.

Demonio.

Mira si dártela puedo,

Pues donde quiera la traigo.

Ciprian.

Divino imposible mio,

Hoy serán centro tus brazos

De mi amor, bebiendo el sol

Luz á luz y rayo á rayo.

Demonio.

Detente, que hasta que firmes

La palabra que me has dado,

No puedes tocarla.

(Quiere llegar, y ciérrase el peñasco.)

Ciprian.

Espera,

Parda nube del más claro

Sol que amaneció á mis dichas.—

[p. 284]Mas con el viento me abrazo.—

Ya creo tus ciencias, ya

Confieso que soy tu esclavo.

¿Qué quieres que haga por tí?

¿Qué me pides?

Demonio.

Por resguardo

Una cédula firmada

Con tu sangre y de tu mano.

Clarin.

(Ap.) El alma le diera yo,

Por no haberme aquí quedado.

Ciprian.

Pluma será este puñal,

Papel este lienzo blanco,

Y tinta para escribirlo

La sangre es ya de mis brazos.

(Escribe con la daga en un lienzo, habiéndose sacado sangre de un brazo.)

(Ap. ¡Qué hielo! ¡qué horror! ¡qué asombro!)

Digo yo el gran Ciprïano,

Que daré el alma inmortal

(¡Qué frenesí! ¡qué letargo!)

A quien me enseñare ciencias

(¡Qué confusiones! ¡qué espantos!)

Con que pueda atraer á mí

A Justina, dueño ingrato:

Y lo firmé de mi nombre.

Demonio.

(Ap. Ya se rindió á mis engaños

El homenaje valiente,

Donde estaban tremolando

El discurso y la razon.)

¿Has escrito?

Ciprian.

Sí, y firmado.

Demonio.

Pues tuyo es el sol que adoras.

Ciprian.

Tuya por eternos años

Es el alma que te ofrezco.

[p. 285]

Demonio.

Alma con alma te pago,

Pues por la tuya te doy

La de Justina.

Ciprian.

¿Qué tanto

Término para enseñarme

La magia tomas?

Demonio.

Un año,

Con condicion...

Ciprian.

Nada temas.

Demonio.

Que en una cueva encerrados,

Sin estudiar otra cosa,

Hemos de vivir entrambos,

Sirviéndonos solamente

A los dos este criado, (Saca á Clarin.)

Que curioso se quedó,

Pues con nosotros llevando

Su persona, este secreto

Desta suerte aseguramos.

Clarin.

(Ap.) ¡Oh nunca yo me quedara!

¿Que habiendo vecinos tantos

Que acechen, no haya demonio

Que venga al punto á llevarlos?

Ciprian.

Está bien. Dos dichas juntas

Ingenio y amor lograron,

Pues Justina será mia,

Y yo vendré á ser espanto

Del mundo con nuevas ciencias.

Demonio.

No salió mi intento vano.

Clarin.

El mio sí.

Demonio.

Ven con nosotros.

(Ap. Ya vencí el mayor contrario.)

Ciprian.

Dichosos sereis, deseos,

Si tal posesion alcanzo.

Demonio.

(Ap. No ha de sosegar mi envidia

[p. 286]

Hasta que los gane á entrambos.)

Vamos, y de aqueste monte

En lo oculto y lo intrincado

Oirás la primer licion

Hoy de la mágica.

Ciprian.

Vamos,

Que con tal maestro mi ingenio,

Mi amor con dueño tan alto,

Eterno será en el mundo

El mágico Ciprïano.


[p. 287]

JORNADA TERCERA.


Bosque. En el fondo una gruta.

ESCENA PRIMERA.

CIPRIANO.

Ingrata beldad mia,

Llegó el feliz, llegó el dichoso dia,

Línea de mi esperanza,

Término de mi amor y tu mudanza,

Pues hoy será el postrero

En que triunfar de tu desden espero.

Este monte elevado

En sí mismo al alcázar estrellado,

Y aquesta cueva oscura,

De dos vivos funesta sepultura,

Escuela ruda han sido

Donde la docta mágica he aprendido,

En que tanto me muestro,

Que puedo dar leccion á mi maestro.

Y viendo ya que hoy una vuelta entera

Cumple el sol de una esfera en otra esfera,

A examinar de mis prisiones salgo

Con la luz lo que puedo y lo que valgo.

[p. 288]Hermosos cielos puros,

Atended á mis mágicos conjuros;

Blandos aires veloces,

Parad al sabio estruendo de mis voces;

Gran peñasco violento,

Estremécete al ruido de mi acento;

Duros troncos vestidos,

Asombráos al horror de mis gemidos;

Floridas plantas bellas,

Al eco os asustad de mis querellas;

Dulces sonoras aves,

La accion temed de mis prodigios graves;

Bárbaras, crueles fieras,

Mirad las señas de mi afan primeras,

Porque ciegos, turbados,

Suspendidos, confusos, asustados,

Cielos, aires, peñascos, troncos, plantas,

Fieras y aves, esteis de ciencias tantas;

Que no ha de ser en vano

El estudio infernal de Ciprïano.

ESCENA II.

EL DEMONIO.—CIPRIANO.

Demonio.

Cipriano.

Ciprian.

¡Oh sabio maestro mio!

Demonio.

¿A qué, usando otra vez de tu albedrío,

Más que de mi preceto,

Con qué fin, por qué causa, y á qué efeto,

Osado ó ignorante,

Sales á ver del sol la faz brillante?

Ciprian.

Viendo que ya yo puedo

[p. 289]Al infierno poner asombro y miedo,

Pues con tanto cuidado

La mágica he estudiado,

Que áun tú mismo no puedes

Decir, si es que me igualas, que me excedes;

Viendo que ya no hay parte

Della, que con fatiga, estudio y arte

Yo no la haya alcanzado,

Pues la nigromancia he penetrado,

Cuyas líneas oscuras

Me abrirán las funestas sepulturas,

Haciendo que su centro

Aborte los cadáveres, que dentro

Tiranamente encierra

La avarienta codicia de la tierra,

Respondiendo por puntos

A mis voces los pálidos difuntos;

Y viendo, en fin, cumplida

La edad del sol que fué plazo á mi vida,

Pues corriendo veloz á su discurso,

Con el rápido curso,

Los cielos cada dia,

Retrocediendo siempre á la porfía

Del natural, en que se juzga extraño,

El término fatal cumple hoy del año;

Lograr mis ánsias quiero,

Atrayendo á mi voz el bien que espero.

Hoy la rara, hoy la bella, hoy la divina,

Hoy la hermosa Justina,

En repetidos lazos

Llamada de mi amor, vendrá á mis brazos;

Que permitir no creo

De dilacion un punto á mi deseo.

Demonio.

Ni yo que le permitas

[p. 290]Quiero, si es este el fin que solicitas.

Con caracteres mudos

La tierra línea pues, y con agudos

Conjuros hiere el viento,

A tu esperanza y á tu amor atento.

Ciprian.

Pues allí me retiro,

Donde verás que cielo y tierra admiro.

(Vase.)

Demonio.

Y yo te doy licencia,

Porque sé de tu ciencia y de mi ciencia

Que el infierno inclemente,

A tus invocaciones obediente,

Podrá por mí entregarte

A la hermosa Justina en esta parte;

Que aunque el gran poder mio

No puede hacer vasallo un albedrío,

Puede representalle

Tan extraños deleites, que se halle

Empeñado á buscarlos,

Y inclinarlos podré, si no forzarlos.

ESCENA III.

CLARIN.—EL DEMONIO.

Clarin.

Ingrata deidad mia,

No Livia ardiente, sino Livia fria,

Llegó el plazo en que espero

Alcanzar si tu amor es verdadero;

Pues ya sé lo que basta

Para ver si eres casta, ó haces casta;

Que con tanto cuidado

Aquí la ciencia mágica he estudiado,

[p. 291]Que por ella he de ver (¡ay de mí triste!)

Si con Moscon acaso me ofendiste.

Aguados cielos (ya otro dijo puros),

Atended á mis lóbregos conjuros:

Montes...

Demonio.

Clarin, ¿qué es eso?

Clarin.

¡Oh sabio maestro!

Por la concomitancia estoy tan diestro

En la magia, que quiero ver por ella

Si Livia, tan ingrata como bella,

Comete alguna vez superchería

En la fatal estancia de mi dia.

Demonio.

Deja aquesas locuras,

Y en lo intrincado desas peñas duras

Asiste á tu señor, para que veas

(Si tanta admiracion lograr deseas)

El fin de su cuidado;

Que solo quiero estar.

Clarin.

Yo acompañado.

Y si no he merecido

Haber las ciencias tuyas aprendido,

Porque, en fin, no te he hecho

Cédula con la sangre de mi pecho,

En este lienzo ahora (Saca un lienzo sucio.)

(Nunca le trae más limpio quien bien llora)

La haré, para que más te escandalices,

Dándome un mojicon en las narices;

Que no será embarazo

Salir de las narices ú del brazo.

(Escribe en el lienzo con el dedo, habiéndose hecho sangre.)

Digo yo, el gran Clarin, que si merezco

Ver á Livia cruel, que al diablo ofrezco...

Demonio.

Ya digo que me dejes,

Y que con tu señor de mí te alejes.

[p. 292]

Clarin.

Yo lo haré: no te alteres.

Pues que tomar mi cédula no quieres

Cuando darla procuro,

Sin duda que me tienes por seguro. (Vase.)

ESCENA IV.

EL DEMONIO.

Ea, infernal abismo,

Desesperado imperio de tí mismo,

De tu prision ingrata

Tus lascivos espíritus desata,

Amenazando ruina

Al vírgen edificio de Justina.

De mil torpes fantasmas que en el viento

Su casto pensamiento

Hoy se forme, su honesta fantasía

Se llene; y con dulcísima armonía

Todo provoque amores,

Los pájaros, las plantas y las flores.

Nada miren sus ojos,

Que no sean de amor dulces despojos;

Nada oigan sus oidos,

Que no sean de amor tiernos gemidos;

Porque sin que defensa en su fe tenga,

Hoy á buscar á Ciprïano venga,

De su ciencia invocada,

Y de mi ciego espíritu guiada.

Empezad, que yo en tanto

Callaré, porque empiece vuestro canto.

(Vase.)

[p. 293]ESCENA V.

JUSTINA; Música, dentro.

(Cantan dentro.)

Una voz.

¿Cuál es la gloria mayor

Desta vida?

Coro.

Amor, amor.

Una voz.

No hay sujeto en que no imprima

El fuego de amor su llama,

Pues vive más donde ama

El hombre, que donde anima.

Amor solamente estima

Cuanto tener vida sabe,

El tronco, la flor y el ave:

Luego es la gloria mayor

De esta vida...

Coro.

Amor, amor.

Justina.

(Asombrada y inquieta.)

Pesada imaginacion,

Al parecer lisonjera,

¿Cuándo te he dado ocasion

Para que desta manera

Aflijas mi corazon?

¿Cuál es la causa, en rigor,

Deste fuego, deste ardor,

Que en mí por instantes creces?

¿Qué dolor el que padece

Mi sentido?

Coro.

(Dentro.)Amor, Amor.

Justina.

(Sosegándose.) Aquel ruiseñor amante

Es quien respuesta me da,

[p. 294]Enamorando constante

A su consorte, que está

Un ramo más adelante.

Calla, ruiseñor; no aquí

Imaginar me hagas ya,

Por las quejas que te oí,

Cómo un hombre sentirá,

Si siente un pájaro así.

Mas no: una vid fué lasciva,

Que buscando fugitiva

Va el tronco donde se enlace,

Siendo el verdor con que abrace

El peso con que derriba.

No así con verdes abrazos

Me hagas pensar en quien amas,

Vid; que dudaré en tus lazos,

Si así abrazan unas ramas,

Cómo enraman unos brazos.

Y si no es la vid, será

Aquel girasol, que está

Viendo cara á cara al sol,

Tras cuyo hermoso arrebol

Siempre moviéndose va.

No sigas, no, tus enojos,

Flor, con marchitos despojos;

Que pensarán mis congojas,

Si así lloran unas hojas,

Como lloran unos ojos,

Cesa, amante ruiseñor;

Desúnete, vid frondosa;

Párate, inconstante flor,

U decid, ¿qué venenosa

Fuerza usais?

Coro.

(Dentro.)Amor, Amor.

[p. 295]

Justina.

¡Amor! ¿A quién le he tenido

Yo jamás? Objeto es vano;

Pues siempre despojo han sido

De mi desden y mi olvido

Lelio, Floro y Ciprïano.

¿A Lelio no desprecié?

¿A Floro no aborrecí?

Y á Cipriano ¿no traté

(Párase al nombrar á Cipriano, y desde allí habla inquieta otra vez.)

Con tal rigor, que de mí

Aborrecido, se fué

Donde dél no se ha sabido?

Mas (¡ay de mí!) ya yo creo

Que esta debe de haber sido

La ocasion con que ha podido

Atreverse mi deseo;

Pues desde que pronuncié

Que vive ausente por mí,

No sé (¡ay infeliz!), no sé

Qué pena es la que sentí.

(Sosiégase otra vez.)

Mas piedad sin duda fué

De ver que por mí olvidado

Viva un hombre, que se vió

De todos tan celebrado;

Y que á sus olvidos yo

Tanta ocasion haya dado.

(Vuelve á inquietarse.)

Pero si fuera piedad,

La misma piedad tuviera

De Lelio y Floro, en verdad;

Pues en una prision fiera

Por mí están sin libertad. (Sosiégase.)

[p. 296]Mas, ¡ay discursos! parad:

Si basta ser piedad sola,

No acompañeis la piedad;

Que os alargais de manera

Que no sé (¡ay de mí!), no sé

Si ahora á buscarle fuera,

Si adonde él está supiera.

ESCENA VI.

EL DEMONIO.—JUSTINA.

Demonio.

Ven, que yo te lo diré.

Justina.

¿Quién eres tú, que has entrado

Hasta este retrete mio,

Estando todo cerrado?

¿Eres monstruo que ha formado

Mi confuso desvarío?

Demonio.

No soy sino quien, movido

Dese afecto que tirano

Te ha postrado y te ha vencido,

Hoy llevarte ha prometido

Adonde está Ciprïano.

Justina.

Pues no lograrás tu intento;

Que esta pena, esta pasion

Que afligió mi pensamiento,

Llevó la imaginacion,

Pero no el consentimiento.

Demonio.

En haberlo imaginado,

Hecho tienes la mitad:

Pues ya el pecado es pecado

No pares la voluntad,

El medio camino andado.

[p. 297]

Justina.

Desconfiarme es en vano,

Aunque pensé; que aunque es llano

Que el pensar es empezar,

No está en mi mano el pensar,

Y está el obrar en mi mano.

Para haberte de seguir,

El pié tengo de mover,

Y esto puedo resistir,

Porque una cosa es hacer

Y otra cosa es discurrir.

Demonio.

Si una ciencia peregrina

En tí su poder esfuerza,

¿Cómo has de vencer, Justina,

Si inclina con tanta fuerza,

Que fuerza al paso que inclina?

Justina.

Sabiéndome yo ayudar

Del libre albedrío mio.

Demonio.

Forzarále mi pesar.

Justina.

No fuera libre albedrío

Si se dejara forzar.

Demonio.

Ven donde un gusto te espera.

(Tira de ella, y no puede moverla.)

Justina.

Es muy costoso ese gusto.

Demonio.

Es una paz lisonjera.

Justina.

Es un cautiverio injusto.

Demonio.

Es dicha.

Justina.

Es desdicha fiera.

Demonio.

¿Cómo te has de defender,

(Tira con más fuerza.)

Si te arrastra mi poder?

Justina.

Mi defensa en Dios consiste.

Demonio.

Venciste, mujer, venciste (Suéltala.)

Con no dejarte vencer.

Mas ya que desta manera

[p. 298]De Dios estás defendida,

Mi pena, mi rabia fiera

Sabrá llevarte fingida,

Pues no puede verdadera.

Un espíritu verás,

Para este efecto no más,

Que de tu forma se informa,

Y en la fantástica forma

Disfamada vivirás.

Lograr dos triunfos espero,

De tu virtud ofendido:

Deshonrarte es el primero,

Y hacer de un gusto fingido

Un delito verdadero. (Vase.)

ESCENA VII.

JUSTINA.

Desa ofensa al cielo apelo,

Porque desvanezca el cielo

La apariencia de mi fama,

Bien como al aire la llama,

Bien como la flor al hielo.

No podrás... Mas ¡ay de mí!

¿Á quien estas voces doy?

¿No estaba ahora un hombre aquí?

Sí. Mas no: yo sola estoy:

No. Mas sí, pues yo le ví.

¿Por dónde se fué tan presto?

¿Si le engendró mi temor?

Mi peligro es manifiesto.—

¡Lisandro, padre, señor! (A voces.)

¡Livia!

[p. 299]ESCENA VIII.

LISANDRO y LIVIA, cada uno por su puerta.—JUSTINA.

Lisand.

¿Qué es esto?

Livia.

¿Qué es esto?

Justina.

¿Visteis un hombre (¡ay de mí!)

Que ahora salió de aquí?

Mal mis desdichas resisto.

Lisand.

¡Hombre aquí!

Justina.

¿No le habeis visto?

Livia.

No, señora.

Justina.

Pues yo sí.

Lisand.

¿Cómo puede ser, si ha estado

Todo este cuarto cerrado?

Livia.

(Ap.) Sin duda que á Moscon vió,

Que tengo encerrado yo

En mi aposento.

Lisand.

Formado

Cuerpo de tu fantasía

El hombre debió de ser;

Que tu gran melancolía

Le supo formar y hacer

De los átomos del dia.

Livia.

Mi señor tiene razon.

Justina.

No ha sido (¡ay de mí!) ilusion,

Y mayor daño sospecho,

Porque á pedazos del pecho

Me arrancan el corazon.

Algun hechizo mortal

Se está haciendo contra mí,

[p. 300]Y fuera el conjuro tal,

Que á no haber Dios, desde aquí

Me dejara ir tras mi mal.

Mas él me ha de defender,

Y no sólo del poder

Desta tirana violencia;

Pero mi humilde inocencia

No ha de dejar padecer.—

Livia, el manto, porque en tanto

(Vase Livia.)

Que padezco estos extremos,

Tengo de ir al templo santo,

Que tan secreto tenemos

Los fieles.

(Sale Livia con el manto, y pónesele á Justina.)

Livia.

Aquí está el manto.

Justina.

En él tengo de templar

Este fuego que me abrasa.

Lisand.

Yo te quiero acompañar.

Livia.

(Ap.) Y yo volveré á alentar

En echándolos de casa.

Justina.

Pues voy á ampararme así,

Cielos, de vuestro favor,

Confío...

Lisand.

Vamos de aquí.

Justina.

Vuestra es la causa, Señor.

Volved por vos, y por mí.

(Vanse Justina y Lisandro.)

ESCENA IX.

MOSCON.—LIVIA.

Moscon.

¿Fuéronse ya?

Livia.

Ya se fueron.

[p. 301]

Moscon.

¡Con qué susto me tuvieron!

Livia.

¿Es posible que salieras

Del aposento, y vinieras

Donde sus ojos te vieron?

Moscon.

¡Vive Dios, que no he salido

Un instante, Livia mia,

De donde estuve escondido!

Livia.

Pues ¿quién el hombre sería?

Moscon.

El mismo diablo habrá sido.

¿Qué sé yo? No muestres ya

Por eso, mi bien, enfado.

Livia.

No es por eso. (Suspira.)

Moscon.

¿Qué será?

Livia.

¿Qué pregunta, si há que está

Un dia entero encerrado

Conmigo? ¿No echa de ver (Llora.)

Que habrá tambien menester

El otro, su confidente,

Que llore hoy tenerle ausente,

Pues no lloré en todo ayer?

¿Hase de pensar de mí

Que mujer tan fácil fuí,

Que en medio año de ausencia,

Falté á la correspondencia

Que al ser quien soy ofrecí?

Moscon.

¿Qué es medio año? Un año entero

Há ya que pudo faltar.

Livia.

Es engaño, pues infiero

Que yo no debo contar

Los dias que no le quiero.

Y si de un año (¡ay de mí!) (Llora.)

Te dí la mitad á tí,

Fuera injuria muy cruel

Contárselo todo á él.

[p. 302]

Moscon.

Cuando yo, ingrata, creí

Que fuera tu voluntad

Toda mia, ¡con piedad

Haces cuentas!...

Livia.

Sí, Moscon,

Porque en fin, cuenta y razon

Conservan toda amistad.

Moscon.

Pues que tu constancia es tal,

Adios, Livia, hasta mañana.

Sólo te ruega mi mal

Que pues eres su terciana,

No seas su sincopal.

Livia.

Ya tú ves que no hay en mí

Malicia alguna.

Moscon.

Es así.

Livia.

En todo hoy no me has de ver;

Mas no sea menester

Enviar mañana por tí. (Vanse.)


Bosque.

ESCENA X.

CIPRIANO, como asombrado; CLARIN, acechando, tras él.

Ciprian.

Sin duda se han rebelado

En los imperios cerúleos

Las tropas de las estrellas,

Pues me niegan sus influjos.

Comunidades ha hecho

[p. 303]Todo el abismo profundo,

Pues la obediencia no rinde

Que me debe por tributo.

Una y mil veces el viento

Estremezco á mis conjuros,

Y una y mil veces la tierra

Con mis caracteres sulco,

Sin que me ofrezca á mis ojos

El humano sol que busco,

El cielo humano que espero

En mis brazos.

Clarin.

Eso ¿es mucho?

Pues una y mil veces yo

Hago en la tierra dibujos,

Una y mil veces el viento

A puras voces aturdo,

Y tampoco viene Livia.

Ciprian.

Esta vez sola presumo

Volver á invocarla.—Escucha,

Bella Justina...

ESCENA XI.

Aparece una FIGURA fantástica de Justina.—CIPRIANO, CLARIN.

Figura.

Ya escucho;

Que forzada de tus voces,

Aquestos montes discurro.

¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres,

Ciprïano?

Ciprian.

¡Estoy confuso!

Figura.

Y pues que ya...

[p. 304]

Ciprian.

¡Estoy absorto!

Figura.

He venido...

Ciprian.

¿Qué me turbo?

Figura.

De la suerte...

Ciprian.

¿Qué me espanto?

Figura.

Que me halló el amor...

Ciprian.

¿Qué dudo?

Figura.

Donde me llamas...

Ciprian.

¿Qué temo?

Figura.

Y así con la fuerza cumplo

Del encanto, á lo intrincado

Del monte tu vista huyo.

(Cúbrese el rostro con el manto, y vase.)

Ciprian.

Espera, aguarda, Justina.

Mas ¿qué me asombro y discurro?

Seguiréla, y este monte,

Donde mi ciencia la trujo,

Teatro será frondoso

Ya que no tálamo rudo,

Del más prodigioso amor

Que ha visto el cielo. (Vase.)

ESCENA XII.

CLARIN.

Abernuncio

De mujer que viene á ser

Novia, y viene oliendo á humo.

Pero debió de cogerla

Del encanto lo absoluto

Soplando alguna colada,

O cociendo algun menudo.

[p. 305]Mas no: ¡en cocina y con manto!

De otra suerte la disculpo.

Sin duda debe de ser

(Ahora he dado en el punto;

Que una honrada nunca huele

Mejor) cogida de susto.

Ya la ha alcanzado, y con ella,

De aqueste valle en lo inculto

Luchando á brazos enteros

(Que á brazos partidos, juzgo

Que hiciera mal en luchar

El amante más forzudo),

A este mismo sitio vuelven.

Desde aquí acechar procuro;

Que deseo saber cómo

Se hace una fuerza en el mundo.

ESCENA XIII.

CIPRIANO, trayendo abrazada á la FIGURA fantástica de Justina.

Ya, bellísima Justina,

En este sitio, que oculto,

Ni el sol le penetra á rayos,

Ni á soplos el aire puro,

Ya es trofeo tu belleza

De mis mágicos estudios;

Que por conseguirte, nada

Temo, nada dificulto.

El alma, Justina bella,

Me cuestas; pero ya juzgo,

Siendo tan grande el empleo,

[p. 306]Que no ha sido el precio mucho.

Corre á la deidad el velo:

No entre pardos, ni entre oscuros

Celajes se esconda el sol;

Sus rayos ostente rubios.

(Descúbrela, y ve un esqueleto.)

Mas ¡ay infeliz! ¿qué veo?

¡Un yerto cadáver mudo

Entre sus brazos me espera!

¿Quién en un instante pudo

En facciones desmayadas

De lo pálido y caduco,

Desvanecer los primores

De lo rojo y lo purpúreo?

Esquel.

Así, Ciprïano, son

Todas las glorias del mundo.

(Desaparece: sale Clarin huyendo, y se abraza con él Cipriano.)

ESCENA XIV.

CLARIN.—CIPRIANO.

Clarin.

Si álguien ha menester miedo,

Yo tengo un poco y un mucho.

Ciprian.

Espera, fúnebre sombra.

Ya con otro fin te busco.

Clarin.

Pues yo soy fúnebre cuerpo.

¿No echas de verlo en el bulto?

Ciprian.

¿Quién eres?

Clarin.

Yo estoy de suerte,

Que áun quién soy creo que dudo.

Ciprian.

¿Viste en lo raro del viento,

[p. 307]Ó del centro en lo profundo,

Yerto un cadáver, dejando

En señas de polvo y humo

Desvanecida la pompa

Que llena de adornos trujo?

Clarin.

¿Ahora sabes que estoy

Sujeto á los infortunios

De acechador?

Ciprian.

¿Qué se hizo?

Clarin.

Deshízose luego al punto.

Ciprian.

Busquémosle.

Clarin.

No busquemos.

Ciprian.

Sus desengaños procuro.

Clarin.

Yo no, señor.

ESCENA XV.

EL DEMONIO.—CIPRIANO, CLARIN.

Demonio.

(Ap.)¡Justos cielos!

Si juntas un tiempo tuvo

Mi sér la ciencia y la gracia

Cuando fuí espíritu puro,

La gracia sola perdí,

La ciencia no. ¿Cómo injustos,

Si esto es así, de mis ciencias

Aun no me dejais el uso?

Ciprian.

¡Lucero, sabio maestro! (Sin verle.)

Clarin.

No le llames; que presumo

Que venga en otro cadáver.

Demonio.

¿Qué me quieres?

Ciprian.

Que del mucho

Horror que padezco absorto,

[p. 308]Rescates hoy mi discurso.

Clarin.

Yo, que no quiero rescates,

Por este lado me escurro. (Vase.)

ESCENA XVI.

CIPRIANO, EL DEMONIO.

Ciprian.

Apénas sobre la tierra

Herida, acentos pronuncio,

Cuando en la accion que allá estaba

Justina, divino asunto

De mi amor y mi deseo...

Pero ¿para qué procuro

Contarte lo que ya sabes?

Vino, abracéla, y al punto

Que la descubro (¡ay de mí!),

En su belleza descubro

Un esqueleto, una estatua,

Una imágen, un trasunto

De la muerte, que en distintas

Voces me dijo (¡oh qué susto!):

«Así, Ciprïano, son

Todas las glorias del mundo.»

Decir que en la magia tuya,

Por mí ejecutada, estuvo

El engaño, no es posible;

Porque yo, punto por punto

La obré, sin que errar pudiese

De sus caracteres mudos

Una línea, ni una voz

De sus mortales conjuros.

Luego tú me has engañado

[p. 309]Cuando yo los ejecuto,

Pues solo fantasmas hallo

Adonde hermosuras busco.

Demonio.

Ciprïano, ni hubo en tí

Defecto, ni en mí le hubo:

En tí, supuesto que obraste

El encanto con agudo

Ingenio; en mí, pues el mio

Te enseñó en él cuanto supo.

El asombro que has tocado,

Más superior causa tuvo.

Mas no importará; que yo,

Que tu descanso procuro,

Te haré dueño de Justina

Por otros medios más justos.

Ciprian.

No es ese mi intento ya;

Que de tal suerte confuso

Este espanto me ha dejado,

Que no quiero medios tuyos.

Y así, pues que no has cumplido

Las condiciones que puso

Mi amor, sólo de tí quiero,

Ya que de tu vista huyo,

Que mi cédula me vuelvas,

Pues es el contrato nulo.

Demonio.

Yo te dije que te habia

De enseñar en este estudio

Ciencias que atraer pudiesen,

De tus voces al impulso,

A Justina; y pues el viento

Aquí á Justina te trujo,

Válido ha sido el contrato,

Y yo mi palabra cumplo.

Ciprian.

Tú me ofreciste que habia

[p. 310]De coger mi amor el fruto

Que sembraba mi esperanza

Por estos montes incultos.

Demonio.

Yo me obligué, Ciprïano,

Solo á traerla.

Ciprian.

Eso dudo;

Que á dármela te obligaste.

Demonio.

Ya la ví en los brazos tuyos.

Ciprian.

Fué una sombra.

Demonio.

Fué un prodigio.

Ciprian.

¿De quién?

Demonio.

De quien se dispuso

A ampararla.

Ciprian.

¿Y cúyo fué?

Demonio.

(Temblando.) No quiero decirte cúyo.

Ciprian.

Valdréme yo de mis ciencias

Contra tí. Yo te conjuro

Que quién ha sido me digas.

Demonio.

Un Dios, que á su cargo tuvo

A Justina.

Ciprian.

Pues ¿qué importa

Solo un Dios, puesto que hay muchos?

Demonio.

Tiene este el poder de todos.

Ciprian.

Luego solamente es uno,

Pues con una voluntad

Obra más que todos juntos.

Demonio.

No sé nada, no sé nada.

Ciprian.

Ya todo el pacto renuncio,

Que hice contigo; y en nombre

De aquese Dios te pregunto:

¿Qué le ha obligado á ampararla?

Demonio.

(Despues de hacer fuerza por no decirlo.)

Guardar su honor limpio y puro.

Ciprian.

Luego ese es suma bondad,

[p. 311]Pues que no permite insulto.

Mas ¿qué perdiera Justina,

Si aquí se quedaba oculto?

Demonio.

Su honor, si lo adivinara

Por sus malicias el vulgo.

Ciprian.

Luego ese Dios todo es vista,

Pues vió los daños futuros.

Pero ¿no pudiera ser

Ser el encanto tan sumo,

Que no pudiera vencerle?

Demonio.

No, que su poder es mucho.

Ciprian.

Luego ese Dios todo es manos,

Pues que cuanto quiso pudo.

Díme ¿quién es ese Dios,

En quien hoy he hallado junto

Ser una suma bondad,

Ser un poder absoluto,

Todo vista y todo manos,

Que há tantos años que busco?

Demonio.

No lo sé.

Ciprian.

Díme quién es.

Demonio.

¡Con cuánto horror lo pronuncio!

Es el Dios de los cristianos.

Ciprian.

¿Qué es lo que moverle pudo

Contra mí?

Demonio.

Serlo Justina.

Ciprian.

¿Pues tanto ampara á los suyos?

Demonio.

(Rabioso.) Sí, mas ya es tarde, ya es tarde

Para hallarle tú, si juzgo

Que siendo tú esclavo mio,

No has de ser vasallo suyo.

Ciprian.

¡Yo tu esclavo!

Demonio.

En mi poder

Tu firma está.

[p. 312]

Ciprian.

Ya presumo

Cobrarla de tí, pues fué

Condicional, y no dudo

Quitártela.

Demonio.

¿De qué suerte?

Ciprian.

Desta suerte.

(Saca la espada, tírale al Demonio, y no le encuentra.)

Demonio.

Aunque desnudo

El acero contra mí

Esgrimas fiero y sañudo,

No me herirás; y porque

Desesperen tus discursos,

Quiero que sepas que ha sido

El Demonio el dueño tuyo.

Ciprian.

¡Qué dices!

Demonio.

Que yo lo soy.

Ciprian.

¡Con cuánto asombro te escucho!

Demonio.

Para que veas, no sólo

Que esclavo eres, pero cúyo.

Ciprian.

¡Esclavo yo del demonio!

¿Yo de un dueño tan injusto?

Demonio.

Sí, que el alma me ofreciste,

Y es mia desde aquel punto.

Ciprian.

¿Luego no tengo esperanza,

Favor, amparo ó recurso,

Que tanto delito pueda

Borrar?

Demonio.

No.

Ciprian.

Pues ya ¿qué dudo?

No ociosamente en mi mano

Esté aqueste acero agudo;

Pasándome el pecho, sea

Mi voluntario verdugo.

Mas ¿qué digo? Quien de tí

[p. 313]Librar á Justina pudo,

¿A mí no podrá librarme?

Demonio.

No, que es contra tí tu insulto.

Él no ampara los delitos,

Las virtudes sí.

Ciprian.

Si es sumo

Su poder, el perdonar

Y el premiar será en él uno.

Demonio.

Tambien lo será el premiar

Y el castigar, pues es justo.

Ciprian.

Nadie castiga al rendido:

Yo lo estoy, pues lo procuro.

Demonio.

Eres mi esclavo, y no puedes

Ser de otro dueño.

Ciprian.

Eso dudo.

Demonio.

¿Cómo, estando en mi poder

La firma que con dibujos

De tu sangre, escrita tengo?

Ciprian.

El que es poder absoluto,

Y no depende de otro,

Vencerá mis infortunios.

Demonio.

¿De qué suerte?

Ciprian.

Todo es vista,

Y verá el medio oportuno.

Demonio.

Yo la tengo.

Ciprian.

Todo es manos:

El sabrá romper los nudos.

Demonio.

Dejaréte yo primero

Entre mis brazos difunto. (Luchan los dos.)

Ciprian.

¡Grande Dios de los cristianos!

Á tí en mis penas acudo.

Demonio.

(Arrojando de entre sus brazos á Cipriano.)

Ese te ha dado la vida.

Ciprian.

Más me ha de dar, pues le busco. (Vanse.)


[p. 314]Sala en el palacio del Gobernador.

ESCENA XVII.

EL GOBERNADOR, FABIO, soldados.

Gobern.

¿Cómo ha sido la prision?

Fabio.

Todos en su iglesia estaban

Escondidos, donde daban

Á su Dios adoracion.

Llegué con armadas gentes,

Toda la casa cerqué,

Prendílos, y los llevé

Á cárceles diferentes;

Y el suceso, en fin, concluyo

Con decir que en esta ruina

Prendí á la hermosa Justina

Y á Lisandro, padre suyo.

Gobern.

Pues si riquezas codicias,

Puestos, honores y más,

¿Cómo esas nuevas me das,

Fabio, sin pedirme albricias?

Fabio.

Si así estimas mis sucesos,

Las que me has de dar no ignoro.

Gobern.

Dí.

Fabio.

La libertad de Floro

Y Lelio, que tienes presos.

Gobern.

Aunque yo con su castigo

Parece que escarmentar

Quise todo este lugar,

Si la verdad, Fabio, digo,

Otra es la causa por qué

Presos han vivido un año:

[p. 315]Y es que así de Lelio el daño

Como padre aseguré.

Floro, su competidor,

Tiene deudos poderosos:

Y estando los dos celosos

Y empeñados en su amor,

Temí que habian de volver

Otra vez á la cuestion;

Y hasta quitar la ocasion,

No me quise resolver.

Con este intento buscaba

Algun color con que echar

A Justina del lugar;

Pero nunca le encontraba.

Y pues su virtud fingida,

No sólo ocasion me da

Hoy de desterrarla ya,

Mas de quitarla la vida,

No estén más presos; y así,

A sus prisiones irás,

Y con brevedad traerás

A Lelio y á Floro aquí.

Fabio.

Beso mil veces tus piés

Por merced tan peregrina. (Vase.)

ESCENA XVIII.

EL GOBERNADOR, soldados.

Gobern.

Ya está en mi poder Justina,

Presa y convencida: pues

¿Qué espera mi rabia fiera,

Que ya en ella no ha vengado

[p. 316]Los enojos que me ha dado?

A sangrientas manos muera

De un verdugo.—Vos, mirad...

(A un soldado.)

Que aquí la traigais os mando

Hoy á la vergüenza, dando

Escándalo en la ciudad;

Porque si en palacio está,

Nada á darla vida baste.

(Vase el soldado con otros.)

ESCENA XIX.

FABIO, LELIO, FLORO.—Dichos.

Fabio.

Los dos por quien enviaste

Están á tus plantas ya.

Lelio.

Yo que al fin sólo deseo

Parecer tu hijo esta vez,

No te miro como juez,

Con los temores de reo;

Sino como padre airado,

Con los temores de hijo

Obediente.

Floro.

Y yo colijo,

Viéndome de tí llamado,

Que es para darme, señor,

Castigos que no merezco.

Pero á tus plantas me ofrezco.

Gobern.

Lelio, Floro, mi rigor

Justo con los dos ha sido,

Porque si no os castigara,

Padre, no juez me mostrara.

[p. 317]Pero teniendo entendido

Que en los nobles no duró

Nunca el enojo, y que ya

Quitada la causa está,

Intento piadoso yo

Haceros amigos luego.

En muestras de la amistad,

Aquí los brazos os dad.

Lelio.

Yo el venturoso á ser llego

En ser hoy de Floro amigo.

Floro.

Y yo de que lo seré

Doy mano y palabra.

Gobern.

En fe

Deso, á libraros me obligo,

Que si el desengaño toco

Que de vuestro amor teneis,

No dudo que lo sereis.

ESCENA XX.

EL DEMONIO, gente.—Dichos.

Demonio.

(Dentro.) ¡Guarda el loco, guarda el loco!

Gobern.

¿Qué es esto?

Lelio.

Yo lo iré á ver.

(Llega á la puerta, y vuelve luego.)

Gobern.

En palacio tanto ruido,

¿De qué puede haber nacido?

Floro.

Gran causa debe de ser.

Lelio.

Aqueste ruido, señor

(Escucha un raro suceso),

Es Ciprïano, que al cabo

De tantos dias ha vuelto

[p. 318]Loco y sin juicio á Antioquía.

Floro.

Sin duda que de su ingenio

La sutileza le tiene

En aqueste estado puesto.

Gente.

(Dentro.) ¡Guarda el loco, guarda el loco!

ESCENA XXI.

CIPRIANO, medio desnudo, gente.—Dichos.

Ciprian.

Nunca yo he estado más cuerdo;

Que vosotros sois los locos.

Gobern.

Ciprïano, ¿pues qué es esto?

Ciprian.

Gobernador de Antioquía,

Virey del gran césar Decio,

Floro y Lelio, de quien fuí

Amigo tan verdadero,

Nobleza ilustre, gran plebe,

Estadme todos atentos;

Que por hablaros á todos

Juntos, á palacio vengo.

Yo soy Ciprïano, yo

Por mi estudio y por mi ingenio

Fuí asombro de las escuelas,

Fuí de las ciencias portento.

Lo que de todas saqué,

Fué una duda, no saliendo

Jamás de una duda sola

Confuso en mi entendimiento.

Ví á Justina, y en Justina

Ocupados mis afectos,

Dejé á la docta Minerva

Por la enamorada Vénus.

[p. 319]De su virtud despedido,

Mantuve mis sentimientos,

Hasta que mi amor, pasando

De un extremo en otro extremo,

A un huésped mio, que el mar

Le dió mis plantas por puerto,

Por Justina ofrecí el alma,

Porque me cautivó á un tiempo

El amor con esperanzas,

Y con ciencias el ingenio.

Deste, discípulo he sido,

Esas montañas viviendo,

A cuya docta fatiga

Tanta admiracion le debo,

Que puedo mudar los montes

Desde un asiento á otro asiento;

Y aunque puedo estos prodigios

Hoy ejecutar, no puedo

Atraer una hermosura

A la voz de mi deseo.

La causa de no poder

Rendir este monstruo bello,

Es que hay un Dios que la guarda,

En cuyo conocimiento

He venido á confesarle

Por el más sumo y inmenso.

El gran Dios de los cristianos

Es el que á voces confieso;

Que aunque es verdad que yo ahora

Esclavo soy del infierno,

Y que con mi sangre misma

Hecha una cédula tengo,

Con mi sangre he de borrarla

En el martirio que espero.

[p. 320]Si eres juez, si á los cristianos

Persigues duro y sangriento,

Yo lo soy; que un venerable

Anciano, en el monte mesmo

El carácter me imprimió

Que es su primer sacramento.

Ea pues, ¿qué aguardas? Venga

El verdugo, y de mi cuello

La cabeza me divida,

O con extraños tormentos

Acrisola mi constancia;

Que yo rendido y resuelto

A padecer dos mil muertes

Estoy, porque á saber llego

Que sin el gran Dios que busco,

Que adoro y que reverencio,

Las humanas glorias son

Polvo, humo, ceniza y viento.

(Cae boca abajo en el suelo, como desmayado.)

Gobern.

Tan absorto, Ciprïano,

Me deja tu atrevimiento,

Que imaginando castigos,

A ninguno me resuelvo. (Pisándole.)

Levántate.

Floro.

Desmayado,

Es una estatua de hielo.

ESCENA XXII.

Soldados, JUSTINA.—Dichos.

Un sold.

Aquí está, señor, Justina.

Gobern.

(Ap. Verla la cara no quiero.)

[p. 321]

Con ese vivo cadáver

Todos sola la dejemos;

(Ap. á los presentes.)

Porque cerrados los dos,

Quizá mudarán de intento,

Viéndose morir el uno

Al otro; ó sañudo y fiero,

Si no adoraren mis dioses,

Morirán con mil tormentos.

Lelio.

(Ap.) Entre el amor y el espanto

Confuso voy y suspenso.

Floro.

(Ap.) Tanto tengo que sentir,

Que no sé qué es lo que siento.

(Vanse todos, ménos Justina.)

ESCENA XXIII.

JUSTINA; CIPRIANO, sin sentido, en el suelo.

Justina.

¿Todos os vais sin hablarme?

Cuando yo contenta vengo

A morir, ¡áun no me dais

Muerte, porque la deseo!

(Repara en Cipriano.)

Mas sin duda es mi castigo,

Cerrada en este aposento,

Darme muerte dilatada,

Acompañada de un muerto,

Pues sólo un cadáver me hace

Compañía. ¡Oh tú, que al centro

De donde saliste, vuelves!

¡Dichoso tú, si te ha puesto

En este estado la fe

[p. 322]Que adoro!

Ciprian.

(Recobrándose.) Monstruo soberbio,

¿Qué aguardas, que no desatas

Mi vida en?... (Ve á Justina, y levántase.)

¡Válgame el cielo!

(Ap.) ¿No es Justina la que miro?

Justina.

(Ap.) ¿No es Ciprïano el que veo?

Ciprian.

(Ap.) Mas no es ella, que en el aire

La finge mi pensamiento.

Justina.

(Ap.) Mas no es él: por divertirme,

Fantasmas me finge el viento.

Ciprian.

Sombra de mi fantasía...

Justina.

Ilusion de mi deseo...

Ciprian.

Asombro de mis sentidos...

Justina.

Horror de mis pensamientos...

Ciprian.

¿Qué me quieres?

Justina.

¿Qué me quieres?

Ciprian.

Ya no te llamo. ¿A qué efecto

Vienes?

Justina.

¿A qué efecto tú

Me buscas? Ya en tí no pienso.

Ciprian.

Yo no te busco, Justina.

Justina.

Ni yo á tu llamada vengo.

Ciprian.

Pues ¿cómo estás aquí?

Justina.

Presa.

¿Y tú?

Ciprian.

Tambien estoy preso.

Pero tu virtud, Justina,

Díme ¿qué delito ha hecho?

Justina.

No es delito, pues ha sido

Por el aborrecimiento

De la fe de Cristo, á quien

Como á mi Dios reverencio.

Ciprian.

Bien se lo debes, Justina;

[p. 323]Que tienes un Dios tan bueno,

Que vela en defensa tuya.

Haz tú que escuche mis ruegos.

Justina.

Sí hará, si con fe le llamas.

Ciprian.

Con ella le llamo; pero

Aunque dél no desconfío,

Mis extrañas culpas temo.

Justina.

Confía.

Ciprian.

¡Ay, qué inmensos son

Mis delitos!

Justina.

Más inmensos

Son sus favores.

Ciprian.

¿Habrá

Para mí perdon?

Justina.

Es cierto.

Ciprian.

¿Cómo, si el alma he entregado

Al demonio mismo, en precio

De tu hermosura?

Justina.

No tiene

Tantas estrellas el cielo,

Tantas arenas el mar,

Tantas centellas el fuego,

Tantos átomos el dia,

Ni tantas plumas el viento,

Como él perdona pecados.

Ciprian.

Así, Justina, lo creo,

Y por él daré mil vidas.

Pero la puerta han abierto.

[p. 324]ESCENA XXIV.

FABIO, trayendo presos á MOSCON, CLARIN y LIVIA.—CIPRIANO, JUSTINA.

Fabio.

Entrad, que con vuestros amos

Aquí habeis de quedar presos. (Vase.)

Livia.

Si ellos quieren ser cristianos,

¿Acá qué culpa tenemos?

Moscon.

Mucha; que los que servimos,

Harto gran delito hacemos.

Clarin.

Huyendo del monte, vine

De un riesgo á dar á otro riesgo.

ESCENA XXV.

Un criado.—Dichos.

Criado.

A Justina y á Cipriano

El gobernador Aurelio

Llama.

Justina.

¡Feliz yo mil veces,

Si es para el fin que deseo!—

No te acobardes, Cipriano.

Ciprian.

Fe, valor y ánimo tengo;

Que si de mi esclavitud

La vida ha de ser el precio,

Quien el alma dió por tí,

¿Qué hará en dar por Dios el cuerpo?

Justina.

Que en la muerte te querria

Dije; y pues á morir llego

[p. 325]Contigo, Cipriano, ya

Cumplí mis ofrecimientos.

(Vanse Justina, Cipriano y el criado.)

ESCENA XXVI.

MOSCON, LIVIA, CLARIN.

Moscon.

¡Qué contentos á morir

Van!

Livia.

Mucho más contentos

Los tres á vivir quedamos.

Clarin.

No mucho; que falta un pleito

Que averiguar; y aunque aquesta

No es ocasion, por si luego

No hay lugar, no será justo

Que echemos á mal el tiempo.

Moscon.

¿Qué pleito es ese?

Clarin.

Yo he estado

Ausente...

Livia.

Dí.

Clarin.

Un año entero,

Y un año Moscon ha sido

Sin mi intermision tu dueño;

Y á rata por cantidad,

Para que iguales estemos,

Otro año has de ser mia.

Livia.

¿Pues de mí presumes eso,

Que habia de hacerte ofensa?

Los dias lloraba enteros

Que me tocaba llorar.

Moscon.

Y yo soy testigo dello;

Que el dia que no era mio

[p. 326]Guardé á tu amistad respeto.

Clarin.

Eso es falso, porque hoy

No lloraba cuando dentro

De su casa entré, y con ella

Estabas tú muy de asiento.

Livia.

No era hoy dia de plegaria.

Clarin.

Sí era, que si bien me acuerdo,

El dia que me ausenté

Era mio.

Livia.

Ese fué yerro.

Moscon.

Ya sé en lo que el yerro ha estado.

Este fué año de bisiesto,

Y fueron pares los dias.

Clarin.

Yo me doy por satisfecho,

Porque no lo ha de apurar

Todo el hombre.—Mas ¿qué es esto?

(Suena gran ruido de tempestad.)

ESCENA XXVII.

EL GOBERNADOR, gente; luego, FABIO, LELIO y FLORO, todos alborotados; despues, EL DEMONIO.

Livia.

La casa se viene abajo.

Moscon.

¡Qué confusion! ¡qué portento!

Gobern.

Sin duda se ha desplomado

La máquina de los cielos.

(Suena la tempestad, y salen Fabio, Lelio y Floro.)

Fabio.

Apénas en el cadalso

Cortó el verdugo los cuellos

De Cipriano y de Justina,

Cuando hizo sentimiento

Toda la tierra.

[p. 327]

Lelio.

Una nube,

De cuyo abrasado seno

Abortos horribles son

Los relámpagos y truenos,

Sobre nosotros cae.

Floro.

Della

Un disforme monstruo horrendo

En las escamadas conchas

De una sierpe sale, y puesto

Sobre el cadalso, parece

Que nos llama á su silencio.

(Descúbrese el cadalso con las cabezas y cuerpos de Justina y Cipriano, y el Demonio, en lo alto, sobre una sierpe.)

Demonio.

Oid, mortales, oid

Lo que me mandan los cielos

Que en defensa de Justina

Haga á todos manifiesto.

Yo fuí quien por disfamar

Su virtud, formas fingiendo,

Su casa escalé, y entré

Hasta su mismo aposento;

Y porque nunca padezca

Su honesta fama desprecios,

A restituir su honor

De aquesta manera vengo.

Ciprïano, que con ella

Yace en feliz monumento,

Fué mi esclavo; mas borrando

Con la sangre de su cuello

La cédula que me hizo,

Ha dejado en blanco el lienzo;

Y los dos, á mi pesar,

A las esferas subiendo

Del sacro solio de Dios,

[p. 328]Viven en mejor imperio.

Esta es la verdad, y yo

La digo, porque Dios mesmo

Me fuerza á que yo la diga,

Tan poco enseñado á hacerlo.

(Cae velozmente, y húndese.)

Lelio.

¡Qué asombro!

Floro.

¡Qué confusion!

Livia.

¡Qué prodigio!

Todos.

¡Qué portento!

Gobern.

Todos estos son encantos

Que aqueste mágico ha hecho

En su muerte.

Floro.

Yo no sé

Si los dudo ó si los creo.

Lelio.

A mí me admira el pensarlos.

Clarin.

Yo solamente resuelvo

Que si él es mágico, ha sido

El mágico de los cielos.

Moscon.

Pues dejando en pié la duda

Del bien partido amor nuestro,

Al Mágico prodigioso

Pedid perdon de los yerros.


[p. 329]

EL PRÍNCIPE CONSTANTE.


[p. 330]

PERSONAS.


Don Fernando, príncipe.

Don Enrique, príncipe.

Don Juan Coutiño.

El rey de Fez, viejo.

Muley, general.

Celin.

Alfonso, rey de Portugal.

Tarudante, rey de Marruecos.

Brito, gracioso.

Fénix, infanta.

Rosa.

Zara.

Estrella.

Celima.

Soldados portugueses.

Cautivos.

Moros.

La escena es en Fez y sus contornos, y en los de Tánger.

La accion principia en el año 1437.


[p. 331]

JORNADA PRIMERA.


Jardin del rey de Fez.

ESCENA PRIMERA.

Cautivos, que salen cantando; ZARA.

Zara.

Cantad aquí, que ha gustado,

Miéntras toma de vestir

Fénix hermosa, de oir

Las canciones, que ha escuchado

Tal vez en los baños, llenas

De dolor y sentimiento.

Caut. 1.º

Música cuyo instrumento

Son los hierros y cadenas

Que nos aprisionan, ¿puede

Haberla alegrado?

Zara.

Sí:

Ella escucha desde aquí.

Cantad.

Caut. 2.º

Esa pena excede,

Zara hermosa, á cuantas son,

Pues solo un rudo animal,

Sin discurso racional,

Canta alegre en la prision.

[p. 332]

Zara.

¿No cantais vosotros?

Caut. 3.º

Es

Para divertir las penas

Propias, mas no las ajenas.

Zara.

Ella escucha, cantad pues.

Cautivos

(Cantando.) Al peso de los años

Lo eminente se rinde;

Que á lo fácil del tiempo

No hay conquista difícil.

ESCENA II.

ROSA.—Dichos.

Rosa.

Despejad, cautivos; dad

A vuestras canciones fin;

Porque sale á este jardin

Fénix á dar vanidad

Al campo con su hermosura,

Segunda aurora del prado.

(Vanse los cautivos.)

ESCENA III.

FÉNIX, ESTRELLA y CELIMA, como acabando de vestir á la Infanta.—ZARA, ROSA.

Estrel.

Hermosa te has levantado.

Zara.

No blasone el alba pura

Que la debe este jardin

La luz ni fragancia hermosa,

Ni la púrpura la rosa,

[p. 333]Ni la blancura el jazmin.

Fénix.

El espejo.

Estrel.

Es excusado

Querer consultar con él

Los borrones que el pincel

Sobre la tez no ha dejado. (Danle un espejo.)

Fénix.

¿De qué sirve la hermosura

(Cuando lo fuese la mia),

Si me falta la alegría,

Si me falta la ventura?

Celima.

¿Qué sientes?

Fénix.

Si yo supiera,

¡Ay Celima! lo que siento,

De mi mismo sentimiento

Lisonja al dolor hiciera;

Pero de la pena mia

No sé la naturaleza;

Que entónces fuera tristeza

Lo que hoy es melancolía.

Solo sé que sé sentir;

Lo que sé sentir no sé;

Que ilusion del alma fué.

Zara.

Pues no pueden divertir

Tu tristeza estos jardines,

Que á la primavera hermosa

Labran estatuas de rosa

Sobre templos de jazmines,

Hazte al mar: un barco sea

Dorado carro del sol.

Rosa.

Y cuando tanto arrebol

Errar por sus ondas vea,

Con grande melancolía

El jardin al mar dirá:

«Ya el sol en su centro está:

[p. 334]Muy breve ha sido este dia.»

Fénix.

Pues no me puede alegrar,

Formando sombras y léjos,

La emulacion, que en reflejos,

Tienen la tierra y el mar;

Cuando con grandezas sumas

Compiten entre esplendores

Las espumas á las flores,

Las flores á las espumas;

Porque el jardin, envidioso

De ver las ondas del mar,

Su curso quiere imitar;

Y así el céfiro amoroso

Matices rinde y olores,

Que soplando en ellas bebe,

Y hacen las hojas que mueve

Un océano de flores;

Cuando el mar, triste de ver

La natural compostura

Del jardin, tambien procura

Adornar y componer

Su playa, la pompa pierde,

Y á segunda ley sujeto,

Compite con dulce efeto

Campo azul y golfo verde,

Siendo, ya con rizas plumas,

Ya con mezclados colores.

El jardin un mar de flores,

Y el mar un jardin de espumas:

Sin duda mi pena es mucha,

No la pueden lisonjear

Campo, cielo, tierra y mar.

Zara.

Gran pena contigo lucha.

[p. 335] ESCENA IV.

EL REY, con un retrato.—Dichos.

Rey.

Si acaso permite el mal,

Cuartana de tu belleza,

Dar treguas á tu tristeza,

Este bello original

(Que no es retrato el que tiene

Alma y vida) es del infante

De Marruecos, Tarudante,

Que á rendir á tus piés viene

Su corona: embajador

Es de su parte; y no dudo

Que, embajador que habla mudo,

Trae embajadas de amor.

Favor en su amparo tengo:

Diez mil jinetes alista

Que enviar á la conquista

De Ceuta, que ya prevengo.

Dé la vergüenza esta vez

Licencia: permite amar

A quien se ha de coronar

Rey de tu hermosura en Fez.

Fénix.

(Ap.) ¡Válgame Alá!

Rey.

¿Qué rigor

Te suspende de esa suerte?

Fénix.

(Ap.) La sentencia de mi muerte.

Rey.

¿Qué es lo que dices?

Fénix.

Señor,

Si sabes que siempre has sido

Mi dueño, mi padre y rey,

[p. 336]¿Qué he de decir? (Ap. ¡Ay Muley!

¡Grande ocasion has perdido!)

El silencio (¡ay infelice!)

Hace mi humildad inmensa.

(Ap. Miente el alma, si lo piensa;

Miente la voz, si lo dice.)

Rey.

Toma el retrato.

Fénix.

(Ap.)Forzada

La mano le tomará;

Pero el alma no podrá.

(Disparan una pieza.)

Zara.

Esta salva es á la entrada

De Muley, que hoy ha surgido

Del mar de Fez.

Rey.

Justa es.

ESCENA V.

MULEY, con baston de general.—Dichos.

Muley.

Dáme, gran señor, los piés.

Rey.

Muley, seas bien venido.

Muley.

Quien penetra el arrebol

De tan soberana esfera,

Y á quien en el puerto espera

Tal aurora, hija del sol,

Fuerza es que venga con bien.

Dáme, señora, la mano,

Que este favor soberano

Puede mereceros quien

Con amor, lealtad y fe

Nuevos triunfos te previene.

(Ap. Y fué á serviros, y viene

[p. 337]Tan amante como fué.)

Fénix.

(Ap. ¡Válgame el cielo! ¿qué veo?)

Tú, Muley (estoy mortal),

Vengas con bien.

Muley.

(Ap.) No, con mal

Será, si á mis ojos creo.

Rey.

En fin, Muley, ¿qué hay del mar?

Muley.

Hoy tu sufrimiento pruebas:

De pesar te traigo nuevas,

Porque ya todo es pesar.

Rey.

Pues cuanto supieres dí;

Que en un ánimo constante

Siempre se halla igual semblante

Para el bien y el mal.—Aquí

Te sienta, Fénix.

Fénix.

Sí haré.

Rey.

Todos os sentad.—Prosigue,

Y nada á callar te obligue,

(Siéntanse el Rey y las damas.)

Muley.

(Ap. Ni hablar ni callar podré.)

Salí, como me mandaste,

Con dos galeazas solas,

Gran señor, á recorrer

De Berbería las costas.

Fué tu intento que llegase

A aquella ciudad famosa,

Llamada en un tiempo Elisa,

Aquella que está en la boca

Del Freto Hercúleo fundada,

Y de Ceido nombre toma;

Que Ceido, Ceuta, en hebreo

Vuelto el árabe idïoma,

Quiere decir hermosura,

Y ella es ciudad siempre hermosa.

[p. 338]Aquella, pues, que los cielos

Quitaron á tu corona,

Quizá por justos enojos

Del gran profeta Mahoma,

Y en oprobio de las armas

Nuestras, miramos ahora

Que pendones portugueses

En sus torres se enarbolan,

Teniendo siempre á los ojos

Un padrastro que baldona

Nuestros aplausos, un freno

Que nuestro orgullo reporta,

Un Cáucaso que detiene

Al Nilo de tus victorias

La corriente, y puesta en medio,

El paso á España le estorba.

Iba con órdenes pues

De mirar y inquirir todas

Sus fuerzas, para decirte

La disposicion y forma

Que hoy tiene, y cómo podrás

A ménos peligro y costa

Emprender la guerra. El cielo

Te conceda la victoria

Con esta restitucion,

Aunque la dilate agora

Mayor desdicha; pues creo

Que está su empresa dudosa,

Y con más necesidad

Te está apellidando otra;

Pues las armas prevenidas

Para la gran Ceuta, importa

Que sobre Tánger acudan;

Porque amenazada llora

[p. 339]De igual pena, igual desdicha,

Igual ruina, igual congoja.

Yo lo sé, porque en el mar

Una mañana ví (á la hora

Que, medio dormido el sol,

Atropellando las sombras

Del ocaso, desmaraña

Sobre jazmines y rosas

Rubios cabellos, que enjuga

Con paños de oro á la aurora

Lágrimas de fuego y nieve,

Que el sol convirtió en aljófar),

Que á largo trecho del agua

Venía una gruesa tropa

De naves; si bien entónces

No pudo la vista absorta

Determinarse á decir

Si eran naos ó si eran rocas;

Porque como en los matices

Sutiles pinceles logran

Unos visos, unos léjos,

Que en perspectiva dudosa

Parecen montes tal vez,

Y tal ciudades famosas,

Porque la distancia siempre

Monstruos imposibles forma;

Así en países azules

Hicieron luces y sombras,

Confundiendo mar y cielo,

Con las nubes y las ondas,

Mil engaños á la vista;

Pues ella entónces curiosa,

Sólo percibió los bultos

Y no distinguió las formas.

[p. 340]Primero dos pareció,

Viendo que sus puntas tocan

Con el cielo, que eran nubes

De las que á la mar se arrojan

A concebir en zafir

Lluvias que en cristal abortan;

Y fué bien pensado, pues

Esta innumerable copia

Pareció que pretendia

Sorberse el mar gota á gota.

Luégo de marinos monstruos

Nos pareció errante copia,

Que á acompañar á Neptuno

Salian de sus alcobas;

Pues sacudiendo las velas,

Que son del viento lisonja,

Pensamos que sacudian

Las alas sobre las olas.

Ya parecia más cerca

Una inmensa Babilonia,

De quien los pensiles fueron

Flámulas que el viento azotan.

Aquí ya desengañada

La vista, mejor se informa

De que era armada, pues vió

A los sulcos de las proas

Cuando batidas espumas

Ya se encrespan, ya se entorchan,

Rizarse montes de plata,

De cristal cuajarse rocas.

Yo, que ví tanto enemigo,

Volví á su rigor la proa;

Que tambien saber huir

Es linaje de victoria.

[p. 341]Y así, como más experto

En estos mares, la boca

Tomé en una cala, adonde,

Al abrigo y á la sombra

De dos montecillos, pude

Resistir la poderosa

Furia de tan gran poder,

Que mar, cielo y tierra asombra.

Pasan sin vernos, y yo

Deseoso (¿quién lo ignora?)

De saber dónde seguia

Esta armada su derrota,

A la campaña del mar

Salí otra vez, donde logra

El cielo mis esperanzas,

En esta ocasion dichosas;

Pues ví que de aquella armada

Se habia quedado sola

Una nave, y que en el mar

Mal defendida zozobra:

Porque, segun despues supe,

De una tormenta, que todas

Corrieron, habia salido

Deshecha, rendida y rota;

Y así llena de agua estaba,

Sin que bastasen las bombas

A agotarla, y titubeando,

Ya á aquella parte, ya á estotra,

Estaba á cada vaiven

Si se ahoga, ó no se ahoga.

Llegué á ella, y aunque moro,

Les dí alivio en sus congojas;

Que el tener en las desdichas

Compañía, de tal forma

[p. 342]Consuela, que el enemigo

Suele servir de lisonja.

El deseo de vivir

Tanto á algunos les provoca,

Que haciendo al intento escalas

De gúmenas y maromas,

A la prision se vinieron;

Si bien otros les baldonan,

Diciéndoles que el vivir

Eterno es vivir con honra;

Y áun así se resistieron:

¡Portuguesa vanagloria!

De los que salieron, uno

Muy por extenso me informa.

Dice, pues, que aquella armada

Ha salido de Lisboa

Para Tánger, y que viene

A sitiarla con heroica

Determinacion que veas

En sus almenas famosas

Las quinas que ves en Ceuta

Cada vez que el sol se asoma.

Duarte de Portugal,

Cuya fama vencedora

Ha de volar con las plumas

De las águilas de Roma,

Envía á sus dos hermanos

Enrique y Fernando, gloria

Deste siglo, que los mira

Coronados de victorias.

Maestres de Cristo y de Avis

Son, los dos pechos adornan

Cruces de perfiles blancos.

Una verde y otra roja.

[p. 343]Catorce mil portugueses

Son, gran señor, los que cobran

Sus sueldos, sin los que vienen

Sirviéndolos á su costa.

Mil son los fuertes caballos,

Que la soberbia española

Los vistió para ser tigres,

Los calzó para ser onzas.

Ya á Tánger habrán llegado,

Y esta, señor, es la hora

Que, si su arena no pisan,

Al ménos sus mares cortan.

Salgamos á defenderla:

Tú mismo las armas toma:

Baje en tu valiente brazo

El azote de Mahoma,

Y del libro de la muerte

Desate la mejor hoja;

Que quizá se cumple hoy

Una profecía heroica

De Morábitos, que dicen

Que en la márgen arenosa

Del África ha de tener

La portuguesa corona

Sepulcro infeliz, y vean

Que aquesta cuchilla corva,

Campañas verdes y azules

Volvió, con su sangre, rojas.

Rey.

Calla, no me digas más;

Que de mortal furia lleno,

Cada voz es un veneno

Con que la muerte me das.

Yo á sus bríos arrogantes

Haré que en África tengan

[p. 344]Sepulcro, aunque armados vengan

Sus maestres los Infantes.

Tú, Muley, con los jinetes,

De la costa parte luego,

Miéntras yo en tu amparo llego;

Que si, como me prometes,

En escaramuzas diestras

Le ocupas, porque tan presto

No tomen tierra, y en esto

La sangre heredada muestras,

Yo tan veloz llegaré

Como tú con lo restante

Del ejército arrogante

Que en ese campo se ve;

Y así la sangre concluya

Tantos duelos en un dia,

Porque Ceuta ha de ser mia,

Y Tánger no ha de ser suya. (Vase.)

ESCENA VI.

FÉNIX, MULEY, ZARA, ROSA, ESTRELLA, CELIMA.

Muley.

Aunque de paso, no quiero

Dejar, Fénix, de decir,

Ya que tengo de morir,

La enfermedad de que muero;

Que aunque pierdan mis recelos

El respeto á tu opinion,

Si celos mis penas son,

Ninguno es cortés con celos.

¿Qué retrato ¡ay enemiga!

En tu blanca mano ví?

[p. 345]¿Quién es el dichoso, dí?

¿Quién?... Mas espera, no diga

Tu lengua tales agravios:

Basta, sin saber quién sea,

Que yo en tu mano le vea,

Sin que le escuche en tus labios.

Fénix.

Muley, aunque mi deseo

Licencia de amar te dió,

De ofender y injuriar no.

Muley.

Es verdad, Fénix, ya veo

Que no es estilo ni modo

De hablarte; pero los cielos

Saben que, en habiendo celos,

Se pierde el respeto á todo.

Con grande recato y miedo

Te serví, quise y amé;

Mas si con amor callé,

Con celos, Fénix, no puedo,

No puedo.

Fénix.

No ha merecido

Tu culpa satisfaccion;

Pero yo por mi opinion

Satisfacerte he querido;

Que un agravio entre los dos

Disculpa tiene; y así,

Te la doy.

Muley.

¿Pues hayla?

Fénix.

Sí.

Muley.

¡Buenas nuevas te dé Dios!

Fénix.

Este retrato ha enviado...

Muley.

¿Quién?

Fénix.

Tarudante el infante.

Muley.

¿Para qué?

Fénix.

Porque ignorante

[p. 346]Mi padre de mi cuidado...

Muley.

Bien.

Fénix.

Pretende que estos dos

Reinos...

Muley.

No me digas más.

¿Esa disculpa me das?

¡Malas nuevas te dé Dios!

Fénix.

Pues ¿qué culpa habré tenido

De que mi padre lo trate?

Muley.

De haber hoy, aunque te mate,

El retrato recibido.

Fénix.

¿Pude excusarlo?

Muley.

¿Pues no?

Fénix.

¿Cómo?

Muley.

Otra cosa fingir.

Fénix.

Pues ¿qué pude hacer?

Muley.

Morir;

Que por tí lo hiciera yo.

Fénix.

Fué fuerza.

Muley.

Mas fué mudanza.

Fénix.

Fué violencia.

Muley.

No hay violencia.

Fénix.

Pues ¿qué pudo ser?

Muley.

Mi ausencia.

Sepulcro de mi esperanza.

Y para no asegurarme

De que te puedes mudar,

Ya me vuelvo yo á ausentar:

Vuelve, Fénix, á matarme.

Fénix.

Forzosa es la ausencia, parte...

Muley.

Ya lo está el alma primero.

Fénix.

Á Tánger, que en Fez te espero,

Donde acabes de quejarte.

Muley.

Sí haré, si mi mal dilato.

[p. 347]

Fénix.

Adios, que es fuerza el partir.

Muley.

Oye: ¿al fin me dejas ir

Sin entregarme el retrato?

Fénix.

Por el Rey no le he deshecho.

Muley.

Suelta, que no será en vano

Que saque yo de tu mano

A quien me saca del pecho. (Vanse.)


Playa de Tánger.

ESCENA VII.

Tocan dentro un clarin, hay ruido de desembarcar, y van saliendo DON FERNANDO, DON ENRIQUE, DON JUAN COUTIÑO, y soldados portugueses.

D. Fern.

Yo he de ser el primero, África bella,

Que he de pisar tu márgen arenosa,

Porque oprimida al peso de mi huella

Sientas en tu cerviz la poderosa

Fuerza que ha de rendirte.

D. Enr.

Yo en el suelo

Africano la planta generosa (Cae.)

El segundo pondré. ¡Válgame el cielo!

Hasta aquí los agüeros me han seguido.

D. Fern.

Pierde, Enrique, á esas cosas el recelo,

Porque el caer agora, ántes ha sido

Que ya, como á señor, la misma tierra

Los brazos en albricias te ha pedido.

D. Enr.

Desierta esta campaña y esta sierra

Los alarbes, al vernos, han dejado.

[p. 348]

D. Juan.

Tánger las puertas de sus muros cierra.

D. Fern.

Todos se han retirado á su sagrado.

Don Juan Coutiño, conde de Miralva,

Reconoced la tierra con cuidado:

Ántes que el sol, reconociendo el alba,

Con más furia nos hiera y nos ofenda,

Haced á la ciudad la primer salva.

Decid que defenderse no pretenda,

Porque la he de ganar á sangre y fuego,

Que el campo inunde, el edificio encienda.

D. Juan.

Tú verás que á sus mismas puertas llego,

Aunque volcan de llamas y de rayos

Le deje al sol con pardas nubes ciego.

(Vase.)

ESCENA VIII.

BRITO.—DON FERNANDO, DON ENRIQUE, soldados portugueses.

Brito.

¡Gracias á Dios que abriles piso y mayos,

Y en la tierra me voy por donde quiero,

Sin sustos, sin vaivenes ni desmayos!

Y no en el mar, adonde, si primero

No se consulta un monstruo de madera,

Que es juez de palo, en fin, el más ligero

No se puede escapar de una carrera

En el mayor peligro. ¡Ah tierra mia!

No muera en agua yo, como no muera

Tampoco en tierra hasta el postrero dia.

D. Enr.

¡Que escuches este loco!

D. Fern.

Y que tu pena,

[p. 349]Sin razon, sin arbitrio y sin consuelo[6],

¡Tanto de tí te priva y te divierte!

D. Enr.

El alma traigo de temores llena:

Echada juzgo contra mí la suerte,

Desde que desde Lisboa, al salir, sólo

Imágenes he visto de la muerte.

Apénas, pues, al berberisco polo

Prevenimos los dos esta jornada,

Cuando de un parasismo el mismo Apolo

Amortajado en nubes, la dorada

Faz escondió, y el mar sañudo y fiero

Deshizo con tormentas nuestra armada.

Si miro al mar, mil sombras considero;

Si al cielo miro, sangre me parece

Su velo azul; si al aire lisonjero,

Aves nocturnas son las que me ofrece;

Si á la tierra, sepulcros representa,

Donde mísero yo caiga y tropiece.

D. Fern.

Pues descifrarte aquí mi amor intenta

Causa de un melancólico accidente.

Sorbernos una nave una tormenta,

Es decirnos que sobra aquella gente

Para ganar la empresa á que venimos:

Verter púrpura el cielo trasparente,

Es gala, no es horror; que si fingimos

Monstruos al agua y pájaros al viento,

Nosotros hasta aquí no los trajimos;

Pues si ellos aquí están, ¿no es argumento

Que á la tierra que habitan inhumanos,

Pronostican el fin fiero y sangriento?

[p. 350]Estos agüeros viles, miedos vanos,

Para los moros vienen, que los crean,

No para que los duden los cristianos.

Nosotros dos lo somos; no se emplean

Nuestras armas aquí por vanagloria

De que en los libros inmortales lean

Ojos humanos esta gran victoria.

La fe de Dios á engrandecer venimos.

Suyo será el honor, suya la gloria,

Si vivimos dichosos, pues morimos;

El castigo de Dios justo es temerle,

Este no viene envuelto en miedos vanos:

A servirle venimos, no á ofenderle:

Cristianos sois, haced como cristianos.—

Pero ¿qué es esto?

ESCENA IX.

DON JUAN.—Dichos.

D. Juan.

Señor,

Yendo al muro á obedecerte,

A la falda de ese monte

Ví una tropa de jinetes,

Que de la parte de Fez

Corriendo á esta parte vienen

Tan veloces, que á la vista

Aves, no brutos, parecen.

El viento no los sustenta,

La tierra apénas los siente;

Y así la tierra ni el aire

Saben si corren ó vuelen.

D. Fern.

Salgamos á recibirlos,

[p. 351]Haciendo primero frente

Los arcabuceros: luégo

Los que caballos tuvieren

Salgan tambien á su usanza,

Con lanzas y con arneses.

¡Ea, Enrique, buen principio

Esta ocasion nos ofrece!

¡Ánimo!

D. Enr.

¡Tu hermano soy!

No me espantan accidentes

Del tiempo, ni me espantara

El semblante de la muerte. (Vanse.)

Brito.

El cuartel de la salud

Me toca á mí guardar siempre.

¡Oh qué brava escaramuza!

Ya se embisten, ya acometen.

¡Famoso juego de cañas!

Ponerme en cobro conviene. (Vase.)

(Tocan dentro al arma.)


Otro punto de la playa.

ESCENA X.

DON JUAN y DON ENRIQUE, peleando con varios MOROS.

D. Enr.

A ellos, que ya los moros

Vencidos la espalda vuelven.

D. Juan.

Llenos de despojos quedan,

De caballos y de gentes,

[p. 352]Estos campos.

D. Enr.

¿Don Fernando

Dónde está, que no parece?

D. Juan.

Tanto se ha empeñado en ellos,

Que ya de vista se pierde.

D. Enr.

Pues á buscarle, Coutiño.

D. Juan.

Siempre á tu lado me tienes. (Vanse.)

ESCENA XI[7].

DON FERNANDO, con la espada de Muley, y MULEY, con adarga sola.

D. Fern.

En la desierta campaña,

Que tumba comun parece

De cuerpos muertos, si ya

No es teatro de la muerte,

Solo tú, moro, has quedado,

Porque rendida tu gente

Se retiró, y tu caballo,

Que mares de sangre vierte,

Envuelto en polvo y espuma,

Que él mismo levanta y pierde,

Te dejó para despojo

De mi brazo altivo y fuerte,

Entre los sueltos caballos

De los vencidos jinetes.

Yo ufano con tal victoria,

Que me ilustra y desvanece

Más que el ver esta campaña

[p. 353]Coronada de claveles;

Pues es tanta la vertida

Sangre con que se guarnece,

Que la piedad de los ojos

Fué tan grande, tan vêmente,

De no ver siempre desdichas,

De no mirar ruinas siempre,

Que por el campo buscaban

Entre lo rojo lo verde.

En efecto, mi valor,

Sujetando tus valientes

Bríos, de tantos perdidos

Un suelto caballo prende,

Tan monstruo, que siendo hijo

Del viento, adopcion pretende

Del fuego, y entre los dos

Lo desdice y lo desmiente

El color, pues siendo blanco,

Dice el agua: «Parto es este

De mi esfera, sola yo

Pude cuajarle de nieve.»

En fin, en lo veloz, viento,

Rayo en fin en lo eminente,

Era por lo blanco cisne,

Por lo sangriento era sierpe,

Por lo hermoso era soberbio,

Por lo atrevido valiente,

Por los relinchos lozano

Y por las cernejas fuerte.

En la silla y en las ancas

Puestos los dos juntamente,

Mares de sangre rompimos,

Por cuyas ondas crueles

Este bajel animado,

[p. 354]Hecho proa de la frente,

Rompiendo el globo de nácar,

Desde el codon al copete,

Pareció entre espuma y sangre

(Ya que bajel quise hacerle)

De cuatro espuelas herido,

Que cuatro vientos le mueven.

Rindióse al fin, si hubo peso

Que tanto Atlante oprimiese;

Si bien el de las desdichas

Hasta los brutos lo sienten;

O ya fué, que enternecido

Entre su instinto dijese:

«Triste camina el alarbe

Y el español parte alegre;

¿Luego yo contra mi patria

Soy traidor y soy aleve?»

No quiero pasar de aquí;

Y puesto que triste vienes,

Tanto, que aunque el corazon

Disimula cuanto puede,

Por la boca y por los ojos,

Volcanes que el pecho enciende.

Ardientes suspiros lanza

Y tiernas lágrimas vierte;

Admirado mi valor

De ver, cada vez que vuelve,

Que á un golpe de la fortuna

Tanto se postre y sujete

Tu valor, pienso que es otra

La causa que te entristece;

Porque por la libertad

No era justo ni decente

Que tan tiernamente llore

[p. 355]Quien tan duramente hiere.

Y así, si el comunicar

Los males alivio ofrece

Al sentimiento, entre tanto

Que llegamos á mi gente,

Mi deseo á tu cuidado,

Si tanto favor merece,

Con razones le pregunta

Comedidas y corteses,

¿Qué sientes? pues ya he creido

Que el venir preso no sientes.

Comunicado el dolor,

Se aplaca si no se vence;

Y yo, que soy el que tuve

Más parte en este accidente

De la fortuna, tambien

Quiero ser el que consuele

De tus suspiros la causa,

Si la causa lo consiente.

Muley.

Valiente eres, español,

Y cortés como valiente;

Tan bien vences con la lengua,

Como con la espada vences.

Tuya fué la vida, cuando

Con la espada entre mi gente

Me venciste; pero agora,

Que con la lengua me prendes,

Es tuya el alma, porque

Alma y vida se confiesen

Tuyas: de ambas eres dueño,

Pues ya cruel, ya clemente,

Por el trato y por las armas

Me has cautivado dos veces.

Movido de la piedad

[p. 356]De oirme, español, y verme,

Preguntado me has la causa

De mis suspiros ardientes;

Y aunque confieso que el mal

Repetido y dicho suele

Templarse, tambien confieso

Que quien le repite, quiere

Aliviarse; y es mi mal

Tan dueño de mis placeres,

Que por no hacerles disgusto,

Y que aliviado me deje,

No quisiera repetirla;

Mas ya es fuerza obedecerte.

Y quiérotela decir

Por quien soy y por quien eres.

Sobrino del rey de Fez

Soy; mi nombre es Muley Jeque,

Familia que ilustran tantos

Bajáes y belerbeyes.

Tan hijo fuí de desdichas

Desde mi primer oriente,

Que en el umbral de la vida

Nací en brazos de la muerte.

Una desierta campaña,

Que fué sepulcro eminente

De españoles, fué mi cuna;

Pues para que lo confieses,

En los Gélves nací el año

Que os perdísteis en los Gélves.

A servir al rey mi tio

Vine infante.—Pero empiecen

Las penas y las desdichas:

Cesen las venturas, cesen.

Vine á Fez, y una hermosura,

[p. 357]A quien he adorado siempre,

Junto á mi casa vivia,

Porque más cerca muriese.

Desde mis primeros años,

Porque más constante fuese

Este amor, más imposible

De acabarse y de romperse,

Ambos nos criamos juntos,

Y amor en nuestras niñeces

No fué rayo, pues hirió

En lo humilde, tierno y débil

Con más fuerza que pudiera

En lo augusto, altivo y fuerte;

Tanto, que para mostrar

Sus fuerzas y sus poderes,

Hirió nuestros corazones

Con arpones diferentes.

Pero como la porfía

Del agua en las piedras suele

Hacer señal, por la fuerza

No, sino cayendo siempre;

Así las lágrimas mias,

Porfiando eternamente.

La piedra del corazon,

Más que los diamantes fuerte,

Labraron; y no con fuerza

De méritos excelentes,

Pero con mi mucho amor

Vino en fin á enternecerse.

En este estado viví

Algun tiempo, aunque fué breve,

Gozando en auras süaves

Mil amorosos deleites.

Ausentéme, por mi mal:

[p. 358]Harto he dicho en ausentéme,

Pues en mi ausencia otro amante

Ha venido á darme muerte.

Él dichoso, yo infelice,

Él asistiendo, yo ausente,

Yo cautivo y libre él,

Me contrastara mi suerte

Cuando tú me cautivaste:

Mira si es bien me lamente.

D. Fern.

Valiente moro y galan,

Si adoras como refieres,

Si idolatras como dices,

Si amas como encareces,

Si celas como suspiras,

Si como recelas temes,

Y si como sientes amas,

Dichosamente padeces.

No quiero por tu rescate

Más precio de que le aceptes.

Vuélvete, y díle á tu dama

Que por su esclavo te ofrece

Un portugues caballero;

Y si obligada pretende

Pagarme el precio por tí,

Yo te doy lo que me debes:

Cobra la deuda en amor,

Y logra tus intereses.

Ya el caballo, que rendido

Cayó en el suelo, parece

Con el ocio y el descanso

Que restituido vuelve;

Y porque sé qué es amor,

Y qué es tardanza en ausentes,

No te quiero detener:

[p. 359]Sube en tu caballo y véte.

Muley.

Nada mi voz te responde;

Que á quien liberal ofrece,

Sólo aceptar es lisonja.

Díme, portugues, quién eres.

D. Fern.

Un hombre noble, y no más.

Muley.

Bien lo muestras, seas quien fueres.

Para el bien y para el mal

Soy tu esclavo eternamente.

D. Fern.

Toma el caballo, que es tarde.

Muley.

Pues si á tí te lo parece,

¿Qué hará á quien vino cautivo

Y libre á su dama vuelve? (Vase.)

D. Fern.

Generosa accion es dar,

Y más la vida.

Muley.

(Dentro).¡Valiente

Portugues!

D. Fern.

Desde el caballo

Habla.—¿Qué es lo que me quieres?

Muley.

(Dentro.) Espero que he de pagarte

Algun dia tantos bienes.

D. Fern.

Gózalos tú.

Muley.

(Dentro.)Porque al fin,

Hacer bien nunca se pierde.

Alá te guarde, español.

D. Fern.

Si Alá es Dios, con bien te lleve.

(Suenan dentro cajas y trompetas.)

Mas ¿qué trompeta es esta

Que el aire turba y la region molesta?

Y por estotra parte

Cajas se escuchan: música de Marte

Son las dos.

[p. 360]ESCENA XII.

DON ENRIQUE, DON FERNANDO.

D. Enr.

¡Oh Fernando!

Tu persona, veloz vengo buscando.

D. Fern.

Enrique, ¿qué hay de nuevo?

D. Enr.

Aquellos ecos,

Ejércitos de Fez y de Marruecos

Son; porque Tarudante

Al rey de Fez socorre, y arrogante

El Rey con gente viene:

En medio cada ejército nos tiene,

De modo que cercados,

Somos los sitiadores y sitiados.

Si la espalda volvemos

Al uno, mal del otro nos podemos

Defender; pues por una y otra parte

Nos deslumbran relámpagos de Marte.

¿Qué haremos, pues, de confusiones llenos?

D. Fern.

¿Qué? Morir como buenos,

Con ánimos constantes.

¿No somos dos Maestres, dos Infantes,

Cuando bastara ser dos portugueses

Particulares, para no haber visto

La cara al miedo? Pues Avis y Cristo

A voces repitamos,

Y por la fe muramos

Pues á morir venimos.

[p. 361]ESCENA XIII.

DON JUAN.—DON FERNANDO, DON ENRIQUE.

D. Juan.

Mala salida á tierra dispusimos.

D. Fern.

Ya no es tiempo de medios:

A los brazos apelen los remedios,

Pues uno y otro ejército nos cierra

En medio. ¡Avis y Cristo!

D. Juan.

¡Guerra, guerra!

(Éntranse sacando las espadas, y dase la batalla.)

ESCENA XIV.

BRITO.

Ya nos cogen en medio,

Un ejército y otro, sin remedio.

¡Qué bellaca palabra!

La llave eterna de los cielos abra

Un resquicio siquiera,

Que de aqueste peligro salga afuera

Quien aquí se ha venido

Sin qué ni para qué. Pero fingido

Muerto estaré un instante,

Y muerto lo tendré para adelante.

(Échase en el suelo.)

ESCENA XV.

Un moro acuchillando á DON ENRIQUE.—BRITO en el suelo.

Moro.

¿Quién tanto se defiende,

Siendo mi brazo rayo, que desciende

[p. 362]Desde la cuarta esfera?

D. Enr.

Pues aunque yo tropiece, caiga y muera

En cuerpos de cristianos,

No desmaya la fuerza de las manos;

Que ella de quien yo soy mejor avisa.

(Písanle, y éntranse.)

Brito.

¡Cuerpo de Dios con él, y qué bien pisa!

ESCENA XVI.

MULEY y DON JUAN COUTIÑO riñendo.—BRITO.

Muley.

Ver, portugues valiente,

En tí fuerza tan grande, no lo siente

Mi valor; pues quisiera

Daros hoy la victoria.

D. Juan.

¡Pena fiera!

Sin tiento y sin aviso,

Son cuerpos de cristianos cuantos piso.

(Vanse los dos.)

Brito.

Yo se lo perdonara,

A trueco, mi señor, que no pisara.

ESCENA XVII.

DON FERNANDO, retirándose del REY y de otros MOROS.—BRITO.

Rey.

Rinde la espada, altivo

Portugues; que si logro el verte vivo

En mi poder, prometo

Ser tu amigo. ¿Quién eres?

[p. 363]

D. Fern.

Un caballero soy; saber no esperes

Más de mí. Dáme muerte.

ESCENA XVIII.

DON JUAN, que se pone al lado de DON FERNANDO.—Dichos.

D. Juan.

Primero, gran señor, mi pecho fuerte,

Que es muro de diamante,

Tu vida guardará puesto delante.

¡Ea, Fernando mio,

Muéstrese ahora el heredado brío!

Rey.

Si esto escucho, ¿qué espero?

Suspéndanse las armas, que no quiero

Hoy más felice gloria;

Que este preso me basta por victoria.

Si tu prision ó muerte

Con tal sentencia decretó la suerte,

Da la espada, Fernando,

Al Rey de Fez.

ESCENA XIX.

MULEY; despues DON ENRIQUE.—Dichos.

Muley.

¿Qué es lo que estoy mirando?

D. Fern.

Sólo á un rey la rindiera;

Que desesperacion negarla fuera.

(Sale Don Enrique.)

D. Enr.

¡Preso mi hermano!

D. Fern.

Enrique,

[p. 364]Tu voz más sentimiento no publique;

Que en la suerte importuna

Estos son los sucesos de fortuna.

Rey.

Enrique, Don Fernando

Está hoy en mi poder; y aunque mostrando

La ventaja que tengo,

Pudiera daros muerte, yo no vengo

Hoy más que á defenderme;

Que vuestra sangre no viniera á hacerme

Honras tan conocidas

Como podrán hacerme vuestras vidas.

Y para que el rescate

Con más puntualidad al Rey se trate,

Vuelve tú; que Fernando

En mi poder se quedará, aguardando

Que vengas á libralle.

Pero díle á Duarte, que en llevalle

Será su intento vano,

Si á Ceuta no me entrega por su mano.—

Y agora vuestra Alteza,

A quien debo esta honra, esta grandeza,

A Fez venga conmigo.

D. Fern.

Iré á la esfera cuyos rayos sigo.

Muley.

(Ap.) Porque yo tenga, ¡cielos!

Más que sentir entre amistad y celos.

D. Fern.

Enrique, preso quedo.

Ni al mal ni á la fortuna tengo miedo.

Dirásle á nuestro hermano

Que haga aquí como príncipe cristiano

En la desdicha mia.

D. Enr.

¿Pues quién de sus grandezas desconfía?

D. Fern.

Esto te encargo, y digo

Que haga como cristiano.

D. Enr.

Yo me obligo

[p. 365]A volver como tal.

D. Fern.

Dáme esos brazos.

D. Enr.

Tú eres el preso, y pónesme á mí lazos.

D. Fern.

Don Juan, adios.

D. Juan.

Yo he de quedar contigo:

De mí no te despidas.

D. Fern.

¡Leal amigo!

D. Enr.

¡Oh infelice jornada!

D. Fern.

Dirásle al Rey... Mas no le digas nada,

Si con grande silencio el miedo vano

Estas lágrimas lleva al Rey mi hermano.

(Vanse.)

ESCENA XX.

Dos moros.—BRITO.

Moro 1.º

Cristiano muerto es este.

Moro 2.º

Porque no causen peste,

Echad al mar los muertos.

Brito.

En dejándôs los cascos bien abiertos

A tajos y á reveses;

(Levántase, y acuchíllalos.)

Que ainda mortos somos portugueses.


[p. 366]

JORNADA SEGUNDA.


Falda de un monte cercano á los jardines del rey de Fez.

ESCENA PRIMERA.

FÉNIX, y luego MULEY.

Fénix.

¡Zara! ¡Rosa! ¡Estrella! ¿No

Hay quien me responda? (Sale Muley.)

Muley.

Sí,

Que tú eres sol para mí

Y para tí sombra yo,

Y la sombra al sol siguió.

El eco dulce escuché

De tu voz, y apresuré

Por esta montaña el paso.

¿Qué sientes?

Fénix.

Oye, si acaso

Puedo decir lo que fué.

Lisonjera, libre, ingrata,

Dulce y süave una fuente

Hizo apacible corriente

De cristal y undosa plata;

Lisonjera se desata,

Porque hablaba y no sentia:

Süave, porque fingia;

[p. 367]Libre, porque claro hablaba;

Dulce, porque murmuraba;

É ingrata, porque corria.

Aquí cansada llegué,

Despues de seguir ligera

En ese monte una fiera,

En cuya frescura hallé

Ocio y descanso; porque

De un montecillo á la espalda,

De quien corona y guirnalda

Fueron clavel y jazmin,

Sobre un catre de carmin

Hice un foso de esmeralda.

Apénas en él rendí

El alma al susurro blando

De las soledades, cuando

Ruido en las hojas sentí.

Atenta me puse, y ví

Una caduca africana,

Espíritu en forma humana,

Ceño arrugado y esquivo,

Que era un esqueleto vivo

De lo que fué sombra vana,

Cuya rústica fiereza,

Cuyo aspecto esquivo y bronco

Fué escultura hecha de un tronco

Sin pulirse la corteza.

Con melancolía y tristeza.

Pasiones siempre infelices,

(Para que te atemorices)

Una mano me tomó,

Y entónces ser tronco yo

Afirmé por las raíces.

Hielo introdujo en mis venas

[p. 368]El contacto, horror las voces,

Que discurriendo veloces,

De mortal veneno llenas,

Articuladas apénas,

Esto les pude entender:

«¡Ay infelice mujer!

¡Ay forzosa desventura!

¿Que en efecto esta hermosura

Precio de un muerto ha de ser?»

Dijo, y yo tan triste vivo,

Que diré mejor que muero;

Pues por instantes espero

De aquel tronco fugitivo

Cumplimiento tan esquivo,

De aquel oráculo yerto

El presagio y fin tan cierto,

Que mi vida ha de tener.—

¡Ay de mí! ¡que yo he de ser

Precio vil de un hombre muerto! (Vase.)

ESCENA II.

MULEY.

Fácil es de descifrar

Ese sueño, esa ilusion,

Pues las imágenes son

De mi pena singular.

A Tarudante has de dar

La mano de esposa; pero

Yo, que en pensarlo me muero,

Estorbaré mi rigor;

Que él no ha de gozar tu amor

[p. 369]Si no me mata primero.

Perderte yo, podrá ser;

Mas no perderte y vivir:

Luego si es fuerza el morir

Ántes que lo llegue á ver,

Precio mi vida ha de ser

Con que ha de comprarte, ¡ay cielos!

Y tú en tantos desconsuelos

Precio de un muerto serás,

Pues que morir me verás

De amor, de envidia y de celos.

ESCENA III.

DON FERNANDO, tres cautivos.—MULEY.

Caut. 1.º

Desde aquel jardin te vimos,

Donde estamos trabajando,

Andar á caza, Fernando,

Y todos juntos venimos

A arrojarnos á tus piés.

Caut. 2.º

Solamente este consuelo

Aquí nos ofrece el cielo.

Caut. 3.º

Piedad como suya es.

D. Fern.

Amigos, dadme los brazos;

Y sabe Dios si con ellos

Quisiera de vuestros cuellos

Romper los nudos y lazos

Que os aprisionan; que á fe

Que os darian libertad

Ántes que á mí; mas pensad

Que favor del cielo fué

Esta piadosa sentencia;

[p. 370]Él mejorará la suerte,

Que á la desdicha más fuerte

Sabe vencer la prudencia.

Sufrid con ella el rigor

Del tiempo y de la fortuna:

Deidad bárbara, importuna,

Hoy cadáver y ayer flor,

No permanece jamás,

Y así os mudará de estado.—

¡Ay Dios! que al necesitado

Darle consejo no más,

No es prudencia; y en verdad,

Que aunque quiera regalaros,

No tengo esta vez qué daros:

Mis amigos, perdonad.

Ya de Portugal espero

Socorro, presto vendrá:

Vuestra mi hacienda será;

Para vosotros la quiero.

Si me vienen á sacar

Del cautiverio, ya digo

Que todos ireis conmigo.

Id con Dios á trabajar,

No disgusteis vuestros dueños.

Caut. 1.º

Señor, tu vida y salud

Hace nuestra esclavitud

Dichosa.

Caut. 2.º

Siglos pequeños

Los del Fénix sean, señor,

Para que vivas. (Vanse los cautivos.)

[p. 371]ESCENA IV.

DON FERNANDO, MULEY.

D. Fern.

El alma

Queda en lastimosa calma,

Viendo que os vais sin favor

De mis manos. ¡Quién pudiera

Socorrerlos! ¡Qué dolor!

Muley.

Aquí estoy viendo el amor

Con que la desdicha fiera

De esos cautivos tratais.

D. Fern.

Duélome de su fortuna,

Y en la desdicha importuna

Que á esos cautivos mirais

Aprendo á ser infelice;

Y algun dia podrá ser

Que los haya menester.

Muley.

¿Eso vuestra Alteza dice?

D. Fern.

Naciendo infante, he llegado

A ser esclavo; y así

Temo venir desde aquí

A más miserable estado;

Que si ya en aqueste vivo,

Mucha más distancia tray

De infante á cautivo, que hay

De cautivo á más cautivo.

Un dia llama á otro dia,

Y así llama y encadena

Llanto á llanto y pena á pena.

Muley.

¡No fuera mayor la mia!

Que vuestra Alteza mañana,

[p. 372]Aunque hoy cautivo está,

A su patria volverá;

Pero mi esperanza es vana,

Pues no puede alguna vez

Mejorarse mi fortuna,

Mudable más que la luna.

D. Fern.

Cortesano soy de Fez,

Y nunca de los amores

Que me contaste, te oí

Novedad.

Muley.

Fueron en mí

Recatados los favores.

El dueño juré encubrir;

Pero á la amistad atento,

Sin quebrar el juramento,

Te lo tengo de decir.

Tan solo mi mal ha sido

Como solo mi dolor;

Porque el Fénix y mi amor

Sin semejante han nacido.

En ver, oir y callar

Fénix es mi pensamiento;

Fénix es mi sufrimiento

En temer, sentir y amar;

Fénix mi desconfianza

En llorar y padecer;

En merecerla y temer

Aun es Fénix mi esperanza;

Fénix mi amor y cuidado;

Y pues que es Fénix te digo,

Como amante y como amigo,

Ya lo he dicho y lo he callado. (Vase.)

D. Fern.

Cuerdamente declaró

El dueño amante y cortés:

[p. 373]Si Fénix su pena es,

No he de competirla yo;

Que la mia es comun pena.

No me doy por entendido;

Que muchos la han padecido

Y vive de enojos llena.

ESCENA V.

EL REY.—DON FERNANDO.

Rey.

Por la falda deste monte

Vengo siguiendo á tu Alteza,

Porque, ántes que el sol se oculte

Entre corales y perlas,

Te diviertas en la lucha

De un tigre, que ahora cercan

Mis cazadores.

D. Fern.

Señor,

Gustos por puntos inventas

Para agradarme: si así

A tus esclavos festejas.

No echarán ménos la patria.

Rey.

Cautivos de tales prendas

Que honran al dueño, es razon

Servirlos desta manera.

ESCENA VI.

DON JUAN.—Dichos.

D. Juan.

Sal, gran señor, á la orilla

Del mar, y verás en ella

[p. 374]El más hermoso animal

Que añadió naturaleza

Al artificio; porque

Una cristiana galera

Llega al puerto, tan hermosa,

Aunque toda oscura y negra,

Que al verla se duda cómo

Es alegre su tristeza.

Las armas de Portugal

Vienen por remate della;

Que como tienen cautivo

A su Infante, tristes señas

Visten por su esclavitud,

Y á darle libertad llegan,

Diciendo su sentimiento.

D. Fern.

Don Juan amigo, no es esa

De su luto la razon;

Que si á librarme vinieran,

En fe de mi libertad,

Fueran alegres las muestras.

ESCENA VII.

DON ENRIQUE, vestido de luto, con un pliego.—Dichos.

D. Enr.

(Al Rey.) Dadme, gran señor, los brazos.

Rey.

Con bien venga vuestra Alteza.

D. Fern.

¡Ay Don Juan, cierta es mi muerte!

Rey.

¡Ay Muley, mi dicha es cierta!

D. Enr.

Ya que de vuestra salud

Me informa vuestra presencia,

Para abrazar á mi hermano

[p. 375]Me dad, gran señor, licencia.

¡Ay Fernando! (Abrázanse.)

D. Fern.

Enrique mio,

¿Qué traje es ese? Mas cesa:

Harto me han dicho tus ojos,

Nada me diga tu lengua.

No llores, que si es decirme

Que es mi esclavitud eterna,

Eso es lo que más deseo:

Albricias pedir pudieras,

Y en vez de dolor y luto

Vestir galas y hacer fiestas.

¿Cómo está el Rey mi señor?

Porque como salud tenga,

Nada siento. ¿Aun no respondes?

D. Enr.

Si repetidas las penas

Se sienten dos veces, quiero

Que sola una vez las sientas.—

Tú escúchame, gran señor; (Al Rey.)

Que aunque una montaña sea

Rústico palacio, aquí

Te pido me des audiencia,

A un preso la libertad,

Y atencion justa á estas nuevas.

Rota y deshecha la armada,

Que fué con vana soberbia

Pesadumbre de las ondas,

Dejando en África presa

La persona del Infante,

A Lisboa dí la vuelta.

Desde el punto que Duarte

Oyó tan trágicas nuevas,

De una tristeza cubrió

El corazon, de manera

[p. 376]Que pasando á ser letargo

La melancolía primera,

Muriendo, desmintió á cuantos

Dicen que no matan penas.

Murió el Rey, que esté en el cielo.

D. Fern.

¡Ay de mí! ¿Tanto le cuesta

Mi prision?

Rey.

De esa desdicha

Sabe Alá lo que me pesa.

Prosigue.

D. Enr.

En su testamento

El Rey mi señor ordena

Que luego por la persona

Del Infante se dé á Ceuta.

Y así yo con los poderes

De Alfonso, que es quien le hereda,

Porque solo este lucero

Supliera del sol la ausencia,

Vengo á entregar la ciudad;

Y pues...

D. Fern.

No prosigas, cesa,

Cesa, Enrique; porque son

Palabras indignas esas,

No de un portugues infante,

De un maestre, que profesa

De Cristo la religion,

Pero áun de un hombre lo fueran

Vil, de un bárbaro sin luz

De la fe de Cristo eterna.

Mi hermano, que está en el cielo,

Si en su testamento deja

Esa cláusula, no es

Para que se cumpla y lea,

Sino para mostrar solo

[p. 377]Que mi libertad desea,

Y esa se busque por otros

Medios y otras conveniencias,

O apacibles ó crueles.

Porque decir: «Dése á Ceuta,»

Es decir: hasta eso haced

Prodigiosas diligencias.

Que un rey católico y justo,

¿Cómo fuera, cómo fuera

Posible entregar á un moro

Una ciudad que le cuesta

Su sangre, pues fué el primero

Que con solo una rodela

Y una espada enarboló

Las quinas en sus almenas?

Y esto es lo que importa ménos.

Una ciudad que confiesa

Católicamente á Dios,

La que ha merecido iglesias

Consagradas á sus cultos

Con amor y reverencia,

¿Fuera católica accion,

Fuera religion expresa,

Fuera cristiana piedad,

Fuera hazaña portuguesa

Que los templos soberanos,

Atlantes de las esferas,

En vez de doradas luces,

Adonde el sol reverbera,

Vieran otomanas sombras;

Y que sus lunas opuestas

En la iglesia, estos eclipses

Ejecutasen tragedias?

¿Fuera bien que sus capillas

[p. 378]A ser establos vinieran,

Sus altares á pesebres,

Y cuando aquesto no fuera,

Volvieran á ser mezquitas?

Aquí enmudece la lengua,

Aquí me falta el aliento,

Aquí me ahoga la pena;

Porque en pensarlo no más

El corazon se me quiebra,

El cabello se me eriza

Y todo el cuerpo me tiembla.

Porque establos y pesebres

No fuera la vez primera

Que hayan hospedado á Dios;

Pero en ser mezquitas, fueran

Un epitafio, un padron

De nuestra inmortal afrenta,

Diciendo: «Aquí tuvo Dios

Posada, y hoy se la niegan

Los cristianos, para darla

Al demonio.» Aun no se cuenta

(Acá moralmente hablando)

Que nadie en casa se atreva

De otro á ofenderle: ¿era justo

Que entrara en su casa mesma

A ofender á Dios el vicio,

Y que acompañado fuera

De nosotros, y nosotros

Le guardáramos la puerta,

Y para dejarle dentro

A Dios echásemos fuera?

Los católicos que habitan

Con sus familias y haciendas

Hoy, quizá prevaricaran

[p. 379]En la fe, por no perderlas.

¿Fuera bien ocasionar

Nosotros la contingencia

Deste pecado? Los niños

Que tiernos crian en ella

Los cristianos, ¿fuera bueno

Que los moros indujeran

A sus costumbres y ritos

Para vivir en su secta?

¿En mísero cautiverio

Fuera bueno que murieran

Hoy tantas vidas, por una

Que no importa que se pierda?

¿Quién soy yo? ¿soy más que un hombre?

Si es número que acrecienta

El ser infante, ya soy

Un cautivo: de nobleza

No es capaz el que es esclavo;

Yo lo soy: luego ya yerra

El que infante me llamare.

Si no lo soy, ¿quién ordena

Que la vida de un esclavo

En tanto precio se venda?

Morir es perder el sér,

Yo le perdí en una guerra:

Perdí el sér, luego morí:

Morí, luego ya no es cuerda

Hazaña que por un muerto

Hoy tantos vivos perezcan.

Y así estos vanos poderes,

Hoy, divididos en piezas,

Serán átomos del sol,

Serán del fuego centellas.

(Rompe el pliego que traia Don Enrique.)

[p. 380]Mas no, yo los comeré

Porque áun no quede una letra

Que informe al mundo que tuvo

La lusitana nobleza

Este intento.—Rey, yo soy

Tu esclavo, dispon, ordena

De mí; libertad no quiero,

Ni es posible que la tenga.

Enrique, vuelve á tu patria:

Dí que en África me dejas

Enterrado; que mi vida

Yo haré que muerte parezca.

Cristianos, Fernando es muerto;

Moros, un esclavo os queda;

Cautivos, un compañero

Hoy se añade á vuestras penas;

Cielos, un hombre restaura

Vuestras divinas iglesias;

Mar, un mísero, con llanto,

Vuestras ondas acrecienta;

Montes, un triste os habita,

Igual ya de vuestras fieras;

Viento, un pobre con sus voces

Os duplica las esferas;

Tierra, un cadáver hoy labra

En tus entrañas su huesa:

Porque rey, hermano, moros,

Cristianos, sol, luna, estrellas,

Cielo, tierra, mar y viento,

Fieras, montes, todos sepan

Que hoy un príncipe constante,

Entre desdichas y penas,

La fe católica ensalza,

La ley de Dios reverencia;

[p. 381]Pues cuando no hubiera otra

Razon más que tener Ceuta

Una iglesia consagrada

Á la Concepcion eterna

De la que es Reina y Señora

De los cielos y la tierra,

Perdiera, vive ella misma,

Mil vidas en su defensa.

Rey.

Desagradecido, ingrato

A las glorias y grandezas

De mi reino, ¿cómo así

Hoy me quitas, hoy me niegas

Lo que más he deseado?

Mas si en mi reino gobiernas

Más que en el tuyo, ¿qué mucho

Que la esclavitud no sientas?

Pero ya que esclavo mio

Te nombras y te confiesas,

Como á esclavo he de tratarte:

Tu hermano y los tuyos vean

Que ya como vil esclavo

Los piés ahora me besas.

D. Enr.

¡Qué desdicha!

Muley.

¡Qué dolor!

D. Enr.

¡Qué desventura!

D. Juan.

¡Qué pena!

Rey.

Mi esclavo eres.

D. Fern.

Es verdad,

Y poco en eso te vengas;

Que si para una jornada

Salió el hombre de la tierra

Al fin de varios caminos,

Es para volver á ella.

Más tengo que agradecerte

[p. 382]Que culparte, pues me enseñas

Atajos para llegar

A la posada más cerca.

Rey.

Siendo esclavo tú, no puedes

Tener títulos ni rentas.

Hoy Ceuta está en tu poder:

Si cautivo te confiesas,

Si me confiesas por dueño,

¿Por qué no me das á Ceuta?

D. Fern.

Porque es de Dios, y no es mia.

Rey.

¿No es precepto de obediencia

Obedecer al señor?

Pues yo te mando con ella

Que la entregues.

D. Fern.

En lo justo

Dice el cielo que obedezca

El esclavo á su señor;

Porque si el señor dijera

Á su esclavo que pecara,

Obligacion no tuviera

De obedecerle; porque

Quien peca mandado, peca.

Rey.

Daréte muerte.

D. Fern.

Esa es vida.

Rey.

Pues para que no lo sea,

Vive muriendo; que yo

Rigor tengo.

D. Fern.

Y yo paciencia.

Rey.

Pues no tendrás libertad.

D. Fern.

Pues no será tuya Ceuta.

Rey.

¡Hola!

[p. 383]ESCENA VIII.

CELIN, moros.—Dichos.

Celin.

Señor...

Rey.

Luego al punto

Aquese cautivo sea

Igual á todos: al cuello

Y á los piés le echad cadenas;

A mis caballos acuda

Y en baño y jardin, y sea

Abatido como todos;

No vista ropas de seda,

Sino sarga humilde y pobre;

Coma negro pan, y beba

Agua salobre; en mazmorras

Húmedas y oscuras duerma;

Y á criados y á vasallos

Se extienda aquesta sentencia.

Llevadlos todos.

D. Enr.

¡Qué llanto!

Muley.

¡Qué desdicha!

D. Juan.

¡Qué tristeza!

Rey.

Veré, bárbaro, veré

Si llega á más tu paciencia

Que mi rigor.

D. Fern.

Sí verás;

Porque esta en mí será eterna. (Llévanle.)

Rey.

Enrique, por el seguro

De mi palabra, que vuelvas

A Lisboa te permito;

El mar africano deja.

[p. 384]Dí en tu patria que su Infante,

Su Maestre de Avis, queda

Curándome los caballos;

Que á darle libertad vengan.

D. Enr.

Sí harán, que si yo le dejo

En su infelice miseria,

Y me sufre el corazon

El no acompañarle en ella,

Es porque pienso volver

Con más poder y más fuerza,

Para darle libertad.

Rey.

Muy bien harás, como puedas.

Muley.

(Ap.) Ya ha llegado la ocasion

De que mi lealtad se vea.

La vida debo á Fernando,

Yo le pagaré la deuda. (Vanse.)


Jardin.

ESCENA IX.

CELIN; DON FERNANDO, de cautivo y con cadenas; despues, CAUTIVOS.

Celin.

El Rey manda que asistas

En aqueste jardin, y no resistas

Su ley á tu obediencia. (Vase.)

D. Fern.

Mayor que su rigor, es mi paciencia.

(Salen varios cautivos, y uno canta miéntras los otros cavan en el jardin.)

[p. 385]

Caut. 1.º

(Canta.) Á la conquista de Tánger,

Contra el tirano de Fez,

Al infante Don Fernando

Envió su hermano el Rey.

D. Fern.

¡Que un instante mi historia

No deje de cansar á la memoria!

Triste estoy y turbado.

Caut. 2.º

¿Cautivo, cómo estais tan descuidado?

No lloreis, consolaos; que ya el Maestre

Dijo que volveremos

Presto á la patria, y libertad tendremos.

Ninguno ha de quedar en este suelo.

D. Fern.

(Ap.) ¡Qué presto perdereis ese consuelo!

Caut. 2.º

Consolad los rigores,

Y ayudadme á regar aquestas flores.

Tomad los cubos, y agua me id trayendo

De aquel estanque.

D. Fern.

Obedecer pretendo.

Buen cargo me habeis dado,

Pues agua me pedís; que mi cuidado,

Sembrando penas, cultivando enojos,

Llenará en la corriente de mis ojos. (Vase.)

Caut. 2.º

A este baño han echado

Más cautivos.

ESCENA X.

DON JUAN y otro cautivo.—Dichos.

D. Juan.

Miremos con cuidado

Si estos jardines fueron

Donde vino, ó si acaso éstos le vieron;

Porque en su compañía

[p. 386]Ménos el llanto y el dolor sería,

Y mayor el consuelo.—

Dígasme, amigo, que te guarde el cielo,

Si viste cultivando

Este jardin al maestre Don Fernando.

Caut. 2.º

No, amigo, no le he visto.

D. Juan.

Mal el dolor y lágrimas resisto.

Caut. 3.º

Digo que el baño abrieron,

Y que nuevos cautivos á él vinieron.

ESCENA XI.

DON FERNANDO, con dos cubos de agua.—Dichos.

D. Fern.

Mortales, no os espante

Ver un maestre de Avis, ver un infante

En tan mísera afrenta;

Que el tiempo estas miserias representa.

D. Juan.

Pues señor, ¡vuestra Alteza

En tan mísero estado! De tristeza

Rompa el dolor el pecho.

D. Fern.

¡Válgate Dios, qué gran pesar me has hecho,

Don Juan, en descubrirme!

Que quisiera ocultarme y encubrirme

Entre mi misma gente,

Sirviendo pobre y miserablemente.

Caut. 1.º

Señor, que perdoneis humilde os ruego

Haber andado yo tan loco y ciego.

Caut. 2.º

Dános, señor, tus piés.

D. Fern.

Alzad, amigo,

No hagais tal ceremonia ya conmigo.

D. Juan.

Vuestra Alteza...

D. Fern.

¿Qué Alteza

[p. 387]Ha de tener quien vive en tal bajeza?

Ved que yo humilde vivo,

Y soy entre vosotros un cautivo:

Ninguno ya me trate

Sino como á su igual.

D. Juan.

¡Que no desate

Un rayo el cielo para darme muerte!

D. Fern.

Don Juan, no ha de quejarse desa suerte

Un noble. ¿Quién del cielo desconfía?

La prudencia, el valor, la bizarría

Se ha de mostrar ahora.

ESCENA XII.

ZARA, con un azafate.—Dichos.

Zara.

Al jardin sale Fénix mi señora,

Y manda que matices y colores

Borden este azafate de sus flores.

D. Fern.

Yo llevársele espero,

Que en cuanto sea servir, seré el primero.

Caut. 1.º

Ea, vamos á cogellas.

Zara.

Aquí os aguardo miéntras vais por ellas.

D. Fern.

No me hagais cortesías:

Iguales vuestras penas y las mias

Son; y pues nuestra suerte,

Si hoy no, mañana ha de igualar la muerte,

No será accion liviana

No dejar hoy que hacer para mañana.

(Vanse el Infante y todos haciéndole cortesías, y quédase Zara.)

[p. 388]ESCENA XIII.

FÉNIX, ROSA, ZARA.

Fénix.

¿Mandaste que me trajesen

Las flores?

Zara.

Ya lo mandé.

Fénix.

Sus colores deseé.

Para que me divirtiesen.

Rosa.

¡Que tales, señora, fuesen,

Creyendo tus fantasías,

Tus graves melancolías!

Zara.

¿Qué te obligó á estar así?

Fénix.

No fué sueño lo que ví,

Que fueron desdichas mias.

Cuando sueña un desdichado

Que es dueño de algun tesoro,

Ni dudo, Zara, ni ignoro

Que entónces es bien soñado;

Mas si á soñar ha llegado

En fortuna tan incierta,

Que desdichas le concierta,

Ya aquello sus ojos ven,

Pues soñando el mal y el bien,

Halla el mal cuando despierta.

Piedad no espero ¡ay de mí!

Porque mi mal será cierto.

Zara.

¿Y qué dejas para el muerto,

Si tú lo sientes así?

Fénix.

Ya mis desdichas creí.

¡Precio de un muerto! ¿Quién vió

Tal pena? No hay gusto, no,

[p. 389]A una infelice mujer.

¿Que al fin de un muerto he de ser?

¿Quién será este muerto?

ESCENA XIV.

DON FERNANDO, con las flores.—FÉNIX, ZARA, ROSA.

D. Fern.

Yo.

Fénix.

¡Ay cielos! ¿Qué es lo que veo?

D. Fern.

¿Qué te admira?

Fénix.

De una suerte

Me admira el oirte y verte.

D. Fern.

No lo jures, bien lo creo.

Yo pues, Fénix, que deseo

Servirte humilde, traia

Flores, de la suerte mia

Jeroglíficos, señora,

Pues nacieron con la aurora,

Y murieron con el dia.

Fénix.

Á la maravilla dió

Ese nombre al descubrilla.

D. Fern.

¿Qué flor, dí, no es maravilla

Cuando te la sirvo yo?

Fénix.

Es verdad. Dí, ¿quién causó

Esta novedad?

D. Fern.

Mi suerte.

Fénix.

¿Tan rigurosa es?

D. Fern.

Tan fuerte.

Fénix.

Pena das.

D. Fern.

Pues no te asombre.

Fénix.

¿Por qué?

[p. 390]

D. Fern.

Porque nace el hombre

Sujeto á fortuna y muerte.

Fénix.

¿No eres Fernando?

D. Fern.

Sí soy.

Fénix.

¿Quién te puso así?

D. Fern.

La ley

De esclavo.

Fénix.

¿Quién la hizo?

D. Fern.

El Rey.

Fénix.

¿Por qué?

D. Fern.

Porque suyo soy.

Fénix.

¿Pues no te ha estimado hoy?

D. Fern.

Y tambien me ha aborrecido.

Fénix.

¿Un dia posible ha sido

A desunir dos estrellas?

D. Fern.

Para presumir por ellas,

Las flores habrán venido.

Estas, que fueron pompa y alegría

Despertando al albor de la mañana,

A la tarde serán lástima vana,

Durmiendo en brazos de la noche fria.

Este matiz, que al cielo desafía,

Iris listado de oro, nieve y grana,

Será escarmiento de la vida humana:

¡Tanto se emprende en término de un dia!

A florecer las rosas madrugaron,

Y para envejecerse florecieron:

Cuna y sepulcro en un boton hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:

En un dia nacieron y espiraron;

Que pasados los siglos, horas fueron.

Fénix.

Horror y miedo me has dado,

Ni oirte ni verte quiero;

Sé el desdichado primero

[p. 391]De quien huye un desdichado.

D. Fern.

¿Y las flores?

Fénix.

Si has hallado

Jeroglíficos en ellas,

Deshacellas y rompellas

Sólo sabrán mis rigores.

D. Fern.

¿Qué culpa tienen las flores?

Fénix.

Parecerse á las estrellas.

D. Fern.

¿Ya no las quieres?

Fénix.

Ninguna

Estimo en su rosicler.

D. Fern.

¿Cómo?

Fénix.

Nace la mujer

Sujeta á muerte y fortuna;

Y en esta estrella importuna

Tasada mi vida ví.

D. Fern.

¿Flores con estrellas?

Fénix.

Sí.

D. Fern.

Aunque sus rigores lloro,

Esa propiedad ignoro.

Fénix.

Escucha, sabráslo.

D. Fern.

Dí.

Fénix.

Esos rasgos de luz, esas centellas

Que cobran con amagos superiores

Alimentos del sol en resplandores,

Aquello viven que se duele dellas.

Flores nocturnas son; aunque tan bellas,

Efímeras padecen sus ardores;

Pues si un dia es el siglo de las flores,

Una noche es la edad de las estrellas.

De esa, pues, primavera fugitiva

Ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere:

Registro es nuestro, ó muera el sol ó viva.

¿Qué duracion habrá que el hombre espere,

[p. 392]O qué mudanza habrá, que no reciba

De astro, que cada noche nace y muere?

(Vanse Fénix, Zara y Rosa.)

ESCENA XV.

MULEY.—DON FERNANDO.

Muley.

A que se ausentase Fénix

En esta parte esperé;

Que el águila más amante

Huye de la luz tal vez.

¿Estamos solos?

D. Fern.

Sí.

Muley.

Escucha.

D. Fern.

¿Qué quieres, noble Muley?

Muley.

Que sepas que hay en el pecho

De un moro lealtad y fe.

No sé por dónde empezar

A declararme, ni sé

Si diga cuánto he sentido

Este inconstante desden

Del tiempo, este estrago injusto

De la suerte, este cruel

Ejemplo del mundo, y este

De la fortuna vaiven.

Pero á riesgo estoy, si aquí

Hablar contigo me ven;

Que tratarte sin respeto

Es ya decreto del Rey.

Y así, á mi dolor dejando

La voz, que él podrá más bien

Explicarse como esclavo,

[p. 393]Vengo á arrojarme á esos piés.

Yo lo soy tuyo, y así

No vengo, Infante, á ofrecer

Mi favor, sino á pagar

Deuda que un tiempo cobré.

La vida que tú me diste,

Vengo á darte; que hacer bien

Es tesoro que se guarda

Para cuando es menester.

Y porque el temor me tiene

Con grillos de miedo al pié,

Y está mi pecho y mi cuello

Entre el cuchillo y cordel,

Quiero, acortando discursos,

Declararme de una vez.

Y así digo, que esta noche

Tendré en el mar un bajel

Prevenido; en las troneras

De las mazmorras pondré

Instrumentos, que desarmen

Las prisiones que teneis.

Luégo, por parte de afuera,

Los candados romperé:

Tú con todos los cautivos,

Que Fez encierra hoy en él,

Vuelve á tu patria, seguro

De que yo lo quedo en Fez;

Pues es fácil el decir

Que ellos pudieron romper

La prision; y así los dos

Habremos librado bien,

Yo el honor y tú la vida;

Pues es cierto que á saber

El Rey mi intento, me diera

[p. 394]Por traidor con justa ley,

Que no sintiera el morir.

Y porque son menester

Para granjear voluntades

Dineros, aquí se ve

A estas joyas reducido

Innumerable interes.

Este es, Fernando, el rescate

De mi prision, esta es

La obligacion que te tengo;

Que un esclavo noble y fiel

Tan inmenso bien habia

De pagar alguna vez.

D. Fern.

Agradecerte quisiera

La libertad; pero el Rey

Sale al jardin.

Muley.

¿Hate visto

Conmigo?

D. Fern.

No.

Muley.

Pues no des

Que sospechar.

D. Fern.

Destos ramos

Haré rústico cancel,

Que me encubra miéntras pasa. (Escóndese.)

ESCENA XVI.

EL REY.—MULEY.

Rey.

(Ap. ¿Con tal secreto Muley

Y Fernando? ¿Y irse el uno

En el punto que me ve,

Y disimular el otro?

[p. 395]Algo hay aquí que temer.

Sea cierto, ó no sea cierto,

Mi temor procuraré

Asegurar.) Mucho estimo...

Muley.

Gran señor, dáme tus piés.

Rey.

Hallarte aquí.

Muley.

¿Qué me mandas?

Rey.

Mucho he sentido el no ver

A Ceuta por mia.

Muley.

Conquista,

Coronado de laurel,

Sus muros; que á tu valor

Mal se podrá defender.

Rey.

Con más doméstica guerra

Se ha de rendir á mis piés.

Muley.

¿De qué suerte?

Rey.

Desta suerte:

Con abatir y poner

A Fernando en tal estado,

Que él mismo á Ceuta me dé.

Sabrás, pues, Muley amigo,

Que yo he llegado á temer

Que del Maestre la persona

No está muy segura en Fez.

Los cautivos, que en estado

Tan abatido le ven,

Se lastiman, y recelo

Que se amotinen por él.

Fuera desto, siempre ha sido

Poderoso el interes;

Que las guardas con el oro

Son fáciles de romper.

Muley.

(Ap. Yo quiero apoyar agora

Que todo esto puede ser,

[p. 396]Porque de mí no se tenga

Sospecha.) Tú temes bien,

Fuerza es que quieran librarle.

Rey.

Pues sólo un remedio hallé,

Porque ninguno se atreva

A atropellar mi poder.

Muley.

¿Y es, señor?

Rey.

Muley, que tú

Le guardes, y á cargo esté

Tuyo; á tí no ha de torcerte

Ni el temor ni el interes.

Alcaide eres del Infante,

Procura el guardarle bien;

Porque en cualquiera ocasion

Tú me has de dar cuenta dél. (Vase.)

Muley.

Sin duda alguna que oyó

Nuestros conciertos el Rey.

¡Válgame Alá!

ESCENA XVII.

DON FERNANDO.—MULEY.

D. Fern.

¿Qué te aflige?

Muley.

¿Has escuchado?

D. Fern.

Muy bien.

Muley.

¿Pues para qué me preguntas

Qué me aflige, si me ves

En tan ciega confusion,

Y entre mi amigo y el Rey,

El amistad y el honor

Hoy en batalla se ven?

Si soy contigo leal,

[p. 397]He de ser traidor con él;

Ingrato seré contigo,

Si con él me juzgo fiel.

¿Qué he de hacer (¡valedme, cielos!),

Pues al mismo que llegué

A rendir la libertad,

Me entrega, para que esté

Seguro en mi confianza?

¿Qué he de hacer si ha echado el Rey

Llave maestra al secreto?

Mas para acertarlo bien,

Te pido que me aconsejes:

Díme tú qué debo hacer.

D. Fern.

Muley, amor y amistad

En grado inferior se ven

Con la lealtad y el honor.

Nadie iguala con el Rey;

El solo es igual consigo:

Y así mi consejo es

Que á él le sirvas y me faltes.

Tu amigo soy; y porque

Esté seguro tu honor,

Yo me guardaré tambien;

Y aunque otro llegue á ofrecerme

Libertad, no acetaré

La vida, porque tu honor

Conmigo seguro esté.

Muley.

Fernando, no me aconsejas

Tan leal como cortés.

Sé que te debo la vida,

Y que pagártela es bien;

Y así lo que está tratado,

Esta noche dispondré.

Líbrate tú, que mi vida

[p. 398]Se quedará á padecer

Tu muerte: líbrate tú,

Que nada temo despues.

D. Fern.

¿Y será justo que yo

Sea tirano y cruel

Con quien conmigo es piadoso,

Y mate al honor cruel

Que á mí me está dando vida?

No, y así te quiero hacer

Juez de mi causa y mi vida:

Aconséjame tambien.

¿Tomaré la libertad

De quien queda á padecer

Por mí? ¿Dejaré que sea

Uno con su honor cruel,

Por ser liberal conmigo?

¿Qué me aconsejas?

Muley.

No sé;

Que no me atrevo á decir

Sí ni no: el no, porque

Me pesará que lo diga;

Y el sí, porque echo de ver

Si voy á decir que sí,

Que no te aconsejo bien.

D. Fern.

Sí aconsejas, porque yo,

Por mi Dios y por mi ley,

Seré un príncipe constante

En la esclavitud de Fez.


[p. 399]

JORNADA TERCERA.


Sala de una quinta del rey moro.

ESCENA PRIMERA.

MULEY, EL REY.

Muley.

(Ap. Ya que socorrer no espero,

Por tantas guardas del Rey,

A Don Fernando, hacer quiero

Sus ausencias, que esta es ley

De un amigo verdadero.)

Señor, pues yo te serví

En tierra y mar, como sabes,

Si en tu gracia merecí

Lugar, en penas tan graves

Atento me escucha.

Rey.

Dí.

Muley.

Fernando...

Rey.

No digas más.

Muley.

¿Posible es que no me oirás?

Rey.

No, que diciendo Fernando,

Ya me ofendes.

Muley.

¿Cómo, ó cuándo?

Rey.

Como ocasion no me das

[p. 400]De hacer lo que me pidieres,

Cuando me ruegas por él.

Muley.

¿Si soy su guarda, no quieres,

Señor, que dé cuenta dél?

Rey.

Dí; pero piedad no esperes.

Muley.

Fernando, cuya importuna

Suerte, sin piedad alguna

Vive, á pesar de la fama,

Tanto que el mundo le llama

El monstruo de la fortuna,

Examinando el rigor,

Mejor dijera el poder

De tu corona, señor,

Hoy á tan mísero sér

Le ha traido su valor,

Que en un lugar arrojado,

Tan humilde y desdichado,

Que es indigno de tu oido,

Enfermo, pobre y tullido,

Piedad pide al que ha pasado;

Porque como le mandaste

Que en la mazmorra durmiese,

Que en los baños trabajase,

Que tus caballos curase

Y nadie á comer le diese,

A tal extremo llegó,

Como era su natural

Tan flaco, que se tulló;

Y así la fuerza del mal

Brío y majestad rindió.

Pasando la noche fria

En una mazmorra dura,

Constante en su fe porfía;

Y al salir la lumbre pura

[p. 401]Del sol, que es padre del dia,

Los cautivos (¡pena fiera!)

En una mísera estera

Le ponen en tal lugar,

Que es, ¿dirélo? un muladar;

Porque es su olor de manera,

Que nadie puede sufrille

Junto á su casa; y así

Todos dan en despedílle,

Y ha venido á estar allí

Sin hablalle y sin oílle,

Ni compadecerse dél.

Sólo un criado y un fiel

Caballero en pena extraña

Le consuela y acompaña.

Estos dos parten con él

Su porcion, tan sin provecho,

Que para uno solo es poca;

Pues cuando los labios toca,

Se suele pasar al pecho

Sin que lo sepa la boca;

Y áun á estos dos los castiga

Tu gente, por la piedad

Que al dueño á servir obliga;

Mas no hay rigor ni crueldad,

Por más que ya los persiga,

Que dél los pueda apartar.

Miéntras uno va á buscar

De comer, el otro queda

Con quien consolarse pueda

De su desdicha y pesar.

Acaba ya rigor tanto:

Tén del Príncipe, señor,

Puesto en tan fiero quebranto,

[p. 402]Ya que no piedad, horror;

Asombro, ya que no llanto.

Rey.

Bien está, Muley.

ESCENA II.

FÉNIX.—Dichos.

Fénix.

Señor,

Si ha merecido en tu amor

Gracia alguna mi humildad,

Hoy á vuestra Majestad,

Vengo á pedir un favor.

Rey.

¿Qué podré negarte á tí?

Fénix.

Fernando el Maestre...

Rey.

Está bien;

Ya no hay que pasar de ahí.

Fénix.

Horror da á cuantos le ven

En tal estado; de tí

Sólo merecer quisiera...

Rey.

¡Detente, Fénix, espera!

¿Quién á Fernando le obliga

Para que su muerte siga,

Para que infelice muera?

Si por ser cruel y fiel

A su fe, sufre castigo

Tan dilatado y cruel,

Él es el cruel consigo,

Que yo no lo soy con él.

¿No está en su mano el salir

De su miseria, y vivir?

Pues eso en su mano está,

[p. 403]Entregue á Ceuta, y saldrá

De padecer y sentir

Tantas penas y rigores.

ESCENA III.

CELIN.—Dichos.

Celin.

Licencia aguardan que des,

Señor, dos embajadores:

De Tarudante uno es,

Y el otro del portugues

Alfonso.

Fénix.

(Ap.)¿Hay penas mayores?

Sin duda que por mí envía

Tarudante.

Muley.

(Ap.)Hoy perdí, cielos,

La esperanza que tenía.

Mátenme amistad y celos,

Todo lo perdí en un dia.

Rey.

Entren, pues. En este estrado (Vase Celin.)

Conmigo te asienta, Fénix. (Siéntanse.)

ESCENA IV.

DON ALFONSO y TARUDANTE, cada uno por su parte.—Dichos.

Tarud.

Generoso rey de Fez...

D. Alf.

Rey de Fez altivo y fuerte...

Tarud.

Cuya fama...

D. Alf.

Cuya vida...

[p. 404]

Tarud.

Nunca muera...

D. Alf.

Viva siempre...

Tarud.

(A Fénix.) Y tú de aquel sol aurora...

D. Alf.

Tú de aquel ocaso oriente...

Tarud.

A pesar de siglos dures...

D. Alf.

A pesar de tiempos reines...

Tarud.

Porque tengas...

D. Alf.

Porque goces...

Tarud.

Felicidades...

D. Alf.

Laureles...

Tarud.

Altas dichas...

D. Alf.

Triunfos grandes...

Tarud.

Pocos males...

D. Alf.

Muchos bienes...

Tarud.

¿Cómo miéntras hablo yo,

Tú, cristiano, á hablar te atreves?

D. Alf.

Porque nadie habla primero

Que yo, donde yo estuviere.

Tarud.

A mí, por ser de nacion

Alarbe, el lugar me deben

Primero; que los extraños

Donde hay propios, no prefieren.

D. Alf.

Donde saben cortesía,

Sí hacen; pues vemos siempre

Que dan en cualquiera parte

El mejor lugar al huésped.

Tarud.

Cuando esa razon lo fuera,

Aun no pudiera vencerme;

Porque el primero lugar

Sólo se le debe al huésped.

Rey.

Ya basta, y los dos ahora

En mis estrados se sienten.

Hable el portugues, que en fin

Por de otra ley se le debe

[p. 405]Más honor.

Tarud.

(Ap.)Corrido estoy.

D. Alf.

Ahora yo seré breve:

Alfonso de Portugal,

Rey famoso, á quien celebre

La fama en lenguas de bronce

A pesar de envidia y muerte,

Salud te envía, y te ruega

Que pues libertad no quiere

Fernando, como su vida

La ciudad de Ceuta cueste,

Que reduzcas su valor

Hoy á cuantos intereses

El más avaro codicie,

El más liberal desprecie;

Y que dará en plata y oro

Tanto precio como pueden

Valer dos ciudades. Esto

Te pide amigablemente;

Pero si no se le entregas,

Que ha de librarle promete

Por armas, á cuyo efecto

Ya sobre la espalda leve

Del mar ciudades fabrica

De mil armados bajeles;

Y jura que á sangre y fuego

Ha de librarle y vencerte,

Dejando aquesta campaña

Llena de sangre, de suerte,

Que cuando el sol se levante

Halle los matices verdes

Esmeraldas, y los pierda

Rubíes cuando se acueste.

Tarud.

Aunque como embajador

[p. 406]No me toca responderte,

En cuanto toca á mi Rey,

Puedo, cristiano, atreverme,

Porque ya es suyo este agravio,

Como hijo que obedece

Al Rey mi señor; y así

Decir de su parte puedes

A Don Alfonso, que venga,

Porque en término más breve

Que hay de la noche á la aurora,

Vea en púrpura caliente

Agonizar estos campos,

Tanto que los cielos piensen

Que se olvidaron de hacer

Otras flores que claveles.

D. Alf.

Si fueras, moro, mi igual,

Pudiera ser que se viese

Reducida esta victoria

A dos jóvenes valientes;

Mas díle á tu Rey que salga

Si ganar fama pretende;

Que yo haré que salga el mio.

Tarud.

Casi has dicho que lo eres,

Y siendo así, Tarudante

Sabrá tambien responderte.

D. Alf.

Pues en campaña te espero.

Tarud.

Yo haré que poco me esperes,

Porque soy rayo.

D. Alf.

Yo viento.

Tarud.

Volcan soy que llamas vierte.

D. Alf.

Hidra soy que fuego arroja.

Tarud.

Yo soy furia.

D. Alf.

Yo soy muerte.

Tarud.

¿Que no te espantes de oirme?

[p. 407]

D. Alf.

¿Que no te mueras de verme?

Rey.

Señores, vuestras Altezas,

Ya que los enojos pueden

Correr al sol las cortinas

Que le embozan y oscurecen,

Adviertan que en tierra mia

Campo aplazarse no puede

Sin mí; y así yo le niego,

Para que tiempo me quede

De serviros.

D. Alf.

No recibo

Yo hospedaje ni mercedes

De quien recibo pesares.

Por Fernando vengo: el verle

Me obligó á llegar á Fez

Disfrazado desta suerte:

Ántes de entrar en tu corte

Supe que á esta quinta alegre

Asistias; y así vine

A hablarte, porque fin diese

La esperanza que me trajo;

Y pues tan mal me sucede,

Advierte, señor, que solo

La respuesta me detiene.

Rey.

La respuesta, rey Alfonso,

Será compendiosa y breve:

Que si no me das á Ceuta,

No hayas miedo que le lleves.

D. Alf.

Pues ya he venido por él,

Y he de llevarle: prevente

Para la guerra que aplazo.—

Embajador, ó quien eres,

Véamonos en la campaña.

¡Hoy toda el África tiemble! (Vase.)

[p. 408]ESCENA V.

EL REY, FÉNIX, MULEY, TARUDANTE.

Tarud.

Ya que no pude lograr

La fineza, hermosa Fénix,

De serviros como esclavo,

Logre al ménos la de verme

A vuestros piés. Dad la mano

A quien un alma os ofrece.

Fénix.

Vuestra Alteza, gran señor,

Finezas y honras no aumente

A quien le estima, pues sabe

Lo que á sí mismo se debe.

Muley.

(Ap.) ¿Qué espera quien esto llega

A ver y no se da muerte?

Rey.

Ya que vuestra Alteza vino

A Fez impensadamente,

Perdone del hospedaje

La cortedad.

Tarud.

No consiente

Mi ausencia más dilacion

Que la de un plazo muy breve;

Y supuesto que venía

Mi embajador con poderes

Para llevar á mi esposa,

Como tú dispuesto tienes,

No, por haberlo yo sido,

Mi fineza desmerece

La brevedad de la dicha.

Rey.

En todo, señor, me vences;

[p. 409]Y así por pagar la deuda,

Como porque se previenen

Tantas guerras, es razon

Que desocupado quede

Destos cuidados; y así

Volverte luégo conviene

Ántes que ocupen el paso

Las amenazadas huestes[8]

De Portugal.

Tarud.

Poco importa,

Porque yo vengo con gente

Y ejército numeroso,

Tal, que esos campos parecen

Más ciudades que desiertos,

Y volveré brevemente

Con ella á ser tu soldado.

Rey.

Pues luégo es bien que se apreste

La jornada; pero en Fez

Será bien, Fénix, que entres

A alegrar á esa ciudad.

Muley.

Muley.

Gran señor.

Rey.

Prevente,

Que con la gente de guerra

Has de ir sirviendo á Fénix,

Hasta que quede segura,

Y con su esposo la dejes.

Muley.

(Ap.) Esto sólo me faltaba,

Para que, estando yo ausente,

Aun le falte mi socorro

[p. 410]A Fernando, y no le quede

Esta pequeña esperanza. (Vanse.)

. . . . . . . . . . . .[9]


Una calle de Fez.

ESCENA VI.

DON JUAN, BRITO, y otros CAUTIVOS, que sacan á DON FERNANDO, y le sientan en una estera.

D. Fern.

Ponedme en aquesta parte,

Para que goce mejor

La luz que el cielo reparte.—

¡Oh inmenso, oh dulce Señor,

Qué de gracias debo darte!

Cuando como yo se vía

Job, el dia maldecia;

Mas era por el pecado

En que habia sido engendrado;

Pero yo bendigo el dia

Por la gracia que nos da

Dios en él; pues claro está,

Que cada hermoso arrebol

Y cada rayo del sol,

Lengua de fuego será

Con que le alabo y bendigo.

Brito.

¿Estás bien, señor, así?

D. Fern.

Mejor que merezco, amigo.

[p. 411]¡Qué de piedades aquí,

Oh Señor, usais conmigo!

Cuando acaban de sacarme

De un calabozo, me dais

Un sol para calentarme:

Liberal, Señor, estais.

Caut. 1.º

Sabe el cielo, si quedarme

Y acompañaros quisiera;

Mas ya veis que nos espera

El trabajo.

D. Fern.

Hijos, adios.

Caut. 2.º

¡Qué pesar!

Caut. 3.º

¡Qué ánsia tan fiera!

(Vanse los cautivos.)

D. Fern.

¿Quedais conmigo los dos?

D. Juan.

Yo tambien te he de dejar.

D. Fern.

¿Qué haré yo sin tu favor?

D. Juan.

Presto volveré, señor;

Que sólo voy á buscar

Algo que comas, porque

Despues que Muley se fué

De Fez, nos falta en el suelo

Todo el humano consuelo;

Pero con todo eso iré

A procurarle, si bien

Imposibles solicito,

Porque ya cuantos me ven,

Por no ir contra el edito,

Que manda que no te den

Ni agua tampoco, ni á mí

Me venden nada, señor,

Por ver que te asisto á tí;

Que á tanto llega el rigor

De la suerte. Pero aquí

[p. 412]Gente viene. (Vase.)

D. Fern.

¡Oh si pudiera

Mi voz mover á piedad

A alguno, porque siquiera

Un instante más viviera

Padeciendo!

ESCENA VII.

EL REY, TARUDANTE, FÉNIX, CELIN.—DON FERNANDO, BRITO.

Celin.

Gran señor,

Por una calle has venido,

Que es fuerza que visto seas

Del Infante y advertido.

Rey.

(A Tarudante.) Acompañarte he querido,

Porque mi grandeza veas.

Tarud.

Siempre mis honras deseas...

D. Fern.

Dadle de limosna hoy

A este pobre algun sustento:

Mirad que hombre humano soy,

Y que afligido y hambriento,

Muriendo de hambre estoy.

Hombres, doleos de mí,

Que una fiera de otra fiera

Se compadece.

Brito.

Ya aquí

No hay pedir de esa manera.

D. Fern.

¿Cómo he de decir?

Brito.

Así:

Moros, tened compasion,

Y algo que este pobre coma

[p. 413]Le dad en esta ocasion,

Por el santo zancarron

Del gran profeta Mahoma.

Rey.

Que tenga fe en este estado,

Tan mísero y desdichado,

Más me ofende, más me infama.—

Maestre, Infante.

Brito.

El Rey llama.

D. Fern.

¿A mí? Brito, haste engañado:

Ni Infante ni Maestre soy,

El cadáver suyo sí;

Y pues ya en la tierra estoy,

Aunque Infante y Maestre fuí,

No es ese mi nombre hoy.

Rey.

Pues no eres Maestre ni Infante,

Respóndeme por Fernando.

D. Fern.

Ahora, aunque me levante

De la tierra, iré arrastrando

A besar tu pié.

Rey.

Constante

Te muestras, á mi pesar.

¿Es humildad ó valor

Esta obediencia?

D. Fern.

Es mostrar

Cuánto debe respetar

El esclavo á su señor.

Y pues que tu esclavo soy,

Y estoy en presencia tuya

Esta vez, tengo de hablarte:

Mi Rey y señor, escucha.

Rey te llamé, y aunque seas

De otra ley, es tan augusta

De los reyes la deidad,

Tan fuerte y tan absoluta,

[p. 414]Que engendra ánimo piadoso;

Y así es forzoso que acudas

A la sangre generosa

Con piedad y con cordura;

Que áun entre brutos y fieras

Este nombre es de tan suma

Autoridad, que la ley

De naturaleza ajusta

Obediencias; y así lêmos

En repúblicas incultas,

Al leon rey de las fieras,

Que cuando la frente arruga

De guedejas se corona,

Es piadoso, pues que nunca

Hizo presa en el rendido.

En las saladas espumas

Del mar el delfin, que es rey

De los peces, le dibujan

Escamas de plata y oro

Sobre la espalda cerúlea

Coronas, y ya se vió

De una tormenta importuna

Sacar los hombres á tierra,

Porque el mar no los consuma.

El águila caudalosa,

A quien copete de plumas

Riza el viento en sus esferas,

De cuantas aves saludan

Al sol es emperatriz,

Y con piedad noble y justa,

Porque brindado no beba

El hombre entre plata pura

La muerte, que en los cristales

Mezcló la ponzoña dura

[p. 415]Del áspid, con pico y alas

Los revuelve y los enturbia.

Aun entre plantas y piedras

Se dilata y se dibuja

Este imperio: la granada,

A quien coronan las puntas

De una corteza, en señal

De que es reina de las frutas,

Envenenada marchita

Los rubíes que la ilustran,

Y los convierte en topacios,

Color desmayada y mustia.

El diamante, á cuya vista

Ni áun el iman ejecuta

Su propiedad, que por rey

Esta obediencia le jura,

Tan noble es, que la traicion

Del dueño no disimula;

Y la dureza, imposible

De que buriles la pulan,

Se deshace entre sí misma,

Vuelta en cenizas menudas.

Pues si entre fieras y peces,

Plantas, piedras y aves, usa

Esta majestad de rey

De piedad, no será injusta

Entre los hombres, señor:

Porque el ser no te disculpa

De otra ley, que la crueldad

En cualquiera ley es una.

No quiero compadecerte

Con mis lástimas y angustias

Para que me des la vida,

Que mi voz no la procura;

[p. 416]Que bien sé que he de morir

De esta enfermedad que turba

Mis sentidos, que mis miembros

Discurre helada y caduca.

Bien sé que herido de muerte

Estoy, porque no pronuncia

Voz la lengua, cuyo aliento

No sea una espada aguda.

Bien sé al fin que soy mortal,

Y que no hay hora segura;

Y por eso dió una forma

Con una materia en una

Semejanza la razon

Al ataud y á la cuna.

Accion nuestra es natural,

Cuando recibir procura

Algo un hombre, alzar las manos

En esta manera juntas;

Mas cuando quiere arrojarlo,

De aquella misma accion usa,

Pues las vuelve boca abajo

Porque así las desocupa.

El mundo, cuando nacemos,

En señal de que nos busca,

En la cuna nos recibe,

Y en ella nos asegura

Boca arriba; pero cuando,

O con desden ó con furia,

Quiere arrojarnos de sí,

Vuelve las manos que junta,

Y aquel instrumento mismo

Forma esta materia muda;

Pues fué cuna boca arriba

Lo que boca abajo es tumba.

[p. 417]Tan cerca vivimos, pues,

De nuestra muerte, tan juntas

Tenemos, cuando nacemos,

El lecho como la cuna.

¿Qué aguarda quien esto oye?

Quien esto sabe, ¿qué busca?

Claro está que no será

La vida: no admite duda;

La muerte sí: esta te pido,

Porque los cielos me cumplan

Un deseo de morir

Por la fe; que, aunque presumas

Que esto es desesperacion,

Porque el vivir me disgusta,

No es sino afecto de dar

La vida en defensa justa

De la fe, y sacrificar

A Dios vida y alma juntas:

Y así aunque pida la muerte,

El afecto me disculpa.

Y si la piedad no puede

Vencerte, el rigor presuma

Obligarte. ¿Eres leon?

Pues ya será bien que rujas,

Y despedaces á quien

Te ofende, agravia é injuria.

¿Eres águila? Pues hiere

Con el pico y con las uñas

A quien tu nido deshace.

¿Eres delfin? Pues anuncia

Tormentas al marinero

Que el mar de este mundo sulca.

¿Eres árbol real? Pues muestra

Todas las ramas desnudas

[p. 418]A la violencia del tiempo,

Que ira de Dios ejecuta.

¿Eres diamante? Hecho polvos

Sé pues venenosa furia,

Y cánsate; porque yo,

Aunque más tormentos sufra,

Aunque más rigores vea,

Aunque llore más angustias,

Aunque más miserias pase,

Aunque halle más desventuras,

Aunque más hambre padezca,

Aunque mis carnes no cubran

Estas ropas, y aunque sea

Mi esfera esta estancia sucia,

Firme he de estar en mi fe;

Porque es el sol que me alumbra,

Porque es la luz que me guía,

Es el laurel que me ilustra.

No has de triunfar de la Iglesia;

De mí, si quieres, trïunfa:

Dios defenderá mi causa,

Pues yo defiendo la suya.

Rey.

¿Posible es que en tales penas

Blasones y te consueles,

Siendo propias? ¿Qué condenas,

No me duelan, siendo ajenas,

Si tú de tí no te dueles?

Que pues tu muerte causó

Tu misma mano y yo no,

No esperes piedad de mí;

Ten tú lástima de tí,

Fernando, y tendréla yo. (Vase.)

D. Fern.

(A Tarudante.) Señor, vuestra Majestad

Me valga.

[p. 419]

Tarud.

¡Qué desventura! (Vase.)

D. Fern.

(A Fénix.) Si es alma de la hermosura

Esa divina deidad,

Vos, señora, me amparad

Con el Rey.

Fénix.

¡Qué gran dolor!

D. Fern.

¿Aun no me mirais?

Fénix.

¡Qué horror!

D. Fern.

Haceis bien; que vuestros ojos

No son para ver enojos.

Fénix.

¡Qué lástima! ¡qué pavor!

D. Fern.

Pues aunque no me mireis

Y ausentaros intenteis,

Señora, es bien que sepais,

Aunque tan bella os juzgais,

Que más que yo no valeis,

Y yo quizá valgo más.

Fénix.

Horror con tu voz me das,

Y con tu aliento me hieres.

¡Déjame, hombre! ¿qué me quieres?

Que no puedo sentir más. (Vase.)

ESCENA VIII.

DON JUAN, con un pan.—DON FERNANDO, BRITO.

D. Juan.

Por alcanzar este pan

Que traerte, me han seguido

Los moros, y me han herido

Con los palos que me dan.

D. Fern.

Esa es la herencia de Adan.

D. Juan.

Tómale.

D. Fern.

Amigo leal,

[p. 420]Tarde llegas, que mi mal

Es ya mortal.

D. Juan.

Déme el cielo

En tantas penas consuelo.

D. Fern.

Pero ¿qué mal no es mortal,

Si mortal el hombre es,

Y en este confuso abismo

La enfermedad de sí mismo

Le viene á matar despues?

Hombre, mira que no estés

Descuidado: la verdad

Sigue, que hay eternidad;

Y otra enfermedad no esperes

Que te avise, pues tú eres

Tu mayor enfermedad.

Pisando la tierra dura

De contínuo el hombre está,

Y cada paso que da

Es sobre su sepultura.

Triste ley, sentencia dura

Es saber que en cualquier caso

Cada paso (¡gran fracaso!)

Es para andar adelante,

Y Dios no es á hacer bastante,

Que no haya dado aquel paso.

Amigos, á mi fin llego:

Llevadme de aquí en los brazos.

D. Juan.

Serán los últimos lazos

De mi vida.

D. Fern.

Lo que os ruego,

Noble Don Juan, es que luego

Que espire me desnudeis.

En la mazmorra hallaréis

De mi religion el manto,

[p. 421]Que le traje tiempo tanto;

Con este me enterraréis

Descubierto, si el Rey fiero

Ablanda la saña dura,

Dándome la sepultura;

Y señaladla; que espero,

Que aunque hoy cautivo muero,

Rescatado he de gozar

El sufragio del altar;

Que pues yo os he dado á vos

Tantas iglesias, mi Dios,

Alguna me habeis de dar.

(Llévanle en brazos.)


Playa distante de la ciudad de Fez.—Es de noche.

ESCENA IX.

DON ALFONSO, soldados con arcabuces.

D. Alf.

Dejad á la inconstante

Playa azul esa máquina arrogante

De naves, que causando al cielo asombros,

El mar sustenta en sus nevados hombros:

Y en estos horizontes

Aborten gente los preñados montes

Del mar, siendo con máquinas de fuego

Cada bajel un edificio griego.

[p. 422]ESCENA X.

DON ENRIQUE.—Dichos.

D. Enr.

Señor, tú no quisiste que saliera

Nuestra gente de Fez en la ribera,

Y este puesto escogiste

Para desembarcar: infeliz fuiste,

Porque por una parte

Marchando viene el numeroso Marte,

Cuyo ejército al viento desvanece,

Y los collados de los montes crece.

Tarudante conduce gente tanta,

Llevando á su mujer, felice Infanta

De Fez, hácia Marruecos...

Mas respondan las lenguas de los ecos.

D. Alf.

Enrique, á eso he venido,

A esperarle á este paso; que no ha sido

Esta eleccion acaso; prevenida

Estaba, y la razon está entendida:

Si yo á desembarcar á Fez llegara,

Esta gente y la suya en ella hallara;

Y estando divididos,

Hoy con ménos poder están vencidos;

Y ántes que se prevengan,

Toca al arma.

D. Enr.

Señor, advierte y mira

Que es sin tiempo esta guerra.

D. Alf.

Ya mi ira

Ningun consejo alcanza.

No se dilate un punto esta venganza:

Éntre en mi brazo fuerte

[p. 423]Por África el azote de la muerte.

D. Enr.

Mira que ya la noche,

Envuelta en sombras, el luciente coche

Del sol esconde entre las sombras puras.

D. Alf.

Pelearemos á oscuras;

Que á la fe que me anima,

Ni el tiempo ni el poder la desanima.

Fernando, si el martirio que padeces,

Pues es suya la causa, á Dios le ofreces,

Cierta está la victoria:

Mio será el honor, suya la gloria.

D. Enr.

Tu orgullo altivo yerra.

ESCENA XI.

DON FERNANDO.—Dichos.

D. Fern.

(Dentro.)

¡Embiste, gran Alfonso! ¡Guerra! ¡guerra!

D. Alf.

¿Oyes confusas voces

Romper los vientos tristes y veloces?

D. Enr.

Sí, y en ellos se oyeron

Trompetas que á embestir señal hicieron.

D. Alf.

¡Pues á embestir, Enrique! que no hay duda

Que el cielo ha de ayudarnos hoy.

(Aparécese el Infante D. Fernando, con manto capitular, y una hacha encendida.)

D. Fern.

Sí ayuda,

Porque obligando al cielo,

Que vió tu fe, tu religion, tu celo,

Hoy tu causa defiende.

Librarme á mí de esclavitud pretende,

Porque, por raro ejemplo,

[p. 424]Por tantos templos, Dios me ofrece un templo;

Y con esta luciente

Antorcha desasida del oriente,

Tu ejército arrogante

Alumbrando he de ir siempre delante,

Para que hoy en trofeos

Iguales, grande Alfonso, á tus deseos,

Llegues á Fez, no á coronarte agora,

Sino á librar mi ocaso en el aurora.

(Vase.)

D. Enr.

Dudando estoy, Alfonso, lo que veo.

D. Alf.

Yo no, todo lo creo;

Y si es de Dios la gloria,

No digas guerra ya, sino victoria. (Vanse.)


Vista interior de los muros de Fez.

ESCENA XII.

EL REY y CELIN; y en lo alto estará DON JUAN y UN CAUTIVO, y un ataud en que parezca estar el Infante.

D. Juan.

Bárbaro, gózate aquí

De que tirano quitaste

La mejor vida.

Rey.

¿Quién eres?

D. Juan.

Un hombre, que aunque me maten,

No he de dejar á Fernando,

Y aunque de congoja rabie,

He de ser perro leal

[p. 425]Que en muerte he de acompañarle.

Rey.

Cristianos, ese es padron

Que á las futuras edades

Informe de mi justicia;

Que rigor no ha de llamarse

Venganza de agravios hechos

Contra personas reales.

Venga Alfonso agora, venga

Con arrogancia á sacarle

De esclavitud; que aunque yo

Perdí esperanzas tan grandes

De que Ceuta fuese mia;

Porque las pierda arrogante

De su libertad, me huelgo

De verle en estrecha cárcel.

Aun muerto no ha de estar libre

De mis rigores notables;

Y así puesto á la vergüenza

Quiero que esté á cuantos pase.

D. Juan.

Presto verás tu castigo,

Que por campañas y mares

Ya descubro desde aquí

Mis cristianos estandartes.

Rey.

Subamos á la muralla

A saber sus novedades.

D. Juan.

Arrastrando las banderas

Y destemplados los parches,

Muertas las cuerdas y luces,

Todas son tristes señales. (Vanse.)


[p. 426]Vista exterior de los muros de Fez.

ESCENA XIII.

Tocan cajas destempladas; sale DON FERNANDO delante, con una hacha encendida, y detras DON ALFONSO, DON ENRIQUE y SOLDADOS, que traen presos á TARUDANTE, FÉNIX y MULEY; despues EL REY y CELIN.

D. Fern.

En el horror de la noche,

Por sendas que nadie sabe,

Te guié: ya con el sol

Pardas nubes se deshacen.

Victorioso, gran Alfonso,

A Fez conmigo llegaste:

Este es el muro de Fez,

Trata en él de mi rescate. (Vase.)

D. Alf.

¡Ah de los muros! Decid

Al Rey que salga á escucharme.

(Salen el Rey y Celin al muro.)

Rey.

¿Qué quieres, valiente jóven?

D. Alf.

Que me entregues al Infante,

Al maestre Don Fernando,

Y te daré por rescate

A Tarudante y á Fénix,

Que presos están delante.

Escoge lo que quisieres:

Morir Fénix, ó entregarle.

Rey.

¿Qué he de hacer, Celin amigo,

En confusiones tan grandes?

Fernando es muerto, y mi hija

[p. 427]Está en su poder. ¡Mudable

Condicion de la fortuna,

Que á tal estado me trae!

Fénix.

¿Qué es esto, señor? Pues viendo

Mi persona en este trance,

Mi vida en este peligro,

Mi honor en este combate,

¡Dudas qué has de responder!

¿Un minuto, ni un instante

De dilacion te permite

El deseo de librarme?

En tu mano está mi vida,

¿Y consientes (¡pena grave!)

Que la mia (¡dolor fiero!)

Injustas prisiones aten?

De tu voz está pendiente

Mi vida (¡rigor notable!),

¿Y permites que la mia

Turbe la esfera del aire?

A tus ojos ves mi pecho

Rendido á un desnudo alfanje,

¿Y consientes que los mios

Tiernas lágrimas derramen?

Siendo Rey, has sido fiera;

Siendo padre, fuiste áspid;

Siendo juez, eres verdugo:

Ni eres Rey, ni juez, ni padre.

Rey.

Fénix, no es la dilacion

De la respuesta negarte

La vida, cuando los cielos

Quieren que la mia acabe.

Y puesto que ya es forzoso

Que una ni otra se dilate,

Sabe, Alfonso, que á la hora

[p. 428]Que Fénix salió ayer tarde,

Con el sol llegó al ocaso,

Sepultándose en dos mares

De la muerte, y de la espuma,

Juntos el sol y el Infante.

Esta caja humilde y breve

Es de su cuerpo el engaste.

Da la muerte á Fénix bella:

Venga tu sangre en mi sangre.

Fénix.

¡Ay de mí! Ya mi esperanza

De todo punto se acabe.

Rey.

Ya no me queda remedio

Para vivir un instante.

D. Enr.

¡Válgame el cielo! ¿qué escucho?

¡Qué tarde, cielos, qué tarde

Le llegó la libertad!

D. Alf.

No digas tal; que si ántes

Fernando en sombras nos dijo

Que de esclavitud le saque,

Por su cadáver lo dijo,

Porque goce su cadáver

Por muchos templos un templo,

Y á él se ha de hacer el rescate.—

Rey de Fez, porque no pienses

Que muerto Fernando vale

Ménos que aquesta hermosura;

Por él, cuando muerto yace,

Te la trueco. Envía, pues,

La nieve por los cristales,

El enero por los mayos,

Las rosas por los diamantes,

Y al fin, un muerto infelice

Por una divina imágen.

Rey.

¿Qué dices, invicto Alfonso?

[p. 429]

D. Alf.

Que esos cautivos le bajen.

Fénix.

Precio soy de un hombre muerto;

Cumplió el cielo su homenaje.

Rey.

Por el muro descolgad

El ataud, y entregadle;

Que para hacer las entregas

A sus piés voy á arrojarme.

(Quítase del muro.—Bajan el ataud con cuerdas por el muro.)

D. Alf.

En mis brazos os recibo,

Divino Príncipe mártir.

D. Enr.

Yo, hermano, aquí te respeto.

ESCENA XIV.

EL REY, DON JUAN, cautivos.—Dichos.

D. Juan.

Dáme, invicto Alfonso, dáme

La mano.

D. Alf.

Don Juan, amigo,

¡Buena cuenta del Infante

Me habeis dado!

D. Juan.

Hasta su muerte

Le acompañé, hasta mirarle

Libre, vivo y muerto estuve

Con él: mirad dónde yace.

D. Alf.

Dadme, tio, vuestra mano;

Que aunque necio é ignorante

A sacaros del peligro

Vine, gran señor, tan tarde,

En la muerte, que es mayor,

Se muestran las amistades.

En un templo soberano

[p. 430]Haré depósito grave

De vuestro dichoso cuerpo.—

A Fénix y á Tarudante (Al Rey.)

Te entrego, Rey, y te pido

Que aquí con Muley la cases,

Por la amistad que yo sé

Que tuvo con el Infante.

Ahora llegad, cautivos,

Vuestro Infante ved, llevadle

En hombros hasta la armada[10].

Rey.

Todos es bien le acompañen.

D. Alf.

Al són de dulces trompetas

Y templadas cajas marche

El ejército con órden

De entierro, para que acabe,

Pidiendo perdon humilde

Aquí de sus yerros grandes,

El lusitano Fernando,

Príncipe en la fe constante.


[p. 431]

ÍNDICE.


  Págs.
Estudio crítico V
La vida es sueño 1
La devocion de la Cruz 117
El mágico prodigioso 211
El Príncipe constante 329

NOTAS

[1] Natural.

[2] Calderon no la nombra: sin duda le pareció poco necesario, por ser el drama de pura invencion.

[3] Polonia no tenía puertos: Calderon por consiguiente no pudo colocar la accion del drama en una ciudad marítima. A este cargo que se ha hecho al autor por estos dos versos creo que se responde muy fácilmente. Mar se llamaba en tiempo de Calderon al de Ontígola, que es un estanque; Mar se llamó despues al estanque grande de los jardines de la Granja. Cayó del balcon al mar, querrá, segun esto, decir: «cayó á un estanque de los jardines de palacio, cayó al estanque que está debajo del balcon.»

[4] Hablar en equivalia ántes á hablar de.

[5] No hay verso que consuene con este. Para el metro y para el sentido falta algo.

[6] Verso suelto en una escena escrita en tercetos. Falta un verso que consuene con dia, y otro con pena. Es de creer que haya una laguna aquí.

[7] Esta escena es una especie de glosa, habilísimamente hecha, de varios romances.

[8] Amenazadas significa en este lugar las que amenazan ó las anunciadas.

[9] Falta un verso para el romance.

[10] La muerte de D. Fernando fué en el año 1443; el rescate de sus reliquias en 1472.


Nota de transcripción