The Project Gutenberg eBook of Diario histórico de la rebelion y guerra de los pueblos Guaranis situados en la costa oriental del Rio Uruguay, del año de 1754

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Title: Diario histórico de la rebelion y guerra de los pueblos Guaranis situados en la costa oriental del Rio Uruguay, del año de 1754

Author: Tadéas Xavier Henis

Release date: August 18, 2004 [eBook #13216]
Most recently updated: December 18, 2020

Language: Spanish

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK DIARIO HISTÓRICO DE LA REBELION Y GUERRA DE LOS PUEBLOS GUARANIS SITUADOS EN LA COSTA ORIENTAL DEL RIO URUGUAY, DEL AÑO DE 1754 ***

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[Nota del Transcriptor: Este texto digital ha conservado todas las irregularidades en puntuación, acentuación y ortografía del libro original.]

DIARIO HISTORICO DE LA REBELION Y GUERRA DE LOS PUEBLOS GUARANIS, SITUADOS EN LA COSTA ORIENTAL DEL RIO URUGUAY, DEL AÑO DE 1754.

VERSION CASTELLANA DE LA OBRA ESCRITA EN LATIN POR EL P. TADEO XAVIER HENIS, DE LA COMPAÑIA DE JESUS.

1836.

DISCURSO PRELIMINAR AL DIARIO DEL P. HENIS.

Los esfuerzos combinados de dos grandes potencias europeas no bastaron para dar cumplimiento al tratado de 1750, que debia deslindar sus vastos dominios en América. A las representaciones respetuosas de los PP. de la Compañia de Jesus, que llevaban á mal la cesion de sus misiones orientales, sucedieron los alborotos, que pronto acabaron en una general insurreccion.

Los preliminares de este tratado habian sido ajustados secretamente con el rey Juan V contra el voto de sus ministros, que tenian por mucho mas importante la conservacion de la Colonia del Sacramento, que la adquisicion proyectada en las màrgenes del Uruguay. Pero Josè I, que se adheria à las miras de su padre y predecesor, autorizó á Gomez Freyre de Andrade, Gobernador y Capitan General de Rio Janeiro, para la entrega de la Colonia; mientras que el Marques de Valdelirios llenaba los compromisos contraidos por S.M. Católica, segundado por el P. Altamirano, que venia tambien en clase de comisario.

Luego que se traslucieron en Còrdoba las clàusulas de este tratado, el P. Barreda, provincial entonces, reuniò una consulta para exponer al Virey y à la Audiencia los perjuicios que se inferian à los derechos de la Corona, de la Compañia, y de los pueblos. El P. Lozano, que fuè encargado de redactar este oficio, nada omitiò para producir el convencimiento, y el P. Quiroga, que disfrutaba del concepto de gran cosmógrafo, formó un mapa, en que (segun se dijo) desfigurò el terreno, para hacer mas irresistibles los argumentos de los consultores.

Estos manejos, y el poder de los PP. Misioneros sobre sus neòfitos, los expusieron al cargo de haber fomentado, ó favorecido la insurreccion de los indios. Concurrian á acreditar esta especie los sucesos del Parà y del Marañon, donde un comisario del Rey de Portugal, en circunstancias idénticas, hallò los mismos obstáculos en el norte, que Valdelirios y Freyre en el sud. No se llegó à empuñar las armas, porque no habia pueblos que ceder, ni territorio que evacuar; pero se negaron los auxilios, se trabaron las operaciones, dejando yermos los parages por donde debian transitar los demarcadores.

Funes, que registró los archivos del vireinato, refiere, que en la entrevista que tuvo el capitan Zavala con el cacique Sepé Tyaragú en el pueblo de San Miguel, dijo este "que circulaba en aquellos pueblos una carta del Gobernador de Buenos Aires, dirigida al Superior de las Misiones, ordenando à los indios el empleo de la fuerza en defensa de su territorio, y à no permitir la entrada à ningun portugues: enfin, que aquellas eran las instrucciones que tenian de sus doctrineros."[1]

Esta declaracion se halla confirmada en varios lugares del diario de Henis, que descubren el error en que vivian los PP., que "los indios harian un gran servicio al Rey, si se defendian, oponian y resistian con todas sus fuerzas, mientras llegaba de Europa la providencia que se esperaba."[2]

En el mismo sentido se expresaba el P. Rávago, confesor del imbecil Fernando VI, asegurando al Superior de los Misiones, que el Rey, víctima de las intrigas de su consejero Carvajal, autor del tratado, no se le habia opuesto hasta entonces por pusilanimidad é ignorancia.

Entretanto la insurreccion, que cundia en los pueblos de Misiones, no dejaba mas arbitrio que el de la fuerza para sofocarla. En una junta que se celebró en la isla de Martin Garcia entre Valdelirios, Gomez Freyre, y Andonaegui, Gobernador de Buenos Aires, se acordò que, á mas de los cuerpos veteranos de la guarnicion, se convocarian las milicias de Montevideo, Santa Fé y Corrientes, á las que se reunirian 1,000 Portugueses y un competente nùmero de vecinos, para llevar la guerra á los pueblos insurreccionados.

En estos preparativos se invertieron algunos meses, hasta que á principios de Mayo del año de 1754 se abriò la campaña, al mando de Andonaegui, que debia ocupar el punto central de San Nicolas, mientras Freyre, con otro trozo de tropas que se organizaban en el Rio Grande, atacaria el pueblo de Santo Angel, situado en el borde exterior del Yguy-guazù.

Para agotar todos los medios de conciliacion de que podia hacerse uso sin menoscabo de la autoridad real, se hizo preceder al ataque un parlamentario, que debia hacer las ùltimas amonestaciones à los rebeldes, por medio del cura de Yapeyù à quien fuè dirigido.

Pero el conductor de este oficio tuvo la desgracia de caer en manos de una partida de sublevados, que lo inmolaron en compañia de otros cinco hombres que lo escoltaban. Este crímen hizo imposible todo avenimiento, y el ejèrcito, que habia hecho alto en las costas del Ygarapey, avanzò hasta el Ibicuy, por caminos intransitables, y en el rigor del invierno. La falta de pastos, y la extenuacion que causó en los caballos, obligaron el ejèrcito español à retroceder hasta el Salto-chico, y este movimiento retrogrado, al romper las hostilidades, envalentonó à los indios, que le salieron al frente para hostilizarle.

Por otra parte Gomez Freyre se habia enredado en los bosques del Yacuì, donde supo la retirada de Andonaegui; mientras los sublevados, cuyo mayor odio era contra los Portugueses, fueron à desafiarlos hasta el rio Pardo. Estos ataques parciales, cuya victoria se atribuian los gefes aliados, acabaron en un armisticio que no tuvo á menos Gomez Freyre celebrar con los caciques en su campamento del rio Yacuí.[3]

Irritado por tanta cobardia è impericia, el Brigadier D. Josè Joaquin de Viana, Gobernador de Montevideo, volò al campamento de Freyre á instarle para que rompiese cuanto antes estas treguas vergonzosas. Las palabras de este bizarro oficial despertaron el valor de sus compañeros, que, bajo su direccion y auspicios, derrotaron en un primer choque à los indios cerca de Batovì, en donde el mismo General derribó de un pistoletazo al famoso caudillo Sepé.

Sucedió en el mando de los sublevados el corregidor, ó cacique del pueblo de Concepcion, Nicolas Nanguirù, mas conocido en la historia de estos tumultos bajo el nombre de NICOLAS I, que se dijo haber tomado con el carácter de rey.

Viana, que despues de la accion de Batovì, marchaba al frente de los españoles y lusitanos en nùmero de 2,500, volviò á arrollar à los indios al pié del cerro de Caybaté, donde le aguardaban con cerca de 2,000 combatientes. Al dia siguiente ocupò el pueblo de San Miguel, ó mas bien sus escombros, por haber sido desamparado y reducido à cenizas; y desde este punto intimò la rendicion á los demas pueblos, que todos se sometieron, excepto el de San Lorenzo, que solo cediò á la fuerza: confirmando con este último rasgo de obstinacion las sospechas que se tenian formadas sobre la cooperacion de los misioneros, siendo cura de este pueblo el mismo P. Tadeo Xavier Henis, autor del diario, cuyo autógrafo se halló en su escritorio.

De este modo terminó una guerra que inspirò vivas alarmas à las cortes de Madrid y de Lisboa, acostumbradas á ver obedecidas ciegamente sus òrdenes, y á mirar à los indìgenas como á la clase mas abyecta de sus subditos. Despues del gran levantamiento de los Araucanos al fin de la XVI.'ta centuria, ningun acto de insubordinacion habia turbado las colonias, cuyo sosiego se tenia por inalterable. Y realmente la resistencia de los indios Guaranís no arrancaba de un espíritu de sedicion, sino de un sentimiento de fidelidad que la hacia mas obstinada. Así es que el autor del diario, hablando de los rumores que circulaban en las Misiones durante la lucha, esclama: ¿Quien creyera que las cosas de los indios estén en tal estado, que para servir al Rey sea necesario tomar las armas contra él mismo.[4]

Si los PP. Misioneros fueron autores, ò víctimas de este engaño, no es facil decidirlo; pero las càbalas que ya empezaban à urdirse contra la Compañia, deben inspirar desconfianzas hácia todos los cargos que se le hicieron en aquella época. Cierto de que ellos conservaron hasta el último desenlace la esperanza de ver anulado el tratado, y continuaron arreglando los pueblos como si nunca debieran abandonarlos. Cuando las tropas del Rey entraron en San Luis se trabajaba en rematar los dos hermosos gnomones que construyeron los PP. en el corredor de su huerta, y en el pueblo de San Lorenzo quedó á medio dorar el altar de San Antonio.[5]

Estos pormenores pueden servir para disculpar à los Jesuitas de la complicidad que se les atribuye, y de un modo mas convincente que la fastidiosa repeticion que hace Funes de las alteraciones que notó Muriel en la version castellana de este diario por Ibañez.

Si el concepto de la secreta oposicion del Rey al tratado no es bastante justificacion para los que lo atacaron, tampoco podrán librarles de la nota de rebeldes las correcciones tan laboriosamente hacinadas por el continuador de Charlevoix para restablecer el texto de Henis. Por mas que se comenten estas Efemerides nunca se llegará á desmentir por este lado lo que tan candidamente expresa el autor en cada uno de sus párrafos.

Sin embargo, no es posible negar el mal uso que hizo Ibañez de este documento, en la formacion de su obra, titulada: El reino jesuítico del Paraguay.[6] Expulso del Colegio de Buenos Aires poco despues de la celebracion del tratado de 1750, este individuo se ofreció al Marques de Valdelirios para suministrarle los conocimientos adquiridos sobre el estado de las Misiones, y las miras de los que las administraban. En estas revelaciones era natural que le guiase un espíritu de rencor, y que acreditase, en cuanto le era posible, el plan de usurpacion que se atribuia á los Jesuitas. Valdelirios, que estaba prevenido contra ellos, sobre todo despues de la insurreccion de sus pueblos, acogia con deferencia estas especies; y alentado Ibañez por esta proteccion, atacò con mas descaro á sus antiguos hermanos. No contento con la zizaña que habia sembrado en Buenos Aires, pasó á Madrid, donde las recomendaciones que llevaba, y los servicios que habia prestado, le pusieron en contacto con D. Ricardo Wall, sucesor de Carvajal, y comprometido en todos sus planes.

Las circunstancias no podian ser mas à propòsito para favorecer las miras de este ex-claustrado. Sus cargos, que en cualquier otra época se hubiesen mirado con el desprecio que inspira un sentimiento de venganza, trillaron el camino á otros ataques, que acabaron con la ruina de la Sociedad que le habia repudiado. Pero no se consiguiò por esto dar cumplimiento al tratado; y se tuvo por fin que echar mano de la fuerza para desalojar á los Portugueses de la Colonia del Sacramento:[7] y del mismo arbitrio se valieron los Lusitanos para apoderarse muchos años despues de las Misiones Orientales.[8]

Entre tanto estas dos campañas, á las que los escritores españoles dieron enfaticamente el nombre de primera y segunda guerra guaranítica, como si en algo se parecieran á las púnicas, hicieron derramar mucha sangre, y costaron à la Corte de Lisboa, (segun lo asegurò el Ministro Souza Coutiño en la memoria que dirigió al gabinete de Madrid en Enero de 1776) veintiseis millones de cruzados, y no creemos que fueron inferiores los sacrificios de España.

Una parte de la historia de estas desavenencias se halla en la correspondencia oficial de los Comisarios de las dos Coronas, y otra en el diario que publicamos, valièndonos de una version distinta de la que emprendió y publicò Ibañez. La debemos á la amistad del Señor Dr. D. Leon Vanegas, que la conservaba inèdita entre sus papeles.

Buenos-Aires, 2 de Setiembre de 1837.

PEDRO DE ANGELIS.

DIARIO DE HENIS.

1. A mediado del mes de Enero del año de 1754, confederados á los Guaranis los Guanoas gentiles, que diligentemente egercian el oficio de exploradores, hicieron saber á todos los habitantes de los pueblos, que à las cabeceras del Rio Negro se veia un numeroso escuadron de Portugueses. Con esta noticia se tocò al arma por todas partes, se despacharon por los pueblos presurosos correos, se hicieron cabildos, se tomaron pareceres, y unánimemente proclamaron que debian defenderse.

2. El dia 27 de dicho mes salieron armados del pueblo de San Miguel 200 soldados á caballo à recoger la demas gente de sus establos, ò estancias, hasta llegar al nùmero de 900. Despues siguieron 200 del pueblo de San Juan, y otros tantos de los pueblos de San Angel, San Luis y San Nicolas, con 80 de San Lorenzo: de suerte que todos eran 1,500, y fueron repartidos para defender los confines de sus tierras.

3. Mientras se disponian estas cosas cuidadosamente, el dia 8 de Febrero se avisò de las estancias vecinas de San Juan, que estan á las orillas del Rio Grande, por los indios de Santo Tomè que à la sazón en sus montes fabricaban la yerba segun acostumbran, que no lejos de ellos habia gran número de gente portuguesa, y que amenazaba de muy cerca á los pueblos, porque apenas distaban 20 leguas de ellos.

4. Casi al mismo tiempo avisaron de las estancias mas remotas de San Luis, las cuales estan à las orillas del mismo Rio Grande, lìmite antiguo de division entre las tierras guaranis y portuguesas, que se veia un trozo de enemigos portugueses, que ya habian pasado el rio en algunas barcas y canoas, y que en un bosque vecino habian construido dos grandes galpones, y que tenian tambien muchos caballos y armas. Habiendo yo sido llamado, marché al socorro de los estancieros de los circunvecinos campos y de otros pueblos, y tambien para que se transfiriese á tiempo à aquel parage el egército que habia salido de los pueblos contra los invasores, y estar así apercibidos para resistir unánimemente á todos los enemigos.

5. Tambien se esparció por entonces cierta voz, que así como alegró los ànimos de los soldados, los encendió y levantó à esperanzas de mayores cosas. Decia esta, que doce carros con alguna gente, pertrechos y caballos, habian pasado el Rio Uruguay, en el paso que llaman de las Gallinas, pero que por los confederados bàrbaros, Charruas y Minuanes, parte habian sido heridos, parte dispersos y muertos: que los animales habian sido retirados lejos y los carros quemados. Parece que dicho rumorcillo no era del todo vano: porque, volviendo un alcalde de Santo Angel de las tierras de sus estancias, lo contaba así como lo habia oido á algunos de los confederados vencedores, que acabàban de llegar.

6. Alegres y alentados con uno y otro aviso, se alistaron nuevos reclutas; y despues de haberse fortalecido con el sacramento de la penitencia y de la eucaristia, por espacio de tres ó cuatro dias, 200 del pueblo de Santo Angel, (porque á estos amenazaba el peligro de mas cerca) revolvian las antiguas memorias, de que pocos años antes por este mismo camino, cierto portugues habia penetrado hasta su pueblo, à quien, aunque los estancieros compatriotas conocian, ahora sospechaban que fuese espia. Tambien salieron armados casi 200 de cada uno de los otros pueblos, y hallaban 100 del pueblo de Santo Tomè en el mismo sitio haciendo yerba, y 60 del de San Lorenzo juntos en la misma faena, que con los estancieros vecinos componian un ejèrcito de casi 1,200 hombres.

7. Mientras se preparaban á esta expedicion el domingo de Septuagésima, (era muy de mañana) uno me habló en nombre del capitan del ejército, y pidiò fuese con ellos por procurador y médico espiritual. Me escusé de esta carga por las conocidas calumnias, que los Portugueses y Españoles acostumbran forjar, como poco há me lo habia enseñado la experiencia: empero, considerando que si acaso alguno del ejército adolesciese en el camino de alguna grave enfermedad, ò se postrase con alguna herida, habia de ir luego al punto á confesarlo, si me llamasen, condescendí, por tener la cierta y suprema vicaria potestad de Christo. Juzgaron los capitanes que tenian en sí dicha autoridad, para que ninguna alma sea privada de los sacramentos, y salvacion sin culpa proporcionada, y así disponian la expedicion, limpiàndose de las manchas internas de los pecados.

8. Finalmente, habiendo salido de sus pueblos hácia los montes de los yerbales, à tres dias de camino los mas cercanos, otros llegaron de partes mas remotas: mas luego que oyeron que el rumor del enemigo habia sido falso, habiendo enviado exploradores, corrieron estos toda la tierra, y no habiendo hallado vestìgios algunos de enemigos, sino solamente algunos fogoncillos, dejados de los bàrbaros, y habiendo averiguado que el rumor sobredicho habia sido esparcido mañosamente por los indios fugitivos de Santo Tomè que estaban haciendo yerba, se restituyeron à sus propios pueblos: aunque es de advertir que despues los mismos Portugueses confesaron que 200 Paulistas de los pueblos circunvecinos se habian acercado: pero que vista de las copas de los àrboles la multitud de los indios, se habian retirado.

9. La noticia de haber tomado aquellos doce carros y cañones no se confirmaba, la mentira con el tiempo se iba olvidando, y ninguna confirmacion venia de las estancias de San Luis.

10. El dia tres de Mayo por la noche llegó un correo que avisò, que los soldados de San Luis y San Juan, habian acometido á los fuertes que los Portugueses tenian ya hechos de estacas en el Rio Grande: pero que les saliò mal su intento, porque habiendo los nuestros acometido al amanecer del veinte y tres de Febrero el pago de los Portugueses que ya estaba fortificado, estos huyeron al principio, pero habiendo despues vuelto sobre los indios que estaban entretenidos en los despojos, mataron á escopetazos à 14 Juanistas y á 12 Luisistas, y los obligaron à huir, habiendo muerto tambien algunos de los Portugueses. Cuando se retiraron los indios, volvieron à oir por otra parte los fusilazos, y sospecharon que los lorenzistas estaban en accion. Se esperaba mas estensa noticia de todo, pero despues se esparciò por los pueblos un rumor lamentable.

11. Tambien por este tiempo se avisò que en los campos de Yapey se veian 800 españoles, y que habiendo huido los estancieros, se habian apoderado de los rebaños de ovejas. Se dudó de la verdad de este caso, y los capitanes de los demas pueblos se juntaron en consejo con el de la Concepcion (que era entonces el supremo): mas, lo que se acordó, quedò ignorado.

12. Ya se hablaba con mas fundamento de la accion de los Luisistas, de cinco años à esta parte, en un extremo de las tierras de San Luis: entre los rios Grandes, Verde, Yacuí y Guacacay, los Portugueses se habian establecido en un bosque, y habian edificado un pueblo de bastante nùmero de casas, sin noticia de los dueños de la tierra, que á corta distancia apacentaban sus ganados: y aunque muchas veces habian sido enviados á explorar tierras, nunca llegaron à aquellos tèrminos, ya por lo vasto de aquel territorio, ya por su innata pereza. Ahora finalmente en esta variedad de cosas, habiendo descubierto los mas vigilantes dicha colonia enemiga, y habièndola explorado, fueron à atacarla 110 Luisistas, y casi 200 Juanistas. Emprendieron la expugnacion el dia 22 de Febrero; la noche del 23 se arrimaron à ella, y hecha irrupcion al amanecer facilmente pusieron en huida à los moradores, que estaban desprevenidos. Habièndose apoderado del pueblecito, entraron en las casas, y se ocuparon del botin, dejando las armas. Entretanto el enemigo que habia huido, volviò sobre los que estaban entretenidos en el saqueo y sin armas, y les obligò á ceder otra vez el pago, porque con el rocìo de la noche, y con haber pasado los rios á nado, se habian inutilizado las escopetas, no pudiendo tampoco manejar las lanzas por la espesura del bosque. Sacadas pues de las casas sus armas, atacaron á los indios, y les obligaron á cederles el paso, para retirarse à sus reales. Murieron de una y otra parte algunos: de los indios 22, entre los cuales fué uno el Alferez Real de San Luis (capitan valeroso de los indios) que, desamparado de los suyos y peleando valerosamente hasta el ùltimo, fuè aprisionado por la muchedumbre, y habièndole atado las manos, murió lanzeado por los enemigos que cargaron sobre él. De los Portugueses parece que murieron 12, quedando los demas heridos levemente, y de los nuestros salieron heridos 26. Volvieron 16 Luisistas para observar el movimiento del enemigo y tambien para enterrar los muertos, aunque fuese por fuerza. Los demas se retiraron à sus tierras y poblaciones, esperando nuevos socorros. Tambien el resto de los Luisistas volvió à su pueblo, no sé si de verguenza, si de temor, ó por alguna mùtua disencion.

13. Despues en el mismo pueblo se alistaron nuevas reclutas, y porque acaso, como los prisioneros que perecieron en la guerra, no fuesen desamparados de médico espiritual, llamaron para el socorro de sus almas à aquel que por el mismo tiempo habia hecho la mision de Cuaresma en aquel mismo lugar. Consintió este á tan piadosas súplicas, recargado sin duda de los remordimientos de su propia conciencia, y tomando á su cuidado la vida y almas de aquellos indios que estaban en peligro. Luego que volviò à su pueblo, se previno para el camino, y partió á las estancias que estan á la falda de la montaña. El dia 3 de Marzo le siguió despues un escuadron armado, aunque con paso lento, atendiendo à la debilidad y fatiga de los jumentos, y formó el campo à 12 de Abril en los rios Guacacay, Grande y Chico. Pasaron el rio los capitanes de San Luis con los de San Juan cerca de su boca, para avisar à los de San Miguel, que viniesen en su auxilio, porque era necesario cargar al enemigo con mucha gente, ya que por la situacion era superior y mas fuerte. Pero, discordando los confederados, redujeron su negocio é interes comun á contienda, porque estos desde su colonia de San Juan, todavia resentidos de los Luisistas, por un reciente escàndalo ó tropiezo, y por no haberles pedido y rogado la alianza para el asalto que se acababa de hacer; y ofendidos ahora por el modo en que los habian convocado, se arrojaban mútuamente chispas de discordias. Aquellos reprochaban à los mismos dueños de las tierras el haberse realizado casi toda la sobredicha invasion poco favorablemente, por haber sido los primeros que habian huido, y dejado en el peligro á sus compañeros; y por lo mismo reusaban volver otra vez à probar fortuna.

14. Se negoció con unos y otros: con estos de palabra, con aquellos por escrito, para que se concordasen y uniesen sus ànimos y las armas, casi con este cúmulo de razones: "Que no era tiempo de civiles disenciones, estando un enemigo extrangero à la puerta: que los hermanos las mas veces discordan para deshonra suya, cuando mas urge el mal que los amaga: que se debian unir las fuerzas para que cada una de por sí no fuese otra vez desecha, y por una funesta disencion creciese al enemigo vencedor la audacia y soberbia: que las saetas una por una son fáciles de romper, pero no siendo unidas: cuando se quema la casa vecina, todo ciudadano acude al socorro, y así como abrasándose una casa, toda la ciudad se volveria á cenizas si los ciudadanos ó vecinos no las defendiesen, asì les sucedia á ellos." Estas y otras cosas semejantes les fueron propuestas, y pareciò que se apaciguasen los ànimos. Añadió no poco peso una carta que llegò del cabildo de San Juan, la que persuadia á la union, y à la obediencia á entrambos capitanes.

15. Se esperaba de los Miguelistas, ó un escuadron auxiliar, ó sus respuestas. Tambien se decia, que los Nicolasistas y Concepcionistas ya venian: los Lorenzistas se escusaban de no haber venido antes de ayer, atribuyéndolo á la larga distancia: los demas preparaban sus armas, y habiendo sido enviados algunos á explorar, observaron la marcha y movimientos del enemigo, y con ansia pedian se juntasen prontamente todas las legiones. Mientras esto se decia, se avanzaban hácia el Rio Grande, á quien los indios llaman Igay, esto es, amargo.

16. Estaba tranquilo el Rio Uruguay, todas las cosas estaban en silencio de parte de los Españoles, y aquel grande aparato bélico se quedò en proyecto; ni el invierno que ya habia empezado, permitia otra cosa. De la junta reciente que se habia celebrado, salieron por embajadores á los de Yapeyú, de cada uno de los pueblos de la otra banda del Uruguay, y tambien á algunos mas remotos, los principales caciques: porque como corrió la fama que los ánimos de aquellos moradores estaban discordes, y que unos con los pròceres, se inclinaban con unánime sentir à la confederacion para reprimir al enemigo, y otros con el capitan del pueblo, no querian tomar las armas, fueron allí para renovar y promover la alianza, y atraer à su partido al capitan con todo el pueblo. A la verdad que estuvo oculto el egèrcito, pero esta embajada llenó de gozo á una y otra curia ó consejo: uniò los pròceres con el capitan, y al pueblo con los próceres, y portàndose á su modo magníficamente, se volvieron à sus propios lugares, formada y pactada la confederacion: y juntamente contaron por cierto, que no se veia enemigo alguno, y sí solamente algunos ladrones y espias, que habian sido muertos y despojados de todas sus caballerias.

17. Por este tiempo el cura de San Borja, habiendo sido llamado poco há por los superiores, y habiendo sido enviado al de la Trinidad, se decia que tambien habia bajado por el Paranà á las ciudades de los españoles, y que otro habia sido puesto en su lugar; despues que primero el cura de San Josè por algun tiempo cumplió allì una comision y pesquiza secreta. Estas cosas sucedian en la frontera de los Españoles.

18. Y volviendo á los nuestros, y á los Portugueses, se acercaban ya los Miguelistas con su capitan, que poco há se habia retirado de los otros pueblos, (este era Alejandro, vice-gobernador de San Miguel) y la cierta venida de aquellos la publicaba la fama, y la confirmaba ò testificaba Sepé, uno de los mas famosos centuriones.

19. Entretanto se celebraba en el campo la semana santa con la devocion posible; y cumplidas las ceremonias y ritos de la iglesia, que el lugar y tiempo permitian, de la Conmemoracion de la Pasion Santìsima del Señor, al tiempo que en las iglesias cantan solemnemente el Alleluya, aparecieron dos piezas de artilleria con sus guardas y custodias. Bajando despues de los collados, y formados los escuadrones debajo de seis banderas, presentaron mas de 200 hombres. Saliéronles al encuentro los escuadrones Luisistas con sus dos banderas, y saludándose mútuamente, llevando su Santo Patron y otras imàgenes de santos, (los que esta gente acostumbra traer siempre consigo) à una capilla hecha de ramos de palma, y habiendo corrido los caballos, y hecho á su usanza ejercicio de las armas, se fueron à un parage cercano, y se acamparon en lugar señalado para los reales.

20. El dia siguiente, que era el de la Resurreccion del Señor, y 12 de Abril, celebrada antes la solemnidad, (es à saber, con procesion y misa solemne) uno de los capitanes se fué à los Juanistas, los que, aunque estaban vecinos, no acabàban de llegar, y dijo, que vendrian al dia siguiente, esto es, el tercero de Pascua. Impacientes los Miguelistas de la tardanza, y estimulados con las antiguas disenciones, reusaban esperar, y estuvieron firmes en tomar solos con los Luisistas el camino hácia los enemigos.

21. Se les exhortò con razones ya sagradas, ya politicas: es à saber, ser dèbiles las fuerzas que no corrobora la concordia: que esta nunca la habria si se buscaban nuevos motivos de desavenencia; que no se debia solamente confiar en las propias fuerzas contra un enemigo que, aunque inferior en nùmero, les aventajaba en el sitio, la destreza de las armas de fuego y la experiencia: que eran vanas tambien todas las fuerzas de los hombres, y vana la multitud, si el Señor de los ejèrcitos que nos fortalece no las protege: que entonces no hay esperanza ninguna de victoria: que Dios aborrece las enemistades: que se ahuyenta con las discordias, y se enajena ó pone uraño con las disenciones. El mismo predicador puso por egemplo su sufrimiento, que habia esperado por espacio de dos meses; y así esperasen un dia, los que habian sido esperados por meses. Callaron los capitanes, y consintieron esperar hasta el dia postrero de Pascua.

22. Los Lorenzistas volvieron otra vez con sus escusas, esponiendo la debilidad y cansancio de sus caballos, y por tanto decian, que enviarian 30 soldados al socorro, que ellos se defenderian por sus tierras, y por otra parte pelearian con el enemigo. Pareció frívola la escusa, porque los otros habian andado mas largos caminos en caballos asimismo cansados; ni parecia que se debia contemporizar con los animales, estando en peligro la tierra. Y por tanto no se admitió la escusa, y se les avisò que si tardaban, custodiasen ellos sus casas, y mirasen á lo porvenir. Tampoco pareció oportuno esperarlos, porque como estuviesen los demas distantes ò retirados, habian de causar una tardanza perjudicial, ni tan poquita gente (eran cerca de 60) podia dar tanto socorro para indemnizar el daño que se juzgaba causaria su tardanza.

23. Era ya el dia que debian llegar los Juanistas, y aun se habia pasado, y con todo no parecian, no obstante su campo apenas distaba tres ò cuatro leguas. Poco despues de mediodia, llegò del paso de San Juan el Alcalde de primer voto, que era enviado por el cabildo y los pueblos, para que tomase el gobierno en lugar del alferez real, quien mandaba su destacamento, y era el cabeza y caudillo de las disenciones; lo que ya se habia hecho saber à aquellos que mandaban en el pueblo. Luego al punto fué despachado, y se le encomendò diese priesa á los suyos: vino finalmente con algunos de ellos despues de visperas, y fué recibido como antes de ayer, de los Miguelistas. Pero se traslucia en todos su mal ánimo, porque venian sin banderas, sin pompa, y con un triste silencio; y la misma alma de la guerra, que son los tambores y trompetas, apenas resonaban. Con eso se ajustaron despues de visperas, y cada uno dió sus consejos, y pareció que todos conspiraban à una misma cosa.

24. Despues al dia siguiente, que era el 17 de Abril, al salir el sol, invocaron el Santo Espíritu del Señor con una misa solemne, y del modo que permitia el tiempo: no faltaron quienes se fortaleciesen con el sacramento de la penitencia y comunion. Despues hecha señal, enlazaron los caballos, los ensillaron, quitaron las tiendas, fueron à la capilla, y se ofrecieron al Señor con las oraciones y ritos que acostumbra esta gente. Finalmente á la falda del collado se formaron los escuadrones, pasaron revista, los numeraron, y no pareciò estaba entero ò cumplido el ejército, porque aun no habian pasado el rio los escuadrones de San Juan, ni los que estaban allí salian de sus reales, demostrando su ànimo no aplacado bastantemente. Los que entonces estaban presentes, pareciò que llegaban al nùmero de 200, debiéndose aumentar á 500 mas, luego que se juntasen todos. Entretanto se emprendiò el camino con alborozos, à son de trompetas y cajas.

25. Pasado el rio Guacacay Chico, al pié de las mismas montañas, se hizo noche siete leguas distantes de la estancia de San Borja: la siguiente se hizo pasados los cerros de Araricá. Habiendose llegado á este sitio, salieron al encuentro los exploradores, los que allì fijaron un palo, y trajeron por novedad que el enemigo habia fortificado el bosque con faginas y garitas de tierra, y que no pasaban el número de 50 hombres: empero apenas supieron decir cosa cierta. Se les mandó expusiesen todo lo que sabian; y habièndoseles pedido despues à los capitanes su parecer, dijeron que nada importaba, que ellos irian intrèpidamente confiados en el divino auxilio, en la justicia de su causa, en la muchedumbre de su gente, y tambien en la calidad de su artilleria, mayor que la del enemigo. Se hizo alto en el mismo lugar. Con todo eso, la sospecha que recientemente se tenia de algunos de los pueblos, (es à saber que habia entre los Luisistas uno que tenia secreto comercio con el enemigo) parece que se confirmaba: porque la noticia de las cosas exploradas del enemigo, habiendo solo distancia de casi tres dias de camino; las continuas quemazones de los campos, hechas por los exploradores hàcia los enemigos, y la misma tardanza en el andar de aquí, daban algun crédito à lo que se decia. Pareciò á los capitanes que debian acreditar esta sospecha, lo que se egecutó. Mas los Luisistas dieron claro indicio de su disgusto, cuando al dia siguiente, despues que se hizo el camino de casi siete leguas, acampamos en las orillas del rio Yaquí ò Phacito; porque entonces el capitan de aquel pueblo ofreciò que èl formaria el último escuadron, y mas distante del rio, y de esta suerte mejor se cortaria à los suyos cualquiera comunicacion que tuviesen con el enemigo. La disposicion fuè buena, pero la razon que se dió, manifestó el ànimo resentido del que la alegaba, porque "así (añadiò) mejor se conocerà cual sea nuestra culpa."

26. En el mismo lugar se presentò uno de los que mandaban la artilleria, y dijo no haber provision de pólvora mas que para cuatro tiros de artilleria: y este aviso causó no poco cuidado, porque pedir ahora la pòlvora á los pueblos, parecia imposible, estando distantes 100 leguas; y era verguenza, estándose ya cerca del enemigo, faltar el alma de los cañones, y mostrar las piezas mudas que no tronarian mas que una vez. Se pidió el parecer del capitan superior, mas este afirmaba que habia 17 cargas, y para cada cañon cuatro; y aun mas, fueron traidas: entonces se vió claramente la mentira del artillero; con todo se sentia la poca providencia que se habia tenido en esto.

27. El sàbado in albis se empezó á pasar el rio Phacido ó Yaguì, y fué hallado mayor que lo que se habia pensado: porque en aquel lugar es mas ancho que todos los rios que corren entre estos pueblos, si se exceptuan el Paranà y el Uruguay: por tanto se tardò en pasarlo, y apenas este dia lo transitaron los Miguelistas.

28. Al otro dia, por una grande lluvia, con dificultad pasaron los Luisistas; y los Juanistas, como todavia esperasen socorro de los suyos, determinaron pasar con el ùltimo escuadron, y asì impedidos el lunes con la misma lluvia, cerca del anochecer lo vadearon à nado, llevando à hombro sus cosas.

29. Por este tiempo, pasado el Domingo, nuestros exploradores, à quienes por seguridad se mandó vigiar el campo, hallaron cinco exploradores Lorenzistas, que llegaron á los reales despues de visperas. Dijeron que tambien los suyos pasaban el rio unas pocas leguas distantes de aquì; y que tambien ellos habian de ser compañeros del ejèrcito en el camino. Uno de estos, à la primera noche, cuando todos dormian cerca del bosque, llegò herido terriblemente en la cara por un tigre: curósele, y habiendo sido enviado al pueblo, los demas se fueron à los suyos á avisarles la llegada del ejército.

30. El Martes, habiéndose disipado el granizo y la niebla, se encaminaron ocho leguas, desde las orillas del Rio Yaguí hasta el Rio Curutuy; y allí se acampó á la vista de un peñasco del monte San Miguel, llamado del Lavatorio por los Ibiticaray. La figura de este peñasco es del todo admirable, porque como desde su raiz se eleva suavemente, de repente se levanta hasta la cumbre, y en el remate se endereza á manera de pared.

31. Miercoles 22 de Abril: aunque estuviese malo con garua y nubes, vistas las orillas del rio, lo hallamos crecido de tal suerte, que no teniendo en otras ocasiones apenas cinco pasos de anchura la puente que era indispensable echarle, se debia estenderlo á sesenta. Se fabricó dicho puente con palos clavados en el arroyo, afianzados estos pértigos con varas, y sobre estas se entretejieron otras á lo largo: y así dieron paso á la gente. Por este puente, fabricado á toda priesa, las cuatro piezas de artilleria se transportaron primeramente en hombros de los indios, y despues todo el tren de armas y caballos: hubieras visto con risa á un muchacho indio pasar á la otra parte su perro sobre los hombros. Pero la mayor dificultad y trabajo fué pasar las tropas de caballos, bueyes y vacas, que eran mas de 3,000; porque como el arroyo era rápido, y poblado en el medio de muchas malezas y arbolillos, á los que nadaban, ó del todo los arrebataba, ó los enredaba, y tambien los sorbia y ahogaba. Se echaron pues al arroyo, por una y otra parte, veinte nadadores, que impelian, arrimaban y forzaban con las voces y manos á los caballos, mulas y otros animales, hasta tanto, que todo aquel gran número hubo pasado el rio. Al mediodia estuvo ya todo el egército en la otra banda, y caminadas aun el mismo dia dos ó tres leguas, cuando se habia ya campado, 30 Lorenzistas, que seguian el ejército, lo aumentaron en algo, aunque menos de lo que se esperaba.

32. Seguíase despues la fiesta de San Marcos, y se invocò el auxilio de todos los moradores celestiales, con la misa, y letanias que se acostumbran en la iglesia, dentro del toldo ó pabellon, porque el mucho heno ó yerba, con la lluvia y tempestad de toda la noche, impidió la procesion, y porque todavia amenazaban las nubes un próximo aguacero. Hasta el mediodia estuvieron separados: mas tomadas las medidas militares, aunque un denso rocio humedecia la tierra, se caminaron tres leguas, y quizá cuatro. Esta noche el ejército se mantuvo en sus reales, porque los exploradores que fueron enviados antes de ayer no habian vuelto. El mismo supremo capitan habia determinado ir á buscarlos, y habiéndolos encontrado despues de entrada la noche, y pedidoles cuenta de lo que habian visto, ninguna cosa cierta digeron, sino que casi en este lugar y á la vista estaba el enemigo. Esta noche, y en adelante, se puso silencio á las trompetas y cajas, para que el enemigo no sintiese la venida del ejército: tambien la estrella llamada Sirio serenó la noche, y asimismo el dia siguiente.

33. Al rayar este dia se caminaron casi tres leguas, porque no se habia de pasar adelante, si no es que incauto el ejèrcito se acercase demasiadamente al enemigo, y se presentase á su vista: fijáronse los reales, no en circulo como otras veces, sino en dos líneas, en órden de batalla, distante solamente dos leguas de los contrarios. Habiendo sido enviado por el rio Azul arriba, hácia el norte, algunos que sondasen las aguas, por si acaso se hallase un vado mas facil, porque en verdad no convenia pasar por el paso nuevo, ni tampoco por el que tenian fortificado con centinelas los Portugueses, para que de esta suerte el enemigo fuese acometido mas inopinadamente, y toda la tropa vadease el rio sin obstáculo y repugnancia, mas facilidad y desahogo. Tambien algunos baqueanos fueron por espacio de una legua y media á esplorar la fortaleza del enemigo, de modo que distásemos solamente media legua, del otro lado de un rincon ó ensenada de un bosque. Se conoció, que habia dejado su primera situacion, y quemadas las primeras cabañas ò ranchos, se habia situado poco mas arriba, en un collado lleno de monte, el cual, por la parte que mira y toca los dos rios, Phacido y Azul, acabando todo en un ángulo con el bosque, mostraba la tierra hácia la llanura: pero estaba esta fortificada con una estacada desde una punta del bosque hasta la opuesta: en el medio se veian palos clavados en la tierra para los ranchos, y algunos galpones del todo acabados. Se oyó tambien el tiro de una escopeta, al tiempo que se exploraban estas cosas, mas no se juzgó fuese señal del enemigo que estuviese vigiando. Tambien se vió en el campo, de esta parte del rio, entro una alta maciega, algo que corria velozmente: se sospechó que fuese espia del enemigo, pero otros mas probablemente la juzgaron avestruz. Despues de visperas, se halló que ya no habia para el sustento del ejército mas que un poco de cecina cocida, de modo que no habia víveres sino para un dia, por la ninguna providencia que acostumbran los indios. Se mandó que al dia siguiente se depachase un mensagero á traer reses, y que entretanto se diminuyese la racion á la tropa. Esta disposicion, sinembargo, no podia ser bastante para que el ejército por algunos dias no padeciese hambre. En el sitio de la vigia ó atalaya se mantuvo, con algunos soldados escogidos, el mismo capitan Sepé, miguelista.

34. Entró la noche con un horrible aspecto hácia el sud: toda estuvo frigidísima, y tambien el dia siguiente, 27 de Abril: con todo volvieron los exploradores que habian ido por una y otra parte. Estos digeron, que no se veia en la frontera movimiento ninguno del enemigo. Aquellos aseguraron que el vado que se habia hallado no estaba muy distante de los rios, ni del sitio del enemigo. Al amanecer, pues, se arrimó hácia allí todo el ejèrcito, y abriendo camino con las hachas, por medio del bosque, que está de una y otra parte, se movieron al mediodia los reales hácia aquel sitio, dejando atras solamente algunos enfermos, con el custodio de sus almas, ó sacerdote.

35. El dia 28 (Domingo) todo el ejército se ocupó en armar un puente, tal cual se hizo en el rio Lavatorio, aunque este era mayor, y necesitó el trabajo de todo un dia. Entretanto, llevaron todos los caballos á un valle, que con amenidad se estiende por las riberas del rio Verde, y tambien hicieron pasar allí al pastor de sus almas, con los demas, para que estuviesen seguros. Al ponerse la luna, en lo mas intempestivo de la noche, marcharon contra el pago de los Portugueses, avanzaron á cuatro casas, mataron dos negros, habièndose escapado en el bosque inmediato dos portugueses con sus mugeres, los que de allí fueron á la fortaleza á dar noticia del enemigo que los acometia: tambien quitaron al enemigo una partida de caballos que pasteaban en aquel mismo lugar, quedando muerto un Lorenzista. Demas de esto, al amanecer se acercaron á la fortaleza, haciéndoles la niebla mas fácil el acceso, y lo que era de admirar, que estando en otras partes clara sobre el fuerte, estuvo mas espesa para los que la miraban y asechaban desde el alto, lo que dió esperanza de victoria. Mas á la verdad, no sé porque caso ó desgracia, no supo aprovechare de ella el pueblo. Asaltó una y otra vez, y sufrió por casi dos horas mas de mil tiros de fusil, y cien de ocho piezas, siendo dos de las mayores: pero sin daño particular, porque nunca avanzaron del todo. Mientras el gefe principal de los indios, valerosamente mandaba y animaba á los suyos, salieron tres negros por una oculta abertura de la tierra, y uno de ellos atravesó por el pecho al supremo capitan llamado Alejandro, del pueblo de San Miguel: no obstante dos de ellos pagaron con la vida su atrevimiento. Despues, acercándose mas á la artilleria, y sin cautela, á otro soldado Lorenzista lo mató un balazo: pero no murieron mas que estos tres. Fué herido gravemente un Luisista con seis Miguelistas, y su capitan levemente. Creo que ningun Juanista fuese herido, porque la mayor parte, mientras se estaba en el conflicto, se mantuvo en la otra parte del rio, comiendo sus ollas y asados, y el capitan de ellos, entrandose desde el principio en el bosque, no se sabe donde fué á parar. Finalmente retrocedieron los nuestros, y por esto, animándose el enemigo, salió de la fortaleza, en número de 200, trayendo consigo dos piezas: por lo cual, aturdida la gente, comenzó á desparramarse, y dejó por despojos al enemigo el mayor cañon que tenia.

Se llegaron á razones: primeramente dijeron: haya paz entre nosotros y cese la guerra, porque en nuestros corazones no abrigamos enemistades contra vosotros, ni poseemos temerariamente esta tierra, sino por mandado de vuestro Rey, y del Gobernador que en su lugar las gobierna, y tambien con consentimiento de vuestros padres, (juzgo que entendian aquel que de Europa vino á este negocio) y de algunos de vuestra gente: dejadnos gozar de esta tierra, cuando por otra parte no nos esperimentais molestos (si es que se puede dar crédito á estas razones): volvednos tan solamente los caballos que nos habeis tomado. Sepé, aquel célebre capitan de los Miguelistas, el cual entonces mandaba la artilleria, y sabia hablar algun tanto español, y era un poco conocido de uno de los Portugueses, porque ahora poco èl estuvo en los límites de las tierras de San Miguel con los demarcadores, se allegó mas cerca, convivado por ellos à entrar en la fortaleza á tratar de la paz y de los caballos que habian de volverse. Hé aquí! (¡quien lo creyera!) que se dejó engañar de los enemigos, reclamándole, y disuadiéndoles los capitanes amigos, y se cuenta, que fué recibido honorificamente, presentándole las armas. Despues, viendo que lo habian recibido con tanto honor, 14 subditos de su jurisdiccion, todos de á caballo, y con el ejemplo de estos, seis Luisistas, un Juanista, (porque acaso no habia mas) dos Lorenzistas, no siendo llamados ni forzados, y mas probablemente, afirman algunos, que los primeros fueron cautivados con otros 14, á la manera que un incauto ratoncillo se vá á la trampa, le siguieron como una manada de cabras, que estando ciego el chivato, que sirve de capitan al rebaño, perece con todas ellas.

No bien habian entrado, cuando ya por todas partes fueron cercados del enemigo armado, y se hallaron cautivos. Hallándose con este hecho perpleja la demas turba, aunque alguna parte se mantenia constantemente á la vista, finalmente volvió las espaldas, y se retiró á la tarde á sus reales: aunque no enteramente, porque temerosa la fama, anunciaba la entrada del capitan con alguna gente, pero temia promulgar que estaba cautivo. Luego al punto se mandó dos y tres veces, que volviesen á pasar el rio los caballos que se habian quitado, y que no tardasen, por si acaso por esto tuviesen cautivos á los soldados que habian de ser redimidos.

36. Cumplieron con lo primero, mas no pudieron ejecutar lo segundo, porque á medida que los soldados pasaban su caballo, se lo tomaban para sí, y al amanecer, siendo los primeros aquellos que en allegarse eran los últimos, tomaron una gran parte de los caballos del enemigo, se volvieron los Juanistas, despues de sepultados los dos muertos. Las partidas de los demas pueblos, despues de haber cantado solemnemente ayer á visperas el responsorio por el capitan y los soldados, en el valle en que estaba su pastor de almas, y estándose ante él, comenzaron á retroceder. Habiéndose caminado un poco, se presentó un explorador, y dijo, que los Portugueses pedian sus caballos, y prometian por su parte la libertad de los cautivos: mas aquellos habian ya caminado tanto, que sino despues de visperas, pero ni aun al dia siguiente se podian juntar: porque como los Juanistas tuviesen muchísimos, que ya habian pasado el Rio Curutuy, muchos Luisistas, que tambien habian caminado mucho, no pudieron reunirse á la gente esparcida, y antes bien lo reusaban. Llegaron á grandes pasos, ó con precipitada marcha en el mismo dia cerca del Rio Curutuy, ó del Lavatorio, y se hizo en medio dia el camino, que á la ida necesitó cuatro, porque siempre la vuelta tiene los pies mas veloces. A la verdad, el pueblo ó ejército habia concebido tanto temor del enemigo, que de ninguna suerte se hallaba quien quisiese llevar á la presencia del enemigo los caballos, si estuviesen á mano. Anduvo un capitan dando vueltas para recogerlos, y viendo el último escuadron que estaba parado cerca de la fortaleza del enemigo, no temió manifestar claramente su miedo, y hablar á voces á los suyos de esta suerte: "Caminemos, les dice, paisanos mios, porque pereceremos con los otros." Los reales esta tarde se formaron escondidos en un profundo valle, sobre un arroyito distante del enemigo ocho leguas. Se hizo toda diligencia por redimir los cautivos, pero en vano, y lo que mas se sentia era la cautividad del capitan Sepé, comandante de la artilleria. Mas cuando estas cosas se trataban, hé aquí, corrió un cierto rumorcillo, que el capitan Sepé á pié seguia el ejército: despues, habiendo llegado un muchacho, confirmó la venida, porque venia á llevar vestido y caballo para el cautivo que se volvia, y por fin, se presenta el mismo capitan Sepé apenas entró la noche, temblando con el frio y la caminata, y sin negar la verdad, contó su suerte; es á saber, que ayer, habiendo sido encerrado en el castillo enemigo, y llegando la tarde, fué mandado montar á caballo sin armas, sin espuelas, pero sí vestido, y cercado de 12 soldados armados, se le mandó buscase los caballos que se habian perdido. Habíase ya apartado un paso de la fortaleza, cuando un indiecillo, viendo cautivo á su capitan, (no temiendo nada el simple) se llegó al enemigo, y le avisó que ya los caballos habian sido llevados á la otra parte del rio: lo cautivaron en premio. Comenzó otra vez el capitan Sepé á pedir licencia para pasar el rio, y solicitar la entrega de los caballos: mas los compañeros negaron el poder hacer esto, sin saberlo el gobernador del castillo. Habiendo sido consultado, se le rogó diese licencia, enviando un soldado que le diese parte: pero trajo la negativa. Añadió el cautivo capitan: "vosotros que deseais poseer los caballos, dadme licencia para hablar con los mios, sino, aunque no querrais, me irè, si me diere gana, y ayudaré á mis compañeros." Esta audacia se recibió con risa, y le contestaron:—"estando cerca de 12 armados, ¿serás capaz de irte?"—Se promovió una controversia: Sepé afirmando la huida, si la quisiese tomar, y los Portugueses riyendo, porque la juzgaban imposible, y tenian por vanas sus amenazas; pero el hecho las probó verdaderas: porque como una y otra vez le preguntaron ¿como podia hacer esto? les dijo: veis ahí; y asorando el caballo con la voz, con el azote y con alaridos, se les escapó, y llevado en el pegaso, que parecia que volaba, se encaminó hácia el rio y bosque, quedándose espantados, y no atreviéndose á seguirle los soldados de á caballo, porque aun las balas de los 12 fusiles con sus llamas, parecia que no lo alcanzarian. Llegando empero Sepé á la orilla del bosque, quitándole el freno al caballo, se escondió en los árboles, y pasado á nado el rio al otro dia, siguiendo los reales que se retiraban, fué recibido en ellos con gozo increible. Esta misma noche se huyeron de las manos de los enemigos dos mozos, los demas quedaron cautivos. Se trató otra vez por medio del mismo capitan Sepé acerca de la lista de los cautivos, ofreciendo los caballos y mulas de su pueblo, si los que los tenian negasen los suyos á los Portugueses, y cierto es que persistieron en negarlos. Tambien los Miguelistas no asintieron en esto, antes bien no se hallaba alguno que se atreviese á acompañar la lista, ó llevarlos á tierra del enemigo, aunque estuviesen á mano. En verdad que ellos tenian lastima de sus compatriotas, y especialmente de las mugeres, que tan infelizmente habian quedado viudas, y de sus hijos huérfanas. Mas ¿quien hay que crea al enemigo que una vez engañó? A un amigo, si una vez mintió, no se le debe creer la segunda, al enemigo empero nunca. La verdad es, que se temia no fuese que acaso recibiese el enemigo con asechanzas, ó doblez á los que trataban de la redencion de los suyos; y con la artilleria y fusiles recobrasen los caballos y retuviesen los cautivos, quedándose con unos y otros.

37. En este estado pues de cosas, pareció conveniente fortificar con un presidio el residuo de tierra, que está entre los rios Verde y Phacido, y para mayor seguridad de los presidarios, pareció oponer un castillo al del enemigo. Se habló con los Luisistas sobre dejar por ahora en esta tierra un presidio con 60 hombres, y hacer una fortalecita, de la cual cada semana saliese un destacamento á correr toda la tierra; porque no fuese que en algun escondrijo se estableciese el enemigo, y levantase fortalezas difíciles de destruir á los indios, que no saben, ni sufren el sitio ó combate. Empero no asentian los soldados, y no se podia juntar facilmente quienes se atreviesen à trabajar. Finalmente, dejando á cada cual lidiar con su genio, se señaló y escogió el lugar para la fortaleza futura, por si acaso la quisiesen hacer.

38. Comenzando hoy el mes de Marzo, se pasó con sumo trabajo el rio Curutuy, y cerca de visperas, tambien el Yaguy, y caminadas tres leguas mas, á grandes jornadas por via recta, con camino y espacio de dos dias, llegamos al pié de la montaña de San Lucas, y habiendo con realidad pasado la cercanía, aunque continuaban las lluvias, y los rios estaban crecidísimos, apartándonos de muchos arroyos pantanosos, á 8 de Mayo llegamos, sin ser esperados, al pueblo de San Miguel, en el mismo dia de su aparicion: y no sucedió en el camino otra cosa digna de memoria, sino es que la tristeza puso en suma consternacion al pueblo. Cada cual del ejército, que se habia dividido, se volvia á sus estancias y pueblos, muy despacio, mirando por las cabalgaduras, quedándose unos pocos por todas partes á explorar los movimientos de los enemigos, sus discursos, y prohibirles sus invasiones.

39. Cuando sucedian estas cosas con menos felicidad en los límites de los Portugueses, se esparcian en las ciudades de los Españoles nuevas amenazas y nuevas mentiras. En 28 de Febrero habia llegado el navio llamado la Aurora, y tomó puerto, dando noticia del obstinado ànimo del secretario del Rey, el que se afirmaba cada vez mas en tan grandes injusticias. Tambien avisaba que el confesor del Monarca, aunque muy bien conocia aquella iniquidad, y de tal suerte era estimulado de su propia conciencia, que recelaba se oyese llamar ante el juez y autor supremo consejero de una cosa mala, con todo, desconfiando de la pusilanimidad del Rey, y temiendo no fuere que cayese de ànimo oyendo tan enorme maldad, llevado de humanos respetos, determinó ocultar este negocio al príncipe; y antes bien pedir una y otra vez dejacion de su oficio, pero que era detenido por las lágrimas del Monarca: y que finalmente, con los estímulos de su conciencia, se habia visto obligado á declararle cada cosa de por sí. Así lo dicen las cartas escritas por el mismo confesor del Rey, dirigidas al digno Superior de Misiones.

40. Que cosa dicho navio haya traido á los gobernadores de estas provincias, acerca de este iniquísimo tratado, no se sabe; pero es cierto haberse entonces convenido por entrambas partes en la isla de Martin Garcia; aunque mucho antes estaba destinada para esto, y haberse allí acordado, que á 15 de Julio el ejército español hostilizase, sugetase y obligase á obedecer los mandatos al pueblo de San Nicolas, y el Portugues, al de San Angel. Llegó esta sentencia á mediado de Mayo, y tambien con esta, de parte del Comisionado general, una nueva amenaza del último exterminio; y finalmente, por la importunidad de este, fué sacada por fuerza del Provincial de la provincia la declaracion de estar muerta ó perdida toda esperanza. No obstante, llegó tambien un secreto aviso del mismo Provincial, por segura y duplicada via, que se dirijia particularmente, y habia de intimarse á los que fuesen capaces de secreto: que no se arredrasen con estas amenazas, ni aun con las suyas, aunque pareciese no tenian límite, porque eran vanos y brutales todos estos rayos, y que no habian espirado del todo las esperanzas que se tenian, antes bien que estaba muy cerca el remedio.—Añadia á estas cosas una carta de un cierto asesor del consejo, que decia: "Que todo este aparato de la junta de la isla de Martin Garcia, y las amenazas hechas, eran patrañas ó chismes." Fortalecidos con este aviso, los enemigos Uruguayenses esperaban la feral sentencia, cuando se ponian amarillos, se turbaban y se consumian con el miedo los del Paraná. Pero esta jamas vino, estando ya Junio muy avanzado. Se sospechó entonces que habia sido suprimida, y que, pareciendo del todo frustranea ó vana su intencion, por no ser expedida del Consejo, tambien habia peligro que no hubiese sido pillada y extraviada por los indios, conmoviese sus ánimos, levantasen nuevas tropas, y las concitasen contra el mismo Provincial, exasperando y echando á perder todas las cosas.

41. La gente de Yapeyú avisaba aun, que 160 familias del mismo pueblo se habian ido al Rio Negro, otras tantas al paso de las Gallinas, ó al rio Guéguay, á servir de presidio á sus tierras y de impedimento al enemigo, si las infestasen. Se decia que los de la Cruz habian acometido las estancias de los españoles Taraguis, ó Correntinos; y habiendo hecho huir los vecinos, les habian quitado un gran número de caballos y otros animales. Corria la voz de que los Nicolasistas tambien habian traido cautivas algunas mugeres del rio de Santa Lucia; y aunque ya el término de la transmigracion se pasaba, ni el año para acabarse distaba del 15 de Julio mas que una semana, no se sentia movimiento alguno del enemigo, aunque corria un falso rumorcillo que los Españoles habian esparcido, de que unos exploradores españoles habian entrado hasta los sembrados de un pueblo, y que habian hallado desamparados los campos, y vacío el mismo pueblo: que tambien los Portugueses no distaban de San Angel mas que veinte leguas; sin que por el mismo tiempo faltasen varias cartas secretas, las cuales daban indudable esperanza de que pasaria la tempestad. Treinta Luisistas armados, con el capitan del pueblo, salieron contra los Portugueses que estaban en el rio Verde, para mudar sus centinelas por causa del invierno, que con las lluvias todo lo inundaba. Cuarenta Lorenzistas asimismo se fueron á los últimos términos de sus tierras, á fabricar un propugnáculo en el castillo del mismo rio Phacido, volviéndose otros tantos en lugar de aquellos. Fueron tambien enviados exploradores, rio Uruguay arriba, porque hácia aquella parte se vieron estos dias humear los campos, á ver si por ventura por aquella parte se quisiese explicar el enemigo. Entretanto, vino antes de ayer un cierto español, que decia tenia órden para averiguar ¿porqué los indios eran tratados como esclavos y no como libres, diciendo que la corte le habia dado esta comision? Pero no enbalde se creia impostura ó fábula, porque no mostraba nada de su potestad por escrito, como despues se vió claramente: sobre todo, porque no buscaba otra cosa que hacer trato, porque deseaba vender una gran cantidad de hierro por precio bastante bajo, y pedia á estos pueblos muchos caballos, vacas y bueyes para la guerra. Pero fuè en vano, porque los indios, azorados con la guerra, antes buscaban ellos caballos y mulas que comprar, que darlas á vender. Cuando sucedian estas cosas, Junio se pasaba, y la fama descaramente mentia, ó fingia, que 3,000 Españoles habian salido de Buenos Aires, y otros tantos Portugueses, de la Colonia del Sacramento, con los Capitanes Generales de las Provincias.

42. Finalmente, no sabiéndose nada de cierto, llegó el 15 de Julio, aquel término fatal, como decian: y hé aquí que por ambas partes habia un profundo silencio, aunque se decia que el Gobernador de Buenos Aires á 5 de Mayo habia salido de aquella ciudad á los reales españoles que estaban en el paso del Uruguay, que se dice de las Gallinas; que tambien Gomez Freire, Gobernador Portugues del Rio Janeiro, habia movido sus reales hácia el Rio Grande, asegurando la voz y fama, que 60 marineros con ocho ó diez lanchas, cuyo capitan era Juan de Echavarria, subian por el Uruguay, con el fin (como se decia) y precepto, que poco ha se habia acordado en la isla de Martin Garcia, que á 15 de Julio acometiese el ejército español al pueblo de San Nicolas, el lusitano el de San Angel, y las lanchas armadas por el rio, para que estas impidiesen los socorros del Paraná, y aquellas obligasen á transmigrar, ó mudarse á los habitadores de estos, ó los destruyesen á fuego y hierro si se resistiesen. Porque decian así:—que los indios y los Padres, luego que viesen que se obraba deveras, y comenzasen á experimentar la guerra, habian de amedrentarse, y salir al encuentro de los ejércitos mas inmediatos, rogando ó pidiendo la paz, y con profunda humildad entregarian las armas, les pedirian perdon de la resistencia, y entonces se les concederia en nombre del Monarca: pero con estas condiciones; que, se permitiese á los ejércitos ir y discurrir por donde quisiesen: luego al punto llevarian, ó enviarian las cosas móvibles y semovientes, dejando á los Portugueses la tierra, campos, pueblos y pagos: pero si hiciesen al contrario, infaliblemente todos, como si fuera uno, habian de ser muertos á hierro y fuego. Estas amenazas, aunque siempre pareciesen locuras á todos los de ánimo esforzado, lo uno por el pequeño número de la tropa (porque ahora bajaba de punto la fama su mentira) no siendo ya los Portugueses mas de 1,600: lo segundo, porque los Españoles marchaban desarmados, y esto despues de haber pasado un desierto de 200 leguas por tierra, en tiempo de invierno, contra 20,000 armados, (si todos los varones tomasen las armas) que se les habian de oponer en sus tierras: con todo, temian algunos, y clamaban los pusilánimes finis venit. Estas cosas, vuelvo á decir, aunque las divulgase la fama, ya casi se tocaba al 15 de Julio, y otro correo trajo la noticia de que el Gobernador de Buenos Aires se habia vuelto á dicha ciudad cercano á la muerte; que muchísimos españoles se habian desertado; que innumerables caballos con el invierno habian perecido; que toda la ciudad de Buenos Aires padecia una gran seca; que algunos millares de indios del sud (llámanse Aucás, Tueles y Pueles,) habian venido á invadir la ciudad, y finalmente que, sabiendo esto los cristianos, estaban ya prevenidos á obrar contra los indios. Que los lusitanos estaban consternados por 200 de los suyos que habian sido muertos (no sé donde) por mano de los indios. A mas de esto, tambien que el Gobernador del castillo, que en el Yobí poco há habia sido invadido de los indios, habia manifestado al General Gomez, que con dificultad el habia resistido á esta invasion, con el castillo y guarnicion, porque eran audaces y temerarios los indios, y no temian el fuego, ni el número de soldados: por tanto que viese con quien se ponia, y con quienes emprendia la guerra; y que el mismo Gomez Freire ya pensaba en la paz. Que el Provincial tambien habia pedido las mulas para venir á estos pueblos, lo que no haria sino hubiera esperanza de paz, habiendo mantenido, y probado muy bien en Roma, que él apenas se creia capaz de cargar con el peso de esta provincia, estando tan turbada. Y finalmente corria por entonces cierto rumor, que habiendo vuelto los exploradores de Yapeyú, los cuales rio abajo vigiaban los movimientos de los españoles, habian dicho, sin asegurarlo, que aquel su perseguidor habia sido llevado á Lima, nande moangeio hare ogucrhaima Lima yape. Se espera mas cierta noticia de esto.

43. Fenecia el mes de Julio, cuando unos correos de Yapeyú, volando ó corriendo, avisaron que en el salto del Uruguay se veian 20 lanchas de españoles: que los exploradores cruzeños se habian encontrado con los exploradores españoles, y que les habian oido decir, que por mandado de los generales del ejército se acercaban: que cuatro religiosos, de la familia del Seráfico Padre San Francisco, habian de venir á Yapeyú, à las fiestas del gran Padre San Ignacio, á mover con actividad las cosas de la transmigracion: y habiendo llegado el teniente del corregidor de San Nicolas, habia traido cartas del Capitan General D. Nicolas Ñenguirú, corregidor de los Concepcionistas, que pedian socorros militares ó gente armada: se determinó que despues de la fiesta de la Asumpcion de Nuestra Señora, partiesen las tropas de cada pueblo. Entretanto, la fama con tres correos consecutivos consolaba los tristes, porque decia que en los campos de Yapeyú habia llegado un escuadron de españoles, á un pequeño pago, llamado de Jesus María, que está situado cerca de los saltos del Uruguay: pero habiéndolo mandado parar el indio superior del pago, y que se volviese á sus tierras, y habiendo afirmado que sus compatriotas de ninguna suerte se habian de mudar, y que ni los otros pueblos habian de permitir la transmigracion, ofendidos de la libertad del indio que se resistia, habiéndolo amarrado, lo llevaron con los suyos al resto del ejército. Esparcido este rumor por los vecinos estancieros, los excitó á tomar las armas, y habiendo llamado y convocado las tropas de Charruas, Minuanes y Guanoas gentiles, que andaban vagando por estos campos en lo mas intempestivo de la noche, acometieron á todas las tropas de los españoles: á algunos despojaron (se dijo que fueron 50), á otros obligaron á huir, quitaron toda una caballada, y pusieron en libertad á los prisioneros. Estas cosas sucedian en el Uruguay.

En el rio Phacido, los exploradores Luisistas salieron de su ya destruida fortaleza, y acercándose á la de los Portugueses, hicieron huir tres guardas de los caballos, que los apacentaban junto á la misma fortaleza; y habiéndoles tirado en vano un cañonazo desde el castillo, quitaron al enemigo una tropa de 14 caballos.

44. De Europa avisaron por Lima, que el confesor del Rey, vencido al fin de los estímulos de su conciencia, habia declarado al Monarca in totum el estado de las cosas de los indios: que se habia horrorizado su Magestad, y que luego al punto habia mandado juntar el Consejo de los Proceres, y que habia tambien convocado las Universidades á junta, para que dijesen y examinasen, si los indios, que sin armas y de su propio motu, por la sola predicacion se habian sujetado, y rendido á su proteccion sus tierras, y si estos, así libremente sujetos, pudiesen ser lícitamente despojados de sus tierras, y algunos otros puntos. Todavia no se sabe el fallo de los consejeros, pero se espera que la justicia de la causa obligará á los jueces á dar una justa sentencia.

45. Entretanto, los pueblos situados á la otra banda del Uruguay, con los de San Nicolas que estan de esta, juntaron á toda prisa 11 partidas contra los Españoles que se iban acercando: á saber, los Concepcionistas, las Nicolasistas, los Tomistas, y finalmente los de la Cruz, los de los Apóstoles, con los de San Carlos y San José, los de San Xavier, y tambien los de San Borja: pero, habiendo mudado de parecer, se apresuraban á unirse á los de Yapeyú. Demas de esto, los de los Martires, que ahora poco há, persuadidos del cura, se habian resuelto á marchar, se quedaron atras: así decian, pero falsamente, porque se fueron despues en canoas por el rio Uruguay. Solo un indio, único del pueblo de Santa María, que poco há habia sido depuesto del cargo de capitan de dicho pueblo, con algunos pocos compañeros, se fué á los reales de los suyos á aumentarlos, no en número sino en ànimo: se contaban 150 de cada pueblo, y no es bastantemente cierto si se juntaron tantos ó menos. De los demas pueblos de la otra banda del Uruguay, se juntaron tropas auxiliares de 25 hombres de á caballo, y 60 á pié del pueblo de San Miguel; mas un nuevo caso ó suceso, y otros nuevos avisos, obligaron á quedar en sus límites.

46. Era el dia de la fiesta de la Asumpcion, cuando tres Luisistas, que poco há con astucia y perfidia habian sido cautivados en el Rio Verde, (ó como dicen los Portugueses, Pardo, siendo por ellos mas conocido con este nombre) el dia antes de la fiesta se aparecieron en este puerto, cuando menos los esperaban. Estos contaban las siguientes cosas, es á saber: que despues de haber pasado dos semanas de cautiverio en la fortaleza del Rio Pardo, los llevaban rio abajo en una lancha á otro fuerte de los Portugueses, situado en la boca del Rio Grande, y de aquel grande estanque, para que fuesen presentados al Virey y autor de todos estos males—el iniquísimo Gomez Freire. Eran 50 los cautivos, custodiados por 15 ó 16 Portugueses que los acompañaban. Por lo que, vista tan pequeña guardia, y incitados por algunos españoles que iban allí, los cuales dijeron que los llevaban á matar, conspiraron en matar la guardia, y ponerse en libertad, y no prevalecieron los pareceres de algunos que no aprobaban el motin por defecto de armas y discordia de los ánimos. La última deliberacion fué contra los Portugueses, y así inopinadamente acometieron à los guardas, que acaso iban gobernando los remos y velas; y habiendo muerto al capitan y otros dos soldados (aunque las cartas de Gomez Freire numeraban diez, como se verá despues) salieron los demas, y habiendo atacado con armas á los que estaban desarmados, obligaron á muchísimos á arrojarse al agua. Navegaban por medio del gran rio, por lo que ahogados algunos por las rápidas olas de aquel, casi otros 20, que iban nadando, perecieron á escopetazos. Quedaron vivos solamente 16, (no sé por que causa) los que fueron llevados á la fortaleza, en donde, habiendo sido examinados por Gomez Freire, los mandó volverse á sus pueblos, con cartas llenas de quejas y amenazas. Los dos españoles que iban presos y encadenados, no sé por que delito, fueron mandados que acompañasen á los indios, y llevasen las cartas, y trajesen las respuestas, si viviesen. Los primeros que llegaron con estas noticias fueron tres Luisistas, despues otros tantos Lorenzistas; dos Juanistas se quedaron en sus estancias, y así mismo seis Miguelistas, de los cuales uno enfermó en el castillo de los Portugueses, de viruelas (peste cruelísima para los indios): otro murió de la misma enfermedad en las estancias de San Lorenzo, en donde tambien aquellos dos españoles, como se pensaba, acabaron la vida, lanceados. Los otros cuatro, porque no fuese que trajesen la peste al pueblo, se les mandó se estuviesen en los campos de sus estancias: y ya comenzaba á cundir, porque, habiéndose muerto algunos Lorenzistas, los Miguelistas, tomando con ansia los vestidos, trajeron la peste.

47. Demas de esto, avisaron estos recien venidos, que Gomez Freire habia llegado al rio Verde con 30 piezas, nueve barquillos, 2,000 soldados y 2,000 caballos: mas parecia del todo increible este número, aunque lo afirmasen los Portugueses con la ponderacion que acostumbran los soldados: y que otros 2,000 estaban listos en el Rio Grande ó en los Pinales; los que se componian de hombres Paulistas, (que tienen propiedad y costumbre de vender lo que no es suyo, á los que en el país llaman Gauderios). Empero los indios, testigos oculares, decian que apenas llegaban los soldados al número de 600 ó 700: lo mismo referian otras cartas de algunos capitanes españoles, que militaban entre los Portugueses, que no pasaban del número de 1,150; que muchos caballos se les habian muerto, y probablemente se les habian de morir todos con la seca; y que una embarcacion de algunos artilleros se la habia tragado el mar. Contaron ademas, que entre los soldados se iba entrando la peste, de camaras de sangre y viruelas; tambien por este tiempo corria el rumor, y no falso, de que seis españoles habian llegado de Buenos Aires con nueve cartas, al pago de San Pedro, que es de los de Yapeyú; mas que los estancieros, habiéndoles quitados las cartas, habian muerto tres, salvándose los demas con la huida, y estaba entre los muertos un hijo de un regidor, que es ahora, y en otro tiempo fué Teniente General de la Ciudad de las Corrientes, como se supo por las cartas del padre, que inconsideradamente pedia se le diese sepultura eclesiástica, y los arreos del caballo.

48. Con mas lentitud que lo que convenia, tomaban las armas los indios, cuando el enemigo amenazaba seriamente. Juntáronse los capitanes Lorenzistas y Miguelistas, eligieron otra vez otro del mismo pueblo en el oficio de teniente y supremo capitan, sucesor de Alejandro que habia sido muerto, y despues del dia de San Miguel recojieron las tropas. Entretanto llegó un aviso cierto, que los Portugueses se habian apoderado de las colonias del rio Yaguy, y que intentaban pasarlo; y que, habiendo hecho señal con un cañon de los mayores, llamaban á los indios para que hablasen, se entregasen y sugetasen. Pero ellos en nada menos pensaban que en esto, porque, apareados todos en uno, reusaban, ó no querian entregar las tierras de sus antepasados en manos de un enemigo que les habia sido siempre pernicioso. No obstante habia cierto fundamento, no sé si verdadero ó falso, que el teniente de San Lorenzo, quien gobernaba la partida de presidarios de dicho pueblo en las vecinas estancias, habia llevado á los reales de Gomez Freire los dos sobredichos españoles, y que en ellos estaba detenido en rehenes. Mas despues se supo que habian errado en la parte segunda ó posterior, porque el dicho teniente, habiendo hablado con los Portugueses, y habiéndoles ofrecido libremente entrada á sus tierras, les dió mucho ganado para su alimento, pero con el fin ó estratagema, que luego que saliese el Portugues á las campañas abiertas de aquellas tierras, de entre las espesuras del bosque, cercados por los de San Luis, (porque los indios pueden pelear á caballo con increible destreza, siendo los del Brasil torpes en este género de milicias) los atacase la caballeria de los indios en sus tierras, y tambien con número incomparablemente mayor que los Portugueses, que venian de lejos en caballos cansados con el hambre y consumidos con los frios, lo que ponia á los indios iguales en las armas á los Portugueses. Esperaba pues dicho Lorenzista, que si los sacase á las llanuras de aquellas sus tierras, los habia de acabar ó derrotar con el ímpetu de su gente y caballos: pero como casi penetrase el intento Gomez Freire, se resistió fuertemente, y no quiso salir de entre los montes y breñas. Cierto indio fugitivo, baqueano de la tierra, y natural de San Borja, que de muchos años á esta parte se habia huido de su pueblo, (como suelen los indios malhallados con la enseñanza, y deseosos de vida mas libre) y habitaba en las soledades de los bosques que terminan las estancias de los pueblos, con no pequeña tropa de los de su mismo proceder, saliendo de cuando en cuando á las vecinas estancias de San Miguel, arreaba gran número de caballos y ganado, no solo para su alimento y de los suyos, sino para contratar con los Portugueses. De cinco años á esta parte, poco mas ó menos, comenzaron los Miguelistas en las cabezas de sus tierras á perseguirlo como ladron; y si cierto sacerdote no hubiese intercedido al capitan de los estancieros, lo hubieran muerto, como lo tenia bien merecido. Pero dejándolo vivo, lo llevaron á su pueblo con casi 20 de sus paisanos ó compañeros. Apenas habia estado en este pueblo un poco de tiempo, cuando en el silencio de la media noche se fué á incorporar con 60 gentiles de la nacion Minuana, que poco ha se habia agregado al número de los catecumenos, y persuadió á muchos que se huyesen; hallándose el cura á la sazon en ejercicios en el vecino pueblo de Santo Tomé. "No creais, decia á los Padres, que inmediatamente os han de llevar con cadenas y grillos á las ciudades de los españoles, para que seais esclavos de ellos: ¿por ventura no advertis que os atraen con sus halagos á este fin?" El cura se habia ido á un pueblo vecino al rio. Habia llegado otro sacerdote, que no estaba bien impuesto en la lengua, con motivo de confesar á un indio herido de un tigre. Habia sido enviado antes por los españoles, y era tan viejo, que desvariaba, sin poder tomar sueño, con una enfermedad que habia contraido en el camino. A este decia el embustero, que los españoles venian: "creedme, añadia, que si esta noche no os escapais, acaso mañana estareis cautivos." Finalmente, persuadidos con estas y semejantes mentiras, se huyeron todos, á excepcion cuando mas de 10 mugeres y niños, quienes estando ya bien hallados con aquel racional modo de vivir, compraron de sus padres á precio de lágrimas la licencia para quedarse. Unos tomaron con teson la huida hasta el rio Ibicuy ó de Arenas, otros hasta sus orillas, otros se escondieron por los campos y bosques vecinos á la vista del pueblo, para ver si sucedia algun mal á los suyos que se habian quedado. Pero, habiendo vuelto al amanecer el cura, é impuesto de lo acaecido, recojió á los fugitivos y, por sentencia del Superior de Misiones, envió ó desterró al pésimo consejero embuidor al pueblo de la Trinidad, de la otra banda del gran rio Paraná. Con todo, no bastó esto para que este embustero perverso no se huyese otra vez, y se refugiase finalmente á los Portugueses, quienes por estas esclarecidas hazañas lo hicieron corregidor (ó principal del pueblo, como llaman los españoles) del pago que habian formado de los paisanos del dicho, y participantes de su suerte: y así lo recibieron solamente para que diese dictamenes contra su gente y compatriotas.

49. Este versista embustero, pues, resistió audacísimamente, y conociendo el génio de los suyos, enseñó que habia que recelar: mas que con maña y estratagema se debia abrir el camino; y él mismo contuvo con gran prudencia á los Portugueses, que deseaban entrar al pago de Santa Tecla, por las tierras de San Miguel, con un ejército poderoso de valor, armas y caballos, que con su velocidad y arrebatada carrera los hubiera atropellado. Animaba tambien este Aquitofel á los sanguinarios enemigos con sus sazonados y agudos chistes. Y no ignorando el odio antiguo de los Brasileros, que aborrecen á los pastores de este rebaño, y para hartar tambien el suyo, se llamaba compañero de ellos, y se les ofrecia á correr la tierra, y recoger las cabezas de los PP. que cortasen las espadas vencedoras de Gomez Freire.

50. Los Luisistas, que tenian tomado el paso del rio Phacido, viéndose desiguales en número y armas al enemigo, y que este intentaba pasar el rio, por engañarlo en sus esperanzas, y hacerle creer que se querian entregar, bajo capa de amistad, les dieron ó regalaron toros y vacas para que comiesen y matasen para su sustento, mientras volaban correos por los pueblos, y se juntaban los ejércitos. Pasaron finalmente algunas compañías de Portugueses, y se decia que 20 canoas se habian ido á pique en las aguas del rio Guazú, cuando las pasaban, y se acamparon á sus orillas, entre un espeso monte que teñian por una y otra parte las riberas: y que tambien se habian fortificado con una estacada que habian cortado de lo interior del bosque. Aunque los exploradores aguardaban à los que despacharon hácia afuera, muchos no volvieron, muriendo sacrificados por las lanzas de los indios. Primeramente, los Luisistas despedazaron seis: otros veinte, que llevando frenos iban á juntar caballos, como viniesen los Miguelistas, tres de ellos quedaron víctimas de su furor. Por estos se supo que los Portugueses padecian hambre, y que la gente se desparramaba por los montes, buscando con ansia para comer, los cogollos de las palmas, y que luego que cazaba uno algun tigre ú otra fiera, volaban los otros, y se mataban mútuamente; y que con este género de muerte habian acabado 64.

51. En este intermedio vinieron de los campos de San Juan algunos gentiles y capitanes bárbaros, y se ofrecieron á sí y á los suyos por auxiliares, y volviéndose despues, fueron á recoger sus gentes. De las estancias de San Lorenzo, que estaban próximas al enemigo, se avisó, que la peste de las viruelas se aumentaba demasiadamente: por lo cual el cura de este pueblo, despues de vencidas algunas dificultades de los suyos, y la resistencia de los de su pueblo, se fué allá á proveer de medicinas espirituales á los enfermos, é impedir con toda industria no se extendiese este achaque.

52. Ya habia entrado Octubre, cuando compuestas algunas discordias y desconfianzas que los indios tenian entre sí mismos se juntaron finalmente las tropas de los pueblos, y el dia 4 se presentaron delante del enemigo, y enviándole á Gomez Freire unas cartas, le declararen la última resolucion, que era defender valerosamente las tierras de sus antepasados, y por tanto que se volviese en paz á su casa, y que tuviese para sí sus cosas, dejándoles á ellos lo que era suyo: y que si él deseaba tanto la paz (porque como habia informado por varios correos, queriendo engañar los indios, decia que él jamas habia venido à hacer la guerra; que queria ser amigo de los indios, y que solamente deseaba tomar posesion de las tierras que el Rey de España les habia dado) saliese de los montes, bosques y arenales, y sacase la artilleria gruesa, que ellos tambien se irian en paz á sus pueblos. Habiendo expresado otra vez Gomez Freire esto mismo por billetes, escusaba dar respuesta á cosa alguna, por ignorar él la lengua de los indios, ni entender bastantemente lo que decian. Se decia que los capitanes españoles se habian escandalizado con las cartas recibidas, pero no constaba suficientemente que cosa en especial encendiese así sus ánimos. Tambien vinieron por este tiempo algunas numerosas tropas de gentiles Guanás y Minuanes al socorro: á todos los cuales armaron los indios, señores de las tierras, con lanzas, saetas y caballos, y así juntaron un ejército de 2,000 poco mas ó menos, y se mostraban con arrojo desde lejos al enemigo. Con todo eso aun no parecia oportuno encolerizarse, y venir á las manos, por estas causas: especialmente porque el enemigo por aquella parte, donde el rio se descubria, se ocultaba á si y á sus tropas, en lo denso de los bosques: aunque alguna vez habia salido de la selva desplegando sus banderas rojas, como deseoso de pelear. Mas luego que veia que el numeroso ejército de indios se preparaba para la lidia, se retiraba á sus asperezas. Se sospechaba que queria solamente atraer á los indios á las asechanzas y ardides militares que tuviese preparado entre los montes. Por tanto los indios, enseñados con las trampas ó engaños, que poco há les habian hecho en el castillo, se portaban con mas cautela en acometer á tan cobardes enemigos, usando tambien del dictámen, que aunque los Portugueses en repetidas veces llamaban para hablar á los principales de los pueblos, ellos se les negaban, excepto uno. Aquellos que estaban de la otra parte del rio con Gomez Freire, los capitanes y los bagajes, que era la mayor parte del ejército, estaban defendidos por el rio: porque, siendo bastantemente grande, con la lluvia de semanas enteras habia crecido inmensamente, y por esto, estàndoles impedido un vado que hace, precipitàndose de los vecinos montes, el cual solo los indios lo saben, y lo ignoraba el enemigo, estaban seguros en la ribera opuesta.

53. Oportunamente, en el Salto del Uruguay ó de las Tortugas, en donde, como se decia, los otros reales de enemigos, á saber, los Españoles se habian juntado con el Gobernador de la ciudad del Puerto, se deslizaron en partes, ó desertaron muchos. Porque como el ejército, que poco há habia salido de estos pueblos del Uruguay, caminase á paso lento contra el enemigo, porque no sucediese que estando los caballos cansados y tambien los soldados, no estuviese apto para acometer al enemigo, comenzó este á levantar en dicho salto un fuerte. Entretanto con gran trabajo, ó luchando contra el torrente de las aguas que caen de aquellos peñascos, movieron las lanchas con intencion dañada, ó las arrastraron por el suelo con bueyes.

54. Por este tiempo los pastores ó curas de Yapeyú, atemorizados de los anuncios amenazantes, se disponian á huirse del pueblo, é irse á los reales de los Españoles: pero fué en vano, porque sus feligreses los guardaban ó custodiaban con diligencia. Con todo, uno de ellos, pretestando iba á acudir á una fingida necesidad de los enfermos en el pago, ó estancia de San Pedro, (donde no habia enfermo alguno) se escapó rio abajo en un botecillo: mas habiendo sido pillado por los soldados ó indios, como reusaba parar, siendo requerido, habiéndole echado un lazo, juntamente con el botecillo, lo tomaron. Despues fué llevado á los reales con el marinero, que en castigo le tuvieron atado de pies y manos toda la noche, á cuatro palos hácia diversas partes, y por la mañana fué azotado con riendas: mas contra el sacerdote no hicieron cosa indecorosa, sino algunas amenazas, ponerle miedo con algunos tiros al aire de escopetas, y con dicterios. Luego que lo supo el Capitan general de los ejércitos, Nicolas, habiendo enviado gente que lo custodiasen; lo remitió al pueblo con seguridad, pidiéndoles en algun modo licencia á los soldados para ello.

55. Despues de esto se iban arrimando poco à poco los reales ó campos de los indios á los de los Españoles, que estaban en las riberas del dicho rio Uruguay, y habiendo enviado por una y otra parte exploradores, luego llegaron á dejarse ver de tal manera, que se espantaron los españoles. Observaron los indios, que seis de ellos, á vista de cuatro, huyeron á su campo, con tal precipitada fuga, que dejaron una bolsa llena de sal, otra de bizcocho, y algunas otras cosas, por despojo de los indios que venian, y se retiraron á su ejército; en el cual, luego que se dió parte que el ejército de los indios estaba cerca, el Gobernador y Capitan General mandó tocar llamada, ó à recoger. Deseaba el Gobernador dejar en el sobredicho castillo algunos presidarios, mas no habia alguno que se atreviese á estos peligros, al furor de los indios, y á las calamidades de un sitio, ni quien hiciese tal hazaña, yendose al ejército sin esperanza de socorro, y estando la ciudad distante mas de 100 leguas. Comenzaron pues á retirarse los Españoles, aun no habiendo visto todo el ejército de los indios, y habiendo hecho solamente presa de algunos millares de vacas en los campos de Yapeyú. Todos se retiraban á sus casas. Los indios daban priesa, ó perseguian á los que se retiraban: y aunque facilmente podian apresurarlos con hostilidades, se abstuvieron de matar, para que fuese manifiesto á los Españoles, que solamente defendian su causa y justicia. Tres lanchas por falta de aguas, á causa de una larga seca, no pudiendo navegar, vararon en la arena: á estas, por una parte algunos Guaranís, por otra los Charruas gentiles, les pusieron sitio, prohibiéndoles solamente todo bastimento.

56. Se decia que del Consejo aulico, que como queda dicho poco hà se habia juntado, salió un secreto y declaracion de teólogos, que los indios de ninguna suerte podian ser obligados con guerra á entregar sus tierras. Y por esto el Rey habia decretado, que desistiesen totalmente de este negocio, si los indios no querian; porque ya bastantemente sabian por esperiencia los Españoles, que los Tapes de ninguna suerte querian ceder sus tierras; por eso tambien se juzgó que disponian la retirada. No obstante, poniendose mas contumaz Gomez Frire, se mantuvo otro mes en la tierra agena, fortificado con los montes, aunque veia en su presencia todo el ejército de los indios opuesto á él, y obstinado á no ceder. Sufrian tambien no poco los Portugueses, de suerte que andaban de aquí para allí buscando cogollos de palmas, y los despojos de los tigres, y aun por estas mismas cosas se mataban mútuamente los hambrientos, y se decia que de este modo habian perecido 69. Ni perdonaban los indios, á los que andaban descarriados porque en cualquier parte que los encontraban, los mataban con las lanzas y alfanges: mas de 50 murieron así el dia 4 de Octubre. Hemos dicho que, habiendo sacado la bandera roja, ó estandarte de guerra, y habiéndola guardado despues, seis indios, disponiéndose de buena gana sobre las colinas á la lidia, se atrevieron á provocar al enemigo, formando sus escuadrones. Salió el Portugues de las asperezas, y despues mostró la bandera blanca, pero no se atrevió á apartarse de la màrgen del monte y salir al campo. Entretanto pidió viniesen á hablar algunos parlamentarios, y fueron enviados cinco Miguelistas: y como el Portuguez quisiese entablar una plática larga, humana y molesta, la interrumpieron los enviados, y les dijeron:—"Que una de dos, ó que se fuesen de sus tierras, ó que si tenian tanta ansia de ellas, que saliesen al campo, porque los indios estaban prontos á concluir el negocio con la espada." Reusaron la pelea, y dijeron que ellos se volverian luego que tuviesen las respuestas de los españoles: y porque se recogieron á sus montes, y tambien la mayor parte habia pasado el rio, dejando 30 hombrea de guardia en el paso, los Tapes se retiraron á sus reales.

57. Pero hé aquí que se suscitó entre ellos mismos una viva contienda. Las compañias de tres pueblos altercaban, que solo los Miguelistas habian llegado á hablar con los Portugueses; que solo ellos tenian las conferencias entre sí; y los Portugueses, que ultimamente se gastaba el tiempo, y no se echaba ó obligaba al enemigo á retirarse, con otras mil cosas de que se quejaban: y por tanto se disponian á volverse, para quedarse en sus pueblos. Mientras así convertian con calor su negocio en diferencias, llegó á tiempo D. Nicolas Nenguirú, sugeto principal del pueblo de la Concepcion, el cual habia sido elegido Capitan General de comun consentimiento: este hizo nacer la esperanza de concordia, y parecia que tomaba fuerza. Como hasta el 21 estuviesen discordes, determinaron la invasion hasta el dia 22, lo que no habiendo puesto en egecucion, un cierto capitan llamado Felipe, se fué otra vez á llamar à los gentiles Minuanes y Guanas, para que se confederasen con ellos, y con él vinieron 12 á explorar el real del enemigo. Y despues, habiendo considerado el aspecto de las cosas, prometieron que habian de ir á traer 260 de su gente armada, con su capitan José, con tal que del pueblo les diesen 100, y de las estancias otros tantos carcases de saetas para su uso. Por horas se esperaban, y se alegraban ó mostraban regocijos en hacer dos caminos por medio de la espesura del bosque que hay entre ambas orillas del rio Phacido ó Yaguy; es á saber, entre los montes, con trabajo de 10 dias, para que mas ocultamente los indios pudiesen tomar la espalda del enemigo, sin que este llegase á sentirlos.

58. A los de Yapeyú por este tiempo les fué muy mal en lo que intentaron contra los españoles: porque como algunos de estos todavia se hallaban en el Salto del Uruguay, y habiéndose ya vuelto los confederados de los otros pueblos, los de Santo Tomé quitaron á los españoles ayer por la noche (era la de 3 de Octubre) 20 caballos con sus sillas, y mataron á algunos de ellos: por lo cual procurando los españoles les sucediese mejor, y deseando recuperar sus caballos, siguieron al enemigo; y bien de mañana dieron sobre un escuadron de 192 Yapeyuanos, que estaban segregados de los demas, y confiados en sí mismos. Enviaron por delante tres exploradores, y habiendo estos llegadose á razones, alegando cada cual la causa de su venida, los españoles, acercándose à caballo con poca sinceridad, y numerado el escuadron, mudaron caballos y acometieron á los indios, que no sospechando tal cosa, se mantuvieron formados; pero viendose inferiores en número y armas, se entraron y acogieron á pié en el bosque, y acometieron contra todos los indios. Algunos españoles murieron, y se esperaba mas cierta noticia de este lance, cuando Octubre fenecia, con el cual, poco menos que espirando el capitan segundo, que poco há habia sido elegido teniente de San Miguel, siendo llevado en un lecho, llegó de los reales al pueblo para curarse.

59. Las cosas en Yapeyú anduvieron muy turbadas por todo el mes de Noviembre: porque como los curas de este pueblo lo querian apartar de la confederacion, no cesaban de persuadirles, que concediesen á los Españoles paso franco, y abandonasen de facto las llaves. De tal modo se atrevieron á disponer y administrar las cosas á su propio arbitrio, y habiendo sacado todas las telas preciosas de lino, y 62 sacos de algodon, 1,210 arrobas de lana en 37 sacos, 20 piezas de lienzo de algodon, 14 piezas de bretaña, 30 sacos de tabaco con 500 arrobas, algunas piezas de todo género de paño, de angaripola y corales, 1,000 cuchillos, 200 frenos, 200 espuelas, 700 arrobas de yerba, las tomaron, y repartieron al pueblo libremente: y tratando á sus curas con imperio, tambien los castigaron cuatro dias con ayunos, no dándoles sino un solo plato de carne de buey. Quitó ó impidió este género de insulto ó mal obrar el teniente del capitan de la Concepcion, y les persuadió tratasen á los PP. con mas decencia. Empero los individuos de este, y de los otros pueblos vecinos, deliraban con guerras civiles y motines, porque algunos mas amantes de sus pastores se dolian de lo que padecian, y los mas obedientes iban á concitar en su auxilio á los de la Cruz. Pero la parte contraria confederaba en su ayuda á los bárbaros gentiles Charruas. Por horas pues se temia, que de esta pavesa reventase un incendio: mas llegó á tiempo una órden del Padre Provincial, que se mudasen los curas que servian de tropiezo á los ofendidos. Para esto partió el cura de la Concepcion, como mediador de los pastores de aquel pueblo: á la verdad este varon, José Cardiel, por amor del pueblo ha padecido mucho; y así con otro compañero se fué allá. Lo recibieron con grande alegria, con el festivo estrepito de la artilleria, (porque no ignoraban cuantas cosas habia padecido por defenderlos el nuevo cura) y colgando las banderas de todo el ejército del pueblo, como tambien con repique de campanas. Luego que entraron en la casa de los PP., pusieron de su buena voluntad, y sin ser reconvenidos, en las manos y á los pies del cura las llaves, y todas las cosas pertenecientes al Gobierno, con los sellos del mando, que ya por algunos meses á beneplacito del pueblo los principales y caciques habian usurpado; prometiendo obedecer en todo, excepto el punto de transmigracion. Logró esta pacificacion, y habiéndose hecho tres dias de funerales por los muertos, visitó los enfermos, y los regaló con algunas cosas que le habian dado. Les esplicó la manera de tratamiento, y reprendió las cabezas de la sublevacion, corrigiéndolos amorosamente. No se supo en este mes otra cosa de lo acaecido en aquel pueblo.

60. No iban las cosas de mejor modo á los indios en el rio Phacido, ó Yaguy, porque ya no solamente estaban discordes entre sí, sino tambien con el capitan Nenguirú: porque como advirtiese la gente de algunos pueblos que dicho capitan á unos se entregaba totalmente, y á otros nada, le perdieron tambien la voluntad. Tuvieron por este tiempo frecuentes pláticas con los Portugueses, provocándolos siempre á que saliesen á la llanura: pero asegurados por todas partes ellos en las riberas del rio, con montes ásperos, habiendo cortado para murallas troncos, y habiéndose fortificado, se mantuvieron inmobles. No faltaban en los reales de los indios quienes de noche, y otras veces á escondidas, se fuesen á los del enemigo, atraidos con las esperanzas de premios, y á hacer negociacion, la que prometia abundante el enemigo: y como todos los de los pueblos fuesen á estas ferias, todos se fingian Miguelistas: era gente de á acaballo, y á los que veian venir á pié, no querian de noche creer los Miguelistas. Estas y otras cosas fueron semilla de muchas discordias entre los ejércitos de los indios, de suerte que alguna vez hubieron de tener guerra civil ó interna. Y finalmente, cundiendo el mal, contagió al ejército, y ya cada uno determinaba volverse á su casa: aunque era obice esto, á saber, que se volverian, y que reclutadas por todas partes mayores tropas de los pueblos de la otra banda del Uruguay, y preparadas armas nuevas, á principios de Enero volverian. Los mas prudentes no aprobaban este proyecto, porque se esponia toda aquella provincia, y todos los ganados, con los estancieros, à las invasiones del enemigo. Mas otros, estando mas obstinados en su parecer, de facto empezaron à desbaratar el ejército, yendose. Los primeros que se retiraron á su pueblo ó casas, fueron los Nicolasistas; pero antes de la partida de estos, llegaron 200 Guanoas, con sus nobles capitanes, y entonces volviendo á enviar internuncios à los reales de los Portugueses, los provocaban á pelear, y desafiaban al enemigo: pero en vano. Viendo pues al enemigo inmoble, un capitan de gentiles, llamado Moreira, se fué à hablar con el enemigo, y llevó consigo mucha yerba y tabaco que pidió á nuestros indios, y tambien carne para que comiesen: porque decia este, que el hacia esto con engaño ó doblez. Y volviendo, persuadió à los Miguelistas, con cuyos caballos y esperanzas habian venido dichos gentiles, que se retirasen un poco de los reales, porque no fuese que les sucediese alguna desgracia: porque él habia mesclado veneno en los regalos que habia llevado, lo cual podia tambien redundar en daño del ejército vecino, ò de los indios: pero que era público no haber sucedido cosa alguna adversa. Sospecho que el gentil habia sido sobornado por los Portugueses, para que persuadiese la retirada al ejército; porque ¿quien dará entero crédito à una gente infiel?

No obstante, obedecieron los Miguelistas à la persuasion, y habiendo levantado los reales ó campamentos, los apartaron algunas leguas de la vista del enemigo. Entretanto, habiendo enviado un Miguelista à desafiar á los Portugueses, fué muy bien tratado por Gomez Freire, y habiéndole mandado sentar, lo regalò con cena y cama, y fué rogado à quedarse á dormir en tanto que escribia al cura del pueblo. Escribiò, y bien de mañana entregò al enviado las cartas, y lo hizo volver en paz á los suyos. Mientras este venia á donde estabamos, fueron vistas por los Lorenzistas en el Yaguy, por aquella parte que divide las tierras de San Lorenzo y San Luis, tres lanchas portuguesas, ó talvez canoas, que navegaban rio arriba, bajaron los Lorenzistas à las orillas de las riberas para impedir el tránsito al enemigo, mas porque no estaban bien proveidos de armas, que pudiesen ofender de lejos, llamaron algunos Juanistas fusileros. Vinieron estos, y trayendo consigo tres cañones de caña silvestre, bien retobados con cuero de buey, y llegando con estos el capitan de la Concepcion: D. Nicolas Nenguirú con algunos de los suyos, fijados los cañoncitos en las orillas del rio y entre el monte, asaltaron á las canoas, y con cuatro tiros atormentaron una, quebraron otras, y las obligaron á irse precipitadamente por el rio, quedándose tres paradas. Corrieron del campamento, rio abajo, algunos marineros Portugueses al socorro, y armándose entre los indios y portugueses una refriega, murieron algunos de estos últimos: se decia eran 26, pero fué falso, solo fueron tres. Finalmente llegaron los Luisistas á su campo y con buen aguero; porque en estas embarcaciones venian con cuidado las cartas del Gobernador de Buenos Aires, en las cuales le daban noticia de su retirada, y lo mismo persuadia à los Portugueses. Habiendo pues leido Gomez Freire las cartas, fué de admirar lo furioso que se puso, dando en rostro á los Españoles su engaño y trato doble, y á los indios el haber acometido á los suyos, lamentando tambien haberse frustrado el trabajo, ó proyecto de 12 años. Despues el dia 12 de Noviembre cargaron los bagajes en los campos, y pareció que se disponian á la retirada. Mientras esto, pidió à los indios le dejasen libre el camino, ni le molestasen en la retirada, y para mas asegurar la cosa, habiendo llamado à conferenciar à algunos caciques de San Luis, San Lorenzo y San Angel, los cuales estaban entonces allí, porque los otros ya habian caminado á los pueblos, acordàndose de sus mugeres y de sus sementeras, cuyo último tiempo era necesario lograr, los hizo jurar sobre los Santos Evangelios, y él mismo con juramento firmó, ó hizo un escrito firmado con los nombres de los principales de los indios y portugueses, en el cual promete. I. Que ni la una ni la otra parte se harian daño, hasta tanto que se diese la última y definitiva sentencia por los Reyes de España y Portugal, acerca de las quejas dadas y perdon de los indios, ó hasta tanto que el ejército español no volviese otra vez à campaña. II. Que ambas partes se volverian à sus tierras, y que ni una ni otra nacion pasaria el Rio Grande. III. Que los indios serian cautivos si pasasen el rio, yendo à las tierras de los Portugueses, y mútuamente los Portugueses lo serian de los indios, si ellos intentasen pasar à sus tierras. IV. Pidieron solamente se les dejase descansar algun tiempo en el rio Yobí, mientras los animales recuperaban el aliento y fuerzas perdidas.—Firmaron estas treguas de parte de los Portugueses, el mismo Capitan General Gomez Freire de Andrade: Martin de Echauri, español, Gobernador de Montevideo: Miguel Angelo Velasco: Tomas Luis de Osorio: Francisco Xavier Cardoso de Meneses y Sousa: Tomas Clarque: Sacerdote Secular, capellan de Gomez, en cuyas manos se hizo juramento. De parte de los indios firmaron, Cristoval Acatú: Fabian Guaqui: Francisco Antonio y Bartolomé Candeyú: Santiago Pindo: D. Ignacio Tariguazú: D. Lorenzo Mbaypé: D. Alonso Guayrayé. Concluidas estas cosas á 18 Noviembre en la media noche, los Portugueses que estaban de esta parte del rio lo pasaron calladito, y juntos los batallones, marcharon sin hacer ruido: al dia siguiente 19 se desaparecieron del todo. Asimismo tambien nuestros ejércitos, habiendo dejado unos pocos destacamentos por custodia y seguridad de las circunvecinas tierras de San Luis, San Lorenzo y San Juan, se retiraron à sus pueblos, no habiendo sido muerto indio alguno por mano del enemigo: pero sí casi 100 Portugueses acabaron con las armas de los indios. Arrimadas las lanzas, se empleaban en la devocion de San Xavier, dàndole gracias por haberlos librado de la tribulacion; y las legiones, en lugar de las armas, tomaron con brio los arados, porque no se pasase el tiempo que aun quedaba para la agricultura, recompensando siquiera algo en este mes, (ya empezaba Diciembre) el que se habia desperdiciado ó perdido en el espacio de tantos otros.

61. En este tiempo llegaron de Buenos Aires, ò de la ciudad del Puerto, mas amenazas, porque el Marques de Valdelirios con mas acrimonia escribió al Gobernador por su retirada. Tambien nuestro Altamirano prohibia con mas rigor se trabajasen las fábricas de pòlvora que ya tenia entredichas: no se dejò piedra por mover, y lo que es mas, interponièndose la ayuda y arte del P. Provincial. Estaba empeñado dicho Altamirano en remover del lugar y oficio al Cura de San Juan, á quien por falsas denuncias, y por su pasion, lo tenia entre ojos, porque le atribuia toda la resistencia de los indios. Mas sus feligreses, oponièndose otra vez, como lo habian hecho en otras ocasiones, decian que ellos no sufririan que se le quitasen del todo, hasta tanto que ellos recibiesen los preceptos de la boca del P. Provincial, y que le pudiesen proponer las razones que militaban por la parte contraria. Se frustró, pues, por tercera vez el proyecto.

62. Se divulgaron tambien por este tiempo en los pueblos varios escritos y cartas, que habian sido introducidas ocultamente, y se les interceptaron parte à los Portugueses, parte à los Españoles, y mesclados á estos los indios: las cuales todas manifestaban que el ejèrcito portugues estaba intimidado sumamente, y que no aflojaba la resistencia y obstinacion de los indios en defender sus tierras. Aunque se portaban amigablemente en los reales enemigos, y se mostraban blandos ó tratables, esto lo hacian con doblez ò intencion dañada, porque cuantos salian de los reales con pretesto de contrato, morian irremediablemente, y no perdonaban á nadie, aunque fuese desertor: y por esto los Españoles se quejaban de que el trato de los Portugueses era doloso, ò nada sincero; y los Portugueses, de haberles los indios protestado y dicho claramente que jamas verian sus pueblos.

63. Corria la voz, que habia llegado á Montevideo un navio de España, y se esperaba que traeria alegres noticias: pero el run run mezclaba una cosa bien sensible, y era que el P. Provincial, acérrimo defensor de los afligidos, habia acabado su trienio de gobierno, y se preparaba á volver à su provincia del Perú, de la cual habia venido. No faltaban quienes afirmasen (no se sabe si por sospecha ó algun rumor, ó si se fingió maliciosamente) que Altamirano habia de tomar el gobierno, mas no se diò crédito á tan clara mentira.

64. En el pueblo de Santa María iban las cosas de mal en peor, porque el cura fuè á la Candelaria. Concluidos algunos negocios del pueblo, siguieron los principales y pidieron al vice-Superior otro cura, mas por la penuria de quienes supiesen la lengua, porque casi todos los lenguaraces estaban detenidos y custodiados por los indios en los pueblos del Uruguay, no se les concediò lo que pedian. Acababa ya el año de 1754, siendo el tercero de la persecucion y opresion de esta provincia, y el primero de la guerra.

65. Los principios del año de 1755 parecieron tranquilos excepto que, habiendo los Yapeyuanos elegido en el motin pròximo á su capitan por alcalde, abusando despues este de su autoridad, conspiraron juntamente con los de la Cruz, lo prendieron, dàndole algunas heridas por haberse resistido, y lo enviaron desterrado hácia el Paranà: mas al pasar por el pueblo de Santo Tomè, sus moradores soltaron al preso, y lo restituyeron á su libertad; cuyo caso se creyò que ocasionase algun disturbio.

66. Tambien llegaron de Buenos Aires algunos rumores ciertos con otros inciertos: que las cosas en la Corte estaban muy turbadas; que Carvajal, autor de estos males, el dia 2 de Abril del año pasado, con una muerte repentina habia partido al tribunal del recto juez, Jesu-Cristo, Señor Nuestro, habièndole citado para aquel lugar tres dias antes un varon de conocida santidad, el Padre Burke, del Colegio de Escoceses. Que el lugar de este lo habia ocupado un Irlandes, llamado W… Que el Marques de la Ensenada, primer Ministro, habia sido removido y privado de su empleo, y otros 16 ministros con èl, y que todos habian sido desterrados á diferentes ciudades. Que del primero se habian confiscado inmensos caudales, y que en lugar de estos, se le habia consignado 8,000 pesos anuales. Hasta aquí es lo cierto pero las cosas inciertas que añadia la fama, eran: que la causa del destierro de tantos Ministros habia sido un oculto tratado con el Rey de Nápoles, à quien unos dicen querian elevarlo al Reino, depuesto el que actualmente estaba, y otros para que, elevado al trono, se opusiese à este tratado; y esta màquina ò traicion, muchos la atribuian à los Jesuitas. De aquì fingian unos que el confesor del Rey habia caido de la gracia, otros tambien que estaba preso. Por horas se esperaba de Europa algun navio que trajese algunas noticias. Entretanto los españoles fueron llamados por Gomez Freire à reiterar la guerra en el próximo Marzo, y añadia, que si no lo hacian asì, tendria por sospechosa la fé de los españoles, y daria de mano al negocio. Tambien el Marques de Valdelirios con mayor fervor movia las cosas de la guerra, habiendo sido llamados para unirse los Paraguayos: mas ellos poco ànimo mostraban para emprender esto. Tambien los vecinos de Santa Fé con mas eficacia negaban poder dar ellos otra vez tropas auxiliares, aunque el teniente de Gobernador se obstinaba en ello. No obstante de principiar ya Marzo, no se sentia movimiento alguno. La ciudad de Buenos Aires padecia graves males; es à saber: hambre é invasiones de los gentiles, que habitaban hàcia el sur: en una de las cuales perdieron 30 carretas, que iban à las Salinas, con crecido nùmero de gente que fué muerta, ni con todo eso se arrepentian: y aunque claramente esperimentaban que la divina justicia estaba por la causa de la Compañia, en nada se enmendaban por eso; antes bien con mas dureza se empeñaban en odios contra la Compañia, y la llenaban de quejas, achacando à los Jesuitas ser causa de todos los males y revoluciones.

67. De Lisboa se divulgò tambien un verdadero aviso, que el primer Ministro de aquella Corte, y familiar del Rey, habia caido al mismo tiempo que en España aquel principal Ministro, por un caso inopinado, y habia sido enviado del mismo modo que el otro, y que todo el Consejo real desde entonces andaba vacilando, y estaba dividido en diversos dictámenes; y por esto ya se creia, que todo este tratado se volveria en humo. Acabado Marzo, los Españoles pedian se difiriese la expedicion para el estío, porque sería entonces menos molesta á las tropas, y mejor para los animales. Por tanto se suspendiò, y en todos los tres meses no se oia casi hablar de otra cosa que de los aprestos de guerra, y alistamiento de soldados, de los cuales no obstante venian pocos, y con tibieza.

68. Entretanto todos los pueblos de los indios, y tambien nuestros colegios en las ciudades de los españoles, imploraban con mayor confianza el patrocinio de los Santos, è instaban con oraciones: y especialmente por este tiempo sobrepujó à todos el Colegio de la ciudad de Santa Fé, dedicando y ofreciendo al taumaturgo de Bohemia, San Juan Nepomuceno, una funcion el dia de su fiesta: y cumpliò sus votos con una solemnidad, que casi no habrá habido en estas tierras otra mayor: porque en la iglesia se erigió un altar hecho por mano de los indios, y con grande aplauso, concurso y devocion de toda la ciudad, colocò en él una grande y elegante estàtua, que habia sido hecha en uno de estos afligidos pueblos, es à saber, en él de San Lorenzo. La vispera, pues, se repicaron à mediodia las campanas de toda la ciudad, las cuales, de moto-propio y no siendo convidados, mandaron repicar los curas y prelados de las religiones. Resonaron de lo alto de la torre intrumentos músicos, es á saber, chirimias, trompetas, cajas y otros instrumentos de este género: ademas se dispararon los cañones de hierro, y los morteros con su gran ruido llenaron el aire. Fuera de esto, á las dos de la tarde toda la compañía formò en procesion delante de la casa de cierto noble varon, llamado D. Melchor Echagüe, el cual á uso del pais fué elegido mayordomo del Santo. Y habiéndose reunido allì un numeroso concurso del cléro, y de los hijos de Santo Domingo, estaba sobre andas adornadamente la estàtua del Santo, como se dirà despues. Se ordenó la procesion, cargando la estàtua del Santo el clero, mesclado con los PP. de la Compañía, que alternaban con los PP. Dominicos hasta que se llegó á la iglesia parroquial, que es la principal de la ciudad, resonando continuamente las armas de fuego, cohetes y la armonia de la música. Luego que se llegó á la iglesia que, toda adornada con primor de luces y lamparas muy hermosas, relucia iluminada interiormente, hecha señal con la campana para visperas, y colocado el Santo en el mismo presbiterio sobre una mesa, que para esto estaba adornada, se cantaron por punto las visperas en que oficiaron nuestros mejores músicos, asistiendo á ellas todo el clèro y los PP. Jesuitas y Dominicos: concluidas las ceremonias, en el mismo òrden, aparato y solemnidad, fué llevado el simulacro del Santo à nuestra iglesia, en donde se cantó el Te-Deum solemnemente, resonando los cañones de fuego, y música, y tambien las campanas: y dicha la oracion acostumbrada, se terminó por este dia la solemnidad acordada. Despues á las Ave-Marias y final de la fiesta, se encendieron algunos cientos de lámparas, se iluminó la torre parroquial, y tambien la nuestra tenia muchas banderas, que con hermosura batian el viento y se mesclaban con las làmparas. Estando la noche mas oscura iluminaron el aire los cohetes voladores y se oyò el estrépito de las armas.

69. Al dia siguiente, desde la aurora, los sacerdotes que no eran de casa, digeron misa hasta las 9, y mas adelante, estando siempre la iglesia llena de pueblo de todo género, de condicion y estado. Despues cantó la misa solemne el Dr. Leiva, párroco de la ciudad, la que mucho antes habia pedido por un singular beneficio recibido: lo que llevò pesadamente el Vicario. Un sugeto de nuestra Compañìa predicó, y muy bien. Estuvo desde ayer, y todo el tiempo de la misa, la imàgen del Santo sobre el altar mayor, en un rico trono de oro y plata, reluciendo todo el altar con este metal, y la efigie del Santo, y principalmente la mesita donde estaba, toda cubierta de piedras preciosas, perlas y diamantes. Y aunque todas las matronas de Santa Fé juntaron sus riquezas para este ornato, con todo, sobrepujò cierta noble muger, advenediza del reino de Chile, que habia venido á esta ciudad: la cual, como ya no hubiese lugar en el altar, colocò bajo de las gradas del presbiterio una mesita con un niño Jesus, en quien lucian cosas tan preciosas, en oro, diamantes, y tambien por el arte singular con que las habia dispuesto, que à todos arrebataba, dejando muy atras à las demas Señoras patricias. Concluida la solemnidad de la misa, que durò hasta el mediodia, se sacò del altar mayor la efigie del Santo, y cantado otra vez el Te-deum los Padres de Santo Domingo, fué colocada (con increible gozo y alegria de todo el pueblo y ciudad, y principalmente de nuestros Padres, de que fueron testigo los reiterados y solemnes repiques de campanas) en su altar propio, que le habian preparado los afligidos indios; el cual, fuera de su propia hermosura, estaba grandemente adornado con alhajas de los vecinos. Se concluyó finalmente la solemnidad, pero no la devocion: porque ademas de ocurrir nuestros Jesuitas cada dia con mayor fervor al poderoso patronicio del Santo contra los murmuradores, tambien no era pequeño el concurso de los de toda la ciudad en las aflicciones y calumnias que por todas partes se suscitaban contra los indios, que han sido cometidos por Dios à nuestra fé y doctrina, y por eso mismo tambien contra nosotros, como defensores de esta justa causa.

70. Cuando estas cosas sucedian por Mayo en la ciudad de Santa Fè en honor del taumaturgo de Bohemia, el pueblo de San Miguel, distinguièndose entre todos, se preparaba á cumplir con otro semejante altar (excepto las riquezas) sus promesas hechas á Nuestra Señora de Loreto, cuya descripcion omitimos, por haber referido la anterior: pero despues por su òrden se referirá, cuando hayamos hablado de lo que sucediò por Julio; habiéndose pasado casi tranquilamente el resto de Mayo, y tambien Junio.

71. Dijimos casi tranquilamente, porque no hubo hostilidad alguna: aunque no por esto dejaron los enemigos de maquinarlas, pues siempre su descanso es una asechanza, y aunque no hagan hostilidades, las estan disponiendo y proyectando. Por esta causa, para privar á la confederacion de los auxilios que debian dar à los Guaranis las infieles tropas de Guanoas gentiles, (las que deben ser tenidas como enemigas, aun cuando son amigas, pues à ninguno, ni aun à Dios, guardan fé) llamaron á ciertos caciques de ellos, y los llevaron á un castillo que estaba mas inmediato, para persuadirles lo que querian:—lo que es facil de conseguir de una gente pobre, y deseosa de donecillos, regalos y vestidos de ante ò coletos. Fueron algunos à dicho fuerte por las dàdivas, y tambien (lo que entre cristianos es abominable y vedado por excomunion) casi los violentaron con las armas, y se dijo que tambien los habian corrompido ó sobornado. Así lo contaron despues á nuestros Miguelistas otros caciques de los Minuanes, que habian participado de los dones ó regalos. Que algunos de los suyos habian sido pagados para la guerra, y principalmente uno llamado Moreira, para que en la siguiente expedicion custodiase los bagages de los Portugueses con su gente. Que tenian mucha ropa, armas, y se veian armados, y estar instruidos con alfanges para este fin. Fuera de esto que los Portugueses, confiados en esta esperanza, erigian un fuertecillo que habia de servir de oportuno presidio à los reales que se habian de formar en las montañas de San Miguel, cercanos à las estancias de Santa María, las que se llaman de Yacegua: pero que tambien otros caciques de la nacion se escusaban, y que por tanto avisaban con anticipacion á los amigos lo que se habia tratado. Por esto fueron despues señalados exploradores católicos ò cristianos del pueblo de San Miguel, los cuales con la guarnicion que estaba en los últimos términos de la jurisdiccion, debian correr la tierra. Recorriéronla, y avisaron que no parecia enemigo alguno, y reconviniendo al mismo Moreira, afeándole su hecho, confesò que verdaderamente él habia sido llamado de los Portugueses, y solicitado con dones por las cosas sobredichas, pero que de ninguna suerte habia consentido: por lo cual se habia retirado, habiendo los Lusitanos con furor, hèchole muchas amenazas. Esto decia èl, mas si fuese verdad lo que decia se esperaba lo probase el efecto, si se ofreciese la ocasion; mas por entonces así se creyó.

72. Tambien esparcieron los Portugueses con estas cosas no pocas mentiras contra los indios, y principalmente que muchísimos se habian pasado à ellos, y que numerosas cuadrillas á menudo se iban huyendo de la tirania de los PP., y que ya se contaban y numeraban algunos cientos de los dichos. Fingian estas cosas con el fin de provocar á los Españoles á volver à emprender la guerra, pero despues se descubrieron reos ó autores de la mentira, cuando por mano del Provincial de la provincia del Brasil enviaron la lista de los indios que moraban entre ellos: de los cuales algunos estaban casados, y otros lo pedian: pero no contaban mas de 50, de los cuales muchos tenian apellidos del pueblo de San Borja, pero discrepaban en los nombres. Se hallò tambien que otros, que estaban insertos en dicha lista por su nombre y apellido, ya se habian restituido otra vez à sus pueblos. Los Portugueses andaban solícitos en persuadir á los Españoles estas cosas, mas à los indios les constaban otras: es á saber, que el Padre Ràbago, (en quien ponian los indios en lo humano alguna esperanza de su patrocinio) habia sido privado del confesionario del Rey, que habia caido de gracia, y à mas de esto, que estaba preso: pero despues avisaron de Europa, que era impostura y mentira de los Portugueses.

73. Ya fenecia Julio, cuando en el puerto de Montevideo apareciò una embarcacion mercantil el dia 27 de Julio, la cual traia 150 soldados presidarios para aquel castillo, y 70 Misioneros de la Compañia, 40 para la provincia de Chile, y 31 para la nuestra; quedàndose en España los demas, que casi eran otros tantos, con el procurador que reside en la Corte, y tiene à su cuidado los negocios de la Provincia y Misiones. En verdad que no causò à todos poco consuelo esta noticia, especialmente por haberse llenado la provincia de noticias prósperas, y tambien de cartas que anunciaban todo favorablemente. Parecia que estaba el negocio concluido, que la Corte habia desecho el inicuo tratado, que se regocijaba ò deleitaba con nuestra fidelidad y obediencia, que habia aceptado la apelacion por parte de los pueblos, que mandaba se suspendiesen las cosas. Asì se decia à los principios: mas como las noticias tristes suelen seguirse à las pròsperas, los Comisarios reales de este negocio divulgaron todo lo contrario: que estaba aprobada la guerra hecha à los rebeldes, como ellos decian; que tambien se daban las gracias á los Ministros por el celo y gasto hecho para sugetar á los contumaces; que las cosas que se habian dicho favorables, habian salido de charcos, y no de la fuente; que se habia de proseguir la guerra y se habia de hacer mas cruda. Para este fin fueron expedidos nuevos decretos é intimaciones á nuestro Prelado inmediato, fulminando estragos, y amenazando llevarlo todo á sangre y fuego, sino se rendian los pueblos.

74. Remitiò estas intimaciones al Gobernador de la Concepcion, Nenguirù, la Curia, Consejo ó junta doméstica, porque de otro modo se desconfiaba que se pudiesen publicar: para que este, interponiendo la autoridad que tiene entre ellos, pasando el rio, las intimase y promulgase à las provincias y pueblos obligados à mudarse. Mas este, no confiando del pueblo airado, y previendo y conociendo que no habia de hacer otra cosa que aumentar tropas de amotinados, volvió otra vez à remitir à la Curia todos los papeles, suplicando à los Prelados no diesen lugar á que la provincia, poco apaciguada, se alborotase aun todavia mas; ni tampoco obligasen à su cabeza, ó Gobernador, á exponerse à peligro cierto de muerte. Se aquietaron, y despreciadas dichas amenazas, se esperaba lo que habia de suceder.

75. Entretanto por todo Agosto, Septiembre y Octubre, se reclutaban soldados en las ciudades de españoles y portugueses: pero en las nuestras no habia sino paz y quietud, y se proveia que, en tanto que se aquietasen las cosas, se despachasen para todas partes exploradores como en otro tiempo, y que estuviesen con mas vigilancia.

76. A fines de Octubre, ó por mejor decir á principios de Noviembre, el Gobernador de Buenos Aires, pasando el ancho álveo del rio, llegò á la ciudad de Montevideo, en donde debia juntarse todo el ejército de Españoles. Tambien se decia que caminaban hácia Montevideo 200 soldados que habian sido despachados de la ciudad de las Corrientes, y otros tantos de la de Santa Fè; pero si esto es cierto ó no, el tiempo lo dirá: que de los 200 Correntinos no habian quedado sino 80, y que los demas se habian desertado. Asimismo, que entre los desertores se habian vuelto à su casa algunos Abipones que el Comandante habia traido como exploradores, siendo muy baqueanos. Tambien en Santa Fé, habiendo el teniente convidado para la liga á los Mocobís, se negó el cacique bàrbaro, y no diò respuesta de tal, porque dijo:—que él no habia abrazado la ley de Cristo para hacer guerra contra inocentes cristianos, y que antes bien favoreceria à los oprimidos, à no ser que se lo impidiese aquel gran rio.

77. Que á unos y otros, esto es, Santafecinos y Correntinos, se les habian disparado los caballos, y se les habian perdido por los inmensos campos: que por todas partes, y especialmente en Buenos Aires, cada dia se morian y perecian á centenares; y por esta razon algunos dudaban del eficaz progreso del ejército. No obstante, aunque es cierto que la Corte no dudaba de la iniquidad, y que tambien trabajaba en la disolucion ò nulidad de los pactos, no obstante, como no enviasen algun cierto y deliberado decreto sobre sì se habia de suspender ó continuar la guerra, los Ministros de ambas Cortes que estan aquì, mueven con mayor actividad las cosas de la guerra: y como los españoles, con dificultad, y casi violentados, eran llevados à esta expedicion y, como decian, eran obligados y constreñidos á ella por solas unas razones políticas, procedian con lentitud, ó procuraban irse despacio. Por esto, estando muy adelantado Noviembre, aun estaban en la ciudad de Montevideo, y no sabian si con sinceridad ò con doblez se divulgaban acà, donde yo estaba, ciertos avisos secretos, que no deseaban otra cosa los españoles sino que las fuerzas de los indios se les opusiesen, y quemasen los campos por donde habian de pasar, para que se les diese ocasion de dar por escusa el defecto de los pastos, y retroceder, ó á lo menos retardarse, en tanto que llegase de la Corte alguna cosa cierta. Aunque sea dudando, no sin fundamento, de la posibilidad del expediente, porque los pastos maduros en estas tierras, y la paja que es apta para el fuego, no lo son para los animales, pero una vez quemadas, como poco despues vuelven y reverdecen, con ansia los comen los caballos y los gustan grandemente; asì se sospechó, y no vanamente, por algunos, que era estratagema, y que bajo el pretesto de ponerles miedo, se le pedia favor, y aun auxilio al enemigo: especialmente siendo así que los campos y llanuras quemadas mostrarian mejor el camino á los viajantes, cuando por lo contrario estaria embarazado è impracticable, lleno de maleza.

78. Mas como ya no quedase duda alguna acerca de los preparativos de la expedicion, y tardasen los navios de Europa, se acordò que, estando desprevenida la provincia, para evitar que fuese atacada de los enemigos, se preparasen aquí las cosas, para su defensa, y se vigiasen con mas diligencia los caminos: tambien pareció del caso que se incendiasen ó quemasen los campos.

79. Constaba suficientemente, no como al principio por mentiras, que eran 1,500 Españoles, y con los socorros de las otras ciudades, casi 2,000: que los Portugueses eran 3,000; por tanto el total era 5,000: pero que uno y otro ejército todo junto llegaria á 3,000, lo escribió el gefe de esta gente, (el Gobernador de Montevideo, el que, como se decia, venia en lugar del de Buenos Aires, y habia de tener cuidado de este negocio) á cierto Jesuita amigo suyo, que algunas veces le fué piedra de escándalo, y que ya no está en aquella ciudad: en verdad que el testigo es idóneo, y vale por todos. Tambien se tenia por cierto, que el ejército español habia de hacer el camino desde el castillo de San Felipe, via recta, á las cabeceras del Rio Negro, y hácia el pago de Santa Tecla, término y guardia de los Miguelistas, y que de allí habia de penetrar, con grandes rodeos, por provincias desiertas, hasta una fortaleza portuguesa, situada en el rio Yacuy; la cual poco antes no tenia nombre, y ahora, por la invasion que se les frustró á los indios, la llaman (pero mal) el Fuerte de la Victoria: y que finalmente, unidas las fuerzas, habian de caminar al pueblo de San Angel. Así se determinó en el Consejo de ambas naciones, y aunque estas determinaciones parecian á los baqueanos ó peritos de los caminos muy violentas, y casi impracticables en la ejecucion, con todo se tuvo por conveniente proveer todas las cosas, y prevenirse contra los insensatos conatos ó esfuerzos de los Portugueses. No debalde se juntaron los capitanes, corriendo ya Enero, y aunque no se sentia movimiento alguno del enemigo, determinaron no obstante muy de antemano, que toda la gente de los pueblos vecinos se juntase y viniese al socorro. Y despues despacharon cartas y un correo á los de la Concepcion y de Santo Tomé, las que estos debian despachar mas adelante á los otros pueblos, para que se acercasen mas, y pusiesen exploradores por todas partes, y principalmente porque en los yerbales no sé que hacian los enemigos: sospecho que los fuegos que se habian visto no fuese que maquinasen alguna irrupcion, ó que componian los caminos. Luego al punto se destinaron diez Juanistas, y casi otros tantos de San Angel, para que fuesen hácia los montes, adonde se haria alto; y del pueblo de San Miguel, un capitan del campo que estaba de guardia en Santa Tecla, para que avisase á los suyos el estado en que estaban las cosas: porque se decia que por aquella parte amagaban los enemigos, y que ya habia dos meses que caminaban, á saber, desde el 5 de Diciembre.

80. Cuando por este tiempo todo este aparato parecia se quedaba en pareceres ó disposiciones, y por otra parte se confirmaba la venida del enemigo con cuotidianos correos, y los curas se estaban durmiendo ó en inaccion, hubo quien empezó á mover el negocio, exponiendo que no se debia andar con negligencia, y que se debian juntar tropas, ponerlas listas y despacharlas á los términos de la jurisdiccion, para que no entrase el enemigo á los campos remotos de las estancias ó crias, destrozándolas y matando, sin ser castigado, y no estorbándoselo nadie. Con dificultad se consiguió esto, despues de muchas razones que se expusieron: es á saber, que llegaria tarde el ejército para salir al encuentro desde casi 100 leguas de distancia, si entonces se empezaban á juntar tropas, cuando ya el enemigo acometiese: que el enemigo podia andarlo todo, y los reales portugueses se andarían camino recto, por medio de las estancias que destruirian: que cerrarian la comunicacion á los indios, y les quitarian la comida, cuya falta ya se empezaba á sentir; y finalmente que siempre es mejor atacar primero al enemigo que no ser atacado de él. Por estas razones al fin se consiguió que se despachasen nueve correos ó postas, los que por todas partes avisáran y movieren á los confederados. Tambien el capitan de la Concepcion estaba ya con una partida de 150 hombres en sus estancias que confinan con las de San Miguel, y para completar dicha partida se enriaron otros 60 del pueblo. Pusieron en movimiento á los escuadrones auxiliares, que debian venir de los pueblos de Santana, del de San Carlos y de los Angeles, 60, del de los Mártires, 60, del de San Javier, y de Santa María, 30. Arregladas de repente por aquella parte las cosas, repuesto el capitan que poco antes lo habian quitado, habièndose vuelto á sus casas sus gentes, que andaban esparcidas por diversos pueblos, se creia que el Consejo doméstico habia obrado esta mudanza, la que luego surtió buen efecto.

81. En los demas pueblos del Uruguay, como avisase el posta que poco antes habia enviado y ya estaba de vuelta, que no habia rumor, ni se sentia el enemigo, se daban prisa para esperarlo los escuadrones de los otros pueblos. Mas, á 20 de Enero llegó un correo impensadamente, que avisó que el dia 16 del mismo mes, en las cabeceras del rio Negro, por aquella parte en que hay una angosta entrada, entre los rios Negro y Yacuy, en las tierras de San Miguel, la cual entrada ó puerta de la tierra llaman los indios Ibiroqué, habia aparecido el ejército de los españoles cuando menos se pensaba: que habiéndolo visto cinco exploradores, les habian confesado que venian 2,000 españoles á esperar á los portugueses. Marchaban formados en cuatro líneas sencillas y no apretadas, formando un cuadro, en cuyo centro iba una innumerable porcion de caballos, bueyes, carretas, y los bagages de los Gobernadores, y tambien de los capitanes, con órden. Muy cuidadosos estuvieron en preguntar á los cinco exploradores, si por ventura algunos PP. Jesuitas estaban en el ejército de los indios, y de qué número se componia? Les fué respondido que aun no habian venido los PP., pero que vendrian: que el ejército por entonces no pasaba el número de 2,000 (así pareció á los indios engañar al enemigo, siendo apenas 100, y si se incorporaban los Concepcionistas que estaban cerca, serian 300), pero que habian de llegar á 5,000, luego que se juntasen todos.

82. Apenas llegó esta noticia cierta al pueblo, que volaron los correos, y se dió aviso á todos los pueblos, los cuales, ya parecia que querian salir á campaña, ya que no querian: mas, se juzgó no tardarian. El dia 21, habiendo hecho primeramente en la capilla de Loreto una procesion de penitencia, y cantada en el mismo lugar una misa solemne y votiva pro gravi necessitate, salieron del pueblo de San Miguel 350 soldados, todos de caballeria, los que pasarian del número de 400 en uniéndose con aquellos que ya estaban de guardia. El mismo dia salieron de San Angel 200, de San Lorenzo 50: el dia antes habian salido de San Luis 150, de San Nicolas 200: el dia siguiente salieron de San Juan 150, y de la Concepcion 200.

83. No obstante, todas las cartas que venian de las ciudades de los Españoles anunciaban que habia grandísima esperanza: que por dias se esperaba de Europa un navio de guerra que habia de desbaratar todo el tratado; que todo el bienestar de los indios, en este intermedio que se aguardaban las providencias, consistia en la constante oposicion á los Ministros reales que estaban en estas partes, los cuales trabajaban con ahinco en la ejecucion del tratado, para que antes que viniese de la Corte el consuelo á los pobres, las cosas estuviesen en tal estado que no admitiesen remedio, estando una vez tomados algunos pueblos: y por tanto, protestaban á los indios que harian al Monarca un gran servicio, si se defendian, oponian y resistian con todas sus fuerzas, mientras llegaba de Europa la providencia que se esperaba. ¿Quien creyera esto? que las cosas de los indios esten en tal estado, y se hallen en tal situacion que para servir al Rey y prestarle fidelidad, sea necesario tomar contra el mismo Rey las armas.

84. Marchaban ya sobre el enemigo las sobredichas tropas, pero con paso tan remiso, como acostumbran para todas las cosas los indios, que podia el enemigo ocupar facilmente todas las tierras de la otra banda del Monte Grande. Pero como este tenia necesidad de buscar los portugueses auxiliares, é irles al encuentro, marchó hasta Santa Tecla por unos largos rodeos, y así dió lugar á los indios para que 100 Miguelistas, que iban con pasos mas acelerados con su capitan José Tiararú, se les pusiesen á la vista.

85. Los primeros á quien este capitan acometió fueron 16 españoles con su alferez, los cuales fueron á reconocer las tierras de San Agustin. Habiendo con sus soldados atacado á estos, facilmente los desbarató, y los despedazó todos, como si fuera uno solo. A otros 20 no lejos de los Cerros Calvos, que los indios llaman Mbatobí con la misma fortuna los acabó, excepto uno que se escapó huyendo: con estas dos matanzas se hicieron los españoles mas cautos, y así despues escudrinaban ó exploraban las tierras con tropas mas crecidas: y á la verdad á fines de Enero, habiendo salido un numeroso escuadron, enviaron adelante cinco exploradores, á los que, habiendo el capitan José acometido con poquitos de los suyos, como no hicieren resistencia, los persiguió y mató á cuatro: mas el quinto, escapándose por la ligereza del caballo, llegó corriendo á los españoles, que estaban emboscados detras de las cabeceras llenas de bosque del Rio Vacacay, y esto, acometiendo con un numeroso escuadron al sobredicho capitan, y á pocos de los suyos, como por defecto del caballo cayese en una fosa que habian hecho los toros, le rodearon ó cercaron, y tambien á algunos indios que iban corriendo al socorro del capitan; á quien primero con una lanza, y despues con una pistola, mataron. Y habiéndole muerto, sus subditos, aunque cercados, rompieron á fuerza los escuadrones del enemigo, y se pusieron en salvo, quedando muerto uno, si no me engaño, y otro herido: arrojaron el cuerpo ya despojado de todo, y como algunos dicen, lo quemaron con pólvora, mientras aun estaba espirando, y lo martirizaron de otras maneras. Enterraron (con los sagrados cánticos y himnos que se acostumbran en la iglesia, pero sin sacerdote) el cuerpo de su buen, pero muy arrojado capitan, en una vecina selva, habiéndole buscado de noche los suyos con gran dolor, á la medida del amor que le tenian.

86. Fué de admirar cuanto cayeron de ánimo los indios con la muerte tan intempestiva de su capitan, en cuyo valor, prudencia y arte, tenian puesta toda su esperanza: y por esto, despues de algunos reencuentrillos que hubo tras el rio Vacacay, desde visperas hasta la noche, es que cuentan los indios una cosa particular: que cierto portugues, hijo de Pinto, Gobernador de la recien construida fortaleza en el Yobí, ó sobrino de parte de su padre, el cual fué muerto por los indios con una bala para vengar dicha muerte, en un caballo elegante, y bien armado de fusil, pistolas y alfange, un Lorenzista, á quien el mozo tiraba á matar, corriendo confiado á caballo hàcia él, lo traspasó por la espalda con un tiro de pistola, y como por fuerza del dolor cayese del caballo, se pusiese otra vez en pié, y se preparase á pelear con el alfange, lanceado por el mismo indio, finalmente murió. Despues de estas cosas, retrocedieron los indios, atendiendo á su corto número, y siguiendo el consejo de su finado capitan.

87. Siguieron los enemigos bien de mañana (era Domingo, despues de la Purificacion, 8 de Febrero) y los obligaron á esconderse en un monte, que ellos llaman Largo: el dia siguiente pusieron sus reales dichos indios cerca de la laguna llamada del Cocodrilo, ó Yacaré-pitú, entre dos zanjones que las aguas habian hecho: y para estar allí mas seguros, y detener algun poco al enemigo, determinaron que cerrasen la puerta otros fosos hechos con arte y por sus manos. Pero como seguia el enemigo el rastro, de modo que ni en toda la noche podian perfeccionar ó concluir los fosos y parapetos de tierra, habiendo acampado à la vista, descansó aquella noche. Desde muy de mañana, (el 10 de Febrero) formados en batalla los escuadrones, marchó contra los indios, quienes tomando las armas y saliendo fuera del foso, se opusieron audaces al enemigo: pero no bastantemente prevenidos, porque todos los mas, excepto 50, estaban á piè, engañados con la inmediata funcion, y juzgando que el negocio mas se habia de decidir con palabras y cartas que con la espada. Algunos persuadian que se siguiese el consejo del capitan difunto, Josè, y que se debian retirar hasta las montañas, si tardaren los aliados: pero prevaleció el dictamen del nuevo capitan Nicolas, que pensó que debian pelear, si fuese necesario, y de ningun modo ceder. Este pues en persona, con Pascual, alferez real de San Miguel, saliendo de sus líneas, se acercó á las del enemigo, y preguntó, lo que querian? Se le respondió, que ellos iban á los pueblos de los indios, y que así se apartasen y no impidieren el camino. Asalarió entonces á un Miguelista, llamado Fernando, para que fuese á los Generales enemigos y les preguntase la causa de su venida: con dificultad se halló quien fuera, pero finalmente marchó, y siendo llevado ante el General español, habièndole expuesto las cosas que sus PP., ó los Jesuitas, y las que tambien sus mismos compatriotas habian padecido para obedecer al Rey, hasta haber muerto ó quedado en la demanda, le pidió en nombre de sus capitanes y pueblo, que desistiesen del intento, porque de otra suerte estaba dispuesta la gente á pelear, y defender lo que era suyo. Dijó el General español y Gobernador de la Provincia, que habia de ir adelante, aunque no quisiesen los indios, y que á él y á los suyos habia de perseguirlos hasta sugetar todos los pueblos, segun el decreto del Rey: y que sabia muy bien que tres PP. estaban en un vecino lugarcito, Colonia de San Miguel; y que asì fuese, y les dijese en su nombre, que él esperaria tres dias (porque preguntados los baqueanos, dijeron que eran necesario este tiempo para llevar el aviso, siendo así que el pueblecito dista del lugar dia y medio de camino, ó casi 30 leguas) y que viniesen los PP. con los cabildos del suyo y de los otros pueblos, y al nombre del Rey diesen la obediencia al Capitan General. Salió de los reales el dicho Miguelista, Fernando, y refiriendo á sus caciques que estaban esperando algunas pocas cosas de las que á ellos pertenecian, tomó el camino sin parar, entre los escuadrones que despues habian de pelear, hácia el pueblo de San Javier, en donde dichos PP. esperaban de oficio, parte para precaver los daños de sus ovejas, parte, y especialmente, para atender al bien de las almas de los indios, que se disponian al combate. Y como una multitud de soldados indisciplinados y libres puede acoger cualquier sospecha, tomando á mal esta retirada de Fernando los soldados de otros pueblos, pensaron que este, los PP. y todos los Miguelistas maquinaban insidias y traiciones. Cuatro pues de á caballo (no sé de que pueblo) conclamaron, y unidos siguieron á Fernando, é intentaron darle muerte: el que, estando para ser degollado, pudo librarse huyendo, y al cabo de cuatro dias con dificultad llegó á los PP. que ya estaban á la otra parte del Monte Grande, y detalladamente contó en la estancia de Santiago sus peligros, que la fama mucho antes (como suele) habia divulgado y abultado con los mas vivos colores.

88. Pero mientras Fernando padecia entre los suyos estas cosas, el pueblo sufrió de los enemigos un gran estrago: porque apenas el enviado salió del campo contrario, cuando vió que se formaban en batalla, se aprontaban las armas y ponian al frente la artilleria. Se adelantaron cuatro capitanes, y dijeron á voces, que se apartasen los indios, y diesen lugar para que pasase el ejército español y portugues, que no querian los Generales matar, ni quitar las vidas, sino tomar camino libre. Engañada la plebe sencilla de los indios con este pregon tan falaz, unos se disponian á retirarse, otros lo comenzaron á hacer: pero otros mas esforzados y advertidos, rogaban con ardor no se rindiesen, que ya no era tiempo de rendirse, sino de valerse hasta lo último de las fuerzas y valor: que convenia morir peleando, y no huyendo. Alistados pues seis cañones cargados de mucha metralla, y hecha señal, empezaron los españoles el combate con poco efecto: porque algunos indios á la primera descarga se escondieron en los fosos que antes habian hecho, los cuales no defendian lo bastante á los que se agachaban: otros persistian peleando, otros retrocedian. Viendo la caballeria del enemigo, dividido en tres partes el ejército de los indios, con un movimiento rápido cortó á la que retrocedia de la que peleaba, y así un trozo, siguiendo á los rendidos, los puso en fuga, y mató: mas, la otra, unida con la infanteria por la retaguardia, atacó á los que peleaban, y con ferocidad los destrozó; y finalmente, con dificultad hizo cesar el General la matanza. Aprisionaron 150 indios de los que peleaban, y se juzga que casi son 600 los muertos que quedaron por los campos: los demas se desparramaron huyendo.

89. No es de admirar que los indios huyesen, y hayan sido vencidos, así como no es gloriosa para los españoles la victoria: porque con 3,000 bien armados, con armas de fuego, y muchísimos bien disciplinados, peleando contra 1,300 que no tienen sino arcos, flechas, hondas y lanzas, y que no sufren disciplina, ni conocen gefes, sino en el nombre, hubieran puesto un gran borron, ó deshonra al nombre español si hubiesen sido vencidos. No obstante, con inhumanidad usaron de esta victoria: porque para hacer mas cruda y feroz la guerra, dicen los indios, que se encarnizaron, encendiendo de nuevo lo quemado, y así á la tarde volvieron á reiterar los lanzazos en casi todos los muertos, por si acaso algunos estuviesen vivos, y sacando los reales un poco mas allá del lugar de la matanza. Este dia los fijaron fuera de los cadáveres.

90. Al dia siguiente, el primero de los fugitivos que llegó á las montañas, fué un noble Miguelista, llamado Bernabé Paravé, el que pasando los montes con marcha violenta ó paso acelerado, trajo á su pueblo la mas triste noticia, aunque de tan lejos, (esta en realidad ya se esperaba) la que, habiéndola esparcido tambien á la entrada de las fronteras entre los suyos, llegó, ya crecido el dia, al pueblo de San Xavier, anunciándole que todos los indios habian muerto, habiéndose escapado pocos en la huida. Confirmaron lo mismo otros dos nobles ciudadanos del mismo pueblo, que llegaron adonde estábamos. Puestos, pues, los PP. en una gran consternacion, habiendo hecho junta, y determinado huir del enemigo que ya estaba inmediato, (porque la fama, como es una embustera, y crece con el miedo, divulgaba que ya en el paso del Ibicuy, distante de donde estábamos seis ó siete leguas, se veia un escuadron enemigos, hecho formidable con dos cañones de artilleria, y que venia á tomar por fuerza á los PP.) se disponian estos á desamparar el pueblo, y quemar todas las cosas que no permitia llevar el tiempo. La falta de carretas fué un gran obstáculo: los indios cargaban los carros con las alhajas de casa, y á toda prisa acomodaban todos los trastes: los muchachos y mugeres montaron todos los caballos que habian quedado á la mano, y caminaron hácia las montañas. En el mismo dia, un carro, grande del P. que moraba en dicho pueblito, y que por un incendio de la casa é iglesia, que poco há habia sucedido, vivia debajo de unos cueros y pabellon, (aun el dia que llegaron los PP. que habian de tener cuidado de las almas de los soldados) caminó por adentro y hácia los pueblos, al cual, como el peso y volumen, como v.g.: dos tachos grandes de metal colado, siete campanas, casi treinta cañones de fusil, que se sacaron del incendio, una caja llena de instrumentos de hierro, y otras cosas de este género, le impidiesen caminar, las primeras cosas las enterraron en el vecino bosque, otras en la huerta, y otras en el mismo relente ó canal. Finalmente, habiendo salido de las chacras todos los moradores, se puso fuego á las casas, y todo el pueblo ardió; y montando á caballo ultimamente los PP., siguieron al pueblo.

91. Al ponerse el sol llegóse á la montaña llena de bosque, y porque el temor del enemigo que se acercaba los tenia desasosegados, habíase intentado pasar el monte: mas, como la estrechez y escabrosidades del camino no permitiesen que pasasen todos, una parte paró á la entrada de la selva, y la otra á la cumbre de los montes, entre las llanuras de las selvas: ultimamente, llegaron los PP. por medio de tigres que rugian y de onzas, de terrible magnitud, en el silencio de la media noche. Fueron despues de mediodia al pago y estancia de Santiago, para estarse allí, mientras llegaba una detallada y segura noticia de la mortandad, y se explorase el movimiento y intencion del enemigo.

92. Al dia siguiente, muy temprano, hé aquí que llegan 60 hombres valerosos de San Pablo, que eran los primeros que venian al socorro ya tarde, y habiéndose formado con algunos Luisistas, y enfurecidos algun tanto, se acercaron á caballo á la capilla, y despues, poniendose á pié, con audacia se presentaron delante de los PP., y habiendo hallado á los tres en la puerta de la capilla, con un razonamiento imperioso y llenos de furor, les dijeron:—"Que aquellas tierras eran totalmente suyas y de sus nacionales, y no de los PP.; y por tanto que no tenian cosa alguna de que disponer y dar á otros, especialmente á los enemigos: que de los tales sabian ellos, y esto tambien les constaba de una carta que habian interceptado, que los PP. conspiraban con los enemigos, y que les querian entregar estas tierras: y que así, sin demora se volviesen á su pueblo, que ellos en el campo no los necesitaban para nada." Cuando así hablaba el teniente de San Pablo con tan impertinente discurso, tambien otro jóven noble, sin barbas, empezó á decir otras cosas peores. Tres soldados Miguelistas, del mismo pueblo y asistentes de los PP. que se habian llegado á la puerta de la capilla y de la cerca, espantados de una audacia tan desvergonzada, embistieron con las lanzas, y se atrevieron á echarlos con entera y manifiesta temeridad. Viendo esto uno de los Padres, se arrojó á las lanzas, y asiéndolas con las manos, detuvo el impetu, y con palabras graves y nerviosas contuvo la audacia, y hizo que se apartasen. Habiendose sosegado el tumulto, aunque los aguaderos, cocineros y todos los muchachos de los PP. otra vez anduviesen armados por la cocina, no se intentó cosa mayor. Finalmente se tranquilizaron, habiendo todos los PP. reprendido la temeraria audacia de los del pueblo de San Pablo, y habiendo hecho demostracion que todas las cosas que hablaban eran falsas, y la acusacion infundada. Se indagó que cosa dijese la carta, quien fuese el autor, quien el testigo, y en que lugar se halló. Pusieron ó presentaron en medio á cierto Luisista, el cual dijo delante de todos, que él habia pillado la carta, la habia leido, é interpretado, y finalmente la habia enviado á su superior ó cacique. Preguntándoles que cosa habia comprendido de aquella carta, dijo, que se pedian en ella pasas, garbanzos, habas y otras legumbres para sustento de los capitanes de los enemigos, cuyos nombres, puestos en la carta, yo mismo leí. Se les demostró que habia entendido, ó interpretado mal la carta, porque era del cura de San Miguel, quien pedia las sobredichas legumbres para su cocina y la de sus compañeros, é insertó en ella los nombres de los capitanes, para que supiesen los demas PP. que los Generales estaban ya aquí con el ejército: por fin se apaciguó la gente amotinada. Los capitanes de San Pablo, habiendo pedido antes perdon á los PP. y á los Miguelistas que estaban en su compañia, á los cuales tambien tenian por sospechosos, se retiraron á sus reales, que desde antes de ayer tenian puestos en un rio que corre al pié de la colina del pago, ó estancia.

93. Despues de visperas, juzgando los PP. que todo estaba sosegado, hé aquí otro alboroto: que iban llegando las reliquias de los Luisistas, los que eran unos 20, que de la Matanza habian quedado vivos, y mesclados con algunos otros soldados de los otros pueblos; los cuales, apeándose de los caballos, se entraron á la capilla de Santiago, y hecha oracion, cantaron tambien un responso por los que habian muerto en la pelea. Y habiendoles perorado uno de los capitanes una breve oracion fúnebre, salieron de la capilla, pero con tan grave rostro y furioso semblante, que no hablaron, ni saludaron á los PP. que estaban presentes: antes bien despidieron prontamente al cura que les hablaba, y diciendo que no tenian cosa alguna que tratar, se fueron á la espalda de una huerta de duraznos, en donde se acamparon, y despues, habiendo entrado en la huerta, se hartaron de frutas, de que estaban cargados los árboles. Callaron á estas cosas los PP., porque no fuese que, entrando ya la noche, intentasen los amotinados ofenderles, ó hacerles algun daño: y así se mandó estuviesen en vela, y armados á la puerta de la capilla, todos los Miguelistas compañeros de los PP. Pasóse toda la noche, y habiendo hecho estos una junta, pensaron era mejor ceder al desenfrenado furor de la gente, y retirarse á la seguridad del pueblo. Llegada, pues, la mañana, montaron á caballo y se fueron al pueblo, llegando este dia al pago ó estancia de San José.

94. Hallaron aquí un escuadron de Miguelistas, que iba al socorro de los suyos, y consternados con los nuevos avisos que habian venido la noche pasada, que el enemigo ya habia ocupado el Monte Grande, no sabian determinar lo que habian de hacer. El capitan de este escuadron (era teniente del pueblo), habiendo recibido despues un aviso, se volvió aquella misma noche á dicho pueblo, y mandó que todos los moradores de él, y principalmente los de edad y sexo mas débil, se presentasen para huir. De tal suerte arredró tambien con este aviso á las partidas auxiliares de los otros pueblos que encontró en el camino, que varios de ellos retrocedieron y se volvieron á sus pueblos. Mas, despues que se desvaneció este rumor falso, y reconocida la falsedad del caso, los capitanes determinaron que debian esperar á los enemigos, de esta parte de la montaña, y cuando estuviesen empeñados en penetrar los montes á la vista de sus pueblos, habian de pelear hasta dar el último aliento. Por lo dicho habia corrido en los pueblos un terror pánico y turbacion: mas, como el enemigo no solamente no se acercase á las montañas de San Miguel, sino que se declinaba de las estancias de Santa Catalina hácia el oriente, en las tierras de San Luis, mudaron de pensamiento, y siendo los primeros los Miguelistas, pasaron el bosque, se acamparon á su entrada, y enviaron fieles exploradores, que observasen con cuidado los movimientos del enemigo.

95. Entretanto, de todas partes venian, movidos con nuevos avisos, nuevos escuadrones, y bastantemente numerosos, los que ya antes habian sido pedidos y se esperaban, y que, con el falso rumor del vecino enemigo y de las muestras, vacilaban y titubeaban. Despues de tanta tardanza, los primeros que volaron al lugar de la mortandad que acababa de hacerse, fueron 130 Guanoas, gentiles confederados; quienes, viendo el destrozo ó estrago de los suyos, y el campo sembrado de cadáveres, gimieron, y tambien derramaron lágrimas. Despues vinieron los del pueblo de Santo Tomé, y asimismo los de San Borja, y despues los de casi todos los demas pueblos del Uruguay, excepto los de San José y San Carlos: y así habia junto cuatro ejércitos de soldados, y se esperaba que restaurarian todo el negocio, á no haber sucedido que las discordias domésticas otra vez dividiesen é hiciesen desparramar como agua á tan numerosos ejércitos antes que se juntasen.

96. Los primeros que se retiraron de la reunion fueron los Borjistas; porque estos, despues de haber visto el lugar de la matanza, y los montones de muertos, acaso horrorizados con aquel espectáculo, ó exasperados de alguna palabrilla, (porque ahora era la primera vez que venian, cuando ya las cosas iban perdidas) se volvieron á su pueblo, dejando dudoso el motivo. Los Tomistas, por la misma razon ó por alguna contienda, tambien se volvieron, y se decia que habian muerto á un noble Miguelista, porque jamas apareció.

97. Los de San Angel, desde que salieron de su pueblo, ya venian enfurecidos, y cuando encontraban á los Miguelistas, los despojaban de los caballos y armas, en venganza, decian, de que en sus tierras habian perecido tantos de sus parientes: y habiéndose ido al pueblo, que poco há se habia quemado en la montaña, allí se arrancharon; y aunque repetidas veces se les pidió, y convidó á que se uniesen con la demas gente que estaba en Santa Catalina, no se pudo conseguir. En este interin cuantas cosas encontraban, las pisoteaban ó destruian: es á saber, mataron las ovejas, desbarataron el techo de la casa de los PP., que por su teja y ladrillo habia quedado en piè, y sacando las cosas que estaban enteras, las hacian como tributo, ó paga de alguna culpa. Movidos finalmente los Miguelistas con estas cosas, como ya tambien ellos se volviesen, habiendose desparramado algunos, despues de alguna contienda de palabras, vinieron á las armas y los embistieron cercándolos, porque estaban á caballo, y aquellos á pié: de una y otra parte hubo heridas, pero no pasó adelante la cosa.

98. Los Juanistas, Luisistas y Lorenzistas fueron volando á las entradas de su bosque, ó á las abras de las montañas, por la parte que mira á sus estancias, porque hácia aquella parte como dijimos, el enemigo habia declinado. El capitan de la Concepcion, Neenguirú, habiendo enterrado los muertos, se retirò á sus estancias, los de San Nicolas á las suyas, y los otros á otras partes.

99. Cuando las cosas sucedian á los indios tan poco favorables para con el enemigo, llegó de Europa lo mas fatal: porque ahora debemos tratar de cartas, escritos y edictos. Diremos primeramente ¿qué contenian las cartas que vinieron de los reales de los enemigos? Estando, pues, acampado el enemigo en los campos de San Luis, á la orilla del rio Guacacay, se recogió todo el ganado de este pueblo que ya estaba disminuido con la guerra, y se tomó sin ningun impedimento, y una parte de él envió á las tierras de los Portugueses, reservando lo demas para su sustentacion ó mantenimiento. Despues de esto, envió á sus casas algunos cautivos de cada uno de los pueblos, con dos cartas de un mismo tenor para cada pueblo: una venia en idioma español y otra en guaraní: en ambas exageraba su clemencia, y principalmente en el cuidado de los heridos, y que con su paso tardo queria mover la barbaridad de los indios, causa de tantos desastres, y que con tantas muertes de sus parientes se mostraban inmobles á los llantos de tantas viudas y pupilos; que si no venian con sus curas y cabildos humillados, y pedian perdon, habian de sufrir el último rigor y suplicios. Estas cartas se enviaron con otras que trageron, y se entregaron á los pueblos: no respondieron á ellas.

100. Por entonces se fulminó de España la última decretoria sentencia, la que, como se decia, trajo un navio por el mes de Febrero: el tenor de ella es este:—"Que de lo alegado y probado en el modo posible está cierto el Rey, que los individuos de la Compañía unicamente tenian la culpa de la resistencia de los indios: por tanto, que diesen corte para que el tratado real se ejecutase á la letra, y el negocio se cumpliese indispensablemente. Ni aquella severidad, ni la del Marques de Valdelirios, intimada al Prelado de la Provincia, sirvió de algo, enviándole espuestas las cosas que estan dichas antes: y así despues rigorosamente prohibia toda apelacion, è imperiosamente mandaba al P. Provincial, que inmediatamente pasase á las Misiones á componer las cosas: y no haciéndolo así, declaraba á los PP. reos de lesa magestad, y prevenia que se aplicaria el castigo competente á semejante crímen, segun ambos derechos." Tambien nuestro Comisario renovó las censuras, preceptos y amenazas, de que antes hemos hecho muchas veces memoria. Que el confesor del Rey, aunque en público habia sido despachado honoríficamente, pero que en oculto, con una reprension severa habia sido privado, y que toda la Compañía habia incurrido en la indignacion real. Que habian de venir en el próximo Mayo 1,000 soldados veteranos, y mas, si fuesen necesarios, y cuantos se pidiesen para avivar la guerra. Por tanto, que se mandaba á los generales que prosiguiesen la guerra, y que si por las dificultades de los caminos no pudiesen llegar, que invernasen y fortificasen los reales, mientras llegasen los socorros que se esperaban. Con estas cartas vino tambien poco despues otra semejante del P. Provincial de la Provincia, renovando los preceptos y mandatos. Y junto con ella otra del mismo que habia respondido al Marques, en la que decia: que habia entendido todas las cosas, y que la apelacion que se le habia entredicho ó negado al Rey de la tierra, la habia de pedir con tanta mayor confianza al Rey del cielo, de cuya apelacion ninguno ha de ser privado. Despues se escusaba de no poderse poner en camino por su poca salud, y hallarse próximo á la muerte; y le añadia, que renovaba todos los mandatos anteriores, y que imponia á los PP. todos los preceptos que podia: aunque sabia que todo habia de ser vano, como que ni él ni ellos tuviesen dominio sobre tantas y tan libres y tan varias voluntades de los indios: y que si en su voluntad de tal suerte estuviesen incluidas las de los indios, como en la de Adam, las de sus descendientes, ó á lo menos como la de los PP. Misioneros, por medio de la santa obediencia, no dudaria del efecto: mas siendo así, que no esperaba cosa alguna, que el Marques con su agudo juicio le sugiera modo con que esto con mas eficacia pueda ejecutarse, ó que obligue al Sr. Obispo, que andaba en visita en las inmediatas ciudades, se llegue á estas inmediaciones, y que con su autoridad y suavidad los persuada. Que él así lo juzgaba, y tendria á bien; y lo que es mas, que èl así se lo pediria, dejando en libertad á los afligidos pueblos, en que ya no habia impedimento. Aunque despues de publicadas, no faltaron altercaciones ò movimientos, especialmente siendo compelidos otra vez los PP. á dejar los indios, y á una retirada imposible.

101. Como estas palabras tan severas, no menos que inicuas y nunca esperadas, arredraban los ánimos de toda la provincia, sabiéndolas los indios, algunos se obstinaron, mas otros avisados y exhortados de los PP., se rendian ya; porque los Luisistas, Lorenzistas y los de Santo Angel estaban cargando sus cosas, especialmente cuando por segunda vez llegaron á los pueblos otras cartas del Capitan General del ejército, en las cuales (eran dos) trataba á los indios con blandura, llamándolos hermanos, amigos, engañados por los malos consejos de un ánimo codicioso; y por tanto que no creyesen á otro sino á él; que ya sus PP. habian caido de la gracia del Rey, de lo que era señal haber repudiado su confesor, y que el Monarca en adelante daria muchos argumentos de su severidad: que conociesen su buen ánimo, y quisiesen confiarse de él, y que, egecutando prontos lo que les mandaba, mejorarian su situacion.

102. Con los PP. empero usaba de amenazas, y exageraba la matanza, echándoles á ellos la culpa; porque siendo así, que en otras ocasiones conseguian de los indios todas las cosas, ahora que tanto interesaba á la fé ó palabra real, y á sus intereses, se estaban remisos en mano sobre mano. Que habia la esperanza de conseguir la real clemencia, si persuadian á los indios, y los PP. mismos en persona viniesen á él con los caciques y cabildos rendidos y humillados: porque si no lo hacian así, luego al punto habia de egecutar todo lo contrario, vistas y oidas las cosas.

103. Los Luisistas fueron los primeros que enviaron nuncios con cartas para el Capitan general, en las cuales prometian que se habian de mudar como les volviesen los cautivos, y les señalasen tierras á propósito, las que en vano antes habian buscado. Los Lorenzistas reusaban semejante legacia, pero se sugetaban al parecer de uno. Los de Santo Angel ya habian hecho otra semejante carta, y enviaron 20 hombres al Monte Grande, hácia el pueblo de San Javier, á disponer el camino. Pero despues se perturbaron todas las cosas por la pertinacia y sugestiones de los demas pueblos, y porque diez caciques de la Concepcion vinieron acá donde estabamos. Hicieron arrepentirse á los Luisistas de su sumision, y mucho mas el enviado que volvió del Gobernador, el que se resintió del semblante demasiadamente sèrio con que fué recibido, y á mas de esto, por no haber conseguido se les diesen sus cautivos; y mas que todo, porque la carta de respuesta no se habia remitido á los indios, sino al cura, y esta sobradamente seca é insipida. "No es esta la respuesta, decian, por la cual se ha de entrar á la clemencia del Rey. Debíase omitir que el cura con sus feligreses saliese humillado, por estar esto bastantemente insinuado, envano esperado, y no haber otro remedio." Ofendidos, pues, con estas cosas, volvieron á la antigua obstinacion, y así dispusieron nuevas tropas contra el enemigo, en número de 400.

104. Los Lorenzistas tambien, amedrentados por sus soldados que habian vuelto, mudaron de parecer, ó por mejor decir, lo suspendieron. Los de Santo Angel empero, habiendo quitado por fuerza las cartas al correo en el paso del Iguy, en donde los militares superiores estaban fabricando un fuerte, y pasando despues al pueblo, embistieron armados, y pidieron para deponer al corregidor, ó cabeza del cabildo, el que era autor de dichas cartas. No obstante se apaciguaron los amotinados, emprendieron otra cosa, sino solamente que los que estaban abriendo la selva, con amenazas se les mandó cesar en el trabajo. Se recogieron pues en todas partes nuevas tropas, que se aprontaron despues contra el enemigo.

105. Entretanto que los indios disponian estas cosas en sus pueblos, el enemigo se acercó á las ásperas montañas, llenas de bosques, en aquella parte donde está el camino mas árduo, y para las carretas, casi imposible. No halló resistencia alguna, despues de algunos pequeños reencuentros de casi ningun momento, fuera de uno ú otro. El uno fué, que al paso de un monte, en donde los indios se habian fortificado con empalizadas, fueron desalojados con una numerosa porcion de tiros. El otro, que queriendo los enemigos entrar al bosque ó selva, un indio de á caballo, que era tenido por cobarde entre sus compañeros, (era Lorenzista) acometió al cuerpo del enemigo, y dejándole este entrar corriendo por medio de los escuadrones que se habian abierto, y disparándole todos, volvió á los suyos sin lesion. Pero, siendo pocos los que debian defender el camino, aunque insuperable, ocupó el enemigo el Monte Grande, y trepando la caballeria, hasta pasar las asperezas de las montaña, se mantuvo en el desfiladero de la salida, y así quedó seguro el bosque para la infanteria.

106. Puesta ya en salvo esta, se empeñó el enemigo en un trabajo improbo, de hacer volar con minas los peñascos durísimos: dividió en piezas las carretas, arrastró las ruedas con tornos, y trasportó todas las demas cosas en hombros de negros, y de los indios cautivos, con el trabajo de un mes, y aun quizas mas. Se trabajó tanto, que al tercer dia de Pascua todo el ejército estuvo en el pago, ó estancia de San Martin. Estando aquí el enemigo, los Miguelistas le entregaron dos cartas, en las cuales les protestaban que ellos de ningun modo habian de ceder sus tierras, sino que se habian de resistir todo lo que pudiesen. Las recibió con escarnio ó mofa, y se les respondió, que les convenia obrar al ejemplo de los de San Luis. Y aunque los vecinos de Santa Fé, y los de las demas ciudades decian, que ellos marchaban forzados, con todo, ambos generales, español y portugues, con su presencia urgian el viage.

107. Por esta razon, el Domingo despues de Resurreccion, movieron los reales, se encaminaron hácia los pueblos, y llegaron á la estancia de San Bernardo, que es del pueblo de Santo Angel, al Domingo siguiente, con marcha de una semana, siendo en otras ocasiones camino de un dia, y en las cercanias de esta estancia los esperaba escondidos y en silencio el ejército de los indios, por consejo de los gentiles Guanoas y Minuanes.

108. Despues del segundo Domingo, dia 3 de Mayo, como bajasen de la estancia de San Bernardo á las cabeceras del arroyo llamado Ibabiyú, que está á la vista de la estancia de San Ignacio, de la jurisdiccion de San Miguel, salieron de repente 2,000 indios de los escondrijos, en donde se ocultaban, y se estendieron por las cumbres de los opuestos collados, y se formaron en media luna: los de á pié se mantuvieron en las colinas; pero la caballeria, capitaneada por los gentiles, á toda carrera acometió al enemigo. Este, juntando sus carros en círculo, formó una fuerte trinchera, y á la frente estendió sus escuadrones, y porque estaba defendido con artilleria y armas de fuego, la vanguardia se empeñó en el combate, mantenièndose así hasta la noche. Mataron algunos españoles, mas no se sabe el número: porque unos dicen que fueron muchos, otros doce, y otros menos. De los indios murieron seis de Santo Angel, un Nicolasista, un Miguelista, y no mas.

109. Al acabar la noche siguiente, se arrimaron los indios á la trinchera del enemigo, y si hubieran hecho las cosas con silencio, les hubiera salido bien su estratagema: mas como se acercasen de repente con griteria, los sintió todo el ejército: entonces despertándose el enemigo, se puso sobre las armas, y casi por todo el dia duró la guerrilla, pero sin especial ventaja; salvo que los de la Cruz quitaron una tropa de caballos al enemigo, habiendo muerto tres de los que la custodiaban: de parte de los indios solo murió un gentil.

110. El dia 5 de Mayo los indios debian repetir el ataque, mas el enemigo en el silencio de la noche, fingiendo retirarse, como viese que los indios habian ido á ocupar los caminos que tenian por la espalda ó retaguardia, de repente se dirigió hácia los pueblos y marchó formado en batalla. Con cuya repentina astucia, quedàndose perplejos los indios, volaron por los atajos que ellos sabian, al paso ó vado de un riachuelo, llamado Chuniebí, el cual no dista del pueblo de San Miguel, sino escasamente cinco leguas. Aquí fortificaron el vado, y orillas del rio con estacadas, y habiendo sacado del pueblo de San Miguel dos cañones de hierro, y fabricados á toda priesa otros cinco de madera durísima, (llámanla Tajibo, y los indios Tayí) se apostaron los Miguelistas para defender el referido paso. Los demas insensiblemente se volvian á sus pueblos vecinos, á cuidar, como decian, de salvar á mugeres, hijos é hijas.

111. El enemigo entretanto estuvo detenido los cuatro dias siguientes en el pago ó estancia, dicha Ibicuá, parte por las lluvias, parte por otras razones. Aunque estaba ya tan vecino el enemigo, no se podian bastantemente persuadir los indios de salvar sus cosas. Finalmente por la mañana se juntaron los Miguelistas á llevar las alhajas mas preciosas del templo hacia el arrojo Piratiní, á una hermita hecha de cespedes, de un pueblo antiguo, y con esta ocasion se persuadió lo mismo á los de San Lorenzo, y despues à los Juanistas y Angelotes. Pero con flojedad llevaban las dichas cosas, y no á mayor distancia que la de dos leguas del pueblo.

112. El dia 10 de Mayo se acercaron los enemigos al rio: pero recibidos con la artilleria que estaba oculta en la selva, fueron muertos, segun dicen, 64, incluyendo en este número los que mataron los gentiles en los reencuentros. No obstante, pasaron adelante, retrocediendo los que defendian las orillas del riachuelo.

113. El dia 11, entrando algunos Nicolasistas con otros soldados al pueblo de San Miguel, sacaron toda la gente del sexo y edad mas débil, y así salieron las mugeres y casi todos los niños, que se desparramaron por los campos hácia el Piratiní.

114. Dia 12. Habiéndose el enemigo acampado en las canteras del pueblo, distante casi tres leguas de él, y ya á la vista, al caer de la tarde, los PP. del pueblo de San Miguel se fueron huyendo tambien al dicho Piratiní, no salvando nada del pueblo de San Miguel, sino que escondidas acá y acullá, y enterradas las cosas, se fueron. Esto se hizo por falta de bueyes y de caballos que llevasen los trastes en carros; porque en estos dias, moviéndose, como es costumbre, una disencion entre los indios, no sé porque sospecha, originada de que se hubiesen dado caballos á un paisano, llamado Tary, que se habia pasado á los enemigos, que aquel los tenia bastantemente gordos, viniendo los demas españoles en flacos y exaustos, como los soldados de los otros pueblos, quitaron á los pobrecitos Miguelistas casi todos los caballos y bueyes. De aquí nació que, despues de la salida de los PP., los soldados de los otros pueblos, especialmente los de San Nicolas, los Angelotes y Tomistas, pillaron todos los bagages y el bastimento que se habia dejado en el pueblo, habiendo hecho pedazos las puertas, y aporreado al portero, se llevaron cuanto encontraron: y despues de saqueada la casa de los PP., le pegaron fuego: el que, tomando cuerpo en los techos, descubrió muchas cosas que estaban escondidas en los entablados, dejando por presa de los indios lo que no consumia. Tambien pegaron fuego al pueblo, pero la gran lluvia que cayó esta noche apagó el incendio, quemándose toda la casa de los PP., mas no la iglesia, á la que perdonaron las llamas, dudándose si atajado por el Santo Patrono San Miguel, ó por sus altos paredones de piedra.

115. Entretanto, los PP., con toda la gente del pueblo, pasaron la noche muy lluviosa en el campo, sin tiendas. No obstante, las trageron al dia siguiente, 13 de Mayo, y en el pueblo, habiéndose quedado encerradas en su claustro las mugeres, que llaman recogidas, como viesen las llamas, y sospechasen lo que era, golpearon fuertemente las puertas, y al cabo los del lugar las soltaron, y los de San Angel las llevaron á su pueblo. Los moradores de los demas que estaban aquí, midiendo ya su mal por el ageno, empezaron con mucha actividad á poner en salvo las cosas del pueblo.

[Footnote 1: Ensayo de la historia civil del Paraguay, etc., tom. III, pág. 58.]

[Footnote 2: Diario de Henis, pág. 46.]

[Footnote 3: El dia 14 de Noviembre de 1754.]

[Footnote 4: Pàgina 46.]

[Footnote 5: El Marques de Valdelirios recuerda estos hechos al Gobernador D. Pedro de Cevallos, en un largo oficio que lo dirigió, en Setiembre de 1759, desde San Nicolas: diciéndole, que, "segun le aseguraron, no se habia suspendido la obra hasta que hubo noticia de la funcion de Caybaté, y que entonces arrojó los pinceles el Coadjutor que estaba trabajando en ella."]

[Footnote 6: Forma la IV parte de la "Coleccion general de las providencias hasta aquí tomadas por el Gobierno sobre el estrañamiento y ocupacion de temporalidades de los Regulares de la Compañia de Jesus, de España, Indias, etc. Madrid, 1767, 4to." Con este motivo publicó Ibañez por primera vez el texto de Henis, con el título de Ephemerides belli guaranici, ab anno 1754; con una version al castellano, cuya inexactitud se empeñó en demostrar el P. Muriel en sus Apéndices á la traduccion latina de la Historia del Paraguay del P. Charlevoix, que publicó en Venecia en 1779, fol.]

[Footnote 7: D. Pedro de Cevallos atacó dos veces la Colonia: la primera en 1762 siendo Gobernador de Buenos Aires; y la segunda, que aseguró definitivamente á España la posesion de esta plaza, el año de 1777.]

[Footnote 8: En la guerra de 1802 entre España y Portugal, esta última potencia se apoderó de los siete pueblos, situados en la márgen izquierda del Uruguay.]