The Project Gutenberg eBook of El corazón juglar This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: El corazón juglar Author: Luis G. Urbina Release date: October 5, 2020 [eBook #63378] Language: Spanish Credits: Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images available at The HathiTrust Digital Library.) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL CORAZÓN JUGLAR *** Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was produced from images available at The HathiTrust Digital Library.) EL CORAZÓN JUGLAR _BIBLIOTECA HISPANO-AMERICANA_ LUIS G. URBINA EL CORAZÓN JUGLAR Creer-Crear. MADRID EDITORIAL PUEYO ARENAL, 6 1920 Imprenta de Juan Pueyo. Luna, 29. Teléf. 14-30.--Madrid. _En memoria de JUSTO SIERRA vida pura, alma blanca, pensamiento altísimo_. _Ofrenda de mi dolor devoto._ LUIS LAMINA ANTIGUA Ya es viejo, mas aun vive cual en sus años mozos, bajo un sol veraniego o una invernal ventisca; y, por esos caminos, va recitando trozos de romances en donde la tristeza se enrisca. Para llorar dolores y reir alborozos, trae a cuestas el viejo la guitarra morisca, la obscura compañera de trémulos sollozos, «de las voces, aguda; de los puntos, arisca». De villorrio en villorrio, de posada en posada, a la lumbre del día, o a la luz plateada de la noche, va el viejo desgranando el cantar. Un niño se detiene, se asoma una vecina, una puerta se abre, un balcón se ilumina... Y, rumbo al Sueño, pasa mi corazón juglar. Madrid, Mayo de 1919. SOR MELANCOLIA POEMA DE VIAJE En un convento vivía una monja que pasaba por santa, y que se llamaba la Hermana Melancolía. AMADO NERVO. I APARICIÓN _Frente a Cádiz._ El _Infanta Isabel_ empieza el viaje: de la línea del muelle al fin se arranca, y la ciudad, como de fino encaje, se va esfumando, caprichosa y blanca, y se diluye, en gris, sobre el celaje. El abigarramiento del paisaje, con ser tan pintoresco, no interesa como el claro horizonte. Es el momento en que una nube cárdena y espesa extiende un friso de rubí y argento. Cuando vuelve la calma al entrepuente, de codos en la extensa barandilla, me pongo a contemplar la maravilla de sol, y cielo, y mar, en el Poniente. Ha comenzado el viaje... De improviso una figura de mujer absorta cerca de mí se yergue, y se recorta sobre la luz, con un perfil preciso. Es una monja que detuvo el paso y ve morir la tarde. En su cabeza hay una expresión vaga de tristeza digna de la hermosura del Ocaso. El crepúsculo enciende, en fuego vivo, el oleaje de cristal sonoro. Y aquel semblante dulce y pensativo se envuelve en una atmósfera de oro y me recuerda un cuadro primitivo. El barco avanza... Sobre el mar violeta cae la noche pávida y sombría; y yo, que siento una emoción secreta, que es como una naciente simpatía, mirando a la mujer humilde y quieta, me acuerdo de la monja del poeta, la que llamaban Sor Melancolía. II ENTRETENIMIENTO ROMÁNTICO Hiende el trasatlántico las ondas obscuras y el vidrio del agua se rompe en blancuras; cielo y mar, y cielo y mar, día a día: mañanas de niebla; tardes blondas, puras noches que florecen en diamantería. Pasan _cocottes_, monjas, histriones y curas; vanidades cursis, falsas hermosuras: vulgaridad todo; todo tontería. Un farandulero va hablando locuras enfáticamente; y una vieja harpía echa a un vecino miradas impuras con un senil gesto de coquetería. ¡Qué iguales las horas, qué largas, qué duras! ¡Qué imbécil pereza! ¡Qué monotonía! Hiende el trasatlántico las aguas obscuras... cielo y mar, y cielo y mar, día a día. Mas yo, que rumiando voy mis desventuras mojadas en una gota de ironía, endulzo mis ocios y mis amarguras y enciendo la lámpara de mi poesía, mirando tus ojos, fuente de ternuras, profundos y negros, Sor Melancolía. III CASTO RUEGO El amor ha pasado en todos sus martirios. No temas. En la hora doliente y sosegada, irán, como en un cofre dos olvidados lirios, tu juventud marchita, mi madurez cansada. Mis ojos no fulguran con insanos delirios; y, por sentir el fuego de una lumbre sagrada, cual mariposas negras en torno de los cirios, mis pensamientos buscan la luz de tu mirada. Ya están--¡oh candorosa!--muertas las ilusiones, dormidos los deseos y quietas las pasiones; ya no queda un rescoldo del incendio voraz. No he de romper el frágil cristal de tu pureza... Permite que en tus ojos, veneros de tristeza, se bañe largamente mi aspiración de paz. IV INSINUACION Di, Sor Melancolía, di tu secreto en una mirada, de esas hondas miradas cristalinas que son como un Ocaso que emblanqueció la luna y mancha un fugitivo volar de golondrinas. ¿Eres tú de las almas que ya desde la cuna van al dolor, y siguen coronadas de espinas, y tienen en el mundo la gracia inoportuna del lirio que florece clavado en las ruinas? Dentro de las monjiles tocas, blancas y negras, en vano tu semblante con la sonrisa alegras: tu gesto es misterioso y amargo como el mar. Tu juventud es como la rosa que en el vaso litúrgico, agoniza de sed, y, paso a paso, decora con sus pétalos las gradas del altar. V PRIMERA DIVAGACIÓN _A merced de los hados._ Desde el sillón de cubierta mi fastidio ve pasar, en ensoñación incierta, la hora muerta. La hora muerta y el mar. El cielo y el mar. Va el alma serena y sola, Y pienso ante el rebullir impaciente de la ola, en la muchacha española que lloró al verme partir. Ola humana (¡pobrecilla!) que sin llegar a la orilla y anhelante de placer, huye, torna, salta y brilla y no cesa de correr. ¿Adónde irá? No respondas, corazón, en vano ahondas: está lleno de _quién sabes_ el destino de las ondas, de las nubes, de las aves. Lo sé. Mas siento una leve inquietud que me conmueve, porque no logro entender qué hará el viento que los lleve, con aquel celaje breve que enrubia el atardecer, con aquella onda de nieve --luz y espuma en el zafir...-- con aquella mujer que lloró al verme partir. VI MADRIGAL RELIGIOSO En el hábito negro brilla el marfil pulido de tus manos, que tienen, como las que pintó el Greco, el alargado dibujo, el colorido anémico y la rara nobleza de expresión. Manos finas y exangües que mueven tu rosario con lentitud de abeja que labra su panal; y vuelan por las páginas de tu devocionario, como los colibríes, de rosal a rosal. Las miro, y sueño. Huelen a mirra sus marfiles. ¡Qué buenas si se juntan en la santa oración! ¡Qué frescas si se posan en las sienes febriles! Y sobre las heridas, ¡qué bálsamo de amor! Las miro, y me parece que en días ya lejanos, con su virtud hubieran revivido mi fe. ¡Qué caricia tan pura guardarán esas manos, la soñada caricia que jamás sentiré! VII LUNA NUEVA Yo, mudo y solitario; tú, aislada y silenciosa; las gentes, aburridas, y el ambiente, vulgar; mas en tus ojos tristes se abre, como una rosa sobre un lago, tu alma que nos ve a mí y al mar. Dos niños que corrieran tras una mariposa somos tú y yo. Y la vida nos quiere castigar poniéndonos, tal como la abuela cariñosa: al uno frente al otro, con prohibición de hablar. Vuelven tus compañeras junto a ti. Yo las miro con interés discreto. Yo recojo el suspiro que no exhalas y escucho tus querellas sin voz. Mientras el mar de raso, suavemente sonoro, se adormece en la noche, y la luna de oro va cortando celajes cual si fuese una hoz. VIII AUTOBIOGRAFÍA LÍRICA Oyeme con los ojos, ya que están tan distantes los oídos. SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. Miras furtivamente, las cejas juntas, y cual niñas traviesas a la ventana asoman a tus ojos las preguntas. ¿Quieres saber cuál es mi vida, hermana? Parece que me dices:--«¡Pobre viajero! Se ve que estás cansado. ¿Por qué sendero arrastraste la vida? ¿Por qué viniste a surcar estos mares como un aventurero? ¿Por qué estás siempre solo, callado y triste?» Soy uno de la errante caravana de Caín. El desierto me vió pasar, hermana; pasé fácil al sueño, dócil a la alegría; bien dispuesto al pecado y a la melancolía. El mal filtró en mi vida su fragante veneno. Fuí malo, y--¡Dios lo sabe!--siempre quise ser bueno. De todos los placeres ninguno me da encanto tan hondo y tan sincero como el placer del llanto. De todas las virtudes, para mí, la más alta, es la piedad. ¡El mundo la necesita tanto! Toda vida es estéril si la piedad le falta. Tu Dios, ¿no es una inmensa piedad? Pues es el mío: a Él la piedad humana va como al mar el río. Hermana: yo he gozado todas las impurezas, y he sufrido la angustia de todas las tristezas. Un día hallé un oasis en el camino; una fuente en la arena bajo una palma. El cielo era una joya, y el divino crepúsculo tenía piedad y calma. Me senté rodeado de todos mis cariños: una canción, un sueño, una anciana y tres niños. Y esperé. Lentamente, la tarde iba abriendo en la penumbra su estrella pensativa. Y la noche llegaba, luminosa y risueña, diciéndome: Reposa; ama; medita; sueña. Por el rosado ambiente, brillante de reflejos de sol la caravana de Caín, a lo lejos, se perdía, abrumada con todas sus miserias, con todos sus pecados, con todas sus histerias. Y yo desfallecía, pleno de confianza, solo con mis amores; solo con mi esperanza... No vino la piadosa muerte, no vino; la vida, deshaciéndose en torbellino, desató sus furores contra mi suerte. Me castigó la vida, no la muerte. (Y aun se debate el alma, sumergida en el inmenso asombro de la vida.) Me empujaron las fuerzas de mi destino incierto a la sombra, a la noche y al desierto. Y aquí estoy. Hace tiempo que el mundo he recorrido en busca de una paz y de un olvido. Arrastré sufrimientos por tierras y por mares; y he secado mis ropas en ajenos hogares. Así, en un tono lírico, te cuento el cuento; y siento que tú me compadeces mientras yo te lo cuento. A tus ojos, que brillan bajo las cejas juntas, ya no salen curiosas las preguntas. Ya lo dije: soy uno de la gran caravana de Caín; el desierto me vio pasar, hermana. No sé ni lo que busco, ni lo que espero: caí, y al levantarme, perdí el sendero. Besé mi cruz. Y sigo: y amo mi pena. Compadéceme, hermana, tú que eres buena: soy más desventurado que aventurero. IX SALUDO MATINAL Hoy has amanecido más pálida, hermanita, ¿Qué tienes? El insomnio te sombreó la tez. El mar de la mañana refleja su infinita luz de piedra preciosa sobre tu palidez. ¿Anoche recibiste la celestial visita como Santa Teresa? ¿O volaste, tal vez, con alas transparentes, por la región bendita que sueñas en tus cándidas horas de placidez? ¿O recordaste alguna novela favorita devorada en el claro jardín de la niñez: --el castillo; la escala; Gerineldos; la cita, y el pañuelo que asoma por el alto ajimez?-- Hoy has amanecido más pálida, hermanita: te ha pintado el insomnio de amarillo la tez. X SEGUNDA DIVAGACIÓN Este es el romance vulgar del hombre sepultado en el mar. Fué en la noche. Estaba el mar alterado y taciturno cual si protestase de que le volvieran sepulcro. Tenia brillos siniestros de plata vieja; y obscuros manchones; y parecía terciopelo azul y sucio. Un cordón de extrañas testas, como goyesco dibujo, se inclinó en la barandilla de estribor--hilo de frutos fantásticos--: los curiosos miraban serios y mudos. En el alba de aquel día, abajo, entre fuego y humo de máquinas, dos vulcanos riñeron, y cayó uno. El homicida, a la barra; y el muerto, al mar. Era justo. --Los de arriba, los felices, ¡qué saben de fuego y humo! Mas la noticia era trágica y original, y entretuvo.-- En la negrura del casco se abrió una escotilla; un brusco resplandor amarillento hirió las aguas, y, al punto, una cárdena linterna apareció y echó un fúlgido torrente de sangre, en el mar, que enrojeció de súbito. Chirriaron cordeles, y salió el ataúd, de rudos tablones, balanceándose sobre el abismo, un minuto. El capellán, invisible, rezó en alta voz algunos latines. Dos marineros --el cordel entre los puños-- fueron dejando caer, en su líquido sepulcro, el ataúd. Se abrió el mar compasivo y taciturno; y argentado y azul, era como un palpitante túmulo. Resplandecían los astros en el horizonte adusto, y entre las sombras, fingían ojos de mirar ceñudo. En aquel supremo instante me acordé de Víctor Hugo. «¡Un hombre al mar!» Sin embargo, el buque no se detuvo. Algunas gotas de llanto; algunas caras de susto; algún dicho filosófico; algún chiste audaz y estúpido... El barco, lleno de luz, siguió tranquilo su rumbo. Sonó el piano en el salón; tocaron un vals los músicos; se cantó el _Vorrei morir_, se aplaudió algún cuento burdo. Tres vaporosas _cocottes_ y cuatro _monoclos_ lúcidos mezclaban _champagne_ y risas en la _cámara de lujo_. Hervía el _piccolo mondo_ en un regocijo absurdo. Sólo la hélice gemía, solo el mar llevaba luto. XI ADIVINACIONES La biografía soñada. Oh, los símiles viejos, que entretienen la sed de imaginar, las viejas flores retóricas que se abren y que tienen la verdad, el hechizo y los fulgores de esos paisajes que a nosotros vienen en un cinematógrafo a colores!)] La brisa es un suspiro de abril. El mar, un campo azul. El cielo, un pálido zafiro. La nube, un cisne. El barco va, en su vuelo, con levedad ingrávida de pluma, envuelto en telas diáfanas y blondas, y bordando en la seda de las ondas arabescos de espuma.-- Hermana, tú reposas en la silla de cubierta, y señalas en tu actitud una emoción sencilla, y en el perfume de éxtasis que exhalas ante la maravilla de la serena inmensidad que brilla, el pensamiento y el mirar resbalas. --El barco va, con levedad de pluma envuelto en finas claridades blondas, y bordando en la seda de las ondas arabescos de espuma. Miro tu éxtasis, Sor Melancolía, y sobre el mar risueño, voy con los hilos de la fantasía; dibujando una flor de poesía en el lino de un sueño. ...La empinada calleja, siempre polvosa y solitaria; el muro, alto y sombrío, y el portal obscuro, y la vetusta reja. ¿Toledo? ¿Avila? ¿Burgos? Quizá... Alguna ciudad llena de sol y de antiguallas, con su puerta moruna y su río en la orilla, y que, con torres, claustros y murallas pregona, entre la herrumbre y la polilla, leyendas de milagros y batallas en las ocres llanuras de Castilla. Allí pasaste la niñez, sin pena y sin placer. Y abrióse, en el devoto ambiente, tu alma buena, tal como una clorótica azucena se abre en un tiesto roto. Dócil al bien y a la maldad ajena se deslizó tu vida provinciana, juntando a la doméstica faena la misa parroquial de la mañana y el familiar rosario de la cena. Corrió el tiempo... Y un día, por tu calle pasó, como en un sueño que te impregnase el alma de alegría, el galán lugareño. --El barco va con levedad de pluma envuelto en finas claridades blondas, y realza en la seda de las ondas arabescos de espuma.-- Y en la vidriera que la luz irisa, a la hora del silencio vespertino alzabas los visillos, y, de prisa, echabas a su paso una sonrisa como si le enflorases el camino. La embriaguez de un jardín en primavera aspiraste en el púdico deseo, y tembló tu alma entera con la inquietud de la primer quimera, como un nido que siente un aleteo. ¿Fué traición? ¿Abandono? ¿Desencanto? Tú escondes el secreto; mas la vida mordió una vez tu seno, y su mordida la cándida ilusión deshizo en llanto. Y qué cruel y persuasivo acento --voz de Hamlet, irónico y violento-- decirte pudo la falaz lisonja: --«Eres buena, y el mundo es un tormento para las almas buenas. ¡Ve a un convento! ¡Anda! ¡Métete monja!» Y nada más... Así pasó. Tranquilos, mas no estériles son tus sinsabores. Tu vida pasa entre cuidar asilos, velar enfermos, consolar dolores. Disculpa que profane tus tristezas: soy un viajero que, atrevido, arranca una corola blanca y que perfuma así las impurezas. Tu vida es como un velo de candor primitivo, simple como esta página que escribo mientras tú ves el cielo. ¡Ah, pobre hermana, pobre mujer, buena y sencilla, que va rezando sobre el abismo sin fondo y sin orilla!... Mas... dime: ¿es una lágrima que brilla o una gota del mar, turbia y salobre, la que rueda en tu pálida mejilla? --El barco va con levedad de pluma envuelto en finas claridades blondas, y realza en la seda de las ondas arabescos de espuma... XII TERCERA DIVAGACIÓN Un suspiro por Madrid. Madrid, el de las calles torcidas, los jardines antiguos, los palacios y la Plaza Mayor. Madrid de las verbenas, los _tupis_ y los _cines_. Madrid, pícaro y noble, viejo y evocador! ¡Ciudad de río mísero y de áridos confines; ciudad de las mujeres de la boca de flor; ciudad de los mendigos y de los malandrines; ciudad de la alegría, la gracia y el amor! Una igualdad arcaica pone encanto en tu vida. Menipo es feliz dentro de su capa raída, y el niño de Vallecas le da la mano al Cid. ¡Madrid, el de las típicas y pintorescas gentes; el de los rojos techos, el de las claras fuentes; el de Goya y Velázquez... ¡Madrid! ¡Madrid! ¡Madrid! XIII GALANTERÍA Así, dentro la negra toca de blanco filo que tu cabeza ciñe y oculta tu cabello, tu cara resplandece, y en su óvalo tranquilo una invisible lámpara pone su azul destello. La toca, que desciende y a tus hombros da asilo, es un emblema puro de matiz casto y bello, y, como una corola de inmaculado hilo, avaramente esconde la gracia de tu cuello. Estatua en mármol y ónix, cuyo perfil semeja el de la ardiente santa del Bernino, y que deja traslucir los fervores de un ingenuo candor. Rostro pálido que una claridad ilumina con su llama apacible, misteriosa y divina como la de una estrella que besara una flor. XIV LA ÚLTIMA MAÑANA Tú, en silencio, rezabas; yo, en silencio, escribía; de cuando en cuando alzabas los ojos a mirar el horizonte diáfano que en esplendor ardía y la maravillosa visión azul del mar. Como una seda, el viento; la luz, como un diamante y tu mirada, pura como el viento y la luz... Así pasé yo el tiempo, sin sufrir un instante, ni el mal de mi cansancio ni el peso de mi cruz. Era por las mañanas, cuando a los cabrilleos del sol las ondas labran, en blancura ideal, efímeras diademas y leves camafeos que al punto se deshacen en polvo de cristal. Este día es lluvioso: tú no rezas, hermana, ni yo escribo. Y estamos en silencio los dos. ¡Qué opaco el horizonte de la última mañana! ¡Y qué negras las olas que nos dicen ¡adiós! ¡Adiós! Muy pronto, hermana, te lo diré tan mudo que nadie ha de sentirlo. Del fondo de mi ser saldrá calladamente la sombra del saludo de admiración a una alma que ya nunca he de ver. Tal vez tú, por las noches, velando a algún doliente, o en el convento, a la hora del grave meditar, avives los recuerdos y cruce por tu frente la imagen de una angustia que te miró al pasar. Acaso, si en tu limpia memoria hay un asomo de interés, ¿qué habrá sido--dirá tu corazón-- de aquel tímido hombre que me miraba como un niño huraño y triste que va a pedir perdón? ¿Y yo?... Buscaré a solas, como única alegría, mi talismán de ensueños y purezas, y allí veré los grandes ojos de Sor Melancolía perpetuamente abiertos para velar por mí. En el mar.--Abril de 1917. A UNA CRIOLLA Muñequita de _biscuit_ que mueves los labios y dices una bobería; yo sé desde que te vi que eres coqueta, alma mía; mas... ¡qué adorable es tu coquetería! Cuentan que eres tonta. Dí: --«Soy linda; pensad, señores, qué es lo que queréis de mí. ¿Quién jamás dijo tontas a las flores? Ni los más graves doctores le han pedido talento al colibrí.»-- Flor, colibrí, mariposa, ave, rosa, ala, pétalo... Y así representas, alma mía, lo que es efímero, leve, frágil, breve; rayo de oro por el día; por la noche, hilo de plata... Tienes derecho a ser tonta e ingrata.-- ¡Es adorable tu coquetería! Pero, ¡cuidado! no llores, no sufras melancolía; no padezcas mal de amores; todo eso te dará sabiduría. Mas ¿para que la quieres?... Sigue rosa, colibrí, mariposa... Tu grácil y ligera tontería pone el olvido las tristezas... y es la más linda y adorable cosa del mundo, ¡oh insustancial, oh primorosa, oh frágil muñequita de _biscuit_. Habana, Noviembre 1915. AL PASAR Y dime, bondadosa criatura, en cuyos ojos la ilusión naufraga: dime si por ventura te ha quedado una gota de ternura que verter en mi llaga. Junto a la lumbre de tu hogar me siento sin soltar mi bordón de peregrino. Vine cansado y triste... Mas no intento oponerme al destino. La noche va a llegar, estoy sediento de una lágrima... Dámela, y contento proseguiré el camino... Toledo, Septiembre 1916. DEL AZUL AL GRIS Una calle de barrio.--En la fachada --una fachada colonial y austera-- el abierto balcón, donde la amada todas las tardes, a las seis, me espera. Cielo azul, aire limpio, luz dorada. Acaba de llover. Sol. Primavera. Huele a tierra mojada. En la mansa quietud del vecindario ladra un can solitario; dando traspiés, un ebrio soliloquia; gime Chopin en piano centenario, y el humilde esquilón de la parroquia llama a los feligreses al rosario. Los hilos del telégrafo, con finas rayas de pentagrama, ornan los bordes del pretil de las casas en ruinas; y allí las bulliciosas golondrinas están haciendo y deshaciendo acordes. Sonar se oye a distancia un organillo. Del cercano jardín viene un aroma de musgo. Dan las seis. Yo paso. Un brillo me alumbra el corazón. ¡Ella se asoma! Me paro en el portal, junto a la tienda, y así espero feliz, frente a la amada, a que la noche obscura nos sorprenda prendidos de una límpida mirada. ¡Estamos, en la sombra sosegada, oyendo al ruiseñor de la leyenda! ¿Dónde estoy? En Madrid. Vivo entre extraños, entre ansias nuevas y papeles viejos. ¿Cómo vine? No sé. Ya estoy muy lejos de mi país y de mis veinte años. Salió anoche del fondo de la nada este cuadro de amor. Miré la cosa más fútil y, no obstante, más soñada. ¡Leve impresión, efímera y alada, como una mariposa! Borróse la visión del paraíso. La realidad me vuelve a las sencillas vulgaridades de mi cuarto piso. Para ganarme el pan, se hace preciso emborronar, a diario, unas cuartillas. ¡Me siento tan distante, tan distante de aquel nocturno y repetido instante --de él me alejan la vida y el Atlántico-- que sobre una mesa de estudiante versifiqué mi amor ultra-romántico! ¡Basta, memoria! El hambre me vigila; terco es el mal, y la existencia, dura. ¡Ya está, cuerpo rebelde, alma intranquila; es necesario hacer literatura! La ventana clarea en gris borroso. El día está lluvioso. Mi alcoba está en penumbras, y me invita a quedarme en el lecho. ¡Qué triste soledad, y qué infinita! ¡Qué suspiro tan hondo el de mi pecho! ¡Rigideces de muerte hay en mi cuita! ¡Son del sepulcro, el frío y mi reposo! Y mi vasta patrona entra y me grita: «¡Don Luis, las diez! ¡Jesús, qué perezoso!» Madrid, Calle del Pez, 1916. A UN RINCÓN MADRILEÑO Plaza de Santa Ana, vieja plaza mía, de árboles añosos y ágil alegría, donde, tarde a tarde de verano, el sol, frente a mis curiosas miradas ponía los brillos fugaces de su pedrería sobre la fachada del Teatro Español. ¡Plaza de Santa Ana que me diste abrigo, que me recibiste como a buen amigo, y, paciente abuela, con sabia bondad me contaste cuentos de Lope y Cervantes, de Felipe Cuarto, de los comediantes, de amor y de ingenio, de gloria y piedad! Bien supiste cómo no era yo un extraño, y entonces sacaste tus galas de antaño: un tapiz pendiendo de cada balcón; y en un esplendente desfile de trajes espadas, brocados, joyeles, encajes, las calzas de seda y el negro jubón. Cruza el mercedario Téllez. ¡Qué galana llega la figura de Villamediana! Por aquí una dueña, por allí un truhán. Viene, en alboroto, la _mosquetería_... ¡Plaza de Santa Ana, vieja plaza mía, por tu claro ambiente cuántas sombras van! Poetas famélicos, mujeres gentiles, enhiestas las varas de los alguaciles; lámparas que humean del retablo al pie. Lances picarescos de amor y fortuna, la mitad en sombra, la mitad en luna, y un heroico anhelo de codicia y fe. Junto al terciopelo, la estameña parda; junto al ciego músico, los ojos de Anarda; la bella Amarilis con Ruiz de Alarcón. Del _corral_ se escapan ritmos de Chacona, jácaras risueñas y versos que entona con énfasis lleno de gracia el histrión. ¡Tiempos de malicia, de plegaria y canto, de lujo y miseria, de risa y de llanto, de monjes y cómicos, de bien y de mal! ¡Siglo diez y siete, que yo amo y admiro; comedias del _Príncipe_, fiestas del _Retiro_, calles solitarias, de muro claustral! Hoy todo ha cambiado menos tú. Lozana, tu vieja alegría, plaza de Santa Ana, tiene, como entonces, luz, vida y color: galán que provoca, niño que vocea, dama que se encubre y cura que haldea detrás de las mozas que venden amor. Entre dos portales, como en hornacina, el mendigo ciego toca la ocarina, la sucia gitana dice el porvenir. Lleva el viento voces, y la luz, diamantes; y--orquesta del coro de los estudiantes--en techos y frondas charlan, como antes, los gorriones, esos hijos de Madrid. ¡Plaza de Santa Ana, donde yo vivía dos horas de fuego, de luz y alegría, las tardes del limpio verano español. Para que diviertas mi melancolía, mientras que yo vuelvo, guarda, plaza mía, tu júbilo arcaico, tu ensueño y tu sol! Madrid, Diciembre 30 1918. EL BESO DE LA SOMBRA A veces, en la noche, mientras leo --olvidado de todo lo que existe-- y oigo en mi estancia sola el aleteo de mi espíritu triste, baja a mi frente, a refrescar mis males, un soplo, cual un hálito de brisa; el que abrió en unos labios virginales la flor de la sonrisa. Aroma que aspiré cuando compuse el madrigal más puro y más risueño; suspiro de una boca en la que puse por cada ósculo, un sueño. ¡Suave aliento de amor que me circunda de ultraterrestre luz desconocida, llévame al seno de la paz profunda, y, como sobre llama moribunda, sopla sobre mi vida! Avita, Febrero 1919. EL DOLOR CANSADO Hoy, como aquel poeta de las _Rimas_, la viste, y ni sonrió el cielo, ni brilló más la luz. _Ella_ posó en tus ojos una mirada triste... y tú ya no tenías ni fe ni juventud. Pero bajo la sombra de un doloroso olvido se estremeció la angustia de tu pasión fatal, y se avivó el recuerdo, y el corazón herido sintió que lo punzaban con una espina más... México, Julio 1918. LA VISITA DEL EXTASIS Tenía la tristeza a flor de alma bajo la noche azul, radiante y bella. Ví la ciudad dormida, el mar en calma... Y, de pronto, cayó sobre la palma de mi mano, una estrella. Lleno de vida, el sideral diamante, en brillos expresaba su emoción. Venía de un misterio muy distante, y entre mi mano estaba palpitante, tal como un corazón. Sentí en el pecho una caricia pura que con su refulgencia cristalina fundió mi ser en no sé qué ternura religiosa y divina. Fué un instante sublime de consuelo que lo infinito puso en mi vivir... Después, la estrella prófuga del cielo, como ave de luz trémula, alzó el vuelo y se volvió a clavar en el zafir. Habana, 1915. VESPERTINA Un largo silencio en mi vida; en el alma un obscuro pesar. --¡Y la tarde en zafir encendida! ¡Y la tierra sensual y florida! ¡Y amoroso el arrullo del mar! Un recuerdo que en mí desfallece. Un afán que los ojos cerró. --¡Y la luz de este ocaso que ofrece un camino al ensueño y parece ave azul que las alas abrió! Ansiedad, como en noches de infancia, de dormir sin dolor ni placer... --¡Y una dulce canción que, a distancia, va esparciendo, como una fragancia, una trémula voz de mujer!... Fuenterrabía, Septiembre 1918. CUADRO DE GÉNERO INTERIOR Un tiesto de porcelana de China, blanco y azul, con su cimera de rosas desmayadas por la luz. En el balcón está el tiesto; y el balcón es como un cuadrado de nieve y de oro, (sol, mañana, cielo y tul). En el interior sonríe todo: el biombo de bambú en cuyo zigzag de raso tiemblan flores al trasluz; el verde tapiz del muro donde un reloj de _cucú_ cuelga su caja de cedro --en la que suena el _run-run_ de la fina maquinaria de los tiempos de Mambrú--; la mesa Primer Imperio con la amarillenta cruz de marfil, bajo el fanal de vidrio; el negro baúl con repujados adornos de hierro; el busto de Glück en una vieja aguafuerte; la estampa bíblica (Ruth y Noemi); el sillón de coro, la arcaica y noble curul cuyos brazos platerescos se abren en forma de U. ¡Antiguallas que sonríen tocadas de juventud! Afuera, el día que esplende, la plaza sola, ningún ruido, el adormilado arrabal en plenitud de sol, el dorado gris del polvo; el calvo sauz que en una tapia de adobe apoya su senectud. Medio día. Una voz canta a lo lejos. Aire, luz, bochorno, apaciguamiento; todo sonríe en quietud. ¡Y tú, rumiando tristezas, sientes llegar del azul del cielo; del aire, de las cosas, la juventud, alma mía, y el ensueño, que fué milagroso augur, y la ilusión, hada buena, cuya vara de virtud dibujó en tus horizontes una divina Stambul! ¡Antigualla dolorosa, te invita el ambiente; haz un esfuerzo; todo sonríe; sonríe, alma mía, tú! México, Colonia de la Bolsa, 1914. UN VIAJE AUDAZ Frente al gran Ocaso lento me hice todo pensamiento y un capricho extraño tuve: en el esquife de argento de una nube, embarquéme a la conquista de un ensueño tenue y vago. --El crepúsculo era un lago de amatista.-- Y partí nimbo a la flava isla, donde lisonjera y amorosa me esperaba la Quimera. Ví a lo lejos lirios, rosas, en florestas de ideal, y ciudades milagrosas de cristal. Ví un alcázar escarlata, y un jardín de pedrería y una negra cabalgata que corría. Ví plomizas catedrales, grises torres, áureos domos, y calados de vitrales policromos. Ví en la testa de un endriago una rútila guirnalda. --El crepúsculo era un lago de esmeralda.-- Y bogué, bogué... Mi esquife, hecho de argentino encaje, sorteaba el arrecife del celaje. Ví una nube con un mago de fantástica silueta. --El crepúsculo era un lago de violeta.-- ¡Qué horizonte tan profundo, tan joyante, tan sedeño! ¡Qué ansiedad la de ir al mundo del ensueño!... Yo iba en éxtasis, absorto de seguir la blanca huella que en la nube dejó el orto de una estrella. Pero la isla nacarada de repente se hizo obscura y fué niebla salpicada de blancura. Y mi esquife era disforme barca negra en la extensión alargándose en enorme nubarrón. ¿Cuánto tiempo mi esperanza bogó en esa triste nave? No lo sé... La lontananza no lo sabe. Volví solo y sin amparo; no halló nada mi delirio. Al regreso, como un faro, me guió Sirio. ¡Mentiroso firmamento! La Quimera, ¿dónde está? --Más allá--me dijo el viento--; ¡más allá! Y grité desesperado: --¿Dónde te alzas, Eldorado en que el alma busca asilo? ¡Y la noche era un callado mar tranquilo! Buenos Aires, junio 1918. EN CASTILLA Tarde nublada y húmeda. El callejón se empina y se tuerce. Los viejos muros hacen zig-zag. Nadie asoma... Y de pronto, de la plaza vecina llega una dama: el manto cubre, a medias, su faz. En pos viene la dueña, corva y magra... ¡Qué fina la altivez en la joven! ¡Qué donaire al andar! En la vieja, ¡qué gesto de lechuza mohina! Y en las cosas, ¡qué hermética y vetusta hosquedad! Robusto y lento, un fraile, que aparece en la esquina, frente a moza y a vieja reverente se inclina: sus ojos son burlones y luenga su nariz... Hiere un cuadro del siglo catorce mi retina: (La audaz Trotaconventos, la hermosa doña Endrina y el risueño poeta y arcipreste Juan Ruiz.) Segovia, septiembre 1916. LOS TRES RUEGOS Yo sufrí. Mas siento que la vida es buena porque poco a poco mi dolor serena y apacigua el ímpetu de mis alas rotas. ¡Corazón que fuiste como ánfora llena de tenues perfumes de pena, déjame que aspire las últimas gotas! Yo soñé. Soñé mucho, y aun creo que el soñar eleva, y es virtud divina porque puso en mi sombra un gorjeo y encendió en mi noche la luz matutina. ¡Pasión insaciable, loco devaneo, deja que en el mustio jardín del deseo corte yo la rosa sin sentir la espina! Yo esperé. Yo tuve profunda confianza en que, tras el negro viaje de la suerte, mi espíritu, libre de toda asechanza, saldría más puro, más alto, más fuerte. ¡Ciérrame los ojos, piadosa esperanza, si en la hora de la secreta mudanza abiertos de espanto los deja la muerte! Hay luz tramontana; pero ya se llena de brumas la tarde. El cielo es como una vaguedad serena... ¡Vida que se acaba, vida noble y buena, déjame que sufra, déjame que sueñe, déjame que aguarde! San Sebastián, septiembre 1918. NOCHE VAGABUNDA Vieja ciudad que vive y se recata en un ambiente arcaico: las callejas obscuras, las dormidas candilejas, el silencio, claustral; la quietud, grata. Ciudad de desafío y serenata, de amor oculto y de tupidas rejas; ciudad que tiene, entre sus cosas viejas, el hosco templo y el jardín de plata. Con española austeridad vigila --del grave siglo diez y siete, espejo-- bajo la noche fúlgida y tranquila. Y yo, pensando voy mientras me alejo con rumbo al mar distante que cintila: Para vieja ciudad, corazón viejo. Matanzas, 1915. EL CEMENTERIO Pero yo soy el mismo, soy el mismo de ayer. GONZÁLEZ MARTÍNEZ. No, poeta, te engañas, no eres el mismo. ¡Tienes tantos muertos sepultos dentro del corazón! Aquel que amaba, libre de males y de bienes, sonámbulo de un mundo de luz y de ilusión. Aquel que ansiaba un fresco laurel sobre las sienes como un premio al glorioso ritmo de una canción; aquel que, malherido de engaños y desdenes, pedía la limosna de una consolación. Y aquel... Y aquel... ¡Han muerto tantos en ti, poeta! Los recuerdos se agolpan en la cripta secreta donde yacen tu anhelo, tu fe, tu juventud. Tu _yo_ actual sufre porque a sus muertos no olvida, y con recelo espera que lo acueste la vida, blandamente, en el fondo del último ataúd. Madrid, Noviembre 1917. ALBORADA Es hora ya de levantarse, hermana. Por la rendija del balcón ha entrado sutil velo de luz. En el granado hay trinos. Hay en la penumbra, grana. Ya despertó en la torre la campana... ¡Qué gran fatiga! ¡Cómo hemos velado! Abre la puerta; el cielo nos ha dado un día más.--La sombra está lejana.-- El insomnio sacude; no me dejes buscar el pan sin ti; nunca te alejes del corazón.--Despunta la mañana.-- ¡Tristeza, humilde y tímida tristeza, abandona el delirio y la pereza; es hora ya de levantarse, hermana! Habana, Agosto 1915. EL SIMIL La casa solariega que esfuma en el borroso ambiente su fachada de sucias piedras rojas, sirve de fondo al viejo jardín abandonado, todo él ramas desnudas en las que tiemblan hojas de un ocre acarminado. Aquí y allá verdean las cabelleras flojas de los pinos... ¡Qué fría la mañana de enero! Llueve. Caen las hojas con un vuelo cansado, navegan en las charcas plomizas del sendero; y un árbol que se apoya sobre la tapia mustia el rudo tronco inclina con tan doliente angustia que es como un hombre herido que dijese: ¡me muero! De pronto de las ásperas y obscuras ramazones, como un collar de alas desgranado en las brumas, salen, alegremente jugando, unos gorriones sin miedo a la llovizna que les mojó las plumas. Yo sonrío y evoco.--¡Oh, mi símil eterno; ágiles pajarillos, últimas ilusiones que alegráis la tristeza de mi vida en invierno!... Madrid, 1919. LA OFRENDA Pena, la más grande de mi vida, pena que en lo más oculto de mi ser te hallas, pena que yo arrastro como una cadena, pena que te envuelves en obscuras mallas! En el pecho, a todos mis males ajena, como en una triste cárcel te amurallas. Yo sufro inquietudes y tú estás serena; yo olvido y tú añoras; yo canto y tú callas. Tú siempre callaste, por miedo a la mofa; nunca tu secreto reveló la estrofa; vives en un largo silencio profundo. Mas sé que mi espíritu dirá a Dios un día: --¡Señor: aquí tienes esta pena mía; es todo lo bueno que traigo del mundo! En el Atlántico, Agosto 9, 1918. DEL COMBATE INTERIOR A Carlos Gutiérrez Palacios. Yo sé que está muy cerca la muerte... Mas no importa. Viví una vida cálida de bien y de pasión. Si para mis delirios fué la existencia corta, ¡qué larga ha sido, en cambio, para mi corazón! La fantasía anduvo, sonámbula y absorta, por tierras de milagro, de sueño y de ilusión. El sentimiento, a rastras y herido, no soporta ya la fatiga, y pide paz, descanso y perdón. Yo sé que está muy cerca la muerte... ¡Desventura! ¡No ver la flor que se abre ni el astro que fulgura!--; dice, con insaciada sed, la imaginación. Y el sentimiento, humilde: ¡Qué bien está!--murmura--; ¡aun puedo con las pálidas heces de la ternura manchar el cristalino vaso del corazón! Madrid, Diciembre 1918. SEMBLANZA Un platónico. Un cazador de estrellas con un temperamento ultrasensual. Mi alma es como un camino, todo huellas del paso, así del Bien como del Mal. Salió a veces mi aliento en un suspiro que quería ser ósculo. Yo estuve clavado a un seno en flor, como un vampiro, o como un ave, envuelto en nube. Abrí celajes y crucé pantanos; y hoy, con tristeza resignada, veo flamear, moribunda entre mis manos, la lámpara de arcilla del deseo. No hay aceite en mi lámpara de arcilla; pero ya no es preciso que me alumbre: puedo llegar con luz a la otra orilla: sobre mi corazón el sueño brilla como puesta de sol sobre una cumbre. Me salvan de la sombra del abismo alas de fe, que respetó la edad. La carne se cansó; pero es el mismo mi terco y juvenil romanticismo bajo mi débil voluptuosidad. Madrid, Febrero 1919. LA CITA Estas voces de otoño, que va hilando la rueca de la imaginación, están descoloridas y suenan a hoja seca y a vetusto esquilón. Es que mi fantasía pagó al tiempo el tributo; mas rememoro, a veces, con goce juvenil, que el árbol de mi lírica dió sazonado fruto y floreció en abril. Hoy mi vida está opaca de bruma cenicienta, pero en mi corazón un apacible fuego primaveral calienta a una anciana ilusión. Puedes venir. Acaso mi soledad se alumbre con tu presencia--¡oh tímida virgen!--. Puedes entrar. ¡Tal vez cuando te acerques avivarán su lumbre los leños del hogar! Buenos Aires, Julio 1919. PIGRICIA No es dolor, es un dulce cansancio. Yo he vivido camina que camina por la llanura inmensa, y tengo la fatiga que pide, en recompensa, echarse sobre el polvo como un perro aterido. Lo que de andar me falta con desencanto mido, y el árido horizonte, que sabiamente piensa, me dice:--Tú no eres para la vida intensa; tiéndete bajo un árbol y quédate dormido. No es dolor, no es hastío; es descoyuntamiento que tenue y suavemente debilita mi aliento y que a llorar me obliga sin saber yo por qué. El cansancio del río que a la mar se avecina, la pereza apacible de la luz vespertina, la tristeza del nido que sin alas se ve. Madrid, Octubre 1916. LA CASTAÑERA Hace un frío que hiela el aliento. El ocaso envuelve en púrpura a Madrid. Todos los transeuntes van con ligero paso. Y son, cristal la calle; la lejanía, raso, y cúpulas y torres y remates, rubí. Al pie del muro--códice de históricas hazañas--, frente al brasero mustio que apenas da calor, está una viejecita, que, asando sus castañas, murmura _sotto voce_ quién sabe qué canción. La viejecita canta con voz alegre y suave; la viejecita canta cuando el atardecer es limpio... Canta a solas, con júbilo, quién sabe qué canción de placer. Yo me detengo y digo:--Viejecita, ¿qué cantas? Ella me ve y responde:--Señor, lo que sentí. ¡Y estoy emocionado, porque recuerdo a tantas gentes que son así!... Madrid, 25 Enero 1919. MAÑANA DE ENERO En el Paseo del Prado. Largas filas de troncos negros que, en lo alto, engreñan su varillaje y fingen un dibujo nipón hecho, a líneas obscuras, en seda blanca. Sueñan, a lo lejos, dos fuentes de colmado tazón. Los árboles son gruesas barras de tinta china; el agua de la fuente de vidrio ahumado es; es un manchón de niebla la gente que camina, y el fango del suelo hunden las huellas de los pies. Al fondo, el horizonte su espesa bruma prende con un clavo de plata, lívido y diagonal, y en planos nebulosos, el caserío extiende sobre el espacio una silueta fantasmal. En la banca de piedra, cautivo del ambiente húmedo y penumbroso del invierno español, ¡qué solo y qué nostálgico mi espíritu se siente!... Me acuerdo de mis lares y digo de repente, como el Osvaldo de Ibsen: --¡Madre, yo quiero el sol! Madrid, Enero 1919. ALMA CIEGA Yo nada supe de Filosofía... Anduve el mundo con el alma ciega. Imaginóse el alma que veía, y fué una mariposa en la bujía, y fué una flor que al huracán se entrega. Frente a toda ilusión abrió los brazos. Junto a toda promesa de cariño, de la veste carnal rompió los lazos y se mostró desnuda como un niño. Pasó cándida y triste por la vida; en las rutas del mal, dejó sus huellas; y algunas veces se quedó dormida a la piadosa luz de las estrellas. A tientas fué con ansia voluptuosa de aspirar el perfume de la rosa, y oir del ave el canto, de la hoja el vuelo y de la fuente el llanto. Siguió siempre las voces del destino; y a cada instante, hambrienta de ilusiones, detúvose en la orilla del camino a oler el campo y a cantar canciones. Vivió en su sombra azul, tranquila y buena; mas presintió la claridad del día, y recibió con voluntad serena el placer fácil y la dócil pena... Yo nada supe de filosofía. Madrid, Diciembre 1918. MI AMIGO EL POETA Yo tengo un amigo--¡parece mentira!-- que no me traiciona ni habla mal de mí. Es también poeta; tiene voz y lira. Hace ya tres años que lo conocí. Fué en la primavera de mil novecientos diez y seis. Yo andaba por un sitio agreste; la tarde encendía magias y portentos en el solitario Parque del Oeste. Una banca humilde me invitó al descanso; un fresco ramaje me dió sombra buena; y oí, como en sueños, el _ruido manso_ que pone en olvido gloria, ambición, pena. Me ví bajo un pino de tronco robusto, que, entre la arboleda, noblemente erguido, tendía sus ramas, sereno y augusto, como un candelabro de jade bruñido. Caía en las lomas verdicenicientas la noche: un lucero brillaba en la cumbre; y las guiñadoras luces de las ventas brincaban como unos insectos de lumbre. Perdido en la sombra quedaba algún rayo de sol. Todo era misterio divino. Y el pino cantaba, y el viento de Mayo cantaba... Cantaban el viento y el pino. Yo, rememorando mis viejas historias, olvidé pesares que al pecho se clavan, y las juveniles y dulces memorias, como árbol y viento, cantaban, cantaban. Desde entonces toda mi amistad consagro en el bondadoso parque madrileño al noble poeta que me hizo el milagro de arrullar mi angustia y evocar mi ensueño. ¡Pino de olorosa y eterna frescura, gracias por tus leves canciones suaves, y por la caricia de tu fronda obscura y por el angélico trinar de tus aves! Tú, que mi punzante nostalgia mitigas; tú, que me recuerdas las frondas amigas del jardín remoto de mi amor primero; tú, que mi cansada soledad abrigas: cuando ya no queden ni huellas de enero y el campo se cubra de flores y espigas, ¡tiéndeme tus ramas, árbol extranjero, para que a tu sombra duerman mis fatigas! Madrid, Febrero 1919. DONES Mi padre fué muy bueno: me donó su alegría ingenua; su ironía amable: su risueño y apacible candor. ¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía, tú me hiciste el regalo de tu suave dolor. Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura, el anhelo nervioso e incansable de amar; las recónditas ansias de creer; la dulzura de sentir la belleza de la vida, y soñar. Del ósculo fecundo que se dieron dos seres --el gozoso y el triste--en una hora de amor, nació mi alma inarmónica: pero tú, madre, eres quien me ha dado el secreto de la paz interior. A merced de los vientos, como una barca rota va, doliente, el espíritu, desesperado, no. La placidez alegre poco a poco se agota; mas sobre la sonrisa que me dió el padre, brota de mis ojos la lágrima que la madre me dió. Madrid, Febrero 8-1919. IGNORANCIA Por entre los días ásperos y graves que del misterioso destino recibes, se deslizan horas alegres y suaves: tú, como un sonámbulo, las gozas, las vives, pero no lo sabes. Una canción leve suena en tu camino; la sombra de un ángel visita tu casa; tu vaso se colma de lúcido vino... Oyes, sueñas, bebes... Y todo no es sino la dicha que pasa. Tú ignoras y olvidas... Mas con oportuna sorpresa, en tu alma brilla de repente, como en negra cárcel un rayo de luna, el dulce recuerdo que orea, como una caricia, tu frente. Entonces comprendes: te engañó la vida; en lugar del triunfo te dió la derrota. Mas como las cumbres, la ventura ida parece más bella, más azul y erguida cuanto más remota. --¡Fuí feliz!--exclamas--y no me detuve a escuchar el canto de la primavera. El vino de ensueño que en el vaso tuve, apuré de un sorbo. Dejé ir al querube sin decirle: ¡espera! En el gris camino no quedó ni un eco. Sin vino y sin ángel, prosigues el drama. Tu casa está sola; tu vaso está seco. ¡Sufre en paz; que, a veces, sobre el árbol hueco da flor una rama! Madrid, Mayo 1919. CREPUSCULO DE MAYO Antes, por este tiempo, sentía yo una extraña inquietud, un impulso de volar al placer. Hoy, con la vida estéril y la conciencia huraña, hoy, que nadie me espera, que nadie me acompaña, sólo siento el cansancio que hay en todo mi ser. (¡Qué azul es este cielo primaveral de España! Los árboles empiezan a reverdecer...) Y estoy sereno. Un tibio rayo de sol me baña. --Mi balcón está abierto frente al atardecer.-- La senil amargura que humedece mi entraña sube en onda de llanto y mis ojos empaña. --Las memorias invaden el rincón del ayer, y, arácnidos obscuros, tejen su telaraña. Ya, con los años, supe lo que debo saber: que el pensamiento yerra y el corazón engaña. De angustia y de cansancio me duele todo el ser. (¡Qué hermoso es este cielo primaveral de España! Los árboles empiezan a reverdecer...) Madrid, Mayo de 1919. EL COFRE VACIO Ritmo, cierra tu cofre. No tengo, como antes, flores ni joyas... Vivo sin ansia y sin pasión. Gasté el zafir del sueño, la sarta de diamantes del llanto, y el ardiente rubí del corazón. En la truhanesca vida fuí de esos caminantes que su escarcela exprimen de mesón en mesón, besando maritornes, charlando con tunantes, bebiendo ásperos vinos y oyendo una canción. Gota a gota la clépsidra me cuenta los instantes monótonos y grises, sin pena ni ilusión. Cierra tu cofre, Ritmo; no hay rosas ni brillantes; ya sólo en la memoria, como fascinación, a veces, unas manos crispadas y anhelantes tremolan y sacuden andrajos de crespón. INDICE Páginas. Lámina antigua 7 Sor Melancolía 11 I.--Frente a Cádiz 15 II.--Entretenimiento romántico 17 III.--Casto ruego 19 IV.--Insinuación 21 V.--Primera divagación 23 VI.--Madrigal religioso 25 VII.--Luna nueva 27 VIII.--Autobiografía lírica 29 IX.--Saludo matinal 33 X.--Segunda divagación 35 XI.--Adivinaciones 39 XII.--Tercera divagación 45 XIII.--Galantería 47 XIV.--La última mañana 49 A una criolla 51 Al pasar 55 Del azul al gris 59 A un rincón madrileño 65 El beso de la sombra 71 La visita del éxtasis 75 El dolor cansado 79 Vespertina 83 Cuadro de género 87 Un viaje audaz 93 En Castilla 99 Los tres ruegos 103 Noche vagabunda 107 El cementerio 111 Alborada 115 El símil 119 La ofrenda 123 Del combate interior 127 Semblanza 131 La cita 135 Pigricia 139 La castañera 143 Mañana de Enero 147 Alma ciega 151 Mi amigo el poeta 155 Dones 161 Ignorancia 165 Crepúsculo de Mayo 169 El cofre vacío 173 *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL CORAZÓN JUGLAR *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you charge for an eBook, except by following the terms of the trademark license, including paying royalties for use of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for copies of this eBook, complying with the trademark license is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, performances and research. 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INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone providing copies of Project Gutenberg™ electronic works in accordance with this agreement, and any volunteers associated with the production, promotion and distribution of Project Gutenberg™ electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, including legal fees, that arise directly or indirectly from any of the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this or any Project Gutenberg™ work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any Project Gutenberg™ work, and (c) any Defect you cause. Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg™ Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of electronic works in formats readable by the widest variety of computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from people in all walks of life. Volunteers and financial support to provide volunteers with the assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will remain freely available for generations to come. In 2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure and permanent future for Project Gutenberg™ and future generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org. Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state’s laws. The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation’s website and official page at www.gutenberg.org/contact Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine-readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. To SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state visit www.gutenberg.org/donate. While we cannot and do not solicit contributions from states where we have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition against accepting unsolicited donations from donors in such states who approach us with offers to donate. 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